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Juan Pablo Q

Juliana A

Crónica
La Real Academia de la lengua Española define un poro como un orificio que, por su
pequeñez, es invisible a simple vista y se encuentra en la superficie de vegetales y
animales. Es por esto que indagar en poros es casi que una misión imposible. Se
necesita una mirada paciente y minuciosa: Capaz de percibir moléculas donde, tal vez,
ni siquiera las hay. En medio de esta Bogotá porosa, nos dimos a la tarea de penetrar
uno de los poros más profundos y poco conocidos dentro de la población de jóvenes
de nuestra capital: El Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente. El lugar donde
se encuentran aquellos adolescentes que, sin haber cumplido los 18 años, ya son
responsables por la comisión de algún delito.

CAE REDENTOR: HOMBRES

Hay realidades en las que no pensamos. Hay vidas que no se nos pueden llegar a
ocurrir. Hay historias que pasan desapercibidas. Hay muros, la ciudad está compuesta
por muros. Muros que encierran y muros que cierran. Cierran la oportunidad de
escuchar estas historias, de ver estas realidades. Si nos pusiéramos a pensar ¿qué
historia vive detrás de este muro? Por cada muro que vemos la vida sería distinta. Nos
preguntaríamos más cosas. Tendríamos más imaginación y tal vez más empatía,
entenderíamos que hay más realidades. Llego a un muro en la diagonal 58 sur. Barrio
Tunjuelito. Veo un muro, un muro al que se puede entrar, la salida es más complicada.
Se ven algunas camionetas de policías frenre a un aviso verde que dice ``Escuela de
formación integral El Redentor. Tomo un respiro, y soy consciente que voy a pasar
por ese muro, que tengo la oportunidad de entrar y después salir. Soy consciente de
que entraré a una realidad que antes no había ni pensado. Voy a entrar a un Centro de
Atención Especializado, un lugar en donde se encuentran adolescentes y jóvenes que
están en el Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes. ¿por qué están ahí?
Son jóvenes que han sido sancionados con la privación de libertad ¿sus crímenes?
Pueden ser homicidio, secuestro, extorsión en todas sus formas y delitos agravados
contra la libertad, integridad y formación sexual.
Juan Pablo Q
Juliana A

Me preparo para pasar ese muro, CAE redentor. Días pandémicos, protocolos
de seguridad, invierno Bogotano. Me hacen bajar del carro, me toman la temperatura,
veo a un policía y con una libreta en la mano me pregunta ¿ha tenido síntomas como
tos seca, fiebre o dolores musculares?, respondo: no señor. Está bien, me toman la
temperatura: 35,2, río a mis adentros, técnicamente esa es la temperatura de un
cadáver. Me señalan el área de desinfección para lavarme las manos. Me pregunto qué
Juan Pablo Q
Juliana A

tan útiles son estos protocolos, me siento un poco insegura, me siento el tapabocas y
decido entrar. El cielo está gris, y lo que veo a mi alrededor me sorprende un poco:
una pista de atletismo, muy larga. Caminamos, escucho unos gritos de vez en cuando,
me pregunto quién estará gritando, o tal vez por qué. Paso por esta pista de atletismo y
veo a dos jóvenes que me explican la dinámica que voy a vivir; me miran, sin decir
nada, sin ninguna expresión. Me miran yo los saludo y sigo caminando, veinte pasos
después decido voltearme, me siguen mirando. Sin decir nada me siento como una
intrusa. El director se da cuenta, y como si leyera mi pensamiento me explica que
desde la pandemia los protocolos de bioseguridad han aumentado más. De hecho,
éramos unas de las primeras personas que entraban. Ni siquiera su familia. Llevan 7
meses sin ver a nadie y entro yo. Nos reciben con una sonrisa, nos cuentan que
actualmente tienen 215 jóvenes adentro, me sorprendo. Personalmente, nunca me
había preguntado que pasaba con los menores de edad si cometen un crimen, ¿A
dónde se los llevan? ¿Por cuánto tiempo? ¿qué se hace con ellos? La idea de estos
centros es poder “encaminar” a los muchachos, darle bases para que no vuelvan a
delinquir, estos centros en teoría tienen un enfoque pedagógico, en estos “se les da
herramientas” para que ellos puedan crear su propio “proyecto de vida encaminado en
la reinserción a la sociedad”. Teniendo en cuenta esto, fue importante entender la
narrativa que se estaba manejando en el lugar, poner atención a los verbos y adjetivos
que se utilizaban al referirse a los procesos y a los jóvenes.

Nos cuentan que hay varios “sectores”, depende de la edad, del número de
procesos. Entramos al sector Resiliencia. Resiliencia: capacidad que tiene una persona
para superar circunstancias traumáticas. Voy entendiendo la narrativa que se maneja.
Debajo del cartel está la puerta, una puerta con barras. Llega un adulto nos sonríe y
nos abre las puertas que están cerradas con candado. Mientras las abre nos cuenta que
este es el pabellón de los jóvenes mayores de edad, estos han cumplido su mayoría de
edad en este centro; y como hicieron su crimen cuando eran menores de edad deben
pagar la condena ahí. Entro y veo un pasillo largo, con 15 camas de lado a lado,
seguimos caminando y entramos a un cuarto más pequeño. Nos presentan. Nos miran,
están viendo una película. Decido coger una silla y sentarme atrás de ellos. Se voltea
un muchacho, me pregunta que cómo me llamo, le digo que Juliana. ¿y usted? Jaime.
Hablamos de cosas triviales, le cuento que estudio antropología, le cuento lo que es la
antropología. El tapabocas no me deja hablar, otro muro, no los escucho: cada vez hay
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más barreras entre ellos y yo. Jaime me mira a los ojos y me pregunta: ¿usted porque
está aquí? Le conté. Y yo le dije ¿y usted porque está aquí? Se quedó callado por unos
cinco minutos, pero me siguió viendo a los ojos y me dijo: no le quiero decir mona.
Después de unos minutos en silencio me dice usted se parece mucho a la madre de mi
hijo. ¿Cuántos años tiene su hijo? Un año mona, ¿y lo ha visto? No, por temas de la
pandemia no lo he podido ver ¿y cuánto tiempo le queda acá? Seis años… me quedo
en silencio, sus ojos me siguen viendo, por mucho tiempo. ¿y usted cuántos años
tiene? Tengo 18 años. ¿y usted está estudiando? No mona, ya no estoy estudiando,
todo se ha complicado bastante después de la pandemia, ya no vienen los profesores,
nos mandan unos papeles, dígame ¿Quién estudia con unos papeles?, es que les
importamos una mierda. ¿así quién puede? Aquí no enseñan mucho, explican mal las
cosas. Y volteo a ver, me están mirando, son aquellas miradas, preventivas, de
curiosidad. Desvio la mirada de aquellas caras inquisidoras y veo un cuadro en una
esquina. Es un tigre con bastantes colores, muy hermoso. Arturo me cuenta que lo
pintó él, que está haciendo una rifa. Que si quiero comprarle una boleta. Que todos los
fondos recaudados van para sus familias, para sus hijos. Cuénteme ¿Cómo es un día
cotidiano aquí? Nos despiertan a las 8 am de 8 a 10 tenemos que hacer los oficios,
usted sabe: tender la cama, barrer, trapear, organizar y así. Luego llega el desayuno.
Nos dan la comida a las 6pm y después nada, esperar. Todo el día estamos encerrados.
Pensar, pensar y tener miedo. De lo que uno hizo, de lo que está afuera, del tiempo
que a uno le queda aquí. Es mucho tiempo libre, en algunos momentos nos dejan ver
televisión y ya. La pandemia nos ha dejado muy ansiosos: es que todos los días nos
levantamos con indisposición. Caminamos otra vez para salir de esta habitación, veo a
un muchacho que está alejado de todos y de todo, tiene las manos en los barrotes y la
vista perdida, está viendo el más allá, más allá de los barrotes. Salimos del pabellón de
la resiliencia, bajamos las escaleras, caminamos un rato y vemos otro pabellón. Se ve
lo que debería ser una ventana, pero en vez de vidrios tiene barrotes, un muchacho nos
ve chifla y comienzan a acercarse otros muchachos a la pseudo ventana. Salgo de ahí,
empieza a llover. Salgo de ese muro. Pensando en todas estas vidas, vidas que tienen
un pasado, que tienen una historia. Salgo de ese muro. Y entiendo cómo funcionan
esos muros, son para callar, para alejar.

El segundo centro al que fui nos habían dicho era un poco diferente, este se
llamaba CAE Casa Belén. Barrio Egipto. Cra 1 con 6. Entramos, otra vez el protocolo
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de bioseguridad. Esta vez es diferente, nos hacen entrar uno por uno. Nos toman la
temperatura. Nos preguntan si hemos presentado síntomas, no señor. Nos dan un
uniforme por así decirlo y entramos. Esta vez es diferente, es una casa. No hay
barrotes. Entramos y nos invitan a la oficina del director. Este nos cuenta que este
centro es un poco diferente. Quién nos está explicando nos mira y afirma “hmm
bueno, estos jóvenes son un poco diferentes…. –un silencio, se nota que está
midiendo sus palabras- tienen unas características específicas… digamos que pueden
llegar a ser más vulnerables… más vulnerables de que se contaminen”. Me quedé
callada, tal vez abrí muchos mis ojos, tal vez mi cara pidió una explicación, el director
me vio y dijo, bueno ustedes saben contaminaciones como el vicio, las malas
compañías: ya hay muchachos que están muy adentro de toda esa maldad y es muy
difícil sacarlos de ahí, mientras que hay otros muchachos que no están tan adentro:
como, por ejemplo, allá los muchachos del redentor pueden tener 4 o 5 casos, eso por
lo menos pueden llegar a ser 4 o 5 años, dependiendo del crimen; mientras que acá los
muchachos generalmente están enfrentando un proceso. Tenemos 23 muchachos y acá
ellos no están encerrados; en cualquier momento ellos pueden escaparse de la casa,
pueden subir las camas y salirse por la teja. Pero no lo hacen, no lo hacen porque ellos
están encarando este proceso, ellos tienen la decisión y deciden estar aquí. Le
pregunto de quién es la decisión de en qué centro deben ir los jóvenes, primero estos
entran con un psicólogo que les hace un “perfilamiento”, pero es la decisión del juez.
Me queda sonando esa palabra… perfilamiento.
Nos reunimos con un grupo de cinco muchachos, nos sentamos en las sillas,
cada uno se presenta. Les hacemos una pregunta y llega un muchacho que tenía la
mirada perdida y nos dice: antes que nada, quiero saber ¿ustedes que piensan de
nosotros? Me quedé helada. Es una excelente pregunta. Lo mire a los ojos, me estaban
esperando, estaban esperando una respuesta. Miré al piso y le dije: creo que son
personas, al igual que yo. Hablando con los muchachos me di cuenta de que se
consideraba allá como contaminación: en esta casa no había ningún padre de familia,
no habían tenido problemas con las drogas. Después escuche que hay un término que
utilizan para calificar ciertos perfiles de algunos jóvenes: estos son “los mal llamados
hijos del ICBF”. Son aquellos jóvenes que desde pequeños han transitado por el ICBF,
generalmente no tienen ningún núcleo familiar que responda por ellos y tienen una
gran tendencia a consumir drogas. “Son víctimas de la sociedad y de su familia” me
comenta Loreli; nosotros acá lo que tratamos de hacer es trabajar en las problemáticas
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que hicieron que estos jóvenes cometieran el delito por el que están aquí, pero ahí
veces esas problemáticas vienen de raíz y son muy complicadas.

CAE REDENTOR MUJERES:

10 de la mañana y nos encontramos al frente de un extenso garaje azul. El CAE de mujeres


no parece distinto al de hombres: Paredes grises repletas de graffitis, alambres de púas y 4
torres de control vacías componen el paisaje. En la entrada había un solo policía pegado al
celular. Un celador nos toma la temperatura y nos permite la entrada. Nos pide que dejemos
nuestras pertenencias en un locker, no sin antes rociarlas en alcohol. Atravesamos lo que
parece una jaula y me llevo una grata sorpresa: los alambres se enredan con algo que parece
un jardín de flores. Esta imagen, al parecer, es mucho de lo que nos espera allí adentro.

Hablamos con la coordinadora sobre el cumplimiento de las directrices del ICBF dentro del
campus. Hogar, como lo llaman ellas. A diferencia de la sede de hombres, estas paredes son
amarillas, abunda un sentimiento más esperanzador y mi cerebro lo asimila con un colegio
campestre. Las niñas van de lado a lado y en todas las paredes hay carteles con frases de
empoderamiento y reivindicación de la figura de la mujer. La conversación con la operaria
pasa a un segundo plano, me inquietan las jóvenes pasando una y otra vez por la ventana.
Detrás del vidrio escucho: ¿Y estos quiénes son? pero el tono no se impone, se trata de una
frase que pregunta, no de una que pretende intimidarnos. Salimos de la oficina y vamos a
conocer las actividades del día a día.

Unas 8 niñas juegan y se ríen en el patio deportivo. El entrenador las reta y algunas se
esfuerzan y cumplen, otras reniegan, otras se ríen y solo dos se dan por vencidas.
Interrumpimos el momento y nos presentamos. En lo personal, siendo el único hombre del
grupo, me atreví a retarlas como el profesor lo hacía, esta vez con la mirada. En la sede de
hombres, debo decirlo, me costaba cada segundo donde intentaba fijar la mirada en algún
joven, acá todo era distinto. Lo que una vez parecía una amenaza, en este lugar se convertía
en el sentimiento más puro del ser humano: la coquetería. El tapabocas no lograba cubrir la
luz brillante de unos ojos coquetos. Acompañados de un par de risas tímidas y uno que otro
secreto entre amigas. No había que ser un mago para entender lo que estaba pasando y en un
intento absurdo por silenciar el ego, me permití ser un instrumento que apaciguara la
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monotonía. Pocos son los hombres, de la misma edad de estas niñas, que ingresan a este
lugar. Un dato exacto corroborado por sus miradas.

¡Que Dios los bendiga! nos deseaban cada vez que salíamos de un cuarto. Seguían los
carteles por todo el lugar y entre ellas, susurros y risas espontáneas. Además del campo para
hacer deporte y las aulas de educación, cuentan con dormitorios muy organizados. Se siente
una abismal diferencia con el CAE de hombres, incluso dá la impresión de que en este lugar
brilla más el sol. También visitamos los espacios para talleres: confecciones, belleza, arte y
aulas de computadores con un par de equipos viejos y notablemente cansados. Aún así, los
cuidan con recelo, y dejan entrever que valoran lo que se tiene.

Finalmente, nos reunimos con seis niñas para hablar sobre sus condiciones, sueños y temores.
Las palabras se quedan cortas para explicar este momento. Si bien en principio parecían
tímidas, poco a poco abrieron sus corazones. Incluso al punto de hablar de sus pecados. Sus
sentimientos cometiendo cada uno de sus delitos: consumo, ansiedad, necesidad, costumbre y
placer, fueron los factores que más prevalecieron en su discurso. Una de ellas deposita su
futuro en ser, como ella misma lo dijo, una “super mamá”: el ejemplo de su bebé de dos años.
Con quien solo convivió un par de meses. De resto, por la pandemia y la sanción que le
dispuso el juez, ha sido madre a través de una videollamada. “¿Mi miedo más grande?” -
preguntó una de ellas - “Yo creo que volver a quitarle la vida a una persona”. No hay
preparación alguna que soporte ese momento. Pero fue ahí donde nos dimos cuenta que
estábamos del otro lado del poro. Fuimos uno mismo con él. Las palabras pasaron a un
segundo plano cuando brillaban los ojos imaginando un futuro en libertad. Una segunda
oportunidad. La esperanza con la que trabaja cada psicólogo dejan ver que lograron afinar su
mirada para entender las moléculas, esas que no son perceptibles por los ojos, pero que
bastan para luchar por darle a cada una de estas niñas un futuro mejor.

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