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Informe innecesario sobre escritores que no dicen

Cuando uno habla de la cofradía del arte literario, habla en sí de la


trasmisión; de empapar con sensación o mensaje; de la comunicación lacerante
de algún ente. Y éste tiene un lenguaje. Tiene un tono. Un pueblo y una tierra
pegada en la suela de su mocasín que le dicta las formas a través de las venas.
¿Con qué voz, con qué alma y en qué tonalidad sostendrá las acciones? El
escriba antes mencionado puede optar por aportar alma o diccionario. Incluso el
habla de cualquier académico está ligada al barro si no es embadurnada de
falsedad o mímica. Dígame usted si una aguafuerte porteña no se dirá masticando
el porteñaje. Si Roberto Arlt no hizo más que dialogar con las personas que eran
testigos y compinches de su día a día. ¿Habría alguna forma de hablar de un
bizco enamorado de una mina si no es enmarañándolo bajo las rubricas de “un
robusto bizco, con lentes de armadura de carey y una moza rubiona, cara de
pseudoestrella cinematográfica”? ¿Existe alguna otra manera de leer
porteñamente los ojos que no sea bajo el lema adjudicado a la rubiona de “me
gustan todos, todos, menos el que llevo al lado”? Es que la verdad es que si no se
dice así, de esa manera; con esta intensidad de allegamiento: que no se diga.
Porque si no se dice como se habla, como se entona en los labios del pueblo, uno
se embarca en uno de tres botes: el del “fiacún”, el de “squenun” o el de “tirarse a
muerto”. Y pobre de cualquiera que como escritor o comunicador se vista con
algunos de esos tres trajes. Por si alguno anda en los laureles, papando moscas o
está en cualquiera, se la hago corta y adelanto que las tres adjudicaciones son a
labores no congeniadas en base a determinación personal del individuo (para el
caso, el comunicador o escriba), pero; cada una de las tres está fecundada por
razones diferentes. En boca del mismo Arlt: el “fiacún” o “fiaca” se niega a tal
implementación de forma instintiva y por circunstancia momentánea de pereza; el
“squenun” tiene asociación directa con la vagancia, “se aplica a los poltrones
mayores de edad, pero sin tendencia a ser compadritos, es decir, tiene su exacta
aplicación cuando se refiere a un filósofo de azotea, a uno de esos perdularios
grandotes, estoicos”; éste no quiere siquiera buscar la intención de ejercer un
aprendizaje que lo lleve al hecho del buen comunicador, no está en él hacerlo.
Mientras que el “tirarse a muerto” es ese que premeditada y concienzudamente
determina no ser franco y directo, “hace como que”, es el “hipócrita del dolce far
niente”, el que hace que el resto lo haga por él; “no se tira a muerto el que quiere,
sino el que puede, lo cual es muy distinto”. Teniendo los dotes, no lo hace. “Lo
veréis frente a la máquina de escribir, grave el gesto, taciturna la expresión,
borrascosa la frente. Parece un genio, el que le mira se dice:

-¡Qué cosas formidables debe pensar ese hombre! ¡Qué trabajo


importantísimo debe de estar realizando!”

Y no, le está dando todo para que usted haga. Para que el lector mismo
cometa el grotesco esfuerzo de sentirse identificado. Todo por la sofisticación
pomposa de un ególatra que no escribe para el otro, sino para su distinción sobre
el otro. Con la enciclopedia bajo el brazo y no el diario, un libro o la carta de un
lector para contestarle sobre la forma de vivir que lo hará feliz. Muy lejos de eso.

Y no haga de esto una declaración de guerra ni nada parecido. A los


académicos les digo. Porque como verá, ni siquiera está escrito para ustedes.
Sino rebuscaría innecesariamente cada palabra, decoraría cada oración como
esmerilado de puñal mortífero; pero no, hablo como si hablara de un bizco
enamorado, como si le hablara a él mismo, tan enamorado, tan bizco y no
sabiendo que ambas cosas no son compatibles; que todos lo miran, incluso Arlt, y
dicen por lo bajo “te adornará la frente, querido bizco”.

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