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EL INDIO
SILVIA MUNAFÓ
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INTRODUCCIÓN
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Sería maravilloso que muchas utopías del siglo veinte, en este tercer
milenio dejaran de serlo. Debemos entender de una buena vez, que
son demasiados los muertos que hemos dejado a lo largo de la
historia, como señal indiscutible de nuestra ignorancia.
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Creo fervientemente, que llegó el momento de dejar la soberbia en
cualquiera de sus formas de lado, porque sino, seguiremos
demostrando nuestra cobardía y temor a los misterios de la creación.
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La Navidad
El anciano pidió a sus tres hijos que reuniesen a sus nietos y biznietos
en esa Navidad. Sabía que le quedaba poco tiempo sobre este mundo y
quería dejarles un importante legado.
Era gente con una gran fortuna, sus antepasados habían tenido
muchas tierras y con la llegada de la fiebre del oro negro, habían
ganado tanto dinero, que por lo menos diez generaciones no deberían
preocuparse de su sustento.
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Todo lo ganado se había reinvertido en tierras, ranchos, y diversas
empresas que se habían extendido por el mundo.
El abuelo quería entregarles algo que valía más que el dinero, pero
deseaba hacerlo al mismo tiempo con sus once nietos y sus biznietos.
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oscuro y unos preciosos y profundos ojos azules, que miraban con
intensidad el horizonte. El hombre estaba montado sobre un hermoso
caballo blanco con manchas negras y largas crines que apenas
dejaban entrever sus ojos.
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El silencio era total, la curiosidad también. El anciano sabía que
esa sería una gran noche y continuó diciendo.
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La Caravana
Sabían que no sería fácil, que tendrían que luchar y sufrir, pero al
final obtendrían su recompensa. Un sueño imposible en la vieja
Europa.
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En América todo sería distinto, todo estaba por hacerse. Tendrían
que trabajar duro, pero estaban acostumbrados a luchar y el
sacrificio tendría su premio.
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Los picos nevados de las altas cumbres a lo lejos, coronaban el paisaje con
su magnificencia. Se podía palpar la indiscutible presencia de Dios en
todas las cosas.
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las estrellas, formaban un espectáculo increíble, bañando con rayos de
plata la pradera.
Las flechas zumbaban sobre sus cabezas, al atravesar el aire de esa tranquila
noche y el fuego transformaba las carretas en parcelas del infierno.
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Con sus apenas trece años era alta y esbelta. Les llamó la atención
una cara tan angelical y tan blanca.
El padre había venido desde Suecia con sus tres hermanos mayores, a
buscar un futuro en América. Ella y su madre esperaron durante
cuatro largos años el momento del reencuentro, pero la fatalidad quiso
que la ansiada reunión se truncara cruentamente.
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No estaba muerta aún, pero no sabía cuál sería su futuro. Era demasiado
joven e ignoraba las costumbres de esos seres distintos y sanguinarios, que
habían asesinado a su gente sin motivo, mientras dormían, cuando no podían
defenderse. Escondiéndose cobardemente entre las sombras de la noche y en
silencio, les habían sorprendido sin darles tiempo a comprender que ocurría.
Solos sabía una cosa con certeza. Los odiaría el resto de su vida.
Las imágenes desfilaban antes sus ojos confusos, como en cámara lenta, los
sonidos los oía lejanos, huecos, distorsionados. Se desmayó y despertó
varias veces durante el trayecto. De pronto los caballos se detuvieron y vio
un poblado con mujeres y niños. Estaba amaneciendo.
Cinthia no comía, ni bebía, ni hablaba. Era como una estatua con la mirada
perdida, inmersa en los recuerdos de su infancia, cuando estaban todos
juntos en su lejana Suecia y era feliz. La realidad era demasiado dura, así
que huía de ella, echaba a volar sus pensamientos a otro tiempo y lugar
Pensaba que aquello, no era más que una pesadilla de la que en algún
momento despertaría.
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Pasaron unos días, comenzó a comer frugalmente, pero seguía paralizada por
el miedo, sabía que sería su gran compañero el resto de su existencia, ya no
abrigaba la esperanza de despertar, estaba segura de que era su realidad.
El miedo le había penetrado hasta los huesos, era parte de su carne y nunca
podría ahuyentarlo. Ya no podía llorar, se habían secado sus lágrimas para
siempre. Debía hacerse un caparazón para no sentir el dolor, encerrarse en su
mundo e ignorar a los salvajes.
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Entre tanto su padre y hermanos y los familiares de los asesinados,
recibieron la noticia del exterminio de los componentes de la caravana. Su
calma, se transformó en un odio profundo y violento hacia los indígenas
y todo lo que tuviese relación con ellos.
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cobrar un fuerte tributo a esas gentes que le habían arrancado su niñez
y su felicidad.
Halcón Veloz, hacía lo imposible para que ella confiase en él, para
que se sintiese mejor, la trataba con respeto y cariño, pero Cinthia,
nunca dejaría que sus verdaderos sentimientos afloraran. Se negaba a
ser feliz, a aceptar su destino con resignación. Prefería la muerte a esa
realidad.
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Su mente le decía que debía ser fría, no podía dar rienda suelta a los
sentimientos que el joven guerrero despertaba en ella. Se rebelaba a
diario con su hombre, lo provocaba e insultaba públicamente,
humillándolo ante la tribu. Era el hijo mayor del jefe, sabía que así
hería en lo más profundo al cacique, responsable final de lo ocurrido.
Cinthia vivía aislada, las mujeres se reían de ella y del duro camino
que había elegido en la tribu, los niños correteaban a su alrededor para
tocar los cabellos de plata. Se sentía como una atracción de feria.
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costumbre de ese pueblo. Durante ochos años consecutivos le dio
hijos al futuro cacique.
Halcón Veloz, pensó que tal vez, al tener a un niño entre sus brazos,
cambiaría de actitud, se disolvería parte del odio que sentía, pero no
fue así, ni siquiera sentir entre sus brazos al primer hijo, le hizo ver las
cosas de otra forma.
Las pocas fuerzas que tenía las utilizaba para seguir viva, necesitaba
vengarse, clavar un puñal muy profundo en el corazón de aquellas
gentes, de alguna forma tenía que dañarlos, ella no importaba, estaba
muerta desde la fatídica noche.
Ese miedo que inspiraba, le daba más fuerzas para herirlos en lo más
profundo de su orgullo, su venganza comenzaba a tomar cuerpo.
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La venganza
En los años que había convivido con los indios, aprendió que el
orgullo y la dignidad eran valores fundamentales en ese pueblo,
incomprensible y sanguinario para ella.
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Mataban al búfalo solo por sus pieles, talaban los milenarios pinos que
los habían cobijado siempre, para vender su madera.
Ellos sabían que era el fin del mundo que conocían. Ya nada sería
igual. Una antigua profecía decía que el Gran Hermano Blanco
vendría desde el este, pero estaba claro, que no era a los invasores a
quienes esperaban, éstos solo habían venido a destruir.
Ahora Halcón Veloz era el cacique, un hombre fuerte, pero triste que
aún la amaba con todas sus fuerzas. Cuando ella lo provocaba o
insultaba, bajaba la mirada. Su gente, sabía que no era cobardía, sino
un amor incondicional el que le hacía resistir tantas afrentas.
Ella no dejaba pasar oportunidad para reírse de todo aquello, que para
ellos era sagrado.
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Los tres primeros hijos del matrimonio, eran indios en cuerpo y alma
y se avergonzaban de su origen materno, una mujer blanca, débil y
que se comportaba como una demente, una mujer que rechazaba a su
marido, a sus hijos y a la tribu.
Luego había parido a cuatro niñas, las dos pequeñas, habían muerto
por una fiebre extraña, y las mayores estaban ya casadas y totalmente
integradas a la tribu.
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el dolor de su madre lo hizo suyo. Desde pequeño era un solitario, que
le gustaba perderse por el bosque y observar a la naturaleza. Subir a
una montaña y sentarse en su cima a escuchar los sonidos del silencio,
donde las voces de los espíritus le hablaban. Sentir la brisa en su
rostro y ver los atardeceres cuando el cielo se teñía de rojos y
naranjas.
Cuando Lobo Blanco cumplió los catorce años, Cinthia le hizo jurar
en su lecho de muerte que se iría de allí, que repudiaría a la tribu. Un
juramento a un antepasado moribundo era una promesa sagrada.
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Ella se había encargado de inculcarle y hacerle respetar algunas
enseñanzas indias, aquellas que podían serle útiles, haciendo de Lobo
Blanco el mejor instrumento de su venganza y su odio.
Del amor al odio hay un solo paso y ella nunca supo distinguir ese
sentimiento sólido y fuerte que Halcón Veloz le inspiraba,
confundiendo la intensidad de su amor con un odio desmesurado.
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Cuando cumplió los dieciocho años, era un apuesto guerrero como lo
fue su padre, muy alto y con un atractivo especial, el que da el
mestizaje de etnias tan diferentes.
Le invadió una gran tristeza por Lobo Blanco, por él mismo y por
Cinthia, que había utilizado a su pequeño transformándolo en un
doloroso puñal para la venganza, sin saber que había destrozado la
vida de su hijo.
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Halcón Veloz sabía que los blancos no lo aceptarían como parte de
ellos, conocía bien el desprecio y la arrogancia de los caras pálidas
hacia los mestizos. También sabía que aunque intentara explicárselo a
su hijo, no le creería y aunque lo hiciera, la tribu no lo aceptaría.
Un indio debe sentirse orgulloso de su raza y Lobo Blanco no lo
sentía así.
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El desengaño
Cabalgó durante dos días y dos noches, a veces se detenía para darle
un descanso al caballo, para comer algo y hacer sus necesidades.
Atravesó desfiladeros, ríos, valles y montañas.
Desde lo alto de una colina divisó el pueblo del que tantas veces su
madre le había hablado, un pueblo, que ella nunca llegó a conocer.
Cuando llegó a sus calles, fue insultado, provocado y humillado, pero
mantuvo la calma y preguntando logró encontrar la granja de su
abuelo y tíos.
Eran iguales a su madre, con el cabello casi blanco, los ojos celestes y
la misma mirada de odio hacia los indios. Su corazón palpitaba
ansioso, había logrado hallarlos. Ahora tendría la vida que su madre
le había prometido y aprendería todas las costumbres de las lejanas
tierras europeas.
Una vez con ellos, les relató en un perfecto sueco la suerte seguida por
Cinthia, y les contó algunas cosas ocurridas durante la infancia de su
madre en su país natal, que solo ellos podían conocer.
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Esperaba una buena acogida de su “verdadera familia”, pero lo
rechazaron violentamente, especialmente su abuelo, que se le tiró al
cuello. Sus tíos cogieron al viejo y le gritaron que se fuese.
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No podía entender que ocurría, esa moral de los blancos era absurda,
pues se anteponía al amor por los de su sangre. Estaba desconcertado,
los indios no miran esas cosas, se repetía.
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despreciado y marginado. No estaba dispuesto a perder su dignidad,
era todo cuanto tenía, y en la tribu nunca se había sentido un esclavo,
ni había sido tratado peor que a las bestias.
Ni con los blancos, ni con los indios era feliz, no pertenecía a ninguno
de los dos mundos, así que decidió crearse un mundo propio, donde
no tuviese cabida el odio ni el rencor.
Aceptó resignado el destino que había sido escrito para él, viviría
aislado de unos y otros, en la paz del bosque, escuchando el murmullo
del agua, el canto de los pájaros y el bramido del viento.
Tal vez con el tiempo entendería su lenguaje y tendría con quien
hablar.
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Durante el verano dormía bajo las estrellas y la luna, y durante los
gélidos inviernos se guarecía en la cabaña junto a sus dos únicos
amigos, los caballos.
Por más que intentaba comprender el odio entre blancos e indios le era
imposible hallar una respuesta coherente. Aquella tierra era tan
extensa y rica que todos podían vivir sin molestarse unos a otros.
Lobo Blanco había crecido como ser humano, estaba por encima de
todas las rencillas y odios, y aunque la soledad en algunos momentos
le pesara, en otros, la prefería. A pesar de su rudeza y fortaleza, tenía
una gran sensibilidad, había aprendido a sentir las emociones ajenas, a
leer en los ojos del prójimo, a ver el alma a través de las miradas.
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A pesar de su juventud, la vida que le había tocado vivir, lo había
hecho madurar. Observaba el comportamiento de la gente y hablaba lo
menos posible, cuando se encontraba con un ser humano, fuese del
color que fuese. Pieles rojas o caras pálidas, eran lo mismo, sufrían,
odiaban, amaban y sentían igual.
Sabía que la responsable de sus desgracias era Cinthia, pero aún así
era su más bello recuerdo. Ella no había podido manejar los
sentimientos que la invadían, desbordada por los acontecimientos que
le tocaron vivir, cuando aún era una niña.
Entendía que recién llegada a una tierra extraña, se había visto
envuelta en un mundo de violencia y muerte gratuita, que nunca llegó
a comprender.
Sabía que ella lo había amado, había sido una madre cariñosa y tierna,
y estaba seguro que si hubiese sabido cual sería su destino, no le
hubiese inculcado abandonar el poblado.
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Para Lobo Blanco era mucho más que comida, era una especie de
contacto tácito con su progenitor. Era saber que tenía a pesar de todo
el amor de su padre de alguna manera.
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los espíritus no había lugar para el odio y el rencor, y solo ansiaba la
paz que allí reinaba.
Odio, rencor, miedo, son los peores consejeros, finalmente nos dañan
a nosotros mismos y a nuestros seres queridos.
Lobo Blanco creía firmemente que cada hombre tenía un destino y ese
destino tenía un porqué, aunque no podía entender cuál era el suyo.
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El destino
Sentía que ese día sería especial, la noche anterior había tenido un
sueño, se veía teniendo en los brazos a un niño recién nacido, con el
pelo tan rubio como el de Cinthia, sabia que era un mensaje de los
espíritus, pero no podía acercarse a la tribu a preguntar a los ancianos.
Ese destino que todo indio traía escrito, que en su caso y hasta el
momento era nefasto. Cabalgaba lentamente, escuchando el canto de
los pájaros, observando el horizonte, donde el sol comenzaba a
asomar.
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Sus hermosos y profundos ojos azules se entornaron y esbozó una
sonrisa, todo a su alrededor era bellísimo. Detuvo a su caballo y
disfrutó del paisaje, mientras seguía cavilando sobre el significado del
sueño.
Desmontó y se acercó a lo más alto del monte con sigilo, y vio los
restos de lo que había sido una caravana de colonos. Muerte y sangre
teñían el hermoso paraje, mientras... los carroñeros volaban en
círculo, acechando y ansiosos ante el cercano banquete.
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Ahora estaba seguro de que había hecho bien en dejar la tribu, no
quería tener vínculos con quienes no respetaban la vida. Pensó que el
Gran Espíritu no podría estar de acuerdo con aquello.
Comenzó a danzar entre los cadáveres, mientras entonaba un cántico,
para pedir al Gran Espíritu que acogiese las almas de los blancos
asesinados.
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cabellera flameando como una bandera, la llevó rumbo a su casa en la
montaña.
Una vez en la cabaña la entró y recostó sobre unas pieles. Le cortó los
jirones de ropa que le quedaban sobre el maltrecho cuerpo y la lavó
de pies a cabeza con sumo cuidado. Solo si estaba limpia podría
distinguir las heridas. Desinfectó cuidadosamente los cortes más leves
con wisky. A las heridas más profundas les colocó un emplaste de
hierbas machacadas, que retiró tras unos minutos y con un cuchillo al
rojo vivo, las fue quemando una a una, debía evitar que se desangrase.
La mujer estaba tan débil, que ni siquiera gemía por las quemaduras.
Salió rápidamente en busca de más hierbas y raíces, las trituró
rápidamente entre dos piedras y las mezcló con un poco de grasa.
Con este improvisado ungüento cubrió las quemaduras y con los
restos del vestido, las fue vendando.
Ella aún respiraba, pero había perdido demasiada sangre. Preparó una
medicina india con raíces y le hizo beber poco a poco, el amargo y
pestilente brebaje. Cuando un niño indio estaba débil, le curaban con
este preparado, que según decían, fortalecía la sangre.
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No entendía ni aceptaría el odio entre las dos etnias, él llevaba ambas
sangres por sus venas y no podía renegar de ninguna.
Poco después, entró con unos peces, y los guisó con unas papas. La
joven gemía débilmente por el dolor, era un buen indicio, estaba viva.
Cuando la comida estuvo lista, trituró el pescado con sus manos para
evitar que tuviese espinas y un poco de papa, lo mezcló con el caldo y
poco a poco le fue dando alimento, mientras con el otro brazo la
sujetaba por la espalda.
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Regresó pasado el mediodía, ordeñó al pequeño animal y de la misma
manera que le hizo beber la medicina, le fue dando pequeños sorbos
de leche.
- ¿Cómo llamarte?
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- Melissa
- ¿Viajar con familia?
- Si
- ¿Estás seguro?
- Si, Lobo Blanco no saber si tu salvar, tener muchas heridas,
salir mucha sangre. El Gran Espíritu devolver vida a mujer
blanca.
- ¿El Gran Espíritu?
- ¿Tú me curaste?
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El joven se percató de la incomodidad de la mujer y respondió
bajando la cabeza.
Esa noche Melissa durmió mucho, y se alimentó, cada vez que Lobo
Blanco la despertaba para dale comida y medicinas. Durante las dos
semanas siguientes el guerrero la curó y cuidó con esmero. Cada dos
días salía de caza o de pesca, cocinaba, alimentaba la cabra con
hierbas, para que diese buena y sustanciosa leche y siguiendo las
instrucciones de la mujer, aprendió a hacer queso y mantequilla con
la leche sobrante.
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Desde su improvisado lecho de pieles, Melissa le iba diciendo paso
por paso que hacer. Se reían mucho cada vez que al joven le salía algo
mal en lo referente al arte culinario, ella era muy simpática y el
descubrío que la vida tenía el ingrediente maravilloso de la risa, algo
que prácticamente no había conocido.
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- Mmmmm
- ¿Qué?
Preguntó la joven
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- ¿Por qué?
- No tengo a nadie, los míos han muerto, no tengo dónde ir.
La respuesta de ella tenía una gran carga de tristeza, él sabía lo que era
estar solo, sin nadie cerca y le contestó.
Le explicó con todos los detalles que pudo en su ingles mal hablado,
cuando repudió a la tribu y cuando su familia blanca lo repudió a él.
Le habló de su soledad, de su aislamiento, de cómo había aprendido
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con el propio sufrimiento a descartar de su vida el odio, la venganza y
el racismo.
Un profundo silencio, los envolvió, hasta que ella le dijo con infinita
dulzura.
Él la miró sin comprender ¿Cómo podía hablar así cuando los indios
atacaron a la caravana en la que venía? Ella continuó diciéndole:
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- Mi padre era predicador, él creyó que si traía la palabra de
Dios a estas tierras ayudaría a suavizar los rencores, pero los
bajos sentimientos existen desde que el hombre es hombre. Si
no hubiesen sido los indios, tal vez... un borracho o un asesino
hubiese terminado con él.
- Todo comenzó cuando los blancos los atacaron. Esta tierra era
del indio desde el comienzo de los tiempos y les fue usurpada.
Nunca el blanco entendió el amor y respeto a la naturaleza, la
devoción a los antepasados y a las tradiciones de los mayores.
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Mi gente llegó con engaños, violencia, mentiras, soberbia y les
arrancó su mundo sin importarle el dolor y la ofensa.
- No, ella murió hace dos años, creo que la tristeza de ver que no
había servido de nada venir al nuevo mundo, la debilitó, se fue
apagando poco a poco.
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- No, mi nacimiento fue muy difícil, mi madre salvó la vida por
un milagro y no pudo tener más hijos.
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- No, ella solo saber odiar y clamar venganza, único que ella
enseñarme, aparte hablarme de su familia y enseñarme su
lengua. Ella ser una niña cuando la robaron, tal vez ella olvidar
a su Dios, nunca hablar de él.
- Si pero son más los rifles que tienen los blancos y son muchos
más, el blanco, no pelea con todas las tribus al mismo tiempo,
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si todos los pueblos se unieran y todos estuviesen igual de
bien armados, entonces no sé quien vencería.
Preguntó sin poder disimular la alegría, sus hermosos ojos azules eran
dos ventanas incapaces de esconder sus sentimientos. Se había
acostumbrado a ella, a su voz, a su risa, a tener con quien hablar, a
comer en compañía, a regresar a su cabaña y no encontrarse con el
silencio y la soledad. Ella no hizo esperar su respuesta.
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- Algo así...
- ¿Cuándo?
- Pronto llegar nieves, ser duro vida aquí ¿Tu creer aguantar
frió invierno?
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Nunca ningún blanco lo había tratado así, a excepción de su madre,
pero en Melissa había algo más, un encanto indescriptible.
Desbordaba felicidad, era toda alegría, risas, ocurrencias. Había
recuperado la sonrisa o mejor dicho con ella había aprendido a
sonreír, a aceptar y hacer bromas.
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- De acuerdo ahora vete a dormir, debes estar cansado, yo
recogeré todo.
- Mañana irme por varios días, indio cazar mucho, así tener
carne para invierno y vender pieles para comprar provisiones,
antes que venir manto blanco, Lobo Blanco dejarte rifle para tu
proteger.
Se echó sobre unas pieles y se cubrió con otras, mientras Melissa lavó
y ordenó todo. Luego también se fue a dormir envuelta en pieles.
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Era inmensamente feliz ella estaría allí a su regreso, el corazón le daba
brincos como si quisiese salírsele del pecho.
Limpio bien la casa y lavó todo con agua del río. Pescó un poco para
tener alimento mientras esperaba el regreso del joven y saló otros
para tener comida para los próximos días.
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la felicidad de las cosas simples, porqué ese deseo de poder y
dominio los sumía en la oscuridad y malgastaban su vida.
Melissa cortaba flores del bosque, las maceraba con alcohol y luego
les agregaba agua hervida, obteniendo unas rudimentarias colonias.
Secaba ramilletes de violetas silvestres y los colocaba entre la poca
ropa que había en la cabaña. Sentía que el bosque la cobijaba, se
sentía segura acompañada por el trinar vibrante de las aves.
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hacer que el hombre despertase de ese oscuro sueño en el que estaba
sumido.
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Si una hierba, raíz o flor podían curar al hombre, era sin lugar a dudas
la prueba irrefutable de la interrelación del cosmos, de la diversidad
en la unidad.
Cada ser o cosa por minúscula que pareciese, era muy importante y
necesaria, todo conformaba la naturaleza y nada ni nadie podía ser
considerado inferior o innecesario.
Por eso el indio, pedía permiso a su pieza para cazarla y agradecía que
lo alimentase. Porque el ser vivo sacrificado era su sustento, no un ser
inferior al que se podía matar arbitrariamente, sino un ser superior
que se entregaba en pos de la supervivencia del otro. La vida es un
gran círculo, como el sol, las estrellas, los nidos de los pájaros y las
estaciones que se cierran en un ciclo.
Diez días después el guerrero regresó con una gran carga, había
improvisado con unos palos y pieles dos carros que los animales
arrastraban, donde se apilaban las pieles, los caballos traían colgando
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en sus lomos hacia ambos lados una gran cantidad de carne de caza.
Lobo Blanco tiraba de las riendas caminando por delante de los
equinos, venía agotado.
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El invierno
La joven hizo unas cortinas para las ventanas de las dos estancias y
otra para la puerta que las comunicaba.
Lobo Blanco seguía talando pinos hasta reunir mucha leña, luego le
dijo que le haría una cama como la de los blancos para que no tuviese
que dormir en el suelo.
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momento pensó que no era tan malo ser secuestrada por los indios y
ser la esposa de uno de ellos. Él estaba pendiente de ayudarla si la veía
haciendo alguna tarea muy dura.
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La cabaña quedó más habitable, una vez que los animales quedaron
fuera de la casa. Con la esmerada limpieza y con pequeños detalles
que la joven colocó con muy buen gusto, parecía el hogar de cualquier
blanco. Estaba muy contento, nunca había esperado vivir así de bien.
Reconocía que los blancos tenían una vida mucho más confortable
que los indios.
Antes de comenzar las nieves, hizo una estantería con las indicaciones
de Melissa, para ordenar en ella las conservas y los alimentos no
perecederos. También fabricó el esqueleto de lo que luego sería un
sillón, ya que la joven le puso tiras sobrantes de piel de animales
entrecruzadas en el respaldo y en el asiento.
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Melissa continuaba salando carnes y acumulando víveres para el
invierno, aprendió, enseñada por él, a curtir pieles e iba mejorando día
a día las condiciones de la vivienda, haciéndola más acogedora.
Trabajaban duramente de sol a sol, apenas amanecía ya estaba cada
uno abocado a sus tareas.
Llegaron las nieves. El frío era insoportable, a pesar del fuego que
ardía permanentemente en el interior de la cabaña, el aire gélido se
filtraba por las rendijas de los troncos. La joven con restos de pieles
curtidas confeccionó, una especie de chalecos hasta la rodilla y muy
holgados, para que les permitiesen moverse con soltura, mientras
hacían los quehaceres de la casa. Incluso tenían que dormir con ellos,
así pudieron protegerse de ese invierno demasiado frío.
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- ¿Tu Bañar? Yo ir otro cuarto
- No, tu bañar
- Si
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continuaba descubriendo que las costumbres de los blancos le
gustaban.
- O te jabonas tú o lo hago yo
- Esta bien
- Mejor
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- No
- ¿No?
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Él estaba en todas las cosas. Le habló de los antepasados, de la
naturaleza, de lo sagrado, de la importancia de la tierra y los seres
vivos como parte de un todo. Le habló del daño que hacía el hombre
blanco al cazar indiscriminadamente al búfalo, de las profecías de su
gente.
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guerrero, y la ferocidad de un lobo, su corazón era blanco como la
nieve, noble, dulce e inocente.
Ese invierno no solo fue uno de los más duros que recordaba Lobo
Blanco, sino que parecía interminable, las nevadas se sucedían más de
lo normal, y las provisiones se estaban acabando.
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al Gran Espíritu para que se lo devolviesen sano y salvo. Ella lo
amaba y era demasiado joven y noble para morir.
Dio de comer a los animales y aseo la cabaña, pero a las pocas horas
terminó con la tarea y comenzó a deambular por la casa como una
sonámbula.
Esa noche la despertó del sopor en el que había caído por tantas horas
de vigilia, el aullido lastimero de los lobos y entremezclado unos
ruidos, como que algo se arrastraba en la nieve. Se asomó por la
ventana y lo vio, acercarse lentamente, como si las piernas le pesasen,
traía a hombros a un gran venado. A pocos metros de la casa cayo
como fulminado por un rayo.
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A pesar de estar a pocos metros de la casa, la ventisca, no le permitía
avanzar, el frío le cortaba la cara como si fuesen cuchillas. Cuando
logró entrar a la casa, se calentó unos segundos en la chimenea.
Estaba entumecida.
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y lleno de pecas mostraban el cansancio de la vigilia y la
preocupación. Había caído rendida en un sueño apacible y profundo.
- Melissa...
Él sonrió y le respondió
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- ¿Que deuda?
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El no pudo resistirse y comenzó a besarla apasionadamente, sentía
como si la razón de su existencia hubiese sido conocerla a ella. Como
si siempre la hubiese estado esperando. Se separó y le dijo
- No puede ser
- ¿Por qué no? Tu gente y la mía cree que somos iguales ¿Qué
nos importan ellos? Aquí en nuestro mundo solo estamos
nosotros.
- ¿Y?
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en un instante eterno y profundo como los sentimientos que se
profesaban. En el fondo saber que el otro sentía lo mismo, fue un
alivio, habían amordazado sus sentimientos para no ofenderse
mutuamente.
- ¿Estás segura?
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sentía que sin ella la vida dejaría de tener sentido, era la única persona
que lo había amado verdaderamente.
- Si quiero
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La beso dulcemente, tímidamente, sin poder convencerse de lo que
ocurría, era real, por fin la vida le daba algo bueno, por fin era
plenamente feliz, podría olvidar el pasado, ya no importaban los
odios entre indios y blancos, ahora tenía su mundo, un mundo lleno de
amor.
El Gran Espíritu, le había premiado con una mujer que siempre reía,
que a todo le buscaba el lado positivo y que trabajaba incansablemente
por hacer ese hogar que habían creado más acogedor.
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Muchas tardes, las pasaron acostados sobre las pieles junto a la
chimenea, amándose y prodigándose dulces palabras, mientras
continuaba nevando fuera de su nido de amor.
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Se cortó el pelo como los blancos y dejó su bolsa de amuletos en un
baúl junto con todas sus cosas indias, debía transformarse en un
blanco, con el tiempo nadie debería conocer su origen, tal vez cuando
estuviese listo, podrían abandonar la montaña e irse lejos.
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La primavera
Abrió las ventanas de par en par, dejó que el aire, el sol, el perfume de
los pinos y las flores entraran en la casa. Iba de un lado a otro
canturreando y haciendo bromas.
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El no esperó al verano, inmediatamente se dedicó de lleno a la caza y
la pesca. A la venta de las pieles. No quería el próximo invierno tener
que alejarse de su amada y poner en riesgo su vida, era demasiado
feliz para hacerlo.
Cazó mucho, vendió muchas pieles a muy buen precio, ya que las
llevaba al pueblo curtidas lo que aumentó su valor. Melissa
confeccionó algunos abrigos de pieles y de cuero para los blancos.
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hierba y admiraban la bóveda celeste, plagada de minúsculas
luciérnagas brillantes, las estrellas. Lobo le relataba antiguas leyendas
de su pueblo que hablaban de la llegada de los dioses desde las
estrellas lejanas.
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El nunca le exigía nada, la admiraba por su voluntad y su fuerza, por
su capacidad de adaptación. Gracias a ella había aprendido a leer y
escribir la lengua del blanco correctamente y se preocupaba de que no
le faltase nada.
Una tarde vio que brillaba algo en el fondo del río, se zambulló y
comprobó sus sospechas. Era oro, grandes pepitas de oro en el lecho
del río, en una zona de muy poco declive, donde la corriente era casi
imperceptible. Decidió no decirle nada a su esposa.
Así consiguió no solo tener más que suficiente para el invierno, sino
vender pequeños barriles con pescado salado en las tiendas de los
pueblos circundantes. Lo que no se le ocurría a él se le ocurría a ella,
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tenían una buena economía, con la venta de pieles, abrigos, pescado,
huevos y leche, habían logrado un pequeño capital, además de tener
reservas de alimentos para dos inviernos.
Cubrió las rendijas de la pared con una mezcla de paja, barro y resina
de los pinos para evitar que se filtrase el frío. Puso cristales en todas
las ventanas y piso de madera en todas las habitaciones. Construyó un
pequeño establo para los caballos y la cabra a la que ya le había
conseguido un compañero. Tuvieron cabritos y así aseguraron la
provisión de leche.
La cabra daba mucha leche, así que Mel pudo hacer bastante queso
para el invierno, no solo de cabra, ya que su economía les permitió
comprar una vaca lechera. Los quesos y la mantequilla que hacía Mel
se vendía a muy buen precio en los pueblos cercanos.
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Lobo distribuía las mercancías en diferentes sitios, no quería levantar
sospechas. Era evidente que toda la tarea para llegar al producto final
no podía hacerlas una sola persona. Él daba igualmente a entender que
los productos eran resultado de trueques.
Mel hizo una pequeña huerta y así pudieron comer ese verano
verduras frescas. Preparó conservas de frutas, verduras y mermeladas.
La casucha inicial de los animales, la dejaron para las gallinas, ya
tenían veinte y un gallo.
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Llegó nuevamente la primavera, ansiada por la maravilla de su
esplendor, pero época en la que podían disfrutar muy poco el uno del
otro, era el momento del trabajo duro.
Tenía ya reunidos cinco kilogramos de oro, una gran fortuna que les
permitiría vivir holgadamente en el Este, para el resto de sus vidas.
Mel no sabía nada, era el gran regalo, la gran sorpresa que le daría a
su esposa, si todo continuaba así de bien, en uno o dos años podrían
marcharse muy lejos, donde nadie los conociese y comenzar una
nueva vida. Tal vez a las tierras de donde provenía el hombre blanco,
a Europa.
Lobo aprendía con ahínco las costumbres del blanco, ya comía con
cubiertos, Mel le cortaba periódicamente el pelo, se vestía como los
blancos, hablaba como los blancos. Pero su parte india afloraba con
frecuencia, quería olvidarse de ella, necesitaba olvidarse de ella. Su
aspecto era el de un blanco a pesar de su piel sutilmente cobriza.
Soñaba algún día poder vivir integrado con la gente. Así trabajando
muy duro y amándose intensamente, transcurrieron dos veranos
más.
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El hijo
Los primeros meses Mel no se hallaba muy bien, pero era lo normal
en el embarazo. Muchos vómitos y mareos, pero a medida que
pasaban los días y el frío iba en aumento, la salud de la joven se
resentía.
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tiempo estaba junto al fuego leyendo, tejiendo o cosiendo la ropita
para el niño.
Él sabía leer las señales, comprendió que su parte piel roja necesitaba
un respeto, que no podía anular algo que era parte de él. Estaba
obrando con sus pensamientos como un racista. Estaba negando su
esencia.
Lo notó extraño cuando entro a la casa, presintió que algo no iba bien.
En los cinco años que llevaban juntos, nunca se había comportado de
esa forma, lejano y apesadumbrado. Pensó que la pronta llegada del
hijo lo había tornado reflexivo, pero no le hizo preguntas. Si algo
había aprendido era a saber cuando guardar silencio, cuando Lobo
Blanco no quería hablar de algo, no había forma humana de
convencerlo de lo contrario.
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En el pueblo estaría bien atendida y segura, pues había un médico que
podría ayudarla para que sobreviviera al parto. Lobo Blanco había
visto muchas mujeres indias así de debilitadas, como lo estaba su
esposa, algunas con la ingestión de raíces se recuperaban y
fortalecían, otras se quedaban en el camino, a veces dejando un hijo
vivo, otras veces sin poder conseguirlo.
Él le había dado todas las medicinas indias que conocía, pero ella
seguía igual, aunque a veces hacía esfuerzos para disimular ante él y
no preocuparlo. Pero Lobo Blanco sabía como estaba, solo con
mirarla.
El aciano le respondió:
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- La dejaré contigo y regresaré a las montañas. Vendré a
buscarla, cuando ya haya nacido el niño, cuando ya esté bien,
para el verano.
- Hay algo más, no le digan a nadie, que el niño tiene una parte
india.
- ¿Cuándo la traerás?
El viejo sin mediar palabra, dio media vuelta y entró en la casa. Sus
tíos asintieron con la cabeza y le dijeron que no se preocupase, que la
cuidarían y el origen del niño quedaría a salvo con ellos. Se
mostraron más afables que cuando los conoció. Su corazón se alegró,
era un pequeño paso. Sabía que tal vez, un día lejano, el hombre
despertaría de su ceguera, poco a poco, paso a paso. El cambio de
actitud de su abuelo y tíos era otra señal.
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A la mañana siguiente desayunó copiosamente, se montó en su caballo
y cabalgó raudo como el viento al encuentro de su amada.
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El cacique se despidió de la joven y miró fijamente a los ojos a su
hijo, él escondía la mirada, como temiendo que descubrieran sus
intenciones.
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Mel se despidió de él con mucho miedo, su corazón le decía que
algo ocurriría, que su felicidad no sería completa. Temía no
volverlo a ver y con las lágrimas bañándole el rostro le dijo:
Mel vio como su figura se hacía más pequeña hasta que se perdío en
el horizonte. El abuelo la ayudó a instalarse en la casa y la colmó de
atenciones y cuidados. Ella por su parte le devolvió la alegría al
anciano, era como recuperar de alguna manera a su hija.
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conociese a través suyo, que supiese que era un gran hombre que
había sufrido injustamente circunstancias ajenas a él. El abuelo
comprendió en sus palabras, cuan injusto había sido, la disyuntiva del
joven al pertenecer a dos mundos irreconciliables. Aunque no lo dijo
se prometió a sí mismo, tratarlo más amablemente cuando lo volviese
a ver, aceptarlo como lo que era, su nieto, el hijo de su amada hija
Cinthia.
A finales del verano, cargó en su carreta las cabras, las gallinas, las
provisiones que aún quedaban, las pertenencias de su esposa, las
pieles que había en la casa, las bolsas de oro, el dinero ahorrado, todo
lo que tenía valor y amarró la vaca por detrás del carro.
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- ¿Es blanco?
- Es igual a Cinthia
Respondió el viejo con los ojos llenos de lágrimas por la emoción.
Inquirió el mestizo
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ninguno se hubiera salvado. Ella estuvo durante una semana
muy mal, temimos por su vida, se le infectó la herida y tuvo
mucha fiebre, pero ahora felizmente ya está bien. Ven entra a
verlos.
Cogió al pequeño entre sus manos, tenía los cabellos casi blancos,
como su madre Cinthia. La piel era blanca como la nieve y los ojos
azules como el cielo. Se le llenaron los ojos de lágrimas por la
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emoción al mirarlo. Besó suavemente su frente y el pequeño con sus
manitas acarició el rostro de su padre.
El tiempo que compartió con Mel, el haber podido ver los ojos de su
hijo, eran premio más que suficiente para un hombre. La felicidad que
había vivido era tan inmensa que había borrado los malos recuerdos.
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de su alma. Solamente por tenerlos a ellos había merecido la pena
vivir.
Había aprendido lo que tenía que aprender: que el ser humano con su
inteligencia deductiva se había separado de la totalidad, había
olvidado su origen divino y por ello ponía fronteras, separaba, dividía
y sojuzgaba.
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El fin
- De acuerdo
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Hizo una breve pausa y continúo diciendo:
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-¡Júramelo¡
- ¿Y Tú?
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El dolor y la desesperación de Mel lo desangraban, ella continuaba
gritando.
- ¿Vas a abandonarlos?
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- Ven, en el carro hay sacos con oro, es para ellos, protéjelos.
Corre la voz que en el río que baja por la ladera de la gran
montaña roja a dos días de camino hacia el norte hay oro.
Cuando la fiebre se haya despertado, véndelo poco a poco sin
despertar sospechas y compra tierras y ganado, vete con ellos
ayúdales a organizar todo. No quiero que nunca les falte de
nada.
- Tú ¿Dónde iras?
- Si
- ¿Cuál?
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Preguntó el abuelo
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- Un buen cristiano, no puede asesinar a otro fríamente, sin ir al
infierno
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- Señor, no es por odio, es por piedad y amor. Cinthia, hijita, allí
donde estés perdóname por lo que voy a hacer. Espéralo, va a
tu encuentro.
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visto todo desde la ventana. El viejo hacía un esfuerzo por contener
las lágrimas por la muerte de su nieto EL INDIO.
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Nobleza y honor
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Se sentía una privilegiada por haber conocido esa clase de amor, muy
pocos seres lo logran. La intensidad de esos años, era más que
suficiente para el resto de su vida.
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Se fue flotando de la mano de Lobo Blanco, mientras las luciérnagas
de la noche les acompañaban en ese viaje a la eternidad.
Continúo diciendo:
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Los miró a todos y sonrió, sabía que la historia del antepasado había
llegado a sus corazones, porque eran de su estirpe.
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Epilogo
Mel y Lobo hubiesen podido ser muy felices, tener muchos hijos y
envejecer juntos, pero el destino no lo quiso así.
El blanco llegó un día, arrasó con las costumbres del indio, mató
engañó y asesinó. La soberbia y la ambición fueron su estandarte y
despertaron el lado oscuro del alma del conquistado, y nadie pudo
parar las luchas y las matanzas.
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consumía, viendo como su raza milenaria se extinguía ante los
invasores sin poder hacer nada.
FIN
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