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by
henry steel olcott
PRESIDENT-FUNDADER OF THE SOCIETY
“…Nothing extenuate,
Nor set down aught in malice”
LONDON
THE THEOSOPHICAL PUBLISHING SOCIETY
1900
los fundadores de la sociedad teosófica
hojas de un
viejo diario
la única historia auténtica de
la sociedad teosófica
ARGENTINA
EDITORIAL TEOSÓFICA EN ESPAÑOL
2022
Título original en inglés: Old Diary Leaves
Traducción y revisión realizada por Miembros de la Sociedad
Teosófica en Argentina.
Diseño de Tapa: Erica Kupersmit
Catalogación:
Hojas de un viejo diario / Henry Steel Olcott - 1a ed. - San
Lorenzo: Sociedad Teosófica en Argentina, 2022
ISBN 978-987-4955-09-8
2022
Prefacio
E
L Diario que me ha servido para escribir la siguiente serie
de capítulos, fue comenzado en enero de 1878, tres años
después de la formación de la Sociedad Teosófica en Nueva
York —por Mme. Blavatsky, por mí y varios otros— y, desde
entonces, hemos llevado este diario con regularidad. He publicado
con el título: “Hojas de un viejo diario: la verdadera historia de
la Sociedad Teosófica”, un primer volumen con ilustraciones que
fue publicado en 1895 por los Sres. G. P. Putnam & Sons (Londres
y Nueva York) el cual tuvo una amplia difusión. Aquel primer
volumen describe el período que transcurrió entre mi encuentro
con mi gran colega, en 1874, y nuestra partida de Nueva York para
Bombay en diciembre de 1878. Reanudo el hilo de mi relato desde
ese momento, y llegaré hasta la primavera de 1883; incluiré así los
acontecimientos nuevos e interesantes que acompañaron el estable-
cimiento de nuestro movimiento en India y en Ceilán*, los cuales
fueron seguidos de tan importantes resultados. No he omitido nada
que tuviese algún valor, y no he cambiado nada en los documentos.
Me siento orgulloso al poder decir que, aunque esas memorias han
sido publicadas mensualmente en The Theosophist desde marzo de
1892, y leídas por centenares de lectores, testigos oculares de los
acontecimientos relatados, nadie ha objetado nada a mi sinceridad,
y no se me ha indicado más que una ligera inexactitud. El creci-
miento de la Sociedad ha sido tan constante en los últimos cuatro
años como lo había sido hasta el momento de la publicación del
primer volumen de estas memorias, la cifra de Cartas Constitutivas
otorgadas a nuevas Ramas fue de 148, y el total, desde el comienzo
hasta el cierre del último año (1898), 592, en comparación con las
394 hasta el cierre del año 1894. Estas Ramas están ahora agru-
padas en ocho secciones administrativas, cuyas oficinas centrales
Adyar, 1899
c o n te n i d o
I. Prefacio.......................................................................i
II. El viaje.......................................................................1
III. Instalación en Bombay............................................11
IV. Colocación de los cimientos.....................................19
V. Muchos milagros......................................................29
VI. Viaje al norte de India..............................................41
VII. Paseos por el Norte .................................................51
VIII. Comienzan a llegar los futuros trabajadores...........63
IX. Visitas a Allahabad y Benarés................................73
X. Fenómenos y pandits...............................................85
XI. Primer gira por Ceilán..............................................97
XII. Entusiasmo popular...............................................109
XIII. Fin de la gira..........................................................123
XIV. Una pequeña explosión doméstica.........................135
XV. El swami Dyánand Sarasvati habla sobre yoga...141
XVI. Simla y los coerulianos..........................................149
XVII. Los incidentes de Simla.........................................157
XVIII. Hermosas escenas.................................................165
XIX. Benarés la santa...................................................173
XX. El amo de los djinns..............................................181
XXI. Explicación del budismo cingalés..........................189
XXII. Creación de un fondo budista en Ceilán................199
c o n te n i d o
i lu s trac i o n e s
I. Alfred P. Sinnett...............................................................28
II. The Theosophist, revista mensual fundada en 1879.....50
III. Interior de la Biblioteca de Adyar....................................72
IV. Sala de conferencias en Adyar.......................................84
V. Árboles banianos, Adyar...............................................156
VI. Sección occidental de la Biblioteca de Adyar................214
VII. Jardín de rosas y bungaló oriental, Adyar...................238
VIII. Avenida de palmeras de cocos en Adyar......................250
IX. Jardín de flores en la Sede Central en Adyar...............273
CAPÍTULO I
El viaje
1878
A
UNQUE dejamos el suelo estadounidense el 17 de diciembre
(1878), quedamos en aguas de EE. UU. hasta las 12:30 p. m.
del día 19, esperando la marea ya que perdimos la del día 18
y tuvimos que anclar en Lower Bay. ¡Traten de imaginar el estado de
HPB! Tronaba contra el capitán, el piloto, el mecánico, los propie-
tarios, y hasta contra la marea. Mi Diario debe haber estado en su
maleta, porque veo que ella escribió en él:
Tiempo soberbio. Claro, azul, sin nubes [el cielo], pero endiabla-
damente frío. Ataques de frío hasta las 11. El cuerpo es difícil de
gobernar… Por fin el capitán nos hace atravesar el banco Sandy
Hook. ¡Afortunadamente no hemos encallado!… Todo el día
comiendo: a las 8, al mediodía; a las 4 y a las 7. HPB come como
tres cerdos.
Parto para India. Sólo la Providencia sabe qué porvenir nos espera.
Tal vez esos retratos sean los últimos. No olvides a tu hermana
huérfana, que ahora lo es en el absoluto sentido de la palabra.
2 H ojas de un viejo diario
* Siglas para, Society for the Propagation of the Gospel in Foreign Parts (Sociedad para
la Propagación del Evangelio en el Extranjero). Sociedad misionera de la Iglesia
Anglicana.(N. del E.)
6 H ojas de un viejo diario
F
UE una mano ardiente la que el Sûria Deva indo depositó
sobre nuestras cabezas, mientras aguardábamos en la cubierta
del Apollo Bunder. La temperatura del medio día de Bombay
a mediados de febrero es una sorpresa para los occidentales, y
tuvimos el tiempo necesario para apreciar su fuerza, antes de que
el Sr. Hurrychund llegase a socorrernos. Precisamente había ido al
barco cuando acabábamos de desembarcar y nos obligó a esperarle
así, en el muelle ardiente donde el aire vibraba de calor alrededor
de nosotros.
Además de Hurrychund y de los tres caballeros arriba mencio-
nados, no recuerdo a ningún otro que haya venido a recibirnos
en nuestro desembarco; un hecho que causó un gran descontento
entre los miembros de la Arya Samaj, que acusaron a su entonces
Presidente, Hurrychund, de que intencionadamente no les previno
de nuestra llegada para poder guiarnos él mismo.
Las calles de Bombay nos encantaron por su carácter oriental tan
marcado. Las altas casas estucadas, los, para nosotros, trajes nuevos
de la diversa población asiática, los vehículos pintorescos, la intensa
impresión producida en nuestro sentido artístico y la realidad de
encontrarnos por fin, después de tantas tempestades, en el lugar
por tanto tiempo deseado, entre nuestros queridos “Paganos”, todas
estas vívidas impresiones nos llenaban de alegría.
Antes de salir de Nueva York, escribí a Hurrychund que nos
alquilase una casita conveniente en el barrio hindú, y que nos
tuviese los criados más indispensables, con la intención de no gastar
12 H ojas de un viejo diario
era reemplazado apenas habían partido por otro grupo con igual
número de familias hindúes. Un monje jainista, negro, con la cabeza
afeitada y el cuerpo desnudo hasta la cintura, vino con un intér-
prete a presentarme numerosas preguntas sobre la religión. Nos
enviaban frutas con votos de bienvenida. En el Teatro Elphinstone, se
dio en nuestro honor una representación especial del drama hindú
“Sitaram”. Nos vimos colocados en un palco muy a la vista y todo
decorado con guirnaldas de jazmines y de rosas, se nos dio grandes
ramos y refrescos, y cuando nos levantamos para retirarnos, hubo
que escuchar un saludo, ¡que se nos leyó desde el escenario! Faltaba
bastante para que la obra concluyese, pero nuestras fuerzas habían
llegado a su límite: llegamos al teatro a las 9 p. m. y salimos de él a
las 2:45 a. m.
Mas esa noche de fiesta fue seguida al otro día por nuestra
primera copa de amargura. Después de largos esfuerzos, logramos
que el Sr. Hurrychund nos presentase sus cuentas; ¡qué desastre!
Nuestro supuestamente benévolo huésped nos presentaba una
fantástica factura por el local, el servicio, las reparaciones en la
casa, y ni siquiera olvidaba el precio del alquiler de las trescientas
sillas para la recepción y ¡hasta el gasto del telegrama que nos
envió pidiéndonos que apresurásemos nuestra partida! El golpe me
anonadó, porque por ese camino, pronto nos encontraríamos con
los bolsllos vacíos. Sin embargo, ¡todo el mundo oyó y comprendió
que éramos los invitados de aquel hombre! Hubo reclamaciones y
explicaciones, y tirando del hilo, descubrimos que la considerable
suma de más de ₹ 600 (que en aquel tiempo valían más que ahora)
que habíamos mandado por medio de él a la Arya Samaj, no había
pasado de su bolsillo. Esto produjo un bonito alboroto entre sus
colegas Samajistas. No olvidaré nunca la escena que le hizo HPB
en una reunión de la Arya Samaj, fulminándolo con su cólera y
forzándole a que prometiese una restitución. En efecto, devolvió
el dinero, pero cortamos toda relación con él. Buscamos una casa
nosotros mismos y hallamos una por la mitad del precio que él nos
había estado cobrando por la suya, pues se había constituido a sí
mismo como nuestro locador. Después de comprar el mobiliario
preciso, nos instalamos por dos años, el 7 de marzo, en una casita en
el 108 de la calle Girgaum Back. Así se desvaneció nuestra primera
ilusión del hindú progresista y patriota ferviente; por cierto, que
la lección nos dolió. Era un verdadero golpe ser de tal suerte enga-
ñados y burlados apenas llegados al Indostán, pero el amor que
por India sentíamos prevaleció sobre todas las cosas, y cesando de
quejarnos, continuamos nuestros esfuerzos. Durante este tiempo,
nuestro amigo Moolji Thackersey nos encontró un criado, el joven
Instalación en Bombay 15
* Cita del poema Eloisa y Abelardo, de Alexander Pope. (N. del E.)
18 H ojas de un viejo diario
T
ODO tiene un comienzo: incluso la íntima amistad del Sr.
Sinnet con los dos Fundadores de la Sociedad Teosófica, y la
estrecha relación que hubo entre su nombre y el nombre,
reputación y escritos de la S. T. Esto empezó por una carta fechada
el 25 de febrero de 1879 —nueve días después de nuestro desem-
barco en Bombay— en la que, como Director del Pioneer, me mani-
fiesta el deseo de conocer a HPB y a mí, en el caso de que fuésemos
al interior del país, y me dijo que estaba dispuesto a publicar lo
que pudiéramos tener de interesante que decir respecto a nuestra
misión en India. Como toda la prensa inda, el Pioneer anunció
nuestra llegada. El Sr. Sinnett decía, entre otras cosas, que habiendo
tenido la ocasión en Londres de estudiar cierto número de fenó-
menos mediúmnicos notables, él se interesaba más que otro perio-
dista cualquiera en semejantes cuestiones. Su curiosidad no había
podido ser enteramente satisfecha, ni su razón convencida, porque
las leyes de los fenómenos no eran aún bastante conocidas; también
a causa de las condiciones por lo general poco convenientes de las
experiencias, y del conjunto de afirmaciones gratuitas y de teorías
aplicadas a las inteligencias ocultas detrás de ellas. Le contesté el 27,
y aunque este número no me hubiese sido favorable más que esta
vez, señalaba el comienzo de un vínculo valioso, y de una preciada
amistad. Los serviciales ofrecimientos del Sr. Sinnett llegaban en
un momento en que eran bien necesarios; nunca he olvidado por
mi parte, y no olvidaré jamás, que la Sociedad, lo mismo que noso-
tros dos, le debemos los mayores servicios. Ni bien desembarcamos,
20 H ojas de un viejo diario
conocidos por nuestra simpatía por los asiáticos, ajenos a las ideas
de los angloíndios, nos establecimos en un bungaló retirado, en
el corazón del Local distrito de Bombay, y fuimos acogidos con
entusiasmo y reconocidos por los indos como defensores de sus
antiguas filosofías, y predicadores de su religión; no habiéndonos
presentado en la Casa de Gobierno, ni siquiera a la clase europea,
porque éstos no tenían más simpatía por el hinduismo y los indos
que por nosotros y nuestras intenciones —no podíamos en realidad
esperar un buen recibimiento de parte de aquellos de nuestro color,
ni asombrarnos si el gobierno nos miraba con ojos sospechosos.
Ningún otro director de periódicos angloíndios estaba dispuesto
a ayudarnos ni a demostrar justicia al discutir nuestros proyectos
y nuestras ideas. Sólo el Sr. Sinnett fue nuestro fiel amigo y se
reveló crítico de conciencia; pero era un aliado poderoso, puesto
que disponía del periódico más influyente de India y en mayor
grado que cualquier otro periodista, gozaba de la confianza y la
consideración de los principales funcionarios del gobierno. Más
adelante trataremos de los progresos de nuestras relaciones; que
basta aquí decir que desde ese momento se estableció una activa
correspondencia entre el Sr. y la Sra. Sinnett y nosotros, y que, en
los primeros días de diciembre del mismo año, les hicimos una
visita en Allahabad, durante la cual se produjeron varios aconteci-
mientos interesantes que serán relatados en su lugar.
Ya dije anteriormente que los parsis de Bombay se mostraron
amigos nuestros desde los primeros días, nos visitaron con sus
familias, nos invitaron a sus casas, cenaron con nosotros, e insis-
tieron conmigo para hacerme presidir una distribución de premios
en una escuela de niñas parsis. Mientras aún estaba en EE. UU.,
había hecho propuestas amistosas al Sr. K. M. Shroff, quien acababa
de completar una gira de conferencias en mi país y regresaba a
casa. Él aceptó la membresía, y en todas las ocasiones, después de
nuestra llegada a Bombay, nos prestó ayuda leal. Era un hombre
joven en ese momento, y no había sido tan influyente en su comu-
nidad como lo fue desde entonces, tenía esa capacidad innata para
el trabajo duro que es el principal factor de éxito en la vida. Uno de
los caballeros parsis más influyentes vino a vernos, era el Sr. K. R.
Cama, el Orientalista, y su célebre suegro, el Sr. Manockjee Cursetji,
el pionero y reformador, cuyas encantadoras hijas fueron recibidas
con él en la Corte de varias potencias europeas y admiradas en todas
partes. Veo en mi Diario que después de mi primera entrevista con
él —el 6 de marzo de 1879— atraje la atención del Sr. Cama sobre la
necesidad de organizar una propaganda religiosa parsi, sobre bases
Teosóficas. Y eso mismo hice siempre que estuve en contacto con
Colocación de los cimientos 21
* Es un gran abanico de ventilación compuesto por una armazón ligera forrada con
tela o con plumas que, colgado del techo, se mueve manualmente gracias a una polea.
(N. del E.)
22 H ojas de un viejo diario
sr . alfred p . sinnett
CAPÍTULO IV
Muchos milagros
1879
E
L 29 de marzo (1879), comenzó una serie de acontecimientos
extraordinarios, de los cuales Moolji Thackersey fue el prin-
cipal, si no el único testigo, excluyendo a HPB. Ese día, ella
le dijo a Moolji que buscase un coche, al que subieron los dos. No
quiso decirle a dónde quería ir, pidiéndole sólo que hiciese que el
coche se dirigiera a la derecha o a la izquierda, según sus indica-
ciones. De noche, cuando volvió, Moolji nos contó lo sucedido. Ella
había dirigido su paseo haciendo mil rodeos, hasta que se encon-
traron en un suburbio de Bombay, distante unos 12 o 16 kilómetros,
y en un bosque de coníferas. No veo su nombre en mi Diario, pero
creo que era Parel, no obstante, puedo equivocarme. En todo caso,
Moolji conocía el lugar, porque había incinerado el cadáver de su
madre cerca de allí. Los caminos y los senderos se cruzaban en dicho
bosque, pero HPB no vaciló ni un momento, e hizo dar vueltas al
coche hasta hallarse al borde del mar. Finalmente, con asombro
de Moolji, llegaron a la puerta de una propiedad particular, con
un magnífico jardín de rosas a su entrada, y un hermoso bungaló
oriental de anchos corredores, en el fondo. HPB bajó del carruaje y
dijo a Moolji que la esperase y no la siguiera si deseaba conservar
su vida. El esperó, muy intrigado, porque a pesar de haber vivido
en Bombay toda su vida, jamás había oído hablar de esa propiedad.
Llamó a uno de los jardineros que removían la tierra alrededor
de las flores, pero no pudo sacarle ni el nombre de su amo, ni el
tiempo que hacía desde que la casa se construyó, ni desde cuánto
tiempo estaba habitada, cosa bien asombrosa de parte de un indo.
30 H ojas de un viejo diario
* Los dak bungalow eran edificios del gobierno en la India Británica que propor-
cionaban alojamiento gratuito para los funcionarios del gobierno y alojamiento
“incomparablemente barato” para otros viajeros. Las estructuras a veces también
se conocen como casas de descanso o bungalós de viajeros. (N. del E.)
34 H ojas de un viejo diario
* Ella misma declara sin rodeos en p. 588 del Vol. II de “Isis”, [edición inglesa
(N. del T.)] que dicho poder de ilusionar es una de las facultades adquiridas por
todos los taumaturgos:
“El taumaturgo bien al tanto de la ciencia oculta, puede hacer parecer que él
(esto es, su cuerpo físico) desaparece, o aparentar que toma una forma cual-
quiera. Puede hacer visible su astral, y darle una apariencia proteica. En esos
dos casos, los resultados son obtenidos por una alucinación magnética de todos
los asistentes, simultáneamente impresionados. Esta alucinación es tan perfecta,
que el sujeto juraría por su vida la realidad de lo que ha visto, mientras que en
verdad no ha sido más que una imagen de su propio espíritu, producida en su
conciencia por la voluntad irresistible del magnetizador”. (Olcott)
Muchos milagros 39
Pido a Gulab Singh que telegrafíe a Olcott las órdenes dadas ayer
por mi conducto en la cueva; que sea una demostración para los
otros, tanto como para él.
* Great Indian Peninsula Railway (Gran Ferrocarril de la Península India) (N. del E.)
40 H ojas de un viejo diario
De Kurjeet a Byculla.
L
A extensión de nuestro movimiento a nuevos países, me
obligó a planificar su expansión, sobre bases internacionales,
y tuve que hacer algunos cambios en sus reglamentos. Esto se
efectuó en Bombay, y el nuevo texto, una vez que recibió la aproba-
ción de algunos de los más preparados entre nuestros colegas indos,
fue publicado con el texto de mi discurso en el Instituto Framji
Cowasji. La experiencia obligó a introducir después algunas otras
modificaciones cada tanto, y recientes acontecimientos muestran la
necesidad de corregirlos todavía. El ideal que no habría que perder
de vista es el de constituir una Federación en la cual cada Sección
disfrute de la más completa autonomía, conservando siempre muy
fuerte el sentimiento de la dependencia del movimiento entero,
de un núcleo central, y también del interés común en mantenerlo
intacto y efectivo.
El Viernes Santo —11 de abril de 1879— salimos de Bombay HPB,
Moolji Thackersey y yo, con nuestro criado Babula, para emprender
el viaje a Rajputana, ordenado en las Cuevas de Karli. La tempera-
tura, que era sofocante, y el polvo, nos hicieron sufrir mucho en
el tren. No sé si fue a causa del malestar físico que sentía, pero esa
noche fui en mi cuerpo astral a visitar al habitante de los subte-
rráneos de Karli, sin penetrar hasta su profundo retiro. Todo lo
que puedo recordar está anotado en mi Diario: entré en una larga
galería que salía a la cueva donde estuvimos acampados, mientras
Baburao quedaba de guardia en la puerta.
42 H ojas de un viejo diario
y dejo a los que han conocido a HPB que adivinen lo que pasó
cuando ella hizo sus primeras armas con otros cuatro neófitos con
los que tuvo que compartir el almohadón. Por cortesía, hicimos
que ella subiera primero que los demás por la pequeña esca-
lera, suponiendo que nos trataría con justicia y equidad. Pero no
sucedió nada parecido. Se plantó bien en medio del almohadón y
no consintió en moverse ni una línea para dar sitio a los otros. Aún
más, sus expresiones se hicieron muy poco parlamentarias cuando
nos permitimos hacerle notar que el almohadón no era para ella
sola. De suerte que como Chenchal Peri comenzaba a agitar sus
orejas y a demostrar que se cansaba de nuestras discusiones, noso-
tros cuatro —W. Scott, Moolji, Babula y yo— trepamos de cual-
quier modo y tratamos de colocarnos en una esquina. Scott quedó
detrás, con una pierna colgando, y la elefanta tuvo la bondad de
ayudarle pasándole la cola sobre su rodilla para que se mantuviese
firme. Partimos, y HPB iba radiante y fumando un cigarrillo, como
si en toda su vida no hubiera hecho otra cosa. Pero los primeros
400 metros que recorrimos, la hicieron cambiar de tono. Rodaba
como un paquete, su gordura era sacudida, se le cortaba la respi-
ración, y, ya furiosa, nos mandó a todos al diablo, a nosotros que
nos reíamos, al elefante y su mahut. Ross Scott ocupaba, uno de esos
sorprendentes y pequeños vehículos nativos que se llaman ekkas, y
cuyo asiento es un poco mayor que una estampilla de correos, pero
bastante menor que la puerta de una pajarera; en este vehículo se
puede elegir entre recoger las piernas como un sastre, o dejarlas
colgar sobre las ruedas. Ross Scott tenía una pierna enferma, lo
que le impedía, con gran disgusto de su parte, subir al elefante
como nosotros. Durante todo el tiempo empleado en recorrer los
6 kilómetros del camino —que HPB juraba que eran 30— ella se
mostró encolerizada y nosotros sufrimos en silencio. Pero cuando
se trató de regresar, ningún argumento del mundo pudo persuadir
a HPB a que ocupara su quinta parte de almohadón sobre el lomo
del elefante, de suerte que redujo a Ross Scott a la mitad de aquel
aparente asiento del ekka, y así fuimos hasta la casa.
Desde allí a Bhurtpore, Rajputana, a través de Agra. Ahora está-
bamos en lo que para mi “camarada” y para mí era un terreno
clásico, porque estaba asociado con la historia de la espléndida Raza
Solar de Rajputs, a la que pertenece nuestro propio Maestro y que
aúna todas nuestras simpatías. El Marajá no estaba en casa, pero
el ministro nos ofreció la hospitalidad del Estado; nos alojó en la
casa para viajeros; nos envió carruajes; mantuvo conversaciones con
nosotros sobre temas filosóficos y nos dio facilidades para visitar
el antiguo palacio de Sooraj Mull en Deegh, a 37 kilómetros de
46 H ojas de un viejo diario
ella entera está estucada en color rosa, con todos los estilos posibles
de fachadas. Las calles son anchas y se cruzan en ángulo recto; hay
avenidas con bulevares y fuentes en las plazas, aceras pavimentadas
—cosa de las más raras en India— gas, una excelente Universidad,
una Biblioteca Pública, un soberbio parque con un museo muy
hermoso, y muchos palacios que pertenecen a Su Alteza o a los
príncipes Rajputs, tributarios suyos.
Nuestro guía en Ambêr era un individuo muy torpe, que no
sabía nada de lo que nos hubiera interesado conocer, hablador y
bruto como la mayor parte de los valets de place [guías]. Pero obtu-
vimos de él una cosa que fue interesante. Al parecer, hay (o hubo) un
Mahatma que vive no lejos de la capital, y ocasionalmente aparece
ante el Príncipe gobernante y uno o dos más. Hay subterráneos de
los cuales el Marajá conoce el secreto, pero no tiene permiso para
visitarlos, sino en los casos de extrema necesidad, como una rebe-
lión de sus súbditos o alguna catástrofe dinástica. No tengo, natu-
ralmente, ningún medio de verificar lo que puede haber de cierto
en eso. Se cuenta que ese Mahatma dijo un día al Príncipe que le
acompañaría en cierto viaje, pero no se presentó en el momento de
partir, sin embargo, se apareció de pronto cuando ya se encontraban
a una distancia bastante grande. Hicimos un gran número de cono-
cidos muy agradables entre los funcionarios del Durbar* en Jeypur,
entre ellos un pariente cercano de nuestro experimentado colega, el
Sr. Norendronath Sen, de Calcuta. Pasamos horas encantadoras en
su compañía, y nuestro tema fueron siempre las ideas, los ideales
y los aspectos sociales hindúes y occidentales. Los Rajputs son de
un tipo étnico magnífico, y una multitud del Punyab sobresale en
belleza a cualquier concurrencia pública que haya visto. Un número
considerable de caudillos feudatarios estaban en la ciudad en el
momento de nuestra visita, y el paso frecuente de sus cohortes de
seguidores armados en caballos y elefantes con vistosos caparazones
hacia y desde el palacio del Marajá fue, a mis ojos estadounidenses,
como una reminiscencia de escenas de las Cruzadas tomadas del
libro de registro astral del mundo. El Presidente del Tribunal
Supremo de Justicia de Bhurtpore me había dado cartas para varios
de estos Jefes, y visité a dos de ellos en sus campamentos, pero al
enterarme por el residente británico que el más elegante, y aparen-
temente el más independiente, sincero y hospitalario de ellos, le
había preguntado en privado a él, si éramos gente confiable, me
disgusté tanto que dejé a los demás a la seguridad de su servilismo
* Corte noble de los reyes o gobernantes donde el Rey celebra todas las discu-
siones sobre el Estado. Puede ser una reunión puramente ceremonial. (N. del E.)
Viaje al norte de India 49
E
N seguida, a esto sucedieron tres días en Agra. ¿Qué diré del
Taj que no haya sido dicho por tantos viajeros más calificados
que yo? Bernardo Taylor resume todo en dos palabras: “un
poema de mármol”. El guía local nos contó una leyenda que se
inspira más o menos en la misma idea. El diseño, dijo, había sido
visto en una visión por un viejo faquir, que se lo dio a Shah Jahan,
y éste lo llevó a cabo completamente. ¡Es una copia materializada
de un templo del paraíso de Mahoma! Esperemos que el original
celeste no haya costado tantos sufrimientos humanos, y que las
piedras no hayan sido cimentadas con tal hecatombe de vidas como
ese sepulcro incomparable de la bella Noormahal. No hay palabras
para expresar la emoción de un alma artística al entrar en el jardín
del Taj por la admirable puerta roja: un palacio en sí misma. Es un
sueño de blancura que se destaca sobre un cielo de lapislázuli indo
de abril, y anuncia la pureza de un mundo espiritual que el lodo de
este mundo material no ha manchado jamás. Pero basta, dejemos a
los futuros turistas esa maravilla del mundo, indescriptible, única;
un pensamiento en mármol.
52 H ojas de un viejo diario
* Para el interesado repito que faquir y sannyasi son respectivamente los nombres
musulmán e hindú para el mismo personaje: un religioso errante asceta y
célibe. (Olcott)
Paseos por el Norte 53
rayo de luna caía por detrás del swami, como una pantalla luminosa
sobre la cual su hermosa silueta resaltaba en pronunciado relieve.
Al otro día, me tocaba a mí dar la conferencia, y hablé bajo
un shamiana, (una gran tela rayada de azul y blanco, sostenida por
pértigas y sujeta al suelo con estacas) en el complejo de la casa
de Sheonarian. El piso estaba cubierto por durries, (alfombras de
algodón indas), y en algunos sitios se veían tapices indos o Persas,
había una mesa para mí y varias sillas para los europeos, el resto
del auditorio, incluso el swami, estaba sentado en el suelo. Algunos
funcionarios ingleses y nuestro Policía espía que se había afeitado
el bigote —al parecer, para disfrazarse— remataban la escena. Hablé
de las mutuas ventajas que se desprenderían de la fusión de los inte-
reses, y de las cualidades diversas de Oriente y Occidente. Moolji
me sirvió de intérprete.
El swami nos contó al día siguiente varios hechos interesantes de
su vida en la selva, y de la de otros Yoguis. El permaneció desnudo
durante siete años (salvo el langot: pequeña tela alrededor de la
cintura), durmiendo en el suelo o sobre una piedra, comiendo lo
que podía encontrar en la selva, hasta que su cuerpo se hizo insen-
sible al frío y al calor, a las heridas y a las insolaciones. Nunca
tuvo que sufrir nada de las fieras ni de las serpientes. Una vez se
encontró con un oso hambriento qué se arrojó sobre él, pero le
hizo una seña con la mano y el animal se apartó de su camino. Un
día vio en el Monte Abu a un Adepto que se llamaba Bhavani Gihr,
que podía beber una botella entera de un veneno del cual una gota
bastaba para matar a un hombre común, y que con facilidad ayunaba
cuarenta días y hacía además otras cosas extraordinarias. Esa noche
hubo también una gran reunión para vernos, y tuvo lugar una larga
discusión entre el swami y el director de la Escuela del gobierno,
acerca de las pruebas de la existencia de un Dios. El miércoles 7 de
mayo, emprendimos el regreso a nuestra casa y fuimos escoltados
hasta la estación por el swami y un gran número de sus seguidores,
quienes arrojaron rosas y gritaron sus amistosos namastes cuando
partió nuestro tren.
Varios días y noches de molestias y de un calor tórrido, nos
llevaron por fin a Bombay, pero antes de ocuparse de su maleta y
su equipaje, HPB se precipitó sobre nuestro pegajoso espía, y ahí
mismo, en el andén de la estación, le dijo todo lo que ella pensaba.
Le felicitó por los grandes resultados que habría obtenido en esa
costosa expedición en primera clase, y le rogó que presentara sus
felicitaciones a sus jefes, ¡pidiéndoles al mismo tiempo un ascenso!
El pobre hombre se puso colorado y tartamudeó; lo dejamos allí
plantado. Inmediatamente, en lugar de ir a buscar la ducha y la
Paseos por el Norte 55
el dedo gordo del pie. Cuando ordenó que subiera, subió, cuando
ordenó lo contrario bajó lentamente. Él sostenía un arco de bambú
de aproximadamente el tamaño de un contrabajo, pero que solo
tenía dos cuerdas, las cuerdas hacia arriba, con un extremo presio-
nado contra su lado derecho. En las cuerdas yacían tres bolas libres
del mismo tamaño, una antes que la otra. A la orden de mando, las
bolas se movieron cuando él lo ordenó, ya sea todas ascendiendo a
la parte superior del arco, o descendiendo una a la vez, o dos o tres;
también ascendiendo una mientras que las otras descienden para
encontrarse a media distancia. Ninguno de nosotros pudo entender
cómo lo hacía. El malabarista seguía girando lentamente sobre sus
pies y, por supuesto, la idea del efecto observado atribuible a la
fuerza centrífuga surgió con bastante facilidad; pero tendría que ser
la fuerza centrípeta, o la gravedad, mostrada en el caso de las bolas
cuando caen; el malabarista giratorio desconcertó al grupo porque
podía hacer que una bola se montara bajo un impulso centrífugo
mientras que las otras caían por la cuna de cuerdas en virtud de la
fuerza opuesta.
En otra ocasión, un amigo indo me enseñó un remedio raro
contra la ictericia, diciéndome que su madre lo había curado diez
veces de ese modo. Se enhebra una aguja y se frota suavemente con
ella, la frente del enfermo, pasando la punta de arriba hacia abajo,
repitiendo simultáneamente un mantra. Hecho esto, se deposita la
aguja en una copa llena de agua, se somete al enfermo a dieta por
un día o dos, la aguja y el hilo se ponen de un color amarillo oscuro,
¡y el enfermo se cura! Si alguien desea ensayarlo y obtiene éxito, le
suplico que me lo diga. No puedo indicar el mantra, pero opino que
cualquiera servirá para el caso, a condición de que sea recitado con
“una intención magnética”, es decir, concentrando su pensamiento
y con fe en el remedio. Pero puedo tal vez equivocarme, pues hay en
India una gran cantidad de mantras para todas las necesidades. Se
invoca a una diosa especial (elemental) para cada caso, con fórmulas
diferentes, de acuerdo con el objeto de la petición. Según entiendo,
se cambia de elemental con arreglo a los casos; esto podría ser objeto
de un estudio interesante, y espero que alguien alguna vez lo haga.
Aquí veo un registro del 23 de junio del que no recuerdo de qué
se trata: “A las 10:30 p. m. fui a la habitación de HPB y trabajé con
ella hasta las 2:30 a. m. sobre la idea de un Antetypion, o máquina
para rescatar del Espacio las imágenes y voces del Pasado”. Esto
es todo lo que dice, ahora, qué tipo de máquina tuvimos en vista,
eso se me ha ido de la memoria. Veo en mi diario varias alusiones
a la ayuda que presté a HPB para escribir “su nuevo libro sobre
Teosofía”. Parece que el 23 de mayo ella “dio el primer paso”, y que
Paseos por el Norte 59
el 24 “me pidió que le diese las primeras líneas para un libro, con la
vaguedad de las ideas de uno que no tiene intención de escribirlo”.
El 25, le “ayudé a preparar el Prefacio” y el 4 de junio lo termi-
namos. Ese fue el germen de “La Doctrina Secreta”, que hubo de
dormir cinco o seis años; todo lo que entonces hice, fue inventar el
título y escribir el Prospecto original.
Con la mejor intención del mundo, se le ocurrió por entonces a
nuestro cuarteto, aprender el hindi para mayor bien de la Sociedad,
pero como no se puede aprender una nueva lengua recibiendo la
mar de visitas y escribiendo un sinnúmero de cartas; con gran senti-
miento, el proyecto tuvo que ser abandonado. Pero el inglés está tan
difundido entre las clases instruidas, con las cuales teníamos que
tratarnos en India, que no creo que nuestra causa haya sufrido por
nuestra ignorancia.
El 18 de mayo, hablé por primera vez ante la Arya Samaj de
Bombay, en una reunión al aire libre y con numeroso público. El
reverendo Director del órgano marathi de las Misiones presbite-
rianas, se hallaba presente, y le pedí que saliera al público y justi-
ficase ciertas calumnias que había publicado contra nosotros —y
que nuestro abogado el Sr. Turner, le hizo más tarde rectificar en su
publicación. Al ser interpelado por mí, se contentó con murmurar
algo con aire confuso, por lo cual el Presidente de la reunión,
el venerable Sr. Atmaram Dalvi, perdió los nervios y lo insultó.
Entonces —dice mi diario— “¡HPB arremetió contra él sin parar!
Agitación. Risas. ¡Los misioneros totalmente aplastados!”.
Algunos días más tarde, HPB, la Srta. Bates y yo, aceptando una
invitación, fuimos a visitar a un sirdar* del Deccan, para encon-
trarnos con el Jefe de Justicia de Baroda (parsi), y después que
este se fue, nuestro huésped nos rogó que le excusáramos por un
instante. Regresó trayendo de la mano a una linda niña de diez años,
que nos pareció su nieta. Estaba lujosamente vestida a la moda inda,
con un costoso sari de seda, y sus cabellos de ébano, lustrosos como
azabache, desaparecían bajo los adornos de oro. Llevaba pesadas
alhajas, en las orejas, alrededor del cuello, de las muñecas y de
los tobillos, y —con gran sorpresa nuestra— llevaba en la nariz
el anillo que en Bombay indica a las mujeres casadas. HPB sonrió
graciosamente cuando la niña se acercó, pero cuando el viejo noble
de barba gris y cabellos blancos le presentó la mano de la criatura
diciendo: “señora, permítame que le presente a mi pequeña mujer”,
la sonrisa se transformó en un fruncimiento de cejas, y con un
todo de inexpresable desprecio, exclamó: “¿Su Mujer? ¡Viejo bruto!
C
UANDO hojeo mi viejo Diario de 1879 y veo llegar en él
uno tras otro a todos los fieles colegas que más tarde se
hicieron célebres, me parece que estoy viendo a los artistas
que entran a escena en una comedia. Es muy sugestivo observar las
causas que les hicieron ingresar en la Sociedad, y las que en muchos
casos los hicieron salir. Estoy convencido de que estas últimas eran,
sobre todo, de naturaleza personal, como ser la decepción de no
llegar a conocer a los Mahatmas, o de ver que HPB no cumplía sus
promesas; algunos se disgustaban por los ataques a su persona, o
por el descrédito que se hacía de sus fenómenos; otros se cansaban
al no poder adquirir los poderes psíquicos en poco tiempo o cosas
por el estilo. Ya he contado el ingreso del Sr. Sinnett, y veo en mi
diario que recibí a Damodar K. Mavalankar en la Sociedad el 3 de
agosto. Era la estación de las lluvias, y el excelente muchacho llegó
con un impermeable blanco, unas polainas que hacían juego con
el impermeable, un gorro con orejeras, una linterna en la mano, y
corriéndole el agua por la nariz, que era muy larga. Era flaco como
Sarah Bernhardt, con mejillas hundidas, y unas piernas —según
decía HPB— que parecían dos lápices. No juzgando más que por las
apariencias, no tenía aspecto de ser más capaz en la Sociedad que
otro, en relación a llegar a ser un Mahatma o de acercarse a mil kiló-
metros de un verdadero ashram. Pero las apariencias son engañosas,
como lo ha probado la experiencia en su caso y en el de muchos
64 H ojas de un viejo diario
P
OR esa época comenzó a levantarse sobre nuestro horizonte
indo una nube —la primera, si no contamos como tal al inci-
dente de Hurrychund— hacia el fin de noviembre se mani-
festaron las causas que iban a traer como consecuencia la ruptura
de nuestro cuarteto de exiliados. De todos modos, era una alianza
rara y poco natural, una fantasía de HPB que tarde o temprano
habría de engendrar tempestades. Ella y yo —como ya lo he
dicho— estábamos enteramente de acuerdo cuando se trataba de
los Maestros, de nuestras relaciones con ellos y de servirles. A pesar
de algunos roces causados por la diferencia de nuestras persona-
lidades y de nuestras maneras de encarar las cosas, estábamos en
perfecta armonía en cuanto a la excelencia de nuestra causa y a la
necesidad de cumplir estrictamente nuestros deberes. No sucedía
lo mismo con nuestros colegas, el Sr. Wimbridge y la Srta. Bates,
que eran ingleses hasta la médula de los huesos, y no tenían más
que un delgado barniz asiático depositado en la superficie por el
entusiasmo comunicativo de HPB. El era arquitecto y dibujante, ella
institutriz o maestra de escuela y tenía unos treinta y cinco años.
Ambos habían pasado algunos años en EE. UU. y fueron presen-
tados a HPB por personas amigas. En aquel tiempo no les sonreía
la fortuna, y aceptaron gustosos la invitación que HPB les hizo para
que nos acompañasen al Indostán a fin de ejercer allí sus respec-
tivas profesiones con la ayuda de nuestros amigos indos. No tuve
nada que objetar en cuanto a Wimbridge, pero la dama me inspi-
raba molestos presentimientos. Supliqué a HPB que no la llevase
74 H ojas de un viejo diario
D
URANTE este primer año de nuestra residencia en India,
todo tenía el encanto de la novedad, y nosotros disfrutá-
bamos todo como niños. Por cierto, que tenía que influir en
nosotros el rápido traslado del prosaico EE. UU. y de su ambiente
de loca prisa y competencia comercial intensa, a la calma y la paz
mental del viejo Indostán, donde el sabio ocupa el primer lugar en
la estimación pública y donde el santo es exaltado por encima de
los reyes. ¿Qué cabeza no se habría mareado con el afecto popular,
el respeto demostrado, las deliciosas discusiones filosóficas y espi-
rituales, el contacto con elevados pensadores y sabios notables, y lo
pintoresco de cada día de nuestra existencia? Yo, que había atrave-
sado el huracán social llamado Guerra de Secesión, y la agitación
de un prolongado servicio público, me sentí conmovido hasta un
grado que me sorprende, al conocer hoy a los pandits y sus costum-
bres, por una reunión de la Sociedad Literaria de los pandits de
Benarés, convocada en mi honor, el 21 de diciembre.
El pandit Ram Misra Shastri, Profesor de Sankhya en el Colegio
de Benarés, presidía rodeado de sus colegas. Era una asamblea típi-
camente oriental; todo el mundo, excepto yo, estaba vestido a la
moda inda, y todos los rostros mostraban el más puro tipo étnico
ario. Fui recibido con la mayor cortesía posible, y conducido al sitio
de honor por el erudito Presidente. Al salir de la brillante luz del
exterior, necesité algunos minutos para habituarme a la semios-
curidad de la fresca sala con piso de ladrillos, en la cual flotaba
en el aire un ligero perfume de madera de sándalo y nardos. En
86 H ojas de un viejo diario
* Debería haber mencionado que cuando aquellas otras dos rosas cayeron en
presencia del Sr. Sinnett, (ver Cap. VIII), los dos nos precipitamos por la escalera
que conducía a la terraza, en busca de un posible cómplice. No hallamos a nadie.
(Olcott)
Fenómenos y pandits 91
R
UEGO al lector que se fije en que el incidente narrado al
final del capítulo precedente acaeció el 25 de junio de 1880
por la noche. El 28, o sea tres días más tarde, los Coulomb
llegaron a Bombay procedentes de Ceilán, e invitados por noso-
tros se instalaron provisionalmente en nuestra casa. El Cónsul de
Francia en Galle y otras personas caritativas les habían pagado el
viaje y desembarcaron casi sin un céntimo; él traía una caja de
herramientas, y ambos, algunos trapos. Se decidió que permane-
cieran con nosotros hasta que él hubiera encontrado trabajo, y que
en seguida se establecerían aparte. De modo que puse en campaña
a mis amigos para buscarle un empleo, y al cabo de algún tiempo
conseguí ubicarlo como maquinista en una hilandería de algodón.
Pero no duró allí mucho tiempo, riñó con el propietario y dejó el
empleo. Me encontré con que era un hombre con mal genio y difícil
de contentar en relación a empleadores, y como no pudimos hallar
nada más para él, se quedaron en nuestra casa sin proyectos defi-
nidos para el futuro. Él era un obrero hábil y ella una mujer prác-
tica y muy trabajadora; ambos trataron de volverse indispensables.
Como me entendía bien con ellos tratándoles con bondad, fueron
admitidos en la familia. Nunca les oí decir una palabra de censura
sobre la conducta de HPB en el Cairo; al contrario, parecían sentir
un gran cariño y mucho respeto por ella. En cuanto a lo de haber
estado involucrados en trucos deshonestos con relación a la produc-
ción de los fenómenos, jamás dijeron nada, ni nunca hicieron la
menor alusión delante de ninguno de nosotros. No poseo la menor
98 H ojas de un viejo diario
* En aquella época, las vejigas de animales, (de cerdos por ejemplo), reempla-
zaban en algunos casos a los globos actuales. (N. del E.)
Primer gira por Ceilán 99
* Juego de naipes, también conocido en Inglaterra como Napoleón. (N. del E.)
Primer gira por Ceilán 101
romano y que su petición no era más que una trampa de los misio-
neros. De manera que al mismo tiempo que respondí en términos
amistosos y envié el Diploma solicitado, le pedí secretamente a
Megittuwatte, que no lo entregase si el candidato no era budista,
como decía que era. Lo era, y de Silva ha sido siempre uno de los
mejores, de los más capaces, inteligentes y sinceros budistas que
haya conocido. Pero hay que confesar que es asombroso y poco
honorable para la nación que los cingaleses conserven los apellidos
cristianos portugueses u holandeses que por política habían adop-
tado durante la dominación portuguesa y holandesa, cuando sus
nombres sánscritos son infinitamente más bonitos y más apro-
piados. El famoso Megittuwatte (Mohattiwatte) era entonces un
monje de mediana edad, afeitado, más bien alto, cabeza de intelec-
tual, ojos brillantes, boca grande, aire de seguridad en sí mismo y
muy despierto. Algunos monjes contemplativos bajaban los ojos al
hablarnos, pero él nos miraba fijamente en los ojos, como convenía
al más brillante polemista de la isla, terror de los misioneros. A
primera vista, se veía que era un luchador más que un asceta, más
Hilario que Hilarión. Ahora ya ha muerto, pero durante muchos
años fue el defensor más osado, más brillante y más fuerte del
budismo cingalés, el líder (creador) del actual renacimiento. HPB le
había enviado desde Nueva York un ejemplar de “Isis sin velo”, del
cual él tradujo varios pasajes relativos a ciertos fenómenos de los
que ella había sido testigo en el transcurso de sus viajes. Nos acogió
con una gran cordialidad, y nos aconsejó que continuásemos en el
vapor hasta Galle, donde se nos había preparado una recepción; él
iría en el tren de la noche. Como recuerdo, HPB hizo oír golpes
en la cabeza del Capitán, e hizo sonar sus campanas invisibles para
algunos oficiales.
El 17, antes del alba, estábamos a la vista de Galle y anclamos a
unos 500 metros de la orilla. Soplaba el monzón* y llovía furiosa-
mente, pero la vista era tan encantadora, que permanecíamos sobre
el puente para disfrutar de ella. Una bahía deliciosa; al norte un
promontorio cubierto de vegetación, en el que rompían las olas,
deshaciéndose en espuma sobre una costa rocosa; una larga playa
curva, orillada por bungalós con techos de tejas, casi ocultos por
un océano de palmeras verdes; al sur, el fuerte viejo, la aduana,
el faro, la escollera y los depósitos de carbón; al oriente, el mar
agitado más allá de una barrera de rocas y arrecifes que lo separan
E
STE fue el Prólogo de aquel drama emocionante por el que
nunca soñamos que iríamos a pasar. En el país de las flores
y de la vegetación tropical ideal, bajo cielos sonrientes, por
caminos sombreados con grandes palmeras y adornados a lo largo
de kilómetros enteros por pequeños arcos de guirnaldas formadas
con hojas frescas y cintas; rodeados por un pueblo que se sentía
encantado y cuya alegría se hubiera manifestado de buena gana
por un verdadero culto, íbamos de triunfo en triunfo, estimulados
cada día por el magnetismo del entusiasmo popular. Aquella buena
gente no podía encontrar que nada fuese bastante para nosotros,
nada les parecía lo bastante bueno para obsequiarnos; éramos los
primeros defensores blancos de su religión, hablábamos en público
sobre su excelencia y su bendita tranquilidad, y ante las barbas de
los misioneros, sus detractores y enemigos. He ahí lo que los entu-
siasmaba llenando sus corazones de afecto hasta no caberles en el
pecho. Pudiera creerse que exagero, pero en realidad al contarlo
quedo por debajo de la verdad. Si se piden pruebas, no hay más que
recorrer aquella Isla agradable, y ahora, después de transcurridos
quince años, preguntar si recuerdan el viaje de los dos Fundadores
y de su grupo.
A las 3 p. m. se nos condujo a un wallâwa, casa de campo de un
noble cingalés, donde hablé* a 3000 personas desde un balcón que
A quien corresponda:
Se anuncia por este medio que el lunes próximo tendrá lugar una
reunión en la residencia, en Minuvangoda, a las 8 p. m.; en tal
ocasión, el Cnel. Olcott dará un resumen de las bases y los objetos
de la Sociedad Teosófica. Después de lo cual, los señores que
deseen ingresar en la Sociedad pueden inscribir sus nombres en
el libro provisto para tal propósito.
(Por orden) Damodar K. Mavalankar,
Secretario de Actas Adjunto,
Galle, mayo 22 de 1880
* Se refiere a personajes de la novela The Fair Maid of Perth de Walter Scott, publi-
cada en 1828. (N. del E.)
† Tal vez porque eran muy pocos y no se sentían fuertes como los protestantes,
que estaban apoyados por las autoridades y población inglesa. (N. del T.)
116 H ojas de un viejo diario
* Vieja dama, era el nombre que con frecuencia le daban los íntimos de HPB.
(N. del T.)
† Debate celebrado en Pantura, (actual Panadura, Srî Lanka), en 1873. Un sacer-
dote budista, y dos reverendos cristianos protestantes debatieron sobre budismo
y cristianismo. (N. del T.)
Entusiasmo popular 117
otra intención más que esa. Es para mí una gran satisfacción saber
que mis esfuerzos no han sido vanos, y que el movimiento consi-
derable y coronado de éxito para fundar escuelas budistas, data de
ese importante viaje.
El siguiente día fue consagrado a la visita del templo de Kelanie,
uno de los más venerados de toda la isla, y donde la gran stûpa
(cono de ladrillos) descansa sobre auténticas reliquias del propio
Buda, y el inevitable discurso y la numerosa audiencia, ocuparon el
siguiente día; y en el que le siguió después —8 de junio— se orga-
nizó la S. T. de Colombo, con 27 Miembros al comenzar. Presenté a
la Rama mi plan para la creación de una Sección Budista, compuesta
de dos subdivisiones, una laica y otra religiosa, porque el Vinaya
prohíbe a los monjes que se mezclen con los laicos bajo un pie de
igualdad en los asuntos seculares. Todos aprobaron este proyecto,
que se realizó a su debido tiempo; Sumangala fue el Presidente de
la asociación de los monjes y al mismo tiempo fue nombrado como
uno de los Vicepresidentes Honorarios de la Sociedad.
El 9 salimos para Kandy en tren, llegamos como a las 7 p. m.,
después de cuatro horas y media de trayecto en tren, en uno de los
paisajes más pintorescos del mundo. La muchedumbre nos espe-
raba, conducida por una delegación de los jefes de Kandy —cuyo
rango feudal se asemejaba mucho en otros tiempos al de los Jefes
de las Tierras Altas— nos recibieron en la estación y nos acompa-
ñaron a nuestro alojamiento en una gran procesión con antorchas,
tam tams y trompetas nativas que nos reventaban los tímpanos. Nos
dieron dos discursos, el Comité de Jefes y una sociedad de budistas
conectados de alguna manera con el Templo del Sagrado Diente
de Buda, el Dalada Maligawa. Sumangala, vino, y se arregló que
yo debía hablar en este templo al día siguiente. Al otro día, por la
mañana, recibimos la visita de ceremonia de los Sumos Sacerdotes
de los templos de Asgiriya y de Malwatte; son los grandes bhikkhus
de la isla, algo así como Arzobispos de Canterbury. En tiempos
de los reyes Kandyotas, esos personajes eran funcionarios reales,
protectores del Templo del Diente, y tenían sitio preeminente en
todas las procesiones reales. Sumangala era inferior a ellos en rango,
pero inmensamente superior en la estima de la opinión pública
y capacidad. Fuimos al Templo a las 2 p. m., por mi conferencia,
pero la multitud que había acudido era tan compacta, que me costó
muchísimo llegar hasta mi mesa. Y el incesante movimiento de
los pies desnudos sobre el suelo, producía en las bóvedas un eco
tan fuerte, que no podía hacerme oír ni una palabra. Después de
algunos minutos de vanos esfuerzos, nos trasladamos fuera, a la
pradera. Nuestro grupo subió con Sumangala a un ancho muro y
Entusiasmo popular 119
pusieron allí sillas para él y para HPB; hablé bajo las ramas colgantes
de un árbol del pan*, que sirvieron para dar condiciones acústicas
al sitio. La enorme concurrencia se sentó o quedó de pie en la
pradera, en forma de hemiciclo, y pude hacerme oír bastante bien.
Mientras se aguardaba nuestra llegada a la población, los misioneros
habían difundido contra nosotros toda suerte de calumnias, y en la
víspera predicaron violentamente contra el budismo en las calles de
Kandy. Los tímidos cingaleses no habían osado responderles porque
eran hombres blancos, pero vinieron a quejarse a nosotros. Así que
apenas comencé mi discurso, mencioné esos hechos, y sacando mi
reloj, dije que concedía cinco minutos para que cualquier Obispo,
Archidiácono, Sacerdote o Diácono, de la iglesia que fuese, se
presentara y probase que el budismo era una religión falsa; y que,
si no se presentaban, los cingaleses tendrían entero derecho para
tratarlos como lo merecían. Me habían indicado a cinco misioneros
entre la concurrencia, pero permanecí los cinco minutos con el
reloj en la mano sin que nadie chistase. La secuencia de Panadura,
arriba mencionada, también está conectada con este episodio.
Tenía que pronunciar al otro día un discurso en el salón del
Municipio sobre “La vida de Buda y sus enseñanzas”, y trabajé como
un desdichado para terminar de escribirlo, en medio de circuns-
tancias desesperantes. HPB me volvió medio loco haciéndome bajar
una docena de veces, bien para ver personas que no me interesaban
nada, bien para integrar grupos ante obstinados fotógrafos. En fin,
por último, todo se terminó, y di mi conferencia ante una nume-
rosa concurrencia que llenaba el salón y sus entradas. La mayor
parte de los influyentes Funcionarios del gobierno estaban allí, y
los aplausos constantes nos hicieron pensar que había sido un éxito.
Esa noche fueron admitidos dieciocho Miembros nuevos.
El día 12, me reuní con un consejo de Jefes y Sacerdotes Jefes de
Kandyan, para discutir el estado de la Iglesia, los planes que presenté
fueron adoptados después de mucho debate. A las 3 p. m. hablé
nuevamente fuera del Dalada Maligawa a unas 5000 personas. Al día
siguiente fuimos a Gompola por invitación de un entusiasta budista,
el Mohandiram ( Jefe) del lugar, un hombre mayor. La multitud en la
estación del ferrocarril sacó los caballos del vagón en el que íbamos
con HPB, y, atando cuerdas, lo arrastraron hasta la casa preparada
para nosotros; a lo largo de la procesión hubo música y pancartas
que nos acompañaban, haciendo que el camino sea animado con sus
incesantes gritos de alegría. Al regresar a Kandy, organizamos esa
noche la S. T. de Kandy con diecisiete Miembros, y el día terminó
* Árbol del pan (bread-fruit tree), árbol típico de las regiones tropicales. (N. del T)
120 H ojas de un viejo diario
que era el mayor honor que se nos hubiera podido hacer. En cuanto
llegamos a casa, los cingaleses cultos se apresuraron a solicitar la
opinión de HPB acerca de la autenticidad de la reliquia, si era o no
un diente del Buda. Bonita pregunta de género espinoso. Ahora, si
vamos a creer lo que dicen los historiadores portugueses, Ribeiro y
Rodrigues de Sá e Menezes, el verdadero diente, después de román-
ticas vicisitudes, cayó en manos de los Inquisidores de Goa, quienes
prohibieron al Virrey Constantino de Braganza que aceptara una
suma fabulosa, no menos que 400 000 cruzados —un cruzado valía
2 chelines y 9 peniques— que el Rey de Pegu ofrecía por su rescate.
Ordenaron que fuese destruida. Y el Arzobispo, en su presencia y
ante los grandes oficiales del Estado, la pulverizó en un mortero,
arrojó el polvo en un brasero que para ello encendieron, y cenizas y
carbones fueron dispersados sobre el río a la vista de una multitud
“que se agolpaba en las galerías y ventanas que daban sobre el agua”.
El Dr. Da Cunha —católico portugués— se muestra sarcástico en
sus comentarios sobre este acto de vandalismo. Él dice:
P
ASÉ la mañana escribiendo una conferencia sobre “Las
Ciencias Ocultas” que se programó para la tarde siguiente a
las 5:30 de la tarde. Se dio bajo una gran carpa de circo a un
público numeroso. Era una vista impresionante: esa multitud de
orientales que llenaban cada centímetro de espacio disponible en el
óvalo bajo la carpa. Nuestro grupo se sentó adelante, de modo que
nos dio a nosotros y a la gente una buena oportunidad de vernos.
Como el arduo trabajo incesante de la gira me había agotado,
se celebró una conferencia en mi habitación con Sumangala,
Megittuwatte, Bulatgama y otros Sacerdotes Jefes, sobre asuntos
budistas; por la tarde, se realizó la organización permanente de la
S. T. de Colombo, y los Miembros suscribieron la suma de ₹ 1050
hacia los gastos de la Rama.
El día siguiente fue muy ocupado: a las 8:30 a. m., el fotógrafo
insaciable; a las 9:30 a. m., desayuno; a la 1:30 p. m., una reunión en
el Colegio Widyodaya para la admisión de sacerdotes, Sumangala
Bulatgama y otros que ingresaron a la Sociedad en ese momento;
a las 4 p. m., una conferencia en un templo, que consiguió diez
nuevos Miembros para la S. T.; luego otra sesión de los fotógrafos,
Sumangala, Bulatgama, Megittuwatte, Hyeyentadûwe —Subdirector
de la Universidad— Amaramoli, un monje bien educado, amable y
excelente, y yo mismo siendo llevado en un grupo. Del grupo, tres
ya han fallecido — Megittuwatte, Bulatgama y Amaramoli— por lo
Los Teósofos no pueden ser peores en todo caso que los misio-
neros Sectarios, y si el coronel Olcott puede persuadir a los
budistas, como se esfuerza, para que establezcan escuelas
propias, nos hará un servicio. Porque si los budistas tuviesen sus
escuelas confesionales como nosotros tenemos las nuestras, eso
pondría fin a la falta de honradez de los misioneros Sectarios que
obtienen dinero del gobierno para hacer proselitismo bajo pretexto
de subvenciones para educación. Si bien nosotros nos intere-
samos particularmente en la educación de nuestros correligiona-
rios, sin embargo, no es interés ni deseo nuestro como católicos
que la educación no sea universal.
C
OMO una especie de compensación a todas las satisfacciones
de nuestra residencia en Ceilán, el mar estuvo terrible entre
Galle y Colombo, y todos los de la partida nos mareamos.
Todo el siguiente día lo pasamos en el puerto de Colombo; las olas
eran tan fuertes, que muy pocos amigos se arriesgaron a venir a
bordo a visitarnos, pero entre esos pocos vino Megittuwatte. La
influencia del número siete se dejó sentir como siempre; siete
visitantes, el último bote (que nos trajo el último número de
The Theosophist) tenía el número siete, y las máquinas fueron puestas
en movimiento a las 7:07 de la tarde. Esa noche también tuvimos
tormenta, y por fin llegamos a Tuticorin, nuestra primera escala en
un puerto indo, con varias horas de retraso.
Es divertido hallar ahora en mi Diario una nota sobre nuestros
pesos respectivos, comparados con los que teníamos al comenzar
el viaje: HPB había ganado 3,6 kilos, y pesaba 107 kilos; yo había
perdido 6,8 kilos, y me quedé con 77 kilos; Wimbridge no había
ganado ni perdido nada; Ferozshah había ganado 5,4 kilos; Damodar,
la antítesis de HPB, ¡no pesaba más que 41 kilos, y había perdido 2,7
kilos, que hubiese hecho mejor en conservar!
El último día de nuestro viaje de regreso, llovía torrencialmente
—durante el viaje de regreso llovió casi todos los días—. El puente
estaba empapado, los toldos destilaban el agua que se juntaba en
todos lados. HPB hacía vanos esfuerzos para escribir en una mesa
que el Capitán hizo poner en un sitio relativamente seco, pero usaba
más palabras de grueso calibre que tinta, porque se le volaban los
136 H ojas de un viejo diario
papeles por todos lados. Por fin Bombay nos hizo hallar de nuevo la
paz, porque estábamos en tierra firme, pero no por otra cosa, pues
al llegar a la Sede Central nos vimos envueltos en plena tempestad
doméstica. La Srta. Bates y la Sra. Coulomb estaban en guerra decla-
rada, y las dos mujeres irritadas vertían en nuestros entristecidos
oídos las más agrias quejas. La Srta. Bates acusaba a la Sra. Coulomb
de haberla querido envenenar, y la otra le contestaba en términos
tales que me daban ganas de echarlas a las dos a escobazos, lo que
hubiera sido muy conveniente, como el futuro lo demostró. Pero
en vez de eso, fui nombrado árbitro y tuve que pasar dos noches
seguidas oyendo sus ridículos argumentos, para terminar por fin
pronunciando un veredicto favorable a la Sra. Coulomb respecto a lo
del envenenamiento, que no tenía ni sombra de sentido común. La
real, la teterrima causa belli, [la causa más terrible de la guerra], era que
al marcharnos habíamos dejado a cargo de la casa a la Sra. Coulomb,
y que la Srta. Bates no se había contentado con el papel de subedi-
tora que le había designado. HPB, sentada junto a mí todo el tiempo
que duró el proceso, fumaba aún más cigarrillos que de costumbre,
y de cuando en cuando intervenía con reflexiones apropiadas para
envenenar aún más las cosas antes que para arreglarlas. Wimbridge,
que apoyaba a la Srta. Bates, concluyó por unirse a mí para forzar a
las beligerantes a que consintiesen en una “neutralidad armada”, y
la tormenta pasó por algún tiempo. Los siguientes días estuvieron
enteramente dedicados a trabajos literarios para la Revista, muy
necesarios por nuestra larga ausencia.
Nuestro fiel amigo Moolji Thackersey había muerto algunos días
antes de nuestro regreso, y la Sociedad perdió en él a uno de sus
más voluntariosos trabajadores.
Un Mahatma vino a ver a HPB el 4 de agosto a la noche, y se
me llamó antes de que se fuese. Dictó una larga e importante carta
a uno de nuestros amigos influyentes de París y me sugirió varias
cosas de importancia a propósito de los asuntos en curso de la
Sociedad. Antes del final de la visita se despidió de mi y como le
dejé sentado en el salón de HPB, no podría decir si desapareció
de modo anormal. Su visita me vino muy oportuna, porque al día
siguiente se produjo una nueva explosión de furia de la Srta. Bates
contra nosotros dos: contra HPB a causa de cierta señora de Nueva
York, y contra mí, porque me había pronunciado a favor de la
Sra. Coulomb. Durante un momento en que ella me daba la espalda
para insultar a HPB, cayó sobre mis rodillas una carta del Maestro
que nos había visitado la víspera. Encontré en ella consejos para
salir lo mejor posible de las dificultades presentes. Puede interesar a
nuestros excolegas norteamericanos saber que el Maestro se refería
Una pequeña explosión doméstica 137
* Esto se refiere al absurdo pretexto que sostenían por los Miembros que se
retiraron de la Sociedad, siguiendo al difunto Sr. Judge hace siete años, para
justificar la ilegalidad de su acción. (Olcott)
138 H ojas de un viejo diario
C
Uatro días antes de nuestra partida hacia el norte de India,
ocurrió un incidente en mi despacho, que transcribo de las
notas de mi Diario por lo que pueda interesar, ya que ha sido
tachado de fraude por la Sra. Coulomb. Al mismo tiempo, debo
agregar que jamás he tenido la más leve confirmación de lo que ha
afirmado, mientras que su reputación de buena fe es tal que exige
aún más pruebas de lo habitual, antes que dudar del testimonio
de mis propios sentidos. Estábamos conversando en el despacho
HPB, Damodar y yo, cuando el extraño retrato del Yogui “Tiruvalla”,
que había sido hecho en Nueva York por medio de un fenómeno
producido para el Sr. Judge y para mí —y que había desaparecido
de su marco en mi habitación justo antes de que partiésemos de
EE. UU.— voló por el aire y cayó sobre el escritorio en el que estaba
sentado. Inmediatamente cayó de forma similar una fotografía
del swami Dyánand, que él me había dado. Anoté en mi diario esa
misma noche que, “vi al primero en el momento en que tocaba una
caja de hojalata situada sobre mi escritorio, y a la segunda cuando
venía bajando, volando oblicuamente por el aire”. Lo cual implica,
por supuesto, que no fue arrojado por una rendija en el cielorraso
del techo, como la amante de la verdad, la Sra. Coulomb dice que
fue. Tres noches después en presencia de tres testigos, además de
un servidor, HPB le dio su tarjeta a un visitante que deseaba tenerla,
142 H ojas de un viejo diario
Creo que este es uno de los más simples, claros, juiciosos y suge-
rentes compendios de la opinión inda acerca de la alta ciencia del
Yoga en la literatura. Mi interlocutor ario fue uno de los personajes
más claros de su tiempo, un hombre de gran erudición, un asceta
experimentado, un poderoso orador, y un patriota intenso. Se debe
prestar atención a la afirmación del swami de que no se puede pasar
El swami Dyánand Sarasvati habla sobre yoga 147
1880
A
L despertarnos la mañana siguiente, reposados y contentos,
Simla se ofreció a nosotros bajo un aspecto encantador. La
casa del Sr. Sinnett estaba construida en la pendiente de una
colina, de modo que tenía una vista soberbia, y desde su galería
podían verse las residencias de la mayor parte de los altos funciona-
rios angloíndios que gobiernan aquel inmenso imperio.
El Sr. Sinnett comenzó por tener una conversación seria con
HPB para decidir la línea de conducta que ella debería seguir. Tengo
anotado que le pidió muy seriamente que considerase esa tempo-
rada que pasaría allí, como un período de vacaciones completas, y
que durante tres semanas no hiciese ni una alusión siquiera a la S. T.
ni a la ridícula vigilancia del gobierno, que nos tomaba por espías
rusos. En síntesis, a “cerrar el kiosco” completamente, para obtener
mejores resultados, disponiendo favorablemente a la gente hacia
nosotros, lo que no sucedería si se veían obligados a oír nuestros
discursos heterodoxos y nuestras quejas. Naturalmente que HPB
prometió todo lo que él quiso, y naturalmente también que lo olvidó
en cuanto se presentó la primera visita. Algunas noticias del asunto
de la Srta. Bates en Bombay, la pusieron en un estado violento, y
como siempre, hizo de mí su chivo expiatorio*; caminaba el cuarto
en todas direcciones a grandes pasos, declarando que yo era la causa
inmediata de todas sus molestias y tribulaciones. Leo en mis notas
* Se refiere al chivo expiatorio que en fecha determinada de cada año, los israe-
litas soltaban al desierto después de especiales ceremonias, y suponían que se
iba cargado con todas las culpas y pecados del pueblo israelita entero. (N. del T.)
150 H ojas de un viejo diario
D
ESPUÉS de la publicación del último capítulo de estas
memorias, he hallado una circular impresa, redactada por
Damodar para nuestros Miembros según extractos de mi
carta privada que recibió de Simla, fechada el 4 de octubre de 1880,
al día siguiente del almuerzo campestre del que he hablado. Al
volverla a leer, veo que mi Diario me ha servido bien en cuanto a los
detalles, salvo en uno solo; la carta oficial hallada por el Mayor… en
un matorral con su diploma, estaba firmada “Atentamente… (firma
en caracteres tibetanos) por H. S. Olcott, Presidente de la Sociedad
Teosófica”. Sin embargo, el texto de la carta era de mi escritura, y si
no hubiera estado seguro de lo contrario, hubiese podido jurar que
la había escrito yo mismo.
El hallazgo del broche de la Sra. Hume, tan conocido y comen-
tado por todo el mundo, sucedió esa misma noche, en la casa
del Sr. A. O. Hume. Voy a contarlo exactamente, porque no sólo
recuerdo perfectamente los detalles, sino que los encuentro también
en mi carta a Damodar, mencionada anteriormente. Uno de los más
importantes ha sido siempre omitido en todas las versiones publi-
cada por los testigos oculares, y es precisamente a favor de HPB y
contrario a toda hipótesis de fraude. He aquí los hechos: Un grupo
de once —entre los cuales se hallaban el Sr. y la Sra. Hume, el Sr. y
la Sra. Sinnett, la Sra. Gordon, el capitán M., el Sr. H., el Sr. D., el
teniente B., HPB y yo— estábamos cenando en casa del Sr. Hume.
Naturalmente, la conversación se desenvolvía sobre el ocultismo
y la filosofía. También se habló de psicometría, y la Sra. Gordon,
158 H ojas de un viejo diario
No. 1025 E. G.
De H. M. Durand, Esquire,
SubSecretario del Gobierno de India,
Al Coronel H. S. Olcott,
Presidente de la Sociedad Teosófica.
Departamento de Asuntos Exteriores
No. 1060 E. G.
De H. M. Durand, Esquire,
SubSecretario del Gobierno de India,
Al Coronel H. S. Olcott,
Presidente de la Sociedad Teosófica.
N
ECESITAMOS setenta días para regresar a Bombay, después
de haber partido de Simla, pues empleamos mucho tiempo
en detenciones, visitas, conversazioni [conversaciones] de
HPB y conferencias de su servidor. A veces los incidentes de esta
gira fueron importantes, como por ejemplo, una enfermedad que
puso en peligro los días de HPB, y siempre dichos incidentes fueron
pintorescos. Voy a narrarlos en el orden en que ocurrieron.
El primer lugar donde nos detuvimos fue Amritsar, ciudad que
está adornada por la maravilla arquitectónica del Templo de Oro de
los guerreros Sikhs. Es asimismo el entrepôt [depósito] y principal
centro de fabricación de los chales de Cachemira y de los chud-
dars [chadores] de Rampur, tan apreciados por las mujeres de buen
gusto. Como en aquel tiempo nosotros éramos todavía personas
gratas para el swami Dyánand Sarasvati, sosteníamos las más amis-
tosas relaciones con sus partidarios, y las Ramas locales de su Arya
Samaj nos hacían en todas partes cordiales recepciones, brindán-
donos generosa hospitalidad. Treinta Samajistas nos recibieron en
la estación de tren de Amritsar y nos llevaron a un bungaló vacío,
nos pusieron un cocinero para que nos atendiera y algunos muebles
necesarios, incluidos grandes durries rayados o alfombras de algodón
indo, colocados en una parte del piso de tierra apisonado, para que
nuestros visitantes se sienten con las piernas cruzadas cuando nos
visiten. Las paredes eran de adobe según la moda casi universal
de India, y adornadas con una serie barata de fotos litográficas
alemanas de damas con virtudes aparentemente sencillas, más o
166 H ojas de un viejo diario
A
L día siguiente de la fête [evento al aire libre] en el Jardín
Shalimar tuvimos nuestra primera ocasión de conocer
directamente las doctrinas de la Brahmo Samaj. El Sr.
Protap Chandra Mozumdar dio una conferencia a la cual asistimos.
Nuestra primera impresión fue la de los millares de oyentes de
sus discursos, a la vez elocuentes y sabios. Como para todos los
viajeros que llegan a India, fue para nosotros una sorpresa oír el
inglés admirable de un indo culto, y hasta el final nos mantuvo bajo
su encanto. Pero cuando nos pusimos a recapitular, encontramos
mayor cantidad de música que de alimentos sólidos en su alocu-
ción. Esta nos pareció más cerca de la retórica que de la erudición,
y volvimos poco satisfechos, como de una cena compuesta sólo de
Meringues à la crème. Su definición de la naturaleza y principios de
su Sociedad era muy clara, por cierto; el tema era: “La Brahmo
Samaj y sus relaciones con el hinduismo y el cristianismo”. Hablaba
improvisando, o por lo menos sin notas, y no sólo nunca dudó
sobre una palabra, sino que en ningún momento dejó de elegir el
mejor de los sinónimos para expresar su idea. Se parecía en esto a
la Sra. Besant. Nos dijo que la Brahmo Samaj toma todo lo que es
bueno de los Vedas, los Upanishads, los Puranas y el Bhagavadgita,
así como del cristianismo, y rechaza las escorias. Durante mucho
tiempo, “El Libro Brahmo Dharma” no contuvo más que extractos
de los Upanishads, y me pareció una pena que no se hayan quedado
en eso. Están de acuerdo con los cristianos sobre la impotencia del
hombre y su entera dependencia de un Dios personal, y habiendo en
174 H ojas de un viejo diario
P
ASAMOS juntos ocho días en Benarés, y durante ese tiempo
vimos con frecuencia al anciano Marajá, a las personas de su
séquito, y a los otros notables de la ciudad. Su Alteza envió
temprano a su Secretario a preguntar por HPB el día siguiente de su
llegada, y más tarde vino él mismo con el Sr. Pramada Dasa y el rajá
Sivaprasad como intérpretes y pasó con nosotros dos horas discu-
tiendo asuntos religiosos y filosóficos. En otra ocasión, trajo a su
Tesorero y nos ofreció una importante suma (varios miles de rupias)
para nuestra Sociedad, si HPB “le mostrase algún milagro”. Ella
rehusó, naturalmente, hacer nada para él, como lo había rehusado
antes a otros indos ricos —entre ellos, al fallecido Sir Mungaldas,
de Bombay— pero sin embargo, inmediatamente después de
marcharse el Marajá, produjo varios fenómenos para algunos visi-
tantes pobres que no hubieran podido darle ni diez rupias. No
obstante, dijo al anciano Príncipe un importante secreto para que
hallase ciertos papeles de familia que, si no me equivoco, fueron
ocultados apresuradamente por la Revolución. Tengo razones para
creer que el Marajá, aunque decepcionado, la respetó más que si
hubiese aceptado su regalo. El desinterés se considera siempre en
India como una buena prueba de la piedad de los instructores. El
Yogui de Lahore que mostró su samadhi al marajá Runjeet Singh,
se arruinó para siempre ante los ojos de este último, al aceptar sus
costosos regalos. “Sin eso”, me dijo uno de sus antiguos criados en
Sin la ayuda del Sr. Pramada Dasa, tal resultado habría sido bastante
imposible, y tenemos que agradecerle por permitirnos reivindicar
el eclecticismo de nuestra Sociedad tan temprano en su estancia en
India. Al llegar tan pronto después de nuestro triunfante progreso
budista en Ceilán y además de la profesión pública de budismo de
HPB y mía en el templo de Galle, mostró una gran magnanimidad
de parte de los sabios de Benarés, cuya ortodoxia hindú estaba fuera
de toda duda. Sin embargo, el sentimiento del erudito Presidente
de Sabha se mostró muy fuertemente en su declaración de que, en
realidad prefería el cristianismo al budismo, pero al mismo tiempo
reconoció que el bien podría llegar al hinduismo desde una alianza
como la propuesta sobre la base de neutralidad sectaria. Debido a su
sexo, los pandits no quisieron que HPB participara en la conferencia.
Empleábamos nuestro tiempo en conversaciones, conferencias
públicas, visitas del Marajá y de otros príncipes o burgueses, y en
excursiones para visitar templos y monumentos antiguos. Un tal
Mohammed Arif, que vino a vernos, nos pareció muy interesante;
era un funcionario de uno de los Tribunales, y hombre muy sabio.
Conocía a fondo la literatura del islam y nos enseñó un cuadro que
había preparado, y en el cual se hallaban inscritos los nombres de
unos 1500 Adeptos célebres o místicos, desde el Profeta hasta nues-
tros días. También tenía conocimiento práctico de alquimia oculta
y a petición mía consintió en ensayar un experimento ayudado
por mí. Trajo del mercado algunos espesos y grandes brattis [panes
de bosta de vaca, seca y prensada], un poco de carbón vegetal y
dos rupias de Jeypur (que son de plata pura), y también algunos
productos vegetales secos. Hizo un pequeño agujero en el lado
plano de cada bratti y lo llenó de clavos de olor machacados, corteza
El amo de los djinns 185
en acero por una ley secreta que no se conoce bien todavía, ¿por
qué sería inverosímil que el carbono combinado con el estaño por
algún procedimiento aún no descubierto por los químicos euro-
peos, lo endureciera dándole propiedades tan diferentes como
las del acero lo son de las del hierro? Es verdad” — prosiguió el
L
A fiebre reumática de HPB, duró varios días con horribles
sufrimientos; su brazo se inflamó hasta el hombro y pasaba
las noches muy agitada, a pesar de los solícitos cuidados
de su médico, el Dr. Avinas Chandra Banerji, de Allahabad, cuya
dulzura y paciencia conmovieron nuestros corazones. ¡El primer
signo de convalecencia que dio, fue ir conmigo a una gran casa de
comercio para comprar un montón de cosas! El 24 de diciembre, en
la ceremonia de iniciación de nuevos candidatos, oímos con placer
sus melodiosas campanillas astrales.
Durante nuestra corta permanencia en casa de los Sinnett,
tuvimos muchas visitas notables, y disfrutamos ampliamente de
la conversación con el Prof. Adityram Bhattacharya, el sanscri-
tista erudito y otros, sobre Filosofía inda. Di dos o tres conferen-
cias, y como HPB ya estaba bien del todo, partimos en tren para
Bombay, el día 28 y llegamos sin otra aventura el día 30. Los
últimos días de 1880 transcurrieron en nuestro nuevo bungaló, “El
Nido de Cuervos”, sobre las rocosas pendientes de Breach Candy.
Lo eligieron y alquilaron para nosotros en nuestra ausencia, y
quedamos encantados de sus grandes habitaciones de techo elevado,
de sus hermosas galerías y de la amplia vista sobre el mar. Desde
comienzos de 1879 vivíamos en el densamente poblado barrio indo
de la calle Girgaum Back, bajo las palmeras, y donde la brisa del
mar no penetraba; el cambio de localidad nos pareció delicioso.
Otra ventaja fue que el número de las visitas triviales disminuyó
sensiblemente a causa de la distancia del centro de la población, y
190 H ojas de un viejo diario
eso nos dejó tiempo para leer. Mi Diario demuestra con frecuencia
esa satisfacción. Nos quedamos en esa casa hasta nuestra instalación
en Adyar, en diciembre de 1882. El alquiler corriente del nuevo
bungaló era de ₹ 200 mensuales, pero nos lo dejaron en 65 a causa
de que se decía estaba embrujado. Sin embargo, las apariciones no
nos molestaron nunca, salvo tal vez en una ocasión, y fueron rápi-
damente despachadas. Una noche, estaba acostado y comenzaba a
dormirme, cuando en eso sentí que una pata de mi charpai [cama]
era levantada como por alguien que estuviese metido en la pared
contra la cual estaba apoyada. En cuanto me desperté, pronuncié
cierta palabra de poder árabe, que HPB me había enseñado en
Nueva York; la cama volvió a reposar normalmente sobre sus cuatro
patas, y la sombra mal intencionada se marchó para no volver más.
El día de Año Nuevo me encontró escribiendo editoriales para
The Theosophist hasta las 2 a. m. Las primeras semanas del año no
tuvieron nada de extraordinario, si bien nos pusieron en contacto
con diversas personalidades bien o mal dispuestas hacia nosotros.
El autor de El elixir de vida, que más tarde se hizo célebre, el Sr. Mirza
Murad Alí Beg, vino a visitarnos por primera vez el 20 de enero. Era
de raza europea y pertenecía a la antigua familia de los Mitford del
Hampshire, que cuenta con varios escritores de talento, entre ellos
Mary Russell Mitford, que ha escrito Nuestro Pueblo y otros libros. El
abuelo de este joven había venido a India con algunos franceses y
sirvió al Sultán Tipu. A la muerte de este príncipe sensual y sangui-
nario, el Sr. Mitford entró en la Compañía de las Indias. Su hijo
nació en Madrás, y una de sus excentricidades fue la de convertirse
en musulmán; cuando lo conocimos, estaba al servicio del Marajá
de Bhaunagar como “Gran Oficial de Caballería”, cargo práctica-
mente sin preocupaciones. Había llevado una vida aventurera que
le proporcionó más disgustos que satisfacciones; entre otras cosas,
había realizado Magia Negra, y me dijo que todos sus sufrimientos
de los últimos años, eran debidos a las persecuciones de ciertos espí-
ritus malignos que en una ocasión evocó para que pusieran en su
poder a una mujer virtuosa que él deseaba. Según las instrucciones
de un gurú, mago negro musulmán, había permanecido durante
cuarenta días en una habitación cerrada, con los ojos fijos sobre
un punto negro marcado en la pared, tratando de ver la cara de su
víctima y repitiendo centenares de miles de veces un mantra medio
árabe y medio sánscrito. Le habían indicado que continuase de ese
modo hasta que viese la cara como viviente; cuando sus labios se
moviesen como para hablar, sería que ya estaba completamente
fascinada y que ella por sí misma vendría a buscarlo. Todo sucedió
Explicación del budismo cingalés 191
S
I alguien cree que la influencia que tiene nuestra Sociedad
en Oriente se ha ganado sin esfuerzo, debe darle un vistazo
a las páginas de este Diario. Día tras día, semana tras semana
y mes tras mes se ven los registros de los viajes realizados en todo
tipo de medios de transporte, desde el vagón de ferrocarril hasta las
pequeñas y destartaladas carretas, jutka y ekka, tiradas por un solo
poni o buey; al carro común nativo, con sus enormes ruedas, la parte
inferior hecha con varas de bambú, a veces, finamente cubiertos con
paja, y su par de bueyes indos de joroba alta cargando su yugo, un
grueso poste tendido sobre sus cuellos cansados y atado a ellos con
cuerdas de fibra de coco; a botes de construcción tosca, cubiertos
con arcos de hojas secas de palma, pero sin banco ni almohadón; a
elefantes transportándonos en sus howdahs, o, más frecuentemente,
sobre grandes almohadones, que son simples colchones ceñidos con
cinchas alrededor del animal. Aquí se registran los viajes en días
claros y días de lluvias tropicales; noches de luz de luna, de luz de
estrellas y fuertes chubascos; a veces noches, con el sueño inte-
rrumpido por los sonidos estridentes del mundo de los insectos
de la jungla, el horrible aullido de la manada de chacales, el ruido
distante de los elefantes salvajes empujando a través de los cañave-
rales, los incesantes gritos del conductor a sus bueyes rezagados,
así como la entonación de sus canciones nativas, para mante-
nerse despierto, mayormente en falsetto [falsete] y generalmente
200 H ojas de un viejo diario
los laicos solían acudir en masa para ver sus maravillas mecánicas.
Después de quince años, el carro todavía está en condiciones de
servicio, y ha sido utilizado por Dharmapala, Leadbeater, Powell,
Banbery y otros trabajadores en Ceilán. He viajado muchas millas
en los mejores coches de bueyes indos, pero ninguno se compara
en comodidad y conveniencia con este. Sería un acto amable de
alguien construirlo para el uso público, ya que es igualmente útil
para cualquier parte del mundo donde haya caminos en los que se
necesite un transporte de dos ruedas y bueyes robustos para arras-
trarlo. Si me he permitido extenderme al respecto, es solo que mis
lectores puedan imaginarse como fue mi misión educativa pionera,
entre los buenos cingaleses, y darse cuenta de cómo hemos pasado
parte de nuestro tiempo en Asia.
Estas actividades me ocuparon hasta el 13 de diciembre con
intervalos de permanencias en Colombo y Galle y una a Tuticorin,
en el sur de India, con el Comité Budista sobre el cual ahora tendré
más que decir. La suma suscrita por aquellos pobres aldeanos al
Fondo Nacional, no pasó de ₹ 17 000, y de estas los Fideicomisarios
no cobraron más que ₹ 5000, de suerte que desde el punto de vista
pecuniario, mi tiempo no fue bien empleado para el Fondo de
Educación. En cuanto a mi, naturalmente, no pedí ni recibí un
solo céntimo. Si hubiéramos emprendido esta labor el año anterior,
cuando toda la Isla estaba entusiasmada de admiración por HPB
y mi primera visita, se habría podido recoger diez o veinte veces
más, pero no se piensa en todo, y este movimiento educativo surgió
espontáneamente del resto de nuestras experiencias.
Tuve grandes problemas y molestias para formar con los mejores
hombres, dos juntas directivas, una de “Fideicomisarios” y la otra
de “Gerentes”, con muchos controles, regulaciones burocráticas.
Había celos tan mezquinos, intrigas tan despreciables para obtener
el control del dinero, y tanta ingratitud mostrada hacia mí, que
en un momento estuve tan asqueado y a punto de tirar todo y
dejar que juntaran los fondos y encontraran sus escuelas ellos solos.
Pero entonces, de nuevo, había asumido un deber que nadie entre
ellos, con su inexperiencia y sus problemas de antipatía entre castas
y celos locales, podría cumplir, y solo por su mezquindad hacia
mí, sentí que había una mayor necesidad de que me abocase a mi
trabajo. Me alegro de haberlo hecho, porque ahora vemos la cosecha
espléndida que ha resultado de aquella siembra: escuelas surgiendo
en todas partes; 20 000 niños budistas rescatados de maestros reli-
giosos hostiles; revitalización de la religión, y con la perspectiva de
mejorar cada año. Según los términos del Fideicomiso, lo recolec-
tado fue depositado por mí en el Banco de Ahorros del gobierno,
202 H ojas de un viejo diario
D
URANTE la primera semana de enero de 1882, se produjeron
en casa cierto número de fenómenos, de los que no hablaré
porque ya han sido publicados con todos sus detalles, y se
ha dudado de la autenticidad de algunos. Me he marcado una regla
en cuarenta años de investigaciones psicológicas: eliminar todo lo
que pudiera parecerme susceptible de ser tachado por la menor
sospecha de mala fe. No quiero contar sino lo que, a mi criterio,
parece bien sincero; puedo ser engañado, tal vez con frecuencia,
pero me cuido de ser honrado.
Uno de los primeros acontecimientos del año fue la llegada a
Bombay del Sr. D. M. Bennett, ya fallecido, Editor del Truthseeker,
que daba la vuelta al mundo. Llegó el 10 de enero y fui a recibirlo
al vapor Cathay, con Damodar y K. M. Shroff (el caballero parsi
que dio conferencias en EE. UU.). El Sr. Bennett era un hombre
de estatura media, cabeza grande, frente alta, cabellos oscuros y
ojos azules. Este hombre sincero e interesante, Librepensador, había
sufrido un año de prisión por sus ataques encarnizados —a menudo
groseros— contra el dogmatismo cristiano. Prepararon contra él
una falsa acusación por medio de un detective sin escrúpulos que
pertenecía a una Sociedad Cristiana de Nueva York; le pidió, dando
un nombre falso, un ejemplar de una obra conocida, sobre la fisio-
logía sexual, el cual el Sr. Bennett se lo proporcionó en su calidad de
librero, sin haberlo leído siquiera. Le hicieron un proceso por haber
enviado por correo libros indecentes, y un Juez y un jurado, al
parecer prevenidos contra él, le condenaron a prisión. Fue la misma
216 H ojas de un viejo diario
* Que pertenece al 39º Regimiento del norte de India. (N. del E.)
218 H ojas de un viejo diario
* Member of the Legislative Council (Miembro del Consejo Legislativo) (N. del E.)
† Indica que la persona ostenta un grado de la Orden de San Miguel y San Jorge.
(N. del E.)
De Bombay al Norte y regreso 219
cuidadosamente, las abrió y vimos todos los mensajes tal como HPB
los había descifrado por clarividencia.
En la siguiente quincena vimos al Príncipe Harisinhji, el Príncipe
Dajiraj, sahib Thakur de Wadhwan, el Thakur de Morvi y otros nota-
bles, y hubo numerosos fenómenos bajo la forma de caída de cartas
desde el cielorraso de las habitaciones, y una vez a cielo abierto,
cuando estábamos en el jardín. Estos fenómenos han sido descritos
anteriormente, y los encontrarán narrados en “El Mundo Oculto”.
El 14 de febrero di una conferencia en la Municipalidad de
Bombay, en presencia de una rebosante audiencia de parsis, y con
el Sr. Nanibhai Byramji Jeejeebhoy, uno de sus más distinguidos
personajes, presidiendo, una conferencia preparada sobre el tema
“El Espíritu de la Religión de Zoroastro” (ver Theosophy, Religion and
Occult Science, Londres, George Redway, 1882). Traté de mostrar el
carácter altamente espiritual de esa religión y similaridad con el
hinduismo y el budismo en cuestión de entrenamiento Yóguico y
del despertar de los poderes espirituales en el hombre. Mi auditorio
aplaudió en forma que no dejaba duda alguna sobre su aprobación.
Al terminar, el Presidente y el Sr. K. R. Cama y Ervad Dastur Jivanji
J. Modi, dos sabios Orientalistas, hicieron algunas gentiles e inte-
resantes observaciones. Los parsis se suscribieron para imprimir
20 000 ejemplares de mi conferencia, en inglés y en guyaratí; un
gratificante halago. Debo decir que no consentí en preparar ese
discurso sino después de haber tratado en vano de convencer al
Sr. Cama para que lo hiciese, porque consideraba atrevido para un
extranjero abordar un tema tan vasto con tan pocos recursos en cues-
tión de citas. Pero no creo que anteriormente hubiese sido tratada
la Religión de Zoroastro desde ese punto de vista. Los comenta-
rios de la prensa parsi fueron varios; algunos muy favorables, otros
todo lo contrario. Sucedió que todas las críticas adversas fueron de
directores que se enorgullecían de sus principios “reformatorios”
y no simpatizaban con la ortodoxia zoroástrica: en resumen, eran
Librepensadores, y no creían nada del espíritu o del yoga, y el prin-
cipal entre ellos onsideraba a las leyendas de sus Sumos Sacerdotes-
Adeptos de antaño como cuentos de hadas y tonterías infantiles. Por
supuesto que no teníamos nada bueno que esperar de tales críticos.
Hasta el día de hoy son hostiles, pero de alguna manera nos las
arreglamos para llevarnos muy bien sin sus elogios, ahora hay más
Miembros parsi de la S. T. que nunca, y la S. T. de Bombay está casi
completamente compuesta por esas excelentes personas y sólidos
amigos.
Emprendí en seguida una larga gira por el Norte, con el pandit
Bhavani Shankar como compañero. Salimos de Bombay en tren el
220 H ojas de un viejo diario
Tengo en mi poder sus cartas sobre este asunto, y supongo que las
mías se encuentran en sus papeles.
Las ciudades que seguían en mi programa, eran Meerut y
Bareilly, donde se repitió la rutina de conferencia y formación de
la Rama local. En el Instituto Rohilkund, el tema de mi discurso
fue un plato de cobre; se dirá que fue una singular elección de
tema, pero ello fue debido a lo siguiente. Allí, como en todas partes,
fui tratado perfectamente por mis amigos indos, y con el mayor
respeto: ellos me proporcionaron una casa amueblada, y un coci-
nero brahmín para preparar mi comida, que se me servía en un
plato de cobre. El día que estaba señalado para mi conferencia, tres
o cuatro de ellos estaban a mi alrededor, viéndome comer a la moda
antigua, con los dedos. Me hicieron tantos halagos, que me sentí
tentado a darles una lección, y les pregunté tranquilamente qué
harían con ese plato después de que yo me fuese. Se ruborizaron
y se mostraron muy cohibidos como para responder. Proseguí: “no
vacilen en decir la verdad, sé lo que harán. El plato será tirado a la
basura, o deberá pasar por el fuego antes de que alguno de ustedes,
los brahmines, pueda tocarlo. ¿Por qué? Miren la suciedad de la
ropa de ese cocinero y la falta de aseo de su persona, y díganme
después si yo no debo manchar este plato menos que él”. Bajaron la
cabeza para no cometer una falta de cortesía con su huésped, pero
por fin uno de ellos terminó por decir: “no sabemos la verdadera
razón, pero está escrito en nuestros Shastras”. Entonces dije: “muy
bien, tomaré este plato como tema de mi discurso de esta noche, y
les explicaré el misterio”. Y así lo hice, hablando de la naturaleza
del aura humana, de la teoría de la purificación gradual por medio
del Yoga, y del estado teórico de pureza espiritual al cual debe llegar
el verdadero brahmín. Les hice ver que la costumbre de comer
separadamente, sin tocar durante la comida el padre al hijo, ni el
hermano al hermano, estaba basada en la teoría del desarrollo indi-
vidual, opuesta al desarrollo colectivo de la familia, y que así como
la electricidad y el magnetismo son conducidos por los objetos, si
un brahmín adelantado toca a una persona menos pura, se expone a
contaminar su aura, y por lo tanto a perjudicarse a sí mismo. El error
de nuestros tiempos de espiritual decadencia, consiste en creer que
un hombre sucio, porque ha nacido brahmín, ensucia menos que
un blanco bien lavado. De las castas, no queda más que el nombre,
y sólo resulta de ello una molestia e inconveniente para todos. Sería
menester, o bien devolverles su primer valor, o prescindir de ellas
como se libra uno de un traje usado. Veo en mi Diario que me serví
de imágenes de dioses hindúes para dar la explicación esotérica de
sus extrañas formas y de sus múltiples símbolos.
222 H ojas de un viejo diario
E
N todos nuestros años de relación con HPB nunca habíamos
estado tan juntos como en este viaje en barco por el Canal de
Buckingham —una obra del Duque de Buckingham que alivió
la hambruna al alimentar a miles de campesinos durante una época
trágica de la Presidencia de Madrás. Hasta ahora siempre habíamos
vivido y trabajado en compañía de terceros, mientras que ahora está-
bamos los dos solos en un budgerow, o pequeña casa flotante, con
nuestro criado Babula y la tripulación de coolies como nuestros
únicos compañeros mientras la nave estaba en movimiento. Nuestros
cuartos eran lo suficientemente apretados, por seguridad. A cada lado
del pequeño camarote había un cofre cubierto con un colchón; las
tapas dispuestas sobre bisagras para ser levantadas, y con el interior
formando un enorme cofre para guardar efectos personales. Entre los
dos cofres —que eran cada uno “una cama por la noche, una cómoda
durante el día” *— había una mesa portátil que se podía colgar del
techo cuando no se la necesitaba. Un lavabo, una pequeña despensa
con estantes, una plataforma para hacer fuego afuera, detrás, que
consistía en el fondo de una olla de barro cocido rota, colocada
sobre arena, y algunos utensilios de cocina indispensables, una jarra
grande para beber agua y nuestra mesa de campaña completaban
nuestro mobiliario doméstico y fueron suficientes para nuestras
necesidades. Cuando soplaba un viento suave, se levantaba una vela
y nos deslizábamos con ella; cuando el viento era contrario, los
* Cita del poema The Deserted Village de Oliver Goldsmith. (N. del E.)
228 H ojas de un viejo diario
cada palanquín para que los coolies pudieran ver las serpientes que
podrían estar enrolladas en el camino. Cuando el viento soplaba en
nuestro camino, no había escapatoria del humo de la antorcha en
el lado de barlovento y al detenernos, pudimos apreciar que tanto
nosotros como nuestra ropa estábamos casi negros. Sin embargo,
fue una compensación suficiente ya que el jemadar, o jefe de los
coolies, mató a una gran cobra que los portadores delanteros segura-
mente habrían pisado si no hubiese sido por la luz de la antorcha.
Al tercer día a la puesta del sol llegamos a Guntur y nos sumer-
gimos de inmediato en una escena de tumultuosa bienvenida. Nos
dijeron que toda la población, salvo aquellos demasiado viejos, niños
o enfermos, como para salir de noche, había salido a las afueras del
pueblo para recibirnos. Se contaban por miles, y cada uno de ellos
parecía decidido a acercarse lo suficiente como para vernos bien.
Pueden imaginar el resultado: nuestro avance fue como abrirse paso
a través de una pared compacta de carne. Primero nos llevaron a
una tienda donde tomamos un refrigerio y nos presentaban a los
notables del lugar, pero la multitud se volvió tan importuna que
este asunto se truncó, y con HPB tuvimos que subirnos en sillas
para que nos vean. Luego se tuvo que pronunciar un breve discurso,
y solo entonces nos pusieron en algún tipo de transporte —jampans,
creo— y continuamos en la procesión. Las calles estaban llenas de
gente, de casa en casa, y solo podíamos movernos a paso de tortuga.
Las luces de colores y los fuegos de bengala ardían a nuestro alre-
dedor a cada paso, y era realmente curioso ver cómo se iluminaba la
enorme cabeza y hombros de HPB con los diferentes resplandores.
Como ella iba adelante, tuve la oportunidad de observar los efectos
artísticos. No se podía imaginar una ovación más popular, ya que
todos los elementos estaban allí, incluido el continuo rugido de
vítores que nos acompañó como un río de sonido, hasta nuestro
destino. Un sinfín de antorchas iluminaban Guntur como si fuese
de día. Dos arcos triunfales se extendían en las calles principales. Al
llegar a la casa, nos dieron discursos de bienvenida que tuvimos que
responder dos en inglés y dos en telugu, el tono de elogio exagerado
en todos ellos nos hizo sentir como un par de tontos, y me puso
en apuros para encontrar palabras para responder a ellos con la
reserva adecuada. Después de esta prueba, llegaron más presenta-
ciones, conversaciones prolongadas y la admisión de un candidato,
que debía abandonar la ciudad antes del amanecer.
La conferencia del día siguiente fue sobre “El Alma: argumentos
de la Ciencia a favor de su Existencia y las Transmigraciones”; el
tema me fue dado debido al tono mayormente de escepticismo
entre los jóvenes educados del lugar. El jefe de la Misión Luterana
Un viaje en barca con HPB 233
U
NA nueva tormenta estalló sobre nuestras cabezas bajo la
forma de un malicioso ataque del swami Dyánand contra
nosotros, en marzo de 1882, y veo en mi Diario que mi
primer tarea al volver a Bombay fue preparar nuestra defensa. Esta
apareció en The Theosophist de julio en un suplemento de 18 páginas,
y pienso que debió ser bastante convincente, puesto que jamás fue
contradicha por el swami ni por sus partidarios. Entre las pruebas
aducidas se hallaba un facsímil del poder que me había dado para
votar por él como miembro del Consejo. El swami había negado su
ingreso en la Sociedad, y decía que habíamos usado de su nombre
como Consejero sin su permiso, ¡calificando nuestra conducta de
astuta y falta de delicadeza! ¡Cuántas otras acusaciones igualmente
falsas, insinuaciones, calumnias y ataques de la prensa han sido
puestas en circulación contra la Sociedad y sus Fundadores, desde
su origen hasta nuestros días, y en qué olvido completo han ido
cayendo sucesivamente!
En junio de 1882, HPB y yo aceptamos una invitación para visitar
Baroda, la floreciente capital de Su Alteza el Gaikwar. El juez Gadgil,
MST, nos esperaba en la estación con otros altos funcionarios
(Durbaris es el nombre con que los llaman en los Estados Nativos) y
nos llevaron a un bungaló contiguo al nuevo y espléndido palacio
de Su Alteza. Como era usual en nuestras giras, de la mañana a la
noche estábamos siempre asediados por visitas. Fui invitado a un
Durbar que dio ese día el Gaikwar, y Su Alteza me retuvo después
tres horas largas hablando de Teosofía. Tenía entonces la esperanza
240 H ojas de un viejo diario
tan mejorado que venía a darme las gracias. Esta buena noticia ines-
perada me alentó a continuar, y allí mismo traté su brazo durante
un cuarto de hora, y le dije que volviese al otro día por la mañana.
Debo agregar aquí que nadie en Ceilán sabía que yo poseía ni que
hubiese ejercido jamás el poder de curar enfermos, ni creo que
ese poder exista; por lo tanto, la sugestión hipnótica o alucinación
colectiva no parece aplicarse aquí, al menos en esta etapa.
1882
L
OS asiáticos han llevado hasta la perfección el arte de cultivar
la vanidad de los personajes públicos, y dichos personajes
parecen apreciar el procedimiento. Pero para nosotros, los
occidentales, todas esas grandezas son molestias, y perpetuamente
desempeña uno el papel resignado de una víctima sin resistencia, o
bien el de un hombre retraído que dice a todo que no, y que nues-
tros amigos orientales lo consideran como de muy mala educación.
Digo esto à propos de lo que leo en mi Diario; veo que el 3 de octubre
de 1882, en Ceilán, para ir al templo en el cual tenía que hablar,
atravesé un río y caminé por espacio de 1,6 km sobre telas blancas
que extendieron por todo el camino bajo mis augustos pies, bajo
una continua franja de hojas de palmera, y mi respetable cabeza
resguardada bajo un dosel blanco (Kodiya) que algunos budistas
entusiastas llevaban sobre picas de colores. Muchos paralíticos me
seguían por todo el camino, suplicándome que les impusiera las
manos. Podría haber prescindido sin la menor dificultad de toda
aquella tamasha, pero la muchedumbre no podía. Uno se siente
ridículo cuando encaramado sobre un elefante lleno de adornos, o
llevado en una silla de manos, medio ahogado bajo las guirnaldas de
nardos y rodeado por una multitud exaltada, ve aunque sea un solo
europeo al borde del camino o en la galería de alguna casa, que mira
252 H ojas de un viejo diario
* The Magnetic and Botanic Family Physician. London, 1887. E. W. Allen, Pub. (Olcott)
254 H ojas de un viejo diario
hermosa casa nos parece un lugar de hadas. Aquí nos esperan días
felices”. Los amargos, ¡ay! no los preveíamos.
Los restantes días de diciembre estuvieron llenos de pequeñas
molestias como: conseguir sirvientes, supervisar la mecánica, hacer
las primeras reparaciones necesarias y recibir y desempacar nues-
tros muebles. El Maestro (M.) vino diariamente a ver a HPB, y tengo
constancia que el 29 de diciembre, “ella me hizo prometer que si
moría, a nadie más que a mí se le permitiría ver su rostro. Tengo que
envolverla en una tela, coserla y cremarla”. Eso, como pueden ver,
fue nueve años antes de que su cadáver fuese llevado al Crematorio
Woking, cerca de Londres; por lo tanto, la posibilidad de su muerte
repentina fue tenida en cuenta.
Vi terminar el año 1882, trabajando solo en mi escritorio.
CAPÍTULO XXVI
Incidentes de las curaciones
1882
E
L año 1883 fue uno de los más activos, de los más intere-
santes y más fructuosos para la Sociedad; fue señalado por
algunos hechos curiosos, como se verá oportunamente. Se
organizaron cuarenta y tres nuevas Ramas, la mayoría de ellas en
India y por mí. Mis viajes sumaron más de 11 265 km de reco-
rrido, lo que tiene mayor importancia que en EE. UU., donde uno
encuentra en todas partes trenes para conducirse adonde quiera; en
cambio, allí tiene uno que acomodarse como pueda sobre el lomo
de un elefante, o romperse los huesos en carros sin amortiguación,
tirados por bueyes. La mayor parte del tiempo estuve separado de
mi colega; ella se quedó en casa ocupándose de The Theosophist, y
yo recorría la Gran Península dando conferencias sobre Teosofía,
curando enfermos, y fundando nuevas Ramas.
Empleamos las primeras semanas de enero en nuestros arreglos
domésticos, y mi Diario está lleno de detalles sobre las compras de
muebles y el arreglo del “Santuario” de infausta memoria, pero que
fue para nosotros durante dos años un rincón sagrado, santificado
por frecuentes relaciones con los Maestros y por muchas pruebas
palpables del activo interés que sentían por nosotros y nuestro gran
movimiento.
En esta época nos fue enviado Mr. Isaacs, el libro de Marión
Crawford, por su tío el Sr. Sam. Ward, uno de nuestros Miembros
más entusiastas, que al mismo tiempo nos escribió detalles inte-
resantes respecto a la manera como había sido escrita la obra. El
libro —nos dijo— había sido inspirado por lo que se publicó sobre
260 H ojas de un viejo diario
H
ASTA el día en que nuestros hombres de ciencia contem-
poráneos se ocuparon del mesmerismo bajo el nombre de
hipnotismo, se lo tachaba, con más o menos justicia de char-
latanería. Sus defensores se inclinaban a elevarlo demasiado, y sus
detractores lo rebajaban también demasiado. La solidez incontes-
table de su base está ahora probada sin discusión, por los resultados
de las recientes investigaciones sobre el hipnotismo. Si algunos
puntos importantes, como ser la realidad de la visión clarividente,
la transmisión del pensamiento, y la existencia del aura mesmé-
rica o “fluido” son discutidos todavía*, es un consuelo saber que los
testimonios a su favor van acumulándose. Dentro de poco tiempo,
los materialistas se verán obligados a aceptar los otros fenómenos
del mesmerismo.
Estas ideas me son sugeridas por las notas de mis experimentos
magnéticos durante el año 1883, que estoy recordando. Había gastado
un enorme volumen de fuerza vital, tratando de curar indistin-
tamente todos los enfermos que se presentaban. Mientras obtenía
éxito en centenares de casos, fracasaba en otros centenares, y no
hacía más que aliviar momentáneamente a otros tantos, a pesar de
haber ejercido toda la fuerza de mi voluntad y gastado mi vitalidad
tan generosamente como en los casos de éxito. Hasta diré que con
frecuencia hice dos y aun diez veces más esfuerzos para los fracasos
que para las curaciones más sensacionales. Una día que me sentía
* Debemos recordar que el coronel Olcott escribía esto en 1899. (N. del T.)
268 H ojas de un viejo diario
6096 metros de altura y a las llanuras desde otros 2133 metros más,
no es de extrañar que los indos hayan hecho de ella la morada
de los Rishis, ¡esas encarnaciones ideales de todas las perfecciones
humanas!
El 26 salí de Darjeeling, volví sobre mi ruta hacia Siliguri, donde
una vez más fui sometido al calor de las llanuras, más horrible por el
contraste con los 7 ºC de antes. El 28 alcancé mi destino, Jessore. Di
una conferencia, como de costumbre, y el 29 formé una Rama local.
Desde allí a Narail, donde me alojaron en un Casa para Viajeros
hecha de bambú y techo de paja; una construcción endeble que se
podría pensar que no soportaría la tensión de un viento fuerte. El
mercurio marcaba los 41 ºC y se pueden imaginar cómo estaba yo.
Di una conferencia ante una gran multitud desde la escalinata de
una escuela, por falta de un local lo suficientemente grande para ese
propósito y como no había un solo europeo, usé mi disfraz hindú
de muselina con mucha comodidad. Si los europeos que habitan
los trópicos tuvieran un poco de buen sentido, reemplazarían sus
trajes gruesos, ajustados y molestos, así como sus sombreros, por
los trajes amplios y ligeros y por los turbantes de los nativos. Pero,
¿qué se puede esperar de las personas que usan ropa de Piccadilly,
incluidos los sombreros de copa altos, en fiestas en parques, y se
someten servilmente a la costumbre convencional de hacer visitas
en la parte más inconveniente y calurosa del día? En Narail se
formó una Rama de la S. T. con catorce Miembros. A través de una
sucesión de: palanquines, embarcaciones nativas y dak-gharrys, fui
de Jessore a Calcuta viajando noche y día con un calor de 38 ºC.
Hubiese querido descansar un poco al llegar al palacio de invitados
del Marajá, pero no pude, ya que los pacientes se habían reunido
y eran persistentes y clamorosos. Tuve que trabajar con ellos todo
el día como pude, y, lo que es natural, al llegar la noche tenía una
fiebre nerviosa, con temperatura elevada y completo agotamiento.
Al día siguiente me puse firme y me tomé el requerido descanso;
a pesar de eso, por la noche fui a casa de mis queridos amigos los
Gordon, y en seguida efectué una reunión de la Rama de la S. T. de
Bengala para admitir nuevos Miembros. A la mañana siguiente (4 de
abril) partí hacia Berhampur, en el distrito de Murshidabad.
Nuestros Miembros jainistas de Azimganj me conocían del año
pasado, y después de obsequiarme las guirnaldas, ramos de flores,
perfumes y refrescos habituales, me llevaron a un bote con flores
con el que cruzamos el río para llegar hasta algunos carruajes
llamativos enviados desde Berhampur para mi uso, a cargo de
mi probado y confiable amigo Dinanath Ganguli, Defensor del
De gira y curaciones en Bengala 275
M
E disgusta mucho verme obligado a extenderme tanto
sobre mis propias giras y mis actos, pero, ¿cómo no
hacerlo? Durante esos primeros años yo era el centro de
toda la actividad ejecutiva. EE. UU. dormitaba, su actividad estaba
en el porvenir. En Inglaterra, un pequeño grupo de amigos temía
la publicidad, y la otra (la S. T. Jónica de Corfú) no estaba en situa-
ción de hacerla aunque lo hubiera deseado. HPB permanecía en casa
publicando The Theosophist y escribiendo para los diarios rusos a fin
de ganar dinero. Por lo tanto, me era preciso hallarme siempre en
el terreno y en el estrado para atraer la atención pública y fundar
nuevas Ramas. Mis curaciones me habían sido en cierto modo
impuestas en circunstancias ajenas a mi voluntad, y como exci-
taban un interés tan general e intenso que constituían ese año el
rasgo más saliente en la historia de la Sociedad, el lector tendrá la
bondad de excusar este continuo empleo de la primera persona y de
absolverme de la sospecha de egoísmo. Que imagine al Presidente
de la Sociedad Teosófica trabajando únicamente por los intereses de
la Sociedad, y que era a él y no a mi pobre personalidad, a quien
iban dirigidos tanta benevolencia y cumplidos. Un amigo inglés en
cuyo buen juicio tengo confianza, me aconsejó reproducir aquí, por
diversión e instrucción, una traducción del texto de un discurso en
sánscrito que me leyeron en Bhagalpur, como ejemplo del tipo de
cosas que tuve que enfrentar sin sonrojarme y, se supone que con el
mayor interés. Sin embargo realmente, incluso escudándome detrás
de la figura de mi caparazón presidencial, no puedo reproducir aquí
282 H ojas de un viejo diario
* En hindi, कर्नल, (todo oídos), cuya traducción al español es “coronel”. (N. del T.)
284 H ojas de un viejo diario
Solo nos queda rezar con todo nuestro corazón para que tengas
una larga y saludable vida de éxitos ininterrumpidos.
9 de abril de 1883
Bankipur, 22/4/1883
El abajo firmante certifica que el Cnel. Olcott acaba de devol-
verle la palabra después de un tratamiento magnético de más
de cinco minutos, y que también le ha devuelto la fuerza de su
brazo derecho, que hasta ahora sufría tal impotencia que no podía
levantar un peso de medio kilo. Había perdido el poder de articular
las palabras el mes de marzo de 1882.
(Firmado): Ram Kishen Lal
nuevo. Esa tarde hubo una conferencia; al día siguiente, las cura-
ciones y la magnetización de ocho grandes vasijas de agua para
distribuir entre los enfermos; por la tarde, una reunión de la Rama
de la S. T., con la admisión de seis nuevos Miembros. A la mañana
siguiente, a las 5:30 a. m., regresé en coche de caballos a Searsole,
dormí en la estación hasta las 3 a. m., en la que tomé el tren para
Burdwan. Me encontré con el Sr. ministro (ahora rajá) Bun Behari
Karpur, el Dr. Mohindranath Lai Gupta y el profesor Dutt, de la
Universidad del Marajá, y fui alojado en la hermosa residencia del
ministro. Mi audiencia en la Universidad esa noche fue muy grande
y entusiasta, y el Sr. Beighton, el Juez de Sesiones, fue el Conductor
del evento. Durante tres o cuatro horas el 3 de mayo, curé a los
enfermos en la casa del ministro en presencia del Marajá y sus
principales nobles, pasé parte del día con él en el palacio y por la
noche formé una Rama local, de la cual el ministro se convirtió
en uno de sus Miembros. El Marajá quería hacerse Miembro, pero
lo rechacé debido a sus hábitos libertinos. Como muchos de nues-
tros mejores príncipes jóvenes, los cortesanos libertinos que lo
rodeaban lo arruinaban por completo en salud y moral. Una muy
buena prueba de su bondad innata de corazón, fue que mi decisión
pareció aumentar en lugar de disminuir su respeto por mí, y tuve
más de una evidencia de su buena voluntad antes de su prematura
muerte, que ocurrió poco tiempo después.
En Chakdighi, mi siguiente estación, me alojé en la casa de jardín*
más elegante y confortable que había visto hasta ese momento. El
nombre del Zemindar era Lalit Mohan Sinha Ràya, y lo consideraba
un joven muy apreciable. Esa noche se organizó una Rama de la S. T.,
y a la mañana siguiente se produjeron varias curas mesméricas. El
día siguiente me encontró viajando otra vez, la estación a la vista era
Chinsurah, donde también se organizó una nueva Rama. Mis cura-
ciones se hicieron como de costumbre, y se dio una conferencia en
la enorme casa ante una gran audiencia, cuya bienvenida se expresó
de una manera muy demostrativa. Luego, de nuevo a Calcuta, a la
que llegué a las 9:30 a. m. del 8 de mayo, bastante cansado; como
se puede imaginar cuando uno reflexiona que esto fue durante la
estación más calurosa del año, cuando el viento soplaba como el
aliento de un horno y los remolinos de polvo lo ahogaban a uno si
se aventuraba a salir cruzando la puerta, antes de la caída del sol.
D
EL mismo modo que el “esclavo del trabajo” aprecia su
domingo, yo bendecía mis raros mediodías de reposo que
podía disfrutar en aquel circuito de 11 265 km alrededor de
India en el año 1883. Veo que tuve uno de estos, el 9 de mayo, y
al menos, hasta el 14 estuve en Calcuta, pero luego la incesante
gira tuvo que retomarse nuevamente, y me fui en barco de vapor a
Midnapur; por causa de una avería en el Canal Ooloobaria-Midnapur
se alargó el viaje en dos días. La noche de mi llegada hubo una
conferencia, curación de los enfermos el 17 y la formación de una
Rama local con diez Miembros, después de lo cual regresé a Calcuta.
Se dio una conferencia en Bhowanipore el día 20, y al día siguiente,
en la Municipalidad de Calcuta, celebramos, en presencia de una
gran audiencia, el primer aniversario de la S. T. de Bengala, el Sr.
Mohini Mohun Chatterji, Secretario de la Rama, leyó un interesante
informe, en el que dijo que la formación de la Rama se debió a
mi primera conferencia en el mismo auditorio el año anterior; el
Presidente, el Sr. Norendronath Sen, pronunció un discurso largo
y elocuente; el Sr. Dijendranath Tagore, el muy respetado y culto
Acharya de la Adi Brahma Samaj, habló sobre la Fraternidad; el
Dr. Leopold Salzer, sobre Protoplasma y los descubrimientos del
Dr. Jaeger en materia de olor; y concluí el acto con una retrospec-
tiva histórica de los trabajos del Dr. James Esdaile en Anæstesia
290 H ojas de un viejo diario
* El pasaje dice así: Asyaiva chopapatte resha ushma. La palabra ushma está en los
diccionarios, sé que, definido como calor, con la implicación de que en algunos
casos se está refiriendo a prana. Está suficientemente claro que no se refiere al
calor animal del cuerpo, debido al hecho de que se menciona al ushma del cuerpo
espiritual. Dadas las circunstancias, creo que nuestra palabra aura (en sánscrito:
tejas) explica mejor la idea transmitida en el contexto, de lo que lo haría cualquier
otro sinónimo. (Olcott)
Curación de un mudo en el templo de Nelliappa 291
eso —como dicen los franceses— sautait aux yeux [saltaba a la vista].
Muchos pacientes se presentaron para recibir tratamiento, y veo que
el primer día todos menos uno fueron más o menos beneficiados.
La segunda mañana, la Familia Real estuvo presente en mis habita-
ciones para observar las operaciones, y entre otras curas registradas
está la de una anciana a quien le devolví el habla en su presencia.
Antes de abandonar la ciudad, admití a varios candidatos respeta-
bles en nuestra membresía. La terrible experiencia de los golpes
en el carro de bueyes tuvo que ser enfrentada nuevamente y, a su
debido tiempo, volví a Tinnevelly, muy consciente de mi anatomía
al final del viaje. En route, di una conferencia en Nagercoil ante
una gran audiencia. Hubo nuevos ingresos a nuestra membresía en
Tinnevelly, y luego fui a Srivilliputtur, donde formé una Rama local,
de allí a Sattur, y luego a Madura, una de las ciudades más grandes,
más prósperas e iluminadas de la Presidencia de Madrás. El Templo
Meenakshi es, creo, la mejor estructura religiosa hindú en India;
tiene una superficie de 258 x 227 metros y está lleno de gigan-
tescas estatuas monolíticas; alguna vez fue el asiento del aprendizaje
tamil. Las estatuillas de cuarenta de sus más reconocidos pandits
se guardan en una habitación cerrada que, probablemente, pocos
extranjeros visitan, y que es el triste recuerdo de los gloriosos días
de la antigüedad, ahora casi olvidados.
Hubo, cuando visité la ciudad —y ahora hay— un brillante
colegio local que está generando un renombramiento permanente
como Juez del Tribunal Superior de Madrás, al entonces líder, el
Sr. S. Subramanier, MST. Me alojaron en su casa del jardín y pronto
me familiaricé con todos los hombres de la ciudad que valía la pena
conocer. A la noche siguiente, di mi conferencia, no sin dificul-
tades, en el noble palacio de Tirumala Nayak (el rey Pandy del siglo
XVII). El palacio está construido y pavimentado con piedra, y la
presencia de una multitud dentro del edificio creó un rugido y una
confusión de sonido bastante inmanejable. Primero me colocaron
para hablar en un lugar debajo de la cúpula en la Rotonda, donde
el Príncipe de Gales había sostenido su Durbar, pero el simple ruido
del frotar de los pies descalzos de 2000 personas en el pavimento
y el murmullo de sus voces amistosas impidieron que me oyesen,
incluso los amigos situados a pocos metros de distancia. Estiraban
el cuello hacia adelante, curvaban las manos detrás de las orejas,
me perforaban con sus miradas ansiosas, como si sus ojos fuesen
taladros, y abrían la boca a medias, como lo hacen los sordos por
instinto, para captar las vibraciones del aire dentro del cavidad de
la boca, así como las del tímpano. Pero fue inútil, gritaba como un
tonto para nada; así que me detuve e hice signos de desesperación
Curación de un mudo en el templo de Nelliappa 297
L
A popularidad, más allá de un cierto punto, es muy molesta,
como descubrí durante toda la Gira por el sur de India en
1883. Cuando, el 7 de agosto, llegué a la Municipalidad de
Tiruchirappalli, donde debía hablar, me resultó prácticamente
imposible llegar a la puerta; una gran multitud ocupó cada palmo
de los accesos y, en lugar de darme espacio, se apretujaban entre
sí para observar a su objeto de curiosidad momentánea, formando
una masa compacta de carne sudorosa. En vano, mi Comité suplicó,
regañó, gritó y empujó; me detuvieron. Entonces, hice lo más
natural, me subí al techo sólido de un carruaje de palanquines donde
todos pudieran verme. Si uno quiere manejar una multitud, nunca
debe emocionarse ni precipitarse; tiene que dar el impulso inicial
correcto y dejar que aumente gradualmente por sí mismo. Sabía
perfectamente que ni uno en doce, de los hombres allí presentes,
podía entender inglés o realmente sabía algo más sobre mí además
del hecho de que era amigo y defensor de su religión, y tenía una
forma de curar a los enfermos que la gente calificaba de milagrosa.
Así, pues, permaneciendo inmóvil hasta que me hubiesen visto
bastante, preparaba a la muchedumbre compacta para que se disgre-
gara. Al principio, comenzaron a gritar que se hiciera silencio, de
tal manera, que no se escuchaba ninguna voz; por lo tanto, guardé
silencio. Por fin se produjo un momento de calma, y como el sol me
quemaba la cabeza y tenía ganas de ponerme a cubierto, levanté los
brazos y los mantuve en el aire sin decir una palabra. Hay que saber
que el público es con frecuencia como un niño que llora y cuya
302 H ojas de un viejo diario
la pared del exterior tiene unos 800 metros de largo a cada lado.
Allí fue donde Ramanuja, Fundador de la escuela Visistadvaita de
Filosofía Brahmánica, elaboró su sistema en el siglo XI, y comenzó a
difundirlo por todo el sur de India. La conferencia debía darse en un
espacio libre, delante del salón de las Mil Columnas, que cubre un
área de 137 metros por 40 metros, y que no tiene más que un piso.
Mis lectores podrán juzgar el espectáculo que me esperaba cuando
giré el ángulo del recinto y me encontré frente al salón gigante y
la plaza abierta. Bajo el cielo sombrío sembrado de estrellas, una
multitud de indos, de rostros oscuros, túnica y turbantes blancos,
en número de unos 5000, cubrían el suelo y el borde del techo en
terraza del hall de las mil columnas. Muchos jóvenes habían subido
escalando los relieves tallados de la gopuram, o puerta de entrada a
la derecha, y se sentaron en la cornisa. Me habían construido una
pequeña plataforma de tablones, adornada con flores y vegetación
sobre el porche, al pie de la escalera que conducía a la terraza en
cuestión, y tuve que usar un poco de agilidad para llegar hasta ella.
Pero llegado a mi sitio, abarqué con mi vista la escena entera, y su
originalidad me impresionó profundamente. Aparte de las estrellas,
no había más alumbrado que el de las vacilantes antorchas soste-
nidas por peones a lo largo de las paredes, seis de ellos sobre mi
plataforma, dispuestos de modo que me alumbraban plenamente
sobre el fondo sombrío de la pirámide que tenía detrás. La muche-
dumbre silenciosa, semioculta en la sombra, con algún brahmín de
pie, aquí y allí, desnudo hasta la cintura, con el cordón sagrado atra-
vesando su piel bronceada como un reguero de leche, rompiendo la
uniformidad de la vista. Sobre la plataforma, a 3 metros por encima
de las cabezas, el orador, también de blanco, con su intérprete y
uno o dos de los miembros de la comisión, era el objeto de todas
las miradas; la brisa de la noche pasaba refrescante y la multitud
escuchaba en silencio el discurso sobre el hinduismo y la necesidad
de una educación religiosa para la juventud. Las aclamaciones por
largo tiempo contenidas, estallaron al final, los portadores agitaron
sus flambeaux [antorchas] y todo el mundo se puso de pie, al mismo
tiempo que los muchachos se deslizaban de su sitio sobre la gopuram.
Y yo, cubierto de guirnaldas, ahogado entre millares de pechos, me
habría un camino hasta el recinto exterior, donde aguardaba mi
carruaje. Como en todas partes, se formó una Rama de la S. T. y el
día siguiente marché a Tanjore, esta fue la capital de una de las más
grandes de las antiguas dinastías hindúes del sur de India, y en todo
tiempo siempre fue uno de los principales centros políticos, litera-
rios y religiosos del sur (Hunter, Gaz. Ind., xiii., p. 195). Es por cierto
una pena que la corriente de viajeros en India no atraviese el sur,
304 H ojas de un viejo diario
Lo que hace que este acto de respeto y amor sea más significa-
tivo, es que no solo era un hombre blanco sino también un budista
declarado, lo que, sin embargo, no impidió que me aceptasen como
el director general de una Sociedad que no está comprometida
con ninguna religión en particular, sino que es amiga de todas por
igual, y que trabajaba tan fielmente con los indos para promover
el hinduismo como lo había sido con los budistas cingaleses para
revivir el budismo. Me tomaron como amigo de su Madre India,
por lo tanto, como su hermano del alma. Y como tal lo acepté.
Una visita a Chingleput terminó esta parte de la gira del año, y
fui a Ootacamund para reunirme con mi querida colega HPB, en
el acogedor hogar del Mayor-General y la Sra. Morgan. El ferroca-
rril termina en Metapaliyam, al pie de las Montañas de Nilgiri, y
el viajero continúa su camino en la montaña, por la carretera de
ripio, en un tonga arrastrado por un caballo o bien en diligencia de
dos ruedas arrastrada al galope por una pareja de ponis. El viaje es
simplemente encantador, pasando por bosques, prados de flores y
enjambres de hermosas mariposas pintadas, el aire se vuelve cada
vez más frío, hasta que a mitad de camino uno está obligado a dete-
nerse en la casa de descanso y cambiarse el traje tropical ligero por
uno de lana gruesa o incluso ponerse un abrigo. En casi todos los
rincones del camino sinuoso se presentan espléndidos panoramas
de paisajes, y por fin se llega a Ootacamund, un encantador pueblo
de casas pintorescas, que se extiende sobre las laderas de las colinas
adyacentes cubiertas de hierba y bosques, los caminos bordeados
de rosas, los recintos alegres con lirios, verbenas, heliotropos y
otras “sonrisas florales de Dios”. En el inicio de la calle Coonnoor,
HPB me recibió acompañada de nuestra querida Sra. Morgan, la
Sra. Batchelor y algunos de sus familiares, estando el General
temporalmente ausente de su casa. Mi vieja “compinche” parecía
realmente contenta de verme y continuó con su afectuosa manera
308 H ojas de un viejo diario