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Este se inició como un caso médico. cabeza del enfermo, y aunque pudiéramos, eso
Me llamo David Rojas y soy psiquiatra. no serviría para nada, porque el mal no está a
Trabajo en un hospital como ese que tienes cer- la vista. Así que nuestras operaciones consisten
ca de casa o ese otro que conoces de vista o por en largas charlas, preguntas, respuestas, tiem-
haber ido alguna que otra vez a ver a alguien o po. Y no siempre logramos curar. A veces, eso
para que te curaran una herida. Es todo lo que es lo más triste. Digo a veces porque, para los
necesitas saber, salvo, quizá, que me gusta lo antiguos, las viejas civilizaciones y, todavía,
que hago, me gusta profundizar en aquello que alguna que otra en la actualidad, los locos son
menos conocen: su mente. Si a alguien le duele tratados como seres privilegiados, personas ilu-
el estómago, es que ahí dentro algo no va bien, minadas, personas con un don maravilloso. Así
y si a alguien le duele un pie, exactamente lo que se les respeta y venera.
mismo. Pero hay muchas personas que tienen Nuestra sociedad, por suerte o por des-
males en la cabeza que no les duelen y que no gracia, ¿cómo saberlo?, es distinta.
se pueden curar con aspirinas. Hay males tan in- La puerta de mi despacho se abrió a eso
teriores, tan especiales, que en la mayoría de las de las doce y cuarto y por ella apareció mi en-
ocasiones ese ser humano es ajeno a su enfer- fermera, Nandra —en realidad se llamaba Ale-
medad. La sociedad les llama, entonces, locos. jandra, pero desde niña la habían llamado así—.
Y ya se sabe que los locos han de ser encerrados Se acercó a mi mesa y esperó a que yo levantara
en esas cárceles situadas en el más allá de la la cabeza y le preguntara qué quería. Nada más
razón que son los manicomios, aunque nosotros verle los ojos me di cuenta de que su expresión
los llamemos sanatorios mentales. no era la habitual, la que yo solía conocer y a la
Aquel día de primavera yo estaba en mi que estaba acostumbrado. Nandra era una chica
despacho del hospital, poco antes de mi ronda hermosa, iba a casarse en unos meses, y si la
de visitas y de las sesiones de terapia individual tenía conmigo era por su eciencia tanto como
que mantenía con determinados enfermos. Los por su ánimo, siempre dispuesto o, mejor dicho,
médicos que operan a alguien del estómago sa- predispuesto a la alegría. Mis pacientes necesi-
ben dónde buscar cuando abren el cuerpo de su taban tanto de esto como de lo que yo pudiera
paciente. Los psiquiatras no podemos abrir la hacer por ellos.
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yo intercambiamos una mirada rápida. El éxi- —¿Qué es «Posición dos cuadrante sie-
to de haber conseguido que el niño hablara se te, segunda vida, busco camino de regreso»?
empañaba de momento por el incomprensible —preguntó Nandra.
signicado de sus palabras. —Clave —dijo el niño—. Variación ga-
—¿Cómo te llamas? —insistí yo. láctica. ¿Esto es una interfase?
—Tú —repitió el niño tras mirarme lar- —¿Interfase?
gamente por espacio de unos segundos. —Punto de inexión. ¿Enemigos?
—Nosotros somos amigos —traté de
La primera vez habíamos creído que re-
aclararle yo.
petía la última palabra pronunciada por Nan-
Entonces él me miró jamente, y en sus
dra. Ahora nos dábamos cuenta de que no era ojos creí intuir ahora algo más de lo que hasta
así. ese momento había visto en ellos. Fue algo se-
—¿Tú, ven, come, quito, mierda, Juan, mejante a una súplica lo que pude interpretar.
calla, calla, a dormir, cochino... —Quiero volver —pidió el niño.
Me dejé caer hacia atrás. Era demasia- —¿Adónde? —quise saber yo.
do para mí, porque no tenía nada que ver con —Casa.
cuanto había visto en mis años ejerciendo la —¿Cuál es tu casa, dónde vives?
profesión. Las respuestas del niño eran inco- Pensábamos que esto podía ser el inicio
nexas, pero resultaba claro que ahora él estaba de su camino, pero todo se vino abajo con su
tratando de comunicarse con nosotros, pues lo gesto, con su inesperada reacción: el niño le-
vantó su mano derecha y, con el dedo índice
que decía tenía un sentido en sí mismo, y si no
muy rígido, señaló el techo de mi despacho,
lo entendíamos tal vez fuese nuestro paciente
luego la puerta y la ventana y, de nuevo, el
el que pensase que nosotros estábamos locos.
techo.
Como cuando alguien te habla en una lengua —¿Vives en un lugar alto? —intenté ave-
que no entiendes se sorprende de que no le en- riguar.
tiendas, así que te lo repite igual, pero más des- Permaneció inmóvil, apuntando hacia
pacio. Y entonces aún se sorprende más de que arriba.
sigas sin entenderle. —¿Una montaña quizá?
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