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Centroamérica vive desde hace décadas una época de muchas tensiones sociales,
económicas y políticas que se reflejan en sus procesos migratorios. Los países que
componen la región (Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras,
Nicaragua y Panamá), alcanzan en la actualidad una población de 47,8 millones de
personas y se espera que esa población continúe creciendo hasta alcanzar un
máximo de 72 millones de habitantes en 2075 (Naciones Unidas, 2017), con un
crecimiento muy superior al promedio de América Latina y el Caribe.
¿Quiénes migran?
De acuerdo con cifras oficiales de la Oficina de Aduanas y Frontera Sur de Estados
Unidos, en 2021, aproximadamente el 44 % de las personas provenientes de
Guatemala, El Salvador y Honduras eran adultos en busca de oportunidades, el 40
% eran familias en busca de una vida más digna, y cerca del 16 % menores sin
acompañantes (es decir, 122,000 niños, niñas y adolescentes).
Primero, encontramos que los individuos migran desde los municipios más pobres.
Segundo, encontramos que en Honduras y El Salvador la migración está
relacionada con eventos de deslizamientos y sequías, mientras que, en Guatemala,
con riesgo climático en general. En tercer lugar, resultados preliminares sobre
violencia son menos concluyentes. Aunque en Honduras las extorsiones están
asociadas a una mayor probabilidad de migrar, estos resultados son todavía
inconclusos.
Van desde la insuficiente capacidad productiva de los países emisores, los efectos
del cambio climático sobre extensos territorios, hasta la violencia y la inseguridad
tan tristemente destacada en los medios.
Si bien no existe aún información para evaluar el impacto de la crisis sanitaria sobre
las tendencias de la migración desde el norte de Centroamérica, es de presumir que
ha sido profunda. No se trata solo del cierre de fronteras y la inmovilización de los
proyectos migratorios y de retorno espontáneo, sino de la catástrofe sanitaria, social
y económica que seguramente ha afectado a los inmigrantes y a sus familias en el
origen.
En los tres casos la incidencia de las remesas verifica una tendencia al alza respecto
de años anteriores. Los altos índices de pobreza y vulnerabilidad de estos países
demuestran que la mayor importancia relativa de las remesas no trae consigo un
gran alivio a esas situaciones, ya que en Centroamérica existen profundas
limitaciones estructurales, caracterizadas por una débil e insuficiente base
económico-productiva. A su vez, esa situación es la que hace que algunos de estos
países sean extremadamente dependientes del flujo continuo y recurrente de
remesas.
A esto se suma una limitada capacidad para transformar su base económica que
permita impulsar un proceso sostenido y sustentable de desarrollo social y de
transformación productiva.
En segundo lugar, estudios recientes del Banco Mundial a nivel global reflejan los
beneficios sociales y económicos de la llegada de migrantes y refugiados,
especialmente cuando disfrutan de facilidades para trabajar, libertad de movimiento
y el acceso a servicios básicos esenciales en las comunidades de acogida. Por
esto, comprender y estudiar cuidadosamente las condiciones en las que las
comunidades de origen, tránsito, destino y retorno consiguen integrar a las personas
migrantes es fundamental para diseñar programas efectivos y mutuamente
beneficiosos a lo largo de todo el espectro migratorio.
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