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by
henry steel olcott
PRESIDENT-FUNDADER OF THE SOCIETY
LONDON
1910
sra . annie besant , coronel h . s . olcott , sr . w . q . judge
ARGENTINA
2022
Título original en inglés: Old Diary Leaves
Traducción y revisión realizada por Miembros de la Sociedad
Teosófica en Argentina.
Diseño de Tapa: Erica Kupersmit
Catalogación:
Hojas de un viejo diario / Henry Steel Olcott - 1a ed. - San
Lorenzo: Sociedad Teosófica en Argentina, 2022
ISBN 978-987-4955-09-8
2022
Prólogo del Editor (1910)
H
AN pasado seis años desde que apareció la Tercera Serie de
“Hojas de un viejo diario” en forma de libro, y han pasado
nueve años desde que el contenido del presente volumen se
publicó en las páginas de The Theosophist. El autor falleció en 1907 y,
como bien saben todos los que lo conocieron, la publicación de la
totalidad de esta “verdadera historia de la Sociedad Teosófica” era
un asunto que estaba cerca de su corazón. Todavía queda material
suficiente para llenar uno, o incluso dos volúmenes adicionales, y se
espera que esto aparezca a su debido tiempo, porque mientras más
tiempo separe a los Miembros actuales de la Sociedad Teosófica de
su historia temprana, más importante es que los hechos sean regis-
trados. Para la primera parte de la historia, relacionada con EE. UU.
e India, no había ninguna autoridad viviente tan capaz de dar testi-
monio de los hechos como el difunto co-Fundador de la Sociedad.
En este volumen, sin embargo, atravesamos un período en el que,
debido a la difusión mundial de la organización, el contacto del
Presidente con el conjunto de la Sociedad no fue tan cercano, y tal
vez haya quienes estén bien calificados para escribir sobre el desa-
rrollo de las diferentes Secciones, que podrían complementar efec-
tivamente esta historia en lo que respecta a su propio país. Pero esas
historias seccionales o nacionales están por ser escritas, y mientras
tanto, el registro del coronel Olcott está aquí para leerlo; “y dige-
rirlo interiormente”.
El volumen que tenemos ante nosotros trata de unos cinco años
durante los cuales el escritor viajó por todo el mundo, visitando
Japón dos veces, Europa dos veces, Ceilán varias veces; Australia,
EE. UU. y Birmania una vez cada una, además de realizar largas giras
de conferencias en India. Fueron años que vieron el advenimiento
de la Sra. Besant —la actual Presidenta— a la Sociedad Teosófica,
y fueron testigos de la muerte de Mme. Blavatsky y de su erudito
colega hindú, T. Subba Row. El trabajo en nombre de la Unidad
Budista ocupó gran parte del tiempo y la energía del escritor en
cccviii H ojas de un viejo diario
i lu s trac i o n e s
E
NTRE mis visitantes de los días siguientes estaba ese muy
erudito maestro y autor de sánscrito, pandit Jibbananda
Vidyasagara, hijo del más grande de los pandits bengalíes de
su época, el difunto Taranath Tarkavachâspati, autor del Diccionario
Sánscrito, conocido por los antiguos Miembros de nuestra Sociedad
como el que me dio el hilo sagrado del brahmín, su propio gotra y
mantra, adoptándome así, en la medida de lo posible, bajo las reglas
de casta. Su hijo me pidió que participara de la comida en su casa
al día siguiente, lo cual hice con mucho gusto. Este es, creo, un
caso sin precedentes, ya que yo era un budista declarado, y se me
pidió que no sacrificara nada en cuanto a creencias religiosas como
condición para recibir esta distinguida marca de estima y gratitud
de los Brahmanes por mis servicios en India hacia el renacimiento
hindú.
Uno de mis amigos indos más fieles desde los comienzos hasta
hoy, es el Honorable Marajá, el Sr. Jotendro Mohan Tagore, de quien
HPB, yo y otros Teósofos habíamos sido huéspedes. Es un hombre
serio y culto, gran aficionado a las discusiones religiosas. Como
todos los hindúes, aprecia el antiguo ideal de la vida espiritual,
y reconoce, teóricamente, su gran superioridad sobre la vida del
mundo. Recuerdo una conversación que tuve con él sobre ese tema
un día, en Calcuta, y cómo reí sin malicia a expensas suyas. Me
había preguntado muy seriamente si podía indicarle el mejor medio
de alcanzar durante su vida aquel plano superior. “Naturalmente”,
respondí, “hay para ello un medio que pueden ensayar con una
2 H ojas de un viejo diario
* Companion of the Order of the Indian Empire, Compañero de la Orden del Imperio
de la India. (N. del T.)
4 H ojas de un viejo diario
que comen carne vacuna y beben alcohol; sean cuales fueren sus
investigaciones, nunca verían a un verdadero Adepto conociéndolo
como tal, como los casos de Rockhill, del capitán Bower, del Duque
d’Orleáns y del Sr. Knight*, lo prueban suficientemente.
El libro de Sarat Chandra Das, “Relato de un viaje a Lhasa en
1881-1882”, es uno de los libros de viajes más interesantes que yo
haya leído. Describe por completo los riesgos que fueron encon-
trando, obstáculos vencidos, peligros mortales, encuentros con gente
desconocida, y los planes y proyectos plenamente realizados; pero
está libre de grandilocuencia y vana jactancia; en esto, se asemeja
a ese libro incomparable de Nansen, “Más al Norte” †. Saliendo
de Darjeeling el 7 de noviembre de 1881, Sarat Chandra atravesó
el Himalaya por el Paso de Kangla Chhen el 30 de noviembre, y
después de haber sufrido grandes fatigas, llegó a Tashi Lhumpo,
capital del Tashi Lama‡ (de quien uno de nuestros reverenciados
Mahatmas, es Maestro de Ceremonias). Vivió allí varios meses y
obtuvo permiso para visitar Lhasa, donde fue recibido por el Dalai
Lama. Recogió una cantidad de obras budistas de las más impor-
tantes, y venciendo innumerables obstáculos en su viaje de regreso
hacia la frontera del Sikkim, regresó a su casa el 27 de diciembre de
1882. Observé la forma de su cabeza, en la que hallé algo que ya me
había sorprendido en Stanley, el explorador africano: un marcado
desarrollo en las sienes, encima de la articulación de la mandíbula,
lo que los fisonomistas consideran como un signo de fuerte consti-
tución y de resistencia a las enfermedades. El cuerpo entero de Sarat
Babu da la impresión del vigor físico, y la lectura de su Informe al
gobierno, me confirmó más tarde esa primera impresión. Gracias a
su perfecto conocimiento del tibetano, ayudado por su tipo semi-
mongol, pudo llegar a Tashi Lhumpo y a Lhasa, haciéndose pasar
por un doctor tibetano. Tuve personalmente amplias pruebas de su
facilidad para hablar dicha lengua, cuando me sirvió de intérprete
en mi conversación con el erudito lama-pandit y con el jefe de los
* Los dak bungalow eran edificios del gobierno en la India Británica que propor-
cionaban alojamiento gratuito para los funcionarios del gobierno y alojamiento
“incomparablemente barato” para otros viajeros. Las estructuras a veces también
se conocen como casas de descanso o bungalós de viajeros. (N. del E.)
6 H ojas de un viejo diario
* En Assam. (Olcott)
8 H ojas de un viejo diario
que para dormir tuve que estirar las piernas por delante hasta las
rodillas. A las 4 a. m. llegamos al Haut de Mahajan, donde tomamos
un pesado bote río arriba, en el que tuve veintiocho horas para
dormir y descansar antes de llegar a Noakhally a las 11 a. m. el día
27. Mi recepción fue sumamente cordial y me agasajaron con la
mayor hospitalidad. A las 3 p. m. recibí y respondí a los discursos en
bengalí e inglés en el salón de la S. T., una estructura ordenada en
postes de bambú y pantallas, y techo de paja, que había costado a la
Rama ₹ 600 [rupias]. Se dio una conferencia a las 4:30 p. m. bajo la
presidencia del Magistrado local (europeo), en el Teatro nativo, y por
la noche se ofreció una representación de ese antiguo y conmovedor
drama indo, Prahlad Charita, por aficionados que demostraron un
verdadero talento histriónico. Pero mi autocontrol fue duramente
probado por un preámbulo compuesto en mi honor, que me generó
cierta incomodidad. Se levantó el telón, dejando ver una escena
en el bosque, en la que se veía a un antiguo Rishi (Bharata Rishi)
sentado en profunda meditación debajo de un árbol. Enseguida se
escuchan canciones alegres, y de los dos lados entran varios chelas,
que se agrupan alrededor del Yogui y lo devuelven a la consciencia.
Él les pregunta la causa de sus alegres cantos, y le responden que
“el coronel Olcott, el amigo de la religión aria, ha llegado al país”.
El Yogui declara entonces que es el cumplimiento de una antigua
profecía, y para India representa la aurora de días mejores. Se
levanta, toma una guirnalda de manos de un discípulo (Sishya), se
adelanta hacia la rampa, haciéndome señas para que me acerque, y
me echa la guirnalda alrededor del cuello pronunciando una bendi-
ción al mismo tiempo. Este cómico anacronismo no pareció haber
chocado a nadie más que a mí y al Magistrado europeo sentado
junto a mí. Pero la intención de hacerme ver el amor nacional hacia
mi persona era tan evidente, que mis ganas de reír fueron vencidas
por mi gratitud por aquella simpática ceremonia.
Al día siguiente di otra conferencia y el salón se llenó de personas
que hacían preguntas, de las cuales varias, incluido Nobin Chandra
Sen, el gran poeta bengalí, se unieron a la Sociedad. Por la noche me
embarqué en el vapor en Taktakally después de un viaje de 9 km,
y el 29 llegué a Barisal, dormí en el barco Khulna-Barisal, pasé el
día siguiente en el río, tomé el tren para Calcuta y llegué allí a las
5 a. m. del 31.
El 1 de septiembre hubo una reunión de las damas de la S. T.
en la casa del Sr. Janaki Nath Ghosal, un caballero de Calcuta muy
conocido e influyente, de cuya esposa he hablado en otros lugares
como una de las mujeres más hermosas e intelectuales de la India
10 H ojas de un viejo diario
* Desde el momento en que ella dejó Adyar, yo le había enviado £ 20 mensuales
hasta que se agotó el fondo de reserva de The Theosophist, y le notifiqué que a
menos que volviera y compartiera mis cáscaras de pan, ella tendría que encon-
trar algún otro medio de apoyo; yo no podía hacer nada más. (Olcott)
Los temores de HPB 17
C
RUZAMOS un umbral de tiempo y entramos en el decimo-
tercer año de la Sociedad, que se encontrará tan lleno de inci-
dentes como cualquiera de sus precedentes. Porque hemos
hecho historia rápidamente. No hemos avanzado con el estruendo
de trompetas ni con el ondear de estandartes, sino impulsados por
una fuerza divina para despertar el pensamiento y moldear las
opiniones, una fuerza tan silenciosa como irresistible.
En The Theosophist de enero del año 1888 apareció un notable
informe sobre ciertas observaciones meteorológicas realizadas en
el Estado de Baroda según el sistema establecido por los antiguos
Rishis, como se encuentra en ese clásico de Astrología, el Brihat
Samhita, el cual fue muy importante. Fue realizado por ese exce-
lente caballero y Teósofo acérrimo, el Sr. Janardhan Sakharam
Gadgil, MST, egresado de la Universidad de Bombay y Juez del
Tribunal Superior de Baroda, y Rao Sahib Bhogilal Pravalabhdas,
Director de Educación vernácula de ese Estado, con ayuda de Joshi
Uttamram Durlabharam y sus alumnos. El objetivo del juez Gadgil
era poner a prueba el antiguo sistema de predicciones meteoro-
lógicas en comparación con las realizadas día a día por la Oficina
Meteorológica del gobierno, utilizando los mejores instrumentos y
el accesorio del telégrafo eléctrico para reunir en minutos las obser-
vaciones diarias de muchos observadores dispersos. Los resultados
fueron, en general, muy gratificantes y se pueden tabular así:
26 H ojas de un viejo diario
TOTAL 58
Para entender esto, hay que recordar que los almanaques hindúes
emitieron sus predicciones en el otoño anterior, y que derivan de
observar las posiciones astronómicas en ese momento, cuyos resul-
tados se calculan con gran precisión sobre los aspectos estelares
según una teoría bastante desconocida, creo, para nuestros astró-
nomos y meteorólogos occidentales. La teoría antigua es que las
nubes son positivas y negativas, masculinas y femeninas; que estas
últimas se fecundan en conjunción con las primeras, y que lloverá
seis meses y medio después (ver Brihat Samhita, Cap. XXI, sloka
7). Allí se afirma curiosamente que “si aparecen nubes preñadas
cuando la luna está en un cierto Asterismo, la lluvia ocurrirá 195
días después, cuando la luna esté en el mismo Asterismo”. Por lo
tanto, al observar de cerca el número y los lugares de las nubes
en los días que comienzan desde el primero de la mitad brillante
del mes lunar Margasirsha (noviembre-diciembre), los fabricantes
de almanaques de India predicen con seguridad los días y las canti-
dades de lluvia durante la próxima temporada de monzones, medio
año después. El juez Gadgil imprimió tablas de fechas y precipi-
taciones medidas que apoyan la afirmación de que las reglas de
los Rishis se consideran estrictamente científicas. El difunto Prof.
Kero Laxman Chhatre, el gran astrónomo de Poona, escribió que
las predicciones eran maravillosas a sus ojos. Los hechos acumu-
lados prueban, en opinión del juez Gadgil, que “aunque el sol es
la causa principal de la evaporación del agua, la luna es el factor
potente que hace que el vapor de agua adopte la forma de nubes
preñadas que, en su madurez, caerán en forma de lluvia, y harán
fructificar la tierra*”. Especifica varios otros puntos de importancia
* Esta idea, por supuesto, será rechazada por el meteorólogo medio sin pensarlo
dos veces, sin embargo, eso no decide el asunto, ya que las observaciones de
los estudiantes hindúes de meteorología durante muchas generaciones tienen
mucho más peso que cualquier negación rotunda de las personas modernas que
ignoran de igual manera su teoría y sus datos. En el momento de escribir aparece
en un documento de Ceilán (copiado en el Indian Mirror del 5 de diciembre de
1899) el informe de una entrevista con dos científicos alemanes, el Dr. Benedict
Friedlander, Profesor de Biología, y el Dr. A. Ewers. El Dr. Friedlander acababa de
Asuntos científicos y de los otros 27
pasar dos años en investigaciones científicas en las Islas del Mar del Sur, y, entre
otras maravillas de la Naturaleza, había esclarecido esta discusión de larga data
en cuanto al origen del gusano palolo. Descubrió que estas curiosas criaturas se
elevan, sin cabeza, a la superficie del agua dos días al año, es decir, las del tercer
cuarto de la luna de octubre y noviembre a las 4 a. m., y desaparecen poco después
de la salida del sol. En ningún otro día se los puede ver. Le dijo al reportero que
él estaba tratando de averiguar “si hay algún fenómeno similar aquí”, es decir, la
influencia que las posiciones de la luna tienen sobre la vida orgánica. La ciencia
moderna rechaza la teoría como regla, pero el gusano palolo es un hecho, recono-
cido por un gran número de observadores, y también por uno de mis adversarios,
quien se vio obligado a admitir que yo tenía razón y él estaba equivocado. No
hay explicación del hecho, excepto como hipótesis. Pero los hombres de ciencia
han descubierto mediante un método estadístico que la luna tiene una influencia
en ciertos fenómenos, y no hay duda de que la luna tiene una influencia en
algunas cosas de las que la ciencia aún no es plenamente consciente. Otro de mis
propósitos es descubrir la creencia popular del pueblo oriental en relación con
la influencia de la luna. Por supuesto, no aceptaré las creencias populares como
una cuestión de hecho, sino como puntos de partida para futuras investigaciones.
Esto es todo lo que el juez Gadgil o cualquier otro hindú ilustrado pediría; y dado
que este eminente biólogo alemán ha dado un paso adelante tan audaz, podemos
esperar que algún meteorólogo minucioso de su país tome la pista ofrecida en
el presente aviso de las estadísticas de Baroda, y gane renombre por sí mismo
haciéndolas “el punto de partida para futuras investigaciones”. (Olcott)
* “Debemos recordar aquí a nuestros lectores que en el caso de algunos sujetos
histéricos hay regiones en ciertas partes del cuerpo, denominadas zonas erógenas
28 H ojas de un viejo diario
E
N el final del precedente capítulo, se ha visto que íbamos
a examinar acontecimientos desagradables del año 1888, en
los cuales HPB fue un factor importante. Si hubiera sido una
mujer común y corriente, oculta por el muro de la vida doméstica,
se habría podido escribir la historia de este desarrollo del movi-
miento Teosófico sin sacarla a escena; o bien, si amigos y enemigos
no hubieran dicho de ella más que la verdad, yo habría podido aban-
donarla a su karma, contentándome con mostrar la grandeza de su
papel y la parte de elogio que le correspondía. Pero ha corrido la
suerte de todos los personajes públicos de relevancia en los asuntos
humanos, habiendo sido absurdamente adulada y adorada por una
parte, y despiadadamente agraviada por la otra. A menos que su
más íntimo amigo y colega, el co-Fundador superviviente del movi-
miento, hubiera dejado de lado la reserva que había mantenido todo
el tiempo, y que hubiese preferido conservar, su verdadera perso-
nalidad no habría sido comprendida jamás por sus contemporá-
neos ni se habría hecho justicia a su carácter realmente grandioso.
Su grandeza desde el punto de vista del altruismo perfecto de sus
servicios públicos, es innegable; en sus horas de exaltación su yo
estaba inundado por el deseo de difundir el conocimiento y cumplir
las órdenes de su Maestro. Jamás vendió por dinero su tesoro de
ciencia oculta, ni cambió sus instrucciones por ventajas personales.
No daba ninguna importancia a su vida comparándola con su obra,
y la habría dado tan alegremente como cualquier mártir, en caso de
presentarse ocasión de tal sacrificio. Traía esas tendencias y rasgos
36 H ojas de un viejo diario
Elogios alentadores para un pobre hombre que luchaba con todas sus
fuerzas por llevar con mano firme el timón de la nave, mantenién-
dose alejado de bancos de arena y rocas que destruyen tantas socie-
dades, y que son doblemente peligrosos para los barcos con tripu-
laciones malhumoradas. Ella había incubado una nueva Sección,
de la cual sería elegida “Presidente”, alquiló una casa espaciosa y
tenía un letrero listo para poder escribir “Sede Central Europea de
la S. T.”, o bien “Sociedad Teosófica de Occidente”. Sospechando que
no me gustaría mucho que toda la maquinaria de la Sociedad se
alterara para satisfacer su capricho, y recordando que cuanto más
me amenazaba más me obstinaba, me escribió:
(Firmado) H. S. Olcott,
Testigo: Presidente en Consejo
H. P. Blavatsky,
Secretaria de Correspondencia
H. P. Blavatsky H. S. Olcott
Londres, octubre de 1888.
horas, caminando, sin hablar con ningún guía, sin hacer preguntas,
simplemente psicometrizando el lugar y siguiendo las pistas mentales
en todas direcciones, para poder grabar indeleblemente las imágenes
en mi memoria. A la mañana siguiente partí para Nápoles y al día
siguiente me embarqué. Como el Arcadia no zarpó hasta las 10 p. m.,
desde su cubierta tuvimos la oportunidad de ver el hermoso pano-
rama de la ciudad iluminada, reflejada en las aguas cristalinas de la
bahía; una escena de cuento de hadas.
Mi travesía de regreso resultó muy interesante, porque se mani-
festó en los pasajeros de las dos clases un gran deseo de conocer algo
de la Teosofía, de la Sociedad y de las ciencias ocultas en general.
Entre ellos estaba esa graciosa estudiante de temas místicos, la
Condesa de Jersey, a quien encontré como una de las amistades
más elevadas y agradables que jamás haya hecho. Sin duda, como
consecuencia de su ejemplo, todo el primer salón se puso a hablar
de Psicometría, Transferencia de Pensamiento, Clarividencia,
Quiromancia, Astrología y temas similares del grupo Borderland; y
se realizaron experimentos prácticos para probar la exactitud de las
teorías. El cuarto día recibí una invitación escrita, de lord Jersey, el
Sr. Samuel W. Baker, el explorador africano, y otros notables pasa-
jeros, para que diese, con permiso del comandante, una conferencia
sobre “Teosofía”, lo cual hice de buena gana; el Sr. Samuel me agra-
deció con un breve discurso, bellamente redactado, que fue muy
gratificante. Tres días más tarde hubo una nueva petición, y hablé
sobre el tema indicado: la “Psicometría”. Esto provocó numerosos
experimentos, yo mismo hice algunos instructivos. Una señora trajo
de su camarote una media docena de cartas de personas que tenían
caracteres muy diferentes, cada una encerrada en un sobre blanco,
para que la persona que hacía la prueba no tuviese idea sobre el sexo
o carácter del autor de la carta —prudente precaución. La hice sentar
en un sillón y pasé las cartas una después de otra, por encima de
su cabeza, sobre su frente, y le pedí que las mantuviese allí respon-
diendo a mis preguntas. No debía reflexionar en la respuesta, sino
decir de pronto lo primero que se le presentase a la mente. Yo le
preguntaba: “¿El que escribió es un hombre o una mujer? Le ruego
que conteste en seguida”. Después: “¿Es él (o ella) joven o viejo?
¿Alto o bajo? ¿Robusto o delgado? ¿Sano o enfermo? ¿De mal genio
o calmo? ¿Franco o engañoso? ¿Generoso o avaro? ¿Digno o indigno
de confianza como amigo? ¿Tiene usted afinidad con esta persona?”
etc., etc., y sin hacerle nunca una pregunta sugestiva, ni hacer nada
que pudiese turbar el pensamiento espontáneo del sujeto. A primera
vista, es perfectamente evidente que el examen más atento de un
sobre en blanco —no siendo de una forma extraordinaria, y parti-
Fundación de la Sección Esotérica 45
* “Psicometría” del profesor Buchanan; profesor Denton “El alma de las cosas”;
y una compilación útil de folletos, “Psicometría y transmisión de pensamiento”.
(Olcott)
CAPÍTULO V
La convención de 1888
1888
N
UESTROS amigos, como todos los extranjeros, estaban
muy asombrados por el aspecto pintoresco de la ciudad de
Bombay, con su multitud coloreada, y encantados con la
cordial recepción de los Miembros de la Rama local, que hacían
—como lo hacen siempre— todo lo que les es posible para recibir
bien a los nuevos colegas. En ciertos aspectos, es una Rama modelo,
que ha tenido la suerte de contar desde la fundación con Miembros
enérgicos, inteligentes y entusiastas. Cuando pienso en ese grupo,
hallo extraño que mientras tuvimos en Bombay nuestra Sede
Central de la S. T., la Rama permaneció casi completamente inerte.
Yo hacía desesperadas tentativas para infundirle vida, pero sin éxito.
Tal vez era debido a que los Miembros se sentían tan cerca de sus
Fundadores, y que un pequeño paseo de media hora los llevaba
hasta HPB, cuya conversación corriente era mucho más instruc-
tiva y estimulante que cualquier reunión incolora. Pero cuando
nos instalamos en Adyar, la responsabilidad de la Rama recayó por
entero en Tookaram Tatya, Rustomji A. Master y dos o tres más,
y la vida latente de la Rama se reveló de pronto. La dejamos en
1882, compuesta en su mayoría por hindúes, pero después de algún
tiempo se retiraron, y la mayoría preponderante ahora es parsi. Sin
embargo, los mismos estudios han sido continuados, y se ha ense-
ñado idénticamente las mismas ideas Teosóficas, de suerte que en
el mundo entero no podría encontrarse un centro más profunda-
mente Teosófico que aquella Rama de Bombay.
48 H ojas de un viejo diario
* “Japón feudal y moderno”, de Arthur May Knapp. Boston L. G. Page & Co., 1897.
(Olcott)
La convención de 1888 57
C
OMO mi salida para Japón se fijó para el día 10 de enero,
tenía bastante trabajo para hacer publicar mi Informe Anual
y poner todas las cosas en orden durante los pocos días
que me quedaban. Dharmapala, que se hallaba decidido a acompa-
ñarme, salió el 1º para Colombo, a fin de hacer sus preparativos, y
yo me embarqué con Noguchi el día fijado. La travesía a Colombo
fue tranquila y agradable, y una multitud de amigos budistas me
aguardaban a la llegada. El Sumo Sacerdote, Sumangala Thera, nos
esperaba en nuestra Sede Central Teosófica en la Calle Maliban, y
volvió al día siguiente para una larga y amistosa charla. El pandit
Batuvantudave, el sabio sanscritista, como Registrador Budista de
Matrimonios según la Ordenanza que había convencido a lord
Derby y el Sr. Arthur Gordon (Gobernador de Ceilán) de que apro-
baran, celebró un matrimonio entre correligionarios el día 14, en
mi presencia, y en su discurso a los novios mencionó el papel
que yo había tenido en lograr esta reforma en las antiguas leyes
matrimoniales.
La asistencia a las reuniones públicas, la recepción y la realiza-
ción de visitas, una gran cena ofrecida por la Rama de Colombo,
una conferencia pública o dos, presidir las celebraciones escolares
y otros asuntos, ocuparon todo mi tiempo y me enviaron a la cama
cada noche cansado y somnoliento. El 17 por la noche, recibimos la
más conmovedora despedida en una numerosa reunión en la cual
el Sumo Sacerdote pronunció un discurso sobre Bana. Hacía un
62 H ojas de un viejo diario
* Un pequeño carrito de dos ruedas para un pasajero; tirado por una persona.
Visita a Japón 65
* Anecdota Oxoniensis, serie aria, Vol. I, parte II, Oxford, 1883. (Olcott)
Visita a Japón 69
E
L día de nuestra reunión el sol era brillante y su luz reflejada
hacía que cada punto de oro en los paneles de laca brillara,
y cada superficie brillante en las decoraciones bordadas de
satén floreciera en sus hermosos tonos. Se había puesto una larga
mesa en medio del salón, con sillas a cada lado, que debían ser
ocupadas por los Sumos Sacerdotes por orden de edad, a sugerencia
mía. Una mesita en un rincón, estaba destinada al intérprete, el
Sr. Matsumura, de Osaka. Me invitaron a que ocupase un sitio en la
cabecera de la mesa grande, pero decliné respetuosamente, diciendo
que como no tenía ningún rango oficial en su orden, no se me
podía asignar un lugar apropiado; como extranjero y laico, sería más
respetuoso que me sentara en la mesa pequeña con mi intérprete.
Fue el segundo punto establecido, porque el primero fue hacerlos
sentar por edad, dado que el principio de inclinarse ante la superio-
ridad de los años, era universal en Oriente. Al mismo tiempo, esto
salvaba la dificultad de saber qué secta ocuparía la cabecera; era un
punto de etiqueta tan escrupulosamente mantenido como lo fue
por ese vehemente caudillo que decía: “Donde Douglas se siente,
allí está la cabecera de la mesa”. Entre los delegados se encontraban
varios hombres muy viejos de cabellos grises y formas encorvadas,
que mantenían sus manos y cuerpos calientes en la habitación sin
calefacción con braseros de bronce colocados ante ellos sobre la
mesa y un ingenioso artilugio, una caja de hojalata curvada con tapa
perforada, a su medida alrededor de la boca del estómago, dentro de
un fajín, con un rollo de carbón en polvo en una fina cubierta de
72 H ojas de un viejo diario
Estimados Señores,
Los he invitado a reuniros hoy en terreno neutral para una consulta
privada.
¿Qué podemos hacer por el budismo?
¿Que debemos hacer por él?
¿Por qué las dos grandes mitades de la Iglesia Budista perma-
necen más tiempo ignorándose la una a la otra?
Rompamos ese largo silencio; crucemos el abismo de 2300 años;
que los budistas del norte y los del sur vuelvan a ser una sola
familia.
El gran cisma se produjo en el segundo concilio de Vaisâli y he
aquí algunas de las causas en las siguientes preguntas: “¿Pueden
los monjes guardar sal en cuernos para servirse de ella más
tarde?” “¿Pueden comer los monjes alimentos sólidos después de
mediodía?” “¿Pueden beber bebidas fermentadas que se parezcan
al agua?” “¿Pueden usar asientos cubiertos de tela?” “¿La Orden
puede recibir oro y plata?”.
¿Es en realidad posible que la gran familia budista permanezca
desunida por tales motivos? ¿Qué es más importante, vene-
rables Señores, que la sal sea guardada o no para servir más
tarde, o que las Doctrinas del budismo sean predicadas a toda
la humanidad? He venido de India —un viaje de 8000 kilómetros,
que es largo para un hombre que tiene cerca de 60 años— para
hacerles esa pregunta. Respóndanme, Oh Sumos Sacerdotes
de las doce sectas de Japón. Les he traído un llamamiento por
Exitosa cruzada en Japón 73
tareas que tienen ante sí, por lo tanto, es hacer que los eruditos
comparen críticamente los libros, para determinar qué partes son
antiguas y cuáles modernas, cuáles autorizadas y cuáles falsifi-
caciones. Luego, los resultados de estas comparaciones deben
publicarse en todos los países budistas, en sus diversas lenguas
vernáculas. Es posible que tengamos que convocar otro gran
Concilio en algún lugar sagrado, como Bodh Gaya o Anuradha-
pura, antes de que se autoricen las publicaciones mencionadas.
¡Qué espectáculo tan grandioso y esperanzador sería ese! ¡Que
vivamos para verlo!
Ahora comprendan amablemente que, al hacer todos estos planes
para la defensa y propagación del budismo, lo hago en el doble
carácter, de budista individual y de Presidente de la Sociedad
Teosófica, actuando a través y en nombre de su División Budista.
Nuestra gran Hermandad comprende ya 174 Ramas, distribuidas
en el mundo de la siguiente manera: India, Ceilán y Birmania 129;
Europa 13; EE. UU. 25; África 1; Australasia 2; Indias occidentales
2; Japón 1; Singapur 1. Total, 174 Ramas de nuestra Sociedad,
todas bajo una dirección general. Cuando visité Ceilán por primera
vez (en el año 1880) y formé varias Ramas, organicé una División
Budista de la Sociedad, para incluir todas las Ramas budistas que
pudieran formarse en cualquier parte del mundo. Lo que ahora les
ofrezco es organizar tales Ramas en todo Japón y registrarlas, junto
con nuestras Ramas budistas en Ceilán, Birmania y Singapur, en
la “División Budista”, para que todos puedan trabajar juntos por el
objetivo común de promover los intereses del budismo. Será una
cosa fácil de hacer. Ya tienen ustedes muchas Sociedades de este
tipo, cada una de las cuales intenta hacer algo, pero ninguna puede
lograr tanto como si ustedes uniesen sus fuerzas entre sí y con las
Sociedades hermanas en países extranjeros. Le costaría mucho
dinero y años de trabajo establecer agencias extranjeras como la
nuestra, pero le ofrezco la posibilidad de tener estas agencias ya
preparadas, sin que ustedes tengan que incurrir en gastos prelimi-
nares. Y dado que nuestra División Budista ha estado trabajando
por el budismo sin ustedes durante los últimos diez años, dudo
que puedan encontrar colaboradores más confiables o celosos.
La gente de Ceilán es demasiado pobre y muy escasa (sólo unos
2 000 000 de budistas) para emprender un plan tan grande como
el que propongo, pero ustedes y ellos, juntos, podrían hacerlo con
éxito. Si ustedes preguntan cómo deberíamos organizar nuestras
fuerzas, les señalo a nuestro gran enemigo, el cristianismo, y les
pido que miren sus grandes y ricas Sociedades Bíblicas, Tratados,
Escuelas Dominicales y Sociedades Misioneras; las tremendas
Exitosa cruzada en Japón 75
me dijo que los Shoguns son envueltos en una serie de siete fére-
tros, pero nadie pudo decirme el por qué. ¿Es acaso un símbolo de
la séptuple constitución del hombre? Junto a una de las tumbas,
estaba el gran tambor de guerra del soberano difunto, el que en
otros tiempos hacía resonar al frente de sus ejércitos victoriosos.
La tentación de darles una sorpresa fue tan fuerte que agarré el
mazo e hice sonar una nota retumbante en el gigantesco tambor.
“Ved”, grité; “Los convoco a todos en nombre del Shogun difunto
para la batalla de su religión ancestral contra las fuerzas hostiles
que quisieran vencerla”, y en seguida les rogué que me perdonasen
si había faltado al código de la cortesía. Pero manifestaron diciendo
que yo no había hecho más que mi deber recordándoles la obliga-
ción que tenían, de obrar por su fe, y que harían buen uso de este
incidente, para con el público.
El 3 de marzo me pidieron que pronunciara un discurso en una
gran reunión de todos los sacerdotes más importantes de la capital
y alrededores, y con toda la fuerza de que soy capaz, me esforcé por
hacerles ver su deber y cómo éste se hallaba íntimamente unido a
sus verdaderos intereses. Como en otro tiempo en Ceilán, les dije
que si eran un poco sensatos, harían todos los esfuerzos posibles
para conservar en las generaciones futuras, el espíritu religioso que
haría de ellas, en la edad madura, los voluntarios sostenes de los
templos y del clero, como sus padres lo habían sido antes que ellos.
Porque si se deja extinguir ese sentimiento, los templos se desplo-
marán y los monjes se extinguirán por no hallar de qué vivir; para
mí no les pedía nada, ni la menor recompensa. Yo no era más que el
heraldo del Fundador de nuestra religión, que les llamaba al trabajo,
antes de que fuese demasiado tarde para ocuparse del desastre. Tal
fue mi leitmotiv durante toda aquella gira, que como se verá, tuvo
pleno éxito.
El 4 de marzo hice una visita ceremonial al Sumo Sacerdote
de Hongwanji Oriental, Otani Koson San, un noble de nacimiento,
del rango de marqués bajo el nuevo sistema. Encontré en él un
hombre cortés y digno, que parecía desear lo mejor para mi misión
y prometió toda la ayuda necesaria. De allí a la Embajada de Estados
Unidos; y, más tarde, los Sres. Nanjio, Akamatsu y yo tuvimos una
larga charla sobre asuntos budistas.
Por la noche, con el marqués Otani y el Sr. Akamatsu, asistí a
una fiesta en la casa del Vizconde Sannomiya, Chambelán Imperial,
cuya esposa es una Dama de Honor alemana de Su Majestad la
Emperatriz. Como era mi primera velada en Japón y hasta entonces
yo había visto a todos los grandes funcionarios con el traje nacional,
no sabía qué ponerme y pedí consejo a un norteamericano y al
80 H ojas de un viejo diario
M
I gira no podría haber sido organizada mejor que como lo
hizo el Comité, para dar a todas las clases de la sociedad
la ocasión de oír lo que yo tenía para decir en favor del
budismo. Bajo el pacto de beneficio mutuo hecho entre los líderes
de las sectas, en el Concilio trascendental en el Templo Choo-in,
Kioto, me hacían hablar en los templos de cada secta, ahora en
uno, ahora en otro, a veces en dos en un mismo día. Ese acuerdo
no tenía precedente, y todos hacían lo que podían para aumentar el
número de mis oyentes, y reunir a los sabios y a los ignorantes, a
los sacerdotes y a los laicos, nobles y agricultores, oficiales y civiles.
Todos los diarios o revistas del país, daban cuenta de mi misión, de
su objetivo, de mis argumentos, de la proposición hecha de esta-
blecer un acuerdo entre los budistas del norte y del sur, y hacían
el retrato físico del “budista norteamericano”. Mientras tanto, el
pobre Dharmapala estaba todavía en el Hospital de Kioto sufriendo
el martirio, y cuidado con el mayor cariño por sus enfermeros
voluntarios.
La discusión que tuve con Su Excelencia, el Gobernador de
Tokyo, hizo que me invite a cenar con él en el Club de los Nobles,
y reunirme con el Primer Ministro y sus colegas del Gabinete.
Entonces no era vegetariano, por lo que es bastante natural que me
hubiera gustado alguna comida del amplio menú para la ocasión,
una copia del cual, impresa en japonés y en francés en columnas
paralelas, encuentro pegada en mi Diario, junto con decenas de
tarjetas de visitantes, en japonés, chino, inglés y francés, que se
84 H ojas de un viejo diario
una lata de té verde, lista para cualquiera que quiera té caliente para
calentar su estómago; una manera cordial, bien educada y dulce-
mente amable de demostrale que es muy bienvenido. Esos son mis
recuerdos del Hotel Shidzuoka. Pero no todos, porque estaban los
arreglos para dormir. Imagínese dos colchones de algodón rellenos,
de quince a veinte centímetros de grosor, uno para acostarse, el
otro para cubrirse, y almohadas para descansar la cabeza. Eso es
todo; sin armazón de cama, sin catre, sin camilla, solo los dos
fthoon, y corrientes de aire frío que le llegaban a uno desde debajo
de los biombos móviles. Traté de ponerme el extremo del colchón
de arriba alrededor del cuello, pero eso era impracticable, así que
recurrí a mi ropa, y al mismo tiempo agendé traer siempre mis
propias alfombras conmigo, como hacemos en India.
Ese día llovió mucho, pero tuve que dar una conferencia en
un templo de Jo-do a las 7 p. m., habiendo visitado previamente al
Gobernador y hablado de política y religión. Volvimos a tener un
sol radiante el 2 de abril y di una conferencia a las 2 de la tarde.
Nuestros queridos enemigos, los misioneros, intentaron el juego de
hacerme preguntas sobre lo que ellos pensaban que eran los puntos
vulnerables del budismo, pero mi Diario dice que “obtuvieron
más de lo que esperaban”, así que puedo dejar el asunto ahí. De
un Dr. Kasuabara recibí el regalo único: la gran y antigua Mandara
(pintura religiosa) de seda tejida, de 1200 años, que se puede ver
en nuestra Biblioteca. Representa la doctrina de la secta Shin-gon
en cuanto a la aparición de los Buddhas en el mundo y la gloriosa
compañía de los Apóstoles (de la ortodoxia Shin-gon). El generoso
doctor me dijo que esto había estado colgado durante siglos en
cierto templo del que su familia era la custodia hereditaria; que
este templo fue quemado, creo, en alguna guerra civil, y totalmente
consumido con todos sus tesoros artísticos invaluables, excepto este
mismo Mandara, que se había salvado casi milagrosamente.
A las 7 de la mañana del día 3 salimos hacia Hamamatsu,
haciendo parte del camino en un camión de plataforma abierta, y
en tranvía el resto, ya que el ferrocarril estaba en construcción en
ese momento. Di una conferencia por la tarde y, más tarde, cené
con setenta personas influyentes, invitadas por Su Excelencia el
Gobernador.
Llegamos a Okasaki al día siguiente y, después de una cena
temprana, di una conferencia con el Gobernador que presidía. La
multitud era impresionante y cientos no pudieron entrar al edificio;
tuve que salir y mostrarme a ellos, para apaciguar su clamor. A las
4 p. m. nos dirigimos a Nagoya, el lugar de residencia del Sr. Nanjio.
Este me recibió en la estación y me alojó en el Templo del Hongwanji.
90 H ojas de un viejo diario
A
QUELLA noche formé, o mejor dicho, hice la ceremonia de
formar una Rama local de la S. T. en Hongwanji; esta Rama
jamás ha hecho nada práctico, y me han explicado el porqué
en razones tan llenas de sentido común, que impidieron que me
disgustase. Cuando discutí el asunto de la extensión de la S. T. en
Japón con los hombres más ilustres de cada secta, me dijeron que
si yo quería venir a establecerme en el país, fundarían tantas Ramas
como quisiera, y con tantos millares de Miembros como pudiera
desear. Pero que de otro modo sería inútil, porque el espíritu de secta
estaba tan desarrollado que nadie querría nunca ingresar en una
organización en la que, necesariamente, debería haber Directivos
y simples Miembros, y en la que el azar podría hacer que los jefes
pertenecieran a una secta antipática a la suya. Sólo un hombre
blanco, extranjero, que no formase parte de ninguna secta, ni de
ningún grupo social, podría llevar adelante una Sociedad semejante,
y sería menester que fuese un budista sincero; de otro modo, sus
intenciones estarían expuestas a interpretaciones erróneas; y como
yo era el único hombre que conocían que poseía estos requisitos,
me hicieron la oferta en cuestión. Sabiendo eso, y agregando mis
relaciones íntimas con los cingaleses y los birmanos, vi que si podía
ser reemplazado en mi obra Teosófica y ocuparme exclusivamente
de los intereses budistas, podría muy pronto instituir una Liga
Budista Internacional que lanzaría el Dharma como una marea sobre
el mundo entero. Este fue el motivo principal que me impulsó a
ofrecer mi renuncia a la Presidencia, y pasarla a HPB, por las razones
98 H ojas de un viejo diario
hacia él, lo miré fijamente hasta que sintió que estaba siendo obser-
vado por toda la audiencia, y luego continué con mis comentarios.
Después de eso, un rebaño de corderos no podría haberse quedado
más callado. Más tarde ese mismo día, el Gobernador me visitó y
me llevó a una exhibición de autógrafos de personajes destacados,
es decir, firmas, con o sin frases o palabras sueltas, escritas verti-
calmente en grandes rollos de papel de seda, en caracteres grandes,
con un pincel y tinta india. También había algunos cuadros, de los
cuales Su Excelencia compró y me regaló uno que representaba a
un guerrero japonés de la vieja usanza, montado a caballo. Al día
siguiente se dio una segunda conferencia pública y un discurso a los
sacerdotes, después de lo cual partimos en un bote pequeño, remado
por cuatro hombres, hacia Takamatsu, a la que llegamos a las 5 de
la tarde. El Sr. Tadas Hyash, el Gobernador anteriormente de las
delegaciones japonesas en Washington y Londres, me visitó, y por la
noche di una conferencia a 2000 personas. El viaje a través del Mar
Interior fue encantador.
A las 10 de la mañana siguiente se dio una conferencia sobre
“Las evidencias del budismo” ante una gran asamblea, que fue muy
cordial. Esa tarde se nos ofreció una exhibición de lucha japonesa
en el parque público, en presencia del Gobernador. Es innecesario
describirlo, ya que ha sido descrito con tanta frecuencia por los
viajeros; basta decir que el estilo es bastante diferente al nuestro,
y que el deportista favorito era un hombre muy gordo, cuyo peso
era suficiente para aplastar a cualquier antagonista al que pudiese
atropellar. Salimos a las 3 p. m. en vapor para Imabaru, y lo pasé
muy mal a bordo. Había que soportar casi todos los inconvenientes
imaginables; pero como los demás parecían mirarlos con indife-
rencia, no pude hacer menos. Fue un día espléndido, y la imagen
que teníamos ante nosotros al aproximarnos al desembarque era
impactante. Una pendiente pavimentada de piedra que subía desde
la orilla del agua estaba colmada de miles de personas que se exten-
dían a derecha e izquierda. Un bote, con toldos de seda púrpura
del templo, y banderas nacionales y budistas ondeando, me llevó
al muelle de piedra, entre el estallido de bombas, el repique de
campanas y el rugido de voces gritando. La proyección en el aire de
campanas de papel, paraguas, dragones, peces y otros dispositivos,
cuando las bombas de arcilla estallaron en lo alto, fue algo nuevo
para mí. Lo que más me encantó, sin embargo, fue la proyección
de una bandera budista, hecha de finas tiras de papel de los colores
convencionales, suspendida de un pequeño paracaídas, con una
cuerda y 5 onzas de perdigones en una pequeña bolsa en el extremo
inferior para mantenerla recta en el aire como si estuviese clavada
100 H ojas de un viejo diario
* Saké o sake, bebida alcohólica japonesa hecha de arroz fermentado. (N. del T.)
104 H ojas de un viejo diario
* “Catecismo Budista”, nota al pie de la p. 56 (33a ed.). “En el Digha Nikaya, el Buda
dice: ¡Escucha, Subhadra! El mundo nunca estará sin Arhats si los ascetas (bhikkhus)
de mis congregaciones guardan bien y verdaderamente mis preceptos”. (Olcott)
CAPÍTULO X
Una visita a Europa
1889
L
OS primeros días me insumió bastante tiempo la disposición
de nuestros libros y cuadros japoneses, también la unión de
las piezas de un enorme farol de latón (una réplica de los del
gran templo Shin Shu de Kioto, que se había hecho especialmente
para nuestra biblioteca a expensas del Comité Conjunto de todas las
sectas a un costo de $ 250), y la lectura de archivos de intercambio
para ponerme en contacto con el movimiento. Entonces hubo un
sinfín de visitantes que siempre llegaban y visitas que hacer. El
21 ( julio) se organizó una recepción en mi honor en Adyar por
los tres “Comisionados” en cuyas manos había puesto la dirección
de los asuntos de la Sociedad, como precaución contra cualquier
complicación que pudiera ocurrir durante mi ausencia de casa. Fue
“muy concurrida, la biblioteca se veía espléndida y todos parecían
complacidos”, dice el Diario. Ciertamente, este cordial buen senti-
miento me resultó muy agradable. Con una gran curiosidad que
prevalecía en la comunidad india por escuchar sobre Japón, di una
conferencia pública en la salón Pachaiappah el día 27.
Dos horas antes de la hora señalada, el salón estaba abarrotado.
Teósofos y otros vinieron de Kumbakonam, Coimbatore y otros
lugares distantes para escucharme, y se mostró mucho entusiasmo
y el mejor sentimiento posible por los japoneses. Los hindúes pare-
cían muy orgullosos de sus logros y se emocionaron cuando les
dije que, invariablemente, cuando tenía que dirigirme a un público
selecto de personajes políticos, militares y nobles, me pedían que
les contara todo sobre los hindúes y les explicara por qué ellos y los
110 H ojas de un viejo diario
* Molusco que abunda en las costas de Oriente, que servía de moneda en India
y costas africanas. (N. del E.)
112 H ojas de un viejo diario
M
UY a menudo pego en mi Diario tarjetas de visita de
personas notables, pequeños volantes de mis conferencias,
muestras de boletos de admisión a nuestros aniversarios
y recuerdos similares de eventos actuales, y me resulta a veces útil
y siempre interesante. Por ejemplo, para aquellos que conocen a
HPB sólo como un nombre y la consideran una especie de sacerdo-
tisa misteriosa, sería quizás interesante mirar la tarjeta a la que me
refiero en el Diario de 1889:
[una corona]
h. p. blavatsky,
Sec. corresponsal de la Sociedad Teosófica,
Nueva York,
Bombay
Dublín está siendo honrada por la visita del coronel Olcott, Presi-
dente de la Sociedad Teosófica. Ha habido una Logia de la
Sociedad que se ha estado reuniendo en la ciudad durante algún
tiempo, y se dice que cuenta entre sus Miembros a muchos estu-
diantes del Colegio Trinity. Queda por ver si la visita del Presidente
ganará adeptos a la Teosofía; pero sus conferencias han suscitado
mucha controversia y está llamando la atención del público sobre
el movimiento.
* Además del maestro de escuela, el sacerdote, por supuesto, ha sido tan activo
como ha podido para arrancar del personaje irlandés la simple creencia en
los espíritus de la naturaleza, como muestra la siguiente historia de la revista
Blackwood. Cuando ni el argumento ni la persuasión resultan eficientes, recu-
rren a la más potente de todas las medidas, la destrucción de objetos, tales como
imágenes, libros, templos, símbolos, etc., en torno a los cuales se centran lo
que consideran supersticiones populares. Lo que el sacerdote irlandés hizo en
este caso, lo hizo el Señor Arzobispo de Goa a la Reliquia del Diente del Buda
cuando cayó en sus manos, aunque las monarquías budistas ofrecieron fabulosas
sumas para su rescate. Así, también, a lo largo de la historia, se han registrado
esfuerzos fútiles similares de los poderes supremos para extirpar las creencias
populares. Ese tipo de prejuicio mental nunca se puede destruir por la fuerza; de
ahí que veamos las viejas “creencias paganas” que aún persisten entre las clases
bajas de la mayoría de las naciones por doquier. “En Inishkea, una familia en
particular transmitió de padre a hijo una piedra llamada Neogue (probablemente
parte de alguna imagen), y los propietarios solían utilizarla para generar el clima
que desearan. Un día un grupo de turistas visitó Inishkea, oyeron hablar de la
Neogue, la vieron y escribieron sobre esta en los periódicos. El sacerdote en
cuya parroquia se encontraba en Inishkea, o no sabía de esta supervivencia del
paganismo, o pensaba que nadie más lo sabía, pero cuando la cosa se hizo pública
decidió actuar. Así que visitó la isla, tomó la Neogue y la dividió en pequeños
fragmentos y los dispersó a los cuatro vientos. El sacerdote era sacrosanto, pero
los isleños juraron venganza, y un hombre de ciencia desafortunado, que había
vivido algún tiempo entre ellos, fue señalado ciertamente como la persona que
había hecho pública la historia. Este hombre, después de algún tiempo, regresó
para completar sus investigaciones en Inishkea, y fue advertido del peligro; pero
se rio de la idea, y dijo que él era muy buen amigo de la gente, como de hecho
lo había sido. Sin embargo, ni bien hubo bajado del bote lo golpearon una y
otra vez y nunca logró recuperarse por completo; de hecho, murió como conse-
cuencia de sus heridas, algunos años después. Probablemente un destino similar
tendría cualquiera que tocara la piedra maldita de Tory, que ‘atacó’ al buque
cañonero Wasp que trasportaba una patrulla de alguaciles para recaudar allí los
impuestos del condado; y, como todo el mundo sabe, la Wasp chocó contra Tory
y perdió todas las almas a bordo. Recién el otro día (el pasado 10) me enteré
que un comprador de pescado estacionado allí disgustaba a la gente; el dueño
de la piedra ‘la puso en su contra’, y un mes después la esposa del comprador
se suicidó”.
Por supuesto, no estoy en posición de emitir ninguna opinión sobre la supuesta
eficacia de las piedras antes mencionadas que generan y maldicen el clima, pero
es indudable que existe la posibilidad de que un mago o hechicero entrenado,
según sea el caso, imparta a una imagen potencias benéficas o maléficas. El
proceso —un proceso elaborado y de carácter mesmérico— se conoce universal-
mente en toda India con el nombre de Prâná Pratishta. Es, de hecho, la infusión
en la masa inerte de una parte del aura vital humana, y su fijación allí por un
esfuerzo de fuerza de voluntad concentrada. El grado de poder impartido, y
su permanencia, dependerá enteramente del grado de entrenamiento espiritual
alcanzado por el operador. Por esta razón, el templo en el que los ídolos han sido
“consagrados” por los grandes Adeptos de la antigüedad, como Sankarâchârya,
Râmânujâchârya, Madhvâchârya, y los otros más antiguos que ellos, son mucho
más venerados que cualquiera establecido por los brahmanes de fecha posterior,
que se cree que tienen poco o ningún poder espiritual, por más eruditos que
sean en la carta de los Shastras.
Viajes y conferencias en las Islas Británicas 129
atención: se dice por tradición que la Isla de Man fue un gran centro
de magia y magos. Cuando puse esto en conexión con su bandera, y
las tres piernas humanas dobladas unidas en el centro, lo reconocí
como una forma de la Svastika adoptada deliberadamente por los
antiguos ocultistas de la Isla de Man, probablemente de maestros
aún más antiguos, para preservar y transmitir el concepto de la
acción del espíritu en la materia que, en el Emblema de la S. T.,
forma la Svastika.
Tuve una audiencia numerosa y atenta en la conferencia, y el
agradecimiento del final lo llevó a cabo ese gran erudito y auto-
ridad kelta, Douglas Hyde, cuyas palabras de elogio fueron valiosas.
Estuvo presente el Sr. W. Q. Judge, que se encontraba en Irlanda de
visita con sus familiares.
Al día siguiente volví a Liverpool después de un desgarrador
ataque de mareo, provocado por las agitadas aguas, que no tiene
comparación si exceptuamos el recorrido entre Tuticorin y Colombo
en esas caracolas, el Aska y el Amra, que la compañía BISN utiliza
para sus pasajeros “víctimas”.
Mi hermana se reunió conmigo en Londres y pasamos más o
menos una semana juntos.
Me plantearon un número inusual de preguntas después de
una conferencia en Birmingham, en el salón Masonic, ante una
gran audiencia. Este “acoso” es casi desconocido en India, donde
el público, después de lanzar sus andanadas de aplausos, deja que
uno se vaya silenciosamente; pero creo que es una costumbre útil,
ya que a menudo hace que uno vea su tema bajo una nueva luz y
le da la oportunidad de llevar a casa sus argumentos con nuevas
ilustraciones y presentaciones modificadas. Suele suceder que la
respuesta a estas preguntas requiere tanto tiempo como la confe-
rencia original.
El 4 de noviembre di una conferencia en Lee, Staffordshire, y
al día siguiente en la Sala Westminster Town, en Londres. El miér-
coles, cenamos juntos y pasamos una agradable velada con M. A.
Oxon y C. C. Massey, grandes amigos desde hacía quince años.
Tuvimos una conversación variada sobre personas y cosas, prin-
cipalmente Espiritualismo y Teosofía. Oxon me mostró la portada
de una de las cartas misteriosamente desviadas que describo en el
primer volumen de estas memorias; cartas dirigidas a mí en Nueva
York desde varias partes del mundo, pero detenidas por alguna
entidad oculta y depositadas en las mesas de los clasificadores de
la oficina postal de Filadelfia, donde fueron selladas en la parte
posterior y luego me las entregó el cartero de la ciudad en la casa
de HPB, sin haber pasado por la oficina de correos de Nueva York,
130 H ojas de un viejo diario
* Charles Bradlaugh (1833 - 1891) fue un activista político y uno de los ateos
ingleses más famosos del siglo XIX. En 1866 cofundó la Sociedad Nacional
Secular, en la que Annie Besant se convirtió en su colaboradora más cercana.
Su nombre también aparece mencionado en “Las Cartas de los Mahatmas a A. P.
Sinnett” N.° 119 (Cron.) (N. del T.)
Viajes y conferencias en las Islas Británicas 131
* Whist es un clásico juego de cartas inglés que se jugaba mucho en los siglos
XVIII y XIX. (N. del T.)
132 H ojas de un viejo diario
H
ACÍA tanto frío bajando por el Mar Rojo que los hombres
llevaron sus abrigos y las damas sus pieles hasta Adén. Para
aquellos que solo han visto el mar en la estación cálida,
cuando el aire es como el tiro de un horno y la gente en el barco
jadea por respirar, esto les parecerá extraño, pero es cierto. Tuvimos
como pasajeros al embajador siamés y a su familia, con quienes
entablé una agradable amistad. También hubo tres miembros de
la Comisión Imperial Japonesa en la Exposición Francesa, que
me conocían y fueron extremadamente amigables. Un caso triste
ocurrió el noveno día de salida. Un pobre y joven conscripto
francés, con destino a Cochinchina, para unirse a su regimiento,
murió de hambre; su dolor por dejar su hogar fue, por una causa u
otra, tan conmovedor que durante mucho tiempo se había negado
a comer, y finalmente sucumbió ese día mencionado. Fue sepultado
al día siguiente en un mar tan claro y azul como un zafiro de agua
purísima, pero las formas observadas me repugnaron, a mí, que
había visto muchas funciones similares en los barcos británicos. No
había ninguna apariencia de interés en los rostros de la tripulación.
Algunas misas fueron pronunciadas por un pasajero sacerdote,
el contramaestre hizo sonar su estridente silbato, el cuerpo en el
ataúd, con un proyectil en los pies y perforaciones con barrena en
140 H ojas de un viejo diario
1890
C
OMO saben mis amigos mayores, de 1854 a 1860 estuve
absorto casi por completo en el estudio y la práctica de la
agricultura científica. El gusto por ella nunca me ha abando-
nado, y en dos o tres ocasiones diferentes el Gobierno de Madrás se
ha valido de mi experiencia en estos asuntos. Pocos días después de
los acontecimientos descritos en el capítulo anterior, fui a Salem,
una antigua ciudad de la Presidencia de Madrás, para servir como
Juez de implementos y maquinaria agrícolas, a pedido del gobierno,
y los comisionados japoneses se unieron a mí allí, después de una
breve gira de inspección de fincas, en la que fueron acompañados
por un perito delegado del Departamento de Registros de Tierras y
Agricultura. Se habían instalado tiendas de campaña para nosotros
en el recinto de la estación de tren, y el gobierno nos proporcionó las
comidas en el restaurante. Di una conferencia sobre “Agricultura”
en el recinto ferial, con el Sr. Clogstoun, director del Departamento
mencionado anteriormente, en la presidencia, pero rechacé varias
invitaciones para dar discursos públicos sobre Teosofía, ya que, por
el momento, era una especie de funcionario del gobierno, y no me
pareció correcto mezclar mis preocupaciones privadas en religión y
metafísica con mis deberes públicos temporales. Habría sido de mal
gusto, como les dije a mis amigos los indios, pero estaba bastante
listo para venir a Salem para su beneficio especial más adelante si
me querían. Al tercer día volví a Madrás y comencé a trabajar. El
Dr. Sawano y el Sr. Higashi, habiendo terminado sus investigaciones,
partieron hacia Japón el 24 de febrero. El Dr. Sawano me escribió
152 H ojas de un viejo diario
* Un mesmerista tan viejo como yo nunca podría estar ciego a la posible eficacia
de cualquier ceremonia bien conducida por el sacerdote o exorcista laico de
cualquier religión o escuela de ocultismo, por pequeña que sea mi creencia en
la interferencia de entidades sobrehumanas para el beneficio de una fe deter-
minada. Así que, con benevolente tolerancia, dejo que a quien le guste haga
cualquier puja que él elija, desde el brahman hasta el yakkada y los ignorantes
pescadores del río Adyar, mis amigos y protegidos.
156 H ojas de un viejo diario
título Chats on the Roof *, cuya interrupción fue muy lamentada por
algunos de nuestros lectores.
El difunto Sr. S. E. Gopalacharlu, sobrino e hijo adoptivo del
lamentado pandit Bhashyacharya, había asumido ahora el cargo de
Tesorero de la Sociedad, que yo le había ofrecido. ¡Qué lástima que
ninguno de nosotros haya previsto cuál sería el trágico resultado de
la conexión!
Cuando el difunto Rey de Kandy fue depuesto por el ejército
británico en el año 1817, él y su familia fueron exiliados al sur de
India, y los supervivientes y sus descendientes todavía están allí. El
actual representante masculino, conocido como Iyaga Sinhala Raja,
o el Príncipe de Kandy, vino en este momento con gran angustia
mental y suplicó mis buenos oficios para obtener del gobierno algún
alivio para sus miserias. Parece que, como en el caso de todas estas
regalías depuestas, la pensión original del gobierno continúa dismi-
nuyendo con la muerte del principal exiliado y el aumento natural
de las familias que comparten la generosidad. Mientras imaginan
que su estado real les prohíbe trabajar para ganarse la vida como
gente honesta y corriente, y mientras su orgullo los lleva a tratar
de mantener algún espectáculo de la antigua grandeza, por fin llega
el momento en que sus respectivos ingresos se reducen a meras
miserias; y, como me dijo este joven, los sirvientes domésticos y
sus familias vienen a la hora de comer y se sientan como perros
esperando un hueso mientras el amo empobrecido come su escasa
comida. La imagen que ofrecía me hizo sentir que, si alguna vez
tuviera la mala suerte de ser un rey vencido, debería adoptar la vieja
costumbre rajput de matarme a mí mismo y a mi familia, en lugar
de exiliarme como pensionista del vencedor. Este joven príncipe
había tenido el coraje moral de dar el buen ejemplo de prepararse
para el empleo civil bajo el gobierno indio, y entonces ocupaba el
pequeño nombramiento de subregistrador en un taluk del distrito
de Tinnevelly, y ganaba un pequeño salario; pero, como él decía,
esto era más bien un agravante que otra cosa, porque apenas le
alcanzaba para alimentarse a sí mismo y a su familia, y sus senti-
mientos siempre se veían afectados al ver a estos miserables depen-
dientes observando cada bocado que comía. Era un joven agradable,
y con mucho gusto lo ayudé con consejos sobre lo que debía hacer.
1890
M
E he beneficiado de la presencia en la Sede Central del
Sr. E. D. Fawcett para realizar un curso de conferen-
cias sobre las diferentes Escuelas de Filosofía, que luego
debería presentar en forma de libro bajo el título de “El poder detrás
del universo”. Este joven, entonces de veinticuatro años, tiene un
cerebro notablemente adaptado al estudio de la metafísica y la filo-
sofía, impresionado por su habilidad intelectual al leer el manus-
crito de su primera conferencia.* Se trataba de un análisis resumido
de toda la serie de metafísicos modernos, dieciocho en total, desde
Descartes hasta Von Hartmann. Sin embargo, al mismo tiempo,
como muestran sus contribuciones más recientes a las revistas de
Londres, su mente es capaz de volar al reino de la imaginación pura
y es muy ingenioso para inventar situaciones emocionantes para el
enredo de los personajes de su historia.
Su primera conferencia se dio en nuestro salón de Adyar el
19 de julio. La sala se veía grandiosa con su cubierta de hojas de
palmera, banderas, luces y una gran imagen de Sarasvati, la Minerva
india, suspendida sobre la plataforma de los oradores. Todos los
asientos estaban ocupados y el público, compuesto principalmente
por graduados y estudiantes universitarios, era tan intelectual
como al que cualquier orador podría desear dirigirse. Para noso-
tros que conocemos a los hindúes, es difícilmente creíble lo poco
* El Sr. E. D. Fawcett sacó un libro que llevaba por título “El enigma del universo”.
A este le ha seguido recientemente un volumen de la filosofía de su madura
experiencia, “El individuo y la realidad”, Longmans, 1909. (N. del E. de 1910)
164 H ojas de un viejo diario
T
AN pronto como supe que una Liga Budista birmana había
recaudado una gran suma de dinero para enviar un grupo
de predicadores a Europa, y que se iban a enviar delegados
a Adyar para instarme a mí, telegrafié para que vinieran dele-
gados cingaleses y japoneses desde Colombo para reunirse con los
birmanos. En consecuencia, dos caballeros japoneses, los señores
Kozen Gunaratna y C. Tokuzawa, dos cingaleses, los señores H.
Dharmapala y Hemchandra, y dos birmanos, los señores U. Hmouay
Tha Aung y Maung Tha Dwe, se reunieron conmigo en comité el
8 de enero de 1891. Dejando a un lado la misión europea, expuse
ante ellos mis puntos de vista e invité a una discusión completa,
que se prolongó día a día hasta el 22, cuando, habiendo comparado
todos los puntos de creencia de las escuelas budistas del norte y
del sur, redacté una plataforma, que incluía catorce cláusulas, sobre
las cuales todas las sectas budistas podrían, si estuvieran dispuestas
a hacerlo, promover el sentimiento fraternal y la mutua simpatía
entre ellas. Una copia fiel de este documento fue firmada por los
delegados y por mí. Además de las naciones arriba mencionadas,
los Maghs de Chittagong, una nación budista del este de Bengala,
estuvo de acuerdo a través de un delegado especial, que actuó como
representante de Babu Krishna Chandra Chowdry, el líder de los
Maghs, quien me había pedido por telégrafo que nombrara uno que
lo represente. No cabe duda de que se trataba de un documento de
gran importancia, ya que anteriormente no se había encontrado
ningún terreno de compromiso y cooperación mutua en el que
174 H ojas de un viejo diario
ellos mismos, pero dije que no me parecía justo, ya que en una obra
tan importante el mérito debería ser compartido en equidad por
todas las naciones budistas. Una breve discusión, después de varias
lecturas cuidadosas del documento, dio como resultado la adopción
de los principios esbozados, y el Sangha Raja firmó y colocó su sello
oficial en el papel como muestra de su aprobación. Después de una
conversación ocasional, me expresaron amables y buenos deseos y
todos los sacerdotes declararon que tenía derecho a llamarlos para
cualquier ayuda que pudiera necesitar de sus manos, se levantó la
sesión.
Esa noche dormí el sueño de los magullados, no sin antes recibir
las felicitaciones de muchas personas por el éxito de mi visita.
A la mañana siguiente tuve mi audiencia de despedida con el
Sangha Raja en sus habitaciones privadas. Ojalá alguien que esté
familiarizado con los lujosos apartamentos de los cardenales
romanos, los obispos anglicanos y los elegantes clérigos de Nueva
York pudiera haber visto esto, del hermano de un Rey, en su vida.
Un simple catre, un sillón, un piso de tablas y alfombras esparcidas,
y él arrodillado en este con su túnica monástica, cuyo valor no
estaría por encima de unas pocas rupias. Él era la bondad personi-
ficada hacia mí, dijo que esperaba que pronto publicara una nueva
edición del “Catecismo” y declaró que si sólo me detenía diez días
más en Mandalay, todo el pueblo se entusiasmaría. No podía hacer
esto, porque mis otros compromisos lo prohibían, así que dijo que
si debíamos separarnos, podría tener la seguridad de que sus bendi-
ciones y mejores deseos y los de toda la sangha birmana me segui-
rían dondequiera que pudiera vagar. Cuando me iba, me regaló un
manuscrito de hojas de palma profusamente bañadas en dorado de
una porción del Abidhamma Pitaka.
Mientras estaba en Mandalay, di una conferencia en una pagoda
espléndidamente dorada y arquitectónicamente hermosa. Después
de mi discurso, me entregaron para la Biblioteca de Adyar una
estatuilla de plata de Buda, que pesaba alrededor de 1,3 kg, y tres
volúmenes de manuscritos de hojas de palma en laca roja y oro; la
primera la entregó el exvirrey de los Estados Shan, el Khawgaung-
Kyaw, y tres hermanos nobles: Moung Khin, Moung Pé y Moung
Tun Aung, me hicieron entrega de los segundos.
Visité la hermosa Pagoda Arecan, Maha-Mamuni, construida por
Arecan Rajah, Sanda Suriya; también Atoo-Mashi-Kaoung-daw-gye,
el “Monasterio incomparable”. Bien merece su nombre, porque ni
en Japón, ni en Ceilán, ni en ningún otro lugar he visto nada que
coincida con el esplendor de la habitación en la que se encuentra
la gigantesca estatua del señor Buda, bañada en oro y enriquecida
182 H ojas de un viejo diario
fue demasiado para mi paciencia, así que les di una charla extre-
madamente sencilla, mostrando que lo primero que debían hacer
era aumentar ₹ 15,000 por publicar los Pitakas registrados en piedra
de Mandalay, y después de eso, una variedad de cosas, antes que
colocar más oro en su pagoda.
En Rangún también tuve la gran suerte de pasar una hora conver-
sando amistosamente con el venerable y amado obispo católico de
Ava, el padre Bigandet. El mundo literario lo conoce por su Leyenda
de Gaudama, la primera introducción occidental a la vida de Buda.
Tuve el privilegio de conocer a su señoría en 1885 mientras estaba
en Rangún, y esta vez no me iría de Birmania sin rendirle una
vez más mi sincero homenaje como prelado, erudito y hombre. Lo
encontré físicamente débil, algo afligido por una parálisis temblo-
rosa, tanto, de hecho, que hacían de la escritura una tarea muy
fastidiosa. Pero su mente estaba tan clara y fuerte como siempre. Me
dijo que la primera edición de su libro se agotó por completo, los
señores Trübner habían recibido su permiso para reimprimirlo por
su cuenta y riesgo, y ellos se quedarían con todas las ganancias. Le
urgí a que escribiera otro libro tan erudito, exhaustivo e imparcial
como el primero sobre el budismo. Me preguntó qué tema suge-
riría, a lo que respondí, el Abidhamma, en contraste con las especu-
laciones filosóficas modernas. Sonrió y dijo: “Has elegido el mejor
de todos, porque la metafísica del budismo es su verdadero núcleo
y sustancia. En comparación con esta, las historias legendarias de la
personalidad de Buda no son nada de lo que valga la pena hablar”.
Pero, con una sombra solemne que cubría su rostro amable e inte-
lectual, dijo: “Es demasiado tarde; no puedo escribir más. Ustedes,
los más jóvenes, deben encargarse de ello”.
Sentí una gran reticencia a separarme de él, porque evidente-
mente se estaba deteriorando rápido, y a su edad, 78 años, no se
puede contar con reuniones futuras muy lejanas; pero al final, reci-
biendo alegremente su bendición, dejé su presencia, para no volver
a encontrarme con él, como resultó. Viviendo, poseía el respeto de
todos los budistas birmanos que sabían de su generosidad y lealtad
a la consciencia; y ahora que está muerto, su recuerdo se aprecia
con afecto.
CAPÍTULO XVI
Australia y el legado de Hartmann
1891
A
L llegar a Madrás el 12 de febrero, me esperaba una agra-
dable sorpresa en forma de carta del profesor León de
Rosny, de la Sorbona, en la que me informaba de mi elección
como miembro honorario de la Sociedad de Etnografía, de París, en
lugar de Samuel Birch, el renombrado Orientalista, ya fallecido. El
profesor de Rosny y yo manteníamos una relación amistosa desde
hacía varios años, pues nos unía nuestra afición por la filosofía
budista. Me dijo una vez que utilizaba mi “Catecismo Budista” en
sus clases, y que había dicho a sus alumnos que encontrarían más
budismo real en él que en cualquiera de los libros publicados por
los Orientalistas.
Cuatro días más tarde hice las maletas y tomé el barco de
vapor hacia Colombo con destino a Australia. Tuve que esperar en
Colombo desde el 18 de febrero hasta el 3 de marzo al barco austra-
liano, pero cada minuto de mi tiempo estuvo ocupado. Entre otras
cosas, conseguí que mis Catorce Propuestas, o Plataforma Budista,
fueran aceptadas y firmadas por Sumangala y Subhuti, los dos
Sumos Sacerdotes de Kandy, y por un número suficiente de los
principales bhikshus para darle el sello del budismo cingalés. Esto
respondía a toda la Escuela del sur, ya que el budismo de Siam es
idéntico al de Birmania y Ceilán. En Wellawatte, Panadure, Kandy,
Katugastota, Dehiwalla y otros lugares, di conferencias en nombre
de las escuelas budistas, recaudando suscripciones públicas en
algunos lugares y distribuyendo premios en otros. Los budistas de
Arakan, a través de Wondauk Tha Dway, de Akyab, me enviaron por
186 H ojas de un viejo diario
* Probablemente se refiera al rito ceremonial del cruce del ecuador. (N. del T.)
188 H ojas de un viejo diario
H. S. Olcott,
Presidente S. T.
N
O puedo dar la espalda a las colonias sin mencionar a
otros notables conocidos, además de los mencionados en
el último capítulo. En primer lugar, el Sr. A. Meston, de
Chelmer, cerca de Brisbane, un conocido literato. Fue magistrado,
exmiembro de la Asamblea Legislativa de Queensland, jefe de la
Expedición Científica Exploradora del Gobierno de 1889, y autor
y periodista de gran reputación. Una obra suntuosamente ilus-
trada sobre la adquisición británica de Australia, que llegó a mis
manos, me había llenado de horror por la diabólica crueldad y la
despiadada extirpación de las razas negras por parte de los blancos
conquistadores; y al presentar a nuestros lectores un artículo para
The Theosophist por Mr. Meston* sobre el tema de los aborígenes, o
los llamados compañeros negros, dije que estaban siendo tratados
“con las mismas concomitancias de ferocidad, egoísmo y falta de fe
que oscurecen la historia de las conquistas mexicanas y peruanas
por los españoles”. Por lo que he aprendido sobre el terreno, por
los testigos vivos y las historias actuales, me inclino a creer que mi
propia raza anglosajona es tan diabólicamente cruel en ocasiones
como cualquier raza semítica, latina o tártara. La obra histórica
antes mencionada ofrecía entre sus ilustraciones una imagen de
hombres blancos armados que cazaban a compañeros negros dentro
y fuera de una cantera de piedra como si fueran cabras o monos;
y uno podía ver en un lugar a víctimas asesinadas que habían
Ahora bien, si el lector se dirige a “Isis sin velo”, II, 626, verá lo que
Mme. Blavatsky dice acerca de una piedra adivinatoria de cornalina
que poseía, y su efecto inesperado y favorable sobre un chamán
De los antípodas hacia avenue road 199
que creo que vale la pena registrar aquí, porque es muy ilustra-
tivo del espíritu de devoción a nuestra Sociedad que se ha mani-
festado a intervalos a lo largo de toda nuestra historia corporativa.
Aunque llovía a cántaros el día en cuestión, varias damas y caba-
lleros, uno o dos, creo, de noble cuna, se reunieron en Avenue Road
y desgranaron un montón de guisantes, cortaron cubos de patatas
y otras verduras, e hicieron muchas tareas domésticas diversas para
preparar el entretenimiento de los delegados en una gran carpa
erigida en el jardín. Había solemnes literatos y literatas, artistas,
miembros de las profesiones eruditas y otras personas de posición
social digna que realizaban alegremente este trabajo servil por el
bien de la Sociedad que amaban. Aquella misma noche, a petición
mía, di recuerdos personales de HPB a una reunión informal de
delegados; y las preguntas que me hicieron me permitieron obtener
una gran cantidad de detalles sobre la vida privada, los hábitos y
las opiniones de nuestra querida y nunca reemplazada Helena
Petrovna. Me conmovió ver las evidencias de su fuerte dominio
sobre los afectos de todos los que habían estado asociados con ella.
Herido, como estaba, por una pena que era para mí inexpresable-
mente mayor de lo que podría haber sido para cualquiera de los
otros que habían estado menos mezclados en su vida que yo, su
dolor evidentemente sincero excitó fuertemente mis emociones.
Sólo ahora, cuando me encontraba en su casa de Londres, donde
habíamos pasado muchas horas agradables juntos durante mis
visitas a Londres, y me veía rodeado de los objetos que había dejado
sobre su escritorio, los últimos libros que había estado leyendo,
el gran sillón en el que se había sentado y los vestidos que había
llevado, sentí plenamente nuestra irreparable pérdida. Aunque
hacía años que sabía que moriría antes que yo, nunca esperé que me
dejara tan abruptamente sin transmitirme ciertos secretos que me
dijo que debía darme antes de irse. Así que me pareció que había un
error, y que, en lugar de haber emprendido el largo viaje a la esfera
superior, debía haberse despedido temporalmente de nosotros, con
la intención de volver para tener esas últimas palabras conmigo, y
luego obtener su liberación final. Incluso esperaba que ella viniera
a mi lado esa noche, pero mis sueños no fueron interrumpidos. Así
que me preparé para llevar la pesada carga que había recaído sobre
mis hombros, y hacer todo lo posible para mantener el poder vital
sin debilitar dentro del cuerpo de la Sociedad que ambos habíamos
construido juntos.
CAPÍTULO XVIII
La primera Convención en Europa
1891
L
A reunión de las Secciones Europeas del 9 y 10 de julio,
mencionada en el último capítulo, fue un acontecimiento
importante en nuestra historia, ya que fue la primera
Convención Anual que celebramos en Europa. En aquella época,
como se recordará, teníamos en Europa dos Secciones, a saber, la
Sección Británica y la Sección Europea provisional que HPB había
formado irregularmente, y que posteriormente fue ratificada oficial-
mente. En esta última estaban incluidas la Logia de Londres, la S. T.
Jónica, la Logia de Viena, la S. T. Sueca, la Rama Holandesa-Belga,
nuestra Rama Francesa Le Lotus, y el grupo español de Madrid, del
cual el señor Xifré vino como delegado. La Srta. Emily Kislingbury
fue tesorera y el Sr. G. R. S. Mead, Secretario General. En la Sección
Británica había 11 Ramas, a saber, la Blavatsky, la Escocesa, la de
Dublín, Newcastle, Bradford, Liverpool, Birmingham, del oeste de
Inglaterra, Brighton, Brixton y Chiswick; el Tesorero era el Sr. F. L.
Gardner; el Secretario General, el Sr. W. R. Old. Todos ellos partici-
paron en la Convención.
La reunión se celebró en el salón de la Logia Blavatsky, en Avenue
Road. Yo asumí la presidencia, y nombré al Sr. Mead, Secretario, y
al Sr. Old, Secretario Adjunto de la Convención. La Sra. Besant se
levantó entonces y, dirigiéndose primero a los delegados y luego a
mí, me dio la bienvenida con palabras tan dulces, tan características
de su propio temperamento amoroso, que no puedo abstenerme de
citarlas aquí. Dijo:
206 H ojas de un viejo diario
(1) La oferta debía ser aceptada; (2) El dinero debía ser depo-
sitado en el banco a nombre de la Sra. Besant, el Sr. Mead y el
propio donante, siendo mi determinación que él diera su firma,
junto con la de los demás, en todos los cheques que se libraran,
de modo que todos los desembolsos se hicieran con su conoci-
miento y consentimiento; (3) que, como su deseo era ayudar al
movimiento en general, así como particularmente a la parte fran-
cesa del mismo, la suma de 100 libras esterlinas se diera a las
Sedes de Adyar, Londres y Nueva York para fines generales, y que
el resto se utilizara en ayuda de las operaciones en Francia.
E
L 20 de julio, el Sr. Harte trajo a verme a un distinguido
caballero hindú que expresó tanto interés en mi obra como
para sorprenderme; llegó a rogarme que escribiera, o dejara
que el Sr. Harte escribiera mi biografía, ofreciéndose a adelantar el
costo total de la publicación; dijo que sus compatriotas, al menos,
nunca me olvidarían por lo que había hecho por ellos y por su país,
y que les debía dejar constancia de la historia de mis antecedentes
y de las diferentes ramas de mi trabajo. Le agradecí sinceramente
su prueba de buenos sentimientos, pero tuve que rechazarla, ya
que, al ser un firme creyente en la evolución de la entidad humana
a través de innumerables encarnaciones, consideraba que estos
alardes de una sola personalidad no servían. Como él también, al
ser hindú, era necesariamente reencarnacionista, le pedí que me
contara, si podía, los detalles de cualquiera de sus vidas pasadas,
entre las cuales algunas debían ser muy influyentes, pues de lo
contrario nunca podría haber evolucionado hasta su actual grado
de fuerza intelectual y moral. Le solicité que recordara los mil y
un monumentos arquitectónicos erigidos por los soberanos de las
provincias indias, que en su tiempo se consideraron poderosos y
que nunca serán olvidados, pero cuyos mismos nombres y épocas
son ahora objeto de meras conjeturas. Tuvo que confesar la justeza
de la postura, pero aún continuó importunándome hasta que le di
la respuesta decisiva de que debía negarme. ¡Qué lástima que los
Miembros de nuestra Sociedad, pretendiendo estar familiarizados
con nuestra literatura, y aceptando la teoría de la reencarnación, no
216 H ojas de un viejo diario
* Bow es un barrio del municipio londinense de Tower Hamlets. Allí tuvo lugar
“la huelga de las mujeres de la fábrica de fósforos” (1888) encabezada por Annie
Besant, en la fábrica Bryant & May, de Bow, Londres. (N. del T.)
218 H ojas de un viejo diario
* Qué absurdo es ver a estos científicos escépticos, sin haberse tomado la molestia
de hacer experimentos hipnóticos y acumular hechos, ¡dogmatizando sobre fenó-
menos hipnóticos simples como este de la atracción! La literatura ha conservado
decenas de certificados de observadores competentes en cuanto a la verdad de
esta ley, desde la época de Mesmer en adelante. Nadie se atrevería a cuestionar el
estatus científico del difunto profesor Gregory, de la Universidad de Edimburgo,
y él nos cuenta que puede dar fe del hecho de que un magnetizador puede afectar
fuertemente a una persona que no solo está en otra habitación, en otra casa o a
muchos cientos de metros de distancia, pero que desconoce por completo que se
va a hacer algo.
El Dr. Edwin Lee en su admirable libro sobre magnetismo animal y sonambu-
lismo lúcido magnético (p. 54), dice que la atracción del sujeto hacia el magne-
tizador lo hace seguir la dirección de la mano del magnetizador, incluso cuando
está fuera de la vista del paciente, como un trozo de hierro fijo en un pivote
seguirá el curso del imán.
M. Charpignon, el Rev. Sr. Sandy, el Dr. Calvert Holland, el Rev. C. H. Townsend,
el Dr. Elliotson y muchos otros confirman esta afirmación.
Experimentos hipnóticos en París 223
* O, tal vez, una percepción hipersensible de las auras. La mayoría de los magne-
tizadores han obtenido una prueba de este sentido táctil al hacer que sus sujetos
seleccionen, entre otros objetos similares, una moneda, una carta o cualquier
otra cosa que hayan tocado, especialmente cuando se ha hecho con intención
mesmérica. Entre otras autoridades respetables que han registrado este hecho
está el Sr. Macpherson Adams, quien publicó un relato de los experimentos con
el clarividente de M. Richard, Calixte, en The Medical Times del 15 de octubre
de 1842. Calixte podía seleccionar una moneda que había sido tocada por su
magnetizador, de entre varias. Y luego conocemos el experimento muy conocido
de hacer que un perro seleccione un pañuelo o guante que ha sido manipulado
por su maestro y escondido entre otros objetos similares.
Experimentos hipnóticos en París 225
comandante d . a . courmes
CAPÍTULO XX
Una disquisición sobre el hipnotismo
1891
E
L lector inteligente que reflexione sobre los experimentos
registrados en el último capítulo, y especialmente sobre la
nota al pie respecto al poder de un psíquico mesmérico o
hipnótico para determinar un objeto dado por su habilidad para
detectar el aura de una persona que lo impregna, verá cómo toda la
teoría del castillo de naipes de Salpêtrière, acerca de que la selección
se debe a la exquisita percepción del sujeto de pequeñas peculiari-
dades físicas en la textura del papel impregnado de sugerencias, se
desmorona cuando uno se da cuenta de que la detección se realiza
por percepción áurica, y no por visión o audición física. De hecho,
el reconocimiento de la existencia de auras da la clave de un gran
grupo de aparentes misterios hipnóticos. Lo máximo que se puede
decir como excusa para los conceptos erróneos y prejuiciosos de
muchos científicos, es que son ignorantes. En la segunda mañana
de mis investigaciones con el Dr. Guinon, los primeros experi-
mentos fueron sugerir mediante gestos y expresión facial, pero en
silencio, la presencia de pájaros, ratas y cachorros: un movimiento
ondulatorio con la mano en el aire hizo que la niña viera un pájaro;
la actitud de escuchar sugirió su canto y le causó deleite; el correcto
uso de los dedos a lo largo del suelo le hizo ver una rata y saltar
sobre una silla para escapar de ella; y un cachorro imaginario se
colocó en su regazo y lo acarició. Estos son, por supuesto, ejem-
plos de sugerencias sin palabras. Conseguí que el Dr. Guinon inten-
tara nuevamente visualizar y transferir a los psíquicos una imagen
mental. Al seleccionar un lugar en la mesa fácilmente reconocible
228 H ojas de un viejo diario
* Aparato en forma de cubeta con un largo tubo central, que contiene hileras de
botellas con agua magnetizada.
232 H ojas de un viejo diario
L
LEGAMOS ahora a los experimentos. El lector observará que
hice todo lo posible por mantener el marco mental impar-
cial, sin dar pistas sobre mis propias creencias, y, al copiar
el relato, reflexiono sobre cada detalle a la luz de la experiencia
posterior, con el deseo de no decir nada que esté abierto a críticas
adversas. Mi primera visita fue a la Facultad de Medicina, donde
encontré al eminente profesor Dr. H. Bernheim, quien me recibió
con la mayor cortesía. Su apariencia es muy atractiva, sus modales
suaves y refinados. De estatura es bajo, pero eso se olvida al mirar
su rostro sonrosado, sus ojos bondadosos y alegres, y su frente inte-
lectual. Su voz es cálida y está perfectamente en sintonía con sus
gestos. Menciono estos datos personales porque tienen mucho que
ver con el maravilloso éxito del Dr. Bernheim como hipnotizador,
como vi con mis propios ojos. Esa tarde, el profesor, amablemente,
me dio dos horas de su tiempo abarrotado, y conversamos sobre
los problemas entre su escuela y la de Charcot. Expresó una gran
incredulidad sobre la realidad del hipnotismo tripartito de su gran
rival, afirmando que sus pacientes con histeria (de Charcot) estaban
todos bajo el control de la sugestión. A la mañana siguiente, con
cita previa, lo conocí en su clínica del Hospital Civil, y pasé toda la
mañana en las diferentes salas, siguiéndolo de cama en cama, obser-
vando y grabando sus tratamientos hipnóticos y demostraciones. El
lector comprenderá amablemente que el hipnotismo se utiliza aquí
solo como un auxiliar de las prescripciones farmacéuticas y dieté-
ticas, no como un sustituto. Por supuesto, lo asistieron su principal
236 H ojas de un viejo diario
P
ASAMOS ahora a la cuestión de la acción de las drogas a
distancia. No pude probar el experimento con medicamentos
embotellados porque el asunto había sido aplazado para mi
último día en Nancy, los frascos experimentales en el laboratorio
del Hospital estaban vacíos y no podía esperar para llenarlos. Pero
de todo el personal, incluido el Dr. Bernheim, escuché que habían
probado el asunto a fondo muchas veces y descubrí que la acción
del fármaco en tales circunstancias se debía a una sugestión. Un
boticario de Nancy había repetido el experimento del Dr. Luys una
y otra vez, hasta que se convenció perfectamente de que la teoría
del eminente sabio, sobre que las drogas afectarían a las personas a
distancia, era correcta. Luego le pidió al Dr. Bernheim que probara
el experimento por sí mismo. El profesor tomó ocho frascos de
vidrio marrón oscuro, tan opaco que no permite ver a través, y
los llenó de escammonía, eméticos, estricnina, un salivante, etc., y
uno con agua pura destilada. Los frascos estaban numerados, pero
no marcados para que ninguno de los experimentadores pudiera
conocer el contenido, también estaban sellados herméticamente.
Ninguno produjo sus propios síntomas en un paciente. Después
de dedicar cinco horas a las pruebas, por fin tanto el profesor
como el boticario quedaron satisfechos de que cualquier acción
que se hubiera producido habría sido provocada únicamente por
sugestión. Bernheim me dice que ha repetido todos los experimentos
246 H ojas de un viejo diario
E
L barón Harden-Hickey había sido tan rápido con su traduc-
ción del “Catecismo Budista” que el 31 de agosto, solo tres
semanas después de haber hecho nuestro acuerdo en París
sobre su publicación, pude leer las pruebas de la imprenta en
Londres.
El 2 de septiembre fui al Acuario para ver a “Joseph Balsamo,
el niño mesmerista”, quien ofreció una sorprendente, pero repug-
nante, exhibición de fenómenos por sugestión sobre un desgra-
ciado psíquico. Si algo puede ser una prostitución de una ciencia
noble, son estas degradaciones públicas de los sujetos, por char-
latanes hipnotizadores viajeros: beber aceite de lámpara y comer
velas de sebo bajo la ilusión de que son comida deliciosa, y la reali-
zación compulsiva de actos que rebajan el sentido de la hombría,
son ultrajes contra los derechos privados del individuo que el más
ferviente defensor del mesmerismo no se opondría a que la ley
los prohibiera. De mi parte, no me extraña que estas exhibiciones
públicas hipnóticas hayan sido prohibidas por las autoridades de
diferentes países de Europa cuando veo qué terribles secuelas
siguen a veces a las demostraciones de los peripatéticos “confe-
renciantes” de su poder de sugestión hipnótica. Uno de los peli-
gros actuales es el abuso de esta misteriosa facultad, y nadie que
tenga la menor consideración amigable por un familiar o amigo
debe abstenerse de advertirle, especialmente si es mujer, del peligro
que corre al prestarse para tales experimentos. Actualmente, hemos
visto mujeres que dan tales exhibiciones, al menos una, una pode-
258 H ojas de un viejo diario
con destino final desde Estocolmo. Este era un asunto serio, porque
debía zarpar de Liverpool en tres días; para empeorar las cosas, mis
boletos de tren y vapor, hasta Yokohama y Colombo, estaban en el
maletero, junto con la mitad de mi ropa y algo de dinero. Telegrafiar
y preocuparme no sirvió de nada, y tuve que navegar sin él. La
mayor molestia fue el comportamiento de la gente de Messageries,
que en realidad no me dio un boleto duplicado hasta que conseguí
que el gerente del gran banco de Londres donde guardo mi cuenta
en libras esterlinas firmara una garantía. Cuando fui a contarle
sobre esta ridícula demanda, dijo que era algo novedoso en su expe-
riencia, pero como me conocía como un antiguo cliente, cumplió
amablemente con la demanda de la empresa francesa. En cuanto a
la línea norteamericana, me concedieron los billetes duplicados sin
dudarlo un momento. Finalmente recuperé el baúl en Colombo,
camino a casa desde Japón.
Mi barco era uno de los más grandes y rápidos de los “galgos
oceánicos”, corría por el agua como un pez espada a una velocidad
de 32 km por hora, incluso en los mares más agitados. Todo esto
estaba muy bien para aquellos a quienes les gustaba la velocidad a
cualquier precio, pero recuerdo que fue el viaje oceánico más incó-
modo que jamás haya hecho, porque con el funcionamiento de los
motores y el golpeteo de las hélices, el barco estaba en una vibración
constante que era suficiente para alterar los nervios de la mayoría
de las personas. Además, cabeceó y rodó de modo que apenas una
cuarta parte de los pasajeros apareció en la mesa. Conocí a algunas
personas encantadoras a bordo, a las que me alegrará mucho volver
a ver, y escapé felizmente del pedido habitual de una conferencia:
tanto los enfermos como los sanos estaban ocupados en pensar
mucho más en sus estómagos que en sus almas. Los miembros de
mi propia familia, mis amigos Fullerton, Neresheimer y otros, me
recibieron al llegar, y disfrutaba de la perspectiva de llegar rápida-
mente a la casa de mi hermana, pero mi desafortunada notoriedad
me lo impidió. Una docena de periodistas, en representación de
los principales periódicos de Nueva York, querían entrevistarme,
y como no se podía hacer cómodamente en el muelle, el señor
Neresheimer había contratado un salón en la Astor House y había
colocado mesitas alrededor de los cuatro lados a la conveniencia de
los reporteros. Allí me llevaron, me instalaron en una silla grande,
me dieron un puro, me permitieron quitarme el abrigo, ya que
era una noche muy cálida, y luego me sometieron a un interroga-
torio cruzado sobre mis actividades en los doce años transcurridos
desde mi partida a India y, en general, la condición y perspectivas
del movimiento teosófico. Fue un episodio muy divertido esta
De Estocolmo a Kyoto 261
cuando estuve allí antes. Tuvimos una conversación muy seria sobre
las Catorce Proposiciones, cuya redacción encontró perfectamente
satisfactoria, pero me preguntó por qué era necesario que la Iglesia
del Norte firmara estos fragmentos condensados de doctrina cuando
eran tan familiares, que todos los sacerdotes-alumnos de todo el
imperio los sabían de memoria: había infinitamente más que eso
en el Mahayana. En respuesta, dije: “Si te trajera una canasta llena
de tierra excavada de una ladera de Fuji San, ¿sería eso parte de tu
montaña sagrada o no?” “Por supuesto que sí”, respondió. “Bueno,
entonces”, respondí, “todo lo que te pido es que aceptes estas
Proposiciones como incluidas dentro del cuerpo del budismo del
norte, que son una canasta llena de la montaña, pero no toda la
montaña en sí”. Esa visión del caso parecía bastante convincente,
y cuando hube discutido extensamente sobre la necesidad vital de
tener un terreno común establecido sobre el cual las Iglesias del norte
y del sur pudieran estar en armonía y amor fraternal, ofreciendo un
frente unido a un mundo hostil, él prometió hacer todo lo posible
para tener mi deseo cumplido. Luego me dejó para ir a ver a algunos
de sus principales colegas, y el día 4 regresó con un informe favo-
rable y firmó el documento en nombre de los Ko-sai-kai, dando así a
mi plan el sello de aprobación de las sectas unidas, aunque no obtu-
viera otras firmas. Pero lo hice, ya que personalmente, y por medio
de Shaku San, los principales sacerdotes que estaban cerca de Kyoto
podrían tener una explicación. Antes de partir hacia Kobe el día 9,
había conseguido que todas las sectas, excepto el Shin-shu, firmaran
el papel. Esta última secta, como recordará el lector, ocupa una posi-
ción completamente anómala en el Budismo, ya que sus sacerdotes
se casan en violación directa a la regla establecida por el Buda para
su sangha, tienen familias y poseen propiedades; por ejemplo, un
templo pasará de padre a hijo. Además, son, con creces, los gerentes
sectarios más inteligentes de todo Japón, obtienen inmensos ingresos
del público y construyen magníficos templos en todas partes. Son,
por excelencia, el cuerpo religioso más aristocrático del imperio.
Disculpan su infracción a las reglas monásticas basándose en que
son samaneras, medio legos, no completos monjes. Los principales
hombres entre ellos a quienes necesitaba ver estaban en los distritos
del terremoto, donde habían sufrido grandes pérdidas; y como mi
tiempo era extremadamente limitado y las personas que vi no me
daban una respuesta definitiva, tuve que prescindir de esas firmas.
Sin embargo, como estaban representados en el Ko-sai-kai, la firma
de Shaku San, en representación de éste, virtualmente me dio el
consentimiento de todo el cuerpo de budistas del norte. Mi alegría
por lograr este resultado puede imaginarse fácilmente.
CAPÍTULO XXIV
La plataforma budista
inaugurada con éxito
1891
C
REO que difícilmente podría ser acusado de jactancia y
vanagloria si dijera que un evento de tal importancia como
el descrito en el último capítulo merece ser muy valorado
por todos los Orientalistas occidentales, especialmente los que se
dedican a la literatura pali y al estudio del budismo. Ciertamente,
su importancia fue reconocida en todas las naciones budistas de
Oriente. Sin embargo, dentro de los diez años que han transcurrido
desde su firma, los estudiosos europeos y estadounidenses apenas
se han dado cuenta de ella. Me temo que tendré que atribuir esto a
un prejuicio mezquino contra nuestra Sociedad de la cual piensan,
no puede salir nada bueno. Sin embargo, el tiempo lo corregirá.
Después de todo, obtener las firmas necesarias no fue un asunto
tan fácil. Tuve que pasar por la experiencia de esa política procrastina
y sobrenaturalmente cautelosa que parece peculiar al carácter chino
y japonés. Escribí en mi diario: “Hay muchas patrañas educadas
sobre la firma de mi Plataforma, excusas ociosas de todo tipo”. Pero
para el 7 de noviembre las cosas se veían decididamente mejor. De
hecho, podría haberme sentido satisfecho de llevármela tal como
estaba esa tarde. A la mañana siguiente todo estaba terminado y
el documento completo. Para celebrar el evento se me brindó una
cena al estilo japonés, en la que estuvieron presentes 178 personas.
Si cito el texto completo de la Plataforma, con los nombres de los
firmantes, el documento se colocará en un registro permanente y
268 H ojas de un viejo diario
BURMAH
Aprobado en nombre de los budistas de Birmania, el 3 de febrero de
1891 (A. B. 2434): Tha-tha-na-baing Sayadawgyi; Aung Myi Shwe
bôn Sayadaw; Me-ga-waddy Sayadaw; Hmat-khaya Sayadaw;
Htî-lin Sayadaw; Myadaung Sayadaw; Hla-htwe Sayadaw; y otros
dieciséis.
CEILÁN
Aprobado en nombre de los budistas de Ceilán, el día 25 de febrero
de 1891 (A. B. 2434). Mahanuwara Upawsatha; Puspârâma
Vihârâdhipati; Hippola Dhamma Rakkhita; Sobhitâbhidhana Mahâ
Nâyaka; Sthavirayan-Wahanse Wamha.
(Hippola Dhamma Rakkhita Sobhitâbhidhana, Sumo Sacerdote de
Malwatte Vihara en Kandy).
(Sd.) HIPPOLA
MahanuwaraAsgiri Vihârâdhipati; Yatawattç Chandajottyâbhidhana;
Mahâ Nâyaka; Sthavirayan Wahanse Wamha.
(Yatawattç Chandajottyabhidhana, Sumo Sacerdote de Asgiri
Vihara en Kandy.)
(Sd.) YATAWATTE
Hikkaduwe Srî Sumangala; Sripâdasthâne Saha; Kolamba Paladar
Pradhana; Nayâka Sthavirayo
(Hikkaduwe Srî Sumangala, Sumo Sacerdote del Pico de Adán y
el Distrito de Colombo).
(Sd.) H. SUMANGALA
Maligâwe Prâchina Pustakâlâyâdhyahshaka; Sûriyagoda
Sonuttara Sthavirayo
(Sûriyagoda Sonuttara, Bibliotecaria de la Biblioteca Oriental en el
Templo de la Reliquia del Diente en Kandy).
(Sd.) S. SONUTTARA
Sugata Sâsanadhaja; Vinayâ Chairya Dhammâlankârâbhidhâna;
Nayâka Sthavira.
(Sd.) DHAMA’LANKARA
Pawara Neruttika Chariya Maha Vibhavi Subhuti, de Waskaduwa.
(Sd.) W. SUBHUTI
La plataforma budista inaugurada con éxito 271
JAPÓN
Aceptado como incluido dentro del cuerpo del budismo del norte.
Shaku Genyu (Secta Shin Gon Su); Fukuda Nichiyo (Nichiren);
Sanada Seyko (Zen Shu); Ito Quan Shyu; Takehana Hakuyo
(Jodo); Kono Rioshin (Ji-Shu); Kira Ki-ko (Jodo Seizan); Harutani
Shinsho (Tendai); Manabe Shun-myo (Shin Gon Su).
CHITTAGONG
Aceptado por los budistas de Chittagong.
Nagawa Parvata Viharashipati; Guna Megu Wini-Lankara;
Harbang, Chittagong, Bengala.
El lector observará que mientras que las Catorce Proposiciones
son aprobadas sin reservas por los sacerdotes budistas de Ceilán,
Birmania y Chittagong, son aceptadas por los japoneses como
“incluidas dentro del cuerpo del budismo del norte”.
El 7 de noviembre vi la procesión fúnebre del príncipe Kinni,
tío del emperador.
En la ceremonia participaron sacerdotes sintoístas y budistas,
llevaron plantas y árboles en tarrinas ante el cadáver, y una gran
cantidad de flores. Luego siguió un batallón de la guardia imperial,
con oficiales con uniformes resplandecientes; luego funcionarios
diplomáticos de gala; luego los alumnos de las escuelas militares; y
en la retaguardia, ciudadanos en jinrickshas.
Otra tarde vi una exhibición pública del maravilloso malaba-
rismo por el que los japoneses son famosos, pero como era sustan-
cialmente del mismo carácter que el descrito en el Capítulo VII de
la presente serie, no necesito detenerme en detalles. Sin embargo,
puedo decir que una segunda visión de la ejecución de algunos
de los trucos más maravillosos, no me ayudó a comprender los
secretos del malabarista.
Después de realizar visitas ceremoniales a los Sumos Sacerdotes
de ambos Hongwanjis, Higachi y Nischi (el expersonaje que tenía
el rango social de Duque), y otros Sumos Sacerdotes de las sectas,
y después de dar otro discurso en el Templo Chounin ante el
Kosai-kai y una gran audiencia, salí de Kioto hacia Kobe el día 9,
con Hogen San, uno de los jóvenes sacerdotes-estudiantes que había
sido enviado en 1889, por mi consejo, a estudiar sánscrito y pali con
Sumangala, y Noguchi San, mi viejo amigo, y el día 10 nos embar-
camos en el vapor Oxius en medio de una tormenta. Llegamos
a Woo-sung, el puerto de Shanghai, en la tarde del día 12. A la
mañana siguiente, la mayoría de los pasajeros fueron a la ciudad,
una distancia de 22 km, y pasaron el día conociendo el barrio chino,
272 H ojas de un viejo diario
E
L año pasado fue uno de constantes viajes, el actual (1892)
fue comparativamente más tranquilo; una gira por Arakan
y Rangún vía Calcuta y Darjeeling, en aras del budismo, fue
toda mi actividad de ese tipo. El último de los delegados parsis e
indios partió el 1 de enero; las damas europeas que nos visitaban
se fueron unos días más tarde. El Sr. Keightley comenzó el 11 una
gira proyectada hacia Bombay y el norte. El día 12 le escribí a
S. M., el Rey de Suecia y Noruega, y le envié dos chakram (monedas
pequeñas) de Travancore y dos libros ilustrados en tamil y telugu,
que contenían el signo de los triángulos entrelazados o estrella de
seis puntas; esta cuestión del gran empleo del símbolo desde los
tiempos más antiguos en el Este la habíamos discutido nosotros
durante mi audiencia en Estocolmo.
La nueva edición del “Catecismo Budista” había atraído la aten-
ción y ganado la aprobación de un eminente Orientalista europeo,
ya que recibí en ese momento una copia de L’Estafette, un diario
parisino, con un artículo de dos columnas de M. Burnouf, con una
crítica elogiosa de la obra. Contrastó la simplicidad y razonabilidad
de la metafísica del Buda con la de la Iglesia cristiana, en detri-
mento de esta última, y llegó a decir que la influencia de nuestra
Sociedad se tornaba cada vez más notable en toda Europa: consideró
la publicación del “Catecismo” como un gran evento.
282 H ojas de un viejo diario
E
L arribo predicho de un mensajero de la Gran Logia Blanca, y
la orden de mantenerme listo para recibirlo, no solo hizo que
yo, sino otros a quienes se lo conté, nos estremeciéramos de
emoción. El Maestro no había fijado una fecha, así que todo lo que
tenía que hacer era tener mi maletero embalado, listo para partir al
recibir un telegrama. Yo suponía que el mensajero sería Damodar,
y que aparecería desde el otro lado del Himâlaya, en Darjeeling, de
donde había comenzado su memorable viaje en busca del ashram.
Así que le escribí a Babu Sreenath Chatterji, nuestro colega activo
en esa estación de la colina —cuya casa siempre había sido una
especie de dharma-sala o refugio de viajeros para los lamas tibetanos
que pasan entre Tíbet y el norte de India— pidiéndole que estuviera
atento, y le envié un código por el cual me podía telegrafiar cuando
la ocasión lo requiriera. Con su habitual impetuosidad, la seño-
rita Müller fue allí para tener el primer contacto con el mensajero;
también lo hicieron otros, y ellos y yo mantuvimos una corres-
pondencia muy activa por correo y telégrafo. Se fijaban días para el
esperado arribo, y cuando fallaban, los cambiábamos por otros; pero
el mensajero no vino, y los emprendedores guardianes finalmente
se cansaron de esperar, se fueron, y luego me insinuaron que proba-
blemente no había existido tal mensaje, sino que se trataba sólo de
mi propia ilusión. Lo mismo se pensaba y se decía en Londres y
Nueva York, y a la larga mi noticia estaba bastante desacreditada.
Mientras tanto, no dije nada, mantuve mi maletero empacado y
esperé. Esperé más de dieciocho meses, y —aunque el maletero
290 H ojas de un viejo diario
E
N un día soleado de julio vino a visitarme, lo que hizo que
pareciera aún más soleado, mi querido amigo el Príncipe
Harisinhji, del Estado de Bhaunagar. Él me ha dado tantas
pruebas de afecto durante los últimos veinte y tantos años que me
siento casi tan seguro de él como de mí mismo, y creo que si yo
muriera, él sería mi doliente más sincero. Su lealtad de corazón y
simplicidad de naturaleza contrastan notablemente con la perso-
nalidad de la mayoría de los príncipes indios que he conocido, y
a menudo deseo que sus compañeros de graduación del Colegio
Rajkumar le hagan honor tanto como él a esa institución educativa.
El día después de su llegada, los Sres. Keightley y Edge se fueron
a trabajar en la llanura, y una semana después el propio Príncipe
se vio obligado a regresar a su hogar, ya que el Karbhari (Ministro)
de un Estado Rajput había arreglado un matrimonio entre su joven
príncipe y la hija de Harisinhji. Entonces me quedé solo, con tiempo
suficiente para dedicarle a mi obra literaria.
Entre los budistas de Ceilán, la cuestión candente en ese
momento era la necesidad de adoptar medidas para derrotar un
audaz golpe de legislación en beneficio de los intereses misioneros
que prohibía la concesión de subvenciones a cualquier escuela que
se abriera dentro de los 400 metros de cualquier escuela regis-
trada ya existente. A primera vista, esto parecía muy inocente, ya
que la prohibición funcionaría en beneficio de cualquier escuela
budista que primero ocupara una localidad conveniente. Pero, de
hecho, mientras los budistas tenían una somnolienta indiferencia
300 H ojas de un viejo diario
E
L viaje proyectado a las provincias de Arakan y Birmania
Británica mencionado anteriormente debía hacerse en aras
del budismo representado en la Sociedad Maha-Bodhi, y
Dharmapala debía acompañarme. Ha sido divertido revisar mis
documentos de ese período para ver la razón. Los arakaneses
habían oído tanto de mi trabajo en Ceilán, que querían que viniera
a ayudarlos de la misma manera, y escribieron en ese sentido en un
lenguaje fuerte y elogioso, pero, y esta es la parte humorística del
asunto: como nunca habían tenido ningún trato religioso con un
hombre blanco que no fuera un misionero, y nunca antes habían
visto u oído hablar de un budista blanco, se agudizó su desconfianza
oriental y sus líderes le escribieron a Dharmapala para pedirle que
viniera conmigo. En una reunión de la comunidad budista de
Akyab se decidió “con entusiasmo” telegrafiarme para que viniera a
principios de octubre, el final de la temporada de Cuaresma budista.
“La sola presencia del Coronel”, le escribe uno de nuestros amigos
a Dharmapala, “no sería suficiente para popularizar los proyectos
de la Sociedad Maha-Bodhi. Usted tiene que considerar que nues-
tros sacerdotes y laicos no han tenido ninguna experiencia, ya sea
con sacerdotes blancos o europeos o budistas, por lo que tiene que
venir y contarnos con cuánta fidelidad y compromiso ha trabajado
el Coronel para el movimiento budista. Nuestros sacerdotes tienen
poder sobre la gente en los asuntos espirituales, por lo que tiene
310 H ojas de un viejo diario
* Es tal vez digno de mención que, como este volumen se está haciendo para la
prensa, quien ocupa actualmente la oficina presidencial, la señora Besant, escribe
en The Theosophist un relato de su presencia en ocasión de la entrega, a los repre-
sentantes de los budistas de Birmania, de las reliquias del Buda recientemente
recuperadas por el Virrey de India en Calcuta. Ver The Theosophist, Abril de 1910.
(N. del E. de 1910)
Encuentro con el embajador del Dalai Lama 317
Al comienzo del Kali Yuga, para lanzar una moha (ilusión) sobre
los enemigos (Aúuras) de los Úuras (dioses), Buda hijo que Anjana
nacerá en Gayâ.
A
FORTUNADAMENTE tuvimos una travesía soleada y sin
sobresaltos, lo que nos permitió disfrutar de nuestra mutua
compañía. El viaje se vio interrumpido en Chittagong, donde
llegamos el 29 de octubre a las 7:30 de la mañana. Dharmapala y yo
pasamos la mañana escribiendo para publicar, en forma de folleto,
la conferencia mencionada en el capítulo anterior. Delegaciones
de boruahs (maghs) e hindúes subieron a bordo para presentar sus
respetos, y a petición urgente de ellos bajé a tierra, y a las 5:30 p. m.
di una conferencia en el edificio del Colegio del Gobierno sobre “La
alta moralidad del hinduismo y el budismo”, mi audiencia era de
unas 800 personas de secciones de ambas comunidades. Zarpamos
a la mañana siguiente hacia Akyab, y llegamos el 31, y en el muelle
recibimos una cordial bienvenida de los principales caballeros del
lugar, de la que Dharmapala también fue parte. Al instalarnos en
nuestros aposentos, primero realizamos una visita ceremonial a los
cuatro sacerdotes más influyentes de la sección local del sangha
budista. El resto del día, nuestras habitaciones estuvieron llenas de
visitantes, y por la tarde arribó el Comité General y esbocé nuestros
planes para el movimiento de Buda Gaya. Al día siguiente llamé al
Mayor Parrott, Comisario de Arâkân, quien me invitó a cenar con él
el domingo siguiente.
A la mañana siguiente (2 de noviembre), acompañado por los
Sres. Mra Oo, Comisionado Adjunto; U Tha Dwe, ATM; Chan Tun
322 H ojas de un viejo diario
E
L presente capítulo nos lleva a fines del año 1892, que, como
se habrá visto, estuvo plagado de acontecimientos intere-
santes. Como al momento actual de escribir (1902) sólo ha
pasado una década, será instructivo hacer una breve comparación
de las cifras que muestran el crecimiento de la Sociedad durante ese
período. Tomemos, por ejemplo, el número de Cartas Constitutivas
que se habían otorgado desde 1875 hasta el final de 1892, o sea, 310,
y comparémoslas con las otorgadas hasta el final de 1901, es decir,
656, y veremos que nuestro número ha aumentado en 346 cartas,
36 más de lo que se había otorgado en los primeros diecisiete años
de existencia de la Sociedad, un hecho muy llamativo que cabe
mencionar.
A continuación, en cuanto al número de países en los que
entonces estábamos operando, es decir, 18 (India, Ceilán, Birmania,
Inglaterra, Escocia, Irlanda, Francia, Austria, Suecia, Estados Unidos,
Grecia, Holanda, Bélgica, Rusia, las Indias Occidentales, Australasia,
las Islas Filipinas y Japón), ahora añadimos otros 24 cuyos nombres
en cuestión fue firmada por los Sres. Keightley y Edge, dos de los
fideicomisarios, y yo. En el siguiente correo extranjero, el docu-
mento fue puesto en circulación entre los otros fideicomisarios, y
finalmente, después de algunos meses, me lo devolvieron comple-
tamente firmado.
El 10 de diciembre llegó a Manila un interesante visitante en la
persona del Sr. Alexander Russell Webb, MST, que había renunciado
a su cargo de Cónsul General de EE. UU., al convertirse al islam, y
que ahora había emprendido definitivamente el trabajo misionero.
Al día siguiente dio una excelente conferencia sobre el islam a una
audiencia que comprendía a muchos de los principales mahome-
tanos de Madrás. Aunque ellos me importunaban para que yo hiciese
uso de la palabra, me negué, ya que, por lo que yo representaba para
ellos, era un cumplido muy pobre para un hombre que había hecho
sacrificios mundanos tan grandes para unirse a su religión, y que
había venido de tan lejos para verlos, permitir que un no musulmán
hiciera uso de la palabra en su primera charla pública en India; lo
menos que podían hacer era seleccionar para eso al colega religioso
más respetado. El Sr. Webb no consiguió que su propaganda tuviera
éxito. Un periódico bien impreso e ilustrado, el Mundo Musulmán,
que él comenzó en EE. UU., fracasó tras una corta existencia; él
riñó con hombres importantes, y en el Parlamento Mundial de las
Religiones de Chicago despertó gran indignación entre las mujeres
estadounidenses al difundir algunas opiniones musulmanas no muy
elogiosas sobre el estatus de la mujer en la sociedad. Una caracte-
rística curiosa de su caso es que, hasta unos pocos meses después
de su aceptación del islam, había sido un incansable defensor del
budismo en Manila; y cuando le pedí en Adyar que explicara la
discrepancia, dijo que, aunque se había convertido en musulmán,
no había dejado de ser un ardiente Teósofo, y el islam, como él lo
entendía, coincidía claramente con nuestros puntos de vista teosó-
ficos, al igual que el budismo y las otras religiones. En resumen, su
islam era el de los sufíes. Me imagino que la causa de su fracaso en
su nuevo campo fue eso mismo, porque los sufíes son minoría en
el mundo islámico, y allí los esotéricos no son quienes llevan los
monederos más pesados ni están más vinculados con la dirección
práctica de los asuntos religiosos.
Su posición tras la adopción de la fe islámica debe haber sido muy
desagradable, ya que sus nuevos compañeros de religión descon-
fiaban abiertamente de los conversos que provienen de afuera,
mientras que al repudiar la fe de su propio pueblo se separó de
ellos por completo. Su “Mundo Musulmán” durante su muy corta
carrera fue una muestra muy meritoria de tipografía e ilustraciones
336 H ojas de un viejo diario