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¿Y LOS REGALOS?

Esa navidad no fue como las anteriores.

Papá Noel, el niño Dios, los reyes magos y Santa Claus estaban en paro. También hacían
huelga los duendes, la doncella de las nieves, hasta la Befana y Babushka. Los precios en
los impuestos, las guerras en las fronteras y los recortes de presupuesto para papel de regalo
y moños de colores afectaban seriamente la producción en esta época del año. Las protestas
en el mundo de los regalos hicieron que todas las fábricas navideñas cerraran, negándose a
cumplir con los repartos de la temporada.

Por suerte, todo el resto podía seguir su curso: la decoración de las calles y los
hogares con árboles, serpentinas y luces, las estrellas artificiales en los tejados, el canto de
villancicos de casa en casa. No había huelga o paro que detuviera la preparación de las
universales viandas: turrones, buñuelos, tamales, natilla, tortas y galletas, pavo asado,
ensaladas rusas, indias o tailandesas, ponche de frutas, vino, champán y chocolate caliente
y todos los dulces imaginables; estas delicias decembrinas eran infaltables.

¿Y los regalos?

En algún pueblo montañoso de un país sin maravillas, Alicia escuchaba en la radio


la noticia que se regaba como pólvora entre la población mundial. Mario y Camila, sus
pequeños de cinco y siete años, empezaban a preguntar a su madre qué iba a pasar ahora
que la catástrofe era inminente: “¿Y entonces mamá? ¿Qué va a pasar con la navidad? ¿Y
los regalos?”. El ambiente en casa se tornaba tenso, los niños refunfuñaban y alegaban ante
esa fatal noticia. ¿A quién escribirían la tradicional carta con las peticiones habituales de fin
de año? ¿Quién premiaría los logros en la escuela y su ayuda con las tareas domésticas?
¿Ahora quién traería los regalos?

Mario y Camila pasaban los días muy tristes, lo que más les ilusionaba en esa época
-como a la mayoría de los niños del mundo- eran los regalos. Alicia intentaba consolarlos
diciéndoles que lo importante era estar en familia, tener salud, techo y alimento; que
miraran a su alrededor pues tenían una casa hermosa en medio del campo y no les hacía
falta nada. Intentó calmarlos con esas cosas que siempre dicen los padres. Pero tales
razones no eran suficientes. Mario y Camila, como la gran mayoría de seres humanos,
querían regalos de navidad.

Una mañana, mientras Alicia alimentaba los conejos blancos y los polluelos de su
granja, escuchó en la radio un anuncio de último minuto: “¡Atención! ¡Atención! Se
necesita comitiva navideña para tomar las riendas de la manufactura, empaque, decoración
y reparto de regalos… ¡URGENTE!”. Entre los sucesos mundiales y las propagandas de
ofertas y rebajas por temporada, los locutores comentaban que para la titánica misión se
habían postulado multinacionales privadas, industrias poderosas, emires, reyes y reinas del
norte y del sur, hasta comisiones militares que se ofrecían a cumplir la misión; sin embargo,
pedían algo a cambio y tales costos eran elevados y un tanto absurdos.
Mientras escuchaba las noticias radiales, Alicia pensaba cómo era posible que las
peticiones para salvar la navidad y la entrega de regalos fueran por ejemplo, extensiones de
tierra, lingotes de oro, tesoros ancestrales o armas; se preguntaba de la mano de los
periodistas, por qué pedían esclavos, migrantes o rebeldes para abaratar costos en la mano
de obra y el transporte. Hasta Chester, el gato de la casa parecía reírse al escuchar lo
absurdo que sonaba exigir a cambio la exención de impuestos o la cancelación de la deuda
externa. Entre peticiones más inadmisibles que otras, fue imposible negociar la tarea para la
temporada decembrina. La humanidad se enfrentaba a un grave, gravísimo problema que
parecía no tener solución. Pero a Alicia no le interesaba algo a cambio. Empezaba a sentir
que ella podía ayudar, ¡si era toda una artista! habilidosa con sus manos, amorosa y creativa
en la educación de sus hijos, amante de los animales, desprendida de las cuestiones del
tiempo, poeta y bailarina. Ella escuchó la voz de su corazón y decidió reunir a una comitiva
para la peculiar petición.

Imaginaba todas las posibilidades, se le ocurrió convocar a aquellos que eran artistas
como ella, les invitó a tomar el té al inmenso patio de su hogar en la montaña; llegaron
narradores, cuentistas, poetas, cantantes, pintores, actores, actrices y bailarines; hasta un
realizador de cine que vivía en la finca vecina. Durante varias tardes, alboradas y
aguaceros; luego de compartir reuniones virtuales, presenciales, estudios de mercadeo,
estrategias publicitarias y hasta de elaboración de empaques y tarjetas, la comitiva de
creadores encontró y planificó todas las formas posibles de hacer llegar los regalos a cada
persona, a uno y otro rincón del planeta. Obviamente, ningún gobernante puso su voto de
confianza en esta delegación, pero no les quedó otra que confiar.

En ese lugar montañoso se gestó el verdadero milagro. Nadie en el universo


imaginó que entre los artistas y creadores había brujas, chamanes, magos y ermitaños;
también hechiceros, curanderos y alquimistas. La magia de la palabra, los saberes y las
ganas de salvar la navidad se unieron en un encuentro muy poderoso. Gracias a esa
merienda de locos supimos que no existía alguien más idóneo que un artista para llevar los
presentes y anunciar buenas nuevas a todos los habitantes del mundo.

Los deseos de las personas se recopilaron en un correo especial que compartían los
artistas y se repartían según las solicitudes. Como recibían tantas cartas, telegramas, dibujos
de niños de todo el mundo, las cantidades de papel eran descomunales. Había demasiado
material de todas las formas, texturas y colores. Aquella navidad no fue como las otras: las
peticiones de ese año se convirtieron en dobleces de origami de infinitas figuras, brillos y
tonalidades que fueron extremadamente fáciles de empacar. Cuando llegaron a su meta y se
abrieron ante cada destinatario, se transformaron exactamente en lo que cada uno había
pedido. Como la humanidad sabía de las dimensiones que acarreaba el paro de los entes
navideños, confiaron en los deseos de sus almas y pidieron regalos diferentes a los que
siempre creyeron que los haría felices, algo muy profundo les decía que esa navidad iba a
cambiar sus vidas.

Fue a partir de los deseos más profundos que los poemas hechos figuritas de
origami, se convirtieron en luciérnagas, en mariposas de colores, en libélulas y árboles que
abrigaron los hogares más humildes. Los cuentos doblados en papeles diminutos, llevaron
pájaros en sus palabras, calmaron la sed de los habitantes de los desiertos, llenaron los ríos
tristes, abrazaron la soledad de los ancianos. Las pinturas papirofléxicas colmaron de
colores las casas grises de los barrios, fueron jardines, praderas, oasis y llanuras prestas a
completar los espacios en blanco que había dejado la desolación de la guerra y el olvido.

Las canciones de papel brillante llevaron amor y ganas de bailar a los huérfanos y a
los ciegos, las novelas plegadas en papel periódico se convirtieron en compañeros
bigotudos, así caninos y felinos acompañaron a los más solitarios. La danza otorgada por
los bailarines voló en pergaminos hechos cometas, haciendo espirales para mover los
hombros y las caderas de los desahuciados, los habitantes de calle, los abandonados y los
huérfanos. Los actores y actrices transformaron sus papeles en flores de colores para todos
los climas y rincones, así la imaginación y la creatividad se posaron en la puerta de cada
hogar, de cada cambuche, de cada tienda… Todos, absolutamente todos los habitantes
recibieron lo que su corazón había pedido como regalo. Mario recibió un haiku en forma de
ratón que se convirtió en un reloj que marcaba la hora exacta de su cumpleaños; Camila
atrapó un cuento en forma de orquídea que se transformó en un sombrero que cambiaba de
color con la luz del sol; otros niños recibieron rondas infantiles en forma de globos que
hacían bailar a las nubes y formar arcoíris en la lluvia. Esos eran los regalos que sus
inocentes corazones realmente deseaban. Hasta Chester, el gato recibió una bolita de papel
que quedó hecha un plato con atún que nunca se acababa.

Así, en la nochebuena los vientos tibios del espíritu mágico de la navidad hicieron
desfilar papelitos convertidos en los regalos que cada persona había pedido. Las estrellas
brillaron en los tejados, los estómagos y el alma se llenaron de viandas y alegría fraterna,
algunos hombres recibieron cartas perdidas, muchas mujeres canciones olvidadas,
fotografías y retratos que daban vida a la memoria; los activistas del paro bailaron hasta el
amanecer entre colgantes de papel resplandeciente y fue así, gracias a Alicia y a la infinita
magia que cada artista llevaba consigo, la tarea encomendada se cumplió a cabalidad. Esa
navidad definitivamente no fue como las anteriores. Fue maravillosa.

El realizador de cine aún sigue haciendo la película.

ÁNGELA ACERO RODRÍGUEZ

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