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Las Guerras Médicas
Las Guerras Médicas
Para que el pequeño ejército griego pudiera enfrentarse con éxito a los persas era
necesario hacerlo en un lugar estrecho, donde el contacto real involucrara
necesariamente a pocos hombres. Un lugar adecuado era el desfiladero de las
Termópilas, unos 160 kilómetros al noroeste de Atenas. Allí acudieron 7.000
hombres bajo el mando del rey espartano Leónidas. Con los persas estaba
Demarato, el rey espartano exiliado por Cleómenes I, quien advirtió a Jerjes I de
que los espartanos combatirían duramente.
Así fue, los espartanos resistieron tenazmente al ejército persa, pero éste encontró
finalmente un estrecho camino por las montañas que conducía hasta la
retaguardia griega. Jerjes I envió un destacamento y los griegos se dieron cuenta
de que iban a ser rodeados. Leónidas ordenó la retirada, pero él mismo y sus 300
mejores hombres decidieron quedarse (la retirada hubiera sido deshonrosa). Con
ellos se quedaron unos 1.000 beocios, parte de los cuales se rindieron al siguiente
combate, mientras que el resto resistió con Leónidas luchando mientras pudieron
hacerlo, y al final murieron todos. Plistarco, el hijo de Leónidas, era menor de
edad, así que Pausanias, primo del rey fallecido, actuó como regente.
La batalla de las Termópilas fue recordada durante siglos como ejemplo del
heroísmo griego e infundió gran valor a sus soldados, pero lo cierto es que Jerjes
I seguía avanzando. Llegó a la misma Atenas, la ocupó y la quemó, pero lo que el
rey persa se encontró fue una ciudad vacía. Todos los atenienses se habían
refugiado en las islas vecinas y los barcos griegos esperaban entre Salamina y el
Ática. Aunque la flota era mayoritariamente ateniense, estaba bajo el mando de
un general espartano, Euribíades, pues en aquellos momentos los griegos sólo se
sentían seguros bajo mando espartano, pero los espartanos no se sentían cómodos
en el mar, y a Euribíades sólo le interesaba defender Esparta. Su intención era
dirigirse hacia el sur para proteger el Peloponeso. Temístocles se opuso con tanta
insistencia que en un momento dado Euribíades perdió los estribos y levantó su
bastón con ademán de golpearle. Temístocles gritó ¡Pega, pero escucha! El
general escuchó los argumentos del ateniense y sus amenazas de embarcar a
todos los suyos y marcharse a Italia. Los espartanos no podrían resistir mucho
tiempo ellos solos sin una flota. Euribíades aceptó quedarse y hacer frente a los
persas, pero Temístocles temió que en cualquier momento cambiara de parecer,
así que preparó una estratagema.
Temístocles hizo llegar otro mensaje al rey persa, según el cual estaba
convenciendo a los griegos de que no persiguieran a los pocos restos de la flota
persa, pero que si no huía rápidamente tal vez no pudiera contenerlos. Jerjes I le
hizo caso y marchó a Sardes con un tercio del ejército. El resto quedó bajo las
órdenes de su cuñado Mardonio. Griegos y persas acordaron una tregua durante
el invierno, pues ambos necesitaban recuperar fuerzas. Los atenienses volvieron a
ocupar su ciudad.
Los griegos de Sicilia tuvieron que enfrentarse a los cartagineses. Las ciudades
de Himera y Agrigento estaban en guerra. Agrigento consiguió la victoria y
expulsó a los oligarcas de Himera, que no dudaron en pedir ayuda a los
cartagineses. Cartago aceptó de buen grado. Los griegos del este estaban
enfrentados a los persas, por lo que no podían ayudar a los sicilianos. Amílcar
transportó un ejército a las bases cartaginesas del oeste de la isla, y de allí partió
hacia Himera. Agrigento pidió ayuda a Siracusa, que envió un ejército. En
vísperas de la batalla, Amílcar decidió hacer un sacrificio a los dioses griegos,
para persuadirlos de que retirasen el apoyo a su pueblo. Envió a buscar a sus
aliados griegos para que le indicaran el ritual adecuado, pero fueron interceptados
por los siracusanos, que enviaron un grupo de sus propios soldados haciéndose
pasar por los que esperaba Amílcar. Se les permitió entrar en el templo y allí
mataron al general cartaginés. Pese a su muerte, la batalla se celebró igualmente,
pero sin su general los cartagineses sufrieron una derrota espectacular, con lo que
su amenaza desapareció durante casi un siglo.
En 479 murió Confucio. Pocos años antes había regresado a Lu, su país, donde
estuvo enseñando hasta su muerte. Se le atribuye el Chunqiu (Anales de las
primaveras y los otoños), la primera crónica china fechada de que se dispone, que
abarca el periodo comprendido entre 722 y 481, de un laconismo extremo.
Los griegos avanzaron sobre Tebas, que en ningún momento había dudado en
alinearse con los persas. La ciudad fue incendiada, sus oligarcas fueron
expulsados y se instituyó una democracia. La isla de Samos envió una petición de
auxilio. Estaba siendo amenazada por los pocos barcos con los que Jerjes I había
regresado de Grecia después de Salamina. La flota griega, bajo el rey
espartano Leotíquidas, navegó hacia el este, pero los persas no estaban
dispuestos a librar otra batalla naval. Desembarcaron en Micala y esperaron a los
griegos. Éstos también desembarcaron y atacaron el campamento persa. Tan
pronto como se vio que la batalla era favorable a los griegos, se rebelaron las
tropas jónicas obligadas por los persas a combatir a su lado, lo cual decidió la
contienda. Los persas huyeron y así, tras la batalla de Micala, las ciudades
jónicas recuperaron su independencia.
Tras la guerra contra los persas, Esparta y Atenas eran las ciudades con mayor
prestigio y poder en toda Grecia. Esparta receló de la expansión de Atenas, pero
no pudo hacer gran cosa en un principio debido a varias crisis internas. En 477 el
regente Pausanias marchó a la conquista de Bizancio. Allí tuvo ocasión de
comparar la austera vida espartana con la lujosa vida oriental, y parece ser que
juzgó más interesante la segunda. Los espartanos recibieron con desagrado las
noticias de que Pausanias se había entregado al lujo y a las riquezas. Le
ordenaron volver a Esparta y una vez de regreso le acusaron de negociar no se
sabe qué con Jerjes I. Fue juzgado por traición y absuelto por falta de pruebas.
Sin embargo no se le permitió conducir más ejércitos espartanos. Pausanias no se
resigno y organizó expediciones privadas al Helesponto, pero la flota ateniense,
bajo el mando de Cimón, el hijo de Milcíades, le arrebató Bizancio.
Los éforos llamaron a Pausanias de nuevo a Esparta. Disgustado con esta orden,
Pausanias tramó el peor complot que podía tramarse en Esparta: organizó una
revuelta de ilotas. La conspiración fue descubierta en el último momento.
Pausanias se refugió en un templo, donde no se le podía ejecutar. Los espartanos
aguardaron a que le venciera el hambre, lo sacaron cuando estuvo lo
suficientemente debilitado y, una vez fuera del templo, lo ejecutaron. Esto
sucedió en 471.