Está en la página 1de 10

TEMA 7.

LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

En este tema…

Presentamos un problema crucial para científicos y filósofos ocupados en responder a los


enigmas de la naturaleza. ¿Cómo surge la conciencia en la materia? Si el cerebro no es
una máquina algorítmica, entonces ¿cómo funciona realmente la mente? Si la inteligencia
humana es singular, ¿qué explicación hay para la conciencia? Encontraremos más
preguntas que respuestas científicas. El filósofo de la naturaleza debe sentirse alentado
por los pequeños apuntes científicos, aún en un estado de hipótesis explicativa, para
afrontar el reto de entender cómo emerge la conciencia en la materia y qué dimensiones
filosóficas pueden explorarse de un estudio metafísico de la materia, que permite por
principio que en nuestro orden temporal acontezcan la actividad física en su conjunto y
la actividad psíquica concreta en individuos.

Los contenidos…

1. Algoritmos y pensamiento ()
2. Máquinas inteligentes e inteligencia humana ()
3. Hacia una explicación científica de la conciencia ()
4. La hipótesis Penrose-Hameroff ()
5. La hipótesis mente-materia ()
6. El problema de la emergencia de la conciencia (MONSERRAT)
7. Dimensiones filosóficas del estudio científico de la naturaleza
(MONSERRAT)

La bibliografía …

(2013) MONSERRAT, J., El gran enigma. Ateos y creyentes antes el enigma del más
allá. San Pablo. Madrid
1989) PENROSE, R., La nueva mente del emperador, Madrid, Mondadori.
(1994) PENROSE, R., Las sombras de la mente. Hacia una comprensión científica de
la conciencia, Barcelona, Crítica.

Realizaremos la lectura del texto…

El gran enigma de J. Monserrat. (Textos seleccionados)

La tarea consistirá…

Se pide al alumno que elabora un relato científico-filosófico sobre el origen de la vida y


la conciencia a partir de su trabajo en los temas 6 y 7. (6 puntos). Además hay que hacer
una síntesis de las lecturas propuestas del libro El gran enigma de J. Monserrat (4 puntos).
Algoritmos y pensamiento ()

El desarrollo de nuevas tecnologías ha condicionado nuestra visión del mundo psíquico.


Los avances en robótica y computación han suscitado deseos de reproducir artificialmente
la facultad inteligente del hombre; es decir, de construir una inteligencia artificial. El
impulso de estos computacionalistas, que asemejan la inteligencia a los procesos
ejecutados por un ordenador, ha resonado fuertemente en la sociedad. Si se encontrara el
conjunto de algoritmos de la mente, resultaría un ser cuasi-consciente.

En el libro La nueva mente del emperador (1989) Penrose dedica la mitad de su libro a
demostrar la imposibilidad de construir una mente computacional. Defiende que la
conciencia es el producto psíquico resultante de unos procesos físicos que no son
computables. Por tanto, imposibles de ser simulados por un ordenador. La mente
consciente que se abre a realidades inteligibles tiene un modus operandi esencialmente
distinto a la ejecución algorítmica de un computador.

Penrose basa su argumento en los teoremas de incompletitud de Gödel, que demuestran


la imposibilidad de deducir formalmente el valor de verdad de un enunciado que, sin
embargo, puede ser intuido. No toda verdad matemática puede ser demostrada a partir un
conjunto finito de axiomas. Siempre quedan elementos matemáticos de realidad fuera
más allá de la demostración formal. Entonces, ¿cómo puede el ser humano hacerse
consciente de ellos?

El hombre contacta con el mundo matemático a través de la intuición consciente. Su modo


de proceder racional puede ser tanto algorítmico, siguiendo las reglas de deducción lógica
a partir de un conjunto de premisas, como intuitivo al visualizar la conclusión
directamente. Son varios los ejemplos que señala Penrose: la intuición matemática de
Poincaré, la capacidad musical de Mozart para construir espontáneamente una sinfonía,
él mismo al desconectar de su trabajo matemático para atender a una visita espontánea en
su despacho…

En consecuencia, si el hombre es capaz de pensar de manera no algorítmica, un


computador no puede simular integralmente la mente humana. Un ordenador que
simplemente ejecute procesos programados en un software no puede actuar como la
mente, pues la conciencia humana es un complemento no algorítmico que se monta sobre
el pensamiento rutinario y pautado. ¿Cómo explicar, pues, la conciencia? Penrose revisa
los fundamentos de la física para encontrar elementos que no sean computables y, por
tanto, sirvan como discriminante entre la mente computacional y la conciencia humana.

Texto publicado por el profesor en Tendencias21 https://www.tendencias21.net/Penrose-sienta-


las-bases-de-una-biofisica-cuantica-de-la-mente_a1406.html
Máquinas inteligentes e inteligencia humana (BÉJAR)

Véase el artículo Máquinas inteligentes e inteligencia humana, publicado en Razón y Fe

Hacia una explicación científica de la conciencia ()

Seguimos con el texto publicado por el profesor en Tendencias21


https://www.tendencias21.net/Penrose-sienta-las-bases-de-una-biofisica-cuantica-de-la-
mente_a1406.html

La segunda parte de La nueva mente del emperador es una revisión pormenorizada de


aquellos aspectos de la física con características no computables. Su estudio de la física
clásica de Newton y Einstein le lleva a enfocar su investigación en los procesos caóticos
que, minuciosamente, dependen de las condiciones físicas iniciales. Ahora bien, Penrose
no encuentra la forma de implementar el caos en una teoría de la conciencia, pues se trata
de procesos deterministas que no explican adecuadamente el libre albedrío sentido. Buen
conocedor de la teoría de Einstein, encuentra una posibilidad de indeterminación física
en la Relatividad, pero sin viabilidad inmediata para la conciencia. La física clásica no
parece, según Penrose, el marco epistemológico adecuado para describir la
fenomenología de la conciencia.

La física cuántica abre nuevos horizontes para hallar la base física de la conciencia. A
través de una clara y genial exposición acerca de los fundamentos cuánticos del mundo
físico, Penrose se centra en el proceso de transición clásico-cuántico, es decir, en la
medida de un sistema cuántico. No existe una teoría física canónica de la medida cuántica.
Simplemente, se interpreta como una reducción cuasi-instantánea de la superposición de
estados cuánticos de un sistema físico en un estado clásico concreto. Es el colapso de la
función de onda en un estado clásico, cuya causa es desconocida. Sabemos que al medir
se produce la transición desde el indeterminismo cuántico a la concreción clásica. Pero,
el criterio físico que la determina es desconocido. Ocurre, aunque no sabemos por qué
causas. Es el problema de la medida en física cuántica.

Penrose plantea una conexión entre la transición cuántico-clásica y el fundamento físico


de la conciencia, a través de un proceso denominado reducción objetiva. Establece un
criterio científico objetivo en el proceso de medida, que involucra a la única interacción
física que no ha sido unificada con las tres restantes: la gravedad cuántica. Propone que
ante un estado de superposición cuántica, el mismo espacio-tiempo permanece en un
estado de indefinición cuántica hasta que se establece una diferencia de energía superior
al quantum de gravedad. Entonces, se produce el colapso de los espacio-tiempo cuánticos
en un espacio-tiempo clásico donde se obtiene el valor determinado tras la medida.
Finalmente, el observador puede tomar conciencia del estado de la materia que ya he
definido sus propiedades clásicas. Se consigue así la formulación de un proceso físico
objetivo pautado por el criterio del gravitón, ajeno a cualquier subjetivismo que involucre
la conciencia. El estado consciente es una consecuencia de este proceder físico de la
materia. De algún modo, la mente debe reproducir estos mecanismos físicos para producir
los estados de conciencia.
La hipótesis Penrose-Hameroff ()

Sombras de la Mente (1994) es la obra de Penrose especialmente dedicada a la conciencia.


Basado en ciertas hipótesis biológicas de Stuart Hameroff (ofrecemos en la unidad un
enlace a una breve exposición sobre la conciencia de este científico médico, anestesista.
Penrose implementa su propuesta de la reducción objetiva a la biofísica del cerebro. La
pieza clave de este complejo entramado de física, matemáticas y biología es una
estructura tubular de 25 nanómetros de diámetro y una longitud que alcanza el milímetro.
Son los microtúbulos formados por un tipo de proteínas denominadas tubulinas, que
presenta un doble estado conformacional según la disposición de sus electrones.

Cada conformación de la tubulina se corresponde con un estado cuántico. Así, por lo


general, una tubulina permanece en una superposición cuántica de dos estados. Se forma,
pues, un bit cuántico o qubit. En conjunto cada microtúbulo es una estructura conexa de
múltiples qubits, capaces de procesar cuánticamente la información.

El modelo Penrose-Hameroff supone que la información física del medio queda


registrada cuánticamente en las tubulinas. El entrelazamiento cuántico entre las tubulinas
del microtúbulo permite la formación de estados macroscópicos de coherencia cuántica.
Al procesar la información cada microtúbulo incrementa su nivel de coherencia,
suficientemente protegido de las perturbaciones del entorno, hasta que media la transición
cuántico-clásica descrita por el proceso de reducción objetiva.
A diferencia de otros sistemas cuánticos, la concreción del estado clásico está regulada
por un agente proteico asociado a los microtúbulos llamado MAP. Las MAP permanecen
inocuas durante el procesado de la información. Una vez se alcanza un elevado nivel de
coherencia en el microtúbulo, el desplazamiento de las MAP provoca un incremento de
energía superior quantum de gravedad, que causa la reducción objetiva. Al tratarse de una
reducción mediada por agentes internos, Penrose y Hameroff lo denominan proceso de
reducción objetivo y orquestado por las MAP.

Tras el proceso de reducción objetiva y orquestada los microtúbulos alcanzan un estado


de concreción clásica. En esta fase clásica intermedia, entre la reducción cuántico-clásica
y el nuevo incremento de coherencia cuántica, se forma un estado consciente. A intervalos
de medio segundo se culmina un nuevo ciclo: formación del estado macroscópico de
coherencia cuántica, reducción objetiva-orquestada y concreción de un estado clásico de
conciencia.
En síntesis, el modelo Penrose-Hameroff es una propuesta especulativa sobre el
funcionamiento básico de la conciencia. No hay comprobación experimental alguna y, en
este sentido, no es científico; pero si tenemos en cuenta que la ciencia también es
proposición de teorías que puedan ser sometidas a prueba en el futuro, en este sentido, sí
sería científico. Ahora bien, se trata de un modelo que permite explicar mejor el conjunto
de rasgos fenomenológicos de la conciencia. La intuición matemática, por ejemplo,
equivaldría a un estado más intenso de coherencia cuántica en los microtúbulos. Penrose
es muy consciente de las limitaciones de su modelo y confñi en una teoría completa de la
gravedad que integre la hipotética gravedad cuántica en el conjunto de las demás
interacciones físicas. Los avances en esta teoría supondrán valiosísimas aportaciones para
la construcción de una teoría general de la conciencia. Según Penrose, no hay gravedad
cuántica sin conciencia cuántica y viceversa; ello apuntaría a una nueva teoría psico-
biofísica.

Esta teoría general compete a cosmólogos, físicos y neurocientíficos. Su construcción


exige conocer las propiedades geométricas del Big Bang, coherentes con los datos
experimentales que parecen confirmar la hipótesis de un estado físico primigenio
ordenado que evoluciona hacia nuevos estados de mayor entropía. De igual modo, como
ya hemos anticipado, la teoría completa de la gravedad requiere explicar científicamente
el proceso de reducción objetiva en coherencia con la Segunda Ley de la Termodinámica.
Por último, dicha teoría no será completa si no ofrece una explicación física del psiquismo
consciente. Necesariamente ha de explicar el funcionamiento físico de la conciencia.

La hipótesis mente-materia ()

Presentamos comentarios a un conjunto de extractos del artículo Metafísica de la metaria,


publicado en Razón y Fe.

La existencia de la materia parece obvia. La reflexión científico-metafísica sobre la


realidad material tan solo desvela su naturaleza enigmática. La tarea de la metafísica es
comprender la materia con mayor profundidad que el conocimiento estrictamente
científico. En este sentido la metafísica de la materia trata de alcanzar la esencia de lo
material, más allá de sus manifestaciones físicas, y descubrir así un fondo de unidad bajo
tanta diversidad de fenómenos. Si de este fundamento común deseamos explicar la
multiplicidad de realidades físicas, hemos de presuponer que la materia es susceptible
de cambio.

La materia es el principio y fundamento del orden del ser. La materia en sí misma no


pertenece al orden del tiempo. Conocemos su existencia por sus efectos en el tiempo
derivados de su actividad física, pero esto no presupone que la matera sea enteramente
una realidad puramente física.
Los físicos se presentan con humildad al reconocer que la actividad física de la materia
mejor conocida tan solo se corresponde con un pequeño porcentaje de la existente en el
universo. Cuando se pregunta a un físico por la definición de materia siempre se
responden ideas sobre su actividad física. Sin embargo, podemos preguntarnos qué es la
materia en última instancia. Necesariamente el origen de la actividad física de la materia
implica la referencia a una meta-realidad fuera del orden físico. Sin este presupuesto
nada puede deducirse en ciencia, pues en física no hay posibilidad de crear materia. De
distintos modos siempre se recurre a una realidad metafísica, más allá del tiempo, que
algunos identifican con una ontología divina y otros prefieren referirse a una meta-
realidad más mundana.

Podemos plantear la hipótesis filosófica de que la materia sea una entidad metafísica
capaz de existir y experimentar cambio fuera del tiempo. Obviamente no podemos
experimentar con el comportamiento metafísico de la materia, pero podemos pensarlo.
Eso sí, ejerciendo responsablemente una especulación metafísica sobre algún apoyo físico
evidenciado por la física fundamental experimentable o, con mayor riesgo, sobre la pura
física teórica.

En física todo cambio presupone una duración. Todo lo físico es finito y susceptible de
un cambio accidental en el valor de una magnitud que varía en el tiempo o en la
modificación estructural propia de una transición de un estado pasado a otro futuro. Más
allá del tiempo, bien pudiera existir una entidad real de donde emerge toda la realidad
física repleta de cambios accidentales. Los cambios accidentales de la materia física son
producidos por las interacciones físicas de la materia, que ordenan los fenómenos en
concatenaciones de causas y efectos. La activación física de esta meta-realidad exige
necesariamente algo más que un cambio accidental. ¿Cómo puede producirse el cambio
que introduce a la materia en la dimensión temporal? Se exige necesariamente una causa
metafísica que provoque la transición desde la entidad real eterna a la realidad física
temporal. Esto es, el paso de la materia germinal a la materia en actividad física. O más
filosóficamente, de la realidad última del meta-universo al universo del orden
fenoménico.

Se trata de cuestiones muy difíciles de responder porque abordan la naturaleza última


de la materia. La verdad es que la reflexión filosófica desde los conocimientos científicos
nos sitúa ante la incertidumbre metafísica del universo físico. No es obvio que el universo
deba existir. Ninguna ley física recoge la necesidad de su existencia. Ni mucho menos
aparece comprobación de su autosuficiencia. Su existencia es sorprendente, enigmática,
misteriosa… La ciencia no puede decir con certeza qué es el universo, cómo ha sido
producido y qué lo mantiene. En ciencia no hay señal que nos indique cuál es su
naturaleza fundamental. No hay patencia de una verdad última absoluta. La falta de
iluminación científica ante el fundamento de la realidad material nos proyecta
necesariamente ante el enigma de su razón de ser. Esta borrosidad metafísica no permite
seguridades en su consistencia ni en su origen. No hay una razón suficiente en ciencia
que nos hable de la aparente estabilidad de nuestro universo físico, ni existe ley que
pueda aplicarse a la puesta en marcha de su actividad física.
Debemos confiar en el inigualable avance en el conocimiento de la materia producido por
la física en los últimos cien años. Es sorprendente cómo se ha podido consolidar unos
modelos estándar para la física de partículas y para el cosmos, teórica y
experimentalmente. Sin duda, deben ser punto de apoyo para construir una metafísica
actualizada.

En física clásica se habla del espacio-tiempo como tejido de la realidad. Más


modernamente la física cuántica prefiere situar el principio básico en esa realidad
material llamada vacío cuántico o fondo efervescente de energía. En la actualidad la
ciencia concibe que el universo se haya producido desde las propiedades ontológicas y
dinámicas de la materia. En este sentido la ciencia es así monista. Todo se ha producido
por un principio único, la materia, que es últimamente desconocido. La ciencia puede
especular acerca de la metafísica última de la realidad, pero no impone una metafísica
concreta y su determinación queda abierta a la libertad valorativa del hombre. Ahora
bien, en la evolución de este principio ha surgido el orden observable en nuestro universo
físico, biológico y psíquico.

Lo biológico y lo psíquico constituyen frontera del conocimiento en nuestro siglo. Ya


conocemos el genoma humano y podemos diseñar en el laboratorio nuevas formas de
vida con un genoma muy reducido. Incluso, un ser vivo unicelular como un paramecio
tiene sensibilidad ante determinados cambios en su medio y algo parece indicar que posee
una cierta sensibilidad-conciencia de su entorno. No debemos confiar en que exista una
conciencia compleja al modo humano, pero sí parece lógico pensar que previamente en
la evolución hacia la complejidad debieron existir seres como el paramecio con una
conciencia incipiente o sentisciencia como le gustaba decir al filósofo Xabier Zubiri.

Esta diversidad de alternativas metafísicas es coherente con el conocimiento borroso de


la ciencia. La metafísica última puede orientarse desde la idea de Dios en la perspectiva
teísta y también desde la perspectiva de un puro mundo sin más. Ante el gran enigma no
podemos sino movernos intelectualmente inmersos en la borrosidad intelectual de
nuestra existencia. Pues bien, la sensación actual de este gran enigma frente a la patencia
de verdad de otros tiempos es uno de los perfiles característicos de nuestra cultura
moderna.

Supuesta esta borrosidad metafísica que nos sumerge en la incertidumbre de la


existencia, se hace posible vivir en coherencia desde la idea de un orden natural que
obedece al diseño de un plan divino o en la asunción de un puro mundo autosuficiente.
En ambas perspectivas existenciales el fundamento último se mantiene en el enigma de
la incertidumbre metafísica: un Dios silente o una materia eterna. Dios o la suficiencia
de la materia se ocultan tras la barrera físico-metafísica. ¿Cómo es posible que
posicionamientos tan divergentes sean coherentes? En definitiva, contamos entre
nosotros con ateos y creyentes. Pero, algunos dirán que poco importa que haya personas
con más o menos fe. Que lo importante es que se clarifique esta borrosidad, que se
concrete en un Dios o en un puro mundo.
¿Qué filósofo no quiere conocer qué constituye verdaderamente el fondo ontológico de
la realidad? Nos limitamos por el momento a pensar la materia como el principio de un
orden metafísico que ha permitido el mundo de lo físico, lo biológico y lo psíquico. Y
puesto que la materia se fundamenta en lo cuántico, no es irracional aventurarse a pensar
metafísicamente una materia más allá del tiempo con potencial para hacer emerger un
mundo en actividad física y psíquica como el que experimentamos.

En el paradigma cuántico puede existir simultáneamente una coexistencia de estados,


incluso de estados antagónicos. Nos referimos a estados cuánticos donde aún no están
definidas algunas propiedades que parecen obvias en el orden de los fenómenos, cuando
tomamos conciencia de que las cosas son como son y no de otra manera. Decíamos que
en el régimen cuántico había una carencia ontológica que se completa al finalizar la
transición hacia el régimen clásico. Y una vez concreta, ya podemos observarla y
hacernos conscientes de sus propiedades ontológicas. Pero hasta entonces, el sistema
evoluciona en la incertidumbre.

Pues bien, sería razonable pensar que esta meta-realidad asumiera las propiedades
cuánticas; al menos, parcialmente. La consecuencia de esta falta de concreción hace
posible una diversidad de metafísicas desde la perspectiva fenomenológica de nuestros
estados clásicos de conciencia, siempre caracterizados por su unidad y coherencia.
Como seres conscientes esta incertidumbre nos inquieta, nos interpela y nos
desconcierta, porque deseamos que se concrete. En nuestra conciencia no cabe la
incertidumbre de los estados de superposición cuántica. El estado de conciencia es único,
concreto y bien definido. Por este motivo resultan incompatibles la indefinición clásica
de la meta-realidad y la posibilidad de experimentar un estado consciente de esta meta-
realidad.

La metarrealidad que referimos es materia más allá del tiempo, sin actividad física, pero
con el potencial de producir un mundo físico de conciencia por su especial estado
ontológico, que aún no se ha definido y goza de una incertidumbre cuántica ontológica,
que dispone a la materia en su máximo potencial. Y al mismo tiempo, nos sitúa
filosóficamente ante la inquietud existencia de no poder conocer qué hay en el fondo de
una realidad que se difumina en la incertidumbre ontológica de la metarrealidad.

La falta de concreción metafísica al estilo clásico provoca esta inquietud existencial en


nuestra conciencia. Podemos entender que exista una superposición cuántica metafísica,
pero en conciencia solo nos complace una realidad metafísica concreta. Sabemos que un
sistema cuántico se halla en estados de superposición de estados clásicos; aunque nos
cuesta asumirlo, porque la experiencia nos enseña que solo observamos estados clásicos.
Así podría ser también en el terreno metafísico. Hablaríamos de un fondo de la realidad
que opera al estilo cuántico y asume simultáneamente varias concreciones metafísicas
clásicas. El creyente ve a Dios como una posible concreción ontológica de esta meta-
realidad y el ateo contempla otra concreción bien distinta en términos de un vacío
cuántico del que brotan múltiples universos. Pero, en el fondo, bien hay Dios o más bien
un puro orden material. Y esta incertidumbre nos desafía existencialmente.
El problema de la emergencia de la conciencia
(MONSERRAT GRAN ENIGMA, 177-186)

Dimensiones filosóficas del estudio científico de la naturaleza


(MONSERRAT GRAN ENIGMA, 187-210)

También podría gustarte