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Alumno: Matías Fuentes Vásquez

Cátedra: Estudios Globales III


Profesor: Juan Carlos Medel
Ayudante: Tomás Fábrega

El Holocausto judío: Una moderna política


antimoderna
La racionalización de las pasiones
Sin duda, la modernidad ha cumplido un rol clave en el devenir histórico de al menos
los últimos doscientos años, puesto que ha sido el eje organizador de las ideas, sentidos
y formas con las que los seres humanos nos hemos aproximado a la realidad social. En
otras palabras, las formas de concepción, desarrollo y relación de la(s) sociedad(es) se
ordenaron en torno a las ideas de este paradigma. De esta forma, la Ilustración y las
narrativas liberales erigían promesas que aseguraban que, mediante el empleo de la
razón humana, se lograría el progreso, la soberanía de los pueblos y, en sumatoria, de la
humanidad. Ahora bien, una breve mirada a la historia de los últimos dos siglos, pero
sobre todo a lo relativo al siglo XX, evidencia que estas promesas no llegaron a
cumplirse en su totalidad, y que, incluso, se produjeron fenómenos que parecen ser
retrocesos a lo propuesto por los valores modernos. El Holocausto judío, o Shoah (La
Catástrofe) como se le ha denominado en hebreo, es el ejemplo más claro de lo anterior.
¿Cómo se explica que, en pleno siglo XX, cuando las ideas y promesas modernas
parecían estar mayormente consolidadas, se realizara un genocidio que le costó la vida a
alrededor de seis millones de judíos –entre otras víctimas más–? Esta es la paradoja que
motiva el desarrollo del ensayo.
Antes de aproximarnos a una respuesta clara a la interrogante planteada, es
necesario recordar que, como bien plantea Arno Mayer, el advenimiento de la
modernidad estuvo acompañado de una persistencia del Antiguo Régimen, el cual se
encontraba presente en la “esencia misma de las sociedades civiles y políticas presentes
en Europa”1, lo que supone la convergencia –y confrontación– entre elementos
«modernos» y «premodernos». Al considerar la prevalencia de estos últimos la
existencia de un genocidio adquiere plausibilidad, sin embargo, no es suficiente para
entenderlo, pues fue un fenómeno sin precedentes. Ante esta problemática, el presente
ensayo plantea como hipótesis que el Holocausto judío fue un fenómeno antimoderno,
que logró materializarse/implementarse desde las lógicas y herramientas de la
modernidad. Con esto me refiero a un proceso de “racionalización” de las pasiones y
emociones del Antiguo Régimen, de un reaccionario anti-modernismo, con el fin de
1
Arno J. Mayer, «Introducción», en La persistencia del Antiguo Régimen: Europa hasta la Gran Guerra
(Madrid: Alianza Editorial, 1981), 16.
crear un proyecto que mantenga el orden social, político y económico preestablecido –y,
en el “mejor de los casos” redibujarlo a su interés–. En este sentido, la raza mantiene un
rol organizador en las estructuras globales que se buscan (re)instaurar, pues, lo que hace
moderno al genocidio es que un proceso de «destrucción creativa» que, a partir de
fundamentos raciales, y con políticas de control modernas, busca redibujar la
organización de la(s) sociedad(es).
Como punto de partida, hay que mencionar que una de las múltiples razones que
explican el rechazo al paradigma moderno es que, posterior a la Gran Guerra (1914-
1918), se creó un panorama político (crisis del liberalismo y capitalismo) que afectó,
culturalmente, las visiones optimistas del progreso venidero de parte importante de la
sociedad2, es decir, se reposicionaron las disposiciones morales que guiarían los nuevos
procesos históricos –sobre todo en los denominados países “vencidos”, entre ellos
Alemania. Esta animadversión a los valores modernos, influenciada por la añoranza de
los tiempos premodernos –representada en la idea del Tercer Reich–, introdujo la idea
de reestructurar la sociedad, pero no tenía los fundamentos ni legitimidad para hacerlo.
Ello fue solucionado con el sujeto que sería protagonista/víctima en el proceso de
destrucción creativa ya mencionado: El/la judío/a.
La pregunta que debemos realizar es: ¿Por qué este y no otro? Si bien los judíos
son un grupo que a lo largo de la historia ha sido considerado como una otredad para la
sociedad europea –un eterno, ubicuo y particular extranjero– capaz de despertar
heterofobia y antagonismos (condensado en el antisemitismo), esto no bastaba para
otorgarles la responsabilidad de los males. Como bien plantea Zygmunt Bauman, para
que el Holocausto fuera posible, el antisemitismo requería amalgamarse con otros
factores de carácter distinto3; la modernidad otorgó el marco para la racionalización de
las pasiones que históricamente movilizaron la antipatía a los judíos. Su figura fue
conceptualizada («judío conceptual») y nutrida de una serie de construcciones históricas
y sociales que buscaban legitimar la necesidad de erradicación. Una de ellas era ser el
alter ego de la Iglesia cristiana, la cual era una de las bases del Antiguo Régimen. Al
posicionarlo en un rol antagónico no sólo se le devolvía poder a la Iglesia, sino que
también transmitía el mensaje de transgredir los límites establecidos, es decir, que “la
alternativa a este orden de aquí y de ahora no es otro orden distinto, sino el caos y la

2
Robert Paxton, «La creación de movimientos fascistas», en Anatomía del Fascismo (Barcelona:
Península, 2005), 39-40.
3
Zygmunt Bauman, Modernidad y Holocausto (Zaragoza: Titivillus, 1989), 44.
devastación”4. Se defienden los elementos de los viejos límites a partir de la
construcción unos nuevos y alrededor de nuevas identidades5.
Desde otro punto de vista, si la modernidad conllevó la destrucción de un orden,
seguridad y certidumbres, los judíos fueron representados como una parte esencial de
este proceso. Por un lado, el ascenso de la industrialización y el poder económico
estuvieron liderados en gran parte de Europa por judíos, quienes, además de ver
aumentada la estigmatización de su trabajo y el aumento en las acusaciones de usureros,
fueron vinculados en un supuesto de afinidad electiva, según el concepto weberiano, o
bien, parentesco espiritual6. Con esto, el reaccionario anticapitalismo adquirió un
sentido antisemita; se pensaba que la destrucción del capitalismo requería la destrucción
del judío. Por otro lado, el liberalismo político fue de interés para los judíos gracias al
concepto de ciudadanía7, puesto que les permitía la autonomía política al consignar la
igualdad legal sin importar diferencias raciales. Como se puede esperar, esta idea
generaba rechazo en gran parte de las elites, quienes veían cómo las jerarquías sociales
y, por ende, su poder se diluía. Ante ello, se debió “construir laboriosamente esta nueva
naturalidad y basarla en una nueva autoridad diferente de la evidencia de las
impresiones sensoriales”8.
Ante la impronta secular, los relatos con fundamentos religiosos perdieron
legitimidad, de modo que se apeló a las herramientas científicas de la modernidad; se
apeló a la raza. Se arguyó que, más allá de los factores religiosos-culturales, es decir,
del judaísmo, existía una «judeidad», la cual era “más fuerte que la voluntad y el
potencial creativo humano”9 –se trata de narrativas cercanas al darwinismo social.
Como bien plantea Bauman, esto tiene un fundamento racista en que, sin importar otros
factores, el judío «es» antes de su «hacer»; hay un esencialismo y una condena
“natural”. En definitiva, su figura es transformada en un homo sacer, aquel sujeto
maldito que “puede recibir la muerte de manos de cualquiera sin que esto le suponga a
su autor la macula del sacrilegio” 10. Evidentemente, para evitar que el tratamiento de
este sujeto sea visto como un sacrificio/asesinato, la conceptualización detrás de su
figura, así como también la utilidad de su tratamiento, es de suma importancia;

4
Bauman, Zygmunt. Modernidad y Holocausto, 50.
5
Bauman, Zygmunt. Modernidad y Holocausto, 50.
6
Bauman, Zygmunt. Modernidad y Holocausto, 57.
7
Bauman, Zygmunt. Modernidad y Holocausto, 60.
8
Bauman, Zygmunt. Modernidad y Holocausto, 67.
9
Bauman, Zygmunt. Modernidad y Holocausto, 69.
10
Giorgio Agamben, Homo Sacer. Poder soberano y nuda vida (Valencia: Pre-textos, 1998), 96.
racionalizar los cuerpos y el orden de las estructuras sociales tiene un rol clave para que,
en este caso, la «Solución Final» efectivamente parezca la solución a un problema.
Esta conceptualización del judío motivaba y “legitimaba” una acción en su
contra, más cuando – sobre todo Hitler– se entendía que su condición extraterritorial y
la ausencia de un Estado garante lo hacían peligroso por ser capaz de utilizar métodos
subrepticios para alcanzar el poder y, en consecuencia, socavar el proyecto del Tercer
Reich. Una de las herramientas con las que los antimodernistas buscaron reordenar las
sociedades fue con el Estado moderno, el cual presenta un carácter de “jardinero”, es
decir, que es capaz de diseñar y establecer límites, en este caso, sobre la humanidad que
rige; el Estado moderno para la destrucción creativa del anti-modernismo. La
«racionalización» de las pasiones reaccionarias y, en consecuencia, según lo expuesto,
del antisemitismo se reflejó en la burocracia moderna, la cual permitió el tratamiento de
aquel judío conceptual. Particularmente, las dimensiones de la tarea de exterminio
requirieron de “enormes recursos, medios para movilizar y planificar su distribución,
habilidad para dividir la tarea en un gran número de tareas parciales y funciones
especializadas y capacidad para coordinar su ejecución”11. Todo esto es realizado desde
lógicas impersonales, de responsabilidades delegadas y obediencias a las autoridades.
Bajo este modus operandi, el genocidio adquiere una imagen modernizada que, se
espera, refleje una imagen del proceso con el que los nazis, a través del Holocausto,
buscaban alcanzar sus estándares –raciales/coloniales – de progreso.
Toda esta implementación de un anti-modernismo desde la modernidad
transformó radicalmente la política en espacio de la nuda vida (es decir, en un campo de
concentración), la cual “ha legitimado y hecho necesario el dominio total” 12. En este
contexto, y al alero de los fundamentos raciales expuestos, el Estado de excepción, la
suspensión de la ley, fue llevado a una lógica más profunda a través de la biopolítica 13,
puesto que se ejerce el poder directamente a los cuerpos a través del encierro, el trabajo
y la tortura.
Sin duda, la tecno-política y la biopolítica son herramientas propias de la
modernidad al servicio del anti-modernismo nazi. El campo de concentración logra el
cometido de romper con la “continuidad entre hombre y ciudadano, entre nacimiento y
nacionalidad, ponen en crisis la ficción originaria de la soberanía moderna” 14; rompe la
11
Bauman, Zygmunt. Modernidad y Holocausto, 84.
12
Agamben, Giorgio. Homo Sacer. Poder soberano y nuda vida, 153.
13
Agamben, Giorgio. Homo Sacer. Poder soberano y nuda vida, 177-180.
14
Agamben, Giorgio. Homo Sacer. Poder soberano y nuda vida, 167.
promesa moderna desde la modernidad. La implementación de este tipo de política es, a
su vez, el intento de (re)implementar el orden racial/colonial a través de la
deshumanización del otro judío, de la generación de una diferenciación entre
ciudadanos y “cuerpos que no importan”. El genocidio es una racionalización moderna
que, utilizando herramientas modernas buscan “separar y asilar los elementos útiles
destinados a vivir y desarrollarse de los nocivos y dañinos, a los que hay que
exterminar”15; el racismo como una política aplicada desde el Estado y la ciencia. Un
ejemplo de lo aquí relatado es el intento de transformar la eutanasia en un concepto
jurídico-político16 con el fin de favorecer la creación de la raza aria para el Tercer Reich.
La lógica de destruir y crear se encuentra presente en la transversalidad del proceso.
En definitiva, y según lo que hemos mencionado hasta el momento, el campo de
concentración no es posible sin la modernidad, puesto que, como ya hemos
mencionado, el motor del Holocausto es la racionalización de las pasiones
antimodernas, lo que se refleja en que:
“cuando el estado de excepción es «querido», inaugura un nuevo paradigma
jurídico-político, en el que la norma se hace indiscernible de la excepción. El
campo es, así pues, la estructura en que el estado de excepción, sobre la
decisión de implantar el cual se funda el poder soberano, se realiza
normalmente”17.
Se buscan crear nuevos límites a partir de las herramientas y narrativas modernas, pero
sin olvidar que aquel poder que se (re)constituye es esencialmente colonial y racial.
A fin de trayecto, es posible mencionar que la figura del judío fue homologada al
fenómeno de la modernización, puesto que esta conllevo, por un lado, un avance en
materia de derechos para este grupo, y, por otro lado, una pérdida de las jerarquías
sociales que sostenían el orden del Antiguo Régimen. De forma reaccionaria, y con el
fin de legitimar una acción en contra de la modernidad y, en consecuencia, de los judíos,
se crea una conceptualización de su figura a partir de las narrativas modernas. Aquellas
pasiones, ya sea la añoranza del pasado premoderno y/o el histórico antisemitismo, son
racionalizados para ser integrados a una nueva forma de hacer política en que el judío es
una otredad antagónica, un problema que debe ser solucionado para la salvación de
certidumbre, el orden y la seguridad. Esta política consiste en crear situaciones de
excepcionalidad, en que la ley pueda ser suspendida e, incluso, yendo más allá, tomando
15
Bauman, Zygmunt. Modernidad y Holocausto, 79.
16
Agamben, Giorgio. Homo Sacer. Poder soberano y nuda vida, 180.
17
Agamben, Giorgio. Homo Sacer. Poder soberano y nuda vida, 216.
control sobre los cuerpos estereotipados. El homo sacer, como producto de lo anterior,
es por excelencia la categoría que permitió el Holocausto.
El campo de concentración es la materialización de lo anterior. No sólo es un
espacio de encierro y exclusión, ya que, según lo expuesto en este ensayo, la amalgama
entre racismo-modernidad y genocidio –cuyos elementos laten en el campo de
concentración – representan un fenómeno destrucción creativa en que la modernidad es
destruida desde dentro por la anti-modernidad. En ningún caso esto se puede encajar en
uno de los dos paradigmas, puesto que se trata de un fenómeno con ideologías y
caminos particulares.

Referencias:
 Agamben, Giorgio. Homo Sacer. Poder soberano y nuda vida. Valencia: Pre-textos,
1998.
 Bauman, Zygmunt. Modernidad y Holocausto. Zaragoza: Titivillus, 1989.
 Mayer, Arno. «Introducción». En La persistencia del Antiguo Régimen: Europa hasta
la Gran Guerra. Madrid: Alianza Editorial, 1981.
 Paxton, Robert. «La creación de movimientos fascistas». En Anatomía del Fascismo.
Barcelona: Península, 2005).

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