Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ignacio Arellano
Bulletin of the Comediantes, Volume 70, Number 1, 2018, pp. 11-31 (Article)
Desenlaces problemáticos en
comedias de Ruiz de Alarcón
Ignacio Arellano
Universidad de Navarra / GRISO
Hay que subrayar que este tema del honor es central en la comedia y
que se trata desde una perspectiva seria, como un imperativo esencial a la
calidad de la nobleza2. La lectura de Halpern que sugiere que Alarcón pudiera
satirizar “the extremity of Nuño’s adherence to the honor code” (122) es
completamente gratuita: aunque se ha dicho a menudo que los personajes
de Alarcón representan una cierta racionalidad que tiende a moderar los
imperativos del código honroso, semejante afirmación no corresponde a los
textos, donde por el contrario el honor aparece como una fuerza básica y
una barrera infranqueable. Baste recordar que el fingido tejedor de Segovia
envenena a una hermana por motivos de honra; que Licurgo en El dueño de
las estrellas está obsesionado por el honor y, a pesar de tener ribetes estoicos,
no descansa hasta vengarse de su ofensor; o que el comodón don Domingo de
don Blas pone fin a sus comodidades en cuanto aparecen las exigencias del
honor3.
Nuño, pero no menos Sancho, están totalmente imbuidos de
preocupaciones honrosas y el objetivo fundamental de ambos es mantener
su honor o recuperarlo. A ese objetivo dirigen sus acciones, Nuño en cuanto
a la venganza contra Bermudo (que no conseguirá llevar a cabo) y Sancho en
cuanto a evitar la muerte pública infamante de quien cree su padre, para lo
cual le propone el suicidio y por fin acepta la idea de Nuño de que sea el propio
Sancho “el verdugo por la honra”.
El parricidio —estudiado en muchos detalles interesantes por Lillian
von der Walde— resulta solo aparente, pues se descubre que Nuño no es el
verdadero padre de Sancho. De este modo se suaviza el terrible episodio,
aunque no por los motivos que supone Josa, quien escribe:
Alarcón redime a Sancho del parricidio no fortuitamente sino
porque el joven, movido por el dictado de su responsabilidad
de Estado, sabe discernir lo que es justicia de lo que es crimen y
porque la fuerza de la sangre cría un carácter como Bermudo y no
un tipo como Nuño. (Arte dramático 223)
Pero no se plantea el contraste entre justicia y crimen en el parricidio. La
justicia ha dictado sentencia y su ejecución está prevista según las leyes del
reino. Sancho, por motivos de su propia honra, pide a su padre que se suicide,
y el padre pide a su vez que sea el hijo quien lo mate. Al revelarse que Nuño no
es el verdadero padre, el objetivo fundamental es paliar la situación terrible
en que un hijo mata a su padre. Y Bermudo, por su parte, contra lo que afirma
Josa, no es ningún carácter positivo que transmita buena sangre a su hijo: las
virtudes de Bermudo, exaltadas en un final poco coherente, son falsas —no
existen— y el contraste Bermudo/Nuño en términos de buena o mala sangre
no es pertinente.
Tampoco responde a los datos textuales la interpretación de Halpern,
según la cual “Sancho, a truly loyal subject, murders his ‛father’ in an
attempt to protect the legitimate monarch” (124), pues Nuño, una vez preso
y condenado, no constituye ya amenaza para el reino, y solo amenaza la
reputación pública (la honra) de su “hijo” Sancho, que puede ver a su “padre”
ahorcado afrentosamente, ahorcamiento que quiere impedir, y no matando a
su “padre”, sino pidiéndole que se suicide:
es forzoso resolverme
antes, padre, a remediarlo,
que tan vil pena se llegue
a ejecutar; pues si os llama
Nuño y mi padre la fama,
me infama, aunque yo lo niegue.
Un hora de vida os resta,
de afrenta una eternidad;
con muerte oculta evitad
infamia tan manifiesta.
La ganancia es conocida;
que no es honrado el que intenta
no evitar siglos de afrenta
por lograr puntos de vida;
y no es bien que quien se llame
mi padre, y rey de Aragón
se vio, aguarde un vil pregón,
espere un suplicio infame. (1617–34)
Es Nuño quien pide a Sancho después de este alegato que sea el joven el
ejecutor:
Tú has de ser ejecutor
de mi muerte; que no quiero
quitar, si a mis manos muero,
esta gloria a tu valor.
Pues queda así redimida
mi afrenta, celebre España
que dimos para esta hazaña,
el golpe tú, y yo la vida. (2651–58)
En cualquier caso, el desenlace (en una primera fase aparentemente
parricida) no consigue —como se pretende en algunos pasajes de la comedia
desde el mismo título— el objetivo de preservar el honor de Sancho, que es
de lo que se trata, pues enmascara la deshonra que le viene del padre, pero
manifiesta la que viene de la madre.
Recuérdese que en cierto momento de la obra, Nuño, para convencer a
Sancho de que acepte su propuesta de usurpación, le amenaza con divulgar
también la liviandad de su madre:
¡Vive Dios, si no reduzgo
tu proterva obstinación,
que para castigo tuyo
he de publicar yo mismo
que soy yo tu padre Nuño!
La liviandad de Teodora
sabrá de mi boca el mundo,
por que así, muriendo yo
a las manos de un verdugo,
por padre y por madre seas
fábula infame del vulgo. (1646–56)
La amistad castigada
No menos cuestionable es el de La amistad castigada. En esta obra, Dionisio, rey
de Sicilia, debe su trono y su permanencia en el poder al apoyo del leal Dion;
se enamora, sin embargo, de Aurora, hija de su privado, y decide gozarla como
sea, ya que los tratos con Cartago para casarse por razones de estado le impiden
un matrimonio legal con ella. Si ofende a Dion, se arriesga a ser depuesto, pero
su amor lo impulsa a la violencia pasional. Planea entonces, aconsejado por
Filipo, un engaño a Dion: le encarga labores de espionaje y le pide que finja
estar enojado con su rey. Para dar más verosimilitud a la falsa excusa, le dice
a Dion que fingirá ofensas contra él (su verdadera intención es gozar a Aurora
y asegurar luego que todo era fingimiento). Tenemos pues, como centro de
la obra, a un rey joven empujado a la tiranía por la ceguera de la pasión. Otra
acción secundaria protagonizada por Diana, Policiano y Ricardo abunda en
las relaciones de amor y celos. El rey decide en el segundo acto entregarse a
sus deseos, pero Filipo —el mal consejero—, enamorado ahora de la dama en
litigio, Aurora, le recuerda sus deberes de soberano. En el tercer acto Filipo
descubre a Dion las verdaderas intenciones del rey, y el ministro, con ayuda de
otros nobles, depone a Dionisio y se corona. Cuando Filipo cree que va a ser
recompensado con la mano de Aurora, es desterrado por haber sido traidor a su
rey, y Aurora se casa con Ricardo, el único que mostró su lealtad a Dionisio. Este
breve resumen del asunto permite, creo, intuir los temas centrales desarrollados
en la comedia, entre ellos: el dominio de la pasión por la propia virtud, la
inestabilidad de la privanza y los malos consejeros.
El comienzo evoca de nuevo un paisaje de luchas intestinas, conspiraciones
y revueltas. Dionisio desea borrar el nombre de tirano y consolidar su poder
después de haber acabado su padre con la república, pero a la vez pretende
gozar a Aurora sin respetar el honor (véanse las quejas de Aurora [123]) ni los
deseos de los súbditos, aplicando la doctrina del poder absoluto sin importarle
“romper / los más forzosos respetos” (103), arrastrado por su pasión, como
apuntan Elisa (“Donde reina amor tirano / es esclava la razón” [129]) o Filipo:
No en vano amor, a tus aras,
y al imperio de tus leyes
rinden sus cetros los reyes
y los dioses sus tïaras,
o en vano pues tales son
tus fuerzas que en un momento
ciegas el entendimiento
y aprisionas la razón. (124)
de leyes, consigue vengarse de Teón y se casa con Diana, a la vez que llegan
noticias de la muerte de la princesa de Atenas, que era la prometida del rey de
Creta, y estalla una guerra entre Creta y Esparta. Licurgo es nombrado general
y marcha a la guerra, ocasión que el rey utiliza para intentar la violación de
Diana en la propia casa de la propia dama. Licurgo, que ha regresado con
sospechas a su casa, sorprende al rey, y, en el dilema de honor y lealtad —y
también para desmentir el vaticinio de que mataría a un rey o moriría a sus
manos—, elige el suicidio, con el que se muestra “dueño de las estrellas” y
soluciona todos los conflictos planteados.
El desenlace de esta pieza, con este suicidio de Licurgo, “ha llamado
poderosamente la atención de la crítica, que se pregunta cómo debe
entenderse dentro de una cultura católica el suicidio de Licurgo” (González
89). Pero tal desenlace no solicita solo explicar un suicidio dentro de
“una cultura católica”5: su valoración no se puede desligar de la propia
construcción de un protagonista cuyas actitudes no parecen coherentes, por
mucho que algunos estudiosos se hayan empeñado en explicarlo como un
carácter estoico ejemplar6.
El rey de Creta quiere, sí, conocer “el orden de reinar en paz” (15), pero a
la vez que se propone estos loables objetivos políticos, se deja arrastrar por
la pasión, vencido por el apetito y decidido a perder todo el reino si fuera
preciso, apartándose de la razón y del bien común:
Por fuerza pienso alcanzar
lo que por amor no pueda.
Piérdase el reino, Palante,
y el mundo, pues yo me pierdo,
que es imposible ser cuerdo
el que es verdadero amante. (2585–90)
En vano la misma Diana le recuerda su deber y se queja del abuso:
¿Qué troglodita inhumano,
scita cruel, duro alarbe,
qué bruto habita los yermos,
qué fiera los montes pace
que ingratos al beneficio
a quien les obliga agravien,
a quien los defiende ofendan
y a quien les da vida maten?
Si eres rey guarda justicia … (741–49)
En esta actitud lo apoya el mal privado Palante, otro portavoz de las
doctrinas del poder arbitrario: “Rey eres, no han de faltarle /a tu poder
ocasiones” (850–51).
Reflejo menor de los abusos del rey es el noble Teón, abusador de villanos,
que abofetea a Licurgo —el cual, como se ha señalado, vive de incógnito en
una aldea tras abandonar Esparta para garantizar la perduración de sus leyes,
según la leyenda tópica7—. Irónicamente, el rey promete a los villanos hacer
justicia de Teón (2141–45) a la vez que él mismo pretende abusos similares.
Pero el rey no es el único personaje con rasgos contradictorios en esta
obra. El protagonista Licurgo presenta facetas notablemente complejas
pueblo de los abusos de los poderosos (la muerte de Teón “es símbolo de las
muertes de todos aquellos que ostentan su poder sin respetar al pueblo”; 37)11.
Por otra parte, los comentarios de Josa se hacen confusos cuando afirma en
otro lugar que las comedias de Ruiz de Alarcón siguen radicalmente las teorías
del padre Juan de Mariana:
un rey esclavo de la cólera, el odio o el amor, incapaz de querer
“con igual amor a todos los que viviesen debajo de su imperio” tiene
que ser destronado o asesinado —tiranicidio— ya que ha pasado a
convertirse en el peor enemigo de la sociedad … (“De tiranos” 6)12
Es evidente que no es esa la solución que aplica Licurgo, como se ha
señalado; curiosamente, Josa pone como ejemplo de tirano para ilustrar la
cita anterior al rey de Creta de El dueño de las estrellas, y acto seguido reitera
prácticamente con las mismas palabras que ya he citado la valoración del
suicidio de Licurgo —que contradice lo que acababa de afirmar.
En la línea de Fiore, Petro del Barrio (95–99) considera el suicidio como
un ritual de chivo expiatorio que permite cerrar el ciclo de violencias en una
Creta pésimamente gobernada. Ve también en Licurgo dos personalidades,
la del villano Lacón y la del noble Licurgo, y propone que este se mata para
remediar los errores de aquel. No coincido con estos confusos análisis; por
lo demás, las violencias del rey de Creta no dependen de ningún error de
Licurgo–Lacón; la personalidad del villano Lacón no es la que no puede vivir
sin honor, pues un villano puede muy bien vivir con la bofetada de un noble:
es el noble Licurgo el que no puede soportar la deshonra. Por tanto, en su
papel de Lacón, Licurgo no ha cometido ningún error: solo ha defendido a
los villanos de un abuso. En resumen, la interpretación como varón estoico se
contradice con las turbulencias pasionales que han aquejado durante la trama
a Licurgo, especialmente en lo que se refiere al amor, los celos y el honor; la
supuesta doble personalidad Lacón–Licurgo no sirve para explicar el suicidio
ni la reacción frente al agravio deshonroso.
La confusa construcción del personaje provoca otros intentos —a mi juicio
fallidos— de explicación, como el de Lorca, quien escribe a propósito de la
venganza honrosa contra Teón (poco aplicable a un verdadero estoico):
Licurgo, como Licurgo, está obligado a comportarse como quien es,
un sabio. Esto se confirma en la obra de manera bastante original:
como villano Licurgo no está obligado a perdonar a Teón (porque
como villano no es un sabio) y por lo tanto no le perdona, pero al
mismo tiempo, como Licurgo (un sabio) sí está obligado a perdonar
a Teón, y por lo tanto le perdona. Cuando Licurgo se venga de
Teón, no lo hace como Licurgo, sino como villano … (346)
Explicación de un Licurgo duplicado, esquizofrénico, y que no tiene en
cuenta que un villano, como ya he señalado, no tendría por qué vengarse, ya
que no está obligado a las leyes del honor nobiliarias, que son las que Licurgo
aplica13. Por otra parte, si tomamos en serio esta división de personalidades,
la venganza (y todo lo que se relaciona con el honor de Licurgo) se hace
ininteligible: por ejemplo, si el deshonrado ha sido Lacón, entonces Licurgo
(como Licurgo) podría aceptar la insignia del rey. Solo cuando se venga (se
venga como Licurgo, porque solo existe Licurgo) puede aceptar la insignia.
Conclusión
En conclusión, creo arbitraria la afirmación de Claydon sobre el cuidado
de Ruiz Alarcón en el diseño de los finales: “[T]he neatly constructed
dénouement is typical of Alarcón” (86). Más bien —al menos en algunos
casos relevantes— parece lo contrario: Alarcón no alcanza a anudar
satisfactoriamente los cabos sueltos y, como apunta Fernández-Guerra,
algunas de estas “soluciones o aplicaciones morales son injustas y
contradictorias” (citado en Claydon 88).
Recuerda Francisco Cascales en la tercera de sus Tablas poéticas —dedicada
a la tragedia— la importancia de la solución, y señala que hay poetas que
atan bien y desatan mal, por lo que el poeta debe esforzarse porque “muchas
veces acaece perderse toda la hermosura de la fábula por andar flojo el
poeta en la solución” (citado en García Berrio 342). Sin llegar al extremo
de echar a perder la fábula, los desenlaces examinados resultan ambiguos.
Las explicaciones y orientaciones interpretativas que ofrecen los textos no
concuerdan en ocasiones con la acción general y el comportamiento de los
personajes. En las comedias observadas se encomienda a la palabra la función
de orientar, encauzar y proponer valoraciones, juicios y lecturas que no
resultan siempre coherentes con la acción que el espectador presencia en las
tablas. Desde el punto de vista de la literatura dramática, puede considerarse
una falla; desde el punto de vista de la representación teatral, creo que Ruiz
de Alarcón es consciente del tipo de recepción que funciona en el público y
considera que previsiblemente aceptarán aquellas exégesis que el texto les
propone, sin que las incoherencias apuntadas graviten demasiado sobre las
comedias. Lo que se plantea, en última instancia, no es convencer a un crítico
literario, sino persuadir a un espectador (y también al crítico literario). Y a
menudo lo consigue.
notAs
1 . Es uno de los casos relevantes que afectan a esta aproximación a los desenlaces,
pero se ha comentado por extenso en otro trabajo (Arellano, “El desenlace”).
Los principales estudios sobre este desenlace son los de Ara, Fothergill-Payne,
Gaylord, Ribbans (“Lying” y “La verdad sospechosa”), Riley y Serrano Deza.
2 . Véase para otros aspectos y comentarios sobre este asunto Campbell (“Es la
comedia”).
3 . Sería necesario un estudio detenido del tratamiento del honor en las comedias
de Alarcón para desechar algunos tópicos negados por los textos dramáticos del
poeta.
4 . Muy injustificado es el juicio de Claydon, según el cual esta comedia “possesses
one of the finest endings within the Baroque dramatic aesthetic” (86).
5 . Que es la del dramaturgo y el público, pero no la del personaje. En nada quiebra
la verosimilitud ni el decoro dramático que un espartano se suicide. Avanzo ya
que este me parece el aspecto menos problemático de la conducta de Licurgo.
6 . Licurgo ha sido estudiado en diversos aspectos, sobre todo en lo relativo al
reformismo sociopolítico (que ahora no me afecta) y al estoicismo. Para otras
interesantes observaciones que permiten completar la visión del protagonista y
de la comedia, véanse Campbell (“Reformismo”); Delgado Morales, Dougherty,
Friedman, González, Halpern, Josa (Arte dramático y “De tiranos”); Lorca, Parr
(“On Fate”); Petro del Barrio y Whicker (“Political enigma”). Mencionaré los
pasajes de estos trabajos más relevantes para mis propósitos.
7. Halpern (83–86) recuerda la fuente clásica sobre Licurgo, el relato de Plutarco,
cuya consideración detenida no me parece esencial para la comedia de Alarcón.
8. Las medidas que promulga en su calidad de reformador se han relacionado con
el reformismo olivariano y tratadistas del Siglo de Oro como Cristóbal Pérez de
Herrera, Sancho Moncada y Martín González de Cellorigo; véanse Halpern (88),
y, sobre todo, Campbell (“Reformismo”).
9 . Véase Salles para las distintas formulaciones estoicas sobre determinismo y
libertad.
10. Fiore comenta acerca del heroísmo de Licurgo diversas concepciones de la
magnanimidad (Aristóteles y Cicerón, entre otros); para este asunto, véase
también Dougherty. Para el acto de Licurgo y en general para el personaje como
ejemplo de autodominio y servicio a la paz social, véase Parr (“On Fate”).
11. Licurgo recibe una bofetada por defender a los villanos, pero su venganza no
obedece a un sentimiento de defensa democrática (por esa razón podría matar
al mismo rey que pone en peligro la paz del reino con sus pasiones, siguiendo
además las teorías de Juan de Mariana que Josa considera decisivas en Alarcón).
Su venganza es personal.
12. Alarcón no es seguidor radical de la teoría del tiranicidio, ni mucho menos,
aunque Josa le atribuye reiteradamente esta postura. Es destronado el Dionisio
de La amistad castigada, que es usurpador, por cierto, pero ninguna inclinación al
tiranicidio se advierte en el corpus alarconiano. Véase Arellano (“Poder”), donde
se examina, entre otras, esta cuestión.
13. Licurgo se venga como Licurgo y no puede vengarse de otro modo. Sobre una
aproximación general al honor, atributo nobiliario, véase Arellano (“Éticas”).
14. Claro está que la interpretación de la obra no depende de que cada espectador
ponga énfasis en la boda o en la muerte. Los argumentos de Lorca son demasiado
simplistas: una obra no se puede convertir en tragedia o comedia según el
énfasis que cada espectador ponga en ciertos componentes. Su condición
depende fundamentalmente del efecto global, si produce compasión y temor
Obras citadas
Obras ci tadas
Obras citadas
de-tiranos-y-de-hombres-en-el-teatro-de-juan-ruiz-de-alarcn-0/?_
ga=2.28483764.904968847.1503507942-652007717.1481301447.
López Pinciano, Alonso. Filosofía antigua poética. Editado por Alfredo
Carballo, vol. 3, CSIC, 1953.
Lorca, Daniel. “El dueño de las estrellas de Alarcón ¿tragedia o comedia?”.
Hacia la tragedia áurea: lecturas para un nuevo milenio, editado por
Frederick A. de Armas, Luciano García Lorenzo y Enrique García Santo-
Tomás, U de Navarra / Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 341–50.
Parr, James. “On Fate, Suicide and Free Will in Alarcón’s El dueño de las
estrellas”. Hispanic Review, vol. 42, núm. 2, 1974, pp. 199–207.
—. After its Kind. Approaches to the Comedia. Edition Reichenberger, 1991.
Petro del Barrio, Antonia. La legitimación de la violencia en la comedia
española del Siglo XVII. U de Salamanca, 2006.
Planells, Antonio. El suicidio en la literatura española del Renacimiento y del
Siglo de Oro. Tesis doctoral, Catholic U of America, 1970.
Quevedo, Francisco de. Cómo ha de ser el privado. Teatro completo, editado
por Ignacio Arellano y Celsa Carmen García Valdés, Cátedra, 2011.
—. La cuna y la sepultura. Editado por Celsa Carmen García Valdés, Cátedra,
2008.
Ribbans, Geoffrey. “Lying in the Structure of La verdad sospechosa”. Studies
in Spanish Literature of the Golden Age, presented to Edward M. Wilson,
editado por R. O. Jones, Tamesis, 1973, pp. 193–216.
— . “La verdad sospechosa: Lying and Dramatic Structure Once More”. RILCE,
vol. 26, núm. 1, 2010, pp. 139–56.
Riley, Edward C. “Alarcón’s Mentiroso in the Light of Contemporary Theory
of Character”. Hispanic Studies in Honour of I. González Llubera, editado
por Frank Pierce, Oxford UP, 1959, pp. 287–97.
Ruiz de Alarcón, Juan. El dueño de las estrellas. Editado por Ricardo
Vigueras, U Autónoma de Ciudad Juárez, 2013.
—. La amistad castigada. Obras completas, editado por Agustín Millares
Carlo, vol. 2, Fondo de Cultura Económica, 1957–68.
—. La crueldad por el honor. Editado por José Montero y María Jesús Fontela,
U Autónoma de Ciudad Juárez, 2013.
Saavedra Fajardo, Diego. Empresas políticas. Editado por Sagrario López
Poza, Cátedra, 1999.
Salles, Ricardo. Los estoicos y el problema de la libertad. Instituto de
Investigaciones Filosóficas, 2006.
Serrano Deza, Ricardo. “La verdad sospechosa y su ‘intención’ a la luz del
análisis infoasistido”. El escritor y la escena: actas del II Congreso de la
Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de
Oro (17–20 de marzo de 1993, Ciudad Juárez), U Autónoma de Ciudad
Juárez, 1994, pp. 45–59.
Vigueras Fernández, Ricardo. “El elemento oracular en El dueño de las
estrellas, de Juan Ruiz de Alarcón”. Alarconiana: Actas selectas del Primer
Coloquio Internacional Juan Ruiz de Alarcón, editado por Ysla Campbell y
Luis Carlos Salazar, U Autónoma de Ciudad Juárez, 2011, pp. 163–70.
Vives, Juan Luis. Concordia y discordia en el linaje humano (1529). Obras
completas, editado y traducido por Lorenzo Riber, vol. 2, Aguilar, 1948,
pp. 75–253.
Obras ci tadas
Walde, Lillian von der. “El parricidio en La crueldad por el honor, de Juan
Ruiz de Alarcón”. e-Humanista: Journal of Iberian Studies, vol. 32, 2016,
pp. 191–200.
Whicker, Jules. “A political enigma: Juan Ruiz de Alarcón’s El dueño de las
estrellas and its relation to reformist politics under the Olivares régime”.
Culture and Society in Habsburg Spain, editado por Nigel Griffin, Clive
Griffin, Eric Southworth y Colin Thompson, Tamesis, 2001, pp. 121–36.
—. The Plays of Juan Ruiz de Alarcón. Tamesis, 2003.
Zurita, Jerónimo. Anales de la Corona de Aragón, tomo primero. Lorenzo de
Robles, 1610.