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ARTÍCULO CIENTÍFICO
Graciela CÓRDOBA
10 de mayo de 2021
BASES HISTORIOGRÁFICAS DE LA LITERATURA CATAMARQUEÑA 2
Resumen
Introducción
No tuvo la difusión que sus autores esperaban y han terminado sus volúmenes
abandonados en oficinas cerradas y sufriendo el deterioro del tiempo. Hay escasos ejemplares y
tal vez ninguno haya llegado a las demás universidades de la región.
Concepciones y motivos
A la hora de emprender nuestra revisión la opción proyectada fue entre hacer una
presentación del trabajo como un modo de reivindicar el esfuerzo de este grupo de profesores
universitarios o plantarnos frente a esta investigación con una serie de cuestionamientos para
determinar su calidad o su implicación.
Lo primero que surgió fue la necesidad de establecer una definición del objeto de estudio:
esto es el concepto de ‘historia literaria’. Por eso fue necesario desmenuzar cada uno de sus
componentes. Cuando se habla de historia literaria debemos, por un lado, distinguir qué se
entiende por ‘historia’; por otro, confrontar la noción de ‘literatura’, y finalmente, intentar
combinar ambos términos de manera coherente.
Para definir qué es historia acudimos al diccionario de la RAE que entre otras acepciones
indica que se trata de una narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de
memoria, públicos o privados. Se puede entender también como el conjunto de conocimiento
legado de una época a otra.
El concepto de literatura vive inmerso también en un proceso de crisis. A partir de
diferentes lecturas y teorías sobre el texto, se ha llegado a proponer que todo elemento escrito, es
decir todo texto, puede llegar a ser considerado como literatura, idea que no compartimos en toda
su amplitud.
De la combinación de los términos de historia y literatura nace nuestro objeto de estudio.
Se ha convenido generalmente que la historia de la literatura tiene como meta el conocimiento de
los textos literarios, sus relaciones con una tradición literaria, su agrupamiento en géneros, su
filiación en movimientos y escuelas, las conexiones de todos estos fenómenos con la historia de
la cultura y la civilización.
Podemos decir también que la historia de la literatura se basa en la descripción temporal y
diacrónica de los autores, estudia el hecho literario inserto en el tiempo y pone énfasis en las
conexiones entre la producción literaria y la historia general, en la sucesión y en la relación
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causa-consecuencia, y atiende a las fuentes subyacentes en cada obra y a las influencias de unos
autores sobre otros.
Es claro que existe la necesidad de vincular la literatura, el hecho o el texto literario con
el acontecer temporal, que se hace patente en la historia. De este modo se articula con la cultura
de cada época, instaurando lazos con sus antecedentes históricos, literarios y culturales.
Pero he aquí una contradicción, porque de ser así se podría suponer que los hechos
culturales avanzan y tienen una temporalidad similar a los hechos de la historia. Cosa que no es
cierta, porque los aconteceres políticos o económicos corresponden al pasado, pero los hechos
artísticos siempre atañen al presente, no se sustituyen unos a otros en el tiempo; la literatura no
se desarrolla en sentido lineal, sino que oscila de modo irregular y discontinuo.
La dificultad, entonces, sería cómo concebir esta historia y en base a qué elementos, es
decir, cómo valorar y pesar una obra literaria que es, en definitiva, un objeto estético.
Seguido a estas definiciones surgieron interrogantes sobre las motivaciones de la
investigación catamarqueña. ¿Qué intereses llevaron a quienes fueron nuestros docentes en la
Universidad a realizar esta indagación? En esa época no existía en el diseño de la carrera de
Letras una materia que tenga que ver con lo que ahora llamamos Literatura Regional, entonces
¿por qué esta urgencia por rescatar a nuestros escritores del olvido?
Herederos del positivismo tradicional, formados y formadores en los planteos formalistas
y estilísticos, y recién entrados a los nuevos métodos estructuralistas, este grupo de profesionales
intentó rematar sus carreras docentes con esta investigación que fijara un planteamiento
ideológico desde la universidad.
Aquí surgen nuevamente las palabras de Barthes:
La universidad necesita de una ideología que se articule en una técnica suficientemente
difícil como para constituir un instrumento de selección: el positivismo le proporciona la
obligación de un saber vasto, difícil, paciente; la crítica inmanente –al menos eso le
parece– sólo pide, ante la obra, una capacidad de asombro, difícilmente mensurable…
(2003: 344)
Quiere decir esto que a pesar de lo que pudiera parecer a simple vista, estas críticas no
son autónomas, no están distanciadas, y sería absurdo poner en duda los beneficios de cualquiera
de ellas. Ambas se apuntalan y se entremezclan, por formación, por hábito, y sobre todo, porque
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dependen de una institución, la universidad, que despliega una larga tradición, tiene normas
propias y a la vez necesita una ideología.
Esto fue lo que en definitiva concibieron los hacedores de la Historia de las Letras en
Catamarca porque trabajaron con lo que entendieron un necesario contexto histórico y también
con una crítica que al decir de Barthes (2003) pide ante la obra capacidad de asombro, algo
similar a lo que ya habían señalado los formalistas rusos o la estilística. Esto significa que no
practicaron la obediencia a una simple linealidad cronológica, sino que ofrecieron al lector la
posibilidad de adentrarse en la calidad del texto y proporcionarle además de un encuadre
histórico, las herramientas necesarias para la valoración de las obras elegidas.
El mismo Barthes escribe que la crítica debe conectar la obra con el tiempo en que se
comenta, y ello sólo es posible a través de un lenguaje que le proporciona una época, es decir,
con el sistema formal de escritura elaborado por el autor según su propio tiempo. En el caso de
nuestros estudiosos se encontraban abrevando en las aguas del estructuralismo, estando
embebidos de formalismo y estilística. En definitiva, la crítica no se puede escapar de una
ideología determinada, ya que su objeto, según Barthes, no es el mundo, es el discurso de otro, la
crítica es un discurso sobre un discurso: es un lenguaje segundo o meta-lenguaje que se ejerce
sobre un lenguaje primero o lenguaje-objeto:
De ello se deduce que la actividad crítica debe contar con dos clases de relaciones: la
relación entre el lenguaje crítico y el lenguaje del autor analizado, y la relación entre este
lenguaje–objeto y el mundo. La frotación entre estos lenguajes es lo que define la crítica
y le da tal vez una gran semejanza con otra actividad mental, la lógica, que se funda
también enteramente en la distinción del lenguaje–objeto y del meta–lenguaje (Barthes,
2003: 349).
De algún modo los investigadores catamarqueños han hecho suyo este precepto
bhartesiano a la hora de pensar y concretar su vasto proyecto.
Referencias bibliográficas