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PERSONAJES FEMENINOS HUMANOS

EN EL POEMA ÉPICO “LA ILÍADA”

Realizando una simple observación de los personajes que componen


“La Ilíada”, podemos mencionar sólo unas pocas mujeres que
intervienen en el desarrollo del poema. Una de las posibles
explicaciones es otorgada por el escritor Claude Mosse quien, en su
libro “La mujer en la Grecia Clásica”, describe al texto homérico como
un relato de combates donde “muy raras veces se menciona la
<<vida normal>>, la de tiempo de paz”.
Sin embargo, es en aquellas raras ocasiones donde el papel
interpretado por una mujer posee una enorme significancia en la
trama.
Mosse, a su vez, efectúa un análisis conciso del rol de la mujer en
dicha comunidad. De acuerdo a sus interpretaciones, se pueden
establecer dos grupos socialmente diferenciados: de un lado, las
mujeres o hijas de los héroes y del otro, las sirvientas. El escritor
coloca en un ámbito apartado a las mujeres cautivas, dado que su
situación es más bien ambigua: son generalmente de origen real,
pero han sido convertidas en parte del botín de guerra perteneciente
a los enemigos de sus esposos y padres. Por otra parte, no existe
ninguna mención de las mujeres del pueblo.
Refiriéndose específicamente al primer grupo, Mosse indica la “triple
función” que estas mujeres debían cumplir: eran esposas, reinas y
señoras de la casa.
El autor explica la naturaleza del matrimonio en una sociedad
prejurídica como la de Homero: si bien un hombre tenía una esposa
legítima (el padre de la joven elige al futuro yerno conforme a
diversas razones e incluso, debe decidir si entrega su hija con una
dote), era considerado absolutamente natural que poseyera
concubinas, sirvientas o cautivas en el mismo hogar, junto a sus
respectivos hijos. En ciertos casos, se puede vislumbrar un afecto
más pronunciado entre la pareja legítima, por ejemplo, Héctor y
Andrómaca u Odiseo y Penélope.
Otro aspecto importante a considerar es el poder adjudicado a la
esposa por su alianza con el marido. Claude Mosse afirma que los
reyes de la Ilíada y la Odisea poseían un poder “de naturaleza
esencialmente religiosa simbolizada por el cetro”. La mujer del rey,
en cierta manera, participaba de dicho poderío.
El último rasgo que identifica este conjunto de mujeres, ser señora de
la casa, implica además de la organización de las tareas domésticas
(hilar la lana, tejer telas, dirigir a las esclavas, atender a los
huéspedes, etc), el velar por los bienes de la familia.
En el poema épico “La Ilíada”, hallamos cuatro mujeres particulares
que interactúan con los personajes más destacados del argumento:
Helena, Andrómaca, Hécuba y Briseida.

Helena es, seguramente, la argiva más reconocida de todos los


tiempos. La escritora Linda Lee Claver, autora del libro “Helen: The
evolution from divine to heroic in Greek epic tradition”, la define
como la CAUSA DE LA GUERRA.
A pesar de las numerosas versiones, se considera a Helena como hija
del Dios Supremo Zeus. Está casada con Menelao, rey de Esparta y
hermano de Agamenón, rey de Micenas.
Helena tuvo la oportunidad de escoger con quién se casaría:
Tindáreo, su padre humano, hizo prometer a todos pretendientes que
responderían – en caso de algún inconveniente – al llamado del
esposo de su hija.
Según lo estipulan diversos textos, la tragedia comienza en el
momento en que Éride (la Discordia) lanza una manzana de oro en
medio de los invitados en la boda de Tetis y Peleo (padres de Aquiles)
para ser otorgada a la diosa más hermosa entre Atenea, Hera y
Afrodita. Dado que ningún dios osaba a determinarlo, Zeus instruye a
Hermes para que acompañe a las divinidades hacia el monte Ida, en
orden de que Paris fallase el pleito. Hera le prometió el imperio de
toda Asia; Atenea, la prudencia y la victoria en todos los combates y
Afrodita, el amor de Helena. Por consiguiente, Paris escoge a Afrodita,
quien induce pensamientos amorosos en la mujer y ambos huyen de
Esparta, con tesoros del rey.
Ante semejante humillación, Menelao convoca a todos los reyes que
habían pretendido a Helena y, con Agamenón como comandante,
parte el ejército aqueo a Troya para buscar a Helena.
Príamo, rey de Troya, junto con su hijo más preciado, Héctor, reciben
amablemente a Helena, en contraste con la resignación expresada
por la población teucra.
La primera ocasión en que vemos a Helena en “La Ilíada”, se
encuentra en el canto III. La diosa Iris halla a Helena tejiendo un telar
en donde se aparenta relatar los combates entre aqueos y teucros.
Claver especifica que aquí existe una referencia directa a la escena
que pronto se llevaría a cabo en el campo de batalla: el combate
entre Menelao y Paris. Más aún, si bien la reina no es una adivina, en
reiterados momentos actúa como tal.
En cuanto Helena arriba a la muralla, los ancianos de la ciudad
murmuran por lo bajo los graves daños que ha provocado, ensalzando
su belleza divina y su propio deseo que retornase a su lugar de
origen. La autora remarca este pasaje como el único en todo el
poema donde se haga una referencia explícita a su cuerpo.
Príamo la tranquiliza, haciéndole notar que no la consideraba culpable
de lo sucedido (los responsables eran los dioses) y le pide que
identifique a ciertos personajes argivos. Helena pasa a detallar un
mini-catálogo de guerreros, en donde curiosamente no se menciona a
Aquiles ni a Menelao. Linda Lee Claver considera que esto se debe a
que, en su momento, Aquiles era demasiado joven para pedir la mano
de Helena y Menelao no se encontraba cuando ella lo escoge: fue su
hermano Agamenón (el primero que describe).
Este episodio de la Teichoscopía, es sumamente llamativo dado que
pertenece a un cierto número de eventos al comienzo del poema que
no parecen concordar cronológicamente. Las impresiones de algunos
especialistas apuntan a que Homero coloca estos hechos
intencionalmente, para que el lector se familiarice con la temática y
no se vea abruptamente encasillado en los pocos días del último año
de la guerra que abarca “La Ilíada”.
Luego de que Afrodita salve a Paris en la lucha, la diosa se transforma
en una anciana y la incita a Helena ir hacia él. La reina, quien la
reconoce, se rehúsa fuertemente, a lo que la deidad responde con
una consistente amenaza. Helena acepta sumisamente en
encontrarse con Alejandro. Cuando lo encuentra en su lecho
descansando, Helena lo injuria duramente, expresando su anhelo de
que hubiese muerto a manos de Menelao, pero le ruega que no
vuelva a luchar con él. Paris hace caso omiso a tales acusaciones y le
pide que se unan en amor.
Esta escena es reconocida como una alegoría a la intensidad del
amor: por más que Helena no quería volver con Alejandro, lo hace por
indicación de Afrodita. A su vez, es una ejemplificación de la afinidad
que tanto la diosa como la reina sienten mutuamente.
El canto VI es donde encontramos nuevamente a Helena instruyendo
a las esclavas, mientras observa a Paris admirando su armadura. Al
ver la terrible reprimenda de su cuñado a Alejandro, se lamenta de su
situación, insultándose a sí misma, deseando tener un esposo con la
valentía de Héctor, reconociendo el material poetizable de los eventos
transcurridos, y ofrece una silla al Priámida, ya que considera que su
cansancio es producto de los males que ella ha causado.
Helena es quien se autocensura: ningún otro personaje le dirigirá
insultos con tanta violencia como ella se los inflige. Claver aduce,
entre otras razones, que la calificación de “perra” que Helena misma
se realiza, está intrínsecamente relacionada con la idea que el “perro”
representa a los héroes – los guerreros temen profundamente no
recibir los funerales correspondientes y ser lanzados como presa de
dichos animales-.
La última ocasión en que presenciamos a Helena es al final del canto
XXIV. En verdad, podemos observar que su personaje obtiene el lugar
del discurso más extenso previo a la finalización del poema. En su
lamento, Helena continúa criticándose y apenándose por la pérdida
del único que la defendía dentro de los muros de Troya. Es importante
puntualizar que, luego de pronunciar estas palabras, toda la ciudad
prorrumpe en llantos.
Según algunos intelectuales, Homero se esconde detrás del personaje
de Helena. Ciertamente, es interesante el hecho de que reconozca
que todos los eventos transcurridos serán inmortalizados por los
poetas en años venideros e incluso, el telar que hilvanaba en el canto
III refleja aquello que el autor narrará posteriormente.

El personaje de Andrómaca es introducido en los cantos VI, XXII y


XXIV. Se la identifica como la mujer que mejor representa el concepto
de esposa en un contexto bélico.
En el primer canto mencionado, Héctor la encuentra en las Puertas
Esceas junto con el hijo de ambos, Escamandrio. Andrómaca le
plantea sus de prontamente transformarse en viuda y le pide que se
apiade tanto de ella como de su hijo, instándole a permanecer dentro
de la ciudad.
Este episodio es de suma importancia en la trama, ya que no sólo
representa un paréntesis del horror que implica la guerra, sino
también la hermosa imagen de una familia unida como raramente se
podía observar en dicha sociedad.
En el canto XXII, Andrómaca llora intensamente por la muerte de su
marido y la suerte de su hijo.
Finalmente, efectúa su última aparición en el canto XXIV, cuando al
ver el cadáver de su marido, vaticina su propio destino y el de
Escamandrio. Por medio de su discurso, provoca el llanto de todas las
mujeres.

Hécuba es esposa legítima de Príamo y madre de Héctor. Realiza su


primera aparición en el canto VI, cuando Héctor le pide que se dirija al
templo de Atenea junto con las matronas y efectúe los debidos
sacrificios para que la deidad se apiade de los troyanos. Ante tal
petición, Hécuba accede.
Según Claude Mosse, aquí observamos un excelente ejemplo de cómo
el poder religioso del rey puede ser traspasado y utilizado por la
reina.
Luego, presenciamos a este personaje en el canto XXII rogando a su
hijo que retorne a la ciudadela ya que, si luchaba contra Aquiles,
perdería su vida y no se le podrían efectuar los correspondientes
funerales.
En el canto XXIV, se la muestra intentando convencer a Príamo de no
ir hacia las tiendas aqueas para reclamar el cuerpo de Héctor ya que
sería asesinado por Aquiles, a quien desearía morderle el hígado.
Príamo no presta atención a sus ruegos y le ordena que traiga una
copa de vino en orden de poder libarla a Zeus y Hécuba obedece.
Al finalizar el canto, pronuncia el discurso más sobrio de todas las que
hablan, destacando la protección que Héctor había recibido de los
dioses, en particular de Apolo.

Briseida es la esclava que Aquiles obtiene como recompensa cuando


los argivos saquean Tebas y que éste pierde en su contienda con
Agamenón. Ella es la causa por la cual el Pelida se retira de la batalla:
en numerosas ocasiones, el guerrero menciona que tenía la intención
de hacerla su esposa legítima.
Sólo habla en una ocasión, cuando observa el cadáver de Patroclo.
Briseida lamenta profundamente su muerte, ya que era quien la
consolaba y le aseguraba que sería la esposa de Aquiles. Homero
escribe entonces que ella llora, no por Patroclo, sino por sus propios
males. Evidentemente, en adición a su llanto por la pérdida de
Patroclo, Briseida llora por su destino y su propia condición mortal.

Por María Victoria Gomez Vila


FINAL DE MATERIA “CULTURA CLÁSICA”
LICENCIATURA EN FILOSOFÍA
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL SUR
BAHIA BLANCA, ARGENTINA
13/08/07

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