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Clase 5:
Antes de comenzar a trabajar los contenidos del tercer bloque, sujetos pedagógicos,
correspondiente a las clases 5 y 6, les proponemos realizar un listado con sus
anticipaciones sobre este tema. Como siempre, recomendamos volver a este listado
después de cada bloque para ampliar y contrarrestarlo con sus desarrollos.
Los sujetos pedagógicos no son un dato previo al acto educativo, sino que son una
construcción de y sobre los sujetos sociales que participan en él. Toda propuesta
pedagógica define a sus sujetos intervinientes, recorta una población específica e
imprime sobre ellas determinadas características. En ese sentido, Puiggrós (1990)
entiende por sujeto pedagógico a la relación entre educador y educando, producto de la
vinculación entre los sujetos sociales que ingresan a las situaciones educativas. El
sujeto pedagógico, entonces, excede la figura de un alumno o docente particular y
reúne a la totalidad del discurso pedagógico, de la misma forma que cuando nos
referimos a sujeto social no lo hacemos pensando en un individuo concreto. El sujeto
pedagógico explicita y argumenta la relación compleja entre educador y educando,
resultante del abanico producido por la vinculación entre ambos.
asignada por esa relación de construcción, que cumpla con todas y cada una de las
características que se le atribuyen. Son preguntas pertinentes para cualquier acto
educativo: ¿qué sucede cuando la profecía no se cumple? ¿Qué consecuencias implica la
permanencia de antiguos modelos ideales para la visibilización de subjetividades
emergentes? ¿Cómo atraviesan sus días los sujetos que no se ajustan a los parámetros
ideales establecidos? Entonces, ¿qué cobijos pedagógicos podemos construir para el
desarrollo de subjetividades plenas?
Como sugieren las preguntas previas, los sujetos concretos no terminan de reconocerse
en esas interpelaciones y modelos ideales, lo que impide que dicha operación de
normalización suture. Por ejemplo, el sujeto pedagógico “alumno” heredado del modelo
escolar del siglo XIX implica una especial relación, con los niños concretos a los que se
dirige, que privilegió ciertas marcas sobre otras en su construcción, a la vez que
desconoció otras que fueron recuperadas posteriormente –como la condición de sujetos
sexuados, la pertenencia a pueblos originarios, la identificación con los distintos
géneros, la capacidad de construir hipótesis, etc.–. Al decir de Dubet (2006), la escuela
común se creó como un dispositivo de producción de “alumnos”, en tanto sujetos
homogéneos carentes de marcas previas –la famosa imagen de la “tábula rasa”– que
debían incorporar ciertos saberes establecidos para su inclusión social. Pero a lo largo
del siglo XX, distintos discursos –la escuela nueva, el psicoanálisis, la sanción de los
derechos de la infancia, etc.–, fueron volviendo “niño” al viejo sujeto pedagógico
“alumno”. La entrada del “niño” a la escuela implicó la inclusión de estas dimensiones
culturales, sociales, subjetivas, etc. –el ingreso de sus derechos, de su cultura, de su
familia, de sus intereses– y puso en jaque al modelo fundacional, obligando a la
búsqueda de nuevas soluciones.
Juventud y moratoria
XXI en un tipo de “capital vital”. Así, la juventud es poseedora de un bien ansiado por la
totalidad de la sociedad –esto puede verse en las publicidades de moda, que tienen
como destinatarios tanto a los niños más pequeños como a los adultos de la sociedad
que confluyen en un punto medio que tiene su síntesis en la vestimenta juvenil y
adolescente–. Por otra parte, la moratoria social es entendida como un “permiso de
espera” que gozan los jóvenes y que les retrasa positivamente su participación en la
totalidad de las experiencias de la vida social –como el trabajo, la obtención de
recursos, la reproducción, el cuidado de otros, la asistencia a ciertos rituales, el
consumo de ciertas sustancias, etc.-– para dedicar ese período a su preparación y
formación para la “vida adulta”.
Desde esta perspectiva, esta “prohibición” del presente incluía una “promesa” de
mejora en el futuro. Los niños y jóvenes debían educarse para volverse hombres y
mujeres. La adultez era el resultado de un proceso educativo que los habilitaba para el
ingreso pleno a la vida social en las mejores condiciones posibles. Como ya hemos
sostenido en la clase 3 del módulo, la definición de Durkheim, –“la educación es la
acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que todavía no están maduras
para la vida social”– propone que esos momentos vitales debían dedicarse a la
educación, en tanto preparación para dicha inclusión en el mundo adulto.
Allí surgen dos figuras que desplazan a la construcción de alumno que supo ser
sinónimo de infante: el niño de la calle y el niño consumidor. La transnacionalización
de la economía y los movimientos globalizantes posibilitaron que los gustos de los niños
más afortunados en el plano material se acomoden fácilmente a los caprichos de un
mercado globalizado, mientras que los excluidos de un país en constante
desindustrialización debían hacer suyo lo único que no es privado: la calle. Sin
embargo, la oposición no es tal, ya que existe cierta solidaridad en la que todos son
considerados consumidores. Este niño de la calle, además de tensionarse con el
consumidor, puede ser reinterpretado por los medios de comunicación como niño
peligroso o niño víctima. Lo llamativo de estas dos nuevas figuras son las implicancias
analíticas. Podemos detenernos aquí a reflexionar en las distintas representaciones
mediáticas de estas infancias. Por momentos se construye al niño peligroso para que el
sujeto-espectador se paralice, se horrorice de la situación, imposibilitándose cualquier
contextualización histórica del hecho, piense sólo en el presente y los efectos a futuro.
Desde el otro vértice, se construye el niño víctima que apela a la compasión social, a la
canalización de mayores demandas de justicia inmersas en una realidad mediática
vaciada de historia.
MARZO 2015
El 13/09/14 el diario Clarín publicó una nota de una joven llamada Melina
Romero. Allí, a partir de diferentes elementos de su presunta vida
privada, se construye un perfil de mujer y adolescente “sin rumbo” entre
otros calificativos.
Para reflexionar
Así, este principio de repetición no termina por explicar nada, ya que sólo es capaz de
autoexplicarse. En consecuencia, es conveniente pensar la repetición sistemática de las
características “violentas” como síntoma del agotamiento de las instituciones que
dieron forma a la infancia y adolescencia, antes que entenderla como principio y
propiedad constitutiva de los nuevos de nuestro tiempo.
En estos chicos sin referente familiar adulto directo en su vida cotidiana ¿qué peso
cobra la fraternidad? La relación con los pares no es una resignificación de la
institución familiar, sino que tiene características disruptivas frente a la ineficacia
simbólica del modelo clásico, ya que los vínculos fraternos en estos chicos pueden
tener mayor fuerza –ya que son los portadores de los patrones de identificación–
frente a una institución familiar que opera como un significante vacío para ellos. A
diferencia de los valores producidos por una genealogía cultural, en estos contextos los
valores nacen de la experiencia y su peso se gana con la eficacia para sobrevivir en
situaciones concretas. La experiencia es la única productora de los valores compartidos
por los chicos. Si retomamos la definición de educación producida por Durkheim,
podemos notar que la ranchada no prepara para salir al mundo, sino para defenderse
de él.