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Ley de Salud mental, perspectivas psiquiátricas tradicional,

perspectiva de derecho y critica.

Patricia Altamirano

1. Introducción

Este texto tiene como objetivo, trabajar la ley de salud mental, desde

distintas perspectivas. En inicio se presenta la perspectiva de derecho, sobre la

que esta construida la Ley de salud mental. Como antecedente a esta se

encuentra el modelo psiquiátrico tradicional, que representa la matriz anterior,

sobre la que discute e interpela la perspectiva de derechos. Luego se presenta la

perspectiva critica, que formula los límites, las complicaciones y problemas de

la perspectiva de derechos y como consecuencia también la ley de Salud

Mental.

2. La ley de salud mental y la perspectiva de derechos.

La sanción de la Ley de Salud Mental encontró unidos a toda la

comunidad de profesionales, trabajadores y usuarios que se vinculan con

ámbito de la Salud Publica. Para que esta adecuación se efectuara resultó

indispensable que la promulgación de la legislación nacional refuerce la

atención en Salud Mental y la considere como un derecho humano fundamental

para todas las personas; en concordancia con normativas de referencia a nivel

regional, internacional y de acuerdo a la Constitución Nacional en vigencia

desde 1994. Los antecedentes de esta legislación son una serie de instrumentos
jurídicos de alcance nacional e internacional y recomendaciones de organismos

como la Organización Mundial de la Salud (en el marco de las Naciones

Unidas) y la Organización Panamericana de la Salud (en la Organización de

Estados Americanos) Y la adopción de estas recomendaciones permitió

construir un modelo que avanzó en el abandono de prácticas paternalistas,

individualistas y autoritarias. Aunque las modificaciones que proponen estas

normativas en los sistemas asistenciales, los hospitales monovalentes y las

estrategias de atención en Salud no produjeron un cambio concreto en la vida

cotidiana de esas instituciones, en el plano conceptual y de las practicas

significó un replanteo importante.

Realizaremos un pequeño recorrido sobre los ámbitos de interpelación

de La ley y la perspectiva de derechos, incluido algunas cuestiones del campo

del pensamiento y también de la reflexión sobre las practicas. La perspectiva de

derechos propone el rechazo a los hospitales monovalentes (los hospitales

especializados en psiquiatría y Salud Mental), indicando que los manicomios,

neuropsiquiátricos e instituciones de internación solo orientados hacia la

atención de pacientes con padecimiento mental, públicos o privados son

instituciones cuya forma de funcionamiento conduce a prácticas obsoletas.

En particular esta perspectiva advierte que las practicas de los espacios

monovalentes son inoperantes, y promueven estadías prolongadas que

terminan teniendo justificativos económicos y no pueden ser justificas desde

una perspectiva terapéutica. Estas situaciones de mantenimiento de personas

con padecimiento mental con largas estadías en espacios terapéuticos


monovalentes promueven a nivel instituciona el hospital ismo y a nivel

individual procesos de anomia, encierro y desvinculación de la comunidad.

La ley propones, en consonancia con las ideas sostenidas por la

perspectiva de derechos que, frente a la hospitalización forzada, se deben

desarrollar otras formas de acompañar en el proceso de padecimiento a estas

personas. Proponiendo “dispositivos alternativos” los que sustituirán a las

instituciones de internación monovalentes. Dichos dispositivos a construir

apelan a al desarrollo de prácticas y espacios que tiendan a acciones de

inclusión social, laboral y de atención en Salud Mental comunitaria.

Es importante destacar que la transformación que la ley propone tiene

antecedentes importantes y una larga historia de críticas hacia las prácticas

tradicionales, autoritarias y paternalista, que suponen que los/as pacientes son

actores que carecen de derechos.

Estas críticas terminaron interpelando las propias políticas públicas de

tal manera que la Ley N°26.657 recoge distintas experiencias donde ya se había

comenzado, por ejemplo, con el cambio de denominación de los sujetos, de

“pacientes” a “usuarios” y de “enfermos” a “sujetos con padecimiento mental”.

Así, se hizo menester dejar de hablar de menores para comenzar a llamarlos

niños, niñas y adolescentes; mientras que el término adecuados para nombrar a

los antes considerados alienados, locos, pacientes sería personas usuarias de los

servicios de Salud Mental. El reconocimiento de otros determinantes trajo

aparejada una redefinición del usuario, que pasó de ser concebido como alguien
incapaz y alienado para ser definido como una persona jurídica con derechos y

obligaciones (Barrenechea, Obermann y Tallarico, 2011).

De esa forma, se instala una serie de cambios en la concepción de Salud

Mental, comprendida como, según el Art. 3 de la Ley, “un proceso determinado

por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y

psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de

construcción social”. En ese sentido, la norma considera también que se trata de

“un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias

capacidades y con capacidad de hacer una contribución a su comunidad”. 

También, la legislación interpela a las perspectivas tradicionales

apuntando a la causalidad prioritariamente psíquico-biológica de los

padecimientos y su caracterización ajena al contexto donde se desarrolló.

Critica la naturalización de la locura, discute la idea de tratar a las personas con

padecimiento mental temporal como “enfermos permanentes “e incluye en

todas las problemáticas, las condiciones de vida, familiares, sociales,

económicas, y culturales vinculadas a la instalación y progreso de su

padecimiento.

La Ley de Salud Mental parte del postulado del reconocimiento de la

autonomía de personas con patologías psíquicas y sin que pierdan su condición

de ciudadanía y sus derechos. Y ofrece recursos para la comprensión de la

importancia que el proceso de curación se realice, preferentemente, fuera del

ámbito de internación hospitalaria. Este cambio de modelo deja de entender a


las personas usuarias de los servicios de Salud Mental como objeto de

asistencia, para considerarlas personas con derecho.

Además, este proceso permitió visibilizar, no solo el vínculo del

condicionamiento sociales políticos culturales económicos con el dolor psíquico,

sino determinar que algunas “patologías “no son tales, sino que forman parte

de las condiciones de vida de las personas que padecen (pacientes sociales). Los

pacientes sociales, se trata de sujetos que han sido internados que se

transforman en usuarios habituales del sistema no por tener padecimientos

mentales, sino que no tienen red de contención familiar comunitaria, ni una

economía sustentable o cobertura social frente a la adversidad.

Al respecto del reconocimiento de otros determinantes la letra de la Ley

sancionada específicamente indica que la Salud Mental, tal como la define la

OMS, es un proceso multidimensional atravesado por componentes históricos, socio-

económicos, culturales,  biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento

implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos

humanos y sociales de toda persona. En ese sentido, la norma establece

específicamente que el sufrimiento psíquico constituye un fenómeno que debe

ser tratado de manera diferencial por los órganos sanitarios y de legislación.

Esta concepción permitiría pensar y desarrollar políticas públicas adecuadas y

específicas para su abordaje, que evitan la patologización de la pobreza.

Según la ley, toda la trayectoria de las personas con padecimiento desde

que se convierte en usuario del sistema requiere, un enfoque interdisciplinario. En

tanto las afecciones psíquicas son parte de un complejo de determinantes, no es solo una
disciplina la que puede ser efectiva para su correcto diagnóstico, pronostico, tratamiento

y seguimiento. La ley enfatiza que el campo de la Salud Mental no es propiedad

exclusiva de una disciplina, y es por ello que establece que estas deben trabajar

conjuntamente en un abordaje interdisciplinario (Gorbacz, 2012). Esta

perspectiva considera complementarios e iguales en el plano las distintas

profesiones: psiquiatría, psicología, trabajado social, enfermería, comunicación

social, acompañamiento terapéutico y terapia ocupacional.

Así, la legislación propone y fomenta la participación de profesionales

de distintas disciplinas en todo el proceso de vinculación con los destinatarios,

toma de decisiones y conducción y gestión de equipos de Salud Mental. Si bien

solo la Medicina como profesión tiene las incumbencias profesionales para la

medicación, esta se encuentra incluida en una estrategia de abordaje más

amplia para poder ser eficiente con las personas de padecimiento psíquico.

Por otro lado, la perspectiva de derechos le retorna la decisión a la

persona con padecimiento de abandonar el tratamiento y la internación en el

momento que desee. Sin embargo, la Ley Nacional se inscribe en la postura de

entender que el sujeto que padece sujeto de pleno derecho y por ese motivo,

salvo en situaciones especiales, es su decisión la que se tiene en cuenta para la

permanencia o abandono del tratamiento. La normativa procura proteger el

derecho del usuario a una adecuada defensa técnica sometiendo a sus abogados

a los criterios del equipo técnico tratante. Como dijimos, rechaza el modelo

tutelar en reemplazo del reconocimiento a la voluntad del usuario. Con ese

objetivo, quita de las competencias del Ministerio Público de la Defensa la


designación de la autoridad del órgano de revisión 1 y la atribuye al Ministerio

de Salud de la Nación como entidad de revisión.

También, la Ley N° 26657 objeta los criterios de internación. Erradica la

“peligrosidad” como causa de internación para adjudicarla al concepto de

“riesgo cierto e inminente”2. Esta lógica propone que la persona que está en una

situación de crisis amerita esa internación, pero apenas cese y esté en

condiciones de evitar los riesgos para sí y para terceros debe ser dada de alta y

acompañada en el proceso de vivir en comunidad. Es decir, promueve que los

espacios de atención de patologías específicas o de atención en crisis, solo sean

utilizados en momento puntuales.

Otro elemento de importancia en esta perspectiva es la mirada

comunitaria direccionada hacia la atención primaria en Salud Mental. Esta

propuesta prioriza que el sistema se articule con los recursos que los colectivos

y las comunidades tratando de garantizar el derecho a la salud integral, donde

los medicamentos son un medio importantísimo, pero nunca un fin en sí

1
Ley de Salud Mental: Art. 38. - Créase en el ámbito del Ministerio Público de la Defensa el Órgano de Revisión con el objeto de
proteger los derechos humanos de los usuarios de los servicios de Salud Mental. Art. 39. - El Órgano de Revisión debe ser
multidisciplinario, y estará integrado por representantes del Ministerio de Salud de la Nación, de la Secretaría de Derechos
Humanos de la Nación, del Ministerio Público de la Defensa, de asociaciones de usuarios y familiares del sistema de salud, de los
profesionales y otros trabajadores de la salud y de organizaciones no gubernamentales abocadas a la defensa de los derechos
humanos.

2
Art. 20. - La internación involuntaria de una persona debe concebirse como recurso terapéutico excepcional en caso de que no
sean posibles los abordajes ambulatorios, y sólo podrá realizarse cuando a criterio del equipo de salud mediare situación de riesgo
cierto e inminente para sí o para terceros. Para que proceda la internación involuntaria, además de los requisitos comunes a toda
internación, debe hacerse constar: a) Dictamen profesional del servicio asistencial que realice la internación. Se debe determinar la
situación de riesgo cierto e inminente a que hace referencia el primer párrafo de este artículo, con la firma de dos profesionales de
diferentes disciplinas, que no tengan relación de parentesco, amistad o vínculos económicos con la persona, uno de los cuales deberá
ser psicólogo o médico psiquiatra; b) Ausencia de otra alternativa eficaz para su tratamiento; c) Informe acerca de las instancias
previas implementadas si las hubiera. 
mismo. Ciertamente, un sistema tan acostumbrado a prácticas sencillas,

vinculadas a un tipo exclusivo de tratamiento (medicación), centrado en el

aislamiento puede evidenciar resistencias y dificultades al momento de

adaptarse a una perspectiva que incorpore nuevas terapias, nuevas disciplinas,

vinculaciones con los contextos sociales, la utilización de recursos humanos y

de redes asistenciales de la comunidad. Se recupera la atención primaria y la

Re vinculación de los usuarios en sus comunidades, como las estrategias

centrales de un paradigma de derechos. Se trata de considerar la complejidad

del campo de la salud desde una perspectiva que contemple el contexto socio

histórico y que despliegue estrategias de abordaje que autoricen, que escuchen

la palabra de quien padece y que contribuyan a la constitución de redes que

permitan la inserción del usuario de Salud Mental en la sociedad en la que vive.

La normativa argumenta que esta conformación es beneficiosa por los

aportes que pueden realizarse desde las distintas áreas en un contexto de

avance de las ciencias, de innovaciones tecnológicas, cada vez más importantes

y de una constante renovación de conocimientos médicos y psicológicos. Así

visto, la asistencia en el campo de la Salud Mental por un equipo garantiza los

conocimientos de cada disciplina y procesos de intercambio, interacción y

síntesis.

3. Modelo psiquiátrico tradicional

Hasta fines del Siglo XIX los considerados “enfermos mentales” eran

recluidos en asilos donde recibían tratamientos denominados morales con el fin


de "restituir la razón". Estas prácticas médicas controvertidas, incluyendo la

inducción artificial de convulsiones, electroshock, impacto de insulina,

lobotomía o leucotomía, que caracterizaron la mirada psiquiátrica tradicional,

siguen existiendo en algunos espacios “terapéuticos”. Estas terapéuticas se

usaron ampliamente en psiquiatría, pese a la evidencia inapelable de los efectos

nocivos y el deterioro sistemáticos de los usuarios. Esta practicas parten de la

existencia de asilos, hospitales psiquiátricos, neuropsiquiátricos, que mantienen

a las personas en un aislamiento obligatoria y que son grandes centro de

atención donde solo existen personas con este tipo de afecciones. Con esa

lógica, la psiquiatría desarrollo la concepción “manicomial” que imperó en los

sistemas asilares.

Esta perspectiva tradicional prioriza un modelo biologicista para explicar

el padecimiento y en sintonía con las formas de afrontar los trastornos mentales

(psicofármacos). Antes de la aparición de la psicofarmacología, las estrategias

de cuidado de las personas con padecimiento eran el aislamiento, la

laborterapia, hidroterapia, terapia de shock eléctrico, y otras y este nuevo

formato llevó a otro nivel la atención psiquiátrica. El desarrollo de

psicofármacos con un mayor potencial terapéutico y un mejor perfil de

seguridad habilitaron nuevas formas de psicoterapia y se comenzó a indagar la

posibilidad de modelos de hospitalización parcial, que aún hoy sigue vigente.

Con la aparición de la psicofarmacología, la psiquiatría tradicional incluyo

diversos abordajes y permitió una humanización de la atención de estas

personas, consolidando lo que llamamos el “modelo psiquiátrico”. Dicho

modelo se caracteriza por la existencia de una primacía de la explicación


biológica, la hegemonía de la atención farmacológica y la consideración de los

usuarios como personas que han perdido sus derechos a manos del efector de

salud. El sistema psiquiátrico es hegemónico y por tanto predominante en el

sistema de salud. Se encuentra consolidado con sus prácticas asilares,

asistenciales, farmacológicas y centradas en la mirada biológica del usuario.

Avancemos sobre aquello que el modelo psiquiátrico tradicional plantea

sobre los determinantes biológicos de las enfermedades mentales. Afirma que

los procesos mentales y psicológicos son el reflejo de procesos biológicos del

cerebro. Esto implica que aquello que llamamos mente no es prioritariamente un

conjunto de funciones llevadas a cabo por el cerebro que produce las conductas,

acciones cognitivas y comportamientos. Por tanto, siguiendo esta lógica, los

trastornos de la conducta y de la mente, característicos de los trastornos

psíquicos, son alteraciones de la función cerebral, aún en aquellos casos que

estas patologías tengan un origen social, cultural y ambiental.

El modelo señala a los desarrollos de la genética una de las principales

explicaciones sobre los factores que influye en la aparición de las enfermedades

mentales. La genética y la química del sistema nervioso, determinan el patrón

de conexiones entre las neuronas cerebrales y su funcionamiento.

Ahora nos concentremos en la centralidad del medico en los tratamientos

y la prioridad a la terapéutica farmacológica, que es la segunda de las practicas

que caracterizan el modelo psiquiátrico tradicional.


La evaluación, el diagnóstico interdisciplinario e integral y la

determinación de los motivos que justifican la internación requieren de la firma

necesaria de un psicólogo o médico psiquiatra.

Para la postura tradicional el médico psiquiatra es el efector de salud que

no debe faltar a la hora del diagnóstico y tratamiento. Las argumentaciones a

favor de dejar en manos de la medicina las más importantes decisiones sobre la

persona que padece están fundadas en que: la psicología es una formación de

grado y la psiquiatría es una formación que se realiza luego de poseer la

titulación vinculada a la medicina, es decir de post grado. Por ello, la

psicología no dispondría de los conocimientos para realizar un diagnóstico

diferencial entre patologías generales y psicológicas por su falta de formación

somática de patologías orgánicas o problemas neurológicos. Mientras que la

psiquiatra como formación se encuentra en condiciones para emitir un

diagnóstico integrando conocimientos biológicos, psicológicos y sociales. En el

mismo sentido, el caso de la psicofarmacología deja claro en las incumbencias

que solo las personas que poseen el título de medicina están capacitadas para

evaluar a una persona y determinar si necesita medicación. La

psicofarmacología es la base de la terapéutica en tanto regula los

neurotransmisores (dopamina, serotonina, noradrenalina, adrenalina,

histamina, etc.) que actúan sobre las proteínas que modulan la transcripción

genética nuclear, produciendo cambios neuronales estables en el tiempo. Por lo

tanto, indicar, examinar y registrar los efectos colaterales son competencias

exclusivas del médico.


El tercer punto que detenta el modelo psiquiátrico tradicional, es la

perdida de la capacidad de decisión de las personas que padecen y que por

ende deja en la familia y allegado la responsabilidad de las formas de proceder.

Por lo tanto, las personas que ingresan a una institución de salud, consienten

por si mismas o por un familiar, por escrito que abandonan la capacidad de

decidir y se someten a las normas de la institución. En tanto estas personas

institucionalizadas no tienen derecho a decidir sobre su vida cotidiana, pierden

derechos de ciudadanía, mientras dura su hospitalización. La medicina tiene la

potestad de indicar, internaciones, intervenciones y todo tipo de tratamientos al

respecto de poder abordar la patología y posibilitar que retorne la situación de

salud. Dependiendo del tipo de patología podría ocasionar la aparición de

conductas riesgosas por parte el paciente (riesgo contra otros o contra sí mismo)

y que atenten contra la terapéutica, si la medicina pierde la potestad de indicar

acciones terapéuticas por encima de las opiniones de las personas enfermas.

Otro aspecto en disputa es que la Ley incluye, dentro del apartado de

derechos, el padecimiento mental como un estado temporal y modificable. Si

bien esto es cierto que en principio ninguna enfermedad mental es

inmodificable, es necesario advertir la existencia de padecimientos que pueden

ser crónicos e irreversibles. La práctica asistencial, la terapia o el conocimiento

de la ciencia todavía no pueden asegurar que las enfermedades se modifiquen

en favor de la calidad de vida del paciente en la totalidad de los casos. Por lo

tanto, incluirlo como un derecho a garantizar resulta difícil de sostener. El

servicio de salud metal debiera, dados los derechos que la normativa establece,

tener espacios exclusivos para la atención de diferentes patologías, entendiendo


que las problemáticas, los abordajes y sus terapéuticas difieren. Tal es el caso de

personas con uso problemático de sustancias legales e ilegales, por ejemplo.

La perspectiva psiquiátrica rechaza la expresa prohibición tanto de la

creación de nuevas instituciones específicas de internación psiquiátrica como

del desarrollo de nuevos dispositivos específicos, no generales para las

personas que atraviesan por padecimiento mental.

Es por ello que la mirada psiquiátrica, es crítica con el entramado de la

ley de Salud Mental, y muestra divergencia, discrepancias y conflictos en

aspectos sustanciales para su aplicación. Las criticas aceptan que la Ley

N°26657 implica un progreso en cuanto a la norma original, pero también

genera severos cuestionamientos y controversias en la comunidad médica en

general y psiquiátrica en particular. Las asociaciones profesionales argumentan

que la norma es inaplicable debido a problemas conceptuales y prácticos. A la

imprecisión de los conceptos atravesados por una noción de Salud Mental que

podría calificarse como incomprensible, se suma un fuerte sesgo político e

ideológico (Mega citado en Maccagno y Vítolo, 2013).

4. Las perspectivas críticas sobre la ley de salud mental

La perspectiva critica pone el foco en las actuales condiciones del sistema

de salud, donde el régimen de hospitales generales, en los distintos niveles de

atención, muestran falencias importantes en su actual función. Resulta difícil

imaginar cómo podrán tomar bajo su responsabilidad la inclusión de pacientes

dentro de un sistema colapsado. En este sentido, la desaparición del sistema de

internación monovalente, podría incrementar las terribles condiciones que


sufren las personas usuarias. Tampoco hay claridad sobre los recursos humanos

y materiales necesarios para que hospitales generales recepten este tipo de casos

y garanticen su bienestar.

La perspectiva critica se encuentra en las antípodas de la mirada

psiquiátrica tradicional, pero enfrente a la perspectiva de derechos con la

realidad del sistema de salud existente. En ese sentido, la ley de salud mental,

indica que en 2020 ya no debieran existir instituciones cerradas y de

aislamiento, en tanto deben promoverse las prácticas en comunidad a partir de

nuevos dispositivos3 que eviten la necesidad de la internación prologada y

promuevan la inserción temprana de los usuarios en su contexto social. Para esa

época, según la Ley, los hospitales psiquiátricos, asilos, espacios de

confinamiento que probaban una mirada asilar, debían cerrar sus puertas o

reconvertirse. 2021 y claramente el sistema de salud se encuentra colapsado con

el sumatoria grave del impacto de la corona virus.

En el caso del sistema público de atención de los padecimientos de salud

mental, los recursos para la readecuación del mismo no existieron, y los

esfuerzos del sistema de salud para readecuarse con los recursos pre existentes,

fueron voluntariosos pero ineficaces.

Desde una perspectiva crítica, se entiende a la salud como un objeto de

estudio teórico, singular, indivisible, inmensurable, enmarcado en la dialéctica

3
Tales como, “consultas ambulatorias; servicios de inclusión social y laboral para personas después del alta
institucional; atención domiciliaria supervisada y apoyo a las personas y grupos familiares y comunitarios; servicios para la
promoción y prevención en Salud Mental, así como otras prestaciones tales como casas de convivencia, hospitales de día,
cooperativas de trabajo, centros de capacitación socio-laboral, emprendimientos sociales, hogares y familias sustitutas”  (Artículo 11
de la Ley de Salud Mental).
del proceso salud-enfermedad. Así vista, la salud no puede ser diferenciada

como mental, física o comunitaria, ni es un concepto que representa un derecho.

La nueva ley define la Salud Mental como un proceso determinado por

componentes históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y psicológicos,

todos al mismo nivel. Además, utiliza el término sufrimiento o padecimiento

mental para definir el objeto de una legislación. Como consecuencia, desde esta

perspectiva hay riesgo de encasillar carencias sociales como una patología. En

ese sentido, las condiciones de carestía, indigencia, marginación, déficit

económico, cultural o social, pueden mostrarse y observarse en un

padecimiento mental y un dolor subjetivo, pero no necesariamente constituyen

las razones de demanda de asistencia como padecimiento mental (Hermosilla,

Cataldo, 2012).

Por otro lado, la Ley adopta una posición anti psiquiátrica, haciendo

responsables a la psiquiatría de la situación de los manicomios, sin tener en

cuenta factores económicos y políticos. En la ley se asimila una internación

psiquiátrica a una detención policial y se confunde el derecho a la libertad con

el derecho a la salud (Maccagno y Vitolo, 2013).

Si bien, las personas que atraviesan por un padecimiento tienen

ciudadanía, las leyes y reglamentaciones no siempre, pueden aplicarse por

diversas situaciones. (falta de recursos materiales, humanos, organismo de

contralor, desigualdades, etc.). El estado generalmente no garantiza el

cumplimiento de las mismas para toda la población de manera igualitaria. Por

lo tanto, aunque exista la ley, y esta considere al usuario como un sujeto de

derecho, no se advierte esfuerzos suficientes para poder garantizar una atención


adecuada. Y la eliminación de las condiciones sociales, políticas, económicas y

culturales, que llevaron a las personas a ser usuarias del sistema.

Las situaciones de vulnerabilidad psicosocial que requerirá de apoyos

diversos por parte del Estado, son un limitante frente a la igualdad en el

ejercicio de derechos. En un sistema capitalista, caracterizado por la exclusión

social que subsume a amplios sectores de la población en la pobreza, las

estrategias de des manicomilizar y des institucionalizar son el resultante de la

sistemática irresponsabilidad del Estado, donde la salud es concebida como un

gasto.

Esta perspectiva advierte sobre la inexistencia de condiciones para el

cierre definitivo del hospital especializado en Salud Mental. Si bien mantienen

las críticas a las políticas de internación crónica y apoyan la necesidad de

mejoras en los establecimientos y estrategias para sostenerlos, indican que los

hospitales generales no tienen un espacio que permita contener a pacientes con

estas patologías. En muchos casos, estas limitaciones encubren una política de

privatización de salud pública. Afirmación que se asienta en el conocimiento de

la des mantelación actual del sistema de salud y en la imposibilidad estructural

de enfrentar la des manicomilización con un responsable acompañamiento de

prestaciones estatales. Sin una mejora en las condiciones objetivas de las

poblaciones vulnerables, el padecimiento psíquico seguirá creciendo, en

particular en condiciones de aislamiento social, coronavirus y el impacto de

reducción de ingresos generales.


En la actualidad a la pobreza estructural, se le suman poblaciones que, en

situación de aislamiento, falta de trabajo y pobreza, donde se intensifican las

condiciones para que aparezcan personas con padecimiento mental.

Las personas han visto cercenadas sus condiciones de vida por el

aislamiento y han sufrido la pérdida de lazos sociales, representan hoy un

desafío mayor para los sistemas de salud mental. Es importante destacar que la

orientación de todo el sistema de salud a la atención de la corona virus deja

abandonadas a las personas con otras patologías, algunas prevalentes, en

sistemas generales que no atienden ni a su situación de económica y de

exclusión, ni su padecimiento. Los estados encuentran limites concretos para

poder responder al incremento de padecimientos.

Si bien la perspectiva de derecho reconoce como principio general a la

persona usuaria de servicios de Salud Mental como un ser capaz y no como

objeto tutelado de protección, es necesario reconocer los límites de esta

aseveración. Este punto debe ser analizado considerando que los derechos que

los ciudadanos poseemos obtienen sus restricciones dependiendo del espacio

social y económico que les toque transitar, frente al padecimiento mental, sus

recursos y capital simbólico en relación a los abordajes del Estado que son

exiguos y restringidos. En la medida en que el equipo de salud trabaje

prioritariamente fuera del ámbito hospitalario, son las personas que atraviesan

el padecimiento, los que deberán proveer de los recursos básicos de

subsistencias que forman parte de los problemas del contexto del padecimiento.

La locura cuestiona la lógica de racionalidad del sistema, mientras que la

estructura social está orientada a su exclusión. Son las mismas poblaciones,


familias e instituciones las que discriminan a estas personas. Los procesos de

externación forzosa ya han mostrado su déficit, inclusive en países del llamado

primer mundo. Dada la falta de políticas de inclusión comunitaria, los recursos

inexistentes y las alternativas todavía más costosas que la internación, se

considera que el contexto no otorga un soporte material a las estrategias de

abordaje que plantea la Ley.

Desde 2010 a esta parte no existió un incremento del presupuesto en

Salud Mental que permita sostener la transformación y el cambio del sistema

que la legislación propugna. Queda entonces una ley que, sin financiamiento

alguno, dejará afuera a miles de pacientes actuales y potenciales en nombre de

la desmanicomilización y la perspectiva de derechos. Resulta difícil para una

persona que proviene de sectores vulnerables poder ejercer el derecho al

trabajo, la cultura, la educación (derechos económicos, sociales y culturales) y la

participación ciudadana (derechos civiles y políticos), si el Estado no está

garantizando estos recursos para toda la población. Y, sin duda, el trabajo, el

hábitat, los lazos sociales, la ciudadanía, la educación y el acceso a la cultura son

factores de protección esenciales para evitar el deterioro de la Salud Mental.

El problema es que en épocas donde no se interpelan las condiciones

mínimas requeridas en las instituciones de salud en todos sus niveles, tanto

pública como privadas y de la sociedad civil, resulta difícil creer que puedan

sustentarse este tipo de legislaciones. El sistema, tal cual se encuentra, no puede

encarnar proyectos que, tal como proclaman con insistencia, se proponen el

logro de un ideal. Aunque loable y bien intencionado, no puede garantizar los


derechos del sujeto de padecimiento mental y la igualdad de condiciones de

acceso a la salud.

En paralelo y como si no hubiera sido advertido por los que generan el

marco regulatorio, aún se conservan políticas, condiciones y estilos de

funcionamiento autoritario, desfinanciado y paternalista. Es difícil concebir la

intención de transformar las políticas de Salud Mental orientadas a otorgar

derechos e incluir cuando, paradójicamente, la región toda estaba siendo

impactada por la profundización de lógicas de fuerte sesgo neoliberal que

promovieron procesos de fragmentación y exclusión social.

Dadas las complejidades inherentes a los procesos de transformación que

la aplicación de la ley implica, deberíamos pensar en cómo garantizar las

condiciones de posibilidad de su implementación. Esto será factible siempre

que no sea solamente una estrategia de simulación del Estado, que, por un lado,

otorga derechos que aparecen en el papel, pero por otro lo invalida con políticas

que impiden la transferencia de recursos.

También, la posición crítica indica que los dispositivos alternativos, como

el acompañamiento terapéutico, no se encuentran en estado de desarrollo como

para ser una opción. Y aun cuando morigerarían el impacto del cierre de los

hospitales específicos, tampoco el Estado está dispuesto a invertir recursos para

hacerlo posible. Por lo tanto, los profesionales críticos advierten el peligro que

conlleva esta ley al clausurar instituciones hospitalarias monovalentes, sin otras

alternativas sustentables en la red asistencial. Como establecimos antes, los

hospitales generales de ninguna manera cuentan con los recursos necesarios ni

las estructuras apropiadas y específicas para contemplar las internaciones en


Salud Mental, así como tampoco pueden garantizar la seguridad del usuario ni

la de terceros. Asimismo, el servicio social debería estar en condiciones de

garantizar la atención efectiva de la demanda en los hospitales generales. Esto

es, localizar y promover el contacto con los familiares de los pacientes, sobre

todo cuando no se presenten espontáneamente y facilitar la integración de estos

al medio social de origen.

5. Post pandemia y Salud mental.

La pandemia puso el foco en los problemas de salud. La post pandemia


mostro las debilidades propias de los sistemas de atención de salud y Salud
mental, en tanto la pandemia genero transformaciones importantes para
individuos, grupos, instituciones y sociedades. La pandemia permitió poner en
valor de la opinión publica y los Estados la centralidad de los servicios de salud
y de la investigación en salud. Los fuertes cambios de contextos: económicos
(perdida del ingreso, perdida del trabajo, dificultades de sustentabilidad)
políticos (perdida de derechos, ciudadanías restringidas, normas de difícil
cumplimiento) culturales, (ajusten en las rutinas, separación de amigos y
familiares, aislamiento social, desaparición de lugares de ocio y esparcimientos,
teletrabajo) sociales (colectivos aislados, falta de contacto solidario, disminución
de la solidaridad). Todos estos nuevos contextos, que intensificaron varias
tendencias que ya existían con anterioridad, es el marco de paso desde la
pandemia a la post pandemia. Donde en medio de la “salida “de la pandemia,
nos encontramos con problemas de salud mental insertos en la vida cotidiana
de las personas, junto con un replanteo sobre el valor de nuestros proyectos y
orientación en la vida. La pandemia, reveló un incremento de las emociones
negativas (ansiedad, depresión e indignación) y una disminución de las
emociones positivas (felicidad y satisfacción).

La respuesta durante la pandemia a toda patología no vinculada


directamente, fue débil. Toda vez que el sistema de salud, orientado a las
patologías vinculadas a la corona virus, desanima el acceso a los servicios de
salud, de otras situaciones y en particular asociado con la discriminación
relacionada con la enfermedad mental.

Por ello en el momento post pandemia se puede observar un incremento


de padecimientos psíquico vinculados nuevas y la intensificación de
enfermedades prevalentes (estrés, depresión y ansiedad) que potencialmente
pueden agravar a personas que se encontraban atravesando un padecimiento
mental.

Diversos estudios se han centrado en los efectos de la pandemia de


COVID-19 sobre la salud mental (Tandon, 2020). El contexto post pandemia
promete un aumento de enfermedades vinculadas al psiquismo y es posible que
en el largo plazo se coloque a la pandemia como un acontecimiento traumático
a nivel global (Galea et al;, 2020).

Nuevos síntomas son detectados, que a su vez se pronostica que pueden


durar desde varios meses hasta años (Brooks et al;, 2020). Trastornos
emocionales, cognitivos, irritabilidad, insomnio, depresión y síntomas de estrés
postraumático son los más frecuentes. Como también como impacto del estrés
postraumático, abuso de alcohol y cambios de comportamiento, y en las
consideraciones entre riesgo y salud. El confinamiento prologado y la actitud
frente al potencial riesgo que puede llevar a comportamientos de retraimiento
social, indica una sensación de soledad, ansiedad, con incrementos de
depresión, violencia doméstica, abuso infantil y el abuso de sustancias (Galea et
al;, 2020).

Las personas con complicaciones en el proceso de enfermedad de Corono


Virus, como de convalecencias complicadas que quedaron con alguna secuela, o
síndrome de dificultad respiratoria aguda grave se encontraron deterioros
neurocognitivos que incluye problemas de atención, concentración, memoria y
velocidad de procesamiento junto con diminución de la calidad de vida

Del mismo modo que los países con problemas económicos importante,
donde se produjo, fruto del aislamiento social y la baja en el PBI, a veces
asociados a procesos de recesión económica se ha asociado con aumentos en la
prevalencia de angustia psicológica, ansiedad, depresión, trastornos por abuso
de sustancias y comportamiento suicida. En tanto la economía no formal, que
no posibilitaba la sustentabilidad de las familias. El desempleo, la situación
laboral insegura, traen aparejados comportamientos de riesgo.

Aunque también existen investigaciones que opinan que la capacidad de


reponerse de las poblaciones es importante y que este acontecimiento global
(como trauma social) posibilitara que las personas experimenten un proceso
reflexivo y nuevos significados sus vidas como poner en valor los procesos de
cuidado y ayudar a otros

Otra cosa novedosa que se instala en los servicios de salud, son los
recursos de salud mental en línea debido a la necesidad de brindar servicios de
salud mental en el contexto del distanciamiento físico. Estrategias que deben ser
interpeladas y puestas en revisión constante, tanto por su potencialidad, como
por su falta de estudios sobre su validez y confiabilidad. Desde luego que la
pandemia puede ser un punto de inflexión en la aplicación de inteligencia
artificial aplicada a la salud mental o la atención remota de formatos
innovadores en salud mental electrónica (Wind, Rijkeboer, Andersson y Riper,
2020)

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