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De la masculinidad al anti-masculinismo

Pensar las relaciones sociales de sexo desde una posición social opresiva

Léo Thiers-Vidal

[Este artículo fue publicado en Nouvelles Questions Féministes, Vol. 21, nº 3, pp. 71-
83, diciembre 2002]

En este artículo propongo una reflexión sobre la manera en que los investigadores-
varones comprometidos con la lucha contra la opresión de las mujeres por los varones
pueden optimizar su eficacia política y científica en el análisis de las relaciones sociales
de sexoi.
En efecto, cuando ellos pretenden producir análisis no sesgados y pertinentes, se ven
enfrentados a una doble dificultad: por un lado, comprender plenamente análisis
feministas que designan su existencia como fuente permanente de opresión de las
mujeres; por otro, aprender a manejar los conflictos interiores que de ellos se
desprenden de modo de permitirles una mirada productiva, implicada a la vez que
distanciada, sobre su construcción y su acción opresiva. El estudio de las relaciones
sociales de sexo plantea insistentemente la cuestión del vínculo entre el sujeto
conocedor y el objeto de estudio: por el anclaje identitario, afectivo, sexual y corporal
que engendra la organización específica de las relaciones sociales de sexo, todo
cuestionamiento político y teórico implica que los investigadores-hombres
comprometidos reevalúen su construcción y vivencias personales. En tanto que
miembros del grupo opresor, deben aprender que su subjetividad está estructurada
por la posición masculina, es decir, por el hecho de que gozan de riquezas materiales,
de libertades sociales, de calidades de vida y de representaciones androcéntricas en la
medida misma en que oprimen a las mujeres. Los investigadores-varones
comprometidos deben entonces, para producir análisis no sesgados y pertinentes,
elaborar una consciencia anti-masculinistaii: una consciencia de su estructuración
subjetiva particular en tanto que opresores, así como la consciencia de que es
necesario desarrollar formas de comprender plenamente las consecuencias de esta
estructuración para no reproducir distorsiones masculinistas. La cuestión central
emergente de esta consciencia es la siguiente: ¿de qué modo la posición dominante
producida por la acción opresiva estructura la relación epistemológica al sujeto mismo
de las relaciones sociales de sexo? Dicho de otro modo, ¿de qué manera los análisis de
las relaciones sociales de sexo son influenciados, hasta limitados, por la pertenencia de
los investigadores-varones comprometidos al grupo social de los hombres?

Análisis de las relaciones sociales de sexo: la distancia de género


Muchas investigadoras feministas pensaron el vínculo entre la posición social de las
mujeres y el análisis de las relaciones sociales de género. Christine Delphy escribe ya
en 1975: “La opresión es una conceptualización posible de una situación dada; y esta
conceptualización no puede provenir sino de un punto de vista, es decir de un lugar
preciso de esta condición: la de oprimido” (1998:281). Sin embargo, pocos
investigadores-varones comprometidos tuvieron en cuenta este aspecto. En el mejor
de los casos lo toman en cuenta de modo selectivo, recordando cierta idea
diferencialista de complementariedad: los hombres estarían en peores condiciones
para pensar la vivencia oprimida, pero estarían tan o más capacitados para pensar la
vivencia opresora, de allí la necesidad de implicar más varones en la investigación
feminista (Welzer-Lang, 1999). Me parece crucial profundizar en esta cuestión
epistemológica, dado que condiciona la aproximación de los investigadores-varones
comprometidos con el tema de las relaciones sociales de sexo. Analizar los efectos de
la posición social en la producción de conocimiento puede tener repercusiones
importantes sobre el imaginario masculinista del “sujeto conocedor neutro, autónomo
y racional” que niega toda particularidad a la vivencia masculina.
Este análisis puede también transformar la manera de inscribirse en la investigación
masculina comprometida: frente a los análisis feministas, los investigadores-varones
comprometidos tienen muchas veces la impresión de deber elegir entre retomar de
manera mimética y culpabilizada esos análisis o desarrollar un orden del día propio y
liberador (Welzer-Lang, 1996). Plantear la cuestión epistemológica del vínculo entre
posición social masculina y análisis de relaciones sociales de sexo permite, al contrario,
salir de esa falsa elección para encarar de manera innovadora la inscripción en la
investigación masculina comprometida.
Si los análisis feministas son una fuente de reflexión crucial respecto del peso
epistemológico de lo vivido, la participación en la militancia feminista permite
enriquecer esta reflexión. Basta efectivamente con participar en algunas actividades
militantes no controladas por los varones para que el slogan “lo personal es político”iii
tenga todo su sentido, pero de manera contraria para las feministas y los varones
comprometidos. Así, durante un camping anti-patriarcal organizado hace algunos años
en Ariège, los grupos de discusión no-mixtos y mixtos hicieron emerger rápidamente
una asimetría de vivencias entre mujeres y varones y, por lo tanto, de las temáticas
abordadas y los modos de tratarlas. Rápidamente de hecho, se revelaron oposiciones:
los varones comprometidos salían contentos de los talleres no-mixtos masculinos
donde habían abordado por ejemplo las primeras experiencias sexuales, las fantasías,
la expresión de emociones, mientras que las feministas salían serias de los talleres
donde habían abordado las violencias sexuales y sus consecuencias sobre su
sexualidad y su integridad. Durante esas jornadas esa distancia creció hasta provocar
una confrontación: las feministas exigieron que los varones comprometidos tomaran
consciencia de esa distancia, ligado a la opresión vivida por las mujeres y de la
jerarquía de las posiciones de género. Si optaron, a pesar de su cólera y de su dolor,
por un acercamiento muy pedagógico, los varones se negaron a proponer una
respuesta colectiva y aceptar la mano tendida. Además, ellas señalaron que habían
sido progresivamente excluidas de las interacciones mixtas: miradas evasivas,
desaparición de una convivialidad presente con anterioridad.
Tomemos otro ejemplo: durante las discusiones, fiestas y encuentros impulsados por
miembras de grupas feministas lionesas, algunos varones comprometidos aprendían
progresivamente, a través de un ida y vuelta entre práctica y reflexión, que la palabra
de las feministas en materia de relaciones sociales de sexo era más pertinente que la
de los varones comprometidos. Estos muchas veces no llegaban a comprender
plenamente los temas discutidos, ni a identificar correctamente los implícitos de una
pregunta, ni a comprender lo que tenía un sentido evidente para aquellas feministas
radicales.
Frente a esa distancia de género, la mayoría de los varones comprometidos
desarrollan sin embargo el siguiente juicio: considerar que la palabra feminista es más
pertinente que la de los varones comprometidos significa “ser culpabilizado, bajo el
control de las feministas”, casi “castrado”; oponerse a esta consideración significa “ser
crítico, apoyando a las feministas, pero alerta respecto de cualquier sumisión”. Aquí
tampoco se planteaba la pregunta sobre el vínculo entre posición social de género y
análisis de las relaciones sociales de sexo, por parte de los varones comprometidos y
esta resistencia bloquea toda dinámica constructiva entre feministas y varones
comprometidos.
La distancia de género surgida durante esas dinámicas militantes -las
conceptualizaciones opuestas de las relaciones sociales de sexo como opresión- no se
debe a la falta de información de parte de los varones, que debería completarse para
volver a una especie de equilibrio. Las personas presentes disponían de informaciones
relativamente próximas y variadas: heterosexuales y homosexuales, novates y viejes,
universitaries y no universitaries… Si solamente las feministas desarrollaron un análisis
centrado en las cuestiones del poder es a todas luces porque ellas, a partir de sus
vivencias, las informaciones y las experiencias compartidas, razonan de ese modo.
“Porque mismo cuando las palabras son comunes, las connotaciones son radicalmente
diferentes. Es así que muchas palabras tienen para el opresor una connotación-disfrute
y para el oprimido una connotación-sufrimiento” (Rochefort in Mathieu, 1991:132). El
corrimiento surgido entre feministas y varones comprometidos es efectivamente
entonces una persistencia de la opresión: mientras la posición estructural de las
feministas en las relaciones sociales de sexo produce temáticas comunes cuestionando
la realidad en términos de poder, la de los varones comprometidos produce temáticas
igualmente comunes al grupo pero que, al contrario, velan las relaciones de opresión.

Posición social, androcentrismo y capacidad de análisis


Si ese corrimiento de género persistente entre feministas y varones comprometidos no
es una cuestión de información sino de vivencias a partir de posiciones sociales
jerárquicas, ¿de qué manera más precisa puede describirse ese vínculo de género
entre el sujeto conocedor y el objeto de conocimiento? El estudio de la epistemología
feminista del standpoint (Hartsock, 1998) permite poner de relieve dos líneas
principales de reflexión. La primera gira alrededor de la cuestión del androcentrismo,
definido como egocentrismo afectivo, psicológico y político masculino; la segunda
concierne la capacidad de análisis, determinada por una experticia masculina
específica.
La primera línea sobre el vínculo de género entre el sujeto conocedor y el objeto de
conocimiento concierne la motivación efectiva de las feministas y de los varones
comprometidos. Las feministas presentes en el camping interpelaron de manera
política porque solo esta politización respondía a su interés objetivo: poder elaborar
herramientas conceptuales que permitan actuar eficazmente contra una realidad
opresiva. Lo que motivó a estas mujeres fue precisamente que el hecho de calificar a
los varones de opresores y a sus acciones de opresivas, corresponde a decir como son
las cosas en la realidad – y que esto es fuente de emancipación. Al contrario, los
varones comprometidos no habían interpretado sus experiencias de manera política
porque eso los habría enfrentado con una realidad masculina constituida de
imposición de violencias, de explotación, de apropiación y de no-empatía hacia las
mujeres. No obstante, los varones, si quieren mantener su calidad de vida material,
psicológica, sexual y mental, van a tener que esconderse a ellos mismo el carácter
opresivo de sus relaciones con las mujeres. Lo que los motiva a participar en estas
dinámicas de grupo, es poder hablar de ellos mismos, “lo que [los] preocupa, es el
varón, es decir, [ellos mismos] una vez más y contando. (Mathieu, 1999:308). Entonces
discuten gustosos el “rol sexual” o la “camisa de fuerza” masculina -es decir, en qué
podrían sentirse víctimas ellos también- o lo que se refiera a otras acciones opresivas,
ignorando su propia acción opresiva. Así, es claramente el androcentrismo el que
caracteriza las dinámicas y análisis masculinos comprometidos. Este androcentrismo
consiste en un egocentrismo afectivo y psicológico que otorga un lugar desmesurado a
sus propios sentimientos y vivencias y en un egocentrismo político en el que el
feminismo sirve para mejorar su propia suerte. Visto desde adentro por un varón
comprometido que participó en grupos “profeministas” en distintos países, este
egocentrismo afectivo y psicológico se expresa ante todo por una negación de empatía
hacia las mujeres. Toda evocación de la violencia hecha a las mujeres por los varones -
cuando no es abandonada desde el inicio con la excusa de no dejarse determinar por
la orden del día feminista- es tergiversado de múltiples modos: o sirve para evacuar
sus propios sufrimientos (“pero yo sufro también”), o es reenviada a otros varones o a
algún sistema que los excede (masculinidad hegemónica, patriarcado), o es devuelta a
las mujeres (“pero ellas también deben encontrar algún beneficio, no?”), o es
evacuada con una autoculpabilización que les permite mantenerse centrados en ellos
mismos (“es horrible, yo sufro ser dominante”). Parece que fuera imposible para la
mayoría de los varones comprometidos, aceptar simplemente que la (calidad de) vida
de las mujeres es minada y hasta aniquilada por los actos de los varones. Su negación a
la empatía puede explicarse sosteniendo la hipótesis que todo pasa como si, para ellos,
reconocer plenamente la existencia de las mujeres significara amenazar su propia
existencia. Pero el androcentrismo se traduce también en un egocentrismo político: la
evocación de las relaciones entre mujeres y varones lleva a esos varones a hablar de
sus vivencias personales excluyendo progresivamente las vivencias de las mujeres
concretas en sus propias vidas. El feminismo funciona entonces como una herramienta
terapéutica destinada a mejorar la calidad de vida masculina: los varones utilizan el
análisis feminista para transformar sus vidas en la dirección de más bienestar; si no
funciona, descartan el feminismo.
Se puede, gracias a esta línea de reflexión sobre los vínculos de género entre sujeto
conocedor y objeto de conocimiento, identificar un obstáculo central para la
producción de conocimiento pertinente sobre las relaciones sociales de sexo desde
una posición social masculina. La defensa egoísta de sus propios intereses y los de su
grupo social motiva a los varones comprometidos a excluir de su análisis la vivencia de
las mujeres y permanecer centrados en ellos mismos. Es también negándose a
empatizar con las mujeres que los varones comprometidos se mantienen ligados al
grupo social de los varones en general. Solamente un trabajo teórico, político y
personal sobre este aspecto de la subjetividad masculina permitirá romper la ligazón
con el grupo social de los varones y elaborar una consciencia anti-masculinista.
Una segunda línea de reflexión sobre el vínculo de género entre el sujeto conocedor y
el objeto de conocimiento concierne la capacidad de análisis propiamente hablando.
Se trata de considerar cómo el hecho de vivir en una situación social opresiva
estructura la forma de ser en el mundo. La epistemología feminista del standpoint
permite comprender que vivir como mujer o como varón en una sociedad jerarquizada
produce “saberes” asimétricos; formas de consciencia pre-políticas del funcionamiento
de las relaciones sociales de sexo. La noción de saberes pone el acento en que mujeres
y varones son sujetos conocedores activos, actuando en una estructura social dada,
que manejan informaciones y análisis que les permiten ubicarse y orientarse. Se
distingue de nociones como roles, disposiciones, de socializaciones o de
performatividades por el hecho de poner de relieve la conciencia práctica que
desarrollan las actrices y los actores sociales de las relaciones de fuerza sociales. Esos
saberes son asimétricos en la medida que las mujeres acumulan información,
sentimientos, intuiciones y análisis que parten de las consecuencias violentas de la
opresión que sufren, para remontar hasta el origen de esa opresión, elaborando así
conocimientos sobre las relaciones concretas que viven. En la medida en que las
vivencias de las mujeres están permanentemente marcadas por los efectos de la
opresión, este saber adquiere un lugar importante, se mantiene generalmente
consciente y concierne a la dinámica opresiva en si misma. Al contrario, los varones
acumulan desde su infancia, informaciones, sentimientos, intuiciones y análisis sobre
el mantenimiento y la mejora de su calidad de vida, ya que no tienen, en tanto
varones, que “prestar servicios” ni someterse a las mujeres. Así, lo que aprenden
cotidianamente en sus relaciones con las mujeres se mantiene centrado en ellos
mismos: una escucha más atenta hacia las mujeres es susceptible de cuestionar sus
comportamientos y, por lo tanto, costarle más energía física y afectiva, o hasta el
abandono o pérdida de ventajas concretas; por otro lado, cuando develan su
funcionamiento afectivo, pueden otorgar medios de resistencia a las mujeres, pero
puede también beneficiarlos, con desahogo y apoyo terapéutico de parte de ellas; una
buena dosis de frialdad y distancia desalienta cualquier iniciativa de las mujeres,
mientras que la expresión de interés y acercamiento permite obtener servicios
afectivos y sexuales. En pocas palabras, los varones tienen todo un repertorio de
actitudes conscientemente destinadas a obtener uno u otro resultado en sus
relaciones con las mujeres. Puede decirse que su saber es ego-centrado. Ocupa menos
lugar que el saber de las mujeres porque el hecho de ser opresor permite justamente
ocuparse de otras cosas: estudios, carrera, ocio, militancia. Este saber masculino es
consciente en ciertos momentos, sobre todo en la infancia, pero se transforma
progresivamente en una forma de intuición masculina. Los varones construyen así un
saber sobre los medios concretos de la opresión (Mathieu, 1991): aprenden a testear la
funcionalidad y eficacia de determinadas actitudes, comportamientos, palabras,
ausencias de palabras, sentimientos, en sus relaciones con las mujeres.
Y es en esa asimetría que se encuentra el salto cualitativo epistemológico que
representa el saber a partir de las vivencias las mujeres: ellas construyen un saber
importante, consciente y racional, informado por las vivencias de la opresión, mientras
que los varones construyen un conocimiento no racional sobre los medios de la
opresión, centrados en ellos mismos y donde las vivencias de las mujeres están casi
ausentes. Esta asimetría de saberes pre-políticos, elementos constituyentes de la
forma de ser en el mundo de género, permite entender mejor la persistencia de la
distancia de género entre feministas y varones comprometidos y el vínculo de género
entre el sujeto conocedor y el objeto de conocimiento. Si las feministas conceptualizan
las relaciones sociales de sexo como opresión contrariamente a los varones
comprometidos, es que existe una asimetría de las capacidades de análisis sobre las
relaciones sociales de sexo. Esta asimetría debe ser pensada in fine, en términos de
privilegio epistemológico para las mujeres y desventaja epistemológica para los
varones comprometidos (Hartsock, 1998). Esta condición epistemológica partículas es
a considerar, ya que ella estructura la relación epistemológica de los investigadores-
varones comprometidos con las relaciones sociales de sexo. Será importante entonces
desarrollar investigaciones comprometidas a partir de una posición social opresiva que
movilicen el saber científico masculino teniendo en cuenta la capacidad menor de los
investigadores-varones comprometidos para pensar la dinámica de la opresión.
Igual que el egocentrismo masculino, el particularismo epistemológico masculino
constituye un obstáculo central a la producción de análisis pertinentes sobre las
relaciones sociales de sexo. Estas últimas estructuran la subjetividad masculina común
y condicionan entonces, de manera específica las relaciones con el objeto de
conocimiento. Estos dos obstáculos pueden explicar por qué tan pocos varones
comprometidos en el terreno, pero también por qué su tratamiento de las cuestiones
de las relaciones sociales de sexo se mantiene sesgado, a pesar de un buen
conocimiento de los análisis feministas. Esta estructuración particular es ante todo una
desventaja: dado que su pertenencia al grupo social opresor, casi nada motiva a los
investigadores-varones comprometidos, ni les permite cuestionar profundamente qué
funda su existencia. Habría que transformar la subjetividad masculina de modo que
integre plenamente la existencia de las mujeres y sus vivencias oprimidas, lo que
implica para los varones un cuestionamiento personal y una ruptura con su grupo
social y con su masculinidad. Pero lo que constituye en primera instancia una
desventaja, permite a los varones comprometidos, contribuir al análisis de ciertos
aspectos de las relaciones sociales de sexo, en la medida en que estén enmarcados en
las teorizaciones feministas.

Transformación de nuestra subjetividad: dos momentos


Propongo identificar los elementos que permitirían a los investigadores-varones
comprometidos transformar su subjetividad particular. Distingo dos momentos, que
no están necesariamente tan separados en la realidad, pero que permiten comprender
mejor el trabajo de transformación; permanente, por otro lado. Si el primer momento
se centra en la comprensión adecuada de las teorizaciones feministas, el segundo
concierne la participación en prácticas militantes feministas que permitan anclar mejor
la comprensión.
El primer momento de una transformación de la subjetividad masculina consiste en
leer y analizar profundamente las teorizaciones feministas. Estas permiten transformar
las grillas de percepción y de análisis de las relaciones sociales de sexo; elemento
crucial de la subjetividad. En eso, los trabajos fundadores de Christine Delphy (1998,
2001), Colette Guillaumin (1992), Nicole-Claude Mathieu (1991), Paola Tabet (1998) y
Monique Wittig (2001) siguen siendo centrales porque estas teóricas muestran con
claridad las diferentes dinámicas opresivas, las bases metodológicas y epistemológicas
para un feminismo y lesbianismo radical materialista y que permita un compromiso
intelectual, afectivo, político y personal realmente innovador. La comprensión
adecuada de estas teorías representa una cuestión ineludible para poder romper
intelectualmente con la visión masculinista del mundo. Al transformar las grillas de
percepción y de lectura de las relaciones sociales de sexo, los investigadores-varones
comprometidos comienzan una ruptura con los lazos entre ellos mismos y su grupo
social. Lógicamente, surgirán importantes resistencias frente a semejante ruptura, que
darán lugar a diferentes maneras de comprometerse en la investigación
comprometida. A instancias de David Kahane (1998), pueden identificarse cuatro tipos
de compromiso. Al posado le alcanza con ser percibido como “pro feminista” pero se
implica de manera superficial, se niega a aplicar esos análisis a sus propias líneas
teóricas y prácticas. El insider se compromete políticamente en el proyecto feminista,
pero queriendo mantener una imagen propia positiva, no pone en cuestión su
comportamiento de género y proyecta el patriarcado hacia los demás varones. El
humanista percibe al patriarcado como una fuente de beneficios, pero también de
daños para los varones y privilegia un orden del día masculino, poniendo de relieve los
inconvenientes y dolores supuestos ligados a la masculinidad. Finalmente, el auto
flagelador combina un conocimiento relativamente profundo de las tesis feministas
con una intolerancia por la ambigüedad marcada por la culpa y la intransigencia. Él se
retira a mediano plazo hacia los tipos ideales precedentes. Estos cuatro modos de
compromiso nos recuerdan los elementos discutidos acerca de los (investigadores)
varones-comprometidos: la falsa elección entre repetición mimética y culpabilizada de
los análisis feministas y la elaboración de un orden del día masculino, puede ser
entendida como oponiendo al humanista y al auto flagelador, mientras que el
egocentrismo afectivo, psicológico y político de los varones comprometidos atraviesa
de manera diferente los cuatro modos de compromiso. De hecho, un centrado
psicológico en uno mismo y las sus propias resistencias psicológicas pueden seguir
predominando ya que este primer momento es intelectual y generalmente individual.
Esta categorización de las actitudes durante el primer momento de adecuada
comprensión de las teorizaciones feministas clasifica ante todo los diferentes grados
de duelo a los que llegaron los diferentes individuos respecto del imaginario de la
visión masculina del mundo.
En la medida que este primer momento permite una transformación intelectual,
limitada de la subjetividad masculina, se impone un segundo momento que permita
superar los modos de compromiso descriptos. Este consiste entonces en participar de
las dinámicas colectivas militantes, controladas por las feministas. Si las investigadoras
feministas pusieron generalmente de relieve la importancia del compromiso político,
me parece todavía más importante para los investigadores-varones comprometidos,
ya que esos compromisos -sean informales y en la cotidianidad, o formalizados u
organizativos- permiten comprender mejor los intereses en las relaciones sociales de
sexo. La participación en dinámicas de grupo tales como el camping anti-patriarcal,
pero sobre todo en las luchas y en el trabajo en el terreno con las feministas contra
diferentes aspectos de la opresión de las mujeres, permite transformar aún más la
subjetividad masculina y percibir concretamente las (micro) dinámicas opresivas: la
solidaridad masculina contra las mujeres, las estrategias elaboradas tanto como el
carácter general, organizado e intencional de la acción opresiva de los varones. Para
anclar así de manera sentida conceptos intelectuales como el sexage (Guillaumin,
1992), la explotación doméstica (Delphy, 1998), el hecho de ceder y no consentir, la
invasión mental y la hétero-socialidad (Mathieu, 1991), hay que darse la posibilidad de
verse confrontado concretamente los efectos de la opresión tales como el miedo, la
destrucción psíquica, el dolor, las cicatrices, la pobreza, pero también el odio, la
impotencia y las estrategias de resistencia. En este segundo momento, uno debe
desprenderse de uno mismo suficientemente seguido y suficiente tiempo como para
hacer lugar dentro de uno tanto afectiva como psicológicamente a las vivencias de las
mujeres, que no sea ni anexo ni subordinado. Esto implica una repetición de
abandonos momentáneos del punto de vista opresor a fin de dar un lugar intelectual y
afectivo más importante y permanente a los puntos de vista oprimidos. Y es
precisamente ese descentramiento -el renunciamiento al egocentrismo- que permite ir
más allá de los compromisos limitados ligados a una comprensión puramente
intelectual de las teorizaciones feministas. El reconocimiento al nivel de las
sensaciones de la vivencia oprimida de las mujeres, un análisis basado en la empatía
neutraliza las resistencias masculinas a las teorías feministas y abren una vía hacia una
implicación de otra naturaleza, más comprometida, en el estudio de las relaciones
sociales de sexo. Los dos momentos de la transformación, comprensión intelectual de
las teorizaciones feministas y participación dinámica en las militancias feministas,
constituyen la precondición para los investigadores-varones comprometidos para
llegar, por un lado, a entender mejor la dinámica de la opresión masculina
relacionando sentimientos, sensaciones, intuiciones y pensamientos, y por otro,
implicarse de modo menos sesgado en la investigación. No se trata solamente de
identificar las estrategias y técnicas de otros varones sino también analizar de qué
manera nosotros mismos continuamos utilizándolas, incluso en un contexto feminista.
Es necesario tomar consciencia de los conflictos inherentes a tal transformación de la
subjetividad masculina para llegar a desolidarizarse de su grupo social y de lo que lo
caracteriza, la masculinidad y el masculinismo. Habiéndose desolidarizado, el
investigador-varón comprometido podrá eventualmente producir análisis más
pertinentes y no sesgados, en la medida que tengan en cuenta su posición
epistemológica desventajosa.

Perspectivas de investigaciones comprometidas pertinentes


Intenté demostrar hasta aquí hasta qué punto el vínculo entre el sujeto conocedor
“varón” y el objeto de conocimiento “relaciones sociales de sexo” está estructurado
por la posición opresiva y la pertenencia al grupo social de los varones. Lejos de ser
“sujetos de conocimientos neutros, autónomos y racionales” tal como lo vehiculiza el
imaginario masculinista, los investigadores-varones comprometidos se ven
confrontados a numerosos obstáculos que les impiden hacer una contribución al
análisis de las relaciones sociales de sexo. Los dos momentos de la transformación de
la subjetividad masculina permite contener los efectos negativos del egocentrismo
afectivo, psicológico y político masculino y de la condición epistemológica
desventajosa a pesar de no indicar de qué modo pueden desarrollarse las
investigaciones comprometidas. En esta última parte formulo algunas pistas de
reflexión sobre el modo en que los investigadores-varones comprometidos pueden
concretamente tener en cuenta su subjetividad particular en la elección y el
esclarecimiento de sus objetos de investigación y concretizo esta reflexión a través del
ejemplo de la socialización masculina. Como es bastante lógico, las investigaciones
masculinas comprometidas sobre las relaciones sociales de sexo están marcadas por el
sesgo, constatado igualmente en las dinámicas masculinas comprometidas, que
consiste en “[evitar] confrontarse con la relación con el otro sexo y con la realidad de
esa relación” (Dagenais y Devreux, 1998:11). Sus autores efectúan esta evasión
interesándose de modo prioritario por las vivencias masculinas sin ponerlas en relación
con las vivencias femeninas, subestimando esa relación, ignorando voluntariamente
los aspectos intencionales, conscientes, organizados e interesados de la acción
opresiva masculina. Este sesgo resulta, entre otras cosas, de la idea generalizada según
la cual, los investigadores-varones comprometidos contribuirían suficientemente a
pensar las relaciones sociales de sexo a partir de su posición social eligiendo como
temática la vivencia masculina, el grupo social de los varones y la masculinidad. En
virtud del egocentrismo y de la desventaja epistemológica masculina, la elección
temática no permite un análisis de la acción opresiva de los varones. Es necesario
efectuar un largo trabajo de distanciamiento de todo lo que produce sentido -
intuiciones, experiencias, pensamientos y sensaciones- ya que el sentido masculinista
impide concretamente percibir de otro modo la vivencia masculina. De la misma
manera que para transformar la subjetividad masculina, los investigadores-varones
comprometidos han efectuado una repetición de abandonos momentáneos de su
punto de vista en beneficio del punto de vista de las mujeres, se trata de familiarizarse
de manera progresiva pero radical con el objeto de investigación para poder
interrogarlo de modo diferente. Sin embargo, contrariamente a las investigadoras
feministas para las cuales el saber pre-político sobre la dinámica de la opresión
constituye un recurso importante para interrogar ese sentido masculinista, los
investigadores-varones comprometidos no disponen de tal activo desde el principio. La
única acción que les permitirá realizar la misma ruptura epistemológica es realizar
vaivenes regulares entre el objeto de investigación y el sentido feminista.
Progresivamente esos vaivenes permiten al sentido feminista convertirse en la
perspectiva de interrogación del objeto de investigación y al investigador formular
interrogantes sobre el vínculo entre la estructuración particular de la vivencia
masculina y la utilidad de tal estructuración para mejorar la calidad de vida masculina
a expensas de la de las mujeres. Examinando todos los aspectos de la manera de
actuar masculina, de ser en el mundo, de ver el mundo desde la perspectiva de los
beneficios que obtienen los varones en sus relaciones con las mujeres, los
investigadores-varones comprometidos pueden analizar el poder en la dimensión del
género. De hecho, es únicamente luego de haber efectuado esta ruptura que pueden
movilizar su saber pre-político respecto de las técnicas empleadas por los varones para
oprimir a las mujeres apoyándose en sus propias experiencias, sentimientos y
percepciones. Es entonces que la reflexión deviene realmente anti-masculinista y que
puede aportar elementos sobre el modo en que los varones instrumentalizan a las
mujeres.
Creo que, procediendo de este modo, los investigadores-varones comprometidos
pueden contribuir de manera pertinente al análisis de las relaciones sociales de sexo
orientando centralmente su análisis de las vivencias masculinas sobre la relación con el
otro sexo y los diferentes aspectos que constituyen esa relación de opresión. El trabajo
de análisis de las vivencias masculinas no debe ser pensado como potestad única o
perteneciente exclusivamente a los investigadores-varones comprometidos. Éstos ven
las vivencias desde el interior; esa perspectiva no es mejor que la de las mujeres que
las ven desde el exterior, pero sienten sus efectos, es diferente. El cruce entre
teorizaciones feministas de las investigadoras-mujeres y teorizaciones anti-
masculinistas de los investigadores-varones comprometidos será entonces el
encuentro entre una teorización privilegiada epistemológicamente, pero desprovista
de una mirada interna y de una teorización desaventajada epistemológicamente, pero
provista de una mirada interna.
Tomemos un ejemplo para concretizar esta línea de reflexión: la socialización
masculina. Muchos investigadores-varones comprometidos la analizan ante todo como
un lugar de violencia hacia los varones, creando diferentes formas de masculinidad y
produciendo “grilletes” que aprisionan a los varones, después y solamente después
como la fuente de violencias hacia las mujeres. Este tipo de análisis piensa mal, a mi
modo de ver, el vínculo entre la causa y el efecto, exagerando en la mayoría de los
casos los efectos negativos sobre los varones. Analizar la socialización masculina ante
todo a través de los efectos negativos sobre los varones (sentido masculinista) impide
pensar que esa socialización tiene primeramente por objetivo y efecto enseñar a una
generación de niños a devenir actores de la opresión de las mujeres (sentido
feminista). Y si el aprendizaje de una forma de ser en el mundo y de una visión
masculinista del mundo pueden tener efectos secundarios, permite ante todo disfrutar
de privilegios estructurales incomparables por el resto de la vida. La ruptura
epistemológica hecha posible por los procesos de permite en cambio interrogar de qué
manera esta socialización en benéfica y hasta crucial al mantenimiento del poder de
los varones sobre las mujeres. Aprender, por ejemplo, a no expresar emociones o a
expresarlas selectivamente en momentos precisos, refuerza a los varones en sus
relaciones con las mujeres: “expresar sus emociones tiende fuertemente a reducir su
posición de poder, ya que el poder tiene fuertes lazos con la no-expresión de
vulnerabilidad” (Monet, 1998:197). La temática de ciertos investigadores-varones, de
favorecer la no-expresión de emociones en los varones, se muestra como uno de los
aprendizajes de medios del poder. Los investigadores-varones comprometidos deben,
al contrario, mirar la socialización masculina como constituyente de diferentes modos
de aprendizaje, generalmente con gran placer y disfrute, de construirse una
subjetividad, una corporalidad, una sexualidad que permite a la vez servirse de las
mujeres sin sentir ni molestias ni remordimientos.
El reto epistemológico de las investigaciones comprometidas a partir de una posición
masculina y a la vez coherentes con las teorizaciones feministas es entonces producir,
a partir de análisis feministas de las dinámicas de opresión, saberes que documenten
desde el interior todas las dimensiones de la acción opresiva masculina. Este trabajo no
es realizable sino en la medida en que los investigadores-varones comprometidos se
mantengan alertas respecto de su propia subjetividad y acción opresivas hacia las
mujeres. No puede ser pensado ni puesta en funcionamiento de manera aislada ni
entre opresores, tampoco puede estar fundada en “buenas intenciones”. Es necesario
para todos nosotros, investigadores-varones comprometidos, establecer interacciones
regulares con las feministas y no controladas por los varones, a fin de verificar la
pertinencia teórica y política de nuestro trabajo. Conscientes del egocentrismo
afectivo, psicológico y político masculino y de una condición epistemológica
desfavorable, es importante rendir cuentas alas principales concernidas con el objetivo
de evitar numerosos fallos ya documentados, entre los cuales una nueva exclusión de
las feministas por los investigadores masculinos sobre las relaciones sociales de sexo.
En efecto, si los investigadores-varones comprometidos pueden analizar del interior
los modos de la acción opresiva masculina, no se trata de crear un nuevo bastión
masculino donde la pertenencia al grupo social opresor sería transformada en
privilegio epistemológico contra las mujeres.

Bibliografía
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Université Toulouse 2 – Le Mirail.
Wittig, Monique (2001). La Pensée Straight. Paris : Balland.

Traducción Pedro Tello


i
Este artículo está basado en mi tesina de DEA (2001) (ndlt. Maestría), quiero agradecer a todas las
personas que me ayudaron a desarrollar mejor esta reflexión, en particular Christine Delphy, Marie-
Josèphe Dhavernas-Lévy, Sandrine Durand, Judith Ezekiel, Françoise Guillemaut, Rose-Marie Lagrave,
Corinne Monnet, Sandrine Pariat, Patricia Roux y Martine Schutz-Samson.
ii
La noción de masculinismo fue introducida en Francia por Michèle Le Doeuff: “Este particularismo, que
no solamente no considera más que la historia y la vida social de los hombres, sino que además duplica
esta limitación con una afirmación (no hay más que ellos que cuentan y su punto de vista) (1989:55),
entiendo por “masculinismo” la ideología política gobernante, estructurando la sociedad de tal modo
que dos clases sociales son producidas: los hombres y las mujeres. La clase social de los hombres se
funda sobre la opresión de las mujeres, fuente de una calidad de vida mejorada. Entiendo por
“masculinidad” un número de prácticas -productoras de una forma de ser en el mundo y una visión del
mundo- estructuradas por la masculinidad, fundadas sobre y que haciendo posible la opresión de las
mujeres. Entiendo por “hombres” los actores sociales producidos por el masculinismo, cuyo rasgo
común está constituido por la acción opresiva hacia las mujeres.
iii
Ndlt. “le privé est politique” en el texto original.

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