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ÍNDICE

• Introducción 2

• Penrose 3

-Crítica a la IA 3

-Física de la mente 5

Física de lo grande 5
Física de lo pequeño 6
Gravitación cuántica 8

-Funcionamiento de la mente 9

• Otras concepciones: debate abierto 11

• Bibliografía 16

1
INTRODUCCIÓN

Los físicos, filósofos y otros pensadores llevan especulando sobre los vínculos
entre la mecánica cuántica y la conciencia al menos desde los años treinta, época en que
algunos físicos con orientaciones filosóficas empezaron a sostener que el acto de la
medición – y, por ende, la conciencia propiamente tal- jugaba un papel de capital
importancia a la hora de determinar el resultado de experimentos en que estaban
implicados efectos cuánticos. Dichas teorías se han quedado en mera y vana
gesticulación, y sus defensores suelen tener la mayor parte de las veces motivos
filosóficos, y hasta religiosos. Como ejemplo de esto, un socio del famoso y aclamado
Francis Crick, llamado Christof Koch, resume la tesis de la conciencia cuántica en el
siguiente silogismo: la mecánica cuántica es misteriosa/la conciencia es también
misteriosa/luego la mecánica cuántica y la conciencia deben estar relacionadas.

Un ferviente abanderado de la teoría cuántica de la conciencia es John Eccles,


neurocientífico británico galardonado con el premio Nobel en 1963 por sus estudios
sobre la transmisión neural. Eccles es sin duda el científico moderno más eminente que
defiende el dualismo, doctrina según la cual la mente existe independientemente de su
sustrato físico. Kart Popper y él fueron los autores de un libro que defendía el dualismo,
llamado El yo y su cerebro, publicado en 1977. En él los autores rechazaban el
determinismo físico a favor de la libre voluntad: la mente podía escoger entre diferentes
pensamientos y acciones emprendidos por el cerebro y el cuerpo.

La objeción más corriente al dualismo es que viola la conservación de la energía:


¿cómo, si no tiene existencia física, puede iniciar la mente cambios físicos en el
cerebro? Respaldado por el físico alemán Friedrich Beck, Eccles ha ofrecido la
siguiente respuesta: las células nerviosas del cerebro se excitan cuando moléculas
cargadas, o iones, se acumulan en una sinapsis, haciéndolo liberar neurotransmisores.
Pero la presencia de un determinado número de iones en una sinapsis no siempre
desencadena la excitación de una neurona. La razón, según Eccles, es que, al menos
durante un instante, los iones existen en una superposición cuántica de estados; en
determinados estados la neurona descarga y en otros no.

La mente ejerce su influjo sobre el cerebro decidiendo qué neuronas se excitarán


y qué otras no. Mientras se conserva la probabilidad a través del cerebro, este ejercicio
de libre determinación no viola la conservación de la energía. Dice Eccles, no tener
pruebas de nada de esto, pero califica su hipótesis como avance tremendo que
favorecería el resurgimiento del dualismo. El materialismo y toda su vil progenie – el
positivismo lógico, el behaviorismo, la teoría de la identidad (que identifica los estados
mentales con los estados físicos del cerebro)- están acabados para Eccles.

Eccles fue franco – demasiado para su propio bien- sobre los motivos por los
que había vuelto a la mecánica cuántica para explicar las propiedades de la mente. Él
era una persona religiosa, que rechazaba el materialismo barato; creía que la naturaleza

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de la mente es la misma que la naturaleza de la vida. También insistió en que estamos
sólo empezando a descubrir el misterio de la existencia. ¿Podríamos sondear alguna vez
ese misterio, y por tanto hacer que la ciencia tocara su fin? Eccles no lo cree, o al menos
no quiere que se acabe, para él es importantísimo que siga existiendo. Asimismo,
coincidía con su colega dualista y falsacionista, Karl Popper, en que tendremos que
seguir descubriendo, descubriendo y descubriendo. Y pensando. No podemos pretender
tener la última palabra en nada.

PENROSE

Ya sabemos que Roger Penrose estaría a favor del dualismo cuántico, esto es, de
que la conciencia humana está determinada por procesos a nivel cuántico en el cerebro,
y, más concretamente, dentro de los microtúbulos de las neuronas. De esta manera,
Penrose critica a los partidarios de la IA fuerte, es decir, a aquellos que piensan que la
conciencia humana es producto de un determinado número de algoritmos, y que, por
tanto, de ser capaces de reproducir estos algoritmos en el procesador de una máquina,
podrían crear máquinas con conciencia. Vamos a intentar exponer sus puntos de vista,
aunque para ello hemos tenido que suprimir la mayoría de las explicaciones y conceptos
matemáticos e intentar así quedarnos con las ideas fundamentales.

CRÍTICA A LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Ya sabemos que Penrose es contrario a la Inteligencia Artificial. Y, para


criticarla, Penrose expone el teorema de Gödel y los problemas que este supone. Pero
vayamos por partes: expongamos primero el concepto de máquina de Turing, test de
Turing, y sus implicaciones, para luego criticarlo

Máquina de Turing

A finales del siglo XIX y principios del XX, matemáticos de todo el mundo
buscaban la manera de encontrar solución al problema de Hilbert, es decir, de encontrar
un procedimiento algorítmico que englobara todos los razonamientos matemáticos
posibles, es decir, que permitiera calcularlos. En este contexto, Alan Turing, hacia 1930,
propuso una forma de cálculo basado en un dispositivo que sería capaz de llevarlos a
cabo: la máquina de Turing. No vamos a profundizar mucho más en este concepto;
simplemente decir que este procedimiento es uno de los precursores de los ordenadores
actuales, y que consigue llevar a cabo los cálculos que nosotros queremos que haga con
los números que le indiquemos. Lo relevante es que este tipo de procesamiento de la
información ha sido comparado en multitud de ocasiones con la actividad neural, hasta
el punto de que se ha llegado a decir que el cerebro funciona de manera exactamente
igual que un ordenador, es decir, que la transmisión eléctrica entre neuronas obedece a
ciertos algoritmos o cálculos específicos que producen, entre otras cosas, el fenómeno
de la conciencia. ¿Cuál es la opinión de Alan Turing? Turing propuso la manera de
saber si una máquina piensa o no: si una máquina, dice Turing, es capaz de dar
respuestas a preguntas de un ser humano de tal manera que éste sea incapaz de
diferenciarlas de las dadas por un ser humano, entonces podremos afirmar que esa
máquina tiene la capacidad de pensar. En resumen, si una máquina imita perfectamente

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a un ser humano, no podemos negar que piense. Este procedimiento es el conocido
como test de Turing.
Este procedimiento ha sido duramente criticado, siendo un ejemplo Searle con
su ejemplo de la habitación china (afirmar que una máquina piense es lo mismo que
afirmar que un ser humano entiende chino cuando, utilizando un manual que le explica
cómo hacerlo, es capaz de colocar símbolos chinos en el orden correcto de una oración
coherente, pero sin entender ni uno sólo de esos símbolos). Y, por supuesto, Penrose se
siente incómodo ante la idea de que su cerebro sea un programa de ordenador instalado
en las neuronas. Para criticarlo, expone el teorema de Gödel
Teorema de Gödel

Casi al mismo tiempo que Alan Turing acababa su tesis, el problema de Hilbert
parecía quedarse sin solución ante el teorema que ahora presentamos. Básicamente,
Gödel, con una serie de demostraciones que, como humildes estudiantes de psicología,
no vamos a exponer, parece demostrar que, en un sistema de axiomas, podemos
encontrar un teorema matemático verdadero que no sea demostrable por ese conjunto de
axiomas; es decir, que habrá verdades matemáticas que no puedan ser calculadas ni
demostradas a raíz de ningún procedimiento matemático. Un ejemplo de una verdad
matemática de este tipo es el último teorema de Fermat, del que nadie ha sabido
encontrar un contraejemplo ni una demostración. ¿Qué consecuencias tiene Gödel en el
pensamiento de Penrose? Veamos: si el teorema de Gödel es correcto, entonces
encontramos que las reglas no son imprescindibles para comprender la naturaleza de los
números naturales (valga la redundancia). En este argumento entra el espíritu platónico
de Penrose: frente a quienes piensan que las matemáticas son construcciones del hombre
para poder cuantificar el mundo, Penrose piensa que las matemáticas están ahí,
subyaciendo a todas las cosas, y que cuando el hombre desarrolla una nueva forma de
cálculo (o cuando obtiene el bello conjunto de Mandelbrot, gracias a los números
complejos) está accediendo a una verdad que ya estaba ahí, esperando a ser descubierta.
Por tanto, cuando un niño, sin saber lo que es un número, entiende lo que tienen en
común tres peras, tres manzanas, y tres lápices, está accediendo a esa realidad platónica
que está esperando a que nuestras mentes la descubran. Así, podemos comprender los
números sin necesidad de reglas que los computen, como demuestra Gödel.
Además, Penrose entiende que, por selección natural, lo más probable es que
sobreviviéramos gracias a la capacidad de comprender el mundo y las cosas en general,
y no gracias a un cierto número de algoritmos que nos permitiesen computar
información matemática. Esta capacidad general de comprender, muy diferente de las
computaciones que hacen los ordenadores cuando, por ejemplo, juegan al ajedrez contra
humanos y cometen errores garrafales, debe tener una base diferente a la algorítmica.
¿Cuál es esa base? Por supuesto, Penrose no nos da la respuesta, pero sí nos introduce al
camino que podría llevarnos a ella.

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Ejemplo de jugada propuesta a un ordenador “experto” en
ajedrez. La jugada más lógica para un ser humano es no
mover ningún peón y dejar la partida en tablas. Pero este
super-ordenador se comió la torre negra…

FÍSICA DE LA MENTE

Ciertamente, hemos visto cómo la conciencia humana debería no ser computable.


De ser así, ¿de qué manera funciona ésta? Penrose, en su afán por explicar el mundo,
entiende que la conciencia no puede ser algo muy diferente de éste, y, por tanto, debería
ser explicada por las mismas leyes que explican la realidad física. Sin embargo,
sabemos que la realidad física, actualmente, está dividida en dos escalas aparentemente
irreconciliables: la escala microscópica (cuántica) y la escala macroscópica (relativista).
¿Qué ocurre entonces con nuestra conciencia? Fácil: si somos capaces de encontrar la
teoría que reconcilie estas dos escalas, si descubrimos la teoría de la gravedad cuántica,
habremos encontrado la teoría que pueda dar explicación a nuestra conciencia.
Expongamos algo brevemente este argumento.

Física de “lo grande”

Relatividad

Ya conocemos, gracias a las clases de esta asignatura de libre configuración, lo


más básico tanto de la relatividad especial como de la general. Intentaremos exponer lo
que hemos considerado más relevante de la explicación de Penrose: sabemos que el
espacio-tiempo forma un sistema tetradimensional, y que tanto velocidades cercanas a la
luz como campos gravitatorios pueden modificarlo. Sabemos que la relatividad general
incluye las leyes de la mecánica newtoniana, pero además predice nuevos fenómenos,
como el paso más lento del tiempo en lugares cercanos a una masa o a velocidades
cercanas a las de la luz. También ha permitido explicar (más bien predecir) el extraño
cambio de la órbita de Mercurio en su perihelio (inexplicable desde la mecánica
newtoniana) y la curvatura de las ondas electromagnéticas (como la luz) como
consecuencia de campos gravitatorios. Y también sabemos que la relatividad surte de
manera matemática con la interpretación que hizo Einstein de las ecuaciones de
Maxwell, que a su vez habían unificado la electricidad y el magnetismo. Sin embargo,
la relatividad general de Einstein predice, también, que el Universo comenzó en un
momento determinado, conocido como big bang. En este momento, las ecuaciones
comienzan a dar resultados absurdos, pero en cualquier caso, y de ser correctas (hasta
ahora lo parecen), el Universo debió empezar en un momento determinado con
temperatura y densidad infinitas, y con una explosión a partir de la cual el universo
habría comenzado a expandirse. Aunque a los físicos les resulta bastante molesta esta
predicción (no sabemos la posición de nuestro profesor), parece que hay indicios
experimentales de que esto pudiera pasar, como la captación de ondas electromagnéticas
(radiación de cuerpo negro) extremadamente frías que fueron emitidas en ese
momento, y se fueron enfriando a medida que se expandían. Si esto es así, es posible
que el universo o bien vaya a seguir expandiéndose indefinidamente, o bien vaya a
colapsarse en un punto por acción gravitatoria entre galaxias.

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Otro descubrimiento intrigante es el hecho de que la radiación antes mencionada
no es uniforme en todo el Universo. Estas irregularidades de radiación habrían causado,
en un principio, la aparición de galaxias y, posteriormente, de agujeros negros (colapsos
de materia en un punto, al superar las fuerzas gravitacionales sobre la materia de una
estrella a la fuerza causada por el principio de exclusión de Pauli). Tanto si el Universo
acaba en un big crunch (o colapso final) como si se expande eternamente, vemos que
hay una gran diferencia entre el supuesto principio del Universo (un punto muy definido
con temperatura y densidad infinitas) y el futuro de éste (un colapso aparentemente
anárquico de agujeros negros, o bien una expansión indefinida con la formación de
muchos agujeros negros). Curiosamente, las leyes de la física parecen ser simétricas,
esto es, pueden aplicarse tanto si usamos el tiempo hacia atrás como hacia delante, sin
que dejen de ser ciertas. Por tanto, no hay nada en las leyes físicas que nos diga que el
tiempo tenga que tener un sentido determinado. ¿O a lo mejor si?

2º principio de la termodinámica

El concepto de entropía, descrito muy brevemente, habla del grado de desorden de


un sistema. El ejemplo prototípico de este principio es el de un gas metido en una caja
aislada del exterior. Si el gas comienza en una esquina de la caja, lo más probable es
que vaya extendiéndose por toda la caja hasta alcanzar el equilibrio térmico. Así que, si
tenemos el gas dispuesto de esta manera, en una esquina, podremos predecir, gracias a
esta ley, que el gas alcanzará, finalmente, el equilibro térmico. Sin embargo, ¿qué
ocurriría si aplicásemos el argumento hacia atrás? Atrás en el tiempo, un gas también se
expandiría, es decir, en lugar de decir que, yendo hacia atrás en el tiempo, el gas iría
contrayéndose (que es lo que realmente pasaría si pudiéramos ver la evolución de este
gas de final a principio), diríamos que el gas también se repartiría por toda la caja,
yendo en clara contraposición con lo que realmente ocurre. Por tanto, este principio de
la termodinámica sólo tendría sentido en un sentido del tiempo.
¿Qué ocurre si nos remontamos al pasado, a medida que la entropía va
descendiendo? Llegamos, irremediablemente, al big bang, con una entropía
enormemente baja. Para continuar con esta explicación, debemos introducir un nuevo
concepto: la ecuación de Riemann. Este nuevo concepto matemático permite describir el
espacio-tiempo, y está formado por dos partes: el tensor de Weyl, que mide
satisfactoriamente el efecto marea (la forma de colocación de partículas ante un campo
gravitatorio, que provoca su achatamiento) y el tensor de Ricci, que tiene en cuenta la
reducción del volumen provocado también por un campo gravitatorio. Pues bien,
teniendo un big bang con una entropía minúscula, la única posibilidad plausible es la de
que el tensor de Weyl sea igual a 0 (o tenga un valor muy próximo a él). Además, con el
tiempo, este tensor ha debido aumentar y nunca disminuir (asimetría temporal). ¿Cómo
es posible que, con unas leyes clásicas con simetría temporal, tengan que aceptarse
leyes con asimetría? ¿Y cómo es posible que, en el comienzo del Universo, pudieran
darse estas condiciones tan específicas? Por azar, es altísimamente improbable que esto
pudiera haber sucedido, y sin embargo aquí estamos. Penrose afirma que, para poder
comprender esto, es necesaria una teoría que reconcilie los aspectos de la física de lo
grande y de lo pequeño. Veamos a continuación algunos aspectos relevantes de la física
de lo pequeño.

Física de “lo pequeño”

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Mecánica cuántica

Vamos a intentar exponer, sin profundizar demasiado (sobre todo para no cometer
errores que, por otra parte, y dados nuestros escasos conocimientos de física,
seguramente cometeremos), los argumentos que Penrose utiliza relativos (no de la
manera Einsteiniana) a la mecánica cuántica. Esta parte de la física explica de manera
experimentalmente precisa y sólida los comportamientos de partículas subatómicas,
átomos, y conjuntos de algunos átomos. El comportamiento de estos puede ser descrito
gracias a los números complejos, y suele venir determinado por la superposición de
estados. Para poder un ejemplo de este fenómeno (y para comprobar si realmente hemos
entendido esto), vamos a hablar del siempre utilizado ejemplo de la luz y la doble
rendija. Experimentalmente, comprobamos que si dejamos pasar a la luz a través de una
pared con una rendija, y captamos con una placa fotográfica la distribución de fotones
que pasan a través de ella, la mayor parte de estos se distribuyen en el centro de la placa,
y a medida que nos alejamos de éste el número de electrones que habrán colisionado
con la placa será menor. Hasta ahora todo bien. Sin embargo, si se nos ocurre abrir una
nueva rendija, experimentamos un fenómeno que pone patas arriba cualquier
concepción clásica del mundo físico: la distribución de los electrones que chocan con la
pantalla es parecida a la del dibujo (vale más una imagen que mil palabras).

Parece ser que los fotones no siguen sólo un camino determinado (esto es, entrar
en una rendija o en la otra), sino que todos los fotones llevan consigo la posibilidad de
entrar en una u otra rendija, y esas posibilidades pueden bien sumarse y provocar un
puntito negro en la placa fotográfica, o bien contrarrestarse y dejar en esta placa un
espacio en blanco. Los fotones se comportan como ondas, con una serie de estados en
superposición llamados “amplitud” y descritos con los números complejos (números
que incluyen números imaginarios, es decir, raíces cuadradas de números negativos), y
que, obviamente, desafían nuestra percepción del mundo real (es raro imaginar que, al
lanzar una pelota a una pared con dos agujeros, la pelota pueda desdoblarse, pasar por
ambos, anularse a sí misma, y no dejar huella al otro lado de la pared). Curiosamente,
estas amplitudes complejas explican muy bien el comportamiento de partículas
extremadamente pequeñas, y, conociendo las amplitudes de un momento dado, pueden
conocerse las futuras amplitudes de un sistema. Es decir, la evolución de este tipo de
sistemas es completamente determinista. Los problemas surgen a la hora de hacer
observaciones y de hacer mediciones, puesto que estas amplitudes se convierten en
probabilidades, y ya no tenemos una superposición de dos estados, sino uno u otro
(observemos que, al intentar contabilizar el número de fotones que pasan por cada
rendija, el fenómeno observado en la placa fotográfica cambia, pareciéndose más a la
distribución que ocurre cuando sólo hay una rendija).
Parece que la mecánica cuántica, según Penrose, tiene una serie de misterios
inherentes a ella: él los llama misterios x y misterios z. Los misterios z se refieren a
fenómenos que, aunque extraños y enigmáticos, están sólidamente demostrados (como

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la dualidad corpúsculo onda, y otros fenómenos de los que no vamos a hablar, para no
extendernos demasiado).Estos misterios son, por tanto, correctos, y debemos aceptarlos
y saber vivir con ellos.
Los misterios x, sin embargo, son lo que Penrose considera defectos de esta teoría. El
indeterminismo del nivel cuántico cuando pretendemos medirlo u observarlo sería un
buen ejemplo de este tipo de misterios. Ejemplos de estos problemas son el experimento
mental del gato de Schröedinger, el experimento de las medidas nulas. Para no
extendernos demasiado, lo que vamos a decir con respecto a esto es que, el principal
problema de la mecánica cuántica es lo absurdo que supone pensar que en el mundo
clásico puedan existir el tipo de superoposiciones cuánticas que se observan en el
mundo cuántico (esto está relacionado con el experimento del gato de Schröedinger),
como ya exponíamos en el ejemplo de la pelota de tenis. Además, en algunos
experimentos parece que, al medir el estado de un fotón en una posición y obtener un
resultado, se condiciona instantáneamente el estado de otro fotón que tiene un origen
común con el primero pero que está a una gran distancia de este; es decir, parece que
ambos fotones se comuniquen y que el estado de uno determine al del otro. ¿Cómo es
posible que se “comuniquen” estos fotones de esta manera (aparentemente, enviándose
mensajes más rápidos que los de la luz, hecho imposible según la relatividad especial de
Einstein)? Este tipo de incompatibilidades son las que hacen pensar a Penrose que la
mecánica cuántica es una aproximación muy aproximada pero incorrecta de las
verdaderas leyes que rigen el universo.

La gravitación cuántica

¿Cómo es, según Penrose, nuestro universo? Desde luego, si pudiera decírnoslo
deberíamos, como minino, darle el premio Nóbel y hacer camisetas con su cara sacando
la lengua. Pero, obviamente, Penrose no sabe como es el Universo. Lo que puede
decirnos es alguna característica que, a su juicio, debería tener una teoría completa que
pudiera explicar el mundo físico (y desde luego la conciencia).
La principal característica es la de no-computabilidad. Expliquemos esto
(utilizando esta vez, y sin que sirva de precedente, un ejemplo matemático propuesto
por Penrose en “Lo grande, lo pequeño y la mente humana”):
Imaginemos un sistema formado por conjuntos polinomios de cuadrados que
forman diferentes figuras, es decir, por conjuntos de una o más figuras formadas por 0 o
más cuadrados (ver figura).

Conjuntos polinomios; agrupaciones de una o más figuras formadas con 0 o más cuadrados unidos
por sus aristas.

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Ahora tratemos de imaginar que, con pares de polinomios, intentamos teselar el
plano, es decir, juntamos las figuras a modo de puzzle de tal manera que, repetidas
indefinidamente, cubran un plano infinito sin dejar huecos. Para hacer esto, cogeríamos
primero el par (So, So), y de no obtener la teselación deseada, escogeríamos otro par
siguiendo unas reglas determinadas. Por tanto, este fenómeno es totalmente
determinista, dado que sigue unas reglas muy específicas. Sin embargo, muchas veces
las figuras teselan el plano de una manera no periódica, y por tanto es difícil saber si
realmente van a “cubrirlo” totalmente. Un ejemplo es el de la siguiente figura:

Al no tener ningún tipo de periodicidad, es completamente incomputable, a pesar


de basarse en reglas perfectamente definidas. Según Penrose, el universo se comportaría
de una manera similar.
En definitiva (y muy burdamente explicado), una teoría de la gravitación cuántica
debería:
- ser no-computable
- aclarar las diferencias entre mundo clásico y mundo cuántico (misterios x)
- clarificar el inicio del universo, y reconciliar las leyes simétricas clásicas de la
relatividad con el segundo principio de la termodinámica y la curvatura de Weyl.

Además, esta teoría explicaría la conciencia en términos de fenómenos cuasi-


cuánticos dentro del cerebro. Para finalizar, expongamos de qué manera piensa Penrose
que podrían ocurrir estos fenómenos dentro de nuestras cabezas.

FUNCIONAMIENTO DE LA MENTE

Fundamentos del sistema nervioso

Sabemos que nuestros sistemas nerviosos son los encargados de las percepciones
sensoriales y de los movimientos de nuestros cuerpos animales. En el sistema nervioso
humano distinguimos diversas partes bien diferenciadas: una médula espinal y un
encéfalo, dividido a su vez en muchas otras estructuras (mesencéfalo y rombencéfalo, a

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su vez subdivididas). A grandes rasgos, el encéfalo sería una especie de centro de
control del cuerpo, y la médula espinal serviría para comunicar el encéfalo con el resto
del cuerpo (esta descripción está llena de imprecisiones, al igual que el resto del trabajo;
sin embargo, estas últimas no son fruto del desconocimiento del sistema nervioso, sino
de la búsqueda de síntesis). En general, el sistema nervioso está formado por neuronas,
que son las encargadas de manipular la información del exterior y de dar órdenes a las
diversas partes del cuerpo, y que se unen entre ellas mediante axones y dendritas, y por
células gliales, que tienen funciones tales como fagocitar (comerse) restos de células
muertas, proteger a las neuronas, o formar parte de la materia que compone a los
axones. Las neuronas se comunican gracias a transmisión electroquímica: una neurona
transmite a través del axón el impulso hasta llegar al botón terminal (ver figura). El
botón terminal expulsa al espacio sináptico una sustancia llamada neurotransmisor, que
afecta a la dendrita más cercana, provocando en ella una respuesta eléctrica (conocida
como potencial de acción). Así, se traspasa el impulso de una neurona a otra.

Ejemplo de transmisión sináptica

Esta es la manera en la que las neuronas se comunican, hecho que ha dado pie a
comparar el cerebro con un ordenador en el que las neuronas actúan como puertas
lógicas. Sin embargo, aparte de lo generalmente aceptado (lo descrito sobre el cerebro
hasta el momento), Penrose introduce un nuevo elemento sobre el funcionamiento del
cerebro que, por ahora se queda en la especulación: los microtúbulos.

Microtúbulos y gravitación cuántica

Los microtúbulos son estructuras que se hayan en todas las células, y que tienen
diversas funciones, como la de separar la dotación genética dos en el momento de la
mitosis celular, o la de darle forma y estabilidad a la célula. En las neuronas, los
microtúbulos se encuentran comunicando los cuerpos celulares con los extremos de los
axones, transportando neurotransmisores. Además, pueden fomentar el crecimiento o la
degeneración de las conexiones neuronales. Sin embargo, existen seres vivientes, como
los paramecios, que, a pesar de su carencia de sistema nervioso, tienen conductas
bastante inteligentes e incluso son capaces de aprender. ¿Cómo es posible esto? Y, ¿qué
relación tiene todo esto con la gravitación cuántica? Aquí entran las suposiciones de
Penrose: éste piensa que, en el caso de los paramecios, el citoesqueleto (formado de
microtúbulos y que forma, como la misma palabra dice, el esqueleto de la célula) podría
“ser inteligente”, o ser capaz de controlar a la célula con algún tipo de proceso cuántico.
Si extrapolásemos esto al ser humano, los microtúbulos deberían ser capaces también de
tener algún tipo de control sobre el cerebro humano, un control basado en fenómenos
cuánticos. Esta hipótesis proviene de dos fuentes diferentes: la primera, un médico

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anestesiólogo (Stuart Hameroff) que ha comprobado experimentalmente que la
anestesia inhibe el movimiento de los electrones en los microtúbulos. Por otro lado, la
misma estructura de los microtúbulos parece ser bastante adecuada para la ocurrencia de
fenómenos cuánticos en su interior a escala global (puesto que la conciencia sería algo
general, y no un fenómeno aislado dentro del cerebro). Los microtúbulos están
formados por proteínas que pueden tener dos constituciones diferentes, y forman tubos
bastante aislados del exterior. Es posible, dice Penrose, que dentro de estos
microtúbulos tengan lugar procesos cúanticos no-locales (es decir, no independientes
unos de otros) que den coherencia a nuestra conciencia, además de procesos de
superposición, etc. No queremos profundizar más en esta idea; solamente volver a
insistir en la pretensión de Penrose: la conciencia será explicada en la medida en que
seamos capaces de encontrar una teoría que unifique la mecánica cuántica y la física
clásica; seremos capaces de conocer a la vez el origen del universo y el de nuestra
conciencia.

Configuración esquemática de un microtúbulo

OTRAS CONCEPCIONES: DEBATE ABIERTO

Aunque Penrose ha llevado su teoría de la conciencia mucho más allá del


horizonte de la ciencia actual, al menos ha conservado la esperanza de que esta teoría
pueda alcanzarse un día. Pero algunos filósofos han cuestionado el que haya algún
modelo puramente materialista (que implique procesos neurales convencionales o esos
mecanismos exóticos y no deterministas columbrados por Penrose) que pueda explicar
realmente la conciencia. El filósofo Owen Flanagan bautizó a estos dudadotes con el
nombre de los “nuevos mysterians”, según el grupo de rock de los sesenta “Question
Mark and the Mysterians” que interpretaron la famosísima canción “96 Tears”.

El filósofo Thomas Ángel ofreció una de las más claras formulaciones del punto
de vista “misteriano” en su famoso ensayo escrito en 1974 “¿Cómo es ser un
murciélago?”. Nagel asumió que esta experiencia subjetiva es un atributo fundamental
de los humanos y de muchos animales de nivel elevado, como, por ejemplo, los
murciélagos. “No cabe duda de que se da en innumerables formas completamente
inimaginables para nosotros, en otros planetas de otros sistemas solares del universo”
escribe Nagel. Pero, varíe como varía la forma, el hecho de que un organismo tenga
experiencia de alguna manera consciente significa, básicamente, que hay algo
consistente en ser ese organismo. Nagel sostenía que, por mucho que aprendamos sobre
la fisicología de los murciélagos, no podremos nunca saber realmente a qué se parece

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ser uno de ellos porque la ciencia no puede penetrar en el reino de la experiencia
subjetiva.

Nagel es lo que podríamos llamar un misteriano débil: defiende la posibilidad de


que la filosofía y/o la ciencia puedan un día revelar una manera natural de colmar el
abismo que existe entre nuestras teorías materialistas y la experiencia subjetiva. Colin
McGinn, por su parte, es un misteriano fuerte. McGinn es ese filósofo que cree que la
mayor parte de las cuestiones filosóficas con insolubles por estar situadas más allá de
nuestras capacidades cognoscitivas. Así como las ratas tienen limitaciones
cognoscitivas, lo mismo les ocurre a los humanos; y una de nuestras limitaciones es que
no podemos resolver el problema mente-cuerpo. McGinn considera su postura sobre el
problema mente-cuerpo la conclusión lógica del análisis que realiza Nagel en “¿Cómo
es ser un murciélago?”. McGinn define su punto de vista como superior a la que él
llama la postura eliminacionista, según la cual el problema mente-cuerpo no es en
absoluto ningún problema.

Es perfectamente posible, para McGinn, que los científicos consigan formular


una teoría de la mente capaz de vaticinar el resultado de los experimentos son gran
precisión y de aportar una gran riqueza de beneficios médicos. Pero una teoría eficaz no
es necesariamente una teoría comprensible. “No hay ninguna razón de peso por la que
parte de nuestra mente no pueda desarrollar un formalismo con estas notables
propiedades vaticinadoras, pero no podemos dar sentido a este formalismo en términos
de la parte de nuestra mente que entiende las cosas”. Así, en el caso de la conciencia
puede ser que lleguemos a una teoría que sea análoga a la teoría cuántica en este
aspecto, una teoría que sea realmente una buena teoría de la conciencia; pero entonces
no seríamos capaces de interpretarla ni de comprenderla.

Este tipo de discurso no va mucho con Daniel Dennett, filósofo de la universidad


de Tufts; ejemplifica perfectamente lo que McGinn llama la postura eliminacionista. En
su libro “La conciencia explicada” (1992), Dennett sostenía que la conciencia, y nuestra
sensación de poseer un yo unificado, era una ilusión fruto de la interacción de muchos
“subprogramas” distintos que funcionan ininterrumpidamente en el hardware del
cerebro. Al preguntarle sobre la postura misteriana de McGinn, Dennett la tildó de pura
ridiculez. Ridiculizo asimismo la comparación que establecía McGinn entre los
humanos y las ratas. A diferencia de los humanos, sostenía Dennett, las ratas no pueden
concebir cuestiones científicas ni, por supuesto, resolverlas. Dennett sospechaba que
McGinn y otros misterianos, no quieren que la conciencia se entregue a la ciencia. Les
gusta la idea de que permanezca al margen de ésta. Ninguna otra cosa podrái explicar
por qué aceptan unos argumentos tan chapuceros.

Dennett reconoció que la neurociencia podría no alumbrar nunca una teoría de la


conciencia que satisficiera a todo el mundo. No se puede explicar todo a gusto de todos.
Al fin y al cabo, muchas personas están descontentas con las explicaciones que ofrece la
ciencia de, por ejemplo, la fotosíntesis o la reproducción biológica. Pero la sensación
de misterio ha desaparecido de la fotosíntesis o de la reproducción, y de esta manera
Dennett, al igual, cree que al final tendrán una explicación parecida de la conciencia.

En la ciencia moderna late una paradoja curiosa, piensa Dennett. Una de las
cosas que hacen que la ciencia progrese tan rápidamente en estos tiempos es cierta
tendencia que la aleja a la ciencia de la comprensión humana. Cuando se pase de tratar

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de modelar las cosas con ecuaciones elegantes a hacer grandes simulaciones
informáticas, se podrá terminar entonces con un modelo que modele exquisitamente la
naturaleza, los fenómenos en los que estamos interesados, pero que no comprendemos.
Es decir, que no lo comprendamos de la manera como comprendíamos los modelos
antiguamente.

Un programa informático que modele con exactitud el cerebro humano, puede


llegar a ser tan inescrutable para nosotros como el cerebro propiamente tal. Dennett dice
que los propios sistemas de software se encuentran ya al borde de la comprensibilidad
humana; hasta un sistema como Internet es absolutamente trivial comparado con un
cerebro, y, sin embargo, ha recibido tantos parches y tantos aportes que nadie sabe
realmente cómo funciona y ni siquiera si seguirá funcionando. Y, así, cuando
empezamos a utilizar programas de escritura de software y programas de depuración de
software, así como un código autocurador, estamos creando nuevos artefactos que
poseen vida propia. Y éstos se convierten en objetos que ya no caen dentro de la
hegemonía epistemológica de sus fabricantes. Así, esto va a ser algo parecido a la
velocidad de la luz. Va a ser una barrera contra la cual la ciencia va a seguir topándose
eternamente.

De esta manera Dennett creía que una teoría de la mente, aunque pudiera ser
altamente eficaz y tener grandes poderes vaticinadores, tenía pocas probabilidades de
ser inteligible para los simples humanos. “La única esperanza que tenemos los
humanos de comprender nuestra propia complejidad puede ser dejando de ser humanos”
dice Dennett. Todo aquel que tenga especiales motivaciones o dotes, será capaz de
combinar eficazmente estos dos grandes sistemas de software. Dennet se refiere a la
posibilidad, avanzada por algunos partidarios de la inteligencia artificial, de que un día
los humanos pudiéramos abandonar nuestras personalidades mortales y carnales y
convertirnos en máquinas. Para Dennett esto es posible desde el punto de vista lógico,
pero no está seguro de que sea pausible. Dennett no está seguro de que la máquinas
superinteligentes pudieran llegar alguna vez a comprenderse a sí mismas. Al tratar de
comprenderse a sí mismas, éstas tendrían que volverse aún más complicadas, viéndose
así atrapadas en la espiral de una complejidad cada vez mayor y mordiéndose la cola
por los siglos de los siglos.

Dejando de un lado a Dennett, pasamos ahora a tratar el problema de cómo saber


si otra persona es consciente o no. En la primavera de 1994 tuvo lugar en la universidad
de Arizona, un encuentro titulado “Hacia una base científica de la conciencia”. David
Chalmers, filósofo australiano expuso el punto de vista misteriano en términos
vigorosos. El estudio de las neuronas, no puede revelar por qué la incidencia de ondas
de sonido en nuestros oídos da origen a nuestra experiencia subjetiva de la Quinta
Sinfonía de Beethoven. Todas las teorías físicas, describen sólo funciones, como por
ejemplo la memoria, la atención, la intención o la introspección, relacionadas con
específicos procesos físicos del cerebro. Pero ninguna de estas teorías puede explicar
por qué el ejercicio de estas funciones va acompañado de la experiencia subjetiva.
Después de todo, podemos imaginar perfectamente un mundo de androides que se
parezcan a los humanos en todos los aspectos, salvo en que no tendrían experiencia
consciente del mundo. Por muchas cosas que se aprendan sobre el cerebro, los
neurocientíficos no podrán nunca colmar ese abismo explicativo que existe entre los
ámbitos físico y subjetivo con una teoría estrictamente física.

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Hasta aquí, Chalmers no hacía sino expresar el mismo punto de vista misteriano
básico que Thomas Nagel y Colin McGinn. Pero luego pasó a decir que, aunque la
ciencia no pudiera resolver los problemas mente-cuerpo, la filosofía aún podría hacerlo.
Chalmers creía haber encontrado una posible solución: los científicos asumirían que la
“información” es una propiedad de la realidad tan esencial como la materia y la energía.

El concepto de información no tiene sentido mientras no haya un procesador de


información (lo mismo si es una ameba que un físico de partículas) que recoja
información y actúe sobre ella. La materia y la energía estuvieron presentes en el alba
de la creación; pero no así la vida, que nosotros sepamos. ¿Cómo puede, entonces, la
información ser tan fundamental como la materia y la energía? Sin embargo, las ideas
de Chalmers parece que calaron hondo entre el auditorio.

Parece ser que uno de los asistentes se mostró descontento: Christof Koch,
colaborador de Francis Crick. Koch le comento a Chalmers que precisamente porque los
enfoques filosóficos de la conciencia han fallado en su totalidad los científicos deben
centrarse en el cerebro. La teoría de la conciencia basada en la información de
Chalmers, para Koch, al igual que todas las ideas filosóficas, era inverificable y, por
tanto, inútil. De esta manera Koch le pregunto que por qué no dice simplemente que
cuando tiene un cerebro el Espíritu Santo desciende y le infunde la conciencia, a lo que
Chalmers respondió que esa teoría era innecesariamente complicada, y no casaba con su
propia experiencia subjetiva. Pero ¿cómo sabemos nosotros que la experiencia subjetiva
de otro es la misma que la nuestra? ¿cómo podemos saber que los demás son
conscientes?

Ninguna persona sabe realmente que cualquier otro ser, humano o no, posee una
experiencia subjetiva del mundo. Lo único que puede hacer la ciencia, afirmó, es
suministrar un mapa detallado de los procesos físicos que están relacionados con
distintos estados subjetivos. Pero la ciencia no puede resolver de verdad el problema
mente-cuerpo. Ninguna teoría empírica de índole neurológica puede explicar por qué las
funciones mentales se acompañan de estados subjetivos específicos.

El propio Francis Crick, que es más optimista que Koch, reconoce que la
solución a la conciencia podría no ser comprensible intuitivamente. No cree que sea una
respuesta de sentido común la que se consiga cuando comprendamos el cerebro.
Después de todo, la selección natural no improvisa los organismos según un plan lógico
cualquiera, sino con varias artimañas y trucos, con lo que primero que se le pone a tiro.
Crick sugiere que los misterios de la mente podrían no revelársenos tan fácilmente
como los de la herencia. La mente es un sistema mucho más complicado que el genoma,
y las teorías de la mente probablemente tengan un poder explicativo más limitado.

Cuando cogemos un bolígrafo, los científicos deberían ser capaces de averiguar


qué actividad neural estaba relacionada con la percepción del bolígrafo; pero si nos
preguntaran ¿ves el rojo y el azul de la misma manera que yo los veo?, es algo que no
podríamos afirmar. Por esto mismo, Crick no cree que seamos capaces de explicar todas
las cosas de las que somos conscientes.

Pero el que la mente sea fruto de procesos deterministas, no quiere decir que los
científicos sean capaces de predecir todas sus sinuosidades y divagaciones; éstas pueden
ser caóticas, y por tanto, impredecibles. Además Crick, duda sobre si los fenómenos

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cuánticos juegan un papel fundamental en la conciencia, como sugiere Roger Penrose.
Por otra parte, añadió, algún equivalente neural del principio de incertidumbre de
Heisenberg podría restringir nuestra capacidad para trazar la actividad del cerebro con
absoluto detalle, y los procesos subyacentes a la conciencia podrían resultarnos tan
paradójicos y difíciles de captar como la mecánica cuántica; no obstante hay que
recordar que nuestros cerebros evolucionaron para enfrentarse a asuntos de carácter
cotidiano cuando éramos cazadores-recolectores y, antes aun, cuando éramos monos.

El misteriano más inverosímil de todos es Marvin Minsky, uno de los


fundadores de la inteligencia artificial (IA), según la cual el cerebro no es nada más que
una máquina muy complicada cuyas propiedades se pueden duplicar mediante
ordenadores. A pesar de su fama de rabioso reduccionista, Minsky es en un
antireduccionista. Incluso es más romántico, a su manera particular, que Roger Penrose.
Éste conserva la esperanza de que la mente se pueda reducir a una artimaña
cuasicuántica. Por su parte, Minsky insiste en que no es posible dicha reducción porque
la multiplicidad es la esencia de la mente, de todas las mentes, tanto de las humanas
como de las maquinales. La aversión que siente Minsky hacia la idea fija y la
simplicidad refleja no sólo un juicio científico, sino una cosa bastante más profunda. Al
igual que Paul Feyerabend y David Bohm, y otros grandes románticos, MInsky parece
tener miedo a La Respuesta, es decir, a la revelación que acabe con todas las
revelaciones. Afortunadamente para él, es poco probable que dicha revelación vaya a
brotar de la neurociencia, pues cualquier teoría útil de la mente será con toda
probabilidad espantosamente compleja, como él mismo reconoce. Pero,
desgraciadamente para él, también parece poco probable, dada esta complejidad, que él
en persona, o sus nietos, asistan al nacimiento de máquinas con atributos humanos. Si
algún día construimos máquinas inteligentes y autónomas, éstas serán alienígenas con
toda seguridad, tan distintas a nosotros como un 747 respecto a un gorrión. Además,
nadie podría asegurar nunca que éstas fueran conscientes, como tampoco nadie sabe a
ciencia cierta que otra persona es consciente.

El concepto de conciencia necesitará todavía bastante tiempo. El cerebro es


maravillosamente complicado, Pero ¿es infinitamente complicado? Dado el ritmo al que
los neurocientíficos están aprendiendo cosas sobre él, dentro de unas décadas podrían
poseer un mapa altamente eficaz del mismo, un mapa que correlacione procesos
neurales específicos con funciones mentales específicas. Este conocimiento podría
reportar muchos beneficios prácticos, por ejemplo a, al hora de tratar ciertas
enfermedades mentales o de trasladar a los ordenadores algunos trucos para el
procesamiento de la información. En “El advenimiento de la edad de oro”, Gunther
Stent afirmaba que los avances experimentados en el campo de la neurociencia podrían
permitirnos un día ejercer un mayor control sobre nuestros propios yoes, lo que a su vez
nos permitiría dirigir inputs eléctricos específicos hacia el interior del cerebro. Estos
inputs podrán realizarse para generar sintéticamente sensaciones, sentimientos y
emociones. Los hombres mortales pronto vivirán como dioses sin las penas del corazón
y sin conocer la aflicción, siempre y cuando sus centros de placer estén debidamente
cableados.

Los científicos y los filósofos aún se seguirán esforzando por alcanzar lo


imposible. Se encargarán de que la neurociencia prosiga de un modo postempírico e
irónico, es decir, que sus practicantes debatirán acerca del significado de sus modelos
físicos, así como los físicos debaten sobre el significado de la mecánica cuántica. De

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vez en cuando, una interpretación particularmente evocadora, avanzada por algún Freud
de nuestros días versadísimo en cuestiones neurales y cibernéticas, podría atraer a
mucha gente y amenazar con convertirse en la teoría definitiva de la mente. Los
neomisterianos se alzarían entonces al unísono y denunciarían los defectos inevitables
de dicha teoría. ¿Podrían ésta suministrar una explicación verdaderamente satisfactoria
de los sueños o de la experiencia mística? ¿Podría decirnos si las amebas, o los
ordenadores, son conscientes?
Podríamos responder a esto diciendo que la conciencia se “resolvió” ya cuando alguien
decidió que era un mero epifenómeno del mundo material, como el caso del filósofo
Gilbert Ryle, que afirmaba que el dualismo violaba la conservación de la energía y, por
tanto, toda la física; sólo trazando detalladamente los intrincados meandros de la
materia en el cerebro podremos “explicar” la conciencia.

Ryle no fue el primero en proponer este paradigma materialista, a la vez tan


enardecedor y tan deprimente. Hace cuatro siglos, Francias Bacon instó a los filósofos
de su época a que dejaran de empeñarse en mostrar cómo evolucionaba el universo a
partir del pensamiento y empezaran a considerar cómo evolucionaba el pensamiento a
partir del universo. Podemos sostener que Bacon aquí se anticipó a las explicaciones
modernas de la conciencia dentro del contexto de la teoría de la evolución y, más en
general, del paradigma materialista. La conquista científica de la conciencia será el
anticlímax definitivo, pero también otra demostración del dicho de Niels Bohr de que el
trabajo de la ciencia consiste en reducir todos los misterios a meras trivialidades. Pro la
ciencia humana no resolverá (porque no puede hacerlo) el problema de “cómo sé yo que
tú eres consciente”. Sólo puede haber una manera de resolverlo: haciendo que todas las
mentes sean una sola mente.

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BIBLIOGRAFÍA:

• HORGAN, J., “El fin de la neurociencia”. Capítulo 7 de “El fin de la


Ciencia”.

• PENROSE, Roger. “La nueva mente del emperador”

• PENROSE, Roger. (1999) “Lo grande, lo pequeño y la mente humana”.


Cambridge University Press, Madrid, 1999. Traducción española, Javier
García Sanz, 1999.

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