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CLASE ASINCRÓNICA FORMACIÓN ÉTICA, SOCIAL Y POLÍTICA

SEMANA 13

TALLER:
1. Lea atentamente el artículo a continuación y resuelva las preguntas que encuentra al final del
texto. Suba su taller en el aula virtual Corte 3, Clase asincrónica. Por favor suba ÚNICAMENTE
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EL PODER SEGÚN FOUCAULT

Michel Foucault fue un filósofo francés que nació en Poitiers (Francia) en 1926 y murió en París en
1984. Durante sus años de vida, se dedicó al estudio de diversos temas con una obra profusa que se
distribuyó en muy diferentes formatos: libros, artículos, cursos, entrevistas etc. Foucault fue un filósofo
entregado al pensamiento y esta entrega se plasmó en sus numerosos escritos y cursos.
Fue también un activista reconocido, en especial en el tema de la prisión y el derecho de las personas
encarceladas. Sus estudios sobre las dinámicas de poder en la institución penitenciaria (que se
plasmaron en Vigilar y castigar) le llevaron a participar activamente en los movimientos sociales que
pedían mejores condiciones para los presos. Además, militó durante tres años en el Partido Comunista
Francés, aunque luego lo abandonó por discrepancias.

Las primeras obras de Michel Foucault tienen como tema principal la salud mental. Ejemplo de ello
son Historia de la locura en la época clásica, El nacimiento de la clínica y Enfermedad mental y
psicología. Después, su producción filosófica viró en consonancia con el estructuralismo en auge de la
Francia de su tiempo. Algunas obras de este período son Las palabras y las cosas, La arqueología del
saber y Vigilar y castigar. Toda la obra de Foucault se puede resumir acertadamente como una
desnaturalización de las célebres preguntas kantianas: ya no se trata de qué puedo conocer, sino de
cómo se produjeron mis preguntas, de cómo se problematiza algo; ya no se trata tampoco de qué debo
hacer, sino de qué posibilidades tengo para hacer(me); y, por último, en vez de qué puedo esperar, la
pregunta foucaultiana apunta a las luchas en las que estamos envueltos.

En este artículo vamos a examinar la teoría de Foucault sobre el poder. Como hemos visto, las
aproximaciones filosóficas de Foucault a este tema corresponden a su segunda etapa. Antes de
comenzar con la propia teoría foucaultiana, y dado que el cambio con la tradición filosófica es notorio,
es importante revisar las concepciones clásicas del poder para así apreciar el cambio, la falla, el desvío
original. Empecemos, en este repaso de la tradición, con la visión jurídica del poder.

La visión jurídica del poder

Para comprender la visión jurídica del poder, podemos rastrear la etimología de la palabra. Según el
conocido portal de etimología DeChile.net, la palabra «poder» viene del latín posse, que significa «ser
capaz de algo» o «hacer algo posible». Rastreando aún más, el verbo posse deriva de la conjunción del
prefijo pote- (posible, posiblemente) con el verbo essere (ser, estar y existir) para dar lugar a posse, que,
después de un fenómeno de regulación popular en el latín vulgar tardío, dio lugar a potere, lo que
derivó en el castellano «poder».
¿Por qué es importante la herencia etimológica? Porque señala —piensa Foucault— una de las
concepciones del poder más arraigadas: la visión jurídica del poder. Según esta concepción, tener poder
es tener la capacidad de hacer algo posible, de hacer pasar algo de la potencia al acto. Así, decimos que
el profesor tiene el poder de echar a alguien de su clase porque, si él quiere, si lo desea, puede hacer
realidad lo que hasta ese momento era posibilidad (echar a su alumno).

Es importante notar, y en esto insiste mucho Foucault, que, según esta concepción el poder, sería algo
que «se tiene». El profesor ostenta el poder del aula, mientras que los alumnos no tienen ese poder y no
podrían, por ejemplo, echar al profesor del aula. Así, la visión jurídica del poder es una forma de
comprender el poder que piensa a este como atributo de una persona o institución. En las palabras del
filósofo francés, «se considera como un derecho que se poseería como un bien y que, por tanto, se
podría transferir o enajenar, total o parcialmente, mediante un acto jurídico o un acto fundacional de
derecho». Esto dice Foucault en el curso que impartió en el Collège de France de 1975-76.

Esta concepción está muy arraigada en el imaginario común, pero, cree Foucault, es insuficiente para dar
cuenta de las dinámicas de poder que nos rodean. No podemos captar la totalidad del fenómeno del
poder pensándolo de esta manera. Para examinar en qué falla o cuáles son sus deficiencias, el filósofo
francés examina otra concepción muy instaurada en teoría política: la concepción economicista.

La visión economicista del poder

Foucault llama «visión economicista del poder» a otra forma clásica de concebir el poder, una forma
predominante desde la segunda mitad del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Según el pensador
francés, la visión económica del poder consiste en reducir el poder a las relaciones económicas. Estamos,
como es fácil observar, en la concepción marxista del poder.

Para los marxistas, cree Foucault, el poder es un derivado de las relaciones de producción, esto es, el
poder lo ostenta quien posea los medios de producción y lo impone a través de las relaciones de
producción. A través de estas relaciones explota a los que no tienen ese poder (el proletariado). Foucault
también usa los conceptos «economismo» de la teoría del poder o, igualmente, la «funcionalidad
económica del poder» de la teoría marxista para referirse a este reduccionismo económico.

El problema de esta concepción, argumenta Foucault, es que reduce el poder al vocabulario mercantil y
subordina la esfera de las relaciones humanas a la dimensión económica. Como consecuencia, el
despliegue histórico del poder y sus distintos dispositivos se ven reducidos al efecto concreto de la
historia económica y la lucha de clases. ¡Pero el poder es mucho más! ¿O acaso no hay poder en esferas
no económicas como una discusión con la familia o en una primera cita? Por supuesto, hay un poder
específicamente económico, pero el poder en su totalidad no es solo económico.

En fin, el problema que tiene Foucault tanto con la concepción económica del poder como con la
concepción jurídica es que ninguna de las dos captan el poder en su totalidad. En otras palabras: es
cierto que existen esas modalidades de poder, pero solo porque hay una forma de poder más originaria
que las fundamenta. El poder no puede reducirse a ninguna de esas dos formas porque las excede.
El poder como represión

Para lograr tal objetivo, para conseguir entender el poder en su totalidad, es necesario buscar formas
más originarias de sus manifestaciones, formas que sean más generales, que incluyan a las anteriores.
¿Hay alguna forma de concebir el poder que sea más amplia que las anteriores y que, por tanto, las
incluyan? Sí, argumenta Foucault, la idea de que el poder es, básicamente y de un modo u otro,
represión.

Foucault llega así a lo que cree que ha sido la base de la concepción más extendida en la historia de
nuestra filosofía: la idea de que el poder «es esencialmente lo que reprime». Estamos ante un Foucault
historiador, un Foucault que rastrea el elemento común (represión) entre las distintas visiones del poder
(jurídica y económica, por ejemplo). Se trata ahora —y este es el camino que sigue Foucault— de
examinar si pensar el poder como represión es una forma adecuada de captar el fenómeno en su
totalidad, o si, por algún motivo, es también una concepción insuficiente.

Según la concepción represiva, el poder sería aquello que reprime algún elemento: la razón (reprimida
por el inconsciente), la clase (reprimida por las relaciones de producción), a los individuos (reprimidos
por los aparatos del Estado) etc. Como vemos, es una forma de concebir el poder que unifica distintas
manifestaciones particulares (jurídica y económica, por ejemplo) y que capta —aparentemente— el
fenómeno en su generalidad. El poder, visto de esta manera, es aquella relación cuyo efecto principal es
la represión. Por contra, la libertad, y desde esta visión, se entiende como ausencia de la represión,
como ausencia de poder.

Esta concepción represiva del poder ha estado muy presente a lo largo de la historia de la filosofía. Su
culmen y consolidación fue en la Ilustración, época en la que la (ansiada) emancipación se entendió en
todas sus facetas como una emancipación frente a un poder opresor: bien sea político (absolutismo),
bien sea epistemológico (prejuicios y supersticiones).

Sin embargo, nuestro autor se ve a obligado a descartar esta visión del poder. En sus propias palabras:

«Creo, sin jactarme demasiado, haber sido todo igualmente sospechoso durante bastante tiempo de esta
noción de ‘represión’, y traté de mostrarles, precisamente en relación con las genealogías de las que
hablé antes, en relación con la historia del derecho penal, del poder psiquiátrico, del control de la
infancia. sexualidad, etc., que los mecanismos implementados en estas formaciones de poder eran algo
bastante diferente, mucho más, en todo caso, que la represión».

Como aclaró Foucault en una entrevista titulada Verité et pouvoir, a pesar de haber trabajado él durante
años con esta misma noción represiva, no es esta una noción satisfactoria. ¿Dónde está la fuente de esta
insatisfacción? En que no es todavía una concepción total, en que todavía no da cuenta de muchas
dimensiones del poder; en particular, de su dimensión productiva.

Así, Foucault quiere indagar otras formas de concebir el poder que no sea únicamente coercitiva (y que
no piensen solo en fenómenos como: «¡No hagas esto!» o «¡No se puede hacer lo otro!»), sino que
entienda que el poder es un complejo juego que también produce, genera, añade, suma. Además,
Foucault acierta al señalar que identificar el poder con la represión no abandona la concepción jurídica
del poder, ya que sigue identificando al primero con una ley que dice no. Esta concepción es, en fin, una
concepción negativa y estrecha (e incluso esquelética) del poder. Para comprender este fenómeno en su
totalidad, se necesita una visión más amplia, se necesita una nueva concepción del poder.
Una nueva concepción del poder

Así todo, y frente a estas formas deficientes de abordar el asunto, Foucault busca una alternativa, una
concepción más amplia. Este planteamiento de nuevas concepciones del poder aparece principalmente
en Vigilar y castigar, una obra en la que Foucault realiza una «microfísica del poder», un estudio del
poder a una escala más pequeña de la habitual.

La nueva concepción del poder que Foucault trabajó y que supuso un cambio en la historia de nuestro
pensamiento es lo que él llama la «hipótesis de Nietzsche». Según Foucault, en la filosofía de Nietzsche
habría un planteamiento mucho más complejo y originario del poder. Este no sería concebido como una
represión, sino como una guerra continua, como un juego permanente de estrategias. De esta guerra y
estos juegos estratégicos, la represión no sería más que un efecto, pero habría, sin duda, muchísimos
más.

Visto de esta manera, el poder ya no queda reducido a uno de sus efectos (la represión). Entender el
poder como un juego de fuerzas nos permite captarlo en su totalidad, entendiendo que el poder fluye
por mecanismos y dispositivos mucho más amplios que lo que nos permitía ver las anteriores
concepciones.

En esta nueva concepción del poder, este ya no se comprende como un atributo o cualidad de un
sujeto (el poder de mi padre o el poder del presidente del gobierno); aparece, más bien, como un
fenómeno. El poder, dice Foucault, no se tiene, no es una cualidad, no es de alguien, sino que se ejerce,
se usa, fluye. Para comprender este giro de forma más precisa podemos pensar en el lenguaje: nadie
tiene su lenguaje, simplemente lo habla, lo usa.

Pero ¿qué es exactamente el poder si lo pensamos de esta forma? Hemos visto que, siguiendo la
hipótesis de Nietzsche, el poder no se reduce a sus efectos represivos, sino que es algo más general.
Pero ¿qué? En la teoría de Foucault, el poder es una relación de fuerzas, una relación de una fuerza con
otra fuerza. Deleuze, en su Foucault, explica adecuadamente que las categorías del poder son del tipo:
dificultar, seducir, indicar, incitar, desviar, hacer menos probable, limitar, etc. Es decir, el poder es la
relación de una fuerza con otra fuerza y los efectos de esta relación son los citados. Así todo, el poder
se ejerce cuando ponemos en juego un complejo juego de fuerzas y relaciones.

Como vemos, no estamos únicamente en el campo de la represión («¡no salgas de tu cuarto!»), sino en un
amplio juego de fuerzas y relaciones («¿me acompañas al cine?» o «¿qué haces esta tarde?»). Bajo este
nuevo prisma, el poder excede la visión negativa que de él se tiene y arribamos al poder como
producción, al poder como elemento creador. En las dinámicas de poder (y esto se ve bien cuando dos
personas ligan) no solo se prohíbe; también se incita, se crea, se añade, se modifica.

Y ¿en qué se diferencia el poder de la violencia? Esta es una pregunta muy pertinente, porque, de una u
otra forma, son términos que tradicionalmente han ido de la mano (pensando al poder como violencia
implícita y a la violencia como manifestación de un cierto poder). Sin embargo, en la teoría de Foucault,
donde hay poder, necesariamente no hay violencia. El poder es una relación entre sujetos libres y
presupone la libertad (puedes o no acompañarme al cine). Recordemos que las categorías del poder son
acciones como incitar o seducir. No se puede incitar a una piedra o a un libro. El poder es un juego de
fuerzas entre dos sujetos libres.
La violencia, en cambio, es la relación de una fuerza con un objeto. Siguiendo la explicación de Deleuze,
las categorías de la violencia serían acciones como: aniquilar, eliminar o destruir. Un ejemplo de violencia
es, por ejemplo, un puñetazo a la pared o el asesinato de un animal. ¿Quiere esto decir que los sujetos
libres no podemos sufrir violencia? ¡Nada más lejos de la realidad! Sufrimos violencia cuando el juego de
fuerzas no nos coloca en la posición de un sujeto libre, sino que nos objetiviza: bien sea por violencia
física, bien sea por procesos institucionales que nos arrebatan toda libertad.

Así todo, el ejercicio del poder se asimila entonces, según la propia terminología foucaultiana, a la idea
de gobierno más que a una confrontación entre dos adversarios o al enlace del uno con el otro.
Gobernar, más que aniquilar o reprimir; porque gobernar es dirigir la posible conducta o las posibles
consecuencias, de ahí la semejanza entre gobernar y ejercer el poder.

Ahora bien, este gobierno, este ejercicio del poder, no funciona por consentimiento (¡ni mucho
menos!). La metáfora de la gobernabilidad sirve para distinguir fácilmente el poder de la violencia, pero
debemos prevenirnos de entender las relaciones de poder de la forma en que entendemos el gobierno
de los políticos. Se ejerce el poder cuando una fuerza actúa sobre otra, cuando una acción actúa sobre
otra, y es en este sentido en el que decimos que hay un gobierno. Pero esto no implica ni
consentimiento ni un «juego de suma cero».

El poder difuso

Ahora que ya tenemos una concepción más amplia del poder, una pregunta nos asalta: ¿cómo se
manifiesta el poder? ¿Es un fenómeno que siempre vemos de forma clara y transparente, como cuando
nos piden que ayudemos con la compra? Lamentablemente, no. El poder, como todo juego de
estrategias, funciona de forma mucho más certera cuando no es explícito, cuando los sujetos no son
conscientes de participar en ese juego. Decimos entonces que el poder se hace difuso, se invisibiliza.
Nadie sabe cómo, nadie sabe a partir de cuándo, pero hacemos lo que querían que hiciésemos.

¿Por qué los niños de una clase no se levantan a jugar cuando quieren? Y lo que es más importante:
¿por qué no lo hacen si el profesor no se lo ha prohibido expresamente? El colegio es una buena
muestra de cómo el poder fluye por dispositivos y no necesariamente entre sujetos que lo ponen en
marcha. Como estudia Foucault en Vigilar y castigar, el dispositivo es un complejo objetivizado de poder
compuesto de mecanismos de jurídicos (castigar sin recreo), discursivos (no hay que portarse mal) y
psicológicos (tener la validación del profesor). Nadie necesita hacer nada para que los niños estén
quietos, hay todo un dispositivo que los sujeta a la silla.

El análisis «microfísico» del poder que lleva a cabo Foucault en Vigilar y castigar consiste precisamente
en analizar estos dispositivos y mecanismos que invisibilizan el poder. El objetivo es mostrar que el
poder no siempre es ejercido por personas, sino que muchas veces corretea por mecanismos
institucionalizados que garantizan tanto el control de los cuerpos como las consecuencias deseadas para
quienes lo ejercen. Los uniformes, los horarios controlados, la disposición física de las aulas… Cuando
pensamos el poder de esta forma descubrimos los dispositivos que antes nos permanecían invisibles.

Este análisis es crucial desde una perspectiva política, porque el poder se multiplica exponencialmente
cuando su presencia es invisible. Averiguar las fuerzas que someten a nuestro cuerpo, las fuerzas que lo
hacen dócil y que lo manejan sin darnos cuenta, es una tarea crucial para pensar la emancipación y un
futuro mucho más libre.
El poder es mucho más efectivo cuando es invisible, cuando no es ejercido por personas, sino cuando
corretea por dispositivos instaurados (como vemos en la escuela o en la cárcel).

Pero ¿podemos emanciparnos del poder?

Si nos tomamos en serio los análisis foucaultianos, nos encontramos con una pregunta
acuciante: ¿estamos envueltos en un mar todopoderoso de relaciones de poder? ¿Hay acaso un afuera?
¿Podemos soñar siquiera con emanciparnos del poder y dejar de estar dentro de él? La respuesta de
Foucault a este respecto es clara: no.

La respuesta es contundente porque en la teoría de Foucault el poder es inherente a las relaciones


sociales, es decir, en tanto nos relacionamos con otros sujetos, las fuerzas de ambos sujetos entran en
complejos juegos de estrategias, en interacciones que las modifican. Por eso, y en tanto que siempre
vivimos en sociedad, el poder no desaparecerá nunca, no hay un afuera del mismo. Vivir en sociedad
implica, necesariamente, la aparición de relaciones de poder.

Por esta razón dice Foucault que las relaciones de poder no están constituidas por fuera de la sociedad,
de tal modo que podamos imaginar su radical desaparición. No hay algo así como «emancipación» o
espacios libres de poder. No se puede. Es radicalmente imposible. Sin duda, la crítica foucaultiana es una
de las críticas más acertadas a la postura habermasiana que postula una situación ideal de habla, una
situación democrática ideal desde la que poder pactar y convivir políticamente. No existe, desde el
paradigma foucaultiano, tal situación ideal y ni siquiera es posible que exista porque el mero campo de
lo social implica el aparecimiento de las relaciones de poder.

¿Quiere decir esto que estamos abocados a la dominación de unos sobre otros? No. ¿Quiere decir esto
que no podamos revertir las situaciones de poder actuales? Tampoco. Pero, entonces, ¿qué nos queda?

¿Hay esperanza? La resistencia

Si no hay afuera del poder, ¿estamos condenados a estar dominados? Como hemos dicho, no. Y esto
por varios motivos. En primer lugar, porque, como explica Foucault, las relaciones de poder no son
iguales que las relaciones de dominación. Las relaciones de poder necesitan para existir dos sujetos
libres porque son relaciones que no determinan, sino que influyen, modifican. Es constitutivo a las
relaciones de poder la posibilidad de ir a un lado o ir al contrario.

Por eso dice Foucault que las relaciones de poder son relaciones «móviles», nunca determinadas,
siempre abiertas al cambio, nunca fijas o unidireccionales. En este sentido, dice Foucault que si hay
poder, hay resistencia, porque la libertad que necesita el poder para circular siempre puede torpedear
los deseos del que ejerce el poder. Pensemos en una situación cotidiana donde fluya el poder: una cena
con amigos, por ejemplo. El juego de estrategias es complejo y habrá algunas personas que intenten
persuadir, modificar, incitar o incluso impedir. Pero no está nada abierto, siempre podremos oponernos
y decir: «El resto de platos, vale, pero el pescado en ninguno de los casos».

Es por esto que decimos que la omnipresencia del poder no lleva a una incapacidad de cambiar las
cosas establecidas. De hecho, si la filosofía de Foucault es algo, es un intento constante de mostrar que
otros mundos y otras formas de vivir son posibles, de mostrar que la resistencia es necesaria y posible.
Cuando estas otras formas no son posibles, es decir, cuando las relaciones de poder se solidifican
perdiendo su fluidez y desapareciendo toda posibilidad de cambio, aparecen los estados de dominación:
«En muchísimos casos, las relaciones de poder se fijan de tal manera que son perpetuamente asimétricas
y el margen de libertad es extremadamente limitado».

Las relaciones de dominación son, por tanto, relaciones de violencia (y no de poder) donde la
posibilidad de resistir no existe. Son relaciones donde la capacidad del otro de modificar, de virar, de
cambiar, de actuar, está totalmente anulada y los efectos corresponden siempre a los deseos del
dominador. En las relaciones de dominación se aplican las categorías que vimos para la violencia:
aniquilar, sucumbir, anular…

Es cierto que en sus últimos años (por ejemplo, en la entrevista que dio seis meses antes de su muerte),
Foucault señaló que en los estados de dominación también se puede ofrecer cierta resistencia, aunque
esta no tuviera posibilidades reales de revertir la situación de dominio. Y es que, para nuestro autor,
incluso cuando hay una relación de poder totalmente desequilibrada, «un poder solo puede ejercerse
sobre el otro en la medida en que este todavía tiene la posibilidad de matarse, de saltar por la ventana o
de matar al otro».

Foucault distingue las relaciones de dominación de las relaciones de poder. A diferencia de las últimas,
en las primeras no hay posibilidades reales de cambio y toda libertad es anulada.

Tomado de: https://www.filco.es/poder-segun-foucault/

Con base en la lectura del artículo anterior responda:


1. Explique el Poder Jurídico y dé 3 ejemplos brevemente
2. Explique el Poder Económico y dé 3 ejemplos brevemente
3. Explique la concepción represiva del poder
4. En qué consiste la «hipótesis de Nietzsche»?
5. Qué relación hay entre Violencia y Poder?
6. Qué es gobernar para Foucault?
7. Qué es la resistencia?
8. Qué reflexiones sobre el poder le deja el texto?

Como les solicito al inicio del documento, suban sus respuestas al aula virtual. Adicional a ello, lleve sus
respuestas a la mano para poder socializarlas la próxima clase.
Un cordial saludo! C:

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