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Tatiana Machado González

C.c. 1037618293

Elías Canetti: El libro contra la muerte

La muerte

“Cada uno debería, por el hecho de haber muerto, ser único como Dios”

Elias Canetti, El libro de los muertos.

El pasado 18 de marzo transcurría para mi como muchas otras tardes de viernes entre el
cansancio y la alegría de otra jornada laboral que culminaba, las risas con mi compañera
que pronto vería a su hija tras dos semanas largas sin verla, el viaje en moto por una
carretera rodeada de montañas tan inmensas que tocan el cielo, el murmullo del rio, los
exuberantes colores, los aromas cargados de selva y monte, los viajeros campesinos en los
buses escaleras. Ahora que puedo recordar aquella tarde con detenimiento mientras escribo
la siento más vibrante y estridente y no creo poder transmitir semejantes cosas con
palabras, pero lo quiero intentar tomando la mano de la poesía.

Eran las tres y media de la tarde cuando escuche que mi compañera, quien manejaba la
moto, me pregunto en un tono chillón - ¿Qué es eso? – yo con el miedo recorriéndome el
cuerpo y nublándome el juicio le respondí- No sé profe, pero no pare-. Ambas sabíamos
perfectamente lo que era, el cuerpo de un joven yacía en medio de la polvorienta carretera
con heridas en la cabeza; más tarde ese día me enteraría eran dos heridas de bala que
acabaron con su vida. Nuestros ojos no pudieron evitar la imagen, yo lo hubiera hecho de
haber tenido la oportunidad de elegir, fueron unos segundos, pero es como si hubiese estado
horas memorizándola, aún tenía el casco de motociclista puesto, desde su frente y hacia sus
ojos chorreaban dos líneas de sangre rojísimas como nublándole la vista, pero, aunque sus
ojos estaban abiertos él ya no veía. Tenia un buso azul, jean y medias blancas lo sé porque
uno de sus zapatos estaba más adelante, era de color negro.

Nos apresuramos y continuamos el camino hacia el pueblo, pocos segundos después nos
encontramos con el bus escalera que se dirigía a una de las veredas y que iba lleno de
pasajeros. Fue en ese momento cuando vi mucho más, a la familia de aquel joven
esperándolo, la madre y el padre que ignoraban la terrible soledad que padecía su hijo
tirado en aquel transitado paraje. El miedo fue reemplazado por una tristeza inmensa que
sentía que me devoraba.

nosotras no fuimos las primeras en ver la escena pues el viernes es uno de los días de más
movimiento en las carreteras que conducen al casco urbano y el asesinato tuvo lugar a unos
pocos metros de un paradero en donde funciona una tienda con billares, sin embargo nadie
estaba junto a él intentando auxiliarlo o dadas la circunstancias acompañándolo, a todos los
que habíamos visto la escena nos había ganado el temor de que cerca estuvieran los
perpetradores, esperando el menor indicio de humanidad de parte de alguno de nosotros
para acusarnos de simpatizantes de quien sabe que y nos dispararan allí mismo.

Alguien que para mí no tiene rostro, porque es parte de ese monstruo que se alimenta de
vidas humanas, las que toma para sí cuando las recluta y las que descaradamente arrebata
para infundir miedo, que tiene miles, tal vez cientos de miles de caras y muchos más brazos
y piernas, esta cosa deforme que ha creado la guerra en Colombia me había quitado el
derecho a mi y a todas estas personas de llorar al lado del muerto para pedirle que no
muriera que se levantara, que nuestras lagrimas se mezclaran con su sangre convirtiéndose
en la plegaria más efectiva y que el error de que alguien tan joven muriera de esta forma tan
violenta se resarciera.

En la moto de mi compañera nos chocamos con el carro de la funeraria que iba a recoger el
cuerpo, pues en Ituango ellos son los únicos que tienen garantizada seguridad para ir a
realizar la diligencia ya que los grupos armados no permiten que sean las autoridades, nos
caímos y fuimos a dar a una cuneta, sin muchas palabras nos levantamos nos aseguramos
de estar bien y continuamos. Al llegar al pueblo me sorprendió encontrarme con todo en
clama y normalidad, le di un abrazo a mi compañera y le agradecí, después camine hasta a
la casa que comparto con otro profe y busque el poema que había leído al iniciar el curso de
Elías Canetti con que inicia el libro de los muertos “Cementerios de estrellas”.

Esa noche no puede dormir pensaba en cuantas cosas hubiesen podido evitar la muerte de
aquel muchacho, como dicen algunos el vuelo de una abeja o si creyera en dios un suspiro
suyo. Pero nada había por hacer, ahora pasaba a ser una cifra más en el conjunto de
víctimas del conflicto armado en Colombia, no único como Dios, sino otro de tantos y
comprendí porque todo lo que me rodeaba seguía su curso, él era otro de tantos. Yo nunca
he vivido fuera del país y aunque fui de aquellos afortunados que no padeció la guerra
directamente no cabe duda de que a todos nos ha tocado de una u otra forma, ¿Qué hacia
este hecho tan especial? Considero que me hice consciente de la muerte y de la banalidad
que la rodea sin importar que ocurra en esta forma tan violenta. La muerte nos persigue
siempre, esta por todos los lugares recordándonos la fragilidad de nuestra sobrevalorada
humanidad y sin embargo no puedo creer que no estuviéramos paralizados, horrorizados y
atónitos por semejante horror. Pero no le hemos estado en los mil años que parece que ha
durado este conflicto.

El joven se llamaba Johan Sebastián y tenía 21 años, él o más bien su muerte cargaron de
un nuevo significado las palabras de Canetti, ¿contar muertos? ¿Redondear cifras? De
alguna forma siento porque razón un muerto y otro muerto no son dos muertos. Un poema
y una muerte me enfrentaron al hecho de que no importa que tanto crea que sé de ciencias
humanas y de todo en general, no comprendo lo que la larga estela de muerte que cubre este
país nos ha hecho. Al día siguiente en la noche pase por el lugar donde lo velaban tenía la
necesidad que estoy segura no era morbo, quería rendirle un homenaje desde la puerta
susurre “Eres único como Dios” y me retire no sin antes notar la silenciosa tristeza de los
pocos que los acompañaban, para la mayoría, excepto claro los que lo amaban, a él lo
habían matado por algo, “En algo estaría metido” me recuerdan siempre el “No estaría
recogiendo café” como si no supieran que en este país cualquier cosa es una sentencia de
muerte, desde ser pobre hasta ser considerado diferente.

Las mulas

(Vereda la Miranda-

Ituango, Antioquia-2021)
No puedo evitar relacionar cada una de estas lecturas con la experiencia más vívida que he
tenido, pero creo que eso es lo que hace la literatura nos acompaña y nos revela en cada
paso las diversas tonalidades de la vida que de lo contrario nos pasarían desapercibidas.

Hace aproximadamente un año me traslade de Medellín al municipio de Ituango para ser


docente en una de sus veredas, la escuela donde trabajo esta a cuatro horas y media del
casco urbano, de estas la mitad se deben transitar en mula pues, es un camino de herradura.
La primera vez que fui a la escuela me negué a subirme en la mula ya que me parece una
practica cruel y abusiva, nos demoramos cerca de cinco horas subiendo y entendí la razón
de que los habitantes de la vereda nombraran el camino la loma del mareo, por fin mi falta
de habilidad para escalar aquella montaña y lo peligroso de transitar después de las seis de
la tarde los caminos por temas de orden público me vi obligada a subirme al lomo del
animal.

Las mulas no tienen la figura elegante que describe Canetti de los camellos, con sus
elevadas jorobas, sin embargo, son animales muy inteligentes y tenaces no por nada han
sido de vital importancia para la colonización de territorios y a decir verdad si no fuera por
ellas nadie podría habitar las zonas rurales más apartadas del inmenso territorio que es
Ituango teniendo en cuenta la complejidad de su tipografía. Las mulas igual que los
camellos del relato padecen un destino cruel, son nombrados animales de carga y muchos
encuentran la muerte en los empinados y peligrosos caminos. Son ellas quienes suben los
materiales con que se construyen las casas, los muebles, la comida, en la cosecha de café en
medio de los torrenciales aguaceros propios del mes de noviembre son obligadas a subir y
bajar costales con aproximadamente ciento veinte kilos del grano, los caminos fangosos
muchas veces se las tragan pues en caso de un accidente lo que salvan primero es lo que
llevan en su lomo, no cabe duda de que el animal es valioso, pero herido o lastimado
gravemente por una caída pierde toda su importancia.

Las mulas son un hibrido creado con un propósito, son un capricho de los hombres que
buscaban dominar la naturaleza usando al animal como una herramienta que le permitiera
el acceso a las montañas algunas tan grandiosas como las de Ituango que son las puertas al
majestuoso Nudo del Paramillo, el encuentro de dos cordilleras que si los griegos antiguos
vieran estarían seguros de que es el Olimpo, un lugar lleno de vida en las formas más
extrañas y más increíbles, un lugar que ni el hombre a lomo de mula, ni la guerra han
podido dominar. Otra característica de la mula es su rebeldía que la dota dignidad obviando
su origen mestizo y servil, ante los peligros a los que se encuentra expuesta he visto cómo
se detiene a tomar la decisión de cual camino debe tomar evitando el posible resbalón
mortal y ante la imposibilidad se detiene negándose a continuar a riesgo de ser azotada
hasta sangrar. En su rostro largo y en sus grandes ojos se puede leer el pasado doloroso de
sus ancestros, así como la crueldad de los nuestros a los que nombramos heroicos colonos
antioqueños.

Cuando las mulas son muy viejas y ya no sirven para la carga son sacrificadas pues ya no
vale la pena alimentarlas, aunque un niño alumno de la escuela y vecino de esta, sueña con
que su padre las libere y que coman día y noche en esos potreros como retribución a sus
servicios, tal vez la destrucción implícita en la acción de nombrar las cosas solo cobra
relevancia cuando nos hacemos adultos y todo se convierte en entradas y gastos. Con la
boca que nombramos los seres humanos también matamos decía el profesor Carlos en su
clase y es efectivamente en nuestro acto de significarnos el mundo confirmamos nuestro
destino de convertirnos en matarifes.

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