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• Introducción 2
• Penrose 3
-Crítica a la IA 3
-Física de la mente 5
Física de lo grande 5
Física de lo pequeño 6
Gravitación cuántica 8
-Funcionamiento de la mente 9
• Bibliografía 16
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INTRODUCCIÓN
Los físicos, filósofos y otros pensadores llevan especulando sobre los vínculos
entre la mecánica cuántica y la conciencia al menos desde los años treinta, época en que
algunos físicos con orientaciones filosóficas empezaron a sostener que el acto de la
medición – y, por ende, la conciencia propiamente tal- jugaba un papel de capital
importancia a la hora de determinar el resultado de experimentos en que estaban
implicados efectos cuánticos. Dichas teorías se han quedado en mera y vana
gesticulación, y sus defensores suelen tener la mayor parte de las veces motivos
filosóficos, y hasta religiosos. Como ejemplo de esto, un socio del famoso y aclamado
Francis Crick, llamado Christof Koch, resume la tesis de la conciencia cuántica en el
siguiente silogismo: la mecánica cuántica es misteriosa/la conciencia es también
misteriosa/luego la mecánica cuántica y la conciencia deben estar relacionadas.
Eccles fue franco – demasiado para su propio bien- sobre los motivos por los
que había vuelto a la mecánica cuántica para explicar las propiedades de la mente. Él
era una persona religiosa, que rechazaba el materialismo barato; creía que la naturaleza
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de la mente es la misma que la naturaleza de la vida. También insistió en que estamos
sólo empezando a descubrir el misterio de la existencia. ¿Podríamos sondear alguna vez
ese misterio, y por tanto hacer que la ciencia tocara su fin? Eccles no lo cree, o al menos
no quiere que se acabe, para él es importantísimo que siga existiendo. Asimismo,
coincidía con su colega dualista y falsacionista, Karl Popper, en que tendremos que
seguir descubriendo, descubriendo y descubriendo. Y pensando. No podemos pretender
tener la última palabra en nada.
PENROSE
Ya sabemos que Roger Penrose estaría a favor del dualismo cuántico, esto es, de
que la conciencia humana está determinada por procesos a nivel cuántico en el cerebro,
y, más concretamente, dentro de los microtúbulos de las neuronas. De esta manera,
Penrose critica a los partidarios de la IA fuerte, es decir, a aquellos que piensan que la
conciencia humana es producto de un determinado número de algoritmos, y que, por
tanto, de ser capaces de reproducir estos algoritmos en el procesador de una máquina,
podrían crear máquinas con conciencia. Vamos a intentar exponer sus puntos de vista,
aunque para ello hemos tenido que suprimir la mayoría de las explicaciones y conceptos
matemáticos e intentar así quedarnos con las ideas fundamentales.
Máquina de Turing
A finales del siglo XIX y principios del XX, matemáticos de todo el mundo
buscaban la manera de encontrar solución al problema de Hilbert, es decir, de encontrar
un procedimiento algorítmico que englobara todos los razonamientos matemáticos
posibles, es decir, que permitiera calcularlos. En este contexto, Alan Turing, hacia 1930,
propuso una forma de cálculo basado en un dispositivo que sería capaz de llevarlos a
cabo: la máquina de Turing. No vamos a profundizar mucho más en este concepto;
simplemente decir que este procedimiento es uno de los precursores de los ordenadores
actuales, y que consigue llevar a cabo los cálculos que nosotros queremos que haga con
los números que le indiquemos. Lo relevante es que este tipo de procesamiento de la
información ha sido comparado en multitud de ocasiones con la actividad neural, hasta
el punto de que se ha llegado a decir que el cerebro funciona de manera exactamente
igual que un ordenador, es decir, que la transmisión eléctrica entre neuronas obedece a
ciertos algoritmos o cálculos específicos que producen, entre otras cosas, el fenómeno
de la conciencia. ¿Cuál es la opinión de Alan Turing? Turing propuso la manera de
saber si una máquina piensa o no: si una máquina, dice Turing, es capaz de dar
respuestas a preguntas de un ser humano de tal manera que éste sea incapaz de
diferenciarlas de las dadas por un ser humano, entonces podremos afirmar que esa
máquina tiene la capacidad de pensar. En resumen, si una máquina imita perfectamente
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a un ser humano, no podemos negar que piense. Este procedimiento es el conocido
como test de Turing.
Este procedimiento ha sido duramente criticado, siendo un ejemplo Searle con
su ejemplo de la habitación china (afirmar que una máquina piense es lo mismo que
afirmar que un ser humano entiende chino cuando, utilizando un manual que le explica
cómo hacerlo, es capaz de colocar símbolos chinos en el orden correcto de una oración
coherente, pero sin entender ni uno sólo de esos símbolos). Y, por supuesto, Penrose se
siente incómodo ante la idea de que su cerebro sea un programa de ordenador instalado
en las neuronas. Para criticarlo, expone el teorema de Gödel
Teorema de Gödel
Casi al mismo tiempo que Alan Turing acababa su tesis, el problema de Hilbert
parecía quedarse sin solución ante el teorema que ahora presentamos. Básicamente,
Gödel, con una serie de demostraciones que, como humildes estudiantes de psicología,
no vamos a exponer, parece demostrar que, en un sistema de axiomas, podemos
encontrar un teorema matemático verdadero que no sea demostrable por ese conjunto de
axiomas; es decir, que habrá verdades matemáticas que no puedan ser calculadas ni
demostradas a raíz de ningún procedimiento matemático. Un ejemplo de una verdad
matemática de este tipo es el último teorema de Fermat, del que nadie ha sabido
encontrar un contraejemplo ni una demostración. ¿Qué consecuencias tiene Gödel en el
pensamiento de Penrose? Veamos: si el teorema de Gödel es correcto, entonces
encontramos que las reglas no son imprescindibles para comprender la naturaleza de los
números naturales (valga la redundancia). En este argumento entra el espíritu platónico
de Penrose: frente a quienes piensan que las matemáticas son construcciones del hombre
para poder cuantificar el mundo, Penrose piensa que las matemáticas están ahí,
subyaciendo a todas las cosas, y que cuando el hombre desarrolla una nueva forma de
cálculo (o cuando obtiene el bello conjunto de Mandelbrot, gracias a los números
complejos) está accediendo a una verdad que ya estaba ahí, esperando a ser descubierta.
Por tanto, cuando un niño, sin saber lo que es un número, entiende lo que tienen en
común tres peras, tres manzanas, y tres lápices, está accediendo a esa realidad platónica
que está esperando a que nuestras mentes la descubran. Así, podemos comprender los
números sin necesidad de reglas que los computen, como demuestra Gödel.
Además, Penrose entiende que, por selección natural, lo más probable es que
sobreviviéramos gracias a la capacidad de comprender el mundo y las cosas en general,
y no gracias a un cierto número de algoritmos que nos permitiesen computar
información matemática. Esta capacidad general de comprender, muy diferente de las
computaciones que hacen los ordenadores cuando, por ejemplo, juegan al ajedrez contra
humanos y cometen errores garrafales, debe tener una base diferente a la algorítmica.
¿Cuál es esa base? Por supuesto, Penrose no nos da la respuesta, pero sí nos introduce al
camino que podría llevarnos a ella.
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Ejemplo de jugada propuesta a un ordenador “experto” en
ajedrez. La jugada más lógica para un ser humano es no
mover ningún peón y dejar la partida en tablas. Pero este
super-ordenador se comió la torre negra…
FÍSICA DE LA MENTE
Relatividad
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Otro descubrimiento intrigante es el hecho de que la radiación antes mencionada
no es uniforme en todo el Universo. Estas irregularidades de radiación habrían causado,
en un principio, la aparición de galaxias y, posteriormente, de agujeros negros (colapsos
de materia en un punto, al superar las fuerzas gravitacionales sobre la materia de una
estrella a la fuerza causada por el principio de exclusión de Pauli). Tanto si el Universo
acaba en un big crunch (o colapso final) como si se expande eternamente, vemos que
hay una gran diferencia entre el supuesto principio del Universo (un punto muy definido
con temperatura y densidad infinitas) y el futuro de éste (un colapso aparentemente
anárquico de agujeros negros, o bien una expansión indefinida con la formación de
muchos agujeros negros). Curiosamente, las leyes de la física parecen ser simétricas,
esto es, pueden aplicarse tanto si usamos el tiempo hacia atrás como hacia delante, sin
que dejen de ser ciertas. Por tanto, no hay nada en las leyes físicas que nos diga que el
tiempo tenga que tener un sentido determinado. ¿O a lo mejor si?
2º principio de la termodinámica
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Mecánica cuántica
Vamos a intentar exponer, sin profundizar demasiado (sobre todo para no cometer
errores que, por otra parte, y dados nuestros escasos conocimientos de física,
seguramente cometeremos), los argumentos que Penrose utiliza relativos (no de la
manera Einsteiniana) a la mecánica cuántica. Esta parte de la física explica de manera
experimentalmente precisa y sólida los comportamientos de partículas subatómicas,
átomos, y conjuntos de algunos átomos. El comportamiento de estos puede ser descrito
gracias a los números complejos, y suele venir determinado por la superposición de
estados. Para poder un ejemplo de este fenómeno (y para comprobar si realmente hemos
entendido esto), vamos a hablar del siempre utilizado ejemplo de la luz y la doble
rendija. Experimentalmente, comprobamos que si dejamos pasar a la luz a través de una
pared con una rendija, y captamos con una placa fotográfica la distribución de fotones
que pasan a través de ella, la mayor parte de estos se distribuyen en el centro de la placa,
y a medida que nos alejamos de éste el número de electrones que habrán colisionado
con la placa será menor. Hasta ahora todo bien. Sin embargo, si se nos ocurre abrir una
nueva rendija, experimentamos un fenómeno que pone patas arriba cualquier
concepción clásica del mundo físico: la distribución de los electrones que chocan con la
pantalla es parecida a la del dibujo (vale más una imagen que mil palabras).
Parece ser que los fotones no siguen sólo un camino determinado (esto es, entrar
en una rendija o en la otra), sino que todos los fotones llevan consigo la posibilidad de
entrar en una u otra rendija, y esas posibilidades pueden bien sumarse y provocar un
puntito negro en la placa fotográfica, o bien contrarrestarse y dejar en esta placa un
espacio en blanco. Los fotones se comportan como ondas, con una serie de estados en
superposición llamados “amplitud” y descritos con los números complejos (números
que incluyen números imaginarios, es decir, raíces cuadradas de números negativos), y
que, obviamente, desafían nuestra percepción del mundo real (es raro imaginar que, al
lanzar una pelota a una pared con dos agujeros, la pelota pueda desdoblarse, pasar por
ambos, anularse a sí misma, y no dejar huella al otro lado de la pared). Curiosamente,
estas amplitudes complejas explican muy bien el comportamiento de partículas
extremadamente pequeñas, y, conociendo las amplitudes de un momento dado, pueden
conocerse las futuras amplitudes de un sistema. Es decir, la evolución de este tipo de
sistemas es completamente determinista. Los problemas surgen a la hora de hacer
observaciones y de hacer mediciones, puesto que estas amplitudes se convierten en
probabilidades, y ya no tenemos una superposición de dos estados, sino uno u otro
(observemos que, al intentar contabilizar el número de fotones que pasan por cada
rendija, el fenómeno observado en la placa fotográfica cambia, pareciéndose más a la
distribución que ocurre cuando sólo hay una rendija).
Parece que la mecánica cuántica, según Penrose, tiene una serie de misterios
inherentes a ella: él los llama misterios x y misterios z. Los misterios z se refieren a
fenómenos que, aunque extraños y enigmáticos, están sólidamente demostrados (como
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la dualidad corpúsculo onda, y otros fenómenos de los que no vamos a hablar, para no
extendernos demasiado).Estos misterios son, por tanto, correctos, y debemos aceptarlos
y saber vivir con ellos.
Los misterios x, sin embargo, son lo que Penrose considera defectos de esta teoría. El
indeterminismo del nivel cuántico cuando pretendemos medirlo u observarlo sería un
buen ejemplo de este tipo de misterios. Ejemplos de estos problemas son el experimento
mental del gato de Schröedinger, el experimento de las medidas nulas. Para no
extendernos demasiado, lo que vamos a decir con respecto a esto es que, el principal
problema de la mecánica cuántica es lo absurdo que supone pensar que en el mundo
clásico puedan existir el tipo de superoposiciones cuánticas que se observan en el
mundo cuántico (esto está relacionado con el experimento del gato de Schröedinger),
como ya exponíamos en el ejemplo de la pelota de tenis. Además, en algunos
experimentos parece que, al medir el estado de un fotón en una posición y obtener un
resultado, se condiciona instantáneamente el estado de otro fotón que tiene un origen
común con el primero pero que está a una gran distancia de este; es decir, parece que
ambos fotones se comuniquen y que el estado de uno determine al del otro. ¿Cómo es
posible que se “comuniquen” estos fotones de esta manera (aparentemente, enviándose
mensajes más rápidos que los de la luz, hecho imposible según la relatividad especial de
Einstein)? Este tipo de incompatibilidades son las que hacen pensar a Penrose que la
mecánica cuántica es una aproximación muy aproximada pero incorrecta de las
verdaderas leyes que rigen el universo.
La gravitación cuántica
¿Cómo es, según Penrose, nuestro universo? Desde luego, si pudiera decírnoslo
deberíamos, como minino, darle el premio Nóbel y hacer camisetas con su cara sacando
la lengua. Pero, obviamente, Penrose no sabe como es el Universo. Lo que puede
decirnos es alguna característica que, a su juicio, debería tener una teoría completa que
pudiera explicar el mundo físico (y desde luego la conciencia).
La principal característica es la de no-computabilidad. Expliquemos esto
(utilizando esta vez, y sin que sirva de precedente, un ejemplo matemático propuesto
por Penrose en “Lo grande, lo pequeño y la mente humana”):
Imaginemos un sistema formado por conjuntos polinomios de cuadrados que
forman diferentes figuras, es decir, por conjuntos de una o más figuras formadas por 0 o
más cuadrados (ver figura).
Conjuntos polinomios; agrupaciones de una o más figuras formadas con 0 o más cuadrados unidos
por sus aristas.
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Ahora tratemos de imaginar que, con pares de polinomios, intentamos teselar el
plano, es decir, juntamos las figuras a modo de puzzle de tal manera que, repetidas
indefinidamente, cubran un plano infinito sin dejar huecos. Para hacer esto, cogeríamos
primero el par (So, So), y de no obtener la teselación deseada, escogeríamos otro par
siguiendo unas reglas determinadas. Por tanto, este fenómeno es totalmente
determinista, dado que sigue unas reglas muy específicas. Sin embargo, muchas veces
las figuras teselan el plano de una manera no periódica, y por tanto es difícil saber si
realmente van a “cubrirlo” totalmente. Un ejemplo es el de la siguiente figura:
FUNCIONAMIENTO DE LA MENTE
Sabemos que nuestros sistemas nerviosos son los encargados de las percepciones
sensoriales y de los movimientos de nuestros cuerpos animales. En el sistema nervioso
humano distinguimos diversas partes bien diferenciadas: una médula espinal y un
encéfalo, dividido a su vez en muchas otras estructuras (mesencéfalo y rombencéfalo, a
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su vez subdivididas). A grandes rasgos, el encéfalo sería una especie de centro de
control del cuerpo, y la médula espinal serviría para comunicar el encéfalo con el resto
del cuerpo (esta descripción está llena de imprecisiones, al igual que el resto del trabajo;
sin embargo, estas últimas no son fruto del desconocimiento del sistema nervioso, sino
de la búsqueda de síntesis). En general, el sistema nervioso está formado por neuronas,
que son las encargadas de manipular la información del exterior y de dar órdenes a las
diversas partes del cuerpo, y que se unen entre ellas mediante axones y dendritas, y por
células gliales, que tienen funciones tales como fagocitar (comerse) restos de células
muertas, proteger a las neuronas, o formar parte de la materia que compone a los
axones. Las neuronas se comunican gracias a transmisión electroquímica: una neurona
transmite a través del axón el impulso hasta llegar al botón terminal (ver figura). El
botón terminal expulsa al espacio sináptico una sustancia llamada neurotransmisor, que
afecta a la dendrita más cercana, provocando en ella una respuesta eléctrica (conocida
como potencial de acción). Así, se traspasa el impulso de una neurona a otra.
Esta es la manera en la que las neuronas se comunican, hecho que ha dado pie a
comparar el cerebro con un ordenador en el que las neuronas actúan como puertas
lógicas. Sin embargo, aparte de lo generalmente aceptado (lo descrito sobre el cerebro
hasta el momento), Penrose introduce un nuevo elemento sobre el funcionamiento del
cerebro que, por ahora se queda en la especulación: los microtúbulos.
Los microtúbulos son estructuras que se hayan en todas las células, y que tienen
diversas funciones, como la de separar la dotación genética dos en el momento de la
mitosis celular, o la de darle forma y estabilidad a la célula. En las neuronas, los
microtúbulos se encuentran comunicando los cuerpos celulares con los extremos de los
axones, transportando neurotransmisores. Además, pueden fomentar el crecimiento o la
degeneración de las conexiones neuronales. Sin embargo, existen seres vivientes, como
los paramecios, que, a pesar de su carencia de sistema nervioso, tienen conductas
bastante inteligentes e incluso son capaces de aprender. ¿Cómo es posible esto? Y, ¿qué
relación tiene todo esto con la gravitación cuántica? Aquí entran las suposiciones de
Penrose: éste piensa que, en el caso de los paramecios, el citoesqueleto (formado de
microtúbulos y que forma, como la misma palabra dice, el esqueleto de la célula) podría
“ser inteligente”, o ser capaz de controlar a la célula con algún tipo de proceso cuántico.
Si extrapolásemos esto al ser humano, los microtúbulos deberían ser capaces también de
tener algún tipo de control sobre el cerebro humano, un control basado en fenómenos
cuánticos. Esta hipótesis proviene de dos fuentes diferentes: la primera, un médico
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anestesiólogo (Stuart Hameroff) que ha comprobado experimentalmente que la
anestesia inhibe el movimiento de los electrones en los microtúbulos. Por otro lado, la
misma estructura de los microtúbulos parece ser bastante adecuada para la ocurrencia de
fenómenos cuánticos en su interior a escala global (puesto que la conciencia sería algo
general, y no un fenómeno aislado dentro del cerebro). Los microtúbulos están
formados por proteínas que pueden tener dos constituciones diferentes, y forman tubos
bastante aislados del exterior. Es posible, dice Penrose, que dentro de estos
microtúbulos tengan lugar procesos cúanticos no-locales (es decir, no independientes
unos de otros) que den coherencia a nuestra conciencia, además de procesos de
superposición, etc. No queremos profundizar más en esta idea; solamente volver a
insistir en la pretensión de Penrose: la conciencia será explicada en la medida en que
seamos capaces de encontrar una teoría que unifique la mecánica cuántica y la física
clásica; seremos capaces de conocer a la vez el origen del universo y el de nuestra
conciencia.
El filósofo Thomas Ángel ofreció una de las más claras formulaciones del punto
de vista “misteriano” en su famoso ensayo escrito en 1974 “¿Cómo es ser un
murciélago?”. Nagel asumió que esta experiencia subjetiva es un atributo fundamental
de los humanos y de muchos animales de nivel elevado, como, por ejemplo, los
murciélagos. “No cabe duda de que se da en innumerables formas completamente
inimaginables para nosotros, en otros planetas de otros sistemas solares del universo”
escribe Nagel. Pero, varíe como varía la forma, el hecho de que un organismo tenga
experiencia de alguna manera consciente significa, básicamente, que hay algo
consistente en ser ese organismo. Nagel sostenía que, por mucho que aprendamos sobre
la fisicología de los murciélagos, no podremos nunca saber realmente a qué se parece
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ser uno de ellos porque la ciencia no puede penetrar en el reino de la experiencia
subjetiva.
En la ciencia moderna late una paradoja curiosa, piensa Dennett. Una de las
cosas que hacen que la ciencia progrese tan rápidamente en estos tiempos es cierta
tendencia que la aleja a la ciencia de la comprensión humana. Cuando se pase de tratar
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de modelar las cosas con ecuaciones elegantes a hacer grandes simulaciones
informáticas, se podrá terminar entonces con un modelo que modele exquisitamente la
naturaleza, los fenómenos en los que estamos interesados, pero que no comprendemos.
Es decir, que no lo comprendamos de la manera como comprendíamos los modelos
antiguamente.
De esta manera Dennett creía que una teoría de la mente, aunque pudiera ser
altamente eficaz y tener grandes poderes vaticinadores, tenía pocas probabilidades de
ser inteligible para los simples humanos. “La única esperanza que tenemos los
humanos de comprender nuestra propia complejidad puede ser dejando de ser humanos”
dice Dennett. Todo aquel que tenga especiales motivaciones o dotes, será capaz de
combinar eficazmente estos dos grandes sistemas de software. Dennet se refiere a la
posibilidad, avanzada por algunos partidarios de la inteligencia artificial, de que un día
los humanos pudiéramos abandonar nuestras personalidades mortales y carnales y
convertirnos en máquinas. Para Dennett esto es posible desde el punto de vista lógico,
pero no está seguro de que sea pausible. Dennett no está seguro de que la máquinas
superinteligentes pudieran llegar alguna vez a comprenderse a sí mismas. Al tratar de
comprenderse a sí mismas, éstas tendrían que volverse aún más complicadas, viéndose
así atrapadas en la espiral de una complejidad cada vez mayor y mordiéndose la cola
por los siglos de los siglos.
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Hasta aquí, Chalmers no hacía sino expresar el mismo punto de vista misteriano
básico que Thomas Nagel y Colin McGinn. Pero luego pasó a decir que, aunque la
ciencia no pudiera resolver los problemas mente-cuerpo, la filosofía aún podría hacerlo.
Chalmers creía haber encontrado una posible solución: los científicos asumirían que la
“información” es una propiedad de la realidad tan esencial como la materia y la energía.
Parece ser que uno de los asistentes se mostró descontento: Christof Koch,
colaborador de Francis Crick. Koch le comento a Chalmers que precisamente porque los
enfoques filosóficos de la conciencia han fallado en su totalidad los científicos deben
centrarse en el cerebro. La teoría de la conciencia basada en la información de
Chalmers, para Koch, al igual que todas las ideas filosóficas, era inverificable y, por
tanto, inútil. De esta manera Koch le pregunto que por qué no dice simplemente que
cuando tiene un cerebro el Espíritu Santo desciende y le infunde la conciencia, a lo que
Chalmers respondió que esa teoría era innecesariamente complicada, y no casaba con su
propia experiencia subjetiva. Pero ¿cómo sabemos nosotros que la experiencia subjetiva
de otro es la misma que la nuestra? ¿cómo podemos saber que los demás son
conscientes?
Ninguna persona sabe realmente que cualquier otro ser, humano o no, posee una
experiencia subjetiva del mundo. Lo único que puede hacer la ciencia, afirmó, es
suministrar un mapa detallado de los procesos físicos que están relacionados con
distintos estados subjetivos. Pero la ciencia no puede resolver de verdad el problema
mente-cuerpo. Ninguna teoría empírica de índole neurológica puede explicar por qué las
funciones mentales se acompañan de estados subjetivos específicos.
El propio Francis Crick, que es más optimista que Koch, reconoce que la
solución a la conciencia podría no ser comprensible intuitivamente. No cree que sea una
respuesta de sentido común la que se consiga cuando comprendamos el cerebro.
Después de todo, la selección natural no improvisa los organismos según un plan lógico
cualquiera, sino con varias artimañas y trucos, con lo que primero que se le pone a tiro.
Crick sugiere que los misterios de la mente podrían no revelársenos tan fácilmente
como los de la herencia. La mente es un sistema mucho más complicado que el genoma,
y las teorías de la mente probablemente tengan un poder explicativo más limitado.
Pero el que la mente sea fruto de procesos deterministas, no quiere decir que los
científicos sean capaces de predecir todas sus sinuosidades y divagaciones; éstas pueden
ser caóticas, y por tanto, impredecibles. Además Crick, duda sobre si los fenómenos
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cuánticos juegan un papel fundamental en la conciencia, como sugiere Roger Penrose.
Por otra parte, añadió, algún equivalente neural del principio de incertidumbre de
Heisenberg podría restringir nuestra capacidad para trazar la actividad del cerebro con
absoluto detalle, y los procesos subyacentes a la conciencia podrían resultarnos tan
paradójicos y difíciles de captar como la mecánica cuántica; no obstante hay que
recordar que nuestros cerebros evolucionaron para enfrentarse a asuntos de carácter
cotidiano cuando éramos cazadores-recolectores y, antes aun, cuando éramos monos.
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vez en cuando, una interpretación particularmente evocadora, avanzada por algún Freud
de nuestros días versadísimo en cuestiones neurales y cibernéticas, podría atraer a
mucha gente y amenazar con convertirse en la teoría definitiva de la mente. Los
neomisterianos se alzarían entonces al unísono y denunciarían los defectos inevitables
de dicha teoría. ¿Podrían ésta suministrar una explicación verdaderamente satisfactoria
de los sueños o de la experiencia mística? ¿Podría decirnos si las amebas, o los
ordenadores, son conscientes?
Podríamos responder a esto diciendo que la conciencia se “resolvió” ya cuando alguien
decidió que era un mero epifenómeno del mundo material, como el caso del filósofo
Gilbert Ryle, que afirmaba que el dualismo violaba la conservación de la energía y, por
tanto, toda la física; sólo trazando detalladamente los intrincados meandros de la
materia en el cerebro podremos “explicar” la conciencia.
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BIBLIOGRAFÍA:
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