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La Revolución industrial iniciada en Inglaterra a mediados del siglo xviii se extendió sucesivamente
al resto del mundo mediante la difusión tecnológica (transferencia tecnológica), primero a Europa
Noroccidental y después, en lo que se denominó Segunda revolución industrial (finales del siglo
xix), al resto de los posteriormente denominados países desarrollados (especialmente y con gran
rapidez a Alemania, Estados Unidos y Japón; pero también, más lentamente, a Europa Meridional
y a Europa Oriental). A finales del siglo xx, en el contexto de la denominada Tercera revolución
industrial, los NIC o nuevos países industrializados (especialmente China) iniciaron un rápido
crecimiento industrial. No obstante, la influencia de la revolución industrial, desde su mismo inicio
se extendió al resto del mundo mucho antes de que se produjera la industrialización de cada uno
de los países, dado el decisivo impacto que tuvo la posibilidad de adquirir grandes cantidades de
productos industriales cada vez más baratos y diversificados. El mundo se dividió entre los que
producían bienes manufacturados y los que tenían que conformarse con intercambiarlos por las
materias primas, que no aportaban prácticamente valor añadido al lugar del que se extraían: las
colonias y neocolonias (África, Asia y América Latina, tanto antes como después de los procesos de
independencia de los siglos xix y xx).