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old diary leaves

the only authentic history of


the theosophical society

FOURTH SERIES, 1887-1892

by
henry steel olcott
PRESIDENT-FUNDADER OF THE SOCIETY

“To speak the Truth is like Amrita; Truth


is unsurpassable. The Truth is holding fast to
what is right and good —thus say the wise”
Buddhist Maxim

LONDON

THE THEOSOPHICAL PUBLISHING SOCIETY

MADRAS: THEOSOPHIST OFFICE

1910
sra . annie besant , coronel h . s . olcott , sr . w . q . judge

en el jardín de la sede de 19 avenue road


hojas de un
viejo diario
la única historia auténtica de
la sociedad teosófica

CUARTA SERIE, 1887-1892

henry steel olcott


PRESIDENTE-FUNDADOR DE LA SOCIEDAD

“Decir la Verdad es como Amrita; la Verdad


es insuperable. La Verdad es mantenerse firme
en lo que es correcto y bueno; así dicen los sabios”
Máxima Budista

ARGENTINA

EDITORIAL TEOSÓFICA EN ESPAÑOL

2022
Título original en inglés: Old Diary Leaves
Traducción y revisión realizada por Miembros de la Sociedad
Teosófica en Argentina.
Diseño de Tapa: Erica Kupersmit

Catalogación:
Hojas de un viejo diario / Henry Steel Olcott - 1a ed. - San
Lorenzo: Sociedad Teosófica en Argentina, 2022

ISBN 978-987-4955-09-8

Por información adicional, dirigirse a:

Editorial Teosófica en Español


editorial@sociedadteosofica.org.ar
www.sociedadteosofica.org.ar

Tirada de 100 ejemplares impresa en los talleres gráficos de


Ediciones Antigrafo - Ituzaingo 936 - Buenos Aires.

2022
Prólogo del Editor (1910)

H
AN pasado seis años desde que apareció la Tercera Serie de
“Hojas de un viejo diario” en forma de libro, y han pasado
nueve años desde que el contenido del presente volumen se
publicó en las páginas de The Theosophist. El autor falleció en 1907 y,
como bien saben todos los que lo conocieron, la publicación de la
totalidad de esta “verdadera historia de la Sociedad Teosófica” era
un asunto que estaba cerca de su corazón. Todavía queda material
suficiente para llenar uno, o incluso dos volúmenes adicionales, y se
espera que esto aparezca a su debido tiempo, porque mientras más
tiempo separe a los Miembros actuales de la Sociedad Teosófica de
su historia temprana, más importante es que los hechos sean regis-
trados. Para la primera parte de la historia, relacionada con EE. UU.
e India, no había ninguna autoridad viviente tan capaz de dar testi-
monio de los hechos como el difunto co-Fundador de la Sociedad.
En este volumen, sin embargo, atravesamos un período en el que,
debido a la difusión mundial de la organización, el contacto del
Presidente con el conjunto de la Sociedad no fue tan cercano, y tal
vez haya quienes estén bien calificados para escribir sobre el desa-
rrollo de las diferentes Secciones, que podrían complementar efec-
tivamente esta historia en lo que respecta a su propio país. Pero esas
historias seccionales o nacionales están por ser escritas, y mientras
tanto, el registro del coronel Olcott está aquí para leerlo; “y dige-
rirlo interiormente”.
El volumen que tenemos ante nosotros trata de unos cinco años
durante los cuales el escritor viajó por todo el mundo, visitando
Japón dos veces, Europa dos veces, Ceilán varias veces; Australia,
EE. UU. y Birmania una vez cada una, además de realizar largas giras
de conferencias en India. Fueron años que vieron el advenimiento
de la Sra. Besant —la actual Presidenta— a la Sociedad Teosófica,
y fueron testigos de la muerte de Mme. Blavatsky y de su erudito
colega hindú, T. Subba Row. El trabajo en nombre de la Unidad
Budista ocupó gran parte del tiempo y la energía del escritor en
cccviii H ojas de un viejo diario

sus viajes por Oriente, mientras que en Occidente dedicó mucha


atención al estudio del hipnotismo, tanto en París como en Nancy.
En estas páginas se incluyen muchas notas útiles sobre este tema.
Finalmente, el volumen se cierra con presagios del “Caso contra
W. Q. Judge”: se registran varios incidentes que tuvieron una
importante influencia en este escándalo (posteriormente el tema
de los notorios artículos de la gaceta Westminster bajo el título “Isis
demasiado sin velo”) a medida que ocurren.
No se ha realizado ninguna revisión de “Hojas”; se publicó como
apareció originalmente. El trabajo del Editor se limitó a una o dos
notas explicativas, la corrección de errores tipográficos y algunos
otros errores obvios.
c o n te n i d o

I. Prólogo del Editor (1910) ......................................... vii


II. De gira por India........................................................1
III. Los temores de HPB.................................................15
IV. Asuntos científicos y de los otros.............................25
V. Fundación de la Sección Esotérica..........................35
VI. La convención de 1888............................................47
VII. Visita a Japón..........................................................61
VIII. Exitosa cruzada en Japón.......................................71
IX. Más triunfos en Japón.............................................83
X. Regreso a Ceilán......................................................97
XI. Una visita a Europa...............................................109
XII. Viajes y conferencias en las Islas Británicas........123
XIII. Historias del trabajo de C. F. Powell, MST............139
XIV. Muerte de Subba Rao............................................151
XV. 19 avenue road, y otros asuntos...........................163
XVI. Visita birmana y del obispo Bigandet....................173
XVII. Australia y el legado de Hartmann........................185
XVIII. De los antípodas hacia avenue road.....................195
XIX. La primera Convención en Europa.........................205
XX. Experimentos hipnóticos en París..........................215
XXI. Una disquisición sobre el hipnotismo.....................227
XXII. Experimentos con el Dr. Bernheim.........................235
c o n te n i d o

XXIII. La señora Besant da el adieu a los secularistas...245


XXIV. De Estocolmo a Kyoto............................................257
XXV. La plataforma budista inaugurada con éxito ........267
XXVI. La notificación de renuncia, y lo que generó..........281
XXVII. Médiums, mendacidad y otros asuntos ................289
XXVIII. Ceremonia budista en Darjeeling...........................299
XXIX. Encuentro con el embajador del Dalai Lama.........309
XXX. Las cuevas y selvas del indostán..........................321
XXXI. Presagios sobre la controversia de Judge..............333

i lu s trac i o n e s

I. Tallapragada Subba Row...............................................14


II. H. S. Olcott con un grupo budista....................................96
III. Comandante D. A. Courmes..........................................226
CAPÍTULO I
De gira por India
1887

E
NTRE mis visitantes de los días siguientes estaba ese muy
erudito maestro y autor de sánscrito, pandit Jibbananda
Vidyasagara, hijo del más grande de los pandits bengalíes de
su época, el difunto Taranath Tarkavachâspati, autor del Diccionario
Sánscrito, conocido por los antiguos Miembros de nuestra Sociedad
como el que me dio el hilo sagrado del brahmín, su propio gotra y
mantra, adoptándome así, en la medida de lo posible, bajo las reglas
de casta. Su hijo me pidió que participara de la comida en su casa
al día siguiente, lo cual hice con mucho gusto. Este es, creo, un
caso sin precedentes, ya que yo era un budista declarado, y se me
pidió que no sacrificara nada en cuanto a creencias religiosas como
condición para recibir esta distinguida marca de estima y gratitud
de los Brahmanes por mis servicios en India hacia el renacimiento
hindú.
Uno de mis amigos indos más fieles desde los comienzos hasta
hoy, es el Honorable Marajá, el Sr. Jotendro Mohan Tagore, de quien
HPB, yo y otros Teósofos habíamos sido huéspedes. Es un hombre
serio y culto, gran aficionado a las discusiones religiosas. Como
todos los hindúes, aprecia el antiguo ideal de la vida espiritual,
y reconoce, teóricamente, su gran superioridad sobre la vida del
mundo. Recuerdo una conversación que tuve con él sobre ese tema
un día, en Calcuta, y cómo reí sin malicia a expensas suyas. Me
había preguntado muy seriamente si podía indicarle el mejor medio
de alcanzar durante su vida aquel plano superior. “Naturalmente”,
respondí, “hay para ello un medio que pueden ensayar con una
2 H ojas de un viejo diario

certeza razonable de alcanzar su objetivo”. “¿Cuál? Dígamelo”,


preguntó sin sospechar nada.

Bien, vuelva a su casa en ese hermoso coche, entre en el salón


de mármol, cuyas lámparas de plata, cuadros, mosaicos y demás,
lo hacen verdaderamente principesco: llame a sus notarios y
disponga de sus bienes en donativos, no conservando ni una
alhaja; después, vaya al mercado y compre el traje amarillo, el
bastón y el cuenco de un sannyasi; diga adiós a su familia, cambie
de nombre y salga a recorrer el mundo mendigando como asceta.
Persevere suficientemente, como el Buda o como Dyánand
Sarasvati y miles más lo han hecho en nuestros tiempos, y se
verá ampliamente recompensado por su desprendimiento y sus
esfuerzos espirituales.

Su fino rostro se aclaró con una sonrisa cuando percibió que se


había dejado atrapar tan fácilmente, y no se manifestó molesto al
verme reír por el dilema en que se hallaba colocado. Pero le dije,
con la franqueza afectuosa permitida a nuestra larga amistad, que
a menos que tuviese el valor de ensayar el soberano remedio para
todos los males de este mundo, prescrito por todos los Sabios y
confirmado por la experiencia de centenares de generaciones, sería
mejor que no pensase en hollar el Sendero Superior; el Buda lo ha
dicho en el Dhammapada: “Hay un camino que conduce a la fortuna,
otro es el que lleva al Nirvana”. Y los cristianos saben mejor todavía
la historia contada por San Mateo, del joven rico que hizo al Cristo
la pregunta de mi amigo, y recibió la misma respuesta, con el resul-
tado de que “Cuando el joven escuchó estas palabras se fue triste,
porque tenía muchas posesiones”. Dije también a mi excelente
amigo que si me hallase en su lugar no huiría de mi fortuna, sino
que trataría de usarla en bien del mundo, lo cual le conduciría
más lejos en el Sendero que todas las prácticas de ascetismo que
pudiese intentar. Porque, así como lo declaran los Shastras hindúes,
a menos que considerase que el oro no es más valioso que la arcilla,
el recuerdo de su pasada fortuna lo atormentaría siempre; ya sea
metido en el corazón de una selva, encerrado en una caverna del
Himalaya, o descendido al fondo del mar, todo, hasta el aire a su
alrededor, resonaría para él con la música de las piezas de oro y
plata. Prueba de excelente carácter del Príncipe, fue que no se
incomodó por mi ruda franqueza. De hecho, estos millonarios y
príncipes reciben tanta adulación enfermiza que, por regla general,
disfrutan, en lugar de resentirse de los consejos sencillos que no
De gira por India 3

tienen una segunda intención. ¡ Pero a veces te consideran un tonto


por pretender despreciar al ídolo de su adoración de toda la vida!
El 23 ( julio) di nuevamente una conferencia ante una audiencia
desbordada en el Municipio de Calcuta —cuyas malas cuali-
dades acústicas hacen que se le llame “La Desesperación de los
Oradores”— sobre el tema de la “Reforma social sobre líneas
arias”. Al día siguiente se dieron dos conferencias más, y el 26
partí hacia Darjeeling, esa incomparable población del Himalaya
cuyo nombre ahora recuerda la terrible catástrofe que ha soportado
recientemente como resultado de fuertes lluvias, un ciclón y un
terremoto. En el momento de mi visita, sin embargo, estaba en el
apogeo de su pintoresquismo y belleza, y la pasé muy bien. Con
mi anfitrión, Babu Chatra Dhar Ghose, gerente local de las propie-
dades del marajá Burdwan y Presidente de nuestra Rama local de
la S. T., hice una visita de regreso a ese maravilloso explorador del
Tíbet, Sarat Chandra Das, CIE*, Rai Bahadur, intérprete tibetano
del gobierno, etc., etc., quien me mostró el invaluable Manuscrito
y libros impresos que había traído de Lhasa y me presentó a un
venerable lama-pandit, con cuya ayuda estaba compilando para el
gobierno un Diccionario tibetano-inglés que, cuando esté termi-
nado, será su principal documento literario. En la casa de mi viejo
amigo, Babu Srinath Chatterji, Secretario de nuestra Rama, cono-
cimos a Gyen-Shapa, un lama-asceta tibetano, que ha practicado
yoga durante mucho tiempo y ha desarrollado algunos siddhis.
Srinath Babu lo había visto esa misma mañana, mientras estaba
“sentado en dhârana”, es decir, meditando, elevándose del suelo
y permaneciendo, sin ningún apoyo, en el aire. Fui a verlo dos
veces más, y sirviéndome Srinath de intérprete, obtuve de él mucha
información interesante sobre las lamaserías tibetanas y los lamas.
En casi todas las lamaserías hay una escuela de Yoga dirigida por un
Maestro Adepto, y las levitaciones no son hechos raros entre ellos.
La altura hasta la cual consiguen elevarse, depende en parte de su
temperamento personal, y sobre todo la duración de sus estudios
prácticos. El Maestro de Gyen Shapa podía elevarse hasta lo alto
de los muros de la lamasería, y varios de sus condiscípulos podían
subir más alto que él. Hay que seguir una disciplina física y moral
de las más estrictas y prestar gran atención a la dieta. Esos fenó-
menos tienen lugar en privado, estando estrictamente prohibida la
exhibición vulgar. Inútil es agregar que la curiosidad de los viajeros
que pasan no es satisfecha jamás, en especial la de los europeos

* Companion of the Order of the Indian Empire, Compañero de la Orden del Imperio
de la India. (N. del T.)
4 H ojas de un viejo diario

que comen carne vacuna y beben alcohol; sean cuales fueren sus
investigaciones, nunca verían a un verdadero Adepto conociéndolo
como tal, como los casos de Rockhill, del capitán Bower, del Duque
d’Orleáns y del Sr. Knight*, lo prueban suficientemente.
El libro de Sarat Chandra Das, “Relato de un viaje a Lhasa en
1881-1882”, es uno de los libros de viajes más interesantes que yo
haya leído. Describe por completo los riesgos que fueron encon-
trando, obstáculos vencidos, peligros mortales, encuentros con gente
desconocida, y los planes y proyectos plenamente realizados; pero
está libre de grandilocuencia y vana jactancia; en esto, se asemeja
a ese libro incomparable de Nansen, “Más al Norte” †. Saliendo
de Darjeeling el 7 de noviembre de 1881, Sarat Chandra atravesó
el Himalaya por el Paso de Kangla Chhen el 30 de noviembre, y
después de haber sufrido grandes fatigas, llegó a Tashi Lhumpo,
capital del Tashi Lama‡ (de quien uno de nuestros reverenciados
Mahatmas, es Maestro de Ceremonias). Vivió allí varios meses y
obtuvo permiso para visitar Lhasa, donde fue recibido por el Dalai
Lama. Recogió una cantidad de obras budistas de las más impor-
tantes, y venciendo innumerables obstáculos en su viaje de regreso
hacia la frontera del Sikkim, regresó a su casa el 27 de diciembre de
1882. Observé la forma de su cabeza, en la que hallé algo que ya me
había sorprendido en Stanley, el explorador africano: un marcado
desarrollo en las sienes, encima de la articulación de la mandíbula,
lo que los fisonomistas consideran como un signo de fuerte consti-
tución y de resistencia a las enfermedades. El cuerpo entero de Sarat
Babu da la impresión del vigor físico, y la lectura de su Informe al
gobierno, me confirmó más tarde esa primera impresión. Gracias a
su perfecto conocimiento del tibetano, ayudado por su tipo semi-
mongol, pudo llegar a Tashi Lhumpo y a Lhasa, haciéndose pasar
por un doctor tibetano. Tuve personalmente amplias pruebas de su
facilidad para hablar dicha lengua, cuando me sirvió de intérprete
en mi conversación con el erudito lama-pandit y con el jefe de los

* Ver The Theosophist, Vol. XVI, pp. 173 y 305. (Olcott)


† Vale la pena señalar que desde que se escribieron estas líneas, la hazaña de
Sarat Chandra Das ha sido emulada, si no superada, por la del Shramana Ekai
Kawaguchi, cuya maravillosa estancia en Tíbet se relata en su obra, “Tres años
en Tíbet”, del cual el Morning Post escribe que recuerda fuertemente al libro de
Chandra Das, aunque el alumno ha “juntado sus notas con más habilidad lite-
raria que su mentor”. El autor visitó a Sarat Chandra Das en Darjeeling antes de
comenzar su gran aventura y, gracias a la ayuda del veterano explorador, se puso
en contacto con un Lama vecino, de cuya familia aprendió el tibetano coloquial.
(N. del E. de 1910)
‡ El reciente trabajo de Sven Hedin, y sus impresiones del Tashi Lama, no deben
pasarlas por alto los interesados en este tema. (N. del E. de 1910)
De gira por India 5

coolies que condujo a nuestro querido Damodar desde Darjeeling


hasta aquella lejana población de Sikkim donde habría de reunirse
con el elevado funcionario que le prometiera acompañarlo hasta
dejarlo seguro allí donde nuestro Mahatma lo recibiría como discí-
pulo residente.
El 1 de agosto dejé el encantador Darjeeling y su aire vigorizante,
y bajé la montaña en un tranvía de vapor hasta la estación terminal
de Siliguri, donde el mercurio estaba tan alto que el contraste
fue duro. Me alojé y comí en la estación esa noche y los dos días
siguientes, ¡y disfruté de la experiencia novedosa de dar una confe-
rencia sobre “Teosofía y Religión” ante una buena audiencia, ¡en el
andén del ferrocarril! Luego procedí hacia Noakhally, en el delta
del Ganges; pero me detuve en Khulna, donde tuve que esperar el
barco. Siendo un perfecto extraño en esos lugares, había previsto
una velada tranquila y sin incidentes, pero un empleado había leído
mi nombre en mi baúl, y al haber difundido la noticia, hizo que mi
habitación en la casa para viajeros (dak bungalow*) pronto se llenase
de bengalíes educados, que se quedaron hasta las 10 p. m. para
hablar de filosofía, después de lo cual se fueron a cenar a su casa y
me dejaron libre para hacer lo mismo. Levantándome a las 4 de la
mañana siguiente, salí en el barco hacia Barisal, y después de una
agradable navegación por el río Bairab, que recuerda a uno de los
ríos de poca pendiente de Ceilán, llegué a las 5 p. m., y fui alojado
en la casa para viajeros. De nuevo fui convocado por algunos caba-
lleros hindúes locales y insistieron en que diera una conferencia
a las 7 p. m. en la gran escuela. Solo se necesitó el envío de bati-
dores de tam tams y pregoneros para reunir una multitud, como
descubrí al entrar en el salón, donde se habían reunido un millar de
personas. Mi discurso fue interpretado al bengalí por un graduado
de Calcuta llamado Aswini Kumar Dutt, con una fluidez y pasión
que me asombró. Siempre lo he clasificado entre los tres o cuatro
mejores intérpretes que he tenido en India.
Al no llegar el barco de Noakhally, me vi obligado a hacer escala
en Barisal. Mis habitaciones estaban llenas de gente todo el día y
tuve que dar una segunda conferencia la noche siguiente a una
audiencia tan numerosa como la primera. Al salir del pasillo, y
mientras estaba de pie en la galería, escuché las reverberaciones de
ese misterioso fenómeno llamado “Cañón de Barisal”. Ninguna de
las explicaciones presentadas hasta ahora por científicos parecen

* Los dak bungalow eran edificios del gobierno en la India Británica que propor-
cionaban alojamiento gratuito para los funcionarios del gobierno y alojamiento
“incomparablemente barato” para otros viajeros. Las estructuras a veces también
se conocen como casas de descanso o bungalós de viajeros. (N. del E.)
6 H ojas de un viejo diario

explicar los maravillosos ruidos. En otro momento* he contado


con detalles el fenómeno del Cañón de Barisal y sus numerosas
explicaciones científicas así como seudocientíficas y creo haber
demostrado su palpable insuficiencia. Me bastará decir que aquellos
sonidos de “Cañón” son perfectamente semejantes, en volumen de
sonido y por el tipo de vibraciones, a las descargas de verdaderas
piezas de artillería. Tienen la misma peculiaridad de la rapidez de
la explosión sin ningún estruendo premonitorio que prepare al
oyente para lo que está por venir. En mi caso, la primera explosión
se produjo tan instantáneamente y tan fuerte, que supuse fuera un
cañonazo disparado en la población a varios centenares de metros
del sitio en que me hallaba. Primero creí que era el cañonazo de
las 8, que allí se dispararía como en otras ciudades en las que hay
acantonamientos militares, pero al mirar mi reloj, vi que eran las
8:45, por supuesto que no podía ser aquella la causa. Después se oyó
una segunda detonación, y después de cortos intervalos, cinco más,
lo que en total hacían siete. Al preguntar qué era aquello, supe por
primera vez en mi vida que había un “Cañón de Barisal”. Teniendo
en cuenta la peculiaridad física de los sonidos, el lector se divertirá
al saber que se han ofrecido con seriedad las siguientes explica-
ciones: la acción de la marea (en la playa de la Bahía de Bengala,
a 104 kilómetros); las olas; el desmoronamiento de las riberas de
los ríos (aluviales y de pocos metros de altura); el estruendo de
los acantilados que caen (inexistentes); el impacto del viento en
cuevas o esquinas de colinas (inexistente en cualquier lugar cerca
de Barisal); ecos que reverberan desde cajas de resonancia rocosas
(“en el ojo de la mente, Horacio”); el escape de las bocanadas de
vapor de los volcanes submarinos; detonaciones eléctricas. Incluso
se ha mencionado la explosión de fuegos artificiales en las bodas
locales, pero no el estallido de botellas de agua con gas —una
última pista que se ofrece respetuosamente sin cargo a los cientí-
ficos materialistas. Si bien es fácil decir cuál no es el fenómeno, no
es nada fácil decir cuál es, pero estoy más satisfecho con la teoría
de que el Cañón de Barisal se debe a la acción de los elementales y
tiene alguna relación con un evento o eventos que probablemente
ocurrieron en esa vecindad hace mucho tiempo, ciertamente más
allá de la memoria de la generación actual, porque los ancianos me
dijeron que los habían estado escuchando desde su niñez. A veces
se le oye durante la estación de las lluvias, a veces fuera de ella, y
como en mi caso, después de un día de sol y con una atmósfera
demasiado clara y con estrellas demasiado brillantes para inclinarse

* Ver The Theosophist, Vol. IX, p. 703 y XL, p. 409. (Olcott)


De gira por India 7

a la teoría de las descargas eléctricas. Ya dije que oí siete explosiones


a intervalos regulares, y como se me dijo que era un número inusi-
tado, mi mente de ocultista creyó descubrir en eso una intención
de saludo amistoso de parte de una Inteligencia directora. No se
lo volvió a oír, ni aquella noche, ni al otro día, en fin, mientras
permanecí en la comarca. Dos o tres veces traté de tener con HPB
una conversación seria sobre ese tema, pero siempre hubo alguna
interrupción. Llegó a decirme que era una exhibición de poder de
los “Hijos de Fohat” y me dijo que consultase “La Doctrina Secreta”,
pero sus ideas parecían tan vagas que dejé de lado el asunto, y ahí
está a disposición del Sr. Leadbeater y de sus colegas en el estudio
de las Fuerzas Sutiles de la Naturaleza. Hace un par de años, Francis
Darwin habló del asunto en Nature, solicitando informes; le mandé
los antiguos números de The Theosophist citados, pero no oí hablar
de ellos, sin duda los otros artículos de nuestra publicación hetero-
doxa le horrorizaron.
El barco de Noakhally aún no llegaba, pude formar una Rama
local con Miembros excelentes bajo el nombre de Rama Barisal.
Finalmente se supo que el barco perdido había tenido un desperfecto
y estaba siendo reparado, por lo que tuve que renunciar a mi visita
a Noakhally por el momento y regresé a Khulna, de donde seguí
hasta Calcuta, llegando allí el día 12. A la mañana siguiente tomé un
barco hacia Midnapur, pero mi llegada se vio interrumpida porque
el vapor encalló en el canal y tuve que esperar la próxima marea, por
lo que las dos conferencias del programa tuvieron que darse en una
reunión pública. Hablé sobre “La vida espiritual” y “karma”, y me
mantuvieron en pie dos horas y media. Se dio un discurso especial
a los niños hindúes a la mañana siguiente y a las 8 de la noche. Salí
en el mismo vapor hacia Calcuta. El 17, en Calcuta, pronuncié un
discurso en el Instituto Oriental, y esa misma noche navegué hacia
Chittagong* por el Éufrates. El vapor flotaba como un corcho, y se
balanceaba de tal modo que no tuvimos ni un momento de reposo.
Llegamos a nuestro puerto de destino al tercer día y me dieron una
gran recepción. Los principales caballeros nativos subieron a bordo
para darme la bienvenida, y el embarcadero presentaba un aspecto
muy alegre con la multitud vestida de manera pintoresca que había
venido a animar a su amigo blanco. El día 21, a las 7 a. m., di una
conferencia a 1500 personas sobre Teosofía, y a las 5 p. m., a una
multitud tan numerosa, sobre “Cuerpo, Mente y Alma”. Hubo una
tercera conferencia el día 22 y algunas admisiones como Miembros.
Al día siguiente fui en bote de remos a Pahartali, un pueblo insular

* En Assam. (Olcott)
8 H ojas de un viejo diario

a 26 kilómetros de distancia, cuyos habitantes son todos budistas,


de la raza de los Maghs. La casa que me asignaron era una estruc-
tura de bambú y costados de estera, con techo de paja con césped.
La Rama Mahamuni se formó al día siguiente, con Babu Krishna
Chandra Chowdry, un conocido líder y reformador de esa comu-
nidad, como Secretario y Tesorero.
Los Maghs son descendientes de padres Arakanis y de madres
bengalíes, porque el país fue conquistado por un ejército de conquis-
tadores del Arakan, que se instaló allí. Mi conferencia en Pahartali se
dio en una shamiana o pabellón abierto, que tiene grandes ventajas
en los climas tropicales, donde la mayor cantidad de aire posible es
indispensable para la comodidad. Me dijeron que muchas personas
presentes habían venido desde distancias de entre 48 y 64 kilóme-
tros para escuchar lo que tenía que decir sobre su religión. En el
templo local hay una imagen gigantesca del Buda, cuya cabeza está
adornada con una diadema real, lo que no había visto nunca en
ningún país budista. Es verdad que se conocen representaciones
coronadas del Bodhisattva, es decir, de la entidad que alcanzó final-
mente la dignidad de Buddha en su encarnación de Kapilavastu,
pero nunca del Salvador del Mundo. Yo mismo poseo una estatuilla
de cobre artística, que representa al Bodhisattva como Rey del cielo
de los Tusitas, sentado en Padmâsana, que me fue regalada por el
enviado tibetano ante el Gobierno de India hace algunos años, quien
la había recibido del mismo Dalai Lama. Bajo la estatua hay una
chapa de cobre en la que está grabada una representación conven-
cional del Trono de Diamantes, y detrás, en el vacío del cuerpo,
un rollo de papel tibetano en el cual el Dalai Lama escribió de
su propia mano algunos encantos o mantras para la protección de
su joven y hermoso embajador contra todos los malintencionados.
Esta figura lleva muchas joyas en la cabeza, el cuello, el pecho,
la parte superior del brazo, la muñeca, la cintura y los tobillos;
enormes al estilo indo antiguo. Los cabellos están recogidos muy
arriba, con algunos mechones que caen sobre los hombros y lo alto
del brazo. Las manos, unidas sobre las rodillas, sostienen un vaso
adornado con flores o una estatuilla que representa las “Tres Joyas”
de la simbología budista. En conjunto, es una valiosa curiosidad
para nuestro pequeño museo en Adyar.
Como no se podía llegar a Noakhally en barco desde Barisal, y
como los sinceros amigos de allí merecían una visita oficial, me
dirigí desde el otro lado del Delta, conduciendo un carro abierto
con amortiguación a través de una fuerte lluvia, y en parte del
camino a través de una región infestada de tigres, y de allí toda la
noche en un carro de bueyes común sin amortiguadores, tan corto
De gira por India 9

que para dormir tuve que estirar las piernas por delante hasta las
rodillas. A las 4 a. m. llegamos al Haut de Mahajan, donde tomamos
un pesado bote río arriba, en el que tuve veintiocho horas para
dormir y descansar antes de llegar a Noakhally a las 11 a. m. el día
27. Mi recepción fue sumamente cordial y me agasajaron con la
mayor hospitalidad. A las 3 p. m. recibí y respondí a los discursos en
bengalí e inglés en el salón de la S. T., una estructura ordenada en
postes de bambú y pantallas, y techo de paja, que había costado a la
Rama ₹ 600 [rupias]. Se dio una conferencia a las 4:30 p. m. bajo la
presidencia del Magistrado local (europeo), en el Teatro nativo, y por
la noche se ofreció una representación de ese antiguo y conmovedor
drama indo, Prahlad Charita, por aficionados que demostraron un
verdadero talento histriónico. Pero mi autocontrol fue duramente
probado por un preámbulo compuesto en mi honor, que me generó
cierta incomodidad. Se levantó el telón, dejando ver una escena
en el bosque, en la que se veía a un antiguo Rishi (Bharata Rishi)
sentado en profunda meditación debajo de un árbol. Enseguida se
escuchan canciones alegres, y de los dos lados entran varios chelas,
que se agrupan alrededor del Yogui y lo devuelven a la consciencia.
Él les pregunta la causa de sus alegres cantos, y le responden que
“el coronel Olcott, el amigo de la religión aria, ha llegado al país”.
El Yogui declara entonces que es el cumplimiento de una antigua
profecía, y para India representa la aurora de días mejores. Se
levanta, toma una guirnalda de manos de un discípulo (Sishya), se
adelanta hacia la rampa, haciéndome señas para que me acerque, y
me echa la guirnalda alrededor del cuello pronunciando una bendi-
ción al mismo tiempo. Este cómico anacronismo no pareció haber
chocado a nadie más que a mí y al Magistrado europeo sentado
junto a mí. Pero la intención de hacerme ver el amor nacional hacia
mi persona era tan evidente, que mis ganas de reír fueron vencidas
por mi gratitud por aquella simpática ceremonia.
Al día siguiente di otra conferencia y el salón se llenó de personas
que hacían preguntas, de las cuales varias, incluido Nobin Chandra
Sen, el gran poeta bengalí, se unieron a la Sociedad. Por la noche me
embarqué en el vapor en Taktakally después de un viaje de 9 km,
y el 29 llegué a Barisal, dormí en el barco Khulna-Barisal, pasé el
día siguiente en el río, tomé el tren para Calcuta y llegué allí a las
5 a. m. del 31.
El 1 de septiembre hubo una reunión de las damas de la S. T.
en la casa del Sr. Janaki Nath Ghosal, un caballero de Calcuta muy
conocido e influyente, de cuya esposa he hablado en otros lugares
como una de las mujeres más hermosas e intelectuales de la India
10 H ojas de un viejo diario

moderna. Me acompañó la Srta. Anna Ballard, la periodista estadou-


nidense, que entonces vivía en Calcuta.
Una mañana fui con mi anfitrión, nuestro fiel y probado colega,
Babu Norendronath Sen, a la explanada para verlo alimentar a sus
mascotas. Con frecuencia he visto en los jardines públicos de París a
personas que alimentan a los pájaros, pero Norendro Babu alimenta
todas las mañanas a los bueyes, cuervos, minás y otros pájaros, a
los peces en los estanques y a las hormigas que corren por todas
partes en la hierba de la explanada, que es enorme. Todos aquellos
animales parecían conocer su coche y se reunían en el sitio en
que él les hacía su distribución diaria, y los peces venían hacia él
hasta la orilla del estanque. Esto sucedía tranquilamente, sin osten-
tación, durante años, sin que ningún periodista hiciera con ello un
artículo, sin que la gente lo notara. No se hallará un ejemplo más
fuerte, de la tierna compasión, sentida por ciertos hombres para
con nuestros camaradas inferiores.
Mi largo recorrido se acercaba a su fin, y la única parte que
quedaba por recorrer era la costa de Coromandel. El 4 de septiembre
navegué en el vapor de B. I. Khandalla hacia Bimlipatam, y después
de las escalas en Gopalpur y Calingapatam, llegué allí en la tarde
del día 8. Desembarqué el día 9, encontré el landau del Marajá de
Vizianagram esperándome y fui hasta su capital, donde el ministro, P.
Jagannathraz, me brindó su hospitalidad. Al día siguiente fui recibido
amablemente en palacio por Su Alteza, quien puso una guirnalda
dorada alrededor de mi cuello y entabló una larga discusión sobre
asuntos religiosos. Presidió mis conferencias ese día y el siguiente,
y me mantuvo hablando con él en privado en su biblioteca desde
las 3 hasta las 8 p. m. sobre la cuestión de la existencia del alma,
sobre la que parecía bastante escéptico. Antes de mi partida de
Vizianagram, me envió un generoso presente para la cuenta de gastos
de la Sede y me deseó el mayor de los éxitos para nuestro movi-
miento. Su carruaje me llevó al puerto marítimo de Vizagapatam,
una distancia de 58 kilómetros. Mi anfitrión allí era el Sr. Jaggarow,
hijo del difunto A. V. Nursingrow, FRAS*, FRGS†, el propietario de un
muy bien equipado observatorio astronómico, que desde su muerte
ha sido cedido al Gobierno de India, y ahora es una de las princi-
pales estaciones meteorológicas y astronómicas. En su casa, asistí a
un experimento alquímico realizado por un doctor nativo llamado
Bulushu Soobbiah, quien afirmó ser capaz de reducir la plata batida
a un polvo blanco, para usar como medicina. Como no teníamos

*  Miembro de la Real Sociedad Astronómica. (N. del E.)


†  Miembro de la Real Sociedad Geográfica. (N. del E.)
De gira por India 11

plata preparada, decidimos experimentar con estaño. El proceso fue


el siguiente: hizo sobre un lienzo una capa de hojas de Margosa,
de 1 centímetro de grosor; sobre eso había una capa de azafrán del
mismo grosor; sobre esta se colocó el estaño, y luego se enrolló todo
en una especie de salchicha, la que ató con un cordel grueso. Esto se
quemó durante dos horas en un montón de estiércol seco de vaca, de
180 centímetros de circunferencia y 45 centímetros de alto. Al sacar
la “salchicha” encontramos que parte del estaño estaba calcinado,
pero la mayor parte solo se había derretido. El alquimista dijo que el
combustible no era de buena calidad, de lo contrario todo el estaño
habría sido calcinado.
El rajá Gajapati Row, una figura muy conocida en la presidencia
de Madrás, vive en Vizagapatam e intercambiamos visitas amistosas.
Mis dos conferencias en aquel lugar atrajeron mucho público,
entre el cual se vio un número de europeos más considerable que
de costumbre, porque frecuentan poco las reuniones indas de esa
clase a causa de la marcada antipatía que existe entre las dos razas.
Al ir en una barca desde la costa hasta el vapor Etiopía, en el que
había reservado mi pasaje a Cocanada, me sucedió un accidente que
pudo ser trágico. El oleaje estaba alto y hubo que cruzar tres grandes
olas en el bote masulah en el que estaba. Estos barcos son famosos
por su desempeño sobre el oleaje a lo largo de la costa de India, ya
que no están clavados, sino atados con hilo de coco (fibra de coco)
y calafateados en las costuras. Por lo general, son muy seguras y
he hecho muchos viajes en ellas entre el barco y la costa. Pero en
aquella ocasión, después de pasar la primera ola, y mientras nos
hallábamos sobre la cresta de la segunda, la proa fue levantada tan
alta y la ola se retiró tan de prisa bajo ella, que cayó de nuevo sobre
el agua con una fuerza terrible, una de las tablas se rompió de un
extremo al otro, y el agua comenzó a precipitarse al interior. Todos
los remeros menos uno fueron arrojados al fondo unos encima de
otros. Les grité que se incorporaran y recobrasen sus remos mien-
tras yo arrancaba la tela que cubría los almohadones de popa, que
les hice en seguida meter en la grieta. Puse la mitad de los hombres
a que achicasen la embarcación mientras los demás remaban como
desesperados para aproar a tierra; yo hice lo que pude con el remo
de dirección, puse un cinturón salvavidas a Babula, y le hice amarrar
al bote el asa de mi caja del dinero a fin de no perder las rupias de
la Sociedad, que constituían en aquel momento mi mayor preocu-
pación. Por fin conseguimos hacer virar la embarcación, hubo que
pasar de nuevo la ola, y después de grandes esfuerzos, conseguimos
encallar en la orilla con la barca medio llena de agua. En seguida
tomamos otra embarcación, salí nuevamente, y esta vez llegué al
12 H ojas de un viejo diario

vapor sin aventuras. Lo más peligroso del asunto es que el mar


estaba lleno de tiburones, vi algunos al ir hasta el vapor.
A la mañana siguiente llegué a Cocanada, el lugar de nacimiento
de T. Subba Row, y después de las habituales conferencias, recep-
ciones y admisiones de nuevos Miembros, continué mi viaje hacia el
Sur por el canal, desembarcando en Rajahmundry, donde encontré
un profundo interés en que prevaleciera nuestro movimiento.
Durante mi estadía de cuatro días en el lugar, asistió a mis confe-
rencias un público abrumador, a pesar de que el comité cobró por
la entrada, con la esperanza de evitar la gran afluencia del primer
día. Se formó una Rama grande y fuerte, con uno de los mejores
hombres de India como Presidente.
El día 24 salí en un barco especial hacia Bezwada, y pasé todo
el día y la mitad del siguiente desplazándome lentamente por el
Canal de Godavery. Unos amigos me interceptaron en Ellore, el
comienzo del Canal Krishna, y me indujeron a dar una conferencia
y formar una nueva Rama bajo el nombre de Gupta Vidya. LLegué a
Bezwada el día 28 y, al detenerme allí dos días organicé una Rama,
después de lo cual me trasladé en carreta de bueyes a Guntur, un
lugar importante, escenario de mucha actividad misionera. Entre
las visitas que recibí después de mi primer discurso, estaba la del
Rev. Sr. S., misionero presbiteriano cuya suerte era bien desdichada.
Hacía dos años que él y su mujer eran perseguidos por los otros
misioneros, no le pagaban su sueldo y hacían todos los esfuerzos
posibles para que se fuesen de India; esto era a causa de que habían
descubierto la mala conducta del misionero principal quien se había
estado comportando de manera inmoral con algunas de las mujeres
conversas, y trataron de hacerlo juzgar y trasladar. Pero el oportu-
nismo pudo más que la justicia, y aquellos dos honrados cristianos
se vieron reducidos a los peores extremos. Él había trabajado como
carpintero o en lo que podía hallar, y ella cosía; sin embargo, no
siempre habían tenido para comer. Los indos que les respetaban
me contaron todo eso, de suerte que hice preparar a mi cocinero
una buena cena y se la envié, invitándome yo mismo a ir a comer
con ellos. Me recibieron con mucha amabilidad como compatriota
empático; y la Sra. S. manifestó el deseo de verme abjurar mis
errores para unirme a ellos como misionero. Después de reírme de
la proposición, respondí con otra: que se apartaran de un grupo en
el que triunfaban tales iniquidades, ¡y se vinieran conmigo como
celosos Teósofos!
El 3 de octubre presidí el aniversario de la Escuela Sánscrita de
nuestra Rama local, que fue establecida por el buen Sr. C. Sambiah
Chetty, y tenía entonces 193 alumnos, que habían ganado la inusual
De gira por India 13

proporción de 97 y 82,5 % de pases, frente a la media del 75 %. El


mismo día partí hacia Bezwada, en carro de bueyes, y de allí seguí en
barco especial por el canal hasta Masulipatam, donde llegué el día 5.
Mi recepción aquí fue entusiasta. El barco estaba adornado con flores,
desembarqué bajo un dosel hecho con hojas de palma, había arcos
ornamentales, discursos de cortesía y júbilo en general. Esa noche
di una conferencia a 3000 personas, entre las cuales se encontraban
todos los padris (misioneros) locales, y a otra audiencia enorme al
día siguiente, después de lo cual formé la Rama de Masulipatam. El
día 7 fui honrado con las visitas de los Revs. Stone, Clarke y Peel, de
la Misión de la Iglesia de Inglaterra, y disfruté de una charla amis-
tosa de tres horas con ellos. Un discurso a los muchachos hindúes
sobre su religión cerró mis labores públicas, y mi última noche en
Masulipatam la pasé sobre mis esteras en el muelle de piedra, donde
dormí el dulce sueño de los cansados. El día 8 me embarqué en el
buque B. I. Umballa, pero quedamos atrapados en la cola de un ciclón
y lo pasé desagradablemente húmedo e incómodo. Pero a la mañana
siguiente estábamos frente al Puerto de Madrás, y había esperado que
mis problemas hubieran terminado por ese año, pero el mar estaba
tan agitado que no pudimos entrar, y tuvimos que esperar durante
todo el día, a la vista de nuestro refugio, pero incapaz de alcan-
zarlo. A la mañana siguiente, sin embargo, desembarqué y con una
sensación de inmenso alivio vi una vez más a nuestra encantadora
Adyar, el día 262 desde el comienzo de la gira. ¿A quién encontré allí
sino al Sr. Alexander Fullerton, de Nueva York, que había venido a
ayudarme como Secretario privado? En el próximo capítulo se verá
cómo prosperó ese esquema. Mientras tanto, el lector que me ha
seguido a lo largo de mis viajes apreciará el significado de la nota del
11 de octubre en mi Diario: “Bendito descanso”.
14 H ojas de un viejo diario

tallapragada subba row


CAPÍTULO II
Los temores de HPB
1887

Q UIENES me siguen a través de todos esos incidentes de


los años anteriores, asisten virtualmente a la edificación
de la Sociedad Teosófica, hilada por hilada, desde la piedra
fundamental hasta el techo, erección lenta pero segura del templo
moderno de la Teosofía. Conocen a los arquitectos y constructores,
y ven lo que habría sido el edificio sin ellos, cosa que los demás no
saben.
Hojeando mis papeles de aquellos días tempestuosos y releyendo
las cartas que Mme. Blavatsky me escribía desde su exilio, tengo
el profundo convencimiento de que el mortero de los cimientos
fue amasado con sangre de su corazón, y que aquellos descansaban
sobre sus angustias. Ella era la instructora, yo el discípulo; ella la
mensajera incomprendida e injuriada de los Grandes Maestros, y
yo el espíritu práctico que preparaba los planos, la mano derecha
que ejecutaba los detalles prácticos. Según la clasificación hindú,
ella habría sido el preceptor brahmín y yo el kshatriya combatiente.
Según la clasificación budista, ella el bhikkhu y yo el dyâkya o laico
activo. Es más doloroso de lo que puede expresarse volver a leer su
correspondencia de Europa y ver cómo sufría por diversas causas,
cómo se agitaba y se consumía, con mucha frecuencia, por cosas
imaginarias. Entre sus mayores dolores citaré: la defección de
T. Subba Row; la publicación en The Theosophist por el subeditor
(elegido por ella) de artículos que consideraba como contrarios a
las enseñanzas transhimalayas; la negativa de Subba Row a editar
el manuscrito de “La Doctrina Secreta”, en contra de su promesa
16 H ojas de un viejo diario

original, a pesar de que ella la hizo copiar expresamente a máquina


y se la mandó, lo cual le costó £ 80; su condena absoluta del libro;
las querellas personales de varios colegas europeos; la guerra en
EE. UU. entre el Sr. Judge y el Dr. Coues; las renovadas amenazas
de persecución contra ella si regresaba a India, como nosotros le
pedíamos que hiciese; la falta de tiempo para escribir para una gran
revista rusa, trabajo que le daba dinero para vivir*; la consiguiente
necesidad de estar dependiendo de la generosidad de sus amigos de
Londres y finalmente, darse cuenta de la negra traición de mujeres
occidentales a las que ella consideraba como sus amigas. Descubrió
complots para expulsarnos, para sacarme de Adyar, poner otro en
mi lugar y servirse de ella como centro de una nueva Sociedad que
se formaría en Europa. Sin cesar me advertía que estuviese alerta.
Seguramente había latente algún proyecto de esta clase en ciertas
mentes, pero no pudieron hacer nada de eso por dos razones, a
saber: (1) ella rechazó ponerse al frente de cualquier Sociedad que no
reconociese a Adyar como centro y cabeza; y (2) yo no era hombre
que permitiese fácilmente que me quitaran de un puesto que debía
cuidar, encargado por los Maestros, y que ellos me habían pedido
que conservase hasta el fin de mi vida. HPB me escribió pidién-
dome que en nombre del “afecto verdadero, más que fraternal”, que
sentía hacia mí, de “su fidelidad interior y no superficial” hacia mí
como “colega, camarada y compañero suyo en la obra del Maestro”,
que yo deshiciese la parte india del complot. En otra carta me dice:
“Lo quiero a usted más que nadie en el mundo, salvo el Maestro;
mi amistad y cariño fraternal hacia usted son eternos, y si cree que
soy capaz de volverme en su contra, sin hablar de la S. T., entonces,
usted es un…” Esta palabra “eternos” tiene aquí un sentido más
profundo de lo que a primera vista parece, como lo comprenderán
los que han seguido hacia atrás nuestras relaciones mutuas en vidas
pasadas (ambos hombres siempre). Basta decir que no es la primera
vez que hemos estado asociados en el camino de la evolución de
nuestras dos entidades. Un día, en su desesperación al descubrir la
traición que estuvo a punto de costarle la amistad de uno de nues-
tros más capacitados colegas, escribió que eso venía a probar una
vez más que ella y yo no debíamos poner nuestra confianza absoluta
en terceras personas, fuese quien fuese, sino que a cada nueva infi-
delidad descubierta debíamos unirnos más estrechamente el uno
al otro.

* Desde el momento en que ella dejó Adyar, yo le había enviado £ 20 mensuales
hasta que se agotó el fondo de reserva de The Theosophist, y le notifiqué que a
menos que volviera y compartiera mis cáscaras de pan, ella tendría que encon-
trar algún otro medio de apoyo; yo no podía hacer nada más. (Olcott)
Los temores de HPB 17

En respuesta a mi protesta por haber aceptado ella la dirección


de la nueva revista proyectada Lucifer, al mismo tiempo que seguía
siendo nominalmente directora de The Theosophist*, me aseguró muy
seriamente que no podría perjudicar a nuestra revista, sino que más
bien “le serviría de suplemento”, y me mandó una nota firmada por
los Fundadores de la Theosophical Publishing Company, diciendo que
aquel proyecto “emana de Miembros de la Logia de Londres que
desean ver activo a nuestro movimiento en Inglaterra, en Europa,
y de un modo general, en Occidente” y difundir las enseñanzas
que han sido recibidas. Ella me escribió que para lanzar Lucifer y
publicar “La Doctrina Secreta” se había fundado y registrado una
Sociedad de Publicaciones Teosóficas con un capital suscrito de
£ 1500. En cuanto a su regreso a India, expresó que no tenía valor
para volver si Subba Row, a quien tanto había querido y respetado,
habría de ser su enemigo. Y además, otros le informaron que si
regresaba, el gobierno la encarcelaría con cualquier pretexto. Esto
era una cosa perfectamente absurda, pero ella no se daba cuenta de
eso, porque sus informantes (no eran indos, por supuesto) habían
sido muy categóricos. De suerte que allá estaba ella, esperando y
deseando poder volver, como me escribía, al menos para morir en
India†, pero no hallaba medio de arrancarse de sus compromisos de
Londres, destrozada por pasiones encontradas, medio enloquecida
por el tono de mis cartas, que a veces eran muy duras —como yo,
también tenía bastante como para volver loco a un hombre más
que nervioso— y sufriendo ella enfermedades mortales que hacían
de su vida una carga. Pero con todo eso, como el fiel centinela
de Pompeya, permanecía en su puesto para cumplir con su deber,
pasó muchas de las veinticuatro horas en su escritorio, se reconci-
liaba con enemigos, hacía nuevos amigos entusiastas, y poco a poco
vertía las sublimes enseñanzas de las cuales era el canal, en los espí-
ritus capaces de recibirlas. ¡Ah!, mundo cruel, ¿cuándo tendrás otra
Helena Petrovna para martirizar?
En aquel momento hizo mucho ruido la agitación interior en
el seno de la Logia de Londres, donde dos facciones se habían
formado bajo la influencia de algunos de nuestros Miembros
más importantes. Un grupo enérgico, que compartía las ideas de
los Fundadores sobre la necesidad de una vigorosa propaganda
pública, se reunía alrededor de HPB, mientras que lo que podría
llamarse, el grupo conservador, se mantenía apartado. La inquietud

* Ver Vol. III de esta colección. (Olcott)


† “El cielo sabe”, escribe ella, “que mi único sueño y aspiración es regresar para
morir en India. Pero la ST no debe convulsionarse otra vez”. (Olcott)
18 H ojas de un viejo diario

mantenía a HPB en un estado de excitación nerviosa que se refleja


en sus cartas. Finalmente, un grupo de catorce de los Miembros
más nuevos se reunió para formar la Logia Blavatsky, célebre más
tarde en el mundo entero, y cuyo nombre fue elegido como una
declaración pública de fidelidad hacia aquella cuyo nombre había
sido manchado en el complot Coulomb-misionero. Ella me escribió
desde Maycot, el 25 de mayo (1887):

He aquí a catorce de nuestros mejores Miembros, que han


formado una nueva Logia, y que, a pesar de mis protestas, le han
puesto el nombre de Logia Blavatsky de la Sociedad Teosófica”.
Más adelante escribió: “La Logia Blavatsky (a la cual les ruego que
remitan una Carta Constitutiva, porque ya está anunciada en los
diarios) se ha reunido ayer a la noche, 7 de julio, en la hermosa
villa de T.

Pero debemos volver al Sr. Alexander Fullerton, cuya llegada a Adyar


mencioné al final del último capítulo. Yo no lo había visto antes
—en cuerpo físico— pero lo conocía como uno de los hombres
mejores y más altruistas de la Rama “Aria” de nuestra Sociedad.
Por un lado nuestro crecimiento era muy rápido y por el otro, el
personal voluntario de la Sede Central era reducido, a su vez el
deber me ordenaba imperiosamente pasar viajando la mayor parte
del año, esto hacía que nuestra correspondencia extranjera se atra-
sara. Como toda la autoridad constitucional estaba centralizada en
Adyar, se contaba, y con razón, con que los grupos afines alejados
debían recibir enseñanzas de allí. Pero, en realidad, no sucedía así;
aceptábamos Miembros, les acreditábamos sus cuotas, les dábamos
Cartas Constitutivas y diplomas, y después los dejábamos que se las
entendieran ellos solos. Nuestra literatura era entonces muy pobre,
nuestros conferenciantes viajeros poco numerosos; aún no había
ninguna Annie Besant ni Lilian Edger para inflamar los corazones
con celo y embelesar sus oídos con discursos de “palabras perfectas”.
Ante todo, yo necesitaba un Secretario privado; mis compatriotas lo
supieron por el Sr. Judge, y el Sr. Fullerton ofreció sus servicios
gratuitos. Hacía seis días que estaba en Adyar cuando regresé de mi
largo viaje por el Norte, y lo hallé en un estado de ánimo de lo más
desconsolador. Adyar, en lugar de procurarle, como a mí, el “bendito
descanso”, lo enloquecía con su calma monótona. Era como un
mecánico de la marina —que no puede dormir cuando su máquina
se detiene— y declaró que si permanecía un mes más, perdería la
razón. Esto me parecía singular, porque mientras mi querido colega
se sentía desgraciado lejos del tumulto de las calles de Nueva York,
Los temores de HPB 19

yo no había sido nunca tan feliz como cuando, después de terminar


mis largos viajes, volvía a encontrar la paz absoluta de Adyar. Pero,
en fin, un hombre no puede sentir en lugar de otro, y es sabio obrar
en consecuencia. El Sr. Fullerton permaneció conmigo hasta el día
13 y partió para Bombay, y tomó su vapor de regreso después de
nueve días de experimentar nuestro silencio y régimen espartano;
era un ciudadano de Filadelfia, y dudo que ningún habitante de esa
ciudad, donde se vive cómodamente y donde las casas están excep-
cionalmente bien puestas, pueda encontrarse satisfecho mucho
tiempo en otra parte, por más que se esfuerce en parecer resignado.
Yo mismo lo alenté firmemente para que regresara a Nueva York
y ayudase a Judge para que edificase nuestro movimiento nortea-
mericano, porque preveía la absoluta desesperanza de su intento
de encajar en nuestro marco indo. Temía molestas consecuencias y
era un ayudante demasiado valioso para arriesgar perderlo. Había
sido designado delegado por las Ramas norteamericanas a nuestra
Convención, por lo que nos dejó un saludo oficial y un Informe
para que lo leyera. En él dice:

Lamento mucho que mi salida repentina de India, obligada por el


estado de mi salud, me obligue a dejar en manos del Secretario
un informe que, de lo contrario, debería presentar en persona.
Habiendo venido a India para ponerme a servicio como Secretario
privado a disposición del Presidente, fui comisionado para actuar
como delegado… Después de una estadía en Adyar de poco más
de una semana, mi mala salud en constante aumento me obligó a
abandonar a regañadientes mi puesto y salir de India. (Informe de
la Duodécima Convención de la S. T., 1888).

Ni a él ni a mí se nos ocurrió entonces, como a mí ahora, la idea


de que se lo había dejado ir hasta India para entrar en contacto con
nosotros, sumergirse en cierto modo en aquella todopoderosa aura
de India, para impregnarse con su influencia oculta y correr en
seguida a su trabajo personal; porque después trabajó siempre por
la Gran Idea con celo infatigable y fidelidad absoluta; aun cuando la
mayor parte de aquellos que habían sido sus jefes nos dejaron para
convertirse en nuestros enemigos, él fue “el fiel hallado entre los
fieles”. Seguramente, los caminos de los Invisibles son insondables.
La reunión semanal ordinaria del Consejo Ejecutivo se efectuó el
domingo que siguió a mi llegada, y después de una sesión apacible,
se disolvió sin disturbios, contra lo que algunos esperaban, porque
las relaciones tirantes entre HPB y dos de los Miembros, ponían
nerviosos a los más tímidos. Percibí en seguida la tensión, pero me
20 H ojas de un viejo diario

dispuse a evitar el barullo. Como el Sr. Oakley declaró que sabía


que la Policía tenía órdenes específicas de vigilarnos y que nos
espiaba estrechamente, tomé de inmediato el guante y dije que al
día siguiente iría a ver al Comisario de Policía y que lo traería a
desayunar. Después de la sesión, no pude menos que reírme cuando
un colega indo vino a ponerme las manos en los hombros diciendo:
“¡Usted nos trae siempre la paz!”, y se puso a sollozar. “Qué buena
idea”, exclamé, “Adoptaré esto como mi lema: ¡Ubi sum ibi pax!”, muy
conveniente, según me parece, para un Presidente de la S. T.
Hice como lo había prometido: traje a almorzar dos días después
al coronel Weldon, inspector general de policía, y casi a la fuerza
le mostré todos nuestros libros, y también la lista de nuestros
Miembros. Me dijo que no tenía ninguna orden específica con
respecto a nosotros, y que estaba bien convencido de que nuestra
Sociedad no tenía ningún carácter político. Nadie sospechaba de
nosotros, y lo que nos habían dicho no eran más que cuentos. Pero
no me contenté con eso; desde nuestra llegada a India, ocho años
antes, ni HPB ni yo, excepto en Simla, nunca dejamos una tarjeta
en una Casa de Gobierno, ni solicitamos ningún favor. Ahora me
parecía que tal vez fuera un error y que manteniéndonos apar-
tados de los europeos habíamos dado pie a rumores ridículos
entre los hindúes, como el precedente. Era menester ir a la Casa
del Gobernador. De modo que poco después obtuve una audiencia
de lord Connemara y pasé con él una hora de amistosa conversa-
ción sobre la Teosofía y nuestra Sociedad. Expresó el deseo de leer
algunos de nuestros libros, y se los envié. Al otro día recibí una
invitación para un baile en la Casa de Gobierno, y después siempre
figuré en la “Lista de la Casa de Gobierno”, es decir, que estoy reco-
nocido como “respetable” y recibo regularmente las invitaciones
para todas las funciones importantes. Para mantenerme en évidence,
me muestro en ellas siempre por lo menos durante media hora, y
así desapareció el último vestigio de molestia entre el Gobierno de
India y nosotros.
Una de las preocupaciones infundadas de HPB fue que mientras
ella seguía como directora oficial y copropietaria de The Theosophist,
era posible que se viera en una posición extremadamente incómoda
si a su subeditor se le ocurriera insertar, mientras yo estuviera de
viaje, algún párrafo de carácter sedicioso. Toda la responsabilidad
legal caería sobre ella, y si era acusada quedaría impedida para
siempre de volver a India. Me pidió que pusiera mi nombre en la
portada como director, y que hiciera el cambio correspondiente en
el registro. Así que hice esto último el 1º de noviembre (1887) para
dejarla tranquila.
Los temores de HPB 21

Las reparaciones y construcciones, la compra de libros para la


Biblioteca y otros asuntos domésticos ocuparon gran parte de mi
tiempo. Tenemos excelentes oportunidades en Madrás para comprar
libros a precios nominales, ya que hay muchas ventas de libros
durante todo el año; algunos de los grandes libreros británicos se
deshacen de sus existencias excedentes de esta manera, y siempre
se realizan ventas de bibliotecas privadas. He comprado libros por
un valor de £ 25 por menos de la misma cantidad de rupias, y no
creo que haya tenido que pagar ni siquiera una rupia cada uno
en promedio, por los varios miles de volúmenes que he puesto
en las estanterías de la Biblioteca de Adyar. En cuanto a nuestros
3000 manuscritos antiguos de hojas de palma, los hemos obtenido
a cambio de nada o casi nada gracias a la amable ayuda de nuestros
Miembros del sur de India.
En esta época, el erudito pandit N. Bhashyacharya, a quien había
nombrado pandit de la Biblioteca de Adyar, hizo una visita de inspec-
ción a la Biblioteca Gubernamental Oriental en Madrás. Informó
que había 4000 manuscritos allí, pero profetizó que en muy pocos
años nuestra colección la superaría. Por ahora (en 1899) no hemos
llegado tan lejos como para alcanzar esa cantidad, pero tenemos
obras antiguas más raras y valiosas, y se dice que nuestra colec-
ción es, en general, mejor. En la Biblioteca del gobierno hay cientos
de manuscritos de libros que ahora están disponibles en forma
impresa, como el Ramayana y el Mahabharata, y en consecuencia,
las versiones en hojas de palma olla tienen comparativamente poco
valor anticuario. Cuando recibamos el Legado de White, fácilmente
duplicaremos el tamaño de nuestra colección y en poco tiempo.
Mientras tanto, la Biblioteca está creciendo rápida y constantemente;
y cuando estemos en condiciones de organizar nuestro personal
previsto de pandits, copistas y traductores, la colección será lo sufi-
cientemente grande como para mantenerlos ocupados. Tan pronto
como sea posible, espero comenzar la edición regular de textos y
traducciones de clásicos antiguos, para regalar e intercambiar con
otras bibliotecas y sociedades científicas, obsequios a pandits pobres
y Orientalistas, y venta a suscriptores habituales. ¡Qué lástima que
el Sr. White no hubiera vivido para ver cuánto bien haría su legado!
El 24 de noviembre, el pandit Bhashyacharya y yo partimos hacia
Bangalore para cumplir con los compromisos de las conferencias.
Habló una vez en telugu, una vez en tamil y, el día 30, dio una
conferencia de hora y media en sánscrito con tanta fluidez como
si fuera su propia lengua vernácula. Esto fue especialmente para
una asociación de pandits sánscritos, pero una gran audiencia de
hindúes lo escuchó con la mayor atención. Di varias conferencias
22 H ojas de un viejo diario

en inglés, admití a muchos candidatos como Miembros, presidí la


celebración del aniversario de nuestra Rama local y recibí a diario
una gran cantidad de personas interesadas. El 2 de diciembre
volví de nuevo a Adyar y reanudé la ronda habitual. Mi pequeña
compilación de las “Reglas de Oro del Budismo”, que envié al Sumo
Sacerdote Sumangala para su aprobación oficial, fue entregada a la
imprenta y publicada, al igual que el “Catecismo Visistadvaita” del
pandit Bhashyacharya.
En una función de la Casa de Gobierno el 12 de diciembre conocí
al Excmo. George N. Curzon, hijo mayor del Conde de Scarsdale,
que estaba en uno de sus largos viajes al Oriente y que parecía
muy interesado en nosotros y nuestras ideas. Vino al otro día para
ver nuestra Biblioteca y sostuvimos una larga conversación sobre
temas teosóficos, al parecer con mutua satisfacción. Me formé una
muy buena opinión de su carácter y de sus capacidades, y hoy,
que se halla de nuevo en India, como Barón Curzon de Kedleston
en el puesto de Virrey, esta opinión ha sido ampliamente confir-
mada por sus discursos y acciones. Evidentemente, promete ser el
mejor Gobernador General, en todo concepto, que hasta el presente
hayamos tenido. Cuando se anunció en Londres su nombramiento,
le escribí una carta amistosa de felicitación, y tuve el placer de
saber por su respuesta que él conservaba un agradable recuerdo de
su visita y de nuestras charlas. Soy de la opinión de que durante
el tiempo que vivo en India —digamos veinte años— no hemos
tenido a nadie con quien pueda ser comparado. Sería un admirable
Teósofo; esperemos que esto suceda cuando deje la política.
Entre los eventos del mes se encontraba una muy corta visita
desde Londres de la Sra. Cooper-Oakley a su esposo, y su partida el
día 21. El mismo día los carpinteros terminaron las estanterías de la
Biblioteca y comenzamos a trasladar allí los libros. El primero que
se colocó en los estantes fue “Isis sin velo”, por ser el pionero de
toda nuestra literatura teosófica.
Los delegados a la Convención ya comenzaban a llegar, y pronto
quedó ocupado todo el lugar disponible en la casa. Para nues-
tros amigos de Europa, es siempre pintoresco ver de noche a los
delegados indios, que acampan en cualquier sitio. Cada uno trae
su estera, su manta y su almohada, y elige un rincón en el suelo
para dormir. A las 10 p. m. todo el suelo estaba ocupado, las luces
se habían reducido al mínimo y los roncadores proporcionaban la
orquesta. Recuerdo a dos o tres de aquellos tocadores de trombón,
que merecían la copa del campeonato. A veces, trabajando en mi
escritorio, en el piso alto del vasto edificio, oía tal ruido abajo, que
creía que había discusiones, y bajaba para hacerlas cesar, pero no era
Los temores de HPB 23

sino que nuestros campeones, acostados de espaldas y con la boca


muy abierta, ¡se esforzaban todo lo que podían para turbar aquel
silencio de Adyar que hacía tan desdichado al Sr. Fullerton!
El Marajá de Durbhunga (MST) nos jugó una mala pasada al
telegrafiar una oferta para darnos ₹ 25 000 en una suma global, en
lugar de su donación habitual de ₹ 1000 por año, como la suma más
grande, si se pone al 4% de interés, nos daría esa cantidad a perpe-
tuidad. ¡Pero nunca lo pagó ni los mil anuales a partir de entonces!
Sin embargo, sus organizaciones benéficas públicas ascendieron a
una suma enorme durante el curso de su vida. Nunca explicó cuál
fue la razón de su falta de fe hacia nosotros.
Las lluvias monzónicas de otoño deberían, como era habi-
tual, terminar en la segunda semana de diciembre, pero ese año
(1887) modificaron su programa. El 25 llovió copiosamente toda
la jornada, al día siguiente “esta terrible tormenta continúa y tras-
torna tristemente nuestros cálculos”, el tercero, el río corrió hasta
la orilla y los terrenos se inundaron. Esto causó el mayor inconve-
niente a los delegados, quienes tuvieron que alejarse un poco de
la casa para comer y bañarse, sin embargo, tuvimos sesenta y siete
en la inauguración. Leadbeater y Dharmapala llegaron de Ceilán* el
día 29 y la Convención transcurrió muy bien. Una gran multitud
asistió a la celebración del aniversario en la ciudad el día 28. Antes
de la clausura de la Convención, se habían inscrito 127 delegados.
El Congreso Nacional Indio, un organismo político, se reunió en
Madrás ese año; y como la mayoría de sus líderes eran Miembros
de nuestra Sociedad, su ausencia de Adyar afectó perjudicialmente
la fuerza numérica de nuestra Convención. Para el último día del
año todo había pasado, y así se cerró un capítulo fructífero e impor-
tante de nuestra historia. Durante los doce meses, publicamos 28
libros, folletos o diarios, aumentado el número de las Ramas en 25
unidades, y considerablemente el de nuestros Miembros. El 31 de
diciembre, restando 4 Cartas Constitutivas devueltas, teníamos 133
Ramas activas, distribuidas geográficamente de la siguiente manera:
India, 96; Birmania, 3; Ceilán, 8; Inglaterra, 2; Escocia, 1; Irlanda,
1; Francia, 1; Alemania, 1; Estados Unidos, 13 (7 nuevas); Grecia, 1;
Holanda†, 1; Rusia, 1; Indias occidentales‡, 2; África, 1; Australia, 1.
Estas cifras demuestran cómo se había difundido nuestra influencia

* Ceilán adquirió su independencia en 1948. En 1972 cambió su nombre a Sri


Lanka y pasó a ser una república, cortando sus últimos lazos con Gran Bretaña.
†   Holanda es una región histórica y cultural situada en la costa occidental de
los Países Bajos. El término se ha utilizado de manera informal para referirse a
los Países Bajos. (N. del T.)
‡ Antillas y Bahamas. (N. del E.)
24 H ojas de un viejo diario

y cómo se extendía un poco por todas partes el número de los


sembradores de ideas. En mi discurso presidencial anual di un
resumen histórico y explicaciones sobre la constitución original de
la Sociedad y sus modificaciones sucesivas, para seguir su extensión
desde un pequeño grupo en Nueva York hasta una sociedad que se
ampliaba al mundo entero, y de la cual las Ramas se contaban por
docenas y los Miembros por millares. Concluye con estas palabras,
que, en beneficio de los nuevos Miembros, puede ser provechoso
citarlas aquí:

He aquí una Sociedad sin dinero, sin patrocinio, viendo levantarse


contra ella a todos los prejuicios sociales, y contando entre sus
enemigos a todos los intereses establecidos. Una Sociedad que no
ha hecho llamamiento a ninguna fidelidad sectaria, que no ofrece a
quienes desean ingresar ninguna ventaja material; al contrario, es
una Sociedad profesamente dedicada al estudio y la propagación
de la filosofía, que se declara enemiga del vicio y censor de las
indulgencias egoístas. Que enseña el más elevado ideal moral,
afirma la unidad esencial de las religiones, y la supremacía nece-
saria de la verdad sobre todas ellas, y que sin embargo vemos
extenderse en el corto espacio de diez años por una buena parte
de la superficie terrestre y fundar 137 Ramas, de las cuales sólo 4
se han extinguido, y esto ha sido hecho con hombres de todas las
antiguas religiones del mundo como entusiastas seguidores. No
nos corresponde a nosotros decir si la Sociedad ha sido llevada
por una gran oleada de pensamiento levantada por el movimiento
general de los viejos prejuicios, o si ha sido ella por sí misma la
fuerza que impulsó a dicha oleada, pero hay un hecho pleno de
significado: existe y hoy constituye una fuerza social, con la pers-
pectiva de una carrera larga y útil. Es —debe ser— por la amplitud
de su programa y por su juiciosa política de tolerancia y benevo-
lencia fraterna para con todos.

Vean que desde entonces han pasado doce años, y no obstante, la


fuerza vital de la Sociedad no se ha visto agotada, la fuerza de nuestra
corriente no se ha retardado, los desastres no nos han arruinado, las
separaciones no nos debilitaron, y la fuente de la Sabiduría Antigua
no se ha secado. ¡Vamos, hermanos, unamos nuestras manos alre-
dedor del globo! porque nuestra esperanza está en la unión, así
como en nuestro poder para hacer el bien.
CAPÍTULO III
Asuntos científicos y de los otros
1888

C
RUZAMOS un umbral de tiempo y entramos en el decimo-
tercer año de la Sociedad, que se encontrará tan lleno de inci-
dentes como cualquiera de sus precedentes. Porque hemos
hecho historia rápidamente. No hemos avanzado con el estruendo
de trompetas ni con el ondear de estandartes, sino impulsados por ​​
una fuerza divina para despertar el pensamiento y moldear las
opiniones, una fuerza tan silenciosa como irresistible.
En The Theosophist de enero del año 1888 apareció un notable
informe sobre ciertas observaciones meteorológicas realizadas en
el Estado de Baroda según el sistema establecido por los antiguos
Rishis, como se encuentra en ese clásico de Astrología, el Brihat
Samhita, el cual fue muy importante. Fue realizado por ese exce-
lente caballero y Teósofo acérrimo, el Sr. Janardhan Sakharam
Gadgil, MST, egresado de la Universidad de Bombay y Juez del
Tribunal Superior de Baroda, y Rao Sahib Bhogilal Pravalabhdas,
Director de Educación vernácula de ese Estado, con ayuda de Joshi
Uttamram Durlabharam y sus alumnos. El objetivo del juez Gadgil
era poner a prueba el antiguo sistema de predicciones meteoro-
lógicas en comparación con las realizadas día a día por la Oficina
Meteorológica del gobierno, utilizando los mejores instrumentos y
el accesorio del telégrafo eléctrico para reunir en minutos las obser-
vaciones diarias de muchos observadores dispersos. Los resultados
fueron, en general, muy gratificantes y se pueden tabular así:
26 H ojas de un viejo diario

Predicciones de lluvia, cumplidas exactamente el día ................... 30


Lo mismo, pero con un cambio de fechas ....................................... 10
Días en los que llovió pero no estaba previsto ................................ 11
Lluvias cuando las fechas no se determinaron con precisión,
debido a la ausencia de su casa del Sr. Gadgil .................................. 7

TOTAL 58

Para entender esto, hay que recordar que los almanaques hindúes
emitieron sus predicciones en el otoño anterior, y que derivan de
observar las posiciones astronómicas en ese momento, cuyos resul-
tados se calculan con gran precisión sobre los aspectos estelares
según una teoría bastante desconocida, creo, para nuestros astró-
nomos y meteorólogos occidentales. La teoría antigua es que las
nubes son positivas y negativas, masculinas y femeninas; que estas
últimas se fecundan en conjunción con las primeras, y que lloverá
seis meses y medio después (ver Brihat Samhita, Cap. XXI, sloka
7). Allí se afirma curiosamente que “si aparecen nubes preñadas
cuando la luna está en un cierto Asterismo, la lluvia ocurrirá 195
días después, cuando la luna esté en el mismo Asterismo”. Por lo
tanto, al observar de cerca el número y los lugares de las nubes
en los días que comienzan desde el primero de la mitad brillante
del mes lunar Margasirsha (noviembre-diciembre), los fabricantes
de almanaques de India predicen con seguridad los días y las canti-
dades de lluvia durante la próxima temporada de monzones, medio
año después. El juez Gadgil imprimió tablas de fechas y precipi-
taciones medidas que apoyan la afirmación de que las reglas de
los Rishis se consideran estrictamente científicas. El difunto Prof.
Kero Laxman Chhatre, el gran astrónomo de Poona, escribió que
las predicciones eran maravillosas a sus ojos. Los hechos acumu-
lados prueban, en opinión del juez Gadgil, que “aunque el sol es
la causa principal de la evaporación del agua, la luna es el factor
potente que hace que el vapor de agua adopte la forma de nubes
preñadas que, en su madurez, caerán en forma de lluvia, y harán
fructificar la tierra*”. Especifica varios otros puntos de importancia

* Esta idea, por supuesto, será rechazada por el meteorólogo medio sin pensarlo
dos veces, sin embargo, eso no decide el asunto, ya que las observaciones de
los estudiantes hindúes de meteorología durante muchas generaciones tienen
mucho más peso que cualquier negación rotunda de las personas modernas que
ignoran de igual manera su teoría y sus datos. En el momento de escribir aparece
en un documento de Ceilán (copiado en el Indian Mirror del 5 de diciembre de
1899) el informe de una entrevista con dos científicos alemanes, el Dr. Benedict
Friedlander, Profesor de Biología, y el Dr. A. Ewers. El Dr. Friedlander acababa de
Asuntos científicos y de los otros 27

que también están respaldados por sus resultados, y el lector hará


bien en consultar el número de The Theosophist indicado. He recor-
dado estas investigaciones de nuestros compañeros en 1888 como
las más oportunas en el presente año de sequía y hambruna (1899),
y como una indicación del amplio campo de investigación cientí-
fica que se abre ante el hombre educado que se dedica al estudio
del Manuscrito de hoja de palma en nuestra Biblioteca de Adyar. El
resultado neto de la comparación de dos años de los pronósticos del
almanaque con los de la Oficina Meteorológica del gobierno mostró
que tenían la misma precisión, mientras que, en lo que respecta
al costo monetario de la recopilación de estadísticas, la compara-
ción es, por supuesto, muy a favor del sistema indo. Esperemos que
pronto se pueda explorar adecuadamente este campo.
Observo que el 5 de enero envié al profesor Charcot, de La
Salpêtrière, una copia de la traducción en tamil de esa obra libi-
dinosa Kama Shastra, para que observara lo que dice sobre el
efecto que la presión sobre ciertos puntos en los miembros ejerce
sobre la función procreadora. En el Vol. IX de la Serie Científica
Internacional había leído lo que los autores del libro “Magnetismo
animal”, (de MM. Binet y Féré) dicen sobre esto mismo, que se le
atribuye al Dr. Chambard, de Francia, como un nuevo descubri-
miento*. Quise que Charcot y sus alumnos supieran que el hecho

pasar dos años en investigaciones científicas en las Islas del Mar del Sur, y, entre
otras maravillas de la Naturaleza, había esclarecido esta discusión de larga data
en cuanto al origen del gusano palolo. Descubrió que estas curiosas criaturas se
elevan, sin cabeza, a la superficie del agua dos días al año, es decir, las del tercer
cuarto de la luna de octubre y noviembre a las 4 a. m., y desaparecen poco después
de la salida del sol. En ningún otro día se los puede ver. Le dijo al reportero que
él estaba tratando de averiguar “si hay algún fenómeno similar aquí”, es decir, la
influencia que las posiciones de la luna tienen sobre la vida orgánica. La ciencia
moderna rechaza la teoría como regla, pero el gusano palolo es un hecho, recono-
cido por un gran número de observadores, y también por uno de mis adversarios,
quien se vio obligado a admitir que yo tenía razón y él estaba equivocado. No
hay explicación del hecho, excepto como hipótesis. Pero los hombres de ciencia
han descubierto mediante un método estadístico que la luna tiene una influencia
en ciertos fenómenos, y no hay duda de que la luna tiene una influencia en
algunas cosas de las que la ciencia aún no es plenamente consciente. Otro de mis
propósitos es descubrir la creencia popular del pueblo oriental en relación con
la influencia de la luna. Por supuesto, no aceptaré las creencias populares como
una cuestión de hecho, sino como puntos de partida para futuras investigaciones.
Esto es todo lo que el juez Gadgil o cualquier otro hindú ilustrado pediría; y dado
que este eminente biólogo alemán ha dado un paso adelante tan audaz, podemos
esperar que algún meteorólogo minucioso de su país tome la pista ofrecida en
el presente aviso de las estadísticas de Baroda, y gane renombre por sí mismo
haciéndolas “el punto de partida para futuras investigaciones”. (Olcott)
* “Debemos recordar aquí a nuestros lectores que en el caso de algunos sujetos
histéricos hay regiones en ciertas partes del cuerpo, denominadas zonas erógenas
28 H ojas de un viejo diario

había sido familiar para los fisiólogos indos durante siglos. En su


respuesta, el Dr. Charcot me agradeció calurosamente por haberle
informado del hecho y dijo que yo había hecho “une vraie trouvaille”
[un hallazgo genuino]. Ojalá pudiera inculcar en la mente de todos
los estudiosos del mesmerismo, hipnotismo y espiritualismo el
gran peligro que corren al realizar experimentos con sujetos del
otro sexo sin la presencia de testigos responsables. Mientras que los
médicos franceses dicen que la excitación fisiológica en cuestión
es provocada por la presión sobre las zonas “erógenas” sólo cuando
el sujeto está en el estado de sonambulismo total, el manual del
amor hindú no hace tal afirmación, pero nos permite entender que
puede ser causado cuando el sujeto está completamente despierto.
¡Cuántas víctimas infelices habrá habido que fueron perfectamente
inocentes de haber cometido un delito, pero que, sin saberlo, hayan
presionado el punto del brazo cuyos nervios reaccionan de modo
que arrojen al sujeto neuropático a un frenesí de deseo!
En Adyar, la situación se hacía cada vez más desagradable a causa
de las dificultades entre HPB y T. Subba Row, con cierto número de
sus partidarios angloíndios. Estos llegaron hasta amenazar con reti-
rarse de la Sociedad y publicar una revista rival de la nuestra, si HPB
no los trataba mejor. En realidad, Subba Row y uno de sus amigos
presentaron aquel año su dimisión, pero no tuve inquietud a propó-
sito de la revista proyectada, porque las bases del éxito —la perse-
verancia en el esfuerzo, y el celo desinteresado por la Teosofía— no
eran su lado fuerte.
La Recepción Anual del Gobernador, al que fui invitado, fue un
espectáculo magnífico, el color vivo y el brillo centelleante de las
túnicas y turbantes de los magnates orientales y de los uniformes
de los oficiales británicos produjeron un fuerte efecto en la vista,
en el salón de banquetes de la Casa de Gobierno, con sus paredes
blancas como la leche y altas columnas de estuco blanco pulido que
rivaliza en belleza con el mármol de Parian.

de Chambard (Chambard, Ètudes sur le Somnambulisme provoquê), que tienen alguna


analogía con las zonas histerogénicas, y el simple contacto con estas, cuando el
sujeto está en un estado de sonambulismo, produce sensaciones genitales de
tal intensidad que provocan... Con frecuencia, estos fenómenos se han produ-
cido sin conocimiento del observador, quien podría ser susceptible de las más
graves imputaciones, a menos que hubiera tomado la precaución, indispensable
en tales casos, de nunca estar solo con su sujeto. Cuando añadimos a este hecho
la posibilidad de sugerir al sonámbulo la alucinación de que una determinada
persona está presente, es fácil ver qué culpable mistificación podría tener lugar...
La excitación de la zona erógena no tiene efecto a menos que sea hecha por una
persona del sexo opuesto; si la presión es hecha por otra mujer, o con un objeto
inerte, simplemente produce una sensación desagradable”. (Animal Magnetism, de
Binet and Fêrê, Int. Nat. Sci. Series, Vol. LX, pp. 152, 153.) (Olcott)
Asuntos científicos y de los otros 29

Observo que uno de los Miembros de nuestro Consejo recibió


en Meerut en ese momento una copia de su horóscopo, como se
encuentra en el Nadi Granthams de un gran astrólogo de ese lugar.
Este fue el segundo caso del tipo de los que llaman la atención, y cier-
tamente es suficiente para asombrar la fe de cualquiera a quien se le
diga que un extraño puede entrar en la casa del astrólogo brahmín,
sin darle una pista adecuada sobre su identidad, y a los pocos minutos
tiene uno de esos misteriosos libros antiguos en sus propias manos,
abierto en una página donde puede leer por sí mismo los porme-
nores de su nacimiento actual, el nombre, casta y calidad de su
padre, y los principales incidentes de su propia vida. Sin embargo,
se alega que esto es cierto y, si puedo creerles a los amigos cuyas
posiciones sociales y oficiales les dan derecho a ser creíbles, ellos
han tenido esta misma experiencia con el astrólogo de Meerut. Lo vi
personalmente una vez en esa población y presencié su colección de
libros, pero no pudo encontrar nada en ninguno de ellos sobre mí,
ni sobre la Sra. Besant (creo que fue) que estaba conmigo. Luego me
enteré de algo que el público no conocía previamente, a saber, que
el Grantham contiene solo los horóscopos de personas nacidas en
India, y dentro de esa parte conocida como Bharata Varsha, es decir,
entre los Himalayas y la Cordillera Vindhya. Me hubiese gustado
que las cosas fueran de otra manera, ya que habría sido un placer
informar a mis amigos científicos occidentales el hecho de que el
esbozo de mi vida se había encontrado registrado en una obra antigua
escrita siglos antes de la fecha de mi nacimiento. Otros han tenido
esa experiencia, así que les dejo el deber de dar testimonio. Mientras
tanto, si el lector se remite a The Theosophist de diciembre de 1887 y
al artículo sobre Brighu Sanhita, verá una narración muy instructiva
de la experiencia de Babu Kedar Nath Chatterji con el astrólogo de
Meerut antes mencionado. Vale la pena dar lugar a algunos extractos.
Por un pariente suyo, el autor se enteró de que había recibido del
hombre de Meerut una copia de su horóscopo, extraído de la obra
antigua en cuestión, en el que se daban tantos detalles minuciosos
de su vida pasada como para asombrarlos a ambos. En consecuencia,
Babu Kedar Nath decidió ver si tendría la misma buena fortuna, y
con este objetivo fue a Meerut y buscó al astrólogo. En su camino
recogió de diecisiete amigos sus Janma Lugnas y Rasi Chakras, junto
con un breve relato de sus vidas escrito en inglés (que el astrólogo
ignora), en hojas de papel separadas. Sin embargo, los Janma Lugnas
y Rasi Chakras estaban escritos en caracteres devanagari, que podía
leer, pero que no le daban ninguna pista sobre la identidad de las
partes involucradas, ya que no eran más que las declaraciones de las
estrellas y constelaciones bajo las cuales ciertos individuos nacieron,
30 H ojas de un viejo diario

y sólo serviría para guiarlo en cuanto al libro en el que buscar los


horóscopos bajo los correspondientes signos astronómicos. Con este
prefacio ahora permitiremos que Babu Kedar Nath describa lo que le
sucedió, después de haber entregado los memorandos en devanagari
de sus diecisiete amigos al astrólogo, uno por uno, y se le mostró
que el horóscopo de cada persona estaba realmente registrado en las
páginas de su misterioso libro:
Había perdido mi propio horóscopo, preparado por mis padres
cuando nací, y en consecuencia no sabía la fecha y hora de mi
nacimiento. Una mañana simplemente le pregunté “¿Quién soy
yo?” Él averiguó la hora correcta del día con la ayuda de mi reloj,
dibujó un Rasi Chakra correspondiente a la hora de mi consulta
y, de acuerdo con ciertas reglas de la astrología, dibujó un Rasi
Chakra de la hora de mi nacimiento. Luego, sin hacer referencia
al Sanhita, me contó, a partir de su conocimiento personal de la
ciencia, algunos de los incidentes de mi vida pasada. Algunas de
sus conjeturas resultaron ser correctas, otras estaban equivo-
cadas. Luego se retiró a su biblioteca, y después de unos quince
o veinte minutos sacó un libro como de costumbre, y yo mismo
encontré mi horóscopo en él después de una búsqueda de unos
diez minutos. Dejé que el pandit lo leyera todo y tardó unas tres
horas en terminarlo. Ahora no puedo describir mi sentimiento en
ese momento; de hecho, pensé que estaba en un estado de sueño.
El horóscopo prosiguió, recordándome los eventos pasados ​​de
mi vida año tras año; algunos de ellos casi los había olvidado, y
algunas veces tuve que poner a prueba mi memoria para recor-
darlos. No puedo imaginar una maravilla más grande que acudir a
un extraño, quien, cuando le preguntas quién eres, te da un libro
que contiene detalles minuciosos de tu vida desde tu nacimiento
hasta tu muerte. Afirmo que no hay nada en mi horóscopo que no
sea un hecho real, o que no haya sucedido con referencia a esa
parte del horóscopo que trata de mi vida pasada…
Ahora daré un breve relato del contenido de mi horóscopo, y lo
citaré aquí y allá para una mejor elucidación, aunque al hacerlo
tendré que dar a conocer mi vida privada al público. Mi horóscopo,
como numerosos otros que luego vi y he visto desde entonces, se
divide en tres partes, y es un diálogo entre Sukracharya, el discí-
pulo, y Bhriga Deva, el preceptor.
La primera parte consiste en (1) algunos de los principales eventos
de mi vida actual, (2) la característica principal de mi cuerpo y
mente, (3) un breve relato de los miembros de mi familia, (4) las
líneas en la palma de mi mano derecha, con sus efectos.
Asuntos científicos y de los otros 31

La segunda parte consiste en (1) un breve relato del nacimiento


anterior, (2) algunos de los principales actos realizados en la vida
anterior que han producido algunos de los grandes resultados en
la vida presente.
La tercera parte consiste en (1) un relato detallado de mi vida
desde el nacimiento hasta la muerte, (2) un breve relato de la vida
de mis padres año tras año durante mi infancia, (3) un breve relato
de los otros miembros de mi familia, (4) las enfermedades, peligros
y desgracias a las que seré sometido de año en año, (5) recetas
para curar esas enfermedades y consejos sobre cómo protegerse
de los peligros y desgracias, (6) varios prayaschittas o expia-
ciones para eliminar algunos de los principales eventos de la vida
presente que son el resultado de algunas de las fechorías come-
tidas en la vida anterior, (7) descripción detallada de la manera en
que deben realizarse esos prayaschittas y los diversos mantras,
(8) cómo naceré en la próxima vida. Además de lo anterior, hay
muchas otras cosas en la tercera parte.
Mi horóscopo, por supuesto, en manuscrito, consta de 77 páginas de
tamaño mayor que el octavo real. Siempre he estado hablando sólo
de las doce partes de todo mi horóscopo. Esta parte que tengo en
mi posesión se llama Tainibhavan y se relaciona solo con el cuerpo;
hay otras partes o bhavans, llamadas Dhanabhavam (relacionada
con la riqueza), Dharma Bhavana (relacionada con la religión), Pitri-
bhavana (relacionada con el padre), y así sucesivamente. Estos
diferentes bhavans dan una descripción detallada de los temas que
tratan. Pero lamentablemente el pandit solo obtuvo algunos de los
otros bhavans. Ni siquiera ha recibido el número completo de las
partes de Taini Bhavan de todos los horóscopos, y en varios casos
tuvo que negarse a dar copias, porque no tenía los originales.

El largo viaje de 1887 me dejó efectos de naturaleza muy desagra-


dable, que se manifestaron en un empobrecimiento de la sangre y
en un brote de forúnculos, uno de los cuales, de mala índole, me
dejó postrado durante un tiempo. Pero nuestros buenos amigos, el
general Morgan y su Sra., me invitaron amablemente a que fuese
a su casa de Ootacamund, lo que acepté, y en aquel mágico aire
de la montaña, mi salud quedó pronto restablecida. Recuerdo con
agradecimiento la bondad que me demostraron numerosos amigos
europeos, que en aquel tiempo no eran sino simples conocidos, y
siento no tener la posibilidad de publicar aquí sus nombres en testi-
monio de buen recuerdo. De toda India me mandaron telegramas y
los diarios indos publicaron párrafos de simpatía. Tuve un ataque de
reumatismo gotoso en un pie, lo cual no dejó de intrigarme, porque
32 H ojas de un viejo diario

no era un mal hereditario en mi línea paterna. Pero en París, ocho


años más tarde, Mme. Mongruel, la muy conocida somnambule o
clarividente, me dio la clave del misterio, aconsejándome que me
abstuviera de comer carne, que era la causa de mis sufrimientos.
Seguí sus prescripciones, y todos los síntomas de la gota desapare-
cieron. Aquella enfermedad, por lo tanto, no era hereditaria, sino
causada por la dieta con carne, y desapareció cuando cambié a una
dieta sin carne. Mis lectores que no hayan intentado ese remedio,
podrán aprovechar de la indicación.
Comenzaban a dejarse ver signos precursores de una tempestad
en nuestros grupos europeos, agitada o acrecentada por HPB, y
Judge se quejaba de que lo descuidábamos. En aquel momento, el
Dr. Coues se preocupaba mucho para adquirir la notoriedad que
deseaba, y Judge luchaba contra él. Haré bien en dar el texto de
algunas cartas de Judge, en vista de su importancia con respecto a
la secesión de junio de 1895:
(Nueva York) 8 de junio de 1888, aquí están ocurriendo ciertos
asuntos que necesitan atención y acción… Su maniobra (de
Coues) es colocarse a la cabeza de alguna cosa grande y miste-
riosa, que sirva, según se pretende, de intermediario a las comu-
nicaciones de los Mahatmas (¡cuánta modestia!). De este modo
quisiera en conjunto sustraer la S. T. de su jurisdicción y hacerse
el Gran Mogol de ella en este país… Sé que la intención de ⸫
es dejarte entera autoridad, y mi deseo es mantener la Sección
Estadounidense bajo la dependencia del Consejo General en
India; por lo tanto eres el Presidente. Jamás he tenido la inten-
ción de separar, sino de unir, y la forma de nuestra Constitución
lo demuestra claramente. Por eso aquí no se acepta ni se elige
Presidente… Les recomiendo que reúnan al Consejo, consideren
nuestra Constitución —lo cual hubiera debido hacerse desde hace
mucho tiempo— y decidan que estamos afiliados y subordinados a
India, que estamos reconocidos como formando parte del Consejo
General con el derecho de tener un Secretario que desempeñe
la función de intermediario (oficial) pero no un Presidente anual,
solo un Presidente para cada Convención. No puedo arreglar esto
como es debido sin su intervención.
Lucho siempre para conservar su nombre al frente, porque mientras
usted viva debe ser nuestro jefe. (Carta del 21 de mayo de 1888).
Mientras vivan ambos, sería una locura querer ir contra el viento,
¡los Maestros y la Federación! (Carta de junio de 1888).

Qué desgracia ser tan corto de vista y dejar tras sí semejantes


pruebas, cuando se ha de emprender la edificación de un nuevo
Asuntos científicos y de los otros 33

monumento, a base de mentiras, fraudes y traición, para alojar en


él nuevos ídolos. No hay que asombrarse de que los secesionistas
hayan adoptado la política de ignorar mi nombre y falsificar nuestra
historia; tan sólo confesar mi existencia hubiera provocado muchas
preguntas. ¡Vaya, pobre Judge!
En marzo apareció en Rangún la edición birmana de “El Catecismo
Budista”, convirtiéndose en el séptimo idioma en el que se había
publicado hasta el momento, a saber, inglés, francés, alemán,
cingalés, japonés, árabe y birmano. En abril, un amigo japonés
me escribió desde Kioto diciéndome que mis “Reglas de oro del
budismo” habían sido traducidas a su idioma y publicadas.
En una fiesta en el jardín de la Casa de Gobierno, el 21 de abril,
el Gaekwar de Baroda me presentó al Marajá de Mysore, quien me
invitó a su fiesta en el jardín la semana siguiente. Así comenzó
nuestra relación amistosa, que duró hasta su muerte. El 6 de mayo,
por su invitación especial, di una conferencia en privado a los dos
Príncipes mencionados y su personal en la casa del Mysore Marajá,
sobre el tema que se me pidió “El efecto de la religión hindú en los
hindúes”. Durante una hora completa después de la conferencia,
respondí las preguntas que me hicieron los Príncipes, el Gaekwar
principalmente desempeñando el papel de portavoz, ya que el gober-
nante de Mysore tenía un impedimento en el habla. Esta experiencia
no fue del todo igual a la de Talma, que “actuó ante un montón de
reyes”, pero fue un incidente bastante inusual para mí, y muy agra-
dable, porque la discusión fue animada y las preguntas y respuestas
fueron seguidas con la mayor atención por los inteligentes, y en
algunos casos eminentes, hombres que componían las dos salas.
La comunidad angloíndia fue tan amable durante mi enfer-
medad que acepté con gusto dar una conferencia para su beneficio
especial en la Escuela Breeks, bajo un patrocinio muy influyente.
El tema que me pidieron fue “El noble ejército de fantasmas y
sus mansiones”: en resumen, un discurso sobre el orden del Otro
Mundo en el que se comparó la teoría del Summerland de los espiri-
tistas con la idea oriental de kama-loka. Hubo una gran audiencia y
las ganancias se destinaron a una organización benéfica local. Luego
siguió una segunda conferencia.
Durante esta visita a Ootacamund, compré, siguiendo el consejo
de la Sra. Morgan, el terreno en el que construí, como un refugio
del clima cálido para HPB, para mí y para otros trabajadores euro-
peos en Adyar, la cabaña conocida desde entonces como “Gulistan”:
El Jardín de las Rosas. ¡Mi pobre amiga no pudo disfrutar jamás de
ella! pero ha servido para mí y para otros, y sería difícil hallar un
sanatorio más encantador.
34 H ojas de un viejo diario

A petición mía, el Sr. Archer, RA*, hizo un experimento instruc-


tivo que vale la pena ser relatado. Discutíamos la teoría de la “visua-
lización” a propósito del pintor místico irlandés William Blake,
quien, según se dice, podía pintar un retrato después de una sola
sesión de pose, porque tenía la facultad de ver interiormente a su
modelo en la posición deseada y trabajar con el fantasma astral como
con el cuerpo físico. El Sr. Archer dijo que jamás había hecho eso,
pero que lo intentaría si yo posase un cuarto de hora. Me coloqué
y él me miró fijamente, cerrando los ojos cada tanto, para fijar
mejor la imagen en su interior; después me despidió, rogándome
que volviese al cabo de tres días. Cuando volví a su estudio, había
bosquejado mi retrato, y nos interesó mucho a los dos ver que había
retenido bien ciertos detalles de mis rasgos y perdido los otros. Era
un experimento sugestivo e interesante. El Sr. Archer terminó el
retrato, que ahora está en la Sede Central de Londres.
En entrevistas designadas con los Príncipes de Baroda y Mysore,
se discutió el mantenimiento de la Biblioteca Oriental de Adyar
y la celebración de una Convención Interestatal de Sánscrito, con
el propósito de impulsar el renacimiento de la literatura sánscrita
sobre una base amplia y sensata. Su Alteza el Gaekwar me pidió
que redactara un plan para un Colegio† Tecnológico en Baroda,
para cuya donación estaba dispuesto a reservar diez lakhs de rupias,
y así lo hice. El Marajá de Mysore ha establecido desde entonces
un Departamento de Sánscrito en su propio Estado, el Gaekwar ha
introducido la instrucción sánscrita y tecnológica en el suyo, y la
Convención Interestatal de Sánscrito se ha celebrado en Hardwar, y
se conoce como Bharata Maha Mandala. De modo que las semillas
caen y algunas caen en suelo pedregoso, pero otras echan raíces en
suelo fértil y producen sus cosechas especiales.
Mi salud se recuperó por completo, dejé Ootacamund el 31 de
mayo y, después de un breve viaje a Coimbatore, Pollachi, Udamalpet
y Palghat, donde se dieron conferencias y se formaron dos nuevas
Ramas, regresé a Adyar y me sumergí en el trabajo de rutina, lite-
rario y oficial.
La última semana de junio me trajo una molesta carta de HPB,
indicativa de una tormenta de problemas que se desataban en ella
y en torno a ella, cuya consideración sería mejor posponer hasta
nuestro próximo capítulo.

*  Miembro de la Real Academia de Bellas Artes. (N. del E.)


† En inglés College, es el término utilizado para denominar a una institución
educativa, pero su significado varía en los países de habla inglesa. Pueden ser cole-
gios privados, institutos de educación secundaria o facultades de algunas universi-
dades. En adelante, “Colegio” asumirá estas posibles acepciones. (N. del E.)
CAPÍTULO IV
Fundación de la Sección Esotérica
1888

E
N el final del precedente capítulo, se ha visto que íbamos
a examinar acontecimientos desagradables del año 1888, en
los cuales HPB fue un factor importante. Si hubiera sido una
mujer común y corriente, oculta por el muro de la vida doméstica,
se habría podido escribir la historia de este desarrollo del movi-
miento Teosófico sin sacarla a escena; o bien, si amigos y enemigos
no hubieran dicho de ella más que la verdad, yo habría podido aban-
donarla a su karma, contentándome con mostrar la grandeza de su
papel y la parte de elogio que le correspondía. Pero ha corrido la
suerte de todos los personajes públicos de relevancia en los asuntos
humanos, habiendo sido absurdamente adulada y adorada por una
parte, y despiadadamente agraviada por la otra. A menos que su
más íntimo amigo y colega, el co-Fundador superviviente del movi-
miento, hubiera dejado de lado la reserva que había mantenido todo
el tiempo, y que hubiese preferido conservar, su verdadera perso-
nalidad no habría sido comprendida jamás por sus contemporá-
neos ni se habría hecho justicia a su carácter realmente grandioso.
Su grandeza desde el punto de vista del altruismo perfecto de sus
servicios públicos, es innegable; en sus horas de exaltación su yo
estaba inundado por el deseo de difundir el conocimiento y cumplir
las órdenes de su Maestro. Jamás vendió por dinero su tesoro de
ciencia oculta, ni cambió sus instrucciones por ventajas personales.
No daba ninguna importancia a su vida comparándola con su obra,
y la habría dado tan alegremente como cualquier mártir, en caso de
presentarse ocasión de tal sacrificio. Traía esas tendencias y rasgos
36 H ojas de un viejo diario

característicos, de las numerosas reencarnaciones, durante las cuales


había estado ocupada (a veces conmigo) en una obra semejante, y
eran los diferentes aspectos de su individualidad, noble, idealmente
fiel, digna, no de un culto —porque ningún ser humano debería ser
objeto de una servil adoración— sino de inspirar el deseo de pare-
cérsele. En cuanto a su personalidad, ya es otra cosa, era un fondo
sobre el cual su luz interior sobresalía fuertemente. Por ejemplo,
en el momento que nos ocupa, el aspecto que me presenta en sus
cartas es en extremo desagradable: lenguaje violento, pasión desen-
cadenada, desprecio y sátira apenas veladas por fórmulas amables,
una tendencia a abrirse paso a través del “papeleo burocrático” de
la débil constitución de la Sociedad y a gobernar todo o destruir
todo según yo tomase el partido de ratificar o desautorizar sus actos
arbitrarios y absolutamente anticonstitucionales. Desdenes para
el Consejo y los Consejeros que creía encontrar atravesados en su
camino; críticas rudas y mordaces de algunos de sus colaboradores
europeos, y en particular del que desempeñaba el principal papel en
esta parte del movimiento, y cuyas iniciales ella ponía entre parén-
tesis después de la palabra “Satán”, y un llamamiento para no dejar
que nuestra obra común de tantos años se pierda en la división de
la S. T. en dos cuerpos no relacionados, las Sociedades Teosóficas
de Oriente y Occidente. En suma, que escribía como una loca y
en el tono de una mujer histérica ultraexcitada, batallando por su
buena reputación contra los asaltos de los misioneros Coulomb-
Hodgson, y defendiendo su vida contra una cantidad de enferme-
dades que terminaron con ella tres años después. No obstante, por
más enferma de cuerpo y alocada de espíritu que estuviese, para mí
era un factor poderoso con el que tenía que lidiar, y me obligaba
a escoger la línea que tendría que seguir. El primer punto en su
requisitoria contra mí (porque, more suo [a su manera habitual] yo
tenía la culpa de todo) era haber decidido contra su favorito en un
arbitraje que aquel año fallé en París, entre dos grupos enemigos de
Teósofos franceses. Me escribió:
No era un error, sino un crimen perpetrado contra la Teosofía
(doblemente subrayado) con perfecto conocimiento de lo que es X
y por miedo de Y.
Olcott, usted es mi amigo, y no puedo ofenderlo y decirle lo que
es. Si no lo siente y no se da cuenta usted mismo, todo lo que yo
pudiera decir sería inútil. En cuanto a P.* lo han puesto entera-

* Un francés, posteriormente expulsado de la Sociedad. (Olcott)


Fundación de la Sección Esotérica 37

mente en sus manos y han sacrificado la Teosofía y el honor de la


S. T. en Francia por temor a ese pequeño miserable.

Elogios alentadores para un pobre hombre que luchaba con todas sus
fuerzas por llevar con mano firme el timón de la nave, mantenién-
dose alejado de bancos de arena y rocas que destruyen tantas socie-
dades, y que son doblemente peligrosos para los barcos con tripu-
laciones malhumoradas. Ella había incubado una nueva Sección,
de la cual sería elegida “Presidente”, alquiló una casa espaciosa y
tenía un letrero listo para poder escribir “Sede Central Europea de
la S. T.”, o bien “Sociedad Teosófica de Occidente”. Sospechando que
no me gustaría mucho que toda la maquinaria de la Sociedad se
alterara para satisfacer su capricho, y recordando que cuanto más
me amenazaba más me obstinaba, me escribió:

Vaya, Olcott, es penoso, muy penoso para mí tener que ponerte


lo que los franceses llaman marché en main, [dar un ultimátum] y
dejarte escoger. Dirás una vez más, que “detestas las amenazas”
y que estas no consiguen más que hacerte irreductible. Pero esto
no es una amenaza, es un fait accompli [hecho consumado]. No
tienen más que ratificarlo u oponeros y declararme la guerra, a
mí y a mis Esoteristas. Si, reconociendo la necesidad absoluta de
esta decisión, la someten a la evolución inexorable de las cosas,
no habrá cambiado nada. Adyar y Europa quedarán aliadas, y,
según las apariencias, esta última parecerá sometida a la otra. Si
no lo ratificas, bien, habrá dos Sociedades Teosóficas, la antigua
de India y la nueva de Europa, enteramente independientes una
de otra.

¡En una palabra, era la elección de Hobson! Después de esto, no hay


que sorprenderse de verla decir: “¡Escribo con toda tranquilidad y he
reflexionado maduramente, su entrega de una Carta Constitutiva a
P., no ha hecho más que precipitar las cosas!”.
Este ultimátum sin réplica, asustó, como es natural, a los “indos
suaves” del Consejo Ejecutivo y me obligó a volver a Europa en
1889. El arbitraje en París al que hacía alusión más arriba, tuvo
lugar durante mi gira por Europa en 1888, que duró del 26 de
agosto al 22 de octubre, y se emprendió a petición del Consejo
Ejecutivo, a quien el tono de las cartas de HPB alarmaba sobre la
estabilidad de nuestro movimiento en Occidente. En realidad, esa
gira habría debido ser narrada antes de estas amenazas de ruptura,
pero teniendo a la mano las cartas de HPB, y como esas molestias
duraron dos años consecutivos, empecé por ellas.
38 H ojas de un viejo diario

El embrollo de París surgió de un disturbio en la Rama Isis,


fundada por el lamentablemente difunto Louis Dramard, y comenzó
después de la muerte de éste. Un joven de sensibilidad extrema,
llamado Gaboriau, que demostraba un excesivo entusiasmo por
la Teosofía, pero pocas facultades ejecutivas, había llegado a ser el
protégé de HPB; gastaba en publicaciones teosóficas una pequeña
fortuna que acababa de heredar, y trataba de conducir a la Rama
Isis en su difícil camino. Al hacerlo, se había visto envuelto en
disputas, en las que HPB se había puesto de su lado y había hecho
un lío al otorgarle a él, (en su carácter real de co-Fundadora y ella
asumiéndose como uno de mis representantes), con plenos poderes
discrecionales, una carta de carácter amplio y sin precedentes, que
prácticamente le permitía hacer lo que quisiese. Esto, como es
natural, disgustó a varios de sus colegas más serios, hubo recrimi-
naciones y apelaron a mí. Después que llegué a Londres, se mandó
una circular a cada miembro inscrito en Francia, fijando el lugar
y fecha de una reunión a efectuarse en París, y el 17 de septiembre
se leyó ante la asamblea mi decisión formal. Como evidente-
mente era imposible reorganizar la Rama Isis, se expidió otra Carta
Constitutiva a una nueva Rama, la Hermes, y el ahora fallecido
Arthur Arnould, el conocido autor, fue elegido Presidente; Eugene
Nus, el Historiador, y George Caminade d’Angers, Vicepresidentes;
Gerard Encausse, Secretario de Correspondencia; y C. Dubourg y
Julien Lejay, Secretarios. Se inscribió una gran lista de Miembros
y la Rama joven comenzó su carrera. Mi acción en este asunto se
tomó de acuerdo con mi mejor juicio, después de escuchar todo lo
que se iba a decir y ver a todos los involucrados. Creo que ha sido lo
mejor en las circunstancias existentes, aunque sacó a M. Gaboriau
de la carrera activa, hizo que él y algunos de sus pocos seguidores
me denunciaran sin reservas y provocó una batalla campal, como se
podría decir, entre HPB y yo a mi regreso a Londres. La secuela se
muestra arriba en su acción revolucionaria con respecto a la reor-
ganización en Londres.
Fue durante esta gira que conocí al Prof. F. Max Müller, y lo
visité en Oxford, donde tuvo la amabilidad de que conociera al
Sr. William W. Hunter, KCSI*, y al mundialmente famoso Prof. E.
B. Tylor, el antropólogo. El Prof. Müller fue tan amable como para
decir que la parte oriental de reimpresión, traducción y publica-
ción del trabajo de la Sociedad era “noble, y no podía haber dos
opiniones al respecto, ni entre los Orientalistas”. Pero en cuanto
a nuestras actividades mucho más preciadas, el descubrimiento y

*  Comandante Caballero de “La Orden de la Estrella de India”. (N. del E.)


Fundación de la Sección Esotérica 39

la difusión de puntos de vista antiguos sobre la existencia de los


siddhas y de los siddhis en el hombre, se mostró absolutamente incré-
dulo. “Sabemos todo sobre el sánscrito y la literatura sánscrita”,
dijo, “y no hemos encontrado ninguna evidencia del significado
esotérico pretendido que sus Teósofos profesan haber descubierto
en los Vedas, los Upanishads y otras escrituras indas: no hay nada
de eso, se lo aseguro. ¿Por qué sacrificará toda la buena opinión que
los eruditos tienen de su trabajo legítimo por el resurgimiento del
sánscrito para complacer la creencia supersticiosa de los hindúes
en tales locuras?”. Nos sentamos solos en su hermosa biblioteca,
bien iluminada por ventanas que daban a uno de esos prados de
un esmeralda aterciopelado tan peculiares de la húmeda Inglaterra;
las paredes de la habitación cubiertas con librerías llenas de las
mejores obras de escritores antiguos y modernos, dos estatuillas
de mármol del Buda sentado en meditación, colocadas a derecha e
izquierda de la chimenea, pero en el hogar (los budistas lo notan), y el
gran erudito, autor, descubridor, controvertido, maestro, cortesano,
sentado en su gran escritorio de caoba de Marruecos, con la luz
de la ventana iluminando de lleno en su rostro y otra más allá del
borde de la mesa sacando a relucir su aristocrático perfil en relieve
nítido. ¡Las veces que la imagen de ese templo del pensamiento
elevado vuelve a mi memoria a partir de la latencia del akasha! Veo
a este alumno más grande de ese genio pionero, E. Burnouf, sentado
allí y dándome su consejo autorizado para pasar del curso malvado
de la Teosofía al camino difícil y pedregoso de la erudición oficial,
y estar feliz de recostarme en un cama de cardos preparada por
Orientalistas para su uso común. Mientras entraba en calor con su
tema, la sangre subió a su cabeza y bañó su delicada piel, sus finas
fosas nasales se dilataron y sus ojos brillaron. Me senté frente a la
chimenea, en el extremo más cercano de la mesa, donde podía leer
las emociones en su rostro a medida que surgían, escuchando con
el respeto al que tenía derecho un erudito tan anciano e ilustre.
Cuando terminó, le dije en voz baja que sus conclusiones sobre
estas cosas ocultas estaban en desacuerdo con las creencias de todos
los pandit ortodoxos, desde un extremo de India hasta el otro; que
la Gupta Vidya era un elemento reconocido en la filosofía religiosa
hindú, como, por supuesto, él sabía; y que lo que más atrajo a los
indos educados a simpatizar con nosotros fue el hecho mismo de
que creíamos exactamente lo que ellos habían creído desde tiempos
inmemoriales sobre estos temas. Además, me atrevería a declarar al
Profesor que había tenido la evidencia más clara de primera mano
de que los Siddhas, o Mahatmas, viven y trabajan para la humanidad
hoy como siempre lo han hecho; y que las afirmaciones de Patanjali
40 H ojas de un viejo diario

en cuanto a los siddhis y la posibilidad de desarrollarlos eran, que


yo sepa, ciertas. El Profesor, encontrándome tan obstinado e indis-
puesto a abandonar mi posición, dijo que sería mejor cambiar de
tema. Lo hicimos, pero no por mucho tiempo, porque él volvió a
mencionarlo, y finalmente acordamos estar en desacuerdo, separán-
donos con toda cortesía y, por mi parte, con pesar de que una mente
tan grande no hubiera podido asimilar esa espléndida Enseñanza de
los Sabios sobre el hombre y sus poderes, que es lo más satisfactorio
para la razón y lo más reconfortante para el corazón.
La gira de 1888 me llevó a Londres, Liverpool, Cambridge,
Glasgow, París y Bolonia. Hice en Londres dos Convenciones de las
Ramas Británicas, organicé la Sección Británica de la S. T., a la que di
su Carta Constitutiva, y di una orden en el Consejo, formando una
Sección Esotérica de la cual, Mme. Blavatsky sería su jefa respon-
sable. He aquí el texto:

Londres, 9 de octubre de 1888


Sección esotérica de la Sociedad Teosófica.
I. Por la presente queda organizada una sociedad destinada a
servir los intereses esotéricos de la Sociedad Teosófica por medio
de un estudio más profundo de la filosofía esotérica, y que será
conocida con el nombre de “Sección Esotérica de la Sociedad
Teosófica”.
II. La constitución y la entera dirección de esta sociedad, están
exclusivamente en manos de Mme. H. P. Blavatsky, que es su jefa.
Ella es la única responsable de los resultados para los Miembros, y
la Sección no tiene ningún lazo oficial ni corporativo con la Sociedad
Exotérica, salvo en la persona de su Presidente-Fundador.
Las personas que desearen ingresar en esta Sección y que se
hallen dispuestas a observar sus leyes, pueden dirigirse a Mme. H.
P. Blavatsky, 17 Landsdowne Road, Holland Park, Londres, W.

(Firmado) H. S. Olcott,
Testigo: Presidente en Consejo
H. P. Blavatsky,
Secretaria de Correspondencia

Tal fue el comienzo del movimiento de la S. E. T.*, hoy tan suma-


mente importante bajo la dirección de la Sra. Besant, elegida por
HPB como sucesora suya. La razón por la cual hice recaer toda

*  Sección Esotérica Teosófica. (N. del E.)


Fundación de la Sección Esotérica 41

la responsabilidad de los resultados sobre HPB, fue que ya había


fracasado una primera vez en un ensayo de esta clase en Adyar, en
1884, cuando trató de fundar con T. Subba Row, Oakley, Damodar
y otros, una clase secreta o grupo, cuyos Miembros habrían de ser
puestos en estrechas relaciones con los Maestros, pero no tuvo
éxito. Y de ningún modo quería ser responsable del cumplimiento
de algún compromiso especial que ella pudiera contraer con el
nuevo grupo de discípulos que reunía a su alrededor, en el estado
en que entonces se hallaba su mente. La ayudé a escribir algunas de
sus instrucciones e hice todo lo que me fue posible para facilitarle
las cosas, pero eso fue todo. Cuando más adelante vi que los que
ingresaban en la S. E. T. estaban satisfechos de lo que recibían, tomé
una posición más decidida en este asunto, y ahora sólo puedo alabar
la manera como la cabeza actual de esta escuela conduce su ejér-
cito de estudiantes voluntarios. Pero, al mismo tiempo, no hay que
olvidar nunca que la S. E. T. no es la S. T., y que sus reglamentos no
obligan sino a quienes pertenecen a esa escuela especial, pues sería
violar la constitución de la S. T. intervenir en sus derechos de juicio
personal, y que el Presidente-Fundador está obligado a garantizar a
cualquier miembro su libertad de creencia y palabra, cualquiera sea
su religión, raza o color.
Casi todas las personas que intervinieron en el pleito de París,
eran dignas de censura, porque habían cedido a sus envidias perso-
nales, alterado los caracteres de la Sociedad, combatido por la supre-
macía injuriándose las unas a las otras verbalmente y por escrito. En
un principio, traté de hacer reanudar la obra a todos los adversarios
bajo la misma Carta Constitutiva, pero no habiendo tenido éxito,
ofrecí dos cartas a los Sres. Gaboriau y Arnould, en las condiciones
más liberales. Pero Gaboriau no podía o no quería formar una Rama
sin los otros, por lo que el resultado fue una única Carta Constitutiva
para la Rama Hermes. El agradecimiento de la Sociedad fue dado
oficialmente a la condesa d’Adhemar, que había abierto sus salones
a nuestras reuniones durante mi permanencia, e hizo todo lo que
estaba en su poder para favorecer la reorganización de nuestro movi-
miento en la capital de Francia.
Mi gira había realizado sus objetivos: HPB quedaba apaciguada,
nuestros asuntos en Gran Bretaña estaban en orden, y la Sección
Esotérica puesta en marcha, pero, como más arriba se ha visto, la
calma no debía durar y tuve que hacer una segunda visita a Europa
en 1889, después de mi regreso de Japón. Sin embargo, la batalla
entre los dos era siempre superficial y sólo tocaba las cosas de admi-
nistración y política; internamente, estábamos ambos ligados por
una unidad de intenciones y de ideal, que la misma muerte no
42 H ojas de un viejo diario

ha podido cortar. Para refutar las numerosas falsedades difundidas


por terceros que deseaban alimentar los resentimientos entre noso-
tros, o hacer nacer la impresión de que la Sociedad estaba a punto
de sufrir una división —opinión compartida por muchos, hasta en
el seno del Consejo Ejecutivo, en vista de las cartas histéricas de
HPB— publicamos de común acuerdo la siguiente carta:
A fin de disipar un error engendrado por pescadores de río
revuelto, los abajo firmantes, Fundadores de la Sociedad Teosó-
fica, declaramos que no existe entre nosotros ni rivalidad, ni
querella, ni siquiera frialdad, y que jamás los ha habido. Y que
nuestra común devoción a nuestros Maestros y a nuestra obra,
cuya ejecución nos han hecho el honor de confiarnos, no se ha
debilitado absolutamente. Por dispares que sean nuestros tempe-
ramentos y características mentales, y aunque a veces diferíamos
en nuestra manera de ver, relativamente a los métodos de propa-
ganda, estamos no obstante absolutamente de acuerdo respecto
a nuestra obra. Hoy estamos tan unidos en intención y celo como
lo hemos estado desde el comienzo, y dispuestos a sacrificar todo,
incluso la vida, por la promoción del conocimiento Teosófico y para
salvar a la humanidad de las miserias que nacen de la ignorancia.

H. P. Blavatsky H. S. Olcott
Londres, octubre de 1888.

En mi camino por tierra a Nápoles para tomar el Arcadia para el


viaje de regreso, me detuve en Bolonia a visitar al conde Mattei, el
inventor de la “Electro-Homeopatía”, y decidir si valdría la pena
que Tookaram Tatya lo pruebe en nuestro Dispensario Benéfico de
Bombay. Hice esta gestión porque vi los resultados de la aplica-
ción de una de las “electricidades” de Mattei en forma de loción,
sobre la mano de un pobre diablo, que había sido terriblemente
aplastada bajo una máquina; en una noche, el dolor quedó muy
aliviado. El “Mayor” Tucker del Ejército de Salvación, que tenía una
fe absoluta en el sistema Mattei, era quien hacía el experimento. El
Sr. Venturoli, hoy conde Venturoli-Mattei, hijo adoptivo y heredero
del inventor, me condujo amablemente a Rioli, estación de la línea
a Florencia, y donde se halla “Rochetta”, el castillo pintoresco pero
incómodo del conde Mattei, y pasé el día con él en discusiones
interesantes. Era entonces un gigante, fuerte a pesar de sus ochenta
y cuatro años; de una vehemencia extrema en sus ataques contra
los médicos oficiales y sus remedios. En su alcoba —situada en una
de las torrecillas, si no me falla la memoria— había una mordaz
Fundación de la Sección Esotérica 43

caricatura de la medicina, pintada al fresco en los compartimentos


de la bóveda. Estaba orgulloso con razón de las innumerables curas
hechas por su Electro-Homeopatía, porque recogí de primera mano
muchos hechos de ese género, para dudar de su eficacia. En cuanto
a la parte “eléctrica” del asunto, es otra cosa. Mi opinión es que
el verdadero nombre del sistema debería ser medicina “baño de
sol”, o “cromopatía”. Puedo estar equivocado, pero, por todo lo
que pude oír e inferir del comportamiento de los medicamentos,
estoy convencido de que las palabras “electricidad azul”, o verde,
amarillo, rojo u otros, significan simplemente agua destilada que
ha sido expuesta a la acción mágica de la luz del sol, atravesada por
cristales o lentes de vidrio de esos varios colores, que en el sistema
Mattei se trata, en realidad, de Cromopatía. Por supuesto, importa
muy poco, salvo como secreto comercial, si el agente oculto es
solar o herbal; el hecho principal es que las medicinas curan y el
sufrimiento humano disminuye. Nada de lo que dijo el Conde me
permitió adoptar esta opinión, pero a primera vista su nomencla-
tura eléctrica es ridícula desde el punto de vista científico, y uno de
sus discípulos más exitosos y leales, un médico inglés, cuyo diploma
fue cancelado por la Facultad debido a su herejía profesional, me
confesó su coincidencia en mis puntos de vista. Las píldoras y los
polvos de Mattei pueden ser, como alegan sus oponentes, los reme-
dios homeopáticos ordinarios mezclados, en la remota posibilidad
de que alguno de ellos cure al paciente, o puede que no; tal vez sean
remedios comunes expuestos a la influencia cromopática, o posi-
blemente mesmerizados para imbuirlos de un aura vital curativa;
esto no importa mucho; el hecho es que efectúan curas por miles, y
creo que la venta de las medicinas está enriqueciendo rápidamente
a mi genial amigo de 1888, el conde Venturoli Mattei.
Cuando pasaba por Roma, decidí detenerme allí un día, no para
intentar ver la ciudad, sino solo para entrar en San Pedro, y así
poner mi mano, por así decirlo, en el corazón de la cristiandad para
comprobar las vibraciones. La experiencia fue curiosa. Mientras
miraba a mi alrededor a las estatuas de reyes, emperadores y pontí-
fices, con sus epitafios usualmente falsos, me pareció sentir la
corriente kármica de sus alianzas impías, ofensivas y defensivas.
¡Qué horrores, qué injusticias, qué pactos egoístas, qué conspira-
ciones para el mal y para dominar a las víctimas indefensas del
poder despiadado y del autoengaño, qué ríos de sangre corren en el
nombre de Dios, pero por la codicia de los tiranos! ¿Quién, con la
mente abierta, podría estar en esa monstruosa catedral y no estre-
mecerse al pensar en lo que representaba en la historia del mundo,
el Walhalla de los flagelos de la humanidad? Me quedé allí durante
44 H ojas de un viejo diario

horas, caminando, sin hablar con ningún guía, sin hacer preguntas,
simplemente psicometrizando el lugar y siguiendo las pistas mentales
en todas direcciones, para poder grabar indeleblemente las imágenes
en mi memoria. A la mañana siguiente partí para Nápoles y al día
siguiente me embarqué. Como el Arcadia no zarpó hasta las 10 p. m.,
desde su cubierta tuvimos la oportunidad de ver el hermoso pano-
rama de la ciudad iluminada, reflejada en las aguas cristalinas de la
bahía; una escena de cuento de hadas.
Mi travesía de regreso resultó muy interesante, porque se mani-
festó en los pasajeros de las dos clases un gran deseo de conocer algo
de la Teosofía, de la Sociedad y de las ciencias ocultas en general.
Entre ellos estaba esa graciosa estudiante de temas místicos, la
Condesa de Jersey, a quien encontré como una de las amistades
más elevadas y agradables que jamás haya hecho. Sin duda, como
consecuencia de su ejemplo, todo el primer salón se puso a hablar
de Psicometría, Transferencia de Pensamiento, Clarividencia,
Quiromancia, Astrología y temas similares del grupo Borderland; y
se realizaron experimentos prácticos para probar la exactitud de las
teorías. El cuarto día recibí una invitación escrita, de lord Jersey, el
Sr. Samuel W. Baker, el explorador africano, y otros notables pasa-
jeros, para que diese, con permiso del comandante, una conferencia
sobre “Teosofía”, lo cual hice de buena gana; el Sr. Samuel me agra-
deció con un breve discurso, bellamente redactado, que fue muy
gratificante. Tres días más tarde hubo una nueva petición, y hablé
sobre el tema indicado: la “Psicometría”. Esto provocó numerosos
experimentos, yo mismo hice algunos instructivos. Una señora trajo
de su camarote una media docena de cartas de personas que tenían
caracteres muy diferentes, cada una encerrada en un sobre blanco,
para que la persona que hacía la prueba no tuviese idea sobre el sexo
o carácter del autor de la carta —prudente precaución. La hice sentar
en un sillón y pasé las cartas una después de otra, por encima de
su cabeza, sobre su frente, y le pedí que las mantuviese allí respon-
diendo a mis preguntas. No debía reflexionar en la respuesta, sino
decir de pronto lo primero que se le presentase a la mente. Yo le
preguntaba: “¿El que escribió es un hombre o una mujer? Le ruego
que conteste en seguida”. Después: “¿Es él (o ella) joven o viejo?
¿Alto o bajo? ¿Robusto o delgado? ¿Sano o enfermo? ¿De mal genio
o calmo? ¿Franco o engañoso? ¿Generoso o avaro? ¿Digno o indigno
de confianza como amigo? ¿Tiene usted afinidad con esta persona?”
etc., etc., y sin hacerle nunca una pregunta sugestiva, ni hacer nada
que pudiese turbar el pensamiento espontáneo del sujeto. A primera
vista, es perfectamente evidente que el examen más atento de un
sobre en blanco —no siendo de una forma extraordinaria, y parti-
Fundación de la Sección Esotérica 45

cular de una persona determinada— no revela nada sobre el sexo,


edad, espíritu o carácter del que escribió la carta encerrada dentro.
La primera dama que hizo la prueba resultó desprovista de facultad
psicométrica; pero otra dama que se sometió a la prueba después de
ella, acertó cinco veces de siete, como lo probaron las cartas abiertas
en seguida. Y el hermano de la primera señora, un oficial que se
había mostrado muy irónico respecto a esa ciencia, descubrió con
sorpresa que él podía practicarla. El ruido de aquellas sugestivas
pruebas se extendió por el barco, y me pidieron una segunda confe-
rencia sobre aquel descubrimiento del Prof. Buchanan. Un muy
conocido miembro del Parlamento dio un bosquejo muy correcto
de los dos casos que le fueron sometidos para el examen psicomé-
trico. El valor científico y práctico de la posesión de este sentido es
evidente, ya que arma al que de él está dotado de la sutil facultad de
sentir la verdadera naturaleza y los motivos ocultos de cada persona
que le escribe, o de aquellos con quienes habla, o que encuentra por
el mundo, sea cual fuere la máscara de la escritura o de la figura del
individuo. Y además, un psicómetro desarrollado debe ser bastante
intuitivo, naturalmente, para descubrir las verdaderas intenciones
de un escritor o de un conferenciante, a pesar de la posible torpeza
de exposición. Esto pone inmediatamente en simpatía con la natu-
raleza superior, y al abrigo de las influencias de los sofismas de
aquellos que desearen engañar o adular con malas intenciones*.
El Arcadia desembarcó a sus pasajeros en Bombay el 10 de
noviembre, y nuestro grupo, que incluía, además de mí, al
Sr. Charles Johnston y Sra., la Baronesa Kroummess, el Sr. E. D.
Fawcett y el Sr. Richard Harte, todos Miembros de la Sociedad, fue
recibido calurosamente por nuestros amigos de la Rama de Bombay.
La Sra. Johnston es la hija de la Sra. Vera Jelihovsky, hermana de
HPB, y se casó en la casa de su tía, 17 Lansdowne Road, W., con un
brillante joven sanscritista y servidor civil indo, durante el verano
de 1888. Como su madre estaba en Rusia, la representé a ella y al
resto de la familia en el matrimonio civil en la oficina del registro.
Su marido venía ahora con nosotros para tomar posesión de su
cargo en la administración pública de Bengala. Todo el grupo estuvo
presente en la Convención de ese año y fue fotografiado en la foto
grupal.

* “Psicometría” del profesor Buchanan; profesor Denton “El alma de las cosas”;
y una compilación útil de folletos, “Psicometría y transmisión de pensamiento”.
(Olcott)
CAPÍTULO V
La convención de 1888
1888

N
UESTROS amigos, como todos los extranjeros, estaban
muy asombrados por el aspecto pintoresco de la ciudad de
Bombay, con su multitud coloreada, y encantados con la
cordial recepción de los Miembros de la Rama local, que hacían
—como lo hacen siempre— todo lo que les es posible para recibir
bien a los nuevos colegas. En ciertos aspectos, es una Rama modelo,
que ha tenido la suerte de contar desde la fundación con Miembros
enérgicos, inteligentes y entusiastas. Cuando pienso en ese grupo,
hallo extraño que mientras tuvimos en Bombay nuestra Sede
Central de la S. T., la Rama permaneció casi completamente inerte.
Yo hacía desesperadas tentativas para infundirle vida, pero sin éxito.
Tal vez era debido a que los Miembros se sentían tan cerca de sus
Fundadores, y que un pequeño paseo de media hora los llevaba
hasta HPB, cuya conversación corriente era mucho más instruc-
tiva y estimulante que cualquier reunión incolora. Pero cuando
nos instalamos en Adyar, la responsabilidad de la Rama recayó por
entero en Tookaram Tatya, Rustomji A. Master y dos o tres más,
y la vida latente de la Rama se reveló de pronto. La dejamos en
1882, compuesta en su mayoría por hindúes, pero después de algún
tiempo se retiraron, y la mayoría preponderante ahora es parsi. Sin
embargo, los mismos estudios han sido continuados, y se ha ense-
ñado idénticamente las mismas ideas Teosóficas, de suerte que en
el mundo entero no podría encontrarse un centro más profunda-
mente Teosófico que aquella Rama de Bombay.
48 H ojas de un viejo diario

Todos mis compañeros fueron a ver las Grutas de Elefanta y


las otras curiosidades de Bombay; el 12 de noviembre tuvimos una
recepción pública bajo la presidencia del Sr. K. M. Shroff, y la bien-
venida fue lo suficientemente cálida como para demostrar que el
público estaba tan contento como siempre de vernos y oírnos. Los
Sres. Johnston y Harte pronunciaron sendos discursos, y hablé de la
“Lectura del Pensamiento”. Al otro día salimos para Madrás, y nues-
tros colegas de Poona y de Gouty nos esperaban en las estaciones
para darnos flores, frutas y deliciosa leche fresca. Llegamos a Adyar
el 15, y los recién llegados se manifestaron encantados con la casa y
los jardines, y sobre todo con la atmósfera familiar de la residencia.
Siempre he tratado de dar a los Miembros que llegan de visita la
impresión de que no son invitados míos, ni de la Sociedad, ni de
nadie, sino que son copropietarios que vienen a su propia casa. Con
HPB seguíamos siempre esa conducta, y he tratado de conservarla.
El Consejo Ejecutivo se reunió, como de costumbre, el domingo
siguiente, y aprobó plenamente todo lo que yo había hecho en
Europa. Se sucedieron algunos días tranquilos de trabajo y de
charlas agradables, pero no tardé en ver que algunos signos de
disgusto ganaban en cierta medida algunas Ramas; era el resultado
de las maniobras encubiertas de uno o dos descontentos enemigos
de HPB. Esto pasó con el tiempo, pero en aquella Convención se
hizo un esfuerzo desesperado para molestarme. La Rama de Bombay
me envió el 30 de noviembre un voto recomendando que T. Subba
Row, que había presentado su dimisión, fuese invitado a reingresar
entre nosotros, pero en casos semejantes siempre me he negado a
degradar la dignidad de la Sociedad, sea cual sea la influencia del
disidente; he tenido siempre la convicción de que la causa a la cual
servimos es incomparablemente más grande que cualquier hombre
o mujer que se entregue al trabajo de la S. T., y rogar a alguien que
permaneciese entre nosotros contra su deseo, hubiera sido faltarme
el respecto a mí mismo. Según mi opinión, nadie puede recibir
mayor honor que tener la ocasión de ayudar a los Maestros en su
plan benévolo de elevación de la humanidad contemporánea.
El 3 de diciembre llegó el Sr. Noguchi, un representante del
Comité de patriotas japoneses que me había enviado una invitación
para visitar su país en favor del budismo. El día 18 serví, a solicitud
del Gobierno de Madrás, como Juez en un juicio público de arados
en la Granja de la Universidad de Agricultura de Saidapet, y así,
después de treinta años, reanudé mi interés práctico en las cues-
tiones agrícolas. Su Excelencia, el Gobernador de Madrás, el Conde
de Jersey y otros personajes importantes estuvieron presentes y
expresaron su satisfacción con los premios del Comité. El Conde y
La convención de 1888 49

la Condesa de Jersey vinieron un día, vieron la Biblioteca y tomaron


el té con nosotros, una hospitalidad que posteriormente me devol-
vieron tanto en Inglaterra como en Sydney, donde lord Jersey era
Gobernador en el momento de mi visita.
El mismo mes, en una reunión del Consejo, se aprobó con voto
unánime la conversión del Consejo en Comité Consultivo, devol-
viéndome así los poderes ejecutivos absolutos que yo había consen-
tido en reducir en 1885 para satisfacer a quienes pensaban que
valía más tener varios pilotos que uno solo. La cosa no funcionó
lo suficientemente bien como para continuar, y todos mis colegas
estaban muy contentos de volver a traspasar la responsabilidad a
mis hombros en lugar de quedársela ellos mismos. Para mí era lo
mismo, porque aun durante aquel tiempo yo había tenido que hacer
casi todo el trabajo, y las sesiones del Consejo se hacían cada vez
más una cuestión de forma, como todos los Consejos cuando hay
un jefe con quien se puede contar para llevar el timón y orientar las
velas cuando los vientos son contrarios.
Llevé al Sr. Noguchi al Baile Estatal en la Casa de Gobierno la
noche del 21 y disfruté mucho de sus expresiones de asombro e
interés por todo lo que veía, desde los deslumbrantes uniformes
militares, el vestido de corte teñido de oro del Gobernador, los
vestidos de las damas, el baile, las columnas y paredes blancas y
pulidas del salón de banquetes, los retratos a tamaño natural de la
Reina y otros dignatarios, y las pintorescas libreas de los sirvientes
con turbante, hasta la mesa de la cena en su atractivo arreglo; todo
era completamente novedoso para él. El Gobernador estaba muy
complacido de ver y hablar con un representante tan inteligente de
su gran nación de héroes, y le hizo varias preguntas sobre el estado
de la religión en Japón y el motivo de mi visita propuesta. Noguchi
era un tipo agradable y se hizo muy popular en la Sede Central
y entre la comunidad hindú en general, a quien electrizó con su
discurso en la celebración de nuestro aniversario.
Los delegados a la Convención comenzaron a llegar el 24 de
diciembre. El Día de Navidad, recibí un telegrama muy ridículo
de HPB, amenazando con presentar la dimisión de toda la Logia
Blavatsky, si Cooper-Oakley volvía a la Sociedad. Esto demuestra
bien en qué estado de sobreexcitación nerviosa la había puesto el
asunto de Subba Row. Terminó siendo fastidioso con la frecuencia
que se servía en sus cartas del nombre de la Logia Blavatsky, y de
algunos de sus Miembros, donde me condenaban rotundamente
y tomaban partido por ella sin reservas. Considerando nuestras
relaciones personales, la identidad de nuestras edades y de nues-
tras relaciones conjuntas con nuestro Gurú, me parecía ridículo
50 H ojas de un viejo diario

que ella se imaginara que los pronunciamientos de un grupo de


jóvenes colegas, por más cálidos que fueran sus partidarios, habría
de influenciarme y hacerme obrar en cuestiones de administra-
ción, contra mi propio juicio. Por fin, le escribí diciéndole que si
continuaba enviándome consejos o protestas de esa clase, dejaría de
leer sus cartas y de contestarlas; era menester que nuestros asuntos
fuesen resueltos entre nosotros, sin intervención de terceros. En
su respuesta a esto, ella admitió la justicia de mis argumentos y
dejaron de llegarme aquellos documentos exasperantes.
Nuestros recién llegados quedaron muy satisfechos al escu-
char un concierto de música india que nos ofreció Madrás Gayan
Samaj, bajo la dirección de nuestro antiguo miembro y amigo, el
Sr. Bulwant Trimbak Sahasrabuddi, de Poona. Este señor, viendo
la decadencia de la antigua ciencia musical, sustituida por aires
y canciones frívolas, y a veces inmorales, emprendió, en o alre-
dedor del año 1878, la pesada tarea de intentar revivir las melodías
arias; para hacer lo que formó en Poona, el primer Gayan Samaj. Sin
dejarse intimidar por los obstáculos, se mantuvo valientemente en
su trabajo, dando tiempo, trabajo y dinero, obteniendo las simpa-
tías de los sucesivos Gobernadores de Bombay y Madrás, y de otros
influyentes caballeros, oficiales y privados. Su abnegación ha sido
recompensada al ver cómo este movimiento nacional se afianza, y
espero que viva para ver coronados sus esfuerzos con éxito.
Ese año no hubo muchos delegados a la Convención, parte por
causa de la reunión del Congreso político en Allahabad, y parte por
los desacuerdos pasajeros en la Rama de Bombay. Tookaram Tatya y
los otros Miembros influyentes de Bombay no concurrieron, pero
todo salió bien.
Según mi costumbre de dejar a mis colegas que ensayasen todos
los experimentos que les parecían ser provechosos para los intereses
de la Sociedad, cedí a su deseo de ver cuál sería el efecto de una
total supresión de las cuotas de ingreso y contribuciones anuales, y
contar con los donativos voluntarios para asegurar las finanzas de
la Sociedad. Personalmente, no tenía fe en la innovación, aunque
le diese mi asentimiento oficial, porque nuestra lista de tarifas era
tan modesta que parecía que cualquiera que se opusiera a pagarlas
no tendría ninguna simpatía real por nuestro movimiento, y esto
nos obligaría a depender por entero de nuestros Miembros más
generosos, para hacer marchar a la Sociedad. Pero la Convención
votó el cambio, a moción de los representantes de las Secciones
Norteamericana y Británica; accedí y publiqué las necesarias Notas
Oficiales para preparar el camino.
La convención de 1888 51

Su primer efecto fue levantar protestas furiosas en las Secciones


Occidentales; HPB me escribió una carta agresiva, acusándome de
hacer tergiversaciones, y comunicándome generosamente lo que
fulano y mengano, amigos y colegas suyos, decían de mi incon-
secuencia, después de haber justamente rehusado reorganizar la
Sección Británica, dándole el derecho de percibir ella misma las
cuotas de ingreso y anualidades ordinarias. En cuanto a Judge y su
grupo, levantaban el estandarte de la rebelión y rehusaban some-
terse al nuevo orden de cosas. Yo, más bien me divertía en mi inte-
rior al ver cuánto lío estaban haciendo los entrometidos ansiosos en
meter un dedo en el pastel, y me sentía dispuesto a proveerles de la
cuerda para ahorcarse. El experimento no duró mucho tiempo, y se
volvió al antiguo método, como se verá más adelante.
Otro trabajo importante de la Convención de 1888, fue la adop-
ción del plan de reorganización de la Sociedad en Secciones autó-
nomas; yo había comenzado por dar una Carta Constitutiva a la
Sección Norteamericana en 1886, y más tarde otra a la Sección de
Londres. El éxito en EE. UU. fue tan grande, que después de dos
años de ensayos prácticos parecía justo extender el método a todos
nuestros demás campos de actividad. Este plan era admirable en
todos sus aspectos; la autonomía local implicaba la responsabilidad
local, la propaganda local, y obligaba a grandes esfuerzos personales.
La creación de Secciones reducía a un mínimo aquella cantidad
de aburridos detalles que hasta entonces me habían hecho perder
tanto tiempo; y la Sociedad, de ser casi una autocracia, se convertía
en una Federación constitucional, de la cual cada estado, indepen-
diente en cuanto a sus asuntos personales, permanecía respon-
sable ante el conjunto para el leal sostén del movimiento y de su
ideal. Los Centros Federales unían el conjunto como las varillas
del lictor*, en un haz irrompible. Con este método, la formación de
una nueva Sección añade poco trabajo al personal de Adyar, pero
aumenta considerablemente la fuerza colectiva de la Sociedad y los
cimientos del edificio se hacen más y más fuertes con cada piedra
cimentada en su masa.
En mi informe a la Convención de 1888, respecto al voto del
Consejo declarando que deseaba volver a ser sencillamente consul-
tivo, hice en mi discurso anual la siguiente declaración:

* Un lictor era un funcionario público durante el periodo republicano de la


Roma clásica, normalmente reconocible porque portaba un haz de varas atado
con tiras de cuero, cuya primera simbología corresponde al proverbio “la unión
hace la fuerza”. (N. del E.)
52 H ojas de un viejo diario

Mis ofertas de dimisión han sido rechazadas por unanimidad en


una votación de la Convención de 1885, y se me dijo que debería
servir a la Sociedad durante toda mi vida. He sacrificado mis
inclinaciones a mi sentido del deber y ha llegado el momento
de declarar distintamente y sin equívocos que, puesto que debo
seguir siendo responsable del avance de nuestra obra, no daré
mi consentimiento a ningún plan o esquema que me obstaculice
en el desempeño de mi deber oficial. Me debo primeramente a
esos seres invisibles pero reales, que conozco personalmente y
que recientemente he visto y con quienes he hablado, que me
han enseñado el camino del conocimiento y me han hecho ver
dónde estaba mi papel. En seguida a mi colega, hermana, amiga y
maestra, que conmigo y algunos otros ha fundado esta Sociedad,
a la cual ha consagrado sus esfuerzos durante los trece últimos
años, sin esperanza de recompensa ni ganancia material. Y final-
mente a los millares de Miembros de todas las partes del mundo,
que cuentan con mi firmeza y medidas prácticas, para hacer
adelantar la Sociedad en su camino de utilidad elegido.

En suma, si debía continuar siendo responsable, habría de llevar las


cosas como mi experiencia de los asuntos públicos me lo indicase
y continuar sometido al Maestro que ambos conocíamos personal-
mente, fiel inviolablemente a mi colega por todos conocida, pero a
la que pocos apreciaban en su verdadero valor. Era mi última palabra
sobre este asunto, y al expresarla daba a entender que seguiría mi
propio juicio independientemente del de Mme. Blavatsky en todos
los casos que exigieran mi acción personal, y que estaría siempre
pronto y muy dispuesto a recibir los consejos de toda persona
sincera que se ocupara de corazón de los intereses de la Sociedad.
No podía contentar a todo el mundo; haberlo pretendido era una
locura; el que es prudente cumple su deber tal como lo ve ante él.
Mi viaje a Japón fue uno de los más importantes acontecimientos
de la historia de la Sociedad, y como ya vamos a llegar a él y a ver
los asombrosos resultados de esa gira, será conveniente dar algunos
extractos de las declaraciones del Sr. Noguchi, (el delegado especial
enviado para persuadirme de aceptar la invitación de los budistas
japoneses y para escoltarme), sobre el estado religioso de Japón en
aquella época y su llamamiento fraternal a la simpatía del público
indo, al que conmovió profundamente en nuestra sesión aniversario,
en el salón Pachaiyappa de Madrás. El Sr. Noguchi habló en su propio
idioma, pero en la ocasión se leyó una traducción al inglés. Él dijo:
La convención de 1888 53

Hermanos Teósofos y Amigos Indos: me siento muy feliz y muy


honrado de dirigirme a ustedes con motivo de mi primera visita a
India, una tierra sagrada a los ojos y querida por los corazones
de los japoneses y de todos los demás budistas, como lugar de
nacimiento del Fundador de nuestra religión, y el país donde su
elocuente voz pronunció sus valiosas enseñanzas. Vengo de la
“tierra del Sol Naciente”, que se encuentra a veinte días de navega-
ción desde aquí, en los vapores más rápidos. Sin embargo, no debe
considerarse más lejos que una sola ióyana*, o incluso el ancho de
este salón, cuando nos damos cuenta del hecho de que el lazo de
un amor fraterno común realmente nos une en una cadena de oro.
Ese lazo es nuestro interés común en un gran movimiento para
el resurgimiento de la religión; el resucitar de la moral enseñada
e ilustrada por nuestros antepasados, y estrictamente ilustrada en
sus propias vidas. Este movimiento es el que se inició y ha sido,
durante los últimos trece años, dirigido por los Fundadores de la
Sociedad Teosófica. No estoy aquí para demostrar que el budismo
es una religión mejor que la de ustedes, sino para decirles algo
sobre el estado religioso y moral de mi querido país.
Cuando escuchen los hechos, estoy seguro de que me brindarán a
mí y a mis correligionarios su amorosa simpatía y buenos deseos.
Porque reconocerán de inmediato la verdad de que Japón se
encuentra en este momento en casi exactamente la misma condi-
ción en la que estaba su sagrada India hace diez años, cuando el
coronel Olcott y Mme. Blavatsky salieron de EE. UU. y llegaron a
estas costas. Durante diez años ellos los han estado ayudando a
comprender y alentándolos a amar, respetar y defender su religión
de sus inescrupulosos enemigos.
Ellos los encontraron sin vida y a sus seguidores, desesperados.
Han puesto vida en su cuerpo debilitado y coraje en sus cora-
zones. Antes, casi se avergonzaban de confesarse hindúes, pero
ahora están orgullosos de ser llamados así. El día de la calumnia
indiscutible y la tergiversación de la fe de sus antepasados ​​se ha
marchado para siempre. Ahora, ustedes han aprendido todas las
verdades que encierra su religión, cuáles son sus deberes para con
sus hijos, para hacérsela comprender y colocarlos en el estado de
poder reducir al silencio a los mentirosos que la atacan. Nosotros,
los budistas japoneses, pedimos que nos presten a este hacedor
de milagros sociales, a este defensor de la religión, a este maestro
de tolerancia, durante un corto espacio de tiempo, a fin de que
haga por la religión de mi país lo que él y sus colegas han hecho

* Unidad de distancia utilizada en la antigua India. (N. del E.)


54 H ojas de un viejo diario

por la religión de India. Rogamos al coronel Olcott que venga para


ayudarnos, para reavivar las esperanzas de nuestros ancianos,
dar valor a los jóvenes y probar a los estudiantes de nuestras
universidades y a los que han sido enviados a estudiar en EE. UU.
y Europa, que la ciencia occidental no es infalible, y que no es la
reemplazante sino la hermana natural de la Religión. Es budista
desde hace varios años; ayudó a los budistas de Ceilán para que
efectuaran mejoras tan maravillosas que no podrían creerse sin ir
a la isla y hablar allí con los sacerdotes y los fieles. Cuando llegó
allí por primera vez, en el año 1880, las cosas eran peores para los
budistas que para ustedes en India en 1879.
Ahora el budismo está reviviendo, los budistas comienzan a tener
esperanza y coraje, han surgido escuelas para niños budistas en
todas partes, se han formado sociedades, los libros se publican
libremente, se ha iniciado una revista quincenal y ha adquirido
una gran influencia, y el gobierno Colonial ha declarado el día
de Wesak en mayo como una fiesta nacional budista. Este es el
tipo de ayuda que necesitamos en Japón tanto como un hombre
hambriento necesita comida. El Sr. Laurence Oliphant, el entu-
siasta inglés, un brillante escritor, de tendencias místicas y reli-
giosas, exmiembro del Parlamento Británico, dice: “Un manto
moral envuelve la superficie de la Tierra, y es más densa donde
nuestra civilización occidental prevalece. Japón era un país relati-
vamente puro hasta que sintió el toque desmoralizador de la civi-
lización occidental, ¡y ahora qué tristemente se ha deteriorado!”.
He sido enviado aquí por un importante comité nacional para pedir
al coronel Olcott, nuestro Hermano norteamericano, que vaya a
darnos el alimento religioso. ¿Quieren prestárnoslo para cumplir
esa obra meritoria?

A continuación se realizó un breve resumen de los nombres y prin-


cipios de las diversas sectas de Japón, y sus oyentes fueron infor-
mados sobre la condición bastante desmoralizada del sacerdocio,
después de lo cual el Sr. Noguchi cerró su discurso de la siguiente
manera:

Pero hay honrosas excepciones entre los sacerdotes; algunos


realmente están trabajando para el budismo, pero son pocos.
¿Dónde está la doctrina superior? La doctrina está ahí, pero su
fuerza vital está muy reducida. El antiguo Japón ya no existe; la
antigua grandeza y prosperidad del budismo, ¡ay! ya no son visi-
bles. ¿Qué haremos? ¿Qué pasos debemos tomar para reformar
La convención de 1888 55

a los budistas y dar vida al budismo? ¿Cómo limpiaremos el óxido


acumulado en la estructura de oro macizo del budismo, para que
haga palidecer el esplendor del nuevo monumento de cobre que
ellos tratan de erigir? El primer paso importante que debemos dar
es la unificación de todos los budistas, sin importar de qué secta
sean ni de qué país. Por supuesto será una tarea muy difícil. El
segundo paso es comenzar a educar a todos los sacerdotes y
laicos; y esto también es muy difícil y una tarea que llevará tiempo.
El tercer paso es reconvertir a los japoneses al budismo; no hace
falta hablar de su dificultad, en vista de lo que he dicho anterior-
mente. El cuarto paso es animar a los japoneses a tomar todo lo
bueno de Europa y rechazar todo lo malo. Dos fuerzas opuestas
están trabajando ahora para influir y moldear el intelecto de los
japoneses educados: una afirma que todo lo europeo es bueno
y la otra lo contrario. El equilibrio del pensamiento debe cambiar
hacia una escala u otra, y de eso depende el destino de Japón.
¿Qué haremos? Este es el eco del grito que ahora resuena en
todo Japón. Nuestros hermanos budistas se han despertado de su
prolongada somnolencia, pero no hay ayuda dentro. Para rescatar
a nuestros budistas de la servidumbre de los vicios occidentales,
hemos pensado en un solo camino. Les he insinuado cuál es.
Nos es preciso obtener el apoyo desinteresado del coronel Olcott,
Fundador de la Sociedad Teosófica y Reformador de las Religiones.
Hemos oído hablar de este hombre honrado y estimado, y del bien
que su Sociedad hace al budismo en Ceilán y otras partes. Todos
los budistas japoneses ahora están esperando su visita y lo han
llamado (Jamashaka) “Bodhisat del Siglo Diecinueve”. Mi querido
hermano y colega, Kinza Hirai, ex-Presidente de la Kin Society, le
envió cartas pidiéndole que prestara sus servicios a Japón para
el avance del budismo. El Sr. Hirai y el reverendo Sano, un sacer-
dote influyente, están formando y organizando una Rama de la
Sociedad Teosófica en Kioto, y están trabajando vigorosamente
en su interés. Me han enviado a este país dos veces bendecido
para asistir a la Convención Anual de la Sociedad Teosófica en
Madrás, y después de la clausura de su Sesión para escoltar al
coronel Olcott a mi país como invitado de esta Sociedad. En unos
días partiré hacia Japón. Mi estancia aquí y entre mis hermanos
budistas en Ceilán ha sido muy agradable y los dejo con tristeza.
No olvidaré la hospitalidad que he recibido aquí, ni a los hermanos
con los que he entablado amistades duraderas. Ayudémonos
unos a otros y trabajemos mutuamente por el avance de nues-
tras antiguas religiones. Nosotros, los budistas, debemos formar
una fuerte hermandad de correligionarios de todas las partes del
56 H ojas de un viejo diario

mundo; y para la realización de este gran objetivo, trabajar con


seriedad, constancia y voluntad. Debemos hacer un buen trabajo
por el bien del mundo, como lo hizo nuestro señor Buda, y como
lo está haciendo el coronel Olcott, de una manera menor pero aún
más útil. “Denme la libertad o denme la muerte”, dijo el Sr. Patrick
Henry, el patriota revolucionario estadounidense. Diré: “Déjenme
morir o hacer un buen trabajo mientras esté vivo”.

La seriedad del discurso del Sr. Noguchi pareció tocar una fibra


sensible en el corazón indio, y se llevó consigo desde el salón los
mejores deseos de todos. Esta fue la primera vez que Japón hizo
un llamamiento a una nación extranjera en busca de ayuda reli-
giosa desde ese evento histórico en 1584, cuando una compañía
de embajadores japoneses, ellos mismos de origen principesco,
fueron conducidos a la presencia del pontífice principal. Escoltados
por la caballería y la guardia suiza, acompañados de las embajadas
extranjeras, todos los príncipes y la nobleza romana, con los funcio-
narios de los cardenales y del Vaticano, recorrieron en brillante
procesión las calles de Roma, los cañones del castillo y los del
Vaticano atronando su bienvenida. Postrándose a los pies del Papa,
declararon que “habían venido de los extremos de Oriente para
reconocer en presencia del Papa al Vicario de Jesucristo, y para
rendirle obediencia en nombre de los príncipes de quienes eran los
enviados”. La lectura de las cartas credenciales fue seguida por un
discurso ferviente del Padre González, y toda la cristiandad se agitó
ante el aspecto dramático de esta ocasión única*. El evento fue la
secuela de la larga y hábil labor de los Jesuitas. Los misioneros, que
habían apelado hábilmente al sentido japonés de lealtad devota a
su soberano, y al cambiar el aspecto externo del cristianismo para
adaptarlo a los del ancestral culto Shintoísta, habían hecho creer a
los japoneses que la religión occidental era, entre todas las demás,
la más adecuada para exaltar la grandeza del emperador y la feli-
cidad y dignidad de la nación. Pero en poco más de tres décadas se
sintió que la mano de acero bajo el guante de terciopelo se aferraba
al trono y la vida de la nación, y siguió una de las persecuciones de
pervertidos más sangrientas y despiadadas que se puedan leer en la
historia; la nueva religión fue extirpada de la tierra y sus últimos
misioneros fueron arrastrados al mar. Los puertos de Japón fueron
luego sellados, y durante doscientos cincuenta años continuó prote-
giéndose celosamente por estricta reclusión de la posibilidad de

* “Japón feudal y moderno”, de Arthur May Knapp. Boston L. G. Page & Co., 1897.
(Olcott)
La convención de 1888 57

una mayor contaminación por extranjeros. Este es el secreto de


su aislamiento, conocido por comparativamente pocos fuera de la
clase de sinólogos.
Cuando Japón fue nuevamente abierto a las relaciones exteriores
por el comodoro estadounidense Perry, y el cambio se convirtió en
la pasión del día, se ordenó a una Comisión Imperial que informara
sobre la conveniencia de adoptar el cristianismo como religión de
Estado, a fin de mejorar la condición moral de los ciudadanos. “El
resultado”, dice Hearn (citado por el Sr. Knapp):

Confirmó el veredicto imparcial de Kämpfer en el siglo diecisiete


sobre la ética de los japoneses. “Ellos profesan un gran respeto y
veneración por los dioses, y los adoran de varias formas. Y creo
que puedo afirmar que en la práctica de la virtud, en la pureza de
vida y la devoción exterior, superan con creces a los cristianos*”.

La Comisión informó en contra de la adopción de la religión


occidental “sobre la base de que, a juzgar por la condición moral
de occidente, el cristianismo no fue allí una influencia tan pode-
rosa para la vida recta como lo fueron en Japón las religiones
que durante tanto tiempo habían dominado entre la gente de la
isla”. Ni el Sr. Knapp, ni Lafcadio Hearn, ni ningún otro obser-
vador moderno imparcial creen que Japón alguna vez caiga bajo el
dominio del cristianismo mientras sobreviva alguna esperanza de
existencia nacional independiente. Durante la poderosa revolución
en todos los demás departamentos del pensamiento y la vida de los
que el imperio ha sido escenario, no se ha producido ninguna en el
de la religión. Knapp dice:
De los beneficios de este movimiento que tenía tantas caracterís-
ticas de la vida occidental en el Pacífico, el cristianismo ha sido
la única cosa excluida; y fue deliberadamente excluido porque,
después de una investigación completa, se consideró perjudicial
para los intereses de la moralidad (p. 218).
Es un secreto a voces que la comisión estadounidense enviada
recientemente a Japón para considerar la crisis en el trabajo misio-
nero en ese país, se vio confrontada con los problemas que el
espíritu nacional ha evocado, no solo en materia de administración,
sino también en aquellos que afectan supuestos esenciales de la fe
cristiana. Es al menos totalmente seguro predecir que toda espe-
ranza de engrandecimiento sectario en suelo japonés que ha sido
acariciada por cualquiera de las innumerables denominaciones que

* Op. cit., 217. (Olcott)


58 H ojas de un viejo diario

han enviado sus fuerzas propagandistas allí, está condenada a la


decepción. El cristianismo que se arraigue o tenga una influencia
duradera en el imperio no será ni presbiteriano, ni metodista ni
unitario. Ni siquiera será el cristianismo estadounidense, ni inglés,
ni alemán, ni romano. Será, en todo caso, una fe esencialmente
japonesa, basada y asimilada a las antiguas lealtades… En su fe,
como en su gobierno, Japón seguirá siendo, como siempre en el
pasado, el Reino Insular no conquistado (p. 222).

En el momento de la comisión de Noguchi yo no conocía familiar-


mente su país como ahora, pero lo amaba instintivamente con todo
mi corazón, como amo a todos los pueblos orientales, y al aceptar
su invitación, sentía que con amor y sinceridad se pueden abrir
todas las puertas que conducen al corazón de un pueblo. Sabía por
propia experiencia de India, Ceilán y Birmania, que la educación
moderna no hace más que cubrir con un barniz al hombre exterior,
y mientras tanto el hombre interior permanece tal como lo hicieran
la herencia y el karma. Vi también que hasta una débil voz de un
hombre podría despertar el adormecido sentimiento religioso, al
menos en los hombres más serios de aquel pueblo, y provocar su
regreso del camino fangoso de la avaricia y el éxito mundano, para
llevarlos de nuevo al hermoso y ancho camino trazado por el Buda
y seguido por sus antepasados desde hace mil trescientos años. No
sería yo, sino el poder del Buddha Dharma, el que se erguiría contra
las fuerzas de la irreligión y la rebelión contra la moral. Cuando
volvíamos en coche, Noguchi me expresó su asombro de que una
concurrencia tan enorme lo hubiera escuchado con tanta cortesía
y silencio, y me dijo que era menester que yo no esperase nada
semejante de los auditorios japoneses, que tenían la costumbre de
interrumpir a los oradores con protestas y comentarios, haciendo a
veces bastante ruido. Le dije que no se inquietase por eso, porque
nunca me había sucedido sufrir una interrupción al hablar, tal vez
porque hacía pensar tanto a mis oyentes que su mente no tenía
tiempo para distraerse. El resultado —como se verá más adelante—
me dio la razón, porque sería imposible concebir una recepción
más cortés que la que se me hizo en Japón.
El último delegado a la Convención de 1888 salió de Adyar el 30
(diciembre), y los de la casa disfrutamos de la calma después de la
tormenta de opiniones encontradas. El último día del año escribí:

Así termina el año 1888, que ha estado lleno de asuntos desa-


gradables, pruebas y obstáculos, siendo, sin embargo, próspero
en el conjunto. Las dimisiones de Subba Row, de Oakley y otros,
La convención de 1888 59

han traído molestas consecuencias, como el mal humor y casi


rebelión de Tookaram, inducido al error por las maquinaciones de
X. Las previsiones para 1889 son bastante mejores. Nos hemos
deshecho de un individuo pestífero que nos mantuvo a todos en
la miseria.

Así, entonces, enrollamos el pergamino del que se han copiado


nuestras notas de la historia del año, y lo colocamos sobre la mesa
de Chitragupta, el Guardián de los Registros de Yama, para su
producción en ese día futuro cuando los hechos de nuestras vidas
tengan que ser escudriñados por los Señores del karma.
CAPÍTULO VI
Visita a Japón
1889

C
OMO mi salida para Japón se fijó para el día 10 de enero,
tenía bastante trabajo para hacer publicar mi Informe Anual
y poner todas las cosas en orden durante los pocos días
que me quedaban. Dharmapala, que se hallaba decidido a acompa-
ñarme, salió el 1º para Colombo, a fin de hacer sus preparativos, y
yo me embarqué con Noguchi el día fijado. La travesía a Colombo
fue tranquila y agradable, y una multitud de amigos budistas me
aguardaban a la llegada. El Sumo Sacerdote, Sumangala Thera, nos
esperaba en nuestra Sede Central Teosófica en la Calle Maliban, y
volvió al día siguiente para una larga y amistosa charla. El pandit
Batuvantudave, el sabio sanscritista, como Registrador Budista de
Matrimonios según la Ordenanza que había convencido a lord
Derby y el Sr. Arthur Gordon (Gobernador de Ceilán) de que apro-
baran, celebró un matrimonio entre correligionarios el día 14, en
mi presencia, y en su discurso a los novios mencionó el papel
que yo había tenido en lograr esta reforma en las antiguas leyes
matrimoniales.
La asistencia a las reuniones públicas, la recepción y la realiza-
ción de visitas, una gran cena ofrecida por la Rama de Colombo,
una conferencia pública o dos, presidir las celebraciones escolares
y otros asuntos, ocuparon todo mi tiempo y me enviaron a la cama
cada noche cansado y somnoliento. El 17 por la noche, recibimos la
más conmovedora despedida en una numerosa reunión en la cual
el Sumo Sacerdote pronunció un discurso sobre Bana. Hacía un
62 H ojas de un viejo diario

calor sofocante en el salón repleto, y desbordaba el entusiasmo. El


discurso de Sumangala Thera fue muy elocuente y lleno de bondad,
indicando la magnitud de la tarea que yo había emprendido, y me
entregó una carta de presentación, en sánscrito, para los Principales
Sacerdotes del budismo japonés, asegurándoles que podían contar
con la entera simpatía y la buena voluntad de sus correligiona-
rios de la Iglesia del sur. En su discurso, recordó la historia del
monje budista Punna Thera, que al partir en misión de difusión
por el extranjero, fue interrogado por el Buda sobre la conducta
que pensaba seguir en caso de que fuese insultado, rechazado, lapi-
dado, perseguido o matado, o si se negaban a escucharle. Se declaró
dispuesto a sufrir todo, soportar lo que fuese, y a perder la vida si
era necesario, por difundir el Dharma entre naciones extranjeras
que aún no habían disfrutado de la inestimable bendición de oírlo
predicar. Me impartió esta lección y exhortó a los cingaleses para
que probasen su fidelidad con actos de renunciación. Para terminar
dijo:
Es el único hombre que puede emprender con éxito esta misión
en favor del budismo. Es, por lo tanto, una suerte que nuestros
hermanos japoneses hayan oído de él y del gran bien que ha hecho
a nuestra religión, y lo hayan mandado a buscar para ayudarlos a
ellos también.

Después de saludar a Dharmapala y decir que “es digno de compartir


el honor de esta obra y será el primer cingalés que pondrá el pie
en el suelo de Japón [lo cual era un error, ya que conocí allí a un
comerciante cingalés —Olcott], agregó: “Invoco sobre sus cabezas
las bendiciones de los Devas y les ruego a todos que los apresuren
en su camino con sus más sinceros votos” *. Cuando por fin salimos
del salón para dirigimos al vapor, y nos encontramos en la calle
alumbrada por la luna, de todas partes se oyeron las aclamaciones
de “¡Sadhu! ¡Sadhu!”, y los corazones de Noguchi y de Dharmapala
se sintieron henchidos como el mío de valor y esperanza para
afrontar las dificultades que nos aguardaban. Mas, si se compara
esto con los esplendores de la recepción en la corte de Roma en
1584 cuando los embajadores japoneses ante el Papa pidieron su
ayuda religiosa, cuán modestas y poco notables eran las condiciones
de nuestra partida: sólo un maestro de escuela, representante de una
pequeña comisión de entusiastas, jóvenes en su mayoría, que viene
a tomarme de la mano y a conducirme a Japón, no para establecer

* Extracto del informe de C. W. Leadbeater en The Theosophist, febrero de 1889.


(Olcott)
Visita a Japón 63

allá el cristianismo sino para revivificar el budismo. Sin embargo,


por lo que sigue se verá qué grandes resultados pueden ser obte-
nidos por medios insignificantes. Me he vuelto tan supersticioso
con respecto a la asociación de los números 7, 17 y 27 con los acon-
tecimientos más importantes para nuestra Sociedad, que confieso
haber hallado de buen augurio para nuestra gira embarcarnos en el
Djemnah el 17 del mes.
Era mi primer viaje largo a bordo de un barco francés y quedé
encantado del trato a bordo. Viajando en segunda clase, como lo
hacía casi siempre por motivos de economía, vi que estábamos en
un pie de igualdad con los pasajeros de la primera clase y que no se
nos trataba como parias según sucedía en los barcos británicos. La
comida era la misma salvo que había un número menor de entrées
y la supresión de una comida a la 1 p. m. después del almuerzo
de las diez. Los oficiales eran corteses, los criados respetuosos y
cuidadosos como los de una buena casa, y la sala de los equipajes
era accesible todos los días a ciertas horas por una corta escalera.
Llegamos a Singapur al sexto día, y algunos cingaleses que se habían
establecido allí vinieron a vernos, y al día siguiente formamos una
Rama local de la S. T., con el Sr. B. P. De Silva, el conocido joyero,
como Presidente, y diecinueve Miembros. Navegamos el mismo
día y llegamos al pequeño y coqueto pueblo Camboyano de Saigón
el día domingo 27. Como Pondichéry, Chandernagore y todas las
demás colonias francesas, Saigón tiene un marcado aire nacional.
Hay cafés con mesas de mármol en las aceras, chapas azules en las
esquinas de las calles, tiendas que recuerdan al Palais Royal, un
teatro subvencionado por el gobierno, militares que se pasean de
uniforme, paisanos con cintitas en el ojal, y otros signos exteriores
de ocupación Gala. Aquella noche se representaba Romeo y Julieta, y
todos los pasajeros acudimos. El auditorio era asombroso, ya que el
edificio se encontraba en su propio terreno grande, estaba abierto
a todas las brisas por arcos a los lados, y había amplias terrazas por
las que uno podía pasear entre los actos. Fue una agradable salida
para romper la monotonía de un viaje por mar. El Jardín Zoológico
de Saigón es muy bonito, y en ese momento poseía una esplén-
dida colección de aves de todo tipo —la mejor que he visto en mi
vida. Poco faltó para que me dejara eternos recuerdos, porque a un
enorme flamenco rosa se le ocurrió perseguirme, y hubiera tenido
que sufrir su sólido pico si no hubieran distraído su atención en el
momento crítico.
El 28 partimos para Hong Kong, y el invierno nos alcanzó en el
camino; el pobre Dharmapala tiritaba y sufría con el viento helado.
Encontramos a Hong Kong preparada para festejar el año nuevo
64 H ojas de un viejo diario

chino (1 de febrero), y nos interesó mucho todo lo que vimos. Los


hombres y las mujeres iban magníficamente ataviados, con sus
divertidos niños con caras de luna llena, con las mejillas pintadas
y la cabeza afeitada, las calles llenas de rickshaws*, de palanquines y
de extrañas carretas; en medio del estallido de cohetes, de vende-
dores ambulantes de toda clase de alimentos; llevando su hornillo
colgando de una pértiga que llevan al hombro, y otras muchas cosas
raras que se veían.
Al otro día salíamos para Sanghai y entramos en seguida en una
corriente de aire frío que nos hizo refugiar alrededor de la estufa, y
me hizo ver lo que la permanencia en el trópico hace de las cons-
tituciones occidentales. Dharmapala comenzó a sufrir de dolores
reumáticos en los pies y las piernas y a desear hallarse en su cálido
Ceilán. El vapor ancló en Woosung, que sirve de puerto a Sanghai,
que está situado más arriba sobre el río; nos asaltó una tempestad de
nieve, lo que nos dio tan pocas ganas de bajar a tierra, que permane-
cimos en el barco, dejando a los otros pasajeros que remontasen el
río en la gran lancha de la Compañía. El 6 salimos para Kobe ( Japón)
con un hermoso día, claro y soleado; el sol estaba bastante agradable,
pero uno se helaba a la sombra. Hasta el mediodía del 27, el barco
recorrió 457 km en veinticuatro horas, y nos adentramos en el aire
más cálido de la corriente negra, que atraviesa el océano hasta Japón
y modifica las temperaturas tanto del aire como del agua. En la costa
de Corea se dejó ver una isla encantadora con montañas nevadas, y
el día 8 navegábamos en el mar interior de Japón, rodeados de pano-
ramas maravillosos que lo han hecho célebre. A veces, me parecía
navegar por el Río Hudson o el Lago George.
El 9 de febrero por la mañana estábamos en Kobe, y antes de
que me hubiese arreglado, algunos miembros del comité de invi-
tación bajaron a mi camarote para manifestarme su alegría por
recibirme en su país. En el muelle, alineados en una sola fila, se
hallaban sacerdotes budistas de todas las sectas, que me saludaron
con esa cortesía exquisita por la cual es reconocida su nación.
Naturalmente, la primera cosa que habría de chocar a un hombre
habituado al traje y aspecto de los bhikkhus del budismo del sur, era
el contraste absoluto de los trajes de los monjes japoneses. En lugar
del manto amarillo, de la cabeza descubierta, los brazos, piernas y
pies desnudos, les veíamos envueltos en trajes voluminosos con
grandes mangas colgantes, casi todos con la cabeza cubierta, y los
pies en calcetines con el pulgar independiente, calzados con sanda-
lias o zuecos. Llevan ropa interior y kimonos o abrigos, a veces varios,

*  Un pequeño carrito de dos ruedas para un pasajero; tirado por una persona.
Visita a Japón 65

y, en la estación fría, se envuelven en algodón para protegerlos de la


severidad del clima. Algunos están hechos de seda, otros de algodón.
En ciertas partes de Japón, la nieve se junta hasta una altura de 2,4
metros y en algunas montañas no se derrite nunca. Por lo tanto, es
evidente que las vestiduras flotantes de algodón, usadas en Ceilán,
India y Birmania, no convendrían en los países del norte en los
cuales florece el budismo. Formando una procesión de rickshaws, ​​y
proporcionándonos uno a cada uno, y haciéndose cargo de nuestro
equipaje, nos llevaron al templo más antiguo de la secta Ten Dai,
seguido de una multitud de sacerdotes y personas, donde me reci-
bieron formalmente, y respondí como era adecuado. Esa noche di
una recepción que se convirtió en conferencia. Por la tarde había ido
al Consulado norteamericano a fin de sacar mi pasaporte para Kioto,
sin el cual no hubiera podido viajar según las leyes de entonces. El
nombre del venerable Sumo Sacerdote del templo era Jiko Katto.
Me trató con la mayor cortesía, y me aseguró que la nación entera
me esperaba para ver y oír al defensor del budismo. Después de una
segunda conferencia, salimos al día siguiente para Kioto por ferro-
carril, y en la estación me aguardaba una multitud de simpatizantes,
así como en la calle. Formando un cortejo, nos condujeron al hotel
de Nakamaraya, y después de reposar un poco y de tomar algunos
refrescos, nos llevaron al gran templo de Choo-in de la secta Jodo,
donde recibí visitas en la “Habitación de la Emperatriz” hasta el
anochecer. La exhibición de costosos biombos y paneles lacados,
bronces artísticos y pinturas sobre seda fue magnífica. La habita-
ción está reservada como apartamento real para uso de Su Majestad
la Emperatriz en las ocasiones de sus visitas. Me lo dieron para que
lo usara para diversas recepciones durante mi permanencia en la
antigua capital.
Después de la cena, al estilo estadounidense, fui a hacer turismo
con un intérprete y tuve mi primera experiencia con un rickshaw.
Es un vehículo excelente; siempre que el portador esté lo suficien-
temente sobrio como para mantenerse en pie. Pero el mío no lo
estaba, y de pronto se desplomó, de suerte que me vi proyectado
al aire por encima de su persona. Felizmente para él, yo tenía las
piernas firmes y me hallé de pie, con uno a cada lado de su cabeza,
y sin otro contratiempo. Caminamos por la Calle de los Teatros, o
en todo caso la calle que está bordeada a ambos lados por teatros
y lugares de espectáculos de todo tipo, y nos detuvimos para ver
una actuación de pájaros entrenados, que hicieron muchos trucos
maravillosos. Pero me alegré lo suficiente de acostarme temprano,
ya que estaba bastante cansado. El pobre Dharmapala tenía dolores
en el pie y sufría cruelmente.
66 H ojas de un viejo diario

Al otro día fui invitado a una imponente ceremonia en el


Templo de Choo-in, en la cual tomaban parte alrededor de 600
sacerdotes. Era para conmemorar la promulgación voluntaria de
la Constitución por Su Majestad el Emperador, gesto que acertada-
mente se ha calificado de magnánimo y sin precedente. El soberano
indiscutiblemente más autocrático del mundo entero, profunda-
mente preocupado por el bien de su país y de su pueblo, le otorgó
el privilegio de un gobierno Constitucional, sin ser forzado como
el rey John de Inglaterra lo fue por sus barones, sino por propia
iniciativa, y porque amaba a su pueblo con todo su corazón. Las
ceremonias en el templo incluían el canto de cientos de versos al
ritmo de los tambores, que producían vibraciones de fuerte carácter
hipnótico. A petición del Sumo Sacerdote, me coloqué ante el altar,
frente a la estatua del Buda, para recitar el Pancha Sila en pali, como
se hace en Ceilán. El interés fue tan grande, que nadie se movió
hasta que terminé. ¿No fue acaso una experiencia única para un
estadounidense estar allí, como nunca antes había estado uno de su
raza, en presencia de esos cientos de sacerdotes y miles de laicos,
entonando las simples oraciones que sintetizan las obligaciones
asumidas por todos los practicantes budistas de la Iglesia del sur?
¡No pude evitar sonreír para mis adentros al pensar en el horror que
habrían sentido cualquiera de mis antepasados puritanos del siglo
XVII si hubieran contemplado este calamitoso día! Estoy seguro de
que si yo hubiera nacido entre ellos en Boston o en Hartford, habría
sido ahorcado por herejía en el árbol más alto que estuviese a mano
en su naciente colonia. Estoy muy contento de creerlo.
Según el histórico libro del Nihongi, los primeros libros y las
primeras estatuas budistas fueron introducidas a Japón por Corea,
en el año 552 de nuestra era, pero la religión no se hizo popular en
seguida. En el comienzo del siglo nueve, el sacerdote Kûkai, más
conocido por su nombre póstumo de Kobo Daishi, formó, mezclando
el budismo, el Shinto (el culto a los antepasados), y las doctrinas
de Confucio, un sistema llamado Riôbu Shinto, cuyo carácter más
saliente es considerar a las divinidades del Shinto como transmigra-
ciones de divinidades budistas. El budismo, presentado de tal modo,
obtuvo pronto la supremacía y llegó a ser la religión de la nación
entera. Los diversos emperadores hicieron grandes donativos a los
monasterios y templos budistas, pero éstos fueron retirados después
de la revolución de 1868, y el budismo ha dejado de ser religión del
Estado desde el 1º de enero de 1874*. Ciertos templos reciben todavía
subvenciones acordadas por el gobierno, pero es porque los monjes

* Enciclopedia Británica (novena ed.), Vol. XIII. (Olcott)


Visita a Japón 67

están encargados de cuidar las tumbas de los antiguos soberanos; los


otros, que si no me equivoco, son unos 70 000, están sostenidos por
la caridad de los fieles. El Sr. J. Morris* señala la coincidencia de que
justo cuando los monjes de China y Corea estaban introduciendo el
budismo en Japón, los misioneros católicos estaban cristianizando
el reino de Northumbria; y como la influencia del rey Oswy inclinó
la balanza en ese país a favor de la nueva religión, así la preferencia
anunciada de la Emperatriz Gemmei por los derechos del budismo
ayudó muy materialmente a establecerlo en Japón; ambos eventos
van a probar, como podría decirse, el principio de que en ciertas
épocas y lugares se desarrollan centros nucleantes de poder reli-
gioso, convirtiéndolos en los puntos iniciales de ondas circulares
que corren hacia la masa de la humanidad.
El 12 de febrero fui a presentar mis respetos al Sumo Sacerdote
de la secta Shin Gon, que es llamada la secta de los budistas esoté-
ricos de Japón. Mantuve con él una larga e interesante conversa-
ción, de la cual resultó que teníamos muchas ideas comunes. Aquel
sabio prelado me demostró mucha benevolencia y me prometió un
buen recibimiento por parte de todos los de su secta. A las 2 p. m.
di una conferencia en el vasto salón de predicación del Templo
Choo-in ante una audiencia de aproximadamente 2000 personas. El
Sr. Kinza Hirai traducía, y mis palabras sobre el estado del budismo
fueron recibidas con atronadores aplausos. Al siguiente día fui reci-
bido solemnemente en el gran templo del Hongwanji occidental,
una de las dos divisiones de la secta Shin Shu†. El edificio sagrado
estaba decorado con la bandera nacional y, como una atención hacia
mí y a los budistas de Ceilán, la bandera simbólica budista, que la
S. T. Budista de Colombo ha introducido en la Isla de Ceilán. Esta
agradable cortesía me fue mostrada a lo largo de todo mi recorrido
por Japón, agrupando las dos banderas en todos los hoteles, esta-
ciones de tren y templos visitados. El día del cual estoy hablando,
600 discípulos del Colegio del Templo se colocaron en dos filas
para saludarme mientras caminaba entre ellos a la llegada. Se me
pidió que les hablase sobre el tema de la educación y la religión,
después de lo cual se sirvió una colación de tortas, etc. El viajero
se asombra en Japón al ver con qué gusto exquisito confeccionan
los confiteros sus obras maestras: los pasteles tienen la forma de
flores, tan hábilmente modeladas y pintadas, que en la ligera caja
de madera clara de momi con compartimentos, en que las ofrecen

* Advance Japan, Londres, 1896, W. H. Allen & Co., Ltd. (Olcott)


† Para una exposición de las opiniones de este grupo religioso, consulte A Shin
Shu Catechism en The Theosophist, Vol. XI, pp. 9 y 89, de un funcionario oficial del
Hongwanji. (Olcott)
68 H ojas de un viejo diario

sobre algodón, uno puede suponer que son flores de invernadero.


Este sentido artístico se ve en Japón en todos los detalles de la vida,
forma parte integrante del carácter nacional. En las comidas, las
legumbres variadas, cuando se levantan las tapas de laca que las
cubren, se encuentran dispuestas de modo que presentan contrastes
de colores que las hacen más apetitosas. ¡Qué pueblo dulce y encan-
tador! ¡Quién podría no quererlo después de haberlo visto en su
hogar!
Al otro día se me hizo una recepción semejante en el Hongwanji
Oriental, al cual pertenece el Sr. Bunyin Nanjio, el brillante discí-
pulo sanscritista del profesor Max Müller, con quien editó el
Sukhâ-vati-Vyûha, una descripción de Land of Bliss*. Para mí, era un
gran placer conocerlo, y le estoy agradecido por haberme servido
varias veces de intérprete. Me hicieron visitar el enorme templo,
entonces casi terminado, y que era el más hermoso del país. Me
enseñaron unos enormes cables de 38 centímetros de espesor y de
16 metros de largo cada uno, tejidos exclusivamente con los cabellos
de mujeres piadosas que los habían ofrecido para ser usados, ¡para​​
acarrear las vigas del nuevo santuario! ¿Se oyó alguna vez hablar de
una devoción semejante? Aquel día recibí mi primer regalo de libros
para la Biblioteca de Adyar, que posee una gran y rica colección
japonesa, gracias a la generosidad de nuestros amigos japoneses. Esa
noche di mi tercera conferencia en Kioto ante la habitual multitud
de pacientes oyentes, y en seguida posé para mi retrato ante un
artista del cual no sé el nombre. No sé qué se ha hecho de este.
El día 15 fui a Osaka, la segunda ciudad más grande de Japón, Kioto
ocupa el tercer lugar. Es para el imperio lo que Liverpool o Glasgow
son para Gran Bretaña, o Boston o Filadelfia para Estados Unidos.
Es la sede de una de las seis divisiones militares de Japón. Uno de
los barrios de la ciudad lleva el nombre de Tennôji, el Templo de
los Reyes Celestiales, por la existencia allí de uno de los santuarios
más sagrados de la religión budista; el que, de hecho, visité el día
17. Me dijeron que es el templo más antiguo de Japón. Allí hay una
antigua biblioteca giratoria, los libros se colocan en marcos girato-
rios que pueden girarse en busca de cualquier volumen deseado, al
igual que las estanterías giratorias modernas, recientemente redes-
cubiertas y ahora de uso general; solo que estas de Tennôji son
estructuras enormes, y se han mantenido allí durante un sinfín de
años. Una característica interesante de este lugar es un templo para
los bebés que han dejado los brazos de sus madres llorando para
pasar a Sukhâvati, el paraíso japonés. Está lleno de ropa, juguetes

* Anecdota Oxoniensis, serie aria, Vol. I, parte II, Oxford, 1883. (Olcott)
Visita a Japón 69

y otros objetos amados que antes pertenecían a los pequeños, y


una campana cuelga allí para que la madre haga sonar mientras
ofrece su oración, para que las orejitas cerradas por la muerte, pero
reabiertas en una esfera más brillante, puedan oír el grito de su
corazón y que el niño aproximándose sienta la oleada de amor que
se lanza hacia él. El decano de los guardianes del templo me dio
una antigua moneda japonesa de oro, plana, delgada, redondeada
y con caracteres chinos. Di una conferencia en la Sociedad para la
Regeneración de los Presos.
A mi llegada a Osaka el día 15, antes de llegar a mi lugar de
alojamiento, el Templo Un-rai-ji de la secta Nichi-ren, tuve que
visitar una escuela de niñas llamada “So-gai-suchi-een” y darles
una conferencia a las alumnas, y también visité una gran escuela de
niños, “Kyo-ritsu-gakko”, y les hablé también a ellos. Por estar obli-
gado a permanecer de pie sin zapatos, según la costumbre japonesa,
el frío húmedo penetró de tal modo en mis calcetines de algodón,
que atrapé un gran resfriado que amenazaba en convertirse en
neumonía. Pero un baño de pies muy caliente, tomado a tiempo, y
un buen sueño, detuvieron los progresos del mal. Desgraciadamente
Dharmapala no tuvo la misma suerte, porque los dolores de sus
pies aumentaron de tal modo, que se vio obligado a ingresar en
el Hospital de Kioto, y permanecer allí hasta los últimos días de
mi gira. La bondad de todos, empleados del Hospital y visitantes,
fue sencillamente maravillosa. Una sociedad de jóvenes budistas se
constituyó en un cuerpo de enfermeros y no se separó de él ni
de día ni de noche, adivinando sus necesidades y cuidándolo con
cariño. Esta costumbre nacional de quitarse los zapatos al entrar en
una casa o templo es peligrosa para los extranjeros, y sufrí mucho
hasta que aprendí, de un amable amigo inglés en Kobe, a llevar
conmigo un par de chaussons, [gruesos calcetines] de lana, como los
que llevan dentro de sus sabots o zuecos de madera en invierno,
los campesinos franceses, para ponérmelos en la puerta después
de quitarme los zapatos. Después de eso, no hubo más dificultades.
Recomiendo a los amigos que piensen visitar Japón que tomen la
misma precaución. A las 10 de la mañana del día 16 fui al Templo
Cho-sen-ji, de la secta Shin-shu (un paseo de 4,8 kilómetros en
rickshaws), y di una conferencia; de allí a la casa del Sr. Tamuda
para almorzar, y, más tarde, al Templo Nam-ba-mido, de la misma
secta que los anteriores, y di una conferencia a una audiencia de
2500 personas. En la mañana del 18 regresé a Kioto, dejando atrás a
Noguchi, enfermo en la cama.
Las cosas habían llegado a un punto crítico en lo que respecta a
mi gira por Japón. Ahora me enteré de que el comité de hombres
70 H ojas de un viejo diario

jóvenes que me había invitado no tenía el dinero que se necesi-


taba para la gira, y que incluso se habían visto obligados a cobrar
10 sen por la admisión a mis conferencias de Kioto para cubrir
los gastos preliminares. Entonces, las ricas autoridades de la secta
Shin-shu, habían ofrecido encargarse de mi gira y pagar todo, con
la condición de que se retirase el comité primitivo y les dejase la
entera dirección. Esta oferta aseguraba completamente el éxito de
la gira, pero no me satisfacía, porque era una solución equivalente
a abandonarme por completo a una de las nueve principales sectas
budistas para que me escoltara por el imperio, lo cual podría hacer
creer al público que yo compartía las doctrinas del Shin-shu. Ahora
bien, dicha secta presenta la anomalía de que los sacerdotes se casan
y forman una familia, mientras que el celibato fue especialmente
ordenado en sus bhikkhus por el Buda. Ellos justifican eso diciendo
que son solo samaneras, o como diríamos nosotros, clérigos, y no
sacerdotes. Sea como sea, no hubiera sido prudente por mi parte
consentir ese arreglo —preparado por el comité sin mi consenti-
miento— y me rehusé. Envié invitaciones a los Sumos Sacerdotes
de todas las sectas para que se reunieran conmigo en el Consejo,
en la Habitación de la Emperatriz, en el Templo Choo-in el 19 de
febrero, para oír lo que tenía que decirles. Para asistir a este Consejo
regresé de Osaka el día 18, como se mencionó anteriormente. Me
dijeron que la reunión no tenía precedentes en la historia de Japón,
que nunca antes se había celebrado un Consejo General de los Jefes
de todas las Sectas. Eso no me preocupó, porque me había estado
reuniendo en relaciones amistosas en India y Ceilán, durante años
pasados con sacerdotes, pandits y otras personas de diversas sectas,
y experimentaba en mí ese sentimiento de poder y de certidumbre
que asegura el éxito. El hecho es que la entusiasta bienvenida con
que se me acogió inmediatamente y desde el momento de mi
desembarco, y las enormes multitudes que se apretujaban por oír
mi mensaje de amor fraternal, me habían colocado en situación de
dictar mis condiciones, y no tenía la menor intención de permitir
explotar mi visita por una sola secta, por más rica o poderosa que
fuese. Pienso que mi decisión sirvió para influenciar a ciertos
Jefes sectarios que acudieron a oír mis opiniones, aunque estaban
dispuestos a no dejarse persuadir, ni a consentir ningún argumento
insidiosamente presentado, que pareciera tender a asignarles indi-
vidualmente un lugar que pudiese disminuir su importancia ante
los ojos de sus discípulos y del público. En todo caso, el Consejo se
reunió a la hora designada y fue un éxito total, como lo demostrará
la continuación de mi narración en el próximo capítulo.
CAPÍTULO VII
Exitosa cruzada en Japón
1889

E
L día de nuestra reunión el sol era brillante y su luz reflejada
hacía que cada punto de oro en los paneles de laca brillara,
y cada superficie brillante en las decoraciones bordadas de
satén floreciera en sus hermosos tonos. Se había puesto una larga
mesa en medio del salón, con sillas a cada lado, que debían ser
ocupadas por los Sumos Sacerdotes por orden de edad, a sugerencia
mía. Una mesita en un rincón, estaba destinada al intérprete, el
Sr. Matsumura, de Osaka. Me invitaron a que ocupase un sitio en la
cabecera de la mesa grande, pero decliné respetuosamente, diciendo
que como no tenía ningún rango oficial en su orden, no se me
podía asignar un lugar apropiado; como extranjero y laico, sería más
respetuoso que me sentara en la mesa pequeña con mi intérprete.
Fue el segundo punto establecido, porque el primero fue hacerlos
sentar por edad, dado que el principio de inclinarse ante la superio-
ridad de los años, era universal en Oriente. Al mismo tiempo, esto
salvaba la dificultad de saber qué secta ocuparía la cabecera; era un
punto de etiqueta tan escrupulosamente mantenido como lo fue
por ese vehemente caudillo que decía: “Donde Douglas se siente,
allí está la cabecera de la mesa”. Entre los delegados se encontraban
varios hombres muy viejos de cabellos grises y formas encorvadas,
que mantenían sus manos y cuerpos calientes en la habitación sin
calefacción con braseros de bronce colocados ante ellos sobre la
mesa y un ingenioso artilugio, una caja de hojalata curvada con tapa
perforada, a su medida alrededor de la boca del estómago, dentro de
un fajín, con un rollo de carbón en polvo en una fina cubierta de
72 H ojas de un viejo diario

papel en el interior, que al encenderse en un extremo, se consume


muy lentamente y le da un agradable calor al cuerpo.
Después de estos preliminares, hice leer, ante todo, por el
Sr. Matsumura, una traducción japonesa de la carta sánscrita de
Sumangala Thera a los budistas de Japón —mencionada anterior-
mente— en la que rogaba a sus correligionarios que me recibieran
como un budista sincero y celoso, y me ayudasen a cumplir mi labor.
A esto siguió la lectura de una carta colectiva del mismo género,
escrita por los principales sacerdotes de las dos sectas budistas de
Ceilán. Leí en seguida en inglés el discurso donde yo había definido
mis ideas y esperanzas sobre esta gira, y mis razones para reunir
el concilio. Como las consecuencias de la reunión fueron impor-
tantes y duraderas, y aquel acontecimiento quedó como histórico
en Japón, me atrevo a copiar del suplemento de The Theosophist de
abril de 1889 el texto completo del documento.

Estimados Señores,
Los he invitado a reuniros hoy en terreno neutral para una consulta
privada.
¿Qué podemos hacer por el budismo?
¿Que debemos hacer por él?
¿Por qué las dos grandes mitades de la Iglesia Budista perma-
necen más tiempo ignorándose la una a la otra?
Rompamos ese largo silencio; crucemos el abismo de 2300 años;
que los budistas del norte y los del sur vuelvan a ser una sola
familia.
El gran cisma se produjo en el segundo concilio de Vaisâli y he
aquí algunas de las causas en las siguientes preguntas: “¿Pueden
los monjes guardar sal en cuernos para servirse de ella más
tarde?” “¿Pueden comer los monjes alimentos sólidos después de
mediodía?” “¿Pueden beber bebidas fermentadas que se parezcan
al agua?” “¿Pueden usar asientos cubiertos de tela?” “¿La Orden
puede recibir oro y plata?”.
¿Es en realidad posible que la gran familia budista permanezca
desunida por tales motivos? ¿Qué es más importante, vene-
rables Señores, que la sal sea guardada o no para servir más
tarde, o que las Doctrinas del budismo sean predicadas a toda
la humanidad? He venido de India —un viaje de 8000 kilómetros,
que es largo para un hombre que tiene cerca de 60 años— para
hacerles esa pregunta. Respóndanme, Oh Sumos Sacerdotes
de las doce sectas de Japón. Les he traído un llamamiento por
Exitosa cruzada en Japón 73

escrito de sus correligionarios de Ceilán y una carta en sánscrito


del erudito Sumangala, Sumo Sacerdote del Pico de Adán, pidién-
doles que reciban sus saludos fraternales, que me escuchen y me
ayuden a llevar a cabo mi trabajo religioso. No tengo nada que
decir en particular a ninguno de ustedes pero hablo a todos. Mi
misión no es propagar las doctrinas particulares de ninguna secta,
sino reunirlas a todas en una empresa sagrada. A cada uno de
ustedes los reconozco como budistas y hermanos. Todos tienen
un objeto común. Escuchen las palabras del erudito y peregrino
chino Hiouen Thsang: “Las escuelas de filosofía siempre están en
conflicto, y el ruido de sus apasionadas discusiones se eleva como
las olas del mar. Los herejes de las diferentes sectas se adhieren
a maestros particulares y, por diferentes rutas, caminan hacia el
mismo objetivo”. He conocido a sacerdotes eruditos involucrados
en una amarga controversia sobre los temas más infantiles, mien-
tras los misioneros cristianos reunían a los niños de sus vecinda-
rios en escuelas, ¡y les enseñaban que el budismo es una religión
falsa! Ciegos a su primer deber como sacerdotes, sólo pensaban
en discutir sobre asuntos sin importancia. No tengo respeto por
sacerdotes tan tontos, ni puedo esperar que me ayuden a difundir
el budismo en países lejanos, ni a defenderlo en casa de sus
enemigos acérrimos, ricos e infatigables. Todos mis ayudantes y
simpatizantes serán sacerdotes y laicos budistas sinceros, inteli-
gentes y de mente amplia, de todos los países y naciones.
Vean dos cosas que tenemos que hacer en los países budistas,
para revivificar la religión: purificarla de sus corrupciones y preparar
libros elementales y adelantados para la instrucción de los niños
y edificación de los adultos, a fin de hacerles ver a qué mentiras
recurren nuestros enemigos. Cuando estos últimos estén tratando
de persuadir a los niños para que cambien la religión de su familia
por otra, debemos, estrictamente como una medida de autode-
fensa, y sin ningún espíritu enojado o intolerante —condenado por
nuestra religión— recopilar y publicar todos los datos disponibles
sobre los méritos y deméritos de la nueva religión ofrecidos como
mejores que el budismo. También es nuestro deber —señalado por
el mismo señor Buda— enviar maestros y predicadores a tierras
lejanas, como Europa y EE. UU., para decirles a los millones que
ahora no creen en el cristianismo, y que buscan alguna religión para
reemplazarlo, que ellos encontrarán en el budismo aquello que
convencerá a su razón y satisfará su corazón. Tan completamente
se ha roto la relación entre los budistas del norte y del sur desde
el Concilio de Vaisâli, que no conocen las creencias de los otros
ni el contenido de sus respectivas Escrituras. Una de las primeras
74 H ojas de un viejo diario

tareas que tienen ante sí, por lo tanto, es hacer que los eruditos
comparen críticamente los libros, para determinar qué partes son
antiguas y cuáles modernas, cuáles autorizadas y cuáles falsifi-
caciones. Luego, los resultados de estas comparaciones deben
publicarse en todos los países budistas, en sus diversas lenguas
vernáculas. Es posible que tengamos que convocar otro gran
Concilio en algún lugar sagrado, como Bodh Gaya o Anuradha-
pura, antes de que se autoricen las publicaciones mencionadas.
¡Qué espectáculo tan grandioso y esperanzador sería ese! ¡Que
vivamos para verlo!
Ahora comprendan amablemente que, al hacer todos estos planes
para la defensa y propagación del budismo, lo hago en el doble
carácter, de budista individual y de Presidente de la Sociedad
Teosófica, actuando a través y en nombre de su División Budista.
Nuestra gran Hermandad comprende ya 174 Ramas, distribuidas
en el mundo de la siguiente manera: India, Ceilán y Birmania 129;
Europa 13; EE. UU. 25; África 1; Australasia 2; Indias occidentales
2; Japón 1; Singapur 1. Total, 174 Ramas de nuestra Sociedad,
todas bajo una dirección general. Cuando visité Ceilán por primera
vez (en el año 1880) y formé varias Ramas, organicé una División
Budista de la Sociedad, para incluir todas las Ramas budistas que
pudieran formarse en cualquier parte del mundo. Lo que ahora les
ofrezco es organizar tales Ramas en todo Japón y registrarlas, junto
con nuestras Ramas budistas en Ceilán, Birmania y Singapur, en
la “División Budista”, para que todos puedan trabajar juntos por el
objetivo común de promover los intereses del budismo. Será una
cosa fácil de hacer. Ya tienen ustedes muchas Sociedades de este
tipo, cada una de las cuales intenta hacer algo, pero ninguna puede
lograr tanto como si ustedes uniesen sus fuerzas entre sí y con las
Sociedades hermanas en países extranjeros. Le costaría mucho
dinero y años de trabajo establecer agencias extranjeras como la
nuestra, pero le ofrezco la posibilidad de tener estas agencias ya
preparadas, sin que ustedes tengan que incurrir en gastos prelimi-
nares. Y dado que nuestra División Budista ha estado trabajando
por el budismo sin ustedes durante los últimos diez años, dudo
que puedan encontrar colaboradores más confiables o celosos.
La gente de Ceilán es demasiado pobre y muy escasa (sólo unos
2 000 000 de budistas) para emprender un plan tan grande como
el que propongo, pero ustedes y ellos, juntos, podrían hacerlo con
éxito. Si ustedes preguntan cómo deberíamos organizar nuestras
fuerzas, les señalo a nuestro gran enemigo, el cristianismo, y les
pido que miren sus grandes y ricas Sociedades Bíblicas, Tratados,
Escuelas Dominicales y Sociedades Misioneras; las tremendas
Exitosa cruzada en Japón 75

agencias que apoyan para mantener con vida y difundir su reli-


gión. Debemos formar Sociedades similares y convertir a nuestros
hombres de negocios más prácticos y honestos en sus administra-
dores. No se puede hacer nada sin dinero. Los cristianos gastan
millones para destruir el budismo; debemos gastar para defenderlo
y propagarlo. No debemos esperar a que unos pocos ricos cedan el
capital: debemos convocar a toda la nación. Los millones gastados
por los misioneros son aportados principalmente por los pobres
y sus hijos: sí, sus hijos, digo, porque les enseñan a sus hijos a
negarse los dulces y los juguetes y dan el dinero para convertirse
al cristianismo. ¿No es eso una prueba de su interés en la difu-
sión de su religión? ¿Qué están haciendo ustedes para compa-
rarse con eso? ¿Dónde están sus gigantescas Sociedades de
Publicaciones Budistas, sus Sociedades Misioneras Extranjeras,
y los misioneros en tierras extranjeras? Viajo mucho, pero no he
oído hablar de ellos en ningún país de Europa o Estados Unidos.
Hay muchas escuelas e iglesias cristianas en Japón, pero ¿hay
una escuela o templo budista japonés en Londres, París, Viena o
Nueva York? ¿Si no lo hay, por qué no? Saben ustedes tan bien
como yo que nuestra religión es mejor que el cristianismo, y que
sería una bendición que la gente de la cristiandad la adoptara: ¿por
qué, entonces, no les han dado ustedes la oportunidad? ¡Ustedes
son los centinelas a las puertas de nuestra religión, oh jefes de los
sacerdotes! ¿Por qué duermen cuando el enemigo está tratando de
socavar sus muros? Sin embargo, aunque descuidan su deber, el
budismo se está extendiendo rápidamente en los países cristianos
por varias causas. En primer lugar, su mérito intrínseco, luego su
carácter científico, su espíritu de amor y bondad, su encarnación
de la idea de justicia, su coherencia lógica. Luego, la conmovedora
dulzura de la historia de la vida de Sakhya Muni, que ha tocado los
corazones de multitudes de cristianos, como se narra en el poema
y la historia. Hay un libro llamado “La Luz de Asia”, un poema del
Sr. Edwin Arnold, del cual se han vendido varios cientos de miles
de copias, y que ha hecho más por el budismo que cualquier otro
organismo. Luego existen y existieron grandes autores y filólogos
como el Prof. Max Müller, los Sres. Burnouf, De Rosny, St. Hilaire,
Rhys Davids, Beal, Fausböll, Bigandet y otros, que han escrito
sobre el señor Buda en los términos más comprensivos. Y entre
las agencias a destacar está la Sociedad Teosófica, de la que soy
Presidente. El “Catecismo Budista”, que compilé para los budistas
cingaleses hace ocho años, ya se ha publicado en quince idiomas
diferentes. Una gran autoridad me dijo recientemente en París que
había no menos de 12 000 profesos budistas solo en Francia, y
76 H ojas de un viejo diario

en EE. UU. estoy seguro de que debe haber al menos 50 000. Ha


llegado el día propicio para que realicemos nuestros esfuerzos
unidos. Si puedo persuadirlos de que se unan a sus hermanos en
Ceilán y en otros lugares, pensaré que estoy viendo el amanecer
de un día más glorioso para el budismo. Venerables Señores,
escuchen las palabras de su ignorante pero sincero correligio-
nario estadounidense. Levántate y hazlo. Cuando se establece la
batalla, el lugar del héroe está al frente: ¿a quién de ustedes veré
actuando como héroe en esta lucha desesperada entre la verdad
y la superstición, entre el budismo y sus oponentes?

Desde el punto de vista práctico, sugerí la formación de un Comité


General de asuntos budistas, que abarcara representantes de todas
las sectas, que deberían actuar en favor de los intereses generales del
budismo y no de los de ninguna secta o subdivisión en particular.
Les urgí este plan muy enérgicamente. Agregué que me negaba
decididamente a hacer la gira por Japón a menos que fuese bajo los
auspicios de todos, porque de otro modo mis llamamientos serían
interpretados como hechos en favor de tal o cual secta que me acom-
pañase, y sus efectos serían nulos. Les advertí que los misioneros
cristianos habían abierto los ojos y que su celo no ahorraría ningún
esfuerzo, hasta llegar a la mentira y la calumnia para desacreditar
mi misión, como ya lo habían hecho en India y Ceilán, desde que
comenzamos nuestros trabajos. Finalmente, los previne de que si
no formaban dicho Comité Conjunto, tomaría el primer vapor que
saliera, para volver a mi casa. Dharmapala, que aquel día estaba algo
mejor, fue traído en una silla y asistió a toda la sesión. Me imagino,
cuando vuelvo a pensar en ello, que aquellos venerables pontífices,
jefes espirituales de 39 millones de japoneses, y titulares de 70 000
templos, deben haberme considerado un tipo tan dictatorial como
mi compatriota el Comodoro Perry. No importa ahora, ya que se
aceptaron mis términos; se formó el Comité Conjunto, conocido
como indo-Busseki-Kofuku-Kwai —creo que ese es el título— se
les reembolsó el desembolso preliminar al Comité de Jóvenes, y a
partir de ese momento, mi programa fue establecido por mi Comité,
de manera que visitase todos los centros budistas importantes del
imperio, y fuese recibido sucesivamente por cada secta, dando mis
conferencias en ciertos templos escogidos de cada una de ellas. En
el transcurso del recorrido, se tomó una fotografía grupal de los
miembros del Comité Directivo, de mí y del Sr. Matsumura, y los
visitantes de nuestra Sede Central de Adyar pueden verla.
El 20 de febrero está anotado en mi Diario como una fecha tran-
quila, un reposo después de los duros trabajos del Concejo. Consentí
Exitosa cruzada en Japón 77

en ir a Yokohama después de recibir telegramas anunciando que


todo estaba preparado para recibirnos. Ese día y los siguientes recibí
numerosas visitas, pero mi placer se se vio empañado al ver los
sufrimientos de Dharmapala, que se hallaba en un estado horrible.
Tuve tiempo para visitar una nueva hilandería de seda, cuyas
máquinas fueron instaladas por el representante de una gran fábrica
de Birminghan. Me llamó la atención la excelencia de la planta, que
era lo mejor que el dinero podía comprar; lo mejor, me aseguró,
que había instalado en el transcurso de sus veinte años de conexión
con el negocio. A ambos nos sorprendió que si los japoneses prac-
ticaran la misma prudencia en todos sus inicios en las empresas
manufactureras, se convertirían en competidores formidables en los
mercados del comercio mundial. Los días pasados desde entonces,
han demostrado la exactitud de nuestros pronósticos.
El 24 fui a Otsu a dar una conferencia a orillas del Lago Biwa;
había allí un grupo de cristianos entre mi auditorio, pero cuando
oyeron que yo explicaba las bellezas del Buddha Dharma, todos se
marcharon, ¡pobrecitos! El Lago Biwa es uno de los más bonitos
del mundo; sus aguas son tranquilas como un espejo, sus montañas
están cubiertas de nieve y sus colinas se ven revestidas con bosques
de pinos, el todo forma un cuadro encantador. Una leyenda cuenta
que en una catástrofe sísmica ocurrida el año 286 a. C., aquel lago
se formó en una sola noche, mientras que a 322 kilómetros de
distancia, el pico de Fuji San, la montaña cónica sin igual, cubierta
de nieve, se elevó a su altura de 3657 metros con un cráter de 152
metros de profundidad. Era muy interesante oír contar las leyendas
populares de los dioses y los héroes de la localidad, y de sus grandes
hechos, mientras nos hallábamos sentados en las pendientes ante
el Templo de Mii-dera, rodeados de aquel magnífico panorama. Al
mismo tiempo, llevé la mente de los que me rodeaban, al objetivo
de mi misión. Mirando hacia abajo de nosotros, desde un pabellón
de té en el saliente de una colina, la ciudad de Otsu, y señalando la
gran aglomeración de casas, pregunté cuántos budistas hallaría allí
el señor Buda si estuviese entre nosotros. Vaya, tantos miles, respon-
dieron, mencionando aproximadamente la población del lugar.
No me refiero a eso, dije, pero ¿a cuántos de esos miles llamaría
budistas reales, los practicantes de sus Cinco Preceptos? ¡Oh! casi
ninguno, dijeron. Pues bien, dije a modo de conclusión, intentemos
aumentar el número con nuestros buenos consejos, pero princi-
palmente con nuestro ejemplo. Se lo tomaron muy afablemente
y, de hecho, siempre los encontré dispuestos a reír cada vez que
se les hacía un reproche; son tan dulces que no guardan rencor
78 H ojas de un viejo diario

cuando están convencidos de la amabilidad y buena voluntad de sus


visitantes.
Una leyenda del lago trata de la matanza de una monstruosa
serpiente que devastó toda la campiña. Ningún hombre tuvo el
coraje de atacarla hasta que la Reina del reino acuático, compade-
ciéndose de la humanidad, asumió la forma de una bella dama de la
Corte Japonesa y apeló a Ben-Kei, el héroe semidiós, para que exhi-
biera sus poderes sobrehumanos. Acto seguido, el San Jorge japonés
dobló su fuerte arco y disparó una flecha con tanta certeza que
atravesó el cerebro del monstruo y lo silenció eficazmente. Compré
por una suma insignificante una imagen que representa el evento
interesante.
Al día siguiente fui a ver a Dharmapala al Hospital y lo encontré
un poco mejor. El resto de mi tiempo lo dediqué a las visitas. La
primera petición de Carta Constitutiva para la fundación de una
Rama de la S. T., me llegó ese día. El día 26 fui a Kobe, donde me
alojó el Sr. T. Walsh, el propietario de una fábrica de papel. Me
visitó con el Sr. Jerningham, el cónsul de los Estados Unidos. Al día
siguiente, con los miembros del comité, navegué hacia Yokohama
en un excelente vapor japonés y llegué allí el 28 a las 6 p. m., después
de navegar por el Mar Interior y de haber tenido una gran vista del
Fujiyama o Fuji-San. Las pendientes son tan graduales que engañan
a la vista en cuanto a su altura y hacen que parezca mucho más baja
de lo que es. Los representantes del Comité General me recibieron
a mi llegada y me acompañaron al Grand Hotel, donde me encontré
muy cómodo. El Cónsul Sr. James Troup, H. B. M.*, conocido escritor
sobre budismo del norte, y yo intercambiamos visitas y tuvimos
una conversación muy agradable, y nuestro grupo partió en tren
hacia Tokio (Yeddo), la capital, a las 4 de la tarde. Una enorme
multitud rodeaba la estación para recibirme, y no pude dudar, y el
Comité tampoco, de que aquello era una verdadera bienvenida. Por
la noche, el Sr. Bunyin Nanjio me visitó con el Sr. Akamatsu, otro
hombre de Cambridge de gran valor intelectual y alta cultura, que
ha sido ascendido a un puesto de gran responsabilidad en el oeste
de Hongwanji, y es un interlocutor de lo más encantador. Vinieron
también otros personajes importantes. Al día siguiente presenté mis
respetos al Sr. Hubbard, el Ministro Plenipotenciario de los Estados
Unidos y a Su Excelencia el marqués Aoki, Subsecretario de Estado
de Relaciones Exteriores, para quien tenía una carta de presenta-
ción. El Comité me llevó a ver las tumbas de dos antiguos Shoguns,
magníficos monumentos esculpidos, laqueados y ornamentados. Se

*  En ingles, Her/His Britannic Majesty: Su Majestad Británica. (N. del E.)


Exitosa cruzada en Japón 79

me dijo que los Shoguns son envueltos en una serie de siete fére-
tros, pero nadie pudo decirme el por qué. ¿Es acaso un símbolo de
la séptuple constitución del hombre? Junto a una de las tumbas,
estaba el gran tambor de guerra del soberano difunto, el que en
otros tiempos hacía resonar al frente de sus ejércitos victoriosos.
La tentación de darles una sorpresa fue tan fuerte que agarré el
mazo e hice sonar una nota retumbante en el gigantesco tambor.
“Ved”, grité; “Los convoco a todos en nombre del Shogun difunto
para la batalla de su religión ancestral contra las fuerzas hostiles
que quisieran vencerla”, y en seguida les rogué que me perdonasen
si había faltado al código de la cortesía. Pero manifestaron diciendo
que yo no había hecho más que mi deber recordándoles la obliga-
ción que tenían, de obrar por su fe, y que harían buen uso de este
incidente, para con el público.
El 3 de marzo me pidieron que pronunciara un discurso en una
gran reunión de todos los sacerdotes más importantes de la capital
y alrededores, y con toda la fuerza de que soy capaz, me esforcé por
hacerles ver su deber y cómo éste se hallaba íntimamente unido a
sus verdaderos intereses. Como en otro tiempo en Ceilán, les dije
que si eran un poco sensatos, harían todos los esfuerzos posibles
para conservar en las generaciones futuras, el espíritu religioso que
haría de ellas, en la edad madura, los voluntarios sostenes de los
templos y del clero, como sus padres lo habían sido antes que ellos.
Porque si se deja extinguir ese sentimiento, los templos se desplo-
marán y los monjes se extinguirán por no hallar de qué vivir; para
mí no les pedía nada, ni la menor recompensa. Yo no era más que el
heraldo del Fundador de nuestra religión, que les llamaba al trabajo,
antes de que fuese demasiado tarde para ocuparse del desastre. Tal
fue mi leitmotiv durante toda aquella gira, que como se verá, tuvo
pleno éxito.
El 4 de marzo hice una visita ceremonial al Sumo Sacerdote
de Hongwanji Oriental, Otani Koson San, un noble de nacimiento,
del rango de marqués bajo el nuevo sistema. Encontré en él un
hombre cortés y digno, que parecía desear lo mejor para mi misión
y prometió toda la ayuda necesaria. De allí a la Embajada de Estados
Unidos; y, más tarde, los Sres. Nanjio, Akamatsu y yo tuvimos una
larga charla sobre asuntos budistas.
Por la noche, con el marqués Otani y el Sr. Akamatsu, asistí a
una fiesta en la casa del Vizconde Sannomiya, Chambelán Imperial,
cuya esposa es una Dama de Honor alemana de Su Majestad la
Emperatriz. Como era mi primera velada en Japón y hasta entonces
yo había visto a todos los grandes funcionarios con el traje nacional,
no sabía qué ponerme y pedí consejo a un norteamericano y al
80 H ojas de un viejo diario

Sr. Akamatsu; ambos me dijeron que aquello no importaba y que


fuese con mi levita de costumbre. Tenía mucho miedo de tomar frío
de frac, pero pensé que de todos modos sería más seguro confor-
marme con nuestras costumbres occidentales, e hice bien. Al llegar
a la casa, vi que mi huésped y todos los que le rodeaban estaban
de frac o de uniforme militar occidental con sus condecoraciones;
en los salones, pasaba lo mismo, y las señoras vestían a la moda
de París. ¡Puede suponerse lo que hubiera yo experimentado sin
mis sabias previsiones! No puedo decir que me causó placer ver a
todos aquellos orientales que abandonaban sus trajes pintorescos
que les sientan tan bien, por nuestros trajes europeos que nos van
bien a nosotros, pero decididamente no a un asiático. Fue para mí
un alivio ver de nuevo a esos mismos personajes, yendo de visita a
sus casas, casi invariablemente con su traje nacional, y poniéndose
el nuestro sólo en público, cuando los decretos imperiales lo pres-
criben. La velada del vizconde Sannomiya se parecía por completo
a las nuestras, hasta los bailes, en los cuales algunos japoneses y
aún algunas damas, tomaban parte. Lo que más me sorprendió,
después de tantos años en India y otros países orientales, fue la
atmósfera de respeto e igualdad en las relaciones entre nativos y
residentes extranjeros. Hubo una ausencia total de esa vergüenza
y supresión de sí mismo, por una parte, y la protección insolente,
por otra, que son tan irritantes para un amante de los asiáticos y
sus países. Apenas puedo expresar mi alegría al respecto durante
toda mi visita a Japón. Entre los invitados de la Sra. Sannomiya
estaban los príncipes y princesas reales y nobles menores de todos
los rangos. También conocí al profesor Fenolosa, de Boston, EE. UU.,
director de la Escuela de Bellas Artes, su esposa y una amiga, la
Dra. W. S. Bigelow, las tres personas encantadoras, con quienes tuve
la suerte de entablar relaciones muy amistosas. Con Fenolosa visité,
al día siguiente, a un antiguo compañero del ejército, el general de
brigada. C. W. Legendre, del Quincuagésimo Primer Regimiento de
Nueva York, de la expedición Burnside a Carolina del Norte, con
quien pasé por varias batallas, en una de las cuales —Newbern*— lo
vi gravemente herido. Por supuesto, estábamos encantados de volver
a encontrarnos, después de veintiséis años, en este remoto rincón
del mundo, y de hablar sobre los viejos tiempos. En el club Tokyo,
donde fui nombrado Miembro Honorario, conocí a muchos de los
hombres más influyentes y cultos de la época, entre ellos el capitán

*  La Batalla de New Bern (también conocida como la Batalla de New Berne) se


libró el 14 de marzo de 1862, cerca de la ciudad de New Bern, Carolina del Norte,
como parte de la Expedición Burnside (comandada por el Brigadier General
Ambrose Burnside) en la Guerra Civil Estadounidense. (N. del T.)
Exitosa cruzada en Japón 81

Brinckley, RA, jubilado, Director del Japan Mail, Dr. Edward Divers,


profesor de química en la universidad, el profesor Milne, el sismó-
logo de fama mundial, capitán J. M. James, del Departamento Naval
Japonés, Hble. Sr. Satow, Dr. Baelz, Sr. Basil, Hble. Chamberlain,
Hble. Sec. de la Sociedad Asiática de Japón y otros. De todos y cada
uno recibí sólo la mayor cortesía.
A las 3 p. m. el 6 de marzo di una conferencia en el Templo de
Rin-sho-in ante una audiencia “educada”, sin intérprete, y luego
hice visitas. Al día siguiente, la conferencia fue en el Templo de
Zo-jo-ji, para sacerdotes jóvenes sobre su deber, y hablé tan clara-
mente como lo exigía la ocasión. Cené en el mismo templo y vi una
colección de pinturas de supuestos Rahans (Arhats, Rahats, Munis,
Mahatmas), cuyos originales, si los hubieran encontrado casual-
mente, nunca habrían sido tomados por personas espiritualmente
avanzadas. De hecho, les dije a los amistosos monjes que me estaban
dirigiendo que si alguna vez hubieran visto los rostros sublimes de
los verdaderos Rahans, desearían quemar estas parodias. Esa misma
noche tuve el placer de presenciar la actuación de un destacado
prestidigitador japonés. ¡Iba vestido con un traje de paseo europeo,
su levita negra abotonada hasta arriba y lucía una pequeña cruz de
oro! Me explicaron que no era una señal de cristianismo, porque
él no lo era, sino de poder milagroso; ¡la cruz está asociada por el
rumor popular con el obrar milagros! Entró en una corta procesión
desde una puerta al costado de la sala, precedido por un tambor y
una flauta, y seguido por sus asistentes, hombres y mujeres, vestidos
con trajes nativos. Una de sus pruebas más interesantes, fue hacer
salir un chorro de agua de un abanico cerrado, y otro de la cabeza
de un hombre, de donde en seguida hizo salir una llama. Una joven
acostada en un banco de madera, pareció ser atravesada por un
sable, y otra suspendida por cuerdas de las muñecas y tobillos en
una gran cruz de madera, fue atravesada en el sitio del corazón por
una lanza, y saltó un torrente de sangre. Sin embargo, como las dos
doncellas caminaban de nuevo como si no hubiera sucedido nada
inusual, saqué la conclusión de que todos habíamos sido juguetes
de una ilusión.
A las 2 p. m. el día 8 di una conferencia en Higashi Hongwanji
ante una gran concurrencia de sacerdotes. Al día siguiente, mi
conferencia fue en la Universidad, ante la Sociedad Educativa de
Japón, que cuenta entre sus miembros a los Príncipes de la Sangre
y a la mayoría de los grandes hombres del país. Me dijeron que
Su Augusta Majestad el Emperador, asistía de incógnito. Quedé
disgustado al terminar, cuando supe por el capitán Brinckley que
82 H ojas de un viejo diario

mi intérprete había traducido mal una de mis frases, dándole un


sentido político que estaba lo más lejos posible de mi pensamiento.
Le siguió una conferencia al público en general al día siguiente,
y otra el día 11, con un público enorme y entusiasta, y todos los
misioneros en esta última, tomando notas. ¡De mucho les sirvió! Esa
misma noche asistí a un gran baile ofrecido por los comerciantes de
Tokio a los príncipes imperiales. Me presentaron al Primer Ministro,
el conde general Kuroda, los Viceministros de hacienda y comuni-
caciones, el Juez Principal de Kioto y muchas otras personalidades
importantes, japoneses y extranjeros.
El día 12 di una conferencia en Shinagawa, en el templo Kon-o-
Kong; al día siguiente en Den-zu-een, un templo de la secta Jo-do, y
presenté mis respetos a Su Excelencia el barón Takasaki, Gobernador
de Tokio y caballero muy afable. Tuvimos una larga discusión sobre
asuntos religiosos y educativos. También visité el crematorio,
“Nippori”, y su disposición me agradó bastante, porque hay muchas
cosas que merecen ser imitadas. El edificio es de ladrillo, así como
los hornos, que interiormente se hallan revestidos de ladrillos
refractarios, y están provistos de planchas de hierro con corredera,
que se adelantan para recibir el cuerpo, y después para devolver
las cenizas e introducir nuevos cadáveres. El costo de incinerar un
cuerpo es de solo 28 centavos (aproximadamente 12 annas*) y dura
tres horas. Jarrones de barro vidriado de buen gusto para guardar las
cenizas y las porciones de hueso no consumidas están disponibles a
un costo insignificante de 30, 12 y 10 centavos respectivamente para
las calidades primera, segunda y tercera. Los cargos por la crema-
ción son $ 7, $ 2,50 y $ 1,30 (el dólar ahora vale alrededor de ₹ 3)
según la “clase” de cremación. Pero no se trata de que haya alguna
diferencia en la calidad o cantidad del combustible empleado, ni en
ningún detalle, es un asunto de dignidad para la familia. El esta-
blecimiento pertenece a una corporación privada con un capital de
$ 30 000, y el terreno y los edificios cuestan solo $ 12 000. Se pueden
incinerar 31 cadáveres simultáneamente, en hornos separados. Las
ceremonias fúnebres se hacen en una sala contigua, el cuerpo es
colocado en una caja que parece un tonel, sentado, con las piernas
encogidas; se le coloca en una camilla con ruedas y cubierto con un
paño blanco. Cuando han terminado las oraciones, se lleva la caja
hasta el horno que le fue fijado, y transcurrido el tiempo necesario
los parientes reciben las cenizas y se las llevan para disponer de
ellas según las costumbres.

* Antigua unidad monetaria india equivalente a la dieciseisava parte de una


rupia. Dejó de utilizarse a partir de la decimalización de 1957. Era inicialmente:
3 pies = 1 pice, 4 pice = 1 anna, 16 annas = 1 rupia, 15 rupias = 1 mohur. (N. del T.)
CAPÍTULO VIII
Más triunfos en Japón
1889

M
I gira no podría haber sido organizada mejor que como lo
hizo el Comité, para dar a todas las clases de la sociedad
la ocasión de oír lo que yo tenía para decir en favor del
budismo. Bajo el pacto de beneficio mutuo hecho entre los líderes
de las sectas, en el Concilio trascendental en el Templo Choo-in,
Kioto, me hacían hablar en los templos de cada secta, ahora en
uno, ahora en otro, a veces en dos en un mismo día. Ese acuerdo
no tenía precedente, y todos hacían lo que podían para aumentar el
número de mis oyentes, y reunir a los sabios y a los ignorantes, a
los sacerdotes y a los laicos, nobles y agricultores, oficiales y civiles.
Todos los diarios o revistas del país, daban cuenta de mi misión, de
su objetivo, de mis argumentos, de la proposición hecha de esta-
blecer un acuerdo entre los budistas del norte y del sur, y hacían
el retrato físico del “budista norteamericano”. Mientras tanto, el
pobre Dharmapala estaba todavía en el Hospital de Kioto sufriendo
el martirio, y cuidado con el mayor cariño por sus enfermeros
voluntarios.
La discusión que tuve con Su Excelencia, el Gobernador de
Tokyo, hizo que me invite a cenar con él en el Club de los Nobles,
y reunirme con el Primer Ministro y sus colegas del Gabinete.
Entonces no era vegetariano, por lo que es bastante natural que me
hubiera gustado alguna comida del amplio menú para la ocasión,
una copia del cual, impresa en japonés y en francés en columnas
paralelas, encuentro pegada en mi Diario, junto con decenas de
tarjetas de visitantes, en japonés, chino, inglés y francés, que se
84 H ojas de un viejo diario

conservan como recuerdo de este maravilloso recorrido. Deseo


copiar la lista para que se les haga agua la boca a mis lectores, y para
demostrar que el Japón Feudal se halla en camino de desaparecer
entre el humo de la cocina francesa y su batterie de cuisine:

Diner du 19 Mars, 1889.


Potage tortue, à l’anglaise.
Brothel au court-bouillon aux crevettes.
Cotelettes de veau piquées aux petits pois.
Cailles au riz.
Filet de bœuf, marine sauce piquante.
Aspic de foie gras belle vue.
Asperge en branche.
Dindonneaux rotis. Salade.
Pouding au painnoir.
Glaces aux fraises.
Desserts

¿Qué dicen ustedes, lectores de viejos libros ilustrados de


viajes, en los que se ven los trajes suntuosos de los Shoguns, del
Mikado, de los Daimyos y de su cortejo de caballeros Samurais de dos
sables, la más perfecta encarnación del espíritu caballeresco como
el mundo jamás vio o el trovador alguna vez celebró?; lanceros,
pregoneros, mensajeros y cocineros; pequeños príncipes feudales,
con su séquito armado de picas, sables, arcos y flechas, sombri-
llas, palanquines, caballos llevados de la mano, y otras marcas de
grandeza según su nacimiento, su calidad y su oficio, más otras
cien prerrogativas de la dignidad de las familias de aquellos minis-
tros del Gabinete que estaban sentados conmigo en la mesa de Su
Excelencia el Gobernador, y comían sus pavos, su foie gras y sus
helados de fresa; ¿Qué opinan de este espectáculo del 19 de marzo
en el Club de Nobles? Hay un cierto tipo de progreso, ¡para atrás, en
la dirección de la cocina y del estómago!
Terminada la cena, Su Excelencia el Primer Ministro dijo que
todos serían dichosos de oír mis ideas sobre el sistema de educa-
ción que yo creyese más favorable a los intereses de la nación.
Hablé entonces, insistiendo sobre la necesidad de unir al desarrollo
del cuerpo, el de la mente y de la consciencia de modo tal que
el hombre y la mujer ideal se desarrollasen, declarando erróneo
todo otro sistema que tendiese a cultivar, por decir así, monstruo-
sidades; crecimiento desmedido de atletas, oportunistas, charla-
tanes, casuistas y buscadores del mero éxito mundano. Una nación
Más triunfos en Japón 85

no puede ser grande si no está cimentada en el carácter, y el más


elevado de todos los caracteres es el del individuo que cumple con
su deber en este mundo, al mismo tiempo que prepara su natura-
leza espiritual para el mundo futuro, lo que le impulsa rápidamente
a proseguir la órbita de su evolución cósmica. Cité ejemplos de
naciones que habían caído desde una gran altura al fondo de los
abismos antes de desaparecer de la faz de la Tierra, y les imploré que
abriesen los ojos a esa extraña operación kármica que había colocado
a Japón en primera fila en la familia de las naciones, despertado sus
maravillosas potencialidades latentes, y llamado a mis oyentes, y a
sus colegas y asociados hereditarios, a la responsabilidad de dirigir
esa evolución por los senderos del progreso nacional.
Como yo había dado a entender que aceptaría agradecido dona-
ciones de libros para la Biblioteca de Adyar, amigos y simpatizantes
me traían todos los días libros, por lo que al momento de salir
de Japón tenía una colección cercana a los 1500 volúmenes, entre
los cuales estaban más de 300 que formaban la colección de los
Tripitakas, que pertenecieron a un Sumo Sacerdote difunto de la
secta Jo-do. Era un regalo muy importante, porque permite a los
que conozcan el pali y el japonés comparar los textos del canon
del sur con el del Norte. Esto ya ha sido hecho en cierto modo
por estudiantes eclesiásticos japoneses que pasaron temporadas en
Adyar, pero en realidad todo queda por hacer, y de ello habrían de
resultar grandes cosas.
El 18 de marzo me hicieron hablar ante la Sociedad Japonesa de
Agricultura, sobre la “Agricultura Práctica y Científica”, y al otro
día me anunciaron que me habían hecho Miembro Honorario y me
enviaron dos raros jarrones de cerámica Satsuma, que hoy adornan
nuestra Biblioteca. A las 2 p. m. hablé en inglés a una audiencia
culta acerca de “La Base Científica de la Religión”, mostrando el
poderoso conjunto de pruebas presentadas por las recientes inves-
tigaciones psíquicas para la aclaración del problema de la extensión
de la consciencia humana más allá de la vida corporal. Les hice ver
también, con figuras en un pizarrón, cómo había sido expresada
la idea fundamental de correlación entre espíritu y materia, para
la evolución de la naturaleza visible, y cómo fue conservada para
nuestra instrucción, en el lenguaje universal de los símbolos, y que,
cada signo, como los de álgebra, tiene un significado definido.
Habiendo llegado la hora señalada para partir de la capital, hice
visitas de despedida al Primer Ministro, al Embajador de los Estados
Unidos y a otros conocidos, obtuve mis pasaportes en nuestra
Embajada, tuve una cena de despedida que me ofreció el capitán
86 H ojas de un viejo diario

Brinckley en el club y el capitán James me obsequió una colección


completa de rosarios de las sectas budistas japonesas* y el día 23 a
las 6 de la mañana partí en tren hacia Sendai, una estación muy al
norte, a la que se llegaba después de un recorrido de doce horas.
Me acompañaron el Sr. Kimura, mi intérprete, y el Rev. Shaku San,
un sacerdote estupendo y excelente del Zen-shu y Miembro del
Comité Conjunto. Como muestra del tono de la prensa japonesa,
se leerá con interés el siguiente párrafo del Dandokai, un influyente
periódico de la capital:
La llegada del Cnel. Olcott ha causado una gran conmoción entre
los cristianos en Japón. Dicen que es un aventurero, un hombre
de malos principios y un defensor de una causa moribunda. ¡Qué
mezquinos y cobardes son! Pueden escribir sin principios tanto
como quieran, pero no podrán debilitar los efectos de sus buenos
principios, ni fijar en él ninguna de sus escandalosas insinua-
ciones. Ellas no producen el menor efecto sobre el Cnel. Olcott o
sobre el budismo…¡Qué ridículo es todo esto! ¡Qué grande se ha
vuelto la influencia del Cnel. Olcott en Japón!

De otro número se cita lo siguiente:


Desde la llegada del Cnel. Olcott al Japón, el budismo ha reco-
brado fuerzas extraordinarias. Ya hemos dicho que recorre todas
las provincias del imperio; ha sido recibido en todas partes con un
entusiasmo notable. No se le ha dejado un momento de descanso;
él ha enseñado a nuestro pueblo a apreciar el budismo, y a ver
que nuestro deber es comunicarlo a todas las naciones. Desde
sus discursos en Tokio, los jóvenes de la Universidad Imperial y las
Escuelas Secundarias, han organizado una Asociación de Jóvenes
Budistas, según el modelo de la Asociación Cristiana de Jóvenes,
para propagar nuestra religión, y algunos personajes influyentes e
ilustrados, les han alentado en su obra. También se le ha dado un
brillo adicional al budismo con su llegada.
Un corresponsal del Indian Mirror escribió: “Uno de los altos funcio-
narios, presente en la conferencia del coronel, predijo que su viaje
al Japón tendrá una considerable influencia sobre el budismo y
los budistas”. Cuando hagamos el resumen de los frutos de este
viaje, veremos los notables testimonios de las mismas autoridades
japonesas. La gira debe haberse realizado en el verdadero
“momento psicológico”.

* Véase el artículo “Rosarios budistas e indos”, por S. E. Gopalacharlu, The


Theosophist, XI, 671. (Olcott)
Más triunfos en Japón 87

En Sendai hacía un frío intenso. Debe recordarse que el imperio


japonés se extiende de 24° a 50° 40’ de latitud Norte, y de 124° a
156° 38’ de longitud Este, y el clima, como era de esperar, es extre-
madamente variado. Así, mientras que los grupos de islas Riukiu y
Bonin, que se encuentran en los trópicos, disfrutan de un verano
perpetuo, los límites del norte tienen la temperatura ártica de
Kamtchatka. En estas latitudes septentrionales, se sabe que el manto
de nieve llega a alcanzar los 2,4 metros de espesor. En el propio
Tokio tienen varias tormentas de nieve durante el invierno, algunas
con unos 7 a 12 centímetros de nieve acumulada, mientras que en
1876 toda la ciudad estuvo cubierta con una capa de nieve de 60
centímetros o más. Si a esto se agrega que, salvo en las pocas casas
de estilo europeo, no hay hogares ni otras formas de calefacción, y
que la construcción con mamparas de la mayoría de las viviendas
deja entrar todo el aire errante del cielo, el lector puede imaginar lo
que deben haber sido las comodidades del viaje y dar conferencias
en templos enormes y sin calefacción, para un hombre habituado
a vivir en los trópicos. ¡Me preguntaba cómo lo habrían disfrutado
los sacerdotes cingaleses con sus sueltas togas amarillas, sus piernas
y pies desnudos y sus cueros cabelludos afeitados!
El día 24 di una conferencia ante Su Excelencia el Sr. Matsudaira,
el Gobernador de Sendai Fu (Provincia), y los demás principales
funcionarios del lugar, y fui más tarde agasajado por Su Excelencia
en la cena. Estuvieron presentes cincuenta invitados y la velada
transcurrió en una interesante charla. La conferencia del día
siguiente, en el gran teatro fue un éxito, a juzgar por la multitud y
los aplausos. Posteriormente, Shaku San y Kato San, del Comité, me
llevaron para que descansara un día a ver Matsushima, un bonito
lugar junto al mar, donde hay una pequeña cueva y un antiguo
templo. Era un día de sol, pero la nieve cubría la tierra y aquella
pequeña navegación entre un grupo de islas, ¡no era una excursión
tan deliciosa, como lo hubiera sido en el puerto de Colombo o de
Galle! Sin embargo, fue una salida después de todo, un respiro de
un día de la fatigante ronda de conferencias para un público desbor-
dado de miles, y un descanso en el sentido de la privación de toda
intimidad de día o de noche. El 26, mis oyentes, unos 3500, me
escucharon en medio de un silencio mortal, aunque se pegaron
como rabiosos por entrar; finalmente se desquitaron con salvas de
aplausos tan fuertes que debieron oírse desde lejos. Hice una visita
de despedida al Gobernador y recibí, por la noche, un discurso de
cortesía de una delegación representante de todas las sectas, quienes
también me dieron un regalo de 30 yenes para los gastos de viaje.
El día 27 fuimos a Utsonomiya, donde paramos durante la noche.
88 H ojas de un viejo diario

Pero a las 9 de la noche, a pesar de que estaba cansado, ¡me sacaron


a la rastra para visitar un templo y dar un discurso de diez minutos!,
exactamente como al animal de circo de fieras en viaje; al que se
excita para que gruña. Al otro día por la mañana, salíamos para
Mayabashi. En una estación del camino acudieron sacerdotes con
trajes de gala, a presentarme sus saludos y ofrecerme un pañuelo de
seda como presente. Llegamos a Mayabashi a las 12:30 y una hora más
tarde estaba de nuevo sobre la plataforma con una gran audiencia
ante la cual hablar. Algunos misioneros aparecieron después de que
terminé. Pero la audiencia del día siguiente fue tremenda: di una
conferencia a las 2 y a las 5:30 fui a Tagasaki, donde hablé en un
teatro a otra gran multitud. Salimos temprano a la mañana siguiente,
cenamos y dimos una conferencia en Kanagama. La vista del mar
desde la casa de mi anfitrión, el Sr. Takashima, el gran contratista de
ferrocarriles, era muy hermosa, el puerto, el transporte marítimo
y la ciudad de Yokohama estaban a la vista. En ese lugar dormí esa
noche en el Grand Hotel, y a las 11 de la mañana del día siguiente
di una conferencia en el teatro de Yokohama, que, por supuesto,
estaba abarrotado desde el suelo hasta el techo, a pesar de que llovía
y las calles estaban muy embarradas. Fue divertido ver el arreglo
para el cuidado de zapatos y sandalias en la puerta. Cuando llegué
había dos montones diferentes de 1000 pares cada uno, en cada
par atados con una tira de papel duro y retorcido, con una etiqueta
con un cierto número, habiéndose entregado el boleto correspon-
diente al propietario al entrar al edificio, un plan muy sencillo y
sensato. Mis propios zapatos fueron cuidados de manera similar
cuando me los quité y me puse mis cálidos y gruesos chaussons o
calcetines de lana franceses. El Vicegobernador estuvo presente y
me trajo un mensaje de cortesía de su jefe. A las 2:30 tomamos el
tren para Shidzuoka y llegamos a las 9:30 de la noche. Luego “a la
cama deseada” en el hotel, que estaba sumamente limpio y bien
ordenado. Los muebles, bueno, ¿debo describirlos? Lo haría, solo
que no había nada de lo que hablar. El piso, como de costumbre,
se dispuso en esteras de 90 x 180 centímetros, dentro de las cuales
había un relleno, formando así una superficie suave para sentarse.
A un lado, una especie de nicho en el que se encuentra un hermoso
jarrón de porcelana, un árbol enano en una bonita caja, un perga-
mino religioso colgado en la pared y, nada más. Pequeños cojines
blandos para que nos sentemos alrededor de un brasero de latón
o una olla de fuego en una caja cuadrada de madera revestida de
estaño, donde se mantiene encendido un fuego de carbón, un par
de varillas de hierro móviles, colocadas para apoyar la tetera, una
bandeja cerca con diminutas tazas de porcelana cáscara de huevo y
Más triunfos en Japón 89

una lata de té verde, lista para cualquiera que quiera té caliente para
calentar su estómago; una manera cordial, bien educada y dulce-
mente amable de demostrale que es muy bienvenido. Esos son mis
recuerdos del Hotel Shidzuoka. Pero no todos, porque estaban los
arreglos para dormir. Imagínese dos colchones de algodón rellenos,
de quince a veinte centímetros de grosor, uno para acostarse, el
otro para cubrirse, y almohadas para descansar la cabeza. Eso es
todo; sin armazón de cama, sin catre, sin camilla, solo los dos
fthoon, y corrientes de aire frío que le llegaban a uno desde debajo
de los biombos móviles. Traté de ponerme el extremo del colchón
de arriba alrededor del cuello, pero eso era impracticable, así que
recurrí a mi ropa, y al mismo tiempo agendé traer siempre mis
propias alfombras conmigo, como hacemos en India.
Ese día llovió mucho, pero tuve que dar una conferencia en
un templo de Jo-do a las 7 p. m., habiendo visitado previamente al
Gobernador y hablado de política y religión. Volvimos a tener un
sol radiante el 2 de abril y di una conferencia a las 2 de la tarde.
Nuestros queridos enemigos, los misioneros, intentaron el juego de
hacerme preguntas sobre lo que ellos pensaban que eran los puntos
vulnerables del budismo, pero mi Diario dice que “obtuvieron
más de lo que esperaban”, así que puedo dejar el asunto ahí. De
un Dr. Kasuabara recibí el regalo único: la gran y antigua Mandara
(pintura religiosa) de seda tejida, de 1200 años, que se puede ver
en nuestra Biblioteca. Representa la doctrina de la secta Shin-gon
en cuanto a la aparición de los Buddhas en el mundo y la gloriosa
compañía de los Apóstoles (de la ortodoxia Shin-gon). El generoso
doctor me dijo que esto había estado colgado durante siglos en
cierto templo del que su familia era la custodia hereditaria; que
este templo fue quemado, creo, en alguna guerra civil, y totalmente
consumido con todos sus tesoros artísticos invaluables, excepto este
mismo Mandara, que se había salvado casi milagrosamente.
A las 7 de la mañana del día 3 salimos hacia Hamamatsu,
haciendo parte del camino en un camión de plataforma abierta, y
en tranvía el resto, ya que el ferrocarril estaba en construcción en
ese momento. Di una conferencia por la tarde y, más tarde, cené
con setenta personas influyentes, invitadas por Su Excelencia el
Gobernador.
Llegamos a Okasaki al día siguiente y, después de una cena
temprana, di una conferencia con el Gobernador que presidía. La
multitud era impresionante y cientos no pudieron entrar al edificio;
tuve que salir y mostrarme a ellos, para apaciguar su clamor. A las
4 p. m. nos dirigimos a Nagoya, el lugar de residencia del Sr. Nanjio.
Este me recibió en la estación y me alojó en el Templo del Hongwanji.
90 H ojas de un viejo diario

La recepción en la estación fue una verdadera ovación, con petardos,


arcos con banderas nacionales y budistas, una multitud alegre, acla-
maciones, y una fila de unos cuarenta rickshaws detrás del mío,
ocupados por sacerdotes o laicos importantes.
Al día siguiente visité a Su Excelencia el Gobernador, visité el
antiguo castillo, uno de los principales edificios históricos de Japón,
donde vi maravillosas pinturas, tallas en madera, faroles de bronce
y lacas, y di una conferencia a 4000 personas en el salón del Templo
Hongwanji. Fue un gran espectáculo. Permítanme señalar aquí un
hecho que trastorna nuestras teorías populares occidentales sobre
la causa de la calvicie. Decimos que se debe a que se usa demasiado
el sombrero o que este mantiene la cabeza demasiado caliente, pero
noté en Japón, como siempre lo había hecho entre los bhikkhus de
Ceilán, aproximadamente la misma proporción de cabezas calvas
que uno ve entre nosotros, mientras que aquella gente va con la
cabeza descubierta durante toda su vida. ¡Era divertido estar de pie
frente a la puerta, mirando por encima de las cabezas de miles de
personas en cuclillas, y ver las cabezas calvas brillantes que refle-
jaban la luz entre la multitud de cueros cabelludos peludos y sin
afeitar, como un platillo brillante invertido en la hierba de un
campo!
El 6 fue un día muy ajetreado. A las 8 de la mañana fui a Narumi,
un lugar a 11 kilómetros de distancia, y di una conferencia; a la
1 p. m. otra conferencia en Nagoya en el otro Hongwanji (Este)
a 4000 personas; y a las 7 p. m., una tercera conferencia ante el
Gobernador, los Oficiales Militares de la Provincia y a una selecta
compañía de 200 a 300 personas invitadas personalmente por el
Gobernador. El Sr. Kimura se derrumbó y el Sr. Bunyin Nanjio
terminó la interpretación del discurso. Kimura era un joven fuerte,
yo tenía 57 años. La amabilidad del Gobernador me costó cara,
porque me mantuvo hablando en una habitación privada después
de la conferencia, con una fuerte y fría corriente de aire que soplaba
sobre mí desde una ventana abierta, y me resfrié hasta las entrañas,
algo que provocó un ataque de mi vieja dolencia militar, la disen-
tería, que me causó problemas hasta casi el último día de mi estadía
en el país. Me resultaba doblemente difícil viajar en rickshaws y todo
tipo de medios de transporte, ponerme de pie para dar una confe-
rencia, comer a horas irregulares, dormir de cualquier manera y
en cualquier lugar, y sentirme abrumado por las auras de miles de
hombres de todo tipo y condición.
Nuestro siguiente punto fue Gifu, donde había una gran multitud
para escucharme. A la mañana siguiente, a petición del Alcalde, di
una conferencia en el club a una audiencia de personas que no
Más triunfos en Japón 91

habían asistido a la conferencia de Hongwanji. Les dije todo lo


que pensaba de semejante pequeñez, les eché en cara sus querellas
mezquinas con los correligionarios, cuando todos deberían estar
unidos por el interés de la religión. Les recordé que, habiendo reco-
rrido 8000 kilómetros para verlos, era agradecérmelo muy poco el
obligarme, enfermo como me hallaba esa mañana, a rehacer para
ellos mi conferencia, porque no habían querido asistir a la reunión
pública. No puedo decir cuánto de esto les fue traducido, pero
al menos los presentes que sabían inglés, pudieron llevarse mis
opiniones. Salimos hacia Ogaki, pero al llegar estaba tan enfermo,
con fiebre, dolores y diarrea, que me vi obligado a permanecer en
la cama. Vinieron dos médicos, pero no pudieron hacer mucho, y
tuve una mala noche. A la mañana siguiente, sin embargo, volví a
esforzarme y di una conferencia ante 2500 personas antes de tomar
el tren a las 11:30 de la mañana para Kioto. Parte del viaje fue en
vapor, 80 kilómetros, en el Lago Biwa. ¡Qué hermosa imagen de
colinas azules con picos nevados, agua cristalina, costas de un verde
exuberante, hermosas islas e islotes, aldeas pintorescas y, aquí y allá,
embarcaciones nativas con sus extrañas velas y cascos! Llegamos a
Kioto a las 7 y me fui directo a la cama.
Vale la pena complementar mi narrativa, quizás demasiado opti-
mista de las características y los resultados probables de la gira,
con una cita ocasional de la prensa. El correo de Madrás, un diario
conservador angloíndio, dijo:

Observamos, dice un periódico japonés, que en Nagoya el


coronel Olcott ha sido recibido con extraordinario entusiasmo. A sus
conferencias asistieron en total 4000 personas en cada ocasión, y
el aplauso más estruendoso fueron debido a sus declaraciones de
la estrecha relación que debe, en su opinión, existir entre el resur-
gimiento del budismo y el progreso estable de la nación. Evidente-
mente, los corazones de la gente están inclinados hacia tal ense-
ñanza, ya que no es en absoluto probable que los discursos, que
necesariamente pierden casi todo su brío en la traducción, puedan
despertar en la audiencia una simpatía tan fuertemente marcada
a menos que exista un sentimiento poderoso a favor de la idea del
orador. Por supuesto, cuanto más al sur vaya el coronel Olcott,
más cálida será la respuesta que despertará su prédica. La reli-
gión en Tokio y la religión en Kioto son dos cosas muy diferentes.
Nagoya ocupa, quizás, una posición intermedia con respecto a la
vitalidad del credo de sus ciudadanos. Parecería que los guías
budistas del coronel Olcott están decididos a no dejar que la hierba
crezca bajo sus pies. Leemos que procedió de Nagoya a Narumi y
92 H ojas de un viejo diario

pronunció una conferencia allí, regresó al mediodía para dirigirse


a una inmensa audiencia en el Templo Hongan, y terminó con un
tercer discurso para el Gobernador y un grupo selecto de aproxi-
madamente 250 personas a las 7  p. m. en punto. Hemos obser-
vado que los críticos de Tokio expresan su sorpresa ante la idea
de que se traiga a un estadounidense a Japón para propagar el
budismo. La crítica es ciertamente justa si se sostiene que el credo
budista es esencialmente propiedad de Oriente, y que los occiden-
tales no pueden tener una participación adecuada en su propaga-
ción. Pero las masas no razonan así. La llegada del coronel Olcott
evidentemente ha dado un estímulo al budismo en Japón.

El miércoles 10 fue un día soleado, así que fui al Hospital a ver a


Dharmapala, a quien encontré convaleciente, y volví a visitar esa
espléndida fábrica de seda, pero mis problemas físicos se volvieron
a destacar. El correo de India me trajo el último The Theosophist y
un ejemplar de “La Doctrina Secreta” que acababa de salir. El jueves
Dharmapala fue dado de alta y visitó conmigo al Sr. Akamatsu
para una larga charla sobre asuntos budistas. Mi enfermedad me
mantuvo bastante quieto durante los siguientes cuatro días, pero
luego fui a Osaka y di una conferencia sobre “India” ante una
audiencia de aproximadamente 500 personas en el Club Militar, por
invitación del Alcalde y el General al mando de las tropas del ejér-
cito del distrito. A esto siguió una cena que me ofreció el Alcalde y
dormí en el hotel principal. El Rev. Arisawa me regaló una valiosa
obra antigua impresa sobre rollos, y el Sr. Tamura, el comerciante,
muestras de antiguas monedas japonesas. Al día siguiente fuimos
a Nara, visitando en el camino el antiguo templo Ho-diu-ji, donde
vi una gran cantidad de espadas, lanzas, arcos, espejos de mujer,
peines, etc., etc., dejados como ofrendas votivas en gratitud al dios
Mu-nyak-ushi por las curaciones de enfermedades y el rescate de
peligros mortales. Llegamos a Nara por la tarde, muy enfermo con
la vieja peste del ejército. Me mostraron la gigantesca imagen del
Buda sentado, la más grande de Japón, ya que mide 16 metros hasta
la parte superior de la cabeza. Ha sido destruido dos veces por un
incendio, su última reconstrucción data de dos siglos. Visitamos el
templo To-dai-ji (de la ahora casi extinta secta Kay-gon). Se dice que
esta secta es muy antigua, y el templo tiene toda la apariencia de
ello. En la actualidad, la secta posee solo 5 templos, mientras que
antes tenía 1000, la decadencia se explica debido a que los monjes se
sintieron tentados a jugar al soldado en algunos problemas domés-
ticos, y fueron derrotados y diezmados, como por derecho debería
haber sido, ya que no es asunto de la sangha del señor Buda degradar
Más triunfos en Japón 93

su ideal monástico entrando en la carrera militar. Se dice que lo


hacen los monjes laicos de las lamaserías tibetanas, que suman miles
y decenas de miles, pero eso no es excusa. El viernes regresamos
a Kioto en rickshaws, ​​un viaje de 32 kilómetros, bajo la lluvia. Al
día siguiente fuimos testigos de una gran ceremonia en el Templo
Choo-in en honor a la memoria del Fundador de la secta Jo-do, y
allí me dieron de presente un libro de 30 volúmenes sobre la secta
Nichiren, en una elegante caja de madera, que fue un excelente
ejemplo de la fina carpintería por la que Japón es famoso. Hasta ese
momento yo había dictado 46 conferencias desde el 9 de febrero,
64 días, además de todos los viajes para acá y para allá. La confe-
rencia número 47 se dio en Nagahama a una audiencia de 3500
personas, siendo mi intérprete un joven y encantador caballero de
noble rango, el Prof. Sakuma del Colegio Kioto, a quien fue un
honor haberlo conocido. Al día siguiente fuimos a Nagasawa, en la
orilla del Lago Biwa, para dar una conferencia a la 1:30 p. m., y luego
a cenar; después de lo cual nuestro programa nos llevó a Hikone
en bote de remos. El lago estaba calmo como un espejo, pero caía
una bruma escocesa. Dormimos en la casa de campo (ahora un club)
del difunto Príncipe Ji-ka-mon-mokani, señor de Hikone, quien
fue asesinado cuando se dirigía a la Corte para iniciar relaciones
con extranjeros; un mártir del karma del Progreso. A la mañana
siguiente di una conferencia a las 8:30, a pesar de mi grave enfer-
medad, y a las 10 tomé el barco de vapor de Otsu y Kioto. Esa noche
tuve el placer de presenciar el encantador ballet de Miako-odori.
Cincuenta y una doncellas bonitas y agraciadas, ataviadas con el
antiguo traje de la corte, bailaron y cantaron con agrupaciones y
posturas exquisitamente artísticas. Es un baile que, creo, representa
el brote de las flores al comienzo de la primavera. Con Dharmapala
visité el nuevo y enorme templo del Este de Hongwanji, casi
listo para la ceremonia de apertura. Dharmapala, sus médicos del
Hospital y la compañía de enfermeros, fueron fotografiados el día
25. El día 26 recibí un telegrama desde Londres de HPB para una
propuesta de gira de dos meses. El día 27 di mi conferencia número
50 en el Templo Choo-in, y Dharmapala también habló. Hubo una
audiencia inmensa y fue muy demostrativa. El día 28 lo comen-
zamos en rickshaws con el Prof. Sakuma y algunos miembros del
Comité de un pueblo de montaña hasta ahora nunca visitado por
un europeo. Recorrimos 55 kilómetros por un camino detestable,
el viaje fue muy severo y puso a prueba exhaustivamente mi condi-
ción física. Dormimos en Hinoke y reanudamos nuestro viaje a la
mañana siguiente. Al mediodía estaba casi muerto de fatiga, pero
seguí después de la cena (en To-no-ichi, donde me regalaron algunos
94 H ojas de un viejo diario

libros raros) y finalmente llegué a nuestro destino: Fukutchi-yama.


Todo el pueblo salió a vernos. Un cuerpo de sacerdotes ricamente
vestidos salió a recibirme y encabezó la procesión por la ciudad.
Me alojé en el templo de Fo-ju-ji y no dejé que mi cama esperara
mucho tiempo a su ocupante. Descansé toda la mañana siguiente,
recibiendo visitantes y obsequios de libros de todos los principales
sacerdotes de los templos locales (de las sectas Zen, Nichi-ren, Jo-do
y Shinshu). A las 2 p. m., di una conferencia a tantas personas como
pudieron ocupar el edificio, sus galerías y escalones. Nuevamente,
a la mañana siguiente, una conferencia ante una multitud, entre
ellos mucha gente que había venido de Ayabe, un pueblo a 2 ri [7,8
km], que tenía que haber visitado, pero me vi obligado a acortar la
lista debido a mi fatiga. Más de 200 niños de una escuela budista
me visitaron y, al interrogarme, descubrí que ninguno de ellos sabía
quién era el señor Buda; una ignorancia que solo igualaba a la que
prevalecía en Ceilán antes de que el “Catecismo Budista” entrara en
circulación.
El día 2 fuimos en rickshaws 12 ri [47 km] hasta Sonobé, donde
pasamos la noche. El viernes descendimos los rápidos del río
Origawa desde Sonobé hasta Arashiyâma, a unos 32 kilómetros y lo
disfrutamos muchísimo. Conservo una vívida imagen mental de los
desfiladeros de las montañas, el agua verde y clara, de rápidos que
se precipitan, de rocas que apenas pueden evitarse, para arriesgar
estrellarse contra otras, y el torbellino de emoción, un espléndido
recuerdo. De Arashiyâma a Kioto fui en rickshaw, pero antes de
comenzar fuimos a ver una estatua de sándalo del Buda, que se dice
que tiene casi 3000 años, y que es una de las tres históricas enviadas
desde India. He ahí una leyenda para quienes deseen creer en ella.
La mañana después de nuestro regreso a Kioto fuimos testigos de un
hermoso desfile en el Templo de Hongwanji Oriental; el Maestro,
Otani San, tipificando al mismo Sakyamuni. ¡Fue asistido por un
grupo de jóvenes vestidos de manera vistosa que personificaban
a los Bodhisattvas! El Comité me brindó un lugar excelente desde
donde vi pasar la procesión, y el esplendor de las ropas de seda
bordadas en plata y oro que hubieran hecho abrir mucho los ojos
a los budistas del sur, alimentados por las tradiciones de la austera
sencillez en la vestimenta y los hábitos del sacerdocio. El Sr. Otani
me rindió lo que se consideró un honor extraordinario al detenerse
cuando se acercó al lugar donde yo estaba y me hizo una profunda
reverencia. Esto, de alguien que es visto como una especie de
semidiós por la multitud de sus sectarios, fue un golpe tan grande
para ellos como lo hubiera sido un terremoto. Sin embargo, aunque
estoy agradecido por la cortesía intencionada, no puedo decir que
Más triunfos en Japón 95

me pareciera el saludo de un Buddha típico en vista de las esplén-


didas túnicas que vestía, por valor, me imagino, veinte o treinta
mil dólares; sino más bien el de algún noble de la Corte feudal
de Japón, posiblemente un alto Embajador, entrenado para graduar
las acciones del ceremonial de la Corte hasta el punto de expresar
definitivamente todo un mensaje, mediante una majestuosa reve-
rencia en un ángulo de inclinación determinado. En cualquier
caso, comprendí plenamente que el Jefe del Hongwanji Oriental
me había dicho algo tan claramente como si se hubieran expresado
las palabras, que los budistas de Japón estaban agradecidos por mis
esfuerzos por restaurar la influencia de la religión que había conso-
lado y confortado a tantos incontables millones durante los últimos
quince siglos.
96
H ojas

h . s . olcott con un grupo budista


de un viejo diario
CAPÍTULO IX
Regreso a Ceilán
1889

A
QUELLA noche formé, o mejor dicho, hice la ceremonia de
formar una Rama local de la S. T. en Hongwanji; esta Rama
jamás ha hecho nada práctico, y me han explicado el porqué
en razones tan llenas de sentido común, que impidieron que me
disgustase. Cuando discutí el asunto de la extensión de la S. T. en
Japón con los hombres más ilustres de cada secta, me dijeron que
si yo quería venir a establecerme en el país, fundarían tantas Ramas
como quisiera, y con tantos millares de Miembros como pudiera
desear. Pero que de otro modo sería inútil, porque el espíritu de secta
estaba tan desarrollado que nadie querría nunca ingresar en una
organización en la que, necesariamente, debería haber Directivos
y simples Miembros, y en la que el azar podría hacer que los jefes
pertenecieran a una secta antipática a la suya. Sólo un hombre
blanco, extranjero, que no formase parte de ninguna secta, ni de
ningún grupo social, podría llevar adelante una Sociedad semejante,
y sería menester que fuese un budista sincero; de otro modo, sus
intenciones estarían expuestas a interpretaciones erróneas; y como
yo era el único hombre que conocían que poseía estos requisitos,
me hicieron la oferta en cuestión. Sabiendo eso, y agregando mis
relaciones íntimas con los cingaleses y los birmanos, vi que si podía
ser reemplazado en mi obra Teosófica y ocuparme exclusivamente
de los intereses budistas, podría muy pronto instituir una Liga
Budista Internacional que lanzaría el Dharma como una marea sobre
el mundo entero. Este fue el motivo principal que me impulsó a
ofrecer mi renuncia a la Presidencia, y pasarla a HPB, por las razones
98 H ojas de un viejo diario

especificadas en mi discurso anual ante la Decimoquinta Convención


de la S. T. (The Theosophist, Vol. XII). Mis antiguos lectores recordarán
el efecto que le produjo esta proposición. Descubrió que me había
sobrecargado demasiado, y que si me dejaba, caería sobre su cabeza
una avalancha de responsabilidad oficial. De manera que me tele-
grafió y me escribió que si yo presentaba mi dimisión, ella se daría
de baja en seguida de la Sociedad. Pero esto no me hubiera dete-
nido si un personaje todavía mucho más elevado que ella no hubiera
venido a decirme que aquel proyecto budista debía ser retrasado, y
que no debía abandonar el puesto que se me confiara. Por lo tanto,
la Liga Budista es una obra espléndida que permanece en la mano
cerrada del porvenir, porque es inútil decir que jamás podrá ser
realizada por ninguna organización conocida, como agencia budista.
El 5 de mayo me despedí de los Sumos Sacerdotes reunidos de
todas las sectas, aconsejándoles encarecidamente que mantuvieran
el Comité Central y lo usaran como el mejor instrumento prác-
tico en los casos en que se tuviera que hacer algo por el budismo
en su conjunto. A las 3 p. m. di una conferencia por última vez en
Kioto ante Su Excelencia el Gobernador, el Presidente del Tribunal
Supremo y muchas otras personas de influencia: militares, civiles
y eclesiásticos. El día 6 partí hacia Osaka en el tren del mediodía
y de allí tomé el vapor hacia Okayama. El barco era pequeño, el
salón un antro en el que se apiñaban once personas, me pareció
un redil abarrotado; y como el pasillo entre cubiertas se construyó
para una altura más pequeña que la nuestra, tenía que agacharme
casi a la mitad para caminar. Desembarcamos en San Banco (sic) a
las 3 de la mañana, y nos refugiamos en un hotel en el embarca-
dero. El Gobernador de Okayama, Sr. Chisoka, amablemente envió
su carruaje por mí por la mañana y fue muy cortés en sus aten-
ciones durante mi visita al lugar. Me alojé en el club, en un esplén-
dido jardín de estilo japonés único, con puentes de piedra y madera,
islotes, montículos artificiales, faroles de piedra, árboles enanos y
podados de forma pintoresca y abundancia de flores. A las 3 p. m.
di mi primera conferencia a público. El comité local, por razones
inescrutables, había emitido 10 000 boletos, pero como no más de
la mitad de ese número podía entrar en el edificio, había mucha
confusión afuera. Algunos estudiantes de medicina, que habían
llegado temprano y se habían colocado cerca de la plataforma con la
intención de crear un alboroto, hicieron solo un pequeño intento.
Cuando dije que el budismo había traído consigo a Japón los refina-
mientos de la vida, un joven sentado cerca de mis pies gritó: “¡No!
¡No!” Recordando la advertencia de Noguchi en Madrás y sabiendo
cómo tratar con conspiradores tan jóvenes, dejé de hablar, me volví
Regreso a Ceilán 99

hacia él, lo miré fijamente hasta que sintió que estaba siendo obser-
vado por toda la audiencia, y luego continué con mis comentarios.
Después de eso, un rebaño de corderos no podría haberse quedado
más callado. Más tarde ese mismo día, el Gobernador me visitó y
me llevó a una exhibición de autógrafos de personajes destacados,
es decir, firmas, con o sin frases o palabras sueltas, escritas verti-
calmente en grandes rollos de papel de seda, en caracteres grandes,
con un pincel y tinta india. También había algunos cuadros, de los
cuales Su Excelencia compró y me regaló uno que representaba a
un guerrero japonés de la vieja usanza, montado a caballo. Al día
siguiente se dio una segunda conferencia pública y un discurso a los
sacerdotes, después de lo cual partimos en un bote pequeño, remado
por cuatro hombres, hacia Takamatsu, a la que llegamos a las 5 de
la tarde. El Sr. Tadas Hyash, el Gobernador anteriormente de las
delegaciones japonesas en Washington y Londres, me visitó, y por la
noche di una conferencia a 2000 personas. El viaje a través del Mar
Interior fue encantador.
A las 10 de la mañana siguiente se dio una conferencia sobre
“Las evidencias del budismo” ante una gran asamblea, que fue muy
cordial. Esa tarde se nos ofreció una exhibición de lucha japonesa
en el parque público, en presencia del Gobernador. Es innecesario
describirlo, ya que ha sido descrito con tanta frecuencia por los
viajeros; basta decir que el estilo es bastante diferente al nuestro,
y que el deportista favorito era un hombre muy gordo, cuyo peso
era suficiente para aplastar a cualquier antagonista al que pudiese
atropellar. Salimos a las 3 p. m. en vapor para Imabaru, y lo pasé
muy mal a bordo. Había que soportar casi todos los inconvenientes
imaginables; pero como los demás parecían mirarlos con indife-
rencia, no pude hacer menos. Fue un día espléndido, y la imagen
que teníamos ante nosotros al aproximarnos al desembarque era
impactante. Una pendiente pavimentada de piedra que subía desde
la orilla del agua estaba colmada de miles de personas que se exten-
dían a derecha e izquierda. Un bote, con toldos de seda púrpura
del templo, y banderas nacionales y budistas ondeando, me llevó
al muelle de piedra, entre el estallido de bombas, el repique de
campanas y el rugido de voces gritando. La proyección en el aire de
campanas de papel, paraguas, dragones, peces y otros dispositivos,
cuando las bombas de arcilla estallaron en lo alto, fue algo nuevo
para mí. Lo que más me encantó, sin embargo, fue la proyección
de una bandera budista, hecha de finas tiras de papel de los colores
convencionales, suspendida de un pequeño paracaídas, con una
cuerda y 5 onzas de perdigones en una pequeña bolsa en el extremo
inferior para mantenerla recta en el aire como si estuviese clavada
100 H ojas de un viejo diario

en un poste, flameaba con la suave brisa y el sol brillaba vívidamente


a través de sus colores mientras flotaba muy suavemente a sotavento.
Al instante me vino a la mente la ficción de que Constantino viera
la figura de una Cruz en el aire, con la leyenda In hoc signo vinces,
[con este signo vencerás]. Señalando el hermoso objeto que teníamos
ante nosotros en el cielo, dije: —refiriéndome a esa historia, que
probablemente era falsa— “nosotros, hermanos míos, vemos aquí el
símbolo de nuestra religión, con el cual debemos hacer la conquista
del espíritu y del corazón de todas las naciones, si nos unimos en
cooperación fraternal”. La conferencia se fijó para las 9 de la mañana
siguiente, y después partimos en un vapor especialmente fletado
hacia Hiroshima, uno de los centros políticos y militares más impor-
tantes del imperio. Hacía buen día, el barco se vistió con banderas,
la bandera budista en la proa y en el mástil. Después de un viaje de
cinco horas llegamos y encontramos una bienvenida aún más entu-
siasta esperándonos. Las multitudes en el muelle y en la ciudad eran
inmensas; se dispararon varias bombas, de las cuales emergieron dos
banderas budistas muy grandes y varias más pequeñas; una compañía
militar de chicos, con mosquetes, pífanos y tambores como escolta,
y cientos de escolares, chicos y chicas, dispuestos en dos filas para
que pasáramos. El Cirujano Superior del Ejército, el Dr. Endo, un
budista acérrimo y poseedor del título de doctor en Medicina de
la Universidad Imperial Igakushi, me llevó en su propio carruaje
en la imponente procesión en la que avanzamos lentamente hacia
nuestros aposentos asignados. El Comité de Recepción llevaba como
insignia un prendedor circular dorado con el emblema de Svastika,
tan bonito que conseguí un suministro de ellos para presentar
entre los cingaleses, y fue adoptado por la Sociedad de Educación
de Mujeres de Ceilán como su insignia. Al día siguiente me dirigí
a una audiencia de 5000 personas y, más tarde, a los escolares. El
13 (mayo) otra audiencia de 5000, y luego un discurso a los chicos
mayores de la Escuela Budista. Luego vino una conferencia especial
ante Su Excelencia el Gobernador de Hiroshima, Vizconde Nodzu,
el General al mando del Distrito y los demás oficiales y funciona-
rios principales, tras lo cual el Gobernador me ofreció una colación.
Consideré un gran privilegio conocer al Gral. Nodzu, ya que era al
mismo tiempo un fiel budista, uno de los más grandes soldados del
imperio y un hombre de carácter impecable en todos los aspectos.
En la reciente guerra con China, se recordará, él comandó una de las
dos alas del ejército invasor y ganó un gran renombre. He cambiado
con él hasta hace poco tiempo cartas relativas a la situación religiosa
de su país, en las que dejaba ver claramente su amistosa considera-
ción hacia mí.
Regreso a Ceilán 101

Nuestra visita a Hiroshima terminó esa noche, y avanzamos por


agua hacia Shimonoséki. Llovía a cántaros cuando llegamos al muelle,
pero el Comité lo había encendido con antorchas tan brillantes como
el día; ondeaban banderas, los amigos se agolpaban, el aire estaba lleno
de vítores. Tuvimos que cambiar de barco en Bakwan y empezar de
nuevo a las 3 a. m. Llegamos a Shimonoséki a las 7 p. m. y sólo encon-
tramos a unos pocos esperando, porque se esperaba el barco a las 2
y la multitud se había dispersado después de varias horas de espera.
Nos detuvimos solo tres horas y salimos a las 10 hacia Nagatsu, donde
estaba la multitud habitual, bombas, banderas, desfiles de escolares,
etc. De una bomba salió una serpentina muy larga de papel, en la que
estaba escrito en caracteres gigantes “¡Olcott San ha llegado!” Esto,
me dijeron, era para notificar a los habitantes de los distritos circun-
dantes, para que pudieran venir a la ciudad (San es el sufijo hono-
rífico común, que tiene algo del mismo valor que nuestro “Señor”).
A la 1 p. m. di una conferencia en el teatro a 3500 personas, algunas
de las cuales habían recorrido 80 kilómetros, y otras distancias más
cortas, desde islas vecinas, y acamparon toda la noche en el teatro.
Otros ocuparon sus lugares al amanecer. Salimos de Shimonoséki a las
8 p. m. por el vapor de correos Yokohama-Shanghai Tokio Maru para
Nagasaki. Era un barco muy largo y cómodo, que parecía bastante
palaciego después de mi experiencia en pequeños vapores costeros,
y la cena y el desayuno que nos sirvieron fueron algo para recordar.
Para mi gran sorpresa y placer, el menú del desayuno contenía esos
populares platos estadounidenses, pasteles de maíz hervido y de trigo
sarraceno, ninguno de los cuales había probado desde que salí de
casa. Parece haber una confusión de entradas en mi Diario, por lo que
no veo cómo llegué de Nagatsu a tomar el vapor, pero ciertamente
lo hice, y parece que el Comité contabilizó mi audiencia allí, 2500,
todos admitidos mediante entradas, para calcular el promedio de mis
audiencias a lo largo de la gira. De modo que como se dieron 75 confe-
rencias en total, el número bruto de mis auditores en el promedio
anterior sería 187 500; y cuando uno recuerda que el Comité logró
llevarme ante todas las clases y condiciones de hombres, uno, puede
estar dispuesto a creer las declaraciones hechas a la Convención de
Adyar de 1890 por los delegados japoneses en su discurso, lo cual
veremos cuando corresponda. Ciertamente, fue uno de los eventos
más notables de la historia contemporánea; y nosotros los Teósofos,
estamos obligados a ver en los resultados el trabajo bajo la superficie
de influencias mucho más potentes que los esfuerzos del agente infe-
rior que ayudó a arrojar la lanzadera en el telar del karma.
Desembarcamos del vapor en Nagasaki el 18 de mayo a las
10 a. m., y di una conferencia a las 3 de la tarde. Mi excelente y
102 H ojas de un viejo diario

respetado intérprete, el Prof. Sakuma, fue confinado a la cama al día


siguiente, y mis experiencias en la segunda conferencia no fueron
las más felices, ya que tenía dos intérpretes: uno me escuchaba y
se lo contaba al otro brevemente en japonés lo que había dicho,
mientras que el segundo lo traducía a la audiencia. Esto es suficiente
para hacer que uno se estremezca al pensar qué conceptos erróneos
sobre mis puntos de vista deben haberse dado al público con este
confuso plan. El Comité me ofreció un banquete de despedida, y
luego hubo una procesión de linternas y rickshaws para escoltarme
hasta el puerto, todo lo cual me hizo perder mi barco de vapor
hacia Kumamoto, mi destino más al Sur del programa. Salimos al día
siguiente al mediodía y desembarcamos en Missooni a las 6, pasamos
la noche allí y tomamos un rickshaw al día siguiente. Los problemas
intestinales volvieron a atacarme y me produjeron mucho dolor.
Traté de dar una conferencia a una gran multitud en el teatro el día
21, pero como el Prof. Sakuma estaba postrado en Nagasaki y dos
intérpretes aficionados se deshicieron en un intento de ayudarme,
tuve que renunciar al intento. De alguna manera, parece que tuve
más éxito al día siguiente, porque veo que di una conferencia en un
templo a una multitud que abarrotó el edificio y llenó el patio, y a
las 3 p. m. ante el Gobernador y otros oficiales principales, militares
y civiles, después de lo cual regresamos en rickshaw para tomar el
vapor en Missooni.
Llegamos a Nagasaki al mediodía del día 23, donde bajé a tierra
y pasé un día agradable. Me regalaron un naranjo enano en el que
crecían dos o tres docenas de frutas, dos banderas budistas en
crespón de seda y otras muestras de respeto. Di una conferencia
sobre “Religión Práctica” en un templo de Hongwanji por la tarde,
y regresé al vapor a la hora de acostarme. Los siguientes dos días
transcurrieron en el mar en medio de un entorno encantador, y
una parte del tiempo lo utilicé para redactar un Memorando sobre
las reglas que deberían adoptar los Sumos Sacerdotes para enviar
estudiantes a Colombo para que prosiguieran sus estudios en sáns-
crito, pali y cingalés, bajo el Sumo Sacerdote Sumangala. Llegamos
a Kobe el domingo 26 y fuimos a un pueblo llamado Hameiji, a dos
horas en tren, para dar una conferencia, y regresamos a las 8:30 de
la tarde. La mañana del 27 la dediqué a conseguir mis billetes de
regreso y a otros preparativos para la salida, y a las 4 p. m. di mi 76ª
y última conferencia en una nueva sala de prédica del Hongwanji
local a una audiencia desbordada. Mientras estaba allí de cara a la
puerta, toda la ciudad y el puerto de Kobe se extendían ante mí
como una hermosa imagen, iluminada por un sol deslumbrante.
Casi nunca vi nada más encantador. Me ofrecieron una última cena
Regreso a Ceilán 103

en un hotel japonés normal al estilo nativo, siendo mis anfitriones


los miembros del Comité General Conjunto, que fueron muy
amables y cordiales. Después de la cena recibí muchas invitaciones
para escribir sentencias morales budistas y mi nombre en carac-
teres chinos en el papel o en pergaminos de seda llamados kakemono,
que se encuentran en las casas japonesas colgados como adornos, o
en pergaminos (entonces llamados mendara) que llevan una imagen
religiosa, como objetos que promueven el sentimiento devocional.
Había hecho innumerables cosas por el estilo a lo largo de mi gira,
hasta que, como le dije al Comité, me había exprimido el cerebro de
los axiomas budistas. Pero siendo este nuestro momento de despe-
dirme, me instaron a que cumpliera, así que seguí adelante como
de costumbre. Finalmente, cierto miembro laico del Comité que
estaba demasiado inclinado a beber saké*, la bebida nacional —un
licor ligeramente alcohólico obtenido del arroz— me insistió para
que le hiciera un kakemono. Protesté, alegando que mientras estaba
en Kioto había hecho dos o tres para su templo, pero él dijo que era
para otros, no para él; así que, como era un tipo alegre y servicial,
acepté. Me trajo un trozo de seda fina, la barra de tinta india, una
botella pequeña de agua, un platillo para mezclar y un lápiz grande
de cerda. Le pregunté qué quería que escribiera. “Oh, alguna buena
máxima budista”, respondió. Entonces, extendiendo la seda sobre
un pequeño soporte lacado, pinté esto: “Rompe tu botella de saké si
quieres llegar al Nirvana”. Hubo un rugido general de risa cuando se
lo tradujeron, y tuvo la bondad de unirse a la alegría.
Al día siguiente navegamos por el Mar Interior en el vapor de
correos francés Oxus, después de haber dejado Kobe a las 5 de la
mañana. Entre los pasajeros se encontraba el Padre Villion, un sacer-
dote y sabio católico romano, que había vivido 23 años en Japón y
estaba completamente versado en el idioma y la literatura, así como
en el budismo del norte. Llegamos a Shanghai el día 30 y los pasa-
jeros bajaron a tierra para recorrer los alrededores. Pasé unas horas
agradables con mis compatriotas, el cónsul general estadounidense,
el juez O. N. Denny, el Asesor del Rey de Corea, la Sra. Denny y
otros. También realicé un recorrido por esta ciudad china del que
me arrepiento, ya que casi me ahogan los malos olores, que superan
a cualquier cosa que haya llegado a conocer. Por la noche, el Maestro
del templo local de Hongwanji, y el Sumo Sacerdote de un templo
budista chino, y el Sr. Shevey Yessan, ministro de Asuntos Militares
Provinciales, subieron a bordo para visitarme. El Sumo Sacerdote me
hizo el valioso regalo para nuestra Biblioteca de una copia del Lalita

*  Saké o sake, bebida alcohólica japonesa hecha de arroz fermentado. (N. del T.)
104 H ojas de un viejo diario

Vishtara, o Vida Legendaria del Buda, en folio, en varios volúmenes,


cada dos páginas con una imagen de página completa grabada en
madera. Todos los detalles importantes de la vida de Buda, tal como
nos lo han narrado en el canon, están representados en grabados de
contorno, que son simplemente ejemplos admirables del arte. En
algunos hay huestes de figuras de hombres y dioses. Este es el libro
traducido por primera vez por Eugène Burnouf, y que realmente
introdujo la historia de Buda a la atención de los eruditos occiden-
tales. Del General chino y del Sumo Sacerdote tuve una cálida invi-
tación para venir y hacer una gira por China como la de Japón, pero
tuve que rechazarla por varias razones.
Bajo un extraño arreglo de la Compañía Marítima Messageries,
los barcos con destino a casa esperan en Shanghai, hasta ser rele-
vados quince días después por el siguiente barco de la lista. Por lo
tanto, nos transbordaron en Shanghai al Natal y nos llevaron río
abajo hasta Woosung, listos para comenzar con la marea baja del día
siguiente. Esa noche me desperté del sueño para recibir visitas del
Sumo Sacerdote del Templo Zen-shin y un delegado del General,
quien trajo una carta de agradecimiento de él por una respuesta
que yo había enviado a una carta suya. También me hicieron regalos
de libros. El barco zarpó a la una de la madrugada y navegó hacia
Hong Kong. El día estaba hermoso y claro. Llegamos a Hong Kong
el segundo día, pero el clima era tan húmedo y caluroso que no bajé
a tierra hasta el día siguiente, cuando encontré una escena de deso-
lación en la ciudad. Dos días antes, habían llovido 60 centímetros
de agua y causado una pérdida de $ 1 500 000 al gobierno, además
de enormes pérdidas a los comerciantes. La calle principal estaba
enterrada a 90 centímetros de profundidad por la arena arrastrada
de las colinas, las alcantarillas habían estallado, algunas casas habían
sido barridas y grandes árboles arrancados de raíz habían sido arras-
trados hacia la ciudad. La vía del funicular, que subía al Pico, estaba
rota y los largos tramos habían desaparecido por completo. El día
6, al mediodía, navegamos hacia Saigón y llegamos allí el día 9. Un
grupo de nosotros bajamos a tierra para pasar el tiempo y ver lo
pintoresco de la gente y los objetos extraños que abundan allí. El
vapor zarpó a la mañana siguiente hacia Singapur, y llegó allí el 11 y a
Colombo el 18, sin incidentes notables, salvo que al salir del estrecho
de Sumatra fuimos azotados por el monzón y tuvimos mal tiempo
el resto del viaje. Nuestra bienvenida fue entusiasta en nuestra Sede
Teosófica esa noche. El Sumo Sacerdote presidió, W. Subhuti y un
representante de la secta Wimelasara estuvieron presentes, y una
audiencia improvisada llenó el lugar hasta la sofocación. La habita-
ción estaba decorada con buen gusto, con flores, arreglos decorativos
Regreso a Ceilán 105

de hojas, guirnaldas, y brillantemente iluminada con banderas japo-


nesas, mientras que los trofeos de banderas budistas y japonesas
aumentaban la apariencia festiva del salón. Una hora antes de la
hora de la reunión, la Sede Central estaba llena, cientos de personas
fueron rechazadas por falta de espacio para estar de pie. El primer
número del programa fue la lectura de un Discurso de la Sociedad
de Educación de Mujeres por la señorita M. E. De Silva, siendo esta
la primera vez que una joven cingalesa había leído un discurso en
inglés. Unas breves observaciones de Sumangala Thera precedieron
a mi informe de la misión para la cortesía religiosa internacional, en
el transcurso del cual presenté a cuatro jóvenes japoneses Samaneras
(estudiantes de teología) que, en mi apelación, habían sido enviados
aquí para estudiar con el Sumo Sacerdote y pandit Batuvantudave, y
llevar consigo copias de los Tripitakas del canon del sur. Cada uno
de los japoneses hizo breves discursos, expresando la esperanza de
sus sectas de que de ahora en adelante podría haber una estrecha
relación fraternal entre los dos sectores hasta ahora aislados de la
familia budista, después de lo cual el Sumo Sacerdote dijo:
Todos ustedes han escuchado el relato del coronel Olcott sobre
su misión en Japón, y debe haberlos hecho a todos felices y orgu-
llosos escucharlo. La propagación y el mejoramiento del budismo
es la obra más noble del mundo, y esa es la labor en la que se ha
comprometido el coronel Olcott. Es cierto que hay algunas dife-
rencias entre las Iglesias del norte y sur, pero a pesar de eso los
japoneses son budistas como nosotros, y como nosotros luchan
contra la influencia maléfica del cristianismo; por lo tanto, debemos
mirarlos como hermanos. No debemos olvidar nunca el cordial reci-
bimiento que le han brindado al coronel Olcott como nuestro repre-
sentante, y el cariño fraternal que nos han mostrado. Confío en que
este pueda ser el comienzo de una verdadera unión espiritual entre
todos los países budistas.

Los cuatro jóvenes sacerdotes de Japón me precedieron a mi regreso


a Adyar en un vapor anterior al mío, a cargo de Dharmapala, y se
habían instalado en el momento de mi llegada.
Un vistazo al mapa de Japón mostrará la gran extensión del área
que cubrió mi viaje, a saber, desde Sendai, en el extremo norte,
hasta Kumamoto, en el extremo sur del imperio. Desde el día de
llegada hasta el día de embarque estuve en tierra 107 días; durante
ese tiempo visité 33 localidades y pronuncié 76 discursos públicos
y semipúblicos, alcanzando, como se dijo anteriormente, 187 500
oyentes. Hasta entonces no había hecho tanto; lo más cercano fue mi
106 H ojas de un viejo diario

gira por la Provincia de Galle para el Fondo Budista Cingalés, cuando


di 57 conferencias en 100 días.
Para terminar la historia de la gira por Japón, será mejor que
insertemos aquí el testimonio del Sr. Tokusawa, tal como lo dio a
la Convención de la S. T. de 1890, ya que da en una declaración
condensada los resultados tangibles y permanentes de mi misión. El
Sr. Tokusawa dijo:
Hermanos, mi presencia y la de este sacerdote budista, el
Sr. Kozen Gunaratne, indica la influencia que su Sociedad, a través
del Presidente, ha adquirido en nuestro lejano país. Con mi poco
conocimiento de inglés, es imposible para mí describir todo lo que
el coronel Olcott ha hecho allí. El efecto de su gira por Japón el
año pasado ha sido tan grande y tan duradero que la corriente de
opinión pública se ha vuelto en realidad en la dirección opuesta.
Las cartas y los periódicos recibidos semanalmente en Colombo
por mí y por mis compatriotas prueban lo que acabo de decir.
Es maravilloso que un hombre haya podido hacer tanto. Cuando
pienso en la condición de mi religión hace tres años, me siento incli-
nado a estremecerme, porque entonces estaba en su punto más
bajo. Cuanto más reflexiono sobre estos tiempos malos, más me
inclino a bendecir a nuestra Sociedad Teosófica y al coronel Olcott.
Una comparación entre el estado del budismo entonces y ahora
justifica lo que digo… Hasta hace muy poco, los más educados
de nuestro pueblo miraban al budismo y a sus sacerdotes con
desprecio. Algunos seguidores acérrimos de la doctrina del señor
Buda intentaron contrarrestar la influencia de los cristianos, pero
fue en vano. Fue en este momento oscuro cuando los budistas se
enteraron del trabajo del coronel Olcott y le pidieron su ayuda y
simpatía. Por eso, el año pasado, el Sr. Noguchi fue enviado a este
país para persuadir al Coronel de que fuera a Japón y realizara
una gira de conferencias por todo el país. Lo hizo, y me complace
decir que su éxito superó con creces nuestras expectativas más
optimistas. El budismo volvió a cobrar vida y los budistas de todas
partes comenzaron a reavivar su antigua fe. Entre los efectos más
conspicuos de este resurgimiento se encuentran las tres univer-
sidades budistas y varios Colegios que están a punto de insti-
tuirse, y el establecimiento de unas 300 publicaciones periódicas
que abogan y defienden el budismo. Se controló la propagación
del materialismo y el escepticismo; se demostró la insuficiencia del
cristianismo para nuestras necesidades y se reivindicó la verdad
del budismo. Una reacción de un carácter sumamente maravilloso
—como he señalado— se ha posicionado a favor del budismo.
La fundación de muchas escuelas budistas, periódicos y revistas
Regreso a Ceilán 107

budistas son los resultados visibles de la misión del Coronel. Los


príncipes y princesas imperiales han comenzado a desempeñar
un papel destacado en la educación y la propaganda budista. Una
princesa imperial se ha convertido en la patrona de la Sociedad
de Mujeres Budistas de Nagoya, que se fundó poco después que
él diera una conferencia en esa ciudad, y como consecuencia de
su homenaje a la mujer. Un príncipe imperial se ha convertido en
Presidente de la Sociedad Dasa Sila, un organismo fundado hace
diez años para promover la observancia de los Diez Preceptos del
budismo, pero que, debido a la fuerte oposición de las clases cris-
tianas y escépticas, había desaparecido. Después de la misión del
Coronel, ha sido revivido y ahora está funcionando. La gente ahora
ve al Coronel como su benefactor, y para muchos es casi su padre.
Los cristianos han dejado de ser tan agresivos como antes: sus
conversos están inventando una nueva forma de fe. Sí, la misión
del coronel Olcott en Japón quedará registrada en la historia. Los
japoneses siempre le estarán agradecidos a él y a su Sociedad;
y espero, hermanos, que siempre se interesen amablemente por
nuestra gente.
Naturalmente, me hubiera gustado ir a casa y descansar un poco
después de la gira por Japón, pero no lo pude hacer, así que me
detuve tres semanas en la isla, visitando Anuradhapura, donde di
una conferencia bajo la sombra del histórico árbol Bo (cuyo tronco
original, un corte del sagrado árbol Bo de Bodh Gaya, bajo el cual
el Bodhisattva Siddhartha había alcanzado la iluminación, había sido
traído de India por la princesa Sanghamitta, hija del emperador
Asoka); Matale (donde formé una Rama de la S. T.); Kandy (donde una
gran procesión me llevó por las calles y donde di dos conferencias);
Gampola; Marvanwella, en los cuatro Korales; Kaigalle; Kurunegalle,
donde formé otra Rama, y ​​ donde los pintorescos alrededores de
mi conferencia al aire libre permanecen tan vívidamente en mi
memoria que debo darles más que un paréntesis. ¡Cómo deseaba
que un fotógrafo tomara la escena! Detrás de mí se levantaba una
colina en la que se excavó un templo de piedra de Buda. Un espolón
llamado la Roca del Elefante surgía de la ladera. Una multitud de
aproximadamente 1500 personas se apiñaba en un anfiteatro natural
a mis pies; a la derecha, al frente y a la izquierda había una arboleda
de viejos cocoteros sin maleza, y de los troncos colgaban banderas
budistas y otras decoraciones, dando el toque de color brillante
necesario para hacer la imagen perfecta. Los Sres. Leadbeater, Hogen
y Kawakami, los dos últimos de Japón, se dirigieron a la multitud
y recibieron grandes aplausos. El nombre que se le dio a la nueva
Rama, Maliyadeva, fue el del último de los grandes Adeptos histó-
108 H ojas de un viejo diario

ricos, cuyo fallecimiento no conozco, pero que fue hace mucho


tiempo. Desde entonces, Ceilán no ha tenido Arhat real reconocido,
y no es de extrañar que su budismo se haya vuelto cada vez menos
espiritual, hasta ahora uno buscaría en vano desde Hambantotte a
Uva a un solo hombre a quien los cingaleses pudieran admirar con
adoración como encarnación de la verdad de la eficacia del sistema
Yóguico esotérico practicado y enseñado por el Fundador. Eso es
lo que hace que mi trabajo entre ellos sea tan duro; lo único que
les importa es la formación intelectual y moral de sus familias; lo
espiritual es algo que está más allá de su alcance; y cuando fui por
primera vez a la isla, incluso me contaron la ridícula historia de
que, ya había transcurrido el tiempo para el desarrollo de Arhats,
mientras que (como se muestra en el “Catecismo Budista”) el propio
Buda declara expresamente que nunca faltarían Arhats mientras los
miembros de su sangha continuasen observando los Diez Preceptos*.
Mi recorrido también me llevó a varios barrios de Colombo y
a Matara, muy lejos en la provincia del sur, donde vivía esa santa
mujer, la Sra. Cecilia Dias Llangakoon, y donde di una confe-
rencia en su gran casa, en presencia de los Sumos Sacerdotes de la
provincia, todos los cuales estaban interesados ​​en escuchar sobre
el estado del budismo en Japón. Fue durante esta visita que la
Sra. Llangakoon me entregó la espléndida colección de Tripitakas,
en 60 volúmenes, que me había hecho copiar por 12 copistas a un
costo de £ 300, y cuya obra llevó dos años en realizarse. Es, quizás, la
mejor colección de escritos en hojas de palma que se haya visto en
India. La Sra. Llangakoon también me prometió agregarle el Tikka,
o Comentario, que llenaría aproximadamente el mismo número de
volúmenes; y un viejo pariente suyo en Galle me dijo la temporada
pasada, cuando lo visité, que había puesto una cláusula en su testa-
mento a tal efecto, pero todo lo que puedo decir es que, si bien tengo
razones para saber que hay una cláusula que ordena que la Tikka esté
preparada, aún no ha llegado a mis manos, aunque su patrimonio era
grande y el costo bien podría haber sido asumido. Posiblemente sus
representantes o albaceas no son tan amistosos en los sentimientos
hacia nosotros como ella, por lo que han pospuesto indefinidamente
el cumplimiento de sus deseos. Visité Kataluwa y luego Galle, donde
se me mostraron grandes cortesías; de allí de regreso a Colombo y, el
8 de julio, zarpé hacia Madrás. La siempre bendita Adyar me volvió
a ver el día 11, tan feliz de llegar a casa como siempre.

* “Catecismo Budista”, nota al pie de la p. 56 (33a ed.). “En el Digha Nikaya, el Buda
dice: ¡Escucha, Subhadra! El mundo nunca estará sin Arhats si los ascetas (bhikkhus)
de mis congregaciones guardan bien y verdaderamente mis preceptos”. (Olcott)
CAPÍTULO X
Una visita a Europa
1889

L
OS primeros días me insumió bastante tiempo la disposición
de nuestros libros y cuadros japoneses, también la unión de
las piezas de un enorme farol de latón (una réplica de los del
gran templo Shin Shu de Kioto, que se había hecho especialmente
para nuestra biblioteca a expensas del Comité Conjunto de todas las
sectas a un costo de $ 250), y la lectura de archivos de intercambio
para ponerme en contacto con el movimiento. Entonces hubo un
sinfín de visitantes que siempre llegaban y visitas que hacer. El
21 ( julio) se organizó una recepción en mi honor en Adyar por
los tres “Comisionados” en cuyas manos había puesto la dirección
de los asuntos de la Sociedad, como precaución contra cualquier
complicación que pudiera ocurrir durante mi ausencia de casa. Fue
“muy concurrida, la biblioteca se veía espléndida y todos parecían
complacidos”, dice el Diario. Ciertamente, este cordial buen senti-
miento me resultó muy agradable. Con una gran curiosidad que
prevalecía en la comunidad india por escuchar sobre Japón, di una
conferencia pública en la salón Pachaiappah el día 27.
Dos horas antes de la hora señalada, el salón estaba abarrotado.
Teósofos y otros vinieron de Kumbakonam, Coimbatore y otros
lugares distantes para escucharme, y se mostró mucho entusiasmo
y el mejor sentimiento posible por los japoneses. Los hindúes pare-
cían muy orgullosos de sus logros y se emocionaron cuando les
dije que, invariablemente, cuando tenía que dirigirme a un público
selecto de personajes políticos, militares y nobles, me pedían que
les contara todo sobre los hindúes y les explicara por qué ellos y los
110 H ojas de un viejo diario

cingaleses habían “perdido sus países”. Evidentemente, decidieron


sacar provecho de los errores de otras naciones y no hacer nada que
rompiera la fortaleza del muro defensivo de su patriotismo. Les dije
a los hindúes que les había advertido a los japoneses que el derro-
camiento de estos últimos, como el de los hindúes, se remontaría al
período en que el espíritu religioso casi desaparecería de su carácter
nacional, para entonces, entregarse a las tendencias desmoraliza-
doras de las ambiciones puramente mundanas y los placeres de la
vida física, la savia vital en ellos como nación se secaría, se volve-
rían cobardes, y serían vencidos y pisoteados por alguna raza más
fuerte. Les dije a los hindúes que lamentaba ver algunas evidencias
en Japón de la decadencia nacional por esta misma causa. Encontré
que las observancias religiosas se volvían superficiales, el sacerdocio
en gran medida holgazán (como los de Ceilán e India) y perdía su
influencia día a día.
Recuerdo un incidente que ocurrió en una conferencia mía en
una de las grandes ciudades incluidas en la tercera parte de mi
programa, que atravesó la parte sur del imperio. Llamé la aten-
ción de una audiencia enorme sobre el hecho de que los sacer-
dotes budistas eran cada vez menos respetados (había unos 400
presentes en la audiencia) porque no estaban observando los Diez
Preceptos. Cuando les fueron traducidas estas palabras, se oyó un
fuerte aplauso y los sacerdotes se avergonzaron. Me quedé quieto
hasta que se restableció el silencio, y luego, dando un paso adelante
y levantando la mano, grité:

¿Cómo se atreven a condenar a los sacerdotes de esta manera


irreflexiva? ¿Se portan mejor que ellos? ¿Observan los Cinco
Preceptos prescritos para el padre de familia? Estos hombres con
túnica son sus propios parientes, nacidos en sus propias familias,
de los mismos padres y en el mismo entorno. No son mejores ni
peores que ustedes; y si no se dan cuenta del ideal que les esbozó
el Buda, es culpa de la comunidad budista, que cierra los ojos a
sus debilidades, pero sigue manteniendo la forma de saludar a
su vestimenta exterior, como si el hombre de adentro pudiera ser
lo que le guste y eso no ser asunto de nadie. Si quieren que sus
sacerdotes sean buenos, sean buenos ustedes mismos; si quieren
que guarden los Preceptos, guárdenlos ustedes mismos. Si les
demuestran que saben cómo deben comportarse y que no los
apoyarán a menos que lo hagan, entonces, créanme, verán cómo
el Sacerdocio de Japón queda arrasado de inmediato por una ola
de reformas, y su rango eclesiástico, una vez más llevará consigo
el derecho a ser honrado.
Una visita a Europa 111

El aplauso que resonó después de estas palabras fue algo


maravilloso.
Rogué a los hindúes que tomaran esta advertencia si querían
limpiar la suciedad de sus santuarios más sagrados y dar a los
templos de sus dioses una atmósfera pura en la que un verdadero
Devata pudiera respirar y actuar sin la sensación de asfixia. Una
comunidad de aldea pura, como la que se encontraba en todas partes
en los tiempos de los antepasados en Bharata Varsha, haría impo-
sible los escándalos horribles que surgen ahora de vez en cuando
en los tribunales de magistrados de la policía británica en India;
ningún Mahants tendría que ser procesado por seducción, acuña-
ción, malversación y robo de los tesoros del templo; no se oiría
hablar de Fanes sagradas convertidas en burdeles, ni de verdaderas
joyas robadas y reemplazadas por falsas realizadas en vidrio, ni de
la ruina de familias, ni de la connivencia en asesinatos de indivi-
duos marcados. Creo que la mayor parte de mi audiencia aprobó mi
charla sencilla, pero a mí no me importaba ni un cauri* si lo hacían
o no: había una verdad que decir, y yo la dije, eso fue todo.
Siguieron otros acontecimientos de poca importancia, pero el
8 de agosto —apenas cuatro semanas después de la fecha de mi
regreso de Japón y Ceilán— me embarqué hacia Marsella en el vapor
francés Tibre, luego hicimos transbordo en Colombo al Djemnah y
seguimos nuestro camino. En Alejandría, los dos hijos del entonces
Jedive reinante, de los cuales el mayor es ahora el sucesor de su
padre, se embarcaron como pasajeros, en medio de los estruendos
de los cañones, la dotación de los astilleros y el despliegue de los
barcos de guerra en el puerto, y la presencia a bordo de los diversos
ministros del gobierno egipcio. En Suez, HPB y mi viejo amigo
el capitán Charles Dumont, director de tráfico de la Compañía
del Canal, subieron a bordo para verme. Durante el viaje hubo
bailes, charadas, loterías de caridad y cantos habituales, y solo los
menciono porque entre los cantantes se encontraba un agricultor
bátavo, un vocalista aficionado, que tenía una voz tan soberbia que
lo insté fuertemente a subir al escenario. Podía llegar al ut de poitrine,
de C alta, con perfecta facilidad.
Llegamos a Marsella el 1 de septiembre, y el venerable y erudito
barón Spedalieri me recibió de nuevo en Francia y me llevó a su
casa a desayunar. La Exposición Universal de 1889 estaba entonces
abierta y, como es habitual en tales exposiciones, simplemente me
aplastaba la sensación de la inmensidad de sus exhibiciones y la

*  Molusco que abunda en las costas de Oriente, que servía de moneda en India
y costas africanas. (N. del E.)
112 H ojas de un viejo diario

imposibilidad de hacerme siquiera una idea fugaz de los detalles. El


hecho es que uno debe visitar en una de estas Muestras Mundiales
sólo el departamento de Arte e Industria en el que está especial-
mente interesado, dejando que todo lo demás pase simplemente
como un desfile fugaz.
Mi amigo, el conde d’Adhêmar, me dio un gusto llevándome
a ver las manifestaciones repugnantes, pero maravillosas, de los
fenómenos psíquicos de los Aïsonas de África, la conocida secta
de místicos y hechiceros musulmanes, cuyas hazañas superan la
creencia. Los vi pararse sobre brasas con los pies descalzos, perfo-
rarse las mejillas, los brazos y la lengua con tacones de aguja de
hierro o agujas largas, —algunos con pesadas bolas de hierro o plomo
en un extremo—, acostarse con el abdomen desnudo sobre afiladas
espadas mientras un segundo hombre saltaba sobre sus espaldas y
les clavaba dagas en la piel en los costados, masticaban y tragaban
vasos rotos y lámparas de vidrio, cortaban con los dientes escor-
piones en dos y se comían serpientes vivas. Perforaban la lengua
transversalmente con un pincho con una bola metálica pesada, y
luego dejaban que semejante peso la empuje hacia la perpendicular
girando la lengua flexible; fue un espectáculo espantoso. No era un
espectáculo para que lo vieran mujeres sensibles.
Antes de que comenzara la función, el grupo de Aïsonas se
sentaba con las piernas cruzadas en un semicírculo, con su jefe o
jeque en el medio, y todos golpeaban rítmicamente con panderetas
muy grandes, digamos, tal vez, según recuerdo, 4 pies de diámetro.
Esto continuó por un tiempo, la frecuencia de vibración nunca
varió, hasta que por fin uno de ellos dejó a un lado su pandereta,
saltó con un grito, se arrodilló ante el jeque, quien le pasó las manos
por encima y luego pisó las brasas, o continuó con alguna de las
otras hazañas. Después de una hazaña, el ejecutante regresaba al
Sheikh, le quitaba las dagas de las heridas, y simplemente acariciaba
el lugar con la mano. No fluía ni una gota de sangre y la herida se
cerraba. Ahora bien, esto significaba hipnotismo, clara e inequívo-
camente, y la pregunta es ¿quién fue hipnotizado? ¿solo el artista, o
tanto él como los espectadores? Porque no solo vi las perforaciones
de la carne, sino que se me permitió manejar las armas y sentir
el peso de las bolas de metal sobre ellas con mis propias manos.
El golpeteo rítmico de la pandereta similar a un tambor era un
elemento hipnótico.
Uno ve lo mismo en las reuniones del Ejército de Salvación,
cuando los conversos “cambian de opinión” como resultado de
la cadencia hipnotizante del golpeteo de tambores y metales
Una visita a Europa 113

retumbantes, y el cambio constante de melodías. Pero concedido


esto, ¿qué sigue? ¿Qué es esta acción hipnótica que hace que el
cuerpo humano sea invulnerable al fuego y a las heridas de los
instrumentos cortantes, impide el flujo natural de sangre y hace
que la herida abierta se cierre y granule al pasar las manos magné-
ticas de un hipnotizador sobre la superficie de piel? ¡Aún no hemos
empezado a captar las misteriosas potencialidades de esta ciencia
de Anton Mesmer, ensanchada y rebautizada por Charcot de La
Salpêtrière, y otros evasores de impopularidad!
HPB me saludó calurosamente a mi llegada a Londres, el 4
de septiembre a las 7 p. m., y me mantuvo hablando, a la vieja
usanza de Nueva York, hasta las 2 de la madrugada. Encontré a la
señora Annie Besant viviendo en la casa, acababa de llegar de los
Secularistas a nuestra residencia temporal, con maleta y equipaje.
Fue entonces, hace solo diez años, cuando comenzó su espléndida
carrera como conferencista teosófica, autora, editora y maestra.
¿No le parece extraño que alguna vez haya sido otra cosa que una
Teósofa? ¿No es casi increíble que alguna vez haya sido tan incré-
dula acerca de nuestras ideas, la existencia de los Grandes Maestros,
la posibilidad de extender infinitamente el conocimiento humano
ampliando el área de la consciencia humana? ¿Es extraño que ella
haya sido materialista, dura como un clavo contra las afirmaciones
de la existencia espiritual y los promotores de esa filosofía? Uno
piensa que debe haber estado disfrazada entonces con túnicas pres-
tadas, mientras que en su corazón siempre fue una espiritualista.
Ciertamente eso es lo que vi en ella en nuestro primer encuentro,
a pesar de su aire de mujer de la clase trabajadora, con sus botas
gruesas, con cordones, sus faldas algo más cortas para mantenerlas
ordenadas cuando caminaba penosamente por las calles embarradas
del East End, su pañuelo rojo del verdadero tinte socialista, y su
cabello prácticamente rapado, en resumen, una Annie Militante.
Algunas personas de la clase alta en la Sociedad estaban mal predis-
puestas contra ella, ¡pensando que nada bueno podría resultar de su
rara moda importada en nuestro respetable cuerpo! Algunos incluso
me hicieron llegar su protesta por tenerla viviendo en la Sede, ya
que podría mantener alejadas a mujeres influyentes. Pero lo que
encontré en ella está escrito en mi Diario del 5 de septiembre, la
noche de nuestro primer encuentro: “La Sra. Besant me parece
una Teósofa natural: su adhesión a nosotros era inevitable, por la
atracción de su naturaleza hacia lo místico. Ella es la persona más
importante para nosotros desde Sinnett”. Y tenga en cuenta que su
autobiografía no se había escrito entonces para descubrir el brillo
114 H ojas de un viejo diario

de su espíritu despierto “dentro de la lámpara diurna del cuerpo”,


como dice Maimónides; creo que ella no había hecho un discurso
público en apoyo de la Teosofía, ni había dicho una palabra por el
estilo durante la conversación entre ella, HPB y yo, pero cuando
la conduje a la puerta, miré sus ojos bondadosos y grandiosos, y
toda esta sensación de su carácter pasó como un relámpago a mi
propia consciencia, recuerdo que la tomé de la mano y al despe-
dirse le dije: “creo que te encontrarás más feliz de lo que jamás has
sido en tu vida, porque eres una mística que ha tenido esa parte
del cerebro congelada por su entorno. Entras ahora en una familia
de pensadores que te conocerán como eres y te amarán mucho”.
Ella podrá decir si estas no fueron mis palabras proféticas en ese
primer encuentro. Cuán maravillosamente ha cambiado para mejor
durante estos últimos diez años, sólo aquellos que la conocieron en
1889 pueden darse cuenta; no es la misma mujer, siente su alma.
¡Bendiciones para ella!
Al día siguiente, ella y yo visitamos al Sr. Bradlaugh en su resi-
dencia. Lo conocí y lo escuché dar una conferencia en Nueva York
en 1873, y había sido uno de sus patrocinadores para la membresía
honoraria del club Lotus, por lo que nuestras relaciones personales
tuvieron una base agradable. Lo encontré envejeciendo rápida-
mente, pero lleno de esa fuerza juvenil que lo hacía estar como un
roble entre los hombres. En el curso de la conversación, observé
cuán profundo era su pesar dado que la Sra. Besant se había quedado
con nosotros, pero el paso había sido dado por su propia iniciativa,
no debido a ninguna solicitud de nuestra parte. Él respondió con
tristeza que era una gran y profunda pérdida para él, pero que la
señora Besant era una mujer que siempre actuaría de acuerdo con
los impulsos de su consciencia, y él no tenía nada que decir. Incluso
si lo hiciera, sería inútil.
El siguiente domingo por la noche fui a escuchar a la Sra. Besant
hablar sobre “Memoria”, en el “Salón de la Ciencia”, un discurso muy
certero y contundente, el primero que había escuchado de ella. Una
oportunidad tan favorable de escuchar a una oradora tan grandiosa
no se podía perder, así que fui varias veces a sus conferencias, y la
acompañé al “Salón de la Ciencia” en esa noche memorable cuando
se despidió muy conmovida de sus colegas librepensadores, ya que
habían decidido que ya no se le debería permitir trabajar con ellos
porque había adoptado puntos de vista diametralmente opuestos a
los de ellos. Fue muy vívida su intervención cuando protestó, en el
sagrado nombre del librepensamiento, contra la actitud desleal de
los librepensadores hacia una antigua y probada colega, que simple-
mente había ejercido la prerrogativa por la que ella había luchado
Una visita a Europa 115

durante tantos años. Mostró tan claramente como el día, la incon-


sistencia y la miopía de esa política. Al mismo tiempo, su discurso
me recordó el hecho de que su posición hacia la Teosofía era la
misma que la que había asumido anteriormente en el Reformador
Nacional, el órgano del Sr. Bradlaugh y de ella. Un librepensador
de Madrás había escrito para preguntarles a los editores si un
secularista podía ser consecuentemente también un Teósofo, y la
Sra. Besant, por sí misma y coeditora, le había respondido editorial-
mente que los dos eran incompatibles. Copiamos esa respuesta con
comentarios en The Theosophist, los comentarios eran algo fuertes,
con indicios de que los secularistas del tipo de la Sra. Besant estaban
llegando a ser tan dogmáticos como el Papa. Ninguno de los dos
previó entonces cuán pronto tendría que beber de la mano de su
propio grupo del cáliz amargo que una vez estaba recomendando
para nuestros labios.
Además de las amistades deseables que se hicieron en ese
momento, estaban las indeseables como la de la famosa Diss Debar,
“la médium de precipitación de los EE. UU.”: una persona vistosa y
de hablar suave, que era una médium muy notable o una farsa muy
extraordinaria. La evidencia del Sr. Luther R. Marsh, de Nueva York,
un gran abogado y exsocio legal de Daniel Webster, fue entusiasta a
favor de su mediumnidad, y se rumoreaba que estaban casados en
privado. Me dijo que era así y que el señor Marsh vendría pronto
a Londres para conocerla; además, se hacía llamar señora Marsh.
Era una mujer corpulenta, de pelo negro, de gran figura y modales
atractivos, como ese don sin nombre de una mujer parisina. Iba
vestida de negro y llevaba la cruz de una orden extranjera (la Legión,
creo) en el pecho, un toque de delicadeza dramática, porque podría
significar mucho. Mi registro dice que “no estaba convencido”
de su buena fe. Ella había recogido a una dama estadounidense
con mucho dinero, pero poco cerebro, que la mantenía económi-
camente. Ella quería alojamiento para ambas, así que la remití a
un lugar en el barrio y fueron allí, pero en los días siguientes se
sucedieron acontecimientos sin fin: una incautación de equipaje,
facturas impagas, y el revoloteo de la decorada dueña de las mara-
villas. Posteriormente, si no recuerdo mal, fue procesada por estafa
y encarcelada. Se ha perdido de la vista del público y no he sabido
nada de ella durante años. Pero me informaron que había contado
historias locas de su intimidad con HPB, y un trabajo muy oculto y
maravilloso que estaban haciendo juntas, toda pura falsedad.
El 17 (septiembre) di mi primera conferencia pública en Londres
en la Capilla de South Place, el lugar de culto del Sr. Moncure D.
Conway. El edificio estaba lleno, la Sra. Besant estuvo presente. Mi
116 H ojas de un viejo diario

tema fue “La Sociedad Teosófica y su obra”. Al final me hicieron


muchas preguntas de todas partes de la sala, y finalmente ocurrió
ese incidente tragicómico que he mencionado en otra parte, pero
que puede repetirse aquí, ya que esta es la conexión adecuada. Una
voz desde la galería de la derecha gritó en voz alta: “Me gustaría
saber cómo es que el coronel Olcott está tan familiarizado con todas
las religiones orientales cuando apenas conozco una a la perfec-
ción, aunque he dedicado veinte años a su estudio”. El que formuló
la pregunta era una gran autoridad en asiriología. Creo que fue
una pregunta un poco tonta porque la respuesta era muy obvia,
pero justo cuando estaba a punto de decir algo de naturaleza conci-
liadora, una fuerte respuesta vino de la galería opuesta, una sola
palabra, “Inteligencia”. Eso generó una explsión de risas, y ni la
señora Besant ni yo pudimos evitar sonreír.
Los periódicos de Londres dieron largas noticias del discurso,
pero una breve cita de la Gaceta Pall Mall será suficiente:

No es nada inusual ver una variedad de rostros pensativos en la


Capilla de South Place, sin embargo, se puede cuestionar si las
paredes de ese edificio simple y sin pretensiones hasta ahora han
mirado hacia abajo a una asamblea que expresa más respeto,
debido a su alta capacidad mental y habilidad, que el que ocupaban
anoche los asistentes sentados y de pie en la capilla. La ocasión
fue la conferencia teosófica del coronel Olcott, presidida por la
señora Besant. Estuvieron presentes angloindios bronceados,
orientales con fez y gafas, estudiantes y profesores de medicina,
teología y ciencia, gente representativa de South Place, agnós-
ticos, librepensadores y espiritualistas; cuántos “istas” diferentes
estaban realmente es apenas posible establecer. En esta hete-
rogénea reunión, la señora Besant presentó al conferenciante, el
coronel Olcott, como ya se ha mencionado en sus columnas, un
hombre de personalidad llamativa e imponente. Su cabello es
plateado, su barba suelta blanca y suave, su frente maciza y todo
su aspecto venerable. No hace ninguna pretensión de elocuencia
ni busca ese resultado. Dice lo que tiene que decir de la manera
más sencilla posible. Sus modales son ciertamente sinceros y su
método convincente.

The Theosophist (suplemento, noviembre de 1889), al referirse al


informe de la Gaceta Pall Mall, dice:

Hay en Londres, entre una multitud de formas de ganarse la


vida, oficinas llamadas “Agencias de corte de periódicos”, que
Una visita a Europa 117

proporcionan a los suscriptores recortes sobre cualquier tema


deseado de los periódicos de Gran Bretaña y las Colonias. De una
agencia de este tipo ya hemos recibido cerca de cien extractos de
revistas británicas que hablan sobre la conferencia inaugural del
coronel Olcott y la Teosofía en general.

El tono predominante es de burla o rencor, aunque hay ejemplos


de sobrio interés y respeto por los temas que difundimos. Lo que se
muestra de manera llamativa es la existencia de un interés popular
en nosotros y en nuestras acciones y dichos. Otra prueba sorpren-
dente es que, al mismo tiempo, Mme. Blavatsky estaba escri-
biendo un artículo sobre Teosofía, publicado por North American
Review, la principal revista de los EE. UU., y el coronel Olcott, uno
sobre la “Génesis de la Teosofía” para el (Conservative) National
Review, de Londres, este último artículo en respuesta a uno sobre
el mismo tema del Sr. Legge en el mismo periódico.

La conferencia me trajo un poco de mala suerte al incitar al


Dr. Bowles Daly, un escritor y autor periodístico irlandés, a buscar
nuestro conocimiento. Manifestó tanto interés en nuestro trabajo
y habló con tanta gentileza que se ganó mi confianza. Se unió a la
Sociedad y después de un tiempo partió a Adyar. Me había dicho que
tenía dos casas en Londres, que debería vender y luego seguirme.
Prestaría sus servicios ad honorem. Más tarde, resultó que no tenía
un centavo, y por ese motivo exigió un salario y asignaciones a los
cingaleses, entre los cuales finalmente se fue a trabajar. Tenía cierto
tipo de habilidad y cierta dosis de autoimpulso, pero demostró ser
bastante ignorante de la literatura oriental, por lo que me resultó
inútil como editor asistente, la modalidad en la que habíamos acor-
dado que iba a contratarlo. Se fue, como se dijo anteriormente, a
Ceilán; amplió nuestra escuela budista en Galle hasta convertirla en
una pequeña Universidad; hizo un trabajo duro; dio rienda suelta
a un temperamento furioso; expulsó a los estudiantes internos del
edificio de la escuela con una hebilla de cinturón el día de Wesak
porque la recitación de los gathas y silas lo molestaba en el piso
de arriba; fue elegido miembro de un Comité Budista Provincial;
trató de apartarme del amor de los cingaleses; insultó y enfureció a
algunos de los principales budistas; denunció al por mayor a toda la
sangha; y finalmente se trasladó a Calcuta, donde trató de prejuzgar
al público contra la Teosofía, y se vio envuelto en varios incidentes
públicos desagradables. Lo último que se sabe es que estuvo en las
colonias australianas. De no haber sido por su temperamento ingo-
bernable y su libre indulgencia en el abuso vulgar, podría haber
118 H ojas de un viejo diario

prestado un buen servicio a un movimiento que siempre necesita


ayudantes eficientes. No me habría atrevido a invitarlo a India si no
hubiera sido por su declaración de que sus servicios serían gratuitos
y no remunerados como los nuestros; una declaración que repitió
a HPB cuando lo llevé a su habitación, después de que llegamos a
un acuerdo entre nosotros (y después de que él me hubiera pedido
prestado 20 libras por alguna excusa en relación a los preparativos
para irse, un hecho que provocó que las cejas de HPB se levantaran
cuando se lo conté). El préstamo se pagó en Adyar.
En el momento de mi visita tuve la oportunidad de ver de qué infi-
nita ternura y compasión desinteresada era capaz la señora Besant.
Un viejo amigo suyo, un compañero reformador y un hombre muy
conocido, estaba completamente postrado por el exceso de trabajo
del cerebro y su vida estaba en peligro. Ella lo llevó a su casa, lo
cuidó como a un hermano, calmó sus desvaríos y, creo, le salvó la
vida. Me entristeció mucho cuando, ese mismo hombre en otro
acceso de debilidad nerviosa, se volvió hacia su amable enfermera y
dijo cosas crueles contra ella en la prensa. Lo sentí aún más debido
a mi gran aprecio por sus nobles rasgos de carácter.
Hice una gran cantidad de trabajo literario para HPB en esos
días. Ella hizo colocar una mesa junto a su propio escritorio, y nos
pusimos de inmediato a la vieja moda del “lamasterio” de Nueva York
cuando trabajamos en la composición de “Isis sin velo”, noche tras
noche, hasta altas horas de la madrugada. Escribí cartas y artículos
para su revista, y la ayudé en sus trabajos de enseñanza ocultista para
sus alumnos de la Sección Esotérica. Le molestaba mi aceptación
a las invitaciones para charlas de salón sobre Teosofía, las visitas a
personas importantes a las que queríamos interesar y las giras de
conferencias, queriendo mantenerme atado a su escritorio. Pero
esto no podía ser así, porque los intereses generales del movimiento
debían considerarse en primer lugar; y aunque ella me llamó “mula”
y todo tipo de apodos de ese tipo, hice lo que tenía que hacer. Sin
embargo, fue un verdadero sacrificio tener que negarme el placer de
la estrecha compañía, porque, como en Nueva York, cuando los dos
trabajábamos juntos solos, la puerta entre nosotros y los Maestros
parecía estar siempre abierta; llegaron a mi mente ideas inspiradoras
y la relación espiritual fue muy real. Su hábito de contar conmigo
como un ayudante siempre dispuesto y leal se había vuelto tan firme,
y nuestro vínculo tanto más estrecho y tan diferente del que había
entre ella y nuestros jóvenes, que parecía deleitarse con la reanu-
dación de esto último. En esas horas agradables solía decirme todo
lo que pensaba de los que la rodeaban y consultarme sobre cómo
tratarlos y la mejor manera de impulsar el movimiento.
Una visita a Europa 119

Cuando ciertas personas entraban y la consentían y adulaban,


ella, cuando se iban, si la ocasión lo exigía, me pintaba sus verda-
deros personajes. Mientras tanto, el objetivo de mi visita a Europa
se estaba cumpliendo silenciosa pero seguramente, los sentimientos
de ira de HPB estaban disminuyendo y todo peligro de interrupción
desaparecía rápidamente. Cosas que le habían parecido montañas se
convertían en montículos de arena cuando llegamos a mirarlos con
calma. Siempre había sido así. La nueva regla sobre la eliminación
de la cuota de ingreso y las cuotas anuales, adoptada en la última
Convención de Adyar, y que había exasperado tanto a las Secciones
británica y estadounidense, e insatisfecho incluso a los indios, se
superó temporalmente, después de mucho retraso, al emitir el
siguiente Aviso Ejecutivo:

En espera de la decisión final del Consejo General con respecto a


los honorarios y cuotas, por la presente ordeno que se observe la
siguiente regla. Cada Sección tiene la libertad de modificar dentro
de su propia jurisdicción el monto de ingreso y las cuotas anuales
(hasta ahora fijadas en, etc., etc.); y cada Sección, como parte
autónoma de la Sociedad Teosófica, cobrará dichos honorarios y
cuotas, según lo determinen, en nombre y por la autoridad de la
Sociedad Teosófica, y aplicará lo mismo al trabajo de la Sociedad
como órgano de gobierno seccional… La Sección India… habiendo
recomendado unánimemente que el monto de ingreso y las cuotas
anuales se restablezcan a ₹ 10 y ₹ 1 respectivamente, se aprueba
la recomendación…

El caso es que las nuevas resoluciones aprobadas por la Convención


de 1888 fueron universalmente reprobadas, y de esta manera se
desplomó un experimento que permití que intentara detener los
clamores de algunos que pensaban que en una Sociedad ideal como
la nuestra las cosas no debían ser gestionadas con la prudencia de
un plan de negocios, y que debemos confiar en la generosidad espo-
rádica de nuestros Miembros y del público en general. El déficit
en la cuenta del año se compensó tomando de la caja de efectivo
de The Theosophist ₹ 1308-2-11. Verbum sapienti sat est. [Una palabra es
suficiente para los sabios].
Aún quedaba otro asunto por resolver, a saber: complacer a las
dos secciones occidentales y calmar a HPB dándole alguna delega-
ción de mis poderes que realmente facilitaría la solución de cues-
tiones pasajeras sin la demora que implica una referencia a Adyar. Se
recordará que ella quería actuar como mi representante con plenos
120 H ojas de un viejo diario

poderes discrecionales; pero como no tenía una gran opinión de


su discreción en asuntos de tipo práctico, llegué a la conclusión de
alcanzar un término medio que se probaría como un experimento.
Entonces se hizo de esta manera:
LONDRES, 25 de diciembre de 1889
De conformidad con la solicitud unánime del Consejo de la Sección
Británica, y para evitar los inconvenientes y retrasos de remitir a
la Sede de las cuestiones locales actuales que requieren mi adju-
dicación oficial, por la presente nombro a H.  P.  Blavatsky como
Presidente, y a Annie Besant, William Kingsland y Herbert Burrows
como miembros de una Junta de Apelaciones, que se conocerán
como “los comisionados del Presidente” para Gran Bretaña e
Irlanda; y, además, por la presente delego en los comisionados
antes mencionados para el Reino Unido la jurisdicción de apela-
ción y los poderes ejecutivos que me confieren la Constitución y
las Reglas de la Sociedad, y los declaro como mis representantes
personales y apoderados oficiales para el territorio nombrado
hasta que el orden actual sea reemplazado.
Sin embargo, todas las órdenes ejecutivas y decisiones tomadas
en mi nombre por dichos comisionados serán acordadas y firmadas
por unanimidad por los cuatro comisionados arriba designados.

Esto le pareció un regalo de Navidad más grande de lo que real-


mente era, porque las palabras en cursiva en la oración final esta-
blecían la condición de que los cuatro comisionados, y no solo HPB,
me hicieran responsable de sus decisiones oficiales. Seleccioné los
otros tres porque los respetaba por su sentido práctico y firmeza
de voluntad, creyendo que no permitirían que se hiciera nada muy
revolucionario para alterar el funcionamiento estable de la Sociedad.
Algunos de nuestros valiosos colegas, como HPB con tanta consi-
deración me comentaba de vez en cuando en sus cartas, se habían
alegrado por mis severas “Órdenes Ejecutivas”, pero si alguno de ellos
hubiese tratado de mantener en buen estado y en funcionamiento un
cuerpo incongruente e ingobernable de excéntricos como la Sociedad
Teosófica, para que finalmente se estableciera sobre una base sólida
de sabia autonomía, siendo independientes dentro de los límites
constitucionales y, sin embargo, coherentes como una Federación en
su conjunto, tal vez hubieran sentido más ganas de llorar que de reir.
Incluso ahora, un secesionista muy conocido, cuyo impulso habitual
es estar en contra de toda apariencia de administración ordenada
y seguir solo su capricho personal, está invocando a los cielos para
que sean testigos de cómo la Sociedad ha degenerado en campos
Una visita a Europa 121

enemigos de esclavos, siguiendo a diferentes Papas, e invitándolos a


unirse a su compañía guerrillera. Dios sabe dónde se puede encontrar
otra Sociedad tan conservadora como la nuestra, pero con tan poca
restricción sobre los derechos individuales. Pero existen algunos cuyas
concepciones militares no pueden elevarse por encima del nivel de
los arbustos. En cualquier caso, los resultados han justificado plena-
mente mi política; y si la Sociedad está dispuesta a entrar en el siglo
XX como una poderosa fuerza social, es porque escuché todos los
buenos consejos, dejé que mis malhumorados asociados jugaran con
sus modas hasta que ellos mismos las descartaran por impracticables,
y cuando llegó una crisis, quedó demostrada la cualidad “terca” que
HPB tan enérgicamente denunció. El restablecimiento completo de
las buenas relaciones entre nosotros quedó demostrado por la noti-
ficación publicada de que me había designado como su único agente
en los asuntos de la Sección Esotérica para los países asiáticos, con
poderes discrecionales muy grandes, que ya se han citado. Entonces,
cuando el ciclón se apagó, continuamos con nuestro trabajo literario
conjunto en su sala de escritura en Lansdowne Road. No hace falta
decir que nuestros amigos indios respiraron mejor cuando se ente-
raron de la noticia.
Antes de irme de Inglaterra a casa, recibí a través del reverendo
S. Asahi, sacerdote principal del templo de Tentoku, Tokio, un ecle-
siástico de gran influencia, la siguiente comunicación imperial
sumamente gratificante:

Tokio, 18 de octubre de 1889.


Al Barón Toruku Takasaki.
Su Majestad Imperial ha aceptado el regalo de una imagen de
piedra y otros cinco artículos que le fueron ofrecidos por el coronel
H. S. Olcott con un memorando explicativo que acompaña a cada
artículo. Ruego a Su Excelencia que informe a ese caballero de la
aceptación de Su Majestad.
Viceministro del Hogar Imperial

Los regalos aceptados por Su Majestad fueron el modelo original


de la Bandera Budista, una imagen de piedra tallada de Buda Gaya,
hojas de los árboles sagrados Bo de Anuradhapura y Buda Gaya,
y fotografías de varios santuarios destacados. Con este indicio
de buenos deseos imperiales, ¡no es de extrañar que la nación se
volviera en masa hacia el mensajero del budismo del sur y tomara
en serio el mensaje! Debe agregarse que una explicación de la popu-
laridad instantánea de la bandera budista se puede encontrar en el
122 H ojas de un viejo diario

hecho de que cuando se mostró por primera vez a los sacerdotes


japoneses, consultaron sus propios escritos sagrados y encontraron
que los colores de las franjas verticales eran idénticos a los descritos
en ellos, como se ve en el aura del Buda. Algunos lectores también
recordarán que el enviado tibetano al Gobierno de India me dijo en
Darjeeling que eran los de la bandera del Dalai Lama. Por lo tanto,
nuestros colegas budistas de Colombo fueron más sabios de lo que
creían cuando sugirieron la idea del râsâ budista para la bandera
budista propuesta para todas las naciones.
CAPÍTULO XI
Viajes y conferencias
en las Islas Británicas
1889

M
UY a menudo pego en mi Diario tarjetas de visita de
personas notables, pequeños volantes de mis conferencias,
muestras de boletos de admisión a nuestros aniversarios
y recuerdos similares de eventos actuales, y me resulta a veces útil
y siempre interesante. Por ejemplo, para aquellos que conocen a
HPB sólo como un nombre y la consideran una especie de sacerdo-
tisa misteriosa, sería quizás interesante mirar la tarjeta a la que me
refiero en el Diario de 1889:

madame blavatsky en casa


Sábados, de 4 a 10 en punto
18 Lansdowne Road, Notting Hill, W.

Y una antigua de los primeros días en Bombay:

[una corona]
h. p. blavatsky,
Sec. corresponsal de la Sociedad Teosófica,
Nueva York,
Bombay

Hay muchas tarjetas pegadas en el Diario de ese año, entre ellas


las de algunos de los estadistas, soldados, civiles y nobles más
124 H ojas de un viejo diario

eminentes de Japón y, lo más conspicuo de todo, las tarjetas del


General chino y los Sumos Sacerdotes que me visitaron a bordo de
un barco en Shanghai. ¡Están en papel carmesí fino, de 3,5 por 7
pulgadas de tamaño!
El 1 de octubre salí de Londres para realizar una breve gira por
Gales, durante la cual di una conferencia en Merthyr Tydvil y Tenby,
y el público, según me dijeron, era inusualmente numeroso. De
este último lugar pasé a Liverpool, donde tuve la alegría de encon-
trar a mi hermana después de once años de separación. Ella era, en
los primeros días de la S. T. en Nueva York, una amiga y defensora
incondicional de HPB, un ejemplo de su magnánima lealtad fue
inducir a su esposo a alquilar un piso en el mismo edificio de apar-
tamentos donde teníamos nuestra Sede y residencia, para que con su
presencia se detuviera el chismorreo tonto y malicioso de que nues-
tras relaciones personales no eran de buen carácter. Por este acto de
devoción no sugerido, siempre estuve agradecido. Hablamos, nos
movilizamos a pie y en carro, vimos juntos los lugares y revivimos
el pasado nuevamente. Algo que nos dio un placer exquisito fue un
recital de órgano a cargo del Sr., luego sería Caballero, W. T. Best,
en el salón St. George. El gran órgano allí, se recordará, tiene 8000
tubos, y su tono y brújula son magníficos. Bajo la interpretación
del maestro, nos quedamos embelesados al escuchar los sonidos
de truenos que retumbaban y se estrellaban entre los riscos, el
sonido de la lluvia, las ráfagas de viento, los gritos de animales y los
cantos de los pájaros, los acordes de los instrumentos musicales y
las elevadas voces de hombres y mujeres. Nos sentamos hechizados
y suspiramos cuando se tocó la última nota.
Mi siguiente paso fue a través del accidentado Canal irlandés*
hacia Irlanda, la infeliz tierra de la gente más alegre del mundo.
Al llegar a Dublín, mi siempre estimado amigo, el Sr. F. J. Dick, me
llevó a su casa y, como todos nuestros Miembros locales, me mostró
toda la amabilidad posible. Encontré en el Rama de la S. T. algunos
hombres y mujeres muy serios y reflexivos, ansiosos por conocer la
verdad y lo suficientemente valientes como para proclamarla ante
cualquier peligro. El día 14, por la noche, di una conferencia en
la “Antigua Sala de Conciertos” sobre el tema localmente revolu-
cionario, “¿Hemos vivido antes en la Tierra?” Ya sea por eso o no,
el lugar estaba lleno de gente y muchos no pudieron ingresar. Los
periódicos de Dublín dieron su opinión al respecto, y el Jarvey, o
el Punch local, imprimieron algunos versos divertidos que hicieron

*  Estrecho de mar que separa Irlanda del Norte de Escocia; en la actualidad se


denomina Canal del Norte. (N. del T.)
Viajes y conferencias en las Islas Británicas 125

reír a la ciudad. Pero las críticas también hicieron pensar a muchos


y fortalecieron nuestro movimiento; lo cual, siendo así, las bromas
no importaban en lo más mínimo. Algunos oradores públicos no se
dan cuenta de que la única arma fatal a temer es el silencio; si el
libro, el artículo, la conferencia, el concierto o la obra de teatro de
uno pasan desapercibidos, eso es malo; el maltrato, por malicioso
que sea, es casi tan beneficioso como el elogio, mucho mejor que
la adulación. Por supuesto, se dijeron algunas cosas desagradables
contra nosotros, pero ¿qué más se podía esperar de la prensa irlan-
desa? Sin embargo, el Methodist Times mostró una generosidad ines-
perada cuando dijo:

Dublín está siendo honrada por la visita del coronel Olcott, Presi-
dente de la Sociedad Teosófica. Ha habido una Logia de la
Sociedad que se ha estado reuniendo en la ciudad durante algún
tiempo, y se dice que cuenta entre sus Miembros a muchos estu-
diantes del Colegio Trinity. Queda por ver si la visita del Presidente
ganará adeptos a la Teosofía; pero sus conferencias han suscitado
mucha controversia y está llamando la atención del público sobre
el movimiento.

Con el Sr. B. Keightley, que me había acompañado desde Inglaterra,


fui a Limerick, pero casi no llegué a tiempo para la conferencia
anunciada. Un torpe maletero de tren nos dio tan malas indicaciones
que en cierto cruce nos desviamos hasta Cork y habíamos llegado
hasta Blarney en el tren equivocado antes de que pudiéramos dar la
vuelta. Por supuesto, ningún amante del espíritu irlandés perdería
la oportunidad de visitar el famoso Castillo de Blarney, aunque
estaba lloviendo y tuvimos que atravesar el barro hasta llegar a él,
así que fuimos y salimos satisfechos. Llegamos a Limerick a tiempo
para comer algo en la casa del Sr. Gibson y cambiarnos de ropa
antes de la conferencia, que fue sobre “Entre los orientales”. Al
día siguiente, lamentablemente dejamos a nuestros amigos y regre-
samos a Dublín. El día 17 fui en un tren rápido, en cuatro horas
a Belfast, y di una conferencia en el salón Ulster Minor ante una
audiencia muy reflexiva, abordando el tema de la Reencarnación,
bajo el mismo título que en Dublín. Entre los oyentes había un
buen número de estudiantes universitarios que tomaron abun-
dantes notas. El reverendo J. C. Street, un predicador Unitario, de
gran fama local, fue un excelente oficiante, y nada podría haber sido
más justo que el tono de sus comentarios introductorios y finales.
The Northern Whig, creo el periódico más importante en Irlanda del
Norte, contenía el siguiente informe de los acontecimientos:
126 H ojas de un viejo diario

El salón menor del Ulster estaba muy lleno anoche, cuando el


coronel Henry S. Olcott, Presidente de la Sociedad Teosófica, dio
una conferencia sobre el tema mencionado. Por la composición
de la audiencia, era evidente que la curiosidad por escuchar los
principios del culto que no está de moda expuestos por una auto-
ridad tan eminente como el Coronel Olcott era el principal motivo
que los había reunido. Hubo una representación justa de cientí-
ficos locales, incluido el profesor Everett, y también hubo varios
clérigos, entre los que se encontraba el Rev. Dr. A. C. Murphy,
Rev. Dr.  Magee (Dublín), Rev. W. R. L. Kinahan y Rev. J. Bell.
La Sociedad Secularista tenía una gran fuerza, al igual que el
elemento estudiantil —líderes y otros—, mientras que no pocas
damas estaban entre la asistencia. El coronel Olcott, un caballero
de edad avanzada con una mente inteligente y una presencia
imponente, fue presentado por el reverendo Sr. Street, que fue su
único acompañante en la plataforma. El estilo del conferenciante
era fluido y contundente, pero también tranquilo, y abordó su tema
de manera sencilla y explicativa, nunca declamatoria. Su breve
historia del origen y progreso de la Sociedad Teosófica; y su trata-
miento, aún más breve, de la teoría de la reencarnación, lo dio con
el aire de un hombre que tenía una inmensa reserva de poder. Al
concluir la conferencia se formularon una serie de preguntas, más
o menos pertinentes al tema tratado, por parte de diferentes asis-
tentes, y respondidas por el coronel Olcott. No es muy probable
que la Sociedad Teosófica reclute una gran cantidad de Miembros
en Belfast; pero, sea como fuere, la Sociedad difícilmente podría
tener un precursor más capaz y cortés para representarlos entre
nosotros que su Presidente.
El Rvdo. J. C. Street, al tomar la presidencia, dijo que la Sede
de Dublín le había pedido que lo hiciera, ya que no había repre-
sentación local de la Sociedad Teosófica en Belfast. Él mismo
no era miembro de la organización y, hasta una fecha relativa-
mente reciente, desconocía incluso su existencia. Debía su primer
conocimiento de sus objetivos y propósitos al libro publicado por
la Sra. Besant, “Por qué me convertí en Teósofa”; y el domingo
pasado, en su propia iglesia, se había referido al tema de ese libro
con cierta extensión, sin embargo, con bastante independencia
de cualquier conexión con la visita del coronel Olcott a Belfast.
Después de todo, por lo tanto, quizás no fue inapropiado que se le
pidiera presidir esa noche.

Todavía teníamos una sorpresa mayor reservada para el público


prejuicioso; a saber: ¡Lepracaun! ¡Banshee! ¡Deence She! ¡Matha de Danaun!
Viajes y conferencias en las Islas Británicas 127

una conferencia titulada


“Las hadas irlandesas consideradas científicamente”,
será (bajo pedido especial) ofrecida por el coronel Olcott
(Presidente de la Sociedad Teosófica)
La noche del lunes 21 de octubre, a las ocho, en la
“Antigua Sala de Conciertos”, Great Brunswick Street.

Pon tu oído cerca de la colina,

¿No captas el pequeño clamor,

el ajetreado clic del elfo martillando,

la voz del Lepracaun cantando estridentemente

mientras alegremente ejerce su oficio?

Se dice que es la primera vez que la más popular de las creen-


cias irlandesas —supersticiones, como las llaman los ignorantes
engreídos— se maneja de esta manera tan seria. El Daily News
(Londres) le dedicó una columna editorial y dijo que, sin duda,
debo ser un hombre de valor moral para levantarme y defender
una creencia que había sido durante tanto tiempo tomada a risa, o
palabras en ese sentido. El hecho es que quería dar a las decenas
de miles de buenas personas que atesoraban en secreto esta encan-
tadora tradición, el consuelo de saber que, bajo la clasificación
de Espíritus de la Naturaleza, o Elementales, la gran mayoría de
las personas creen en la existencia de sus hadas. Para prepararme
para la conferencia, pasé todo el tiempo que pude en la Biblioteca
Nacional, en la calle Kildare, buscando todos los libros que trataban
el tema. Encontré que la mayoría de los autores que pretendían
hablar en nombre de la ciencia mostraban tanta ignorancia como
prejuicio; y uno, creo que fue Grant Allen, comentó que “las hadas
irlandesas salieron cuando el director de la Junta Escolar abrió sus
puertas”. No vio que la manera más fácil de explicar este hecho es
que el cultivo de la facultad racionalista inferior, por un lado tiende
a cortar las percepciones más sutiles del alma que ponen al hombre
en estrecho contacto con las fuerzas más sutiles de la Naturaleza, y
por otro, destruye cualquier facultad clarividente que pueda haber
heredado. De modo que si bien las “hadas” se desvanecen, es solo
de la vista del así llamado cerebro educado, mientras el campesi-
nado inocente disfruta ahora, como siempre, de la percepción del
128 H ojas de un viejo diario

siguiente plano más sutil de consciencia*. Una cosa me llamó la

*  Además del maestro de escuela, el sacerdote, por supuesto, ha sido tan activo
como ha podido para arrancar del personaje irlandés la simple creencia en
los espíritus de la naturaleza, como muestra la siguiente historia de la revista
Blackwood. Cuando ni el argumento ni la persuasión resultan eficientes, recu-
rren a la más potente de todas las medidas, la destrucción de objetos, tales como
imágenes, libros, templos, símbolos, etc., en torno a los cuales se centran lo
que consideran supersticiones populares. Lo que el sacerdote irlandés hizo en
este caso, lo hizo el Señor Arzobispo de Goa a la Reliquia del Diente del Buda
cuando cayó en sus manos, aunque las monarquías budistas ofrecieron fabulosas
sumas para su rescate. Así, también, a lo largo de la historia, se han registrado
esfuerzos fútiles similares de los poderes supremos para extirpar las creencias
populares. Ese tipo de prejuicio mental nunca se puede destruir por la fuerza; de
ahí que veamos las viejas “creencias paganas” que aún persisten entre las clases
bajas de la mayoría de las naciones por doquier. “En Inishkea, una familia en
particular transmitió de padre a hijo una piedra llamada Neogue (probablemente
parte de alguna imagen), y los propietarios solían utilizarla para generar el clima
que desearan. Un día un grupo de turistas visitó Inishkea, oyeron hablar de la
Neogue, la vieron y escribieron sobre esta en los periódicos. El sacerdote en
cuya parroquia se encontraba en Inishkea, o no sabía de esta supervivencia del
paganismo, o pensaba que nadie más lo sabía, pero cuando la cosa se hizo pública
decidió actuar. Así que visitó la isla, tomó la Neogue y la dividió en pequeños
fragmentos y los dispersó a los cuatro vientos. El sacerdote era sacrosanto, pero
los isleños juraron venganza, y un hombre de ciencia desafortunado, que había
vivido algún tiempo entre ellos, fue señalado ciertamente como la persona que
había hecho pública la historia. Este hombre, después de algún tiempo, regresó
para completar sus investigaciones en Inishkea, y fue advertido del peligro; pero
se rio de la idea, y dijo que él era muy buen amigo de la gente, como de hecho
lo había sido. Sin embargo, ni bien hubo bajado del bote lo golpearon una y
otra vez y nunca logró recuperarse por completo; de hecho, murió como conse-
cuencia de sus heridas, algunos años después. Probablemente un destino similar
tendría cualquiera que tocara la piedra maldita de Tory, que ‘atacó’ al buque
cañonero Wasp que trasportaba una patrulla de alguaciles para recaudar allí los
impuestos del condado; y, como todo el mundo sabe, la Wasp chocó contra Tory
y perdió todas las almas a bordo. Recién el otro día (el pasado 10) me enteré
que un comprador de pescado estacionado allí disgustaba a la gente; el dueño
de la piedra ‘la puso en su contra’, y un mes después la esposa del comprador
se suicidó”.
Por supuesto, no estoy en posición de emitir ninguna opinión sobre la supuesta
eficacia de las piedras antes mencionadas que generan y maldicen el clima, pero
es indudable que existe la posibilidad de que un mago o hechicero entrenado,
según sea el caso, imparta a una imagen potencias benéficas o maléficas. El
proceso —un proceso elaborado y de carácter mesmérico— se conoce universal-
mente en toda India con el nombre de Prâná Pratishta. Es, de hecho, la infusión
en la masa inerte de una parte del aura vital humana, y su fijación allí por un
esfuerzo de fuerza de voluntad concentrada. El grado de poder impartido, y
su permanencia, dependerá enteramente del grado de entrenamiento espiritual
alcanzado por el operador. Por esta razón, el templo en el que los ídolos han sido
“consagrados” por los grandes Adeptos de la antigüedad, como Sankarâchârya,
Râmânujâchârya, Madhvâchârya, y los otros más antiguos que ellos, son mucho
más venerados que cualquiera establecido por los brahmanes de fecha posterior,
que se cree que tienen poco o ningún poder espiritual, por más eruditos que
sean en la carta de los Shastras.
Viajes y conferencias en las Islas Británicas 129

atención: se dice por tradición que la Isla de Man fue un gran centro
de magia y magos. Cuando puse esto en conexión con su bandera, y
las tres piernas humanas dobladas unidas en el centro, lo reconocí
como una forma de la Svastika adoptada deliberadamente por los
antiguos ocultistas de la Isla de Man, probablemente de maestros
aún más antiguos, para preservar y transmitir el concepto de la
acción del espíritu en la materia que, en el Emblema de la S. T.,
forma la Svastika.
Tuve una audiencia numerosa y atenta en la conferencia, y el
agradecimiento del final lo llevó a cabo ese gran erudito y auto-
ridad kelta, Douglas Hyde, cuyas palabras de elogio fueron valiosas.
Estuvo presente el Sr. W. Q. Judge, que se encontraba en Irlanda de
visita con sus familiares.
Al día siguiente volví a Liverpool después de un desgarrador
ataque de mareo, provocado por las agitadas aguas, que no tiene
comparación si exceptuamos el recorrido entre Tuticorin y Colombo
en esas caracolas, el Aska y el Amra, que la compañía BISN utiliza
para sus pasajeros “víctimas”.
Mi hermana se reunió conmigo en Londres y pasamos más o
menos una semana juntos.
Me plantearon un número inusual de preguntas después de
una conferencia en Birmingham, en el salón Masonic, ante una
gran audiencia. Este “acoso” es casi desconocido en India, donde
el público, después de lanzar sus andanadas de aplausos, deja que
uno se vaya silenciosamente; pero creo que es una costumbre útil,
ya que a menudo hace que uno vea su tema bajo una nueva luz y
le da la oportunidad de llevar a casa sus argumentos con nuevas
ilustraciones y presentaciones modificadas. Suele suceder que la
respuesta a estas preguntas requiere tanto tiempo como la confe-
rencia original.
El 4 de noviembre di una conferencia en Lee, Staffordshire, y
al día siguiente en la Sala Westminster Town, en Londres. El miér-
coles, cenamos juntos y pasamos una agradable velada con M. A.
Oxon y C. C. Massey, grandes amigos desde hacía quince años.
Tuvimos una conversación variada sobre personas y cosas, prin-
cipalmente Espiritualismo y Teosofía. Oxon me mostró la portada
de una de las cartas misteriosamente desviadas que describo en el
primer volumen de estas memorias; cartas dirigidas a mí en Nueva
York desde varias partes del mundo, pero detenidas por alguna
entidad oculta y depositadas en las mesas de los clasificadores de
la oficina postal de Filadelfia, donde fueron selladas en la parte
posterior y luego me las entregó el cartero de la ciudad en la casa
de HPB, sin haber pasado por la oficina de correos de Nueva York,
130 H ojas de un viejo diario

ni estar selladas en la ciudad a la que se dirigían. Esta, en particular,


había sido enviada desde Hartford (Connecticut) y llevaba los sellos
de Hartford y Filadelfia, pero no el de Nueva York, aunque estaba
dirigida a mi oficina en esa ciudad. Había enviado la portada a Oxon
como curiosidad, como hice a distintos amigos y corresponsales
con todas las demás que recibí.
Entre mis visitas del mes estaba una al parque Middleton, la casa
de campo de mis amigos, el Conde y la Condesa de Jersey, donde,
junto con otras personalidades, tuve el placer de conocer al reciente-
mente nombrado Gobernador de Madrás, lord Northcote de Exeter
y la Sra. Northcote. Me alegró cuando dijo que el partido conser-
vador en su conjunto tenía un gran respeto por el Sr. Bradlaugh* por
sus capacidades y gran carácter; también lo encontraron siempre
bien preparado para los debates en los que podría participar,
habiendo evidentemente estudiado el tema a fondo y teniendo
sus ideas claras para una presentación ordenada. Ellos se habrían
sentido muy contentos si hubieran podido llevarlo para su lado. El
domingo, el grupo que se alojaba en casa fue a la pintoresca iglesia
del pueblo, llena de antiguas reminiscencias, algo que me interesó
mucho e hizo que fuera una experiencia única para mí.
De regreso a la ciudad, le formulé una consulta importante a
Massey, en su calidad de abogado, sobre la conveniencia de permitir
que HPB acudiera al Tribunal para procesar a algunos de sus calum-
niadores. Él protestó de la manera más enfática contra esto, diciendo
que, por muy importante que fuera el caso, había muy pocas posi-
bilidades de obtener un veredicto a favor del jurado porque los
prejuicios eran demasiado fuertes; era mejor para ella seguir sopor-
tando todo en silencio. Esta fue también mi opinión.
El Dr. Lloyd Tuckey, ampliamente conocido como una auto-
ridad en hipnotismo terapéutico, me invitó a cenar un día y juntos
probamos un experimento interesante. Cierta mujer a quien había
encontrado fácilmente receptiva a casi todas las sugerencias que
le había hecho cuando estaba hipnotizada se había vuelto repen-
tinamente insensible y ya no podía controlar su acción mental. El
problema tenía que resolverse y teníamos que explorar un terreno
algo nuevo. Después de muchas charlas juntos, descubrí que su
cambio databa de cierta ocasión anterior en la que una dama y
el doctor se estaban divirtiendo bastante en presencia de la mujer

* Charles Bradlaugh (1833 - 1891) fue un activista político y uno de los ateos
ingleses más famosos del siglo XIX. En 1866 cofundó la Sociedad Nacional
Secular, en la que Annie Besant se convirtió en su colaboradora más cercana.
Su nombre también aparece mencionado en “Las Cartas de los Mahatmas a A. P.
Sinnett” N.° 119 (Cron.) (N. del T.)
Viajes y conferencias en las Islas Británicas 131

hipnotizada y presumiblemente insensible, con algo bastante ridí-


culo en su expresión o apariencia. Inmediatamente me di cuenta
de que muy probablemente la hipnosis no había sido lo suficien-
temente profunda como para borrar por completo la consciencia
externa; y molesta, como casi todas las mujeres, ante la idea de
proporcionar motivo de risa a otra mujer en presencia de un
médico a quien tenía en alta estima, y cuya estima codiciaba, ella
había tomado la profunda determinación de nunca más volver a
permitir que la colocasen en un estado en el que no podía conservar
su perfecto autocontrol. El doctor amablemente me permitió que
intentara eliminar esta predisposición mediante una amable discu-
sión, así que lo envié fuera de la habitación y me quedé con la mujer
a solas. Apelé a su natural benevolencia de corazón para que hiciera
lo posible para ayudar a que el Doctor mejorase el tratamiento de
los enfermos al aumentar su conocimiento de los estados nerviosos
anormales, y que sería un acto altamente meritorio para ella su
deseo de compartir el mérito de tal altruismo. Al principio movió
la cabeza y apretó los labios, pero poco a poco apareció la pureza de
su bondadoso ideal de ayudar a los enfermos y a los que sufrían, y
consintió en volverse pasiva ante las sugerencias del doctor. Luego
regresó de la otra habitación, la hipnotizó y ella fue tan receptiva
como antes. ¿No tiene esto una fuerte relación con la cuestión de
la perversión del sentido moral en la hipnosis a gusto del experi-
mentador? Y, sin embargo, los experimentos que vi realizados por el
profesor Bernheim en el Hospital Civil de Nancy parecen reforzar
la opinión de que un sujeto realmente bien hipnotizado no puede
albergar ningún impulso contra la voluntad de un operador experi-
mentado. Es un rompecabezas aún sin resolver.
Hablar de hipnotismo me recuerda una noche en la sala de estar
de HPB en Lansdowne Road, cuando Carl Hansen, el hipnotizador
profesional danés, hizo algunos experimentos de naturaleza ejem-
plar. Es uno de los profesionales más exitosos del mundo y, de
hecho, sus demostraciones han tenido tanto éxito que más de un
gobierno le ha prohibido darlas en público.
Creo que fue en la noche antes mencionada que a un sujeto se
le hizo parecer que la Sra. Besant había desaparecido de la habita-
ción. Aunque ella se paró directamente frente a él y le habló, él
no pareció verla ni oírla. Tomó de la mesa de whist* de HPB un
pañuelo y lo colgó en una esquina ante los ojos del sujeto, pero él
no vio su mano sujetándolo, aunque sí vio el pañuelo, y se divirtió

*  Whist es un clásico juego de cartas inglés que se jugaba mucho en los siglos
XVIII y XIX. (N. del T.)
132 H ojas de un viejo diario

mucho con su autosuspensión en el aire. Volviéndose hacia HPB,


dijo: “señora, debe estar haciendo algo de magia, porque veo un
pañuelo sin nada que lo sostenga: ¿qué es?” La Sra. Besant luego
sostuvo contra su espalda un naipe, sacado al azar y boca abajo de
un mazo, y nuevamente el sujeto lo vio, y no a la Sra. Besant: su
cuerpo era transparente a su visión psíquica. Este fue un experi-
mento asombroso, ya que ni la Sra. Besant ni ninguno de los demás
en la habitación tenían conocimiento del valor de la carta hasta que
el sujeto lo mencionó y cada uno de nosotros verificó su exactitud.
Si Hansen lo hubiera visto primero, entonces podríamos suponer
que fue un caso de telepatía, pero no lo hizo. Dejemos que el mate-
rialista explique el fenómeno, si puede.
Quince días después, asistí a una reunión privada en la que hizo
otras excelentes demostraciones. Entre ellas estaba esta: colocó en la
parte superior del brazo derecho de una persona una pequeña caja
de fósforos plateada, diciéndole que la piel debajo de ella se enro-
jecería e inflamaría, pero el área correspondiente en el otro brazo
sería perfectamente insensible al tacto o pinchazo. El experimento
fue un éxito en la primera prueba. Esa noche, como en dos veladas
anteriores en las que lo conocí, sugirió que cierto miembro del
grupo se volvería invisible para el sujeto; y así este último, cuando
se le pidió que contara a las personas presentes, invariablemente no
contaba al designado, ni veía nada más que un espacio vacío en el
punto donde la persona estaba realmente parada. Su visión corporal
estaba inhibida en cuanto a ese individuo, pero todos los demás
eran visibles para él.
Un periódico de Londres había publicado una declaración de su
corresponsal de Nueva York, a principios de octubre, diciendo que
el Dr. Coues había afirmado que Mme. Blavatsky había sido expul-
sada de la Sociedad Teosófica; ella dirigió al director una carta muy
divertida y polémica, de la que se citan los siguientes párrafos:

Si quiere saber la verdad, entonces puedo decírsela ahora.


Mme. Blavatsky, como una de las principales fundadoras de la
S. T., no puede ser expulsada de la Sociedad, por varias buenas
razones, la menor de las cuales es que no hay nadie en la Sociedad
que tenga autoridad para hacerlo, ni siquiera el Presidente-Fun-
dador, el coronel Olcott. En tal caso Mme. Blavatsky podría, con
el mismo derecho, devolverle el cumplido y expulsarlo, pero como
no es probable que alguna vez nuestro Presidente se vuelva loco,
ningún evento de este tipo amenaza a la Sociedad Teosófica en
este momento.
Viajes y conferencias en las Islas Británicas 133

Dejemos, entonces, que la historia del gallo y el toro yanqui, que


acaba de poner a flote por su autor, un exteósofo, quien fue expul-
sado de nuestra Sección Norteamericana hace dos meses
por Slander, como toda la Sociedad Teosófica sabe, perma-
nezca, porque vale la pena como alegra a los lectores Iniciados.
Londres, 9 de octubre

[Las mayúsculas son de Mme. Blavatsky.-Ed.]

El cuadro cómico que pinta a los dos Fundadores expulsándose


mutuamente recuerda el incidente histórico igualmente divertido
de los tres Papas —Gregorio VI, Silvestre III y Benedicto IX— que
lucharon entre sí en el siglo XI por la silla de San Pedro, arrojaron
sus bulas de excomunión sobre las cabezas de los demás y ¡recu-
rrieron a la fuerza militar para sostener sus diversas pretensiones!
Como no pude regresar a India a tiempo para la Convención
anual, en 1889 no se celebró, pero en su lugar se organizó una
jornada en Bombay.
Había una especie de estancamiento ocasionado por la aproba-
ción de las impopulares Reglas de 1888 y el malestar provocado
por la acción revolucionaria de HPB en Europa, pero como dice el
Informe de la Jornada (Theosophist, enero de 1890):
La reunión fue en todos los aspectos un éxito… algo que contribuyó
en gran medida al buen sentimiento y la alegría de los hermanos
en la Jornada fue la noticia de que Nueva York, Londres y Adyar en
el futuro se unirían en conjunto y al unísono, y que, al menos por
el momento, las fuerzas desintegradoras… habían sido superadas
y silenciadas.

Nuestro fiel y veterano colega, el juez N. D. Khandalvâlâ, ocupó


la presidencia y dirigió los asuntos de la reunión con perfecta y
exitosa imparcialidad. En la jornada se recomendó que se mantenga
la política de cuotas. Al cierre, se aprobó por aclamación un muy
cordial voto de confianza en los Fundadores como refleja el senti-
miento de sus colegas hacia HPB, algo que fue un gran consuelo
para ella en su retiro:

Se resuelve: Que esta Jornada de los Miembros de la Sección


India de la Sociedad Teosófica considere con indignación sincera
los intentos maliciosos hechos últimamente para dañar a la
Sociedad con ataques cobardes contra Mme. Blavatsky, quien, así
como su igualmente devoto colega el coronel Olcott, ha dedicado
libremente todas sus energías durante los últimos quince años al
134 H ojas de un viejo diario

establecimiento de un núcleo de Hermandad Universal y al renaci-


miento de la Filosofía y la Religión orientales.
Deseamos transmitir a los Fundadores de la Sociedad la segu-
ridad del más cordial y agradecido reconocimiento de los grandes
servicios que han prestado a India y que ahora están prestando al
mundo en general.

Se intentó formar una Sección en Ceilán, primero bajo el mando del


Sr. Leadbeater, después de C. F. Powell y, por último, del Dr. Daly,
pero resultó impracticable y finalmente se abandonó. Los cingaleses
no son muy dados al estudio, son más bien prácticos que teóricos,
más trabajadores que soñadores; además, no tienen una clase como
la de los brahmanes, que tienen una proclividad hereditaria por la
especulación filosófica y metafísica. Aunque las Ramas que organi-
zamos en 1880 todavía están activas y están produciendo un exce-
lente trabajo, está totalmente dentro de las líneas del budismo. No
comprenden ni desean comprender el contenido de otros sistemas
religiosos; y cuando se refieren a sí mismos como Ramas de nuestra
Sociedad, es siempre con esta reserva, que hacen todo lo posible por
el budismo y reconocen al Presidente-Fundador como su principal
asesor y líder, cuando hay que resolver algo especialmente compli-
cado, o hay que despejar algún gran obstáculo.
En el mes de diciembre, la Sociedad perdió a un trabajador
muy importante, el pandit N. Bhashyacharya, MST, Director de la
Biblioteca de Adyar, quien falleció por un envenenamiento de la
sangre. Fue uno de los mejores pandits sánscritos de India; mara-
villosamente instuido en esa literatura clásica; un buen erudito
inglés; un orador público que conocía cuatro idiomas a la perfec-
ción; un hombre valiente y un reformador ilustrado. Nos entregó
su colección privada de manuscritos de hojas de palma, formando
así el núcleo de la actual gran y magnífica colección de la Biblioteca
de Adyar. En la sección oriental se ha colocado en su memoria una
hermosa tablilla conmemorativa de latón cincelado.
Tuve la suerte de conocer, durante esta visita, a la difunta
Sra. Louise Cotton, una exitosa quiromántica y autora de un manual
sobre el tema. Vino una mañana a ver a HPB y leyó su palma, la
de la señora Besant y la mía, con precisión. Sin embargo, como he
dicho en otra parte, me parece que esta lectura de la palma de la
mano es parte de la naturaleza de la psicometría más que cualquier
otra cosa, porque he notado que los quirománticos de India y los
de Occidente tienen casi el mismo éxito, aunque lean las líneas de
la mano por dos sistemas completamente opuestos. Por ejemplo, la
Línea de la Vida se traza hacia abajo hacia la muñeca en un sistema
Viajes y conferencias en las Islas Británicas 135

y hacia arriba desde la muñeca en el otro. La misma observación se


aplica quizás a las lecturas de frenología, fisonomía y sarcognomía
de Buchanan: un observador obtiene resultados mucho mejores que
otro igualmente hábil, porque el que lee el carácter por la facultad
psicométrica podría tener el mismo éxito si lo leyera con ojos
cerrados, mientras que el otro solo ve los signos físicos observables
en la superficie del cuerpo.
Una noche de 1885, estando en Londres, tomé el té con el
Gobernador de la prisión de Newgate, en compañía de un querido
amigo, el capitán Edward Costello, exmiembro de la Brigada de
Fusileros, un veterano peninsular. La conversación giró en torno a
la frenología, mientras el Gobernador me mostraba los cráneos de
algunos criminales de mala fama, le pregunté si alguna vez había
notado en las cabezas de los grandes malhechores ese desarrollo
excesivo de la porción posterior del cráneo y pequeñez de las partes
anterior y superior, que el sistema de Gall asoció con propensiones
criminales. Dijo que no había notado ninguna diferencia marcada
entre ellos y los ciudadanos decentes comunes. “Aquí, por ejemplo”,
continuó, “están los cráneos de [no estoy seguro, pero creo que
fueron Jack Shephard y algún otro bribón de igual mala fama]… y…
y sin embargo, observe que son bastante similares a los de otros
hombres”. De hecho, lo eran; pero le dije que el profesor J. R.
Buchanan, de EE. UU., que había propuesto algunas modificaciones
en las reglas de la frenología, afirmaba que una gran actividad en
cualquier órgano del cerebro provocaba una absorción gradual del
hueso del cráneo en la parte que lo tocaba. Así, si esa teoría es
cierta, al poner una vela encendida en el interior del cráneo, debe-
ríamos encontrar tal o cual parte traslúcida, mientras que otras que
cubren las facultades morales y espirituales deberían ser opacas.
“Idea capital”, dijo el Gobernador; “realicemos el experimento”.
Introdujo una vela encendida en cada cráneo y, efectivamente, el
hueso sobre las circunvoluciones criminales era el más delgado de
todos, en algunos casos tan delgado que dejaba brillar la luz como a
través de una vieja lámpara de hierro.
El 29 de noviembre tomé el tren hacia Edimburgo para visitar
nuestra Rama, que se formó originalmente en 1884, bajo la presi-
dencia del difunto Sr. Cameron, el fabricante de bolígrafos. Mis
lectores pueden recordar mi sorpresa y satisfacción al ser abordado al
final de mi conferencia por el predicador más popular de Edimburgo,
con “gracias y bendiciones” por los puntos de vista religiosos ecléc-
ticos que había presentado como los sostenidos por nuestra Sociedad,
y fundamentales en todas las grandes religiones; puntos de vista que,
dijo, predicaba desde su púlpito todos los domingos; y cómo me
136 H ojas de un viejo diario

había pedido buena suerte. También se puede recordar que después


de la conferencia formé la Sociedad Teosófica Escocesa, dándole,
como lo hice para la Sociedad Teosófica Bengalí de Calcuta*, una
superintendencia general y liderazgo sobre las futuras Ramas esco-
cesas. Bueno, la continuidad de este privilegio no se había ganado
con el trabajo, sino que, por el contrario, la Rama que se formó había
estado inactiva durante mucho tiempo, y ahora se había retirado a
puerta cerrada, velando sus actividades y las personalidades de sus
Miembros al amparo de la privacidad. De sangre en parte escocesa
—cuántos linajes tenemos los estadounidenses— y siempre como
un observador interesado de la corriente nacional de pensamiento,
tuve, y tengo, la profunda convicción de que, cuando se quiten las
cadenas del estrecho dogmatismo sectario, un cuerpo de espléndidos
líderes filosóficos saldrá de Escocia a la arena europea de nuestro
movimiento y lo empujará hacia un futuro brillante. Cuento con eso;
sucederá.
Mi bienvenida en Edimburgo fue sumamente cordial y encontré
una atmósfera de lo más agradable en compañía de los caballeros a
quienes conocí en una conferencia privada, en la residencia de mi
anfitrión y anfitriona.
De regreso a Londres, tuve una serie de conferencias públicas,
reuniones privadas, charlas y otras funciones que atender, para gran
descontento de HPB, como se señaló anteriormente. Luego realicé
una visita a Bradford, donde ese amigo de corazón alegre y cerebro
agudo, Oliver Firth, ha mantenido el fuerte para nosotros durante
muchos años. Mi visita fue con el objeto de cumplir un compro-
miso para dar una conferencia sobre “El despertar de Japón”, en un
curso “estrella” en el que Sir Charles Dilke, Bart., M. P. [Miembro del
Parlamento], había dado el discurso de apertura. El Sr. W. Pollard
Byles, editor del Bradford Observer (ahora M.  P.), presidió y dijo
algunas cosas muy amables al final. El mismo caballero presidió mi
conferencia sobre “Teosofía” la noche siguiente. El 17 (diciembre) di
una conferencia en Newcastle y al día siguiente regresé a Londres
para presidir una reunión de la Sección Británica de la Sociedad
Teosófica. Finalmente, hubo que comprar los pasajes para el viaje de
regreso a India, y el 26 partí hacia Colombo vía Marsella, después
de una afectuosa despedida de HPB, y seguida de los amables deseos
de todos los amigos. Todavía me sentía mal por los efectos de un
nuevo ataque de mi antiguo enemigo, la diarrea de la Expedición
Birmana y la fama del Tour de Japón, que me había preocupado no
poco durante toda mi estadía en Inglaterra.

*  Calcuta es la ciudad capital del estado indio de Bengala Occidental


Viajes y conferencias en las Islas Británicas 137

La ventaja de un metafísico que deja a un lado sus sueños y se


dedica a la física cuando viaja se ilustra con humor en el caso del
joven E. D. Fawcett, el autor, que salía conmigo para ayudarnos
en Adyar. En la estación de Charing Cross perdió lo siguiente: su
sombrero Gibus, boleto de tren a Marsella (costo £ 6), dos cajas de
libros y 150 puros. No es de extrañar, entonces, que haya anotado
en mi Diario: “¡Si sigue así, correrá el peligro de perder la cabeza!”.
Como no le importa que se burlen de él por su distracción, me he
arriesgado a contar esta historia.
La partida del año viejo y el comienzo del nuevo me encon-
traron a bordo del Oxus en el mar, a cuatro días de Marsella, rumbo
a Colombo.
CAPÍTULO XII
Historias del trabajo y
muerte de C. F. Powell, MST
1890

H
ACÍA tanto frío bajando por el Mar Rojo que los hombres
llevaron sus abrigos y las damas sus pieles hasta Adén. Para
aquellos que solo han visto el mar en la estación cálida,
cuando el aire es como el tiro de un horno y la gente en el barco
jadea por respirar, esto les parecerá extraño, pero es cierto. Tuvimos
como pasajeros al embajador siamés y a su familia, con quienes
entablé una agradable amistad. También hubo tres miembros de
la Comisión Imperial Japonesa en la Exposición Francesa, que
me conocían y fueron extremadamente amigables. Un caso triste
ocurrió el noveno día de salida. Un pobre y joven conscripto
francés, con destino a Cochinchina, para unirse a su regimiento,
murió de hambre; su dolor por dejar su hogar fue, por una causa u
otra, tan conmovedor que durante mucho tiempo se había negado
a comer, y finalmente sucumbió ese día mencionado. Fue sepultado
al día siguiente en un mar tan claro y azul como un zafiro de agua
purísima, pero las formas observadas me repugnaron, a mí, que
había visto muchas funciones similares en los barcos británicos. No
había ninguna apariencia de interés en los rostros de la tripulación.
Algunas misas fueron pronunciadas por un pasajero sacerdote,
el contramaestre hizo sonar su estridente silbato, el cuerpo en el
ataúd, con un proyectil en los pies y perforaciones con barrena en
140 H ojas de un viejo diario

la tosca caja*, fue lanzado por el costado de babor, y el barco siguió


navegando. Pero el corazón piou-piou del pobre chico se había roto.
Después de pasar Adén, la temperatura subió y los punkahs† se
pusieron en marcha en los salones, porque la mano cálida de la
madre India ahora se extendía hacia nosotros, con, para mí, una
bienvenida emoción. Ahora tenía que afrontar otro año de trabajo
en India, y en circunstancias más agradables que cuando la fricción
de Londres hacía girar nuestras ruedas de acción.
Llegamos a Colombo el 16 de enero, a las 21:30 horas, y bajé a
tierra para notificar a nuestra gente en la calle Maliban y telegra-
fiar a Adyar, pero nuestro aterrizaje formal se realizó a la mañana
siguiente. Instalé a Fawcett en nuestra Sede y luego llevé a los
comisionados japoneses a ver nuestro colegio y la ajetreada Sede,
después de lo cual me despedí del embajador siamés y de otros
nuevos amigos.
Uno de nuestros mejores y más queridos colegas budistas,
A. P. Dharma Gunawardene, Muhandiram, agonizaba. Tenía 80 años,
era Presidente de la Sociedad Teosófica de Colombo (budista), jefe
Dyakaya (partidario laico) del Colegio del Sumo Sacerdote Sumangala,
y podría ser llamado el padre de esa institución. Respetado por todo
el público budista, honorable en todos sus quehaceres, exitoso en
los negocios, sencillo como un niño y generoso en todas las obras
de filantropía, el progreso de su enfermedad fue observado con
profunda preocupación. La fundación de nuestra revista cingalesa,
la Sandaresa, y nuestra floreciente imprenta, se debe a que encabezó
la lista de suscripciones con la suma de ₹ 500. Murió mientras yo
estaba en la isla, y dos días después su cuerpo fue incinerado. Tres
mil personas caminaban detrás del coche fúnebre, y se podía ver un
mar de cabezas desde la pira, una imponente estructura de sándalo
y otras maderas, 3 a 3,6 metros de tamaño. Sumangala Thera, con
unos setenta y cinco monjes más, los principales responsables, el
Sr. Fawcett, el Sr. Powell y yo nos quedamos cerca de él. Sumangala
delegó a su alumno, Gnassira Thera, un joven monje muy elocuente,
para que pronunciara el discurso fúnebre en su nombre y diera el
Pansil; después de lo cual, de pie en la pira misma, hablé en nombre
de la Sociedad, y luego el hijo del difunto prendió fuego al montón,
según la costumbre inmemorial.
Las relaciones entre los budistas cingaleses y los hindúes tamiles
en Ceilán son tan amistosas que el Excmo. P. Ramanathan, Miembro

*  Antiguamente se ataba un proyectil pesado a los pies y se hacían los orificios


para que el féretro se hundiese más rápido. (N. del T.)
†  Abanico hecho de una hoja de palma o tiras de bambú tejidas. (N. del E.)
Historias del trabajo y muerte de C. F. Powell, MST 141

del Consejo Legislativo, el líder aceptado de esta última comunidad,


tuvo varias conferencias conmigo sobre la viabilidad de fundar
un colegio hindú-budista en beneficio de las dos nacionalidades.
Consultamos a nuestros amigos respectivamente y nos inclinamos
a pensar que podría hacerse, pero, después de todo, el proyecto no
logró obtener el apoyo necesario. El Sr. Ramanathan y yo también
estábamos de acuerdo en comenzar un crematorio, lo que sería una
verdadera bendición para todo el público, y esto es algo para el
futuro, cuando un hombre menos ocupado que yo, y un residente,
pueda dedicar su tiempo para el negocio. Los hindúes de Ceilán
siguen la moda ancestral de quemar a sus muertos, pero los cinga-
leses, salvo en los casos de sus bhikkus y los jefes feudatorios de
Kandy, han olvidado que antes se consideraba una vergüenza ente-
rrar el cadáver de cualquier persona que no fuera de casta muy
baja, y se adhieren al entierro por falta de alguien que despierte su
atención sobre las inmensas ventajas de la cremación.
En ese momento, el Sr. Charles Francis Powell, MST, estaba
sirviendo con nosotros en Adyar y de gira en Ceilán y el sur de
India. Lo encontré en Ceilán, pero ansioso por regresar entre las
Ramas indias. Había estado haciendo un trabajo excelente en la
isla, visitando escuelas, comenzando nuevas, dando conferencias
en aldeas y fundando nuevas Ramas de nuestra Sociedad hasta el
número de siete. Era hijo de un millonario de Filadelfia, que debió
ser muy excéntrico, porque en su testamento le dejó a Charles la
mera suma de diez dólares. El hijo había servido bien y fielmente
en un regimiento de voluntarios durante la Rebelión, y más tarde,
después de varias vicisitudes y cambios de empleo, se había encon-
trado en California, donde se sintió atraído por nuestra Sociedad.
Como poseía un temperamento muy enérgico y entusiasta, decidió
ofrecerse para cualquier tarea que yo le eligiese. Lo puse en el
trabajo descrito anteriormente, y el resultado justificó mi estima-
ción de su valor. Conmigo y Fawcett, visitó ahora varias de nuestras
escuelas para niños y niñas antes de cruzar a India el 27 (enero)
en cumplimiento de una notificación ejecutiva, fechada el 21 de
enero, en la que le encomendaba los afectuosos saludos de nuestros
Miembros indios y le agradecía su trabajo en Ceilán. En un discurso
publicado por él mismo en Colombo el mismo día, dijo:

La ausencia de India ha demostrado cuán fuerte ha brotado en


mi corazón un amor por la tierra de mi adopción y por sus hijos,
y lo mucho que significa para mí la vida en esa tierra. Que se
nos permita caminar juntos hacia la meta de todas nuestras espe-
ranzas es mi más sincera oración.
142 H ojas de un viejo diario

El objetivo era, por supuesto, el logro del conocimiento espiri-


tual. Los hindúes lo recibieron con los brazos abiertos y todos pare-
cían prometer para él y para ellos una relación amorosa que duraría
muchos años. Es cierto que estaba llevando una vida de ascetismo
extremo, comiendo mucho menos de lo que debía y lo más simple:
un par de puñados de trigo, algo de cuajada, algunas frutas y té
como bebida, pero cuando nos dimos la mano en su barco de vapor
al despedirnos, pensé que parecía la persona más fuerte y dura que
había visto en mucho tiempo. En Ambasamudram o en alguna otra
aldea, un buen astrólogo había compilado su horóscopo y profe-
tizó que viviría hasta los 90 años; ¡pero ay! diez días después estaba
muerto. Llegaré a eso ahora.
Mientras tanto, seguí con mi trabajo en Ceilán como de
costumbre, encontrando mucho en qué ocupar mi tiempo. Su
Exelencia el Gobernador, Sir Arthur Gordon, al enterarse de mi
regreso a la isla, me escribió y me pidió que fuera a verlo. Encontré
una recepción muy amable esperándome. Su Excelencia quiso saber
si no podría conseguir de Japón un gran número de inmigrantes de
la clase cultivadora y mecánica para ocupar las grandes extensiones
de tierras públicas, ya que la reparación de los grandes depósitos de
riego del interior de la isla le devolvería su antigua fertilidad. Pensó
que, con sus hábitos laboriosos y sobrios, los japoneses se converti-
rían en los residentes más valiosos, mientras que la identidad de sus
credos religiosos con los de los budistas cingaleses eliminaría todo
motivo de temor en cuanto a conflictos entre las dos razas. Fue un
plan de estadista y con visión de futuro, e hice lo que pude en Japón
para lograrlo; pero aunque la presión de la población era conside-
rable y estaban buscando países en los que colonizar, las condi-
ciones ofrecidas por Ceilán no eran tan buenas como las ofrecidas al
gobierno japonés por Australia, México y algunos otros gobiernos.
Así que dejé el asunto allí para que se lo siguiera examinando. El
Gobernador y yo también conversamos sobre el proyecto de ley de
temporalidades budistas, que fue uno de los temas de mis conferen-
cias con lord Derby en la Oficina Colonial en 1884.
Como me había cansado de las tergiversaciones de los eruditos
occidentales sobre los contenidos del budismo del sur, aproveché
la presencia de un metafísico tan capaz como el señor Fawcett para
organizar una discusión entre él y Sumangala Thera, que debería
proporcionar una exposición autorizada de la enseñanzas del Buda,
tal como las entiende la Iglesia del sur, y expuestas en su versión del
Abhidhama. Se obtuvieron los servicios del más capaz erudito laico
pali de Ceilán, el difunto Wijesinhe Mudaliyar, traductor guberna-
mental del Mahavansa, y el mismo Sr. Fawcett escribió el informe de
Historias del trabajo y muerte de C. F. Powell, MST 143

la discusión para el número de The Theosophist de marzo de 1890, al


que el lector puede remitirse provechosamente. Sin embargo, como
dudaba sobre si las opiniones del Sumo Sacerdote se habían infor-
mado exactamente, le he enviado el artículo para que lo comente
antes de resumir sus puntos para el presente capítulo de “Hojas de
un viejo diario”. Fue una precaución muy sabia, ya que el Sumo
Sacerdote trastornó la mayor parte de la estructura que Fawcett
construyó sobre la muy errónea interpretación del Sr. Wijesinhe.
Ahora tenemos lo que puede tomarse como una declaración auto-
rizada del contenido del budismo del sur tal como lo entiende
el Sumo Sacerdote, siempre que sus puntos de vista no se hayan
vuelto a informar erróneamente. Se le concede ser el monje más
erudito de la división sur de la sangha budista. El intérprete esta vez
fue el Sr. D. B. Jyatilake, subdirector del Colegio Ananda (budista),
Colombo, y editor de la Revista Budista.
El Sr. Fawcett comienza diciendo:

Hay dos principios coexistentes pero mutuamente dependientes


que subyacen a la evolución cósmica.
El primero es nama, que se puede decir que corresponde de
manera general al concepto de “espíritu”, es decir, a una realidad
del sujeto sin forma que trasciende y, sin embargo, se encuentra
en la raíz de la consciencia. Nama es, en definitiva, el espíritu
impersonal del Universo, mientras que rupa denota la base obje-
tiva, de donde surgen las variadas diferenciaciones de la materia.
La Consciencia o Pensamiento (vigñana) sobreviene cuando un
rayo de nama está condicionado en una base material. Entonces,
no hay consciencia posible sin la cooperación de nama y rupa,
la primera como la fuente del rayo, que se vuelve consciente, la
segunda como el vehículo en el que ese proceso de devenir es el
único posible.

Vemos aquí el sesgo a favor de la doctrina enseñada en la Escuela


Esotérica de Oriente, que era tan fuerte que hizo que el autor
huyera con una interpretación imperfectamente captada de los
puntos de vista de Sumangala, por lo que, como ahora entiendo
que este último dice, el Sr. Wijesinhe fue el principal responsable.
El Sumo Sacerdote disputa estas suposiciones, ya que el abhidhama
nama es solo un nombre colectivo para los cuatro skandhas inmate-
riales, de los cuales la consciencia (vigñana) forma uno. Por lo tanto,
es inexacto decir que nama “trasciende y, sin embargo, está en la
raíz de la consciencia”. No puede haber otra distinción entre nama
y vigñana que la que existe entre un todo y su parte.
144 H ojas de un viejo diario

Nama y rupa ocurren juntos, y con respecto a su interdepen-


dencia, el Sumo Sacerdote proporcionó una ilustración aún más
sorprendente que la dada por el Sr. Fawcett, y tomada de la filo-
sofía hindú. Comparó su relación con la cooperación existente
entre dos hombres, uno de nacimiento lisiado y el otro ciego. El
lisiado sentado sobre los hombros del ciego dirige el rumbo que
debe tomar este último.
Después de resolver, como pensaba, la cuestión de las funciones
relativas de los dos supuestos factores en la evolución cósmica, el
Sr. Fawcett pasa a la cuestión del nirvana. Él dice:

En este tema discutible nos encontramos, como los diletantes filó-


sofos demoníacos de Milton en el infierno, en laberintos errantes
perdidos, cuya causa se hizo evidente posteriormente cuando,
en respuesta a una pregunta no demasiado prematura, el Sumo
Sacerdote expresó su opinión al efecto de que las leyes del
pensamiento no se aplican al problema. La idea brahmánica de la
absorción del ego en el Espíritu Universal era, sin embargo, falaz,
declaró, ya que tal coalescencia implicaba la idea de que la Causa
y el Efecto se obtenían en el nirvana, un estado preeminente-
mente asankatha, es decir, no sujeto a la ley de causalidad. Luego
procedió a negar la existencia de cualquier forma de consciencia,
en el nirvana, ya sea personal o de entidades dhyanicas fusio-
nadas; rechazando la noción más enrarecida de la supervivencia
de cualquier recuerdo adquirido conscientemente en ese estado.
Posteriormente, sin embargo, desmintió a los aniquilacionistas
al admitir que este estado era comprensible para la intuición del
Arhat que había alcanzado el cuarto grado de dhyana o desarrollo
místico, y además que el “verdadero yo”, es decir, el sujeto tras-
cendental, realmente entró en el nirvana. La oscuridad en la que
se veló esta confesión podría juzgarse por el hecho de que, según
él, la fase refinada asumida por el ego en los confines del nirvana
no puede describirse como una de consciencia o inconsciencia; el
problema en cuanto a su condición es por lo tanto, completamente
alejado de la esfera de la investigación intelectual. El pensamiento
empírico ordinario funciona poco a poco al establecer relaciones
irreales entre ideas y, por lo tanto, es incompetente para captar el
misterio.

He puesto en cursiva la frase a la que Sumangala Thera se opuso


decididamente. Esta objeción es, por supuesto, el resultado lógico
de la anterior, que implica que en la constitución del ser no hay
nada más allá o detrás de los cinco skandhas. Sin embargo, el Sumo
Historias del trabajo y muerte de C. F. Powell, MST 145

Sacerdote no procedió a discutir la naturaleza del nirvana, que, dijo,


estaba más allá de la comprensión del mortal ordinario. Para ser
sincero, debo decir que no me gustó este intento de dejar de lado
el más profundo de todos los problemas de la metafísica budista.
Si el estado de nirvana es algo solo comprensible por un Arhat,
entonces ¿por qué debería ser discutido por cualquier inteligencia
menos evolucionada espiritualmente? ¿Y por qué perder el tiempo
en una enseñanza tan confusamente oscura? Me pareció demasiado
parecida a la política de ocultamiento adoptada hacia mí por mis
mayores cuando mi mente juvenil naturalmente buscaba una expli-
cación a las evidentes deficiencias e inconsistencias en sus dogmas
teológicos: “Estos son misterios en los que Dios no quiere que pene-
tremos”. El Sumo Sacerdote me desanimó en esta última entrevista
como lo hizo con Fawcett en la de 1890, y la pregunta sigue siendo
tan oscura como siempre. El nirvana, dijo, es una condición de
perfecta bienaventuranza. “Muy bien” respondí; “¿Pero quién puede
experimentarlo si la disolución de los cuatro skandhas es sinónimo
de la extinción del Arhat? Ya no existe; entonces, ¿cómo distinguir la
beatitud de sus miserias anteriores durante su curso de evolución?
Según esta definición suya, él es el primero en alcanzar la meta
de la aniquilación”. Sumangala Thera es el Sumo Sacerdote titular
del Pico de Adán, así que le pregunté si alguna vez había estado en
la cumbre. Lo hizo. “Un hombre que saltara desde el borde de la
estrecha plataforma se haría pedazos al pie del precipicio, ¿no es
así?”. “Sí”. “Entonces”, dije, “¿el Arhat parece ser un hombre que
podría correr por delante de los demás y ser el primero en dar el
salto fatal?”. El venerable Sumo Sacerdote se rió afablemente y dijo
que no iríamos más lejos en esa discusión, así que cambié de tema,
pero tan poco convencido, como siempre, de que habíamos deve-
lado el secreto de las enseñanzas del Buda.
De lo anterior quedará claro que el Sumo Sacerdote no está
dispuesto a aceptar en su totalidad las conclusiones a las que llegó
el Sr. Fawcett. No admitiría la realidad de un alma o yo que eclipsa
y que trasciende la consciencia. La sabiduría de un Arhat es solo una
forma superior de consciencia. En cuanto a la aparente dificultad
de vincular una vida a otra, en opinión del Sumo Sacerdote no
existía tal dificultad, ya que no había ruptura entre la consciencia
del momento de la muerte y la consciencia del momento del naci-
miento en la próxima vida. La ley de causa y efecto se mantuvo
a este respecto de la misma manera que lo hizo en el caso de dos
conciencias sucesivas en esta vida misma. En esto, repitió el para-
lelo entre las conciencias vinculadas y la responsabilidad moral por
las acciones en un hombre de 10, 20, 30, 40, 50, 70 años, o en cual-
146 H ojas de un viejo diario

quier otra época de su vida —siendo


­­ la persona siempre el mismo
hacedor y trabajador del karma anterior, aunque fisiológicamente
su cuerpo puede haber sido completamente hecho una y otra vez
en los procesos de crecimiento— y los seres del presente, el ante-
rior y los nacimientos sucesivos, que él me dio hace mucho tiempo
cuando estaba preparando la segunda edición del libro “Catecismo
Budista”. Fue esta explicación la que arrojó una luz brillante sobre
todo el enigma de la responsabilidad de un hombre por lo que
había hecho en su nacimiento inmediatamente anterior, y me llevó
a definir por primera vez en la exégesis budista la distinción entre
la “personalidad” y la “Individualidad”. Me alegro de haber vuelto a
extraer de él esta enseñanza tan importante. Concedido este punto,
el lector inteligente puede decidir por sí mismo la probabilidad o
improbabilidad de que una consciencia tan persistente se extinga
en el momento en que el ser alcanza la meta de todos sus esfuerzos;
escapa de las miserias del renacimiento.
El día 29, Fawcett tomó el Pansil públicamente del Sumo Sacerdote
en nuestro salón e hizo un discurso. El Sumo Sacerdote y yo también
nos dirigimos a la gran multitud que se había reunido para presen-
ciar la ceremonia. El señor Fawcett y yo navegamos hacia Madrás
en el vapor francés el 2 de febrero y llegamos a Adyar el 5, termi-
nando así doce meses de travesías lejanas, de las cuales había reco-
rrido 47 000 km por mar. El Sr. Jun Sawano, doctor en Agricultura
y Química Agrícola, y el Sr. Enri Hiyashi, enviados por el gobierno
japonés como comisionados especiales para informar sobre los
mejores métodos de cultivo, curado y fabricación del tabaco, y
cultivo de arroz y quina, en India, vinieron conmigo, habiendo
aceptado mi invitación de alojarse con nosotros en la Sede Central.
Los presenté en el lugar adecuado, fueron invitados a un baile en la
Casa de Gobierno y se les dieron todas las facilidades necesarias para
recopilar la información deseada. El Dr. Sawano era un científico
capacitado y se graduó en la Facultad de Agricultura Cirencester,
mientras que el Sr. Hiyashi era solo un granjero práctico destacado,
de excelente reputación en todos los aspectos. Así pues, el gobierno
japonés demostró su habitual y maravillosa previsión al consti-
tuir la Comisión de tal modo que los hechos expuestos deberían
ser de gran valor práctico como guía para su propio tratamiento
de los cultivadores y fabricantes de Japón. Qué maravilla que un
éxito tan rápido y completo haya coronado sus esfuerzos por elevar
a la gente a un lugar alto entre las naciones cuando esta misma
política sabia se ha seguido desde que el puño de Perry golpeó las
puertas de su exclusividad. El Dr. Sawano me dijo que su gobierno
tenía la costumbre de contratar a agricultores muy exitosos para
Historias del trabajo y muerte de C. F. Powell, MST 147

que durante la temporada baja explicaran a otros agricultores, en


diferentes distritos, la mejor manera de producir los cultivos por
los que ellos mismos se habían ganado el mayor crédito. ¿Alguna
vez se siguió un camino más sabio? ¿Tenemos algo que mostrar
para igualarlo? Por esta razón, el Sr. Hiyashi fue enviado a India
en compañía de su erudito colega: la experiencia agrícola práctica
y científica contribuyó igualmente a que la Comisión fuera útil en
sus resultados.
Apenas una semana después de mi regreso a Adyar recibí la noticia
de la muerte de Powell a través de mi viejo amigo V. Cooppooswamy
Iyer, entonces Munsiff del Distrito de Ambasamudram, en el Distrito
de Tinnevelly. De su informe oficial y cartas privadas, recopilo los
conmovedores incidentes del fallecimiento de nuestro lamentado
colega*. La primera noticia que tuvimos del suceso fue en un tele-
grama del Sr. Cooppooswamy: “El hermano Powell murió pacífi-
camente, hace diez horas, de bilis diarrea”. India es la tierra de
las sorpresas, sin duda, pero esta era una para la que estábamos
mal preparados. Apenas podía darme cuenta, y tenía muchas ganas
de culpar a nuestros colegas de Ambasamudram por ocultarme el
hecho de su enfermedad, pero Cooppooswamy tenía una buena
excusa. Él escribió:
Como dijo que se debía a un exceso de bilis en su organismo, y
como no deseaba que le alarmáramos informándole de su enfer-
medad, y nosotros mismos no teníamos motivos para temer una
terminación fatal, no escribimos a la Sede Central sobre el asunto.
Continuó prácticamente en el mismo estado del martes al viernes
pasado. Sus necesidades físicas fueron atendidas tan cuidado-
samente como fue posible, dadas las circunstancias. Ayer todos
pensamos en él de una manera justa para la recuperación; y debido
a que pidió y tomó una cantidad razonable de comida, pensamos
que no tenía más que una debilidad contra la que luchar.

Además informó lo siguiente:


Anoche, unos minutos después de las 8, el señor Powell llamó y
tomó una pequeña dosis de medicamento, que pareció hacerle
bien. Luego se echó en su sofá, y mientras le decía al boticario civil,
nuestro hermano C. Parthasarathy Naidu, que le había atendido
cuidadosamente durante su enfermedad de los últimos días, cómo
prepararle una sopa de verduras, se vio que le temblaba la palma
de la mano izquierda. Abrió los ojos y la boca. Hubo dos o tres
respiraciones fuertes, acompañadas de un gemido o un suspiro, y

*  The Theosophist, Vol. XI, pág. 335.


148 H ojas de un viejo diario

eso resultó ser el último de su vida, aunque ninguno de nosotros


podía ni quería creerlo. Pensamos que estaba simplemente en un
estado de trance, pero pronto descubrimos que había exhalado
su último aliento. Ni él ni ninguno de nosotros sospechamos que
estuviera tan cerca de su muerte. Así, silenciosamente y sin dolor,
un alma buena se despojó de su cuerpo mortal. No hubo distor-
sión alguna en la cara. Al contrario, se respiraba un aire de serena
calma, que nos impresionó profundamente a todos.
En el curso de la conversación general, supimos que deseaba
morir en India y que le incineraran el cuerpo.
Todos los que se han relacionado con el señor Powell lamentan su
prematuro final. Hubiera sido bueno que se le hubieran concedido
unos años más para continuar su buen trabajo por la causa de la
humanidad en general, y la de la Sociedad Teosófica en particular.
Todos encontramos en su ejemplar vida diaria una buena lección
práctica de Teosofía. Esta es la primera Rama fundada por él en
India. Solía llamarla su “primogénita”. Su influencia personal sobre
todos los miembros ha sido tan poderosa que seguramente conti-
nuará durante toda la vida.

Habiendo dado mi permiso por telégrafo, la cremación se realizó


debidamente al estilo hindú en la noche del día 9, y el Sr. P. R.
Venkatarama Iyer me dio los siguientes detalles:

El cuerpo fue lavado y vestido con su vestimenta habitual, el


Sr. Parthasarathy Naidu nos ayudó mucho en esto. Una trein-
tena de brahmanes, Miembros y no Miembros de nuestra Rama,
se reunieron en la sala de lectura, donde yacía el cuerpo. Las
personas ofrecieron sus servicios para llevar el cadáver en un
catre al terreno en llamas, demostrando así cuán universalmente
se apreciaba y respetaba al Sr. Powell aquí. El Magistrado Taluq y
otros brahmanes respetables caminaron en la procesión, dando así
al evento casi el carácter de una ceremonia brahmin. Como había
pedido granadas y legumbres cocidas cinco minutos antes de su
muerte, estos artículos, debidamente preparados, fueron colo-
cados junto al cuerpo en la pira, conforme a nuestra costumbre,
para satisfacer escrupulosamente el último anhelo del moribundo,
y así prevenir cualquier deseo corporal insatisfecho de seguir al
hombre astral después de la muerte. La cremación se hizo escru-
pulosamente, y esta mañana (10 de febrero) el propio boticario
civil recogió las cenizas y las porciones de huesos no consumidas;
las primeras se le enviarán a usted para que las deseche, las
segundas se pondrán en una vasija de barro y se enterrarán bajo
Historias del trabajo y muerte de C. F. Powell, MST 149

el cauce del río sagrado Tambraparni, como es costumbre entre


los brahmanes.

El Sr. Cooppooswamy agregó en una carta posterior que era la


intención de la Rama plantar una teca o algún otro árbol en el lugar
donde se realizó la cremación, para protegerlo de una posible conta-
minación en el futuro. La Rama también, en una reunión espe-
cial, adoptó resoluciones que expresan su amor por el Sr. Powell
y lamentan su pérdida, y solicitan que se le proporcione una foto-
grafía u otro retrato de él para colgarlo en la pared de su salón de
reuniones. En una palabra, estos caballeros hindúes hicieron todo
lo posible para dar testimonio de su respeto por nuestro lamentado
colega, y le dieron las más altas calificaciones de respeto que pres-
cribe su religión. No hace falta decir cuán profundamente agrade-
cidos estábamos todos en la Sede por esta conmovedora bondad.
CAPÍTULO XIII
Muerte de Subba Rao

1890

C
OMO saben mis amigos mayores, de 1854 a 1860 estuve
absorto casi por completo en el estudio y la práctica de la
agricultura científica. El gusto por ella nunca me ha abando-
nado, y en dos o tres ocasiones diferentes el Gobierno de Madrás se
ha valido de mi experiencia en estos asuntos. Pocos días después de
los acontecimientos descritos en el capítulo anterior, fui a Salem,
una antigua ciudad de la Presidencia de Madrás, para servir como
Juez de implementos y maquinaria agrícolas, a pedido del gobierno,
y los comisionados japoneses se unieron a mí allí, después de una
breve gira de inspección de fincas, en la que fueron acompañados
por un perito delegado del Departamento de Registros de Tierras y
Agricultura. Se habían instalado tiendas de campaña para nosotros
en el recinto de la estación de tren, y el gobierno nos proporcionó las
comidas en el restaurante. Di una conferencia sobre “Agricultura”
en el recinto ferial, con el Sr. Clogstoun, director del Departamento
mencionado anteriormente, en la presidencia, pero rechacé varias
invitaciones para dar discursos públicos sobre Teosofía, ya que, por
el momento, era una especie de funcionario del gobierno, y no me
pareció correcto mezclar mis preocupaciones privadas en religión y
metafísica con mis deberes públicos temporales. Habría sido de mal
gusto, como les dije a mis amigos los indios, pero estaba bastante
listo para venir a Salem para su beneficio especial más adelante si
me querían. Al tercer día volví a Madrás y comencé a trabajar. El
Dr. Sawano y el Sr. Higashi, habiendo terminado sus investigaciones,
partieron hacia Japón el 24 de febrero. El Dr. Sawano me escribió
152 H ojas de un viejo diario

más tarde que, después de su regreso, el gobierno japonés lo


mantuvo ocupado dando conferencias sobre temas agrícolas cien-
tíficos, con ilustraciones basadas en sus observaciones en Europa,
EE. UU. e India. En su carta me dice:

Su nombre ha aparecido en casi todos los periódicos japoneses,


en relación con su amable trato a nuestra Comisión y la ayuda
que nos brindó para recopilar información útil en India. Muchos
japoneses, que lo anhelan, vienen y me preguntan sobre el estado
actual de su Sociedad Teosófica y sobre su salud. Algunos desean
ansiosamente ir a India y estudiar con usted, y algunos sin medios
privados estarían encantados de realizar cualquier servicio en su
casa o en el lugar, solo para estar con usted y poder dedicar parte
de su tiempo a adquirir conocimiento.

Una extraña criatura de Hatha Yogi, que saltaba como un canguro y


se ponía en ridículo, caminó 19 km para verme el 2 de marzo. Dijo
que me había visto clarividentemente en cierto templo la noche
anterior, y su diosa le había ordenado que me hiciera una visita por
su bien espiritual. El único fenómeno que exhibió fue hacer caer
del aire una serie de limones, que me presentó. No puedo decir
cuánto, la visita le benefició, pero ciertamente no pareció tener
mucho efecto en mí, más allá de hacerme dar cuenta una vez más
de lo tonto que era para los hombres someterse a un entrenamiento
tan largo y severo con tan poco propósito. Obtiene una pequeña
cantidad de poder obrador de maravillas, ni una centésima parte
del de HPB, algo de poder de lectura de pensamientos, algunos
elementales problemáticos colgando a su alrededor, ¡y eso es todo!
Violó la buena y antigua regla de no profetizar a menos que se
sepa, al predecir al Sr. Harte y a Ananda, a quienes envié a verlo al
día siguiente, que dentro de seis años yo sería ciertamente capaz
de realizar grandes milagros. El único milagro que ocurrió dentro
de ese tiempo fue la salvación de la Sociedad del daño cuando el
Sr. Judge se separó, junto con la Sección Norteamericana; pero ese
no era el tipo que tenía en mente, aunque fue una actuación muy
buena y sustancial. Ananda, sin embargo, quedó tan impresionado
por el swami que se detuvo lejos de Adyar dos días, y a su regreso me
trajo un poita, o hilo brahmánico, fenomenalmente producido para
mi beneficio, unas flores que habían sido rociadas sobre su cabeza
desde el espacio, y una serie de historias de las maravillas que había
visto. El mismo Yogi hizo una segunda visita a la Sede el día 9 e
hizo algunos fenómenos en la Sala de Retratos de la Biblioteca. Una
naranja, unas limas y ₹ 25 en dinero aparentemente se derramaron
Muerte de Subba Rao 153

a nuestro alrededor, y mi bolígrafo de oro fue transportado desde


mi escritorio de arriba a la Sala de Cuadros; un plato de piedras
rotas y cerámica también se convirtió en galletas. Pero el asunto
olía a engaño, ya que el hombre insistió en que lo dejaran solo para
“hacer Bhakti Puja” antes de que nos admitieran, y sus movimientos
no fueron del todo satisfactorios. El dinero se lo devolví, ya que
sentí que se lo había prestado para el truco una de las personas que
lo acompañaban.
En respuesta a un artículo mío en The Theosophist de marzo,
preguntando quién se presentaría y ayudaría en el trabajo indio, el
Sr. C. Kotayya, MST, de Nellore, ofreció sus servicios, los acepté y lo
nombré inspector itinerante de Ramas.
El Dr. Daly llegó por fin de Ceilán el 13 de abril, y Harte, Fawcett
y yo hablamos con él durante horas y horas, de hecho, casi toda la
noche.
Cuando finalmente se decidió que debería ser puesto a trabajar
en Ceilán en calidad de mi representante personal, pasé mucho
tiempo con el Dr. Daly explicando mis planes. Entre ellos se
encontraba el establecimiento de un diario de mujeres, que sería
propiedad de las damas de la Sociedad Educativa de Mujeres de
Ceilán y que sería editado por ellas, y que tendría por título Sinhala
Stree, o The Sinhalese Woman: el diario debía ocuparse de todos los
asuntos domésticos, cuestiones morales y religiosas que deberían
surgir en la vida de una madre de familia. Como el Dr. Daly había
tenido mucho que ver con el periodismo, estaba incluido en mi
plan que él debería tener la supervisión general del trabajo editorial
de la revista propuesta.
Mi primera idea al invitarlo a venir a Oriente y ayudarme fue que
actuara como subdirector de The Theosophist y, durante mi ausencia,
hiciera una buena parte de la correspondencia más importante.
Pero como evidentemente no era apto para este tipo de trabajo,
y como los budistas lo querían en Ceilán, y no era nada indigno,
emití un aviso oficial asignándole un deber en Ceilán y dándole una
delegación de mi autoridad supervisora. Este aviso estaba fechado
el 25 de mayo de 1890. No supe nada más sobre la revista en cues-
tión durante algún tiempo, pero por fin se me informó que había
convocado una reunión de la Sociedad Educativa de Mujeres para
abordar la idea de la revista, y un número del Times de Ceylor
en el mes de julio informó de la reunión, y dijo que la intención
era llamarla Sanghamitta; y agregó que “el coronel Olcott, como
asesor principal de la Sociedad de Mujeres, simpatiza plenamente
con la empresa propuesta y ha prometido su ayuda”. Teniendo en
cuenta que redacté todo el esquema de principio a fin, y agregué
154 H ojas de un viejo diario

mi garantía pecuniaria personal para los gastos del primer año, la


declaración anterior parece bastante moderada. El hecho es que el
Dr. Daly presentó el plan como propio, e incluso llegó a imponer
la condición de que la propiedad del artículo debería recaer en él,
como la de The Theosophist en mí. Por supuesto, cuando escuché eso,
inmediatamente me retiré del plan. Es una lástima que no se haya
podido llevar a cabo, porque creo que habría sido un éxito y una
gran ayuda para la causa de la educación femenina.
Ahora llegaban excelentes noticias de Japón sobre el desa-
rrollo del movimiento de la Liga de Mujeres, que había sido uno
de los resultados de mi gira. El Sr. M. Oka, el Gerente, escribió
que era realmente maravilloso ver lo que los budistas japoneses
habían hecho durante el medio año desde mi visita y como conse-
cuencia de ella. La Asociación de Damas para “producir buenas
madres, hermanas educadas e hijas cultivadas” había comenzado
una carrera de sorprendente prosperidad. “Ya hemos conseguido
que 2 princesas, 5 marquesas, 5 condesas, 8 vizcondesas, 7 baro-
nesas y muchos sacerdotes budistas famosos, eruditos célebres,
etc., etc., se conviertan en miembros honorarios, mientras que el
número de miembros ordinarios aumenta cada día”. Me pidió que
me convirtiera en miembro honorario, y también a Dharmapala.
Un mes después, volvió a escribir con entusiasmo, diciendo que el
número de miembros había aumentado en 1000 en el mes, y que la
princesa Bunshu, tía de Su Majestad el Emperador, había aceptado la
presidencia: se había creado un diario, y las perspectivas eran muy
prometedoras.
Otra prueba muy importante del efecto permanente de mi gira
en Japón se da en una carta de uno de los sacerdotes más distin-
guidos del imperio japonés, Odsu Letsunen San, director de la
Western Hongwanji, Kyoto, quien dijo que el hecho de que yo había
“despertado mucho los sentimientos de la gente en general estaba
fuera de toda discusión”. Pero lo llamativo de la carta es que respira
el mismo espíritu de tolerancia y simpatía budista internacional,
cuyo despertar era el objeto de mi misión. El Sr. Odsu expresa la
esperanza de que las diferencias intrascendentes de las sectas en y
entre el Mahayana y el Hinayana, las escuelas del budismo del norte
y del sur, “puedan en lo sucesivo subordinarse al objetivo principal
de promover la difusión del budismo en todo el mundo”.
El 28 de abril se llevó a cabo una reunión pública de la Sociedad
Teosófica, con el propósito de presentar a los Sres. Fawcett y Daly
a los indios, en el salón Pachiappah, Madrás. Asistió una multitud
entusiasta y los oradores fueron recibidos con gran calidez.
Muerte de Subba Rao 155

Se había creado una atmósfera de malestar en la Sede Central por


la agitación hostil que siguió a los disturbios de Londres y la reti-
rada de Subba Rao y sus dos seguidores ingleses de la Sociedad; otro
rasgo es el fomento de prejuicios injustos contra Ananda por parte
de ciertas personas a las que no les agradaban sus costumbres. Hasta
ese momento, los asuntos de The Theosophist se habían llevado a cabo
en la misma habitación grande donde se habían llevado a cabo los
de la Sociedad, pero se volvió desagradable para él y para mí, así
que acondicioné el bongaló de la orilla occidental por mi cuenta y
retiraron la revista y la librería allí, después de que los sacerdotes
brahmanes hubieran realizado la ceremonia purificadora habitual
a la antigua usanza.* Y allí se ha mantenido hasta el día de hoy. La
hostilidad fue tan desagradable en un momento dado, que llegué a
planear el traslado del negocio a un barrio de la ciudad. En cuanto a
despedir al fiel Gerente, eso nunca se me pasó por la cabeza. Como
un Maestro le escribió una vez al Sr. Sinnett, “la ingratitud no está
entre nuestros vicios”.
Nuestras tardes siempre las hemos pasado agradablemente en
tiempo seco en el techo de la terraza del edificio principal, donde,
en las noches iluminadas por la luna o las estrellas, tenemos la
gloria de los cielos para mirar y la brisa del océano para refres-
carnos. He visitado muchas tierras, pero no recuerdo una vista
más hermosa que aquella sobre la que se posan los ojos desde esa
terraza, ya sea a la luz del día, de las estrellas o de la luna. A veces
solo hablamos, a veces uno lee y los otros escuchan. A menudo,
en tales ocasiones, en los meses de la temporada de invierno occi-
dental, hablamos de nuestras familias y amigos, especialmente
de nuestros colegas teosóficos, y desearíamos que pudieran flotar
hacia nosotros, como lo han hecho los Arhats en el Mahavansa, y
ver y comparar con sus propias miserias climáticas las delicias de
nuestro entorno físico. En aquellos días de mayo de 1890 solíamos
reunirnos así, y los recién llegados, con su variado conocimiento
de la literatura y los hombres, contribuían enormemente al placer
y provecho de las pequeñas reuniones. El Sr. Harte escribió para
The Theosophist una serie de artículos ingeniosos y cómicos, bajo el

*  Un mesmerista tan viejo como yo nunca podría estar ciego a la posible eficacia
de cualquier ceremonia bien conducida por el sacerdote o exorcista laico de
cualquier religión o escuela de ocultismo, por pequeña que sea mi creencia en
la interferencia de entidades sobrehumanas para el beneficio de una fe deter-
minada. Así que, con benevolente tolerancia, dejo que a quien le guste haga
cualquier puja que él elija, desde el brahman hasta el yakkada y los ignorantes
pescadores del río Adyar, mis amigos y protegidos.
156 H ojas de un viejo diario

título Chats on the Roof  *, cuya interrupción fue muy lamentada por
algunos de nuestros lectores.
El difunto Sr. S. E. Gopalacharlu, sobrino e hijo adoptivo del
lamentado pandit Bhashyacharya, había asumido ahora el cargo de
Tesorero de la Sociedad, que yo le había ofrecido. ¡Qué lástima que
ninguno de nosotros haya previsto cuál sería el trágico resultado de
la conexión!
Cuando el difunto Rey de Kandy fue depuesto por el ejército
británico en el año 1817, él y su familia fueron exiliados al sur de
India, y los supervivientes y sus descendientes todavía están allí. El
actual representante masculino, conocido como Iyaga Sinhala Raja,
o el Príncipe de Kandy, vino en este momento con gran angustia
mental y suplicó mis buenos oficios para obtener del gobierno algún
alivio para sus miserias. Parece que, como en el caso de todas estas
regalías depuestas, la pensión original del gobierno continúa dismi-
nuyendo con la muerte del principal exiliado y el aumento natural
de las familias que comparten la generosidad. Mientras imaginan
que su estado real les prohíbe trabajar para ganarse la vida como
gente honesta y corriente, y mientras su orgullo los lleva a tratar
de mantener algún espectáculo de la antigua grandeza, por fin llega
el momento en que sus respectivos ingresos se reducen a meras
miserias; y, como me dijo este joven, los sirvientes domésticos y
sus familias vienen a la hora de comer y se sientan como perros
esperando un hueso mientras el amo empobrecido come su escasa
comida. La imagen que ofrecía me hizo sentir que, si alguna vez
tuviera la mala suerte de ser un rey vencido, debería adoptar la vieja
costumbre rajput de matarme a mí mismo y a mi familia, en lugar
de exiliarme como pensionista del vencedor. Este joven príncipe
había tenido el coraje moral de dar el buen ejemplo de prepararse
para el empleo civil bajo el gobierno indio, y entonces ocupaba el
pequeño nombramiento de subregistrador en un taluk del distrito
de Tinnevelly, y ganaba un pequeño salario; pero, como él decía,
esto era más bien un agravante que otra cosa, porque apenas le
alcanzaba para alimentarse a sí mismo y a su familia, y sus senti-
mientos siempre se veían afectados al ver a estos miserables depen-
dientes observando cada bocado que comía. Era un joven agradable,
y con mucho gusto lo ayudé con consejos sobre lo que debía hacer.

* Escrito sin la h1 en la prueba de galera2 del compositor hindú. Olcott.


1 Chats on the Roof, traduce “Charlas en la terraza”, si se omite la letra h en
Chats, queda Cats on the Roof, “Gatos en la terraza”. (N. del T.)
2 Prueba de galera: versiones preliminares de las publicaciones hechas con el fin
de que sean revisadas por autores, editores, y correctores. (N. del T.)
Muerte de Subba Rao 157

El 3 de junio visité T. Subba Rao a petición suya y le hice una


cura mesmérica. Estaba en un estado terrible, su cuerpo cubierto de
furúnculos y ampollas desde la coronilla hasta la planta, como resul-
tado del envenenamiento de la sangre por alguna causa misteriosa.
No pudo encontrarlo en nada de lo que había comido o bebido, por
lo que concluyó que debía ser debido a la acción malévola de los
elementales, cuya animosidad había despertado por algunas cere-
monias que había realizado en beneficio de su esposa. Esta fue mi
propia impresión, porque sentí la extraña influencia sobre él tan
pronto como me acerqué. Conociéndolo por el erudito ocultista que
era, una persona muy apreciada por HPB: y el autor de un curso de
magníficas conferencias sobre el Bhagavadgita, me quedé inexpre-
sablemente conmocionado al verlo en tal estado físico. Aunque mi
tratamiento hipnótico hacia él no le salvó la vida, le dio tanta fuerza
que pudo ser trasladado a otra casa, y cuando lo vi diez días después
parecía convaleciente, la mejora, según me dijo, fue a partir de la
fecha del tratamiento. Sin embargo, el cambio para mejor fue sólo
temporal, ya que murió durante la noche del 24 del mismo mes
y fue incinerado a las 9 de la mañana siguiente. De los miembros
de su familia obtuve algunos detalles interesantes. Al mediodía del
día 24 les dijo a los que lo rodeaban que su Gurú lo llamó para que
viniera, que iba a morir, que ahora estaba por comenzar sus tapas
(invocaciones místicas) y que no deseaba que lo molestaran. A partir
de ese momento no habló con nadie. De la nota necrológica que
escribí para The Theosophist de julio, cito algunos párrafos sobre esta
gran luminaria del pensamiento contemporáneo indio:

Entre Subba Rao, H. P. Blavatsky, Damodar y yo había una


estrecha amistad. Jugó un papel fundamental al invitarnos a visitar
Madrás en 1882 y al inducirnos a elegir esta ciudad como Sede
Central de la Sociedad Teosófica. Subba Row tenía un entendi-
miento confidencial con nosotros sobre la peregrinación mística
de Damodar hacia el Norte, y más de un año después de que
este último cruzara al Tíbet, le escribió sobre sí mismo y sus
planes. Subba Rao me habló de esto hace mucho tiempo y volvió
al tema el otro día en una de mis visitas a su lecho de enfermo.
Una disputa —debida en cierta medida a terceros— que se agravó
hasta convertirse en una brecha, surgió entre HPB y él mismo
sobre ciertas cuestiones filosóficas, pero hasta el final él habló de
ella, a nosotros y a su familia, a la vieja usanza amistosa… Se
señaló anteriormente que T. Subba Rao no dio señales tempranas
de poseer conocimiento místico; ni siquiera Sir T. Madhava Rao
lo sospechó mientras estaba sirviendo a sus órdenes en Baroda.
158 H ojas de un viejo diario

Pregunté particularmente a su madre sobre este punto, y ella me


dijo que su hijo habló por primera vez de metafísica después de
establecer una conexión con los fundadores de la Sociedad Teosó-
fica; una conexión que comenzó con una correspondencia entre
él y HPB y Damodar, y se volvió personal después de nuestro
encuentro con él, en 1882, en Madrás. Era como si se le hubiera
abierto de repente un caudal de experiencia oculta, largamente
olvidado; le vinieron recuerdos de su último nacimiento anterior;
reconoció a su Gurú y desde entonces mantuvo relaciones con
él y con otros Mahatmas; con algunos personalmente en nuestra
Sede, con otros en otros lugares y por correspondencia. Le dijo a
su madre que HPB era un gran yogui y que había visto muchos
fenómenos extraños en su presencia. Su conocimiento acumulado
de la literatura sánscrita volvió a él, y su cuñado me dijo que si
recitaba cualquier verso de Gîta, Brahma-Sutras o Upanishads,
él podría decirle inmediatamente de dónde fue tomado y en qué
conexión empleada.

No recuerdo cuántos casos similares han sido notificados en mis


visitas a nuestras Sedes, pero son muy numerosos. Casi invariable-
mente, uno encuentra que aquellos Miembros que son más activos
y siempre se puede contar con ellos para una fidelidad inquebran-
table a la Sociedad, afirman que han tenido este despertar del Ser
Superior y se ha descubierto o develado este cúmulo de conoci-
miento oculto escondido durante tanto tiempo.
Al haber un eclipse anular de sol el día 17, todo hindú orto-
doxo tuvo que bañarse en el mar. El Sr. Harte y yo fuimos a ver a
la multitud, que era densa y alegre. El oleaje era espléndido y la
escena era una de las más animadas. Imagínense a varios miles de
hindúes de piel morena, vestidos con poca ropa blanca, saltando
sobre las olas con agradable excitación, saludándose unos a otros
con gritos de alegría, saltando sobre las pequeñas olas, a veces
salpicando y esquivando a los demás; otros miles de pie o sentados
en la arena, sumando sus gritos al estruendo, y más allá de los
bañistas los grandes rodillos enroscándose y retumbando; en lo
alto, el sol parcialmente oscurecido, un misterio para los ignorantes
y la fuente de una impureza que debe ser lavada en el agua salada.
Esto tuvo lugar a lo largo de la costa de Triplicane y Mylapore,
pueblos incluidos dentro del moderno municipio de Madrás. No
he visto en ninguna parte del mundo un puerto deportivo que se
iguale al de Madrás, aunque Sir M. E. Grant-Duff, que lo hizo trazar
cuando era Gobernador, nos dice que lo copió de uno en Italia que
le había dado un gran placer. A lo largo de la orilla del mar, desde
Muerte de Subba Rao 159

el río Cooum hasta el pueblo de St. Thome, a una distancia de unas


6,5 km, se extiende este encantador paseo. Al lado del mar, una
amplia acera de grava con bordillos de piedra, luego una amplia y
noble avenida con el pavimento liso como un tapiz, y dentro de ella
un sendero ecuestre color ámbar. El puerto deportivo es el centro
turístico al atardecer de los habitantes de Madrás, que llegan allí en
sus carruajes y disfrutan de la deliciosa brisa marina que casi inva-
riablemente viene del océano, trayendo vida y refresco en sus alas.
En esos días, estaba ocupado revisando el “Catecismo Budista”
para una de sus muchas ediciones nuevas, enmendando y agregando
su contenido, a medida que su dominio sobre el pueblo cingalés se
hacía más fuerte, y sentía que estaba yendo más allá del poder de los
sacerdotes reaccionarios para prevenir decirle a la gente lo que se
debe esperar de quienes visten la túnica amarilla. Cuando publiqué
la 33ª edición, hace tres años, supuse que no debería tener más
enmiendas que hacer, pero ahora que pronto se pedirá la 34ª edición,
creo que son posibles más mejoras. Mi deseo es dejar a mi muerte un
compendio perfecto de los contenidos del budismo del sur.
El 27 ( junio) recibí un visitante de Madura, de quien tuve la
satisfacción de saber que tres de los casos de parálisis que había
tratado con mesmerismo en 1883 habían resultado curaciones
permanentes, y que después de un intervalo de siete años mis
pacientes estaban tan bien como lo habían estado en sus vidas. Uno
de estos casos lo recordaba muy bien, y lo describí en mi relato de
mi gira de 1883. Era el de un joven que vino a verme un día cuando
estaba a punto de sentarme a comer y me pidió que le curara su
mano izquierda paralizada, que entonces le resultaba inútil. Tomé
la mano entre las dos y, después de sostenerla un par de minutos y
recitar cierto mantram que usé, hice pases amplios desde el hombro
hasta la punta de los dedos, algunos adicionales alrededor de la
muñeca y la mano, y, con un pase final, declaré la cura comple-
tada. Inmediatamente el paciente sintió en su mano un torrente de
sangre; de haber estado sin sensibilidad, de repente se volvió hiper-
sensible; podía mover los dedos y la muñeca de forma natural, y se
salió corriendo a su casa para contar la maravilla. Luego continué
con mi cena.
En la primera semana de julio fui a Trichinopoly para presidir
una reunión pública en nombre del Colegio Universitario Hindú
de Nobles, y mientras estaba allí di dos conferencias y un breve
discurso en el famoso Templo de Ganesha, en la cima de la gran
roca, uno de los puntos de referencia más pintorescos que se puedan
imaginar, y que todos los viajeros de ferrocarril que pasan por el sur
de India lo ven.
160 H ojas de un viejo diario

El lector comprenderá fácilmente el estrés y la tensión que me


impusieron en este momento el comportamiento excéntrico de
HPB, interfiriendo ella misma y permitiendo que sus amigos interfi-
rieran, en la gestión práctica de los asuntos de la Sociedad, una acti-
vidad que, como el Maestro KH había escrito claramente, era de mi
competencia. En un capítulo anterior mencioné su amenaza revo-
lucionaria de que rompería la Sociedad a menos que yo respaldara
su acción de reorganizar el movimiento en Europa con ella como
Presidenta permanente; pero para dejarlo perfectamente claro, dado
que el caso encarna un principio de lo más vital, entraré un poco en
detalle. El 8 de julio recibí su carta, respaldada por algunos de sus
amigos, exigiendo el cambio antes mencionado, y acompañándola
con la amenaza alternativa. El 29 del mismo mes recibí una copia
oficial de una Resolución que había sido aprobada por la Sección
Británica entonces existente, sin haberme informado de sus deseos
ni pedido mi consentimiento. Se había impreso The Theosophist de
agosto, excepto el suplemento, que estaba entonces en la imprenta.
Al recibir el interesante documento revolucionario en cuestión,
conduje hasta nuestras imprentas, detuve la orden de impresión,
destruí 350 copias del Suplemento que ya se había agotado e inserté
este Aviso Ejecutivo:
La siguiente Resolución del Consejo de la Sección Británica del
2 de julio de 1890, se cancela por la presente, por ser contraria
a la Constitución y los Estatutos de la Sociedad Teosófica, una
usurpación de la prerrogativa presidencial, y más allá de la compe-
tencia de cualquier Sección, u otro fragmento de la Sociedad para
promulgar. “Adyar, 29 de julio de 1890.
H. S. Olcott,
Presidente S. T.

Extracto del Acta de la Sección Británica, S. T.

En una reunión del Consejo de la Sección Británica celebrada el 2


de julio de 1890, en 17 Lansdowne Road, London, W., convocada
con el propósito especial de considerar la conveniencia de conferir
permanentemente la autoridad presidencial para toda Europa a
H. P. Blavatsky, se resolvió por unanimidad que esto se hiciera
a partir de esta fecha, y que la Sección Británcia se uniera a las
Logias Continentales para este propósito, y que la Sede Central de
la Sociedad en Londres fuera en el futuro la Sede para todos los
propósitos administrativos de toda Europa.
W. R. Old,
Secretario General
Muerte de Subba Rao 161

Quién se extraña de que, después de la nota en mi Diario que


menciona lo que había hecho, añadiera: “Eso puede significar una
división, pero no significa que voy a ser un esclavo”. ¡Qué auto-
cracia encantadora! Ni una palabra sobre las disposiciones de la
Constitución de la Sociedad, los métodos legales a seguir o la nece-
sidad de remitir el asunto al Presidente; nada más que rebelión.
Solo hizo que mi propio deber fuera más claro. Debo ser fiel a mi
confianza, a pesar de que tuvo que llegar a una ruptura entre HPB
y yo; porque aunque teníamos que ser leales el uno al otro, ambos
debíamos una lealtad superior a Aquellos que nos habían elegido
de nuestra generación para hacer este gran servicio a la humanidad
como parte de Su plan integral.
Esto lo dejo en acta para beneficio de mi sucesor, para que sepa
que, si quiere ser el verdadero guardián y padre de la Sociedad, debe
estar preparado, ante una crisis como ésta, para actuar en defensa
de su Constitución, cueste lo que cueste. Pero esto requerirá más
que mera valentía, esa cosa mucho más grande, la fe; fe en el éxito
inevitable de la causa de uno, fe en la corrección del juicio de uno;
sobre todo, la fe en que, bajo la guía de los Grandes, no hay pequeñas
cábalas, conspiraciones o planes imprudentes que puedan oponerse
al impulso divino que se reúne detrás de alguien cuya única ambi-
ción es el cumplimiento del deber.
CAPÍTULO XIV
19 avenue road, y otros asuntos

1890

M
E he beneficiado de la presencia en la Sede Central del
Sr. E. D. Fawcett para realizar un curso de conferen-
cias sobre las diferentes Escuelas de Filosofía, que luego
debería presentar en forma de libro bajo el título de “El poder detrás
del universo”. Este joven, entonces de veinticuatro años, tiene un
cerebro notablemente adaptado al estudio de la metafísica y la filo-
sofía, impresionado por su habilidad intelectual al leer el manus-
crito de su primera conferencia.* Se trataba de un análisis resumido
de toda la serie de metafísicos modernos, dieciocho en total, desde
Descartes hasta Von Hartmann. Sin embargo, al mismo tiempo,
como muestran sus contribuciones más recientes a las revistas de
Londres, su mente es capaz de volar al reino de la imaginación pura
y es muy ingenioso para inventar situaciones emocionantes para el
enredo de los personajes de su historia.
Su primera conferencia se dio en nuestro salón de Adyar el
19 de julio. La sala se veía grandiosa con su cubierta de hojas de
palmera, banderas, luces y una gran imagen de Sarasvati, la Minerva
india, suspendida sobre la plataforma de los oradores. Todos los
asientos estaban ocupados y el público, compuesto principalmente
por graduados y estudiantes universitarios, era tan intelectual
como al que cualquier orador podría desear dirigirse. Para noso-
tros que conocemos a los hindúes, es difícilmente creíble lo poco

*  El Sr. E. D. Fawcett sacó un libro que llevaba por título “El enigma del universo”.
A este le ha seguido recientemente un volumen de la filosofía de su madura
experiencia, “El individuo y la realidad”, Longmans, 1909. (N. del E. de 1910)
164 H ojas de un viejo diario

que sus superiores oficiales conocen este aspecto de su carácter;


la mayoría de los oficiales británicos militares y civiles regresan a
casa, a veces después de treinta y tantos años de residencia en este
país, sin otra impresión de los hindúes que la que han obtenido
en sus relaciones superficiales con ellos en las oficinas públicas,
o de sus exasperantes experiencias con sus sirvientes domésticos
aduladores, generalmente analfabetos y, a menudo, intemperantes.
¿Cómo podrían esperar estar en términos de buen entendimiento
con los hombres de casta alta (es decir, caballeros) a quienes tratan
en las relaciones oficiales con un desdén manifiesto, calificándolos
comúnmente como “negros”, sin importarles en absoluto si llega
a oídos de los insultados o no? Es inexpresablemente triste para
mí ver este terrible desperdicio de buena oportunidad para unir al
imperio indio al trono británico con sedosas bandas de amor, que
son más fuertes que todos los eslabones de acero que se pueden
forjar con espadas y bayonetas. Al momento de escribir este artí-
culo, tenemos la suerte de contar con un Virrey, lord Curzon de
Kedleston, que ha mostrado un tacto más exquisito que cualquiera
de sus predecesores en los últimos veinte años; y estoy seguro de
que dejará tras él, al regresar a Inglaterra, un sentimiento mejor
que el que ha prevalecido durante muchos años. La política, sin
embargo, no es de mi incumbencia, y sólo he sido tentado a esta
digresión debido a mi propio amor por los hindúes y mi simpatía
en todos sus problemas.
La segunda conferencia del curso semanal fue una del Dr. Daly
sobre “Clarividencia”, que leí del manuscrito en su ausencia, y
fue impresa en The Theosophist. La tercera y las siguientes fueron
pronunciadas en el “Castillo de Kernan”, la residencia del Sr. Biligiri
Iyengar, en la costa, ya que encontramos que la distancia de Adyar
era inconveniente para la clase de hombres que deseaban escuchar
el curso. Yo mismo di dos de las conferencias y el Sr. Harte dio una
sobre “La religión del futuro”.
Entre las muchas muestras de afecto que he recibido de los
hindúes estaba una propuesta que me llegó en agosto de Babu
Shishir K. Ghose, de Calcuta, informándome que se había puesto en
marcha un plan para conseguir un Testimonio Nacional Indio para
mí, en la forma de una suscripción para asegurar mi comodidad
futura. La rechacé, por supuesto, ya que mis modestos ingresos
de la revista eran suficientes para satisfacer todas mis necesidades.
Sin embargo, la oferta fue sumamente gratificante. Observo en mi
Diario que se hizo la misma propuesta en un artículo principal muy
elogioso en el Indian Mirror del 21 de agosto.
19 avenue road, y otros asuntos 165

Había lo que el cullud pusson llama “un montón de problemas”


en nuestros grupos teosóficos en París en este momento. El Dr. G.
Encausse, más conocido por su sobrenombre literario de “Papus”,
parecía dispuesto a desempeñar el papel de Ahriman en cualquier
organización en la que no fuera director supremo, y se peleó con
sus colegas franceses, se separó de nuestra Rama, hizo otra llamada
“Sphynx”, y luego me pidió una carta. Se me envió un expediente
de correspondencia bastante hostil, y por el mismo correo llegó
uno del mismo caballero inquieto, haciéndome terribles amenazas
si decidía apoyar a HPB en la disputa actual. Ella me estaba condu-
ciendo casi a la desesperación en ese momento, incluso hasta el
punto de enviar al Sr. Keightley a India con una especie de carta de
marquesina, aparentemente con la intención de destruir el pres-
tigio de Adyar y concentrar toda la autoridad exotérica, así como la
esotérica, en Londres. Afortunadamente para todos los interesados,
mostró este documento a uno de nuestros Miembros indios más
fuertes, quien le rogó que no se lo mostrara a nadie más, ya que sin
duda daría un golpe mortal a la influencia de HPB en India. Este
era el lado quisquilloso de mi querida “amiga”. Sin embargo, escribí
en el correo de regreso una carta a “Papus”, que le dejó, al menos,
sin dudas sobre la lealtad inquebrantable que sentía por ella, quien
me había mostrado el camino para ascender hacia el Yo Superior.
En una ocasión, insertó en su revista un vil ataque a los carac-
teres de HPB y la Sra. Besant, por lo cual ese fiel amigo, el difunto
M. Arnould, le envió sus descargos; pero en ese caso, al menos, el
ofensor declinó una reunión. También rechacé la carta, y desde
entonces la Sociedad no ha tenido el honor de contarlo entre sus
Miembros; al contrario, lo expulsó. Unos años más tarde, durante
una de mis visitas a París, me envió una invitación para presen-
ciar algunos de los experimentos hipnóticos más interesantes en el
Hospital de La Charité, al mismo tiempo que me tendía la palma.
Por mucho que deseara ver los experimentos del Dr. Luys, tuve que
rechazar la renovación de nuestras relaciones personales hasta que
él hubiera hecho en su revista la enmienda honorable hacia mis dos
queridas colegas y amigas.
Durante los meses de verano de ese año he notado que llegaban
de Europa y EE. UU. donaciones que iban de £ 100 a £ 3, para el
sostenimiento de la Sede Central, por un solo correo recibí tres. Es
extraño cómo ha ido sucediendo esto desde el principio hasta el día
de hoy; mis necesidades para la Sociedad, sean grandes o pequeñas,
se cubren invariablemente con remesas oportunas. Si yo no tuviera
la seguridad de la afinidad de los Grandes Seres, sería, de hecho,
muy tonto no reconocerla en estos impulsos benéficos en aquellos
166 H ojas de un viejo diario

que pueden darse el lujo de dar lo que se necesita. En esto, como he


observado en otra parte, mi experiencia coincide con la de todos los
trabajadores desinteresados por el bien público.
Fue en 1890 que HPB y su personal se establecieron en la ya
famosa Sede, 19 Avenue Road, St. John’s Wood, Londres, y fue aquí
donde murió al año siguiente. Como la propiedad ha dejado de
estar en nuestras manos en los últimos doce meses, puede ser
conveniente dedicar un párrafo a una descripción de la misma.
Era una casa grande, en su propio terreno, que formaba un jardín
agradable, con trozos de césped, arbustos y algunos árboles altos.
Al subir los escalones de la entrada, se entraba en un vestíbulo
y un pasillo corto, desde cada lado del cual se abrían puertas a
las habitaciones. El de enfrente, a la izquierda, era el cuarto de
trabajo de HPB, y su pequeño dormitorio, contiguo a él. Desde esta
habitación interior, un corto pasaje conducía a una cámara bastante
espaciosa, que fue construida y ocupada por la Sección Esotérica.
A la derecha del vestíbulo, al entrar, se encontraba un comedor
amueblado artísticamente, que también se utilizaba para la recep-
ción de visitantes. Detrás de esto había una pequeña habitación,
que luego se usó como sala de trabajo general, luego ocupada por el
Sr. Leadbeater como su dormitorio. Una puerta cortada a través de
la pared norte del comedor daba acceso a la nueva sala de la Logia
Blavatsky; mientras que un corte en la pared sur de la habitación
de HPB conducía a la oficina del Secretario General de la Sección
Europea. Los pisos superiores de la casa eran departamentos para
dormir. La sala de reuniones de la Logia Blavatsky era de chapa
acanalada, las paredes y el techo revestidos de madera sin pintar.
El Sr. R. Machell, el artista, había cubierto las dos mitades incli-
nadas del techo con las representaciones simbólicas de seis grandes
religiones y de los signos zodiacales. En el extremo sur había una
plataforma baja para el Presidente y el conferenciante de la noche.
La sala tenía una capacidad para 200 personas. La noche de la inau-
guración, la sala estaba abarrotada y muchos no pudieron ingresar.
Los oradores fueron la Sra. Besant, el Sr. Sinnett, la Sra. Woolff (de
EE. UU.) y el Sr. Keightley. HPB estuvo presente pero no dijo nada,
debido al estado crítico de su salud.
La sala de trabajo de HPB estaba llena de muebles y de las paredes
colgaban un gran número de fotografías de sus amigos personales
y de miembros de la Sección Esotérica. Su gran escritorio daba a
una ventana a través de la cual podía ver la parcela de césped y los
árboles del frente, mientras que la vista de la calle estaba cerrada
por una alta pared de ladrillos. Avenue Road era una verdadera
colmena de trabajadores, sin lugar para zánganos, siendo la propia
19 avenue road, y otros asuntos 167

HPB quien daba el ejemplo de una laboriosidad literaria incansable,


mientras que su fuerte influencia áurica envolvía y estimulaba todo
a su alrededor. Esta altísima presión de trabajo tendía naturalmente
a destruir el sentimiento de cordialidad y acogida que los Miembros
e interesados que visitaban Londres tenían todas las razones para
esperar encontrar en el centro social de la Sección Europea, y que
siempre se podía encontrar en Adyar y en Nueva York, cuando HPB
tenía menos preocupaciones oprimiendo su mente. He escuchado
muchas quejas sobre este tema y he sabido de algunas personas que
habían tenido la intención de unirse a nosotros, pero que cambiaron
de opinión. Dadas las circunstancias, no puedo decir que lamento
que se haya abandonado la sede residencial.
El 21 de septiembre un telegrama de Colombo me informó de
la muerte por apoplejía de Megittuwatte, el incomparable sacerdo-
te-orador budista. Entre los budistas cingaleses no tenía igual como
orador público. Tocó a su público como si fuera un instrumento
musical que respondiera a su toque más ligero. Pero él no era un
hombre moralmente fuerte, y su comportamiento hacia mí fue de
lo más reprobable después de que vio que yo no cedería a su control
el Fondo Nacional que había recaudado para el apoyo de las escuelas
budistas y otras agencias de propaganda, y que le había otorgado
en Consejos de Administración en Colombo y Galle. Construyó,
con fondos recaudados por él mismo en giras de conferencias, el
Templo en el distrito Mutwal de Colombo, que la mayoría de los
pasajeros de los vapores son llevados a ver por los guías locales.
Desde su muerte, ha disminuído en gran medida en la estima del
público, ¡y tiene tanto aroma a religión como un restaurante ferro-
viario! Y así pasa de la vista, y ya casi de la memoria, un hombre
que hace un cuarto de siglo fue uno de los monjes más influyentes
de la isla.
A menudo he comentado que la misma conferencia sobre
Teosofía, siempre que se den sus líneas generales y se evite la tenta-
ción de desviarnos por los senderos laterales de los detalles, parece
ser reconocida por personas de diversas religiones como en cada
caso una presentación de los fundamentos de su religión particular.
Ya lo he comentado antes, pero vuelve a imponerse a mi mente al
leer la entrada del 28 de septiembre en mi Diario. Ese día fui a una
reunión de musulmanes en el salón Pachiappah para escuchar una
conferencia de Maulvi sobre “Salvación”. Creo que fue mi primera
asistencia a una reunión de esta comunidad en Madrás, y no esperaba
otra cosa que sentarme tranquilamente cerca de la puerta para que,
si la conferencia resultara poco interesante, pudiera escabullirme
168 H ojas de un viejo diario

sin que me vieran. Pero en el momento en que crucé el umbral


me rodearon señores mahometanos, que me recibieron con gran
cordialidad, ¡y de inmediato me eligieron Presidente de la reunión!
Las protestas fueron inútiles; en vano declaré que no era mahome-
tano, sino Teósofo y budista; dijeron que me habían escuchado dar
una conferencia y que yo era tan buen musulmán como cualquiera
de ellos. Así que tomé la presidencia y, después de algunas obser-
vaciones preliminares, que fueron recibidas con gran amabilidad,
invité al conferenciante, Maulvi Hassan Ali, el conocido misionero
musulmán, a dirigirse a la audiencia. Era un orador elocuente y
ferviente religioso, y sus auditores escucharon su discurso con
todas las muestras de aprobación. Dos días después, visitó Adyar y
me instó enérgicamente a declararme públicamente mahometano,
ya que “sin duda lo era en el corazón”; ¡solo me pidió que siguiera
dando conferencias como lo había hecho todo el tiempo! Ante mi
negativa, “se fue triste”. Ya hace tiempo que falleció.
En esa época recibí una solicitud urgente de Colombo para
presidir la inauguración de la Escuela Secundaria para Niñas
Sanghamitta, por parte de la Sociedad Educativa de Mujeres de
Ceilán. La invitación me obligaba a ello como un deber, ya que era
la primera escuela de este tipo que se había abierto en la isla y el
resultado directo de mis propios esfuerzos. Fui y la celebración se
llevó a cabo el 18 de octubre, y fue un éxito brillante. Se mostró
gran entusiasmo y hubo una contribución de ₹ 1000 para ayudar a la
escuela. En vista de su importancia histórica, puedo mencionar que
los oradores fueron el Sumo Sacerdote Sumangala, el erudito pandit
Batuwantudawe, L. Wijesinha Mudaliar, el Sr. A. E. Buultjens, B. A.
(Cantab.), El Dr. Daly, la Sra. Weerakoon, Babu K. C. Chowdry y yo.
Como mi visita a Ceilán se prolongó durante unos días, como
de costumbre, me mantuve ocupado con visitas y conferencias.
También abrí una escuela para niños cerca de Kotte, distribuí
premios en la escuela secundaria de inglés para niños, la que fundó
el Sr. Leadbeater, y me complació descubrir que el inspector de
escuelas del gobierno le había dado crédito por el 90 por ciento
de los pases; una cifra muy por encima del promedio indio, pero
todavía un 5% menos que la obtenida en el examen de la tempo-
rada pasada de los niños parias en la Escuela Libre de Olcott, Urur,
gracias a la muy eficiente administración de la Srta. Palmer. También
presidí el aniversario de nuestra Rama de Colombo y la cena anual,
donde invariablemente prevalece el mejor de los sentimientos.
Mientras tanto, antes de irme de casa a Ceilán, le había escrito
a HPB mi intención de retirarme de la Presidencia y darle toda
la dirección ejecutiva, así como espiritual, que parecía ansiosa por
19 avenue road, y otros asuntos 169

adquirir. Le recordé que nuestro trabajo pionero estaba práctica-


mente terminado y que fácilmente podría encontrar media docena
de hombres mejor educados y más productivos que yo para ayudarla
a continuar el movimiento. Mi intención también fue comunicada
a varios de nuestros líderes, tanto del Este como del Oeste. Estaba
tan convencido de ello que le escribí a Ootacamund para averiguar
cuál era la mejor temporada para comenzar a construir una cabaña
que pretendía que fuera mi retiro para la vejez, y donde se está
escribiendo este mismo capítulo.
Llegaron protestas de todos lados, y varios de mis corresponsales
anunciaron que debían dejar la Sociedad a menos que yo aceptara
quedarme. HPB le envió un cable a Keightley diciéndole que no le
permitiría leer ante la Convención un amistoso discurso de despe-
dida dirigido a mí, que él había redactado y del que le había enviado
una copia para que ella lo aprobara; ella dijo que los Maestros desa-
probaban mi renuncia, y en el correo siguiente le escribió con
la orden terminante de regresar de inmediato si yo renunciaba,
amenazando incluso renunciar ella misma y disolver la S. T. Por el
correo de la semana siguiente, que me llegó el último día del año,
se ofreció a hacer cualquier sacrificio para mantenerme en el cargo.
Como, en cualquier caso, la ruina de la Sociedad fue profetizada
por muchos de mis amigos más valiosos, accedí a continuar en
el cargo por el momento, y mi anuncio de esta decisión provocó
una tormenta de aplausos en la Convención cuando mi discurso
anual fue leído. Al notificar a HPB de mi dimisión suspendida, le
dije que mi permanencia en el cargo dependería de su disposi-
ción a alterar la forma de obligación que los candidatos a la S. E. T.
estaban tomando en ese momento. Estaba redactado para exigirle
la promesa de perfecta obediencia a ella en todas sus relaciones
con la S. T.; en resumen, otorgándole poderes cuasi dictatoriales y
anulando por completo la base de pertenencia sobre la que se había
construido el movimiento y que dejaba a cada miembro la más
absoluta libertad de consciencia y de acción. Me sentí muy compla-
cido cuando ella adoptó mi sugerencia y modificó la promesa indis-
creta a su actual forma inobjetable.* Si hubiéramos estado juntos, el
error no se habría cometido.
Salí de Ceilán el 27 de octubre hacia Tuticorin, de donde pasé a
Tinnevelly. El Sr. Keightley se reunió conmigo aquí, y juntos hicimos
un recorrido por el sur de India, que nos llevó a Ambasamudram,
el templo de Papanassum y las cataratas, la colina llamada Pico

* Esto se escribió en 1900, y no se refiere a la fórmula existente. (N. del E. de


1910)
170 H ojas de un viejo diario

de Agastya Rishi, Padumadi, Madura, Tanjore y Kumbakonam, de


donde regresamos a Adyar el 10 de noviembre. Nuestra visita al
primer lugar fue muy interesante. Nos alojaron en el salón Albert,
un nuevo edificio para la biblioteca local y las reuniones públicas,
cuya construcción se debió principalmente a la labor de nuestra
Sede local, encabezada por el Sr. V. Cooppooswamy Iyer. En la gran
sala cuelga una tablilla conmemorativa de bronce de buen gusto
para perpetuar la memoria de mi colega, el Sr. Powell, que fue muy
querido en ese lugar. La noche siguiente a nuestra llegada tuvimos
el verdadero placer de escuchar una recitación de Puranas al estilo
antiguo por parte de un actor-pandit; hubo un acompañamiento
musical con instrumentos indios por una muy buena banda. Uno
puede imaginar qué satisfacción sería para los sanscritistas euro-
peos si, en uno de sus congresos orientales, pudieran escuchar
los sonoros slokas de las Escrituras arias recitados tan bellamente
como lo hizo este orador en la ocasión anterior. De camino al pico
Rishi, nos detuvimos en las cataratas Banatitham y dormimos en
el bungaló del oficial forestal en Mundantoray, y aunque no había
puertas para impedir la entrada del aire frío, ni muebles, enjam-
bres de mosquitos que se contaban por pulgada cúbica, y rumores
de elefantes y tigres cerca, dormimos el sueño de los cansados.
A la mañana siguiente, nos transportaron a través de un río en
un barco plataforma que funcionaba con un cable de alambre. En
Papanassum, la aparición del elegante asceta encargado del templo
no nos agradó en absoluto. Su actitud le dará al lector una idea
de la etapa de su desarrollo espiritual. Era una persona elegante y
sensual, que llevaba en la cabeza, en forma de corona, una cadena
de grandes cuentas de rudraksha, tenía aretes de oro, alrededor del
cuello una gran caja de oro para talismán o taviz, y alrededor de su
cuerpo la habitual tela naranja. Sería preferible que un gordo pere-
zoso como ese le ayudara a uno a alcanzar moksha y no uno de los
pastores espirituales de apariencia similar de nuestras sectas occi-
dentales, que se alimentan de las ofrendas y diezmos de los laicos
crédulos. En Tinnevelly obtuve un cocotero joven del árbol que fue
plantado en el recinto del templo en 1881 por un Comité de budistas
de Colombo y yo mismo. ¡De modo que los hindúes no habían roto
nuestro “árbol del amor fraternal”, como habían informado amplia-
mente nuestros amorosos amigos, los misioneros!
Poco antes de la reunión de la Convención, un comité de
budistas birmanos me notificó que habían recaudado ₹ 20 000
para una misión de propaganda a Europa, de la que querían que
yo fuera el líder y que comenzara en febrero, con todos mis gastos
pagos. Sintiendo que no era el momento oportuno y previendo
19 avenue road, y otros asuntos 171

la inutilidad de tomar un comité, probablemente con un conoci-


miento muy limitado de inglés, para discutir las afirmaciones de su
religión con los eruditos más capaces de Europa, me negué.
En el mes de diciembre le sugerí al difunto Sr. Tookaram Tatya,
de Bombay, un plan para transferir la propiedad de Adyar a la
Biblioteca de Adyar y hacer que la dotara con la suma de ₹ 50 000,
que me había dicho durante mucho tiempo que tenía la intención
de dar a la Sociedad. Mis razones eran que, al hacerlo, daríamos
a la Biblioteca una existencia permanente después de mi muerte,
y a pesar de todas las posibilidades y cambios, la Sociedad reten-
dría, sin pagar alquiler, todo el espacio de la casa y los terrenos que
fueran necesarios para los asuntos de la Sede Central. Incluso ahora,
después del lapso de diez años, creo que la idea es buena, porque
la Biblioteca es diez veces más valiosa hoy que entonces; y si la
convertimos, como se propone, en un Instituto Oriental, aumen-
tamos el personal de pandits, organizamos series de conferencias
sobre las diferentes escuelas de filosofía y religión, y necesitamos
aulas, entonces sería indispensable que la Biblioteca se pusiera por
encima de todas las posibles contingencias que pudieran preverse.
Esto podría lograrse mediante el plan sugerido anteriormente. La
Sociedad tiene que afrontar una grave contingencia, a saber, que a
mi sucesor le resulte imposible salir de su país —suponiendo que
sea un occidental— y establecerse en Adyar, donde la temperatura
es la de los trópicos, y donde la vida es tan tranquila que enlo-
quece a alguien cuyos nervios siempre han estado destrozados en
el bullicio de una ciudad occidental: para más detalles, pregunte al
señor Fullerton.
Ninguna Sociedad grande podría pedir una Sede ejecutiva mejor
que la nuestra; ofrece todo lo necesario para hacer agradable la vida
a un erudito, y su entorno casi podría llamarse encantador. Cuando
HPB y yo la vimos por primera vez, la llenó de entusiasmo y su
amor por ella perduró hasta el final. Luego está nuestra colección
de libros, que comprende más de 12 000 volúmenes y en constante
crecimiento; se han agregado más de 700 nuevos manuscritos en los
últimos dos meses. Si mi sucesor no pudiera, o no quisiera, vivir en
Adyar, ¿qué se haría sino romper este centro ejecutivo y espiritual
del movimiento, que ha costado tantos años de labor amorosa y
que se ha convertido en el núcleo fuerte de las nobles aspiraciones
de los Fundadores de la Sociedad y de sus colegas trabajadores?
HPB expresó en su testamento el deseo de que sus cenizas fueran
traídas aquí; y si es cierto que se ha llevado consigo al más allá su
interés por el movimiento, seguramente le daría dolor ver nuestra
amada casa vendida a extraños y nuestra Biblioteca enviada a un
172 H ojas de un viejo diario

lugar lejano. Me alegro de que el acta de mi Diario me ofrezca la


ocasión de señalar este asunto a la atención de mis colegas, y espero
sinceramente que se presente el camino para resolverlo en el mejor
beneficio de nuestra Sociedad.
Los delegados para la Convención de ese año comenzaron a
llegar el 23 de diciembre; la asistencia el día de la inauguración
fue bastante numerosa y los procedimientos fueron inusualmente
interesantes. Asistió una numerosa delegación de la Presidencia de
Bombay; el Sr. Fawcett dio tres conferencias sobre Herbert Spencer,
el Dr. Daly habló sobre Escuelas Técnicas y el Sr. Keightley sobre
Teosofía en Occidente. El día 28 —el segundo día— organizamos
constitucionalmente la Sección India, que yo había formado provi-
sionalmente algún tiempo antes, y el Sr. Keightley fue confirmado
como Secretario General. Hubo conferencias de Fawcett, Keightley,
Nilakanta Sastri, Subramania swami, C. Kottaya y pandit Gopi Nath,
de Lahore. La celebración del aniversario el día 29 fue un gran
éxito, como es habitual, y hubo nueve ponentes. El día 31 la casa
quedó despejada de visitantes y nos dejaron retomar la rutina diaria
habitual, por lo que llegamos a la última página del Diario del año,
donde he escrito “¡Adiós, 1890!”.
CAPÍTULO XV
Visita birmana y del obispo Bigandet
1891

T
AN pronto como supe que una Liga Budista birmana había
recaudado una gran suma de dinero para enviar un grupo
de predicadores a Europa, y que se iban a enviar delegados
a Adyar para instarme a mí, telegrafié para que vinieran dele-
gados cingaleses y japoneses desde Colombo para reunirse con los
birmanos. En consecuencia, dos caballeros japoneses, los señores
Kozen Gunaratna y C. Tokuzawa, dos cingaleses, los señores H.
Dharmapala y Hemchandra, y dos birmanos, los señores U. Hmouay
Tha Aung y Maung Tha Dwe, se reunieron conmigo en comité el
8 de enero de 1891. Dejando a un lado la misión europea, expuse
ante ellos mis puntos de vista e invité a una discusión completa,
que se prolongó día a día hasta el 22, cuando, habiendo comparado
todos los puntos de creencia de las escuelas budistas del norte y
del sur, redacté una plataforma, que incluía catorce cláusulas, sobre
las cuales todas las sectas budistas podrían, si estuvieran dispuestas
a hacerlo, promover el sentimiento fraternal y la mutua simpatía
entre ellas. Una copia fiel de este documento fue firmada por los
delegados y por mí. Además de las naciones arriba mencionadas,
los Maghs de Chittagong, una nación budista del este de Bengala,
estuvo de acuerdo a través de un delegado especial, que actuó como
representante de Babu Krishna Chandra Chowdry, el líder de los
Maghs, quien me había pedido por telégrafo que nombrara uno que
lo represente. No cabe duda de que se trataba de un documento de
gran importancia, ya que anteriormente no se había encontrado
ningún terreno de compromiso y cooperación mutua en el que
174 H ojas de un viejo diario

pudieran converger las poderosas fuerzas del mundo budista para la


difusión de sus ideas religiosas. La plataforma, como ahora se sabe
en general, fue adoptada por los líderes budistas de las secciones
norte y sur; y cuando llegue el momento, hacia el final del año y
deba informar sobre las medidas tomadas al respecto en Japón, daré
su texto completo.
Mi programa para ese año se inició con una propuesta de visita
a Australia con el doble propósito de investigar las circunstancias
del legado de la propiedad Hartmann, en Toowoomba, y de visitar
nuestras Ramas en las colonias. Tenía la intención de partir casi
inmediatamente después de la Convención, pero cuando los dele-
gados birmanos se enteraron, me hicieron un vehemente llamado
para que visitara primero su país. Incluso llegaron a decir que “toda
la nación” me esperaba. Tras una madura reflexión, decidí aceptar
la invitación, ya que disponía de tiempo durante todo el año. La
Convención me había pedido que me tomara unas vacaciones —las
primeras en los doce años de mi servicio en India— y yo había
consentido y puesto la presidencia en “comisión” temporal, cediendo
mis responsabilidades y prerrogativas a los señores Tookaram Tatya,
Norendro Nath Sen, N. D. Khandalvala y W. Q. Judge para que diri-
gieran la Sociedad hasta que yo estuviera listo y dispuesto a volver
al servicio. Así pues, el 17 de enero me embarqué para Rangún con
los dos delegados birmanos. La gira en Birmania fue tan intere-
sante que utilizaré partes del relato que escribí y publiqué entonces,
mientras los acontecimientos estaban frescos en mi memoria.
Quienes hayan seguido mi relato a lo largo de la historia recor-
darán las circunstancias en que se produjo mi primera visita al país.
Hacia finales del año 1884, recibí del ahora depuesto rey Theebaw
una invitación para visitarle en Mandalay y hablar de budismo. El
intermediario era su médico italiano, el Dr. Barbieri de Introini,
ahora Presidente de nuestra reactivada Rama en Milán, Italia. Ante
la posibilidad de que su Majestad ayudara a los budistas cingaleses
y propiciara relaciones más íntimas entre ellos y sus correligio-
narios birmanos, acepté, y en enero de 1885, acompañado por el
señor Leadbeater, fui a Rangún. Una semana más tarde se me tele-
grafió para que regresara, ya que aparentemente Mme. Blavatsky
estaba muriendo. Dejando a Leadbeater allí, volví a casa, sólo para
encontrar que, por uno de esos cambios casi milagrosos que le
ocurrieron, estaba convaleciente, y después de una semana me
dejó ir a Birmania. Descubrí que el Sr. Leadbeater había desper-
tado un interés tan grande que casi de inmediato pude organizar
tres Ramas. Mientras tanto, las averiguaciones que hice entre los
birmanos sobre el carácter del Rey me disgustaron tanto que decidí
Visita birmana y del obispo Bigandet 175

no ir a Mandalay, y justo en ese momento un cable de Damodar me


informó de que HPB había tenido una recaída y su recuperación
era desesperada. Así que abandoné inmediatamente el viaje, regresé
a Adyar, y así terminó mi primera visita a la fértil tierra sobre la
que la larga línea de reyes Alompara había reinado con absoluto
esplendor.
Mi recepción en esta segunda visita fue de lo más entusiasta y
fraternal. Fui alojado en la elegante casa de un caballero birmano
y visitado por muchos de los ancianos (Lugyies) de la ciudad. Era la
época de la luna llena y, como digo en mi relato publicado, “para
un occidental habría sido una imagen novedosa vernos acuclillados
sobre esteras en el techo plano de la casa, discutiendo los sutiles
problemas de la metafísica budista. Los birmanos son un pueblo
inteligente, y como cada uno de ellos había pasado su tiempo en
un kyourg (monasterio), de acuerdo con la inflexible costumbre
nacional, las preguntas que me hacían requerían respuestas claras
y reflexivas”. Había logrado que parte de mi programa ganara la
aprobación de los principales sacerdotes de Birmania para mi plata-
forma de compromiso; así que, como encontré a mis visitantes de
Rangún tan agudos y ansiosos, abordé el tema y pedí sus opiniones.
La discusión nos llevó muy lejos, y sacó a relucir las verdaderas
y falsas opiniones sobre el Nirvana, el Karma y otras cuestiones
vitales. La discusión se volvió muy animada, y un viejo lugyie,
un veterano luchador, cuyo rostro arrugado, mejillas hundidas y
cuerpo demacrado mostraban el entrenamiento ascético al que se
había sometido durante mucho tiempo, fue particularmente vehe-
mente. Cuando se planteaba un punto, se encolerizaba como si
no fuera a detenerse antes de que se desmembrara su demacrado
cuerpo, y sus gestos nerviosos y sus movimientos de cabeza arro-
jaban tal maraña de sombras negras sobre la terraza iluminada por
la luna, que producían un efecto extraño e inquietante. Resultó
que estaba respaldando mis posiciones, y era contra los demás que
quería arremeter, no contra mí. “El resultado de las dos noches de
charla fue que mis diversas proposiciones fueron encontradas orto-
doxas y acordes con los Tripitikas: no tuve ninguna duda después de
eso sobre lo que sucedería en Mandalay cuando me encontrara con
el más grande de los monjes birmanos en consejo”.
El 23 de enero salí de Rangún hacia Pantanaw, una ciudad del
interior, situada en un afluente del Irrawaddy, en un pequeño barco
de vapor de dos pisos. Conmigo iban mi escolta de Madrás y un
gran comité de hombres importantes de Pantanaw, encabezados por
Moung Shway Hla, director de la escuela gubernamental de ese lugar,
un caballero afable, cortés y de buen corazón. En el pequeño barco
176 H ojas de un viejo diario

de vapor no había camarotes ni salones, sino la cubierta abierta,


atestada en todas partes de hombres, mujeres y niños birmanos y
sus pertenencias personales, junto con un cargamento mixto de
especies, incluyendo el fragante n'pee, un condimento hecho de
camarones machacados y madurados, por largo tiempo, hasta ese
punto agudo donde el queso Limburger, el chucrut perfeccionado y
el ajo, que contamina el aire, entran en competencia odorífera con
la verbena y el nardo para someter los nervios olfativos del hombre
a sus influencias intoxicantes. Para un viajero veterano como yo, la
perspectiva de dormir una noche sobre una manta en una cubierta
dura, en una compañía tan mezclada y en una atmósfera de pescado
estropeado, era una insignificancia, pero una entre decenas de expe-
riencias. Así que, con mis compañeros de Pantanaw cerca y Babula
a mi lado, pasé la noche muy cómodamente. Llegamos a Yandoon
a las 8:30 de la mañana, y desde allí continuamos en sampans, esos
botes flotantes de dos popas, que se vuelcan fácilmente, que son
remados por un hombre que se pone de pie para hacer su trabajo
y mira hacia adelante. En estas frágiles embarcaciones cruzamos
el Irrawaddy, barrido por el viento, ascendimos por el arroyo
Pantanaw y llegamos a ese lugar a las 3:30 de la tarde. En el muelle
ondeaba la bandera budista en señal de bienvenida, y los principales
funcionarios y ancianos de la ciudad, encabezados por Moung Pé, el
Comisionado Asistente Adjunto, me recibieron muy cordialmente.
En Pantanaw me alojé en el piso superior del edificio de la
Escuela Gubernamental (apenas hay casas de descanso para viajeros
en Birmania) y fui tratado muy amablemente. Aproveché mi tiempo
libre para redactar un proyecto de Sociedad Nacional Budista, con
una red subsidiaria de sociedades de pueblos y aldeas para compartir
y sistematizar a escala nacional el trabajo de renacimiento y propa-
ganda budista. El día 25, a las 6 de la mañana, di una conferencia en
la pagoda de Shwe-moindin, la más elegante en sus líneas, creo, que
he visto en toda Birmania. Al día siguiente salí de Pantanaw hacia
Wakema en un largo barco birmano, impulsado por tres remeros,
y con una cabina (!) hecha arqueando a través del barco algunas
esteras (chiks) de bambú partido. En ese bendito lugar, yo y mi
grupo —U. Hmoay, Moung Shway Hla y dos sirvientes— tuvimos
que detenernos durante veintidós largas horas, tras las cuales, con
los huesos doloridos, llegamos a Wakema. Nos alojamos en una
serie de habitaciones en el Palacio de Justicia. A las 5 p. m. di una
conferencia ante un numeroso público, cuyos alegres turbantes de
seda, bufandas y cinturones de seda los hacían lucir perfectamente
hermosos. Shway Yeo (Sr. J. G. Scott), el historiador de Birmania,
dice de tal multitud, “tulipanes agitados por el viento, o un revoltijo
Visita birmana y del obispo Bigandet 177

de arco iris, o la idea de un ciego de un cromatropo, son las únicas


sugerencias que se pueden ofrecer”. En Wâkema vi por primera
vez una de sus obras nacionales de marionetas, en la que se repre-
sentan las tribulaciones y la feliz unión final de un príncipe y una
princesa, hijos de dos reyes que habían tenido otros designios en la
cabeza para los jóvenes. La obra comenzó a las 10 p. m. y se mantuvo
hasta las 5 a. m., esa hora bruja en la que se oye al “segador afilar su
guadaña” y la naturaleza baña su rostro de rocío. El pueblo estaba
abarrotado de gente que había venido a levantar un nuevo templo,
una obra simpática a la que todos se dedican con positivo entu-
siasmo. Mi estancia aquí se prolongó hasta el día 30, ya que tuve que
esperar un vapor que me llevara de vuelta a Rangún. Llegó por fin,
y en el “Syriam”, un barco rápido y perfectamente acondicionado
de la Compañía de la Flotilla, hice una agradable travesía nocturna
hasta la ciudad que había dejado una semana antes en el pequeño
barco de remolque.
Esa misma tarde tomé el tren para Mandalay, y llegué el 1 de
febrero aproximadamente a la misma hora. El ferrocarril estaba en
un estado lamentable, haciendo, como dijo el pobre Horace Greely
de un camino similar, más esfuerzo por milla que cualquier otro en
el mundo. Me dolía la cabeza y tenía los huesos cansados cuando
llegué al final del viaje, pero, en cualquier caso, estaba por fin en
Mandalay. Es un lugar abandonado, polvoriento y sombrío; mien-
tras que, en cuanto al palacio de Theebaw, es un granero de madera
dorada, sin una habitación cómoda en el interior donde uno quiera
vivir, pero con una serie de techos y torres que le dan un aspecto
arquitectónico encantador. Vistos desde una pequeña distancia,
los edificios que componen el palacio son de gran belleza, debido
al efecto de los techos curvos y los aleros, los frontispicios y los
remates delicadamente modelados en los que el tallador ha logrado
imitar el parpadeo de las llamas que se elevan desde los techos bajo
los cuales esos hijos del esplendor y fuentes de luz, el rey y los
príncipes, moraban, como tantos Nats en un palacio del país de las
hadas.
Las amabilidades fraternales que recibí en Mandalay de los
ancianos y de otras personas fueron tales que permanecen en la
memoria durante años. Los birmanos son realmente un pueblo
adorable, fuerte y que se respeta a sí mismo, aunque terriblemente
perezoso. Nada les complace más que la hospitalidad, y todos los
escritores coinciden en afirmar que entre nobles y campesinos,
ricos y pobres, prevalece el mismo espíritu. Me dijeron que si
hubiera visitado la capital en la época de Min-doon-min, el piadoso
178 H ojas de un viejo diario

predecesor de Theebaw, me habrían tratado como un rey y habría


experimentado lo que significa la hospitalidad birmana.
Conocido el propósito de mi visita, primero tuve que someterme
a un minucioso interrogatorio por parte de los principales laicos
antes de que pudiera organizarse mi visita al Sangha Raja (Sumo
Sacerdote Real). Eliminadas todas las dudas, la reunión se fijó para
las 1 p. m. el 3 de febrero, en el templo Taun-do-Seya-d, el santuario
y monasterio donde vive y oficia Su Santidad Real, si ese es el título
apropiado para el hermano de un rey convertido en monje.
El Sangha Raja era un hombre venerable de 70 años, de semblante
amable más que fuerte; y con las arrugas de la risa en las comisuras
exteriores de sus ojos. Su cabeza es alta, su frente suave, y uno
podría imaginar que tiene todo el cerebro apiñado bajo el cráneo.
Su sencilla túnica naranja era de tela de algodón como la del monje
más pobre del Consejo, una circunstancia que me hizo, pensando en
su sangre real y en el espectáculo en el que se esperaba que parti-
cipara, recordar los espléndidos brocados de seda y bordados de
ciertos sumos sacerdotes en Japón, que se supone tipifican al propio
Tathagatha en las procesiones de sus templos, pero que deben pare-
cerse a él más como heredero aparente de Kapilavastu que como
el asceta sin hogar de Isipatana. El anciano cura me entregó una
copia de su retrato, en el que aparece sentado sobre un gadi dorado,
pero aún con sus túnicas de algodón amarillo que lo envolvieron,
dejando el hombro derecho al descubierto.
Los otros sacerdotes de rango en el Concilio estaban igualmente
vestidos, y descubrí al preguntarles que sus edades iban de 70 a 80
años cada uno. Detrás de los sacerdotes principales se arrodillaron
varios de sus monjes subordinados, y las samaneras, o postulantes
jóvenes, llenaron todo el espacio restante hasta las paredes: derecha,
izquierda y atrás. Mi grupo y yo nos arrodillamos frente a la Sangha
Raja, a mi derecha estaba el ex-Ministro del Interior bajo Theebaw,
un budista culto, caballero y ferviente, que habiendo hablado muy
bien del francés desde una larga residencia en París, me sirvió
amablemente como intérprete, tomó mis comentarios en francés y
los tradujo con fluidez y admiración al birmano. El concilio abrió
a la 1 y se disolvió solo a las 5:15, momento en el que mis pobres
piernas y espalda estaban tan cansadas por la posición, para mí,
poco acostumbrada y tensa, que sentí como si me hubieran atrope-
llado por una manada de ponis Shan.
Antes de informar sobre los procedimientos del Concilio, debo
decir una o dos palabras sobre la sala en la que nos reunimos. Como
la mayoría de los monasterios de Birmania y Japón, este kyoung fue
construido con madera de teca. El elevado techo se sostenía sobre
Visita birmana y del obispo Bigandet 179

ejes rectos de teca, sin imperfecciones ni defectos, elegidos por


su perfecta forma y ausencia de nudos o fallas. Están pintados o
lacados en rojo veneciano y adornados en partes con fajas de pan
de oro colocadas en elegantes patrones. El techo y las paredes están
revestidos con paneles de bella carpintería, y todo está cubierto
densamente con la hoja de oro puro de Yunnan y Sou-ch’uen, cuyo
tono rico da un efecto hermoso sin la menor ostentación o vulga-
ridad. Las diversas puertas del gran apartamento están bordeadas
por exquisitos especímenes del arte del tallador de madera, que
en Birmania se lleva a un alto nivel de perfección. Los tablones
del suelo están cubiertos con esteras brillantes, resistentes y fina-
mente tejidas de ratán o bambú, que proceden de los habitantes de
la jungla del distrito de Sthin. Creo que son el mejor revestimiento
de suelo para los trópicos que he visto en mi vida.
Hablando de arrodillarse, debe observarse que esta es la postura
nacional en todas las reuniones sociales, ceremoniales y en la vida
diaria, como lo es la postura de piernas cruzadas en India. Al igual
que los indios, los birmanos aprenden desde la infancia a sentarse
sobre los talones, posición en la que se encuentran tan cómodos
como los europeos en su silla o sofá. Había tres o cuatro sillas guar-
dadas en un rincón; y si yo hubiera sido un funcionario británico,
sin duda me habrían dado una, y el Sumo Sacerdote habría tomado
otra.
Pero, considerándome perteneciente a su propio partido y reli-
gión, me trataron en este asunto exactamente como si hubiera
nacido en Birmania, y lo tomé como lo que significaba, es decir,
como un cumplido, y sacrifiqué mis músculos a las exigencias de
costumbre, como la joven doncella de Occidente hace que sus pies
y costillas estén a la moda, y evoca su fortaleza para que parezca
que le gusta.
Las deliberaciones del Concilio se abrieron con una breve
descripción del trabajo de la Sociedad Teosófica en el campo de
la exégesis y la propaganda budista. Le hablé de nuestra labor en
Ceilán, del estado de los asuntos religiosos cuando llegamos, de
las tácticas obstructivas y, a menudo, vergonzosas de los misio-
neros, y de los cambios que habían producido nuestros once años
de esfuerzo. Cuando encontré copias de la traducción al birmano de
mi “Catecismo Budista” en manos de las personas presentes, hablé
de la adopción generalizada de esta pequeña obra como libro de
texto en los monasterios y escuelas budistas de Ceilán. Les hablé de
nuestras revistas cingalesas e inglesas, la sandaresa y la budista, y
de las decenas de miles de folletos y tratados religiosos traducidos
que habíamos distribuido por toda la isla. Les expuse las estadísticas
180 H ojas de un viejo diario

de nuestras escuelas budistas para niños y niñas. Luego, en cuanto


a Japón, me detuve en las diversas sectas budistas y sus puntos de
vista metafísicos, describí los templos y monasterios e hice plena
justicia a las nobles cualidades de los japoneses como individuos y
como nación. Ojalá hubiera tenido un buen fotógrafo con su cámara
detrás de mí para tomar una foto de ese grupo de viejos monjes
birmanos de rostro serio, mientras se inclinaban hacia adelante
sobre sus manos o codos, con la boca entreabierta, ¡bebiendo cada
palabra que salía de los labios de mi intérprete! Y sobre todo fue
un espectáculo ver sus rostros donde mi narrativa les dio motivos
de risa. Comparten la dulce jovialidad del temperamento nacional,
y todo lo que dije que les pareció gracioso los hacía sonreír de la
manera más amplia y liberal: anatómicamente hablando.
De los particulares fui a los universales, y les planteé muy clara-
mente la pregunta de si, como monjes de Buda, profesando sus
principios amorosos de hermandad humana universal y bondad
amorosa universal, se atreverían a decirme que no deberían hacer
un esfuerzo por unir a los budistas de todas las naciones y sectas
en una relación común de buena voluntad recíproca y tolerancia,
y si no estarían dispuestos a trabajar conmigo y con cualquier otra
persona bien intencionada con este fin. Les dije que, aunque induda-
blemente había grandes diferencias de creencias entre el Mahayana
y el Hinayana sobre ciertos puntos doctrinales, como, por ejemplo,
Amitabha y las ayudas para la salvación, sin embargo, había muchos
puntos de perfecto acuerdo, y estos deberían ser elegidos y redac-
tados en una plataforma para que todo el mundo budista pueda
apoyarse. Mi intérprete leyó luego, sección por sección, la traduc-
ción al birmano (hecha por Moung Shoung, de Rangún, y Moung
Pé, de Pantanaw) del documento que había preparado como decla-
ración de “Ideas budistas fundamentales”. A medida que se adoptó
cada sección, la marqué y, a la larga, todas fueron declaradas orto-
doxas y aceptables. Luego conseguí que el Sangha Raja firmara el
papel como “Aceptado en nombre de los budistas de Birmania”; y
después de él, en orden de antigüedad, otros veintitrés monjes de
alto rango colocaron sus firmas.
Pasada la primera etapa de nuestra discusión, sometí luego a sus
críticas un segundo documento, que consistía en una carta circular
de mí mismo a todos los Sumos Sacerdotes budistas, pidiéndoles
que cooperaran en la formación de un comité internacional de
propaganda; cada nación budista estará representada en el Comité
por dos o más personas bien educadas, y cada una contribuirá con
su parte de los gastos. Admití en esta circular que sabía que los
birmanos estaban dispuestos a asumir todo el trabajo y el costo
Visita birmana y del obispo Bigandet 181

ellos mismos, pero dije que no me parecía justo, ya que en una obra
tan importante el mérito debería ser compartido en equidad por
todas las naciones budistas. Una breve discusión, después de varias
lecturas cuidadosas del documento, dio como resultado la adopción
de los principios esbozados, y el Sangha Raja firmó y colocó su sello
oficial en el papel como muestra de su aprobación. Después de una
conversación ocasional, me expresaron amables y buenos deseos y
todos los sacerdotes declararon que tenía derecho a llamarlos para
cualquier ayuda que pudiera necesitar de sus manos, se levantó la
sesión.
Esa noche dormí el sueño de los magullados, no sin antes recibir
las felicitaciones de muchas personas por el éxito de mi visita.
A la mañana siguiente tuve mi audiencia de despedida con el
Sangha Raja en sus habitaciones privadas. Ojalá alguien que esté
familiarizado con los lujosos apartamentos de los cardenales
romanos, los obispos anglicanos y los elegantes clérigos de Nueva
York pudiera haber visto esto, del hermano de un Rey, en su vida.
Un simple catre, un sillón, un piso de tablas y alfombras esparcidas,
y él arrodillado en este con su túnica monástica, cuyo valor no
estaría por encima de unas pocas rupias. Él era la bondad personi-
ficada hacia mí, dijo que esperaba que pronto publicara una nueva
edición del “Catecismo” y declaró que si sólo me detenía diez días
más en Mandalay, todo el pueblo se entusiasmaría. No podía hacer
esto, porque mis otros compromisos lo prohibían, así que dijo que
si debíamos separarnos, podría tener la seguridad de que sus bendi-
ciones y mejores deseos y los de toda la sangha birmana me segui-
rían dondequiera que pudiera vagar. Cuando me iba, me regaló un
manuscrito de hojas de palma profusamente bañadas en dorado de
una porción del Abidhamma Pitaka.
Mientras estaba en Mandalay, di una conferencia en una pagoda
espléndidamente dorada y arquitectónicamente hermosa. Después
de mi discurso, me entregaron para la Biblioteca de Adyar una
estatuilla de plata de Buda, que pesaba alrededor de 1,3 kg, y tres
volúmenes de manuscritos de hojas de palma en laca roja y oro; la
primera la entregó el exvirrey de los Estados Shan, el Khawgaung-
Kyaw, y tres hermanos nobles: Moung Khin, Moung Pé y Moung
Tun Aung, me hicieron entrega de los segundos.
Visité la hermosa Pagoda Arecan, Maha-Mamuni, construida por
Arecan Rajah, Sanda Suriya; también Atoo-Mashi-Kaoung-daw-gye,
el “Monasterio incomparable”. Bien merece su nombre, porque ni
en Japón, ni en Ceilán, ni en ningún otro lugar he visto nada que
coincida con el esplendor de la habitación en la que se encuentra
la gigantesca estatua del señor Buda, bañada en oro y enriquecida
182 H ojas de un viejo diario

con joyas. La imagen mide entre 6 y 9 metros de altura, es sólida


y está compuesta por las cenizas de prendas de seda quemadas con
ese propósito por piadosos birmanos de ambos sexos. La vista de
toda la cámara es como el de algún palacio de cuento de hadas
construido por un djin. Exteriormente, el edificio está construido
en mampostería sólida, elevándose en terrazas de áreas decre-
cientes y recordando una de las pagodas piramidales en terrazas de
Uxmal y Palenque. Debo mencionar una circunstancia en relación
con este kyoung que redunda en el mérito de los monjes budistas
birmanos. Fue erigido por el gran y piadoso soberano de Alompara,
Mindoon-Min, el predecesor inmediato del rey Theebaw, y le había
dado el nombre que lleva. No pudo conseguir que ningún monje lo
aceptara como un regalo o residiera en él, porque en su creencia, el
título Incomparable debería ser otorgado sólo al Buda. ¿Qué dicen
a eso nuestros prelados occidentales de moda? Sin embargo, esta
modestia y desinterés es bastante consistente con todo el carácter de
la sangha birmana. Dice el Sr. Scott, el escritor más autorizado sobre
el tema, excepto el obispo Bigandet, cuyo testimonio concuerda con
el suyo:

El tono de los monjes es indudablemente bueno. Las infracciones a


la ley, que son extraordinariamente complicadas, son severamente
castigadas; y si un pohngyee, como se llama a los monjes, come-
tiera algún pecado flagrante, sería expulsado inmediatamente del
monasterio a la misericordia del pueblo, que no sería muy visi-
blemente indulgente. A cambio de su abnegación, los monjes son
altamente honrados por la gente… La religión impregna Birmania
de una manera que casi no se ve en ningún otro país.*

Por lo tanto, tengo buenas garantías para esperar grandes resultados


del auspicioso comienzo de mi trabajo en esta tierra de buenos
monjes y gente piadosa.
Otra cosa que visité en Mandalay fue el Templo de los Pitakas,
el Koo-tho-daw. Este es uno de los monumentos más singulares y,
al mismo tiempo, nobles que jamás haya dejado un soberano. Su
constructor fue Mindoon-Min el Bueno. Imagínense una pagoda
central que alberga una magnífica estatua del Señor Buda y 729
espacios dispuestos en cuadrados concéntricos a su alrededor; cada
uno de los pequeños santuarios contiene un bloque grande, grueso
y vertical de mármol blanco, grabado en las dos caras con partes del
Tripitakas en pali, en grafía birmana. Comenzando en cierto punto

*  “Birmania como era, como es, como será”. Londres, 1886.


Visita birmana y del obispo Bigandet 183

en el cuadrado interior, las losas contienen el texto del Sutta Pitaka,


yendo de losa a losa en orden regular hasta que ese Pitaka está
terminado. Luego, después de un descanso, la siguiente losa retoma
el texto del Vinaya Pitaka; y finalmente, las hileras exteriores de
losas dan la del Abidhamma Pitaka, o metafísica budista, la vida y el
alma de la religión budista, su sustancia perdurable y su realidad
impecable; aunque este hecho parece ser insospechado por casi
todos nuestros comentaristas y críticos, siendo el difunto obispo
Bigandet una de las excepciones.
Esta versión Koo-tho-daw de los Tripitakas es considerada por
todos en Birmania como el estándar de exactitud. Antes de comenzar
el trabajo, el rey Mindoon-Min convocó a un consejo de monjes,
quienes examinaron cuidadosamente los diversos manuscritos de
hojas de palma disponible, y de entre ellos seleccionaron y compi-
laron el texto más preciso para uso del Rey. Luego entregó copias
de estos a los cortadores de mármol para que las grabaran. Moung
Shoung, MST, ha concebido un proyecto para publicar una edición
económica de esta versión autenticada. Costaría tan solo ₹ 15 000, y
espera poder recaudar el dinero.
Con mi mente ya puesta en casa, dejé Mandalay y su gente amable
el 4 de febrero, muchos amigos influyentes me acompañaron a la
estación para una última despedida. Aquí tuve que despedirme de
ese excelente amigo y leal caballero, U. Hmoay Tha Aun, que casi
lloró porque no pudo acompañarme a Madrás, ni a Australia, ni al
fin del mundo. Así, mi grupo quedó reducido a Moung Shway Hla,
yo y dos sirvientes.
Por segunda vez, la primera en 1885, como se señaló anterior-
mente, di una conferencia en la Pagoda Shway Dagôn en Rangún.
Mi audiencia era numerosa, influyente y atenta.
No se puede decir que fui muy elogioso con los sacerdotes o fidei-
comisarios de este santuario mundialmente conocido. La última vez
que estuve en Rangún, encontré a los fideicomisarios recolectando
del público un lac* de rupias para pagar la reconstrucción de la
pagoda. Ciertamente es una estructura espléndida, una joya entre
los edificios religiosos, pero insté a la atención de los fideicomisa-
rios que una verdadera economía social impondría la recaudación
del lac para publicar las Escrituras de su religión y opcionalmente
promover sus intereses, y luego un segundo lac para los recubri-
mientos de dorados, de ser necesario. Esta vez, encontré el dorado
de 1885 muy desgastado por el clima, y los fideicomisarios hablaban
de realizar otro gran trabajo de mejorar el dorado del edificio. Esto

*  Un lac = 100 000 unidades. (N. del E.)


184 H ojas de un viejo diario

fue demasiado para mi paciencia, así que les di una charla extre-
madamente sencilla, mostrando que lo primero que debían hacer
era aumentar ₹ 15,000 por publicar los Pitakas registrados en piedra
de Mandalay, y después de eso, una variedad de cosas, antes que
colocar más oro en su pagoda.
En Rangún también tuve la gran suerte de pasar una hora conver-
sando amistosamente con el venerable y amado obispo católico de
Ava, el padre Bigandet. El mundo literario lo conoce por su Leyenda
de Gaudama, la primera introducción occidental a la vida de Buda.
Tuve el privilegio de conocer a su señoría en 1885 mientras estaba
en Rangún, y esta vez no me iría de Birmania sin rendirle una
vez más mi sincero homenaje como prelado, erudito y hombre. Lo
encontré físicamente débil, algo afligido por una parálisis temblo-
rosa, tanto, de hecho, que hacían de la escritura una tarea muy
fastidiosa. Pero su mente estaba tan clara y fuerte como siempre. Me
dijo que la primera edición de su libro se agotó por completo, los
señores Trübner habían recibido su permiso para reimprimirlo por
su cuenta y riesgo, y ellos se quedarían con todas las ganancias. Le
urgí a que escribiera otro libro tan erudito, exhaustivo e imparcial
como el primero sobre el budismo. Me preguntó qué tema suge-
riría, a lo que respondí, el Abidhamma, en contraste con las especu-
laciones filosóficas modernas. Sonrió y dijo: “Has elegido el mejor
de todos, porque la metafísica del budismo es su verdadero núcleo
y sustancia. En comparación con esta, las historias legendarias de la
personalidad de Buda no son nada de lo que valga la pena hablar”.
Pero, con una sombra solemne que cubría su rostro amable e inte-
lectual, dijo: “Es demasiado tarde; no puedo escribir más. Ustedes,
los más jóvenes, deben encargarse de ello”.
Sentí una gran reticencia a separarme de él, porque evidente-
mente se estaba deteriorando rápido, y a su edad, 78 años, no se
puede contar con reuniones futuras muy lejanas; pero al final, reci-
biendo alegremente su bendición, dejé su presencia, para no volver
a encontrarme con él, como resultó. Viviendo, poseía el respeto de
todos los budistas birmanos que sabían de su generosidad y lealtad
a la consciencia; y ahora que está muerto, su recuerdo se aprecia
con afecto.
CAPÍTULO XVI
Australia y el legado de Hartmann
1891

A
L llegar a Madrás el 12 de febrero, me esperaba una agra-
dable sorpresa en forma de carta del profesor León de
Rosny, de la Sorbona, en la que me informaba de mi elección
como miembro honorario de la Sociedad de Etnografía, de París, en
lugar de Samuel Birch, el renombrado Orientalista, ya fallecido. El
profesor de Rosny y yo manteníamos una relación amistosa desde
hacía varios años, pues nos unía nuestra afición por la filosofía
budista. Me dijo una vez que utilizaba mi “Catecismo Budista” en
sus clases, y que había dicho a sus alumnos que encontrarían más
budismo real en él que en cualquiera de los libros publicados por
los Orientalistas.
Cuatro días más tarde hice las maletas y tomé el barco de
vapor hacia Colombo con destino a Australia. Tuve que esperar en
Colombo desde el 18 de febrero hasta el 3 de marzo al barco austra-
liano, pero cada minuto de mi tiempo estuvo ocupado. Entre otras
cosas, conseguí que mis Catorce Propuestas, o Plataforma Budista,
fueran aceptadas y firmadas por Sumangala y Subhuti, los dos
Sumos Sacerdotes de Kandy, y por un número suficiente de los
principales bhikshus para darle el sello del budismo cingalés. Esto
respondía a toda la Escuela del sur, ya que el budismo de Siam es
idéntico al de Birmania y Ceilán. En Wellawatte, Panadure, Kandy,
Katugastota, Dehiwalla y otros lugares, di conferencias en nombre
de las escuelas budistas, recaudando suscripciones públicas en
algunos lugares y distribuyendo premios en otros. Los budistas de
Arakan, a través de Wondauk Tha Dway, de Akyab, me enviaron por
186 H ojas de un viejo diario

telegrama una invitación urgente para visitar su país y, junto con el


mensaje, telegrafiaron dinero para mis gastos, pero me vi obligado
a posponer la visita hasta una futura ocasión.
En ese momento se estaba llevando a cabo un experimento para
crear una Sección de Ceilán de la S. T., y yo había nombrado al
Dr. Daly Secretario General. El resultado, sin embargo, fue total-
mente insatisfactorio, por lo que lo destituí de su cargo, pero expe-
rimentalmente lo nombré Director General de Escuelas. También
hice un llamamiento público para la creación de un Fondo de
Wesak que se utilizaría para la propaganda en el extranjero. Nunca
he conseguido que los cingaleses se interesen por esta labor, ya que
todas sus simpatías y esfuerzos se concentran en la regulación de
los asuntos budistas en su propio país. El hecho es que en ninguna
parte de Oriente la gente tiene una idea muy clara de los países y
naciones extranjeras, y rara vez los he encontrado en India distin-
guiendo entre los hombres blancos de diferentes nacionalidades,
que son clasificados bajo el nombre general de “europeos”; incluso
los norteamericanos son designados así.
En el puerto de Colombo se encontraba en ese momento una
fragata rusa en la que el Zarewitch, el actual Zar, estaba dando
la vuelta al mundo, acompañado de un personal de hombres
eminentes. Uno de estos caballeros, durante la gira del Príncipe por
India, que había pasado por Adyar durante mi estadía en Birmania,
expresó mucho interés por la Teosofía y compró algunos de nues-
tros libros. Lamenté haberme perdido su visita, así como el baile en
la Casa de Gobierno, al que el nuevo Gobernador, lord Wenlock, me
había invitado “para tener el honor de conocer a Su Alteza Imperial
el Zarewitch”. Al enterarme por el Cónsul ruso en Colombo de
que algunos miembros del personal del Príncipe heredero estarían
encantados de conocerme, subí a bordo de la fragata y pasé una hora
de deliciosa conversación con el príncipe Hespére Oukhtomsky,
Jefe del Departamento de Cultos, en el Ministerio del Interior, que
actuaba como Secretario Privado del Príncipe en esta gira, y con el
teniente N. Crown, del Departamento de Marina en San Petersburgo,
ambos hombres encantadores. Me sentí especialmente atraído por
el Príncipe Oukhtomsky debido a su intenso interés por el budismo,
que durante muchos años ha estudiado especialmente en las lama-
serías mongolas. También ha dedicado mucho tiempo al estudio de
otras religiones. Tuvo la gentileza de invitarme a hacer el recorrido
por los monasterios budistas de Siberia. Me pidió una copia de mis
Catorce Proposiciones, para traducirlas y hacerlas circular entre los
principales sacerdotes del budismo en todo el imperio. Esto lo ha
hecho desde entonces.
Australia y el legado de Hartmann 187

El 1 de marzo llegó de Adyar el Sr. Richard Harte, de camino a


Inglaterra, después de unos tres años de servicio en la Sede Central.
Como ya se ha dicho, el 3 de marzo zarpé para Australia, en el
noble vapor Oceana de P. & O. El día 5 crucé el ecuador por primera
vez, pero los marineros no jugaron ninguna mala pasada a los pasa-
jeros*. Al día siguiente vi lo que para mí era una maravilla, a saber,
un arco iris que se extendía horizontalmente, en lugar de hacer el
arco vertical habitual. Me pareció, como anoté, “como un arco iris
rígido fundido”. El paso a través de él fue muy suave y agradable. El
día 12, a petición mía, di una conferencia en el primer salón sobre
“La esencia del budismo”. La cátedra fue ocupada por el Honorable
J. T. Wilshire, M. P., quien pronunció un discurso muy agradable al
final. Llegamos a King George's Sound el día 13 y anclamos frente
a Albany, pero fuimos puestos en cuarentena a causa de la viruela
en Colombo, por lo que no pudimos desembarcar para recorrer el
lugar. Llegamos a Port Adelaide el día 17, y a Melbourne el 18. En este
último lugar me encontré con la señora Pickett, una de nuestras anti-
guas Miembros, en cuya casa de Kew hubo una reunión de Teósofos
para recibirme. Un viejo compañero de viaje en Japón, el Sr. James
Miller, de Melbourne, a quien también había conocido en Londres,
desayunó conmigo en mi hotel, y almorcé con él el mismo día.
Zarpamos el día 20 hacia Sydney, y llegamos allí el 23 por
la mañana temprano. Mi viejo conocido, el conde de Jersey, era
entonces Gobernador de Nueva Gales del Sur; y como había avisado
a lady Jersey de mi llegada, ambos me recibieron con la mayor
amabilidad. Ese mismo día asistí a la fiesta de jardín de su señoría, y
a la noche siguiente cené en la Casa de Gobierno. Es difícil imaginar
una vista más hermosa que la de este lugar. El edificio se encuentra
en un punto suavemente inclinado, que se adentra en el mundial-
mente famoso puerto de Sydney, y un panorama de exquisito
paisaje se extiende ante el espectador. El antiguo proverbio decía
“Ver Nápoles y morir”, pero, por mi parte, preferiría sustituir el
nombre de Nápoles por el de Sydney. Lord Jersey se divirtió mucho
con un intercambio de notas en versos humorísticos entre lady
Jersey y yo, sobre su ingreso en nuestra Sociedad, que yo insistí por
su profundo interés en los estudios místicos, y ella declinó por un
instinto conservador que la convirtió en una de las fundadoras de
la Primrose League. Nunca he conocido a personas más agradables.
Tuve el placer de conocer a varios Teósofos, y el 25 zarpé hacia
Brisbane en el vapor costero Barcoo. Una nota que hice sobre la
atractiva apariencia del comedor, que estaba acabado en madera

*  Probablemente se refiera al rito ceremonial del cruce del ecuador. (N. del T.)
188 H ojas de un viejo diario

clara con diseños artísticos, con paneles de mármol blanco y


oscuro, me recuerda que la mayoría de los vapores que recorren
las tormentosas costas de Australia, Tasmania y Nueva Zelanda dan
al viajero todas las comodidades que pueda desear. En cuanto a la
mesa, merece todos los elogios. Mi viaje en este barco es digno de
mención sólo por una razón: que conocí, como compañero de viaje,
a un hombre que me pareció una especie de lusus naturae. Era un
boxeador de profesión y un campeón de peso ligero, pero también
una persona tan tranquila y caballerosa como uno quisiera conocer;
además, era un pianista de gran mérito. Tocaba con gran senti-
miento, y se sentaba ante el instrumento y dejaba que sus dedos
divagaran sobre las teclas, sacando dulces armonías, mientras su
cabeza se echaba hacia atrás y una expresión soñadora aparecía en
sus ojos, como si estuviera captando dulces sonidos en una esfera
superior. Me gustaría poder recordar la interesante historia de su
vida musical que me contó; pero como sólo escribí en mi Diario las
palabras “tres meses de inspiración”, todo se me ha ido. Una vaga
reminiscencia de que había algo sobre su persona que había sido
superada por el espíritu de Armonía, que esto lo controló por un
tiempo determinado, y que la influencia nunca lo había dejado del
todo desde entonces. En cualquier caso, allí estaba al piano, impro-
visando música mientras se dirigía a cumplir un compromiso en el
ring de premios, donde golpeaba a otro bruto y era golpeado por
él hasta que uno o los dos se veían incapaces de “llegar a la raya”.
Llegué a Brisbane el día 27 a las 10 de la mañana. La ciudad
se encuentra a una hora y media de navegación por el río, y las
casas y granjas de las orillas recuerdan mucho más a EE. UU. que a
Inglaterra. Al ser Viernes Santo, todas las oficinas y tiendas estaban
cerradas, y no pude ver a nadie por negocios; pero, con el instinto
“periodístico” que corre tan fuerte en mis venas, pasé por la oficina
del Observer y vi al Sr. Rose, un escocés de mentalidad liberal, el
subdirector, con quien enseguida entablé amistad. Un párrafo en
el Courier de la mañana siguiente me trajo una avalancha de visitas
durante todo el día siguiente. El Sr. Rose almorzó y cenó conmigo
en mi hotel, y el Sr. Woodcock, Jefe de la Oficina del Secretario
Colonial, un caballero muy amable y agradable, también cenó
conmigo. Pasé la tarde con el juez Paul, del Tribunal de Distrito, que
tiene una casa japonesa, cuyos materiales fueron importados del
Reino de las Flores y montados por carpinteros japoneses impor-
tados para el trabajo. El juez es sin duda uno de los amigos más
interesantes que he hecho, y como estuvimos casi constantemente
juntos durante mi estadía en Brisbane, mis recuerdos de la visita
son encantadores. Mi presentación en el club me puso en contacto
Australia y el legado de Hartmann 189

con muchos de los hombres más inteligentes de la ciudad, entre


ellos periodistas, por lo que mi visita se convirtió en la comidilla
de la ciudad; y cuando una larga entrevista conmigo apareció en el
Telegraph, puede imaginarse cómo aumentó el flujo de visitantes en
mis habitaciones. Conocí a un par de personas encantadoras, el Sr. y
la Sra. Brough, los comediantes, cuya actuación disfruté mucho, y
ambos se hicieron Miembros de nuestra Sociedad.
El objetivo de mi viaje era Toowoomba, como ya se ha dicho,
y para este lugar salí en tren el día 30 y llegué allí después de un
paseo por un agradable paisaje, seis horas más tarde. El Sr. Wm.
Castles, uno de los albaceas del difunto Sr. Hartmann, me acompañó,
y el otro, el Sr. J. Roessle, me invitó a alojarme con él; pero como
había roces entre los herederos, los albaceas y el Sr. J. H. Watson,
MST, Superintendente del Vivero Hartmann, preferí alojarme en
el Hotel Imperial, para ser perfectamente imparcial. Me encantó
la ubicación de Toowoomba, que tiene a un lado grandes exten-
siones de praderas onduladas, y al otro, azules cadenas de colinas.
A la mañana siguiente de mi llegada me encontré con la familia
Hartmann, compuesta por su hermano Hugo, su hija Helena, sus
hijos Carl y Herrman, sus dos albaceas, y su yerno, el señor Davis,
marido de Helena. Por supuesto, como me habían considerado
un enemigo, como legatario de su padre, y habían hecho todo lo
posible para que se rompiera el testamento sin éxito, al principio
me recibieron con fría desconfianza. Sin embargo, cuando vieron
lo poco dispuesto que estaba a tratarles con dureza, su mal humor
fue desapareciendo, y al final de la entrevista pusieron sus intereses
sin reservas en mis manos, y declararon que se conformarían con
cualquier partición de la herencia, o compromiso, que yo estuviera
dispuesto a dar. Pobrecillos, habían estado recorriendo la ciudad
denunciando a su padre, quejándose de sus agravios y excitando los
prejuicios contra la Sociedad, de modo que yo estaba convencido
de que no habría hecho falta mucho para que la muchedumbre me
echara a pedradas de la ciudad o me diera una capa de alquitrán y
plumas. Y, sin embargo, yo, como todo el mundo en Adyar, era tan
inocente como un nonato de toda adquisición o consentimiento de
la acción del difunto, o de simpatizar con ese tipo de cosas bajo cual-
quier circunstancia. Yo no sospechaba que él tuviera la intención
de dejar a la Sociedad una rupia, ni que tuviera rupias que legar.
Si me hubiera insinuado su propósito, habría tratado de disuadirle
de hacer un mal a su familia, y así evitar que enviaran sus maledi-
cencias tras él a kama-loka. Aquellos que estén interesados en ver
un informe completo sobre este caso, pueden hacerlo leyendo en
The Theosophist de agosto de 1891, mi artículo sobre “Nuestro legado
190 H ojas de un viejo diario

australiano: una lección”. Habiendo llegado a un buen entendi-


miento entre todos, acepté la invitación del Sr. Watson para venir a
residir con él en “El Vivero Hartmann”.
Es, o era, un encantador lugar de exhibición, de popularidad,
con acres de jardines ornamentales, una exuberancia de pinos,
palmeras, áloes, y arbustos y plantas ornamentales y florales, que
atestiguan la habilidad botánica del difunto propietario. Había un
extenso invernadero lleno de plantas raras, y otro adosado a la casa,
con un elevado techo de madera, y una torre o linterna en el vértice.
En esta última habitación había cajas de moluscos, corales y mari-
posas seleccionadas, y frascos de reptilia, todo ello con valor cien-
tífico, mientras que las cuatro paredes estaban cubiertas de trofeos,
artísticamente compuestos, de extrañas armas de guerra y caza,
utensilios de labranza y redes de pesca, lanzas y aparejos, tal como
los usaban los salvajes de Nueva Guinea. La propiedad del vivero se
encuentra en la cima de una colina a 600 m sobre el nivel del mar, y
desde la fachada de la casa el ojo encantado barre un paisaje variado
de eucaliptos salvajes y otros claros de la selva, que se extiende a
112 km de distancia hasta una cadena de colinas azuladas, mucho
más allá de la cual se encuentra Brisbane, la capital de Queensland.
Al entrar en la propiedad del vivero desde la carretera pública, se
atraviesa una avenida de árboles autóctonos de Oceanía y otros de
hábitat tropical —como cactus, áloes y palmeras— hasta que el
camino queda bloqueado por una valla que encierra los jardines
ornamentales y sólo admite pasajeros a pie. Más allá, un camino
de hierba tan ancho como la avenida de entrada conduce, por
caminos tortuosos, hasta la casa, que está perfectamente embelle-
cida en un bosquecillo de árboles umbríos. El lugar es famoso en
toda la colonia por su belleza, y conocido por miles de personas
en las otras colonias australianas como el hogar del ganador de
varios cientos de diplomas y medallas en sus diversas exposi-
ciones de horticultura. El Sr. Hartmann era un trabajador incan-
sable y, además de ocuparse de sus propios negocios, mantenía una
correspondencia con los botánicos y naturalistas más eminentes,
y dio su nombre a algunas especies nuevas de plantas e insectos.
Los jardines comprenden 17 hectáreas. Además de esta propiedad,
poseía acciones en minas productivas y tenía una buena suma en el
banco. Esta era la propiedad que me legó para la Sociedad Teosófica,
cuyo título había sido declarado perfecto por el más alto tribunal
judicial. Mis lectores verán, sin duda, en mi renuncia a mis dere-
chos a favor de los herederos naturales perjudicados, una lección
práctica de lo que los Teósofos llamamos altruismo. Según una esti-
mación aproximada, el patrimonio valía entonces unas 5 000 libras.
Australia y el legado de Hartmann 191

Pensando en todo ello, me pareció que si devolvía a la familia


las cuatro quintas partes de la herencia, de la que nunca esperaban
obtener un centavo de beneficio, y me quedaba con una quinta parte
para la Sociedad, estaría, en cierto modo, cumpliendo los deseos del
señor Hartmann de prestar una ayuda sustancial a nuestra causa;
también me pareció más que correcto que el costo de mi viaje de
ida y vuelta fuera sufragado con el dinero del banco. Así que, tras
una profunda reflexión, redacté y, en la reunión del día siguiente,
presenté a la familia la siguiente proposición:
Hice la siguiente oferta a los hijos y hermanos del difunto
C. H. Hartmann:
I. Venderé a ellos, o a cualquiera que ellos elijan como su abogado,
todos mis derechos, títulos e intereses como Presidente de la S. T.
en el residuo de la herencia por la suma de £ 1 000 (mil libras) en
efectivo, y una suma suficiente para cubrir el costo de mis gastos
de viaje desde y hacia India, unas £ 130.
II. Ejecutaré cualquier documento legal necesario a este efecto, e
instruiré a los albaceas para que les entreguen la propiedad, legal-
mente mía, en mi lugar.
III. Si lo desean, tomaré la mitad de las 1 000 libras esterlinas en
efectivo, o tres cuartas partes, —como prefieran— £ 500 o £ 750, y
prestaré el resto mediante una hipoteca primaria con un interés del
seis por ciento (6%)* anual, sobre el terreno que ocupa el vivero
(es decir, 17 hectáreas), con los edificios y las mejoras tal como
están, pero sin incluir el vivero o el ganado de invernadero. La
hipoteca puede mantenerse durante cinco años o más, según se
acuerde en lo sucesivo entre ellos y yo, o su sucesor en el cargo.
IV. La familia debe notificarme su aceptación de estos términos y
su deseo de que yo ejecute los papeles de transferencia a uno o
dos de ellos como representantes de los cinco.
V. La familia debe comprometerse a liquidar todos los legados a
los individuos tal y como se hizo en el testamento.
VI. Esta oferta debe ser aceptada en o antes del 17 de abril.

H. S. Olcott,
Presidente S. T.

Sin salir de la habitación, los herederos aceptaron la oferta, con


expresiones de cálida gratitud. El documento lleva el siguiente
endoso:

*  El tipo de interés de los bancos locales era del 8,5%.


192 H ojas de un viejo diario

Aceptamos la oferta anterior, y solicitamos que el coronel Olcott


reconozca al Honorable Isambert, M. P., de Brisbane, como nuestro
agente y representante.
(Firmado)
C. H. Hartmann, H. H. Hartmann, Helena Hartmann Davis

En presencia de F. Harley Davis y John Roessler” (uno de los dos


albaceas testamentarios).

Cito este documento de la narración publicada antes mencio-


nada, ya que el acontecimiento tiene diez años de antigüedad, y
cientos o miles de personas que leerán este capítulo obtendrán de
él su primer indicio de este acontecimiento y su secuela, que, me
complace decir, recibió la aprobación unánime de mis colegas de la
Sociedad. Algo más tarde, se produjo un gran movimiento en los
valores inmobiliarios coloniales, por lo que anulé mi reclamación
de las £ 1 000 y cedí absolutamente toda la propiedad a la familia,
sin tomar nada de ella, salvo el mero costo de mi viaje y unas pocas
curiosidades de Nueva Guinea, que valen, quizás, £ 5, y que pueden
verse en la Biblioteca de Adyar.
Me divirtió ver el cambio instantáneo de la opinión pública
hacia la Sociedad y hacia mí: los herederos ahora iban cantando
mis alabanzas, y la prensa australiana se hizo eco del sentimiento,
algunos diciendo que yo había actuado con un espíritu más verda-
deramente cristiano que los administradores de una Iglesia pres-
biteriana escocesa, que, al ser legados con una fortuna de 16 000
libras por una mujer fanática, se negaron a dar a su hermana indi-
gente incluso una pequeña anualidad para mantenerla fuera del
asilo. El primer efecto en Toowoomba fue una invitación para dar
una conferencia pública sobre “Teosofía y Budismo”, en la que el
Presidente era un Diputado. Hasta los clérigos venían cada vez a
escucharme, mis habitaciones en los hoteles estaban atestadas de
damas y caballeros de la más alta posición social, ansiosos de inte-
rrogarme y unirse a la Sociedad; y —que no se anuncie en Gath*—
clérigos cristianos de reputación ortodoxa y mucha influencia se
unieron a la Sociedad, cuyos huesos los misioneros de India han
estado durante años tratando de roer.
Cuando fui a Australia, sólo teníamos tres Ramas débiles en esa
parte del mundo: las de Melbourne, Wellington (Nueva Zelanda) y
Hobart (Tasmania). La que Hartmann trató de abrir había fracasado
por completo, y encontré entre sus papeles el acta de constitución

*  Hace referencia a la Biblia, Samuel 1:20. (N. del E.)


Australia y el legado de Hartmann 193

sin usar, junto con varios diplomas de ingreso, fechados en 1881,


pero nunca entregados. Cuando dejé el país, había siete buenas,
entre cuyos miembros había místicos y Teósofos de pura cepa,
de los que entonces esperaba mucho, y que no me han decepcio-
nado. Antes de dejar Adelaida, emití el 26 de mayo el habitual aviso
oficial autorizando la formación de una Sección. No tuve suerte,
como resultó, para mi decepción, en mis nombramientos de los
Secretarios Generales y Asistentes Generales; pero con el tiempo
todo se ha resuelto para bien, y ahora tenemos en las colonias un
cuerpo de hombres y mujeres que se comparan favorablemente con
los miembros de cualquier otra Sección de la Sociedad.
Había reservado mi pasaje de Sydney a Nueva Zelanda, y el 9 de
mayo fui a la oficina de la compañía a las 2 p. m. con el dinero de
mi billete, pero, al ser sábado, la encontré cerrada, por lo que me fui
de nuevo. Se me esperaba en Wellington, Auckland y otros lugares,
y se contaba con grandes resultados, entre otros la formación de
nuevas Sedes. Los amigos de Tasmania también habían contratado
una sala pública, y habían organizado mi alojamiento y todos los
demás detalles. La muerte de HPB cambió mis planes, me hizo
cancelar el programa de Nueva Zelanda y Tasmania, enviar órdenes
por cable para un Consejo en Londres, y embarcarme para “casa”,
vía Colombo, el 27 de mayo, en el vapor Massilia; a bordo de este
firme barco di una conferencia, por invitación de los pasajeros, y
a petición del amable capitán Fraser, en beneficio de esa meritoria
caridad, el Asilo de Huérfanos de Marinos Mercantes. Los boletos
costaban un chelín cada uno, y se obtuvo la módica suma de 4
libras esterlinas para el objeto especificado. El capitán Fraser tuvo la
amabilidad de pedirme que al menos tomara la mitad de la recau-
dación para la Biblioteca de Adyar, pero me negué, ya que el dinero
no había sido pagado para ese fin.
La primera noticia de la muerte de HPB la recibí “telepática-
mente” de ella misma, y a ésta le siguió un segundo mensaje similar.
El tercero lo recibí de uno de los reporteros presentes en mi confe-
rencia de clausura en Sydney, quien me dijo, cuando estaba a punto
de abandonar el estrado, que había llegado un mensaje de prensa
desde Londres anunciando su fallecimiento. En mi Diario del 9
de mayo de 1891, digo: “Tuve un inquietante presentimiento de la
muerte de HPB”. En el del día siguiente está escrito: “Esta mañana
siento que HPB ha muerto: el tercer aviso”. La última anotación
de ese día dice: “Cablegrama, HPB ha muerto”. Sólo los que nos
vieron juntos y conocieron el estrecho vínculo místico que nos
unía, pueden comprender el sentimiento de duelo que me invadió
al recibir la triste noticia.
CAPÍTULO XVII
De los antípodas hacia avenue road
1891

N
O puedo dar la espalda a las colonias sin mencionar a
otros notables conocidos, además de los mencionados en
el último capítulo. En primer lugar, el Sr. A. Meston, de
Chelmer, cerca de Brisbane, un conocido literato. Fue magistrado,
exmiembro de la Asamblea Legislativa de Queensland, jefe de la
Expedición Científica Exploradora del Gobierno de 1889, y autor
y periodista de gran reputación. Una obra suntuosamente ilus-
trada sobre la adquisición británica de Australia, que llegó a mis
manos, me había llenado de horror por la diabólica crueldad y la
despiadada extirpación de las razas negras por parte de los blancos
conquistadores; y al presentar a nuestros lectores un artículo para
The Theosophist por Mr. Meston* sobre el tema de los aborígenes, o
los llamados compañeros negros, dije que estaban siendo tratados
“con las mismas concomitancias de ferocidad, egoísmo y falta de fe
que oscurecen la historia de las conquistas mexicanas y peruanas
por los españoles”. Por lo que he aprendido sobre el terreno, por
los testigos vivos y las historias actuales, me inclino a creer que mi
propia raza anglosajona es tan diabólicamente cruel en ocasiones
como cualquier raza semítica, latina o tártara. La obra histórica
antes mencionada ofrecía entre sus ilustraciones una imagen de
hombres blancos armados que cazaban a compañeros negros dentro
y fuera de una cantera de piedra como si fueran cabras o monos;
y uno podía ver en un lugar a víctimas asesinadas que habían

* “Notas religiosas y de otro tipo sobre los aborígenes de Queensland”,


The Theosophist de Julio de 1891. p. 605.
196 H ojas de un viejo diario

caído, y en otro, a otros pobres desgraciados derribados desde las


empinadas paredes de la cantera por las que trepaban para salvar
sus vidas por los disparos de sus “civilizados” perseguidores. Fue
cuando mi sangre hervía de indignación por esta causa que conocí
al señor Meston, quien era reconocido como la autoridad mejor
informada en el tema de las religiones, idiomas, modales y costum-
bres, y rasgos étnicos de los negros. Su artículo en The Theosophist
contiene más información sobre estos temas que cualquier otra
publicación hecha hasta ese momento; recomiendo a mis lectores
que lo consulten. Parece que hay muchas tribus, y casi cada una
con su propio dialecto; sólo en Queensland hay quizás cincuenta. El
Sr. Meston me los describió como un pueblo desenfadado y amante
de la risa, con un agudo sentido de lo ridículo, excelentes jueces del
carácter, y con asombrosos poderes de imitación y caricatura. Dice:

Algunos de ellos son comediantes natos, y si fueran entre-


nados como tales, provocarían gritos de risa en cualquier teatro
del mundo. Imitan los gritos y movimientos de los pájaros y los
animales con una fidelidad sorprendente. Algunos son capaces de
una gratitud sincera, poseen una sensibilidad aguda y pueden ser
fieles hasta la muerte. Muchos son ingratos, traicioneros, venga-
tivos y tan crueles como la tumba; pero se puede emitir exacta-
mente el mismo veredicto sobre todas las razas civilizadas de
hombres. La naturaleza humana es la misma en Londres que en
las selvas tropicales o en las llanuras occidentales de Australia,
en Nueva York que en el África ecuatorial. De hecho, las grandes
ciudades del Viejo Mundo pueden mostrar especímenes humanos
mucho más bajos y degradados que cualquier salvaje australiano.
La raza sería realmente noble en comparación con el rufianismo
de París y la escoria de Londres.

El otro día Reuter publicó una entrevista con el reverendo S. E.


Meech, el primer misionero refugiado que llegó a Inglaterra desde
China desde las recientes y terribles masacres. El Sr. Meech nos
cuenta que los bóxers*, al encontrar a setenta cristianos católicos
en Larshuy, escondidos en una fosa, echaron combustible y los
quemaron literalmente vivos. La cristiandad se horroriza ante estos
horrores, como lo hace, igualmente, ante cada historia similar de
salvajismo no cristiano, pero después de algunas protestas de labios,
parece siempre dispuesta a echar un velo de olvido sobre idénticos

* El levantamiento de los bóxers, conocido en China como el levantamiento


Yihétuán. (N. del E.)
De los antípodas hacia avenue road 197

actos de crueldad despiadada hacia una raza oscura por parte de


los representantes de la cristiandad. El último superviviente de los
aborígenes masacrados de Tasmania murió hace pocos años, y la
desolación ha seguido por todas partes el rastro de las relaciones
del hombre blanco con las tribus pobres, generalmente indefensas,
cuyos países quieren robar con el hipócrita pretexto de “promover la
civilización”. ¿Alguien recuerda la historia de los asaltos a Badajoz y
Ciudad Rodrigo por parte de los británicos? En 1858 viví dos meses
en la Torre de Londres con uno de los veteranos de Wellington, que
llevaba las medallas de la esperanza perdida entregadas a las partidas
de asalto en esas dos ocasiones, y me contó los detalles enfermizos
de la brutal crueldad mostrada cuando esos lugares fueron captu-
rados. Pero, ¿por qué retroceder tanto cuando desde entonces se han
escrito páginas negras similares en la historia militar del mundo?
Hemos visto lo que los bóxers hicieron a los cristianos católicos; por
otra parte, el corresponsal del Times en Neuchwang nos dice en su
carta del 13 de agosto pasado que los rusos masacraron indiscrimi-
nadamente a entre 1 500 y 2 000 fugitivos, y dice que “fuera de las
murallas fueron asesinados hombres, mujeres y niños, y de todas
partes llegaron informes fidedignos sobre la violación de mujeres”.
No hay duda posible sobre la veracidad de estos informes… A los
soldados, tanto de infantería como cosacos, se les permitió hacer lo
que quisieran durante algunos días”. Además, el N. Y. Evening Post
del 21 de septiembre publica un relato del Sr. Wright, del Colegio
Oberlin, Ohio, en el que se dan detalles de las supuestas masacres
cometidas por los rusos en Manchuria. Los pacíficos habitantes de
Blagovestchensk, que eran entre 3 000 y 4 000, “fueron expulsados
a toda prisa, y al ser forzados en balsas totalmente inadecuadas para
el paso de tal número, se ahogaron en su mayoría al intentar cruzar
el río. El cauce estuvo lleno de cadáveres durante los tres días
siguientes”. De modo que el señor Meston tenía razón al decir que
la raza de los pobres compañeros negros saldría airosa al comparar
todas las cosas malas que habían hecho con el rufianismo de noso-
tros, los blancos. Mis interesantes charlas con ese caballero tuvieron
lugar en Brisbane y en su casa de campo.
Dos puntos me llamaron poderosamente la atención en su relato.
Es costumbre de las tribus del sur, cuando un hombre muere, atar
sus manos y pies juntos, colgar el cadáver en un palo y llevarlo a la
tumba. Allí lo colocan en posición sentada en un agujero de unos
1,5 metros de profundidad, cubierto por palos y arbustos, recu-
bierto de moho desmenuzado hasta la finura de la harina, y todas
las grietas cuidadosamente cerradas para evitar que el fantasma,
o “Wurum”, se escape. Él también, pero otro informante más
198 H ojas de un viejo diario

completo (el honorable W. O. Hodgkinson), me dijo que durante


tres días y noches los miembros de la tribu escudriñan cuidado-
samente el moho suelto sobre el cadáver en busca de marcas de
una huella o huellas de una criatura animada, ya sea un pájaro,
un insecto o una bestia, ya que a partir de ellas se puede saber
qué hechicero ha provocado la muerte de la supuesta víctima y
en qué dirección buscarla. Me interesó mucho oír esto porque, en
sus “Viajes por Perú”, el Dr. Tschuddi relata que entre los indios
peruanos es costumbre encerrar un cadáver en la choza, después
de rociar el suelo con cenizas de madera, y luego vigilar y lamen-
tarse fuera hasta la mañana. En ese momento se abre la puerta y,
por las huellas de los pájaros o de los animales o insectos que se
ven en las cenizas, se averigua el estado del difunto. ¡Qué notable
coincidencia que este modo de adivinación sea común a dos razas
oscuras separadas por el diámetro de la tierra! El otro punto que
observé fue el uso por parte de los compañeros negros del cristal
de roca como piedra de adivinación, y la forma en que lo lleva el
portador. El señor Meston me contó una leyenda suya donde las
tribus del río Russell llevaban mucho tiempo enzarzadas en una
guerra mortífera, y eran tantos los jóvenes que morían que todas
las mujeres se reunieron y se unieron en un llamado de ayuda a
las almas de sus antepasados. Entonces bajó de las estrellas el bello
espíritu de un viejo jefe llamado Moiominda, que apareció con una
forma gigantesca, y con una voz de trueno que hizo temblar las
montañas convocó a las tribus hostiles y les ordenó que hicieran la
paz. Una vez aceptado esto,

el poderoso Espíritu llamó al hombre más anciano de cada tribu, y


los aconsejó durante toda la noche en la cima de Chooreechillam,
y dio a cada uno un magnífico cristal de roca, que contenía la
luz y la sabiduría de las estrellas, y partió por la mañana hacia
las Pléyades, dejando a las tribus en paz desde ese día hasta el
presente.
Muchas tribus australianas consideran el cristal de roca como
un poder misterioso. En algunas, siempre está en posesión del
hombre más anciano, que nunca permite que lo vean las mujeres o
los jóvenes. He visto a famosos jefes que llevan el cristal enrollado
en el pelo en la parte posterior de la cabeza, o escondido bajo el
brazo, atado a una cuerda alrededor del cuello.

Ahora bien, si el lector se dirige a “Isis sin velo”, II, 626, verá lo que
Mme. Blavatsky dice acerca de una piedra adivinatoria de cornalina
que poseía, y su efecto inesperado y favorable sobre un chamán
De los antípodas hacia avenue road 199

que la condujo a través de Tíbet. Ella dice: “Cada chamán tiene un


talismán de este tipo, que lleva atado a una cuerda, y lleva bajo
su brazo izquierdo”. La forma en que se demostraron los poderes
mágicos de la piedra que llevaba el chamán es una narración muy
pintoresca que merece la pena leer.
Apenas he mencionado al Sr. juez G. W. Paul, del Tribunal de
Distrito de Brisbane, pero es digno de mucha más atención que eso.
El juez Paul es —por suerte aún vive— uno de los más brillantes
consejeros y eruditos jueces de todas las colonias. Sin embargo, el
vínculo de amistad que surgió entre nosotros no tenía nada que ver
con nuestra profesión común, sino que se basaba originalmente en
nuestro interés común por la filosofía espiritual y la investigación
psíquica práctica. Cuando lo conocí, llevaba muchos años, como
yo, estudiando estos problemas, y mientras estaba en Londres de
vacaciones, había hecho amistad con la familia de Florrie Cook, la
médium del señor Crookes. Las historias que me contó sobre las
maravillas que había visto en la intimidad del círculo doméstico
eran aún más maravillosas que las que he visto relatadas en relación
con la mediumnidad de la señorita Cook. El Juez también ha hecho
muchos experimentos exitosos con sujetos mesméricos. Podía creer
todo lo que me decía debido a su fuerte magnetismo personal. La
noche en que me acompañó a mi conferencia en el salón Centennial,
estaban presentes algunos cingaleses, así que, a petición del público,
les di el Pansil. Para los varios clérigos presentes este incidente fue
especialmente interesante.
Me llamó mucho la atención su parecido con los distritos rurales
de los Estados occidentales de EE. UU., por el aspecto de los edifi-
cios, las vallas, el cultivo desordenado y la apariencia de la gente que
vimos agrupada en las estaciones de ferrocarril. En Sydney conocí a
un caballero, un joven médico exitoso, al que menciono porque era
un tipo de cierta clase que todo hombre público conoce continua-
mente. No menciono su nombre porque tendré que hablar de él en
términos no muy elogiosos. Se había interesado, al parecer, por la
Teosofía, y cuando se le mencionó mi nombre en nuestra presenta-
ción, parecía estar a punto de explotar de entusiasmo. Valoraba cada
minuto que podía arrebatar a sus compromisos profesionales para
pasarlo en mi compañía; iba conmigo, especialmente al teatro, y me
llevaba todas las noches a cenar a su casa, manteniéndome despierto
para charlar hasta altas horas de la madrugada. Nunca conocí a un
candidato más entusiasta para ser miembro de nuestra Sociedad.
De entre la multitud de visitantes que se acercaron a mi hotel, no
tuve grandes dificultades para conseguir miembros, ni para formar
la S. T. de Sydney. Mi ferviente amigo fue elegido Presidente por
200 H ojas de un viejo diario

unanimidad, y me marché de allí con las esperanzas puestas en los


beneficios que se derivarían de la adquisición de este Presidente
ideal. Pero él era un católico romano, y una parte considerable de
su práctica provenía del patrocinio del Obispo. Éste, al enterarse de
la acción tremendamente herética de su protegido al unirse a una
Sociedad que era anatema maranatha, le dio a entender muy clara-
mente que tendría que elegir entre la pérdida de su práctica o la
lealtad a su nueva conexión. Desgraciadamente, el valor de nuestro
colega no estuvo a la altura de la situación; se tragó todas sus bellas
profesiones, renunció a su cargo, y desde entonces hasta ahora —si
es que aún vive— enterró sus aspiraciones teosóficas en el pozo
negro del interés propio. Muchos casos como éste se han presen-
tado para hacerme muy desconfiado de las manifestaciones exce-
sivas de los nuevos miembros, y de las declaraciones exageradas de
afecto hacia mí y otros líderes de nuestro movimiento. En la obra
de Bulwer sobre Richelieu, el gran cardenal, de pie y mirando a su
agente familiar, Joseph, que acababa de salir de la habitación con
una profunda reverencia, dice, en un emocionante apartado: “Se
inclinó demasiado bajo”. ¡Cuántas veces y cuántas veces HPB y yo,
después de la partida de algún visitante inusualmente efusivo, nos
hemos dicho algo así! Aunque no pasaban palabras entre nosotros,
mis ojos a veces le hacían la pregunta de Hamlet: “Señora, ¿qué os
parece esta obra?”, y su mirada de respuesta sugería la respuesta de
la Reina: “creo que la dama protesta demasiado”. Afortunadamente
para el bienestar de nuestra Rama de Sydney, había miembros,
como el Sr. George Peell y algunos otros, que estaban hechos de
una materia totalmente diferente, y en cuyas manos se ha llevado a
cabo desde ese momento hasta ahora sobre la base de un cuerpo de
trabajo, y ha ejercido mucha influencia en el pensamiento contem-
poráneo en esa parte del mundo.
Tuve la suerte de conocer a algunos de los principales estadistas
de diferentes colonias cuyos nombres han figurado en gran medida
en el reciente movimiento de la Federación, como Sir Samuel
Griffith, el Honorable Sr. Barton, Sir George R. Dibbs, Alfred Deakin,
el Honorable John Woods y otros. Dos o tres de ellos ocuparon la
cátedra en mis conferencias, y mis charlas con ellos, tanto sobre
asuntos ocultos como políticos, fueron muy importantes; me han
permitido seguir los recientes acontecimientos con una inteligente
comprensión de la corriente subterránea del sentimiento colonial.
El 17 de mayo, en Melbourne, disfruté del raro placer de escuchar
a un clérigo cristiano —el reverendo Dr. Buchanan, predicando a
una audiencia de 1500 personas sobre “budismo y cristianismo”—
De los antípodas hacia avenue road 201

elogiar a nuestra Sociedad. Bueno, pensé, el viejo dicho es cierto:


¡las maravillas nunca cesarán!
De Sydney a Melbourne, y de Melbourne a Adelaida, así como
de Brisbane a Sydney, viajé en tren, por lo que puedo decir que he
tenido una oportunidad muy justa de ver el país. Al no haber literas
disponibles en el tren de Sydney a Adelaida, debido a la multitud
que iba a las carreras, pasé una de las noches más miserables de
mi vida en un compartimento atestado de jinetes y corredores de
apuestas. En abstracto, valió la pena tener experiencia con esos
animales de dos patas, pero el conocimiento se obtuvo a costa de
una noche entera en una atmósfera de humo de pipa, vapores de
whisky, blasfemias y lenguaje vulgar, como nunca antes había oído:
¡que no vuelva a tenerlo!
La persona notable en Adelaida, por la que se escribe este párrafo,
era el Sr. N. A. Knox, que era un hombre extremadamente digno de
conocer. Era uno de los hombres más influyentes de la colonia,
miembro, creo, del bufete de abogados más antiguo de Adelaida,
prominente en el club local, y propietario de un hermoso lugar
en Burnside, un suburbio de Adelaida. Tanto él como su talentosa
esposa son espíritus dirigentes de la Rama local que formé durante
la visita en cuestión. La señorita Pickett, la devota hija de la señora
Elise Pickett, de Melbourne, se había ofrecido como voluntaria para
ir a Colombo y hacerse cargo de nuestra Escuela Sanghamitta, y su
vapor llegó a Adelaida el segundo día después de mi llegada. El Sr. y
la Sra. Knox y yo fuimos por ferrocarril a la bahía de Largs, y de allí
en lancha de vapor a su barco, para visitarla, pero ella había bajado
a tierra y la perdimos. El señor Knox, al comprobar que viajaba en
tercera clase por motivos de economía, y apreciando esta prueba de
devoción y abnegación por parte de una joven refinada, pagó con la
generosidad que le caracteriza la diferencia e hizo que la trasladaran
al salón de segunda clase. Esta es una de esas nimiedades desconsi-
deradas que indican el carácter de un hombre tan claramente como
cualquier cantidad de elogios.
Terminado mi trabajo en Australia, embarqué el 27 de mayo para
Colombo en el vapor Massilia, como ya se ha dicho, y fui calu-
rosamente recibido por el capitán Fraser, el comandante, a quien
había conocido en la cena en la Casa de Gobierno de Sydney, y
que me llevó a su propia mesa. Salvo la conferencia sobre Teosofía
ya mencionada, el viaje de regreso a casa fue agradable y sin inci-
dentes. Llegamos a Colombo el 10 de junio, y nuestro barco de
vapor, que salió de Adelaida dos días más tarde que el de la señorita
Pickett, ancló en el puerto de Colombo unas horas antes; de modo
que pude subir a bordo de su barco con un comité de damas cinga-
202 H ojas de un viejo diario

lesas, llevarla a tierra y acompañarla al salón Tichborne, el edificio


de la escuela. El Sr. Keightley, que se encontraba en Colombo en
ese momento, también estaba presente, y yo pronuncié un discurso
de bienvenida en nombre de la Sociedad de Educación Femenina.
Llamé a la Sra. Weerakoon, la Presidenta, y le pedí que tomara a la
Srta. Pickett de la mano, le diera una bienvenida fraternal y la reco-
nociera como Directora. La sala estaba decorada con el gusto que
caracteriza a los cingaleses, y la señorita Pickett quedó encantada
con la primera visión de su nuevo hogar. A la mañana siguiente
llevé a la señorita Pickett a ver al Sumo Sacerdote y a su Colegio;
y como ella estaba dispuesta y ansiosa de convertirse en budista, el
Sumo Sacerdote y yo organizamos una reunión pública en nuestro
salón la noche siguiente, para que ella tomara el Pansil. La sala estaba
repleta de gente, y hubo un gran aplauso después de que ella reali-
zara la sencilla ceremonia. A petición mía, di una conferencia sobre
los incidentes budistas de mi gira australiana. Se sugirió la creación
de un Fondo de Becas Blavatsky para la educación de niñas budistas,
y acepté suscripciones por un monto de ₹ 500, pero la idea nunca se
llevó a cabo. Al día siguiente se celebró una fiesta en el jardín de la
Escuela Sanghamitta en honor de la Srta. Pickett. En ese momento
el Dr. Daly mostraba el peor lado de su naturaleza, y había insul-
tado groseramente al fiel Comité Cingalés, que tanto había traba-
jado conmigo durante los diez años anteriores. La situación era en
conjunto muy tensa; y cuando partí hacia Marsella con el señor
Keightley, en el vapor francés, el 15 de junio, el sentimiento era
muy amargo por ambas partes.
El viaje de regreso fue tranquilo y sin incidentes notables:
llegamos a Marsella el 2 de julio, a París el 3, y a Londres el 4,
donde llegué a las 6 p. m. W. Q. Judge, quien había venido de Nueva
York en respuesta a mi telegrama, me recibió y me llevó a la Sede
Central en 19 Avenue Road, donde recibí un afectuoso saludo de la
Sra. Besant y de los otros residentes de la casa. La Sra. B. y yo visi-
tamos el dormitorio de HPB, y, después de un tiempo de solemne
meditación, nos comprometimos a ser fieles a la Causa y a cada
uno de nosotros. La muerte de mi cofundadora me había dejado
como único centro reconocido del movimiento, y parecía como si
los corazones de todos nuestros mejores trabajadores se acercaran
hacia mí más de lo que lo habían hecho antes.
Habiendo sido convocada una Convención General de nues-
tras Ramas en Europa para el 9 de julio, los delegados de Suecia se
presentaron el día 6, y otros de diferentes países, incluyendo Gran
Bretaña e Irlanda, siguieron llegando hasta la hora de la apertura.
En mi registro del día 8 de julio he anotado un incidente doméstico
De los antípodas hacia avenue road 203

que creo que vale la pena registrar aquí, porque es muy ilustra-
tivo del espíritu de devoción a nuestra Sociedad que se ha mani-
festado a intervalos a lo largo de toda nuestra historia corporativa.
Aunque llovía a cántaros el día en cuestión, varias damas y caba-
lleros, uno o dos, creo, de noble cuna, se reunieron en Avenue Road
y desgranaron un montón de guisantes, cortaron cubos de patatas
y otras verduras, e hicieron muchas tareas domésticas diversas para
preparar el entretenimiento de los delegados en una gran carpa
erigida en el jardín. Había solemnes literatos y literatas, artistas,
miembros de las profesiones eruditas y otras personas de posición
social digna que realizaban alegremente este trabajo servil por el
bien de la Sociedad que amaban. Aquella misma noche, a petición
mía, di recuerdos personales de HPB a una reunión informal de
delegados; y las preguntas que me hicieron me permitieron obtener
una gran cantidad de detalles sobre la vida privada, los hábitos y
las opiniones de nuestra querida y nunca reemplazada Helena
Petrovna. Me conmovió ver las evidencias de su fuerte dominio
sobre los afectos de todos los que habían estado asociados con ella.
Herido, como estaba, por una pena que era para mí inexpresable-
mente mayor de lo que podría haber sido para cualquiera de los
otros que habían estado menos mezclados en su vida que yo, su
dolor evidentemente sincero excitó fuertemente mis emociones.
Sólo ahora, cuando me encontraba en su casa de Londres, donde
habíamos pasado muchas horas agradables juntos durante mis
visitas a Londres, y me veía rodeado de los objetos que había dejado
sobre su escritorio, los últimos libros que había estado leyendo,
el gran sillón en el que se había sentado y los vestidos que había
llevado, sentí plenamente nuestra irreparable pérdida. Aunque
hacía años que sabía que moriría antes que yo, nunca esperé que me
dejara tan abruptamente sin transmitirme ciertos secretos que me
dijo que debía darme antes de irse. Así que me pareció que había un
error, y que, en lugar de haber emprendido el largo viaje a la esfera
superior, debía haberse despedido temporalmente de nosotros, con
la intención de volver para tener esas últimas palabras conmigo, y
luego obtener su liberación final. Incluso esperaba que ella viniera
a mi lado esa noche, pero mis sueños no fueron interrumpidos. Así
que me preparé para llevar la pesada carga que había recaído sobre
mis hombros, y hacer todo lo posible para mantener el poder vital
sin debilitar dentro del cuerpo de la Sociedad que ambos habíamos
construido juntos.
CAPÍTULO XVIII
La primera Convención en Europa
1891

L
A reunión de las Secciones Europeas del 9 y 10 de julio,
mencionada en el último capítulo, fue un acontecimiento
importante en nuestra historia, ya que fue la primera
Convención Anual que celebramos en Europa. En aquella época,
como se recordará, teníamos en Europa dos Secciones, a saber, la
Sección Británica y la Sección Europea provisional que HPB había
formado irregularmente, y que posteriormente fue ratificada oficial-
mente. En esta última estaban incluidas la Logia de Londres, la S. T.
Jónica, la Logia de Viena, la S. T. Sueca, la Rama Holandesa-Belga,
nuestra Rama Francesa Le Lotus, y el grupo español de Madrid, del
cual el señor Xifré vino como delegado. La Srta. Emily Kislingbury
fue tesorera y el Sr. G. R. S. Mead, Secretario General. En la Sección
Británica había 11 Ramas, a saber, la Blavatsky, la Escocesa, la de
Dublín, Newcastle, Bradford, Liverpool, Birmingham, del oeste de
Inglaterra, Brighton, Brixton y Chiswick; el Tesorero era el Sr. F. L.
Gardner; el Secretario General, el Sr. W. R. Old. Todos ellos partici-
paron en la Convención.
La reunión se celebró en el salón de la Logia Blavatsky, en Avenue
Road. Yo asumí la presidencia, y nombré al Sr. Mead, Secretario, y
al Sr. Old, Secretario Adjunto de la Convención. La Sra. Besant se
levantó entonces y, dirigiéndose primero a los delegados y luego a
mí, me dio la bienvenida con palabras tan dulces, tan características
de su propio temperamento amoroso, que no puedo abstenerme de
citarlas aquí. Dijo:
206 H ojas de un viejo diario

Es a la vez mi deber y privilegio, como Presidenta de la Logia


Blavatsky, la más grande de los dominios británicos, expresar la
bienvenida de los delegados y Miembros de esta Convención al
Presidente-Fundador. No es necesario que les recuerde los servi-
cios pasados que ha prestado a la causa a la que ha dedicado
su vida. Elegido por los Maestros como Presidente vitalicio de la
Sociedad Teosófica, asociado con la mensajera de ellos, HPB,
unidos por todos los lazos que pueden unir, ninguna palabra que
podamos pronunciar, ningún pensamiento que podamos pensar,
puede añadir nada a la lealtad que cada Miembro debe sentir hacia
nuestro Presidente. Lo acogemos con mayor calor por la prontitud
con que, al recibir el aviso de la partida de HPB, ha venido de
Australia, adonde había ido para recuperar la salud perdida en el
servicio de la causa. Ha atravesado el océano sin demora, para
que con su presencia nos fortalezca y anime aquí en Europa,
para que todos avancen prontamente en la obra. Y al darle, señor
Presidente, la bienvenida a esta Convención, podemos asegurarle
nuestra firme lealtad a la causa, usted que es el único que repre-
senta la misión de los propios Maestros. Nos hemos reunido aquí
hoy para continuar el trabajo de HPB, y la única manera de conti-
nuar su trabajo y de fortalecer la Sociedad será mediante la lealtad
y la fidelidad a la causa por la que ella murió, la única causa por la
que vale la pena vivir y morir en este mundo.

El informe completo de la Convención apareció en The Theosophist


de septiembre de 1891, pero como ha pasado toda una década, ha
sido, por supuesto, olvidado incluso por los lectores de nuestra
revista; y como el libro al que están destinadas estas páginas llegará
a manos de cientos de personas que nunca han sabido de esta histó-
rica reunión, tomo el consejo de los amigos y reproduzco aquí la
sustancia de mi Discurso a la Convención. Lo hago con mayor faci-
lidad porque hay ciertas opiniones expresadas en él que deberían
ser ampliamente conocidas en el mejor interés de nuestra Sociedad.
Cito, pues, lo siguiente:

Hermanos y Hermanas: Cuando intento concentrar mis pensa-


mientos para dirigirme a ustedes, encuentro una gran dificultad
para traducirlos en palabras, porque mi corazón está tan oprimido
por la aflicción que nos ha sobrevenido, por la presencia de esta
silla vacía, por los recuerdos de diecisiete años de íntima relación,
que la lengua se rehúsa a cumplir su papel y sólo puedo dejarlos
que deduzcan cuáles son mis sentimientos al venir a reunirme
con ustedes aquí… No fue hasta que llegué a este lugar que me
La primera Convención en Europa 207

di cuenta de que HPB había muerto. Durante los últimos años,


habíamos estado trabajando separados. No estaba acostumbrado,
como antes, a verla todos los días y a todas horas, y por lo tanto
no me di cuenta del hecho de que se había ido hasta que llegué
aquí y vi su habitación vacía, y sentí que realmente habíamos sido
despojados. Pasé un tiempo a solas en su habitación, y allí recibí
lo necesario para orientarme en el futuro. Puedo decir simple-
mente, en una palabra, que lo esencial era que debía continuar
la obra como si nada hubiera sucedido, y me ha complacido enor-
memente ver que este espíritu ha sido impartido a sus últimos
Miembros, y que se han inspirado en su celo hasta el punto de
que, aunque sus corazones han sido desgarrados por este golpe,
su valor no ha flaqueado ni un momento, ni ha habido la menor
vacilación ni la menor insinuación de que estaban dispuestos a
abandonar la obra en la que ella los había alistado. Ahora, por
primera vez, me siento preparado y dispuesto a morir. Desde que
salimos de Nueva York hacia India, la mayor preocupación de mi
vida ha sido no morir en las diversas exposiciones a las que he
sido sometido y, por lo tanto, dejar el movimiento antes de que
haya ganado vitalidad para continuar. “Si HPB y yo muriéramos”,
han dicho los hindúes en todas partes, “la cosa se derrumbaría”.
Ahora su muerte ha demostrado que no se derrumbará, y por lo
tanto me siento mucho más intrépido que hasta ahora en cuanto
a exponerme en diferentes partes del mundo. Ahora siento que
este movimiento ha adquirido una individualidad propia, y que
nada en el mundo puede arrastrarlo. Recientemente he tenido en
Australia la prueba más sorprendente de la existencia en todo el
mundo de este anhelo por la Doctrina Secreta, por el Misticismo,
por las verdades que se obtienen mediante el desarrollo del alma.
Encontré en toda Australia una inclinación latente, una potencia en
esta dirección, que sólo requiere una excusa para manifestarse.
La encontré en Gran Bretaña, y el Sr. Judge la ha encontrado en
EE. UU., de modo que ahora me siento satisfecho de que, aunque
muramos la mayoría de los que estamos comprometidos en este
trabajo como líderes, el movimiento en sí mismo es una entidad,
tiene su propia vitalidad y seguirá adelante. Cómo continuará es
una cuestión que debemos considerar. Hasta ahora hemos tenido
al alcance de la mano una instructora que, como un pozo inago-
table de agua fresca, podía ser utilizado en cualquier momento en
que tuviéramos sed de información. Esto ha sido una ventaja en un
sentido, pero un gran perjuicio en otro. La misma inaccesibilidad
de los Maestros es una ventaja para todos los que desean adquirir
conocimientos, porque en el esfuerzo por acercarse a ellos, por
208 H ojas de un viejo diario

conseguir cualquier comunión con ellos, uno prepara inconscien-


temente en sí mismo las condiciones del crecimiento espiritual,
y es cuando quedamos a merced de nuestros propios recursos
cuando estamos capacitados para sacar a la luz los poderes
latentes en nuestros caracteres. Considero que HPB ha muerto en
el momento oportuno. Ha dejado un trabajo inacabado, es cierto,
pero también ha hecho un trabajo que es suficiente, si lo utilizamos
adecuadamente, para proporcionarnos durante muchos años la
ayuda que necesitamos para el progreso teosófico. Ella no se ha
ido y nos ha dejado absolutamente sin restos sin publicar; por el
contrario, ha dejado una gran cantidad de ellos, y bajo la custodia
de su depositaria elegida, la Sra. Besant, quien, en la forma y el
momento adecuados, los dará a conocer al mundo. Pero sostengo
que, aunque no se hubiera escrito otro libro más que “Isis sin
velo”, habría sido suficiente para el estudiante serio. Puedo decir
que mi educación teosófica ha sido obtenida casi enteramente de
ese libro; porque mi vida ha estado tan ocupada en los últimos
años que no he tenido tiempo para leer. No puedo leer nada serio
cuando estoy de viaje, y en casa mi mente está tan abrumada
por las ansiedades de mi posición oficial que no tengo tiempo ni
inclinación para sentarme a meditar y leer; de modo que de lo que
sé sobre Teosofía y los asuntos teosóficos, una gran parte se ha
obtenido a través de “Isis sin velo”, en cuya composición estuve
comprometido con ella durante unos dos años. Nuestro esfuerzo
debe consistir en difundir por todas partes entre nuestros simpa-
tizantes la creencia de que cada uno debe trabajar por su propia
salvación, que no puede haber progreso alguno sin esfuerzo, y que
nada es tan pernicioso, nada es tan debilitante, como el fomento
del espíritu de dependencia de otro, de la sabiduría de otro, de la
rectitud de otro. Es algo muy pernicioso y paraliza todo esfuerzo.
Ahora bien, un método que se sigue en las escuelas de Yoga en
India y en el Tíbet es el siguiente: el Maestro no da al principio
ningún estímulo al aspirante a discípulo, tal vez ni siquiera lo mira,
y con frecuencia las personas se unen a un Yogui como chelas, a
pesar de que éste trata de alejarlos, tal vez con golpes, y aparente-
mente son despreciados y maltratados de todas las maneras posi-
bles por el Yogui. Realizan los oficios más serviles, barriendo los
pisos, haciendo los fuegos y todo lo demás, mientras que tal vez
el Yogui los recompense con indiferencia durante meses o años.
Si el aspirante está realmente deseoso de obtener la verdad, no
se desanima por ninguno de estos desaires. Finalmente llega un
momento en que, habiéndolo probado suficientemente, el Maestro
puede dirigirse a él y poner su pie en el camino dándole la primera
La primera Convención en Europa 209

indicación. Entonces espera a ver cómo aprovecha esa indica-


ción, y la rapidez de su progreso posterior depende enteramente
de su propio comportamiento. Pero podemos decir que hemos
estado mucho mejor que eso. Hemos tenido a HPB con nosotros
como trabajadora activa durante los últimos dieciséis años, tiempo
durante el cual ha dado en varios canales, en The Theosophist, en
Lucifer, en sus libros y en su conversación, un gran volumen de
enseñanza esotérica, y cientos de consejos que, si se toman, se
entienden y se siguen, permitirán a cualquiera de nosotros avanzar
decididamente en nuestra dirección teosófica.
Llevo varios años celebrando Convenciones de delegados en
representación de la Sociedad; en estas paredes se ven fotogra-
fías de algunas de ellas. Esta es la primera que se celebra en
Europa, por detrás de Estados Unidos, donde se celebran esplén-
didas Convenciones desde hace varios años. Pero todo debe
tener un comienzo, y este es el comienzo en Europa. Tenemos una
representación justa de nuestro movimiento en diferentes partes
de Europa, pero nada tan completo como lo que vendrá después
de que esta iniciativa haya sido entendida y acompañada. En el
umbral del trabajo tenemos ante nosotros todas las promesas de
una inmensa extensión de nuestro movimiento y todos los motivos
para estar satisfechos con las perspectivas. Cuando conside-
ramos las enormes influencias reaccionarias que actúan en dife-
rentes partes de la cristiandad; cuando consideramos el avance
de las feroces tendencias y de las opiniones materialistas en los
países europeos; cuando observamos la distribución de nuestra
literatura, y vemos cómo personas devotas en diferentes países,
como nuestro espléndido grupo español, están traduciendo las
obras a sus lenguas vernáculas y las están haciendo circular en
sus países, y vemos los resultados que estamos obteniendo, creo
que mi observación es correcta, que tenemos grandes razones
para estar satisfechos con las perspectivas. Deseo que todos los
delegados de esta Convención que representan a un país deter-
minado se tomen en serio el evitar como una pestilencia el senti-
miento de orgullo local o de exclusividad. No tenemos nada que
ver con divisiones políticas; no tenemos nada que ver con distin-
ciones de rango, casta y credo. El nuestro es un terreno común y
neutral, en el que la norma de respeto es la norma de una huma-
nidad purificada. Nuestros ideales son más elevados que los de
las sociedades condescendientes. No tenemos rey, ni emperador,
ni presidente, ni dictador aquí en nuestra vida espiritual. Damos la
bienvenida a todo aquel que esté ansioso por la verdad a sentarse
junto a nosotros en el banco, con la única condición de que nos
210 H ojas de un viejo diario

ayude en nuestros estudios, y reciba con un espíritu bondadoso


y fraternal cualquier ayuda que estemos dispuestos y podamos
dar. Por lo tanto, no debemos distinguir entre Inglaterra, Escocia,
Francia, Alemania, Suecia, España, Italia; son abstracciones
geográficas. Para nosotros los términos no existen en nuestra
conciencia teosófica. Tenemos hermanos suecos, alemanes,
franceses, españoles, ingleses, irlandeses, galeses, etc.; como
hermanos los conocemos, estamos unidos a ellos en todo sentido;
de modo que en su trabajo en sus diferentes países deben tratar
de impregnar en sus compañeros el sentimiento de que ésta es
una unión que no tiene en cuenta las fronteras o limitaciones
geográficas o nacionales, y que el primer paso en el desarrollo del
teósofo es el altruismo generoso, el olvido del yo, la destrucción y
la ruptura de las barreras de los prejuicios personales, un corazón
que se expande, un alma que se expande, para unirse a todos los
pueblos y a todas las razas del mundo en el intento de realizar en
la tierra ese Reino de los Cielos del que se habla en la Biblia, y que
significa esta hermandad universal de la humanidad avanzada y
perfeccionada que nos ha precedido en la marcha de la evolución
cósmica. Y ahora, para no entretenerlos más, les doy la bienve-
nida con el corazón lleno y la mano extendida a esta reunión fami-
liar de la Sociedad Teosófica.
Deseo que sientan que ésta es una Sección del Consejo General
de la Sociedad, que representan la dignidad y la majestad de
la Sociedad, y que su interés es tan profundo en las cosas que
ocurren en la Sección Estadounidense, India, Ceilandesa y otras
Secciones, como en lo que ocurre dentro de los límites geográficos
representados en sus respectivas Ramas. Espero que el espíritu
de amistad pueda morar en esta reunión; que podamos sentir que
estamos en presencia de los Grandes, cuyos pensamientos toman
lo que está emanando a cualquier distancia tan fácilmente como
lo que está cerca, y también que estamos imbuidos, rodeados, por
la influencia de mi querida colega y su venerado instructor, que
nos ha dejado por un tiempo para regresar bajo otra forma y bajo
condiciones más favorables.

Las propuestas en honor de HPB fueron ofrecidas por la condesa


Wachtmeister, secundadas por el señor Xifré, y aprobadas por
aclamación. El Sr. W. Q. Judge propuso la creación de un “Fondo
Conmemorativo de HPB”, lo que fue secundado por la Sra. Besant
en un elocuente discurso, y otro similar del Sr. B. Keightley. Lo
propuesto fue aprobado por unanimidad. Luego leí una carta
dirigida a la Convención sugiriendo una partición de las cenizas del
La primera Convención en Europa 211

cuerpo de HPB, recomendando que una porción fuera entregada a


Adyar, Londres y Nueva York. Recordé el hecho de que este plan
se había seguido en la disposición de las cenizas de Gautama Buda
y otros personajes sagrados. La carrera teosófica de HPB, dije, se
había dividido en tres etapas, a saber, Nueva York, India y Londres:
su cuna, su altar y su tumba. No pasé por alto que siempre se había
entendido entre nosotros que el que sobreviviera debía enterrar las
cenizas del otro en Adyar. Utilicé este plan de la partición porque
podía ver claramente que si me llevaba todas las cenizas de vuelta
conmigo, se expresarían sentimientos de resentimiento. De hecho,
me di cuenta de que, al apoyar la moción de la Sra. Besant para
que se aceptara la propuesta, el Sr. Judge dijo que “era una cues-
tión de justicia; y si se hubiera adoptado cualquier otro arreglo,
aunque él personalmente no hubiera hecho ninguna reclamación,
estaba seguro de que la Sección Estadounidense lo habría hecho”.
Por supuesto, la oferta fue aceptada de inmediato.
La condesa Wachtmeister comentó sobre una oferta del gran
escultor sueco Sven Bengtsson para hacer una urna artística como
depósito de la parte de las cenizas que se asignara a Londres.
Naturalmente, la oferta fue aceptada con gratitud y entusiasmo, y
nombré un comité artístico para examinar los diseños y resolver los
preliminares, con el artista como miembro.
Una vez que se alcanzó la clave de la armonía, los procedi-
mientos de las sesiones de dos días fueron interesantes y cordiales.
El Sr. Mead hizo un estudio magistral de las perspectivas teosó-
ficas en Europa, que declaró muy alentadoras. Los resultados han
demostrado que su pronóstico estaba plenamente justificado, ya
que el movimiento se ha extendido y fortalecido hasta un punto
insospechado.
La inutilidad de tener dos Secciones para cubrir una gran parte
del mismo territorio era tan evidente que se llegó a un acuerdo para
disolver la Sección Británica, y fortalecer y consolidar aún más la
Sección Europea. Para llevar esto a cabo legalmente, emití el 17 de
julio, en Londres, una Notificación Ejecutiva, reconociendo oficial-
mente a esta última, ordenando la emisión de una Carta al Sr. Mead
y a los asociados del Comité Ejecutivo, y ratificando oficialmente
el voto unánime de la Sección Británica para disolver su organiza-
ción. Se ordenó a la Sección Europea que se hiciera cargo de los
registros, responsabilidades y activos de la Sección Británica a partir
del 11 de julio. El Sr. Mead fue confirmado por unanimidad por la
Convención como Secretario General.
Acababa de rechazar, en Brisbane, el legado de una fortuna, y
ahora se me ofrecía otra. En una fiesta de jardín en Avenue Road,
212 H ojas de un viejo diario

un Miembro franco-suizo, M. C. Parmelin, MST, residente en Havre,


hasta entonces desconocido para mí, me llevó aparte y me pidió
que aceptara su pequeña fortuna de fcs. 30 000 en efectivo para
la Sociedad. Me explicó que no necesitaba el dinero, y que quería
hacer algo práctico para ayudar a un movimiento en el que sentía
el más profundo interés: especialmente deseaba ayudar a la obra en
Francia. En respuesta a mis preguntas sobre su persona, me dijo que
era soltero, sin deseo ni intención de casarse; que su salario como
empleado de banco le permitía cubrir todas sus necesidades; y que a
la muerte de su madre heredaría otra buena suma. En respuesta, le
indiqué que no era prudente que se despojara de todo su capital de
reserva, pues en caso de enfermedad grave podría perder su empleo
y encontrarse en la miseria; pero como tenía la perspectiva de una
herencia, y también de la continuidad de sus ingresos por su salario,
y como reconocía el derecho de cada Miembro de la Sociedad a dar
tan libremente como yo mismo, aceptaría la mitad de la suma ofre-
cida, dejándole la otra mitad para usarla en caso de necesidad, con
el entendimiento de que cuando su herencia se hiciera efectiva,
podría, si lo deseaba, darme la otra mitad. Pero, para que quedara
constancia, le pedí que pusiera por escrito la oferta modificada. Lo
hizo el mismo día. Entonces llamé a la Sra. Besant y al Sr. Mead a
una consulta con el Sr. Parmelin, y llegamos al siguiente acuerdo:

(1) La oferta debía ser aceptada; (2) El dinero debía ser depo-
sitado en el banco a nombre de la Sra. Besant, el Sr. Mead y el
propio donante, siendo mi determinación que él diera su firma,
junto con la de los demás, en todos los cheques que se libraran,
de modo que todos los desembolsos se hicieran con su conoci-
miento y consentimiento; (3) que, como su deseo era ayudar al
movimiento en general, así como particularmente a la parte fran-
cesa del mismo, la suma de 100 libras esterlinas se diera a las
Sedes de Adyar, Londres y Nueva York para fines generales, y que
el resto se utilizara en ayuda de las operaciones en Francia.

Aceptado esto, recibí, diez días después, a través de la señora


Besant, las 100 libras esterlinas para Adyar, y se encontrarán en el
informe del Tesorero de febrero, como asignadas al Fondo de la
Biblioteca. He dado los detalles anteriores sobre este asunto por
dos razones: una, que un acto de beneficencia tan bien intencio-
nado debe ser registrado en nuestra historia; y la otra, porque, más
tarde, el donante parecía haber cambiado de opinión al respecto
en cierta medida, y estar dispuesto a lanzar imputaciones contra
La primera Convención en Europa 213

nosotros tres, que estábamos —como los hechos anteriores lo


demuestran— sólo esforzándonos por llevar a cabo sus propios
deseos y aplicar sus donaciones a los mismos fines que él había
designado. Afortunadamente, le había inducido a poner por escrito
la oferta que me había hecho verbalmente, una precaución nacida
de una larga experiencia en el estudio de la naturaleza humana, y
que recomiendo encarecidamente a todos mis colegas presentes y
futuros.
Me sorprendió mucho recibir noticias de Colombo sobre la
muerte accidental por ahogamiento de nuestra querida Srta. Pickett,
sólo diez días después de haberla nombrado como Directora de
la Escuela Sanghamitta. Al parecer, sufría ataques ocasionales de
sonambulismo y se levantó por la noche, salió sin hacer ruido de
la casa, caminó por el césped y cayó en un pozo que sólo estaba
protegido por un parapeto bajo. Fue algo muy triste y trágico. Había
salido de Australia con la bendición de su madre; su nuevo hogar
era hermoso; comenzó su trabajo con celo, y, por lo que sabíamos,
gozaba de una salud vigorosa; su recibimiento había sido tan cálido
que llenó su corazón de alegría; había incluso una fuerte probabi-
lidad de que su madre se reuniera con ella muy pronto, y yo le había
entregado la mitad del valor del pasaje. No había ninguna nube
aparente en el horizonte de su joven vida, mientras que el futuro
se abría ante ella como una perspectiva sonriente. Al día siguiente
del accidente, 7 000 personas acudieron a ver el cuerpo ahogado, y
en una larga, triste y extraña procesión, todos vestidos de blanco,
lo siguieron hasta el cementerio, donde la señora Weerakoon,
Presidenta de la W. E. S., encendió su pira funeraria. Tengo, a peti-
ción de la madre, las sagradas cenizas bajo mi custodia.
Un acontecimiento tan serio como la muerte de Madame
Blavatsky no podía ocurrir sin despertar en las mentes temerosas
de todo el mundo teosófico las preocupaciones sobre su probable
efecto en nuestro movimiento. En este movimiento crítico me
correspondía dar un paso adelante y establecer la política que se
seguiría. Hemos visto que prevalecía hasta cierto punto la estúpida
idea de que la muerte de uno o de ambos Fundadores significaría la
destrucción de la Sociedad. Me ocupé de ello en el discurso arriba
copiado en esta narración; y para llegar a los muchos que probable-
mente no leerían las actas de la Convención, emití en Londres, el 27
de julio, el siguiente Aviso Ejecutivo:
Como superviviente de los dos principales Fundadores de la
Sociedad Teosófica, se me pide que declare oficialmente las líneas
sobre las que se llevará a cabo su trabajo. Por lo tanto, doy a conocer:
214 H ojas de un viejo diario

1. Que no habrá ningún cambio en la política general, que se


seguirán estrictamente los tres objetos declarados de la Sociedad,
y que no se permitirá nada que entre en conflicto con los mismos
en cualquier aspecto.
2. La Sociedad, como tal, se mantendrá tan neutral como hasta
ahora, y como lo establecen los Estatutos, con respecto a los
dogmas religiosos y a las ideas sectarias; ayudando a todos los
que soliciten nuestra ayuda a comprender y vivir sus mejores
ideales religiosos, y no comprometiéndose con unos más que con
otros.
3. Se reafirma y garantiza, como hasta ahora, el derecho irrestricto
a la opinión personal y la absoluta igualdad de los Miembros en la
Sociedad, independientemente de sus diferencias de sexo, raza,
color o credo.
4. No se exigirán promesas como condición para adquirir o
conservar la condición de Miembro, salvo lo dispuesto en los Esta-
tutos.
5. Se seguirá escrupulosamente una política de franqueza, inte-
gridad y altruismo en todas las relaciones de la Sociedad con sus
Miembros y el público.
6. Se harán los esfuerzos razonables para alentar a todo Miembro
a demostrar en su vidas privada y en su conducta, la sinceridad de
su Declaración Teosófica.
7. Se observará lealmente el principio de gobierno autónomo en
las Secciones y Ramas, dentro de las líneas del Estatuto, y de no
interferencia por parte de la Sede Central, salvo casos extremos.
Cualquier funcionario de una Rama, o cualquier otra persona
involucrada en la gestión de cualquier parte de la actividad de la
Sociedad, que se mantenga estrictamente dentro de las líneas
indicadas en los puntos anteriores, no se equivocará ni compro-
meterá a la Sociedad a los ojos del público.
CAPÍTULO XIX
Experimentos hipnóticos en París
1891

E
L 20 de julio, el Sr. Harte trajo a verme a un distinguido
caballero hindú que expresó tanto interés en mi obra como
para sorprenderme; llegó a rogarme que escribiera, o dejara
que el Sr. Harte escribiera mi biografía, ofreciéndose a adelantar el
costo total de la publicación; dijo que sus compatriotas, al menos,
nunca me olvidarían por lo que había hecho por ellos y por su país,
y que les debía dejar constancia de la historia de mis antecedentes
y de las diferentes ramas de mi trabajo. Le agradecí sinceramente
su prueba de buenos sentimientos, pero tuve que rechazarla, ya
que, al ser un firme creyente en la evolución de la entidad humana
a través de innumerables encarnaciones, consideraba que estos
alardes de una sola personalidad no servían. Como él también, al
ser hindú, era necesariamente reencarnacionista, le pedí que me
contara, si podía, los detalles de cualquiera de sus vidas pasadas,
entre las cuales algunas debían ser muy influyentes, pues de lo
contrario nunca podría haber evolucionado hasta su actual grado
de fuerza intelectual y moral. Le solicité que recordara los mil y
un monumentos arquitectónicos erigidos por los soberanos de las
provincias indias, que en su tiempo se consideraron poderosos y
que nunca serán olvidados, pero cuyos mismos nombres y épocas
son ahora objeto de meras conjeturas. Tuvo que confesar la justeza
de la postura, pero aún continuó importunándome hasta que le di
la respuesta decisiva de que debía negarme. ¡Qué lástima que los
Miembros de nuestra Sociedad, pretendiendo estar familiarizados
con nuestra literatura, y aceptando la teoría de la reencarnación, no
216 H ojas de un viejo diario

puedan aparentemente mostrar la menor prueba de su sinceridad!


Se aferran y tratan de exaltar sus personalidades pigmeas, y hasta
el final de sus días viven dentro del anillo infranqueable de sus
nacionalidades y prejuicios sociales o de casta. La ortodoxia que
deletrean autodoxia.
El Sr. Judge y yo, siendo tan viejos conocidos y, hasta algo más
tarde, amigos personales, pasamos la mayor parte del tiempo juntos
y discutimos la situación en todos sus aspectos. Como he dicho
antes, él se había desarrollado enormemente desde los primeros
días en Nueva York, cuando era una parte muy insignificante, tanto
en cuanto a carácter como a posición; su capacidad se desarrolló en
1886, once años después de nuestro encuentro. Mi confianza en él,
sin embargo, recibió una fuerte sacudida, ya que pretendió tener
intimidad con los Mahatmas, lo cual fue absolutamente contradic-
torio con el sentido de sus cartas privadas dirigidas a mí desde
que nos separamos en Nueva York; me había estado importunando
constantemente para que recibiera mensajes de ellos, y se quejaba
del obstinado silencio de ellos. Llegó incluso a poner sobre mi mesa,
dentro del sobre abierto de otra carta, un mensaje para mí en letra
del Mahatma, y luego me dijo torpemente, cuando descubrió que yo
no había dicho nada al respecto, que el Mahatma le había ordenado
que me dijera que había una nota sobre mi mesa. El mensaje en sí,
cuando se encontró, resultó ser un fraude palpable. Una serie de
otras cosas que ocurrieron al mismo tiempo lo rebajaron mucho
en mi estima, y desde entonces no tuve ninguna confianza en sus
pretendidas revelaciones y encargos ocultos. Pero todo esto ya es
historia, y se ha publicado en relación con el caso que se abrió contra
él más adelante. Lo peor de sus operaciones fueron los engaños que
realizó a esa querida mujer, la Sra. Besant, que era una de sus más
fervientes admiradoras, y que depositaba en él una conmovedora
confianza. Pero ya llegaremos a esto en su momento. Sin embargo,
la exposición no había llegado todavía, y por lo tanto estábamos en
la base de la vieja amistad. Él y yo fuimos a comprar dos jarrones
de bronce y dividimos las cenizas de HPB; de las cuales llevé la
parte de Adyar conmigo alrededor del mundo, con una notifica-
ción en el envoltorio de que en caso de mi repentina muerte en el
camino el paquete debía ser enviado a Adyar por quienquiera que
se hiciera cargo de mis efectos. Si yo hubiera tenido la menor previ-
sión de la futura secesión de Judge y las Ramas estadounidenses de
la Sociedad, no le habría dado ni un grano del preciado polvo.
Con la Sra. Besant acordamos que ella vendría a hacer una gira
por India en la temporada siguiente, y un aviso con anterioridad
fue emitido por mí a tal efecto. Este programa fue, sin embargo,
Experimentos hipnóticos en París 217

cancelado por ella, aunque su pasaje estaba reservado, al recibir,


a través de Judge, una falsa orden del Mahatma, cuyos detalles son
ahora históricos. Mi convicción actual es que tenía un doble propó-
sito, a saber: mantener a la Sra. Besant al alcance de la mano y evitar
que ella comparara notas conmigo en Adyar sobre sus mensajes y
pretensiones ocultas. La gira se realizó finalmente en el año 1893-4,
y se describirá en un capítulo futuro.
Durante mi estadía en Londres visité un club de mujeres traba-
jadoras en Bow*, que había sido fundado por HPB con las £ 1 000
que le dio un amigo simpatizante que ordenó que no se mencio-
nara su nombre, y que dejó a su discreción la forma en que debían
utilizarse en beneficio de esas mujeres. Naturalmente, consultó a
la Sra. Besant, ya que ella misma no tenía ninguna experiencia en
cuanto a las necesidades de esa clase, y decidieron utilizarlo para la
fundación de un club social en el corazón del East End. Se alquiló
una casa espaciosa y anticuada, justo enfrente de la iglesia, que se
acondicionó con sencillez, y se contrató a la buena señora Lloyd
como matrona. Yo estaba muy satisfecho con el aspecto de las cosas,
e hice todo lo que pude para ayudar a que la velada fuera agradable
para estas mujeres. La señorita Potter, una elocucionista nortea-
mericana, recitó admirablemente varias piezas; se tocó el piano
y se cantó, hubo un baile informal, una colación; y, dejando de
lado mi dignidad oficial por el momento, cedí a una petición de
la señora Lloyd y canté algunas canciones irlandesas. No sorpren-
derá a nadie saber que este estilo de música se adaptaba mejor a
los gustos y capacidades del público que las piezas más brillantes
tocadas al piano. Me hizo mucha gracia recibir al día siguiente, de
la matrona, una nota en la que me rogaba que le enviara la letra de
The Low-backed Car, con la observación de que las chicas no le darían
tregua hasta que me hubiera escrito. El experimento del club Bow,
aunque supervisado por la Sra. Annie Besant, a quien las muchachas
trabajadoras adoraban bastante, resultó ser un fracaso al final, y la
casa tuvo que ser cerrada.
Se pensó que lo mejor era que yo visitara Nueva York y pasara
por el país hasta San Francisco, para ayudar a animar a nuestros
colegas estadounidenses; esto, además, me daría la oportunidad
de aconsejar a los principales sacerdotes japoneses sobre mi plata-
forma de los Catorce Principios. Así que se decidió esto, y compré
un pasaje para Nueva York en el galgo atlántico New York para el 16
de septiembre. Mis movimientos fueron calculados con precisión,

*  Bow es un barrio del municipio londinense de Tower Hamlets. Allí tuvo lugar
“la huelga de las mujeres de la fábrica de fósforos” (1888) encabezada por Annie
Besant, en la fábrica Bryant & May, de Bow, Londres. (N. del T.)
218 H ojas de un viejo diario

de modo que pudiera regresar a Madrás a tiempo para hacer los


arreglos habituales para la Convención.
Habiendo decidido satisfacer un deseo largamente sentido de
estudiar de primera mano las teorías y experimentos de las escuelas
hipnóticas rivales de París y Nancy, crucé con el señor Mead a París
el último día de julio, y llegamos a nuestro destino sin ningún inci-
dente notable en el camino. Me esperaban las invitaciones a cenar de
Lady Caithness (Duquesa de Pomar), de la escultora Mme. Zambaco
y de otra dama Miembro de la Sociedad. Al día siguiente tuve el
placer de visitar de nuevo al profesor de Rosny, de la Sorbona, y
el honor de conocer a Emil Burnouf, sanscritista, y hermano del
mundialmente conocido Eugène Burnouf, maestro del profesor
Max Müller, de quienes el señor Mead y yo recibimos una cordial
bienvenida. El Sr. de Rosny es conocido en todo el mundo literario
desde hace años como conferenciante y defensor del budismo; es
uno de los sinólogos más eruditos del mundo.
En esta época, la brillante y atractiva Condesa de Caithness gozaba
de excelente salud y ánimo, y estaba llena de interés en la Sociedad
Teosófica, de la que era Miembro desde hacía mucho tiempo. Nos
habíamos hecho grandes amigos durante la visita de HPB y mía a
su estación de invierno favorita, el Palais Tiranty, en Niza, y siempre
fue extremadamente cordial conmigo en mis visitas a París. Durante
la presente, me invitó a cenar, me llevó al Bois e invitó a sus amigos
para que me conocieran. Como muestra de su amistad, me había
hecho, en diamantes y rubíes, una copia en miniatura del sello
de nuestra Sociedad, dispuesta para llevarla en el ojal. Debe haber
sido una mujer en su juventud de gran belleza, así lo confirma la
historia. Su primer marido fue un Conde y General español, poste-
riormente elevado a la diginidad de Duque. Su apellido era Pomar,
y en su escudo figuraba el fruto que representa esta palabra. De
él tuvo un hijo, actual poseedor del título, y un joven de modales
muy agradables, conocido en la literatura como autor de varios
romances. Algunos años después de la muerte de su marido, se casó
con el excéntrico Conde de Caithness, representante de una de las
familias más antiguas de Gran Bretaña. Era un gran experto en cien-
cias mecánicas. El padre de lady Caithness poseía grandes planta-
ciones de azúcar y muchos esclavos en Cuba. De todas estas fuentes
se dice que Su Señoría heredó una gran fortuna; ciertamente, si la
posesión de un espléndido palacio en París, magníficamente amue-
blado, y probablemente los más finos diamantes fuera de las galas
reales en Europa, podemos creer la historia. Había sido durante
muchos años una ardiente espiritista; antes de eso, una profunda
estudiante de mesmerismo. La progresión natural de tal curso
Experimentos hipnóticos en París 219

preliminar fue la Teosofía, que toma a ambos y los explica como


ninguna otra escuela de pensamiento puede hacerlo. No era una
mujer de ideas fijas, sino, por el contrario, impulsiva y cambiante.
Como su hijo no deseaba casarse —al menos eso me dijo—, espe-
culaba mucho sobre cómo debía dejar su fortuna, y en la época de
la que hablo, se balanceaba entre un pequeño grupo espiritista que
se reunía en su casa, y que ella había bautizado como el “Círculo de
la Estrella”, y nuestra Sociedad. Más tarde, convocó al señor Mead
y a la condesa Wachtmeister para que la ayudaran a redactar un
testamento en el que nos legaba, creo, la reversión de todos sus
bienes a la muerte de su hijo, con ciertos legados al médium o a
los médiums que la habían ayudado a mantener las reuniones del
“Círculo de la Estrella”. Pero esto fue un destello, y en realidad no
hizo ningún legado de este tipo, sino que todo su patrimonio pasó
a su hijo. Dejó varios libros sobre temas de ocultismo, de los cuales
uno, por lo menos, atestigua su labor de recopilación. Al igual que
la mayoría de nosotros, tenía sus ilusiones, pero eran inofensivas,
siendo la principal la de que era una reencarnación de María Reina
de Escocia. Publicó un folleto titulado “Una noche en Holyrood”,
en el que describe un encuentro entre ella y el espíritu de la desa-
fortunada reina. HPB, con su característica franqueza, le planteó
la pregunta de cómo podía ser al mismo tiempo la encarnada lady
Caithness y la desencarnada María. Su “Círculo de la Estrella” se
celebraba en una exquisita capillita de su palacio de París, cons-
truida expresamente para ello. En el lugar donde suele estar el altar
había un nicho, en cuyo fondo se encontraba un cuadro realmente
espléndido, de cuerpo entero, de María Reina de Escocia. Desde los
chorros de gas, enmascarados tras los pilares laterales, se proyec-
taba sobre el cuadro un torrente de luz admirablemente dispuesto,
y al estar la capilla en profunda sombra se producía un efecto de
sorprendente realismo; parecía casi como si María saliera del lienzo
y avanzara para recibir el homenaje de su adorador.
Otra vieja amiga de HPB y mía, a la que vi mucho durante mi
visita a París, fue la condesa Gaston d'Adhémar, MST, una gran belleza
norteamericana, casada con el representante de una de las familias
más nobles de Francia. Era una verdadera estadounidense, amante
de su país y de sus compatriotas. Ella y su hermana, también casada
con un caballero francés, eran dos de las mujeres más hermosas que
he visto en mi vida, pero no se parecían en su amor por el ocultismo;
sólo la Condesa se aficionó a la Teosofía, y demostró su sinceridad
editando y publicando durante todo un año una revista teosófica
llamada La Revue Théosophique, que llenó el hueco dejado por la caída
de nuestra primera revista francesa, Le Lotus. En su introducción, la
220 H ojas de un viejo diario

Directora explica que la intención de la revista era “dar a conocer


una ciencia tan antigua como el mundo, y sin embargo nueva para
el Occidente de nuestros días”. Era algo realmente notable que una
dama de su posición diera libremente su nombre como fundadora
de tal revista, y pidiera que todas las comunicaciones editoriales le
fueran enviadas a la dirección de su residencia privada.
Mi primer paso en la dirección de la investigación hipnótica
fue visitar a mi conocido, el Dr. J. Babinski, antiguo jefe de clínica
del profesor Charcot, y que había asistido a los experimentos reali-
zados por su maestro para mí en el momento de mi primera visita
a La Salpêtrière. Tuvimos una conversación muy interesante sobre
nuestro tema favorito. Me dijo que había hecho muchos experi-
mentos que apuntaban a la transferencia del pensamiento, pero
que, por consejo de Charcot, los guardaba. Tengo una nota en la
que se mencionan apenas dos o tres ejemplos que relató. El experi-
mento se hizo con dos sensibles hipnóticos, de los cuales uno estaba
en una habitación superior, y el otro en una inferior; llamémoslos
números 1 y 2. Al paciente N.º 1 se le dio la sugestión de que estaba
en el Jardín des Plantes, y se llamó especialmente su atención sobre
el gran elefante que allí se encontraba;
El paciente N.º 2 recibió la misma ilusión hipnótica. De nuevo,
el N.º 1 se quedó mudo por sugestión; el N.º 2 también se quedó
mudo. Nuevamente se hizo ver al paciente N.º 1 melones rojos que
crecían en un árbol; al paciente N.º 2 se le transfirió gradualmente
esta ilusión. Luego hubo ilusiones de una bandera, un bastón, etc.
Desgraciadamente, sólo hice esta escasa mención de estos intere-
santes hechos, y la multiplicidad de mis impresiones mentales en
los diez años siguientes ha borrado bastante el recuerdo de los deta-
lles necesarios para dar valor científico a los experimentos. Iba a
hacer su ronda diaria de visitas a pacientes privados, y me llevó
con él, dejándome en el carruaje mientras entraba en las casas. El
camino estaba animado por sus muchas anécdotas, algunas de ellas
muy divertidas. Esta es una de ellas:

Charcot estaba un día realizando su clínica cuando una enfer-


mera entró con delantal blanco y anunció que un caballero estaba
esperando en la antesala para una entrevista, ya que tenía algo
muy importante que comunicar. El profesor dijo que le era impo-
sible salir de la clínica y pidió a Babinski que viera lo que quería.
Éste encontró en la antecámara a un individuo pelirrojo y de
complexión robusta, con el abrigo abotonado hasta el cuello y las
manos entrelazadas a la espalda, caminando de un lado a otro, y
aparentemente en un estado bastante nervioso. Cuando apareció
Experimentos hipnóticos en París 221

el joven médico, se acercó, hizo una impresionante reverencia y


preguntó si hablaba con el gran doctor Charcot. Babinski le explicó
que le habían enviado a preguntar por sus asuntos, ya que el jefe
estaba demasiado ocupado para salir. “Entonces, señor” —dijo el
hombre—, escúcheme, creo que su escuela niega la realidad de
la transferencia del pensamiento, pero yo, señor, puedo darle una
prueba aplastante”. “Ah, efectivamente; eso es lo más importante.
Le ruego que me diga de qué se trata, pues es lo que la ciencia ha
estado esperando”. “Escuche, entonces, M. le Docteur, mi profe-
sión es commis voyageur [viajero comercial], y mi negocio me lleva
habitualmente a Sudamérica. Entre mi esposa y yo existe la mayor
afinidad posible; nuestros corazones laten juntos, compartimos
nuestros pensamientos. Hemos adquirido durante los largos años
de nuestro matrimonio ideal el poder de mantener la comunión
con el otro en los sueños, por muy lejos que estemos en el cuerpo.
Pues bien, señor, al llegar a casa hace poco, después de quince
meses de separación, descubrí que teníamos un nuevo miembro
en nuestra familia”. El testarudo Babinski, que no creía en la trans-
ferencia de pensamiento, no pudo evitar que la sombra de una
duda pasara por su rostro, y al percibirla, el visitante exclamó.
“Parece dudar de mí, señor; pero le aseguro que no es la primera
vez”. El emisario del Dr. Charcot le saludó entonces seriamente,
dijo que sin duda debía informar de esta evidencia al jefe, y
despidió al feliz esposo.

Estando el profesor Charcot fuera de París cuando llegó la carta


que anunciaba mi visita, envió instrucciones a su entonces jefe de
clínica, el doctor Georges Guinon, para que realizara los experi-
mentos por mí en el laboratorio.* Mi primera sesión fue el 5 de
agosto, y la paciente operada era una conocida sensitiva, cuyo caso ha
sido descrito en varias obras médicas. Los experimentos realizados
fueron tan sugestivos e intrínsecamente valiosos que merecen un
registro más permanente que el que puede obtenerse en las páginas
de una revista, por lo que extraeré de nuevo de un número atrasado
de The Theosophist partes de mi informe impreso, ya que no podría
hacer más clara la narración reescribiéndola. En los experimentos
del primer día, que ahora se discuten, “el Dr. Guinon produjo las tres
etapas de Charcot: “letargo” por presión sobre los globos oculares,
“catalepsia” simplemente levantando los párpados y exponiendo la
pupila a la luz, y “sonambulismo” por presión sobre el vértice o
corona de la cabeza. Se hacía pasar a la paciente de un estadio a otro

*  Véase el informe en The Theosophist de noviembre de 1891.


222 H ojas de un viejo diario

con perfecta facilidad, y en cualquiera de ellos se presentaba uno de


los fenómenos característicos antes descritos. Como el Dr. Guinon,
en nombre de la escuela de Charcot, negaba la existencia de un
fluido mesmérico o aura, le sugerí el experimento de hacer que la
paciente se pusiera de pie con la cara cerca de la pared, extendiendo
luego su mano hacia la nuca como si fuera un imán que sostuviera,
y retirándola luego lentamente, al mismo tiempo deseando intensa-
mente que la cabeza siguiera su mano, como una aguja suspendida lo
haría con un imán. Así lo hizo, y se comprobó cierto grado de atrac-
ción. Esto, pensó el Dr. Guinon, podría deberse a que había hecho
pasar una ligera corriente de aire sobre la piel supersensible de la
chica sensitiva, o a que ella podría haber sentido el calor animal de
su mano. Cualquiera de las dos cosas podría actuar como una suges-
tión, y meterle en la cabeza la idea de que se esperaba que dejara
que su espalda se acercara a la mano del doctor. Para hacer frente a
esta teoría, sugerí que se le cubriera la cabeza y los hombros con un
paño. Así se hizo, y todavía hubo algunos signos de atracción.* Me
abstuve a propósito de hacer el experimento —algo que he hecho
cientos de veces con éxito en India— para que cualquier resultado
que pudiera ser producido sea por el Dr. Guinon. Me hizo creer
que su absoluto escepticismo en cuanto a la existencia de tal fuerza
magnética o mesmérica le impidió obtener un resultado mucho
más satisfactorio, simplemente porque no creó ninguna corriente
de voluntad. Sin embargo, fue un comienzo. Entre otros experi-
mentos de este día, el Dr. G. llamó a una segunda sensitiva, y colo-
cando dos sillas espalda con espalda, hizo que las dos muchachas se
sentaran así con sus cabezas juntas, pero sin tocarse, y las puso en
sueño hipnótico. Entonces se produjo artificialmente una parálisis
(contractura) del brazo derecho de una de ellas (por simple fricción

*  Qué absurdo es ver a estos científicos escépticos, sin haberse tomado la molestia
de hacer experimentos hipnóticos y acumular hechos, ¡dogmatizando sobre fenó-
menos hipnóticos simples como este de la atracción! La literatura ha conservado
decenas de certificados de observadores competentes en cuanto a la verdad de
esta ley, desde la época de Mesmer en adelante. Nadie se atrevería a cuestionar el
estatus científico del difunto profesor Gregory, de la Universidad de Edimburgo,
y él nos cuenta que puede dar fe del hecho de que un magnetizador puede afectar
fuertemente a una persona que no solo está en otra habitación, en otra casa o a
muchos cientos de metros de distancia, pero que desconoce por completo que se
va a hacer algo.
El Dr. Edwin Lee en su admirable libro sobre magnetismo animal y sonambu-
lismo lúcido magnético (p. 54), dice que la atracción del sujeto hacia el magne-
tizador lo hace seguir la dirección de la mano del magnetizador, incluso cuando
está fuera de la vista del paciente, como un trozo de hierro fijo en un pivote
seguirá el curso del imán.
M. Charpignon, el Rev. Sr. Sandy, el Dr. Calvert Holland, el Rev. C. H. Townsend,
el Dr. Elliotson y muchos otros confirman esta afirmación.
Experimentos hipnóticos en París 223

a lo largo de los músculos de la superficie interior del brazo), y


colocando suavemente un gran imán sobre la mesa contra la que
tocaban sus dos sillas, la parálisis del brazo de la primera chica desa-
pareció gradualmente, y el mismo brazo de la segunda se contrajo.
Este misterioso fenómeno, según la escuela de Charcot, se debe a la
acción áurica directa del imán; pues cuando se ha recurrido al truco
de utilizar un imán de madera pintado para que se asemeje al real,
o un imán de simple hierro no magnetizado, la transferencia no se
produce. Al menos, no se ha producido en La Salpêtrière, aunque
el Dr. Guinon admitió que sí se había producido en Inglaterra y en
otros lugares. El profesor Charcot nos mostró al Sr. Harte y a mí
este mismo experimento en 1888, pero al día siguiente el Sr. Robert,
el célebre magnetizador, de París, hizo lo mismo para nosotros sin
usar ningún imán, sino simplemente su pipa de espuma de mar. De
modo que sigue siendo una cuestión discutible hasta qué punto, si
es de esa forma, el aura magnética es un agente activo en el expe-
rimento descrito. La escuela de Nancy dice que no tiene ningún
efecto: se ha probado cien veces sin resultado activo, y el fenómeno
se debe a la sugestión inconsciente y a la expectación.
Me mostraron otro experimento interesante. Al despedir a una
de las muchachas, se le dio a la otra un paquete de sobres con cartas,
y se le dijo que en uno de ellos encontraría un bello retrato del
doctor Charcot caminando y seguido por su gran perro. (Mientras
las dos muchachas estaban fuera de la habitación, yo había marcado
uno de los sobres en el pliegue de la solapa con una ligera mancha
de punta de lápiz. Sostuvo este sobre durante un instante ante
ella, y dijo que éste era el que llevaba el dibujo. Luego devolvió
el sobre al paquete y lo barajó todo). Ella revisó el paquete con
cuidado, pero rápidamente, y en seguida seleccionó una y examinó
el retrato imaginario con aparente placer, diciendo lo bueno que
era el parecido, y preguntando al Dr. Guinon si había sido tomado
por el fotógrafo de la clínica. Le pedí que me dejara verlo; era mi
sobre marcado. Entonces recobró la consciencia y se le entregó el
paquete recién barajado con la indicación de que había un regalo
para ella en uno de los sobres. Los miró, lanzó un grito de placer
al llegar a uno de ellos, y cuando le preguntaron qué había encon-
trado, dijo: “Vaya, un hermoso retrato del doctor Charcot; véalo
usted mismo”. Miré: era mi sobre marcado. De este modo, ella, en
pleno estado de vigilia, eligió el sobre que se le había mostrado,
cuando estaba hipnotizada, como portador de una imagen, sin que
hubiera una sola peculiaridad de mancha, marca, forma, abolladura
o arruga, hasta donde mis ojos podían detectar, que le indicara que
era el correcto. La escuela de Charcot dice que la paciente descubre
224 H ojas de un viejo diario

por medio de sus nervios hipersensibles de la visión o del tacto


peculiaridades físicas en la envoltura no visibles a la visión normal.
Puede ser, pero yo no lo creo; creo que es una especie de clarividen-
cia.* Le propuse este experimento al doctor Guinon:
Que tomara un paquete de sobres, seleccionara uno, pusiera una
marca oculta en su interior, lo pusiera sobre la mesa, fijara pode-
rosamente su atención en él y tratara de visualizar para sí mismo
encima del papel algún objeto simple, digamos un triángulo, un
círculo, una salpicadura de algún color, etc.; que luego mezclara el
sobre con el resto del paquete, recordara a la muchacha y viera si
podía elegirlo. Lo intentó y fracasó; un hecho que tiende a corroborar
la teoría de Charcot, aunque no es concluyente, ya que los mesme-
ristas —en los que me incluyo— han realizado a menudo experi-
mentos similares de diversa índole, ; y la suposición está justificada
de que el Dr. Guinon, por falta de fe en la posibilidad de la cosa,
no visualizó realmente ninguna imagen-pensamiento en el sobre
para que la sensitiva la encontrara allí. El experimento del color lo
probé una vez en Rangún con el Sr. Duncan, Superintendente del
Departamento de Bomberos de esa ciudad. Hizo que un muchacho
hindú sensible se sentara cerca de una puerta abierta, de espaldas
a la pared, para que no pudiera ver lo que sucedía en la galería. Se
puso delante de él con un pañuelo abierto en la mano. Yo tenía en la
mía un muestrario de un vendedor de papel que contenía muchas
muestras de papeles de diversos colores. El experimento consistía
en ver si, cuando le mostraba al Sr. Duncan un papel de un color
determinado, podía hacer que su pañuelo pareciera del mismo
color al sujeto sin que éste variara sus preguntas ni diera ninguna
otra pista sobre el color que le estaba mostrando. En las condiciones
descritas, el niño hipnotizado nombraba correctamente un color
tras otro, demostrando así la transferencia de imágenes mentales
del operador al sujeto. No es descabellado, por lo tanto, decir que en
La Salpêtrière no se ha alcanzado todavía toda la verdad.

*  O, tal vez, una percepción hipersensible de las auras. La mayoría de los magne-
tizadores han obtenido una prueba de este sentido táctil al hacer que sus sujetos
seleccionen, entre otros objetos similares, una moneda, una carta o cualquier
otra cosa que hayan tocado, especialmente cuando se ha hecho con intención
mesmérica. Entre otras autoridades respetables que han registrado este hecho
está el Sr. Macpherson Adams, quien publicó un relato de los experimentos con
el clarividente de M. Richard, Calixte, en The Medical Times del 15 de octubre
de 1842. Calixte podía seleccionar una moneda que había sido tocada por su
magnetizador, de entre varias. Y luego conocemos el experimento muy conocido
de hacer que un perro seleccione un pañuelo o guante que ha sido manipulado
por su maestro y escondido entre otros objetos similares.
Experimentos hipnóticos en París 225

Con esto terminaron mis observaciones del primer día. Tenía


la intención de dedicar unos dos meses al estudio del hipnotismo
práctico en las escuelas francesas rivales, pero los compromisos que
se me agolparon me impidieron dedicar más de una semana a cada
una. Desde que me subí al trottoir roulant* en la Exposición de París,
me ha parecido que es una especie de símbolo de mi vida oficial:
mis compromisos avanzan siempre bajo el impulso de un poder
oculto, y yo me dejo llevar por ellos, aunque intente apartarme
para descansar. Pues bien, eso es mucho mejor que la inacción, ya
que sólo con la acción se llevan a cabo los grandes movimientos del
mundo.

*  Literalmente “pasillo rodante”, es un sistema de transporte de personas similar


a una escalera mecánica pero sin escalones. (N. del E.)
226 H ojas de un viejo diario

comandante d . a . courmes
CAPÍTULO XX
Una disquisición sobre el hipnotismo
1891

E
L lector inteligente que reflexione sobre los experimentos
registrados en el último capítulo, y especialmente sobre la
nota al pie respecto al poder de un psíquico mesmérico o
hipnótico para determinar un objeto dado por su habilidad para
detectar el aura de una persona que lo impregna, verá cómo toda la
teoría del castillo de naipes de Salpêtrière, acerca de que la selección
se debe a la exquisita percepción del sujeto de pequeñas peculiari-
dades físicas en la textura del papel impregnado de sugerencias, se
desmorona cuando uno se da cuenta de que la detección se realiza
por percepción áurica, y no por visión o audición física. De hecho,
el reconocimiento de la existencia de auras da la clave de un gran
grupo de aparentes misterios hipnóticos. Lo máximo que se puede
decir como excusa para los conceptos erróneos y prejuiciosos de
muchos científicos, es que son ignorantes. En la segunda mañana
de mis investigaciones con el Dr. Guinon, los primeros experi-
mentos fueron sugerir mediante gestos y expresión facial, pero en
silencio, la presencia de pájaros, ratas y cachorros: un movimiento
ondulatorio con la mano en el aire hizo que la niña viera un pájaro;
la actitud de escuchar sugirió su canto y le causó deleite; el correcto
uso de los dedos a lo largo del suelo le hizo ver una rata y saltar
sobre una silla para escapar de ella; y un cachorro imaginario se
colocó en su regazo y lo acarició. Estos son, por supuesto, ejem-
plos de sugerencias sin palabras. Conseguí que el Dr. Guinon inten-
tara nuevamente visualizar y transferir a los psíquicos una imagen
mental. Al seleccionar un lugar en la mesa fácilmente reconocible
228 H ojas de un viejo diario

por un pequeño golpe en la madera, dejé una moneda brillante y


le pedí al doctor que la mirara hasta que se sintiera seguro de que
podía retener la imagen en el lugar, quité la moneda y le hice llamar
a uno de sus psíquicos más rápidos y le dije que podía tomar la
moneda que veía allí. Pero ella no vio nada, y aunque se intentó de
varias formas el experimento fue un fracaso.
Otro día repetimos el experimento de transferir una pará-
lisis de un sujeto a otro, colocando un imán en la mesa, detrás
del hombro de la segunda niña, pero no se llegó a ninguna otra
explicación. Se trató el tema de la metaloterapia (curar enferme-
dades mediante el empleo del metal o metales que empatizan con
el paciente). El Dr. Guinon llamó a una mujer que no podía usar oro
sobre su persona porque lo encontraba fuertemente opuesto a su
temperamento. Tenía brazaletes de plata y, creo, otros adornos del
mismo metal. Probamos esto aplicando a su muñeca una moneda
de oro, oculta a su vista al ser sostenida en la mano del doctor.
Inmediatamente ocurrió la contracción de los músculos del brazo.
Ahora bien, esto nuevamente es un tema de disputa activa, no
solo entre las escuelas hipnóticas rivales en Francia, sino también
entre miembros distinguidos de la misma escuela, al sostener
algunos que el efecto de diferentes metales sobre los pacientes es
real, otros afirman que no tiene fundamento, y es simplemente el
resultado de una sugestión. El Dr. Albert Moll, de Berlín, autor del
trabajo de referencia “Hipnotismo”, sin inclinarse hacia ninguno de
los dos lados, mantiene el equilibrio entre ambos. Él expresa:
Se suponía que ciertas personas estaban influenciadas por
metales particulares, como el cobre por ejemplo, que incluso
provocaban la desaparición de los síntomas de la enfermedad.
Las investigaciones posteriores sobre la acción de las drogas a
distancia, aparentemente demostraron que ciertas drogas en
tubos herméticamente cerrados, cuando se acercan a los seres
humanos, actúan de la misma manera que si fueran ingeridas. Así,
era de suponer que la estricnina causara convulsiones, vómitos de
ipecacuana, sueño de opio, embriaguez de alcohol, etc. Los expe-
rimentos fueron realizados por primera vez por Grocco en Italia,
y por Bourru y Burot en Rochefort. Experimentaron con sujetos
hipnotizados y los confirmaron; incluso encontraron diferencias,
según si la ipecacuana se aplicaba al lado derecho o al izquierdo.
Se sabe que estos experimentos se repitieron en otros lugares, por
ejemplo, por Jules Voisin, Forel, Seguin y Laufenauer, sin resul-
tados; Luys llevó el tema ante la Academia Francesa de Medicina,
que nombró una comisión (Brouardel, Dujardin-Beaumetz y varios
Una disquisición sobre el hipnotismo 229

más) para probar la cuestión en presencia de Luys, y llegaron a


una conclusión opuesta a la suya. Seeligmüller ha refutado los
experimentos de una manera mucho mejor y más científica, que
me parece la única adecuada para tomar una decisión. Consiste
en examinar las condiciones de los experimentos, los informes de
las comisiones no tienen ningún valor en particular.

Él hace la sabia reflexión de que “cuando consideramos la historia


del magnetismo animal vemos que las comisiones siempre encuen-
tran lo que desean encontrar, el resultado es siempre el que esperan.
Las comisiones, de hecho, están muy influenciadas por la autosu-
gestión”. Fue la comprensión de este hecho lo que me hizo negarme
a aceptar la decisión del Comité de la Academia de Medicina de
París de que la acción de las drogas a distancia era una ilusión. Por
regla general, nunca se debe tomar como definitivo el informe de
un comité compuesto, ni siquiera en parte, por miembros escép-
ticos o con prejuicios.
El profesor Perty, de Ginebra, un observador científico muy
conocido, dice acerca de esta acción de los metales:

Los mismos metales actúan de manera diferente sobre diferentes


sonámbulos. Muchos no pueden soportar el hierro, otros el oro
o la plata, generalmente el oro actúa de manera benéfica sobre
ellos, pero en muchos casos su acción es interesante. Bochard,
en Heilbronn, no pudo inducir al sueño magnético a una niña de 8
años afectada de corea cuando olvidó quitarse los dos anillos de
oro que llevaba en los dedos. La plata colocada en la región del
corazón de la sonámbula del Dr. Haddock, Emma, la desmagne-
tizó, el Dr.  Haddock no podría hipnotizarla mientras tuviera una
pieza de plata en la cabeza. Un espejo sostenido ante el sonám-
bulo Petersen provocó contracciones musculares, que terminaron
en acciones espasmódicas; los espasmos también fueron indu-
cidos por él, sosteniendo zinc o hierro en su mano. La plata tuvo un
efecto calmante, el cobre no produjo ningún resultado.
El sonámbulo Käehler magnetizaba mediante “pases” una
pieza de acero, que atraía grandes agujas, mientras que antes
solo atraía limaduras de hierro. Este sujeto era tan sensible a la
influencia del magnetismo mineral que sintió la presencia de una
aguja magnética desde lejos, y pudo actuar sobre ella con el dedo,
e incluso con su simple mirada y voluntad, según lo manifestado
por Bähr y Kohlschülter. Desde una distancia de 45 cm, hizo que
con una mirada la aguja magnética descendiera 4° hacia el oeste,
y un resultado similar se repitió tres veces por la influencia de su
230 H ojas de un viejo diario

mera voluntad: en una ocasión, la aguja giró a 7°, siempre hacia


el oeste. Un hecho similar lo confirma la condesa R., quien, acer-
cando su pecho a la aguja, la puso en un movimiento tembloroso.
Prudence Bernard, en París, al mover su cabeza de un lado a otro,
hizo que la aguja siguiera estos movimientos (Mensajero de Galig-
nani, 31 de octubre de 1851). El conde Szapary registra un fenó-
meno similar que ocurre en un sonámbulo.

Otro día, el Dr. Guinon intentó mostrarme la transferencia de aluci-


naciones mentales de un sujeto a otro. Se hizo de esta manera. La
niña N°1 fue hipnotizada y puesta en la etapa de “sonambulismo”,
en la que, se recordará, se hacen sugestiones fácilmente. Entonces
el doctor le hizo pensar que veía sobre la mesa un busto blanco del
profesor Charcot, no con su habitual rostro bien afeitado, sino con
un pesado bigote militar. Ella lo vio claramente y se rió del asom-
broso cambio en la apariencia de Le Maître, y luego se sumergió en
un estado más profundo de inconsciencia. Se llamó a la niña N.º 2,
se la hizo sentar de espaldas a la otra, con las cabezas tocándose
mutuamente, y también se la hipnotizó. El imán se colocó sobre
la mesa entre ellas. Esperamos bastante tiempo para obtener resul-
tados, pero el experimento fracasó, la ilusión no se transfirió y una
de las pacientes sufrió convulsiones (crisis nerviosa), de las que fue
rápidamente rescatada por el médico presionando la región de los
ovarios. Repetimos el experimento de atracción, esta vez cubriendo
completamente la cabeza y el cuello del sujeto con una bolsa de lino
grueso para evitar que cualquier corriente de aire o calor animal de
la mano afectara su piel. El Dr. Guinon volvió a actuar. Tuvo éxito
con las dos niñas empleadas, y aunque no era nada en comparación
con los resultados que he obtenido a menudo, al menos había sufi-
ciente para mostrar al Dr. Guinon que valía la pena considerar el
tema por su relación con el problema de la existencia de un fluido
magnético.
Estos fueron todos los experimentos que pude hacer bajo las
circunstancias de la temporada baja, la ausencia del profesor Charcot
de la ciudad y el cese de conferencias y clínicas. No fue mucho,
pero fue algo: el comienzo de un trabajo que requerirá tiempo y
paciencia, y que bien vale la pena tomarse cualquier molestia.
El despacho o consultorio del profesor Charcot en el Hospital,
es pequeño, está entre la sala de espera pública y el laboratorio
químico. Las paredes están pintadas de color oscuro y completa-
mente cubiertas con grabados y bocetos que ilustran crisis e ilusiones
hipnóticas. Estos últimos son principalmente copias de cuadros
mundialmente famosos de los maestros italianos, que representan
Una disquisición sobre el hipnotismo 231

incidentes en la vida de los santos, como la expulsión de demonios,


cuyos efectos, no es necesario decirlo, son considerados por ambas
escuelas de hipnotismo como fenómenos de pura sugestión. En la
misma categoría están los grabados que representan las neurosis
provocadas por Mesmer en torno a su famoso baquet*, las cura-
ciones milagrosas efectuadas sobre los peregrinos en la tumba del
Abbé Paris, y los maravillosos fenómenos de levitación y escalada
de los convulsionarios de San Medard. Las clínicas de Charcot y
Bernheim producen diariamente maravillas hipnóticas tan “mila-
grosas” como los que aparecen en los registros de cualquiera de las
iglesias o sectas.
Esto nos lleva al 12 de agosto. Antes de partir hacia Nancy
para continuar con mis estudios, dediqué varios días a recibir y
hacer visitas. Entre los asuntos que atendí estaba el acuerdo con
el barón Harden-Hickey, ya fallecido, descendiente de uno de esos
refugiados irlandeses caballerescos que se incorporaron al ejército
francés y establecieron nuevas ramas de sus antiguas familias celtas,
para sacar a la luz una nueva traducción francesa del “Catecismo
Budista”.
La primera edición había sido traducida de la decimocuarta
edición en inglés, pero desde entonces habían aparecido diecisiete
ediciones más, con amplias adiciones al texto; y como el barón estaba
igualmente familiarizado con ambos idiomas y se ofreció amable-
mente a tomarse la molestia de una nueva traducción y publica-
ción, me alegré de aprovechar la oportunidad. Pasé una noche en
su residencia suburbana en Chantilly y conocí a su encantadora
y joven esposa, anteriormente la señorita Flagler, de Nueva York.
Me incliné más a aceptar la amable propuesta del barón porque
mi amigo el comandante Courmes, de la Armada francesa, estaba
entonces al mando de las fuerzas navales en la costa de África. En
esta nueva edición había veintiocho nuevas preguntas y respuestas,
que cubrían las ideas budistas sobre los poderes trascendentales del
Arhat o Adepto, el hecho de sus relaciones con temperamentos indi-
viduales, la condena del Buda de la exhibición indiscriminada de
fenómenos psíquicos, la diferencia en el grado de poderes ocultos
que poseían sus dos discípulos principales; una definición de las
sucesivas etapas de la evolución psíquica, etc. A pedido del barón,
escribí una introducción a esta edición adaptada al temperamento
francés. En el curso de esto dije: “El notable éxito de los cursos
de conferencias de M. Léon de Rosny, el erudito profesor de la

*  Aparato en forma de cubeta con un largo tubo central, que contiene hileras de
botellas con agua magnetizada.
232 H ojas de un viejo diario

Sorbona, y la constante y creciente demanda de literatura budista


prueban, me atrevo a pensar, que los iluminados, las mentes en
Francia, se sienten atraídas con simpatía, en medio de esta crisis
de las religiones antiguas, hacia una filosofía que no se jacta de
dominar, que alienta el ejercicio perpetuo del buen sentido, que
repudia lo sobrenatural, que aconseja la tolerancia, que resuelve
los problemas más complejos de la vida, que apela al instinto de
justicia, que enseña la moral más pura, que está absolutamente de
acuerdo con las enseñanzas de la ciencia moderna, y que muestra al
hombre un ideal soberbio.
En los diecisiete años en los que he estado en contacto con el
budismo, nunca lo he encontrado despreciable para el pensador
valiente, para el espíritu religioso, para el humanitario, ni hostil
para el hombre de ciencia. Es un diamante enterrado en una ciénaga
de supersticiones. Si Eugène Burnouf, esa brillante luminaria de
la literatura francesa contemporánea no hubiera sido arrebatada
prematuramente a la ciencia, Francia ciertamente habría tomado
la delantera en el movimiento del renacimiento budista. Como
me dirigía entonces a Japón para consultar a los principales sacer-
dotes, no pude incluir en esta edición la plataforma de los Catorce
Principios.
No tuve la suerte de conocer personalmente a la erudita hija
de Burnouf, la Sra. Delisle, cuyo marido era el director de la
Bibliothèque Nationale, ya que ella estaba en el campo, pero muy
generosamente ella me envió como recuerdo un excelente retrato
en medallón de yeso de su gran padre, que debidamente montado,
ahora cuelga en la Biblioteca de Adyar.
Llegué a Nancy, la antigua capital de Lorena, el país donde nació
la santa Juana de Arco y donde su memoria es apreciada y adorada
por toda la población, el 14 del mes. Antes de describir los resul-
tados de mis observaciones en este lugar, será bueno si defino de
la manera más clara y sucinta posible la diferencia radical entre
las teorías propuestas por las dos escuelas de Salpêtrière y Nancy.
Puedo señalar, a modo de prefacio, que en los últimos diez años la
opinión de la profesión médica en su conjunto se ha inclinado hacia
la opinión adoptada por el Dr. Liébault y sus colegas. Encuentro que
esto es perfectamente natural, porque está en la naturaleza de las
cosas que el estudio exhaustivo de la teoría de la evolución nos lleve
de la observación de los fenómenos físicos a una indagación sobre
su origen, y esto significa una transferencia de nuestros estudios al
plano del espíritu de donde proceden los impulsos que provocan
la manifestación en el plano inferior de la existencia. Entonces,
brevemente, las teorías de las escuelas rivales pueden enunciarse
Una disquisición sobre el hipnotismo 233

de la siguiente manera: mientras que la escuela de Charcot consi-


dera los fenómenos como de carácter puramente fisiológico, la
de Nancy sostiene que son psicológicos: los efectos, en resumen,
de la sugestión mental ya sea consciente o inconscientemente.
Déjenme aclarar esto. Si le digo a un sujeto impresionable, “es un
día caluroso”, se crea la sensación de calor atmosférico, y el sujeto
muestra signos de ello en sus acciones: este es uno de los experi-
mentos más elementales del expositor itinerante hipnótico. Pero
las palabras audibles no son indispensables, solo necesito mostrar
que siento calor, quitarme el abrigo, limpiarme la frente o actuar
como lo hacen las personas en un cálido día de verano, y el sujeto
interpretará para sí mismo el significado de mis actos y responderá
en simpatía con otros similares. Un médico visita a un paciente
gravemente enfermo, digamos de fiebre tifoidea, encuentra los
síntomas desalentadores, su ansiedad se manifiesta en su expresión
(a menos que tenga mucha experiencia en escolarizar su rostro, voz
y movimientos corporales), y si el paciente lo mira, lee su peligro y
empeora, quizás muere. El médico puede hablar de manera alenta-
dora, pero “su apariencia contradice sus palabras”, como lo expresa
el sabio proverbio popular, y el inválido lee el veredicto científico
en su rostro como si estuviera escribiendo en un papel blanco. Esta
es una sugerencia inconsciente. Tanto Paris como Nancy lo admi-
tirán, pero nosotros, los psicólogos orientales, detectamos en él la
acción sutil del misterioso y todopoderoso factor de la transferencia
del pensamiento. Entonces, mientras Nancy observa los fenómenos
de París sobre los que Charcot basa su teoría de las tres etapas de la
acción hipnótica, la “sonámbula”, Nancy dice que son etapas imagi-
narias, no realmente normales, y se deben a la sugestión consciente
o inconsciente del experimento médico, a quien consideran el
alumno de un maestro teórico, que primero se engañó a sí mismo
y luego implantó su hipótesis ilusoria en el cerebro de sus segui-
dores. Es una cuestión tremendamente amplia, de gran alcance,
de gran profundidad, que casi lo abarca todo. Con esta clave, dice
la gente de Nancy, uno puede entender noventa y nueve centé-
simas de todos los movimientos sociales colectivos: la evolución
de las religiones, las artes, la política, los impulsos nacionales, las
costumbres sociales, los gustos y los hábitos. Un gran hombre, que
se diferencia de su especie bajo la ley de la evolución, y el tipo
y precursor de una etapa posterior del desarrollo humano medio,
piensa, supongamos, un sistema de gobierno, finanzas, religión o
moral; imbuye con su pensamiento a uno o más discípulos; fundan
un partido, una política o una escuela que gradualmente, mediante
el discurso, la escritura o la acción, cautiva la mente nacional, una
234 H ojas de un viejo diario

generación la transmite a la siguiente, y así sucesivamente hasta


que (por sugestión se vuelve hereditaria) la idea del hombre original
moldea los destinos de las razas y cambia el aspecto de la sociedad
humana. Un niño nacido de la quinta, sexta o vigésima generación
que ha heredado esta teoría o predilección hipnóticamente suge-
rida, seguramente la adoptará espontáneamente porque está “en su
sangre”, es heredero de una expectativa (científicamente hablando),
y “hace lo que hicieron sus antepasados” sin lugar a dudas. Las
excepciones, los protestantes entre los conservadores, los hete-
rodoxos entre los ortodoxos, se encuentran en los casos de niños
que han sido, como decimos los psicólogos orientales, atraídos por
un karma puramente físico para tomar sus cuerpos de una familia
de tal o cual raza, mientras que sus afinidades mentales y espiri-
tuales están con otra familia humana. La historia está repleta de
ejemplos de esta diferenciación de un niño de su entorno familiar.
Sin la ayuda de la teoría anterior el fenómeno está envuelto en un
misterio, con él, todo se aclara. Estoy completamente convencido
de que la ciencia occidental se verá obligada en un futuro próximo
a aceptar la antigua explicación oriental del orden natural de las
cosas. Hemos tenido más que suficiente de hablar sobre “miste-
riosas providencias” e interferencias cósmicas adicionales; hemos
superado las supersticiones porque hemos conquistado parte de
nuestra ignorancia; y como vemos el amanecer brillando más allá
de las colinas circundantes de nuestra ignorancia, nunca estaremos
satisfechos hasta que hayamos trepado adonde la luz pueda brillar
sobre nosotros. Se requiere coraje todavía para profesarse a sí
mismo como un buscador intransigente de la verdad, pero toda la
raza se está moviendo en su dirección, y los primeros que lleguen
serán aquellos que, manteniéndose alerta a través de un largo y
complicado curso de evolución, han adquirido el conocimiento y
la fuerza para superar a sus contemporáneos. Soy de los que creen
que el estudiante de la evolución kármica obtendrá grandes benefi-
cios mediante la lectura y la digestión de los “Cuentos de Jataka”, o
“Historias de nacimiento budistas” (Jatakatthavannana), de las cuales
el profesor Rhys Davids nos ha dado una traducción admirable. Al
mismo tiempo, es la colección más antigua de historias populares
que se conoce hasta el momento y describe, con gran precisión,
la vida social, las costumbres y las creencias populares de la gente
común de las tribus arias.
Dado que nuestro tratamiento del tema nos ha llevado tan lejos,
el relato de mis experimentos y observaciones debe posponerse
para el próximo capítulo.
CAPÍTULO XXI
Experimentos con el Dr. Bernheim
1891

L
LEGAMOS ahora a los experimentos. El lector observará que
hice todo lo posible por mantener el marco mental impar-
cial, sin dar pistas sobre mis propias creencias, y, al copiar
el relato, reflexiono sobre cada detalle a la luz de la experiencia
posterior, con el deseo de no decir nada que esté abierto a críticas
adversas. Mi primera visita fue a la Facultad de Medicina, donde
encontré al eminente profesor Dr. H. Bernheim, quien me recibió
con la mayor cortesía. Su apariencia es muy atractiva, sus modales
suaves y refinados. De estatura es bajo, pero eso se olvida al mirar
su rostro sonrosado, sus ojos bondadosos y alegres, y su frente inte-
lectual. Su voz es cálida y está perfectamente en sintonía con sus
gestos. Menciono estos datos personales porque tienen mucho que
ver con el maravilloso éxito del Dr. Bernheim como hipnotizador,
como vi con mis propios ojos. Esa tarde, el profesor, amablemente,
me dio dos horas de su tiempo abarrotado, y conversamos sobre
los problemas entre su escuela y la de Charcot. Expresó una gran
incredulidad sobre la realidad del hipnotismo tripartito de su gran
rival, afirmando que sus pacientes con histeria (de Charcot) estaban
todos bajo el control de la sugestión. A la mañana siguiente, con
cita previa, lo conocí en su clínica del Hospital Civil, y pasé toda la
mañana en las diferentes salas, siguiéndolo de cama en cama, obser-
vando y grabando sus tratamientos hipnóticos y demostraciones. El
lector comprenderá amablemente que el hipnotismo se utiliza aquí
solo como un auxiliar de las prescripciones farmacéuticas y dieté-
ticas, no como un sustituto. Por supuesto, lo asistieron su principal
236 H ojas de un viejo diario

subordinado, el Dr. Simon, jefe de clínica, y también el Dr. Voirin,


el Dr. Sterne y otros, todos hipnotizadores expertos y eruditos.
Aprendí más sobre el hipnotismo práctico, mirándolo esa misma
mañana, que de todas mis lecturas de libros; y habiendo tenido
que tratar con varios miles de pacientes indios en forma de suges-
tión terapéutica o curación mesmérica, sus miradas, tonos y gestos
poseían para mí un mundo de importancia. Decidí que era uno de
los actores más consumados que jamás había conocido. Mientras
les decía a sus pacientes que eran esto o aquello, o sentirían una u
otra sensación, lo observaban atentamente a cada instante, no había
un tono de voz, un cambio de semblante ni un movimiento de su
cuerpo que no parecieran confirmar las ideas, a veces absurdas,
que sugería, y ningún paciente que lo mirara podría haber tenido
la menor sospecha de que el profesor no creía lo que les decía que
creyeran, por su bien.
El Dr. Bernheim primero se dirige a la sala II en el departa-
mento de hombres. Se acerca a un paciente, le dice que lo mire un
momento, que se duerma, el paciente lo hace; lo hace volver a la
conciencia, produce por sugestión una contracción muscular con
insensibilidad a los pinchazos, y luego presenta silenciosamente la
mano a cada lado de la cabeza, a la espalda y a la frente, la cabeza
o el tronco del paciente se inclina rápidamente hacia la mano del
operador como una aguja suspendida hacia un imán que se acerca.
Sugestión, simple sugestión mediante gestos, explica el profesor.
En la cama número 4 yace un paciente hasta ahora no hipnoti-
zado. Lo ponen a dormir casi de inmediato, el profesor dice en voz
baja y persuasiva, algo como lo siguiente: “¿Tiene dolor ahora? ¿Sí?
Pero pasará; mira, disminuye; tus ojos se vuelven pesados, pesados; sí,
crecen… pesan… y tienes ganas de dormir… Es bueno que duermas…
duermas… bien… bien… Ahora duermes… ¿Entiendes?… ¡duermes…
duermes!” Y ya está: en menos de tres minutos está dormido. El
doctor lo prueba levantando repentinamente un brazo y soltándolo.
Si el paciente no está dormido, naturalmente mantendrá el brazo
suspendido, sin saber lo que el doctor desea de él. Si está dormido,
el brazo caerá pesadamente tan pronto como lo suelte. Si se levanta
el párpado, se ve el globo ocular enrollado hacia arriba y fijo. Clava
un alfiler en cualquier lugar, él no lo siente: es un cuerpo inerte,
irresistible, que puedes tallar y cortar, quemar y pellizcar como
quieras, sin que él sepa que algo está ocurriendo.
Mientras estábamos en esta cama, otro paciente, un hombre
asmático y muy sensible, entró en la sala y saludó al profesor. Este
último simplemente dijo “¡Duerme!” y allí, en seco, mientras estaba
de pie, cayó en el olvido. Entonces, el menor indicio de que vio,
Experimentos con el Dr. Bernheim 237

sintió, escuchó o probó algo fue instantáneamente aceptado. El


doctor, señalándome, le dijo: “Conociste a este caballero ayer en la
Plaza Dombasle y perdió algo”. El paciente dijo que sí, lo recordó
todo, y luego inventó una escena que se ajustaba a la sugestión. Con
alegría dijo que había perdido mi bolso, llamaron a la policía, buscó
y encontró el bolso. Yo le había dado dos francos como recompensa,
se había gastado el dinero en licor, se emborrachó, se enzarzó en una
pelea y ¡se despertó esta mañana de alguna manera en el Hospital
sintiéndose mal, con dolor de cabeza y mal sabor en su boca!
El Dr. Bernheim fue a ver a otro paciente, un convaleciente,
una persona de buen carácter, lo hipnotizó en un instante y le dijo
que cuando volviera en sí mismo mirara hasta que hubiéramos
ido al extremo de la sala, y luego mirara con cautela la cama de
otro hombre, en el lado opuesto de la habitación, y robara algo de
él. Despertándolo, el profesor nos condujo de cama en cama hasta
llegar al final de la sala, donde nos detuvimos como si estuviéramos
mirando a otro paciente, pero en realidad vigilando al que tenía la
sugerencia de actuar delictivamente.
Pensando que nosotros no le prestábamos atención, se levantó,
miró a derecha e izquierda como para ver si la costa estaba despe-
jada, cruzó rápidamente a la cama indicada por el doctor, robó
algún pequeño objeto que ocultó en su mano, regresó a su propia
cama y lo metió debajo de la almohada. El doctor regresó entonces
y, con una expresión severa, preguntó qué había estado haciendo
en la cama de enfrente, expresando que estaba convencido de que
había robado algo y, por lo tanto, por primera vez se había conver-
tido en un ladrón. El rostro del hombre se sonrojó, bajó los ojos,
pero en ese momento miró al doctor directamente a la cara y negó
que hubiera tomado algo. “¿Por qué me mientes, amigo? Te vi ir y
tomar algo”. La víctima intentó, pero en vano, ceñirse a la falsedad
y mientras el doctor avanzaba hacia la cama, se anticipó a él, sacó
el objeto robado, una caja de rapé, de debajo de su almohada y se
quedó de pie con el aspecto de un ladrón detectado. Siendo presio-
nado para que dijera por qué lo había hecho, ya fuera voluntario o
por sugestión, dijo que lo había hecho enteramente por su propia
voluntad sin que el doctor se lo pidiera: había visto la caja allí, se le
antojó, fue y la tomó. Luego, el doctor volvió a hipnotizarlo, le dijo
que se olvidara de toda la transacción y le prohibió que volviera a
recibir una sugestión tan inmoral de nadie. Por lo tanto, me dijo
el doctor, mató en el germen cualquier posible efecto maligno que
la sugestión pudiera haber tenido posteriormente sobre el sentido
moral del hombre. Dejemos que mis lectores tomen la advertencia e
invariablemente contrarresten y extirpen cualquier predisposición
238 H ojas de un viejo diario

errónea que puedan haber engendrado por sugestión en la mente


de un paciente hipnotizado o mermerizado mientras están bajo su
control, de lo contrario incurren en una terrible responsabilidad.
En la cama número 14 yacía un hombre de complexión angular,
tez pálida y ojos azules, que sufría de reuma en la articulación de
la rodilla. La articulación estaba rígida y muy hinchada, y era tan
dolorosa que el hombre no podía soportar ni siquiera el peso de la
ropa de cama. Pasaba noches sin dormir, atormentado por el dolor.
En dos minutos, el profesor Bernheim lo había arrojado al letargo
hipnótico, insensible a todo; nos dejó tocar, presionar, golpear y
levantar su rodilla inflamada. Le dijeron en pocas palabras que la
inflamación aguda comenzaría a disminuir, que el dolor desapa-
recería, que podría soportar tocarlo y manipularlo, y que podría
doblar y estirar la rodilla lesionada tanto como quisiera. Se despertó,
bostezó como de un sueño profundo y natural, y al vernos alre-
dedor de su cama, pareció sorprendido y miró inquisitivamente de
uno a otro: evidentemente había olvidado todo lo que había pasado.
“¿Y cómo estás, mi hombre?” preguntó el profesor; “¿Cómo está
tu rodilla?” “¿Rodilla?” repitió él, “Bueno, M. le Docteur, es como
antes”. “No, estás equivocado, amigo mío; el dolor se ha ido”. El
paciente pensó, se palpó la rodilla, no encontró ningún dolor allí
y con alegría le dijo al paciente en la cama de al lado: “¡Vraiment
c’est partie, la douleur aiguë!” (Realmente, el dolor agudo se ha ido).
“Y ahora puede moverla”, continuó el profesor. “Inconcebible, M.
le Docteur”, replicó el enfermo. Asegurándose de que podía, y al
recibir la orden de que lo intentara, con mucha cautela extendió
el pie, luego más y más hasta que la pierna se enderezó. Gritó a
todos sus vecinos que vieran el milagro, y seguimos adelante. Todo
el asunto no había ocupado cinco minutos. Después de eso vi al
hombre todos los días durante una semana y no hubo recaída, y
estaba recuperándose rápidamente.
El joven epiléptico en la cama 3 bis del pabellón IX fue objeto de
un interesante experimento. Fue hipnotizado fácilmente mientras
estaba comiendo su cena. El doctor hizo que siguiera comiendo
mientras dormía, y mientras estábamos allí, terminó su comida
y le quitaron el plato. Pero siguió comiendo, “cenando con Duke
Humphrey”, como si el plato y la comida todavía estuvieran allí.
Después de dejarlo seguir así durante un cuarto de hora, se despertó
e inmediatamente gritó pidiendo su cena, negando que la hubiera
comido y quejándose de tener tanta hambre que le dolía el estó-
mago, que tenía calambres. Aunque le mostraron el plato vacío, él
no lo creyó y acusó a la enfermera de haberle robado la cena. Por fin
volvió a estar hipnotizado, le dijeron que recordara haber comido,
Experimentos con el Dr. Bernheim 239

se despertó de nuevo y, cuando se le preguntó si tenía hambre, dijo


que había comido lo suficiente y que estaba satisfecho.
Un anciano en la cama 12 fue hipnotizado y le dijeron que ayer
estaba en París y estaba electrificado. Fue curioso observar el desa-
rrollo de esta sugestión. Continuó contándonos que había estado
en París y, al cruzar la Plaza de la Concordia, había visto allí a un
hombre con un aparato eléctrico y había recibido una descarga. El
recuerdo fue tan vívido que volvió a agarrar los tubos terminales
de la batería, volvió a sentir la corriente corriendo a través de él,
se retorció y se retorció hasta que ya no pudo soportar (la maya);
intentó, pero no pudo soltar los tubos; gritó para ser liberado, fue
liberado y se dejó caer en la cama exhausto, con el sudor rezumando
por toda su frente y mojando su cabello. Era la realidad misma, pero
nada más que una ilusión, el producto de una sugestión. Durante
algunos minutos después de despertar siguió frotándose el brazo y
quejándose del dolor que le había causado un tratamiento eléctrico
que le habían hecho. Entonces se eliminó la ilusión y una vez más
se sintió más cómodo.
En el pabellón de mujeres N.º XIII había una joven de 24 años,
histérica, que se había sometido a un largo curso de sugerentes tera-
pias. Era una persona inquieta y de mal genio, y en sus crisis neuró-
ticas podía resultar molesta y rebelde con el cirujano de la casa
cuando intentaba hipnotizarla. Él la había tratado con éxito, pero no
había logrado destruir su sensibilidad al tacto y al contacto con un
imán, cuando estaba despierta. Al llegar a su cama, el Dr. Bernheim
la hipnotizó y le sugirió que al despertar vería un bonito ramo de
flores en su cama. Al despertar, lo vio, olió las flores imaginarias
y siguió los movimientos de poner el ramo en el vaso vacío de su
mesita de noche. De repente, ella cayó en una crisis histérica, tras
lo cual el doctor de rostro y aspecto amable mostró su latente deci-
sión de carácter. Cuanto más se rebelaba ella para no aceptar sus
sugestiones, más positiva y perentoriamente las repetía él; cuanto
más se torcía, más severa se volvía su voz; por fin, el salvaje rebelde
sucumbió, y él le impuso cualquier idea sugerida que eligiera.
La joven de la cama 1 del pabellón femenino XIII era un sujeto
muy interesante. La llamaremos Hortense; era soltera, de buen
aspecto y con una dulce sonrisa, era muy sensible y, evidentemente,
una persona joven de carácter impecable. Sufría de dolores gástricos
e insomnio. A la primera palabra del doctor, durmió tan tranqui-
lamente como una niña. Le dijo que le había quitado al cartero
una carta de su hermana y, al pedirle que la leyera, siguió redac-
tando con fluidez una carta en alemán (es de Alsacia). El doctor
sugirió entonces una canasta de ricos duraznos, los vio y procedió
240 H ojas de un viejo diario

a distribuirlos generosamente entre nosotros. Entonces se sugirió


un perro cubierto de barro, se echó encima de sus pulcras faldas y
trató de alejarlo. Entonces el doctor nos dio un espléndido ejemplo
del maravilloso hecho de “inhibición”. Estando hipnotizada, él le
dijo cuando estuviera hipnotizada, que al despertar, ella no lo vería
ni sentiría su toque, ni oiría su voz, a ella le parecería como si no
estuviera. Al despertarla, el Dr. Simon le preguntó dónde estaba
el Dr. Bernheim, diciendo que todos nos habíamos alejado por un
momento, dejándolo junto a su silla. Nos miró a cada uno de noso-
tros, el Dr. Bernheim entre los demás, y dijo que no lo sabía, que
habría ido a la otra sala. “Pero yo estoy aquí, Hortense ¿no me ves?
dijo el doctor en un tono bastante alto. Parecía sorda a su voz, aunque
en realidad él se paró a su lado y siguió charlando con el Dr. Simon.
Entonces el Dr. Bernheim le gritó al oído, le pasó la mano por la
cara, le pellizcó la oreja, le hizo cosquillas en la nariz y el rabillo
del ojo con una pluma; luego le rascó la córnea con la punta de
un cuchillo, levantó un costado de su vestido y le pinchó la pierna
por debajo y por encima de la rodilla, pero ella no dio señales de
haber visto, oído o sentido lo que estaba haciendo. Pero cuando el
Dr. Simon hizo como si fuera a levantar el otro lado de su falda para
examinar la otra extremidad, ella se sonrojó por la modestia ofen-
dida y le apartó la mano. Era evidente que el Dr. Bernheim, por el
momento, había sido borrado en lo que respecta a sus sentidos. El
lector ahora comprenderá el valor de la afirmación que hice en el
primer capítulo de “Hojas de un viejo diario” en The Theosophist de
marzo de 1892 (nota a pie de página), sobre la supuesta desaparición
repentina de un Adepto copto del sofá en el que estaba sentado en
la habitación de HPB en El Cairo. No hay diferencia alguna entre
esto y el caso del Dr. Bernheim en lo que respecta al principio
psicológico involucrado, ambos son ejemplos de “inhibición” de los
sentidos; pero existe esta diferencia en los detalles, que nuestro
hipnotizador pronuncia audiblemente su orden, mientras que el
adepto oriental simplemente lo piensa.
Pero Hortense nos brindó otra instrucción aún más seria. El
Dr. Bernheim dijo, señalándome: “¿Conoce a este caballero?” “No,
señor”, respondió ella; “Lo veo ahora por primera vez”. El doctor
le dijo que estaba equivocada, que me había encontrado en la calle
el día anterior, que me hubiera gustado tenerla como amante,
que había acordado un salario de fcs. 100 por mes, y de hecho le
había pagado fcs. 25 a cuenta del salario del primer mes. El rostro
de la niña expresó primero indignación por el hecho de que se
la tomara como tal, pero reflexionó sobre ello como si probara
la historia de memoria, su rostro cambió, una expresión menos
Experimentos con el Dr. Bernheim 241

noble la cruzó, nos miró al doctor y a mí atentamente y luego dijo:


“¿Por qué, ciertamente, cómo pude haberlo olvidado? Todo vuelve
a mí ahora”. Diciendo eso, se levantó y me dijo que estaba lista.
“¿Lista para que?” preguntó el Dr. Bernheim: “Para ir con el señor”.
“Pero, Hortense, reflexiona un momento, no puedes hacer eso, eres
una chica virtuosa, y además, ¿qué pensarán tu hermana y otros
parientes?” “No me importa mi familia”, gritó con petulancia; “No
son nada para mí. El señor me habló ayer muy amablemente, me
ofrece un buen sueldo, me ha pagado algo a cuenta, así que iré
con él”. “¿Pero dónde?” preguntó el Dr. B. “Donde quiera”, dijo.
“¿Y hacer qué?” “Lo que quiera”. Sin decir nada, me alejé hacia la
puerta de la sala, caminé por el pasillo y bajé dos o tres escalones de
la gran escalera. Hortense me siguió pisando los talones sin decir
una palabra. Me detuve en las escaleras y le pregunté adónde iba.
“Con usted, monsieur” respondió ella. “¡Ah! sí; ahora lo recuerdo”,
dije; “Pero primero volvamos por un momento, ya que no le dije
adiós al Dr. Bernheim”. Me siguió de regreso, el Dr. Bernheim la
deshipnotizó, le ordenó que se olvidara de todo lo que había pasado
y pasamos a otra cabecera. La vi varios días después, pero no mostró
señales de que algo de naturaleza inusual hubiera pasado entre
nosotros. Le pregunté al profesor si realmente creía que la joven
me habría seguido hasta mi hotel y se habría entregado a mí. Él
respondió que seguramente lo habría hecho, y casos de ese tipo ya
se habían presentado ante los tribunales legales; la naturaleza moral
estaba en tales casos completamente paralizada por el momento. La
sugestión finalmente desaparecería, pero mientras tanto la víctima
sería absolutamente impotente para protegerse. Recomiendo el
tema a la atención de personas, hombres o mujeres, viejos o jóvenes
que, sin pensar, se dejan hipnotizar por el primero que llega. Aquí
hemos visto a una chica virtuosa obligada a entregarse al placer de
un hombre extraño, y a un hombre honesto convertido en ladrón y
mentiroso. Tenga cuidado con el hipnotizador cuya perfecta pureza
y benevolencia de propósito y habilidad experimental no conoce.
Hay menos riesgo al entrar desarmado en la guarida de un tigre que
al exponerse indiscriminadamente.
El profesor Bernheim hizo otros experimentos para mí, pero lo
anterior será suficiente para mostrar su gran habilidad y su inmensa
bondad hacia su visitante indio. Almorzamos juntos ese día y su
conversación fue sumamente interesante e instructiva, como se
puede imaginar. Como todos sus planes estaban hechos para llevar
a su familia a suiza a la mañana siguiente, no pudo realizar un curso
completo de experimentos conmigo como deseaba, pero amable-
mente me entregó a los Dres. Simon y Sterne, con quienes completé,
242 H ojas de un viejo diario

en la medida de mis posibilidades, las investigaciones que me


llevaron a Nancy. Se relacionaban principalmente con el problema
de la metaloterapia (el supuesto efecto patológico de ciertos metales
al contacto con la piel de personas de diferentes temperamentos)
y con la acción de los fármacos a distancia. El Dr. Burcq, de París,
llamó primero la atención de la Facultad de Medicina sobre el
primero y le dio su nombre, mientras que el Dr. Luys, Director del
Hospital La Charité, fue el padrino del segundo.
En mi artículo sobre las investigaciones de la Salpêtrière relaté
un único experimento que me hizo el Dr. Guinon con una mujer
en la que se provocó la contracción muscular del brazo colocando
una moneda de oro en su muñeca, pero en Nancy nuestros expe-
rimentos fueron mucho más serios. Tenía conmigo un soberano
inglés, una moneda de 1 franco de plata, una moneda de cobre, una
moneda de 2 francos de plata, un cuarto de águila estadounidense
(oro) y una pastilla de azúcar para la tos. Todos estaban envueltos
en papel y, por supuesto, indistinguibles entre sí. Los probamos dos
veces con la niña histérica turbulenta, varias veces con Hortense,
también con otra paciente, y con un niño de 9 años en la Sala de
Niños N° 7; los probamos tanto envueltos como descubiertos, y
ninguno de ellos produjo el menor efecto a menos que los médicos
sugirieran que este metal haría esto y aquello, y los otros algo dife-
rente. Por sugerencia, el oro hizo reír a un paciente, llorar a otro;
la plata hizo cantar a uno, causó una ampolla en otro; y el cobre,
de manera similar, hizo estornudar a uno, a otro toser. En un caso,
el paciente fue dormido, no hubo efecto ni de las monedas ni de la
pastilla de azúcar, incluso cuando se recurrió a la sugestión, la razón
es, como me dijeron, que el paciente se había hundido tan profun-
damente en la catalepsia que incluso las sugerencias del doctor no
llegaron a su consciencia interior. Con Hortense, el más excelente
sujeto en el Hospital, ningún efecto normal siguió a la aplicación de
ninguno de los dos metales, pero cuando le dijeron que la pastilla
era de oro y la quemaría, instantáneamente la quitó y comenzó a
frotarse el brazo, sobre el cual un enrojecimiento de la piel fue
observable en el punto de contacto. En el caso de la niña proble-
mática, al principio parecía sensible al oro y la plata, pero indife-
rente al cobre, mientras que eran visibles para ella, pero cuando
estaba envuelta en papel e indistinguibles, todos demostraron ser
igualmente inertes. Varié todos estos experimentos, muchas veces,
siempre con el mismo resultado. La escuela de Nancy, como se
señaló antes, atribuye los resultados de Salpêtrière de este tipo, a la
mera sugestión y, por supuesto, sería justo para mí aplicar la misma
regla a sus propias pruebas; su incredulidad en que la metaloterapia
Experimentos con el Dr. Bernheim 243

pueda influir a sus pacientes hipnóticos para que resistan la acción


de los metales tiene tanto potencial, como la creencia contraria de
la escuela del profesor Charcot, que podría causar que los pacientes
hipnotizados fueran sensibles a ellos. Pero, ¿qué hay de mi propio
caso? En todo caso, me incliné por la teoría de Burcq y Charcot de
que los metales afectan a las personas; de hecho, incluso podría ir
más allá y decir que realmente lo creo. Sin embargo, los pacientes
en Nancy, aunque me fueron entregados para experimentar como
yo quisiera, y probé y probé de muchas maneras, no se vieron afec-
tados por mis monedas de oro, plata o cobre, y fueron poderosa-
mente afectados, por sugestión, por ¡la tableta simple e inerte de
azúcar! Lo dejo, por tanto, con el veredicto escocés, “no probado”.
Se verá que la cuestión es muy delicada y estamos muy lejos
de haber llegado al fondo. Los experimentos de Nancy son intere-
santes e importantes, pero así podemos decir que fueron las muy
numerosas observaciones hechas por diferentes experimentadores
mesméricos sobre los efectos de las sustancias metálicas sobre sus
sujetos. No puede ser del todo seguro que un médico de la categoría
del Dr. Burcq pudiera haberse equivocado por completo respecto a
que la influencia de los metales en los pacientes enfermos fuera tan
marcada como para justificar que los informara a la Academia de
Medicina como base para un nuevo sistema terapéutico. Entonces,
nuevamente, hay muchas personas que, al tocar el bronce, prueban
su peculiar aura en sus lenguas; además, ¿qué podemos decir sobre
el hecho bien conocido de que un glóbulo de mercurio sostenido en
la palma de la mano a veces produce salivación? Por último, están
las delicadas y múltiples investigaciones del barón von Reichenbach,
cuya eminencia como químico metalúrgico es histórica, y sobre
cuyos descubrimientos se hablará algo en el próximo capítulo.
CAPÍTULO XXII
La señora Besant da el
adieu a los secularistas
1891

P
ASAMOS ahora a la cuestión de la acción de las drogas a
distancia. No pude probar el experimento con medicamentos
embotellados porque el asunto había sido aplazado para mi
último día en Nancy, los frascos experimentales en el laboratorio
del Hospital estaban vacíos y no podía esperar para llenarlos. Pero
de todo el personal, incluido el Dr. Bernheim, escuché que habían
probado el asunto a fondo muchas veces y descubrí que la acción
del fármaco en tales circunstancias se debía a una sugestión. Un
boticario de Nancy había repetido el experimento del Dr. Luys una
y otra vez, hasta que se convenció perfectamente de que la teoría
del eminente sabio, sobre que las drogas afectarían a las personas a
distancia, era correcta. Luego le pidió al Dr. Bernheim que probara
el experimento por sí mismo. El profesor tomó ocho frascos de
vidrio marrón oscuro, tan opaco que no permite ver a través, y
los llenó de escammonía, eméticos, estricnina, un salivante, etc., y
uno con agua pura destilada. Los frascos estaban numerados, pero
no marcados para que ninguno de los experimentadores pudiera
conocer el contenido, también estaban sellados herméticamente.
Ninguno produjo sus propios síntomas en un paciente. Después
de dedicar cinco horas a las pruebas, por fin tanto el profesor
como el boticario quedaron satisfechos de que cualquier acción
que se hubiera producido habría sido provocada únicamente por
sugestión. Bernheim me dice que ha repetido todos los experimentos
246 H ojas de un viejo diario

publicados por Charcot, con resultados contradictorios. Entre otras


cosas, ha producido una ampolla artificialmente por sugestión
hipnótica, y por sugestión ha evitado que una ampolla de mosca
real se abriera; mientras que sobre el mismo paciente, al mismo
tiempo, otra ampolla, hecha exactamente igual que la otra y de
materiales idénticos, ampolló la piel por sugestión.
Nuevamente digo que no considero el caso cerrado, porque la
evidencia no está completa. Hace algunos años, como he relatado en
un capítulo anterior, asistí a algunos experimentos realizados en la
ciudad de Nueva York por el profesor J. R. Buchanan, en la percep-
ción psicométrica de las propiedades de drogas secas envueltas en
papel en el que no había marcas externas distintivas. Las pruebas se
realizaron en presencia de varios reporteros de periódicos, y otras
personas. Había cantidades iguales de sustancias tan diferentes
como ácido tartárico, opio, jengibre, quinina, carbonato de sodio,
sal, pimienta de cayena, pimienta negra, azúcar, etc., todas en polvo
y todas preparadas como polvos por el boticario. Aproximadamente
ocho o diez de la empresa, si no me falla la memoria, fueron selec-
cionados para los experimentos. Los paquetes se colocaron en un
sombrero, se agitaron y se pasaron a los experimentadores, quienes
sacaron uno. Luego se les pidió que los sostuvieran en la palma
de la mano cerrada, que se volvieran pasivos, que no tuvieran
ideas preconcebidas y que vieran si podían saber qué había en
los paquetes. La mayoría fracasó, pero dos de ellos tuvieron éxito
con sus paquetes, y también con otros que se les dieron sucesiva-
mente para que los guardaran. Un joven, de unos 25 años, distin-
guió rápidamente la sustancia bajo su observación, y se verificó la
exactitud de sus impresiones abriendo los papeles y examinando el
contenido. Entonces, nuevamente, si no me equivoco, deberíamos
considerar como una forma superior de esta misma facultad,
ese poder intuitivo que poseen muchos clarividentes, de ver qué
remedio, químico, vegetal u otro, es específico para la enfermedad
que es detecta clarividentemente en el paciente. Si no postulamos
la existencia de auras en todos los reinos de la naturaleza, difí-
cilmente podríamos entender, bajo ninguna hipótesis de sentido
común, los diferentes fenómenos arriba enumerados; mientras que,
concediendo las auras, y también una cierta condición de sensibi-
lidad nerviosa hacia ellas en el individuo, se explica el misterio.
Podemos complementar estas observaciones con una referencia al
barón Von Reichenbach. Su obra clásica y famosa apareció tradu-
cida al inglés en 1850; una edición fue publicada por el difunto
Dr. Gregory, profesor de química en la Universidad de Edimburgo,
y la otra por el famoso pionero del mesmerismo, el Dr. Ashburner.
La señora Besant da el adieu a los secularistas 247

Von Reichenbach fue uno de los más grandes químicos de su época,


el descubridor de la glicerina y la creosota, y era conocido por sus
investigaciones metalúrgicas. El anuncio de su descubrimiento de
una nueva y potente fuerza de la naturaleza, a la que llamó Odyle,
atrajo sobre él los malévolos ataques de contemporáneos cuya
envidia y malicia despertaron la grandeza de su éxito. Ni siquiera,
después de cincuenta años de intervalo, se le ha hecho justicia, pero
el karma puede esperar. El punto principal de su descubrimiento
fue que existe en la naturaleza una fuerza que no es ni electricidad
ni magnetismo, pero que, sin embargo, tiene polaridades como
ellas; fluye en ángulo recto con la corriente eléctrica, impregna
todo el globo, afecta a todos los diferentes reinos de la naturaleza
y se extiende por todo el espacio, siendo cada orbe celeste aparen-
temente, como nuestra tierra, un centro focal del mismo. El Barón
hizo experimentos durante años con varias personas de ambos
sexos y diferentes condiciones sociales, algunos inválidos, otros con
buena salud, lo que demostró que esta fuerza cuando se asocia con
cristales y otros cuerpos, incluido el cuerpo humano, tiene tanto
luminosidad como polaridad. Dividió los positivos y negativos en
grupos, cuya lectura es muy instructiva: los odylo-negativos daban
a los sensibles una sensación de calidez, los odylo-positivos a uno
de frío. El lector encontrará la clasificación en las páginas 177-9 de
la traducción del Dr. Gregory.
Al tacto, casi todos los metales se sentían calientes en la mano,
pero también todos producían las emanaciones que el paciente
llamaba aire frío. En el orden de su energía eran casi así: cromo,
osmio, níquel, iridio, plomo, estaño, cadmio, zinc, titanio, mercurio,
paladio, cobre, plata, oro, hierro, platino. Una delgada placa de
cobre, de casi 0,50 m2, colocada cerca y enfrente de la cama del
paciente, provocaba la sensación de una corriente viva de aire
fresco, que poco a poco parecía penetrar toda la cama y era muy
agradable para el paciente. Una placa de zinc del mismo tamaño
produjo un efecto similar, pero no tan poderoso. Las planchas de
plomo y hierro eran aún más débiles.

Cuando la superficie de un espejo se giró hacia el paciente, el efecto


fue marcado.
La radiación del metal pulido a través del vidrio difundió ese frío
etéreo y delicioso que se describe en la sección 182 como proce-
dente del azufre y el yeso, también a través del vidrio. Ella sintió
toda su persona, de la cabeza a los pies, invadida por una placen-
tera sensación de comodidad.
248 H ojas de un viejo diario

Pero el hecho aplastante para los oponentes de la teoría de que las


sustancias pueden actuar a distancia, es que el Barón pudo conducir
las emanaciones de metales a través de cables a distancias de más de
100 pies. Por ejemplo (op. cit., p. 150):
La Sra. Reichel sintió que el azufre difuminaba la frescura a 38 m.
Asombrado por esto, probé una placa de cobre de más de 0,38 m2.
Difundió calor a una distancia de 29 m.
Una placa de hierro, de 0,55 m2, se sintió caliente a ............. 44 m
Lámina fina de plomo del mismo tamaño............................... 23 m
Lámina de estaño ................................................................... 21 m
Plancha de zinc ...................................................................... 19 m
Papel plateado (genuino) de 0,09 m2 ....................................... 7 m
Papel dorado (genuino) de 0,28 m2 ....................................... 20 m
Una placa de electróforo de 0,15 m de diámetro.................... 30 m
Un espejo de aproximadamente 1 m2 .................................... 32 m
Una pequeña botella de gas oxígeno ...................................... 6 m
Varias otras sustancias, como utensilios de latón, vasijas de porce-
lana, vidrio, superficies de piedra, papel de colores, 60 tablas de
madera, lino, puertas abiertas o cerradas, lustres suspendidos del
techo, árboles, seres humanos, caballos, perros, gatos acercán-
dose a ella, charcos de agua, principalmente después de haber
estado mucho tiempo expuestos al sol; en fin, todo lo material
actuaba sobre ella, difundiendo en unos casos calor, en otros
frialdad; y muchas cosas actuaron con tanta fuerza que llamaron
su atención y la fastidiaron; otros tan débilmente que, acostum-
brándose a ellos, ya no los miraba.
De los resultados anteriores dedujo un principio general, que
formula con las siguientes palabras:
Todos los cuerpos sólidos en contacto con personas suficiente-
mente sensibles provocan sensaciones peculiares, que difieren en
grado según su naturaleza química; estas sensaciones son prin-
cipalmente las de un evidente cambio de temperatura como frío,
tibio o cálido, con el que una sensación agradable o desagradable
sigue el ritmo más o menos uniformemente. Por último, estas reac-
ciones son en todos los aspectos similares a las producidas por la
fuerza de imanes, cristales, la mano humana, etc.

Y ahora, para evitar la verborrea, concluiré con unas pocas


palabras sobre el descubridor de “la sugestión terapéutica”, cuyo
futuro parece tan prometedor como agente curativo para la raza
La señora Besant da el adieu a los secularistas 249

humana. Este benefactor público es un médico francés llamado


Ambroise August Liébault, natural de Favières, en el departamento
de Meurthe et Moselle. Nació el 16 de septiembre de 1823 y fue el
duodécimo hijo de sus padres, que eran agricultores. Querían que
fuera sacerdote y lo pusieron a estudiar con ese propósito, pero él
sintió que no era su vocación y tomó los estudios de medicina y a su
debido tiempo obtuvo el título de Bachillerato en Artes; el de doctor
en Medicina lo tomó en 1851 en Estrasburgo. El informe del Comité
de la Academia Francesa de 1829 sobre magnetismo animal le inte-
resó mucho y probó la teoría mediante muchos experimentos prác-
ticos. Más tarde, el informe del gran cirujano Velpeau a la Academia
Francesa sobre el tema del Braidismo, es decir, el Hipnotismo, le
hizo continuar sus investigaciones con más ardor, y resultaron en
el descubrimiento de la Sugestión Terapéutica (la curación de la
enfermedad por sugestión), que dio a conocer su nombre en todo
el mundo médico. Se vio obligado a continuar con mucha cautela
en la difusión de su teoría debido a la oposición prejuiciosa de la
profesión, y finalmente se trasladó en 1864 a Nancy, donde espe-
raba encontrar un ámbito más libre y una intolerancia menos
dogmática. Pero se decepcionó, porque la Facultad del Colegio ni
siquiera lo escuchó o miró sus experimentos, considerándolo como
un innovador loco. Incluso lo habrían perseguido como charlatán
si no hubiera limitado sus tratamientos hipnóticos a las clases más
pobres, curando sus enfermedades sin dinero y sin precio.
Cuando le digo al lector que este tipo de cosas se prolongó
durante dieciocho años, que él siempre desempeñó el papel de
benefactor público, y sus orgullosos colegas que permanecían al
margen, Bernheim incluido, se verá cuán leal fue Liébault a la
verdad que descubrió, cuán persistente en el bien altruista. La
facultad fue unánime en la afirmación de que estaba loco porque no
cobraba honorarios a los pobres enfermos que llenaban su consul-
torio. Pero la marea cambió por fin: después de haber hipnotizado
a diez mil pacientes y producido infinidad de curas, algunas de
carácter casi milagroso, un amigo del profesor Bernheim testificó
personalmente a este último sobre lo que había visto en la clínica
de Liébault, y el Dr. B., todavía demasiado precavido, vino, vio,
probó, volvió a probar, manejó a los pacientes a su manera, probó
algunos en el Hospital, tuvo éxito y, con el coraje moral que carac-
teriza a las grandes almas, dio un paso adelante como discípulo,
defensor e intérprete del perseverante, generoso y humilde doctor
de Nancy en la Rue-Grégoire. Por supuesto, atrajo con el tiempo
al resto de la Facultad de Medicina y a hombres no médicos, como
el profesor Liegois y otros cuyos nombres ahora se celebran, y la
250 H ojas de un viejo diario

escuela de sugestión terapéutica de Nancy se convirtió en un hecho,


y Bernheim en su profeta. Desde el principio, su principal antago-
nista fue la escuela Charcot de La Salpêtrière, que incluye algunos
defensores muy inteligentes y de renombre mundial, por lo que
toda la profesión se divide ahora en dos grupos, y la amarga contro-
versia se extiende a lo largo de la línea.
Casi como un peregrino ante un santuario, llamé un día a la
pesada puerta de madera en la pared que encierra la casa y el jardín
del Dr. Liébault. En ese momento se abrió y apareció ante mí, incli-
nándose cortésmente, un anciano caballero, de pelo corto, canoso y
barba abundante, nariz recta, boca firme, expresión seria y decidida,
frente amplia, bien redondeada en la región superior la que, freno-
lógicamente hablando, es la de las facultades intelectuales. Presenté
mi tarjeta y mencioné mi nombre, después de lo cual el anciano
me tomó la mano con afecto, expresó que me conocía bien a través
de amigos mutuos y me invitó a entrar. Era un jardín pequeño,
con senderos de grava y densamente plantado de arbustos en flor,
árboles frutales y de sombra. Un giro a la derecha nos llevó a la
casa y, como hacía buen tiempo, nos sentamos en los asientos del
jardín. Después del habitual intercambio de cortesías, entablamos
una larga conversación sobre hipnotismo y temas afines, que fue de
lo más interesante. Me presentó a su esposa y a su hija, esta última
una niña dulce, evidentemente la luz de sus ojos. Me invitaron a
cenar, y el doctor me mostró con honesto orgullo una espléndida
estatua de bronce de Mercié de “David matando a Goliat”, que le
había sido entregada el 25 de mayo de 1890 por varios médicos
eminentes de diferentes tierras en ocasión de su retiro formal de
la práctica. Habían acudido en masa a Nancy desde sus diferentes
y lejanas tierras para ofrecer su homenaje al veterano psicólogo, le
habían ofrecido un banquete público y habían puesto en sus manos
un álbum lleno de sus fotografías firmadas. Estos tardíos honores
no habían echado a perder al anciano en lo más mínimo, fue lo más
modesto y gentil posible al hablar de ellos y de su triunfo realizado
en la vejez, sobre el intolerante prejuicio profesional contra el que
había tenido que luchar durante veinte largos años. En broma le
dije que el artista Mercié simbolizó bien en su bronce la batalla
del doctor y la victoria sobre la Ignorancia. He conocido a grandes
hombres en mi época, pero nunca a uno que luciera su grandeza
con más humildad y sin pretensiones que el Dr. Liébault. Tengo una
lista de los colaboradores de este testimonio, que suman sesenta y
un nombres, todos bien conocidos, muchos eminentes en la profe-
sión médica en Alemania, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, España,
Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Holanda, Italia, Rusia,
La señora Besant da el adieu a los secularistas 251

Suecia y Suiza. La Revue de l ’Hypnotisme de junio de 1891 contiene


un informe completo del banquete y los conmovedores discursos
de M. Dumontpallier de París, Van Renterghem de Amsterdam, y la
respuesta del Dr. Liébault. El Dr. van Renterghem expresó un gran
hecho al decir:
Ha sucedido a menudo, ¡ay, demasiado a menudo! como muestra
la historia, que los pioneros, los obreros de la primera hora, han
tenido, como única recompensa por todos sus esfuerzos y sacrifi-
cios, solo el desprecio y la indignación. Son raros y pueden contarse
los casos en que vidas tan admirables han sido coronadas con honor
y gloria. Pero aquí se produce un hecho tan raro, y recordando la
injusticia con la que la humanidad ha hecho sufrir tantas veces a sus
benefactores, nos sentimos felices de estar en el camino de reparar
la injusticia de la que un benefactor público ha sido víctima durante
mucho tiempo, mucho más dado que la injusticia se ha soportado
de la manera más noble. Con mayor frecuencia, las grandes almas,
ignoradas, se dejan caer en la desesperación y la misantropía. Pero
testifiquemos francamente que no se puede imaginar un hombre
menos rencoroso, menos misántropo que el venerado M. Liébault.
Alexander von Humboldt dijo que la primera condición del genio
es la paciencia. Coincidirá conmigo en que, en este sentido, el señor
Liébault ha superado a todos los genios de su tiempo.
Cito esto corroborando mi estima por este querido altruista, en
cuya compañía pasé deliciosas horas durante mi visita.
Cuando lo pienso, todos practicamos la sugestión todos los días
de nuestra vida: como padres, al dar a los niños nuestras reglas
de conducta; como hombres de negocios, persuadiéndonos unos
a otros según nuestros intereses; como abogados, persuadiendo a
jurados y jueces; como predicadores, ganando gente para nuestras
sectas; y como sacerdotes, manteniéndolos en los senderos rectos
de nuestras doctrinas: el médico cura a su paciente sugiriéndole
esperanzas de recuperación y la eficacia de las medicinas; la bandera
en la vanguardia de la batalla es una sugerencia de que la nación
honra a sus valientes; el amante sugiere felicidad doméstica a su
amada, y así sucesivamente a lo largo de toda la maraña de rela-
ciones humanas. Finalmente, mediante la práctica del Yoga nos
enseñamos a sugerirnos el autocontrol y el desarrollo de potencia-
lidades espirituales latentes. Desde el nacimiento hasta la muerte,
toda la familia humana actúa y reacciona entre sí mediante el inter-
cambio de pensamientos, llamado sugestión psíquica, y mediante la
mezcla de auras, lo que resulta en relaciones mutuas de simpatía,
cuyo resultado ideal debería ser, en ese lejano día en que la huma-
nidad habrá progresado, el establecimiento de un reino de buena
252 H ojas de un viejo diario

voluntad en la tierra y una hermandad amorosa de naciones. Y el


descubridor moderno de este poder que los buenos pueden usar
como dioses, benéficamente, y los malos, como demonios con un
egoísmo infernal, fue el Dr. Liébault, fundador de la escuela de
hipnotismo de Nancy.
Dejé Nancy el 21 de agosto para Spa, viâ Longwy y Luxemburgo.
Por la estupidez de los funcionarios ferroviarios tuve que dar un
rodeo de 240 km, y así pasar el campo de batalla de Mar le Duc,
donde hubo una lucha desesperada entre franceses y alemanes en
1870; dormí en Luxemburgo y llegué a Spa antes del mediodía del día
siguiente. La ocasión de mi visita fue conocer a una dama estadou-
nidense, un Miembro muy serio de nuestra Sociedad. Ciertamente,
a un hombre serio le produce un profundo desprecio por la alta
sociedad al ver a sus representantes perder el tiempo en las estúpidas
diversiones de las salas de juego en estos elegantes abrevaderos.
Imagínese un montón de hombres y mujeres adultos, presumible-
mente inteligentes, apiñados alrededor de una mesa larga en la que
hay una serie de pequeños caballos de juguete, con pequeños jinetes
a horcajadas sobre ellos, movidos por un mecanismo, y corriendo
carreras hacia una meta, en el mejor de los casos, un pasatiempo
para niños, llenándose de entusiasmo y apostando grandes sumas
de dinero en cuanto a cuál caballo entrará primero. El espectador
de una escena así no puede evitar reflexionar sobre lo lamentable
que es esta pérdida de tiempo, y lo ciegos que deben ser estos holga-
zanes bien vestidos ante la verdadera dignidad de su humanidad,
como si el suministro de materia del alma se hubiera agotado poco
antes de ser hechos.
Para un viajero estadounidense, la vista de un rey siempre es
interesante, por lo que me complació ver e intercambiar saludos con
el Rey de Bélgica, alto, apuesto y de aspecto militar, que caminaba
con su esposa e hija en medio de la multitud, con perfecta libertad.
Al llegar a Londres, descubrí que la mayoría del personal de
la Sede estaba de vacaciones, la Sra. Besant estaba allí y tuve la
oportunidad de escucharla dar una espléndida conferencia en la
Logia Blavatsky sobre “Oriente y Occidente: el futuro de la S. T.”.
El día 28 fui a Canterbury para ver a mi querido y viejo amigo
Stainton Moses, el más brillante de los escritores sobre espiritismo,
tan conocido como “M. A. (Oxon)”. No había dos hombres más
atraídos el uno por el otro que él y yo; nuestra amistad comenzó
por correspondencia mientras yo todavía estaba en Nueva York, la
que había continuado inquebrantable a través de todos los cambios
y fricciones entre nuestros respectivos partidos, los espiritistas y
los teósofos. El recuerdo de esta visita a Canterbury es uno de mis
La señora Besant da el adieu a los secularistas 253

recuerdos más agradables, debido a las deliciosas horas que pasamos


juntos deambulando por la ciudad antigua, por la catedral, y en
charlas afectuosas. Ahora puedo ver ante mí su imagen, de pie en
el andén del ferrocarril, mirando mi tren que se aleja y agitando la
mano en una despedida que estaba condenada a ser eterna, es decir,
en lo que respecta a esta encarnación.
De regreso a Londres, acompañé a la Sra. Besant al “Salón de la
Ciencia” para escuchar su discurso de despedida a los secularistas.
Con una curiosa incapacidad para la introspección, los líderes de
ese partido aprobaron una votación para que no se le permitiera dar
más conferencias sobre Teosofía si deseaba seguir hablando desde
la plataforma secularista. Las pobres criaturas no se dieron cuenta
de que estaban estableciendo virtualmente una nueva ortodoxia,
la de la incredulidad, y arrogándose autoridad disciplinaria sobre
los pretendidos librepensadores de su partido. Annie Besant había
entregado a ese movimiento casi toda su cultura e idealismo, había
arrojado sobre su cruda iconoclasia el velo iridiscente de su propio
refinamiento y elocuencia: el señor Bradlaugh era su Hércules y
la personificación de la fuerza, ella su Hipatia, encarnación de la
cultura y elocuencia cautivadora. Menos que nadie podían permi-
tirse perderla, y sin embargo estaban demasiado ciegos para ver
que el resultado inevitable de su tiranía meditada sería sacarla de
su asociación con la Teosofía, donde la independencia de acción y
pensamiento no solo se tolera, sino que se aconseja.
Me senté en la plataforma con ella, mirando por encima de la
gran audiencia de rostros inteligentes, y sentí mucha pena al pensar
que estos útiles pioneros de una nueva era de actividad religiosa
estaban perdiendo tan tontamente a su mejor amigo. El discurso de
la Sra. Besant vibró con patetismo cuando definió la falsa posición
en la que buscaban colocarla, y la imperiosa necesidad de que ella
fuera fiel al principio básico de su partido, manteniendo perfecta
libertad de acción en asuntos de consciencia. Evidentemente, se
causó una profunda impresión en la mayoría, y juzgué por los
aplausos que si se hubiera hecho una encuesta de opiniones, se
le habría pedido que cumpliera con los viejos amigos con los que
había luchado durante tantos años contra la superstición popular y
los intolerantes prejuicios. Pero se dejó pasar el momento crítico,
ya que no había nadie en la sala lo suficientemente valiente como
para levantarse y hacer el movimiento necesario; así que ella y yo
salimos a la calle y en el carruaje, de camino a casa, intercambiamos
puntos de vista afines sobre el futuro del partido secularista.
Por el hecho de que el discurso fue publicado en su totalidad
en el Daily Chronicle y comentado virtualmente por toda la prensa
254 H ojas de un viejo diario

británica, puedo dar algunos extractos para mostrar el movimiento


general de su argumento. Dijo que fue el 28 de febrero de 1875
cuando subió por primera vez a esa plataforma y habló ante una
audiencia librepensadora. Ella había escrito para el National Reformer
bajo el seudónimo de “Ajax”, un nombre que había elegido porque
las palabras que se dice que salieron de los labios de ese poderoso
héroe, cuando la oscuridad cayó sobre él y sobre su ejército, eran,
“¡Luz, más luz!” Y luego pronunció este noble sentimiento:
Es ese grito de luz el que ha sido la nota clave de mi propia vida
intelectual. Fue y es así, dondequiera que me lleve la luz, a través
de cualquier dificultad.

Se refirió elocuentemente a la profunda amistad que había existido


entre el Sr. Bradlaugh y ella, y dijo que si había algo por encima de
todas las que hacía Charles Bradlaugh, era mantener la plataforma
del Libre Pensamiento, libre de cualquier estrechez de doctrina
o creencia. Recordó los tormentosos días de 1875-6, cuando les
rompieron las ventanas, les arrojaron piedras y caminaron por las
calles hacia y desde el salón a través de palos blandidos. Dijo que
había roto con el cristianismo en 1872 y que lo había hecho de una
vez por todas; no tenía nada que negar, nada que deshacer, nada de
que retractarse respecto a su posición entonces y en ese momento.
Se mantuvo en el mismo terreno que antes, y al pasar a la nueva
luz de la Teosofía, su regreso al cristianismo se había “vuelto aún
más imposible que en los días anteriores de la Sociedad Secular
Nacional”. Ella distinguió claramente entre dos escuelas de mate-
rialismo muy diferentes:
Una de ellas no se preocupa en nada por el hombre, sino solo por
sí misma, que solo busca el beneficio personal y se preocupa solo
por el momento. Con ese materialismo ni yo ni aquellos con los que
he trabajado teníamos nada en común. [Vítores]. Ese es el mate-
rialismo que destruye la gloria de la vida humana, un materialismo
que solo pueden tener los degradados; nunca un materialismo
predicado desde esta plataforma o las escuelas de formación que
han conocido muchos de los intelectos más nobles y los corazones
más puros. Al materialismo de hombres como Clifford y Charles
Bradlaugh no tengo ningún tipo de reproche que expresar, y nunca
lo haré. [Vítores]. Sé que es una filosofía que pocos son capaces
de vivir: trabajar sin el yo como objeto es la gran lección de la
vida humana. Pero hay problemas en el universo que el materia-
lismo no solo no resuelve, sino que declara insolubles, dificultades
con las que el materialismo no puede lidiar, sobre las cuales dice
que el hombre debe permanecer mudo para siempre. Llegué a un
La señora Besant da el adieu a los secularistas 255

problema tras otro para los que el materialismo científico no tenía


respuestas. Sin embargo, estas cosas eran hechos. Me encontré
con hechos para los que mi filosofía no tenía cabida. ¿Qué iba a
hacer? ¿Debo decir que la naturaleza no es más grande que mi
conocimiento y que porque un hecho es nuevo es una ilusión? No
había aprendido así la lección de la ciencia materialista. Cuando
descubrí que había hechos de la vida distintos a los que los mate-
rialistas definían, decidí seguir adelante, aunque los cimientos
temblaban, y no ser lo suficientemente cobarde en la búsqueda de
la verdad como para retroceder, porque ella tenía un rostro dife-
rente al que esperaba, había leído dos libros del señor Sinnett que
arrojaban una luz inteligible sobre un gran número de hechos que
siempre habían quedado sin explicar en la historia del hombre. Los
libros no me llevaron muy lejos, pero sugirieron una nueva línea
de investigación, y a partir de ese momento busqué otras pistas.
Definitivamente, esas pistas no se encontraron hasta principios del
año 1889. Había experimentado antes y en ese entonces en el
espiritismo, y encontré muchos hechos y mucho sin sentido en él.
[Vítores]. En 1889 me dieron un libro para que revisara, un libro
escrito por H. P. Blavatsky, titulado “La Doctrina Secreta”. Supongo
que me lo dieron para que lo revisara porque se pensaban que yo
estaba más o menos loca por esos temas. [Risas y aplausos]. Al
estudiar ese libro supe que había encontrado la pista que había
estado buscando, y luego le pedí una introducción a la escritora,
sintiendo que alguien que lo había escrito podría decir algo de un
camino por el que yo podría viajar.

Después de defender el carácter de Mme. Blavatsky y la Sociedad


Teosófica, ella concluyó con estas poderosas palabras:
Cada mes que ha pasado desde que Mme. Blavatsky se fue, me
ha dado más y más luz. ¿Es usted, le preguntaría, bastante sabio
para creer que tiene razón y que no hay nada en el universo que
no sepa? (Escuche, escuche). No es una posición segura para
tomar. Se ha tomado en otros tiempos y siempre se la ha atacado.
Fue asumida por la Iglesia Romana, por la Iglesia Protestante.
Si ha de ser asumida por el partido del Librepensamiento ahora,
¿debemos considerar al cuerpo como el único y último poseedor
del conocimiento, que tal vez nunca se incremente? Esa, y nada
menos, es la posición que está tomando en estos momentos.
[“Sí”, “Sí”, “No”, “No”, vítores y silbidos] ¿Cuál es la razón por la
que dejo vuestra plataforma? ¿Por qué lo hago? Yo os lo diré.
Porque vuestra Sociedad me despide. La razón por la que esta
es mi última conferencia es porque cuando el auditorio pase a
256 H ojas de un viejo diario

manos de la Sociedad Secular Nacional, no se me debe permitir


decir nada que vaya en contra de los principios y objetivos de esta
Sociedad. [Escuche, escuche]. Entonces, nunca hablaré en tales
condiciones. [Vítores]. No rompí con la gran Iglesia de Inglaterra
y arruiné mi posición social para poder llegar a esta plataforma y
que me digan lo que debo decir. [Vítores]. Nuestro extinto líder
nunca lo habría hecho. [Vítores]. No desafío el derecho de vuestra
Sociedad a imponer las condiciones que desee. Pero, mis amigos
y hermanos, ¿es prudente? Sostengo que el derecho del hablante
a hablar está más allá de toda limitación, salvo la razón. Si tenéis
razón, el discurso no sacudirá vuestra plataforma; si estáis equivo-
cados, actuaría como correctivo. [Vítores] Aunque admito vuestro
derecho a excluirme, juzgo muy mal la sabiduría del juicio”.
[Escuche, escuche].
Al despedirme de vosotros, no tengo mas que palabras de gratitud.
En este salón durante casi diecisiete años me he encontrado con
una amabilidad que nunca ha cambiado, una lealtad que nunca se
ha roto, un coraje que siempre ha estado dispuesto a apoyarme.
Sin vuestra ayuda, habría sido aplastada hace muchos años; sin
el amor que me disteis, mi corazón se habría roto hace muchos,
muchos años. Pero ni siquiera por vosotros se pondrá una mordaza
en mi boca, ni siquiera por vosotros prometo no hablar de lo que
ahora sé que es verdad. [Vítores].
Cometería una traición a la verdad y a la consciencia si permitiera
que alguien se interpusiera entre mi derecho a hablar y lo que
creo haber encontrado. Y así, de ahora en adelante, debo hablar
en otros salones distintos al vuestro. De ahora en adelante, en
este salón, identificado con tanta lucha por el dolor de la tierra, y
también con la alegría más fuerte que la naturaleza puede conocer,
seré una extraña. A vosotros, amigos y camaradas de tantos años,
de quienes no he hablado con palabras duras desde que os dejé,
para quienes no tengo más que palabras de agradecimiento, os
digo adiós; salgo a una vida desprovista de muchos amigos, pero
con una consciencia sincera y un buen corazón. Sé que aque-
llos a quienes he prometido mis servicios son verdaderos, puros y
brillantes. Nunca habría abandonado vuestra plataforma a menos
que me hubiérais obligado. Debo aceptar mi despido si así debe
ser. A vosotros ahora, y por el resto de esta vida, me despido.
Sus palabras finales fueron pronunciadas con profunda emoción, y
fue muy evidente que los corazones de la mayoría de la audiencia
se emocionaron. Se veían lágrimas en muchos ojos y, al salir del
andén, el salón sonó una y otra vez con vítores ensordecedores.
CAPÍTULO XXIII
De Estocolmo a Kyoto
1891

E
L barón Harden-Hickey había sido tan rápido con su traduc-
ción del “Catecismo Budista” que el 31 de agosto, solo tres
semanas después de haber hecho nuestro acuerdo en París
sobre su publicación, pude leer las pruebas de la imprenta en
Londres.
El 2 de septiembre fui al Acuario para ver a “Joseph Balsamo,
el niño mesmerista”, quien ofreció una sorprendente, pero repug-
nante, exhibición de fenómenos por sugestión sobre un desgra-
ciado psíquico. Si algo puede ser una prostitución de una ciencia
noble, son estas degradaciones públicas de los sujetos, por char-
latanes hipnotizadores viajeros: beber aceite de lámpara y comer
velas de sebo bajo la ilusión de que son comida deliciosa, y la reali-
zación compulsiva de actos que rebajan el sentido de la hombría,
son ultrajes contra los derechos privados del individuo que el más
ferviente defensor del mesmerismo no se opondría a que la ley
los prohibiera. De mi parte, no me extraña que estas exhibiciones
públicas hipnóticas hayan sido prohibidas por las autoridades de
diferentes países de Europa cuando veo qué terribles secuelas
siguen a veces a las demostraciones de los peripatéticos “confe-
renciantes” de su poder de sugestión hipnótica. Uno de los peli-
gros actuales es el abuso de esta misteriosa facultad, y nadie que
tenga la menor consideración amigable por un familiar o amigo
debe abstenerse de advertirle, especialmente si es mujer, del peligro
que corre al prestarse para tales experimentos. Actualmente, hemos
visto mujeres que dan tales exhibiciones, al menos una, una pode-
258 H ojas de un viejo diario

rosa hipnotizadora, pero esto no disminuye el riesgo, ni que su


ofensa sea más excusable. En el Acuario, también había un francés
que se hacía llamar Alexandre Jacques, que hacía cincuenta días de
ayuno, bajo supervisión médica. Lo vi el trigésimo cuarto día y tuve
una gran charla con él. Me dijo que no había comido nada, pero
que había tomado una hierba en polvo que sostiene la vida. Dijo
que estaba compuesto de hierbas comunes, que se encuentran en
casi todas partes. Su peso disminuía a un ritmo de 4 onzas diarias
[113 gramos], pero parecía gozar de buena salud. Cuando el célebre
Dr. Tanner hizo sus cuarenta días de ayuno en Nueva York, hace
unos veinte años, bajo la más estricta observación médica, día y
noche, algunos profesionales médicos insistieron en declararlo un
fraude, porque lo creían imposible para un hombre que pasa tanto
tiempo sin alimentarse. Pero si alguien desea que se eliminen esas
dudas, sólo tiene que ir entre los jainistas de Bombay y ver a las
ancianas hacer este prolongado ayuno con gran facilidad en una
determinada época del año.
Se supone que obtienen un gran mérito con este ascetismo, y
lo más ridículo es que este mérito tiene cierto valor comercial y lo
venden por sólidas rupias a correligionarios auto indulgentes que
no tienen ganas de mortificar la carne, ¡pero están muy dispuestos
a obtener méritos indirectamente! ¿Es esto muy diferente al tráfico
que alguna vez prevaleció en los indultos papales, que se llevó a
cabo tan rápidamente en el momento en que Lutero lanzó su mano
dura contra la puerta del Vaticano o del pago de hombres con sotana
para orar por las almas para que salieran del purgatorio?
Quince días antes del día fijado para mi viaje a Nueva York, nues-
tros amigos de Estocolmo me telegrafiaron pidiendo que los visitara
antes de mi partida, y como la perspectiva era de lo más agradable,
acepté y salí de Londres el 4 de septiembre hacia ese lugar, viâ
Hull y Göteborg. La temporada de pasajeros había terminado, y las
historias que había leído sobre los peligros de ese tempestuoso Mar
del Norte, con reminiscencias escolares de la vorágine, me hicieron
pensar que iba a correr un riesgo excepcional al hacer el viaje, y de
hecho hice mi testamento antes de salir de Londres. Sin embargo,
cuando descubrí que navegaba en un tramo de agua tan suave
como el corazón podía desear y bajo un sol brillante, sentí como si
quisiera encontrar algún rincón donde pudiera esconder mi morti-
ficación. Sin incidentes llegué a Estocolmo la tercera noche y fui
recibido en la estación por todos nuestros Miembros, encabezados
por el buen Dr. Zander, quien me llevó a su casa. Durante mis tres
días de estancia, la dulce hospitalidad y la encantadora naturalidad
del pueblo sueco dejaron en mi mente una impresión imborrable.
De Estocolmo a Kyoto 259

Fue un caso de amor a primera vista; y ahora que durante el verano


pasado volví a visitar Suecia y estuve en los otros países escandi-
navos, la impresión se fortaleció. En toda mi vida nunca he cono-
cido a gente tan uniformemente encantadora. La hospitalidad es
para ellos un deber religioso tanto como para los hindúes, y apoyo
plenamente la opinión expresada por una dama sueca, en una carta
reciente, donde dice: “En mi país, el mero hecho de que una persona
sea extranjera le da derecho a una doble consideración, hospitalidad
y cortesía”.
Cada hora del día tenía sus compromisos, en su mayoría públicos.
Hubo una reunión de la Rama, en la que respondí a un discurso
de bienvenida; al día siguiente, una conferencia en el Salón de la
Academia de Ciencias, ante una excelente audiencia; tres reuniones
para tratar varios temas, una cena todas las noches, una cena de
despedida y una fiesta sorpresa en la casa del Dr. Zander el día de
mi partida. Los agradables recuerdos de la visita se han visto empa-
ñados desde entonces por una desagradable lección sobre la menda-
cidad de la histeria y el peligro de estar a solas con tales personas
bajo cualquier circunstancia.
El segundo día de mi visita fui invitado a una audiencia con Su
Majestad Oscar II, Rey de Suecia y Noruega, en su palacio en las
afueras de la ciudad. Me pareció un caballero muy culto, cortés
y sin pretensiones en sus modales. El haberme recibido fue todo
lo que pude haber pedido, y me mantuvo hablando durante más
de una hora sobre Masonería, Simbolismo, Religión, Espiritismo
y Teosofía, sobre cuyos temas dio pruebas de lectura extensa y
reflexión sólida. Inmediatamente me liberó de la incomodidad de
estar de pie, invitándome a sentarme con él en una pequeña mesa,
donde cada uno de nosotros dibujó figuras en papel, ilustrativas de
la expresión simbólica de ideas religiosas y científicas de diferentes
naciones. Su Majestad me invitó cordialmente a permanecer uno o
dos días más en Estocolmo, para conocer a una persona por cuya
santidad tenía un gran respeto, pero me vi obligado a regresar rápi-
damente a Londres para continuar mi viaje y nos despedimos con
cordiales expresiones de mutua buena voluntad. Por supuesto, es
universalmente conocido que el rey Oscar es uno de los mejores
lingüistas, y uno de los hombres más cultos de Europa, un erudito
oriental y un mecenas del aprendizaje, y el lector puede imaginarse
los agradables recuerdos que debo tener de mi entrevista con él, en
su propio palacio.
Regresé a Londres via Copenhague, Kiel, Hamburgo, Bremen,
Osnabrûck y Flushing, pero cuando fui a recoger mi equipaje
descubrí que mi baúl se había quedado en el camino, aunque enviado
260 H ojas de un viejo diario

con destino final desde Estocolmo. Este era un asunto serio, porque
debía zarpar de Liverpool en tres días; para empeorar las cosas, mis
boletos de tren y vapor, hasta Yokohama y Colombo, estaban en el
maletero, junto con la mitad de mi ropa y algo de dinero. Telegrafiar
y preocuparme no sirvió de nada, y tuve que navegar sin él. La
mayor molestia fue el comportamiento de la gente de Messageries,
que en realidad no me dio un boleto duplicado hasta que conseguí
que el gerente del gran banco de Londres donde guardo mi cuenta
en libras esterlinas firmara una garantía. Cuando fui a contarle
sobre esta ridícula demanda, dijo que era algo novedoso en su expe-
riencia, pero como me conocía como un antiguo cliente, cumplió
amablemente con la demanda de la empresa francesa. En cuanto a
la línea norteamericana, me concedieron los billetes duplicados sin
dudarlo un momento. Finalmente recuperé el baúl en Colombo,
camino a casa desde Japón.
Mi barco era uno de los más grandes y rápidos de los “galgos
oceánicos”, corría por el agua como un pez espada a una velocidad
de 32 km por hora, incluso en los mares más agitados. Todo esto
estaba muy bien para aquellos a quienes les gustaba la velocidad a
cualquier precio, pero recuerdo que fue el viaje oceánico más incó-
modo que jamás haya hecho, porque con el funcionamiento de los
motores y el golpeteo de las hélices, el barco estaba en una vibración
constante que era suficiente para alterar los nervios de la mayoría
de las personas. Además, cabeceó y rodó de modo que apenas una
cuarta parte de los pasajeros apareció en la mesa. Conocí a algunas
personas encantadoras a bordo, a las que me alegrará mucho volver
a ver, y escapé felizmente del pedido habitual de una conferencia:
tanto los enfermos como los sanos estaban ocupados en pensar
mucho más en sus estómagos que en sus almas. Los miembros de
mi propia familia, mis amigos Fullerton, Neresheimer y otros, me
recibieron al llegar, y disfrutaba de la perspectiva de llegar rápida-
mente a la casa de mi hermana, pero mi desafortunada notoriedad
me lo impidió. Una docena de periodistas, en representación de
los principales periódicos de Nueva York, querían entrevistarme,
y como no se podía hacer cómodamente en el muelle, el señor
Neresheimer había contratado un salón en la Astor House y había
colocado mesitas alrededor de los cuatro lados a la conveniencia de
los reporteros. Allí me llevaron, me instalaron en una silla grande,
me dieron un puro, me permitieron quitarme el abrigo, ya que
era una noche muy cálida, y luego me sometieron a un interroga-
torio cruzado sobre mis actividades en los doce años transcurridos
desde mi partida a India y, en general, la condición y perspectivas
del movimiento teosófico. Fue un episodio muy divertido esta
De Estocolmo a Kyoto 261

entrevista al por mayor, pero siendo yo mismo un viejo periodista


logré darles a los jóvenes el tipo de “copia” que querían, y a la
mañana siguiente mi llegada fue anunciada por toda la prensa y mi
retrato apareció en los cinco diarios principales. Por supuesto, era
muy tarde antes de que pudiera irme a la cama.
Encontré a Nueva York muy cambiada en muchos aspectos,
muchos de mis viejos amigos habían muerto y muchos puntos de
referencia habían desaparecido. Yo también había cambiado en un
grado notable, porque después de tantos años de la plácida vida
intelectual de Oriente, el loco temblor y la prisa de la vida esta-
dounidense me trastornaron enormemente. No podía haberme
dado cuenta de que me había sucedido un cambio tan radical. Mis
hermanos querían que mirara los gigantescos edificios que habían
surgido hacia el cielo y otras supuestas mejoras, pero les dije que
no cambiaría mi escritorio y biblioteca, y la tranquilidad de mi
casa en Adyar, aunque alguien se ofreciera a darme el edificio más
grande, con la condición de que regresara a vivir a Nueva York.
Sin embargo, fue muy dulce encontrarme con tantos viejos amigos,
algunos incluso de mis días de escuela, y los parientes a quienes
no había visto en tanto tiempo. Pero no me entristeció al llegar el
momento de apresurarme a través del continente hacia las tierras
del Sol Naciente. Mi familia ahora eran los Miembros de la Sociedad,
mis amigos, mis compañeros de trabajo; mi hogar, la Sede Central
de Adyar; mis ambiciones, aspiraciones, esperanzas, amores y mi
vida misma habían pasado a la Sociedad; mi país se había conver-
tido en el ancho mundo. No es que amara menos a EE. UU. y a mis
parientes, sino que amaba más la causa.
Mi visita a EE. UU. estaba destinada a ser un mero tránsito, no
una gira. Ahora era finales de septiembre y tenía que estar en casa
a principios de diciembre para prepararme para la Convención;
mientras tanto, tenía unos 24 000 km de viaje por delante. Mientras
estaba en Nueva York, di una conferencia pública a una audiencia
muy grande, en el salón Scottish Rite, en la avenida Madison. El
Presidente, un MST afable, debe haber estado poco acostumbrado a
enfrentarse a tales multitudes, porque con la intención de simple-
mente presentarme, se dedicó a dar un discurso sobre Teosofía que
debe haber durado casi cuarenta y cinco minutos y cansó mucho a
la audiencia. Mientras tanto, me senté allí como un simple auditor,
y me sentí medio tentado, cuando finalmente conseguí la palabra,
de decir que como mi amigo los había iluminado completamente
sobre la Teosofía, no valía la pena detenerlos más, y que entonces
los saludaría y me retiraría. Pero como claramente eso no sería sufi-
ciente, continué con mi discurso y fui aplaudido de todo corazón al
262 H ojas de un viejo diario

finalizar. Luego siguió una experiencia agradable, cuando un viejo


amigo tras otro subió a la plataforma y me dio la mano.
El día 28 tomé el tren de Pennsylvania Road y pronto estaba
girando a través del continente a una velocidad de 72 km por hora.
Casi parecía como si algunos tramposos elementales del departa-
mento de equipajes me hubieran estado siguiendo desde Estocolmo
en adelante, porque, habiendo perdido un baúl entre allí y Londres,
descubrí que el otro había sido dejado, por error, en Chicago. Luego
tuvimos un accidente en nuestro coche cama que fue suficiente
para estimular los nervios de una persona excitable, pues en la
noche del día 2, ocho de sus ruedas perdieron el aire, afortunada-
mente sin hacernos daño, y nos trasladaron a un carruaje ordinario,
donde pasamos un tiempo muy miserable hasta la mañana.
Me recibieron en Sacramento la Sra. Gilbert y el Dr. Cook, el
Presidente y Secretario de nuestra Rama local, y me alojaron hospi-
talariamente en la casa de este último. Entre mis visitantes había
un caballero que había trabajado como empleado en mi oficina
cuando yo era Comisionado Especial del Departamento de Guerra.
Algunas de las personas que llamaron me pidieron consejo sobre
asuntos personales confidenciales, domésticos y de otro tipo. Uno
de los rasgos peculiares de mis viajes es que se me considere una
especie de padre confesor, a quien todos son libres de confiar sus
secretos y pedir consuelo a sus penas. De esta manera se tiene no
solo una idea de la extensión de la miseria que prevalece en la vida
social, sino también de la debilidad de la voluntad, que es dema-
siado común entre las personas que han fijado sus aspiraciones en
la Vida Superior, pero encuentran el camino lleno de tropiezos. La
satisfacción que uno tiene al aliviar, aunque sea poco, esta carga
de dolor privado, compensa con creces las molestias dadas por los
buscadores de consejos.
La tarde del domingo 4 di una conferencia en público sobre
“Teosofía y HPB”, y siguió un debate. A la mañana siguiente hice un
corto viaje a San Francisco y me convertí en el huésped de ese caba-
llero simpático y culto, el Dr. Jerome A. Anderson. Los principales
trabajadores de la ciudad me visitaron, y al día siguiente la Rama
me brindó una recepción formal con un discurso amistoso, a lo
que respondí. El Sr. Judge, que había estado haciendo un recorrido
por la costa del Pacífico, estaba en San Francisco en el momento de
mi llegada, también era un invitado del Dr. Anderson, y aquí, por
el momento, me engañó con mucho éxito. Fue en conexión con la
misteriosa Joya Rosacruz, antiguamente perteneciente a Cagliostro,
pero en mi tiempo usada por HPB (que ahora usa la Sra. Besant),
digo “misteriosa” con razón, porque los cristales blancos puros con
De Estocolmo a Kyoto 263

los que estaba engastada tenían la propiedad oculta de cambiar su


color a un verde oscuro y, a veces, a un marrón fangoso, cuando
estaba enferma. No me detendré en los detalles de su falsedad, ya
que habrá que hablar de ello en relación con las transacciones en
Londres, cuando fue citado ante un Comité Judicial que convoqué
para juzgarlo por los cargos de malversación que se le imputaron.
Las damas de nuestra Rama local habían organizado un encan-
tador plan de instrucción moral y religiosa para niños, al que
dieron el nombre de “La hora de los niños”. Se hizo una exhibición
especial para mi información y me gustó mucho. El motivo era
inculcar en las mentes jóvenes la idea de la semejanza fundamental
entre las religiones del mundo y la conveniencia de aprender a
ser bondadosos y tolerantes con todos los hombres, de cualquier
raza o credo. Una niña mayor representaba a Teosofía y otras a los
Fundadores de las religiones: Krishna, Zoroastro, Gautama Buda,
Cristo, Mahoma, etc. Cada uno de ellos sostenía un bastón con un
banderín simbólico. Se enmarcó un diálogo sencillo pero excelente,
en el que Teosofía planteó preguntas a cada uno de los abanderados,
para darles la oportunidad de citar los versos de las Escrituras del
Fundador de esa religión que encarnaban el espíritu teosófico. Los
niños lucían bonitas vestimentas, hubo pequeñas marchas y otros
ejercicios, y todos parecieron disfrutar de la ocasión. Sería bueno
que este dispositivo fuera adoptado en toda la Sociedad, porque se
considera que será de gran utilidad para enseñar ideas teosóficas a
la mente joven.
Para mí, el incidente más delicioso de mi visita a San Francisco
fue una reunión con tres hermanos de la familia Steele, con quienes
tuve contacto en Amherst, Ohio, en 1851-2-3, y a quienes casi puedo
considerar como mis mayores benefactores en esta encarnación,
ya que fue de ellos, y las otras mentes brillantes y almas nobles
conectadas con ellos en un grupo espiritista, que primero aprendí
a pensar y aspirar a lo largo de las líneas que me llevaron final-
mente a HPB y al movimiento teosófico. La familia había emigrado
a California, se habían convertido en grandes terratenientes,
rancheros, y alcanzaron lugares de distinción en ese estado: uno
era juez, otro senador, un tercero presidente de la gran “Sociedad
de los Grangers” *. Las horas que pasamos juntos estuvieron llenas
de puro deleite, y las imágenes de la vida que habían estado ocultas
tras el velo de la memoria, latente durante cuarenta años, volvieron
a salir, vívidas y reales. En la noche del 7 di una conferencia en el

*  Fue la primera organización de agricultores que apareció en Estados Unidos.


(N. del E.)
264 H ojas de un viejo diario

Templo Metropolitan sobre el mismo tema que en Sacramento. El


Sr. Judge era el presidente y teníamos en la plataforma una foto-
grafía de tamaño natural de HPB, de pie sobre un caballete. El día 8
me embarqué en el Belgic para Yokohama, una multitud de amigos
de la S. T. me despedían, dándome muchas flores.
El Océano Pacífico era fiel a su nombre, un mar en calma y un
sol que me seguía casi todo el camino. Tuvimos algunos días difí-
ciles y algunos movimientos del barco, pero no lo suficiente como
para causar muchos inconvenientes. Parecía que no había termi-
nado con el encuentro de personas que me traerían el recuerdo de
antaño, pues el cirujano del “belga” resultó ser hijo de una encan-
tadora dama a la que había conocido de colegiala en Nueva York
muchos años antes de su matrimonio, además, era la viva imagen
de su madre. Cuando volví a recordar el pasado, me di cuenta de
que, de no haber sido por el consejo de esta dama y su hermana
mayor, nunca habría ido a Cleveland, Ohio, en 1851, de donde fui
a Elyria, de allí a Amherst y los Steeles; esas damas, entonces,
formaron el primer vínculo entre mi vida hogareña en Nueva York
y mi emancipación espiritual en Amherst. Con esto no quiero decir
que alguna vez haya sido un seguidor de la religión de mis padres,
o sectario de cualquier tipo, sino que, hasta que me asocié con el
círculo de Amherst, mi mente había estado sin cultivar, esperando
la siembra de las semillas del pensamiento teosófico.
Después de un viaje de siete días llegamos a Honolulu y nos detu-
vimos allí veinticuatro horas antes de continuar el viaje. Bajamos
a tierra y miramos el lugar, algunos iban a ver la granja de aves-
truces del Dr. Trousseau. Estas aves se mantenían en potreros, con
una avenida en el medio, y lo suficientemente ancha para que las
personas que pasaban no pudieran ser alcanzadas por los picos de
hierro de los pájaros machos, que no son nada amistosos en ciertas
estaciones. El propietario de la finca, con quien tuve una conversa-
ción, se expresó también satisfecho con las ganancias de la empresa,
diciendo que la producción de plumas aptas para el comercio era
mucho mayor que el promedio. Navegamos de nuevo el día 16, con
buen tiempo. El día 19 acepté una invitación que me fue dada a
petición urgente de un numeroso grupo de misioneros a bordo para
dar una conferencia sobre Teosofía, y desde entonces, durante todo
el viaje, se habló mucho de este tema. El día 21 cruzamos el meri-
diano 180*, y así, en un sentido Pickwickian, borramos el martes, al
ser lunes hasta el mediodía, y luego el miércoles. Tuve que reírme
cuando recordé el ingenioso empleo de este recurso por parte de

* Es el meridiano que forma un ángulo de 180° con respecto al meridiano de


Greenwich. (N. del E.)
De Estocolmo a Kyoto 265

Julio Verne para hacer que su excéntrico héroe diera la vuelta al


mundo en ochenta días, y así ganar la apuesta en el club Londres,
que dependía de ese resultado. Los misioneros festivos aliviaron el
tedio de su viaje cantando muchos himnos.
Llegamos a Yokohama a las 7 p. m. el 28 de octubre, el día 20
según el calendario después de salir de Frisco, pero incluido el día
que nominalmente había sido borrado. Al llegar, nos sorprendió
inexpresablemente saber que en la mañana de ese mismo día uno
de los terremotos más desastrosos de la historia de Japón había
devastado una amplia zona: miles de edificios, incluidos algunos
de los templos más fuertes, habían sido destruidos, y miles de
personas habían fallecido. No fue un momento prometedor para mí
reunir a los Sumos Sacerdotes para considerar mis catorce propo-
siciones. Sin embargo, conseguí que los tradujera al japonés el
Sr. N. Amenomori, un excelente estudioso de inglés de Yokohama.
Completó la tarea el mismo día, de modo que pude partir el 31 hacia
Kobe, en ruta hacia Kioto. Como el terremoto había roto el ferroca-
rril, pasé por la compañía naviera P. & O.
“Ancona”, y el clima agradable, tenía hermosas vistas de la costa
y de Fugi San, la montaña sagrada cubierta de nieve cuyo cono
brillante figura tan a menudo en las pinturas japonesas. Sin duda,
fue uno de los viajes más encantadores del mundo, casi como el país
de las hadas. Llegamos a Kobe a las 13:30 horas el 1 de noviembre
y me hospedé en el Hotel Hiogo, a orillas del agua, donde tuve el
honor y el placer de conocer al profesor John Milne, el sismólogo
de renombre mundial.
Por lo que escuché, tenía buenas razones para temer que sería muy
difícil para mí conseguir las firmas de los principales sacerdotes de
las sectas para mi Plataforma, ya que varios de ellos habían abando-
nado Kioto por las escenas del desastre del terremoto. Sin embargo,
decidí, ya que estaba en el lugar, superar todos los obstáculos, en
vista de la inmensa importancia del objetivo buscado. Fui a Kioto
el día 2 y me hospedé en mi antigua posada, el Hotel Nakumraya.
Notifiqué a los dos Hongwanjis y al Ko-sai-kai, el Comité General de
todas las sectas que les había inducido a formar con motivo de mi
visita anterior, al de mi llegada. Mis habitaciones estuvieron ates-
tadas de visitantes durante los días siguientes. Entre los viejos cono-
cidos se encontraban el Sr. Nirai, exmiembro destacado del Comité
Budista de los Hombres Jóvenes que envió a Noguchi como subco-
mité a Madrás para que me escoltara personalmente a Japón, y ese
sacerdote muy influyente y agradable, Shaku Genyu San de la secta
Shin-gon. Era un hombre iluminado, abierto a toda buena suge-
rencia para el avance de su religión, y viajó conmigo por el imperio
266 H ojas de un viejo diario

cuando estuve allí antes. Tuvimos una conversación muy seria sobre
las Catorce Proposiciones, cuya redacción encontró perfectamente
satisfactoria, pero me preguntó por qué era necesario que la Iglesia
del Norte firmara estos fragmentos condensados de doctrina cuando
eran tan familiares, que todos los sacerdotes-alumnos de todo el
imperio los sabían de memoria: había infinitamente más que eso
en el Mahayana. En respuesta, dije: “Si te trajera una canasta llena
de tierra excavada de una ladera de Fuji San, ¿sería eso parte de tu
montaña sagrada o no?” “Por supuesto que sí”, respondió. “Bueno,
entonces”, respondí, “todo lo que te pido es que aceptes estas
Proposiciones como incluidas dentro del cuerpo del budismo del
norte, que son una canasta llena de la montaña, pero no toda la
montaña en sí”. Esa visión del caso parecía bastante convincente,
y cuando hube discutido extensamente sobre la necesidad vital de
tener un terreno común establecido sobre el cual las Iglesias del norte
y del sur pudieran estar en armonía y amor fraternal, ofreciendo un
frente unido a un mundo hostil, él prometió hacer todo lo posible
para tener mi deseo cumplido. Luego me dejó para ir a ver a algunos
de sus principales colegas, y el día 4 regresó con un informe favo-
rable y firmó el documento en nombre de los Ko-sai-kai, dando así a
mi plan el sello de aprobación de las sectas unidas, aunque no obtu-
viera otras firmas. Pero lo hice, ya que personalmente, y por medio
de Shaku San, los principales sacerdotes que estaban cerca de Kyoto
podrían tener una explicación. Antes de partir hacia Kobe el día 9,
había conseguido que todas las sectas, excepto el Shin-shu, firmaran
el papel. Esta última secta, como recordará el lector, ocupa una posi-
ción completamente anómala en el Budismo, ya que sus sacerdotes
se casan en violación directa a la regla establecida por el Buda para
su sangha, tienen familias y poseen propiedades; por ejemplo, un
templo pasará de padre a hijo. Además, son, con creces, los gerentes
sectarios más inteligentes de todo Japón, obtienen inmensos ingresos
del público y construyen magníficos templos en todas partes. Son,
por excelencia, el cuerpo religioso más aristocrático del imperio.
Disculpan su infracción a las reglas monásticas basándose en que
son samaneras, medio legos, no completos monjes. Los principales
hombres entre ellos a quienes necesitaba ver estaban en los distritos
del terremoto, donde habían sufrido grandes pérdidas; y como mi
tiempo era extremadamente limitado y las personas que vi no me
daban una respuesta definitiva, tuve que prescindir de esas firmas.
Sin embargo, como estaban representados en el Ko-sai-kai, la firma
de Shaku San, en representación de éste, virtualmente me dio el
consentimiento de todo el cuerpo de budistas del norte. Mi alegría
por lograr este resultado puede imaginarse fácilmente.
CAPÍTULO XXIV
La plataforma budista
inaugurada con éxito
1891

C
REO que difícilmente podría ser acusado de jactancia y
vanagloria si dijera que un evento de tal importancia como
el descrito en el último capítulo merece ser muy valorado
por todos los Orientalistas occidentales, especialmente los que se
dedican a la literatura pali y al estudio del budismo. Ciertamente,
su importancia fue reconocida en todas las naciones budistas de
Oriente. Sin embargo, dentro de los diez años que han transcurrido
desde su firma, los estudiosos europeos y estadounidenses apenas
se han dado cuenta de ella. Me temo que tendré que atribuir esto a
un prejuicio mezquino contra nuestra Sociedad de la cual piensan,
no puede salir nada bueno. Sin embargo, el tiempo lo corregirá.
Después de todo, obtener las firmas necesarias no fue un asunto
tan fácil. Tuve que pasar por la experiencia de esa política procrastina
y sobrenaturalmente cautelosa que parece peculiar al carácter chino
y japonés. Escribí en mi diario: “Hay muchas patrañas educadas
sobre la firma de mi Plataforma, excusas ociosas de todo tipo”. Pero
para el 7 de noviembre las cosas se veían decididamente mejor. De
hecho, podría haberme sentido satisfecho de llevármela tal como
estaba esa tarde. A la mañana siguiente todo estaba terminado y
el documento completo. Para celebrar el evento se me brindó una
cena al estilo japonés, en la que estuvieron presentes 178 personas.
Si cito el texto completo de la Plataforma, con los nombres de los
firmantes, el documento se colocará en un registro permanente y
268 H ojas de un viejo diario

mis lectores tendrán la oportunidad de juzgar por sí mismos su


importancia. Aquí está:

CREENCIAS BUDISTAS FUNDAMENTALES


I. A los budistas se les enseña a mostrar la misma tolerancia,
paciencia y amor fraternal hacia todos los hombres sin distinción,
y una bondad inquebrantable hacia los miembros del reino animal.
II. El universo evolucionó, no fue creado, y funciona según la ley,
no según el capricho de ningún Dios.
III. Las verdades sobre las que se basa el budismo son naturales.
Creemos que han sido enseñadas en kalpas sucesivos o períodos
mundiales, por ciertos Seres iluminados llamados Buddhas, cuyo
nombre Buddha significa “Iluminado”.
IV. El cuarto Maestro en el kalpa actual fue Sakya Muni o Gautama
Buda, que nació en una familia real en India hace unos 2500 años.
Es un personaje histórico y su nombre era Siddhartha Gautama.
V. Sakya Muni enseñó que la ignorancia produce deseo, el deseo
insatisfecho es la causa del renacimiento, y el renacimiento la
causa del dolor. Para librarse del dolor, por lo tanto, es necesario
escapar del renacimiento; para escapar del renacimiento, es nece-
sario extinguir el deseo, y para extinguir el deseo, es necesario
destruir la ignorancia.
VI. La ignorancia fomenta la creencia de que el renacimiento es
algo necesario. Cuando se destruye la ignorancia, se percibe la
inutilidad de cada renacimiento, considerado como un fin en sí
mismo, así como la necesidad primordial de adoptar un curso de
vida mediante el cual se pueda abolir la necesidad de tales renaci-
mientos repetidos. La ignorancia también engendra la idea ilusoria
e ilógica de que hay una sola existencia para el hombre, y la otra
ilusión es que a esta vida le siguen estados de placer o tormento
inmutables.
VII. La dispersión de toda esta ignorancia puede lograrse mediante
la práctica perseverante de un altruismo omnipresente en la
conducta, el desarrollo de la inteligencia, sabiduría en el pensa-
miento y la destrucción del deseo por los placeres personales infe-
riores.
VIII. Al ser el deseo de vivir la causa del renacimiento, cuando
se extingue, cesan los renacimientos y el individuo perfeccionado
alcanza por medio de la meditación ese estado supremo de paz
llamado Nirvâna.
La plataforma budista inaugurada con éxito 269

IX. Sakya Muni enseñó que la ignorancia se puede disipar, y se


puede eliminar el dolor mediante el conocimiento de las cuatro
Nobles Verdades, a saber:
1. Las miserias de la existencia;
2. La causa productora de la miseria que es el deseo, siempre
renovado, de satisfacerse sin poder jamás conseguir ese fin;
3. La destrucción de ese deseo o el alejamiento de uno mismo de
él;
4. Los medios para obtener esta destrucción del deseo.
El medio que señaló se llama el Noble Óctuple Sendero; a saber:
Creencia correcta; Pensamiento correcto; Discurso correcto;
Acción recta; Medios correctos de subsistencia; Esfuerzo correcto;
Recuerdo correcto; Meditación correcta.
X. La meditación correcta conduce a la iluminación espiritual o
al desarrollo de esa facultad de Buda que está latente en todo
hombre.
XI. La esencia del budismo, resumida por el propio Tathagata
(Buda), es:
Cesar de pecar,
Obtener la virtud,
Purificar el corazón.
XII. El universo está sujeto a una causalidad natural conocida
como “karma”. Los méritos y deméritos de un ser en existencias
pasadas determinan su condición en la presente. Cada hombre,
por lo tanto, ha preparado las causas de los efectos que ahora
experimenta.
XIII. Los obstáculos para el logro del buen karma pueden elimi-
narse mediante la observancia de los siguientes preceptos, que
están incluidos en el código moral del budismo, a saber, (1) No
matar, (2) No robar, (3) No ceder a ningún placer sexual prohi-
bido, (4) No mentir, (5) No tomar ninguna droga o licor embria-
gador o estupefaciente. Otros cinco preceptos, que no necesitan
ser enumerados aquí, deberían ser observados por aquellos que
alcanzarían, más rápidamente que el lego promedio, la liberación
de la miseria y el renacimiento.
XIV. El budismo desalienta la credulidad supersticiosa. Gautama
Buda enseñó que el deber de los padres es educar a sus hijos en
ciencia y literatura. También enseñó que nadie debe creer lo que
dice un sabio, lo que está escrito en un libro o lo que afirma la
tradición, a menos que esté de acuerdo con la razón.
270 H ojas de un viejo diario

Redactado como una plataforma común sobre la que todos los


budistas pueden estar de acuerdo. (Sd.) H. S. OLCOTT, P. S. T.

BURMAH
Aprobado en nombre de los budistas de Birmania, el 3 de febrero de
1891 (A. B. 2434): Tha-tha-na-baing Sayadawgyi; Aung Myi Shwe
bôn Sayadaw; Me-ga-waddy Sayadaw; Hmat-khaya Sayadaw;
Htî-lin Sayadaw; Myadaung Sayadaw; Hla-htwe Sayadaw; y otros
dieciséis.

CEILÁN
Aprobado en nombre de los budistas de Ceilán, el día 25 de febrero
de 1891 (A.  B. 2434). Mahanuwara Upawsatha; Puspârâma
Vihârâdhipati; Hippola Dhamma Rakkhita; Sobhitâbhidhana Mahâ
Nâyaka; Sthavirayan-Wahanse Wamha.
(Hippola Dhamma Rakkhita Sobhitâbhidhana, Sumo Sacerdote de
Malwatte Vihara en Kandy).
(Sd.) HIPPOLA
MahanuwaraAsgiri Vihârâdhipati; Yatawattç Chandajottyâbhidhana;
Mahâ Nâyaka; Sthavirayan Wahanse Wamha.
(Yatawattç Chandajottyabhidhana, Sumo Sacerdote de Asgiri
Vihara en Kandy.)
(Sd.) YATAWATTE
Hikkaduwe Srî Sumangala; Sripâdasthâne Saha; Kolamba Paladar
Pradhana; Nayâka Sthavirayo
(Hikkaduwe Srî Sumangala, Sumo Sacerdote del Pico de Adán y
el Distrito de Colombo).
(Sd.) H. SUMANGALA
Maligâwe Prâchina Pustakâlâyâdhyahshaka; Sûriyagoda
Sonuttara Sthavirayo
(Sûriyagoda Sonuttara, Bibliotecaria de la Biblioteca Oriental en el
Templo de la Reliquia del Diente en Kandy).
(Sd.) S. SONUTTARA
Sugata Sâsanadhaja; Vinayâ Chairya Dhammâlankârâbhidhâna;
Nayâka Sthavira.
(Sd.) DHAMA’LANKARA
Pawara Neruttika Chariya Maha Vibhavi Subhuti, de Waskaduwa.
(Sd.) W. SUBHUTI
La plataforma budista inaugurada con éxito 271

JAPÓN
Aceptado como incluido dentro del cuerpo del budismo del norte.
Shaku Genyu (Secta Shin Gon Su); Fukuda Nichiyo (Nichiren);
Sanada Seyko (Zen Shu); Ito Quan Shyu; Takehana Hakuyo
(Jodo); Kono Rioshin (Ji-Shu); Kira Ki-ko (Jodo Seizan); Harutani
Shinsho (Tendai); Manabe Shun-myo (Shin Gon Su).

CHITTAGONG
Aceptado por los budistas de Chittagong.
Nagawa Parvata Viharashipati; Guna Megu Wini-Lankara;
Harbang, Chittagong, Bengala.
El lector observará que mientras que las Catorce Proposiciones
son aprobadas sin reservas por los sacerdotes budistas de Ceilán,
Birmania y Chittagong, son aceptadas por los japoneses como
“incluidas dentro del cuerpo del budismo del norte”.
El 7 de noviembre vi la procesión fúnebre del príncipe Kinni,
tío del emperador.
En la ceremonia participaron sacerdotes sintoístas y budistas,
llevaron plantas y árboles en tarrinas ante el cadáver, y una gran
cantidad de flores. Luego siguió un batallón de la guardia imperial,
con oficiales con uniformes resplandecientes; luego funcionarios
diplomáticos de gala; luego los alumnos de las escuelas militares; y
en la retaguardia, ciudadanos en jinrickshas.
Otra tarde vi una exhibición pública del maravilloso malaba-
rismo por el que los japoneses son famosos, pero como era sustan-
cialmente del mismo carácter que el descrito en el Capítulo VII de
la presente serie, no necesito detenerme en detalles. Sin embargo,
puedo decir que una segunda visión de la ejecución de algunos
de los trucos más maravillosos, no me ayudó a comprender los
secretos del malabarista.
Después de realizar visitas ceremoniales a los Sumos Sacerdotes
de ambos Hongwanjis, Higachi y Nischi (el expersonaje que tenía
el rango social de Duque), y otros Sumos Sacerdotes de las sectas,
y después de dar otro discurso en el Templo Chounin ante el
Kosai-kai y una gran audiencia, salí de Kioto hacia Kobe el día 9,
con Hogen San, uno de los jóvenes sacerdotes-estudiantes que había
sido enviado en 1889, por mi consejo, a estudiar sánscrito y pali con
Sumangala, y Noguchi San, mi viejo amigo, y el día 10 nos embar-
camos en el vapor Oxius en medio de una tormenta. Llegamos
a Woo-sung, el puerto de Shanghai, en la tarde del día 12. A la
mañana siguiente, la mayoría de los pasajeros fueron a la ciudad,
una distancia de 22 km, y pasaron el día conociendo el barrio chino,
272 H ojas de un viejo diario

una excursión de lo más desagradable por los olores innombrables


que casi asfixian. Regresamos al barco a la luz de la luna y zarpamos
a las 3 p. m. el 14 para Hong Kong. Su Excelencia el Embajador de
Francia en Japón y su familia, estaban a bordo como pasajeros, y
tuve el gran placer de conocerlos bien. Los cuatro niños tenían una
institutriz muy talentosa, una dama polaca, que tenía un sistema
de instrucción admirable. Sus alumnos estaban aprendiendo cuatro
idiomas simultáneamente; pero se asignó un idioma a cada uno de
los cuatro días consecutivos, y se les permitió hablar, escribir y leer
solo ese idioma. Los padres se prestaron a este sistema en la comu-
nicación con sus hijos, y el resultado fue que estos últimos estaban
adquiriendo un dominio completo de cada idioma.
Se llegó a Hong Kong el día 17, y todos estábamos encantados
con la aparición de ese gran centro comercial. Fui en el funicular
hasta la cima del “Pico” y disfruté de una magnífica vista del puerto
y sus alrededores. A la mañana siguiente navegamos hacia Saigón,
la pequeña capital francesa de aspecto coqueto de sus posesiones en
Cochin China. Como había estado allí dos veces antes, me quedé a
bordo hasta la noche, di una vuelta y caminé con algunos pasajeros
japoneses. Partimos hacia Singapur temprano “la mañana del 22 y
llegamos allí el segundo día; a las 5 p. m. partimos de nuevo hacia
Colombo. El clima, desde Japón en adelante, había sido bastante
duro, pero fue bueno desde Singapur hasta Colombo, donde
llegamos a la 1 p. m. el día 29.
El Sumo Sacerdote Sumangala me felicitó calurosamente por mi
éxito con la Plataforma y expresó la esperanza de una relación más
amistosa entre las Divisiones Sur y Norte.
Un informe cruel de que la causa de la muerte de la señorita
Pickett fue suicidio, había sido difundido por ciertas personas malé-
volas, entre ellas el Dr. Daly. Sentí que era mi deber hacer una inves-
tigación exhaustiva y, asociándome con el conde Axel Wachtmeister
como comité, con Proctor Mendes, el Sr. Peter d ‘Abrew y la Srta.
Roberts como intérpretes, se interrogó a varios testigos y se hizo
todo lo posible para llegar a la verdad. El resultado fue nuestra total
convicción de que le había ocurrido un accidente cuando caminaba
en un ataque de sonambulismo. Fue muy gratificante ver con qué
cariño apreciaba su memoria toda la comunidad budista, habiendo
sido casi todos sus calumniadores cristianos mestizos, que son faná-
ticos rencorosos insuperables. El hecho es que ella había cometido
el imperdonable delito de hacer una profesión pública del budismo
y había llegado a emprender la educación de niñas cingalesas de
familias respetables, a quienes los misioneros habían señalado como
sus presas durante muchos años. Como no se atrevieron a matarla,
La plataforma budista inaugurada con éxito 273

como una vez lo intentaron conmigo, difundieron la falsedad de


que ella se había suicidado.
La Sra. Maire Musæus Higgins, viuda del Sr. Anthony Higgins,
MST, de Washington, D. C., había respondido a un llamamiento en
Path, la revista del Sr. Judge, en busca de ayuda para la Sociedad
de Educación de Mujeres por parte de maestras calificadas. No se
ofrecieron incentivos de salario o vida lujosa, todo lo contrario. La
Sra. Higgins recibía entonces un salario de $ 900 como empleada en el
Departamento de Correos de Washington, una suma suficiente para
cubrir todas sus necesidades. Era nativa de Mecklenburg-Schwerin
e hija de un juez del Tribunal Superior. Al adoptar la docencia
como profesión, había superado todos los exámenes hasta el más
alto, y estaba altamente calificada para cualquier puesto docente.
Su corazón se sintió conmovido por el atractivo de las mujeres
cingalesas y me escribió ofreciéndome sus servicios sin condi-
ciones. Después de la debida consideración y consulta en general,
se aceptó la oferta y se le envió dinero para sus boletos de pasaje. La
encontré en Colombo, a mi regreso de Japón, actuando con la W. E.
S. El 7 de diciembre presidí una reunión aplazada de esa Sociedad.
La Sra. Weerakoon renunció a la Presidencia y la Sra. Higgins fue
elegida Presidenta Ejecutiva. Las cuentas que se presentaron antes
de la reunión se encontraron desesperadamente confusas y puestas
sobre la mesa. Esto no es de extrañar en absoluto, considerando
que hasta ese momento las damas cingalesas nunca habían actuado
juntas como un cuerpo organizado, ni tenían la menor familiaridad
con el registro de cuentas o la contabilidad. Consciente de las inevi-
tables dificultades que asaltarían a la Sra. Higgins, si se permitiera
a algunas de las damas de la Junta Directiva de la Sociedad inter-
ferir con la administración de su hogar y escuela, debido a su igno-
rancia y, en algunos casos, por analfabetismo, la Sra. Weerakoon
se presentó en presencia de la audiencia y renunció formalmente
en nombre de la Sociedad a todo derecho a entrometerse. Esto dio
al nuevo régimen un comienzo justo, y todo habría ido bien hasta
ahora si se hubiera respetado este sensato arreglo. Pero no fue así,
y el resultado fue la retirada definitiva de la Sra. Higgins, después
de un largo juicio, y la puesta en marcha por ella de una escuela
para niñas por su propia cuenta. De esto tendré que hablar más
tarde. Después de una estadía de diez días dejé Colombo rumbo a
Madrás en el vapor de la P. & O. Chusan. Anclamos frente al puerto
de Madrás después del anochecer del día 12, bajo una lluvia torren-
cial. Tocamos tierra a la mañana siguiente y recibí la calurosa bien-
venida habitual de mis colegas indios y de los Sres. B. Keightley
y S. V. Edge. En Adyar encontré a la señorita Anna Ballard, una
274 H ojas de un viejo diario

periodista estadounidense, que había estado viajando profesional-


mente y había venido a hacerme una visita prolongada.
Desde ese momento en adelante, mi tiempo lo dediqué por
completo al trabajo editorial, la correspondencia oficial y los prepa-
rativos para la Convención Anual. Un número sin precedentes de
damas europeas y norteamericanas asistieron a la reunión de ese
año. Entre ellas, la señorita F. Henrietta Müller, B. A. (Cantab.),
la reformadora más ardiente y excéntrica, que permitió que sus
muebles se vendieran en Londres a cambio de impuestos, como
protesta contra la negación de los derechos de las mujeres, que se
convirtió en India en una ferviente trabajadora con nosotros por
el resurgimiento de la Filosofía oriental, adoptando incluso a un
joven hindú como hijo y haciendo su testamento a su favor, y que,
más recientemente, se apresuró a regresar al redil cristiano, repu-
diándonos a nosotros, a nuestros colegas indios y al movimiento
en general. Sin embargo, una amiga bondadosa y generosa mien-
tras duró el estado de ánimo momentáneo. Ese excelente joven e
hijo devoto, el joven Conde Wachtmeister, también estaba entre
los delegados presentes. Es uno de los músicos no profesionales
más destacados que he conocido, y lamenté profundamente que no
tuviéramos un piano en Adyar, por lo que podría haber deleitado a
los delegados con su habilidad.
La Convención se reunió como de costumbre al mediodía del
27 de diciembre, con un número excepcionalmente grande de
países representados. Además de los líderes de todas partes de
India, teníamos gente de Ceilán, Japón, Inglaterra, Estados Unidos,
Birmania, Tíbet y Suecia. Siempre es alentador para los hindúes ver
a estos extranjeros venir de tierras lejanas y testimoniar personal-
mente de la expansión de nuestro movimiento.
En mi discurso anual, después de un panorama sobre el estado
de todo el movimiento, registré mis puntos de vista respecto a la
base no sectaria de nuestra Sociedad y el mal de la intolerancia; y
como incluso en los últimos doce meses (1900), había tenido que
defender esa base contra un concepto erróneo que prevalecía en
varios países, que impedía que personas excelentes se unieran a
nosotros, siento que es un deber citar mis comentarios sobre la
ocasión en cuestión. Yo dije:

Mi creencia es que si los Fundadores de la Sociedad y sus colegas


hubieran mostrado hasta ahora menos intolerancia hacia el cristia-
nismo, habríamos sufrido y hecho sufrir menos, y hoy tendríamos
mil cristianos bienaventurados donde tenemos uno. Podemos
decir verdaderamente que hemos tenido una provocación cruel,
La plataforma budista inaugurada con éxito 275

pero eso en realidad no nos excusa de no tener el valor de


devolver el bien por el mal y, por lo tanto, demostrar infidelidad a
nuestro ideal de hermandad. Todos hemos sido tan imperfectos
en nuestra coherencia de comportamiento, que hace años, los
Maestros nos dijeron que ser Miembro de la Sociedad Teosófica
no era en absoluto equivalente a ser un verdadero Teósofo, es
decir, un conocedor y hacedor de cosas divinas. Regresando al
tema, por supuesto, no es más importante para la humanidad en
su conjunto que la Teosofía sea reconocida y practicada dentro del
cristianismo que dentro de la iglesia hindú, el budismo o cualquier
otra iglesia. Por otra parte, es igualmente importante, y nuestra
Sociedad no habrá probado plenamente su capacidad de utilidad
hasta que haya ayudado con bondad y paciencia a los seguidores
fervientes y dispuestos de todas y cada una de las religiones a
encontrar la clave, la única llave maestra, mediante la cual sus
propias Escrituras pueden ser entendidas y apreciadas. Deploro
nuestra intolerancia, considerándome culpable principal, y sobre
todo protesto y denuncio una tendencia que crece entre nosotros
a sentar las bases de una nueva idolatría. Como cofundador de la
Sociedad, como alguien que ha tenido oportunidades constantes
de conocer la política elegida y los deseos de nuestros Maestros,
como alguien que, bajo ellos y con su consentimiento, ha llevado
nuestra bandera durante dieciséis años de batalla, protesto contra
los primeros, cediendo a la tentación de elevarlos a ellos, sus
agentes o cualquier otro personaje vivo o muerto a la condición
divina, o sus enseñanzas a la de doctrina infalible. Los Maestros
nunca me dijeron, me transmitieron o me escribieron una sola
palabra que justificara tal curso, es más, que no manifestara exac-
tamente lo contrario. Se me ha enseñado a apoyarme solo en mí
mismo, a mirar a mi Ser Superior como mi mejor maestro, mejor
guía, mejor ejemplo y único salvador. Me enseñaron que nadie
podría ni jamás alcanzaría el conocimiento perfecto excepto en
esas líneas; y mientras me mantengan en mi oficina, proclamaré
esto como la base, la única base y el paladio de la Sociedad. Me
siento guiado a hacer las observaciones anteriores por lo que he
visto que está sucediendo últimamente.

Con respecto a la muerte súbita de HPB y a traer sus cenizas a


Adyar, dije:
El dolor más negro del año o más bien de todos nuestros años,
fue la repentina muerte de la Sra. H. P. Blavatsky, en Londres, el
8 de mayo pasado. La fealdad del shock se vio incrementado por
276 H ojas de un viejo diario

lo inesperado. Había estado inválida durante años, es cierto, pero


la habíamos visto más de una vez arrebatada del mismo borde
de la tumba, y en el momento de su muerte había trazado planes
para continuar trabajando en un futuro cercano. Por orden suya,
se estaba haciendo un edificio en la Sede de Londres, ella tenía
compromisos pendientes sin resolver, entre ellos, el más impor-
tante conmigo. Su sobrina la vio el día anterior y concertó una cita
con ella. En resumen, no creo que tuviera la intención de morir o
supiera que moriría cuando sucedió. Por lo general, por supuesto,
sabía que era probable que partiera después de terminar cierto
trabajo, pero las circunstancias me hacen pensar que fue sorpren-
dida por una crisis física y murió antes de lo esperado. Si hubiera
vivido, sin duda habría dejado su protesta contra sus amigos, que
la convirtieron en una santa o en una Biblia por sus magníficos,
aunque no infalibles, escritos. Ayudé a compilar su “Isis sin Velo”,
mientras que el Sr. Keightley y varios otros hicieron lo mismo con
“La Doctrina Secreta”. Seguramente sabemos cuán lejos de ser
infalibles están nuestras porciones de los libros, por no decir nada
sobre la de ella. Ella no descubrió ni inventó la Teosofía, ni fue la
primera ni la más capaz agente, escriba o mensajera de los Maes-
tros Ocultos de las Montañas Nevadas. Las diversas Escrituras
de las naciones antiguas contienen todas las ideas que ahora se
presentan y, en algunos casos, poseen bellezas y méritos mucho
mayores que cualquiera de sus libros o de los nuestros. No nece-
sitamos caer en la idolatría para expresar nuestra reverencia y
amor duraderos por ella, la maestra contemporánea, ni ofender
al mundo literario pretendiendo que ella escribió con la pluma
de la inspiración. Nadie fue un amigo suyo más acérrimo y leal
que yo, nadie apreciará su recuerdo con más amor. Fui fiel a ella
hasta el final de su vida, y ahora seguiré siendo fiel a su memoria.
Pero nunca la adoré, nunca cegué mis ojos ante sus defectos,
nunca soñé que ella era un canal tan perfecto para la transmisión
de enseñanzas ocultas como lo habían sido otros en la historia o
como los Maestros habrían estado felices de haber encontrado.
Como su probado amigo, entonces, como alguien que trabajó más
íntimamente con ella y está más ansioso de que la posteridad la
tome por su alto y verdadero valor, como su compañero de trabajo,
como desde hace mucho tiempo, un agente aceptado aunque
humilde de los Maestros, y finalmente, como director oficial de la
Sociedad y guardián de los derechos personales de sus Miem-
bros, dejo constancia de mi protesta contra todos los intentos de
crear una escuela, secta o culto HPB, o de tomar sus declara-
ciones, en el menor grado, por encima de la crítica. La importancia
La plataforma budista inaugurada con éxito 277

del tema debe ser mi excusa para detenerme en él con detalle.


No selecciono a ningún individuo, no quiero herir los sentimientos
de nadie. No estoy seguro de estar vivo muchos años más, y qué
deber me exige, debo decirlo mientras pueda.
Y ahora, hermanos y amigos, llego a un asunto del más profundo
y triste interés. El cuerpo de H. P. Blavatsky fue incinerado por
orden suya, reiterada a menudo y en lapsos prolongados. Antes de
partir de India hacia Europa por última vez, ejecutó lo que resultó
ser su última voluntad y testamento, y el documento original está
archivado aquí según lo dispuesto por la ley. Su fecha es el 31
de enero de 1885. Los testigos fueron P. Sreenivasa Row, E. H.
Morgan, T. Subba Row y C. Ramiah. Contiene una cláusula en la
que solicita que sus cenizas sean enterradas dentro del recinto de
la Sede Central en Adyar; y otra solicitando que anualmente, en el
aniversario de su muerte, algunos de sus amigos se reúnan aquí y
lean un capítulo de “La luz de Asia” y uno del Bhagavadgita.
En cumplimiento de su sagrado deseo, por lo tanto, he traído
sus cenizas de Londres, cruzando el Atlántico, cruzando el conti-
nente americano, cruzando el Pacífico, desde Japón hasta Ceilán,
y de allí hasta aquí, para que puedan encontrar el último lugar
de descanso que anhelaba, la tumba más sagrada que pudiera
tener un sirviente de los sabios indios. Juntos vinimos, ella y yo
de Nueva York a India, por mares y tierras a principios de 1879,
para volver a encender la antorcha en la puerta del templo de
Gnyânam: juntos hemos venido ahora, nuevamente en 1891, yo
vivo, ella una memoria y un puñado de polvo: separados estamos
en cuerpo, pero unidos en corazón y alma por nuestra causa
común y sabiendo que un día, en un futuro nacimiento, volveremos
a ser camaradas, co-discípulos y colegas. Mi deber privado para
con ella se ha cumplido: ahora entrego a la Sociedad la honorable
custodia de sus cenizas y, como presidente, me encargaré de que
se cumplan sus últimos deseos en la medida de lo posible.

Luego quité una cubierta de seda y dejé al descubierto un jarrón de


Benarés cerrado, bellamente grabado, en el que estaban las cenizas
de Mme. Blavatsky. Todos los presentes se pusieron de pie y perma-
necieron en solemne silencio hasta que se volvió a tapar la urna
mortuoria.
Cuando se consideró la eliminación de las cenizas, mi sugerencia
de construir un mausoleo o dagoba dentro de nuestro complejo
recibió desaprobación general. El tema de la eliminación de las
cenizas de los muertos nunca antes había sido considerado por
mí, me sorprendió mucho, y debo confesar que también me dolió
278 H ojas de un viejo diario

descubrir cuán absolutamente antagónicas eran las opiniones de los


pueblos hindúes y occidentales sobre esta cuestión. En opinión de
mis colegas hindúes, haber plantado las cenizas de Mme. Blavatsky
en nuestras instalaciones o cerca de ellas las habría profanado,
como para que ningún hindú ortodoxo pudiera llegar allí sin pasar
por ceremonias purificadoras posteriores. En el curso de la conver-
sación, me preguntaron si un creyente en el Yo Superior debería
considerar el polvo del cuerpo que la personalidad del ego había
ocupado, como algo mejor que negarse a deshacerse de él lo antes
posible, preferiblemente por el método hindú de arrojarlo a un
arroyo o al mar. Mi respuesta fue que, dado que también era su
costumbre conservar en las tumbas los cadáveres de yoguis recono-
cidos, me parecía una vergüenza y una señal de ingratitud que las
cenizas de alguien que había poseído no solo el conocimiento sino
también los poderes trascendentales de un yogui avanzado, y que
había amado tanto a India y trabajado tan desinteresadamente por el
bienestar espiritual de los indios, no debieran ser enterrados, como
había pedido en su testamento, en la Sede Central. Finalmente, al
ver que mis argumentos no servirían para superar sus prejuicios
profundamente arraigados, y sintiéndome personalmente herido
por lo que concebí como una fría ingratitud, finalmente accedí a la
adopción de una resolución por la que tendría plenos poderes para
disponer de las cenizas como mejor creyera. Mi convicción privada
fue que, en el fondo, estaban dispuestos a que hiciera lo que me
gustara, siempre que no les informara del asunto y así comprome-
tiera sus responsabilidades de casta en caso de que, a sabiendas, me
permitieran llevar a cabo los deseos de HPB.
Debe recordarse que durante años había estado tratando de
desembarazarme de la responsabilidad de tener los bonos del
gobierno pertenecientes a la Sociedad a mi nombre, porque nadie
podía prever la certeza de que yo escapara de accidentes de viaje,
y así dejar el dinero enredado en mis asuntos privados y sujeto a
riesgos de complicaciones legales. Una y otra vez lo había presen-
tado en las convenciones, y esta vez se aprobó una resolución para
la ejecución de una escritura de fideicomiso. A su debido tiempo,
este documento fue redactado y ejecutado, y fue debidamente regis-
trado en la oficina del Registro de Escrituras en Saidapet.
Los delegados dieron muchas conferencias antes de la
Convención, y discursos en la celebración pública de nuestro deci-
mosexto aniversario, en el salón Pachaiappah. Después de una sesión
muy exitosa, durante la cual prevaleció un sentimiento excelente, la
Convención se levantó sine die [sin fecha establecida] el día 29.
La plataforma budista inaugurada con éxito 279

Se aprovechó la presencia de varias damas en la Convención


para reunirlas y considerar la cuestión de la educación femenina en
India. Se hicieron varias sugerencias, pero, debido a la ignorancia
de las damas en cuanto a la situación real de la mujer en el hogar
hindú, casi todas fueron impracticables. Por último, se adoptó una
sugerencia mía de que las damas deberían dar un discurso al público
hindú con miras a determinar la viabilidad de organizar una Liga
Educativa de Mujeres para India.
Habiendo comenzado con éxito un movimiento de este tipo en
Ceilán, parecía posible que se pudiera iniciar uno similar en India,
con algunas modificaciones adaptadas a las diferentes condiciones
de la vida doméstica india. La dificultad práctica en el camino de
cualquier movimiento de este tipo sería la falta de líderes prepa-
rados; las restricciones sobre las mujeres como consecuencia de la
prevalencia generalizada del sistema zenana o purdah serían extrema-
damente vergonzosas. Por supuesto, la elección de damas Brahmo
en esa capacidad sería bastante impensable fuera de su propia
comunidad pequeña y completamente heterodoxa. Las damas orto-
doxas probablemente nunca aceptarían su liderazgo, como tampoco
lo haría cualquier dama europea que fuera una cristiana reconocida,
porque de inmediato surgiría la sospecha de que era un nuevo truco
de los misioneros ganar conversos o abrir el camino para la ruptura
de la casta. Que tal dificultad no se asociaría a un movimiento diri-
gido por mujeres blancas profesamente teosóficas es bastante claro
cuando vemos la luz en la que la Sra. Besant es considerada en la
familia hindú. Al reconocer esto, durante muchos años ha sido un
plan apreciado por mí, obtener de los países occidentales Miembros
de nuestra Sociedad como Srta. Palmer, Sra. Higgins, Mlle. Kofel,
Srta. Weeks y otras que se han formado como maestras, y que
saldrían con la intención de dedicarse exclusivamente a esta labor
de crear una Liga de Mujeres. Sin embargo, esto es un asunto para
el futuro, ya que requiere de un capital especial y un programa
completamente digerido antes de que yo dé mi consentimiento para
que comience.
Entre los personajes interesantes de la Convención se encon-
traba un Lama del Monasterio Budista Tibetano de Pekín. Me trajo
el siguiente memorando de Babu Sarat Chandra Das, el traductor
tibetano del Gobierno de Bengala:
Lama Tho-chiya, de una familia de Manchuria, pertenece a Yung-
ho-kung, el gran monasterio budista de Pekín, que visité en 1885.
Es amigo de Su Excelencia Shang Tai, el actual presidente impe-
rial chino (Amban) de Lhasa.
280 H ojas de un viejo diario

Durante su estancia aquí, Lama Tho-chiya fue mi huésped. Ahora


se dirige a Buddha Gaya con solo ₹ 20, que le he puesto en el
bolsillo. Se merece ayuda en todos los sentidos. Ha llegado desde
la lejana Manchuria, viajando a pie.

El retrato del Lama puede verse en la fotografía de grupo anual


de 1891, sentado entre la señorita Müller y el señor Keightley, y se
notará lo delicados, refinados y espirituales que son sus rasgos, y lo
poco que se parecen al tipo mongol.
El último día del año, la Dra. Emma Ryder me dijo que, mien-
tras practicaba en Bombay, supo que la Sra. Coulomb y los misio-
neros habían organizado un plan mediante el cual la Sra. Besant
sería arrastrada a la corte con algún pretexto, para reabrir el viejo
escándalo contra HPB; más aún, que esa mujer era maliciosa hasta
cierto punto. Sin embargo, el complot, si alguna vez se hizo, fracasó
porque la señora Besant no fue molestada de ninguna manera.
El Sr. Keightley y yo despedimos el año viejo, y nos dimos la
mano deseándonos suerte en el umbral del Año Nuevo. Mis viajes
en el año 1891 aumentaron hasta 69 000 km por mar y tierra. Por
supuesto, el evento más sobresaliente de los últimos doce meses fue
la muerte de Mme. Blavatsky, el 8 de mayo, en el séptimo mes del
decimoséptimo año de nuestra asociación en este trabajo.
CAPÍTULO XXV
La notificación de renuncia,
y lo que generó
1892

E
L año pasado fue uno de constantes viajes, el actual (1892)
fue comparativamente más tranquilo; una gira por Arakan
y Rangún vía Calcuta y Darjeeling, en aras del budismo, fue
toda mi actividad de ese tipo. El último de los delegados parsis e
indios partió el 1 de enero; las damas europeas que nos visitaban
se fueron unos días más tarde. El Sr. Keightley comenzó el 11 una
gira proyectada hacia Bombay y el norte. El día 12 le escribí a
S. M., el Rey de Suecia y Noruega, y le envié dos chakram (monedas
pequeñas) de Travancore y dos libros ilustrados en tamil y telugu,
que contenían el signo de los triángulos entrelazados o estrella de
seis puntas; esta cuestión del gran empleo del símbolo desde los
tiempos más antiguos en el Este la habíamos discutido nosotros
durante mi audiencia en Estocolmo.
La nueva edición del “Catecismo Budista” había atraído la aten-
ción y ganado la aprobación de un eminente Orientalista europeo,
ya que recibí en ese momento una copia de L’Estafette, un diario
parisino, con un artículo de dos columnas de M. Burnouf, con una
crítica elogiosa de la obra. Contrastó la simplicidad y razonabilidad
de la metafísica del Buda con la de la Iglesia cristiana, en detri-
mento de esta última, y llegó a decir que la influencia de nuestra
Sociedad se tornaba cada vez más notable en toda Europa: consideró
la publicación del “Catecismo” como un gran evento.
282 H ojas de un viejo diario

Se habrá visto, por lo que está escrito en capítulos anteriores,


cuánto se ocupó mi mente sobre la evidente probabilidad de que
surgiera una nueva secta en torno a la memoria de HPB y su litera-
tura. Cada semana las cosas parecían ir de mal en peor: algunos de
mis colegas más fanáticos iban por ahí con un aire “de sabiduría,
seriedad, profunda presunción; como quien dice, yo soy el Señor
Oráculo, y, cuando yo abro mis labios, ¡que ningún perro ladre!”
Alguien podría pensar que HPB había colocado sobre sus hombros
la carga de todos los Misterios del Himalaya; y cuando alguien se
atrevía a desafiar la razonabilidad de algo que ellos citaban, respon-
dían con una especie de aliento restringido: “Pero, ya sabes, así lo
dijo ella”, como si eso cerrara el debate. Por supuesto que no tenían
ninguna intención de hacer daño, y, quizás, hasta cierto punto, en
verdad expresaban su respeto reverencial ante la difunta instruc-
tora; pero de todos modos era una tendencia muy perniciosa, y, si
no se controlaba, seguramente nos arrastraría hacia una peligrosa
trampa sectaria. Lo soporté tanto como pude, y por fin, creyendo
que la verdad por sí sola le daría a mi querida colega el lugar que le
corresponde en la historia, y que “una historia honesta corre más
rápido, si se la cuenta con claridad”, comencé, como dice mi Diario,
el 16 de enero, “una serie de recuerdos históricos de la S. T. y HPB
bajo el título de ‘Hojas de un viejo diario’”. Desde ese momento
hasta ahora el tiempo no ha tenido la oportunidad de pasar muy
lentamente, ya que cuando no lo ocupo con los asuntos del día,
siempre lo empleo útilmente en la búsqueda de hechos para esta
narrativa histórica. Fue una inspiración tan oportuna, como lo han
demostrado los acontecimientos, que estoy muy dispuesto a creer
que la idea fue puesta en mi cabeza por aquellos que observan, sin
ser vistos, nuestros movimientos. Ciertamente, la creación de la
secta Blavatsky se hizo imposible: tras nueve años, ahora se la estima
bastante, y la sensata valoración de ella gana fuerza continuamente.
Pero que nadie suponga que esta tendencia viciosa hacia la adora-
ción del héroe ha sido desarraigada de nuestra naturaleza, porque
se está formando una nueva ídolo con la forma de esa querida,
abnegada y modesta mujer: Annie Besant. Si los muros de nuestra
Sociedad fueran menos resistentes, sus ciegos admiradores ya esta-
rían cavando un nicho en el que colocar el ídolo para adorarla.
Huelga decir que quien esté familiarizado con los discursos y
escritos de la Sra. Besant tendrá pruebas abrumadoras de que tal
actitud hacia ella es de lo más desagradable. Hace muchos años,
ella voluntariamente lo sacrificó todo para trabajar por sus seme-
jantes, y desde el primer momento hasta ahora ha suplicado a sus
oyentes que consideren la idea, y no el orador. No se podría haber
La notificación de renuncia, y lo que generó 283

expresado de manera más concisa que en las siguientes frases del


último párrafo de sus magníficas conferencias sobre el “Dharma”.

Después de esta presentación imperfecta de un poderoso tema,


permítanme decirles: escuchen la idea en el mensaje, y no al
orador que es el mensajero; abran sus corazones a la idea, y
olviden la imperfección de los labios que lo han expresado.

Todas en vano sus protestas y apelaciones: ellos deben tener un


ídolo; y al estar HPB fuera de su alcance, se agrupan alrededor
del siguiente personaje disponible. Ni siquiera los trabajadores de
menor conocimiento y nobleza de carácter escapan a esta tendencia
eufemística. Hasta que tuvo lugar la gran revelación, al Sr. Judge
se lo veía en Avenue Road como un místico más grande que todos
los demás, ellos creían que las credenciales falsas de él eran un
verdadero respaldo de los Mahatmas. Y así con otros: el sucesor del
Sr. J., por ejemplo, quien nunca podría haber ejercido un control
sobre la excelente gente que había sido desviada por la ilusión de
Judge, si él no hubiese arrojado el manto de su engañoso glamour
alrededor de ella. Incluso podría nombrar a otros, entre nuestros
prominentes trabajadores, que están en peligro de una adulación
similar. Esperemos que puedan ver el peligro antes de que se les
suba a la cabeza, al igual que a algunos jóvenes inexpertos de Oriente
y Occidente que se han visto forzados prematuramente a la feroz
luz de la notoriedad. Nunca veo en estos días a un joven indio o
cingalés salir a las tierras occidentales a dar conferencias sin sentir
la triste convicción de que inevitablemente serán arruinados por el
halago a su vanidad.
Durante el mes de enero, pasé por otra crisis, que me llevó una
vez más a presentar mi renuncia al cargo. Se habían difundido
informes exagerados sobre mí; la influencia de Judge era primordial
en Londres, se había ideado un plan para enviar al Sr. C. F. Wright
a Australia y así socavar mi autoridad y hacer que las Ramas de allí,
bajo su liderazgo, se unieran a la Sección de EE. UU. y quedaran
completamente bajo el control de Judge. Se hizo todo lo posible
para reducir mi posición a la de una especie de cero a la izquierda
o figura decorativa; así que con mi dimisión opté por el camino del
medio. Tomé todas las medidas necesarias para que el traspaso de
autoridad al Sr. Judge, entonces Vicepresidente, fuera factible. Se
envió a las Secciones una circular explicativa, acompañada de copias
de mi renuncia, y el 4 de febrero fui a Ootacamund para hacer
los arreglos finales y establecer mi residencia allí. Como antes, las
protestas y peticiones llegaron de todas partes, Miembros influyentes
284 H ojas de un viejo diario

amenazaron con dimitir, algunos incluso presentaron su renuncia.


Esta vez no me hicieron cambiar de parecer. Pero al consultar a
un abogado sobre los pasos a seguir para relevarme de la respon-
sabilidad por el dinero en efectivo y los valores de la Sociedad que
estaban a mi nombre, se hizo evidente que sería cuestión de tiempo,
y requeriría mucha reflexión; así que modifiqué los términos de
mi renuncia para que entrara en vigor desde el momento en que
se arreglaran estos asuntos de propiedad, incluidos los temas no
resueltos de la finca Hartmann en Toowoomba.
Entre las ofertas de amorosa ayuda que recibí, había tres invita-
ciones —de mis amigos el príncipe Harisinhji, el señor Parmelin,
de Francia, y S. S. el Rajá de Pakur— para sustentarme por el resto
de mi vida. Mientras tanto, mis documentos viajaban por todo el
mundo, y estaba totalmente decidido a abandonar la Presidencia lo
antes posible. Pero de repente surgió una interferencia de un lugar
que no podía ignorarse. Justo antes del amanecer, el 10 de febrero,
recibí mediante clariaudiencia un mensaje muy importante de mi
Gurú: su impresión fue aún mayor por el hecho de que me dijo
cosas que eran muy contrarias a mi propia creencia, y por lo tanto
no se podía explicar como un caso de autosugestión. Me dijo (a) que
vendría un mensajero de él, y que debía estar listo para recibirlo; (b)
que la relación entre él, HPB, y yo era inquebrantable; (c) que debía
estar listo para un cambio de cuerpo, ya que el mío actual casi había
servido a su propósito; (d) que no había hecho bien en tratar de
renunciar prematuramente: todavía se me necesitaba en mi puesto,
y debía contentarme con permanecer indefinidamente hasta que él
me diera permiso para abandonarlo; (e) que aún no había llegado
el momento de llevar a cabo mi esquema de una gran Liga Budista
Internacional, y que la Sociedad Mahabodhi, que yo había tenido la
intención de usar como núcleo del esquema, sería un fracaso; (f )
que eran falsas todas las historias sobre que él me había desechado y
retirado su protección, porque él mantenía una vigilancia constante
sobre mí, y nunca me abandonaría.
En cuanto al primer punto, mostraré, en el momento apro-
piado, cómo llegó exactamente el mensajero predicho; en cuanto
al segundo, fue una gran sorpresa, porque HPB se había estado
comportando de tal manera conmigo, y había hecho afirmaciones
tan imprudentes sobre que la influencia de los Maestros se había
retirado de Adyar, que realmente supuse que todo había termi-
nado entre nosotros; y como no había sabido nada directamente
de mi Gurú durante algún tiempo, solo supuse que estaba tan
disgustado conmigo que había retirado su protección. En cuanto al
tercero, parece probable que la repentina y, como lo he expresado,
La notificación de renuncia, y lo que generó 285

inesperada muerte de HPB hizo necesario que se me diera la salud


y la fuerza necesarias para hacer que mi cuerpo durara mucho más
de lo que, tal vez, parecía indispensable. Ciertamente, mi fuerza
física parece aumentar en lugar de disminuir en este momento. En
cuanto al intento de dimisión, no estaba preparado para el punto
de vista que adoptó el Gurú. Parecía que mis principales colegas
estaban dispuestos y ansiosos por deshacerse de mí. Me sorprendió
la posición tomada en el quinto punto del mensaje, porque en ese
momento las perspectivas de la Sociedad Mahabodhi eran buenas,
llegaban suscripciones para la adquisición de los lugares sagrados
budistas, el interés se extendía a Siam y Japón, y estaba convencido
de que mi esquema de unión internacional podía llevarse a cabo. En
cuanto al último y más preciado punto del mensaje, nadie dudará
que llenó mi corazón de alegría; ya que, por más que yo hubiese
tenido muchos defectos, al menos había mantenido como objetivo
primordial de mis esfuerzos la entrega de un servicio leal e incon-
dicional a mi Gurú. Este evento, el lector por favor tenga en cuenta,
ocurrió el 10 de febrero; ahora veremos qué efecto produjo en el
Sr. Judge y sus seguidores cuando se les informó.
Por lo que puedo deducir de mi Diario, notifiqué al Sr. Judge de
este mensaje de clariaudiencia por correo terrestre del 18 de febrero.
El 3 de marzo escribí una larga e importante carta al Sr. Judge y al
Consejo General, declarando que no podía consentir que él fuera
Presidente Interino de la S. T. y Secretario General de la Sección
de EE. UU., ya que eso le daría tres votos de un posible de cinco en
el Consejo General. Mientras tanto, la situación en Nueva York se
mantuvo sin cambios, me llegaban cartas casi semanalmente discu-
tiendo los detalles de mi retiro; ni una palabra se decía sobre mi
permanencia en el cargo, pero en cada carta me pedía que lo nomi-
nara a él para el mandato completo durante el resto de su vida.
El 2 de abril, un cable de Judge me dijo que no tenía que preocu-
parme por el traslado de la Sede Central, y que él renunciaría a la
Secretaría General lo antes posible. El 16 de abril le dije por cable
a Judge que no podía retirarme el 1 de mayo, ya que aún no se
había acordado nada sobre los asuntos financieros de Brisbane y
Adyar. No sé qué ideas habían estado dando vuelta en la mente del
Sr. Judge, ni hasta qué punto había consultado a sus colegas sobre su
indispensable renuncia a la Secretaría General; pero el 21 de abril,
aproximadamente un mes después de que él hubiera recibido, a su
debido momento, mi carta sobre los deseos de mi Gurú, me envió
un cable para que me detuviera donde estaba, es decir, que perma-
neciera en el cargo, ya que él tenía noticias muy importantes de La
Logia, y habría un gran cambio en su política el 24 de abril, fecha
286 H ojas de un viejo diario

de la apertura de la Convención de la Sección de Estados Unidos.


Lo que significó ese cambio se puede ver en el tono de las resolu-
ciones, redactadas por él, presentadas por un tercero y aprobadas
unánimemente por la Convención: cada idea que contenían, casi
cada palabra en la que se expresaban, provenían de él, y se anti-
cipó en una incoherente y fraudulenta carta del Mahatma, que me
envió cuatro días antes de la reunión de la Convención. En esta se
incluye la siguiente información para mí, sobre las instrucciones
que supuestamente él recibió de un Maestro:

A él (Judge) se le ha ordenado recientemente… cambiar su polí-


tica, porque ve que no es momento, ni correcto, ni justo, ni sabio, ni
el verdadero deseo de La Logia, que usted salga, ya sea corporal u
oficialmente. Pero ahora él está en una posición muy tensa debido
a la gente con la que tiene que lidiar en otras tierras distintas (es
decir, nuestra gente de Londres). Él hará que se lleve a cabo de
la siguiente manera en la reunión de abril (la Convención de la
S. T. de EE. UU.); y ante esto ha preparado una resolución para
que se apruebe, declarando, en primer lugar, que se ha recibido la
renuncia de usted; en segundo lugar, que la reunión deja asentado
que todas las Ramas de este país han votado por él como sucesor;
que es deber de la reunión, declarar que el voto de la Sección es
para la persona seleccionada por las Ramas; en cuarto lugar, que,
sin embargo, ese voto tendrá efecto solo en caso de que al anterior
líder (o sea yo) no se lo pueda inducir a que permanezca a pedido
de la Sección más poderosa, y que a él se le ordena averiguar,
esperar hasta la otra Convención, escribir al anterior líder y pedirle
una revocación, influir en los demás en julio para que hagan lo
mismo, y por todos los medios intentar lograrlo.

El aspecto cómico de este asunto radica en el hecho de que este


cambio de su política está “ordenado” en la falsa carta autorizada
que él recibió, según hizo creer, ¡al menos un mes después de recibir
mi carta en la que yo le contaba sobre mi mensaje de clariaudiencia!
Ahora bien, el Sr. Judge fue a Londres para la Convención de
julio, como representante oficial de su Sección, y también como
Vicepresidente, y mi supuesto sucesor. En lugar de obedecer sus
supuestas órdenes de “influir en los demás en julio”, guardó silencio
y permitió que la Convención Europea, que ignoraba los deseos
del Maestro, aceptara mi renuncia y votara por él como Presidente
sucesor. La Sra. Besant, el Sr. Mead y sus colegas recibieron el
primer indicio de esto en mi Notificación Ejecutiva del 21 de agosto
de 1892, en la que anuncié mi revocación de la carta de renuncia
La notificación de renuncia, y lo que generó 287

y reanudación del servicio activo; mencionando incidentalmente


la circunstancia del mensaje clariaudiente, y del supuesto mensaje
del Sr. Judge del 20 de abril. La señora Besant, al incorporar este
caso de doble juego en uno de los cargos formulados por ella contra
Judge, dice: “Esto sorprendió a los trabajadores de Londres, ya que
les hizo pensar que habían actuado involuntariamente en contra de
la voluntad del Maestro, y G. R. S. Mead escribió al coronel Olcott:
‘La orden de la que usted cita es más que suficiente; y si hubiéramos
tenido una remota idea de la existencia de tal orden, las resolu-
ciones aprobadas habrían sido diferentes. A juzgar por la carta de W.
Q. Judge, él ignora este citado asunto tanto como nosotros’”.
Habiendo despertado sus sospechas, ellos le pidieron conjunta-
mente al Sr. Judge que les explicara, y hubo varias cartas. Su conte-
nido puede leerse en el folleto El Caso en contra de W. Q. Judge,
que muestran un sistema de prevaricación y evidente falsedad que
fue suficiente para destruir toda confianza en su palabra. Él negó
que se le hubiera indicado una línea específica de política, y deses-
timó la supuesta carta de instrucciones escribiendo a la Sra. Besant:
“Hace unos días, un Maestro me dijo vagamente que ‘tendría que
cambiar mi política’. Nada más. Aparentemente me lo dejó a mí y
al tiempo”. Todo su caso demuestra que estaba poseído por la ambi-
ción de conseguir la presidencia y mantenerla de por vida. Para ello,
empleó todos los medios posibles para influir en las mentes de los
principales trabajadores de ambas Secciones Occidentales, inclu-
yendo documentos falsificados y mensajes falsos. ¡Pobre hombre!
olvidó que “antes de la destrucción está el orgullo; y antes de la
caída, la altivez de espíritu”.
Al lector avezado no se le pasará por alto el hecho de que la acción
del Sr. Judge y la Sección estadounidense plenamente contradice y
torna absurdas las resoluciones de 1895, en las que la Convención de
EE. UU. aprobó, por una mayoría preponderante de nuestras Ramas
estadounidenses, una moción para separarse de nosotros, y declaró
que nunca había existido una Sociedad Teosófica de iure aparte de
la fracción del órgano original de Nueva York.
CAPÍTULO XXVI
Médiums, mendacidad y otros asuntos
1892

E
L arribo predicho de un mensajero de la Gran Logia Blanca, y
la orden de mantenerme listo para recibirlo, no solo hizo que
yo, sino otros a quienes se lo conté, nos estremeciéramos de
emoción. El Maestro no había fijado una fecha, así que todo lo que
tenía que hacer era tener mi maletero embalado, listo para partir al
recibir un telegrama. Yo suponía que el mensajero sería Damodar,
y que aparecería desde el otro lado del Himâlaya, en Darjeeling, de
donde había comenzado su memorable viaje en busca del ashram.
Así que le escribí a Babu Sreenath Chatterji, nuestro colega activo
en esa estación de la colina —cuya casa siempre había sido una
especie de dharma-sala o refugio de viajeros para los lamas tibetanos
que pasan entre Tíbet y el norte de India— pidiéndole que estuviera
atento, y le envié un código por el cual me podía telegrafiar cuando
la ocasión lo requiriera. Con su habitual impetuosidad, la seño-
rita Müller fue allí para tener el primer contacto con el mensajero;
también lo hicieron otros, y ellos y yo mantuvimos una corres-
pondencia muy activa por correo y telégrafo. Se fijaban días para el
esperado arribo, y cuando fallaban, los cambiábamos por otros; pero
el mensajero no vino, y los emprendedores guardianes finalmente
se cansaron de esperar, se fueron, y luego me insinuaron que proba-
blemente no había existido tal mensaje, sino que se trataba sólo de
mi propia ilusión. Lo mismo se pensaba y se decía en Londres y
Nueva York, y a la larga mi noticia estaba bastante desacreditada.
Mientras tanto, no dije nada, mantuve mi maletero empacado y
esperé. Esperé más de dieciocho meses, y —aunque el maletero
290 H ojas de un viejo diario

todavía estaba empacado, y había pospuesto el arribo de los idus


de marzo— llegó el mensajero. Me referiré a eso en el momento
oportuno.
Tenemos algunos extraños visitantes en Adyar. En otra sección
he descrito las visitas de los ascetas indios. Mi nota del último día
de febrero registra la de un contorsionista del distrito de North
Arcot, llamado Subramanya Aiyar, que manejaba el cuerpo físico de
una manera que le habría asegurado una atractiva vida en los circos
occidentales, music-halls, y atracciones secundarias. La más sensa-
cional de sus hazañas fue girar la cabeza, de modo que el rostro
nos miraba desde entre los hombros. En esa posición hablaba y
comía plátanos: realmente alguien que merece ser honrado entre
los antropófagos y hombres cuyas cabezas les crecen debajo de los
hombros.
Otra cosa intrascendente que hizo fue dislocarse el hombro y
llevar ese brazo alrededor del cuello, para que colgara paralelo al
otro brazo. Sé que no hay Teosofía en esto, pero es sólo un poco de
realismo que ayuda a hacerse una imagen de nuestra simple vida
en Adyar.
Otro pequeño inconveniente que intenté eliminar en ese
momento fue el creciente hábito de adoptar para las nuevas Ramas
nombres previamente escogidos para las ya existentes. Tales dupli-
caciones inevitablemente generan confusión, al igual que ocurre
cuando se plagian títulos de libros. Es injusto para una Rama de
mayor antigüedad, como, por ejemplo, la Logia Blavatsky original,
cuyo nombre se conoce en todo el mundo, que una antigua Rama
como la de la S. T. de Bombay, cuya Carta Constitutiva se remonta
a 1880, y que había comenzado a darse a conocer por medio del
Sr. TooTookaram Tatya’seful, publicaciones clásicas y reimpresiones,
de repente borre su pasado de buena reputación, y continúe funcio-
nando bajo un título del que se han adueñado inadecuadamente.
En una Notificación Ejecutiva que publiqué en ese mes de marzo,
enumeré otros casos de esta copia de títulos, a saber: “dos S. T. Olcott
(Kanigiri, India, y Sydney, NSW); dos Siddharthas (Weligama, Ceilán,
y Vicksburg, Mass., EE. UU.); dos Tatwagnanas ( Jessore y Tipperah,
India); dos Krishnas (Guntur, India, y Filadelfia, EE. UU.); una Aria
(N. Y.), y una Aria Patriótica (Aligarh, India); una Satya (Los Ángeles,
EE. UU.), y Satya (Lucknow, India), y así sucesivamente. Siempre
que una Rama esté inactiva, su nombre pasa desapercibido; pero
cuando se activa, entonces su título, si se copia de otra, se convierte
en una perplejidad”. A continuación, añadí las siguientes obser-
vaciones, que son tan pertinentes en la actualidad como lo eran
entonces:
Médiums, mendacidad y otros asuntos 291

El Presidente llama la atención sobre este asunto con la espe-


ranza de que, en lo sucesivo, los Secretarios Generales de las
Secciones y el Director responsable de la Oficina de Registro de
la Sede se nieguen a enviar Cartas Constitutivas a Ramas que
soliciten admisión con títulos prestados o duplicados accidental-
mente. La experiencia también dicta que la elección de nombres
elegantes y halagadores en lugar de los locales, que a la vez
designan el pueblo o ciudad donde se encuentra la Rama, es un
inconveniente; pero donde se forman varias Ramas en una ciudad,
la más antigua debe adoptar el nombre de la ciudad, y las otras
uno diferente. En lo que respecta a los nombres ya duplicados,
lo apropiado sería que el primero en recibir la Carta Constitutiva
conservara su nombre, y los últimos adoptaran otros que no estu-
vieran aun registrados en la Sede Central.
Para dar por concluido el tema, de una vez por todas, el abajo
firmante recomienda que, en la medida de lo posible, se evite
ponerle a las Ramas nombres de personas. En el mejor de los
casos, no es más que una especie de culto al héroe y fomenta la
vanidad. En cuanto a los Fundadores y a las otras quince personas
que estaban presentes cuando se votó para formar esta gran orga-
nización, toda la Sociedad y sus resultados son la mejor y única
conmemoración permanente.
Como hemos estado celebrando el aniversario de la muerte de HPB
durante ocho años, y como, sin duda, la ceremonia continuará,
quizás corresponda hacer constar en acta la Notificación Ejecutiva
del 17 de abril de 1892, que condujo a la práctica del evento. El texto
era el siguiente:
En su última Voluntad, H. P. Blavatsky expresó el deseo de que
anualmente, en el aniversario de su muerte, algunos de sus amigos
se reúnan en la Sede de la Sociedad Teosófica y lean un capítulo
de “La Luz de Asia” y (extractos de) el Bhagavadgita; y dado que
es importante que sus colegas sobrevivientes mantengan viva la
memoria del servicio a la humanidad que ella brindó, y su devoto
amor por nuestra Sociedad, el abajo firmante sugiere que el aniver-
sario se conozca entre nosotros como el Día del Loto Blanco, y
formula el siguiente pedido y recomendación oficial:
1. Al mediodía del 8 de mayo de 1892, y el mismo día de cada año
subsiguiente, se celebrará una reunión conmemorativa en la
Sede Central, en la que se leerán extractos de las obras antes
mencionadas y se pronunciarán breves discursos por parte del
Presidente de la reunión y otros que puedan ofrecerse como
voluntarios.
292 H ojas de un viejo diario

2. A los pobres pescadores de Adyar y a sus familias se les dará


en su nombre una ofrenda de alimento.
3. La bandera estará a media asta desde el amanecer hasta el
atardecer, y el Salón de Convenciones decorado con flores de
loto blanco.
4. Los Miembros que residen fuera de Madrás pueden organizar
su ofrenda de alimento solicitándolo al Secretario de Actas con
al menos una semana de antelación.
5. El abajo firmante recomienda a todas las Secciones y Ramas de
todo el mundo que se reúnan anualmente en el día del aniver-
sario, y, de manera simple, no sectaria, pero digna, evitando
toda adulación servil y vanos cumplidos, expresen el senti-
miento general de amor por quien nos trajo el mapa del Sendero
ascendente que conduce a las cumbres del Conocimiento.
Se enviaron copias de esto inmediatamente a las Sedes de Londres
y Nueva York, desde allí se hizo extensivo a las Ramas, y ahora
presumo que cada una de nuestras cientos de Ramas en todo el
mundo renueva anualmente los recuerdos del carácter y los servi-
cios de HPB.
Desde su muerte, los médiums se han tomado libertades injusti-
ficadas con la personalidad de ella, haciéndola que se materialice en
sus sesiones, que les escriba comunicaciones e incluso que escriba
un volumen de memorias póstumas. Casi en el mismo momento
en que estoy escribiendo, los periódicos estadounidenses y britá-
nicos tienen publicados numerosos párrafos sobre la aparición de
su fantasma en círculos de médiums estadounidenses, y hace poco
recibí un libro del cual se dice que ella, como espíritu, le dictó a
G. W. Yost, un espíritu, inventor de la máquina de escribir Yost,
y que se escribió en uno de sus instrumentos adquiridos para tal
propósito, y se lo colocó en una especie de gabinete a unos metros
de distancia del espectador vivo más cercano. En estas condiciones,
se afirma, la máquina de escribir tipeó todo este libro, por sí sola,
automáticamente, hasta donde se pudo ver. En determinados
momentos, los miembros del círculo se reunían, ocurrían algunos
fenómenos, y luego el clic-tecleo de la máquina de escribir conti-
nuaba durante horas. Al parecer, todo era legítimo y no había colu-
sión. Esto hace que sea aún más extraño el armado de una narra-
tiva indefectiblemente absurda y transparentemente mendaz de la
vida, motivos y sentimientos de HPB, y sus impresiones sobre sus
colegas en el movimiento teosófico. Uno puede rastrear, a partir de
los libros del Sr. Sinnett y los míos, del Teósofo y otras fuentes, el
origen de casi todas las partes que guardan una remota apariencia
Médiums, mendacidad y otros asuntos 293

de verosimilitud; mientras que el compilador, ya sea “un espíritu


de la salud, o un duende maldito”, ha puesto cosas en su boca que
ella era totalmente incapaz de decir, y la hizo lanzar insultos sobre
sus más queridos amigos que ella nunca habría proferido. Dada la
buena fe de las partes interesadas, es uno de los fenómenos más
instructivos del espiritismo moderno.
Para los Teósofos sensatos, todas estas supuestas apariciones y
comunicaciones de HPB parecerán falsas y crueles, en vista de la
notificación conjunta que ella y yo publicamos en nuestra revista:
que después de nuestra muerte ninguno de nosotros, bajo ninguna
circunstancia, aparecería o se comunicaría a través de un médium,
y que se autorizó y solicitó a nuestros amigos denunciar como frau-
dulento cualquier supuesto fenómeno. Al dirigirse al Teósofo de
marzo de 1883, el lector encontrará, en un artículo titulado “Bajo la
sombra de grandes nombres”, lo que Mme. Blavatsky y yo dijimos
sobre esto. Tras descubrir varios sermones públicos y libros fraudu-
lentos atribuidos a los principales espiritistas fallecidos, los direc-
tores dicen:

El futuro tiene una mirada sombría para nosotros cuando


pensamos que, a pesar de sus mejores esfuerzos en contrario, los
Fundadores de la Sociedad Teosófica son tan susceptibles, como
cualquiera de los eminentes caballeros mencionados anterior-
mente, de una retractación involuntaria post mortem de sus ideas
más preciadas y declaradas... Mientras que todavía hay tiempo,
ambos Fundadores de la Sociedad Teosófica dejan constancia
de su solemne promesa de dejar a los médiums en trance total-
mente solos después de llegar al “otro lado”. Si, después de esto,
cualquiera de la fraternidad parlante toma sus nombres en vano,
esperan que al menos sus compañeros teosóficos desentierren
este párrafo y mantengan a los transgresores fuera de sus territo-
rios astrales.

Esta advertencia encarna el sentimiento muy profundo de nosotros


dos con respecto a estas comunicaciones mediúmnicas, que no se
ofrecen al público por su mérito intrínseco, sino bajo el glamour de
nombres prestados.
Me han llevado a esta discusión mis notas del Diario sobre la
supuesta aparición de Mme. Blavatsky al médium estadounidense, y
también registré algo que me recuerda que justo antes del amanecer
del 14 de marzo, la voz de mi Gurú me dijo que “no tengo de qué
preocuparme por la condición de HPB, ya que ahora ella está a
salvo, y su mal y buen registro está creado y no se puede cambiar”.
294 H ojas de un viejo diario

Bajo todas estas circunstancias, me siento perfectamente justificado


al decir que desde su muerte, Mme. Blavatsky no se ha mostrado
ni ha hablado con o a través de ningún médium espiritista, y que
el libro de sus memorias póstumas es un verdadero fraude. Quién
lo cometió, no sabría decirlo, pero muy probablemente fue uno de
esos irresponsables “controles” que utilizan a los pobres médiums
como canales de su mendacidad. Uno de los ultrajes más desver-
gonzados de ese tipo del que tengo conocimiento es la frecuente
aparición de formas materializadas o semimaterializadas con la
apariencia de HPB y de uno de nuestros Maestros, que le llegan a
una médium muy notable, y con cuya ayuda ella ha logrado que
algunas personas muy excelentes la acepten a ciegas como la agente
reconocida y portavoz de estos dos personajes. Hace algunos años
había en Boston una médium que, mientras estaba sentada en su
silla, y tal vez tejiendo o cosiendo, de repente quedaba envuelta
en una máscara o cascarón astral, que cambiaba por completo su
apariencia personal; en lugar de verse como ella es, se transformaba
en un hombre barbudo, o una mujer de una edad, tez y caracterís-
ticas diferentes a ella. El caso se denunció y comentó en The Banner
of Light de esa época. Del mismo modo, la médium a la que acabo
de referirme de repente adquiría la apariencia de HPB y hablaba
como ella; a veces se veía la forma de HPB de pie detrás de su silla
y asintiendo con la cabeza a lo que decía; y también, con la forma
del Maestro, hacía esta arlequinada. Recuerdo haber leído una carta
publicada del Sr. Peebles sobre un médium de un Estado occidental
que era capaz de hacer que aparecieran formas materializadas en
público, entre ellas la de Jesucristo, que, según el Sr. Peebles, estaba
allí mientras él mismo hablaba, ¡y se inclinaba asintiendo a las cosas
buenas que decía! Ahora estos dos casos parecen idénticos, y dejo
que el lector sensato decida si cree que cualquiera de estas apari-
ciones que asienten son genuinas, o si son tan solo lo que HPB solía
llamar “trucos psicológicos”.
El 6 de mayo fui a la oficina del Registro Civil de Chingleput,
hice que se abriera y registrara el testamento de HPB, e hice una
copia oficial del mismo.
A medida que avanzaba la escritura de “Hojas de un viejo diario”,
tuve que enfrentar la pregunta de si debía contar la historia del
segundo matrimonio de HPB, el de Filadelfia, que ocurrió mientras
la visitaba. Personalmente, estaba convencido de la necesidad, ya que
tenía la intención de que mi narrativa histórica fuese totalmente
confiable; y si yo, desde el sentimentalismo erróneo, suprimía un
hecho tan importante, seguramente lo agarrarían sus enemigos y
construirían de la peor forma posible un evento que en sí mismo
Médiums, mendacidad y otros asuntos 295

es inocente de todo delito, por muy desacertado que me pueda


parecer a mí y a otros. Por lo tanto, presenté el caso a dos personas
—su hermana la Sra. Jelihovsky y al Sr. Judge, quien actuó como
su abogado en los trámites de divorcio posteriores— y les pedí su
opinión. Sus respuestas me dieron la libertad de ejercer mi discre-
ción; y mientras esperaba retomar la compilación del Capítulo IV
de mi obra, apareció en un periódico estadounidense un ataque
muy virulento y salvaje a su reputación en relación con este mismo
asunto, dando publicidad a nombres y fechas. Por supuesto, después
de esto, mi deber era claramente contar la historia de una manera
tranquila y desapasionada, pero como un amigo dispuesto a hacerle
la justicia que otros le habían negado, lo cual hice, como encontrará
el lector al referirse de nuevo al capítulo en cuestión.*
Como la preparación de mi cabaña en Ootacamund estaba lo
suficientemente avanzada, salí de Madrás hacia las colinas el 17 de
mayo, y me sorprendió mucho la coincidencia, sobre la que el Sr. S.
V. Edge me llamó la atención, de que este era el día 17 del séptimo
mes del año 17 de la existencia de la Sociedad. Pasar del calor sofo-
cante de las llanuras, donde la temperatura llegaba entonces a 40°C,
a este refugio de montaña, a 2100 metros sobre el nivel del mar,
donde el termómetro marcaba sólo 13°C, y eran indispensables la
ropa pesada y el fuego en las habitaciones, es un placer indescrip-
tible. Ha sido la opinión de todos los que allí viven que “Gulistán”,
aunque pequeña, es el ideal de una acogedora comodidad, y que
la vista es sencillamente excelente. La cabaña se encuentra en la
ladera de una colina, con la cima de Snowdon que se eleva a unos
300 metros por encima de ella; está protegida de los fuertes vientos
por una arboleda de eucaliptos en los lados norte y este, y la colina
que se eleva detrás de ella la protege eficazmente de los venda-
vales provenientes de esa dirección. Mirando desde las ventanas
del salón y la biblioteca, el gran panorama de la llanura de Mysore
se extiende como un mapa, mientras que alrededor de la casa hay
setos de rosas en racimo y arietes de lirios, heliotropos, rosas, gera-
nios, verbenas y muchas otras flores, y las madreselvas trepadoras y
las rosas ascienden hasta el techo de la galería. Mi idea original era
que “Gulistán” debía ser el hogar de nosotros dos, los Fundadores,
en la vejez; pero tal como sucedieron las cosas, HPB nunca la vio,
y mis visitas hasta ahora han sido pocas y distantes, debido a mis
incesantes deberes oficiales. Al llegar allí, llevé conmigo la mesa
de escritura de HPB, su sillón, el gabinete tallado en palisandro de
Bombay y otros objetos familiares que la harían sentir como en

*  “Hojas de un viejo diario”, Vol. I, Cap. IV. (N. del E.)


296 H ojas de un viejo diario

casa, y que mantienen siempre presente su recuerdo cuando estoy


allí. Bajo mi supervisión, un grupo de albañiles y carpinteros realizó
reparaciones, construcciones, cambios y mejoras. Simultáneamente
con estas obras de construcción, me ocupé de la pesadísima tarea de
clasificar y organizar la correspondencia y los documentos de todo
tipo sobre los asuntos de la Sociedad que se habían ido acumulando
durante años, y nunca se habían sistematizado por falta de tiempo.
Debe haber habido varios miles de estas, y la tarea era tan proble-
mática que me vi obligado a contratar a un hindú de habla inglesa
para que me ayudara.
Nuestra causa en España en este momento sufrió una gravísima
pérdida con la prematura muerte de Don Francisco de Montoliu y
de Tagores, MST de Barcelona. En lo que respecta a nuestra propa-
ganda en los países de habla hispana, el golpe fue apenas de menor
gravedad que la partida de HPB para toda la Sociedad. Gracias a
su raro genio, diligencia y sacrificio personal, nuestra literatura
comenzó a difundirse y a ser bienvenida en España, México, Cuba,
América Central y del Sur, Filipinas y las Indias Occidentales. Él
había traducido al español clásico “Isis sin velo” y otras importantes
obras teosóficas, y publicaba “Isis” por suscripción en números
mensuales. Debido a su aristocrática e intolerante familia cató-
lica romana tuvo una oposición furiosa, y sin embargo se lanzó a
la ardua labor de nuestra Sociedad con generoso abandono de sí
mismo y celo sin tregua. Cada una de las cartas que me enviaba me
infundía la santa influencia de la abnegación y el coraje para no ser
intimidado por los obstáculos. Al observar a toda la Sociedad, no
podría escoger a nadie más dedicado a la conciencia, más fervoroso
amante de la humanidad, más libre de la estrechez local y sectaria.
Su muerte fue totalmente inesperada. En mi mesa de escribir había
una carta suya sin contestar en el momento en que nuestro querido
amigo, su colega el señor Don José Xifré, me dio la conmovedora
notificación oficial y personal de esa calamidad. Las circunstan-
cias de su lecho de muerte fueron lamentablemente trágicas. “Nos
dejó”, dijo el señor Xifré, “el 10 de mayo después de una semana de
enfermedad, causada por un resfriado en el pecho, que se convirtió
en fiebre tifoidea, resultado, me temo, del agotamiento nervioso
por exceso de trabajo”. Los señores Xifré, Roveratta y Bosch estu-
vieron presentes hasta el final, por deseo de nuestro hermano
moribundo, a pesar de los insultos que la familia y los sacerdotes
jesuitas les habían proferido a ellos y a él. “La muerte”, dijo el
señor Xifré, “fue admirable, un ejemplo que ninguno de nosotros
nunca podrá olvidar”. A pesar de todos los dictados de deferencia y
decoro a los deseos del moribundo Teósofo, los sacerdotes hicieron
Médiums, mendacidad y otros asuntos 297

un ceremonial sectario, que me parece que fue, dadas las circuns-


tancias, nada mejor que una profanación del verdadero sentimiento
religioso, y luego difundieron la cruel falsedad de que la víctima
había sido “convertida”, la habitual forma de evadir del clero para
cubrir la derrota en el caso de casi todos los librepensadores.
Nuestros vigilantes Miembros con dificultad lograron salvar los
documentos más importantes de T. S. de Montoliu; los sacerdotes
—pobres, tontos ciegos, que no han aprendido nada de la historia—
se apoderaron del resto y los redujeron a cenizas. Lejos de perma-
necer ociosos en la mera desesperación, nuestros camaradas espa-
ñoles sobrevivientes, de inmediato tomaron la antorcha mientras
caía de la mano muerta del querido Montoliu, y desde entonces han
seguido trabajando activamente.
Una mañana recibí una divertida visita de un “Capitán” del
Ejército de Salvación. El Ejército tiene un sanatorio en Ootacamund
para su gente, al que han llamado “Cabaña Alegre”, y este hombre se
estaba recuperando allí. El objeto de su llamado era, por supuesto,
conseguir una contribución. Al ver a primera vista que se trataba
de un fanático honesto, cuya sinceridad le daba derecho a una
amable consideración, lo invité a pasar; le había preparado una
comida sustanciosa, y después le ofrecí un cigarro y algo de dinero.
Tuvimos una interesante charla sobre el Ejército y sus perspectivas
en India, y él me hizo una serie de preguntas sobre Teosofía, que
mostraron que ni siquiera tenía una idea rudimentaria de ninguna
filosofía, y mucho menos la de India. Me dijo que era hijo de un
obrero agrícola inglés, lo que, por supuesto, hacía que sus esfuerzos
por hacer el bien a su manera sencilla fueran aún más merito-
rios. Nuestra entrevista fue muy amistosa, aunque no hice ningún
intento de ocultar el hecho de que yo no era cristiano, y que no
pensaba en absoluto que era bueno convertir a los hindúes de su
propia y espléndida religión; por lo tanto, que no le daría dinero al
Ejército para ese tipo de trabajo, pero que sí con gusto los ayudaría
en su “trabajo de rescate”, y que si podían idear cualquier plan para
convertir a los autodenominados cristianos en India al cristianismo,
podrían contar conmigo para mi parte de los gastos. Se rio de eso
y dijo que, por lo que respecta a su experiencia en Ootacamund,
diría que me había comportado hacia él más como un cristiano que
cualquiera de ellos. Cuando se despidió y se dirigía hacia la puerta,
de repente se volvió y, como si me pidiera de manera amistosa que
tomáramos un trago, dijo: “Coronel, ¿rezamos un poco?” Fue tan
gracioso que tuve que reírme y decir: “No, gracias; ¡puedo rezar en
dos o tres idiomas!”
298 H ojas de un viejo diario

El Sr. Edge, que había venido para distraerse, y yo, nos diver-


timos en ese momento con las cartas de Tarot, y ciertamente obtuve
algunos pronósticos extraños. En un memorándum del 26 de junio,
que, a petición mía, el Sr. Edge puso por escrito y firmó, y que
está pegado en mi Diario, encuentro una profecía que parece haber
apuntado directamente a la acción del Sr. Judge. ¿Qué otra interpre-
tación se le puede dar a estas palabras?:

Hay graves problemas y peligros en algún lugar, y una mujer tiene


algo que ver en ello; hay locura y engaño que temer que dará lugar
a enemistad y problemas, esto parece grave; hay muerte moral
para alguien, tal vez un asunto tonto por parte de un Miembro prin-
cipal; en cualquier caso, algún acto de locura suicida.

También está el siguiente pronóstico: “Se indica un sacrificio por


parte de alguien, y la Sociedad se beneficiará de ello”. A cuál de
los sacrificios que posteriormente han hecho algunos para bene-
ficio de la Sociedad, esto no me comprometo a decir. El Sr. Edge
y yo notamos algo muy curioso, a saber, que una y otra vez, y
sucesivamente, la carta que acordamos que debía representar a mi
Gurú aparecía cuando cortaba el mazo. Por supuesto, hay una gran
cantidad de tonterías en estas adivinaciones por cartas, la borra
del café y otros medios, pero también hay una gran cantidad del
otro tipo. La facultad de lo que el difunto mayor Buckley llamaba
“clarividencia consciente” muy a menudo entra en juego, y con
frecuencia se dan revelaciones en verdad notables. Por ejemplo, en
este momento en París, una dama que se gana muy bien la vida
leyendo la suerte en la borra de café, y el noble ejército de adivinos
lectores de cartas, nunca se habrían mantenido en dicha práctica
rentable si sus pronósticos no se hubieran verificado con frecuencia.
El 2 de julio el Sr. Keightley vino de Madrás y se unió a noso-
tros dos para discutir la situación de los asuntos de todas partes
del mundo. Recibí llamadas de varios agradables residentes de la
estación, y recibí muchas cortesías del entonces Gobernador, lord
Wenlock, y lady Wenlock, esta última me invitó a su casa, y Su
Excelencia me envió tarjetas para el baile de cumpleaños de Su
Majestad. La casa de Gobierno de Ootacamund es el centro turís-
tico de veraneo de los Gobernadores de Madrás, que pasan la mitad
del año en el encantador entorno de esta reina de las estaciones de
montaña en India.
CAPÍTULO XXVII
Ceremonia budista en Darjeeling
1892

E
N un día soleado de julio vino a visitarme, lo que hizo que
pareciera aún más soleado, mi querido amigo el Príncipe
Harisinhji, del Estado de Bhaunagar. Él me ha dado tantas
pruebas de afecto durante los últimos veinte y tantos años que me
siento casi tan seguro de él como de mí mismo, y creo que si yo
muriera, él sería mi doliente más sincero. Su lealtad de corazón y
simplicidad de naturaleza contrastan notablemente con la perso-
nalidad de la mayoría de los príncipes indios que he conocido, y
a menudo deseo que sus compañeros de graduación del Colegio
Rajkumar le hagan honor tanto como él a esa institución educativa.
El día después de su llegada, los Sres. Keightley y Edge se fueron
a trabajar en la llanura, y una semana después el propio Príncipe
se vio obligado a regresar a su hogar, ya que el Karbhari (Ministro)
de un Estado Rajput había arreglado un matrimonio entre su joven
príncipe y la hija de Harisinhji. Entonces me quedé solo, con tiempo
suficiente para dedicarle a mi obra literaria.
Entre los budistas de Ceilán, la cuestión candente en ese
momento era la necesidad de adoptar medidas para derrotar un
audaz golpe de legislación en beneficio de los intereses misioneros
que prohibía la concesión de subvenciones a cualquier escuela que
se abriera dentro de los 400 metros de cualquier escuela regis-
trada ya existente. A primera vista, esto parecía muy inocente, ya
que la prohibición funcionaría en beneficio de cualquier escuela
budista que primero ocupara una localidad conveniente. Pero, de
hecho, mientras los budistas tenían una somnolienta indiferencia
300 H ojas de un viejo diario

por la educación de sus hijos, los misioneros se adelantaron en


silencio a todas las localidades más convenientes en los principales
centros poblacionales; de modo que los budistas —si se aprobaba
esta ley inicua— se verían obligados a elegir entre enviar a sus
hijos a escuelas cristianas, o abrir y mantener sus propias escuelas
sin un centavo de ayuda del gobierno. Teniendo en cuenta que la
mayor parte de los ingresos del Gobierno de Ceilán provienen de
impuestos a los budistas, es evidente la injusticia del propuesto
Proyecto de Ley de Boicoteo Budista. Esto se hacía más evidente ya
que en aquel momento sólo había registradas veinticinco escuelas
budistas, en comparación con las más de mil de otras denomina-
ciones. Por supuesto, los misioneros, al tener el dominio del capital,
y también al tener la previsión producto de la experiencia, se bene-
ficiaron al máximo de la apatía de los budistas. Estos últimos no
sospecharon de la naturaleza y el alcance de la trama hasta que su
pereza se vio fuertemente sacudida por mis apelaciones y denuncias
públicas. Las cosas han mejorado mucho desde entonces, y nuestras
25 escuelas han aumentado a más de 200; pero todavía tenemos
grandes dificultades que superar, entre ellas la principal es la falta de
capital de trabajo tal como van las cosas ahora, cualquier suma que
se requiera para el trabajo emergente tiene que recogerse mediante
suscripción, y, naturalmente, estas demandas constantes son un
tanto onerosas. Sin embargo, de todos modos, el pueblo cingalés ha
demostrado una generosidad muy encomiable y un interés cons-
tante en el avance de nuestro movimiento de reactivación.
En el mes de julio tuvo lugar un acontecimiento muy notable en
Darjeeling en la reunión de H. Dharmapala, como agente del Sumo
Sacerdote de Ceilán, con importantes representantes de los lamas
Tibetano y Cis-Himalayo, que en ese momento estaban reunidos
en Darjeeling. La señorita Henrietta Müller contribuyó al Teósofo
de agosto (1892) con un interesante relato, del cual, en vista de su
pintoresco e histórico interés, incluyo los siguientes extractos:

El Sr.  Dharmapala había sido comisionado por los principales


monjes budistas de Ceilán para llevar a los lamas del Tíbet algunas
reliquias de Buda y algunas hojas del sagrado árbol Bo (Ficus reli-
giosa), que ahora crece en Buddha Gaya, el lugar sagrado para
millones de budistas, y también una bandera budista.
Ha surgido una curiosa coincidencia en relación con esta bandera.
Se descubrió que los budistas de Ceilán no contaban con una
bandera sagrada excepto la que utilizan los budistas de otros
países. Fue sólo en 1885 que el coronel Olcott, tras consultar a los
principales sacerdotes, diseñó esta bandera, de acuerdo con las
Ceremonia budista en Darjeeling 301

instrucciones contenidas en los libros sagrados budistas. Consta


de cinco franjas verticales, de color azul, amarillo, carmesí, blanco
y escarlata, y una franja final, que combina todos los colores en
el mismo orden. Los lamas que se encontraban en la reunión afir-
maron que este diseño era casi idéntico a la bandera del Gran
Lama del Tíbet.

La señorita Müller se equivoca al decir que yo ideé la bandera


budista; el mérito de esto es de los Miembros de la S. T. de Colombo.
Por supuesto que fui consultado después de que se eligieran los
colores, y todo lo que hice fue prescribir la forma en que se debería
hacer la bandera.
Se dispuso que una procesión con estas reliquias pasara a través
de la ciudad, comenzando desde Lhasa-Villa, la residencia del pandit
Sarat Chandra Das, CII, el famoso viajero y erudito tibetano, hasta
la residencia de Rajah Tondub Paljor.
La procesión, al inicio, estaba encabezada por la banda tibetana,
que ejecutó el aire tibetano Gya-gar-Dor-je-dan (Florece Buda-Gaya).
Luego siguió el portador de la bandera a caballo, con uniforme
militar Sikkim, que portaba la bandera sagrada antes mencionada.
Luego vino el venerable lama, Sherab-gya-tcho (el Océano de
Aprendizaje), jefe del Monasterio de Goom, portando el cofre de
reliquias; después de él vino el Sr. H. Dharmapala, montado en un
caballo de pelaje oscuro, vestido con la prenda de color naranja de
la orden de los upâsakas. Después de él vino el pandit Sarat Chandra
Das, también cabalgando; le siguieron un número de lamas a caballo
vestidos con sus túnicas características: el abrigo de tela suelta con
mangas anchas, faja de seda y la notable “gorra roja” de punta alta
de su escuela.
La procesión se abrió paso a través de los estrechos y sinuosos
caminos de Darjeeling, sumando grandes multitudes a medida que
avanzaba. En medio de la ciudad, la procesión fue recibida por un
grupo de lamas, representantes del monasterio de Darjeeling, que
estaban acompañados por la banda del templo, que incluía platillos,
oboes y cuernos. En la puerta de la residencia del Rajá, la proce-
sión fue recibida por los dos lamas principales de Sikkim, que la
condujeron a la sala de reuniones; se la había decorado con sedas y
colgantes tibetanos y tapices pintados, que ilustraban escenas de los
libros sagrados.
Frente a la mesa baja, que ocupaba la posición principal en la sala
como cabeza de la reunión, se sentó el joven Príncipe, hijo del Rajá
de Sikkim. Era un niño de aspecto saludable de 13 años de edad, con
rasgos de marcado tipo mongol, y de tez pálida; su expresión y sus
302 H ojas de un viejo diario

modos durante toda la reunión fueron solemnes, serios y majes-


tuosos. Él recibe su educación especialmente de los lamas traídos
del Tíbet para tal propósito, y ellos lo preparan para el alto cargo
que va a ocupar como Jerarca de Sikkim de la Orden Gorra Roja.
Rajah Tondub, Presidente de la Sociedad Maha-Bodhi de
Darjeeling, se sentó a su izquierda e instruyó al muchacho sobre
el método de los procedimientos. A la llegada de la procesión, el
cofre de reliquias fue entregado por el viejo lama al Rajah, quien lo
transfirió al joven Príncipe.
Los lamas principales se sentaron a la derecha y los jefes a la
izquierda del Príncipe. En la mesa, frente al Príncipe, nos sentamos
el Sr. H. Dharmapala, el pandit Sarat Chandra Das, Srinath Chatterjee
y yo. Las actas de la reunión las redactó el lama Ugyen Gya-tcho,
secretario de la Sociedad, un hombre de gran inteligencia y de rostro
franco y directo, con una figura dominante y modales cordiales y
agradables. Fue el compañero de Sarat Chandra Das durante sus dos
expediciones al Tíbet. Entre los jefes mencionados anteriormente
estaba el Dewan Phurbu, presidente del Consejo de Sikkim; entre
los sacerdotes vi al jefe lama de Pema Yongche, el principal monas-
terio estatal de Sikkim. En primer lugar, el Secretario presentó al
Príncipe a los principales miembros de la procesión, explicando al
mismo tiempo el carácter de las reliquias. El pandit Sarat Chandra
hizo algunas observaciones preliminares, y el Secretario dio lectura
al discurso formal del encuentro, redactado en tibetano; además
hubo discursos en tibetano a cargo del lama Sherab Gya-tcho,
quien hizo un resumen del ascenso, avance y caída del budismo
en India, y su extensión en Tíbet y Ceilán; felicitó a sus compa-
triotas reunidos por la llegada de esta importante misión budista
desde Ceilán. Recordó a sus oyentes que esta era la primera reunión
pública, para extender el budismo, jamás celebrada por el pueblo
del Tíbet y Ceilán, toda comunicación amistosa sobre asuntos reli-
giosos se había visto completamente interrumpida entre los dos
países durante al menos ochocientos o novecientos años. Le siguió el
lama de Pemayangtche, quien enfatizó la importancia de la ocasión,
amplió el carácter de la misión y mostró las grandes bendiciones
que se podrían esperar de ella, especialmente para Sikkim. Luego
fue el turno del Sr. Dharmapala.
El pandit Sarat Chandra Das luego hizo uso de la palabra y
describió las tres escuelas de budismo que prevalecen en el Tíbet y
Ceilán.
En esta etapa del evento, el joven Príncipe, tomando el cofre de
reliquias en sus manos, lo levantó hacia su frente de manera reve-
rencial; en el mismo momento los lamas reunidos comenzaron a
Ceremonia budista en Darjeeling 303

cantar en tonos graves muy profundos una invocación a las influen-


cias superiores, que consistía en una oración por su presencia y
por su ayuda en la causa. Los lamas estaban sentados en posición
de meditación durante este canto, y sus manos dobladas o entrela-
zadas frente a ellos en forma de mudra. Durante el canto, el secre-
tario puso en manos de cada lama una pequeña cantidad de arroz,
cuyo propósito era purificar, de la misma manera que el agua, pero
en lugar de esta. Cada tanto, un lama desentrelazaba sus manos y
esparcía un poco de arroz por la habitación. Cuando concluyó el
canto, el secretario tomó el cofre abierto y lo entregó a cada uno en
la sala que deseara su bendición.
La ceremonia concluyó, el Sr. Dharmapala presentó una de las
reliquias y una hoja del árbol Bo al Director del Monasterio Estatal
de Sikkim, las otras tres se destinaron al Tíbet. Estos serían llevados
por un mensajero desde Darjeeling hasta Lhasa, y entregados en
manos del Gran Lama del Tíbet.
Luego vino el discurso del Rajah. Es un hombre fuerte, de más
de 50 años de edad, con un semblante astuto e inteligente, a la
vez serio y humorístico. Transmitió su agradecimiento y el de la
reunión al Sr. Dharmapala, y expresó una cordial gratitud por el
importante deber cumplido al reunirse, y por los beneficios que
probablemente se obtendrían de ello. Dio un buen discurso, y todos
los presentes lo aprobaron abiertamente.
Por solicitud, entonces transmití el agradecimiento de la reunión
al Rajah, y expresé el gran placer que sentí por haber tenido la
oportunidad de estar presente en una ocasión tan interesante. A
continuación, se levantó la sesión.
Es una lástima que, hasta donde sabemos, a pesar de sus indu-
dables buenas intenciones, no ha surgido nada de la procesión reli-
giosa de Dharmapala.
El parecido de la bandera budista inventada en Ceilán con el
estándar del Dalai Lama es un hecho muy notable. Cabe recordar
que he dicho en otra parte que el príncipe Oukhtomasky me dijo
que el Sumo Sacerdote de un monasterio mongol le había dicho
lo mismo. Como no creo en el azar, me inclino a pensar que el
Comité de Colombo no eligió este emblema en particular sin la
sugerencia insospechada de los poderosos personajes que se ocupan
de los intereses de la religión budista. Evidentemente, era un desi-
derátum tan grande tener este notable símbolo de la religión, como
encontrar una plataforma común de creencia en la que todas las
naciones y sectas budistas pudieran unirse en espíritu fraternal.
Tengo muchos motivos para creer que los lamas del Tíbet albergan
un sentimiento fraternal por todos sus correligionarios; y que si
304 H ojas de un viejo diario

fuera posible traer a los líderes de la Iglesia del sur a un concilio


con ellos, la unidad budista se convertiría rápidamente en un hecho
consumado. Recurriré a esta cuestión cuando describa mi propia
entrevista con el embajador tibetano, que vino a Darjeeling y paró
allí algunos meses mientras se celebraban importantes negocia-
ciones entre las autoridades chinas e indo-británicas. El tema de
Dharmapala en Darjeeling se desvaneció por falta de un plan orga-
nizado para llevarlo a cabo con resultados prácticos. Cuanto más
ruido y tamasha uno hace al comienzo de una empresa, más grande
se vuelve la mortificación de verla llegar a la nada a través de la
propia mala administración o incapacidad. La sinceridad es algo
muy bueno, pero para asegurar el éxito debe complementarse con
otras cualidades.
La segunda Convención Anual de la Sección europea se celebró
en Londres el 14 de julio, y el 16 el Sr. Mead me dijo por cable que
había sido un gran éxito. Es de extremo interés leer los informes
de las actividades del año, ya que demuestran, de una manera más
concluyente, el celo ferviente que habían demostrado los oficiales
de la Sección y la Rama. Durante los doce meses anteriores se habían
abierto 16 nuevas bibliotecas de préstamos en Europa; se habían
celebrado unas mil reuniones abiertas en relación con las logias; se
habían dictado entre 200 y 300 conferencias en salas públicas; y la
prensa de HPB había impreso suficientes hojas de papel para hacer,
en una sola pieza, una tira de 87 km de largo y 91 cm de ancho; las
publicaciones de libros y revistas, inglesas y extranjeras, ascendían
a 156. Entre los métodos de propaganda adoptados por la Sección
estaba uno que reflejaba el mayor crédito a la astucia de nuestros
colegas, y uno que hizo más, probablemente, que cualquier otro
para poner en boga las ideas teosóficas. Fue la formación de un
grupo de treinta y tres damas y caballeros, con talento innato para
la escritura, bajo la dirección de la baronesa de Pallandt, MST, cuya
función era mantener una estrecha vigilancia sobre la prensa, y
beneficiarse de cada ataque o cada palabra amistosa que nos dijeran,
escribiendo un breve artículo al mismo periódico defendiéndonos
o elogiándonos a nosotros y a nuestros puntos de vista, y dando
información sobre qué libros leer, y dónde se podían comprar. La
baronesa, en nombre del comité, se suscribió a una o más agencias
de recortes, que enviaban diariamente todos los recortes de perió-
dicos necesarios para mantenerla informada sobre la tendencia de
la opinión pública. Luego los distribuiría entre sus treinta y dos
asociados para que actuaran. Naturalmente, la mayoría de los avisos
sobre nosotros eran hostiles, a veces incluso procesables, pero,
gracias a ese instinto de juego limpio que es peculiar en sumo grado
Ceremonia budista en Darjeeling 305

en el pueblo británico, cada ataque nos daba el derecho a réplica, y


así obró en beneficio de nuestra Sociedad a largo plazo. Veo, según
el informe presentado por la Convención, que este grupo de prensa
“había contribuido con al menos 2005 artículos y cartas a la prensa
pública, sin contar a cientos de otros miembros que no estaban en
la lista del grupo”.
La redacción de la Escritura de Fideicomiso de la propiedad de la
Sociedad, para transmitirla a la Junta de Fideicomisarios ordenada
por la última Convención de Adyar, y la presentación y sucesión
del Testamento de HPB, requirió mi presencia en Madrás, por lo
que fui allí el 16 de agosto, y regresé a “Gulistán” tras una ausencia
de tres semanas. Además de los documentos mencionados ante-
riormente, ejecuté un poder notarial para el juez Paul, de Brisbane,
mi abogado, otorgándole plenos poderes para firmar todos los
documentos necesarios y ejercer su mejor juicio en el asunto de
la transferencia de la propiedad Hartmann a los herederos natu-
rales, según lo acordado entre nosotros mientras me encontraba en
Toowoomba. Resultó diez veces más difícil para mí despojarme de
este legado no deseado que para mis abogados organizar mi obten-
ción de la posesión de la misma. Los propios herederos eran los
únicos culpables de la larga demora, ya que no se podía hacer nada
hasta que resolvieran sus propias disputas privadas sobre la cues-
tión de si debían o no entablar una acción contra los albaceas por
abuso de confianza. Por supuesto, hasta que eso se determinara,
los albaceas no firmarían un documento ni pondrían un pie en la
propiedad. El caso en realidad se estiró seis años y el cierre final
de la transacción ocurrió solo un mes antes de mi segunda visita a
Brisbane, a saber, en 1897. Mientras tanto, había tenido lugar el gran
pánico inmobiliario que arruinó a tantos bancos australianos, casas
de negocios y particulares; los valores de la propiedad horizontal y
la tierra cayeron casi a cero; y aunque yo había cedido a los hijos
de Hartmann incluso la pequeña quinta parte que originalmente
se concedió alegremente a la Sociedad, me temo que sus disputas
familiares les hicieron perder una gran parte de las £ 5000 en las
que se tasó la propiedad en 1891.
Por correo terrestre del 2 de septiembre recibí una carta de
Monsieur C. Parmelin, de Havre, preguntándome si debía dar el
resto de su dinero a la Sociedad, ya que él ya le había hecho entrega
a esta de 30 000 fcs. Había un tono de amargura en él, recuerdo,
y una indicación de que parte de nuestra gente lo estaba instando
a hacer esto. Le aconsejé encarecidamente que no hiciera nada de
eso, y le dije que yo nunca consentiría que él diera otro franco hasta
que la sucesión de los bienes de su madre, a su debido tiempo, lo
306 H ojas de un viejo diario

hiciera libre de disponer de su herencia original como él decidiera


sin dañarse a sí mismo.
Como J. W. Bouton, el editor de “Isis sin velo”, le debía al patri-
monio de HPB varios cientos de dólares por derechos de autor, y
como, según su testamento, esta propiedad era ahora mía, obtuve
del Agente Consular de los EE. UU. en Madrás un certificado oficial
de una copia del testamento, y lo envié al Sr. Judge para que reci-
biera el dinero de Bouton. Lo hizo, y luego le di a su Sección la
mitad, unos $ 300, y dividí el resto entre nuestras otras Sedes. Desde
entonces, aunque el libro ha estado en constante demanda, no he
podido cobrar ni un dólar.
El 21 de septiembre recibí, en “Gulistan”, una carta del Sr. Judge
rogándome que no forzara una investigación sobre las cartas falsas
y el “latón de Lahore”. Lo dijo sobre la base de que, si yo llegaba a
publicar el hecho de que hice grabar el pequeño sello de latón (no
en Lahore, que es donde sus supuestas cartas del Mahatma demos-
traron ser falsas, ya que el grabado se hizo en Delhi), eso reflejaría
mi descrédito. Le dije, sin embargo, que yo era apenas un inocente
espectador en este asunto, y que tenía la intención de exponer a
cualquier persona que hubiese hecho un uso deshonesto del sello.
A medida que se acercaba el momento de mi prometida visita
a Calcuta, Akyab y otras partes de Arakan, regresé el 1 de octubre
a Madrás, para poner las cosas en orden. Entre mis deberes litera-
rios tuve la triste labor de escribir un obituario de mi verdadero
y querido amigo, W. Stainton Moses, Mtr., el reconocido líder de
los espiritistas. La última vez que lo vi en Canterbury sufría de la
secuela de la gripe, y me dijo que no debería sorprenderle que esta
se lo llevara. Su única ansiedad era no poder vivir para terminar
dos o tres libros que había planificado en su mente. Hice todo lo
posible para persuadirlo de escapar del horrible clima invernal de
Londres, y venir a transformar su material en libros a Adyar, uno
de los proyectos preferidos que él, Massey y yo habíamos discutido
durante años. Pero no veía la forma de hacerlo, pues tenía una tarea
muy difícil con el movimiento espiritista en Occidente, y decía que
debía morir en su puesto. Era un hombre a quien amar, respetar
y en quien confiar; un amigo con el que se podía contar en todas
las emergencias. Tuvo una influencia dominante entre los espiri-
tistas, tanto debido a la elevación de su carácter personal como a
su erudición madura y su conocimiento profundo de la literatura y
diferentes aspectos de la ciencia psíquica. Sus puntos de vista eran
amplios y católicos sobre estos temas y, de no ser por el fanatismo
de la mayoría de los espiritistas, él y yo hubiéramos llegado muy
lejos en el establecimiento de esas relaciones amistosas entre nues-
Ceremonia budista en Darjeeling 307

tros dos grupos que, dentro de lo razonable, deberían subsistir. En


un capítulo anterior he mencionado la propuesta que me hizo en
1888, de que, si yo lograba mantener a HPB en un estado de ánimo
amable hacia los espiritistas, él intentaría influirlos para llegar a un
entendimiento más fraternal con los Teósofos. Acordamos hacer
el juicio, y HPB se sumó a mis deseos: él, por su parte, comenzó a
escribir con benevolencia sobre nosotros en Luz. Solíamos vernos
a menudo esa temporada en Londres y comparábamos notas. La
secuela de esto se puede leer en el siguiente extracto de mi nota
necrológica de él:

Sus primeras palabras amables sobre nosotros le trajeron un mar


de protestas, acusaciones de traición, mofas y burlas; ninguna
iglesia sectaria y fanática podría haber sido más intolerante. Me
leyó extractos de algunas de las cartas, imprimió algunas en Luz,
y por fin me dijo, tristemente, que tendría que abandonar esto, o
perdería toda su influencia sobre su grupo. Fue el conocimiento
de este hecho, corroborado ampliamente por el trato brutal que
ella había recibido personalmente de los principales espiritistas,
lo que ayudó a que HPB hiciese críticas tan duras sobre el espiri-
tismo moderno. Si todos los espiritistas hubieran sido tan abiertos
de mente como Stainton Moses, y una décima parte tan práctica-
mente versada en psicología como HPB, ahora habría una estrecha
alianza entre ellos y nosotros, para nuestro mutuo beneficio.

En el primer volumen de estas “Hojas de un viejo diario” ofrezco


un relato cabal de las relaciones de SM con HPB y conmigo mismo,
su intento parcialmente exitoso de llegar a nosotros en su Doble; y
una de las ilustraciones en el libro muestra cómo HPB me reveló,
en una de las imágenes más notables jamás hechas, la evolución
psíquica de él. Es una lástima que no pudiéramos haber unido, en
un vínculo de buena comprensión mutua, a nuestros dos grandes
grupos, porque habría aumentado enormemente nuestro poder
para luchar contra el materialismo, nuestro enemigo común.
Menciono en el obituario en cuestión que entre los fenómenos
frecuentes de HPB estaba su poder de hacer que un aceite esencial
de gran fragancia le exudara de la palma de la mano. Stainton Moses
muy a menudo tenía esta misma exudación, que a veces era tan
fuerte como para impregnar la habitación en la que se sentaba. Así
que, como yo estaba convencido de que él recibía ayuda de nuestros
propios Maestros, un día, por curiosidad, conseguí que HPB hiciera
que el aceite impregnara una borra de fina lana de algodón, que yo
hice con seda, la cosí en una cubierta de seda aceitada, la empaqueté
308 H ojas de un viejo diario

y sellé en una pequeña caja, y se la envié. Me contestó que el perfume


era idéntico al que le era tan familiar a él. No recuerdo si he mencio-
nado antes el hecho de que cuando él y yo estábamos juntos en
1891, y repasábamos su colección de curiosidades psíquicas, abrimos
este paquete y encontramos el perfume aún allí, después de unos
catorce años. Esta transpiración de aromas fragantes la observan
con frecuencia los más sensibles en el momento en que uno de
nuestros oradores principales se dirige a una audiencia desde la
plataforma; a veces la insinuación de la presencia de una corriente
inspiradora de la Logia Blanca hacia el orador viene en forma de
una luz brillante, aureola o nimbo sobre el orador; y a veces aque-
llos que tienen cierto grado de lucidez clarividente pueden ver en
esta luz divina la figura radiante de uno de los Maestros. Esta no es
la imagen fantasmagórica opaca y vulgar conocida en las sesiones
espiritistas como una materialización, sino una figura de luz, el
esplendor glorioso de un ser humano perfeccionado.
CAPÍTULO XXVIII
Encuentro con el embajador
del Dalai Lama
1892

E
L viaje proyectado a las provincias de Arakan y Birmania
Británica mencionado anteriormente debía hacerse en aras
del budismo representado en la Sociedad Maha-Bodhi, y
Dharmapala debía acompañarme. Ha sido divertido revisar mis
documentos de ese período para ver la razón. Los arakaneses
habían oído tanto de mi trabajo en Ceilán, que querían que viniera
a ayudarlos de la misma manera, y escribieron en ese sentido en un
lenguaje fuerte y elogioso, pero, y esta es la parte humorística del
asunto: como nunca habían tenido ningún trato religioso con un
hombre blanco que no fuera un misionero, y nunca antes habían
visto u oído hablar de un budista blanco, se agudizó su desconfianza
oriental y sus líderes le escribieron a Dharmapala para pedirle que
viniera conmigo. En una reunión de la comunidad budista de
Akyab se decidió “con entusiasmo” telegrafiarme para que viniera a
principios de octubre, el final de la temporada de Cuaresma budista.
“La sola presencia del Coronel”, le escribe uno de nuestros amigos
a Dharmapala, “no sería suficiente para popularizar los proyectos
de la Sociedad Maha-Bodhi. Usted tiene que considerar que nues-
tros sacerdotes y laicos no han tenido ninguna experiencia, ya sea
con sacerdotes blancos o europeos o budistas, por lo que tiene que
venir y contarnos con cuánta fidelidad y compromiso ha trabajado
el Coronel para el movimiento budista. Nuestros sacerdotes tienen
poder sobre la gente en los asuntos espirituales, por lo que tiene
310 H ojas de un viejo diario

que decirle al coronel Olcott que aproveche cada oportunidad para


entablar amistad con nuestros sacerdotes”. En otra carta, el escritor
describe así el carácter de su pueblo:

Son liberales y generosos, por lo general muestran su alegría


en arrebatos de entusiasmo, devoción, energía y generosidad
extrema, especialmente cuando se trata de los intereses de su
país o su religión. Por otro lado, sospechan y desconfían de los
extraños.

Una vez aceptada su invitación, los editores arakaneses locales prepa-


raron el terreno con fervientes artículos en sus revistas inglesas y
vernáculas de esta manera:

Vale la pena oírlo, y tiene toda la antigua tradición de la religión


budista a su alcance... Todos los Poongyees (monjes budistas) y
los principales sacerdotes de la ciudad y el distrito deben hacer
todo lo posible para dar la bienvenida y ayudar a este gran Sumo
Sacerdote europeo del budismo... De hecho, el Coronel sabe más
que los Altos Sacerdotes Brahmanes acerca de las Leyes y Prin-
cipios del Manu, y todas las antiguas Escrituras y religiones de
Indostán y Birmania lo cual, si no es cierto, él es al menos lo sufi-
cientemente entusiasta en conciencia, ¡y oculta cuidadosamente
el lado “sospechoso y desconfiado” del carácter nacional!

Ningún hombre imparcial podría culparlos por esta actitud mental


de precaución, ya que al no haber precedentes por los que guiarse,
era natural que esperaran a que les mostrara mi carácter antes de
que me recibieran con los brazos abiertos.
Al llegar a Adyar el 1 de octubre, me apresuré a finalizar un
montón de trabajo oficial que tenía en el escritorio. Entre las inte-
resantes cartas que me esperaban había una de un erudito psicó-
logo práctico de las Indias occidentales, que me contaba algunas
investigaciones que había estado haciendo sobre la historia de la
vida espiritual de cierto místico alemán, sobre un cierto libro suyo
cuyo rastro mi amigo venía siguiendo, y el hecho de que justo en el
momento en que el esfuerzo de concentración le agotaba la última
de sus fuerzas nerviosas, apareció un cierto mensajero elemental
de la clase que utilizan los Adeptos como mensajeros, y le dijo que
había sido enviado por —para decirle que se comunicara con Olcott,
ya que tenía que ver con estas investigaciones. Mi amigo entonces
hizo dos intentos para comunicarse conmigo en el plano astral y
logró verme, pero yo estaba tan absorto en algún trabajo apremiante
Encuentro con el embajador del Dalai Lama 311

que no pudo hacer que yo lo escuchara. No debería haberse sentido


sorprendido por eso, porque su experimento lo hizo a las 22:30 hs.,
pero para mí fue por la mañana, después de que el trabajo diario de
la oficina había comenzado. Esta diferencia de latitud deberían, pero
en general no sucede, mantenerla presente los amigos que desean
consultarme en el plano suprafísico. Sin embargo, por otro lado, a
menudo recibo cartas de conocidos, e incluso de no Miembros de la
Sociedad, dándome las gracias por los beneficios, físicos o morales,
recibidos en nuestros encuentros durante las vigilias de la noche,
cuando somos liberados temporalmente de la prisión de la carne.
Entre estos ha habido un número de casos en los que, dicen los
corresponsales, yo los he curado de sus enfermedades, las cuales,
cuando nos conocimos personalmente durante mi reciente gira,
me negué absolutamente a tratar, en obediencia a la orden que me
había impuesto mi Gurú. Esto es interesante, ya que muestra que lo
que puede estar prohibido en el plano físico puede estar permitido
en el astral.
El 13 de octubre zarpé hacia Calcuta en el Goorkha, y allí llegué
el 16, y encontré en la casa de mi viejo amigo el Dr. Salzer la cordial
bienvenida que habitualmente da a sus invitados. Aproveché la
oportunidad para visitar con Dharmapala el museo de Calcuta, y
examinar las antiguas figuras de piedra que muestran lo íntima que
fue una vez la conexión entre el budismo y el hinduismo. Entre
ellos está una de las diosas de ocho brazos, Durga, en su aspecto
de Ashta-bhuji, y en su actitud habitual de una Dea Victrix, pero,
tallada en la tiara real que viste, y en la dovela del marco arqueado
alrededor de la estatua, está la imagen del Buda, sentado en medi-
tación. Entre otros tallados de manera similar, algunos en la colec-
ción del museo de Calcuta, algunos en las cuevas brahmánicas de
Ellora, hay representaciones de Indra y su cónyuge, Indrani. Estos
fueron descubrimientos importantes, como prueba de la asocia-
ción una vez íntima de las religiones hermanas del brahmanismo
y el budismo, y estoy muy agradecido a Dharmapala por llamar mi
atención sobre ellos.
El 17 de octubre él y yo partimos hacia Darjeeling para una
reunión previamente concertada entre el embajador del Dalai Lama
de Lhasa y yo. Al llegar allí al día siguiente, fui recibido como
invitado por mi amigo Babu Chhatra Dhar Ghose. Encontré en su
propia casa, trabajando arduamente con un lama tibetano erudito,
a Babu Sarat Chandra Das, CII, el intrépido y exitoso viajero indio
a Lhasa y Tashi Lhunpo, la residencia de los Dalai y Tashi Lamas
respectivamente. Nos ofreció té tibetano con mantequilla, del que
todos hemos leído mucho. Su sabor era más el de un débil caldo o
312 H ojas de un viejo diario

té de ternera que el de cualquier infusión de hojas de planta de té


que alguna vez haya bebido.
A la mañana siguiente contemplamos una gloriosa vista de esa
cumbre que penetra el cielo de Kinchinganga, ese pico gigante cuya
altitud es casi el doble de la del Mont Blanc. Pasamos la mañana
con Sarat Babu, cuya conversación sobre sus experiencias tibe-
tanas fue muy interesante e instructiva. A las 4 p. m. se levantó
la audiencia con el Embajador, Sarat Babu y su antiguo colega y
compañero de viaje el Lama Ugyen Gyatso fue nuestro cordial intér-
prete. Su Excelencia era un joven apuesto, del característico tipo
étnico mongol, de tez clara, una expresión suave de rostro, manos
pequeñas y bien formadas, y un portador de la dignidad personal
que generalmente marca el nacimiento aristocrático. En su cabeza
llevaba un turbante cubierto de seda con una base de algún material
rígido; tenía la forma de un cono truncado, la base hacia arriba, el
extremo más estrecho que encajaba cerca de su cabeza intelectual;
un manojo de hilos de seda colgaba de él, como una gruesa borla,
en el cuello. Vestía un abrigo de crespón blanco que parecía un
cuello en la garganta y tenía mangas colgantes muy largas; sobre
este llevaba un sobretodo bastante ajustado de pesada seda brocada
negra, también con mangas largas. En su oreja izquierda solo llevaba
una joya colgante de jade y oro, de unos 15 cm de largo; no había
ninguna en la otra oreja. Los pequeños pies estaban calzados con
zapatos chinos de satén con suelas gruesas de fieltro. Su porte era
digno, se movía con gracia, la voz era refinada. Su belleza e inteli-
gencia le vienen de manera natural, ya que su abuelo era el Regente
del Tíbet en el momento de la visita de los Padres Huc y Gabet,
los sacerdotes misioneros de la congregación de San Lázaro, en el
año 1845. En su libro,* Abbé Huc registra así sus impresiones del
estadista:
El Regente era un hombre de unos 50 años; tenía un rostro grande
y abierto, cuya blancura era notable, y una expresión majestuosa
y verdaderamente real; los ojos negros, sombreados por pestañas
muy largas, estaban llenos de dulzura e inteligencia. Vestía
un manto amarillo, forrado con piel de marta; un pendiente de
diamante le colgaba de la oreja izquierda; y el largo cabello, negro
como el ébano, estaba recogido en la parte superior de la cabeza
por tres pequeños peines de oro. Su gran gorra roja, rodeada de
perlas, y coronada por una bola de coral roja, yacía en un almo-
hadón verde a su lado.

*  “Recuerdos de un viaje a través de Tartaria, Tíbet y China”, de M. Huc; trad.,


Nueva York, 1852.
Encuentro con el embajador del Dalai Lama 313

Tuvo un trato muy amable y honorable con los misioneros


durante su estancia de un mes y medio en Lhasa, y cuando se los
expulsó del Tíbet por las intrigas del embajador chino, se sepa-
raron con mutuo pesar. Mi opinión es que su nieto, mi conocido
de Darjeeling, era una persona de carácter similar. Con esa consi-
deración instintiva por la edad que es característica de los pueblos
orientales, me saludó muy respetuosamente, me ofreció un asiento
de honor y expresó su placer en conocer a alguien que había hecho
tanto por el budismo. A Dharmapala lo recibió de la misma manera
amistosa.
En el curso de nuestra larga charla de casi cuatro horas, me
hizo muchas preguntas sobre el estado de nuestra religión fuera del
Tíbet y China, y cómo se apreciaban las enseñanzas del Buda en los
países de Occidente. Me aseguró que, si alguna vez fuera mi fortuna
visitar Lhasa, recibiría una afectuosa bienvenida; no estaba en su
poder organizar tal viaje, pero informaría a su gobierno todo lo
que se había dicho, y sería un gran placer para los tibetanos. Como
interludio, nos sirvieron té con mantequilla. Se interesó mucho
por los planes y el trabajo de la Sociedad Maha-Bodhi, y felicitó a
Dharmapala por la utilidad de sus trabajos; el Dalai Lama iba a estar
encantado de escuchar todo esto. Nos agradeció los regalos reli-
giosos enviados por medio de Dharmapala por el Sumo Sacerdote
Sumangala y los sacerdotes-estudiantes japoneses que entonces
vivían en Ceilán, y prometió enviarlos a Lhasa de inmediato a través
de mensajeros especiales junto con sus despachos. A cambio de algo
similar que yo mismo le rogué que aceptara, él me hizo entrega
de una estatuilla de bronce dorado muy fina de un Bodhisattva
sentado, hecha en Lhasa, y que contiene en su interior una tira
doblada de papel en la que el Dalai Lama mismo había escrito un
mantram que invoca la protección de los dioses para el embajador,
de todas las influencias malignas, y lo imprimió con su propio sello.
Este regalo único se encuentra, por supuesto, en la Biblioteca de
Adyar, junto con el retrato firmado de Su Excelencia. Al final de
nuestra entrevista, nos acompañó hasta la puerta del jardín, nos
estrechó la mano a la manera occidental y expresó su profundo
pesar de que mis compromisos en otros lugares impidieran que nos
volviésemos a reunir.
Aunque era un hombre tan joven en apariencia, se me informó
que era Ministro de Relaciones Exteriores del Tíbet, un cargo en
el gabinete creado recientemente. Su rango era el de “Kalon”, su
nombre Sheda Pishi Pai. Entre la gran cantidad de hombres de
aspecto inteligente que lo acompañaban, había uno a quien el
embajador me presentó, con la observación de que se trataba de un
314 H ojas de un viejo diario

pandit muy erudito y bien versado en literatura tibetana. Cuando


nos saludamos, me miró directo a los ojos con una mirada llena de
significado, diciéndome casi tan claramente como con palabras que
sabía todo sobre mí y que éramos viejos amigos, en el otro plano.
Respondí de manera similar, y luego extendió la mano, tomó la
mía y la presionó, y dijo en tibetano, lo que interpretó el sublime
Lama Ugyan Gyatso, que lamentaba mucho que no hubiéramos
podido tener una larga charla sobre asuntos religiosos. A la mañana
siguiente Dharmapala y yo nos fuimos de Darjeeling.
Llegamos a Calcuta el 21 de octubre al mediodía, y dedicamos
la tarde a un estudio adicional de las estatuas indo-budistas en el
museo de Calcuta. El día siguiente lo pasamos en las salas de la
Sociedad Asiática, para consultar al pandit Haraprasad Sastri sobre
detalles de la historia budista, y el siguiente con otro erudito
brahmín pandit, Hari Mohan Vidyabhûshan, sobre el mismo tema.
Había en Calcuta, en ese momento, un creciente sentimiento
de hostilidad contra el budismo entre los hindúes de Bengala, que
había sido agitado por la actividad de la Sociedad Maha-Bodhi, y que,
en aras de la religión, era prudente no permitir que se extendiera;
por lo que me habían invitado a dar una conferencia pública en la
municipalidad, con la esperanza de que se pudiera despertar un
espíritu más amable. Esta tuvo lugar en la noche del 24 de octubre
en presencia de un público enorme, que incluía a la mayoría de los
hombres más educados e influyentes de Bengala. La presidió Babu
Norendranath Sen, MST, director del Indian Mirror, el principal
diario indio, presidente de la ST de Bengala desde la fecha de su
formación, y uno de los amigos indios más antiguos y fieles de HPB
y mío.
Sus comentarios introductorios sobre mí fueron muy halaga-
dores, incluso cayendo en la exageración, pero uno bien podría
perdonarlo todo por el bien de lo que dijo sobre el lazo de amor
entre los indios y yo; y para mí, ese pensamiento siempre pone mi
corazón a latir. Aludiendo al ofrecimiento de retirarme del cargo y
dar paso a un hombre más joven, y a mi renuncia por pedido de
amigos, el presidente dijo:

Su retiro no sólo habría sido un duro golpe para la Sociedad,


sino también una seria pérdida para toda India, ya que cualquier
progreso religioso o espiritual... que este país haya logrado en
los últimos años se debió principalmente, si no únicamente, a
los incansables esfuerzos del coronel Olcott. Había sido durante
los últimos doce años el abanderado de la luz y la vida para los
hindúes.
Encuentro con el embajador del Dalai Lama 315

Ahora nosotros, los occidentales, con nuestra sangre fría, no


somos grandes admiradores de los superlativos orientales, e incluso
después de diez años las frases de nuestro hermano bengalí brillan
como hierro caliente; pero muchos años de residencia en esta
parte del mundo me han enseñado a encontrar la sinceridad que
a menudo se oculta bajo cumplidos que harían que los europeos
y los estadounidenses miraran con asombro. El hecho preciado
para mí es que los orientales me aman y yo los amo, y ahora, por
ningún motivo, viviría en otra parte que no fuese India. Al leer los
cumplidos del Presidente, hay que recordar que la primera visita
de la señora Besant a India se hizo en el invierno de 1893-4, y que
durante los catorce años anteriores yo había sido el conferencista
más activo de la Sociedad en este país. El panegírico de Norendra
Babu, por lo tanto, es bastante anterior al estado actual de las cosas,
en que la más querida de las mujeres y amigas entre nosotros es
quien está más cerca del corazón indio.
Un hecho muy sorprendente en relación con la Sra. Besant es que
ella ha eliminado por completo el sentimiento incómodo que había
prevalecido anteriormente: que HPB y yo esperábamos convertir
a los hindúes al budismo, y que la Sociedad era más budista que
ecléctica. Por su espléndida presentación de la filosofía india, y su
preferencia personal no disfrazada por ella como un sistema reli-
gioso, ha hecho que los seguidores más ortodoxos del brahma-
nismo sean amigables con nosotros, y se ganó el apoyo práctico de
muchos de los príncipes indios más importantes para su Colegio
Central Hindú. Si HPB todavía puede mirar nuestras actividades
desde arriba, seguramente debe estar asombrada de lo que ve en
Benares. Así, “de manera misteriosa” los Grandes Seres hacen que
se “realicen sus maravillas”.
El título de la conferencia anunciada fue “La afinidad entre el
hinduismo y el budismo”, y se invocó el testimonio de la historia
para probar la afirmación. Se demostró que durante quince siglos
las dos religiones habían prosperado una al lado de la otra con
un buen sentimiento fraternal, y que el propio Buda y su gran
seguidor el emperador Dharmasoka habían exigido a los profesores
del Dharma Ârya, mal llamado budismo, mostrar igual respeto a los
brahmanes y a los monjes budistas. Si el budismo prácticamente
había desaparecido del Indostán, salvo en las partes que limitan con
Arakan, fue debido a la cruel iconoclasia de los invasores musul-
manes victoriosos, y a ninguna otra causa. Se esbozó la historia del
santuario budista más sagrado, Buda Gaya, y el hecho señaló que,
durante seiscientos años, es decir, desde el siglo XIII hasta el XIX, se
lo había descuidado y dejado desmoronar sin vigilancia, y así cayó
316 H ojas de un viejo diario

en la ruina de la jungla salvaje que había crecido en y alrededor


del lugar sagrado, donde cincuenta generaciones de fieles habían
recitado sus cinco preceptos, y para quienes Buda Gaya había sido
el punto objetivo de peregrinaciones de todos los países del mundo
budista. Gracias a la piadosa liberalidad del difunto rey Mindoon
Min de Birmania, y a la cooperación del Gobierno de Bengala, se
excavaron los terrenos del templo y se exhumaron los santuarios y
ambulatorios en ruinas bajo un manto de nueve metros de polvo,
que los había sepultado y quitado de la vista del hombre. Las pere-
grinaciones se habían reanudado entonces, y el poseedor del feudo,
un Saivite Mahant, viendo el beneficio pecuniario derivable de sus
ofrendas, había afirmado decididamente sus derechos de propiedad,
y más o menos profanó las imágenes y los edificios. Se explicó que
el objetivo principal en la formación de la Sociedad Maha-Bodhi era

principalmente recuperar la posesión para los budistas del más


sagrado de sus santuarios... donde el Señor Gautama Buda
adquirió sambodhi, o conocimiento divino... Además de esto, se
contempla recuperar la posesión de otros santuarios budistas,
para erigir o comprar un Dharmasala o casa de descanso de pere-
grinos en Calcuta, y la construcción de un Colegio Normal, en el
que los estudiantes budistas de Japón, China, el Tíbet y otros
países budistas puedan aprender sánscrito y pali. Esto, junto con
una propaganda organizada de la literatura y las ideas budistas
en gran parte de los países occidentales, y la unificación de las
diversas escuelas de budismo en las naciones budistas, es el
esquema de la Sociedad en su totalidad, y sin reservas.*

Una por una, las tergiversaciones maliciosas de la enseñanza del


Buda y del espíritu de sus seguidores y las falsedades sobre el Dharma
Ârya, habiendo sido extirpadas de India por Srî Sankarâchârya,
fueron expuestas y refutadas; se mostró la paridad de las filosofías
del Vedânta y del Buda en ciertos detalles importantes; se señaló
el significado de la fusión de los símbolos de las dos religiones,
como se ve en las imágenes esculpidas mencionadas anteriormente;
la distinción entre los Digambaras y los Bauddhas, y el hecho
de que todo el veneno de los pandits hindúes ortodoxos estaba

*  Es tal vez digno de mención que, como este volumen se está haciendo para la
prensa, quien ocupa actualmente la oficina presidencial, la señora Besant, escribe
en The Theosophist un relato de su presencia en ocasión de la entrega, a los repre-
sentantes de los budistas de Birmania, de las reliquias del Buda recientemente
recuperadas por el Virrey de India en Calcuta. Ver The Theosophist, Abril de 1910.
(N. del E. de 1910)
Encuentro con el embajador del Dalai Lama 317

dirigido a los primeros y no en absoluto contra de los segundos, se


demostró en varias citas de libros hindúes ortodoxos: en resumen,
se demostró muy claramente que el odio prevaleciente del budismo
y los budistas era un error tonto, injustificado por los hechos de la
historia y repugnante al sentido común. Observo un párrafo en el
informe impreso de la conferencia que estoy tentado a citar, porque
cada tanto es necesario reafirmar la política ecléctica de la Sociedad.
De hecho, acabo de recibir de EE. UU. una enérgica protesta contra
el último intento de establecer una teocracia dogmática en nues-
tras filas. Podría haber cancelado por completo la conferencia de
Calcuta si algunos de mis colegas hindúes, e incluso no Miembros,
no hubieran tratado de disuadirme y asustarme de defender públi-
camente al budismo. En el curso de la conferencia dije:

Eso fue suficiente para decidirme a hablar y a decir toda la verdad.


No tengo ni una gota de sangre de esclavo en mis venas, y detesto
el intento de restringir el derecho de un hombre libre a pensar libre-
mente. No pido a ningún hindú que renuncie a su religión, más aún,
creo que la religión es tan noble en sus conceptos y tan elevada
en su influencia moral que digo que aquel que se deja llevar por
el mezquino despecho de la intolerancia sectaria para tratar de
hacerla intolerante, es un hindú falso, un traidor a su espíritu inte-
rior. La Sociedad Teosófica tiene la tolerancia y la hermandad
como piedra angular: es un ángel de paz y buena voluntad entre
los hombres; ofrece una plataforma libre para el estudio y elucida-
ción de todas las religiones; como organismo preserva una estricta
neutralidad y no profesa ningún dogma sectario. Como su Presi-
dente, he ayudado a los hindúes, a los parsis, a los mahometanos
de India y a los budistas de otros países a comprender sus respec-
tivos credos, y mientras me vea obligado a mantener mi cargo, esa
imparcialidad se preservará estrictamente. Los Miembros hindúes
de la Sociedad que han deseado que me abstenga de discutir el
budismo en India prácticamente han deseado que actúe con un
espíritu de egoísmo cobarde y deshonre mi promesa oficial.

Durante mi reciente gira (1901) por todo el mundo, he luchado en


todas partes por el mismo principio, y más de una vez he dicho que
cuando la mayoría de mis colegas deseen convertir a la Sociedad
en una secta de adoradores de héroes, para restringir la libertad
personal de pensamiento y de expresión, y para darle a algún libro
escrito por alguien el carácter de una inspiración, tendrán que
encontrar otro Presidente. Cuanto más se conozcan estos puntos
de vista, mejor será para la Sociedad, y más estable será su base.
318 H ojas de un viejo diario

¿Qué derecho tenemos nosotros, pobres conejos de India, a dictar


lo que nuestro prójimo deberá o no creer, o a tratar de hacer que su
retención de la membresía entre nosotros dependa de que acepte
las enseñanzas de un libro o de un autor?
En un párrafo del Srimat Bhagavat, en el que se encarna una
profecía, los opositores más acérrimos al budismo de India
pretenden encontrar una justificación para su hostilidad. En el
curso de mi conferencia cité este pasaje (1.er Skandha, Adhyâya 3),
que dice lo siguiente:

Al comienzo del Kali Yuga, para lanzar una moha (ilusión) sobre
los enemigos (Aúuras) de los Úuras (dioses), Buda hijo que Anjana
nacerá en Gayâ.

Por supuesto, se verá que esto no tiene ninguna referencia a Gautama


Buda, ¡que no nació al principio, sino en el año 2478 del Kali Yuga;
no era el hijo de Anjana, sino del rey Suddhodana; no nació en
Gayâ, sino en Kapilavastu y no lo llamaron Buda, sino Siddhartha!
“Recordando”, como digo en mi conferencia, “que el término Buda
y la designación sectaria Bauddha existieron en India mucho antes
del advenimiento del histórico Buda Gautama, observarán que, si
hubo alguna profecía antigua como la anterior, pudo haberse refe-
rido a algún otro personaje que quizás apareció al comienzo del
presente Kali Yuga”.
Felizmente para información de los académicos, el Vishnu
Purana (libro III, 18) contiene una descripción del mâyâ moha o
apariencia engañosa asumida por Vishnu cuando apareció como
Buda, y en la que se lo describe como un mendicante desnudo,
digambara, con la cabeza afeitada, y portando un cepillo de plumas
de pavo real. ¿Alguien vio alguna vez una imagen budista esculpida
que representara al Señor Buda desnudo o llevando un montón
de plumas de pavo real, o puede encontrarse tal descripción en
algún libro budista? Ciertamente no: al Instructor siempre se lo
representa vestido con las amplias túnicas de un bhikshu, y no lleva
nada en la mano excepto su cuenco de mendicante: ¿por qué, en
el Mahâvagga del Vinâya Pitaka, él les prohíbe a sus bhikshus incluso
hablar con un ascético desnudo? Un conocimiento muy elemental
de la historia religiosa de India nos enseña que la referencia es a
un asceta jainista, que también se llamaba Buda, y fue entre esta
clase y los hindúes ortodoxos que se llevaron a cabo enconadas
disputas y crueles represalias. En la pared del tanque sagrado en el
templo de Madura, en una serie de paneles pintados, se representan
los concursos ordenados por un cierto Rajâh entre los sacerdotes
Encuentro con el embajador del Dalai Lama 319

Jainista y un sanyâsi Saivite, para probar la divinidad de sus respec-


tivos libros, por las ordalías de la curación por fe, del fuego, y del
agua. El resultado fue el derrocamiento y el desconcierto de los
desafortunados “Bauddhas”, y el pintor nos ha mostrado los castigos
brutales que les infligieron. Algunos fueron empalados y dejados
para que las aves de rapiña les sacaran los ojos; las cabezas decapi-
tadas de otros fueron molidas en carne picada en enormes molinos
de aceite; muchos otros pasaron por la espada. Estos Bauddhas
derrotados corresponden en apariencia con las descripciones de los
Bauddhas dadas en los pasajes denunciatorios del Srimat Bhagavat
y el Vishnu Purana, ya que están semidesnudos y llevan penachos
de pavo real en las manos. Pero no necesito buscar citas de la confe-
rencia en cuestión, las que pueden leer quienes todavía albergan
hacia los budistas sentimientos de odio basados únicamente en
la ignorancia; fue necesario dar todo lo que tengo para mostrar
qué remedio se necesitaba para la situación que existía en Bengala
en ese momento al que nos referimos, es decir, hace diez años.
Sería una desgracia para India si el actual resurgimiento gratifi-
cante del hinduismo bajo los auspicios de los principales Miembros
de nuestra Sociedad se debilitara por una agitación de los viejos
rescoldos de odio hacia los budistas.
El día después de la conferencia realicé llamadas a algunos de
mis amigos, y Dharmapala y yo cenamos en la casa de una cono-
cida y piadosa dama birmana, la Sra. Oung, donde conocimos al
Dr. Waddell, el autor de ese célebre libro sobre el budismo del
norte, “El budismo del Tíbet”.
Mis habitaciones se llenaron de visitantes al día siguiente, y el 27
de octubre siguiente, zarpamos hacia Chittagong en el vapor Kola.
El número de pasajeros en nuestro salón era de siete.
CAPÍTULO XXIX
Las cuevas y selvas del indostán
en ficción y realidad
1892

A
FORTUNADAMENTE tuvimos una travesía soleada y sin
sobresaltos, lo que nos permitió disfrutar de nuestra mutua
compañía. El viaje se vio interrumpido en Chittagong, donde
llegamos el 29 de octubre a las 7:30 de la mañana. Dharmapala y yo
pasamos la mañana escribiendo para publicar, en forma de folleto,
la conferencia mencionada en el capítulo anterior. Delegaciones
de boruahs (maghs) e hindúes subieron a bordo para presentar sus
respetos, y a petición urgente de ellos bajé a tierra, y a las 5:30 p. m.
di una conferencia en el edificio del Colegio del Gobierno sobre “La
alta moralidad del hinduismo y el budismo”, mi audiencia era de
unas 800 personas de secciones de ambas comunidades. Zarpamos
a la mañana siguiente hacia Akyab, y llegamos el 31, y en el muelle
recibimos una cordial bienvenida de los principales caballeros del
lugar, de la que Dharmapala también fue parte. Al instalarnos en
nuestros aposentos, primero realizamos una visita ceremonial a los
cuatro sacerdotes más influyentes de la sección local del sangha
budista. El resto del día, nuestras habitaciones estuvieron llenas de
visitantes, y por la tarde arribó el Comité General y esbocé nuestros
planes para el movimiento de Buda Gaya. Al día siguiente llamé al
Mayor Parrott, Comisario de Arâkân, quien me invitó a cenar con él
el domingo siguiente.
A la mañana siguiente (2 de noviembre), acompañado por los
Sres. Mra Oo, Comisionado Adjunto; U Tha Dwe, ATM; Chan Tun
322 H ojas de un viejo diario

Aung y Too Chan, abogados; otros influyentes caballeros de Akyab,


y por Dharmapala, me dirigí en barco de vapor hacia Urittaung, un
pueblo a 44 km río arriba, a un festival de pagoda. Nos llevaron a la
casa de descanso en la orilla del río, una estructura aireada, abierta a
los lados y con un techo de hierro corrugado; el piso estaba cubierto
con dhurries o alfombras de algodón, en las que hicimos nuestras
camas a falta de somier. La pagoda está en una colina empinada, y
se llega tras un arduo ascenso. Cerca de ella hay una nueva pagoda
de menor tamaño. Se nos dijo que los Buddhu Rasa, los rayos espiri-
tuales que indican una concentración de la influencia espiritual del
Buda, y que creo haber descrito en relación con un templo budista
de Ceilán, a veces se ven. Al día siguiente era la gran fiesta de pere-
grinación, y el lugar sagrado estaba repleto de peregrinos. Habíamos
llevado con nosotros, como objetos de interés para los arakaneses,
un medallón de piedra del Buda, que habíamos obtenido en Buda
Gaya, y la imagen artística en bronce entregada por el Dalai Lama al
embajador tibetano, y que él me presentó a mí. Naturalmente, estos
raros objetos excitaban los sentimientos reverenciales de los pere-
grinos. Di una conferencia sobre Maha-Bodhi ante una multitud
atenta, y recibí más de ₹ 80 en monedas pequeñas. Un caballero de
nuestro partido interpretó mis comentarios. Un sacerdote llamado
Uthargarah, Sayadaw, cuyo templo está en Kyoukphyu, había expli-
cado previamente nuestro propósito. Era un orador muy elocuente
e impresionante, nunca había oído nada igual, salvo en el caso del
gran orador cingalés, Megittuwatte. Regresamos a Akyab al día
siguiente bajo una fuerte lluvia.
El día 5 di una conferencia privada a un grupo de boruahs (maghs)
de Chittagong, y los persuadí de organizar un comité para reco-
lectar suscripciones para la Sociedad Maha-Bodhi. La misma tarde
di una conferencia sobre budismo a una audiencia muy grande en
el Colegio del gobierno: estaban presentes el Comisionado, el Mayor
Parrott y la mayoría de los europeos de Akyab. Al día siguiente se
celebró una reunión preliminar de Ancianos; y tras una conferencia
a una gran audiencia nativa en una shamianah de bambú, se formó
la Rama local de la Sociedad Maha-Bodhi. Por la tarde me reuní con
varios caballeros europeos para cenar en la casa del Comisionado.
Hubo otra cena al día siguiente que me ofrecieron los habitantes del
antiguo pueblo de Ohdan, ahora uno de los trece barrios incluidos
dentro del Municipio de Akyab. Fue una gran recepción, y toda la
comida se preparó y sirvió a la manera nativa. Más tarde ese día di
una conferencia sobre los Bodhisattvas y Arhats, y también sobre la
forma en que el Príncipe Siddhartha se convirtió en Buda.
Las cuevas y selvas del indostán en ficción y realidad 323

Dharmapala también dio una conferencia. El consejo de la nueva


Rama de la Sociedad Maha-Bodhi se reunió el martes y acordó los
detalles. Por la noche cené con los Ancianos de la aldea de Rupa,
otro distrito de Akyab, y recaudé más de ₹ 400 para la Sociedad
M. B. A la mañana siguiente visité a un caballero enfermo que me
dio ₹ 100, algunos otros de la familia añadieron una suma más
pequeña, y su hija me ofreció, con señales de reverencia, un par de
enormes pendientes de oro en lugar de dinero, que me pidió que
vendiera para beneficio del fondo. Esta fue mi primera experiencia
de este tipo desde que comencé a recaudar fondos en el Este, pero
una importante autoridad me dijo que hubo mujeres birmanas que
arrojaron grandes cantidades de joyas al caldero hirviendo cuando
se forjó la gran campana en Shway Dagôn. Si hubiera podido permi-
tírmelo, debería haber comprado los pendientes yo mismo y habér-
selos dado a alguna entusiasta colega en Occidente.
Dos o tres días después fuimos al interior con el Sr. Hla Tun U
para ver a un anciano y erudito bhikku que había leído mi “Catecismo
Budista” y deseaba hablar conmigo. Estaba muy entusiasmado con
el libro, y también con nuestro esquema Maha-Bodhi; él esperaba
que el libro pudiera llegar a cada hogar birmano. El domingo 13
ayudé a sacar una colosal estatua del Buda que estaban removiendo
de un sitio temporal a un sitio permanente, y le habría hecho bien
a algunos de mis colegas sibaritas verme tirar de la cuerda con la
multitud gritando. Esa noche di una conferencia en el pueblo de
Lamadaw, y recaudé ₹ 2100. Este fue mi anteúltimo día en Akyab;
temprano a la tarde siguiente me dirigí a los muchachos de la
Escuela Secundaria Gubernamental y cené con un amigo europeo.
Descubrí que los arakaneses eran tal cual me había contado
su compatriota en la carta citada anteriormente: generosos, entu-
siastas, patrióticos, religiosos y desconfiados de los extranjeros. Pero
mi recepción fue en todo momento muy cordial y a pedir de boca,
y dejé el país sintiendo que, si Dharmapala continuaba con nuestro
esfuerzo inicial, se podrían recaudar grandes sumas para llevar a
cabo el proyecto Maha-Bodhi. Tengo informes de distintos perió-
dicos sobre la idea central de mis conferencias, pero no vale la pena
citarlos, ya que simplemente ofrecen una presentación habitual de
las doctrinas budistas y una visión resumida del estado actual del
budismo en todo el mundo; todo terminó con un llamamiento a los
arakaneses para que se unieran en apoyo de la meritoria labor de
la Sociedad Maha-Bodhi. En cuanto al país, puedo citar un párrafo
de la Enciclopedia Británica (Vol. II, pág. 305), que da los siguientes
detalles interesantes:
324 H ojas de un viejo diario

Los nativos de Arâkân remontan su historia hasta el año 701 d. C., y


dan una sucesión lineal de 120 príncipes nativos hasta los tiempos
modernos. Según ellos, su imperio tuvo en una época límites
mucho más extensos, y se extendían por Ava, parte de China, y
una parte de Bengala. Sin embargo, esta extensión de su imperio
no está corroborada por hechos históricos conocidos. En dife-
rentes momentos los mogoles y los habitantes de Pegu llevaron
sus armas al corazón del país. Los portugueses durante su era
de grandeza en Asia se establecieron temporalmente en Arâkân;
pero en 1783 los birmanos finalmente conquistaron la provincia, y
desde ese período hasta su cesión a los británicos en 1826, bajo
el tratado de Yandaboo, su historia forma parte de la de Birmania.
La antigua ciudad de Arâkân, anteriormente capital de la provincia,
está situada en un brazo menor del río Koladyne; su lejanía de
los puertos del país combinada con la extrema insalubridad de su
situación, han producido su gradual decadencia tras la formación
del comparativamente reciente asentamiento de Akyab, lugar que
es ahora la ciudad principal de la provincia. La antigua ciudad de
Arâkân se encuentra a unos 80 kilómetros al noreste de Akyab,
a los 20º 42´ de latitud N, y 93º 24´ de longitud E. Los Maghs,
que conforman casi toda la población de la provincia, siguen
las doctrinas budistas, que se profesan universalmente en toda
Birmania. Los sacerdotes son seleccionados de entre toda clase
de hombres, y uno de sus principales empleos es la educación de
los niños. En consecuencia, se difunde ampliamente la instrucción,
y se dice que en la provincia hay pocas personas que no sepan
leer. Las calificaciones para entrar en el orden sacerdotal son
buena conducta y una medida justa de conocimiento, que dicha
conducta, al menos, sea buena según los principios budistas,
y que dicho conocimiento lo sea según la estimación entre sus
devotos.

¡Vaya! ¿Por qué estos escritores occidentales (tal vez exmisioneros)


no pueden abstenerse de tales insultos sin sentido?
La noche del 14, subí a bordo del barco de vapor “Kasara”, que
me llevaría a Rangún. Mi tendencia a volver a Rangún se vio refor-
zada en gran medida por una carta urgente que recibí del Secretario
de la Asociación Thatham Hita Kari, quien escribió que la Sociedad
“era como un barco sin timón ni carta”, y necesitaba mi consejo.
Se estaban organizando para abrir escuelas para niños e imprimir
escrituras budistas.
Creo haber mencionado, en relación con mi primera visita
a Rangún en 1885, en compañía del Sr. Leadbeater, que protesté
Las cuevas y selvas del indostán en ficción y realidad 325

contra la falsa idea de mérito prevalente entre los birmanos de buen


corazón. Estaban en el momento de mi visita recabando una suscrip-
ción pública de ₹ 100 000 para dorar la majestuosa y elegante cúpula
de Shway Dagôn. Pensé que era una extravagancia innecesaria, ya
que, en el ascenso por el río hacia Rangún, la cúpula todavía brillaba
desde lejos como una colina de oro brillante, y pensé que la gente
bien podría posponer por dos o tres años semejante gasto. Había
conversado con los Ancianos sobre el estado de la literatura religiosa
y la familiaridad de la gente con sus obras sagradas, y sabía que el
reclamo más urgente en liberalidad popular era la publicación de los
Tripitikas, para ponerlos al alcance de al menos los monjes vincu-
lados a los kyaungs [monasterios] más pobres. Así que levanté mi voz
en protesta, y le dije a la gente que por una cuarta parte de la suma
que gastarían en el oro, los tres Pitakas podrían copiarse de las losas
de mármol grabadas en los pequeños quioscos construidos por el
fallecido rey Mindoon Min, y publicarse. Mis palabras cayeron en
algunos oídos receptivos, y el resultado fue la organización de esta
sociedad de impresión de libros y apertura de escuelas.
A la mañana siguiente Dharmapala y muchos amigos vinieron
a despedirse, y cuando el reloj dio las 7 el vapor zarpó del muelle.
Había viajado tanto por las costas de India y Ceilán que no me
sorprendió encontrar a nuestro alegre Capitán, el oficial que había
comandado la embarcación en la que Leadbeater y yo fuimos de
Madrás a Colombo varios años antes. El viaje de Akyab a Rangún
duró 60 horas. Al llegar (el 18 de noviembre), fui recibido por
muchos caballeros birmanos que me llevaron a la mansión hospi-
talaria de uno de los mejores hombres que he conocido en el Este,
generoso, cortés, piadoso y honorable: el Sr. Maung Hpo Myin. Se
alojaba allí la Srta. Ballard, de Chicago, que en ese momento tenía
el capricho de convertirse en monja budista. Entre mis muchos
visitantes estaba el noble birmano que interpretó cordialmente a
la lengua vernácula mi discurso en francés a los Sumos Sacerdotes
reunidos en Mandalay. Todos los visitantes de Rangún han visto y
admirado la elegante estructura arquitectónica de la Pagoda Soolay.
Allí di una conferencia el domingo por la noche sobre “Los santua-
rios sagrados de los budistas” ante una audiencia muy grande.
Puedo recordar mis comentarios leyendo un artículo de la Gaceta
de Rangún, que está copiado en el Diario de la Sociedad M. B. de
febrero de 1893; y dado que los argumentos no son obsoletos, y es
tan necesario que los birmanos los tengan en cuenta tanto ahora
como antes, ofrezco algunos fragmentos. Dice el informe del editor:
326 H ojas de un viejo diario

Él quería que los budistas birmanos entendieran que yo no tenía


más simpatía por ellos que la que tenía por los budistas de Ceilán,
Japón, China y el Tíbet, y todos los demás países, ni sentía yo la
menor preferencia por una secta más que por otra. Para él sólo
había una secta budista, y esa era el budismo; y sólo había una
doctrina budista, y era lo que enseñaba el Señor Buda.
Arâkân había prometido recaudar ₹ 50 000. Hace sólo unos días
había visitado tres de las trece aldeas de Akyab, y le habían dado
en efectivo ₹ 4000. Quería que al menos un lakh comenzara el
trabajo; y lo que propuso fue que Calcuta tuviese primero un
Colegio o Escuela Budista donde pudieran entrenar a los predica-
dores para ir a diferentes países, después de aprender las lenguas
extranjeras que tendrían que usar. Después quería establecer un
lugar de descanso donde los peregrinos budistas pudieran perma-
necer en su camino a Buddha Gaya. También quería establecer en
Calcuta un pequeño templo, fundar una biblioteca y tener un fondo
literario, para que pudieran traducir, imprimir y distribuir los libros.
Quería poner en cada uno de los santuarios sagrados un kyaung
y una casa de descanso. El otro día, en Akyab, una dama budista
estaba tan interesada que le dio un par de pesados pendientes,
y se vendieron por ₹ 73. Se le dijo que cuando se requiriera una
campana para una pagoda y se necesitara más oro, las damas
derretirían sus joyas. Pero la campana que querían hacer era la
campana del Dharma, cuyo sonido no se escucharía a solo unos
cuantos metros del lugar, sino por todo el mundo: ese dulce sonido
que les fue predicado por el evangelio de su Señor. Sólo podían
llevar a cabo su trabajo si contaban con una Sociedad Interna-
cional.

El lunes, en una reunión en la casa donde me alojaba, se formó


una Rama de la Sociedad Maha-Bodhi, y se recaudaron ₹ 1000 para
el fondo, y se eligió Tesorero a Maung Ohn Ghine. A las 8:15 de
la mañana del martes di una conferencia sobre “Teosofía” en las
instalaciones de la Escuela Maduray Pillay, y por la noche di una
conferencia sobre “Budismo” en un corral para ganado, que tenía
un cobertizo oportuno. El miércoles di mi última conferencia
en Rangún en una escuela birmana, y recomendé la adopción de
la política de Ceilán de abrir escuelas budistas para la educación
de sus hijos bajo la influencia de su religión ancestral. También
recomendé la fundación de una revista birmana Maha-Bodhi.
Aproximadamente a las dos y media zarpé hacia Madrás en el barco
de vapor “Palitana”.
Las cuevas y selvas del indostán en ficción y realidad 327

Después de un encantador viaje de casi cuatro días, volví a mi


bendito hogar después de una ausencia de cuarenta y cinco días, y
lo encontré lindo, como siempre. Su Excelencia lord Lansdowne,
el Virrey de India, estaba de gira en Madrás y aproveché la opor-
tunidad para intercambiar notas con su secretario privado sobre la
titularidad de Buddha Gaya, y en la noche del 28 de noviembre, por
invitación del gobernador de Madrás, lord Wenlock, asistí a un baile
en la Casa de Gobierno dado en honor del Virrey y la Marquesa de
Lansdowne.
Una de mis primeras obras literarias fue escribir una reseña del
libro póstumo de HPB, Las cuevas y selvas del Indostán, traducido
por su sobrina, la Sra. Vera Johnston, a partir de sus artículos en
Russki Vyestnik, una revista rusa muy importante. La Sra. Johnston
hizo un magnífico trabajo y, como digo en mi artículo, “tan admi-
rable y amorosamente que uno podría en verdad suponer que lo
había sacado de los propios labios de HPB”. Al revisar el artículo,
no puedo ver el menor indicio por el cual el amigo más querido
de Mme. Blavatsky pudiera haberse ofendido, ya que el tono es
en general de aprecio. Y, sin embargo, provocó una protesta del
difunto Sr. Judge, en la medida en que yo trato el trabajo como
lo que realmente es, una serie de magníficas novelas construidas
sobre recuerdos de un prosaico viaje hecho por nosotros dos, un
amigo hindú, y nuestro sirviente Babula. Una parte de la narración
fue, me dijo, sugerida por recuerdos de un viaje anterior de ella
desde el sur de India al Tíbet, cuando se encontraba realmente en
compañía y bajo la protección del Adepto a quien personifica con
el apodo de Gulab Singh. Estos hechos son desconocidos para el
lector en general, muchos, tal vez la mayoría, imaginaban que el
libro era una narrativa de viajes reales, y en mi reciente gira me
han pedido algunos lectores superficiales que les cuente ¡cómo me
sentí en algunas de las crisis que ella narra! Este libro nos muestra
que ella posee un brillo literario, un estilo fascinante y bella imagi-
nación, similar a casi cualquier texto que existe en la literatura. A
veces, salvo la visita a la Guarida de una Bruja, donde nos rodearon
los horrores, sus historias fueron compuestas de la nada, mientras
que las de la Ciudad de los Muertos en las Montañas Vindhya, las
Cuevas de Bagh en Malva, la Isla del Misterio, y otras, se basaron en
nada de lo que nos pasó a lo largo de nuestro viaje. Una vez conocí
en Colombo un grupo de caballeros rusos que en realidad habían
venido a India con la esperanza de ¡tener algunas aventuras tan
emocionantes como las que ella describe en el libro! Por supuesto,
la superestructura ficticia erigida sobre los diminutos hechos sería
palpable para todos los hindúes cultos, sin embargo, uno no puede
328 H ojas de un viejo diario

dejar de admirar sus divertidas exageraciones. ¿Qué pensará el


lector de Bombay que alguna vez ha visitado las Cuevas de Karli
de lo narrado sobre escarabajos, caminos de cabras y profundos
abismos en la historia de nuestra visita a ese lugar? El lugar que en
realidad utilizábamos para dormir era una pequeña caverna en la
ladera de la colina, a la derecha de la entrada tallada de la cueva, a la
que conducía un camino ancho y fácil, por el que se podía montar
en elefante o a caballo. Pero esto es lo que ella nos narra:

Un camino, o más bien una cornisa cortada a lo largo de la faz


perpendicular de una masa rocosa, de 70 metros de altura,
conducía desde el templo principal a nuestro vihâra. Un hombre
necesita buenos ojos, pies seguros y una cabeza muy fuerte para
evitar deslizarse por el precipicio al primer paso en falso. Y cual-
quier ayuda sería totalmente imposible, ya que la cornisa tiene
solo 70 cm de ancho, y no podrían caminar dos personas una al
lado de la otra. Tuvimos que caminar de a uno, pidiendo ayuda tan
sólo a nuestra propia valentía. Pero el valor de muchos de noso-
tros se había tomado una licencia ilimitada. La peor situación era
la de nuestro coronel estadounidense, ya que él era muy robusto
y miope, y esos defectos, todos juntos, le provocaban frecuentes
vértigos. Para mantener el ánimo, nos permitimos una actuación
coral del dúo de Norma, Moriam insieme, tomados de las manos
el uno del otro durante un rato, para asegurarnos de que la muerte
se apiadara de nosotros o que muriésemos los cuatro juntos. Pero
el Coronel casi nos hizo morir del susto. Ya estábamos a mitad de
camino hacia la cueva cuando dio un paso en falso, se tambaleó,
me soltó la mano y rodó sobre el borde. Los tres, al tener que
sujetarnos de los arbustos y las piedras, no podíamos ayudarlo. Se
nos escapó un grito unánime de horror, pero este se ahogó cuando
percibimos que había logrado aferrarse al tronco de un pequeño
árbol que crecía en la ladera unos pasos por debajo de nosotros.
Afortunadamente, sabíamos que el Coronel era un buen atleta,
y notablemente frío ante el peligro. Sin embargo, el momento
era crítico. El delgado tallo del árbol podría ceder en cualquier
momento. Nuestros gritos de angustia fueron respondidos por la
repentina aparición del misterioso sadhu con su vaca.
Caminaban silenciosamente a lo largo de unos seis metros debajo
de nosotros, sobre unas proyecciones de la roca tan poco visibles
que el pie de un niño apenas podría haber encontrado espacio para
apoyarlo allí, y ambos viajaban con calma; e incluso descuidada-
mente, como si debajo de sus pies hubiese un camino seguro en
lugar de una roca vertical. El sadhu le gritaba al Coronel para que
Las cuevas y selvas del indostán en ficción y realidad 329

aguantara, y a nosotros para que nos calláramos. Acarició el cuello


de su monstruosa vaca, y desató la rienda con la que la guiaba.
Entonces, con ambas manos giró la cabeza en nuestra dirección,
y con un chasquido de la lengua, gritó “Chal” (anda). Con unos
saltos cual cabra salvaje, el animal llegó a nuestro camino, y se
paró ante nosotros inmóvil. En cuanto al sadhu, sus movimientos
eran igual de rápidos y como los de una cabra. En un momento
había llegado hasta el árbol, atado la cuerda alrededor del cuerpo
del Coronel, y lo había puesto de nuevo sobre sus piernas; luego,
levantándose más alto, con la fuerza de su potente mano lo alzó
hasta el camino. Nuestro Coronel estaba con nosotros una vez
más, bastante pálido, y había perdido sus quevedos, pero no su
entereza.
Una aventura que había amenazado con convertirse en tragedia
terminó en una farsa.

El resto de su historia es igualmente cómica e infundada. Quien no


la conociera a ella en la intimidad difícilmente podría creer que la
misma mano hubiese escrito “La Doctrina Secreta”; “Isis sin Velo”;
y este libro de Cuevas y Selvas, y los Cuentos de Pesadillas. Sentí
una triste satisfacción al ver que revistas antipáticas como el Times
y su homónimo intolerante, el Methodist Times, que a regañadientes
elogiaban sus libros más serios, estaban cautivadas por estas efer-
vescencias de su fantasía. Como digo en una crítica:

Ella está fuera de su alcance, pero este comienzo de un cambio


del veredicto público es un bálsamo para su familia y amigos, que
conocían toda su grandeza y amabilidad desde siempre, y que
sintieron que una estrella brillante había sido eclipsada al morir. Y
esto no es más que el comienzo de lo que se verá a medida que el
tiempo y el karma realicen sus cambios, y se revelen la plenitud del
poder, el conocimiento y los sufrimientos de esta mujer.

Una mujer para aquellos que sólo la conocieron en su cuerpo feme-


nino tempestuoso, rebelde, brillante y doliente. ¡Ah! ¡Si el mundo
alguna vez llega a saber quién fue la entidad poderosa que trabajó
sesenta años bajo esa temblorosa máscara de carne, se arrepentirá
del trato cruel a HPB, y se sorprenderán de la profundidad de la
ignorancia de este!
Entre los hechos del último trimestre de 1892 se encuentra la
expulsión formal de un hombre que se hacía llamar por el seudónimo
de Alberto de Das, Miembro del grupo español de nuestra Sociedad
en Madrid. Fue el “hombre de confianza” más consumado y audaz
330 H ojas de un viejo diario

del que yo haya tenido algún conocimiento personal. Tenía un gusto


por iniciar sociedades místicas con títulos altisonantes, figurando
él mismo como un agente experto e inspirado de la Logia Blanca,
asociándose con un grupo local el tiempo suficiente para ganar su
confianza, difundir nuestras enseñanzas alrededor de ese centro,
y explotar a sus colegas y al público. Su verdadero nombre parece
haber sido Alberto Sarak. En mi reciente visita a Buenos Aires me di
cuenta de que lo recordaban muy bien, después de haber huido con
unos 15 000 dólares obtenidos de sus colegas en una Rama local,
en cuya fundación él había tenido una participación clave. Esto fue
después de su expulsión de España, y tras huir de sus acreedores
de Europa. Obtuvo su autoridad para formar la Rama dirigiéndose a
mí oficialmente bajo un nombre falso, en una carta que era admi-
rable tanto en composición como en sentimientos. Tengo en mi
poder uno de sus falsos diplomas de Miembro, en el que se titula a
sí mismo “Delegado del Consejo Supremo Oculto de los Mahatmas
del Tíbet”. También se hizo pasar por médico. A su debido tiempo,
después de crear la Rama y comenzar una revista, voló a Brasil,
de donde, después de dos o tres meses, regresó a la Argentina, y
con divertida desvergüenza se llamó a sí mismo embajador persa,
o algún título similar, y tuvo la insolencia incluso de llamar al
Cónsul General de Persia ¡para que le ofreciera transporte gratuito a
Chile! Por supuesto que no lo consiguió, y así una vez más trasladó
sus actividades a la costa oeste de América del Sur, donde, me han
dicho, terminó en la cárcel, demandado por alguna nueva víctima.
Lo pintoresco de las operaciones de este hombre, en cierta medida,
adornan su canallada, y lo hacen digno de esta atención. Cuando
conocí a las víctimas de este aventurero en Buenos Aires, Miembros
de nuestras diversas Ramas allí, descubrí que eran una clase supe-
rior de personas, la mayoría de ellas ocupaban cargos públicos de
responsabilidad. Además, descubrí que la revista iniciada bajo los
auspicios de Sarak fue una publicación muy meritoria, que ejerció
una decisiva influencia para siempre. Esta fue para mí una prueba
interesante, además de las que había obtenido anteriormente, de
que incluso las peores personas pueden entrar en nuestro movi-
miento e, inconscientemente o no, contribuir a la prosperidad de
esta. ¡Qué curioso es todo esto para el estudiante de la ley kármica; y
cómo muestra que, si una persona malvada cede incluso a un buen
impulso momentáneo, puede engendrar un buen karma que irá
hacia el equilibrio de su cuenta de responsabilidad moral! *

*  Más recientemente (1908) esta persona emprendedora apareció en París en uno


de sus “papeles de Adepto”, y fue expuesto por la Sra. Laura Finch en “Los anales
de la ciencia psíquica”, que luego editó. (N. del E. de 1910)
Las cuevas y selvas del indostán en ficción y realidad 331

Se había acordado con la Sra. Besant que visitara India a tiempo


para la Convención de este año, y el Sr. Keightley había recibido
algo más de ₹ 2000 para los gastos estimados en ₹ 5500, pero a prin-
cipios de otoño se hizo evidente que no podíamos contar con su
tan deseada presencia en la Convención de Adyar. El informe de la
insatisfacción general le llegó a la señora Besant, y ella emitió desde
Avenue Road una circular, con fecha 21 de octubre de 1892, en la
que explicaba que, aparte de la cuestión de los gastos, se vio obligada
a aplazar su visita a India debido a que tenía en sus manos el trabajo
que estaba obligada a llevar a cabo en Occidente: insinuó que las
circunstancias podrían permitir que nos visitara al año siguiente,
pero no podía hacer ninguna promesa definitiva. En cualquier caso,
esperaba encontrarse pronto en persona con sus hermanos indios,
añadiendo que, para ella, India y los pueblos indios le resultan más
cercanos que la nación a la que pertenecía por nacimiento.

“En el corazón”, escribió ella, “Yo soy una contigo, y a ti por mi


pasado pertenezco. Nacida esta última vez bajo los cielos occi-
dentales para un trabajo que necesita realizarse, no olvido mi
verdadera patria, y mi naturaleza interior se vuelve siempre hacia
el Este con un anhelo filial. Cuando el karma abra la puerta, cami-
naré a través de esta, y nos encontraremos físicamente como ya
lo hacemos mentalmente”.

Ahora todos conocemos el trabajo que se le había encomendado


realizar en Europa, o al menos algo de ello, a saber, llevar a cabo los
planes de Judge para evitar que yo me reuniera con ella, y compa-
rando notas, descubrir conjuntamente el engaño despiadado en que
él la estaba envolviendo a ella, y la traición hacia mí que él estaba
tramando. Abusó cínicamente de la auténtica confianza que esta
mujer de corazón de oro había depositado en él, y la usó como su
marioneta para elaborar sus ambiciosos planes.
CAPÍTULO XXX
Presagios sobre la
controversia de Judge *
1892

E
L presente capítulo nos lleva a fines del año 1892, que, como
se habrá visto, estuvo plagado de acontecimientos intere-
santes. Como al momento actual de escribir (1902) sólo ha
pasado una década, será instructivo hacer una breve comparación
de las cifras que muestran el crecimiento de la Sociedad durante ese
período. Tomemos, por ejemplo, el número de Cartas Constitutivas
que se habían otorgado desde 1875 hasta el final de 1892, o sea, 310,
y comparémoslas con las otorgadas hasta el final de 1901, es decir,
656, y veremos que nuestro número ha aumentado en 346 cartas,
36 más de lo que se había otorgado en los primeros diecisiete años
de existencia de la Sociedad, un hecho muy llamativo que cabe
mencionar.
A continuación, en cuanto al número de países en los que
entonces estábamos operando, es decir, 18 (India, Ceilán, Birmania,
Inglaterra, Escocia, Irlanda, Francia, Austria, Suecia, Estados Unidos,
Grecia, Holanda, Bélgica, Rusia, las Indias Occidentales, Australasia,
las Islas Filipinas y Japón), ahora añadimos otros 24 cuyos nombres

*  Los pasajes de este capítulo y los siguientes, que se refieren a la participación


del Sr. W. Q. Judge en los acontecimientos narrados, expresan la opinión del
coronel Olcott y se publican en la forma en que han aparecido en la primera
edición y en las siguientes. Ha habido discusiones en el movimiento teosófico
con respecto a ellos, pero los editores sienten que no deben editar las declara-
ciones del coronel Olcott de ninguna manera. (N. del E. de 1910)
334 H ojas de un viejo diario

han sido enumerados en mis informes presidenciales de los últimos


dos años. Luego, la Biblioteca de Adyar, en la que entonces teníamos
en el departamento oriental 3381 manuscritos y libros impresos,
y en la sección occidental unos 2000 volúmenes, en total 5381,
nuestro informe del año pasado muestra que teníamos en el depar-
tamento oriental 2754 manuscritos y 3356 libros impresos, mien-
tras que el número en el departamento occidental ha aumentado a
6016 volúmenes. Echando un vistazo a mi trabajo budista en Ceilán,
vemos en el informe del Sr. Buultjens que tiene “alrededor de 3000
niños y 1000 niñas en las diferentes escuelas relacionadas con la
Sociedad”, mientras que en su informe del año pasado, el Sr. D. B.
Jayatillaka, BA, actual Administrador General de Escuelas Budistas,
informa que tiene bajo su administración 150 escuelas, con una
asistencia total de 19 000 niños, sin contar a aquellos bajo el control
de nuestra Rama Galle, que no están debidamente informados, y
algunas cincuenta y tantas escuelas budistas bajo administración
privada. En cuanto a nuestro número total de miembros, se ha
duplicado con creces.
Aunque antes se ha llamado la atención sobre el hecho de que
la historia de nuestra Sociedad demuestra que su fuerza es bastante
independiente de las personalidades, creo que es provechoso enfa-
tizar esta verdad instructiva de vez en cuando en ocasiones como
la presente, cuando estamos comprometidos con la retrospectiva
histórica. Nuestra siempre reverenciada HPB murió en 1891; sin
embargo, a pesar del presentimiento de nuestros Cassandras y
Jeremías, la fuerza del movimiento no parece haber disminuido
en lo más mínimo. Tomemos las estadísticas de las cartas de 1890,
1891, 1892, y veremos que hasta el cierre del primero de estos tres
años se habían emitido 241 Cartas Constitutivas; hasta el cierre del
siguiente, el año de su muerte, 279, y hasta el final del tercer año,
310. Esto demuestra que incluso bajo el asombroso golpe de su
repentina desaparición, la Sociedad siguió su camino sin obstáculos
como una majestuosa fragata en la cual se atenúan las oleadas que
chocan contra su casco. Por mi parte, el conocimiento de esta ley
me produce un constante placer; porque así sé que cuando llegue
mi hora, o incluso la de Annie Besant, de dejar este plano, el único
impacto que se sentirá será en los corazones individuales, y no en
nuestra entidad corporativa.
El 3 de diciembre me libré de la pesada sensación de riesgo
que me producía el mantener la propiedad de la Sociedad a mi
nombre, y así dar lugar a desagradables complicaciones legales tras
mi muerte. La escritura de fideicomiso, que durante años pedí a
mis colegas legales que redactaran, finalmente se completó, y el día
Presagios sobre la controversia de Judge 335

en cuestión fue firmada por los Sres. Keightley y Edge, dos de los
fideicomisarios, y yo. En el siguiente correo extranjero, el docu-
mento fue puesto en circulación entre los otros fideicomisarios, y
finalmente, después de algunos meses, me lo devolvieron comple-
tamente firmado.
El 10 de diciembre llegó a Manila un interesante visitante en la
persona del Sr. Alexander Russell Webb, MST, que había renunciado
a su cargo de Cónsul General de EE. UU., al convertirse al islam, y
que ahora había emprendido definitivamente el trabajo misionero.
Al día siguiente dio una excelente conferencia sobre el islam a una
audiencia que comprendía a muchos de los principales mahome-
tanos de Madrás. Aunque ellos me importunaban para que yo hiciese
uso de la palabra, me negué, ya que, por lo que yo representaba para
ellos, era un cumplido muy pobre para un hombre que había hecho
sacrificios mundanos tan grandes para unirse a su religión, y que
había venido de tan lejos para verlos, permitir que un no musulmán
hiciera uso de la palabra en su primera charla pública en India; lo
menos que podían hacer era seleccionar para eso al colega religioso
más respetado. El Sr. Webb no consiguió que su propaganda tuviera
éxito. Un periódico bien impreso e ilustrado, el Mundo Musulmán,
que él comenzó en EE. UU., fracasó tras una corta existencia; él
riñó con hombres importantes, y en el Parlamento Mundial de las
Religiones de Chicago despertó gran indignación entre las mujeres
estadounidenses al difundir algunas opiniones musulmanas no muy
elogiosas sobre el estatus de la mujer en la sociedad. Una caracte-
rística curiosa de su caso es que, hasta unos pocos meses después
de su aceptación del islam, había sido un incansable defensor del
budismo en Manila; y cuando le pedí en Adyar que explicara la
discrepancia, dijo que, aunque se había convertido en musulmán,
no había dejado de ser un ardiente Teósofo, y el islam, como él lo
entendía, coincidía claramente con nuestros puntos de vista teosó-
ficos, al igual que el budismo y las otras religiones. En resumen, su
islam era el de los sufíes. Me imagino que la causa de su fracaso en
su nuevo campo fue eso mismo, porque los sufíes son minoría en
el mundo islámico, y allí los esotéricos no son quienes llevan los
monederos más pesados ni están más vinculados con la dirección
práctica de los asuntos religiosos.
Su posición tras la adopción de la fe islámica debe haber sido muy
desagradable, ya que sus nuevos compañeros de religión descon-
fiaban abiertamente de los conversos que provienen de afuera,
mientras que al repudiar la fe de su propio pueblo se separó de
ellos por completo. Su “Mundo Musulmán” durante su muy corta
carrera fue una muestra muy meritoria de tipografía e ilustraciones
336 H ojas de un viejo diario

pictóricas altamente artísticas. Pero pronto se hizo evidente que sus


esperanzas de afinidad y apoyo orientales no se cumplirían, por lo
que el periódico llegó a su fin.
Dediqué el resto del mes en gran medida a la recopilación de
material para mi “Hojas de un viejo diario”, además, por supuesto,
de los asuntos habituales de la oficina, y nada sensacional ocurrió
hasta el 22, cuando el Sr. Walter R. Old, del personal de trabajo de
Londres, llegó y se unió a nuestra organización de la Sede Central.
Casi de inmediato se produjo un intercambio de confidencias entre
nosotros, que por primera vez me abrió los ojos a la política trai-
cionera que el Sr. Judge había estado siguiendo con respecto a la
Sociedad y a mí mismo en el asunto de su relación con los Maestros.
No puedo decir lo sorprendido que estaba al descubrir su falta de
principios, y descubrir que mis sospechas anteriormente más o
menos vagas estaban muy lejos de la realidad. Sin hacer ninguna
pretensión de bondad excepcional, ciertamente nunca hice nada
para justificar que, en una carta falsificada, él hiciera que mi propio
Maestro y adorado Gurú aparezca diciendo que, si la Sra. Besant
llevaba a cabo su intención de visitar India, ¡podría correr el riesgo
de que yo la envenenara! Que cualesquiera de mis honorables
colegas se imaginen cómo se sentirían si tales imputaciones crueles
e infundadas se hicieran en contra de su carácter. Bueno, el pobre
hombre, con sus esperanzas malvadas todas frustradas, y su plan de
control universal malogrado, ya está en el otro mundo, y las leyes
del karma lo arreglarán con él. El Sr. Keightley y el Sr. Edge fueron
nuestros asesores, y ayudaron a comparar los documentos presen-
tados mutuamente por el Sr. Old y yo. A la llegada de los delegados
a la Convención, a la hora habitual, presentamos los documentos
a nuestro respetado colega el juez Khandalavâla, de Poona, quien
decididamente me aconsejó que procesara el caso, ya que era una
amenaza demasiado seria para la prosperidad de la Sociedad como
para permitir que continuara.
El caso de W. Q. Judge es uno de los más tristes que he conocido.
Si sólo se hubiera contentado con seguir como el resto de los trabaja-
dores, haciendo todo lo posible por la consolidación de la Sociedad,
y absteniéndose de vanas pretensiones de comisiones divinas espe-
ciales que lo llevaron por el camino del engaño, habría dejado un
nombre tras él que habría adornado nuestro registro. Su cerebro era
fértil en ideas buenas y prácticas, y a su trabajo se debió casi exclu-
sivamente el rápido y extenso crecimiento de nuestro movimiento
en los Estados Unidos; los demás, sus colegas, tan solo llevaban a
cabo los planes de él. Y pensar que mientras le escribía, en un guion
falso y bajo un nombre prestado, a la Sra. Besant que yo podría
Presagios sobre la controversia de Judge 337

tratar de envenenarla, tuvo la audacia de decir, en su informe oficial


a nuestra Convención de 1892, en nombre del Comité Ejecutivo de
la Sección estadounidense de la ST, al referirse a mi retractación de
renuncia a la Presidencia:

Puedo decir por mi conocimiento de esta Sección, que es íntima,


que nadie en toda la Sección lamenta su decisión. Por lo tanto, la
Sección de EE. UU. le ofrece las reiteradas garantías de su lealtad
y su determinación de cooperar con usted y con todos los demás
miembros de cada Sección para llevar adelante el trabajo de la
Sociedad hasta que hayamos fallecido, y otros hayan surgido para
ocupar nuestro lugar en el futuro movimiento.

¡Ay! y ¡ay! ¡su propio “fallecimiento” y algunos otros estuvieron


fuera de la luz de la espléndida aura de nuestra Sociedad y dentro
de la oscuridad de la Secesión, en medio de las nieblas de la ingra-
titud, la traición y el engaño!
En la Convención de ese año había representantes de los
Estados Unidos, Inglaterra, Ceilán y casi todas las partes de India.
En mi Discurso Anual, por supuesto anuncié la cancelación de mi
renuncia y mi reanudación del deber oficial, y, con una premoni-
ción de lo que el futuro nos tenía reservado, pronuncié la siguiente
advertencia:

Ahora que nuestro interés mutuo en el movimiento es una vez más


idéntico, me siento obligado a advertirles en contra de sostener
la estúpida creencia de que, debido a que todas las perspectivas
externas parecen brillantes y alentadoras, no necesitamos mante-
nernos preparados para enfrentar otros asombrosos golpes desde
sectores inesperados. No imitemos la indiferencia fatalista de
los viticultores, que, porque la uva madura crece en las laderas
soleadas del Etna, olvidan las energías titánicas que trabajan
muy por debajo de la superficie. Mientras los seres humanos se
agrupen en organismos como el nuestro para ayudar a la raza
a luchar elevándonos hacia el ideal más noble, el éxito de esos
esfuerzos estará limitado por la menor o mayor imperfección moral
de los miembros que se sumen. Conociendo mis propias fallas
y, en cierta medida, las de mis principales colegas, cuento con
nada menos que la recurrencia ocasional de estas crisis, de las
que hemos tenido varias en tiempos pasados. Lo único necesario
es que cada verdadero hombre se mantenga firme y resuelto, no
importa lo que suceda. Nuestra causa es buena, nuestro ideal,
elevado, nuestro trabajo nos trae alegría presente y esperanza
338 H ojas de un viejo diario

futura, y somos colaboradores con los Hijos más Grandes del


Hombre.
El hecho es que desde el principio de nuestra Sociedad hemos
tenido impedimentos tanto de los pesimistas como de los opti-
mistas entre nuestros colegas; solo el tiempo nos educará para
seguir el camino del medio y trabajar por el éxito con perfecta
confianza.

En el mismo Discurso anuncié, con una protesta en nombre de


toda la Sociedad, que el Secretario General de una de las Secciones
había omitido enviar su informe oficial, provocando así una ruptura
en la historia continua del movimiento, lo cual había ocasionado
el actual, y ocasionaría el futuro, disgusto. Como una de nuestras
Secciones más jóvenes y activas envió un informe incompleto para
la Convención de diciembre pasado (1901), creo que será provechoso
repetir a este respecto algo que dije en esa ocasión:

Mi Informe Anual, por lo tanto, asume un valor histórico especial y


una gran importancia, ya que es el único medio por el cual los miem-
bros y las Ramas de la Sociedad han tenido ante ellos una visión
completa del trabajo de la Sociedad en su conjunto. Su lectura en
esta reunión ha continuado de acuerdo con el precedente de años
anteriores, pero es meramente preliminar a su cuestión formal.
Porque hay que recordar que la reunión a la que me dirijo ahora es
puramente personal, y en ningún sentido una Convención repre-
sentativa de toda la ST. Mañana ustedes se organizarán como la
Convención de la Sección India; hoy es simplemente una reunión
de Teósofos, a quienes les leo mi Informe Anual antes de enviarlo
a todas partes del mundo.

Por lo tanto, es de suma importancia que el Secretario General de


cada Sección me proporcione un informe oficial completo que se
incorporará en mi Informe Anual de toda la Sociedad... Sólo consi-
derando nuestro trabajo desde el punto de vista del Centro Federal,
el verdadero eje de nuestra rueda giratoria, se puede estimar la
pérdida o ganancia neta de la actividad del año.
El cierre del año 1891 y el año siguiente marcaron el comienzo
de un periodo de gran actividad literaria. Durante esa época
aparecieron los “Manuales primero y segundo” de la Sra. Besant,
el “Glosario” de HPB, “Simón el mago”, del Sr. Mead, “¿Qué es la
Teosofía?” del Sr. Old, “Las admirables cartas de Indianópolis” del
Sr. Fullerton, Le Secret de L’Absolu del Sr. Edouard Coulomb, “El abecé
de la Teosofía y Karma” del Sr. H. S. Ward, “La verdadera iglesia de
Presagios sobre la controversia de Judge 339

Cristo” del Sr. Brodie-Innes, y dieciocho traducciones de obras al


urdu, sueco, holandés, español, francés, etc. Es justo decir que este
fue el comienzo de esa presentación condensada y popular de las
profundas enseñanzas de la Teosofía que las ha puesto al alcance del
gran público lector del mundo. Si bien algunas de las obras eran
simples y elementales, otras, como “Simón el mago” del Sr. Mead
y Pistis Sophia, se caracterizaron por la investigación crítica y la
erudición. El autor, por otra parte, comenzó así a abrir el camino
de los cristianos reflexivos en esos antiguos campos y pastizales
verdes de la cultura cristiana primitiva donde solo se puede encon-
trar el verdadero comienzo del cristianismo moderno. Sin embargo,
los cristianos ortodoxos prejuiciosos pueden estar en contra del
nombre Teosofía; nada es más seguro que, mucho después de su
muerte, se citará el nombre del Sr. Mead como una de las autori-
dades más confiables respecto a los orígenes cristianos.
Los angloíndios son muy aficionados a divertirse con el hábito
muy frecuente entre los hindúes de prometer grandes cosas, pero
olvidarse de redimirlas. Esto se nota a menudo en materia de
suscripciones públicas, pero he tenido la suerte de encontrar muy
pocos ejemplos de mala fe. Uno, sin embargo, que presenté ante la
Convención del 92, fue muy desagradable.
Nuestro colega y presidente de la Rama local, el difunto Majará
de Durbangha, me había telegrafiado durante la Convención de
1886 prometiendo dar a la Sociedad ₹ 25 000 “en dinero contante y
sonante”, en lugar de la suscripción anual de ₹ 1000 que nos había
estado dando; pero, por alguna razón incomprensible, y sin dar una
respuesta a cartas oficiales y telegramas, no envió la suma global
prometida ni incluso su suscripción anual. Fue para evitar que el
público en general se hiciese la idea de que habíamos recibido una
sustancial ayuda, que la cuestión se puso ahora en conocimiento de
la Convención.
El Sr. Old, conocido por el nombre de pluma de “Sepharial”,
tiene una reputación muy extendida como experto astrólogo occi-
dental, por lo que estaba ansioso por organizar, de ser posible, un
experimento a gran escala para probar los méritos respectivos de
la astrología moderna occidental y el sistema antiguo oriental; el
Sr. Old se encargaría de uno, y algún astrólogo indio que hablara
inglés, del otro. Sin embargo, mi plan fracasó, porque —aunque
parezca increíble— ¡No pude persuadir a ningún experto hindú
para que diera sus servicios sin paga! Nadie pudo ver la fama y gran
beneficio posteriores que él habría obtenido si sus habilidades se
hubieran probado de manera irrebatible; y entonces, como yo no
tenía dinero para gastar, tuve que dejar este problema realmente
340 H ojas de un viejo diario

importante para que más adelante lo abordara alguien que estuviese


en una posición más afortunada.
En la Convención de 1892 se destaca la primera aparición en la
Sede de ese querido y respetado colega, el Dr. English, quien asistió
como delegado de la Sociedad para la Educación de la Mujer de
Ceilán. Habían llegado a Calcuta poco antes en un velero, él, su hija
y su vieja amiga la señorita Allison, y tras viajar en barco a Colombo,
habían ofrecido sus servicios, gratuitamente, a la señora Higgins
en su Escuela Budista de Niñas. La Sra. English, cuyo corazón
comprensivo había estado latiendo durante mucho tiempo por las
niñas y mujeres abandonadas de Ceilán e India, había comenzado
el viaje con su marido, pero, desafortunadamente, murió al partir,
dejándolo a él llorando su pérdida irreparable. Al menos ha tenido
el consuelo de saber que se ha ganado el respeto y la amistad de
todos los colegas que han entrado en contacto con él.
El Dr. English, el Sr. Old, el Sr. Buultjens de Colombo y el juez
N. D. Khandalavâla, quien libremente declaró que su propia religión
le había parecido más simple y más fácil de entender por el estudio
de la Teosofía, y que desde que conoció a los Fundadores en 1880,
les habían parecido serios, devotos, sinceros y francos, fueron los
oradores, conmigo, en la celebración del aniversario en el salón de
Pachaippah el 28 de diciembre, y toda la Convención fue tan exitosa
como los amigos de la Sociedad lo podrían haber pedido o esperado.
Y así se cierra la historia de los hechos de 1892, que pasa al Libro
del Juicio de Chitragupta, Registrador del Akâsha.

fin del tomo iv

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