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ÍNDICE PÁGINA 01

I-. VISIÓN DE CONJUNTO PÁGINA 02

II-. LOS ORÍGENES DEL PUEBLO DE DIOS PÁGINA 07

III-. LA LIBERACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS PÁGINA 31

IV-. EL PUEBLO HEREDA LA TIERRA PÁGINA 47

V-. LA DECADENCIA ESPIRITUAL DE ISRAEL PÁGINA 50

VI-. EL REAVIVAMIENTOESPIRITUAL Y PROSPERIDAD DEL PUEBLO DE DIOS PÁGINA 56

VII-. LA ÉPOCA DE LOS PROFETAS PÁGINA 70

VIII-. LOS PROFETAS DEL SIGLO NOVENO PÁGINA 83

IX-. LOS ESCRITOS PARA CONTRARRESTAR LOS DESATINOS DE SALOMÓN PÁGINA 92

X-. LOS PROFETAS DEL SIGLO OCTAVO PÁGINA 97

XI-. LOS PROFETAS DEL SIGLO SÉPTIMO PÁGINA 112

XII-. EL TIEMPO DE EXPIACIÓN PÁGINA 129

XIII-. LA RESTAURACIÓN Y LA ESPERANZA FUTURA DEL PUEBLO DE DIOS PÁGINA 151

XIV-. LOS LIBROS DE DEVOCIÓN Y CONDUCTA PÁGINA 168

SECCIÓN DE TAREAS PÁGINA 184

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I-. VISIÓN DE CONJUNTO (Desde Génesis hasta Malaquías)

El desarrollo histórico del trato de Dios con su pueblo del Antiguo Testamento es en sí mismo una
verdad emocionante. Especialmente cuando nos damos cuenta de que la historia del pueblo de Dios que
se desarrolla en la Palabra de Dios es también nuestra propia historia, si hemos creído en el Señor.
Nosotros somos también pueblo de Dios. Lo que él le dijo a su pueblo hace miles de años tiene
ciertamente una gran significación para nosotros hoy en día porque Dios nunca cambia, y la necesidad
que de Él tiene su pueblo tampoco cambiará jamás. Ni cambiará tampoco la naturaleza humana, a no
ser por la gracia de Dios. En realidad, la revelación del Antiguo Testamento es la narración de cómo
Dios ha cambiado a una muchedumbre de pecadores, transformándolos en propiedad suya, escogida
entre los pueblos de la tierra. Puesto que esa labor comenzada en el Edén continúa hoy en día, la nube
de testigos de los milenios pasados tiene mucho que decirnos a los de hoy.

El libro del Génesis nos habla sobre los orígenes del pueblo de Dios sobre la tierra. Nos cuenta sobre el
propósito creador de Dios, y cómo creó ordenadamente todas las cosas, buenas y para su gloria. En Él
se recoge la entrada del pecado en la vida del hombre, junto con la consiguiente pérdida de su amistad
con Dios, que a su vez lo condujo al sufrimiento y al juicio. La crónica de la perversión del hombre que
trajo como consecuencia el juicio terrible del diluvio da testimonio de la necesidad que el hombre tiene
de Dios y de su gracia y salvación. Así, la idea de Dios como Salvador, que proporciona esperanza a
través de su gracia, se convierte en una de las grandes doctrinas del Génesis y de toda la Palabra de
Dios.

A través de todo el Antiguo Testamento podemos seguir una de las señales distintivas de los hijos de
Dios, a saber, aquella sensación de necesidad de él. Vemos así cómo Jacob, Moisés, David, y Ezequías,
entre muchos otros fieles, aprenden a confiar en Dios por encima de todo, y a buscar en él las
respuestas a todas las perplejidades y pruebas de la vida.

Este es el pueblo de Dios, cuyos miembros son llamados uno a uno a pertenecer a la familia de Dios, y
señalados por su fe en él. Así es como Dios llama a los que han de ser suyos, y este llamado aparece
por vez primera en el Génesis. Abraham, Isaac, Jacob, Judá, y sus hermanos, son todos llamados a la fe
en Dios. También vemos cómo la fe que ha entrado por la gracia de Dios en los corazones de los
miembros de su pueblo crece en cada uno de ellos. En ninguna otra parte del Antiguo o del Nuevo
Testamento ofrece la Escritura una visión más clara del crecimiento de la fe en un hombre que cuando
presenta el crecimiento de la fe de Abraham.

Al mismo tiempo vemos cómo se va desarrollando otra cualidad esencial del pueblo de Dios. El amor
nace y crece en los que por naturaleza eran pecadores hostiles luego que la gracia de Dios efectúa su
obra en sus corazones. Y así vemos a la familia de Jacob, egoísta y beligerante, unirse más
profundamente con lazos de amor a través de las dificultades y las pruebas. Lo notamos de manera
especial en dos hombres del Génesis, Judá y José.

Además de la fe y el amor, otra marcada característica de los hijos de Dios que se ve con frecuencia
cada vez mayor en la Escritura es la esperanza. Esta esperanza le llega al pueblo de Dios, especialmente
a Abraham y a sus hijos, a través de las promesas de Dios. Dichas promesas abarcan principalmente
dos grandes esperanzas: la esperanza de una simiente (una multitud de descendientes), y la esperanza
de una herencia (un lugar permanente donde vivir en la presencia de Dios).

En el Antiguo Testamento; vemos cómo se desarrollan ambos conceptos. La promesa de una simiente,
dada por primera vez en Génesis 3.15, donde es llamada «la simiente de la mujer», es renovada
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posteriormente a Abraham. Se le da un hijo, Isaac, a través del cual se canalizan todas las promesas de
Dios. Se le asegura que esa descendencia terminará convirtiéndose en una multitud. Y, como señala el
Nuevo Testamento, la simiente prometida a Abraham culmina en una persona: el Cristo (Gál 3.16).
De igual manera, la herencia prometida primeramente a Abraham es la tierra de Canaán, tierra de
promisión donde habrá de habitar su descendencia.

En la época de Josué la posesión se convierte en una realidad, y en la de David, mil años después de
Abraham, crece hasta alcanzar desde el río de Egipto hasta el Éufrates. Sin embargo, Israel a causa de
su pecado, no es capaz de retener su posesión, y el imperio se va hundiendo, hasta que la misma
Jerusalén cae en manos del enemigo.

En los días de la decadencia en particular el Señor comienza a mostrarles un nuevo concepto, la


esperanza de un nuevo cielo y una nueva tierra, de una nueva Jerusalén. Ahora los ojos del pueblo de
Dios se levantan para esperar una herencia que no se desvanecerá, y hacia esa misma esperanza sigue
señalando el Nuevo Testamento (l P 1.3, 4; Ap. 21 y 22). Aunque la llamamos «esperanza nueva», el
escritor de la Epístola a los Hebreos aclara bien que aun Abraham llevó consigo esta elevada esperanza
hasta su muerte, y lo mismo sucedió con los demás creyentes del Antiguo Testamento
(Heb. 11.9, 10,13-16).

Es necesario añadir una última observación con respecto al pueblo de Dios cuando, en los días de
Abraham, comenzó a estar consciente de su llamamiento. El propósito de Dios no era solamente
derramar sus bendiciones sobre ellos sino también que se convirtieran en un pueblo santo. Debían
honrarlo y glorificarlo con sus vidas, en medio de los hombres de la tierra. Para que pudieran hacer
esto, Dios los llamó a vivir una vida que lo honrara a través de la obediencia a su Palabra.

Una de las expresiones más claras de este continuo deseo de Dios para su pueblo se encuentra en
Génesis 18.19, donde el Señor habla del principal propósito por el cual había llamado a Abraham. Dice
el Señor: «Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de
Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca
de él». Aquí vemos expresado llanamente que Dios, al escoger primero a Abraham y llamarlo, tema la
intención de que tanto él como su descendencia vivieran con una fidelidad tal que reflejaran la voluntad
de Dios en sus vidas. La realización misma de las bendiciones que Dios había prometido a su pueblo
dependía de si resultaba evidente en sus vidas que eran verdaderos hijos suyos. Los términos «justicia»
y «juicio» usados aquí describen a través de toda la Escritura las altas esperanzas que Dios tenía
puestas en su pueblo. Nunca suavizó sus exigencias, y a través de todo el período de la revelación del
Antiguo Testamento reclamó continuamente de sus hijos esta vida y estos niveles de exigencia. Profeta
tras profeta midió Israel a través de esas exigencias de justicia y juicio.

Hay un momento en el que el Señor le dice a Abraham: «Anda delante de mí y sé perfecto» (Gn 17. 1).
Dios nunca altera ni suaviza estas exigencias. Así vemos a Jesús decir mucho más tarde a sus
discípulos: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto»
(Mt 5.48). No puede haber exigencia mayor para el pueblo de Dios.

Más tarde, el Señor les dijo en el monte Sinaí a los que habían salido de Egipto que ellos eran su pueblo
santo. Inmediatamente después de esta declaración, que está en el capítulo 19 del Éxodo, en el siguiente
capítulo, el 20, les dio a conocer su voluntad bajo la forma de los Diez Mandamientos. Estos fueron,
por tanto, dados al pueblo de Dios como expresión de la clase de vida que él quería que manifestaran al
mundo.
A continuación de estas reglas específicas de conducta, que abarcan la totalidad de la voluntad revelada
de Dios y que exponen más a fondo la voluntad de Dios con respecto a su pueblo, es decir, el "hacer
justicia y juicio», Dios les dio un gran número de ejemplos o «juicios» que afectan a todos los aspectos
de la vida. Así, siguiendo el Éxodo, en el capítulo 21 les da numerosos ejemplos tomados de la vida
diaria y les enseña cómo toda faceta de su vida debe reflejar un esfuerzo conscientes por hacer la
voluntad de Dios (los Diez Mandamientos).
Es aquí también donde Dios describe al pueblo los sacrificios o los medios de hacer que se dé cuenta de
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sus pecados y de su consiguiente necesidad del perdón divino. El pueblo no daría la talla de las altas
normas establecidas por Dios. Por lo tanto, Dios les dio los sacrificios para impresionarlos con esta
realidad y, al mismo tiempo, con la seriedad misma del pecado.

Este debería romper el corazón de los hijos de Dios y hacerlo contrito ante él; así aprenderían a confiar
en él. La totalidad del sistema sacrificial fue el medio que usó el Antiguo Testamento para humillar al
pueblo de Dios y enseñarle a confiar en él. Además de todo eso, el sistema señalaba la necesidad de un
salvador que pudiera rescatarlos del pecado.
El tabernáculo, introducido también en este período de la revelación, fue diseñado para mostrar al
pueblo de Dios su necesidad espiritual y para llevarlo a confiar en el Salvador que Dios habría de
enviar. En sí mismo era un esquema de la obra de Cristo, como testifica posteriormente el autor de la
Epístola a los Hebreos (Heb 9 y 10).

El libro del Génesis recoge también el inicio de la obra de Satanás, el gran enemigo de Dios y de su
pueblo. A medida que se revelan el plan y el propósito de Dios para con su pueblo, se ve a Satanás en
total oposición a los mismos y teniendo éxito cuando provoca al hombre, creado por Dios, a adoptar el
mismo corazón rebelde y la misma naturaleza que él poseía. El Génesis recoge la tentación y la caída
del hombre y el origen de los hijos de Satanás, los cuales continúan oponiéndose, a través de toda la
historia de la redención, a Dios y a su familia, los hijos de Dios.
Satanás comienza en el Edén, pero no se detiene allí. Después de la caída, vemos a Caín, descendencia
de Satanás, oponerse a Abel, quien, no obstante ser su hermano según la carne, era alguien totalmente
ajeno a él en asuntos espirituales. Caín, como su padre el diablo, intenta destruir al hijo de Dios y logra
matar al justo Abel, pero no puede frustrar el plan divino. Tan pronto como muere Abel, Dios hace
surgir de Adán y Eva otro hijo, Set, en cuyos días, los hijos de Dios comenzaron a buscar al Señor. Es
así como aparecen y se desarrollan las dos sucesiones de seres humanos en la superficie de la tierra.
Desde el punto de vista de Dios, nunca ha habido más que dos clases de hombres: los hijos de Dios y
los hijos de Satanás. La trayectoria de ambos grupos puede seguirse a través de todo el Antiguo y el
Nuevo Testamento, y sus respectivas categorías permanecen en realidad hasta nuestros días. Gran parte
de las riquezas de la Palabra de Dios la vemos en la revelación bíblica con respecto a la naturaleza de
los hijos de Dios y los hijos de Satanás, y el trato que Dios da a cada uno de ellos.
La oposición de Satanás continúa incluso después del diluvio.

Así encontramos, por ejemplo, que Abraham y sus hijos se enfrentan con la continua hostilidad de la
descendencia de Satanás que vive en Canaán. Más tarde, en Egipto, la malvada oposición de la simiente
de Satanás en la persona del faraón y los egipcios es bien evidente. Cuando Israel sale de Egipto y se
dirige de nuevo hacia Canaán, esta hostilidad de los enemigos de Dios aumenta. Toda la historia de
Israel está repleta de enemigos.
Trágicamente vemos cómo los hijos de Satanás se van infiltrando gradualmente en la familia del pueblo
de Dios, la iglesia del Antiguo Testamento. Pronto habrá tantos incrédulos como creyentes, o quizá aun
más, en la iglesia, el cuerpo visible del pueblo de Dios. En el Antiguo Testamento las hostilidades
culminan con la caída de Jerusalén y la consiguiente cautividad en Babilonia. Pero la enemistad no
termina ahí. Después del regreso, encontramos a Jerusalén y a Judea llenas de enemigos del pueblo de
Dios.
En los tiempos del Nuevo Testamento la iglesia se ve penetrada de nuevo por los no creyentes. Los
agentes de Satanás en la iglesia, la mayoría de los judíos de la época de Jesús, se alían finalmente con
el poder secular de Roma para expresar el máximo de su hostilidad con la crucifixión del mismo
Jesucristo, Hijo de Dios.
El Nuevo Testamento abunda aun más con respecto a la continua hostilidad entre el pueblo de Dios y
los hijos de Satanás. Esto lo vemos vivamente descrito en el capítulo doce del Apocalipsis.

Al señalar estos importantes temas en el Génesis, hemos mostrado también cómo están presentes a todo
lo largo del Antiguo Testamento: la necesidad que tiene el hombre de Dios; el llamado del pueblo de
Dios; la labor opositora de Satanás. La Escritura traza después la historia del trato de Dios con su
pueblo en la historia de Israel. Dicha historia ha sido escrita teniendo como fondo la del mundo secular.
El surgimiento y la caída de las naciones y de los grandes imperios están entretejidos en el plano
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posterior de la historia bíblica. La obra de Dios para redimir a su pueblo no fue algo aislado de la
realidad cotidiana de la historia que se desarrollaba alrededor de Israel.
La historia del pueblo de Dios resulta ser la compilación de los éxitos y fracasos de Israel, que
dependen de su mayor o menor obediencia a su Señor.
Cuando Israel heredó la tierra de Canaán, tuvo éxito y prosperó en ella solo mientras se mantuvo sujeta
a la Palabra ya la voluntad de Dios. Cuando los padres comenzaron a dejar de preocuparse por instruir a
sus hijos de acuerdo con el deseo expreso de Dios manifestado en Deuteronomio 6.4ss, toda la nación
sufrió. Así lo leemos en el recuento de los trágicos días de los jueces.
Cuando el pueblo era quebrantado por sus enemigos, y alcanzaba el punto extremo de la desesperación,
Dios hacía surgir hombres del estilo de Samuel y David, quienes le hablaban de volverse a él. Los
ejemplos de caudillaje de Saúl y de David muestran el marcado contraste que existe entre un pastor del
rebaño de Dios que es infiel y otro que es fiel, confrontación que es típica de toda la historia del
Antiguo Testamento.
Cuando fallan los dirigentes, como sucedió en los tiempos de Salomón y sus sucesores, los trágicos
resultados afectan a toda la iglesia, y todos sufren, tanto los pecadores como los santos. Tanto la
descendencia de Satanás en Israel como los creyentes verdaderos sufren las consecuencias de las
infidelidades de Israel.
Para contrarrestar la mala influencia de Salomón y de otros como él, que llevaron a Israel por caminos
de perdición, ciertos escritores anónimos de la Palabra de Dios les hicieron resistencia escribiendo
obras como el Cantar de los Cantares y el Eclesiastés. El estudio de dichos libros muestra lo
devastadora que puede ser la infidelidad de los líderes para toda la iglesia.
También para contrarrestar la mala influencia de Salomón y sus malvados sucesores al trono de Israel,
Dios hizo surgir una continua oleada de profetas. Estos profetas se enfrentaron valientemente a la
hostilidad de la falta de fe que existía en Israel para exhortar a aquellos que confiaban en Dios a
continuar siéndole fieles.

Desde Joel en el siglo noveno antes de Cristo, quien previene contra la decadencia espiritual, mientras
el gozo de servir a Dios desaparece de los corazones del pueblo; a través de todo el siglo octavo, con el
gran número de profetas que denuncian los pecados sociales y las injusticias de sus días; y hasta los
siglos séptimo y sexto, con su deterioro espiritual, Dios envía profeta tras profeta para que llamen al
pueblo al arrepentimiento y al regreso a su Señor.
Amós reprende su falta de amor mutuo, mientras que Oseas describe su falta de amor a Dios. Jonás
representa la aversión de algunos de los verdaderos hijos de Dios a obedecerle y someterse a sus
designios redentores para con los hombres. Jeremías enfoca la condición pecadora de los corazones en
el pueblo, y señala con esperanza una solución definitiva que vendrá de parte de Dios: el cambio de
corazón.
En la cautividad, profetas como Ezequiel y Daniel dan testimonio de la gracia continua de Dios y de
cómo él sostiene a quienes ponen en él toda su confianza.

La doctrina del remanente, que fue presentada en el siglo octavo por los profetas Amós e Isaías, y
desarrollada posteriormente por los profetas Jeremías y Ezequiel, muestra que aunque el pueblo de
Dios deberá pasar por grandes pruebas y terribles juicios, Dios preservará a todos aquellos que pongan
su confianza en él. En ningún otro lugar tenernos una expresión mejor y más ferviente de esta
esperanza que en el profeta Habacuc, cuyo ministerio se desarrolla en la época de la caída de Jerusalén.
El remanente del pueblo de Dios regresó de veras a su tierra. De la cautividad de Babilonia salió el gran
contingente de todos aquellos que querían hacer la voluntad de Dios. Este remanente regresó a
Jerusalén y reconstruyó su templo y sus muros. Esta época está marcada por un gran amor por la
Palabra de Dios, y en especial por la Ley de Moisés. Es un período de reavivamiento y de regreso, o al
menos, de un gran deseo de regresar a los altos niveles de exigencia que Dios había fijado para su
pueblo en la Ley de Moisés.
Durante todo este tiempo, de avivamiento o decadencia espiritual del pueblo de Dios según se narra en
el Antiguo Testamento, hay continuamente salmos, cantos, y proverbios que expresan la fe de los hijos
de Dios que vivieron a través de todas esas épocas. Los autores de la mayoría de esos escritos nos son
desconocidos. Pero puesto que han sido conservados en la Palabra de Dios, sabemos que lo que
expresan, como cualquiera otra porción de las Escrituras, es Palabra de Dios.
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Job manifiesta la fe de un hijo de Dios, probada en la confrontación con pruebas sumamente difíciles,
pérdidas y sufrimientos. Es un testimonio de la longanimidad de Dios, comunicada a su vez a un hijo
suyo, dándole fuerzas para mantenerse en su fe, aun en los momentos en que las personas más cercanas
a él estaban en duda.
Los Salmos recogen en forma bella la fe de muchos de los hijos de Dios, además de David, el gran
salmista. Quizá el Salmo primero es el que mejor ejemplifica el contenido de todo el libro. Presenta la
justicia del pueblo de Dios, en contraste con la maldad de los que no tienen fe.

Aquí, como en muchos otros lugares, el hijo de Dios se describe como un árbol trasplantado junto a
corrientes de aguas de gracia y de la Palabra de Dios. Da su fruto a su tiempo y su hoja no cae. Ilustra
maravillosamente la dependencia absoluta de los hijos de Dios en la Palabra y el poder sustentador de
ese Dios. La pone también en fuerte contraste con la estéril vida del malvado, y su inevitable final sin
esperanza y sin herencia.

Hemos esquematizado aquí solo brevemente el desarrollo del contenido del mensaje que Dios presentó
a su pueblo en el Antiguo Testamento. Ello basta para demostrar la gran importancia que tiene este
antiguo mensaje de Dios para su pueblo de hoy en día. La validez siempre actual de la Palabra de Dios
fue elocuentemente expresada por el mismo Jesús cuando le hablaba a su propia generación, En cierta
ocasión les replicó a los fariseos: «Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día, y lo vio,
y se gozó... Antes que Abraham fuese, yo soy» (Jn 8.56, 58). Como afirma también el autor de la
Epístola a los Hebreos: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Heb 13.8). El Cristo
eterno hace que la Palabra de Dios sea siempre para el pueblo de Dios algo importante y de sabor
contemporáneo.
En los capítulos siguientes, pues, haremos algo más que estudiar la vida de un pueblo antiguo y
aprender cosas sobre el mismo. Vamos a estudiar la revelación que hace Dios mismo sobre su verdad y
su voluntad con respecto a su pueblo, no solo el pueblo de las épocas antiguas sino el de todos los
tiempos. En este diplomado tenemos mucho que aprender para nuestros días y para nuestra vida
cotidiana.

II-. LOS ORÍGENES DEL PUEBLO DE DIOS (Génesis)

1. La creación del mundo (caps. 1 y 2)


Las palabras con que comienza el Antiguo Testamento hablan de orígenes. Los orígenes de que se
habla son los de la creación del cielo y de la tierra. Se presupone que Dios es alguien que ya existía
antes de este principio. Las Escrituras dicen poco sobre lo que precedió a la creación del mundo y, por
tanto, lo que la precedió no es esencial para el conocimiento humano.
Las Escrituras tienen dos respuestas para nuestra curiosidad sobre estas cosas: una en el Antiguo
Testamento y la otra en el Nuevo. Primeramente, en el Antiguo Testamento, en Deuteronomio 29.29,
Dios nos dice que las cosas secretas pertenecen al Señor, pero lo que ha sido revelado nos pertenece a
nosotros y a nuestra descendencia para siempre. Esto es lo mismo que decirnos que debiéramos
preocuparnos de lo que Dios ha revelado, y no ser demasiado curiosos con respecto a lo demás. Lo
revelado basta para atraer toda nuestra preocupación y nuestra atención.
Sin embargo, las Escrituras sí nos revelan de manera parcial algunos aspectos concernientes al
propósito creador que estaba en la mente de Dios. Este concepto del propósito de Dios en la creación es
algo sumamente importante para nuestro conocimiento. Aunque a través de todas las Escrituras, este
propósito divino aparece implícito, se nos enseña explícitamente en Efesios 1.4. Aquí se nos dice que
Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, esto es, antes de la creación. Por tanto, se
nos muestra cuál era el propósito de Dios: que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor.
Sé que algunas traducciones ponen la frase «en amor» con la oración siguiente (el original griego
permite ambas construcciones). Pero dicha frase es necesaria para completar el concepto precedente, y
en realidad así lo hace, por lo cual es preferible traducir así, no solo desde el punto de vista gramatical
sino también porque está más de acuerdo con la verdad divina, tal como ha sido revelada a través de las
Escrituras.
La enseñanza es la siguiente: Dios, antes de la creación, se hizo el propósito de llegar a tener un pueblo
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que pasara la eternidad con él y con el que pudiera compartir las bendiciones de toda esa eternidad. El
solo pensamiento de esta realidad nos maravilla, porque se halla más allá de toda nuestra comprensión.
Nos habla de un Dios de amor que por amor nos incluye en sus designios eternos. Un Dios que nos
escoge específicamente a nosotros para que le acompañemos para siempre. Y se propuso realizar
nuestra entrada en su familia por medio de su Hijo Jesucristo. Aquí queda implícito todo el plan de
salvación, tal y como las Escrituras lo desarrollan. La cuestión realmente importante es que Dios nos
escogió en Cristo antes de crear el cielo y la tierra. Así vemos cómo los propósitos fundamentales de
ese Dios, afectan a todo lo que comienza a hacer cuando crea al mundo y al hombre.
A continuación sigue una explicación sobre la clase de pueblo que Dios se proponía llegar a tener. Sus
individuos deberían ser santos y sin mancha. Las dos ideas no son sinónimas. «Santo» es la palabra
usada para todo lo que es apartado para Dios. Este pueblo debería ser un pueblo santo, es decir, un
pueblo que fuera propiedad exclusiva de Dios. «Sin mancha» nos enseña que debería ser un pueblo sin
pecado y sin defecto, ya que solo un pueblo así podría permanecer para siempre en la presencia de
Dios.
Además, debería estar delante de Dios, en su presencia, en una relación de amor. Dios nos habla aquí
del amor, relación esencial que debe ser el lazo que una a los miembros del pueblo de Dios, y que lo
una a él con dicho pueblo. En las Escrituras se presenta frecuentemente el amor como el lazo de unión
entre las Personas de la Trinidad (Jn. 3.35; 15.9; 17.23, 26), lo que hace que el hombre, que ha de ser
creado a imagen de Dios, deba poseer también esta característica.

Efesios 1.4 nos ayuda por tanto a ver qué es lo que tenía Dios en su mente cuando comenzó a crear el
cielo y la tierra y cuando puso al hombre en ella.
Necesitamos este concepto para poder ver la maravillosa unidad de la Palabra de Dios cuando
intentamos discernir cuáles son las motivaciones de Dios en todas sus relaciones con el hombre. El
propósito inicial de Dios nunca quedará frustrado; él se mantiene firme en sus intenciones y va
llevando gradualmente sus propósitos iniciales a su perfecto cumplimiento. Esta es la maravillosa
historia que se va desarrollando en la revelación de Dios, es decir, en las Escrituras del Antiguo y del
Nuevo Testamento.

El primer párrafo de las Escrituras (Gn. 1.1-5) presenta la labor creadora de Dios. El verbo usado aquí
para la acción de «crear» es una palabra que únicamente aparece en las Escrituras teniendo a Dios por
sujeto. Por tanto, quiere significar únicamente la labor divina que trae a la existencia aquello que antes
no existía.
Para revelarnos aun más sobre el poder creador de Dios, se nos dice que él sacó el orden del caos y la
luz de las tinieblas (v.2). El versículo segundo es un comentario del primero y no una adición. Para su
propia gloria, Dios creó primeramente el cielo y la tierra, pero en un estado caótico y tenebroso y
posteriormente puso el orden y la luz en lo que ya había hecho.
La palabra usada aquí para nombrar a Dios es un término genérico que en el idioma hebreo es una
palabra en plural. Es correcto traducirla como un singular, puesto que el verbo hebreo «creó» está en
singular. La razón por la cual el nombre de Dios está en plural es que se desea expresar la majestad de
Dios, siendo además muy posible que haya sido para indicar la pluralidad de personas existente en la
Divinidad. El mismo versículo presenta al Espíritu de Dios como una persona, indicando así la
existencia de una pluralidad de personas en la divinidad única. Aquí se encuentra implícita la doctrina
trinitaria, aunque debamos esperar al Nuevo Testamento para verla expresada en forma explícita. En
otras palabras, el uso de una forma plural para mencionar a Dios, y la presentación del Espíritu de Dios
como persona, tiene en cuenta, aunque no lo enseñe de manera explícita, la personalidad trinitaria de
Dios.
Debemos notar que los conceptos presentados aquí, de un orden sacado del caos y de una luz sacada de
las tinieblas, son usados en el Nuevo Testamento para presentarnos la obra redentora realizada por Dios
en nuestras vidas. En 2 Corintios 5.17 se nos dice que si alguno está en Cristo nueva criatura es. Las
cosas viejas pasaron y el es hecho nuevo. Pablo se refiere de nuevo a Génesis 1.2 en II Corintios 5:
17, cuando dice que Dios, que ordenó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció
en nuestros corazones para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
Aquí se nos está hablando de la obra de nuevo nacimiento o regeneración que ocurre en el corazón de
todo creyente, haciéndole posible conocer a Dios y tener salvación. Así como el Espíritu estaba activo
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en la primera creación y en su iluminación, así también lo está en nuestra nueva creación espiritual, que
nos incorpora como miembros a la familia de Dios. Juan 1.4, 5 hace alusión en forma similar a la luz
de Dios que estaba en los hombres, y que supera a las tinieblas.
Algo que también necesitamos dejar señalado aquí es que la secuencia de tarde y mañana (Gn 1.5) que
constituye el orden bíblico del período de 24 horas, refleja una y otra vez este triunfo de la luz sobre las
tinieblas. Aquí se nos muestra cómo Dios ha puesto dentro de la creación misma, y dentro del orden de
noche y día, una enseñanza que nos habla de que él creó la luz para derrotar las tinieblas y del
inevitable triunfo de la luz espiritual sobre las tinieblas espirituales.
La revelación natural de Dios comienza desde el mismo día primero de la creación.

Los versículos 6 y 8 hablan de la forma primitiva de la tierra en el momento de ser creada por Dios. Es
importante fijarse aquí cuál es la enseñanza que se presenta. La palabra «firmamento» estaría mejor
traducida si se dijera «expansión»: Hace referencia al área vital que Dios hizo para el hombre en la
tierra. Había agua almacenada por encima y por debajo de esa expansión. Nos damos cuenta de que las
cosas no son así en el mundo de hoy. No conocemos la existencia de tales acumulaciones de agua por
encima y por debajo del área vital del hombre sobre la tierra. No existen en la actualidad. Esa es la
cuestión: el mundo que Dios hizo al principio, parece haber sido diferente del que hoy conocemos.
Durante el diluvio, este mundo sufrió cambios catastróficos en su totalidad, que lo hicieron convertirse
en el mundo que hoy conocemos. Este era precisamente el argumento de Pedro cuando escribía a la
iglesia, al final de su vida.

En 2 Pedro 3.3-7 se hace referencia a unos tiempos faltos de fe, en los cuales los hombres,
desconociendo voluntariamente lo que Dios había hecho para juzgar al mundo antiguo con el diluvio,
dejarían de creer en la segunda venida de Cristo. Afirmarían que, de acuerdo con sus observaciones, el
mundo permanece el mismo desde el principio. Pedro insiste en el versículo 5 en que desconocerán
voluntariamente la doctrina de la creación tal como aparece en el capítulo primero del Génesis. El
mundo anterior al diluvio, nos dice Pedro, era muy diferente del actual. Provenía del agua. Y en el
diluvio, por medio de los grandes depósitos de agua que se hallaban por encima y por debajo de la
tierra, el mundo que existía entonces fue destruido. De esta forma, Pedro presenta el contraste entre
aquel mundo y el cielo y la tierra actuales (v. 7).
Es importante notar que el mundo como Dios lo creó al principio era bastante diferente de como es hoy
en día. Los grandes depósitos de agua que estaban por encima y por debajo de la tierra habitable fueron
abiertos en el momento del diluvio, y en consecuencia produjeron en la tierra unos cambios tan
catastróficos que alteraron radicalmente toda su estructura y su aspecto mismo. Más tarde veremos
cómo el diluvio significó mucho más que una lluvia que duró cuarenta días con sus noches. Fue
también la ruptura de las fuentes de los abismos y la apertura de las cataratas del cielo (Gn 7.11). La
lluvia fue solamente el tercer elemento del diluvio, y probablemente resultó ser el más insignificante en
cuanto a los daños producidos (Gn 7.12. Ver también Gn 8.2).

Esta es la consistencia interna de las Escrituras. No tenemos aquí alusión a ningún concepto mitológico
antiguo sobre la estructura de la tierra, sino la Palabra de Dios, claramente revelada tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento, y dando testimonio de la misma realidad. Los que en el día de hoy
dejan de lado la revelación bíblica en su búsqueda de la verdad sobre el mundo y sus orígenes, y que
por tanto calculan la evolución de la tierra hasta su forma presente en millones o miles de millones de
años, simplemente están desconociendo la obra creadora de Dios y su poder de juicio para cambiar en
un momento lo que él mismo ha creado. Pasan por alto los efectos catastróficos que tuvo el diluvio
sobre el mundo, en su insistencia sobre la necesidad de miles de millones de años para que en la tierra
se lleguen a producir grandes cambios. Y aunque ellos puedan llegar a descubrir muchas grandes
verdades sobre el universo, por las que les debemos estar agradecidos, en la interpretación de dichas
realidades debemos guiarnos por la Palabra de Dios. No puedo ver cómo podría un cristiano actuar en
forma diferente.

El resto del capítulo primero, dando el orden de la creación, primero la luz, después un lugar donde
habitar, y posteriormente la tierra firme y las aguas para que las distintas formas de la creación viviesen
en ellas, nos presentan una evidencia aun mayor del trabajo ordenado que realiza la mente de Dios.
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Después de esto, son hechas las lumbreras que han de iluminar al hombre. A continuación, las aguas y
la tierra se llenan de toda clase de criaturas.
El versículo 26 presenta la creación del hombre, obra cumbre del Creador, en el sexto día. En todo esto
vemos el orden y el plan de Dios a medida que va desarrollando su obra creadora. Esto en sí mismo
presenta a Dios como un ser ordenado y lleva implícita la idea de que aun antes de comenzar la
creación, ya había un propósito fijo en la mente divina, que fue el que tuvo como consecuencia la
creación del hombre, para el cual había preparado ya un mundo en todo adecuado. Se describe aquí al
hombre como creado a imagen de Dios. No se nos dice qué implica esta afirmación, pero
posteriormente una revelación más amplia de la Palabra de Dios, nos enseña que el hombre fue creado
para Dios para tener compañerismo con él.

Como ya hicimos notar, en Efesios 1.4 se afirma que el hombre fue hecho para vivir ante Dios, en su
presencia en amor. Esto sugiere la existencia en el hombre de capacidades similares a las que se hallan
presentes en Dios mismo. Ser a la imagen de Dios, por tanto, es ser capaz de tener amistad con Dios, y
de experimentar amor recíproco por él, reflejando así el amor que él nos tiene. El hombre es, pues, un
ser único, puesto que reúne cualidades que no se encuentran en ninguna otra criatura conocida.
Vemos también cómo las frases «hagamos al hombre» y «nuestra imagen» implica, aunque tampoco
expongan en forma explícita, una referencia a la personalidad plural de Dios.

Por otra parte, Dios le da al hombre un quehacer y una responsabilidad ante él. El hombre habría de
llenar y someter la tierra, ejerciendo dominio sobre todo lo que Dios había creado (1.28). Luego que
Dios hubo terminado su obra creadora se sintió complacido, y declaró que todo era bueno en gran
manera. Esto ciertamente lleva implícito que la creación no tenía defectos, y que el hombre, tal como
fue hecho por Dios, era también bueno en gran manera (sin pecado).

Hagamos una pausa en este momento para notar que todos los factores señalados en Efesios 1.4 están
presentes en el momento de la creación. Dios creó al hombre santo (es decir, para él) Y sin mancha
(bueno en gran manera) para vivir delante de él (en su presencia e imagen) en una relación de amor.
Esto último se manifiesta en el hecho de que Dios le había dado ya al primer hombre mandamientos
por los cuales este podría, a través de la obediencia demostrarle su amor. Jesús mismo lo dijo más
tarde: «Si me amáis guardad mis mandamientos» (Jn 14.15; cf. Jn 15.14). La obediencia, por tanto, ha
sido siempre una manifestación del amor que le tienen sus hijos a Dios. La situación que habría de
permitir el cumplimiento del propósito de Dios al crear al hombre fue establecida desde el principio.
Todos los elementos esenciales para el cumplimiento de este propósito estaban presentes y habían sido
constituidos desde el momento mismo de la creación.

En el capítulo 2, versículos 1 a13, se nos presenta la idea del Sabath, el tiempo en que Dios descansó de
su labor creadora Esto sugiere también la intención divina de traer a su culminación todas las cosas que
Dios había comenzado. Para inculcar esta verdad en el hombre se afirma expresamente aquí que Dios
descansó en el séptimo día, y santificó (hizo santo) ese día.
Más tarde el escritor de la Epístola a los Hebreos nos mostrará cómo este séptimo día fue establecido
de forma simbólica para indicar la entrada definitiva del pueblo de Dios en el descanso y la amistad con
Dios (Heb 4.3-11). Por lo tanto, desde los tiempos de la creación cada séptimo día se nos presenta
como un recordatorio del gran propósito de Dios de tener un pueblo ante él para siempre. Cada Sabath
a partir de entonces habría de recordar esta esperanza al pueblo de Dios, y era en realidad como un
pequeño anticipo de eternidad en un ensayo de lo que sería el cielo mismo, ya que en dicho día, el
pueblo de Dios debía dejar a un lado las labores profanas de este mundo y entregarse por completo a
gozar de Dios. Más adelante veremos cómo esta doctrina se desarrolla.

En el capítulo 2, versículo 4, Dios se nos presenta en una forma personal. Su nombre propio, Yahweh,
o Jehová, o el Señor, como dicen algunas traducciones, aparece aquí por vez primera. Es significativo
que sea aquí, porque en los versículos siguientes se hace énfasis en que Dios cuida personalmente del
hombre, satisfaciendo todas sus necesidades: físicas, emocionales, y espirituales. Mientras que el
capítulo 1 ha señalado el orden de la creación, el tema principal del capítulo 2 es el hombre como obra
cumbre de la creación, mostrándonos cómo en el propósito de Dios todo fue hecho para el hombre y
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para su bien. Es por eso que en este capítulo se hace énfasis sobre todo en el orden lógico, más que en
el cronológico. El capítulo 2 nos demuestra el amor que Dios le tiene al hombre, que es hechura suya.
El versículo 5 sugiere la idea de que hace falta el hombre para completar la creación. El versículo 7
explica en detalle la creación del hombre, tanto para mostrar su humilde origen del polvo de la tierra,
como su otro origen, tan encumbrado, que procede del aliento mismo de Dios.

Los versículos 8 al 14 hablan de la abundancia con que Dios satisfizo las necesidades físicas del
hombre, dándole un lugar especial que pudiera considerar suyo en esta hermosa tierra y proveyéndole
de toda clase de buenos frutos para nutrir su cuerpo.
En el versículo 9 se nos dice que había dos árboles en medio del jardín. Se los presenta en forma
misteriosa, sin explicar su naturaleza; solo se dice que uno es el Árbol de la Vida y el otro el Árbol de
la Ciencia del Bien y el Mal.
Fuera del contexto de los capítulos 2 y 3, el segundo de los árboles no vuelve a ser mencionado, Puesto
que recibe el nombre de Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, sin duda fue colocado allí para probar a
través de la obediencia el amor que Adán le tenía a Dios, La alternativa sería: « ¿Deberá el hombre
conocer el bien y el mal a través de la revelación de Dios, o mediante su propia experiencia
independientemente de esa revelación divina?» Su sola presencia allí en consecuencia, ponía a Adán en
la obligación de escoger entre depender de la voluntad revelada de Dios o buscar la manera de existir
sin depender de él. Lo primero pondría de manifiesto su amor a Dios; lo segundo, su odio.
Dios satisfizo también las necesidades emocionales del hombre. Puesto que era imagen de Dios, es
obvio que el hombre había sido creado para cargar con grandes responsabilidades, Debido a ello Dios
le dio una tarea que debía realizar (vv. 15-17), Asimismo Adán recibió órdenes específicas, con cuyo
cumplimiento manifiesta su amor a Dios.
Por último, Dios satisfizo la necesidad del hombre en un área especial. El hombre había sido creado
para tener amistad con Dios pero en un contexto de convivencia con hombres similares a él. Se nos dice
que Dios creó al hombre varón y hembra (1.27), Aquí, en el capítulo 2, tenemos una ampliación de esta
creación de la mujer, lo que nos muestra una vez más que toda la obra de Dios fue hecha pensando en
el hombre y en su bien, nacida del amor de Dios para con el hombre.
Se describe aquí a la mujer como una ayuda idónea para el hombre, una respuesta a sus necesidades.
Fue hecha para el hombre y para completar al hombre. El hombre solo estaba incompleto: así como la
necesidad mutua del hombre y la mujer esta hondamente marcada en la fibra misma de la humanidad.
Dios sacó a la mujer del cuerpo del hombre y ordenó que a partir de entonces, los hombres nacieran de
mujer, poniendo el acento de nuevo en una dependencia del uno respecto al otro, y en la necesidad
mutua que solo el otro puede satisfacer.
Dios dispuso en la creación el concepto de la familia como la forma en la que llamaría a su pueblo y lo
redimiría. La relación entre esposo y esposa habría de reflejar la relación eterna entre Cristo y su iglesia
(Ef. 5.22-33).

Concluimos esta sección, pues, haciendo de nuevo la observación de que el propósito divino, tal como
se expresa en Efesios 1.4, está plenamente manifestado en el momento de la creación del hombre a
imagen de Dios: tenemos aquí unos seres humanos que son santos y sin defecto ante Dios, en un estado
de amor. Pero la carencia de pecado y el amor deben ser probados. Por encima de todo, debía someterse
a prueba el sentido de la necesidad de Dios en Adán, si habría de haber aquel compañerismo eterno que
Dios mismo había propuesto y deseado.

2. El reto de Satanás al propósito divino (cap. 3)


El capítulo tercero presenta la figura de la serpiente, que se describe como astuta y a la vez como una
de las criaturas de Dios. No había, pues, nada inherentemente malo en la naturaleza de la serpiente.
Como todas las demás criaturas de Dios, había sido creada buena, Cuando comienza a hablarle a la
mujer, nos damos cuenta inmediatamente de que aquí hay algo más que una simple criatura sujeta al
hombre. Se está revelando una personalidad que ya era anteriormente hostil a Dios y perjudicial para el
hombre. Aunque no se declara en forma específica en este capítulo, se demuestra claramente en
muchos otros lugares que esta serpiente fue usada por Satanás al hacer su entrada en el mundo del
hombre para tentarlo y hacerlo pecar.
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En Apocalipsis 12.9, cuando se describe a Satanás se lo llama «el gran dragón, la serpiente antigua,
que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero». Satanás se describe aquí y dondequiera
que aparece en las Escrituras, como alguien que hace oposición a Dios y al bien del hombre basándose
en mentiras y con las motivaciones de un asesino (Jn 8.44). No hay duda de que es este Satanás el que
es presentado como carácter dominante en la narración del pecado y la caída del hombre.
Sus intenciones son claras. Quiere echar a perder el buen plan y el propósito que Dios tenía para el
hombre, y hacer de este uno como él, un rebelde ante Dios. No hay duda de que el diablo escogió la
serpiente por ser la criatura que más se adecuaba a sus propósitos, puesto que era más astuta que las
demás.
Fijémonos cómo comienza a hablar Satanás: « ¿Con que Dios os ha dicho...?» Desafía abiertamente la
Palabra de Dios, regla y autoridad por medio de la cual el hombre ha de vivir y prosperar.

La sutileza de la insinuación de Satanás está en la forma en que siembra la semilla de la duda acerca de
la Palabra de Dios en el corazón de Eva. Incluso cita en forma equivocada o plantea exageradamente lo
dicho por Dios a fin de que pareciera irracional el que Dios le hubiera ordenado algo al hombre. Vemos
cómo añade astutamente a la Palabra de Dios las palabras «todo árbol». Satanás sabía qué era lo que
Dios había dicho, pero exagera la Palabra divina con el fin de hacer pensar a Eva que Dios había sido
cruel.
Es importante que nos fijemos en que Eva también hace lo mismo. Cuando le responde a Satanás, al
principio cita a Dios con exactitud, pero después añade las palabras «ni le tocaréis» (v. 3) a la orden
dada por Dios. Ella también, siguiendo el ejemplo de Satanás, añadió algo al mandato divino,
manifestando así que estaba resentida por la severidad de Dios.
No es de extrañar que posteriormente Dios nos advierta a través de Moisés y más tarde a través del
apóstol Juan, que no debemos añadirle ni quitarle nada a su Palabra (Dt. 4.2; 12.32; Ap. 22.18,19).
Tanto al principio como al final de la revelación dada por Dios a su pueblo, nos advierte severamente
que no debemos usar su Palabra en forma descuidada. El hecho mismo de que Eva la usara tan a la
ligera, es ya una demostración de que había rebelión en su corazón.
Habiendo echado ya a un lado la autoridad de la Palabra de Dios, se hallaba indefensa y no podría
vencer a Satanás. Así fue como él pudo inculcarle las mentiras que aparecen en el versículo 4. Cuando
se rechaza la Palabra de Dios como medida de la verdad, el hombre se vuelve incapaz de distinguir
entre la verdad y la mentira.
En los versículos 6ss, las acciones y los pensamientos de la mujer nos dan un excelente retrato del
pecado operando en el corazón. Eva vio que el árbol era bueno para comer, aunque Dios no había dicho
eso. En Génesis 2.9 Dios había distinguido cuidadosamente entre los frutos que eran buenos para
comer, y los que no lo eran. Ahora el juicio de la mujer, que ya no estaba guiado por la Palabra de
Dios, era susceptible de error pecaminoso. Ahora fue su propio deseo el que tomó las riendas. Después
de esto, ya no fue la verdad de Dios sino el placer carnal lo que guió sus acciones. Vio que el árbol y
sus frutos eran agradables a sus ojos, y esta sensación se convirtió en la motivación de sus actos. Por
último, aunque su mente le decía todavía que estaba prohibido, ella sometió su mente a sus carnales
deseos a base de razonar una mentira: que el árbol les haría alcanzar sabiduría.
El acto manifestado de comer del fruto fue el siguiente paso como culminación del pecado que había
comenzado en su corazón cuando decidió que no se dejaría guiar más por la Palabra de Dios. Es
provechoso comparar esta situación con dos retratos similares del pecado que aparecen en el Nuevo
Testamento, el primero en 1 Juan 2.16 y el segundo en Santiago 1.14, 15.
Nos quedamos asombrados cuando nos damos cuenta de que su esposo había estado junto a ella
durante todo este tiempo y, aparentemente, no protestó nunca ni ocupó el lugar que por derecho le
correspondía como jefe espiritual de su hogar. Simplemente se limitó a seguirla, cometiendo el mismo
pecado que ella.

El pecado de Adán puede, por lo tanto, ser resumido de esta manera: no ejerció sobre las demás
criaturas el dominio que Dios le había ordenado ejercer (1.26). Ciertamente, la serpiente estaba bajo la
autoridad de Adán, y por tanto sujeta a él. No había excusa posible.

En segundo lugar, él, en la acción de su esposa, pasó por alto las palabras terminantes y el deseo
revelado de Dios con respecto al fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Y por último,
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permitió que su esposa lo gobernara espiritualmente, lo cual es lo contrario del plan bien definido que
Dios había señalado en el capítulo 2 del Génesis.

Mucho más tarde, cuando Pablo trató el asunto de la dirección espiritual en la iglesia, explicó cómo
Dios había destinado desde el principio al hombre para este oficio, y no a la mujer (I Tim 2.11-15).

Las consecuencias de este primer pecado cometido por nuestros primeros padres están detalladas con
claridad en el texto que se halla a continuación (vv. 7-24). Fueron abiertos los ojos de ambos, y
conocieron que estaban desnudos. Ahora que ya habían conocido el pecado por experiencia propia, se
había afectado drásticamente su concepto de la vida. La inocencia original había desaparecido. La
culpa había tomado control de la situación.

Ahora, al oír la voz de Dios, ellos, que habían sido hechos para tener amistad con él, huyeron de su
presencia y se escondieron (v. 8).
La penetrante pregunta de Dios, « ¿Dónde estás tú?», está más relacionada con el estado espiritual de la
pareja que con su situación física. La respuesta a dicha pregunta no dice donde estaban dentro del
jardín, sino que señala el hecho de que estaban escondidos de Dios. Con esto, queda dicho todo (v. 10).
A través de sus sentimientos de culpa ante Dios, se evidencia la naturaleza pecadora que acaban de
adquirir. Su prisa por esconderse de su presencia y echarles la culpa de su pecado a otros, incluso a
Dios mismo, son adicionales manifestaciones de su culpabilidad (vv.12, 13).
Después de esto, Dios se dirige ahora a las tres personalidades implicadas en la tentación y la caída.
Primeramente le habla a la serpiente (Satanás). La criatura-serpiente es maldecida en forma visible, y
más que ninguna otra bestia. De ahora en adelante, será un recordatorio visible de las consecuencias de
la maldición de Dios para hombre (v. 14).
Sin embargo, en el versículo 15, mientras se dirige a Satanás, Dios hace la primera gran promesa y da
la primera gran esperanza de redención al hombre. El versículo 15 del capítulo 3 del Génesis ha sido
llamado con razón «el primer evangelio». En realidad, todo el resto de las Escrituras no es otra cosa
que un desarrollo de la verdad expresada allí.

El primer concepto que encontramos en Génesis 3.15 es el de las dos simientes. «Tu simiente y la
simiente suya» es una expresión que sugiere la existencia en sentido espiritual de dos líneas de
descendencia entre los hombres. A través de todas las Escrituras nunca se hace otra distinción que esta:
la simiente de la mujer (los hijos de Dios) y la simiente de la serpiente (la descendencia de Satanás). Se
podría y se debería seguir tanto a través del Antiguo como del Nuevo Testamento este concepto de dos
familias de hombres en sentido espiritual: los de Dios y los de Satanás. Esta es una distinción y un
concepto de máxima importancia.
En el Nuevo Testamento se ve con claridad que nuestro Señor sigue haciendo esta misma distinción. La
vemos bien definida en Juan 8.42-44. En este pasaje Jesús habla de Dios como el Padre de los que
aman a su Cristo (v. 42), y del diablo como el padre de los que ahora se le oponen (v. 44). En forma
similar, Juan habla en I Juan 3.8-10 de los hijos de Dios y los hijos del diablo. Las Escrituras no
conocen de otra distinción entre los hombres que sea más importante que esta. En Cristo, todas las
diferencias quedan borradas, pero entre los hombres siguen existiendo estas dos categorías de
humanidad: la simiente de la mujer (los hijos de Dios), y la simiente de la serpiente (los hijos de
Satanás). Gran parte de la revelación posterior de Dios tendrá que ver con las características de cada
una de las dos familias entre los hombres, y con la enemistad que existe entre ambas. En las Escrituras,
las dos simientes se distinguen generalmente a base de los términos «justos» y «pecadores».

En segundo lugar, notamos que el versículo habla de una enemistad entre ambos grupos. Fue Dios
mismo quien puso esa enemistad entre ellos con el objeto de mantener la distinción. Cada vez que las
dos simientes hacen las paces, los hijos de Dios salen perdiendo, como nos demostrarán posteriormente
las Escrituras. Veremos desarrollarse esta enemistad muy temprano, en el cuarto capítulo de Génesis, y
nos es posible seguirla a través de toda la Escritura. Por ejemplo, todavía en el capítulo 12 del
Apocalipsis se manifiesta con mucha claridad.
Finalmente, el versículo nos dice que la serpiente herirá (aplastará) el calcañar de la simiente de la
12
mujer, y dicha simiente herirá (aplastará) su cabeza. Esto hace alusión tanto al sufrimiento de la
simiente de la mujer, como a su triunfo final sobre la serpiente (la cabeza aplastada sugiere la idea de
un golpe fatal). Así también, a través de toda la Escritura, leemos del sufrimiento de los hijos de Dios a
manos de Satanás y su descendencia, pero siempre aparece la promesa del triunfo final de los hijos de
Dios.
Al llegar a este punto es necesario que enfaticemos el resultado final de las cosas, tal como lo predice el
versículo. La simiente de la mujer, como ya hemos visto, se refiere a los hijos de Dios. Pero por encima
de todo es una sugerencia de Cristo. En Isaías 7.14 se nos habla de uno que nacerá de una mujer
virgen, que es “Dios con nosotros”. En Mateo 1.18, 22, 23 esta profecía de Isaías es aplicada a
Jesucristo. En Gálatas 4.4, 5 se nos dice que en el cumplimiento de los tiempos Dios envió a su Hijo
para que naciera de una mujer. Y finalmente en Romanos 16.20 tenemos la promesa de que el Dios de
paz aplastará a Satanás bajo nuestros pies. Todos estos pasajes forman parte del evangelio de Génesis
3.15. Señalan hacia el triunfo final de la simiente de la mujer, Cristo, sobre Satanás.
Aquí deberíamos comparar con Hebreos 2.14, 15, donde vemos que Cristo actúa en nombre de
nosotros, como la semilla tomada de entre mucha otra simiente, en su triunfo por nosotros sobre el
diablo.
En la vida de Cristo sobre la tierra vemos la resistencia de Satanás y sus intentos de destruirlo. En la
cruz vemos a un tiempo al Cristo herido y a Satanás con la cabeza aplastada, ya que Cristo murió y
resucitó para triunfar sobre todos sus enemigos, que son también nuestros.
Es por eso que con toda razón se llama a Génesis 3.15 «el primer evangelio» o protoevangelio. Trae
seguridad y esperanza para todos aquellos que confían en que el Señor dará el triunfo sobre Satanás y la
liberación de su poder.
Habiéndose dirigido así a Satanás en forma directa, y en forma indirecta a todos los que ponen su
confianza en Dios, el Señor se dirige ahora a la mujer. El inevitable juicio divino sobre ella tiene dos
aspectos: solo podrá dar a luz a su simiente en medio de mucho dolor y estará ahora sometida al
hombre pecador, el que la dominará arbitrariamente, y en ocasiones pecaminosamente.
Tengamos en cuenta que no es el dar a luz el castigo o consecuencia del pecado, sino el dar a luz con
dolor. Era plan de Dios que el libertador vendría por el nacimiento de una simiente. Estimo que este es
el significado de la expresión de Pablo en I Timoteo 2.15. Dar a luz es el oficio de la mujer por el cual,
como en el nacimiento de Cristo, ella y todos serán salvos si creen. Es un oficio nobilísimo que
comparten todas las mujeres fieles, pero por causa del pecado es una experiencia dolorosa.
Notemos también que la sujeción al esposo no es consecuencia del pecado. Como ya hemos indicado,
cuando Dios creó a la mujer y fundó el hogar estableció esta relación. Ahora sin embargo, el esposo del
que se habla es un pecador, y por consiguiente su dominio será con frecuencia cruel, injusto, duro, y,
por supuesto, poco juicioso. Y sin embargo, la sujeción de la esposa sigue siendo voluntad de Dios.
Pablo nos muestra cómo esto sigue siendo verdad, incluso después de que la salvación ha entrado en el
hogar (Ef. 5.22, 23).

Finalmente, el Señor se dirigió al esposo, a Adán. Ahora las consecuencias de su pecado serán que
cuando intente someter la tierra esta se le resistirá. Solo con el sudor de su rostro podrá sacar de ella su
sustento. Al final, la tierra que él debía someter lo someterá a él, y regresará a su seno.
Aquí se presenta la muerte, castigo por el pecado, como una realidad cierta para Adán (v. 19) de
acuerdo con la advertencia que Dios había hecho en 2.17.

El versículo 21 establece que el Señor hizo túnicas de pieles para Adán y Eva. Esto significa sin duda,
que fueron matados animales ante sus propios ojos para cubrir su desnudez. Quizá esto era una
preparación para el sistema sacrificial que sería practicado más tarde por los hombres. Sin embargo,
deberíamos ser cautelosos en darle demasiada importancia. Básicamente, es un acto de la misericordia
de Dios y de su amorosa preocupación por estos pecadores necesitados. No se está enseñando aquí la
doctrina del sacrificio expiatorio de forma específica. Trataremos de este asunto en el momento en que
se presente, en el capítulo 22 del Génesis.

El tercer capítulo termina diciéndonos que Dios bloqueó el camino de acceso al Árbol de la Vida para
que el hombre nunca pudiera alcanzarlo por su propio esfuerzo. Esto sugiere que Dios le estaba
mostrando al hombre que con su propio esfuerzo nunca podría recuperar la vida con Dios que había
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perdido. Solo podría hacerlo por la gracia de Dios, como veremos.
El Árbol de la Vida es símbolo de vida eterna en otros lugares de la Escritura (ver especialmente
Ap. 2.7 y 22.2, 14). El acceso al Árbol de la Vida se concede solo a los que han lavado sus ropas, esto
es, han sido limpiados de sus pecados por la sangre de Cristo (Ap. 7.14).
Los querubines que guardan el camino de acceso aparecen después en Éxodo 25.18ss, donde son tallas
que extienden sus alas sobre el asiento de la misericordia en el santo de los santos del tabernáculo.
Posteriormente veremos su significado, cuando lleguemos a dicho pasaje.

Ahora vemos al hombre, no como Dios lo había creado sino como su propio pecado lo ha desfigurado.
Ha caído del estado de bondad en que Dios lo había creado, y ya no puede ser lo que Dios quería que
fuera. Ya no es santo ni ama a Dios su hacedor ni a los demás hombres, y no puede vivir en la
presencia de Dios.

3. Siguiendo las dos descendencias hasta el diluvio (caps. 4-8)


A pesar del estado de pecado y muerte del hombre caído, vemos en palabras de Eva al principio del
capítulo 4 una verdadera expresión de fe, puesto que espera en las promesas de Dios. Eva pensó que
Caín era el cumplimiento de la promesa divina de darle a la mujer una simiente que triunfaría sobre la
simiente de la serpiente. Estaba equivocada con respecto a Caín, pero sí estaba en lo cierto al mirar a
Dios como el que le proporcionaría la simiente de esperanza.
En el nacimiento de estos dos hijos, Caín y Abel, tenemos los comienzos de las dos líneas de
descendencia de Adán: la una, la línea de descendencia de la simiente de la serpiente, los malvados; y
la otra, la línea de descendencia de la simiente de la mujer, los justos. Aquí tienen su comienzo las dos
familias de hombres que pueden distinguirse en una línea espiritual a través de toda la historia de la
humanidad hasta nuestros días. Todos los hombres pertenecen en un momento dado, al grupo de los
hijos de Dios, o a la descendencia de Satanás.

El Nuevo Testamento, como hemos señalado, nos habla de las dos familias, y sitúa con precisión a
Abel y a Caín respectivamente en la familia de Dios y en la de Satanás (Heb 11.4; I Jn 3.12).

En cuanto al hecho de las ofrendas presentadas a Dios, se nos dice que Caín traía de los frutos de la
tierra y Abel de los ganados. No hay ninguna indicación aquí de que el material de la ofrenda de Caín
no agradara a Dios. Sería demasiado suponer que Dios había ordenado que solo se hicieran sacrificios
sangrientos. Las Escrituras no establecen esto en ningún lugar en conexión con Adán y su generación.
Lo que es importante no es el tipo de sacrificios sino el corazón del sacrificador. En muchos otros
lugares las Escrituras nos hablan con frecuencia de las ofrendas de granos.
El contexto muestra aquí llanamente que el corazón de Caín era malvado, como también lo testifica
I Juan 3.12. El corazón de Abel en cambio era un corazón recto para con Dios y un corazón lleno de
fe. En consecuencia, lo que él hacía (la ofrenda que presentaba) era aceptable ante Dios.
Posteriormente, Dios rechazaría los sacrificios de Israel, no porque no estuviera ofreciendo sacrificios
correctos en términos de los materiales presentados ante él, sino porque sus corazones estaban lejos de
Dios (ver Is 1.11-20).
Aquí aparece claramente el corazón de Caín como malvado, y se lo presenta incluso en su actitud con
respecto a Dios y su aspecto externo (4.5). Dios le había informado a Caín de su responsabilidad de no
pecar ante Dios. Así, cuando pecara, tendría que darle cuenta plena de sus actos a Dios (4.7). Su acción
posterior ciertamente lo presenta como hijo de Satanás y simiente de la serpiente. Primeramente, es
seguro que engañó a su hermano con palabras, aunque no se nos dice qué fue exactamente lo que le
dijo. Después, mató al justo Abel, reflejando plenamente con sus mentiras y con el asesinato la
naturaleza de su padre el diablo (4.8).
Con la pregunta que le dirigió a Caín, Dios demostró que este era totalmente responsable y debería
darle cuenta de todos sus actos. Somos responsables de nuestro hermano. Todos los pecadores, aunque
estén en rebeldía contra Dios, tienen, sin embargo, que darle a Dios cuenta final de sus hechos.
Aquí vemos, por tanto, el principio de la enemistad y la hostilidad entre las dos simientes, algo que
puede seguirse tanto a través del Antiguo como del Nuevo Testamento, y a través de toda la historia
humana hasta nuestros días.
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La señal que Dios le dio a Caín parece haber sido única (4.15). Es inútil tratar de identificarla con
ninguna clase de marca visible o distinción en ningún pueblo del mundo actual. Sin embargo, la
descripción de Caín como fugitivo y vagabundo sí identifica plenamente la situación de cada pecador
con respecto a Dios.

Los versículos 16-24 siguen la línea de descendientes de Caín, la simiente de la serpiente, por siete
generaciones. La referencia a la esposa de Caín ha preocupado a algunos, pero la única explicación
posible es que se trataba de su hermana (v. 17). El Génesis recoge solo los nombres de tres de los hijos
de Adán y Eva, a pesar de que nos dice que Adán tuvo numerosos hijos e hijas y vivió más 900 años
(Gn 5.5). Es importante tener en cuenta que entre los descendientes de Caín hubo muchos hombres de
talento: inventores, artistas, y propagadores de cultura. Los hijos de Satanás siempre se han desenvuelto
bien en el mundo, de acuerdo con las normas de los hombres. Incluso han sido los gobernantes la
mayor parte del tiempo.
Lo que más resalta, sin embargo, es que, por naturaleza, los hijos de Satanás no mejoran sino que
empeoran cada vez más. Lamec, el séptimo desde Adán por la línea de Caín, ejemplifica las
profundidades en que caen los no regenerados cuando no solo mata como su antepasado Caín había
hecho sino que, lejos de tener pesar alguno, j se enorgullece de su acto ante sus esposas, y hasta
compone un pequeño poema para burlarse en su canto la longanimidad manifestada por Dios para con
su antepasado Caín (vv. 23-24) También es él de quien primero se dice que fue bígamo o polígamo
(v. 23). Aquí vemos la tendencia de violar no solo la voluntad de Dios con respecto al amor hacia los
demás, sino también el propósito divino por el que fue establecida la familia: un hombre y una mujer
unidos en la carne como una sola persona.

El resto del capítulo cuarto, una vez trazada la descendencia de Caín, nos enseña el plan divino no será
frustrado por las argumentos del diablo. Dios levanta otra simiente para que tome el lugar de Abel que
sido asesinado (v. 25). De nuevo vemos a Eva en una expresión de esperanza y en que satisfará sus
necesidades. En esta línea de descendientes encontramos hombres de fe.
La expresión «comenzaron a invocar el nombre de Jehová» es una expresión que denota fe. La vemos
también en el Génesis haciendo referencia a la fe de Abraham (12.8) y a la de Isaac (26.25). Y el
profeta Joel declara que “Todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo” (Joel.2.32).
Así tenemos en el capítulo siguiente la línea de descendencia de los que son fieles, en contraste con el
capítulo 4. En la séptima generación a partir de Adán, a través de Set, tenemos a Enoc, quien hace un
vivo contraste con el Lamec del capítulo 4. Enoc anduvo con Dios y por su gracia fue tomado
directamente para permanecer con él. En Hebreos 11.4 se nos dice que anduvo ante Dios en fe y por
ello fue hallado agradable a Dios. Si Lamec, el séptimo desde Adán a través de Caín, nos muestra las
profundidades a las que caen los hijos de Satanás, Enoc, el séptimo desde Adán a través de Set, señala
hacia las alturas que alcanzan sus hijos en el propósito final de Dios. Por la gracia de Dios, alcanzan la
plena santificación y el privilegio de vivir en la presencia divina para siempre.

Aunque las secciones genealógicas de las Escrituras son generalmente pasadas por alto, muestran
mucho de la gracia de Dios en su manera de tratar a los que son suyos. La línea de Set llega en el
capítulo quinto hasta Noé y sus hijos. El enfoque principal se hace, por supuesto, en Noé, a causa de su
importancia en los capítulos siguientes. Él es el eslabón que une a Set y Abraham. Los cálculos bíblicos
indican aquí que Set vivió hasta los días de Noé. El nombre de este, como los de muchos personajes
bíblicos, es significativo al presentar el carácter y la vida del personaje. Su nombre significa “alivio”
(v. 29), y en tiempo de angustia sería para el ser humano el alivio y la seguridad de que la vida
continuaría.
Finalmente, con respecto al capítulo quinto, hemos de señalar que todos los descendientes de Adán, aun
los de la línea de Set, eran pecadores lo mismo que Adán. Así como Dios había hecho a Adán
originalmente a su propia imagen, ahora también los hijos de Adán eran semejanza de él (la semejanza
del Adán caído). Esta doctrina del pecado original significa simplemente que todos los hombres que
nacen en el mundo son, por razón natural, sin la intervención de la gracia de Dios, pecadores y muertos
en el pecado, como lo diría Pablo mucho después (Ef. 2.1-3). Donde aparece realmente la fe, esto es
señal de la gracia especial de Dios obrando en el corazón. Porque, como continua Pablo, por gracia so-
mos salvos por medio de la fe y esta salvación no es de nosotros, pues es don de Dios (Ef. 2.8, 9).
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En el capítulo 6 se nos presentan los hijos de Dios y las hijas de los hombres. A continuación se habla
del matrimonio entre ellos. La pregunta sobre quiénes eran estos dos grupos ha sido motivo de
discusión durante siglos. Algunos han llegado a la conclusión de que los hijos de Dios son alguna clase
de seres angélicos y las hijas de los hombres son humanas terrestres, pero la Escritura usa en casi todas
partes el término «hijos de Dios» para describir a los que son hijos suyos por la fe, en medio de la
humanidad (Gá. 3.26; Jn 1.12, 13). Además, en el juicio que sigue se hace evidente que los pecados
cometidos son cometidos por hombres, y no por seres angélicos. Por tanto, es mucho más razonable
suponer que el término «hijos de Dios» identifica a la línea de hombres fieles trazada en el capítulo 5, y
equivale a la simiente de la mujer. Por tanto, «hijas de los hombres», sería el término que identificaría a
las hijas de Satanás del capítulo 4. El pecado consiste, por tanto, en el casamiento de los hijos de Dios
con las hijas de Satanás, el intento de borrar la enemistad que ha sido establecida por Dios. Cuando los
hijos de Dios hacen las paces con el mundo y con los pecadores que hay en él, la verdad de Dios se ve
comprometida y la iglesia se debilita sobre la faz de la tierra.
Posteriormente Pablo advertirá sobriamente sobre dicho matrimonio de creyentes y no creyentes como
algo que perjudica a la iglesia toda (II Co 6.14-18), puesto que amenaza el hogar, que es el baluarte,
humano y social de la iglesia.
De nuevo notamos que, aunque esto era desagradable a los ojos de Dios, las generaciones resultantes
fueron, sin embargo, nobles y poderosas a los ojos de los hombres (6.4). Por tanto, se nos está
advirtiendo que no juzguemos como lo hacen los hombres sino más bien a través de los ojos de la
Palabra de Dios. Lo que complace a los hombres no tiene que ser necesariamente agradable a Dios.
Comenzando en Génesis 6.5, y a través de los siguientes capítulos, hasta el 8, encontramos registrado
el juicio hecho por Dios sobre el mundo de entonces, del cual también hace mención, como hemos
señalado, la Segunda Epístola de Pedro.

Primero se presenta el estado del hombre. Es malvado e incapaz de tener un pensamiento que agrade a
Dios. Solo puede hacer el mal continuamente. La trayectoria del pecado es siempre la misma. Pablo lo
demuestra muy bien en Romanos 1.18-32. La expresión “ se arrepintió Jehová” que aparece en el
versículo 6, como otras expresiones similares que aparecen en las Escrituras, no significa que Dios
cambie de forma de pensar o tenga que admitir su error, en el sentido en que los hombres se arrepienten
(l S 15.29). Es más bien una expresión fuerte usada frecuentemente para comunicar el gran desagrado
que le producen los hombres a Dios. Enfatiza cuán totalmente han fallado los hombres respecto a lo
que Dios se proponía que fueran. Tampoco, significa que Dios estaba admitiendo su derrota. En lugar
de ello, Dios intervendría ahora en el curso natural de los acontecimientos, una vez que el hombre había
demostrado que por sí mismo no podía mejorar su suerte.

En primer lugar tenemos el juicio de Dios: «Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he
creado» (6.7). No hay excepciones a este solemne pronunciamiento, pero sí podemos ver aquí la gracia
de Dios interviniendo. En 6.8 se nos dice que Noé halló gracia a los ojos del Señor. Debemos suponer
que Noé, en forma natural; no era una excepción con respecto a los demás hombres, pero la gracia de
Dios tomó posesión de su vida y lo hizo diferente. La gracia se manifiesta siempre en las Escrituras
como un acto de Dios para con el pecador, que nada merece. La gracia que se agrega aquí nos enseña
llanamente que la salvación de Noé no se debió a que él fuera bueno sino más bien a que Dios lo había
cambiado, separándolo para que hiciera obras buenas. La justicia de Noé mencionada en el versículo 9,
como la de Abraham, y la de todos los hijos que Dios tiene entre los hombres, les es imputada a través
de la fe por gracia. Las obras buenas vienen después. Así establece Pablo esta relación entre gracia, fe,
y buenas obras en Efesios 2.8-10. Hebreos 11.7 afirma también que las acciones de Noé se basaban en
su fe. Por tanto, su obediencia a Dios demostraba bien a las claras su fe en el Dios por el cual vivía
(6.22).
En la primera parte del capítulo 7 encontramos la lista detallada de los que entraron en el arca antes de
que llegara el diluvio. Notemos que Dios invita a Noé a entrar, porque le ha imputado justicia (v. 1).
Por virtud de la invitación hecha por Dios a Noé, entran no solo él sino también toda su casa, y ciertos
animales específicos. La explicación lógica para la mención hecha aquí sobre los animales limpios está
en que después del diluvio, Dios les permitiría a los hombres comer de ellos. Por tanto, son salvados en
cantidades mayores, para que proporcionen la comida necesaria después del diluvio.
16
Muy particularmente en el capítulo 7, y también en el 8, se nos dice que la naturaleza del diluvio, es
decir, sus fuentes, no fueron solamente lluvias venidas del cielo. A decir verdad, este es el elemento
tercero y menos importante del diluvio. Las dos fuentes principales son las aguas almacenadas por
encima y por debajo de la región donde viven los hombres, tal como vimos en la creación (7.11 ,12;
8.2; ver atrás 1.7). Recordemos cómo Pedro lo llama «el mundo que existía entonces y que fue
destruido». La naturaleza catastrófica de una liberación así de poder hidráulico almacenado, queda
fuera de los alcances de nuestra imaginación. Fue la causa de los grandes cataclismos terrestres que
todavía intrigan a los geólogos de hoy.
Aquí vemos también que el diluvio fue total y que cubrió toda la tierra. Los arqueólogos sugieren que
se halla cierta evidencia de una gran inundación en Mesopotamia. Sin embargo, según dicen, dicha
inundación fue un fenómeno local, aunque considerable en tamaño. Por tanto, no puede ser identificada
con el diluvio bíblico.
Este cubrió toda la tierra (7.19). Juicio en el que murieron todos los de fuera del arca (7.22, 23).
El capítulo 8 nos presenta la compasión de Dios por Noé cuando seca la tierra que había inundado. La
narración del diluvio y de cómo la tierra se secó se parece mucho a otras narraciones del Medio Oriente
sobre una gran inundación. Esto ha hecho surgir la teoría de que el relato bíblico no es más que una de
esas muchas historias. Sería mucho mejor pensar que en la Biblia tenemos el relato verdadero, tal como
Dios lo conservó para su pueblo, mientras; que en otros lugares del Oriente se conservó el recuerdo de
esta gran desgracia, aunque de manera imperfecta, llena de mitología y politeísmo.

4. El nuevo comienzo y el viejo problema del hombre (caps. 9-11)


Cuando empezamos a leer el capítulo 9 nos parece estar presenciando un nuevo comienzo. El versículo
primero nos suena muy parecido a Génesis 1.28, como si Dios estuviera comenzando de nuevo con el
hombre. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. El final del capítulo 8 nos muestra que el hombre
sigue siendo malo. Ya no tiene la inocencia del Edén. No obstante, ha de continuar teniendo
responsabilidades y llenando la tierra. Es un nuevo comienzo, pero la vieja naturaleza pecadora está
muy en evidencia. También está muy presente la maldición. El hombre no dominará ni someterá la
tierra tan perfectamente como Dios se proponía que lo hiciera. Las demás criaturas le temerán pero no
se le someterán (9.2). Ahora los animales le servirán de alimento al hombre, mostrando de nuevo cómo
cargan ellos también con la maldición que, cayó sobre todas las criaturas al caer Adán (Ro 8.20, 21).
Cuando pronunciaba la pena de muerte sobre todos los animales que deberían alimentar al hombre
pecador, Dios estaba también recordándole al hombre, al santificar la sangre de esos animales, la
condición sagrada de la vida, incluso esa vida que le importaba tan poco a la humanidad (Gn. 4.8, 23).

En este punto Dios establece la pena de muerte para el asesino. Dicha pena no fue dada en un contexto
de falta de respeto por la vida humana, sino al contrario, en un contexto de grandísimo respeto por parte
de Dios, hasta por las vidas de los pecadores (9.5, 6). La Ley fue dada en el contexto de la misión
humana de multiplicarse y llenar la tierra (9.7), es decir, en un contexto de vida. Por consiguiente, el
Dador de la ley tenía las mejores intenciones para la humanidad con su pensamiento. Los argumentos
de hoy en día que se oponen a esta ley, por tanto, y que exigen que no se siga aplicando la pena capital,
no pueden estar dirigidos a beneficiar al hombre.
El pacto mencionado primeramente en 6.18 y ahora en 9.9 es un pacto con toda la humanidad en
general (9.17). Noé y su descendencia incluyen en sí obviamente a todos los hombres nacidos después
de él. El pacto incluye también a los animales de la creación que fueron rescatados por Noé. Como la
mayoría de los pactos bíblicos, es hecho para bien de los incluidos en él. Es establecido por Dios, es
incondicional, y tiene un sello o señal.

Dios es quien establece este pacto para conservar la vida sobre la tierra. Su objetivo es evitar que los
hombres vuelvan a caer en el estado de perversión en el que habían caído previamente, con anterioridad
al diluvio. No le pone condiciones al hombre, pero se compromete a no destruir nuevamente a la raza
humana con el diluvio (9.15). Hasta el día del juicio final, Dios nunca borrará de nuevo a los hombres
de la faz de la tierra, como lo hizo en el diluvio. Esto no impide que juzgue de manera local a través de
inundaciones o por otros medios, claro está. Ni tampoco quiere decir que Dios no juzgará al mundo en
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el último día. Pedro aclara bien que Él juzgará una vez más al mundo entero, en 2 Pedro 3.7. La señal
de este pacto es el arco iris en el cielo, que es visible tanto para el hombre como para Dios. Esto les
recuerda a los hombres que Dios se acuerda de su promesa cada vez que se reúnen las nubes,
reminiscencia del diluvio. En esencia, el pacto declara que una destrucción total como la que ya cayó
en una ocasión sobre la humanidad no volverá a suceder hasta el final de la historia humana; no porque
los hombres sean mejores, sino porque Dios en su bondad se ha propuesto conservarlos hasta el final de
los tiempos.

El viejo problema de la naturaleza pecadora del hombre resalta en forma gráfica nuevamente en los
versículos finales del capítulo 9. No hay un cambio verdadero en las inclinaciones naturales del hombre
hacia el pecado. Hasta Noé, considerado justo en su generación está todavía lleno de una naturaleza
pecadora que no ha sido totalmente sometida. Después del diluvio, Noé se emborracha, usando mal las
bendiciones que Dios le había dado, y como consecuencia, yace por el suelo en vergonzosa desnudez
ante sus hijos, en lastimoso y chocante aspecto (9.20, 21).
Cam, uno de sus hijos, hace también despliegue de su tendencia natural al pecado. Cuando ve la
desnudez de su padre, su reacción es ridiculizarlo, en lugar de ayudarlo y compadecerse de él tal como
debería ser entre padre e hijo. No sabemos qué les dijo a sus hermanos, como tampoco sabemos lo que
Caín le dijo a Abel, pero en ambos casos, las Escrituras los reprueban, y sobreviene un juicio. El
delicado amor y respeto de Sem y Jafet presenta un agudo contraste con la acción de Cam (9.23).
La profecía que sigue a este incidente no es de contenido racial histórico sino espiritual. Básicamente
plantea dos categorías de hombre. Los primeros son los descendientes de Cam (Canaán y los suyos), y
representan la continuidad de los descendientes de Caín antes del diluvio. Son los injustos, cuya
injusticia está ejemplificada en las acciones de su padre Cam. La mención específica de Canaán en este
lugar señala simplemente que la profecía se refiere también a su descendencia.

La otra categoría de hombres son los descendientes de Sem, comparables a los de Set antes del diluvio.
Son los justos, y su justicia está ejemplificada en la conducta de Sem.
Canaán, simiente de Cam, recibe la maldición. Al final, será siervo de Sem y de sus descendientes. Sem
en cambio es bendecido. El Señor es su Dios. Toda la profecía es espiritual y tiene que ver con las dos
familias de seres humanos, tal como vimos en los capítulos anteriores al diluvio.
Pero al igual que antes del diluvio, la simiente de Satanás parece prosperar y destacarse a los ojos de
los hombres. Los descendientes de Cam, según el capítulo 10, parecen serlo todo menos siervos. Entre
ellos encontramos los más grandes imperios del mundo antiguo: Acad, Asiria, Fenicia, Babilonia,
Egipto, los hititas. Como a través de toda la historia humana, la simiente de Satanás se considera a sí
misma dueña del mundo, pero en realidad es sirviente de los hijos de Dios. Esta realidad está
gráficamente ilustrada en la forma en que los egipcios fueron usados para proteger al pueblo de Dios en
tiempos de hambre y para educar a un siervo de Dios, Moisés, para que fuera el caudillo de Israel.
Posteriormente los egipcios les entregan sus pertenencias a los israelitas cuando estos salen de Egipto,
y después Dios destruye sus ejércitos cuando ya habían prestado su ayuda a Israel. Canaán sirvió al
pueblo de Dios desarrollando el alfabeto usado posteriormente por Moisés y sus sucesores para escribir
la Palabra de Dios para su pueblo. También sirvió para cultivar la tierra que los israelitas habrían de
tomar totalmente preparada, con viñedos, tierras y ciudades construidas.

Años más tarde, Asiria, Babilonia y Persia surgirían y caerían según la voluntad divina para que se
llevara a término el propósito de Dios para su pueblo: conservar un remanente de creyentes. Vemos por
último cómo el imperio de Alejandro Magno esparce la cultura y el idioma griegos por todo el mundo y
Roma establece el gobierno mundial, todo como preparación para la llegada del Cristo y la
proclamación del evangelio hasta los confines de la tierra.
Ninguno de estos pueblos y sus dirigentes tenía en mente hacer servicio alguno a Dios o a su pueblo,
pero en realidad, todos los imperios y todas las naciones de los hombres, y todos sus esfuerzos en los
inventos y en el arte, son utilizados por el pueblo de Dios para su gloria y para bien del pueblo. Así es
como Cam y su simiente son en verdad siervos de los hijos de Dios.

Por tanto, vemos que la profecía de Noé no tiene que ver con las razas de los hombres tal como las
conocemos hoy, ni es una justificación para que los blancos sometan así a las demás razas humanas.
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¡Todo lo contrario! Jafet representa aquí no una categoría separada de hombres, sino aquellos de todas
las naciones que serían llamados a formar parte de la familia divina. Aquí hay por lo tanto una promesa
misionera que nos dice que de toda la humanidad, de todos los pueblos establecidos sobre la tierra,
Dios estará llamando continuamente un pueblo para que sea suyo.
En los tiempos del Antiguo Testamento eran pocos los de otros pueblos que se unían a Israel pero la
venida de Cristo cambió esta situación, y el evangelio se difundió rápidamente, incluyendo así gente de
todos los rincones de la tierra. Estos son, pues, los que han recibido la bendición de que morarán en las
tiendas de Sem, es decir, serán parte de la Iglesia de Cristo, la que recibirá todas las bendiciones del
pueblo de Dios para siempre.
El capítulo 10 detalla sucintamente las descendencias de los tres hijos de Noé. En primer lugar Jafet, al
que se le presta menos atención, ya que su papel en la historia de la salvación comienza mucho más
tarde; en segundo lugar, Cam, del que ya hemos hablado; y finalmente Sem, en el que se enfocará ahora
toda la atención. Dios escogió a Sem para establecer en él las promesas y las bendiciones que
finalmente incluirán gentes de toda la tierra.
El comienzo de las bendiciones de Dios sobre Sem ocurre en un acto divino realizado con el propósito
de dispersar a los hombres por toda la faz de la tierra. Utilizando este medio, Dios separó a un pueblo,
los descendientes de Sem por la línea de Arfaxad, uno de sus hijos (10.22). El motivo del acto divino
en el cap. 11 es de nuevo el pecado del hombre. Los seres humanos quisieron unirse contra la voluntad
divina y borrar las distinciones que Dios había establecido entre los justos y los malvados, como ya se
había hecho antes del diluvio. De nuevo se ve claro, que los intentos de unión fueron motivados por
gente sin Dios y por fines contrarios a él. En sus aspiraciones de construir una gran torre y una ciudad,
y hacerse un nombre, no hay lugar en sus planes para Dios. Su lema es «Hagamos» (11.3, 4).
La respuesta de Dios a su «Edifiquemos una ciudad» (v. 4) fue: «Descendamos y confundamos allí su
lengua» (11. 7).
Este acto de Dios era en realidad una bendición general sobre los hombres. Era un acto de la gracia
común de Dios, ya que la maldad concentrada corrompe rápidamente hasta el punto de destrucción,
como hizo con anterioridad al diluvio entre todos los hombres, y como podemos ver después en los
sucesos de Sodoma y Gomorra. Tenemos la contrapartida de esta difusión de los hombres a través de la
confusión de lenguas en el Nuevo Testamento cuando Dios, a través del don de lenguas del Espíritu
Santo en Pentecostés, unió a los hombres de las diferentes culturas e idiomas en una Iglesia de la cual
Cristo es la cabeza (Hch. cap. 2).
De entre todos los pueblos dispersos sobre la faz de la tierra Dios escogió un pueblo, una familia, la de
Arfaxad, hijo de Sem, por una gracia y atención especiales. Protegió a sus descendientes hasta que
fuera tiempo de comenzar a establecer un pueblo en la tierra para que fuera su pueblo particular de
entre todas las familias de los hombres (11.10-32).
El foco de la atención se pone ahora en sus descendientes, cuya línea se sigue hasta Taré, quien vivía en
Mesopotamia, en la antigua ciudad de Ur (11.24-28). Entre los hijos de Taré había uno llamado Abram.
Y finalmente, el Señor llama a Abram para que deje su cultura y su pueblo y se convierta en el hijo de
Dios en medio de un mundo descreído.

5. El desarrollo de la fe en Abraham (caps. 12-22)

Es importante recordar el fondo cultural del que provenía Abram, o Abraham, como fue llamado
posteriormente. Cuando aún se llamaba Abram y vivía en Ur, su padre se mudó a Harán, que se
encontraba al noroeste de Ur, y caminó hacia Canaán por el mejor camino disponible en aquel
entonces. Sin embargo, Taré nunca fue más allá de Harán; sería Abraham quien Dios quería que lo
hiciera. Para ello debería separarse de su familia. Este acto de Abraham de separarse de su familia e
irse a Canaán era en sí mismo un acto de fe, como nos dice el autor de Hebreos (Heb 11.8).

Debemos tener siempre presente que los antepasados de Abraham no eran adoradores del Señor sino de
dioses paganos y formaban parte del paganismo de Ur. Josué nos lo recuerda (Jos. 24.2). Esto quiere
decir que el paso de fe que dio Abraham estaba en contra de las tradiciones de sus padres. Tuvo
también que dejar a su padre, lo cual es algo muy difícil de hacer. El tiempo de vida de Taré indica que
probablemente siguió viviendo en Harán unos sesenta años después de la partida de Abraham. Todo
esto nos pone de manifiesto la gran fe de Abraham al dejar tras sí su cultura y su familia para seguir a
19
Dios rumbo a un mundo desconocido.

Es Dios quien toma la iniciativa con Abraham, como lo había hecho con Noé, al llamarlo y prometerle
que lo bendeciría. Primeramente, promete hacer de Abraham una nación grande, pero más que esto,
promete bendecirlo. La palabra «bendición» trae consigo un significado especial de gracia divina. Es
usada con Adán antes de la caída, con Noé después del diluvio, y con Abraham y su simiente en la fe.
El salmista declara su significado especial para el justo (Sal 5.12). Se destaca de manera especial el
nombre de Abraham con un honor especial, porque Dios lo hará grande (Abraham debería ser el padre
de los creyentes: Romanos 4.11, 12). Más aun, a través de las bendiciones dadas a Abraham, serían
benditas todas las familias de la tierra (12.3).

Tenemos aquí una promesa de proporciones misioneras, al mismo tiempo que Dios muestra que su
propósito desde el principio ha sido llamar y formar un pueblo de todas las partes de la tierra para que
reciba su bendición especial.
Hacemos una pausa aquí para tener en cuenta que todas las grandes promesas de Dios dadas hasta
ahora con implicaciones en el evangelio contienen la esperanza de la salvación de los hombres. En
Génesis 3.15 se da por primera vez el concepto de una simiente, llamada la simiente de la mujer. Esta
simiente triunfará sobre la de la serpiente (Satanás). En La profecía de Noé (Gn. 9.25-27), Dios se
identifica con un pueblo compuesto por los descendientes de Sem, pero se deja lugar en la bendición
para Jafet y juntamente con su familia. Y aquí en Génesis 12.3, una vez más, no solo se escoge a una
familia en particular de entre la descendencia de Sem sino que también, a través de dicha familia la
bendición alcanzará a una vasta multitud de pueblos de toda la tierra. El propósito de la elección de
Dios se estrecha de toda la humanidad a una sola raza (Sem), y de esta a una familia (la de Abraham),
pero el impacto de la bendición continúa alcanzando hasta los confines de la tierra.

Hebreos 11.8 nos dice que Abraham salió por fe, y este primer acto de fe se registra en Génesis 12.4.
Si Abraham actuó en fe, ¿de dónde había venido esta fe? Efesios 2.8, 9 nos da la única respuesta
posible a esta pregunta. Nuestra fe es un don de Dios; puede llegar solamente a alguien que ha vuelto a
nacer en él. Se da nueva evidencia de la fe de Abraham en el versículo 8: «Invocó el nombre de
Jehová». Como ya hicimos notar en Génesis 4.26, en las Escrituras esta expresión significa que estaba
ejercitando su fe para con Dios. En Romanos 10.12-15 Pablo cita a Joel y declara que los hombres
invocan al Señor solo si son creyentes. Este es el sentido bíblico, aunque no sea el ordinario, de la frase
«invocar el nombre del Señor»,
Aquí está representado para nosotros, por tanto, el inicio de la fe de Abraham. De ahora en adelante, la
veremos crecer. Sacado del paganismo, su fe, como una semilla de mostaza, crece ante nuestros ojos.
Génesis 12.10-20 nos muestra la fragilidad de su fe cuando fue probada en sus primeros tiempos. Al
verse forzado a entrar en Egipto, parece haber dudado de la capacidad o del deseo de Dios de
protegerlo en ese lugar. Quizá la reputación de aquel imperio que ya era antiguo le producía verdadero
temor. Su gesto de hacer pasar a su esposa Sara por hermana suya es inexcusable. Tratar de excusarlo
es no darse cuenta de qué es lo que sucedió realmente. Su fe fue débil y en su debilidad mintió y actuó
como un cobarde, Sin embargo, a pesar de ello, Dios lo protegió y continuó bendiciéndolo.

En el capítulo 13 vemos aumentar considerablemente la fuerza de su fe. Regresa a Canaán y prospera


tanto que llega el momento en que no puede seguir viviendo junto con su sobrino Lot. Aunque
Abraham era sin duda el más fuerte, le ofrece con generosidad a Lot que sea él quien escoja en qué
tierra quiere habitar. Con esto demuestra que no se estaba buscando sí mismo. El amor por los demás
era ya uno los frutos de la madurez espiritual que se estaba manifestando en la vida Abraham.
Por contraste, Lot aparece como acaparador, buscándose a sí mismo y espiritualmente torpe. Por
consiguiente escoge mal, prefiriendo la prosperidad mundana aparente de Sodoma. Escogió mal porque
Sodoma era un pueblo de pecadores (13.13).
Dios estaba complacido con la manifestación de fe hecha por Abraham aquí al confiarle su futuro a Él
y no a los hombres. Dios le promete a Abraham toda la tierra, incluso, irónicamente, la que Lot había
escogido. Aquí es donde se menciona por primera vez la descendencia de Abraham. Las promesas
hechas a Abraham eran para él y su descendencia para siempre (13.15). Es Pablo quien señala
posteriormente que la promesa de una descendencia dada a Abraham culminaría finalmente en un
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descendiente, el Cristo, a través del cual todas las bendiciones llegarían a su cabal cumplimiento
(Gá 3.16). De manera que a través del Nuevo Testamento vemos que la simiente de la mujer en 3.15 y
la descendencia de Abraham en 13.15 culminan en Cristo y en los que creen en él.
Dios sugiere a Abraham que recorra toda la tierra que será dada a su descendencia. Posteriormente
Josué recibe una promesa similar (Jos. 1.2-4) que se convirtió en realidad en sus días.
Con respecto a Abraham, el escritor del Nuevo Testamento en la Epístola a los Hebreos nos dice que
comprendió las promesas como pertenecientes a algo más que una tierra de aquellos días en sentido
literal. Las Escrituras dicen: «Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios» (Heb 11.10). Y también: «Anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual
Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad» (Heb. 11.16).
En otras palabras, Abraham vio por fe que la promesa de una tierra tenía su realización no en un país
terrenal sino en la ciudad eterna de Dios y su pueblo en los cielos. Más tarde sería simbolizada por
Jerusalén, pero la Nueva Jerusalén procedente de lo alto es la que era en realidad la ciudad del pueblo
de Dios, y no la Jerusalén terrena.
Debemos siempre tener esto en cuenta hoy en día que muchos intentan ver en el retomo del pueblo
judío a Jerusalén algún cumplimiento de las Escrituras. El pueblo de Dios debe mirar siempre a la
ciudad que viene de lo alto, y no a la ciudad terrena (Cf. 4.25, 26; Heb. 12,22; Ap. 3.12; 21.2, 10).
El capítulo 14 nos narra una lección sumamente importante aprendida por Abraham durante el
crecimiento de su fe. La ocasión fue el ataque hecho por algunos ejércitos de la región de Mesopotamia
contra ciudades cananeas, y entre ellas, Sodoma y Gomorra, donde vivía Lot.
La mayoría de los ciudadanos de Sodoma, entre ellos Lot, habían sido tomados prisioneros (14.12).
Cuando Abraham regresó, todos los que habían quedado en el pueblo salieron a recibirle. Abraham se
estaba enfrentando aquel día a dos reyes, el de Sodoma y el de Salem. El primero representaba el
mundo y le ofrecía fama y riquezas, junto con la gloria de los hombres, El segundo le ofrecía en cambio
alabanzas a Dios y no a Abraham, y le enseñó a Abraham que era Dios, y no él, quien tenía derecho a
ser el héroe del momento.

Quién era realmente Melquisedec, aparte de ser el rey de Salem y sacerdote de Dios, no podemos
decirlo. Posteriormente será identificado como un tipo de Cristo (Heb 7.1s). En aquel día representaba
simplemente las reclamaciones de Dios sobre Abraham.
Confrontado de un lado con la gloria y las alabanzas de los hombres y sus recompensas, y del otro con
las reclamaciones de Dios sobre su propia vida, Abraham actuó en fe, alabando a Dios como
Melquisedec le había enseñado, y dando el diezmo de todo lo que poseía, rehusando tomar cosa alguna
procedente del rey de Sodoma. Estaba lleno de entusiasmo por el nombre de Dios (14.20-23). Este acto
era, sin embargo, un acto de la fe personal de Abraham, y no quiso comprometer en él a los que no
tuvieran una fe semejante. Su fe no le costaría a nadie más que a él mismo (14.24).
Ya en este momento nos impresiona el rápido crecimiento de la fe de Abraham. El capítulo 15 muestra
a Dios complacido también. Después de que Abraham volvió las espaldas a las recompensas de este
mundo, el Señor le confirma su apoyo con las palabras «Yo soy tu escudo, y tu galardón será
sobremanera grande». Porque por pequeñas que sean las cosas de este mundo que el siervo del Señor
deje tras sí, Dios lo recompensa con riquezas espirituales fuera de toda medida.
La única gran preocupación de Abraham en este momento, estaba en que aún no tenía una
descendencia a través de la cual: todas estas esperanzas pudieran realizarse (15.2). Las tabletas de
arcilla que se han descubierto en el área de Mesopotamia y que han sido traducidas contienen un
recuento de las costumbres en los tiempos en que Abraham vivió en Mesopotamia. Nos muestran cómo
Abraham expresaba aquí la noción común en aquellos tiempos de que cuando un hombre no tenía hijos,
su sirviente se convertía en su heredero, es decir, era adoptado como hijo. Este era el problema que
preocupaba a Abraham grandemente en ese momento.
Para comenzar, se encontraba ante un problema que era incapaz de solucionar. Su esposa no le daba
heredero y, sin embargo, Dios le prometía una descendencia y una multitud de herederos (15.5). La
respuesta de Abraham a esta promesa sobrenatural fue creer en el Señor. Esa expresión de fe complació
a Dios, y le fue tenida en cuenta o imputada por justicia a Abraham.

Pablo dirá más tarde que, en realidad, todos los que permanecen justos ante el Señor y son, por tanto,
justificados en su presencia, lo son por la fe como lo fue Abraham (Rom.4.3s, Gál 3.6s). Queda
21
establecido, por tanto, el gran principio de justificación por la fe, en contraste con el de justificación
por las obras. Nadie es aceptable a por sus obras; solo por fe puede serlo (Heb 11.6).

Aquí es necesario decir una palabra con respecto al significado término bíblico «fe». La palabra raíz
utilizada aquí en Biblia hebrea es una palabra que el sentido de algo muy fuerte, cierto y seguro, como
son los brazos de un hombre meciendo a un niño (Nm 11.12), o los pilares de un edificio (2 R 18.16).
En la forma pasiva, toma el significado de «ser afirmado, o asegurado, o establecido» (Is 7.9). En la
forma causal significa «hacer que algo esté seguro, o cierto, o firme». Esta última forma es el término
comúnmente usado en la Biblia para «creer», es decir, «hacer estar cierto, seguro».
Esa misma raíz es usada frecuentemente por Jesús en el Nuevo Testamento cuando quiere poner énfasis
en la certeza de algo. En nuestra Biblia se registran como dichas por él con frecuencia, las palabras «de
cierto, de cierto». La palabra que él utilizó era esta misma palabra hebrea. Nosotros también la usamos
cada vez que oramos y con frecuencia, al final de nuestros himnos. Decimos "amén", que es la misma
palabra hebrea que significa «certeza», y en determinada forma significa «creer».
Todo esto es para decir que el concepto de fe en la Biblia no es el de inseguridad, sino el de seguridad.
Alguien podrá decir: «Creo que es verdad, pero no estoy seguro». En términos bíblicos, esto es una
imposibilidad. Creer es estar seguro, con una certeza basada no en razonamientos humanos sino en la
autoridad de la Palabra de Dios. Cuando se dice que Abraham creyó en el Señor, significa que tenía
certeza de que se cumplirían las promesas que Dios le había dado y que se basaba para ello en la
autoridad de la Palabra divina.
En el contexto de esta gran afirmación de la fe de Abraham, Dios hace un pacto con él (15.8-21). El
pacto incluye la revelación del sufrimiento, la redención de la cautividad, y la rica herencia de la tierra
prometida (vv. 13, 14,18-20). Esas experiencias a través de las cuales pasaría su descendencia, habrían
de reflejar el trabajo redentor de Dios en cada uno de los suyos cuando nos trae desde el pecado y la
muerte hasta la redención en Cristo, y de ahí a la herencia eterna. Por tanto, el capítulo 15 contiene
muchas cosas que señalan hacia la historia toda de la redención del hombre.
Después de la gran expresión de la fe de Abraham que vimos en el capítulo 15, leemos con desaliento
en el capítulo siguiente acerca de la debilidad de su fe. En el asunto de Agar, la sierva de Sara,
Abraham no actuó en fe.
De nuevo Abraham, todavía muy dependiente de su cultura original, recurre a una práctica
comúnmente conocida a través de los escritos antiguos, la de tener un hijo con la sierva de su esposa,
Era una solución humana al problema que Abraham había hallado en 15.2. Sin embargo, no era de fe, y
lo que no es de fe es pecado (Rom 14.23).
En muchos aspectos, el pecado de Abraham en esta circunstancia se parece al de Adán. No hizo caso de
la palabra divina, no, buscó la voluntad de Dios, y dejó que su esposa lo guiara en esta decisión
espiritual. Su propósito era ayudar a Dios, pero al final lo que logró fue traer infelicidad sobre todos los
afectados: su esposa, Agar, Ismael, él mismo, e incluso Isaac.
Sara misma descubriría pronto el pecado que habían cometido, y reaccionó equivocadamente (16.6).
Sin embargo, Dios no sería frustrado por esta manifestación de pecado en la familia de Abraham. No
bajó el grado de sus exigencias con respecto a Abraham sino que de nuevo le reiteró el propósito que
tenía para con sus hijos: «Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto» (17.1). Dios
nunca aminora sus normas éticas cuando trata con los hombres a fin de acomodarse a la fragilidad
humana. Lo que siempre hace es impulsar a los hombres adelante, hacia la alta meta que él ha fijado, y
por su gracia todos sus hijos la alcanzarán al final. Debemos ser santos y sin mancha ante Él en amor.

Cada vez que nosotros, como hijos suyos, le fallamos en esto, Él nos vuelve a llamar a esta alta meta
que será Él quien alcance en nosotros. Mucho tiempo después, Jesús, digiriéndose a sus discípulos,
dirá: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mt 5.48).
No hay meta más alta. Pablo expresa esto muy bien en Filipenses 3.12s: «No que lo haya alcanzado ya,
ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por
Cristo Jesús…Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús».

Abraham falla aquí, pero Dios no se da por vencido con él. Renueva la promesa y le da un nuevo
nombre (17.5). Ahora con el pacto, Dios le da un sacramento, la circuncisión de la carne, signo exterior
de la obra interior de limpieza realizada por Dios. En este momento es introducido un concepto
22
importante. Puesto que las promesas eran no solo para Abraham sino también para su descendencia,
toda esta debería recibir el sello o sacramento de la promesa del pacto. La circuncisión exterior no los
salvaba. Lo que era necesario para la salvación era la circuncisión interior del corazón, y que Dios
limpiara sus corazones. Este fue siempre el significado de la circuncisión en la carne. Era un signo
exterior de una obra interior que solo Dios podía realizar. Hacérsela a un hijo equivalía a confesar que
solo Dios podía salvar a ese niño limpiando su corazón. Era hecha a todo hijo de creyentes que, por
medio de ella, profesaran su fe en Dios y expresaran la necesidad que tenían sus hijos de ser limpiados.

Pero la circuncisión del corazón es siempre lo esencial (Dt 10.16; 30. 6; Jer.4.4; 9.25-26; Ro 2.28-29).
En todo sentido, el sacramento de la circuncisión del Antiguo Testamento es comparable al del
bautismo en el Nuevo. Ambos sacramentos son signos exteriores del trabajo interior del Espíritu Santo
que es necesario para la salvación del hombre. En ambos, la purificación del corazón es lo simbolizado.
En ambos, los hijos de los creyentes son incluidos (Cf. 1 P 3.21; Heb.9.14; 10.22; I P 1.2 y Hch 2.39;
Tit 3.5).
La acción de Abraham en este momento nos muestra de nuevo que los hombres de fe pueden vacilar.
Ruega que sea Ismael la simiente de la promesa, pero Dios insiste en que ha de ser Sara quien lleve en
su seno a esa simiente, y le da al niño que aún no había nacido el nombre de Isaac (17.19). Esto quiere
decir que para Dios, la simiente sí importa. No sirve cualquier simiente. Todos los verdaderos hijo s de
Abraham son escogidos por Dios, y la simiente de la promesa tiene su culminación en Cristo. El plan
de Dios para su pueblo solo puede tener éxito por su propósito y voluntad. Los esfuerzos poco sabios y
los ruegos de Abraham no pueden alterar los propósitos divinos.
Vemos la continua duda de Sara en el capítulo 18, cuando se ríe al oír que ella, que es demasiado
anciana desde el punto de vista natural para concebir un hijo, daría a luz sin embargo a Isaac (18.12).
Se rió, y por ello su hijo Isaac, con su nombre, le recordaría para siempre su falta de fe de aquel día. El
nombre Isaac significa «risa». En esencia, lo que ella y Abraham tenían que aprender en ese momento
es que nada es demasiado difícil para el Señor (18.14).

El incidente de Mamre presentado en el versículo 1 del capítulo 18 habla sobre uno de los juicios más
significativos de Dios en el Antiguo Testamento, superado solamente por el diluvio. Es el juicio contra
Sodoma y Gomorra.
Los tres hombres que se presentaron a Abraham (18.2) fueron Identificados posteriormente como el
Señor mismo, en forma humana, y acompañado por dos ángeles (18.33, 19.1). Estas apariciones
antropomórficas de Dios en la historia de los hombres son raras. El motivo de esta es, por una parte, la
declaración de Dios acerca de sus intenciones para con Abraham y su familia, y de otra su propósito de
juzgar el mal. Estos asuntos se presentan en Génesis 18.16.
El asunto principal de Génesis 18.16 al capítulo 19 es el juicio de Sodoma y Gomorra. Sin embargo,
insertada en medio de esta narración, encontramos una importante revelación con respecto a las
intenciones y el propósito de Dios sobre el creyente y su familia. Veamos esto primeramente. Se
encuentra en el versículo 19.

Basado en su pacto con Abraham y su descendencia, Dios expresa su voluntad con respecto a
Abraham, como si hablara consigo mismo o con sus dos acompañantes. Declara que ha conocido a
Abraham con un fin o propósito definido. La palabra «conocer» significa más que «haber sido
presentados». Trae consigo todo el impacto de algo que se ha escogido. Es decir, «lo he escogido con el
fin de... ». Y después señala su propósito: que mande «a sus hijos y a su casa después de sí, que
guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo
que ha hablado acerca de él».
Es muy significativa la responsabilidad paternal establecida en el hogar de los creyentes. Los padres
deben instruir a sus familias en la obediencia al Señor, es decir, a su voluntad. Esta se presenta aquí por
primera vez expresada en términos de hacer justicia y juicio. Veremos cómo estas dos palabras serán
usadas de ahora en adelante continuamente para expresar la voluntad de Dios para con su pueblo. Son
un resumen de la voluntad de Dios con respecto a sus hijos. Solo cuando estos sean reflejo de la
voluntad divina, recibirán sobre sí la bendición de Dios. En otras palabras, la justicia y el juicio deberán
ser la señal que marque la vida de los hijos de Dios.

23
Acabamos de ver que la justicia puede venir a la vida de los hijos de Dios solamente basada en su fe.
No hay obras propias de ellos que sean justas, excepto si han confiado primeramente en el Señor. Hacer
justicia es por tanto ser un creyente que, por fe, vive ante Dios. Todo lo que hace un creyente en fe le
será imputado a justicia en la presencia de Dios, o sea, será aceptable ante él. Sobre el significado de la
palabra justicia hablaremos más tarde en el lugar adecuado.

Ese día el Señor hizo partícipe a Abraham de su intención de destruir la malvada ciudad de Sodoma. El
estado de Sodoma entonces, era comparable al del mundo antes del diluvio. Pero Abraham estaba
interesado en Sodoma por causa de los justos que vivían allí (18.23). Su ruego de que Sodoma sea
salvada debido a la presencia en ella de un cierto número de justos es razonable, pero aquel día iba a
aprender una lección importante de evangelismo. En última instancia, la tarea del creyente en un
mundo que está bajo juicio no es la de tratar de salvarlo sino la de sacar a los hombres de él. El Señor
juzgará a los injustos. El mundo está reservado para juicio (II P 3.7). Como dijo Pedro el día de
Pentecostés: «Sed salvos de esta perversa generación» (Hch 2.40).
La maldad de Sodoma se pone de manifiesto en el capítulo 19, cuando Lot, por contraste, demuestra
que es hijo de Dios al manifestar amor por los extranjeros (los dos ángeles) (19.1-3). No hay evidencias
de que en ese momento él supiera que eran ángeles de Dios. Los hombres de Sodoma expusieron sus
malos deseos y sus intenciones de conocer carnalmente a los extranjeros (19.5). El término «conocer»
significa aquí, como en muchos otros lugares de las Escrituras, conocer sexualmente. El ofrecimiento
de sus dos hijas que les hace Lot nos puede parecer drástico a nosotros, pero su intención era proteger a
estos huéspedes bajo su techo, y evitar crímenes mayores.
Cuando Lot supo quiénes eran y oyó su mensaje de que saliera de Sodoma antes de que fuera destruida,
vaciló. Ahora se hace evidente el desatino de Lot al escoger. Era un justo, un hijo de Dios (II P 2.7, 8),
pero había escogido contemporizar con la vida mundana. Las palabras que Jesús dijo siglos después
tienen aplicación para Lot: «No os hagáis tesoros en la tierra» (Mt 6.19). Resultaba duro para Lot dejar
todas aquellas cosas terrenales (19.16). Lo que es más, no era una atmósfera propicia para educar a su
familia. Así vemos que algunas de sus propias hijas aparentemente se habían casado con no creyentes y
estaban demasiado envueltas en el mundo para oírla súplica de su padre (19.14).
Solo dos hijas solteras y su esposa accedieron a marcharse con él, e incluso su misma esposa no logró
arrancarse a la poderosa atracción de Sodoma.
En 19.26 se nos dice que la esposa de Lot miró atrás, desobedeciendo a los ángeles. No deberíamos
considerar esto como un simple acto de curiosidad por parte suya. La palabra usada aquí para decir
«miró atrás» es poco frecuente en la Biblia hebrea. Tiene el sentido especial de «mirar con confianza,
expectación, o añoranza". Ella, con esta mirada, estaba revelando que su corazón deseaba quedarse.
Amaba demasiado al mundo. Esta misma palabra usada en el incidente de la serpiente de bronce a la
que deberían mirar los israelitas para ser salvados en el desierto (Nm 21.9). También se usa la palabra
en conexión con Jonás, cuando se hallaba en peligro en medio del mar y miraba con confianza hacia el
santo templo del Señor, (Jon 2.4). En todos los casos, el sentido de la palabra es «mirar anhelante
hacia», y este fue el pecado de la esposa de Lot. Miró anhelante hacia la ciudad pecadora de Sodoma.
Lot y sus dos hijas fueron salvados aquel día no por su voluntad sino por la misericordia de Dios
(19.16-29). La línea de Lot en la familia de Dios, va rápidamente hacia su ruina. De hecho, sus propios
hijos, nacidos en su unión con sus hijas, no representarán a la familia de Abraham sino a los que
después serían enemigos de Israel (19.37, 38).
Los capítulos 20 y 21 describen dos grandes pasos definitivos en el crecimiento de la fe de Abraham. El
incidente del capítulo 20 solo puede entenderse como una falla en su fe, evidencia de que la misma era
todavía imperfecta. Aparentemente, aún creciendo en fe, Abraham no había sabido darse cuenta de que
Dios está presente en todas partes. Donde no se le honraba, parecía pensar Abraham, no estaba presente
(20.11).
Su pecado, como el descrito en el capítulo 12, no tiene excusa posible. Todo lo que no es de la fe es
pecado.

En el capítulo 21, sin embargo, Dios le enseña a Abraham a contar en él siempre, dándole a Isaac, el
hijo tan esperado. Abraham aprende con esto una gran lección sobre la confianza en Dios (21.1). El
nacimiento de Isaac abría viejas heridas, y le hacía recordar a Abraham otros días en que confiaba
menos, y en los cuales, fuera de la voluntad de Dios, se había apresurado a actuar, teniendo u hijo con
24
Agar. Ahora, este acto anterior de insensatez chocaba con las bendiciones que estaba recibiendo de
Dios en el presente, y el resultado, como sucede siempre con el pueblo de Dios cuando se actúa fuera
de la fe, era el pesar (21.9-14).
En este tiempo de pesar sin duda la fe de Abraham creció, Aprendió a obedecer a través del
sufrimiento. Ahora estaba ya listo para que su fe le fuera probada. Y esto nos lleva al capítulo 22.
Este capítulo nos habla de la prueba hecha a la fe de Abraham.
Fue una prueba sumamente difícil. Ya hemos visto cómo el crecimiento de Abraham en la fe no fue un
impulso continuo y suave hacia arriba, sino que estuvo erizado de contrariedades a cada paso. Esto es
típico en el crecimiento de la fe de todos los creyentes. Ahora, para la gloria de Dios, esa fe debería ser
probada, porque él, Señor había escogido a Abraham para que fuera el ejemplo de todos los creyentes.
El mandato que Abraham debía obedecer era muy difícil. Debería ofrecer a su hijo como sacrificio a
Dios. El libro de los Hebreos nos dice que él obedeció con gran fe (Heb 11.17-19). Había aprendido tan
bien la lección sobre la confianza en Dios que ahora creía que Dios, que había prometido bendecir a su
simiente, haría incluso levantarse a Isaac de entre los muertos, si es que ahora debía morir (Heb 11.19).
Abraham no demuestra tener ninguna duda en lo absoluto con respecto a esto.
Cuando Isaac preguntó por el cordero para el holocausto, también en fe, su padre le respondió
proféticamente: «Dios se proveerá de cordero para el holocausto» (22.7, 8). Era una respuesta profética,
porque se apoyaba en la antigua promesa de Dios de que proporcionaría a través de la mujer la simiente
que triunfaría sobre Satanás. Y era un anticipo de Isaías 53, donde está la vívida descripción del
Cordero de Dios que moriría por su pueblo. Sin duda, Juan el Bautista tenía en su mente esta profecía
cuando, en una ocasión, dijo a los que le seguían: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo» (Jn 1.29). No podemos decir si Abraham lo entendió así, o hasta qué punto lo logró entender,
pero de lo que sí estamos seguros es que su profecía de aquel día señalaba hacia la obra de Cristo en el
futuro.

La intervención del Señor en el acto de obediencia de Abraham (22.12) indica que nunca fue la
intención de Dios que Abraham llevara a cabo el sacrifico, sino solamente que estuviera dispuesto a
hacerlo. Aquí también, como en un cumplimiento parcial de la profecía de Abraham, Dios proporciona
un sustituto para Isaac, el carnero (22.13). Ese día le fue dado a Abraham por primera vez el principal
motivo para los sacrificios de animales, es decir, la expiación vicaria. No importa lo que hayan
significado anteriormente los sacrificios de animales para los oferentes; de ahora en adelante, para el
pueblo de Dios, querrían decir que Dios proporcionaría un sacrificio como sustituto por el pueblo de
Dios, a fin de que este no tuviera que morir por sus pecados.
Una vez más, en este lugar tan, apropiado, Dios renueva su alianza con Abraham en términos de su
descendencia. Las palabras «tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos» son un claro enlace
con Génesis 3.15, el triunfo de la simiente de la mujer sobre la de la serpiente.

6. El período de transición: la muerte de Abraham y la vida de Isaac (23-28.9).


Estos capítulos pueden ser llamados «período de transición». La vida de Isaac no tiene el colorido ni el
interés que tienen las de Abraham y Jacob. Es algo así como un valle entre dos montañas. Estos
capítulos representan en cierta forma el anticlímax en la vida de Abraham. El capítulo 23 narra la
búsqueda de un lugar para enterrar a Sara, y muestra la fe de Abraham en la promesa de Dios. Escoge
ser enterrado en la tierra que Dios le ha prometido, aunque hasta el presente no posee nada de ella, sino
que todavía es un extranjero. El capítulo 24 nos lo presenta buscando una esposa para Isaac e introduce
a la familia de Labán, quien tendría un papel muy significativo en la vida de Jacob. También destaca la
comprensión de Abraham con respecto a los deseos de Dios de que tuviera una simiente fiel. Abraham
veía que en Canaán no había mujer apta para ser la esposa de este hijo de la promesa que Dios le había
dado, pues había mucha maldad entre ellos. Compartiendo la preocupación de Dios con respecto a tener
una simiente fiel, mandó a buscar a su tierra natal una esposa adecuada para Isaac. Pero notemos que
debería ser una dispuesta a venir, dejando atrás su familia, como lo había hecho Abraham, si quería
cualificar para poder ser esposa de Isaac.

La primera parte del capítulo 25 hace un balance de la vida de Abraham y narra su muerte. Puesto que
Abraham vivió hasta los 175 años de edad (v. 7), y Sara murió a la edad de 127 años, aparentemente,
25
Abraham tuvo una vida más larga con Cetura, su segunda esposa (Abraham era exactamente 10 años
mayor que Sara, y tenía por tanto 137 años cuando ella murió; ver Gn 17.17). Sin embargo, toda la
última parte de su vida pasa en unas pocas frases. Solo Isaac es la simiente de la promesa, aunque
Abraham tuvo muchos otros hijos (v. 2).

La vida de Isaac traslapa la de Abraham por un lado y la de Jacob por el otro. Es muy poco lo que se
dice de él en forma exclusiva. De hecho solo hay un capítulo, el 26. De este capítulo se puede deducir
que Isaac se parecía a su padre en muchos aspectos. Cometió los mismos errores (vv. 1-11), y sobre
todo, siguió sus pasos. El versículo 18 hace un buen resumen de su vida. Cavó los mismos pozos que su
padre había cavado, y les dio los mismos nombres que su padre les había dado, expresión de una vida
poco brillante, cuya única recomendación fue seguir tras las huellas de un gran hombre. Fue la simiente
escogida de Dios, y el Señor renovó las promesas que le había hecho a Abraham mucho tiempo antes
(vv.23-24), e Isaac respondió con la misma fe que había sido mostrada por su padre (v. 25; cf. 12.8). El
resto de la vida de Isaac está mezclada con las de Jacob y Esaú, sus dos hijos.
7. Jacob, de pecador a santo (25.19-33.20)
Con frecuencia encontramos en las Escrituras que el Señor ha mantenido sin descendencia a algunas
mujeres piadosas. Ha sido para probar su fe. Lo vimos en el caso de Sara, y lo volveremos a ver ahora
con Rebeca. También lo veremos con Raquel, y después con Ana la madre de Samuel, y Elizabeth, la
madre de Juan el Bautista.
En cada uno de los casos la descendencia era una bendición, y en cada uno también el Señor probó que
era fiel para con todos los que acudieron a él en busca de descendencia. Así lo vemos en los versículos
19ss. con respecto al nacimiento de Jacob y Esaú.
Cuando Dios le prometió los dos hijos a Rebeca, le habló de dos naciones que surgirían. Dios mismo
hizo la elección entre ambos, haciendo a uno mayor que el otro (v. 23). La frase «el mayor servirá al
menor» recuerda la profecía de Noé (9.25-27). De manera que nos hallamos de nuevo en presencia de
la distinción entre los hijos de Dios y los de Satanás. Esta vez, la distinción se hace entre dos que son
hijos de los mismos padres humanos y concebidos al mismo tiempo.

Dios es quien hace la distinción, escogiendo a Jacob y no Esaú, en Romanos 9.6ss, trata sobre las
importantes lecciones que se desprenden de este incidente con respecto a la elección divina. Pertenecer
a la simiente carnal de Abraham (su descendencia) es motivo para que seamos hijos de Dios (Ro 9.7,
8). La salvación se basa en las promesas de Dios, y de acuerdo con su voluntad.

El «propósito de Dios» (Ro 9.11) de llegar a tener un pueblo está basado en que él mismo elige a
algunos del estado de muerte en el pecado, para la vida eterna (Rom 9.11; cf. Ef. 2.1-3). Nadie puede
ser salvo por sus obras, ya que la naturaleza de todos los hombres está corrompida. La salvación nos
viene solamente por la gracia de Dios, quien obra en los corazones de aquellos que elige para traerlos
de la muerte espiritual a la vida en Cristo (Ef. 2.4-9),
Lo diferente de las naturalezas espirituales de ambos niños, Esaú y Jacob, se hace patente en un suceso
de su vida temprana registrado aquí (vv. 27-34). La preferencia que Isaac tenía por Esaú no se basaba
en la voluntad revelada de Dios (v. 23) sino en el deseo de la carne (v. 28), y al final tendría como
resultado gran pena y sufrimiento, para él personalmente y para su familia.
El incidente narrado aquí nos habla de un día en que Esaú vio un guisado de lentejas que Jacob había
preparado, y lo quiso para sí. Queda manifiesta su orientación carnal cuando se le ve dispuesto a vender
su primogenitura por este momento de placer físico. Solo se trataba de una transacción infantil que no
podía tener validez real en o si misma, como cuando los niños juegan, pero reveló la naturaleza de
Esaú. La Biblia dice que él desdeñó su primogenitura (v. 34).
Jacob no sale tampoco demasiado bien del incidente. Parece actuar egoístamente, guardándose algo que
su hermano necesitaba. Sin embargo, sí revela un profundo sentido y una gran apreciación por la
herencia espiritual de su padre y su abuelo (v. 31).

Todo el episodio revela que Esaú era un profano. Evidencias posteriores de su naturaleza nos revelan lo
mismo. Cuando escogió sus esposas, estas fueron cananeas (26.34-35; 36.2, 3). Cuando Jacob lo
disgustó, su corazón se llenó con sentimientos de asesino (27.41), lo que nos recuerda a otro fratricida,
26
Caín. El escritor de la Epístola a los Hebreos resume así la naturaleza de Esaú: profano (Heb 12.16).

Hemos dejado sentado y reiteramos de nuevo que Dios no llamó ni escogió a Jacob porque fuera
naturalmente bueno, sino de acuerdo con sus planes, y lo hizo de nuevo, convirtiendo a Jacob el
pecador, en Israel el santo.

A Jacob el pecador lo vemos en el capítulo 27. La continua testarudez de Isaac fue el motivo de los
tristes incidentes allí narrados. Isaac escoge a Esaú para bendecirlo, aunque Dios no lo había escogido
(27.1). Este pecado se complica con el pecado de Rebeca y Jacob en su plan para escamotear la
bendición de Esaú. Ella sabía cuál era la voluntad de Dios, pero le faltó paciencia y fe para esperar en
él. Como ya habían hecho Sara y Abraham, trató de ayudar a Dios por caminos torcidos. Jacob estaba
totalmente complicado en su pecado, y en apariencia, su único temor era el de ser atrapado (V. 12).

La fácil respuesta de Rebeca al temor de Jacob, atrayendo la maldición sobre sí misma, tuvo mayores
repercusiones de las que ella creía. En realidad, nunca volvió a ver a su hijo Jacob después de esto. Lo
que parecía que iba a ser una separación de unos pocos días (v.4) se convirtió en una ausencia de veinte
años. Para entonces es de suponer que ella ya hubiera muerto.
Los pecados de Jacob cayeron uno sobre otro. Primero, le miente a su padre (vv. 18,19), después
blasfema el nombre de Dios, tratando de complicar a Dios en su propia maldad (v. 20). La farsa tuvo
éxito y Jacob recibe la bendición que Dios había dispuesto para él, pero la recibe por medios
pecaminosos. Cuando Isaac supo lo que había pasado, se sometió definitivamente a la voluntad divina
(v. 33). Esaú, como ya hemos dicho, no era tan sumiso (v. 41).

La sumisión de Isaac aparece en 28.1s. Cuando se despide de Jacob, renueva la bendición que le había
dado, y esta vez voluntariamente. Por tanto, parece que Isaac se culpó a sí mismo, más que a Jacob, por
lo que se había hecho. El libro de Hebreos nos dice que Isaac bendijo a Jacob y a Esaú en fe
(Heb 11.20). Mientras tanto, Esaú continuaba en sus caminos carnales (28.9).
Cuando Jacob dejó Canaán estaba lejos de ser un gigante espiritual. En Betel se encontró con Dios cara
a cara en un sueño estando totalmente solo (28.12, 13). La escalera vista por Jacob se menciona
posteriormente como un tipo de Cristo (Jn 1:51). Lo importante aquí parece ser que Dios desciende
hacia el hombre, donde quiera que este se halle necesitado. Jacob había huido lleno de miedo de Esaú,
era un pecador y se hallaba solo. Dios descendió él, al lugar en el que estaba, y manifestó su amor por
él (vv. 13-15). En sus palabras dirigidas a Jacob, le da tanto el consuelo como la promesa, y es esta la
bendición realmente importante, la que da Dios y no la que da el hombre.
La respuesta de Jacob deja mucho que desear. Busca la manera de regatear con Dios en una manera que
parece orgullosa: «Si fuere Dios conmigo '" Jehová será mi Dios... y de todo... el diezmo apartaré para
ti» (vv. 20-22). Qué gran contraste hace esta reacción de Jacob con la reacción espiritual de Abraham a
la bendita misericordia divina (14.20).

Jacob el engañador se encuentra con su igual y más que su igual en su tío Labán, con el que vivió en
Mesopotamia. Labán lo burló una y otra vez, como revelan los capítulos 29 y 30. Hay algo de justicia
poética en la forma en que, vez tras vez, Jacob era engañado hasta verse forzado a permanecer durante
veinte años como esclavo de su tío. Sin embargo, en el tiempo de prueba, Jacob aprendió a confiar en
Dios y no en sí mismo. Así fue como vio que, a pesar de los engaños de Labán, y sin sus trucos, Dios lo
prosperaba (31.7-13).
Cuando Jacob huyó con sus dos esposas (31. 17s), Labán lo persiguió y lo capturó. De nuevo interviene
Dios para evitar un choque entre ambos hombres. La arqueología nos ayuda a como prender el gesto de
Raquel cuando se roba los dioses de su padre.
De acuerdo a las costumbres que prevalecían en aquel momento en Mesopotamia, el hijo que tuviera
dichos dioses familiares, tenía derecho a la herencia. Esta vez, Jacob era inocente.
De nuevo, en su encuentro con Labán, Jacob expresa su completa fe en Dios (31.38-42). Cuando los
dos hombres por fin se separaron, erigieron una marca fronteriza entre sus dos pueblos, para que le
recordara a cada uno que no debía traspasar esa frontera para hacerle daño al otro. Jacob la llamó
Mizpa, o “Torre del vigía”.
27
Tan pronto como Jacob quedó libre de la persecución de Labán, recibió noticias de que Esaú se
acercaba para aniquilarlos (32.1s). En este momento, con la retirada hacia Mesopotamia bloqueada, por
su tío Labán y enfrentado a un hermano hostil que lo busca, Jacob alcanza alturas de su estatura
espiritual. Su oración, en 39.12 expresa un espíritu de gran humildad y confianza. Su fe se parece ahora
a la de Abraham. Ya no confía en su propia habilidad, ni espera en ella, sino solo en la misericordia de
Dios. Basa su oración en las promesas de Dios, de las que hace un recuento (32.12).

Estando solo aquella noche tuvo una extraña experiencia con un hombre que luchó con él durante toda
la noche (vv. 22ss). Aquella noche recibió un nuevo nombre: Israel, que significa «el que se esfuerza,
lucha con Dios». La razón de este nuevo nombre está en que Jacob ha luchado con hombres y con Dios
y ha prevalecido. Ha triunfado sobre los hombres que eran sus enemigos, no por su propia agudeza,
sino por su fe en Dios. Le ha ganado a Dios, no por sus regateos, sino por medio de su humildad y
sumisión, la única manera en que podremos jamás «ganarle» a Dios.

En resumen, podemos decir que Dios escogió a Jacob, como lo hace con todos sus hijos, no porque
sean naturalmente buenos sino por razón de sus propósitos y su voluntad para con ellos. Después,
rehace a esos pecadores que ha llamado, para que sean lo que Él desea que sean. Según vemos en la
vida de Jacob, notamos cómo el Señor va quemando, a través de todas las pruebas y dificultades, todo
su sentido de orgullo.

En el capítulo 33 el encuentro entre Esaú y Jacob revela que Dios se encargó de verdad, de librar a
Jacob de sus enemigos, incluso de Esaú. También revela una vez más la orientación materialista de
Esaú. Este expresa en el versículo 9 que tenía suficiente, y por lo tanto estaba satisfecho (con las
posesiones que tenía). Aparentemente, todo el tiempo, su gran preocupación había sido que Jacob lo
había engañado llevándose sus bendiciones materiales. Sin embargo, cuando vio que no había sido así,
y que tenía muchas cosas materiales, ya no tuvo más intención de matarlo. Podría haber sentido la
pérdida de las bendiciones espirituales que Jacob había recibido, pero no lo hizo. Era en verdad un
profano.

8. Los hijos de Jacob, la familia de Dios (34-50)


La última sección del Génesis nos relata diversos episodios de la vida de los hijos de Jacob. Este aún
vive, pero ya no ocupa el centro de la escena. El tema de esta sección, podría ser la pregunta: ¿Quién
tendrá la preeminencia entre los hijos de Jacob? Cada vez que es probado uno de ellos, esta pregunta
sale a la luz.
La primera prueba para los hijos de Dios aparece para los hijos de Jacob en la aventura de Dina que se
recoge en el capítulo 34. En su evidente curiosidad esta se hace demasiado amistosa con las hijas
cananeas de la ciudad de Siquem. Uno de los jóvenes del lugar, también llamado Siquem, se acostó con
ella y se enamoró de ella. Sus hermanos se indignaron con razón cuando supieron lo que había pasado
(34.7).
Por supuesto que la proposición que le hace el padre de Siquem a la familia de Israel de que se casaran
con cananeos era contraria a la voluntad de Dios (v. 9s). Recordamos el pecado de los hijos de Dios
antes del diluvio, y también el de Esaú al casarse con cananeas. Abraham había sido muy cuidadoso, y
había evitado que pasara esto con su propio hijo Isaac. Sin embargo, los hermanos estaban igualmente
equivocados en sus mentiras y en el engaño, hecho a los hombres de Siquem (v. 13). Estaban
particularmente implicados Simeón y Leví, el segundo y tercer hijo de Jacob (vv. 25-26). En breve
tiempo, los hijos de Jacob cometieron engaño, asesinato, y robo (34.27-29), Y todo sin el
consentimiento paterno (v. 30).
A pesar de esto, Dios siguió protegiendo a la familia de Jacob durante el tiempo en que tuvieron que
seguir habitando en la tierra de Canaán (35.5).

El capítulo 35 contiene varias otras cosas notables: la muerte de Débora, ama de Rebeca (v. 8); el
nacimiento de Benjamín, el último hijo de Jacob (v. 18); y la muerte de Raquel, la esposa amada de
Jacob (v.19).
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Quizá en esos tiempos de ansiedad, Rubén, el primogénito de Jacob, se sintiera inseguro y cargado de
responsabilidades. Por lo que fuera que fuera, lo cierto es que leemos que se acostó con la concubina de
su padre. Este acto nos es familiar a través de otros lugares de las Escrituras, y evidencia la intención
del que toma las concubinas de su señor, de convertirse en cabeza de la familia o de la tierra. Por tanto,
era un acto de arrogancia, y no solamente deseo carnal. Por consiguiente, ya en este momento, los tres
primeros hijos de Jacob: Rubén, Simeón y Leví, habían actuado todos de una forma que levantaba
serios interrogantes con respecto a que fueran personas adecuadas para ser los guías del pueblo de Dios.

El capítulo 36 se dedica exclusivamente a seguir a los descendientes de Esaú, para mostrarnos que
ahora se han convertido en un pueblo distinto del israelita. Dios ya había separado a ambos hombres
cuando aun se hallaban en el seno materno. Cada un debería convertirse en toda una nación: Jacob se
convirtió en la nación israelita, y Esaú en la de los edomitas. Ambas naciones tienen una larga historia
en la tierra, pero son distintas entre sí. Mucho después será dado un informe final sobre Edom a través
de las palabras del profeta Abdías.

Comenzamos un nuevo relato con el capítulo 37: la historia de José, el personaje predominante hasta el
final del libro, y de sus hermanos. Los días de la primera juventud de José son bastante poco
afortunados. Se nos cuenta que era el favorito de su padre (v, 3), pero al mismo tiempo, algo así como
un soplón de todo lo que hacían sus hermanos (v. 2). Todo esto hizo alzarse el resentimiento en los
corazones de los demás hermanos, como es natural. La llana narración que hace José de los sueños en
que aparecía como señor no solo de sus hermanos sino también de sus padres, no lo ayudaba en nada
(v. 5s). Además de esto tenemos la insensatez de Jacob de enviarlo a donde están sus hermanos, cuando
se hallan lejos del hogar. Aquí tenernos todos los ingredientes de una tragedia que al fin y al cabo
sucedió.
La intervención de Dios a través de Rubén, el hijo mayor, evitó la muerte de su hermano, que ya habían
planeado. Sin embargo, cuando lo vendieron a los ismaelitas que viajaban hacia Egipto, no esperaban
volver a verlo de nuevo (v. 28). En este infame episodio se destacan dos hermanos, que se hacen dignos
de algún elogio: Rubén, porque trato de salvar a José, y Judá, porque evitó la muerte de su hermano (v.
26). Pero todos estaban involucrados en la mentira que le dijeron a su padre (vv. 29ss).

Dejaremos por el momento el capítulo 38 para seguir un poco más allá la carrera de José. El capítulo 39
toma el hilo de la narración y relata cómo prosperó en Egipto. Fue un tiempo de prueba para el joven
José. Era apuesto y robusto, y atraía a la esposa de su dueño (39.7). Cuando ella quiso seducirlo, su
respuesta reveló la profunda fe que poseía. Para José, tener una aventura amorosa con la esposa de su
dueño no era solamente una cuestión de que fuera socialmente incorrecto sino que era en realidad un
pecado contra Dios (v.9).
Aunque sufrió por su determinación, Dios lo recompensó por todo lo que había perdido, bendiciéndolo
en la prisión (39.21). En la providencia divina se le proporcionó una forma de salir de la prisión,
cuando su reputación como intérprete de sueños alcanzó al rey. Aquí vemos nuevamente que José
jamás actuó buscando su propio beneficio sino para glorificar a Dios (40.8; 41.16). Ahora vemos un
hombre distinto del jovencito de diecisiete años presentado en el capítulo 37.2. Dios se acordó de él, y
lo exaltó en riqueza y dignidad, llevándolo desde el estado de prisionero en la cárcel hasta el de ser el
segundo en la tierra, por debajo únicamente del Faraón (41.37s).
Este hombre de treinta años (41.46) era ahora un hombre de autoridad y con el auxilio divino fue un
administrador capaz que salvó a Egipto en el tiempo de hambre del que Dios había hablado en el sueño
del faraón (41.53-57).

Antes de seguir adelante con la narración del encuentro de José con sus hermanos, regresemos al
capítulo 38, que contiene un episodio de la vida de Judá, uno de los hermanos de José, que es el cuarto
hijo de Jacob. En este capítulo lo vemos en una situación desagradable. Se casa con una cananea, lo
cual era contra la voluntad de Dios (38.2). No es capaz de educar adecuadamente a sus hijos, por lo
que los actos de estos desagradan al Señor y les acarrean la muerte (vv. 6-10). Tampoco atiende a las
necesidades de su nuera Tamar (vv. 11s). Como si esto fuera poco, sigue deseando a las rameras de la
tierra y tiene una aventura con su propia nuera, que lo engaña así para que le proporcione descendencia.

29
Sin embargo, sorprende ver que Dios, a pesar de esta serie de actos vergonzosos de parte de Judá, lo
disciplina (v. 26) y le da un hijo de Tamar, Fares, a través del cual dará más tarde sus bendiciones a
Israel (38.29).
Cuando sobrevino el hambre predicha por Dios al faraón a través de José, la familia de Jacob, junto con
todos los de la tierra, comenzó a sufrir. En la providencia divina, por tanto, los hijos de Jacob fueron a
Egipto y se tuvieron que enfrentar con José, al que creían que no volverían a ver jamás. No pudieron
reconocerlo debido a que cuando lo habían vendido como esclavo era un jovencito,’. y ahora era ya un
hombre maduro (42.6s).
El juego del gato y el ratón que mantiene José con sus hermanos es sin duda voluntad de Dios. Les
había llegado el momento de ser probados, como ya lo había tenido José. Es evidente que los
hermanos, al sentir la presión que José les hacía, mostraron señales de arrepentimiento y remordimiento
por sus hechos pasados (42.21).

Cuando regresaron a donde estaba Jacob sin Simeón, y le dijeron cuáles eran las demandas del señor de
la tierra, que regresaran trayendo a Benjamín si querían volver a ver a Simeón, Jacob, como es natural,
desahogó toda la amargura almacenada en su alma (42.36).
En este momento, Rubén, el hijo mayor, es probado de nuevo, y falla. Su respuesta a las necesidades de
su padre, solo puede recibir el nombre de cruel (42.37). No es capaz de persuadir a su padre con sus
toscas medidas. De nuevo demuestra Rubén que no podía ser el caudillo del pueblo de Dios.
Es entonces cuando Judá surge para dirigir a sus hermanos, como el que lleva la voz cantante en la
familia. Al contrario de lo que vemos en Rubén, Judá se manifiesta compasivo y sacrificado, dispuesto
a ser la seguridad de Benjamín, y a dar su vida por su hermano a causa de su amor por su padre (43.8,
9). Así manifiesta poseer cualidades espirituales de las que carecían por completo los demás. De ahora
en adelante, la frase «Judá y sus hermanos» se hará frecuente, señalando así el nuevo papel de caudillo
que Judá acaba de adquirir (44.14). El crecimiento espiritual de Judá se hace evidente en su encuentro
con José, que es aún un desconocido para él, con motivo de la aparente falta de Benjamín (44.18-34).
Cumple la promesa hecha a su padre, mostrando su gran amor, tanto por su padre como por Benjamín.
Muestra también el gran cambio de actitud habido en los hermanos que un día pudieron ver fríamente
cómo su hermano José era vendido como esclavo. Ahora Judá estaba listo y deseoso de ofrecer su vida
por Benjamín, aunque pensaba que este había hecho algo incorrecto (44.32- 34).

También José muestra un cambio notable. El jovencito más bien orgulloso y vano de diecisiete años es
ahora un hombre espiritualmente maduro y humilde (45.5-8). Su visión de la soberanía de Dios con
respecto a su vida y a la de los demás hermanos (45.7-8) puede compararse a la declaración de Pedro
en Pentecostés (Hch 2.23, 24). Pedro pudo ver que, aunque el Señor de la Gloria había sido crucificado
por hombres perversos con manos malvadas, todo había sido parte del propósito de Dios, y en última
instancia redundaría en bien para el pueblo de Dios.
La bendición de Jacob al llegar a Egipto, y la fraternidad reinstaurada con José, son una profecía que
resume mucho de lo que ya hemos visto (cap. 49). Rubén, Simeón, y Leví son eliminados de la
preeminencia en la familia de Jacob (49.2-7) debido a los serios fallos que había en su personalidad. La
atención se centra en Judá que es proclamado jefe (v. 8). Más aun, la predicción del triunfo que
obtendría contra sus enemigos parece hacer referencia a la promesa de Génesis 3.15, señalando que la
semilla tanto tiempo esperado saldría de él (49.8). La imagen del león usada en el versículo 9 será
aplicada más tarde al pueblo de Dios (Mi 5.2-8), y más específicamente al Cristo de la casa de David
(Ap. 5.5).

El versículo 10, que se refiere al cetro de la casa de Judá, predice claramente el establecimiento de la
realeza entre el pueblo de Dios, y el nombre Siloh puede que haga referencia al Rey de Reyes. La
palabra «Siloh» puede ser traducida «aquel a quien pertenece», esto es, el reino de Dios. Las
referencias en el versículo 11 y 12 a la sangre y al color rojo pueden tener también tono mesiánico y
aludir a la cruz. Pero algo sí es seguro: Este pasaje le da a Judá la preeminencia por encima del pueblo
de Dios y mira hacia él como quien traería al Libertador.

Después de la muerte de Jacob, los temores de los hermanos con respecto a la posible venganza de José
fueron rápidamente disipados por él mismo en sus palabras de consuelo (50.19-21). La visión interior
30
que había ido adquiriendo con respecto al significado de su propia experiencia sobre la forma en que
Dios había convertido todo en bien podría ser un resumen muy adecuado de la lección recibida por el
pueblo de Dios en todo este período de los patriarcas: «Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que
vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo».
Cuando el pueblo se quedó en Egipto, la promesa hecha por Dios a Abraham se convirtió en la
esperanza de Israel.

Aquí podemos ver por tanto, el principio de la obra de Dios en medio de su pueblo, que el propósito
divino de tener un pueblo santo, sin mancha, delante de él en amor, no pudo ser torcido por los fallos de
los hombres. Dios escogió y llamó a pecadores, los hizo hijos suyos, Y los moldeó para que llegaran a
ser lo que Él quena que fueran. Desde Set hasta Noé, desde Sem hasta Abraham, desde Isaac hasta
Jacob y Judá, Dios siguió llevando adelante esa Semilla que habría de triunfar sobre sus enemigos y los
de su pueblo. El propósito divino nunca pudo ser derrotado por las maldades y los fallos de los
hombres. Este primer libro de las Escrituras, es un grandioso testimonio de la gracia soberana de Dios.

III-. LA LIBERACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS (Éxodo-Deuteronomio)

1. Rescate de Egipto (Ex 1-19)

La familia de Jacob había bajado a Egipto en tiempos de José con una compañía de unas 70 personas.
Esto había sucedido de acuerdo a la palabra dada por Dios mucho antes a Abraham (Gn 15.13).
Cuando Jacob entró a Egipto para ver a su hijo, el Señor le aseguró que iría con él y le haría allí una
gran nación (Gn.46.3). Tanto a Abraham como a Jacob y a José, Dios les da seguridad de que traería a
su pueblo de regreso a Canaán (15.14; 46.4; 50.24).
Ahora, después de varios cientos de años, el pueblo está todavía en Egipto, y en estado de esclavitud. A
pesar de esto, Dios lo ha bendecido ricamente y lo ha hecho crecer (1.7). A medida que Dios bendecía a
los israelitas, los egipcios se iban haciendo más duros con ellos. La razón que se da es el cambio de
monarquías en Egipto. Los que habían favorecido a José ya los israelitas ya no estaban gobernando
(1.8). La referencia a un nuevo rey puede significar una nueva dinastía en Egipto, una nueva familia en
el poder. Algunos creen que los que gobernaban cuando José y su familia fueron a Egipto eran los
hicsos, un pueblo de origen semítico que gobernó a Egipto por algún tiempo. Siendo semitas, se
inclinarían más a favorecer a los israelitas, también de ascendencia semita, que los egipcios nativos.
Como quiera que fuese, los egipcios eran ahora hostiles a Israel, y lo esclavizaban cruelmente (1.10-
14). Su crueldad alcanzó grandes dimensiones, hasta el punto de exterminar a todos los hijos varones
(1.15s) aunque las parteras de Israel, que eran fieles, lo evitaron (1.17).
Un hecho notable de precaución para proteger a su hijo fue el de la madre de Moisés. Esta mujer
piadosa, no teniendo fuerza en i sí misma para proteger a su niño recién nacido, se lo encomienda Dios
y lo pone dentro de un bote de papiro en el río Nilo (2.1ss). Por providencia divina esta confianza en el
Señor fue bendecida, y Moisés no solo fue salvado de ser matado sino que fue criado en el palacio del
rey. Encima de ello, fue cuidado por su propia madre. Así quedaba expuesto a la vez a la mejor
educación posible en el mundo antiguo, y a la alimentación espiritual de su fe por su propia madre.
Dios le tenía preparada una labor especial a este niño.
En el cap. 2 se nos cuenta de un fracasado intento realizado por Moisés para liberar a su pueblo de la
opresión (2.11 s), Lo hizo como un acto de fe. Así nos dice el escritor de Hebreos (11. 24-26). Sin
embargo, fracasó y se vio forzado a huir de Egipto. Todavía no estaba preparado para la gran tarea que
Dios le tenía reservada: la liberación de su pueblo. Le hacían falta aún varios años de humillación, de
aprender a ser paciente, y a confiar solo en Dios. El Señor le proporcionó un lugar en el desierto y unas
circunstancias que le permitieron llegar a la madurez espiritual que Dios deseaba (2.16-22).
Mientras tanto, Dios no había olvidado a Israel en su sufrimiento (2.24). Estaba preparándole el camino
de su liberación en la persona de Moisés, que es ya un hombre maduro (cap. 3). Moisés era pastor. Es
notable la cantidad de grandes caudillos de Dios que fueron pastores antes de guiar al pueblo de Dios.
Por supuesto, pensarnos en Abel, Abraham, Isaac, y Jacob, que fueron todos cuidadores de ganado.
Más tarde, David aprenderá muchas de las verdades básicas del cuidado que Dios tiene con su pueblo,
mientras trabajaba como pastor (ver Salmo 23). El profeta Amós fue pastor, y los profetas se referían
con frecuencia a los líderes de Israel como pastores. En el Nuevo Testamento Jesús se llama a sí mismo
31
el «Buen Pastor» y se presenta como ejemplo de lo que deben ser todos los que Dios llame a guiar a su
pueblo (Jn 10). Pedro hace referencia a los jefes de la iglesia como a pastores del rebaño (I P 5.1-4; cf.
Hch 20.28s).
Cuando Moisés tenía unos ochenta años de edad, Dios tuvo un encuentro con él en medio de una zarza
en el desierto de Sinaí, o de Horeb, como también es llamado (3.1). Sabemos su edad aproximada
gracias a diversos pasajes que hemos podido comparar. Éxodo 7.7 y Hechos 7.23 indican que en este
momento tenía unos ochenta años, esto significaría que Moisés había estado ya unos cuarenta años en
el desierto, cuidando los ganados de su suegro. A pesar de ser un hombre de educación y cultura, tuvo
que ser moldeado para llegar a ser el hombre que Dios quería que fuera.
En el primer encuentro que tiene Moisés cara a cara con el Señor, este se le aparece como el Dios de
sus padres, estableciendo con ello una continuidad con el pacto que había hecho con los patriarcas. Tal
como le había prometido anteriormente a Abraham, estaba ya listo para sacar a su pueblo de la
esclavitud. En el versículo 10 le dice detalladamente a Moisés cuál ha de ser su papel.

Podemos notar que Moisés ha perdido ya su vana confianza en sí mismo y en sus años de humillación
ha llegado a darse cuenta de sus propias limitaciones (3.11). Esto es algo imprescindible para los
siervos de Dios. La respuesta de Dios es más que adecuada: «Yo estaré contigo» (3.12).
Fijado ya este contexto, Dios procede a designar el nombre por el cual le habrá de conocer su pueblo
(3.14, 15). El nombre que Dios se da - la mejor forma de traducirlo- es «Yo seré», o «Yo estaré». En el
contexto, podemos ver que su significado es que Dios estará con su pueblo,

No es solamente una expresión de la esencia de Dios, sino más bien expresa su presencia con su
pueblo. En el versículo 12 había dicho: «Yo estaré contigo». Ahora, en el versículo 14 declara que su
nombre es «Yo seré» (la forma verbal en hebreo es exactamente la misma en ambos versículos: la
primera persona singular del verbo hebreo «ser o estar» en la forma del imperfecto, o acción
incompleta). Por consiguiente, cuando dice en el versículo 15 que este será su nombre para siempre,
hemos de entender que él pueblo de Dios lo conocerá de ahora en adelante como el Dios que estará con
su pueblo para siempre. Así, el nombre personal del Señor se convierte en Yahweh en el idioma hebreo
(la tercera persona del imperfecto del verbo «ser o estar»). Muchas Biblias lo escriben como Jehová, o
el Señor, es decir, «Él estará con nosotros». Posteriormente, el Señor le dará a su pueblo el modelo del
tabernáculo como signo visible de su presencia en el mismo centro del campamento de Israel. Y mucho
más tarde, en una época de decadencia para Israel, cuando está amenazado por sus enemigos, Dios
declarará que nacerá un hijo en Israel, como señal de esperanza, y su nombre será llamado Emmanuel
(Dios con nosotros) (Is 7.14). Cuando nace Jesús en Belén, Mateo nos dice que este fue el
cumplimiento de la profecía de Isaías en el Antiguo Testamento. Jesús es Dios con nosotros. En
realidad, sus palabras finales a la Iglesia antes de subir al Padre, fueron: «He aquí yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28.20). Ver también en Hechos 18.9, 10 la continua
seguridad de su presencia con su pueblo después de su ascensión.

La revelación dada aquel día a Moisés debería convertirse por tanto en la gran esperanza del pueblo de
Dios y la gran respuesta a todas sus necesidades: la presencia constante de Dios con su pueblo.
Veremos cómo una y otra vez les asegura a su pueblo y a sus verdaderos jefes, que él estaba con ellos.
Esto es lo único que hace posible la labor contante de la iglesia hoy en el mundo.
A pesar de todo esto Moisés no se sentía seguro todavía. Su miedo seguía basándose en sus
sentimientos de incapacidad, Con razón temía que el pueblo no le escuchara, ni aceptara lo que él decía
como procedente del Señor (4.1). La respuesta de Dios fue darle poderes milagrosos ese día para
demostrar la presencia de Dios y su aprobación de lo que él dijera e hiciera (4.2s). En el versículo 5 se
nos dice explícitamente cuál habría de ser la función de los milagros que Dios realizaría a través de
Moisés: hacer creer al pueblo que Dios era un enviado del Señor y que no había ido a él a hablarle con
su propia autoridad humana.
A pesar de la renuencia de Moisés, Dios lo hace salir del desierto y presentarse al faraón (4.13; 5.1).
Los capítulos 5 a 11 narran los encuentros entre Moisés y el faraón, y aunque este segundo intento de
liberar al pueblo de Dios parecía destinado al fracaso, al igual que el primero, de hacía cuarenta años, el
Moisés con que nos encontramos ahora es distinto. No vuelve a huir al desierto. Se presenta ante Dios
como un auténtico mediador, en busca de seguridad (5.22, 23). Y que Dios le da a Moisés la seguridad
32
de que él esta de verdad con él, recordándole cuál era su nombre: «Dios está contigo» (6.2s).
La respuesta de Dios a Moisés en aquella ocasión contiene lo que podríamos llamar en verdad el
vocabulario de la redención (6.6-8. Habla de sacar de debajo de las tareas pesadas de Egipto (v. 6; cf.
Mt.11.28); la liberación de su servidumbre (v. 6; cf. Rom 3.24); adopción (v. 7; cf. Ef. 1.5); saber que
él es Dios, o creer en él (v. 7; cf. Os 4.6; Fil 3.10; II Tim 1.12); meter en la tierra (v. 8; cf. Mt. 25.21)
y la heredad (v.8, cf. I P 1.4). Lo que queremos decir con esto es que Dios en aquel día le hizo saber a
Moisés cuáles eran sus propósitos inmediatos para Israel pero al decirlo, utilizó un vocabulario que se
convertiría en el vocabulario esencial del pueblo de Dios para comunicar al mundo el evangelio de
salvación.
El capítulo 7 comienza a relatar la serie de milagros y señales que serían hechos por la mano de
Moisés. Se hace claro que lo que él debía hacer se encuentra unido a lo que debía decir. Aquí se
presenta claramente el oficio del profeta de Dios. Dios sería con respecto a su profeta lo mismo que
Moisés era con respecto a Aarón. Tal como Aarón debería hablar lo que Moisés le dijera que hablara, el
profeta debería hablar lo que Dios le dijera (7.1, 2).

La expresión utilizada aquí y en otros lugares, de que Dios endureció el corazón del faraón, necesita ser
explicada (7.3, 13ss). En Génesis 6.5 y 8.21 se nos dice que el corazón natural del hombre es siempre
malvado y solo malvado. Por tanto, suponer que en este momento Dios hace que el corazón del faraón
sea obstinado y rebelde cuando por naturaleza habría estado inclinado a obedecer es erróneo. La
palabra «endurecido» usada aquí estaría mejor traducida como «dejó que se endureciera». Dios no hizo
peor al faraón, simplemente, rehusó frenarlo para que no hiciera el mal. Dejo que el corazón del faraón
se fijara en sus tendencias naturales a la maldad. En el Nuevo Testamento, Pablo describe un fenómeno
similar en Romanos capítulo 1, cuando habla de los malvados que “Dios entregó a pasiones
vergonzosas... a una mente reprobada” (Rom. 1.26, 28). Dios aquí simplemente se abstiene de
intervenir, como hace con frecuencia en las vidas de los hombres, y no impide que el faraón realice
toda la maldad que estaba en su corazón.

Quizá la razón por la que Dios permitió que los magos y encantadores de Egipto igualaran algunos de
los milagros suyos, era poder probar la fe de Moisés y Aarón, provocando al mismo tiempo
pensamientos de vanidad en los egipcios (7.11, 22ss). Las obras de esos magos fueron reales muy
probablemente, y no simples ilusiones. Las Escrituras dicen que las hicieron, pero no por su propio
poder, claro está.

Los capítulos siguientes narran los diversos milagros que sirvieron para mostrar el favor de Dios hacia
su pueblo (8.22, 9.4, 6ss) y para humillar a los egipcios (9.22ss). Pero el corazón del faraón continuó
siendo duro hasta el final. Aunque parecía fluctuar entre la sumisión a la voluntad de Dios y el
obstinado rechazo de la idea de permitir que Israel se marchara, no hay evidencias de que su corazón
haya cambiado realmente jamás, sino que siguió en la dureza a que le era natural.

En el capítulo 11 leemos la culminación de las plagas milagrosas lanzadas contra Egipto. El propósito
divino era a un tiempo bendecir a su pueblo y juzgar a Egipto. Para hacerlo, le dio riquezas a Israel y le
proporcionó una vía de escape para que no sufriera e juicio que estaba a punto de caer sobre la tierra.
Las riquezas era los despojos de joyas y tesoros tomados a los egipcios (11.2, 3). El juicio era la muerte
de los primogénitos de todo Egipto en una sola noche (11.4-6). La forma como Israel se libraría de este
terrible juicio estaba en conexión con la Pascua y la fiesta del pan sin levadura (11.7, cap. 12).

Las instrucciones para el sacrificio del cordero pascual, dadas en 12.1-11, tienen en sí todos los
elementos de la redención. Primeramente, hay un cordero por cada casa, un cordero macho sin defecto
(12.3, 5), comparable al Cordero de Dios (Jn 1.29; I P 1.19), cuya sangre deberá ser derramada (12.7;
Heb 9.22; I Jn 1.7). También hay juicio contra el pecado (12.13; ver también Mt 23.33; Lc. 21.36;
Ro 2.3; Heb 2.3; 12.25). Para los que obedecían a Dios y confiaban en él, el cordero era un sacrificio
vicario (12.13; cf. Gn. 22; Jn 1.29; I P 1.18, 19), Finalmente, se establece un sacramento como
memorial de este suceso, una señal y sello de la obra que el Señor había hecho (12,14; cf. Lc. 22.20; I
Co 5.7; 11.25; Ro 3.25). En este suceso, Dios pone énfasis una vez más en la importancia que tiene la
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instrucción de los padres en relación con el conocimiento de Dios entre los hijos de los creyentes.
Como le había dicho a Abraham, de nuevo hace recaer sobre los padres creyentes la responsabilidad de
aprovechar todas las oportunidades para dar a sus hijos razón de su fe y glorificar a Dios delante de
ellos (12.26, 27).
La verdadera obra de redención se narra en 12.29ss. El despojo de los egipcios, ayudado por Dios
(12.35, 36), estaba acorde con el hecho de ser Dios el poseedor de todas las cosas. Él le confió a Israel
esas posesiones en aquel día. Y a Israel se le exigiría que diera buena relación de su uso de ellas como
administrador, tal como lo habían sido los egipcios.
Se nos dice que había unos 600,000 hombres, sin contar los demás que dejaron a Egipto. Hay quien ha
estimado la población total de los israelitas que vivieron en Egipto en alrededor de dos millones y
medio. (12.37).
La época en que tuvo lugar el éxodo sigue siendo un gran problema. No vamos a intentar aquí dejar
suelta una cuestión que nunca lo ha sido satisfactoriamente. No es imprescindible saber la fecha secular
de este suceso; lo que importante es saber que sucedió unos 430 años después de la llegada de Jacob a
Egipto. Durante ese tiempo, la familia se convirtió una gran nación formada en el seno de la opresión
egipcia.
El significado de la experiencia de la Pascua se desarrolla más ampliamente en el capítulo 13. Aquí
podemos ver que, al salvar los primogénitos de Israel el Señor reclama su derecho sobre ellos (13.2).
Más tarde tomará a los levitas en lugar de los primogénitos de todo Israel para que se dediquen
especialmente a su servicio. Lo que quiere decir esto es que los primogénitos representan a todo el
pueblo. El juicio sobre los primogénitos de Egipto es un juicio contra todo el pueblo. La salvación de
los primogénitos de Israel e la salvación de todo el pueblo. Ahora Dios reclama para sí a los
primogénitos, lo que equivale a reclamar a todo el pueblo para que le sirva, Es posesión divina. Al
final, todos habrán de ser un reino, de sacerdotes (19.6).

El derrocamiento del enemigo, Egipto, está presentado en forma narrativa en el capítulo 14, y celebrado
en forma poética en el 15. En este suceso vemos al mismo tiempo la debilidad de la fe del pueblo
(14.10-12) y la fortaleza de la fe de Moisés cuando los impulsa a confiar en Dios (14.13-14). Al final,
la meta sería la gloria de Dios (14.18). El mensaje de Génesis 3.15 se hace presente de nuevo, puesto
que Dios ha prometido derrotar a los enemigos de su pueblo.
El himno de victoria de Moisés recogido en el capítulo 15 alaba tanto las obras de Dios (v. 1 s) como su
poder (v. 6 s). El himno está centrado en la idea de que el Dios de Israel es único (v. 11). Se cierra con
una fuerte expresión de confianza en que Dios llevará a cabo sus propósitos de atraer a su pueblo hacia
sí (v. 17). El versículo final (18) declara el reinado de Dios sobre su pueblo para siempre. Para los que
sean fieles nunca habrá más rey que el Señor.

Apenas el pueblo había visto a sus enemigos derrotados, tuvo que enfrentarse a nuevas pruebas a su fe
en Dios (14.31; 15.22-26). Dios le fue enseñando al pueblo a medida que pasaba de un lugar a otro, a
vivir confiado en él.
Las murmuraciones frecuentes del pueblo (15.24; 16. 2; 17. 3, etc.) indican tanto debilidad, como la
resistencia de los no creyentes entre el pueblo de Dios. A pesar de ello, se manifiesta la paciencia de
Dios en la forma en que satisface sus necesidades (17.6) y los libera de sus enemigos (17.8-16).
La promesa del maná para que el pueblo comiera es solamente un ejemplo de cómo Dios les fue
proporcionando el pan de cada día (16. 4-15). La palabra “maná” viene de dos palabras hebreas que
significan “¿Qué es esto?”. Al parecer el pueblo le dio este nombre: “Como quiera que se llame”.

El capítulo 18 muestra cómo el pueblo de Dios usó lo que había aprendido en el mundo secular al
servicio del reino de Dios. El consejo del suegro de Moisés con respecto a su posición dirigente, fue un
consejo muy acertado (18 18-23). El que Moisés haya respondido favorablemente a dicho consejo es
algo digno de elogio (18.24). También los hombres de la estatura de Moisés puedan aprender de los
demás, aunque sean inferiores a ellos. Esto es algo que debe aprender todo jefe.

El capítulo 19 es el punto culminante de toda la sección (Éx.1-19). Cuando Israel llega al monte Sinaí y
Moisés se presentante el Señor, este le recuerda primeramente al pueblo lo que ha hecho por él. El
rescate de manos de los egipcios se describe como «ser tomados en alas de y águilas, y traídos ante Él.
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En este momento, Dios expresa también una vez más su propósito de tener u pueblo santo, un reino de
sacerdotes (19.6). Así vemos que se presenta una vez más la fórmula: 1) lo que he hecho por ti; 2) lo
que te he llamado a hacer y ser.

También en el Nuevo Testamento vemos expresiones similares con respecto a la obra de Dios, seguidas
de lo que él espera do nosotros: Romanos 12.1, 2 está a continuación del largo desarrollo que hace
Pablo sobre lo que Dios ha hecho por nosotros I Pedro 2.1-9 expresa los propósitos divinos en términos
muy similares a los que encontramos aquí en el Éxodo. También podríamos compararlos con
Apocalipsis 1.6 y 5.10, que utilizan la frase «reino de sacerdotes» para expresar la meta final que Dios
le tiene preparada a su pueblo. Por tanto, estamos viendo cómo las metas y los propósitos de Dios
nunca han cambiado en realidad.

2. La entrega de la ley al pueblo de Dios (Ex 20 - Dt.)

A. Los Diez Mandamientos (Ex 20.1-17)


Debemos enfatizar de nuevo que los Diez Mandamientos son dados en un contexto en el que se
expresan las metas que tiene Dios para su pueblo y según el agrado de su voluntad. Por tanto, son un
retrato de esa voluntad, y a menos que pensemos que son una expresión arcaica de la voluntad divina
que ya no tiene importancia, sería bueno que recordásemos que el Nuevo Testamento no abroga sino
que confirma la Ley de Dios.
Juan declara, en I Juan 2.3, 4,7, que demostramos ser hijos de Dios si obedecemos sus mandamientos.
Pablo, en Romanos 3.31, después de predicar sobre lo esencial del evangelio, declara que este no
invalida la Ley, sino al contrario, la confirma, es decir, hace posible que los hijos de Dios la obedezcan.
Por último, nuestro Señor, en el Sermón del Monte, declara sin dejar lugar a dudas que la Ley de Dios
es parte muy importante de su reino, y que los hijos de Dios deberán obedecerla (Mt 5.17 -19). A
continuación da una exposición de los Diez Mandamientos, como para no dejar lugar a dudas acerca de
qué ley era a la que se estaba refiriendo (ver Mt 5.21ss).
La introducción a los Diez Mandamientos sirve para recordar una vez más lo que Dios ha hecho por su
pueblo. Por tanto, sobre la base de que Dios ha liberado a su pueblo de la casa de esclavitud, es decir, la
demostración del amor de Dios por su pueblo (20.2), ahora deben expresarle su amor por él
obedeciendo su voluntad (20.3SS). Fue Jesús mismo quien dijo: «Si me amáis, guardad mis
mandamientos» (Jn 14.15; ver I Jn 5.2, 3). Jesús enseña también que el amor hacia Dios y hacia
nuestro prójimo es el resumen de toda la Ley de Dios (Mt 22.34-40). De manera que nos encontramos
una vez más con el propósito de Dios de tener un pueblo santo y sin mancha ante él, en amor.
En el primer mandamiento (20.3), la traducción estaría mejor si dijera “junto a mí” con el sentido de
«además de mí». La palabra que se usa aquí nunca significa «en lugar de». Aquí Dios está exigiendo
toda la devoción de su pueblo. Nunca deberá haber espacio en sus vidas para otra clase de dios u objeto
de devoción o entrega además de él.

En los días de Acab, perverso rey de Israel, apareció de repente la figura de Elías para sacar al pueblo
de la vacilación en que hallaba entre el Señor y Baal. Elías los acusa de oscilar entre dos posiciones
(1 R 18.21) y los exhorta a escoger entre seguir al Señor o seguir a Baal, pero nunca tratar de seguirlos
a ambos. También Jesús, usando un lenguaje muy llano, declara que no podemos servir y a Mamón (las
riquezas). O apreciamos a uno y meno preciamos al otro, o viceversa. No podemos servir a dos señores
(Mt 6.24). De igual manera Santiago nos previene contra la doble inclinación (Sg. 1.8). Pablo se refiere
tristemente al destino de algunos que aparentan buscar la fraternidad cristiana, pero cuyo dios era su
propio vientre (Rom 16.18, Fil 3.19). Por último Jesús ilustra gráficamente la insensatez de los que
tratan de vivir así en la parábola del mayordomo infiel (Lc. 16.1-13). Dios llama a sus hijos a serle
fieles, lo que quiere decir que han de servirle solo a él (16.10-13).
El segundo mandamiento tiene por objeto un conocimiento correcto de Dios. El Señor, con todo
derecho, llama a los suyos a que lo conozcan con verdad y rectitud (ver Os 4. 1; 6.6).
Los hombres no pueden conocer a Dios a base de expresar sus propios conceptos de él nacidos en sus
corazones vanos y pecadores, ya sea a través de ídolos hechos con sus manos, o con sus vanos
pensamientos filosóficos sobre Dios. No se puede conocer a Dios a través de los pensamientos y
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conceptos humanos con respecto a él. Una y otra vez, el Señor advierte a Israel que no haga imágenes
talladas, que responden a las imágenes que el hombre se hace de él (Ex 34.14-16). Cada vez que
desobedecían y se hacían imágenes, como en el incidente del becerro de oro (Ex 32), los resultados
eran trágicos (ver también II R 21.7-9).
Cuando leemos escritos antiguos como las mitologías babilónicas –sus dioses, su narración de la
creación-, o los mitos de los griegos, vemos que los hombres intentaron crear a sus dioses siguiendo su
propia imagen, es decir, como hombres pecadores.
Pero si el segundo mandamiento prohíbe que expresemos de forma alguna nuestros propios conceptos
de Dios nacidos en nuestros corazones pecadores, también señala la forma verdadera de llegarlo a
conocer, es decir, la revelación que él hace de sí mismo. En Éxodo 33, después del incidente del
becerro de oro, Moisés quiso conocer a Dios correctamente para enseñar a su pueblo la verdad con
respecto a él (33.13). Cuando Moisés pide ver la gloria de Dios (33.18), la respuesta del Señor es: «Yo
haré pasar todo mi bien delante de tu rostro» (v. 19).
En realidad, lo que el Señor le mostró a Moisés aquel día, tenía la forma de una revelación verbal sobre
sí mismo. Así lo vemos en el capítulo siguiente (34).
Éxodo 34.6, 7 es la revelación verbal que Dios hace de sí mismo: gloria y su bondad. Esto se convirtió
en el conocimiento básico de Dios que retendría su pueblo a través de todo el período de la revelación.
Esta descripción y conocimiento de Dios serían más tarde la base de la intercesión de Moisés a favor de
Israel en un momento en que Dios estaba disgustado con el pueblo (Nm 14.18). También sirvió de base
al llamado hecho por Joel, uno de los primeros profetas escritores, para que Israel se arrepintiese y
volviese a Dios (JoeI. 2.13). Incluso era el motivo que daba Jonás a su oposición a ir a Nínive para
predicar: sabía que Dios era así, y no deseaba la salvación de Nínive (Jon 4.2). El salmista recordará
con frecuencia esta revelación verbal de Dios como la base de la esperanza (Sal 103.8). Finalmente, en
la época de la restauración después del exilio, esta revelación recibida por Moisés fue la base del
llamamiento posterior al exilio a que el pueblo de Dios regresara a la fe (Neh 9.17).

Cuando entramos en el Nuevo Testamento leemos en Juan 1.1 que la Palabra era Dios y que la Palabra
se hizo carne y habitó medio de nosotros (1.14). Así, la revelación verbal de Dios dada a Moisés, ahora
en Cristo se reviste de carne y sangre y vive ante los ojos de los hombres. Diversos textos del Nuevo
Testamento establecen el hecho de que Jesucristo es la imagen misma del Dios invisible (Fil 2.6; II Co
4.4; Col 1.15; Heb 1.3). Además, el Nuevo Testamento llama a los creyentes a llevar en sí la imagen
de Cristo reflejándola en sus propias personas (Ro 8.29; I Co 15.49; II Co 3.18; Col 3.10).
Por tanto, podemos ver por qué Dios prohibió hacer imagen talladas por manos de hombres. Él nos
tenía reservada una revelación mucho mayor de sí mismo: primeramente en forma verbal
posteriormente en la carne; primero en su Hijo, y después en sus hijos, quienes por fe son conformados
a la imagen de su Hijo.
Cuando consideramos esta revelación verbal de Dios en Éxodo 34.6, 7, vemos en ella dos cosas: en
primer lugar, la misericordia: de Dios hacia los pecadores arrepentidos; misericordioso, bondadoso,
tardo para la ira, abundante en amor y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la
iniquidad, la rebelión, y el pecado. En segundo lugar, la severidad y el juicio de Dios contra los
pecadores. Dios no tiene el menor deseo de pasar de largo junto al pecado o sus consecuencias. Él es
santo y su pueblo debe ser santo también. El pecado será tratado, o bien por medio del perdón, cuando
los hombres reconozcan su pecado y crean en el Señor, o por medio del castigo, cuando no lo hagan.
Puesto que este segundo mandamiento y la revelación de Éxodo 34 son ambos para el pueblo de Dios,
debemos comprender la advertencia hecha contra el pecado. El Dios que perdona a aquellos que se
arrepientan y crean en El, enviara a pesar de todo las consecuencias de ese pecado sobre ellos. David es
un ejemplo claro de esto, puesto que, aunque Dios le aseguró que le había perdonado sus pecados, pagó
sus consecuencias por todo el resto de su vida, y estas consecuencias alcanzaron a propios hijos y a los
hijos de sus hijos.

El tercer mandamiento está estrechamente relacionado con el segundo (20.7). La palabra «tomar»
estaría mejor traducida por “llevar”. Esto es lo que significa: «cargar», «llevar» el nombre de Dios ante
los hombres. Las palabras «en vano» significan «sin propósito o descuidadamente». A menudo
pensamos que este mandamiento se opone a las maldiciones y a las cosas profanas en las que se usa el
nombre de Dios. Ciertamente se opone a esta práctica, pero significa mucho más que eso. Hemos visto
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cómo los hijos de Dios deben llevar el nombre, la imagen, y la gloria de Dios en sus vidas diarias, por
la obediencia a su Palabra. Dios tiene en gran estima su nombre y toda su naturaleza divina que ha sido
revelada a los hombres en él (Éx.3.15). Su intención es que por medio de sus hijos, su nombre sea
llevado por toda la tierra (Éx.9.16, 17). Así vemos cómo el salmista expresa este propósito en su vida y
exhorta a todos los hijos de Dios a que hagan lo mismo (Sal.34.1-3). En el libro de los Hechos, se
presenta el nombre del Señor como algo vital para la salvación de los hombres (Hch 2.21, 2.38; 3.16;
4.12, 18; 5.40; 9.15, 27; 10.43). Por consiguiente, todo Hijo de Dios debe llevar su nombre ante los
hombres, no vanamente o en forma ociosa, o sin propósito alguno, sino en forma tal que toda su
conducta glorifique a Dios y les muestre a los hombres de forma correcta lo que es esperar en Cristo.
Así vemos como Pablo exhorta a los creyentes para que hagan todo lo que hacen, en el nombre del
Señor (Col.3.17; cf. II Tim.2.19). Así es como se lleva El nombre de Dios ante el mundo en una forma
que le es agradable a él. El tercer mandamiento prohíbe cualquier otra forma de llevar el nombre de
Dios ante los hombres.
El cuarto mandamiento tiene relación con el sábado, la ordenanza del sábado no es nueva para el
pueblo de Dios (Ex 16.23) El principio sabático fue establecido, en realidad, en la creación (Gn 2.1-3).
Aquí hay dos mandamientos: el primero es recordar el día sábado (puesto que ya estaba establecido
como un día especial por Dios); el segundo, santificarlo, separarlo de los demás días de la semana, que
son llamados días profanos, es decir días en los que se hacen los trabajos y actividades ordinarios.
Pablo exhorta también a los cristianos a que no permitan que los demás los juzguen con respecto a su
observancia del sábado cualquier otro día por esta razón (Col.2.16s). Es erróneo permitir que otros
legislen sobre cómo o por qué medios podemos o debemos observar el sábado. La observancia sabática
es algo que queda estrictamente entre el creyente y su Señor. Lo que hagamos o dejemos de hacer en
ese día debe estar basado en nuestro amor a Dios y nuestro deseo de estar en paz con él.

El quinto mandamiento se considera como un mandamiento de transición que separa los primeros
cuatro mandamientos de los últimos cinco. Está en este lugar porque, como ya hemos señalado, el
hogar es el punto donde comienza la instrucción de los hijos con respecto al Señor y a las relaciones
con los demás hombres. Dios ordenó que los padres fundaran hogares en los que se enseñaran los
rudimentos de su verdad (Gn. 1.27; 2.18; 18.19) Enseñó además que la salvación misma les vendría a
los hombres a través de su hogar (La simiente de la mujer Gn. 3.15).
En Deuteronomio 6.4-9 se insiste en que haya un amor recto a Dios y a su Palabra en los corazones de
los padres, para que puedan enseñarles en forma correcta a sus hijos la voluntad de Dios.

Los cuatro mandamientos siguientes deben ser estudiados juntos. Hacen referencia también al mismo
tiempo a nuestro amor a Dios y al amor por los demás seres humanos.

El décimo mandamiento nos enseña que todos estos mandamientos pueden ser violados tanto en el
corazón como abiertamente con obras de maldad. A Dios le interesa el corazón, y sus mandamientos
deben ser obedecidos en el corazón, y no con una simple conformidad exterior. Es posible quebrantar
los Diez Mandamientos en el corazón sin haber hecho exteriormente ninguna maldad visible.
Dios le enseña al pueblo que el motivo por el cual le da los Diez Mandamientos es para que el pueblo
de Dios no peque (20.20).
Y sin embargo, Dios sabía que ellos habrían de pecar, por lo que muy adecuadamente ordena leyes
respecto al sacrificio junto con los Diez Mandamientos (20.24-26). Esas leyes no son explicadas en ese
momento. Posteriormente, en el Levítico, expondrá el sistema sacrificial. Bástenos con indicar que el
sistema se presenta al mismo tiempo que los Diez Mandamientos, a fin de que veamos que el deseo de
Dios es que no pequemos, pero cuando, lo hagamos, tenemos que enfrentamos a ese pecado.

B. La Ley como una aplicación de la justicia a todos los aspectos de la vida


(Ex 22.24)

Los pocos capítulos que siguen muestran la manera muy práctica cómo espera Dios que sus hijos
relacionen su voluntad expresada en los Diez Mandamientos, con todas y cada una de las facetas de sus
vidas.
La sección entera recibe el nombre de «ordenanzas», o mejor, “justicias”. La palabra usada aquí es la
37
misma palabra «justicia» que encontramos en Génesis 18.19. Por tanto, hace referencia a la voluntad
de Dios con respecto a las relaciones de sus hijos con los demás hombres. En otras palabras, expresa las
formas como los hijos de Dios deben mostrarse amor unos a otros, en términos de los sucesos diarios
de la vida, en toda circunstancia. Esta es la que Dios busca continuamente en las vidas de sus hijos.
Una rápida visión de los aspectos tratados en estos capítulos indica que prácticamente tienen que ver
con toda clase de circunstancias que puedan ocurrir en la vida diaria. Aquí vemos al Señor mostrándole
a Israel cómo aplicar su Ley a todos los momentos de la vida.
Muchos de los detalles de los capítulos señalados tienen que ver con la vida y costumbres que
prevalecían en todo el ámbito del Medio Oriente de aquellos días. Dios comenzó con su pueblo donde
estaba. Siempre debemos tener en mente que quiso colocar estas justicias entre la entrega de los Diez
Mandamientos y la revelación de la gloria de Dios (cap. 24), para poder reclamar para sí la devoción y
la obediencia de su pueblo en todos los aspectos de la vida.
En principio, aprendemos en esta sección, que en todos los sucesos e incidentes de nuestra vida, incluso
los más pequeños, debemos tratar de aplicar la Ley de Dios.

C. El Tabernáculo (Ex 25-31; 35-40)


La entrega del tabernáculo a Israel se hace de acuerdo con un plano celestial diseñado por Dios (25.9).
Por tanto, es razonable suponer que cada parte del mismo tiene algún significado que comunica a Israel
algo sobre la verdad espiritual que necesitaba conocer.

Se explica su estructura y toda pieza de mobiliario que ha de ser utilizada en él con lujo de detalles. El
diseño general era una estructura cubierta de pieles de unos sesenta pies de largo y quince de ancho.
Esta estructura o tienda estaba subdividida en dos partes básicas llamadas el lugar santo y el lugar
santísimo, el cual era la sección más pequeña.
Los sacerdotes de la tribu de Leví deberían ministrar en la tienda regularmente ante Dios de acuerdo
con instrucciones específicas (28.3). Pero solo el sumo sacerdote podía entrar en el lugar santísimo una
vez al año, en el día de la expiación (Lv.16.12; Ex 30.10).

El propósito general incluso Del mobiliario, era enseñarle al pueblo qué es necesario para acercarse
adecuadamente a la misma presencia de Dios. Recordamos de nuevo el deseo expreso de Dios de tener
un pueblo en amistad con él, santo y sin mancha. Por ello se hacía necesario que se le enseñara el
camino hacia el Señor. Y él decidió hacerlo utilizando una estructura visible que había de ser colocada
en medio del campamento de Israel.
Como el tabernáculo estaba situado en medio del campamento para señalar la presencia de Dios con su
pueblo, los hijos de Dios aprendieron a buscarlo en su templo. En años posteriores se hará referencia
con frecuencia a que su pueblo ora hacia el santo templo, acercándose a Dios por los medios que él le
ha dado (I R. 8.29; Jon.2.4, 7; Sal 5.5)

D. La apostasía y la nueva revelación (Ex 32-34)

Dos incidentes ocurren en el proceso de las instrucciones que Dios le está dando a Moisés con respecto
al tabernáculo y antes de que este sea construido. Ambos tienen que ver parcialmente con el segundo
mandamiento y con el conocimiento de Dios y la forma de adorar del pueblo.
El capítulo 32 narra el incidente del becerro de oro que hizo Aarón mientras Moisés estaba en la cima
de la montaña. Las acciones de Aarón fueron urgidas por el pueblo, pero no puede negarse su culpa y
su involucramiento en el hecho. Sea como fuere, se trata de una idolatría manifiesta en contradicción
con el mandato específico de Dios.
Vemos la labor de Moisés como mediador. Intercede por el pueblo no porque no merezca el castigo de
Dios sino porque se hallan involucrados el propio nombre y honor de Dios (v.11, 12). La preocupación
de Moisés por el pueblo se halla bellamente expresada en su oración de intercesión (v.30-32).

En el capítulo 33 encontramos a Moisés deseando saber más sobre la verdad de Dios. Pide ver la gloria
del Señor (v. 18). Al parecer, estaba pidiendo más de lo que se le podía permitir (v. 20). Sin embargo,
Dios le responde, prometiéndole que le mostrará s bondad, que asocia con su nombre (v. 19).
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En realidad, no se nos dice qué vio Moisés en aquel día, solo que no vio la faz de Dios sino solo su
espalda (v. 23). Lo que es de mayor importancia es la revelación verbal recibida por Moisés en aquel
día. En 34.6, 7 la revelación verbal de la bondad de Dios está registrada tal como Moisés la recibió.

Ya hemos hablado de esta revelación cuando estudiamos el segundo mandamiento. Dicha revelación
verbal se convirtió en el conocimiento de Dios que siempre tenían en mente los fieles cuando lo
necesitaban, o cuando le rendían culto. Este pasaje está citado en el Antiguo Testamento, o se hace
referencia o alusión de él, con mayor frecuencia que ningún otro. Unos cuantos son Números 14.18;
Joel 2.13; Jonás 4.2; con frecuencia también en los Salmos, por ejemplo 103.8; en Nehemías 9.17, y
en muchos más. El pueblo de Dios sabía cómo orar y que creer con respecto a Dios en todas las
circunstancias porque tenía en su mente esta revelación verbal. Dios siempre sería así. Por eso, en Juan
1.14, se nos dice que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Jesús en la carne era todo lo que
Dios había revelado de Sí mismo (Fil 2.6; II Co 4.4; Heb 1.3).

E. El sistema de sacrificios (Levítico)


Después de que se había levantado la tienda siguiendo los mandamientos específicos de Dios, leemos
en el libro de Levítico la revelación que Dios hace a Israel desde esa tienda (Lv.1.1). Esta revelación
está relacionada sobre todo con aspectos del culto al Dios santo.

Cuando fue entregada la Ley, según recordamos, Dios también estableció que se hicieran sacrificios
(Ex 20.24-26). En aquella época no se había formado un sistema de sacrificios. Ahora esto se convierte
en el asunto más importante de la revelación de Dios en el tabernáculo. Los capítulos del 1-6.7
contienen diversas ordenanzas para la regularización del sistema sacrificial.

Dios ya le había mostrado a su pueblo cuál era el significado básico de la ofrenda al sacrificar un
carnero en lugar de Isaac, es decir, la expiación vicaria. El carnero murió en lugar de Isaac. En la
Pascua el cordero por familia y por los primogénitos de Israel les enseñaba de nuevo que el sacrificio
era en substitución del pueblo (Éx.12). La sangre derramada por el substituto, debería recordarle por
tanto al creyente continuamente que otro debería morir por él.
Se nos dan los detalles de los sacrificios exigidos por los pecados del pueblo. Incluían ofrendas de paz,
ofrendas por el pecado y las ofrendas de expiación.
El nunca pensó en hacer de los sacrificios un sustituto a la obediencia debida al Señor, sino un medio
para reconocer el pecado y la culpa del pecador ante Dios.
Por supuesto el sistema sacrificial que era inadecuado en sí mismo para borrar los pecados pero que
mostraba la necesidad de la obra redentora de Dios, culmina en la obra real de Jesucristo, quien fue el
verdadero sacrificio por nuestros pecados y cuya muerte pagó realmente la pena por los pecados de
aquellos que crean en él.

El resto del libro de Levítico contiene indicaciones variadas que se refieren a la adoración y al sistema
sacrificial. Se le presta gran atención a la consagración de Aarón y sus hijos para las funciones
sacerdotales específicas que se relacionan con el sistema sacrificial (Cap.6, 8-10).
Las leyes de limpieza que están de los capítulos 22-24 han sido ideadas también para enseñarle al
pueblo que Dios hace distinción entre los limpios y los que no lo están. Por este medio Dios les
infundió sensibilidad sobre lo que es santo (separado para Dios), como opuesto a lo que es profano.
Muy en particular, Dios se proponía que el pueblo reconociera su propia santidad como pueblo de Dios,
en contra posición con el resto de las naciones que no lo eran. Esto afirma de manera explícita en el
capítulo 20.24, 25.

En medio de estas leyes tan tediosas, que son difíciles incluso hasta de leer, nos encontramos con un
versículo que dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19.18) y de pronto nos damos cuenta de
que no se trata de unas leyes sin importancia sino que tienen mucho que decir con respecto a Dios y a
nosotros mismos.

Dios le estaba detallando su voluntad a un pueblo pecador en el que había la inclinación a


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desobedecerlo y a hacerse daño unos a otros. Iban a vivir en medio de una cultura pagana, como pueblo
de Dios. En medio de los millares de leyes dadas por Dios, en estas ocho palabras se encuentra la
esencia misma de la Ley, como ya hemos señalado. Por tanto cada mandato que encontramos aquí era
realmente una amplificación del gran mandamiento, tal como fue definido por Jesús: Amarás a Dios
con todo el corazón y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

En el capítulo 25 se encuentran las ordenanzas con respecto al año del jubileo, buena ilustración de que
la ley del amor es el espíritu que llena toda esta sección. Se coloca dentro del mismo calendario del
pueblo de Dios en una periodicidad cuyo fin será recordarle el amor que Dios le tiene al darles ricas
herencias a sus hijos y dar oportunidad de que se manifiesten su amor mutuo restituyendo toda la tierra
cada 50 años a aquellos a quienes Dios se la dio primero, o a sus herederos.
La sección que trata de los votos en el capítulo 27 indica las maneras en que podían hacer compromisos
especiales con el Señor, incluyendo personas y posesiones, incluso casas y tierras.

F. Los años de vida errante (Números 1-20)

Una vez que había sido dada la legislación básica, el Señor hablando todavía desde el tabernáculo, da a
Moisés las instrucciones de que haga un censo. Esta enumeración, junto con un segundo censo al final
de los cuarenta años registrado en el capítulo 26, le da al libro su nombre en español. El censo debería
incluir solamente los varones de veinte años en adelante que estaban en condición de ir a la guerra
(1, 2, 3). El número total alcanzó 603,550 (v.46) y no incluía a los levitas (v.47). A continuación se da
la orden en que han de marchar las tribus.
El Señor tomó para sí a los levitas en lugar de todos los primogénitos.
De esta manera el Señor reclamaba a todo Israel como posesión suya, puesto que al salvar a los
primogénitos, como ya hemos indicado, salvaba a todo Israel, e igualmente, al escoger a los
primogénitos, representados ahora por los levitas, para que se dedicaran enteramente a su servicio,
estaba en realidad reclamando a todo Israel como posesión suya, y para su servicio. El capítulo 4
contiene leyes sobre los distintos oficios de los levitas en el servicio de Dios.

Los capítulos 5 y 6 contienen diversas leyes referentes a la relación entre Dios y su pueblo, cuando se
preparen a entrar en la tierra prometida. La ley del celo del capítulo 5 se crea para combatir el problema
del adulterio, que podía amenazar el hogar. La metodología utilizada para probar el adulterio es similar
a la de otras leyes similares que existían en las diversas culturas del Medio Oriente en la antigüedad. La
diferencia entre esta ley y las de esas culturas está en que se establece bajo la autoridad de Dios, a causa
de la preocupación divina parla familia y por las bendiciones de la descendencia. Las leyes de los
nazarenos del capítulo 6 son un tipo especial de votos, y pertenecen al grupo de leyes sobre votos que
se encuentran en el capítulo 27 del Levítico. Al parecer, los nazarenos eran escasos en Israel, y sirven
de ejemplo de vidas santas separadas para Dios. Así como en otras leyes sobre votos, el propósito aquí
parece haber sido mostrarle al pueblo los ideales de servir personalmente a Dios, sin necesidad de que
él lo exigiera. El deseo de Dios era que todo compromiso especial con él partiera del corazón, es decir,
fuera voluntario.

En la preparación final para dejar el Sinaí, los capítulos del 7 al 9 recogen las ofrendas de los príncipes
de Israel, el momento en el que es encendida la lámpara del santuario, y el recuerdo hecho de las
diversas leyes que habían sido dadas, tales como la purificación de los levitas y las leyes sobre la
Pascua.

Los capítulos del 10 al 12 hablan sobre la salida del Sinaí y constituyen la primera prueba de la Ley de
Dios en las vidas de los israelitas en medio del camino.
Lamentablemente la fe del pueblo era débil y muchos no observaron la ley de Dios. En la iglesia visible
del desierto, es decir, entre los israelitas, había verdaderos creyentes y otros que no lo eran. Aquí Dios
trata con su pueblo, no permite este estado de cosas. Por tanto aquí la matanza de los murmuradores era
un acto de limpieza por parte de Dios.

La fe de Moisés fue probada desde el Sinaí hasta Canaán. Pudo ver sus propias limitaciones y Dios le
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proveyó la ayuda que necesitaba.
Después, la propia familia de Moisés, su hermano y su hermana, lo tientan haciendo un reto a su
jefatura (12.1ss). Pero Dios lo sostiene y lo exalta sobre los demás (12.6ss).
Por tanto, antes de que el pueblo hubiera tan siquiera llegado a Canaán en unos pocos meses ya habían
manifestado una gran debilidad y ser incapaces de permitir a la voluntad divina obrar en su vida. Ni el
pueblo ni sus jefes estaban preparados para disfrutar de la tierra en presencia del Señor, en su adoración
y servicio.
El informe de los espías que aparece en 13.27-29 era favorable en una tercera parte, y lleno de
prevenciones y temores en las dos terceras partes restantes, lo cual indica la falta de fe que había entre
los jefes. Un hombre, Caleb, parece haber demostrado, de entre estos jefes, una fe digna de recibir la
herencia (v. 30). Notemos cómo los «jefes» se dejan llevar por el pensamiento del pueblo, y ahora
hablan en contra de entrar en la tierra (v. 31ss). Esto subraya la clase de dirigentes que la iglesia no
necesita: los que buscan indicaciones en el temperamento de la gente que se supone que debe ser
guiada,
De nuevo aparece Moisés como el gran mediador entre Dios y su pueblo, e intercede por él cuando
Dios está a punto de destruirlo (14.11-19), Moisés, en su ruego de que sea perdonado, trae a recuento la
revelación que Dios le había dado en el Sinaí (Nm 14.19; cf. Éx.34.6, 7). La inmediata respuesta que le
da Dios indica que una vez más ha estado probando a Moisés con lo que dijo para ver si Moisés se
acogía con fidelidad a la revelación que él le había dado.

Debido a su oposición a entrar en el país y a su murmuración, Dios comenzó de nuevo a purificar a


Israel de todos los que no creían. Solo permitiría entrar a la herencia a aquellos que creyeran (14.26-
35).
La siguiente prueba de Moisés fue la rebelión de Coré (caps. 16; 17). Era el segundo reto a la autoridad
de Moisés y demostraba cuán extendida estaba la rebelión en los corazones de aquellos des creídos.
Ellos se consideraban santos, pero su espíritu y sus palabras decían lo contrario (16.3). Ese día Dios
volvió a presentarse y mantenerse junto a Moisés, reivindicando su jefatura y destruyendo la oposición.
El que el pueblo no aprobara lo sucedido demuestra lo extendida que estaba la falta de fe entre los
israelitas (16.41 ss.).
Después de dicho incidente queda reafirmada una vez más la autoridad de Aarón, puesto que Coré y
sus compañeros habían pertenecido a la misma tribu (17.1-11). También son purificados una vez más
los levitas para el servicio específico de Dios, tal como' é110 ha determinado para ellos (cap. 19),
Se suceden las tragedias una tras otra, a medida que Dios va purificando a Israel de toda su falta de fe
en sus años de vida errante en el desierto. De esos años se registran solo unos pocos incidentes. El
capítulo 20 narra que en una ocasión, mientras el pueblo estaba murmurando, Moisés actuó de forma
inconsistente con su fe y, por consiguiente, no honró a Dios ante Israel (20.10-13). El resultado fue que
Dios le rehusó la entrada en la tierra prometida.
Los cargos contra Moisés eran que no había creído en el Señor en lo que había hecho. Por tanto, no lo
había glorificado ante el pueblo (v. 12). Lo que hizo nos podrá parecer poca cosa a nosotros, Después
de todo, ¿quién podría culparlo de ser impaciente, después de tantos años? La pena que tuvo que pagar
era muy pesada,

De nuevo le está manifestando Dios a su iglesia con esto que a sus ojos ningún pecado es cosa leve.
Incluso Moisés, el dador de la Ley, tuvo que permanecer sujeto siempre a la Ley de Dios, y honrar al
Señor por medio de ella, La importancia que tiene para Dios el fin de la Ley, queda claramente
manifestada aquí, Moisés en ese día no mostró amor por el Señor o por su pueblo. Dios no pasará por
alto nunca ni el que nos parezca más leve de entre nuestros pecados. Por supuesto, Moisés fue
perdonado, pero tuvo que arrastrar las consecuencias de su pecado. No pudo entrar a la tierra de
Canaán.

El capítulo 20 nos narra la muerte de María y la de Aarón. Antes que Aarón muriera, su oficio es
traspasado a su hijo Eleazar.

G. El final de la jornada (Números 21-36)

41
A medida que el pueblo se acercaba a Canaán, aproximándose con ello el final de la jornada, se iba
haciendo evidente que aún algunos no creían. A pesar de la victoria que les fue dada sobre enemigos
cananeos, estando todavía fuera del territorio de Canaán, algunos murmuraban y no creían. Dios envió
serpientes ardientes como juicio para todo el campamento de Israel para desechar a los que aún no
creían (v.6).
Para aquellos que se arrepintieron y confesaron su pecado, Dios puso una manera de obtener liberación:
la serpiente de bronce. Mirarla era vivir. En este contexto significa sin duda mirar con fe. Aquel día
cuando Moisés levantó la serpiente, todos los que confiaban en Dios miraron a la serpiente con fe en
que Dios los sanaría y fueron sanados. Los que no creyeron murieron.
Parece como si en cierto sentido el levantamiento de esta serpiente de bronce fuera similar relacionado
con el momento de Génesis 3.15, cuando Dios promete darles victoria a todos aquellos que confíen en
él sobre nuestro verdadero enemigo, Satanás, la serpiente.

Los siguientes capítulos narran la conquista de la tierra del lado, este del Jordán. Se les presta mucha
atención a los sucesos relativos a Balac y Balaam. Balaam sigue siendo un personaje raro dentro de las
Escrituras. Su reputación era grande, puesto que Balac había oído hablar de él en Moab, aunque todavía
vivía en, Mesopotamia (22.5). Tenía reputación de tener poder para bendecir y para maldecir (v. 6).

Balaam parece haber dependido del Señor en su sabiduría (v.8). Cómo llegó a conocerlo, no lo
sabemos. Recordemos, sin embargo, que Labán conocía al Dios de Jacob. Los antepasados de Abraham
habían vivido allí por largo tiempo. Es posible que quedara algún conocimiento cierto de Dios en el
este, después de que Abraham y Jacob hubieron partido.
Dios le hizo ver a Balaam que él había bendecido a Israel y, por tanto, él no lo debía maldecir (v. 19).
Dios, después de manifestarle su disgusto por su insistencia en ir, le permitió hacerlo, pero solo con el
fin de bendecir a Israel.
Balaam bendijo a Israel cuatro veces, de acuerdo con el deseo de Dios, aunque Balac protestaba
ardientemente (23.7ss, 18s5; 24.3ss, 15ss). Se sentía comprometido por la palabra de Dios, aunque sin
duda deseaba la recompensa de Balac. A diferencia de Abraham, que rechazó las riquezas con que
quena recompensarlo el rey de Sodoma (Gn 14.23), Balaam ha de haber codiciado estas dádivas que
estaban aparentemente tan lejos de su alcance. Las Escrituras nos dicen que después de su cuarta
bendición, regresó él su lugar. No es seguro de si significa que regreso a Mesopotamia, o simplemente
al lugar donde habitaba en Moab. Las Escrituras nos hablarán más adelante sobre Balaam.

En 25.1ss leemos sobre la fornicación de los hijos de Israel con las hijas de Moab. Evidentemente se
unieron sexualmente con ellas y hasta dieron culto a sus dioses. Rompieron su pacto con Dios y lo
hicieron airarse. A consecuencia de esto murieron 24,000.

El segundo censo realizado al final de los cuarenta años de vagar por el desierto, muestra que el tamaño
de Israel era ahora muy distinto del anterior. En los cuarenta años de purificación, Dios bendijo a Israel
con más descendientes, esta vez una descendencia más disciplinada y obediente que estaba preparada
para entrar a la tierra prometida. La primera generación que se había negado a entrar ya había muerto
toda (26.64).

Moisés ruega por el bien del pueblo se le dé un sucesor (27.16). El Señor nombra a Josué (27.18).
La tierra de Canaán sería entregada a los que habían sobrevivido el desierto (26.52). La labor de Josué
sería conquistarla y distribuirla. La tierra repartida quedaría perpetuamente en posesión de la misma
familia (26.55). Aquí se presenta el problema de las hijas y su reclamación de la parte que les
correspondía al morir su padre (27.1). El Señor había establecido que todas las mujeres, al igual que los
hombres, tenían derecho a porción de la herencia familiar. Sin embargo, ninguna heredera podía
casarse fuera de su tribu, y llevarse así su tierra de una tribu la otra (ver cap. 36).

Cuando comenzó la conquista de las tierras al este del Jordán dos tribus y media solicitaron tener la
tierra conquistada, a causa sus grandes cantidades de ganado (32.1ss). Les fue concedida, condición de
que no disfrutaran de su herencia antes de que las demás tribus hubieran recibido la suya.

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En estos asuntos relativos a la herencia podemos ver la preocupación de Dios por todos, y el lazo de
amor y sentido de responsabilidad mutua que estaba construyendo en los corazones de los hijos del
pueblo. La tierra era en realidad del Señor, y podía ser usada por Israel mientras le fuese fiel. Se repetía
el pacto antiguo que les daba bendiciones en la tierra, siempre que obedecieran a su Dios. Su
obediencia era esencialmente una indicación de que seguían amando a Dios y amándose unos a otros.

Mientras siguieran preocupándose los unos por los derechos y privilegios de los otros, se manifestarían
amor. Si se volvían egoístas y se desinteresaban de las necesidades de los demás, dejándolos de amar,
entonces Dios les quitaría todo.
Aquí vemos a Dios estableciendo un principio para inculcarles responsabilidad mutua, al mismo tiempo
que entran juntos en la tierra del Señor.

H. El segundo grupo de leyes (Deuteronomio)

El nombre Deuteronomio significa «la segunda ley». Se refiere a los mensajes dados por Moisés a
Israel al final de su largo viaje a través del desierto. No era una ley nueva, sino una interpretación de la
Ley y de las experiencias de Israel en los años de desierto. El lugar donde son entregados estos
mensajes es el lado este del Jordán, frente a Jericó. El Arabá es el valle del Jordán (1.1).

El primer discurso (1.4-4.40) es más que nada un resumen histórico de las relaciones de Dios con
Israel.
La obediencia a la Palabra de Dios constituye el sello distintivo de su pueblo y lo hace sobresalir de
entre todos los que le rodean.
Tal como lo vimos cuando entrega los Diez Mandamientos, Dios está pidiendo no una simple
conformidad exterior con la Ley sino una obediencia de corazón. Es en el corazón donde Dios debe ser
obedecido.
El tema del corazón es uno de los principales de Deuteronomio. Podemos seguirlo a través de unos
cuántos versículos. En 4.9 Moisés enseña que la obediencia debe nacer en el corazón. Puesto que el
corazón del hombre está inclinado a alejarse de Dios, el Señor habla de lo mucho que su pueblo
necesita un nuevo corazón para que le puedan obedecer, amar y temer (5.29). En 10.16 esa necesidad se
expresa en términos de un corazón incircunciso. Aquí vemos que el sacramento de la circuncisión tenía
por objeto ser un signo de limpieza interior que era necesaria para la salvación del pueblo de Dios.

Siguiendo más allá del tema del corazón, en 29.4 Moisés reconoce que Dios no les ha dado un corazón
capaz de obedecer, un corazón nuevo. Aún están faltos de fe. Pero en 30.6 habla de la promesa de un
corazón que hará la voluntad de Dios. Es un corazón circuncidado, limpiado, nacido de nuevo. En este
tratado sobre el corazón que está entretejido en el texto del Deuteronomio, Dios está mostrando que él
mismo proveerá aquello que exija y que Israel no sea capaz de producir por sí mismo.

Además de presentar el tema del corazón en el capítulo cuarto Moisés previene también contra la
idolatría (v. 15), puesto que Israel ha de ser únicamente propiedad exclusiva de Dios (v. 20).
Es de notar a través de todo el Deuteronomio, el elemento profético referente al futuro estado espiritual
de Israel. Donde primero lo encontramos es en el capítulo 4. Moisés predice que vendrá el día en que
Israel le fallará a Dios y será castigado (4.25ss). También le señala el camino para regresar a Dios
(v. 29). La seguridad que tiene Moisés de que Dios está dispuesto a perdonar los pecados de Israel
cuando se arrepienta se basa sin duda en la revelación que Dios le ha dado anteriormente (Ex 34.6, 7).
El primer mensaje, que está basado en la exclusividad de Dios con respecto a Israel, y la exclusividad
de Israel en medio de las naciones, termina en forma adecuada con la nota sobre el único Dios de Israel.
No hay ningún otro (v. 39).

Entre el primer discurso y el segundo hay un breve intermedio histórico (vv. 41-43). Después de
haberles dado la seguridad de que entrarán en Canaán, Moisés establece tres ciudades de refugio, aun
antes de que hayan cruzado el Jordán.

El segundo discurso (4.44-26.19) presenta la misma disposición que el primero. Comienza recordando
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la Ley de Dios y distinguiendo al pueblo de Dios del mundo. La Ley se presenta de nuevo en 5.6- 21, y
varía muy poco del original dado en el Sinaí y escrito en el Éxodo, capítulo 20. Es obvio que Dios
reconoce que ellos no pueden guardar la Ley por sus propias fuerzas cuando pide lo que es necesario:
un corazón que quiera obedecer a Dios. El versículo 29 puede compararse con Génesis 18.19. Así
vemos la continuidad
Que hay en el trato de Dios con su pueblo. El no altera nunca sus propósitos para con él.
Pasamos a continuación al capítulo 6. Aquí se define al corazón recto como un corazón que ama a Dios
en forma total. No puede haber lugar en el corazón de la persona justa para amar a nadie que no sea
Dios (6.4). Sin embargo, dentro de nuestro amor a Dios está contenido nuestro amor mutuo. Como Juan
señalaría más tarde, si no nos amamos unos a otros no tenemos el amor de Dios nuestros corazones (I
Jn 4.20). Este pasaje que comienza en Deuteronomio 6.4 recibe el nombre de «Shemá», porque
comienza con la palabra hebrea «Shemá», que significa «oye».
Este pasaje en particular contiene instrucciones específicas con respecto a los deberes de los padres. No
puede ser visto aislado, sino que ha de tomarse en el contexto de pasajes como Génesis 18.19 y el
quinto mandamiento. La Iglesia de Dios está edificada con las familias que Dios llama. Moisés por
tanto está llamando a los padres a que crean a Dios y lo amen, y a que enseñen a sus hijos a creerlo y
amarlo también.
Dios ha dispuesto que la instrucción de la iglesia comience en el hogar.

En el capítulo 7 Moisés abunda en la razón por la cual Dios ha escogido a Israel. Lo ha escogido para
que sea santo (separado para Dios). Esto lo hace algo único en toda la tierra. La razón que se les da para
que Dios los haya escogido como pueblo suyo es siempre y solamente el amor. No podemos ir más allá
de esto (vv. 7,8).

Ahora, cuarenta años después de que el primer intento de entrar a Canaán fallara por causa de su falta
de fe, Moisés trata de construir esa fe del pueblo en Dios, y no sobre ellos mismos (7.17, 18, 23). Los
exhorta a que aprendan de las lecciones recibidas en los pasados cuarenta años de vida errante (8.2-5).
Deberán confiar, de manera especial, en la Palabra del Señor (v. 3). Mientras que antes el problema del
pueblo era el miedo a sus enemigos, ahora se ha presentado otro problema. El pueblo está amenazado
por el orgullo espiritual. No deberían suponer que Dios les estaba dando la tierra porque ellos con su
justicia la estaban mereciendo. La maldad de los cananeos es la que hace que Dios los expulse (9.4- 5).
De nuevo nos encontrarnos aquí con la doctrina de la soberanía de Dios sobre toda la tierra. Todo es
propiedad suya, y él a quien le plazca lo da. Todos hemos de rendirle cuentas a Dios.

En 10.12 Moisés pone énfasis una vez más en la obediencia de corazón, y resume toda la Ley como el
amor de Dios con todo el corazón, al mismo tiempo que se le sirve con el corazón. Aquí es donde se
plantea de nuevo el problema del corazón. Deberá ser circuncidado (limpiado) si el pueblo se decide a
obedecer a Dios (10.16).

En 11.26 se le presentan dos alternativas a Israel: la bendición o la maldición. Será bendecido si


obedece a Dios; si no lo hace, será maldecido. Las bendiciones traen consigo responsabilidades únicas
a este pueblo privilegiado. Esto tiene el propósito de poner énfasis en la verdad de que el pueblo de
Dios, que tiene el privilegio único de ser bendecido por Dios por encima de los demás pueblos, debe
también aceptar la responsabilidad que trae consigo tal privilegio, o sufrir grandemente por su falta de
fidelidad. La historia posterior de Israel ilustrará la relación existente entre la bendición y el sistema de
sacrificios, tal como se presenta en Levítico, notamos lo difícil que sería hacerlo así, debido a la gran
cantidad de ofrendas que se necesitaban diariamente por los pecados de tantas personas. Y esta es
exactamente la cuestión. Dios les estaba enseñando que solo había un lugar de sacrificio que fuera
aceptable ante él, sin importarle lo difícil que les resultaba obrar de acuerdo con ello. Sin duda, este
lugar, que Dios habría de designar, señalaría hacia el único lugar verdadero, del único sacrificio
auténtico, el calvario,

En el capítulo 13 se habla de ciertas amenazas a la continua bendición de Dios sobre su pueblo. Estas
amenazas vienen a través los falsos profetas o maestros que pueden surgir en Israel. Aunque obren
señales impresionantes, o prediquen cosas que han de suceder para convencer al pueblo, no deben ser
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seguidos si su enseñanza es contraria a la palabra revelada de Dios. Esto hace de la Ley de Moisés el
patrón de todas las revelaciones y enseñanzas siguientes. La Palabra infalible de Dios es la única
autoridad para el pueblo de Dios.
Una interesante advertencia contra la presencia de reyes sobre el pueblo en un futuro, la encontramos
en el capítulo 17. Los impresionantes detalles de similitud entre estas advertencias y la conducta
observada por Salomón mucho después demuestran la gran profundidad espiritual que le fue dada a
Moisés cuando preparaba al pueblo para todas las contingencias que le pudieran suceder de acuerdo
con su obediencia o desobediencia (vv. 14-17).
Tal como Dios habría de revelar nuevas verdades a través de otros profetas que habían de venir, así
como había hecho advertencias previamente contra los falsos profetas (13.1 ss.), ahora prepara el
camino para los verdaderos (18.15-19). El profeta verdadero ha de ser como Moisés, esto es, ha de estar
en armonía con la Palabra de Dios a través de Moisés.

También hablará Palabra de Dios y no pensamientos humanos. Como le sucede a Moisés, así le
sucederá a él: lo que diga tendrá autoridad, porque permanece dentro de la Palabra de Dios (v. 19). La
prueba que se da aquí para identificar al verdadero profeta es una prueba secundaria. Siempre estará
sujeta a la primera, que es su concordancia con las revelaciones recibidas a través de Moisés. Lo
sabernos porque Dios había dicho anteriormente que un profeta podría predecir lo que sucedería
realmente, y sin embargo ser falso (13.1, 2). Pero solo el profeta verdadero estará en armonía con la
Palabra de Dios. (Comparar Hechos 17.11, donde hay un ejemplo del Nuevo Testamento sobre este
principio).
En el capítulo 20 notamos que hay dos instrucciones diferentes con respecto a los enemigos de Israel.
Los que están lejos, es decir, en tierras que no han sido prometidas a Israel serán sondeados en son de
paz, y se los ha de atacar solo si rechazan esa paz (20.10-12). Por el contrario, las ciudades que están al
alcance de la mano, esto es, en Canaán, que ha sido prometido a Israel deberán ser destruidas por
completo, porque Dios no quiere que su pueblo more en medio de gentes pecadoras (vv. 16-18). Fue en
un intento inútil de observar esta ley, que más tarde Josué se metió en serias dificultades que resultarían
nocivas para toda la historia de Israel (Jos 9.3-15).
El capítulo 22 contiene pasajes que reflejan la preocupación de Dios no solo por Israel y por los seres
humanos en general sino hasta por las pequeñas criaturas de la tierra (vv. 6,7). Nos demuestra que Dios
se preocupa de todas sus criaturas y conoce las necesidades de cada una, las protege de sus enemigos y
las alimenta según su necesidad. Esta doctrina sirve de gran consuelo también al pueblo de Dios, como
vemos en los capítulos 38 al 41 de Job y en Mateo 6.25-34.
Los capítulos restantes de este discurso (24-26) contienen leyes diversas referentes a las relaciones
entre los ciudadanos del reino de Dios. Entre ellas encontramos, en 24.1-4, la ley relativa al divorcio.
La preocupación de Dios por los débiles y desamparados se hace muy evidente en estos capítulos.
Además de su preocupación por la esposa maltratada, como ya hemos señalado, en 24.14, manifiesta
interés en el pobre contratado como siervo, y en 24.17, 19 por el extranjero, el huérfano, y la viuda.
Vemos aquí expuesto también el principio de la culpa individual (24.16). Evidentemente, en años
posteriores el pueblo llegó a pensar que este principio no era cierto, y a quejarse de que eran castigados
por los pecados de sus padres (Jer 31.30; Ez 18.2-4).
El discurso se cierra con una declaración final sobre la meta que Dios tiene fijada a su pueblo. Deberán
llegar a ser, por encima, de todas las naciones, un pueblo de Dios único y santo (26.19).

Los capítulos 27 a 30 recogen la renovación del pacto de Dios con su pueblo. Primeramente se
establece lo que Dios espera: que todos los mandamientos sean guardados (27.1). A continuación, da
instrucciones que sirven para recordarle al pueblo la voluntad de Dios. La Ley debería ser escrita en
concreto en el corazón de la tierra prometida a fin de que todos puedan verla y recordarla (vv. 2-8).
La ceremonia del monte Garizim y el monte Ebal, descrita en; 27.11 ss., deberá servir como un nuevo y
solemne recordatorio de la seriedad del pacto hecho por el pueblo con Dios.
La médula del pacto de Dios con Israel se presenta con claridad en el capítulo 28. Mientras el pueblo
permanezca fiel a Dios, continuará en la tierra de Canaán y prosperará (vv. 1-14). Pero si dejan de vivir
como hijos de Dios, entonces él traerá juicio sobre ellos y dará por terminada su permanencia y su
prosperidad en la tierra (vv. 15-68). En el juicio van incluidas las maldiciones (vv. 20ss), los castigos
(vv. 25ss), la cautividad (vv. 36ss), el sufrimiento (vv. 47ss), y la dispersión (vv. 64ss). Este era el
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antiguo pacto, basado en la capacidad que tuviera Israel de obedecer a Dios y guardar sus
mandamientos. Mientras fueran fieles Dios les prometía la prosperidad en la tierra de Canaán.
No en balde el escritor de Hebreos habla del nuevo pacto basado en la obediencia y la obra de Cristo
como más segura y portadora de mayores promesas, o sea, una herencia eterna en un hogar celestial
(Heb 8.6-13). El antiguo pacto sirvió para demostrarle al pueblo de Dios que necesitaba el nuevo. El
nuevo dependía no de las obras de los hombres sino solamente de la gracia de Dios y de su obra a
través de Jesucristo. Si fallaba el antiguo, se perdía la tierra. Pero por el triunfo del nuevo a través de
Jesucristo hay una herencia eterna asegurada para todos los que crean en Cristo. Esta herencia no se
desvanecerá, como le pasó a la tierra de Canaán (l P 1.3-5).
Aún aquí, en el contexto del antiguo pacto, Moisés habla de la necesidad y de la segura venida del
nuevo pacto (cap. 30). Algo básico en la esperanza del nuevo pacto que ha de venir es el cambio de los
corazones del pueblo (la circuncisión del corazón, v. 6). Esto es sin duda lo mismo que el nuevo
nacimiento de que habla Jesús en Juan, capítulo 3.
Pablo ve estas promesas en el contexto del evangelio que él predicaba y cita este pasaje (vv. 11ss) en
Romanos 10.6-8. Por tanto vemos que aunque Moisés es el mediador humano del antiguo pacto, le es
permitido ver ese otro pacto mayor, hecho por mediación de una persona mayor que él, Jesucristo,
quien tiene promesas mejores para el pueblo de Dios.

Los capítulos 31 a 33 contienen las últimas palabras que dijo Moisés al pueblo al que había dirigido tan
fielmente durante cuarenta años. En sus palabras finales intentó llevarlos a una total confianza y
dependencia del Señor (31.6). El Señor le permitió ver que Israel sería infiel en los años siguientes. El
largo poema que se encuentra en el capítulo 32 habla de las caídas futuras de Israel. Es una expresión
poética de la tenebrosa historia futura del pueblo. También tenía por fin llevar al pueblo a confiar en el
Señor y no en sí mismo. El poema, o cántico, debería ser aprendido de memoria por todo el pueblo, y
enseñado a sus hijos, con el fin de preparar a los fieles para lo que habría de venir (v. 19).
El poema va contando todo lo que Dios ha hecho por Israel, así como su rebeldía posterior y su castigo.
Termina con una nota de esperanza en la obra de expiación que Dios hará por su pueblo (32.43).

Al final del poema Moisés presenta una vez más, de forma sucinta, los términos del pacto (vv. 46-47).
Notemos cómo está relacionado este pasaje tanto con las palabras dichas anteriormente por Dios a
Abraham (Gn 18.19), como con el quinto mandamiento y con Deuteronomio 6.4ss. Este antiguo pacto
se basaba en la perseverancia del pueblo en su fidelidad a Dios.

El capítulo 33 es una bendición final de Moisés sobre el pueblo, tribu por tribu, que de alguna forma
trae a la memoria la bendición dada anteriormente por Jacob, que se encuentra en Génesis, capítulo 49.
El Deuteronomio termina con el relato de la muerte de Moisés y rindiéndole tributo a este gran hombre.
No necesitamos insistir en que Moisés no es el autor de este capítulo. Su estilo es muy similar al de las
palabras iniciales del libro de Josué, y es muy razonable suponer que fue este quien escribió este último
capítulo, como epílogo a todos los escritos de Moisés, y también como una manera de conectarlos con
sus propios escritos, que se hallan a continuación en el libro de Josué.

Al repasar el Pentateuco notamos que los dos primeros capítulos del Génesis nos narran la creación, y
nos dicen el propósito de Dios para el hombre, al que hizo a su imagen. Cuando leemos sobre la caída
del hombre en Génesis 3, que lo descarriaría de la voluntad divina, hallamos también inmediatamente
el plan de redención de Dios para rescatar un pueblo para sí. Los capítulos 4 al 11 presentan como Dios
preservó, por largo tiempo, una línea de personas que permanecían fieles por su gracia, hasta que en el
capítulo 12 entra Abraham, que habrá de ser el padre de un pueblo fiel a Dios. El resto del Génesis
sigue la línea de hombres fieles que se convirtieron en la familia de Dios, a través de Abraham, Isaac, y
Jacob.

Los primeros diecinueve capítulos del Éxodo nos presentan a Dios rescatando a este pueblo suyo de sus
enemigos. Ahora ya había crecido y era una nación grande que habitaba en Egipto. El resto del
Pentateuco está dedicado a enseñarle al pueblo cómo vivir como pueblo de Dios.
Desde Éxodo capítulo 20, hasta Números, se relata la entrega de la ley de Dios a Israel al mismo
tiempo que se dan ciertas formas de aprender qué es lo que Dios quiere que el pueblo haga para
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agradarle. En este punto, como ya hemos señalado, el tabernáculo y el sistema de sacrificios en última
instancia están presentando a Cristo como el cumplimiento de todo lo que Dios exige en cuanto a
obediencia y adoración.

El libro de Deuteronomio, reflexionando sobre los cuarenta años de vida errante que llevó Israel en el
desierto, interpreta la Ley, predice que el pueblo no será capaz de cumplirla en el futuro, y por último
señala hacia la esperanza de que Dios rescate a su pueblo de sus pecados.
Ciertamente, el Pentateuco es el fundamento de nuestra comprensión de todo el resto de la revelación
verbal de Dios. Por eso, hemos de hacer referencias constantes a él, a medida que progresemos en el
estudio del resto del Antiguo Testamento, así como del Nuevo.

IV-. EL PUEBLO HEREDA LA TIERRA (Josué)

El libro de Josué puede dividirse fácilmente en dos partes casi iguales de 12 capítulos cada una. Los
primeros 12 capítulos narran la conquista de la tierra de Canaán, y los 12 restantes, la división de las
tierras entre las tribus de Israel.
Ya vimos en el Pentateuco cómo el Señor estableció y llamó a una familia a través de Abraham y en
Egipto la convirtió en una nación; y cómo sacó a Israel de la esclavitud, afianzándolo como una nación
para Dios y dándole la Ley del Sinaí.
Ahora que Israel ha madurado en el desierto y está listo para entrar en Canaán, el libro de Josué
recuerda nuevamente la promesa que Dios le había hecho a Abraham y había mantenido de darle su
descendencia la tierra de Canaán en herencia.

El libro de Josué es una especie de escatología del Antiguo Testamento, ya que habla de la entrada del
pueblo a la herencia que Dios le ha preparado. Por tanto, Canaán es un tipo del lugar eterno que Dios
ha preparado para todos sus hijos. Aunque a través del antiguo pacto fueron dueños de Canaán por un
tiempo, el escritor de la Epístola a los Hebreos nos muestra que incluso Abraham comprendió que el
verdadero cumplimiento de las promesas de Dios iba mucho más allá de la tierra de Canaán, hasta una
ciudad eterna no hecha por manos humanas, cuyo Hacedor es Dios mismo (Heb 11.10, 16). Esto es lo
que tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo llaman los nuevos cielos y la nueva tierra
(Is 65.17; 66.22; II P 3.13; Ap. 21.1) o la nueva Jerusalén (Ap. 21.2).

Puesto que el libro de Josué es el recuento de cómo los cananeos fueron desposeídos de la tierra de
Canaán, lo primero que debemos observar es la declaración hecha por el propio Dios respecto a su
derecho a hacer esto con cualquier reino o nación sobre la tierra. Anteriormente habíamos visto en el
Deuteronomio la razón por la que los cananeos serían expulsados de Canaán (9.4, 5). En Jeremías 27.5
Dios declara también que él hizo la tierra y todo lo que hay en ella lo ha dado a quien le ha parecido
bien.

Encontramos en el primer capítulo de Josué el mandato que recibe este, después de la muerte de
Moisés, de guiar al pueblo en su entrada a la herencia.
Vemos aquí que predomina el pronombre personal «yo», haciendo referencia a Dios. Dios mismo es
quien hace las promesas de que tendrán éxito, y es él también quien verá al pueblo, con Josué como
caudillo, llegar a esa meta. Esta promesa nos recuerda las primeras palabras de Dios a Moisés. Es el
familiar «estaré contigo» por el que el Señor es conocido por su pueblo en cada generación (v. 5.)
Puesto que el pueblo tiene ya la Palabra de Dios escrita como la norma para sus vidas y la autoridad
para todo su servicio a Dios, se les recuerda que la observen como fundamento de su éxito (v. 7). Este
pasaje nos trae a la memoria los de Génesis 18.19 y Deuteronomio 6.4ss, que también insistían en la
observancia de la Palabra de Dios como la forma de alcanzar su favor. Este principio es verdadero
todavía y lo será siempre.
Después de haber sido entregada la jefatura del pueblo a Josué ya quedan ellos preparados para la
conquista (v. 11). Las dos tribus y media que ya habían recibido su herencia al este del Jordán son
amonestadas a recordar su solemne promesa de no establecerse en sus propias tierras hasta que sus
hermanos hubieran recibido también su herencia (vv. 12ss.)

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La disposición de este pueblo a hacer todo lo que ordene Josué presenta un agradable contraste con la
anterior negativa de sus padres bajo Moisés a entrar en posesión de la tierra (v.16; cf. Nm 14). Es una
nueva generación; no son más numerosos que el Israel de hace cuarenta años, pero su fe sí es mayor.
Como preludio a su entrada en la tierra, se envían a Jericó, que es el primer puesto firme de Canaán al
otro lado del Jordán, ciertos espías (2.1ss) No se nos dice con qué propósito. Es de suponer que
deberían regresar con informes alentadores sobre la preparación que ya Dios había hecho para su
conquista.
Entraron en la casa de una ramera, Rahab. Con riesgo para su propia vida ella los escondió cuando el
rey de Jericó intentaba capturarlos. En el versículo 9 se dice por qué lo hizo. Se había convertido a la fe
en el Dios de Israel, debido a lo que ya sabía sobre él y sobre su pueblo (vv. 11, 12,13).
El relato de estos espías fue bastante optimista (2.24). Por tanto, a continuación tuvo lugar el paso del
río Jordán por Israel en la forma prescrita por Dios, para que toda la gloria fuera para él (capítulos 3 y
4).

Se presenta el propósito declarado de Dios de realizar el milagro de secar el río en 3.7, con el fin de
engrandecer a Josué, es decir, de afianzarlo en la confianza del pueblo. El río es pequeño y poco
profundo, y ni en tiempos de crecidas es un gran río. Podía haber sido cruzado fácilmente sin necesidad
de un milagro. Pero hada falta uno para demostrar que así como Dios había estado con Moisés estaba
también con Josué.

En el capítulo cuarto se presenta una proposición posterior de que se haga un memorial de este suceso
en piedra. En 4.14 se nos dicen los resultados de haber cruzado en la forma señalada por el Señor.
Llanamente se nos dice que las piedras eran un memorial para su gloria (vv. 20-24). Sin embargo, es
posible que más tarde estas piedras fueran adoradas, o mal usadas en alguna otra forma, como nos
sugiere Amós 4.4. Sabemos con certeza que Israel sí hizo mal uso de la serpiente de bronce que Moisés
había hecho en desierto, adorándola (II R 18). Tan pronto como el pueblo había cruzado el Jordán, los
dos sacramentos que habían sido establecidos por el Señor a través de Moisés fueron cumplidos en la
nueva tierra (capítulo 5). Con ellos el pueblo fue re consagrado al Señor como pueblo suyo.
No se nos dice por qué el sacramento de la circuncisión había

También fue celebrada la Pascua en este momento, cuando cesó de caer el maná (v. 12), sin duda
porque al fin habían llegado a una tierra cuyos frutos los podían alimentar.
El suceso interesante recogido al final del capítulo 5 tenía como propósito sin duda los principios de la
obra libertadora realizada por Dios con su pueblo, cuando se había manifestado a Moisés en la zarza.
En ambos casos se hace énfasis en la santidad de Dios para afianzar la verdad de que nadie puede
acercarse a él a menos que sea su voluntad. Nuestro exceso de familiaridad con Dios, que está
relacionado con el orgullo humano, nunca es permitido por Él.

El capítulo 6 recoge la caída de Jericó. La forma en que se realizó su captura tenía por fin demostrar
que la ciudad les había sido entregada por Dios. Y puesto que era la primera ciudad cananea en caer,
como en el caso de los primogénitos de Israel Dios reclamó para sí la ciudad entera (v. 17). El término
«consagrados» significa que todas las criaturas vivientes deberían ser matadas, sin respetar ninguna, y
que todos sus tesoros deberían ser entregados a Dios (v. 19).

Después de la caída de la ciudad Josué pronunció una maldición sobre todo aquel que quisiera
reconstruir sus murallas de nuevo, puesto que Dios la queda destruida. El efecto de esta solemne
maldición se hada sentir siglos después, en una era de falta de fe, cuando se atrevieron a reconstruir la
ciudad (I R 16.34).

Hay una lección de gran importancia para el pueblo de Dios en el capítulo 7. Acán, de la tribu de Judá,
desobedeció el mandato divino y tomó para sí algunas cosas de los tesoros de la ciudad. Sin duda creyó
que era bien poca cosa y que nadie se daría cuenta. Pero no había contado con Dios. Él lo sabía, y
cuando Israel intentó tomar el siguiente pueblo, mucho más pequeño que Jericó, recibió un duro golpe.
La razón de su fracaso está expresada en el versículo 11: Israel había pecado. Notemos que todo el
pueblo era responsable por lo que había hecho un solo hombre, y resultaba afectado. Cuando uno falla
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en la Iglesia de Cristo, todos reciben las consecuencias. Y por encima de todo lo demás, la hipocresía
puede destruir al pueblo de Dios y su efectividad. Un pueblo hipócrita no se puede mantener firme ante
sus enemigos (v. 12). El castigo del pecado podrá parecer severo (v. 25), pero el bienestar de todo el
pueblo se hallaba en juego.

La conquista de Hai está narrada en el capítulo 8, junto al relato de la lectura de la Ley en el monte
Ebal. La ceremonia descrita en los versículos 30-35 tiene relación con las instrucciones específicas
recibidas en Deuteronomio 27.11-14.

El capítulo 9 recoge una segunda amenaza al bienestar de Israel, además de la hipocresía manifestada
en el capítulo 7. Esta vez, el peligro estaba en un acuerdo con los no creyentes. Dios les había advertido
seriamente con respecto a una componenda así, como vemos en Éxodo 23.32 y Deuteronomio 7.2. Sin
embargo, Josué y los que estaban con él, quizá debido a los halagos, hicieron un tratado de paz con los
cananeos de la tierra. Lo importante aquí es que lo hicieron sin indagar cuál sería la voluntad de Dios
(14, 15). Aunque posteriormente castigaron a estos pueblos, haciéndolos siervos suyos dedicados a las
labores duras, esta acción se convertiría en mal. La idea de tener a los cananeos para que hicieran sus
trabajos sucios y pesados, prendió prontamente, y posteriormente otros, aduciendo sin duda al ejemplo
de Josué, hicieron lo mismo, para detrimento de Israel (Jue 1.35).

Estas dos amenazas principales al bienestar de Israel, la hipocresía y las componendas con los no
creyentes, atacarían una y otra vez a Israel, y continúan amenazando hasta nuestros días la fortaleza de
la Iglesia de Cristo.

De los capítulos 10 al 12 se narra la conquista del resto de la tierra en rápida sucesión, bajo la jefatura
de Josué. En esta sección, es de gran interés la oración de Josué recogida en 10.12, 13. Oró para que el
sol se detuviera mientras terminaba la batalla. Se nos dice que este milagro es único en la historia. Los
intentos hechos por muchos para explicarlo como algún tipo de fenómeno natural no tienen base en la
llana narración de las Escrituras. Ciertamente el Dios soberano del universo podía hacerlo si lo deseaba,
y se nos dice que se complació en responder la oración de Josué porque el Señor luchaba al lado de
Israel. El capítulo 10 trata de la conquista del sur, y el 11 va siguiendo las conquistas del norte,
mientras que el 12 es un resumen de todo el historial de la conquista. Aquí termina la primera gran
sección del libro.

La segunda sección está dedicada principalmente a la narración de la división de las tierras entre las
nueve tribus y media que se habrían de asentar en el lado oeste del Jordán. Además de las herencias
ordinarias de las tribus, se nos dice que fueron designadas ciudades de refugio y ciudades para los
levitas, cuya herencia se encontraba esparcida en medio de las tribus (caps. 20 y 21).

El incidente señalado en el capítulo 22, cuando las tribus del este comenzaron a regresar a sus tierras,
nos muestra la seriedad con la que Israel tomaba la Palabra de Dios en aquel tiempo. En verdad era
entonces un pueblo lleno de fe. El problema era el peligro de que se levantara otro altar además del que
había sido indicado por el Señor de acuerdo con las advertencias de Deuteronomio 12. Cuando se
explicó que el altar construido por estas tribus del este no era para sacrificios, sino simplemente un
memorial, como las piedras que habían sido sacadas anteriormente del Jordán desapareció la amenaza
(22.28).

El discurso de despedida de Josué concluye el libro. Exhorta al pueblo como Dios lo ha exhortado a él
(23.6, ver cap. 1). El que su prosperidad continuara, dependía de que siguieran obedeciendo la voluntad
de Dios, tal como lo establecía la Antigua Alianza (23.12, 13, 16).

En 24.2 Josué habla de los antepasados de Abraham, por lo que conocemos el pasado cultural pagano
de este. Hace un recuento de la historia de la gracia de Dios con respecto a Israel, y termina dejándoles
algo muy precioso: su propio testimonio personal de fe y compromiso con el Señor (24.14-15).

A pesar del entusiasmo que manifiesta el pueblo con respecto al compromiso con el Señor (vv. 16ss),
49
les advierte severamente sobre los peligros, y sobre lo difícil que es vivir en fe, quizá recordando que
Moisés había advertido en su cántico final que vendrían tiempos amargos (ver. Dt 32).

El testimonio retador y la exhortación de Josué que están escritos en el versículo 15 presentan la


decisión a la que siempre se tiene que enfrentar el pueblo de Dios. Cristo declararía más tarde, como
ahora lo hace Josué, que «ninguno puede servir a dos señores» (Mt 6.24). También Elías en el Carmelo
le presentaría la misma obligación de decidir a un Israel pecador y vacilante (I R 18).
El efecto de la vida de este hombre y su impacto en Israel se encuentra resumido en Josué 24.31.

V-. LA DECADENCIA ESPIRITUAL DE ISRAEL

Nos estamos moviendo cronológicamente ahora hacia uno de los períodos más oscuros de la historia de
Israel. Es imposible saber con exactitud cuántos años transcurren durante este período de los jueces.
Hay inseguridad incluso con respecto a la época del Éxodo. Mientras que algunos señalan una fecha
más temprana, en el siglo quince, para el Éxodo, otros señalan la existencia de numerosas evidencias a
favor de una fecha posterior en algún momento del siglo trece. Hubo un tiempo en que los de tendencia
conservadora se atenían a la fecha más temprana y los liberales a la segunda, pero hoy en día ya no se
puede decir que sea así. Muchos conservadores insisten en un éxodo en el siglo trece, y con buenos
argumentos. Las Escrituras no están de todo claras en este asunto, y no tenernos razón para
preocuparnos grandemente con respecto a la fecha exacta.

Igualmente la duración del período de los jueces no puede ser determinada con certeza. Parece claro
que los años de los distintos jueces del período no pueden ser consecutivos, puesto que requerirían más
años de los que tenernos disponibles entre el Éxodo y el tiempo de David, que se sitúa con bastante
certeza alrededor del año 1000 A.C. Por tanto, podemos suponer que en los tiempos de los distintos
jueces tenemos la coincidencia de varios de ellos en diferentes partes del país.
Sería un error gastar demasiado esfuerzo tratando de elaborar una cronología que las Escrituras no nos
han aclarado. Mejor veamos las lecciones de este oscuro período en la historia de Israel.

1. El libro de los Jueces

El libro en sí, al igual que el de Josué, se puede dividir en dos secciones básicas pero no iguales. La
primera, que cubre los capítulos 1 a 16, trata sobre los ciclos de la historia israelita en este período. La
última sección del libro, los capítulos 17 al 21, nos da algunos ejemplos del estado espiritual de Israel
en aquel momento.
El capítulo uno de Jueces presenta lo que siguió al período de Josué. Encontramos al principio después
de la muerte de Josué un deseo por parte de Israel de conocer y seguir la voluntad del Señor (vv. 1-3).
Las diversas tribus se hallaban ocupadas en terminar las conquistas. Esto quiere decir que Josué no
había completado la operación de conquista, sino que había aún numerosos puntos de resistencia a
través de todo el país (vv. 22, 27, 29-34).
Se nos dice además que muchas de las tribus, aparentemente siguiendo el ejemplo de Josué que leernos
en Josué capítulo 9, estaban poniendo en los trabajos duros a los cananeos vencidos, esclavizándolos en
lugar de destruirlos como les había ordenado el Señor (vv. 28,30,33,35).
Este estado de cosas provocó que el Señor enviara un ángel para que le advirtiera a Israel que su
desobediencia al mandato divino traería sufrimiento a la tierra (2.2, 3). El hecho de que el pueblo
reaccionara a esta palabra proveniente de Dios con arrepentimiento es en sí una buena indicación de
que en ese momento el pueblo estaba aún espiritualmente alerta. Podían sentir dolor por sus pecados
(v. 45).
Mientras vivían los que recordaban a Josué, el pueblo fue en general fiel al Señor (v. 7). Pero incluso
aquella generación falló en un aspecto muy importante. No siguieron las instrucciones de
Deuteronomio 6.4ss de enseñar a sus hijos lo que habían aprendido de Dios, y así vemos que se levanta
después toda una generación que no sabe nada de Dios ni de la Ley de Moisés (v.10). Este abandono
por parte de los padres que no instruyen a sus hijos es un golpe asestado al mismo centro del propósito
de Dios cuando llama a un pueblo y establece su pacto con él para que él sea su Dios y ellos su pueblo.
Lo que Dios le había expresado primeramente a Abraham sobre los deberes de los padres (Gn 18.19), y
50
les había dicho en forma específica a todas las familias de Israel (Dt 6.4ss), fue desoído, y con los
peores resultados. Se levantó toda una generación sin fe.
A través de la historia posterior del pueblo de Dios hasta nuestros días podemos observar el mismo
pecado y sus consecuencias. Muchos de los males de la iglesia de hoy surgen de la negligencia de los
padres cristianos en la enseñanza de la Ley de Dios a sus hijos, y su poca preocupación por vivirla ante
ellos.
El surgimiento de una generación sin fe, descrito en el capítulo 2 de Jueces, da entrada a la serie de
ciclos que se desarrollan en los capítulos restantes del libro.
El esquema de ese ciclo se nos presenta en 2.11-23, y es como sigue: 1) el pueblo hace el mal, dejando
la adoración al Señor (vv. 11-13); 2) Dios, en su cólera, los castiga levantando enemigos que arrasan
con ellos (vv. 14-15); 3) el pueblo en su sufrimiento apela al Señor (v. 15); 4) el Señor hace surgir
jueces que lo salven de las manos de sus enemigos (v. 16). Entonces el ciclo comenzarla de nuevo, tan
pronto como ellos olvidaran a su Dios y se volvieran al mal (vv. 17ss). El propósito de Dios al hacer
surgir naciones que castiguen a Israel se nos dice en 3.1-6. Habían sido dejadas en la tierra para probar
la fidelidad de Israel y para afirmar la fortaleza de los fieles.

En 3.7 comienza el relato de los ciclos, que sigue hasta el capítulo 16. Hay por lo menos siete ciclos
separados, como los descritos anteriormente, en este período de la historia de Israel.
El primer ciclo (vv. 7-11) habla de la condición pecadora de Israel que provocó que Dios enviara contra
ellos a reyes de Mesopotamia. Luego, cuando Israel había clamado a Dios en su dolor, Dios levantó a
Otoniel, de la familia de Caleb, para rescatar a Israel. En este caso, como en muchos otros, se nos dice
que el Espíritu del Señor vino sobre el juez para darle sabiduría y un poder especial para realizar su
tarea.

La función exacta del Espíritu Santo en la época del Antiguo Testamento no está del todo clara.
Ciertamente, está activo en la creación, y también guiando a Israel en particular, al dotar a ciertas
personas con capacidades para realizar tareas especiales. Así lo hizo con algunos en el desierto,
haciéndolos capaces de realizar hábiles trabajos en la construcción del tabernáculo que él había
ordenado (Ex 31.1-4; ver también I S 10.6). También sabemos que el Espíritu Santo guió a los profetas
llamados a poner por escrito de la Palabra de Dios (II P 1.21). Sin embargo, no parece haber una
presencia constante del Espíritu en los hijos de Dios del Antiguo Testamento, como vemos en el Nuevo
después de pentecostés. El Espíritu en esta época, el período de los jueces, parece haber descendido
sobre ciertas personas por un período y haberlos dejado después. Evidentemente este es el caso de
Otoniel (v. 10).

El segundo ciclo (vv. 12-30) relata el sangriento episodio del asesinato de Eglón, rey de Moab y
enemigo de Israel. Algunos se quejan de que aparezcan escenas tan sangrientas en la Biblia y tratan de
considerarla como algo escrito en un nivel inferior al cristiano. Sin embargo, no hay escenas más
sangrientas que las que encontrarnos en el Apocalipsis. Todas ellas subrayan el hecho de que el pecado
ha traído consigo la necesidad del derramamiento de sangre, y si el Antiguo Testamento o el Nuevo
resultan sangrientos para algunos, es que están ignorando ingenuamente los problemas reales de vida o
muerte, y la terrible amenaza de infierno que cuelga sobre todo el que entra en este mundo.

El tercer ciclo se menciona aquí solo brevemente, sin muchos detalles (v. 31).
El cuarto ciclo (4.1-5.31) nos dice que cuando los hombres no sabían cumplir con su responsabilidad en
la iglesia como dirigentes, el Señor podía, y de hecho lo hizo a veces, llamar mujeres que ocuparan sus
puestos. Se desprende claramente de 4.8, que la razón por la que Débora fue escogida fue que los
hombres, que debían haber dirigido al pueblo, no querían hacerlo.
La expresión poética de la victoria de Débora que está en el capítulo 5 pone en claro que no había sido
Débora sino el Señor quien había triunfado en aquel día.
El quinto ciclo (6.1-10.5) cubre la liberación de Israel de manos de Madián su enemigo, por medio del
juez Gedeón. Este período de la historia de Israel es particularmente bajo en espiritualidad. Dios envía
un profeta innominado para reprocharle al pueblo su falta de fidelidad (vv. 7-10).
El llamado de Gedeón nos hace recordar los de Moisés y Josué.
Aquí Dios promete estar con aquél a quien ha llamado y enviado a realizar su obra (vv. 15,16).
51
La petición que hace Gedeón de una señal, según vemos en el verso 17, y el episodio subsiguiente con
el vellón (vv. 36-40), no son precisamente motivo de alabanza para la figura de Gedeón. Su insistencia
en que hubiera una señal no es indicio de fortaleza espiritual sino de debilidad. Aunque se le llama
«hombre de fe» (Heb 11.32, 33), su fe es muy débil, como indica claramente su petición de señales.
La obediencia de Gedeón al Señor era la evidencia de su fe, ya que derribó el altar de Baal y construyó
uno para el Señor (vv. 26,27; cf.la fe en Abraham, Gn 12.4, y de Noé, Gn 6.22). Aquí vemos un
ejemplo de un hijo guiando a su padre: el padre de Gedeón desarrolla evidentemente su fe en Dios
siguiendo la dirección de su hijo (vv. 30-32).

El episodio del vellón que se recoge en los versículos 36 y siguientes, manifiesta, como ya dijimos, no
la fortaleza de la fe de Gedeón sino su debilidad. Dios había prometido estar con él y hacerle prosperar,
y sin embargo Gedeón pidió una señal, no una vez, sino dos (vv. 36,37, 39). La práctica que tienen
algunos hoy en día de discernir la voluntad de Dios «extendiendo el vellón» ha de ser vista en el
contexto de alguien cuya fe es tan débil que no quiere obedecer a Dios sin un signo visible. Si alguien
insiste en «extender el vellón» es decir, en poner a Dios en el caso de manifestarle su voluntad por
medio de alguna señal ideada por el que duda, aténganse a las consecuencias si se queda sin respuesta.
No todos somos llamados como Gedeón.

El método usado para escoger a los que habrían de pelear Junto a Gedeón, tal como leemos en el
capítulo 7, no es el asunto principal, según creo. Hay quienes le han dado demasiado significado a la
forma en que algunos bebían con sus manos, mientras que otros se echaban sobre sus rodillas para
beber, tratando de probar que una forma era preferible a la otra. No estoy seguro de que sea esto lo
importante. Lo principal es que Dios quería eliminar a la mayoría para demostrar que la victoria sería
de él y no de los hombres. Los que él escogió, pueden haber sido los menos capaces de los 10.000.
El sueño del madianita que se le permitió conocer a Gedeón fue una nueva seguridad de que se
cumpliría la promesa de Dios de darle la victoria (vv. 9-14). La última parte del capítulo 7 relata la
huida desordenada de los madianitas, cuando Dios pone confusión y miedo en sus corazones.
Podemos ver la sabiduría y diplomacia de Gedeón cuando calma la ira de los efraimitas. Esencialmente,
lo que hizo fue halagarlos diciendo que lo que él había hecho con su pequeña banda de hombres no era
nada en comparación con lo que Efraín había hecho.

Cuando el pueblo de Israel le ofreció el título de rey (8.22ss), Gedeón mostró su gran humildad ante los
hombres y ante Dios al rehusarlo, a la vez que afirmaba la realeza del Señor (v. 23). En verdad el Señor
era el único con derecho a ser rey, como Moisés lo había proclamado mucho tiempo antes (Ex 15.18).
Es difícil comprender cómo este mismo Gedeón haya podido desviar inmediatamente el corazón del
pueblo del mismo Dios que acababa de proclamar. Y sin embargo eso es lo que hizo (vv. 24-28). El
final de la historia de Gedeón y su familia es triste, sin duda; por su desatino al hacer el efod (una
prenda sacerdotal) que causo la caída del pueblo (v. 27).
De entre los setenta hijos de Gedeón (tenía muchas esposas), solo uno, Jotam, sobrevivió a la matanza
llevada a cabo por Abimelec, hijo de Gedeón con su concubina. Jotam también fue forzado a huir,
después de haber pronunciado una maldición sobre Abimelec (9.7ss). La maldición era que los
hombres de Siquem y Abimelec, que habían maltratado así a Gedeón y a sus hijos, se destruirían
mutuamente (vv. 19-20). El resto del capítulo nuevo nos narra cómo se hizo realidad esa maldición.
El ciclo sexto se encuentra en 10.6-12.15. Es la historia de Jefté, y de cómo condujo a Israel a la
victoria sobre los amonitas. Jefté había sido despreciado por su propio pueblo, hasta que tuvieron
necesidad de él (11.1 ss.). Entre tanto, los amonitas amenazaban a Israel y, como antes, el pueblo se
volvió a Dios pidiendo ayuda (10.10). Sin embargo, esta vez el Señor no respondió inmediatamente a
sus ruegos sino que les reprochó su falta de fidelidad (v.13). Solo después de que ellos hubieron
mostrado evidencias reales de arrepentimiento sincero hizo Dios surgir un libertador, Jefté.
El éxito de Jefté fue que, con la ayuda de Dios, sometió al enemigo de Israel, los amonitas (11.33). La
tragedia de la historia de Jefté está en que, buscando seguridad para sí mismo contra la derrota, hizo un
voto apresurado e innecesario que le costaría muy caro (11.30-31). En cierto sentido, Jefté intentaba
sobornar a Dios para que le diera la victoria. Ya había tenido anteriormente todas las indicaciones de
que Dios estaba con él (v. 29). No puedo imaginar que esperara que le saliera desde la puerta de su casa
a su regreso nadie más que algún miembro de su propia familia.
52
Debemos decir aquí que Dios nunca ha hecho transacciones de esa clase, ni con Jefté ni con ningún
otro hombre. Dios nunca estuvo de acuerdo en honrar un voto semejante. Él ya le había mostrado su
presencia a Jefté, asegurándole así la victoria. La idea fue totalmente de Jefté. Es más, Dios nunca
perdonó lo que había hecho Jefté. No está escrito en la Palabra de Dios como ejemplo de lo que tienen
que hacer los hijos de Dios. Al contrario, lo que hizo Jefté era un crimen contra la Ley de Dios.
Tampoco leemos que Dios se lo exigiera, aunque él haya hecho el voto como lo hizo. Nunca es
necesario consumar un voto que esté contra la Ley de Dios. Lo que aquí encontramos no es un acto de
gran fe sino un pecado sin valor ejemplar alguno para el pueblo de Dios.

Aunque Jefté es enumerado entre los fieles a Dios, de ninguna manera puede servir de ejemplo en este
particular hecho de su vida (Heb 11.32).
El último ciclo, en los capítulos 13 al 16, es el conocido ciclo de Sansón y los filisteos. Desde su
nacimiento Sansón había sido dedicado por sus padres para ser nazareo por indicación de Dios (13.3).
Como los demás jueces, Sansón fue dotado con el Espíritu Santo de Dios (13.25).
Al igual que Jefté y Gedeón, Sansón, aunque aparece entre los hombres de fe del capítulo 11 de
Hebreos, no es un buen ejemplo de lo que ha de ser un hijo de Dios. Entre otras cosas, quiso casarse
con una filistea (14.2), lo cual estaba en desacuerdo con la voluntad de Dios.
Los episodios siguientes sobre su trato con los filisteos, y la matanza de grandes multitudes de ellos de
vez en cuando, eran sin duda parte del propósito de Dios de liberar a Israel de manos de sus enemigos
(14.5 a capo 15).
En el capítulo 16 leemos cómo terminó la vida de Sansón. Al parecer, no había aprendido nada de las
desagradables experiencias pasadas al casarse con una filistea, puesto que se vio envuelto por otra de
Gaza, una ciudad filistea, que era ramera (16.1ss). Este pecado casi le costó la vida.
Después, para añadir pecado al pecado, amó a otra mujer más, Dalila, probablemente filistea, puesto
que conocía muy bien a los señores filisteos (16.4-5). Desde el principio se ve que ella amaba más el
dinero y su propia persona que a Sansón (16.5), Y buscó la manera de traicionarlo poniéndolo en
manos de sus enemigos, lo que al fin consiguió (16.18-21).
El último acto de Sansón fue quizá el mayor y menos egoísta. Esperó pacientemente a que su cabello
volviera a crecer, esto es, a volver a ser nazareo, para poder hacer aquello para lo que Dios lo había
llamado. Pasó por grandes sufrimientos para realizar este único acto de liberación de su pueblo. Y sin
embargo, este acto puede haber sido muy bien una venganza personal, más que un intento de servir a
Dios y a su pueblo (16.8).
Visto en conjunto, el grupo de jueces que se fueron levantando para liberar a Israel de vez en cuando,
es un grupo muy oscuro. Vemos en todo el período muchos héroes, pero pocos caudillos espirituales
auténticos que anduvieran con el Señor. La mayoría de ellos no eran ejemplos de vidas fieles. No
encontrarnos nadie que se parezca a Moisés, o a Josué, o a Samuel, que aparecerá más tarde. Los jefes
eran débiles, principalmente porque el pueblo era débil, y el clima espiritual de aquellos días era muy
pobre.
El hecho de que el período de los jueces es llamado con razón la Edad Oscura de la espiritualidad en
Israel, queda bien ilustrado con las dos narraciones de esa época que recogen los capítulos 17 al 21.
La primera narración, en los capítulos 17 y 18, nos habla de un hombre llamado Micaía, que al parecer
le robó alguna plata a su madre (v. 2). Por alguna razón, le devolvió la plata, y ella decidió dedicarla al
Señor haciendo una imagen de talla (v. 3). De esta forma violaba tanto el segundo como el octavo
mandamiento, y también el quinto, puesto que él no había honrado a su madre. Esto hace que el autor
del libro comente: «En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (v.
6). Esta frase bien podría ser llamada el estribillo del libro de los Jueces (cf. 18.1; 19.1; 21.25).

No podemos decir con seguridad si el autor estaba escribiendo desde la perspectiva de un tiempo en el
que había, o se esperaba que hubiera, reyes en Israel. Un significado seguro de esta declaración es que
el pueblo había rechazado al Señor y su Palabra. El Señor no reinaba en sus corazones como rey pero él
se había declarado su rey (Ex 15.18; Jue 8.23). Era una época llena de pecado.
El pecado de Micaía se hizo aun mayor cuando tomó a un levita como sacerdote personal suyo (vv. 10-
13). Dios nunca había permitido una cosa así. Era un abuso del ministerio de los levitas.
Al parecer, en aquellos días algunas tribus no se habían aún establecido. Unos de la tribu de Dan fueron
a acampar donde estaba Micaía y su sacerdote privado (cap. 18). Acabaron atrayendo al sacerdote para
53
su tribu (vv. 19-20). Esto era algo que tampoco estaba permitido por Dios. Los intentos por parte de
Micaía de que le devolvieran su sacerdote y sus ídolos se vieron frustrados por las amenazas que le
lanzaron (v. 25). De esta forma, el pecado de un hombre se convirtió en pecado de toda una tribu (v.
30). Aquí tenemos, pues, una muestra de la ausencia de ley y orden que prevalecía en el Israel de
aquellos tiempos. Este es el tipo de gente que los jueces trataban de guiar. Humanamente parecía una
tarea imposible. Quizá la parte más triste de toda esta narración es aquella en que por fin se da el
nombre del sacerdote, en 18.30, y resulta ser un descendiente de Moisés por línea directa. Esto nos
habla de lo rápido que se mueve el poder de Satanás entre los hijos de Dios, haciendo estragos. Ni la
familia de un hombre de Dios como Moisés estaba inmune a los ardides de Satanás.
Este nieto de Moisés descendió a una escala espiritual muy baja al rebelarse contra las leyes de Moisés,
su abuelo.
El segundo ejemplo se relata en los capítulos 19 al 21. Esta narración también tiene que ver con un
levita y con la ciudad de Belén (19.1; cf. 17.7). Es una historia horrorosa y sórdida. El levita había
tomado una concubina de Belén, la que finalmente habla huido de su lado para volver a su padre en
Belén (19.2). El levita regresó a Belén a buscarla, y después de haber sido detenido algunos días por su
suegro, al cabo partió de regreso a Efraín con su concubina.
Notemos la triste situación de Israel en aquellos días, que pasa de largo una ciudad pagana, Jebús
(Jerusalén), para pasar la noche entre hebreos, solo para encontrarse con que la ciudad hebrea Gabaa,
de Benjamín, rezumaba hostilidad y carecía de hospitalidad (vv. 12-15). La ciudad de Gabaa resultó
tener muchas de las características de Sodoma y Gomorra (podríamos comparar las palabras de Isaías
mucho después, en Is 1.9). En la ciudad había un peregrino extranjero que sí supo mostrarle
hospitalidad al levita, como Lot, extranjero en Sodoma, la había mostrado a los ángeles pensando que
eran hombres necesitados de ayuda (vv. 16ss). También, al igual que en Sodoma, los benjaminitas se
quejaron del extranjero y de su huésped levita, y quisieron «conocer» (tener relaciones sexuales) al
levita (v. 22). El extranjero, que le había pedido al levita que entrara en su casa, como había hecho Lot
anteriormente con los ángeles, ofreció su hija y también la concubina del levita a los hombres (vv. 23-
24).
Los hombres malvados de Benjamín abusaron de la concubina durante toda la noche, dejándola tan
exhausta físicamente que murió (vv. 27-28). La acción del levita nos parece horrible a nosotros, pero
fue efectiva (v. 29). Unió a todo Israel, al menos una vez, para castigar a toda la tribu de Benjamín
(cap. 20).
Solo quedaron unos pocos de la tribu de Benjamín cuando terminaron las luchas, y así una tribu quedó
casi exterminada. Esa tribu no val vería nunca más a ser fuerte, y terminaría uniéndose con la de Judá.
Las formas ingeniosas en que los israelitas resolvieron el problema de conseguirles esposas a los
benjaminitas que quedaron nos muestra cómo se iban capitalizando pecado tras pecado, hasta que nada
se podía hacer sin que conllevara una cierta violación de la Ley de Dios (cap. 21 ).

En conclusión, con respecto a las lecciones que ofrece este libro, hemos visto que el período de los
jueces fue básicamente un período de caos espiritual. Hemos visto ilustraciones de faltas que afectan a
casi todos los Diez Mandamientos: falta de honor a los padres robo fabricación de imágenes, adoración
a otros dioses, codicia, mentira, asesinato, y adulterio. Así era como se vivía entonces.
¿Qué fue lo que causó un caos espiritual semejante? En los primeros capítulos de Jueces encontramos
la respuesta. Los padres que habían conocido a Josué, y sabían cómo Dios había librado a Israel de los
cananeos, al parecer estaban demasiado ocupados para dedicar su tiempo a enseñarles la Palabra de
Dios a sus hijos. Desobedecían así las órdenes dadas específicamente por Dios en Deuteronomio 6.4ss.
Esto hizo que toda una generación no conociera al Señor ni supiera de la obra que él había hecho por
Israel (2.10). Y esto a su vez trajo consigo la ignorancia espiritual y el caos, como podemos ver en este
libro. O sea, que está subrayando la necesidad de unos padres piadosos con fidelidad que enseñen a sus
hijos la Palabra de Dios. De otra manera, no llegarán a conocer esa Palabra de Dios.

2. La otra cara de los hechos: Elimelec, Elcana y sus familias (Rut, I S cps.1 y 2)

Aunque el libro de los Jueces nos presenta el cuadro de la situación espiritual que prevalecía en la
época, no podemos decir que el cuadro sea total. Sin duda alguna hubo también padres piadosos en
Israel que no siguieron las tendencias infieles de su época. Podemos ver esto ejemplificado en las
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familias de Elimelec y Elcana. El Señor, como hemos visto, desde el mismo momento de la creación,
ha enfatizado grandemente la importancia de la familia. El libro de Rut y el de I Samuel ilustran muy
bien la forma en que Dios bendecía a las familias fieles.
El libro de Rut recoge las experiencias de la familia de Elimelec, casado con Noemí. Es interesante que
ambos fueran de Belén (1.1), como lo eran algunos de los personajes más sórdidos que encontramos en
el libro de los Jueces. Debido al hambre que había en la tierra se fueron a vivir por un tiempo en la
tierra de Moab.
Estando allí, los dos hijos de Elimelec y Noemí se casaron con mujeres paganas de Moab. Quizá esta
fuera la razón por la cual ambos murieron. Sin embargo, la piadosa Noemí ansiaba regresar a su casa.
Ella no esperaba que sus dos nueras dejaran su hogar en Moab, pero una de ellas, Rut, sí prefirió a
Noemí ya su Dios por encima de su propia gente y sus dioses (vv. 16-17). El versículo 16 ha sido
citado con frecuencia para ilustrar la gran fe y devoción de Rut, y así es, pero no podemos pasar por
alto el hecho de que también elogia la estatura espiritual de Noemí, cuya devoción al Señor y amor por
su nuera conmovieron a esta hasta hacerla dejar a su pueblo e irse con la anciana a un hogar extraño.
De vuelta en Belén, Rut, por una providencia divina, como muestra el libro, conoció a otra persona
piadosa, Booz, y por bendición de Dios, ambos terminan casándose, estableciendo así otro hogar
piadoso (capítulos 2 a 4). De aquel hogar de fe descendería el gran rey David (4.22), Y alguien aun más
grande: el Señor Jesucristo (Mt 1.1).
Aquí volvemos a ver a una pagana, Rut, insertada en la línea de los creyentes. Una vez más, Dios da
una prenda del día en el que gentes de todas las naciones del mundo vendrían para ser incluidas en el
pueblo de Dios.
Así bendijo Dios a la fiel Noemí, que mostró de tal manera la presencia suya en su vida que una joven
pagana fue atraída a ese Dios. Dios le proporcionó un esposo creyente, juntos constituyeron una familia
temerosa de Dios, de la cual vendría en el tiempo la persona de Jesucristo. No todo estaba perdido en
esta edad pecadora y sin Dios, porque él es bondadoso y no permitiría que la luz se apagara en Israel.

La familia de Elcana y su esposa Ana también son un buen ejemplo de la presencia de personas devotas
en Israel, en la época de los jueces. Era procedente de los montes de Efraín, de donde era también
Micaía, según Jueces 17 (v. 8), y de donde provenía también el levita de Jueces 19 (v. 1). Su vida
espiritual se refleja en la regularidad con que adoraba al Señor con su familia en Silo donde estaba el
tabernáculo en aquel entonces (1 S 1.3; cf. Jos 18.1). Notemos el contraste entre su obediencia al
mandato de Dios con respecto a la adoración en un solo lugar que Dios escogería (Dt 12) y la
desobediencia de los danitas, que levantaron su propio santuario separado de la casa de Dios.
Ana, la esposa de Elcana, tenía como rival a la otra esposa, llamada Penina (I S 1.6-7). Como era
estéril, deseaba mucho tener un hijo y oraba incesantemente pidiéndoselo. La entrega de su hijo al
Señor como sacrificio vivo para Dios contrasta con el disparatado compromiso y con el voto de Jefté (I
S 1.11; cf. Jue 11.30-31). El que Elí no haya sabido reconocer que Ana estaba orando, es en sí mismo
un buen comentario sobre la corrupción espiritual de la época (1.12-13). Era tan escasa la oración en
aquellos tiempos, que ni un sacerdote de Israel era capaz de reconocerla.
Cuando Dios le dio un hijo a Ana, ella lo llamó Samuel. El nombre significa «Su nombre es Dios», y es
un tributo al Dios que se lo había dado. Samuel fue criado en un hogar piadoso y, finalmente, fue
entregado al Señor (1.22, 25, 28). De esta forma, Ana y su esposo demostraron ser padres fieles al
Señor y llenos de amor por él. Estaban mostrándole ese amor al dedicar a su hijo al servicio del Señor
para siempre.
La oración de Ana que está en el capítulo dos es una de las oraciones más hermosas que se recogen en
las Escrituras. Revela la gran profundidad de su fe, y su visión espiritual de la Palabra de Dios, y sobre
todo, muestra la gran obra hecha por Dios en los corazones de algunos en esos días de oscuridad
espiritual. En esta oración revela tener comprensión de cómo el Señor humilla a los soberbios pero
exalta a los humildes (2.1, 3, 4, 6,7). Así es como comprende el verdadero propósito de los sacrificios,
que es llevar al pueblo de Dios al quebrantamiento y contrición de corazón para que Dios lo pueda
levantar. Habla de la santidad de Dios y de su soberanía sobre todos los asuntos de los hombres (vv. 6,
7,8). Expresa una confianza especial en que Dios guardará a los suyos y juzgará a los malvados (v. 9)
muy similar a la expresada en el Salmo 1. Sin duda, su profundidad espiritual es un reflejo de lo que le
habían enseñado sus padres, o quizá su esposo. La oración demuestra que conocía la Ley de Dios y
comprendía lo que significaba para los hijos de Dios.
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Terminaremos este capítulo aquí. Como vemos, el período de oscuridad en Israel no fue capaz de
triunfar sobre la luz de la verdad y los propósitos que tenía Dios. Aunque la mayoría del pueblo de
Israel era malvado, hubo también quienes no vivieron como la mayoría sino que tomaron a Dios en
serio. Aun en las épocas de oscuridad espiritual en la iglesia hace Dios surgir algunos que le son fieles.
Podríamos preguntar: « ¿Qué debo hacer?» Noemí y Booz, Elcana y Ana tienen la respuesta para
nosotros: permanecieron fieles e hicieron lo que Dios les había dicho en su Palabra que deberían hacer
como padres y como hijos de Dios. De su descendencia levantó Dios a Samuel y a David, dos de los
más notables hijos de Dios del Antiguo Testamento, cuyas vidas resultaron efectivas en la empresa de
traer de vuelta a Israel como toda una nación a los pies del Señor.
VI-. EL REAVIVAMIENTOESPIRITUAL Y PROSPERIDAD DEL PUEBLO DE DIOS
(I Samuel 2.12- I Reyes 11)

1. Comienza a amanecer: Samuel (I S 2.12 - cap. 7)

Ya se nos han presentado ambos aspectos del período de los jueces: el mal que prevalecía en esos días,
y el bien que seguía sobreviviendo y mostrándose en las vidas de algunos. Las cosas se pusieron cada
vez peor en Israel, hasta que Dios intervino. Como antes, vemos que interviene suscitando gente
piadosa que le sirva y le sea fiel, a través de la cual va cambiando la dirección del pueblo.
En las vidas de los dos hijos de Elí vemos una vez más la personificación de lo peor que había en
Israel. Estos dos hijos de Elí no conocían al Señor. Eran así un producto de su época (2.12). En este
libro se nos presenta un ejemplo de su maldad. Evidentemente, estos sacerdotes no solo descuidaban
sus deberes para con Dios sino que hasta codiciaban para sí las ofrendas que a él se ofrecían. Al
parecer, no tenían conciencia y forzaban a la gente a entregarles a ellos sus ofrendas en lugar de en la
forma prescrita por la Ley de Moisés (v. 15; cf. Lv 3.3-5,16). Pero su pecado no pasó desapercibido a
los ojos de Dios (v. 17).
Samuel, al contrario, ministraba en la presencia del Señor (v. 18). Vemos aquí indicios de que algo se
prepara. Dios había puesto sus ojos en Samuel para destinarlo a una obra grande y llena de fe (v. 21).
El sacerdote Elí no era inocente de todo lo que hacían sus hijos.
Conocía su pecado, no solo en cuanto a los sacrificios sino también en la maldad de acostarse con
mujeres que velaban en el tabernáculo (v.22). Propiamente no había nada incorrecto en que las mujeres
estuvieran ahí. La Ley de Moisés disponía que hubiera mujeres que sirvieran en el tabernáculo (Ex
38.8). Pero lo que sucedía entre los hijos de Elí y esas mujeres era un verdadero ultraje. Parece que se
trataba de un acto realizado en imitación de las prácticas religiosas de los cananeos. Sabemos, por
evidencias arqueológicas, que la consumación de orgías sexuales como las aquí descritas formaba parte
del culto religioso cananeo.
Aunque Elí sabía los pecados de sus hijos, solo se los reprochaba de palabra, y evidentemente no hacía
esfuerzo alguno para disciplinarlos (vv. 22ss). El versículo 25 parece querer hacer notar que los hijos
de Elí eran culpables del imperdonable pecado de rehusar arrepentirse ante Dios. No hay perdón ni
escape para un pecador así. Y este era su pecado. La frase «Jehová había resuelto hacerlos morir»
significa simplemente que Dios había escogido no intervenir con su gracia para salvarlos. Ellos se
habían endurecido en sus corazones y no querían arrepentirse, tal como el faraón había hecho en Egipto
en los días de Moisés.
Una vez más, vemos el fuerte contraste entre Samuel y los dos sacerdotes (v. 26). La gracia de Dios
estaba obrando en Samuel y preparándolo para que fuera el medio para tocar al corazón de Israel.
El Señor le hizo una advertencia a Elí, quien evidentemente era culpable de aprovecharse de los
pecados de sus hijos aunque los había reprendido (v. 29). El solemne «por tanto» del versículo 30 es la
introducción al pronunciamiento del juicio de Dios contra él y su casa. El sacerdocio de Elí,
descendiente de Aarón, había fracasado. Elí y sus hijos serían quitados de su oficio por medio de la
muerte (v. 34).
En el versículo 35 hallamos la promesa hecha por Dios de que habría un sacerdocio mejor que el de Elí
y Aarón. Esta promesa puede ser aplicada inmediatamente al surgimiento de Samuel para tomar su
lugar. Pero tiene un significado mucho mayor. Samuel no haría sino señalar hacia el sacerdote mayor
de todos, el definitivo. Dios no construyó un sacerdocio a partir de Samuel. El sacerdocio de Aarón
había fracasado. Por tanto, en última instancia el Señor estaba señalando y prometiendo que sería
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establecido un sacerdocio mayor, que no fracasaría. El escritor de Hebreos dice en 7.11ss que el gran
sacerdocio pertenece a Jesucristo, el sacerdote perfecto que habría de ofrecer el sacrificio perfecto, esto
es, a sí mismo, por nuestros pecados.
En el fondo de la condición pecadora de los hijos de Elí y de su propio fracaso en el sacerdocio
tenemos el tema continuo del crecimiento y el despertar espiritual de Samuel, que estaba destinado a
ser el guía que sacaría a Israel del pantano en que estaba atrapado (3.1). El estado espiritual de la
situación se nos describe nuevamente en la aseveración hecha en el versículo 1 de que la Palabra de
Dios escaseaba en aquellos días. Dios no se estaba revelando, y la revelación que ya había hecho no
estaba siendo circulada entre el pueblo. Pocos la conocían o se interesaban en ella.
Pero Dios no cejó en su empeño. La lámpara de Dios a la que se refiere el versículo 3 representa la
verdad y la luz de Dios (2 S 21.17; 22.29; 1 R 11.36; 15.4, Sal 119.105). La idea es que la gracia de
Dios seguía adelante en estos tiempos a pesar de los pecados del hombre. Se nos dan evidencias de esta
continuidad de la gracia en este capítulo, cuando Samuel es llamado por Dios y levantado para que sea
profeta del Señor (3.19-4.1).
Puesto que la confianza de Israel ya no estaba puesta en el Señor en aquellos días, él lo humilló con la
derrota a manos de sus enemigos, los filisteos, como lo hacía en tiempos de los jueces (4.1-2).
El pueblo tenía puesta su confianza, no en Dios, sino en el arca, corno el medio que tenían para
manipular a Dios. Sentían que tenían a su Dios en una caja, y que podían obligarlo a ayudarles con solo
llevar consigo el arca a la batalla (vv. 3-5). Más tarde Israel pondría su confianza en el templo,
creyendo equivocadamente que Dios no dejaría que Jerusalén cayera en manos de sus enemigos porque
allí estaba el templo. En ambos casos quedo probado que los israelitas, en su necedad, estaban
equivocados.
En estas circunstancias, el arca fue capturada, los hijos de Elí asesinados, y el ejército derrotado. Todo
Israel se llenó de pesar (v. 21).
Es interesante ver cómo Dios, que entregó el arca en manos de los filisteos, no les permitió sin embargo
jactarse, o suponer que sus dioses eran más grandes que el Dios de Israel. El solo castigó a los filisteos
y los abatió (caps. 5, 6). Ni a los mismos israelitas les permitía el Señor que trataran el arca
descuidadamente, o con poco respeto (6.19-21). Hasta David tendría que aprender esta lección más
tarde (2 S 6.1-11).
Por fin el pueblo de Dios había sido humillado hasta el punto de tener que ir a lamentarse ante el Señor.
Dios había preparado a su hombre para esa hora, y cuando los corazones del pueblo estaban contritos
ante él (7.2), el hombre del momento, preparado por él, Samuel, se adelantó a mostrarle al pueblo cómo
volver a la amistad con Dios.
Samuel le describió a Israel el camino de regreso en tres pasos. La descripción del arrepentimiento que
se da aquí (vv. 3,4) es una guía excelente para todos, ya sean los individuos o las iglesias, si tienen un
corazón quebrantado y un anhelo de regresar a Dios.
Primeramente, las condiciones del arrepentimiento deben ser correctas. Debe nacer del corazón, esto es,
de un corazón quebrantado y contrito. Si esto es así, el primer paso consiste en dejar de hacer el mal
que se estaba haciendo. Todo arrepentimiento verdadero debe manifestarse en obras dignas de
arrepentimiento, en el cese de nuestras malas acciones. No podemos esperar ser restaurados en la
amistad correcta con Dios si seguimos de cabeza en los mismos pecados que la rompieron. Debemos
confesar que somos pecadores y que hemos pecado contra Dios, y estar adoloridos por haberlo hecho.
El segundo paso es positivo: Israel tenía que dirigir su corazón al Señor para servirle solo a él. No era
suficiente que dejara de hacer el mal; tenía que buscar lo que era bueno y justo ante los ojos de Dios.
Más tarde Elías llamaría al pueblo a dejar de estar vacilando entre el Señor y Baal, y a servir solo al
Señor (1 R 18.21), tal como Jesús les advertiría posteriormente a sus discípulos, que no se puede servir
a dos señores (Mt 6.24; cf. Mt 4.10 y Dt 6.13).
El tercer paso en el regreso de Israel era asunto de Dios. Cuando ellos hubieran hecho todas estas cosas
desde su corazón, entonces el Señor los liberaría de sus enemigos, los filisteos.
Lo que vino después de que Samuel les había enseñado el camino para regresar a Dios fue que el
pueblo lo obedeció fielmente, y lo primero que hizo fue apartarse de los dioses falsos (v. 4). Después,
confesaron sus pecados, y se volvieron a consagrar al Señor (VV. 5-8). Finalmente, el Señor les
correspondió, dándoles la victoria sobre los filisteos (vv. 9-11).

La piedra erigida en Ebenezer, en memoria de lo que Dios hizo en aquel día, era similar a la piedra de
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Gilgal, erigida cuando Israel cruzó el Jordán; ambas eran recordatorios visibles de la ayuda divina. El
nombre Ebenezer significa «piedra de ayuda», y podríamos decir que señalaba el camino que habían
seguido las bendiciones de Dios sobre Israel hasta ese momento.
Después de esto Samuel fue juez de Israel por varios años. Fue el último de los jueces, y sin duda el
mayor de ellos. Es de suponer que, al mismo tiempo que hacía sus recorridos anuales juzgando al
pueblo y enfrentándose a sus problemas espirituales, también sin duda, le enseñaba la ley de Moisés
para que mejorara su condición espiritual.

2. La elección de un rey: Saúl (I S 8-15)

En los primeros versículos del capítulo 8 leernos que los hijos de Samuel eran pecadores, como lo
habían sido los de Elí. Sin embargo, notamos una gran diferencia. Cuando las Escrituras mencionan a
los hijos de Elí, echa gran parte de la culpa de estos pecados al fracaso de Elí como padre.
Posteriormente, se diría lo mismo de David. Sus hijos eran en gran parte un reflejo de sus fallos. Pero
en el caso de Samuel, no se le culpa de nada. En realidad, Samuel es una de las poquísimas
personalidades de las Escrituras sobre las cuales no se dice nada crítico o negativo. Esto no quiere decir
que Samuel no tenía pecados, pero es un alto tributo que se le rinde.

Los pecados de los hijos de Samuel han de contemplarse como propios de ellos al no andar por el
camino señalado por su padre, que él personalmente con fidelidad se lo había enseñado (v. 3). Esto nos
permite ver que en ocasiones los padres podrán hacer todo lo que deben y sin embargo sus hijos no
querrán obedecer. No siempre se ha de culpar a los padres por los fallos de los hijos.
La reacción del pueblo que recoge la primera parte del capítulo 8 nos trae a la mente las palabras de
Moisés en Deuteronomio 17.14, 15. Israel había sido advertido de que algún día pediría un rey, y ahora
acaba de suceder. Con seguridad, la nación, la nación exclusiva de Dios, estaba dispuesta a vender su
progenitura con tal de ser como las demás naciones. Samuel estaba descorazonado, pero Dios le
demostró que no había sido fallo personal suyo. Después de todo, no era a Samuel a quien rechazaban
como rey, sino a Dios (vv. 6,7). Sin embargo, el Señor le hizo ver que él controlaba la situación (v. 9).
El Señor era aún el rey (Ex 15.18).
La descripción de las desgracias futuras con el rey que deseaban, presenta marcado contraste con las
bendiciones pronunciadas por el mismo Dios sobre su pueblo en el pasado. El Señor les había dado
hijos, hijas, campos, viñedos y olivares. Pero el rey les quitaría todas esas cosas (vv. 11 ss.). Al final
habrían perdido, no solo todo lo que Dios les había dado sino también su amistad con él (v. 18).
Ellos querían tener un rey que los juzgara y que fuera delante de ellos y peleara por ellos (v. 20). Dios
había hecho todas esas cosas por ellos y nunca los había abandonado, pero al final sus reyes los
abandonarían, como sucedió en verdad con el último rey de Judá antes de la caída de Jerusalén.
Lo predicho por Samuel en aquel día sucedió tal como él lo había advertido. En esencia, lo que el
pueblo decía era: «No queremos caminar por fe ante un rey invisible sino por vista ante un rey visible».

Dios permitió que un rey gobernara a Israel, pero se ve claramente que él seguía dominando la
situación. La forma en la que el joven Saúl entró en contacto con Samuel en este preciso momento,
debido a que su padre había perdido sus asnas, demuestra que era Dios quien se iba a encargar de
seleccionar el rey de Israel. La afirmación hecha en 9.2 de que no había otro más hermoso que él en
Israel, indica que Dios los guió para que escogieran el mejor de todos los hombres para esa tarea. El
hecho de que este mejor candidato fracasara subraya simplemente la verdad de que el mejor de los
hombres no basta para guiar al pueblo de Dios. Solo hay uno que puede guiar de verdad al pueblo de
Dios y este es el Señor mismo.

Es interesante observar cómo Dios parece evitar el uso del término «rey» cuando habla de Saúl. Se le
llama príncipe, pero no rey. La terminología que encontramos en 9.16 es una reminiscencia del período
de los jueces, como si Dios lo mirara más como un Juez que como un rey.
La humildad de Saúl la elogia al principio, presentándolo como similar al mismo Moisés (v. 21). Al ser
ungido como rey (cap. 10), se le dan tres señales de su nuevo llamado. Son dignas de tenerse en cuenta
ya que parecen tener relación con la forma general en que Dios aparta para una misión especial en su
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reino, incluso a los ministros del evangelio hoy en día. Notemos que la primera señal lo releva de su
responsabilidad anterior. Las asnas son encontradas, y por tanto, no tiene que preocuparse ya más de
ese problema (10.2). En segundo lugar, han de ser satisfechas sus necesidades físicas. Recordemos que
no tema nada (9.7). Ahora se le da alimento (v. 3). Finalmente, el Espíritu Santo vendría sobre él,
haciéndolo capaz de servir al Señor y hacer su voluntad (v. 6). Todo esto significaría que Dios estaba
con él (v. 7; cf. Ex 3.12 y Jos 1.9). Es así como el siervo de Dios llamado a un ministerio especial en el
reino de Dios, es relevado de sus obligaciones y tareas anteriores, recibe promesa de que recibirá lo que
necesita para vivir, y se le dotará con cuantos dones del Espíritu Santo lo hagan capaz de realizar la
labor a la que ha sido llamado.
El mandato de 10.8 parece haber sido una costumbre que debería ser seguida por Saúl antes de
comenzar algún nuevo proyecto para Dios. Por medio de esta costumbre, Saúl recordaría siempre que
su éxito dependía de la bendición y la orientación de Dios. Su cumplimiento les recordaría, tanto a él
como al pueblo, que Dios seguía siendo rey.
Cuando Samuel hizo el anuncio de que Saúl sería su nuevo rey, les recordó cuidadosamente que el solo
hecho de pedir un rey había Sido un pecado (v. 19). A continuación señaló que el escogido había sido
seleccionado por Dios (v. 24). La mayoría apoyó la selección hecha por el Señor (vv. 24,27).

De nuevo señalamos que el Señor, acomodándose a la solicitud que había hecho el pueblo de un rey, lo
orientó para que escogiera el mejor hombre disponible para el cargo. El que este fallara no quiere decir
que Dios no supiera escoger, sino manifiesta que ningún hombre es bastante en sí mismo para ser el rey
del pueblo de Dios, ni aun el mejor de todos los hombres
En el capítulo 11 vemos el primer acto de Saúl en su condición de rey. En esta circunstancia se da bien
a conocer. Cuando terminó la batalla y logró rescatar a los habitantes de Jabes de Galaad de manos de
su enemigo, se convirtió en el héroe de Israel, y al parecer, había ya logrado unir a todo Israel tras sí.
Su sabiduría al no buscar venganza sobre los que se le habían opuesto lo hace también digno de elogio
(vv. 12,13).
El discurso de despedida de Samuel que leemos en el capítulo 12 es muy conmovedor. La integridad de
este hombre es obvia; nadie puede echarle en cara nada (v. 4). Después de un recuento de la historia de
Israel como pueblo de Dios, Samuel hace una exhortación final (vv. 14,15). Según podemos ver, tiene
estrecha relación con el pacto que Dios había hecho con Israel prometiendo bendecirlo en la tierra
mientras fuera obediente.

Por primera vez el pueblo de Israel reconoció el pecado que había cometido pidiendo un rey (v. 19).
Quizá se arrepintieron cuando contemplaron la muerte de Samuel y se dieron cuenta de que Saúl era un
pobre sustituto para aquel hombre de Dios. Sin embargo, Samuel trató de consolarlos (vv. 20ss).
Samuel delinea en este momento la fórmula para continuar siendo bendecidos. Han de ser fieles a Dios,
y serán sostenidos por las oraciones de él. En este momento Israel tenía mucho a su favor.
Es triste llegar al capítulo 13 y darse cuenta de que, después de lodo, este joven Saúl, tan prometedor,
tenía pies de arcilla. La caída de Saúl comenzó con ocasión de otra batalla con los filisteos. Se fue
poniendo impaciente mientras esperaba que Samuel llegara a ofrecer los sacrificios de acuerdo con la
fórmula señalada en 10.8. Por lo tanto, al ver que el pueblo comenzaba a dispersarse, ofreció el
sacrificio él mismo. Con este hecho dejaba ver una pavorosa falta de profundidad espiritual.
Cuando Samuel le hizo ver su pecado trató de buscar excusas. Se le hacía difícil reconocer su pecado,
porque era un error.

La acusación de Samuel en el versículo 13, «locamente has hecho», requiere un comentario. El loco en
la Biblia es el que vive y actúa como si no hubiera Dios. Puede que sea muy respetable a los ojos de los
hombres, e incluso muy admirado. El mundo no lo llamaría loco, pero aquel cuyas actividades y cuya
vida van en contra de Dios, y que vive como si no tuviera nada de que darle cuenta, es un loco a los
ojos de Dios; un necio.
A partir de este momento vemos a Saúl declinar rápidamente.
Ya David, el nuevo escogido de Dios para rey, está en el horizonte. Aquí se le identifica solamente
como «un varón conforme a su corazón [al de Dios] » (13.14). Pero ya ha sido escogido por Dios,
aunque aún sea desconocido de los hombres.
En el siguiente capítulo, el 14, vemos cómo Saúl comienza a desmoronarse ante el pueblo. Sus tontas
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exigencias con respecto a que los combatientes no comieran hasta que la batalla estuviera ganada aquel
día, hirieron al ejército y cercenaron la victoria (v. 24). Este hecho no era propio de un jefe militar
prudente.
Sin embargo, Saúl continuó llevando a Israel a la victoria, a pesar de sus debilidades, y las Escrituras
continúan elogiando sus cualidades militares (v. 48).
En el asunto de Agag, rey de los amalecitas, tenemos un segundo ejemplo de la depravación espiritual
de Saúl (cap. 15). Dios había ordenado de manera específica que se destruyera a los amalecitas y todo
lo que poseían, como lo había hecho con Jericó en los días de Josué. El acto de desobediencia de Saúl
(vv. 8,9) fue ocasión de un segundo encuentro entre él y Samuel.
Las palabras «me pesa haber puesto por rey a Saúl», dichas por Dios (v. 11), turban a algunos. No
quieren decir que Dios cambie de idea o se equivoque, como lo hacemos los hombres. Esta
interpretación es rechazada en el mismo capítulo (v. 29). Lo que hacen es expresar el fracaso total de
Saúl con respecto a la voluntad de Dios, como si Dios hubiera cometido un error. Lo que se está
diciendo en realidad es que no hay hombre, ni aun el mejor, que sea suficientemente bueno para
gobernar al pueblo de Dios.
En el segundo encuentro Saúl vuelve a declararse inocente, mientras Samuel le señala sus actos de
desobediencia (vv. 13,14). La insistencia de Saúl en que sus intenciones habían sido buenos y su
esfuerzo en echarle la culpa al pueblo para quitársela él, no hizo desistir a Samuel (vv. 20-21).
En los versículos 22 y 23 se nos hace penetrar en el propósito de Dios al instituir el sistema sacrificial.
Se ve claramente que nunca se pretendió que fuese un sustituto para la obediencia a la Ley de Dios.
Como ya indicamos al tratar sobre el sistema sacrificial en Levítico, el propósito de los sacrificios era
llevar al pueblo a darse cuenta de su pecado y ser una expresión de la necesidad que teman de que Dios
los ayudara. Para Saúl el sacrificio aparecía claramente como un sustituto a la obediencia, esto es,
«puesto que no cumplí estrictamente la ley de Dios, aquí están estos animales estupendos para ser
sacrificados a fin de pacificar a Dios».

El contraste entre la actitud defensiva que toma Saúl en este momento y el reconocimiento que hace
David de su propio pecado cuando, algún tiempo después, se lo hace ver el profeta de Dios, es de gran
importancia. David expuso en el salmo 51 su propio dolor de corazón por causa de su pecado, y
demostró haber comprendido rectamente el sentido del sistema sacrificial, esto es, llevar al pecador a
tener un corazón quebrantado y contrito (Sa151.16, 17).
Hasta la misma admisión oral de su culpa por parte de Saúl da la impresión de no ser genuina. Lo que
parece estar diciendo es algo así como: «Está bien, está bien, cometí el pecado, pero sigamos adelante
con el culto» (vv. 24,25). .
La tragedia del fracaso de Saúl no es más que un augurio del fracaso posterior de Israel. De Isaías 1.11
ss. y de muchos otros pasajes de los profetas podemos deducir que Israel como un todo no fue capaz de
captar el verdadero sentido del sistema de sacrificios, y su culto no era aceptable a Dios. En sus
corazones llenos de orgullo llegaban ante Dios con los sacrificios, pero sin humildad.
La tragedia de Saúl es, por tanto, la tragedia de Israel. El pueblo había deseado un rey como los de las
demás naciones, un hombre, un brazo de carne. Pero este no fue capaz de salir airoso a los ojos de
Dios, e intentó hacer prevalecer la causa de sus ventajas personales por sobre de la obediencia, con la
consecuencia de grandes pérdidas, tanto para él como para el pueblo.
En medio de todo esto Samuel fue ejemplar. Herido personalmente al ser rechazado el Dios para el cual
él había querido vivir, continuó sin embargo orando por ellos y nunca los abandonó. Incluso después de
la segunda caída de Saúl, Samuel buscó la manera de encauzar las cosas lo mejor posible, por el bien de
Israel y para la gloria de su Señor (v. 31).

3. El surgimiento de David (I S 16-31)

En estos capítulos se nos muestra cómo Dios escogió a David para que ocupara el lugar de Saúl como
rey. Recordemos que David ya ha sido descrito por el Señor como «un varón conforme a su corazón»
(13.14, cf. Hch 13.22). En este momento, Dios había rechazado llanamente a Saúl, y había establecido
a su escogido como rey (16.1).

Veamos cómo el Señor todavía trata con las familias, poniendo el énfasis nuevamente en el lugar de la
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familia y la responsabilidad de los padres en el reino de Dios (v. 1). El escogido es designado como «el
hijo de Isaí» hasta el versículo 12. El Señor designa al nuevo escogido como rey, sin dejar lugar a
dudas (v. 1).

Se nos da aquí una importante lección sobre la diferencia entre la manera humana de escoger y la
divina. El hombre mira la apariencia externa, como lo hicieron los admiradores de Saúl, a quien
hallaran digno de elogio. Pero Dios mira el corazón, esto es, lo que es un hombre realmente, debajo de
su apariencia externa (v. 7).

Se nos dice que el Espíritu Santo vino aquel día para permanecer en David, a diferencia de la forma en
que venía y se iba con respecto a Saúl (v. 13). David habría de tener el Espíritu Santo en gran medida,
ya que era el escogido por Dios para guiar a su pueblo, y habría de ser una figura del Cristo que habría
de venir de su descendencia,
La mención que se hace del mal espíritu que estaba en Saúl (v. 14) no tiene por qué turbamos si
recordamos que la palabra «mal» tiene dos sentidos en las Escrituras. Puede significar «mal moral»,
que nunca es asociado con Dios, o puede significar el juicio de Dios sobre los hombres pecadores, y
este siempre viene de él. En este ultimo sentido hemos de entender aquí que el espíritu enviado por
Dios a Saúl, era un espíritu de juicio.
Por supuesto que no fue una coincidencia que hubiera a mano alguien que recomendara a David como
un consumado tocador de arpa que podía sosegar a Saúl (v. 18). Dios buscó la manera de que su siervo
comenzara a ser entrenado en los asuntos del reino y en la guerra, tal y como había hecho antes
preparando a. Moisés en la corte del faraón. Tampoco fue ninguna coincidencia que David encontrara
favor, tal como lo había encontrado José en la corte del faraón mucho antes. El Dios soberano es el que
está siempre al frente de las cosas, y todo lo obra para su propia gloria y para el bien de aquellos que
confían en él.

La narración del desafío entre David con Goliat, en el capítulo 17 es bien conocida. Debemos llamar la
atención sobre el hecho de 'que cuando se le dio oportunidad a David de pelear con Goliat, puso su
confianza no en sí mismo sino en el Señor. Esta seguridad no la había ganado súbitamente, sino a
través de todos los años en que había ido viendo la protección de Dios sobre su vida (vv. 34- 37). No
solo expresó su fe con palabras sino también con hechos, dándole al Señor toda la gloria por la victoria
de ese día (vv. 45-47).
El triunfo de David en aquel día trajo consigo dos consecuencias: su estrecha amistad con Jonatán
(18.2, 3) y los celos infinitos de Saúl (v. 9). De nuevo Saúl se mostraba tal cual era al decidir que
destruiría a este hombre, a quien vio como una amenaza para su trono (vv. 11,17). Sin embargo, a pesar
de sus esfuerzos, era evidente que el Señor estaba con David y lo hacía prosperar. De esta forma se
hace evidente aquí la enemistad entre los hijos de Dios y los de Satanás (v. 29).

Los capítulos 19 a 26 nos hablan de la persecución sin tregua que organizó Saúl contra David. La
intercesión de Jonatán a favor de David fue de poco provecho (19.1-10). Cuando David se vio forzado
a huir de Saúl, Jonatán y él se separaron con lágrimas. La conmovedora escena descrita en 20.14ss
quizá apunte a sucesos que vendrán más tarde. No podemos pasar por alto el hecho de que la tribu de
Benjamín sobrevivió en la historia posterior solo porque vino a refugiarse en la de Judá. Y más tarde
aun, un descendiente de Saúl, también llamado Saúl (Saulo), se entregaría al servicio del mayor de los
hijos de David, Jesucristo (Hch cap. 9).
Hay mucho que decir a favor de Jonatán, por su humildad y mansedumbre y por su deseo de glorificar
a Dios y hacer su voluntad, aunque fuera al precio de su propia gloria y poder. Es en verdad una de las
personalidades nobles de las Escrituras.
Cuando David escapa de manos de Saúl, su esposa Mical parece estar a su favor, pero sus palabras
dejan entrever la falta de amor por David que tenía ya en este momento (vv. 13-17). Saúl no tuvo éxito
al tratar de capturar a David, porque era contra la voluntad de Dios (v. 20).

En una segunda huida que se registra en los capítulos 21 al 24, David fugitivo pone en peligro a los
sacerdotes en Nob. Más tarde se echaría la culpa por la muerte de Ahimelec (22.22). No podemos saber
cómo habría este reaccionado con respecto a David de haber sabido que estaba huyendo de Saúl
61
Pensando que estaba en una misión por encargo de Saúl, le dio el pan sagrado y la espada de Goliat,
Esto, desde el punto de vista de Saúl, significaba ayudar y apoyar al enemigo.
El hecho de que David pusiera a salvo a sus padres confiándolos al rey de Moab nos recuerda que su
bisabuela Rut era una moabita (Rut 4.17).

La muerte de Ahimelec, como ya hemos indicado, es un resultado de la mentira de David (22.11 ss.).
Puede que la invitación que le hizo a Abiatar, hijo de Ahimelec, para que se aliara con él no le gustara
del todo a este. Veremos más tarde que en la época posterior a la muerte de David, Abiatar se une a la
revolución contra Salomón, el hijo que David había escogido para rey (1 R 1.7).
En los lugares de En-gadí (cap.24) y Zif (cap. 26), David demostró su confianza en el Señor no
matando a Saúl cuando lo tuvo entre sus manos. Saúl nunca pudo comprender esto, y nunca respetó al
ungido del Señor, como David había hecho, aunque ya por este tiempo, el título de «ungido del Señor»
era más adecuado para David que para Saúl.
Del capítulo 27 al 31 tenemos los últimos días de Saúl, que serán también los últimos de la persecución
contra David. Por ese entonces Samuel ya había muerto (25.1). Saúl estaba ya en las últimas, pero
David no se sentía seguro aún (27.1).
En su desesperación, cuando los enemigos filisteos comenzaron a cercarlo, Saúl intentó una vez más
pedirle consejo a Samuel, que ya estaba muerto (28.1 ss.). La razón de su desesperado intento por
comunicarse con Samuel ya muerto a través de una médium era sin duda que toda comunicación con el
Señor había sido cortada (v. 6).
No hay duda de que la mujer se sorprendió tanto como Saúl cuando Samuel se apareció de veras y le
habló a Saúl (v. 12). No debemos suponer por esto que las Escrituras dan fe a la hechicería.
Dios permitió que Samuel apareciera porque estaba de acuerdo con sus propósitos el hablarle una vez
más a Saúl a través de Samuel sobre su juicio. Así como había permitido que los magos de Egipto
convirtieran bastones en serpientes, ahora también permitía que esta hechicera invocara a Samuel, no
porque ella tuviera poder en sí misma para hacerlo, sino para enseñarle, tanto a ella como a Saúl, una
lección.
La muerte de Saúl en la batalla se narra en el último capítulo de 1 Samuel. Las discrepancias entre el
relato de su muerte de 1 Samuel 31 y la narración dada por el amalecita en 2 Samuel, capítulo 1, se
explican por el deseo de este de obtener una recompensa por haber dado muerte al enemigo de David.
Su mentira le acarreó la muerte.
Al hacer un estimado del reinado de Saúl, sacamos en conclusión que la tragedia de su vida es que
aunque era el mejor de los hombres, humanamente hablando, para la tarea de ser rey del pueblo todo su
reinado demuestra que el mejor de los hombres simplemente resulta insuficiente para guiar al pueblo de
Dios. Solo Dios mismo es el rey verdadero. Solo él es capaz. Por eso es que finalmente Dios mismo
tendría que venir a través de la línea de David el caudillo que supo reconocer sus limitaciones y confiar
en el Señor. La grandeza de David no se nota en su superioridad a Saúl, humanamente hablando, sino
en su corazón humilde y contrito, que reconocía que la verdadera grandeza sabe yacer en humildad ante
el Señor, en total dependencia de él. David comprendió siempre que el rey era Dios, y no él.

4. El reinado de David (II S 1-24)

David fue informado con respecto a la derrota y muerte de Saúl por un amalecita anónimo, quien se
adjudicó el haberlo matado, quizá esperando alguna recompensa. Cualquiera que fuese su motivación,
su narración es diferente al relato bíblico de la muerte de Saúl que aparece en 1 Samuel 31 (2 S 1.10).
Al parecer, esperaba alguna recompensa por su acción, pero en vez de ello, fue enviado a matar por
David, quien fue fiel a Saúl hasta su muerte (vv. 14-16).

Los sentimientos del propio David se expresan hermosamente en el canto que escribió y que recogen
los versículos 19 al 27. Puede que nos preguntemos cómo es que David pudo decir de Saúl que había
sido «amado y querido en la vida» (v. 23). En realidad, une a Saúl y a Jonatán aquí, y quizá vea a Saúl
a través del amor que tenía por Jonatán. Esto también quiere decir algo con respecto al propio David.
No hay evidencia de que hubiera jamás animosidad de parte de David con respecto a Saúl, aunque este
lo persiguió muchos años. David parecía comprender por qué Saúl estaba celoso y airado, y su única
reacción era una increíble paciencia. Quizá antes de los días de hostilidad, había tenido algunas
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experiencias agradables con respecto a Saúl.

David fue muy cuidadoso, procurando ser guiado por el Señor en cada paso de la toma del poder real
en Israel (2.1). Tan pronto como fue hecho rey de Judá, actuó como rey, recompensando a los que
habían sido fieles al rey anterior (v. 4).
Cuando Abner, el capitán del ejército de Saúl, trató de nombrar rey a un hijo sobreviviente de Saúl,
David no vio su acto como una traición, ya que el problema de quién debía gobernar aún no había sido
resuelto. Mostró gran paciencia hacia los que seguían leales a Saúl, lo que nos demuestra su
mansedumbre y su voluntad de que fuera Dios quien afirmara su trono, como había prometido.
En el capítulo 2 se menciona por primera vez a Joab, el sobrino de David (cf. 1 Cr 2.16). En este
momento, o antes, surge como el jefe de los hombres de David y muestra su habilidad haciendo huir a
Abner (v. 17). Al mismo tiempo dejó ver su inclinación pecaminosa y su hostilidad hacia Abner, quien
había matado en batalla leal a su hermano (vv. 18-32).
Por mucho tiempo Abner fue el campeón de la causa de Isboset el hijo de Saúl (3.1). El nombre mismo
de Is-boset es interesante. Durante su vida, al parecer, había sido llamado Es-baal (cf. 1 Cr 8.33 y 9.39),
lo que significa literalmente «hombre del Señor» usando un nombre semítico común para señor: baal.
Más tarde sin embargo, en la época de Oseas, el nombre de Baal había llegado a estar tan asociado con
el dios fenicio de la fertilidad, que Dios no permitiría que se le llamara por ese nombre nunca más (ver
Os 2.16 y cf. 1 R 18.21ss). Por tanto, en tiempos posteriores se hizo costumbre, dondequiera que
apareciera el nombre Baal entre los nombres hebreos, cambiar el Baal en Boset, que significa «ver-
güenza». Is-boset, pues, significa «hombre de vergüenza», que así de vergonzoso era el nombre de
Baal. Si, como pretenden algunos fue Elías quien escribió esta parte de la Palabra de Dios en 2 Samuel
es comprensible que él, el gran oponente del culto a Baal, no tuviera ningún deseo de usar el nombre
verdadero de Es-baal
Mientras David esperaba en Hebrón el momento de ocupar el trono de todo Israel le nacieron seis hijos,
tres de los cuales le traerán grandes penas posteriormente: Amnón, Absalón, y Adonías.
Cuando el poder de Abner aumentó, Is-boset lo acusó de tomar su concubina (v. 7). Esto equivalía a
acusarlo de traición, como ya hemos visto en un incidente anterior. Debido a esta acusación fuera
verdadera o falsa, Is-boset tuvo que pagar caro, porque Abner decidió pasarse a David.

David, que por días ganaba superioridad sobre la casa de Saúl, exigió lo que podría considerarse como
algo ínfimo: que regresara con el su esposa, la hija de Saúl que se había casado de nuevo con otro
hombre (l S 25.44). La escena de despedida entre Mical y su segundo esposo, es triste, pero debemos
recordar que el contrato matrimonial había sido violado cuando ella se casó con este segundo hombre.
David estaba totalmente en su derecho al hacerla regresar, pero al parecer, ambos nunca volvieron a
vivir juntos con felicidad (6.16).

El acuerdo entre Abner y David y la subsiguiente paz que planeaban quedaron frustrados por el
asesinato de Abner por Joab. Quizá fuera parcialmente una venganza, puesto que Abner había matado a
su hermano en la batalla, tragedia en verdad, pero que ciertamente no fue culpa de Abner (2.19-23).
Pero seguramente Joab temió también que Abner, que era mucho más del agrado de David, fuera
puesto sobre él. De nuevo demostró David sus sentimientos al alabar a Abner y condenar a Joab (3.31-
34). David nunca perdonó a Joab, pero tampoco lo castigó. El porqué no aparece claramente. La
negligencia de David en cuanto a disciplina era una de sus grandes fallas, como lo mostrará su vida
posterior.

En este momento, el pueblo de Israel viene a David y se le somete (5.1ss). A partir de entonces, durante
varios años, David fue de triunfo en triunfo (cap. 5-10). Durante este tiempo, trajo el Arca de la casa de
Abinadab, donde había estado por muchos años, desde la época de Samuel (1 S 7.1). El juicio sobre
Uza que disgustó a David había sido dispuesto, como todos los juicios de Dios, para gloria suya y para
humillar ante él a los hombres. Hasta el mismo David con todo su séquito ha de respetar la Ley de Dios
y estarle sujeto. Ningún hombre estaba sobre la Ley, ni tan siquiera David, ni Moisés, el dador mismo
de la Ley, como pudimos ver anteriormente (Ex 4.24-26).
David planeaba traer el Arca a Jerusalén, la ciudad que había tomado (vv. 6-9), y construir un lugar
permanente para adorar a Dios (cap. 7).
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El Señor se complacía en su deseo de construirle una casa, pero como respuesta a ello le da una
promesa que lo deja anonadado. Habla de la simiente de David que ha de venir (v. 12) y el reino que ha
de ser establecido (v. 13) y la casa de Dios que él construiría (v. 13). En cierta forma, el Señor estaba
hablando de Salomón, a través del cual continuaría el reino que había comenzado con David. Pero en
última instancia, el Señor hablaba del mayor entre los hijos de David, y el reino mucho más grandioso
que él establecería, y la casa mucho mayor de su propio cuerpo que Jesucristo ofrecería algún día por el
pueblo de Dios y por su salvación. Al final, el reino de David sería afianzado para siempre, no en
Salomón sino en Jesucristo (v. 16).
David quedó anonadado de asombro ante la gracia de Dios y la decisión de que todo fuera hecho para
que Dios fuera glorificado (vv. 20ss). Sin embargo, a este mismo David se le recordaría su propia
fragilidad y su continua necesidad de depender de Dios, para no volverse demasiado orgulloso y lleno
de confianza en sí mismo.

En el capítulo 11 comienza uno de los episodios más tristes de las Escrituras. El escritor indica que el
mismo David abrió la puerta a los problemas, al no hacer lo que los reyes deben hacer: ir a la guerra
para dirigir sus tropas. En lugar de ello, envió a Joab, que él sabía que era un hombre poco valioso. En
sus horas de pereza vio a una mujer bañándose. Era hermosa. No había pecado en su tentación, pero
cuando supo que era casada, debió haberla apartado de su mente. Al contrario, dejó que su codicia
controlara la situación y la mandó a buscar para unirse sexualmente con ella. Después de haber
satisfecho su lujuria, la envió a su casa (11.4).
Pero ella quedó encinta, y esto significaba que habría problemas. Para encubrir su pecado, trató de que
su esposo val viera a la casa y se acostara con ella, para engañarlo haciéndole pensar que su embarazo
se debía a él. Pero el esposo demostró estar más deseoso de cumplir con su deber que David con el
suyo. Le molestaba en la conciencia disfrutar de su esposa mientras sus compañeros estaban luchando
en los campos.
David lo intentó de nuevo, tratando de embriagar a Urías, pero sin resultados. Al final, tuvo que hacer
que fuera muerto a manos del enemigo con el fin de cubrir su propio pecado. Joab, que era un pícaro,
ha de haber saboreado el encargo de hacer que Urías fuera muerto, y quizá supiera el pecado de David.
Antes que cargar con la culpa por haber cometido dos pecados terribles, David prefería hasta sacrificar
las vidas de varios soldados a fin de llevar a cabo sus malvados deseos (v. 17).
David tomó a la viuda de Urías como esposa, y aunque es posible que pensara que con esto había
terminado todo, el Señor no lo había olvidado (v. 27).
La manera en que Natán se dirige a David es un ejemplo clásico del profeta como siervo de Dios,
dispuesto a reprender aun a los reyes cuando fuere necesario. Así como Samuel se había enfrentado en
varias ocasiones a Saúl, ahora Natán, el profeta del Señor, se enfrenta a David y le hace ver su pecado.
En esta circunstancia se prueba la verdadera integridad de David, no en el hecho de que había pecado
sino en que ahora, al ser puesto frente a su pecado, demostraría qué clase de persona era en realidad
como Saúl había revelado tener un corazón descreído al negar su pecado, o como Caín se dio a conocer
manifestando ira contra Dios y asesinando a su hermano Abel.

Aquí se revela la grandeza de David, pues manifiesta que era en verdad un hombre según el corazón de
Dios. Su sencilla confesión fue: «Pequé contra Jehová» (12.13). Y con la misma sencillez se le aseguró:
«También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás» (v. 13). Esta sencilla confesión de su pecado era
sincera sin duda, puesto que el Señor que escudriña los corazones pudo darle seguridad tan rápidamente
a través de Natán, de que su pecado habla sido perdonado. David habló estas palabras desde lo más
profundo de su corazón, y demostró tener un corazón humillado y contrito ante Dios. Esto será siempre
lo que el Señor desea de sus siervos.
Vemos una revelación más completa del corazón de David en el salmo 51, que parece haber sido una
confesión más completa y una oración de David con motivo de su pecado con respecto a Betsabé y a
Urías el heteo. Aunque veremos este salmo y otros en una sección posterior, es importante señalar aquí
unas cuantas cosas con respecto a él.
Primeramente, David se acerca al Señor con la seguridad de que él es en verdad el que ha revelado ser
en su Palabra escrita. Habla de la misericordia de Dios y de su bondad llena de amor, recordando sin
duda aquella revelación de Dios que había sido dada en el Sinaí (SaI 51.1; cf. Ex 34.6, 7). Él también
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sabe que Dios no pasará por alto el pecado, a través de esa misma revelación en Éxodo 34 por ello le
pide también a Dios que le sea lavado (Sal 51.2).
David sabía también que su pecado era en primer lugar contra Dios (51.4). Era verdad que había
pecado contra Urías y Betsabé y en realidad, contra todo el ejército de Israel pero en primer lugar habla
pecado contra el Señor. Todo pecado es en primer lugar es contra el Señor, y por tanto no se puede
tratar con él sin antes haberlo confesado al Señor.
David conocía el privilegio de los hijos de Dios de confesarle a él sus pecados. También sabía que no
podía cubrir su pecado o desconocerlo sino solamente traerlo a la luz (Sal 32.3-5).

Sentía la pérdida del gozo de su salvación, no la pérdida de la, salvación en sí misma. Aún seguía
siendo hijo de Dios (51.12) y aun añoraba poder hacer de nuevo lo que los hijos de Dios deben hacer,
es decir, traer a otros al servicio de Dios (v. 13).

En los versículos 16 y 17 David llega al centro de su confesión.


No es voluntad de Dios que él simplemente le ofrezca sacrificios para apaciguarlo, como había pensado
Saúl. Él comprende que el verdadero propósito de los sacrificios es llevar al pecador a tener un corazón
contrito y quebrantado. Este es el estado real de David y es por eso por lo que Dios se complacía en él.
Todos los hijos de Dios deben entender esto. Dios quiere que nosotros nos sintamos con respecto al
pecado como él se siente. Dios no nos ha quitado la posibilidad de pecar en este mundo; lo que él
quiere es que cuando pequemos tengamos el corazón quebrantado. Nos quiere contritos ante él. Dios,
como había visto la madre de Samuel, exalta al humilde y abate al soberbio (l S 2.5-10).

A partir de este momento, las tragedias se van sucediendo en la vida de David, muchas de las cuales se
originan en su propio hogar. En esto hay otra indicación importante. El perdón del pecado no equivale a
que seamos liberados de las consecuencias del pecado en esta vida. Cuando a David se le aseguró que
con respecto a su posición ante el Señor había sido perdonado, al mismo tiempo se le advirtió que las
tristes consecuencias de aquel pecado afectarían al resto de su vida (12.10-12).
Muchos creyentes no comprenden esto, pero es importante que lo hagamos. Yo puedo mentirle a
alguien y arrepentirme después, por lo que soy perdonado, pero las consecuencias de esa mentira no se
borran. Por causa de haber yo mentido, quizá se le ha hecho mal a alguien, quizá se le ha negado a
alguien lo que le pertenecía, quizá haya sido herida la reputación de alguien. Y eso no puede
deshacerse. Puede que me ponga a conducir descuidadamente y pase el límite de velocidad y mate a un
niño. Dios me perdonará si soy creyente y le confieso mi pecado, pero el niño ya está muerto, y los
corazones de sus padres destrozados. Quizá tenga que ir a la cárcel y mi propia familia tenga que sufrir
por mi descuido. No se puede escapar de estas consecuencias. El perdón y la liberación de las
consecuencias que trae el pecado en este mundo no son la misma cosa.

La diferencia entre Saúl y David está no en que el uno pecara y el otro no, ni en que el uno tuviera una
vida trágica después de su pecado y el otro no. Ambas vidas estuvieron llenas de tragedias después de
sus pecados. La diferencia está en que el uno no tenía el corazón quebrantado ni obtuvo perdón, y por
tanto carecía de la amistad de Dios para sostenerse, mientras que el otro tuvo todas estas cosas, y en
realidad creció espiritualmente en medio de sus tragedias.

Las tragedias de la vida de David se reflejan en sus propios hijos. Primero murió el hijo nacido de su
unión ilegítima. No fue el niño, sino David, quien fue castigado (12.23). ¿Por qué eran necesarias esta y
las tragedias que la seguirían? Porque David había despreciado la Palabra del Señor en su pecado, y por
tanto había despreciado al mismo Señor (vv. 9,10). Esto traía gran deshonra sobre el Señor en quien
confiaba David. Si no hubiera habido malas consecuencias, el mundo se habría sentido justificado en su
pecado. Hemos visto en forma similar cómo el acto de impaciencia con respecto a Dios que tuvo
Moisés le acarreó horrendas consecuencias. No se le permitió guiar al pueblo en su entrada a la tierra
prometida, a pesar de lo bien que lo había hecho hasta el momento. El Señor no está dispuesto a
excusar a nadie, ni a sus siervos más fieles, y no les permitirá que desprecien su Palabra, ni por un
minuto.

El capítulo 13 narra la violación de la hija de David por su hijo Amnón. Aquí queda reflejada la fealdad
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del acto de David cuando toma a la esposa de Urías para satisfacer su propio apetito lujurioso. El
capítulo también habla de la venganza de Absalón, hijo de David, quien asesina a Amnón por haber
violado a su hermana. Aquí está reflejado el asesinato de Urías urdido por David. La pérdida de
Absalón cuando este huye de David le recuerda también la pérdida del hijo que le había nacido de
Betsabé.
Los actos de traición de Absalón contra su padre David a que hacen referencia los capítulos del 15 al 18
reflejan también el acto traicionero realizado por David contra una de las familias de Israel la de Urías.
La conspiración de Absalón nos trae también algunas de las escenas más hermosas de la vida de David,
a pesar de toda su tragedia.
Vemos en la huida de David las grandes manifestaciones de amorque le hacen sus verdaderos amigos
(15.21). También podemos ver a David consciente de que todas estas cosas están en las manos de Dios
y que su parte era buscar la ayuda de Dios y soportar todo el castigo que fuera necesario. Sabe honrar a
Dios durante su prueba (15.26; 16.10-12). Confía en el Señor y su confianza no es en vano. Todo
estaba realmente en las manos de Dios, que inclinó los propósitos de los hombres para que sirvieran a
sus propios fines y a su propia voluntad (17.14).
Vemos también el amor que David tenía aún por su hijo rebelde. No en balde tenía un corazón según el
corazón de Dios (18.5). Joab, el pariente impetuoso, orgulloso, y vano de David, no pudo comprender
un corazón así y mató cruelmente a Absalón, sin consideración alguna hacia los sentimientos de su
padre incluso su consejo, aunque quizá fuera sabio en esta ocasión, tenía un propósito cruel y malvado.
Su intención no era consolar a David sino herirlo (19.1-6).
Los problemas de David no terminaron aquí. El capítulo 20 habla de otra rebelión en Israel, acaudillada
por Seba, de la tribu de Saúl. Esta rebelión no tenía ningún propósito en particular, y fue sofocada
rápidamente, aunque sirvió para poner en evidencia nuevamente la maldad de Joab, quien asesina al
nuevo escogido de David para capitán de su ejército, a Amasa (vv. 4-10). Tal como antes había hecho
con Abner, que era una amenaza para su posición ahora asesina a Amasa. El fallo de David de no haber
disciplinado a este hombre desde mucho antes lo sigue persiguiendo.
El resto de la vida de David se narra rápidamente en la Palabra de Dios. Los capítulos 22 y 23 recogen
algunos de los salmos de David en alabanza a Dios. En el capítulo 22 narra él cómo Dios lo ha librado
de todos aquellos que buscaban su vida. Alaba a Dios como su libertador (v. 1 ss.) y a la Palabra de
Dios como probada y segura (31). Al final se ve reflejado en la simiente prometida, y mira sin duda al
Mesías que habría de venir de su descendencia (v. 51, cf. 1.1).

En el capítulo 23 David declara con toda claridad que lo que él ha escrito proviene del Espíritu Santo
de Dios (vv. 1,2). Reflexiona sobre la promesa hecha por Dios a él y a su descendencia, el pacto eterno,
como le llama aquí (cf. 7.9ss). Tan claramente como lo expresa el salmista en el Salmo 1, David ve
aquí claramente que solo hay dos clases de personas en el mundo, los rectos y los malvados, los de
Dios y los que están contra Dios, los salvados y los perdidos, los pecadores perdonados y los pecadores
sin arrepentimiento (vv. 5-7).
En los últimos capítulos de 2 Samuel se nos habla de un nuevo pecado de David que trajo la tristeza
tanto para él como para Israel. El pecado de David, como todo pecado, comenzó en su orgullo. Se
deleitó contando la población que estaba bajo su dominio. Al hacerlo, estaba demostrando tener orgullo
y vanidad (24.3.9). Tan pronto como lo había hecho, fue condenado (24.10) y tuvo que ver de nuevo las
consecuencias de su pecado. De nuevo vemos a David buscar las misericordias de Dios como solución
(24.14). Para ser totalmente justos con David, da la impresión de que no se hallaba solo del todo en este
pecado. El pueblo entero había provocado al Señor, como se nos dice en 24.1, y por tanto, el pueblo
entero tendría que soportar el castigo. Una vez más se manifiesta el gran corazón de David, semejante
al propio corazón de Dios. De nuevo se le ve más preocupado por el pueblo que por sí mismo (v. 17).
El lugar que David compró para colocar el altar es llamado Moriah en 2 Crónicas 3.1, y es de suponer
que fuera el mismo lugar en el que Abraham había preparado en una ocasión, mucho tiempo antes, el
altar en que iba a ofrecer a su propio hijo Isaac (ver Gn 22).

Así llegamos al final del mandato activo de David. Hay otras vidas entretejidas con la vida de David.
Los dos libros de Samuel nos dan muchos estudios interesantes de personajes y de sus contrastes.
Encontramos primeramente las personalidades contrastantes de Elí y Samuel. EH era un fracaso a los
ojos de Dios porque estaba dispuesto a vivir en pecado junto a sus hijos y contemporizar con su
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maldad, aunque conocía la verdad. Era débil con su propia casa.
Samuel era un modelo ante los ojos de Dios, por su integridad y su entrega total al Señor. Siempre supo
verse a sí mismo como siervo de Dios y no como halagador de hombres.
También está el contraste entre Saúl y David. Saúl prometía mucho al principio, pero su corazón se
hallaba lejos de Dios. No era un hombre espiritual, sino que vivía de conveniencias. La vanagloria llenó
su vida y acabó siendo su ruina. David también se presentó al principio como una gran esperanza para
Israel. Complació a Dios porque tenía un corazón recto ante sus ojos. Ciertamente pecó, como lo había
hecho Saúl, y sus pecados no fueron ligeros, pero supo cómo enfrentarse al pecado, algo que Saúl no
aprendió nunca y es aquí donde radica la grandeza de David.
Aun en medio del sufrimiento por las terribles consecuencias de sus pecados, siguió creciendo
espiritualmente a pesar de su dolor.
Finalmente, encontramos también contraste entre Jonatán y Joab. Joab fue un fracaso porque en su
papel subordinado buscó complacerse a sí mismo y no al Señor. Mientras servía a David estaba siempre
preocupándose más de sí mismo que de David, y al final demostró que no le era fiel en lo absoluto.
Jonatán también tuvo un papel subordinado. Aunque era príncipe de Israel, se humilló porque quería
agradar a Señor. Al final fue exaltado grandemente, y hoy en día brilla como una de las personalidades
más nobles de todo el Antiguo Testamento.

5. El reinado de Salomón (I R 1-11)

Los capítulos iniciales de 1 Reyes nos dan la transición del reinado de David al de Salomón, el
escogido por David para que fuera su sucesor.
Ni aun en sus últimos días sobre la tierra le sería posible a David conocer la paz. Cuando se hallaba ya
cercano a la muerte: Adonías uno de sus hijos, quiso asegurarse el trono (1.5). Aquí encontramos un
comentario sumamente interesante sobre la poca disciplina que había tenido David con sus propios
hijos. El nunca lo había llamado a cuentas por las cosas que hacía mal (v. 6), por lo que en cierto
sentido, este acto de rebelión de parte de Adonías reflejaba una vez más el punto débil de su padre.
Esta vez, dos que siempre habían estado antes de parte de David aparecen ahora en contra: Joab y el
sacerdote Abiatar.
Los que estaban con David estaban preocupados por el giro de las cosas y le avisaron del peligro a
Betsabé, la madre de Salomón, el escogido por David para ser su sucesor. El Simei que se menciona
aquí de parte de David puede muy bien haber sido el mismo que en una ocasión lo había maldecido (cf.
2 S 16.5ss y 19.18-21).
Cuando David recibió la noticia de lo que estaba sucediendo reunió apresuradamente a todos aquellos
en quienes podía confiar; e hizo que Salomón fuera ungido rey en un lugar lo suficientemente cercano a
los seguidores de Adonías, como para que estos pudieran oír la celebración de la coronación del nuevo
rey y supieran que su causa era desesperada (vv. 41-43)
Adonías fue abandonado rápidamente y suplicó misericordia a Salomón. Este se comportó con una
sorprendente clemencia para con su medio hermano (vv. 52,53).
Las instrucciones dadas por David a Salomón antes de morir nos hacen recordar las últimas palabras de
Jacob y de otros patriarcas de la antigüedad (2.1-4). En estas instrucciones menciona específicamente la
Ley de Moisés como el fundamento de una vida fiel para el rey y para todo su pueblo. Tienen bastante
parecido con las palabras habladas por Dios a Josué después de la muerte de Moisés (Jos 1).
David continúa dándole instrucciones con respecto a muchos que habían pecado durante su reinado y
no habían sido disciplinados. Menciona en primer lugar a Joab (2.5) y todo el mal que ha hecho.
También menciona a Simei, que lo había maldecido (v. 8), y reclama la muerte de ambos hombres (vv.
6,9).
De cierta manera, es triste ver una amargura así en el corazón de David al final de su vida. Pero David
era justo y sabía que Dios no pasaría por alto el pecado, y que seguramente castigaría al que no
disciplinara cuando Dios llama a disciplina. En pocas palabras, David no quería que Salomón sufriera
porque él no había sabido castigar a aquellos dos hombres por sus pecados contra el ungido del Señor.
También estaba preocupado porque se recompensara a los que habían honrado al ungido del Señor.
Los comienzos del reinado de Salomón están escritos en 1 Reyes capitulo 2, versículo 12. Los primeros
actos del nuevo rey fueron para llevar a cabo los deseos de su padre al morir. El primer problema
surgió en el reino cuando Adonías puso en evidencia que no había aprendido nada de su reciente
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derrota. En su corazón estaba aún resentido por el hecho de que Salomón fuera el rey y no él, y no
parecía haberse dado cuenta que su hermano había sido muy indulgente con él (v. 15).
Al pedir a Abisag, la última mujer que se había acostado con David (v. 17), estaba haciendo más que
pedir una esposa. Estaba cometiendo una traición. Como ya hemos notado antes, acostarse con una
concubina de su padre equivalía a reclamar su herencia para sí. Esta es la forma en que lo interpretó
Salomón y por eso ordenó que Adonías fuera eliminado (2.22-25).
Aunque Abiatar había favorecido a Adonías, Salomón fue también muy indulgente con él. Se hace aquí
relación entre su deposición del oficio de sacerdote y la maldición lanzada sobre la casa de Elí por el
Señor mucho antes (v.27; cf. 1 S 2.27-36).
Ahora vio Joab que su hora había llegado y lo contemplamos corriendo como un cobarde (v. 28). Pero
Salomón estaba decidido y el juicio por tanto tiempo pospuesto sobre Joab cayó por fin sobre este
hombre despiadado que, aunque ostensiblemente se mantenía del lado correcto, no era digno de David
ni de sus verdaderos amigos. Todo el que no es de corazón un verdadero hijo de Dios y sin embargo se
las arregla para aparecer como tal le hace un inmenso daño al buen nombre del Señor y de su pueblo.
Dios siempre ha odiado a los hipócritas (Jos 7.25; Hch5.1-11).
Ahora quedaba solamente Simei. El delicado trato que recibía de Salomón se debía probablemente al
hecho de que se había puesto de su lado durante su controversia con Adonías (vv. 36-38). Sin embargo,
el hecho de que había maldecido a David, el ungido del Señor, seguía disgustando al Señor. Simei al
cabo olvidó la advertencia de no salir de Jerusalén y forzó a Salomón a castigarlo, Salomón lo pone
como el juicio del Señor, y hace matar a Simei. Las palabras dichas a Abraham tanto tiempo atrás
seguían siendo verdaderas: aquellos que maldijeran la verdadera simiente de Abraham, serían malditos
(Gn 12.3).
El capítulo 3 comienza la extraña descripción del carácter tan complejo que tenía Salomón. Los
contrastes que presenta signen siendo uno de los grandes misterios de las Escrituras. Por una parte,
aparecía como uno de los más devotos y piadosos de los hombres. Por otra, demostró ser al final uno de
los más reprobables de entre el pueblo de Israel.
Creo que la mejor manera de ver la complejidad de Salomón es seguir cada uno de sus tres rasgos
salientes desde el capítulo 3 hasta el 11. Empezaremos con sus méritos, seguiremos con su debilidad
(sus excesos), y finalmente consideraremos sus pecados.

1) Sus méritos. El principal de los méritos de Salomón es su amor de Dios (3.3). Veremos enfriarse este
amor antes del final, pero aquí las Escrituras enseñan llanamente que, al menos por un tiempo, amó de
verás al Señor.
Otro rasgo encomiable de Salomón lo vemos en su humildad (v. 7) y en su agudo sentido de la
responsabilidad (v. 9).
El capítulo 3 continúa hablando de su gran sabiduría, maravillosa y digna de elogio (v. 28). Tuvo
también otros grandes talentos y dones que lo hacen sobresalir por encima de todos los que pasaron
antes y después de él en Jerusalén (4.32). Acumuló una gran cantidad de conocimientos durante su vida
y maravillaba a todos los que lo conocían (vv.33, 34).
En su oración en el momento de la dedicación del Templo tenemos una de las más hermosas oraciones
que hayan sido recogidas en el mundo (8.22ss). Ciertamente, era un hombre de profundos sentimientos
religiosos. Es una oración que muestra un gran amor por Dios y por los demás hombres. Se anticipa a
las pruebas que habrían de sobrevenir a Israel más tarde y le pide a Dios que le dé segundad de que él
velará por el pueblo a través de sus dificultades. Incluso se anticipa al tiempo en que serán llevados
cautivos (v. 46ss).
La reina de Saba, entre otros, no pudo hacer otra cosa que alabar a Salomón (10.1ss). De seguro que
este hombre triunfaría. Y sin embargo, en medio de estos rasgos dignos de elogio, surge un importante
fallo en su carácter.

2) Su debilidad (excesos). Usamos el término «excesivo» para describir lo que parece haber sido una
debilidad continua de este hombre que era Salomón.
Vemos esta naturaleza excesiva y exagerada en el hasta en su adoración. Cuando rendía culto a Dios no
podía sentirse satisfecho con un simple ofrecimiento de sacrificios, sino que ofrecía un millar sobre el
altar (v. 4). Quizás no llegó a comprender todo el significado del sistema sacrificial como lo había
hecho su padre David (Sal ,40.6; 51.16, 17).
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Los excesos de Salomón también se evidencian en su manera de vivir. Estos excesos se describen en
4.22-26. Al parecer, no era capaz de hacer nada en forma sencilla, sino que le gustaba vivir rodeado
siempre de grandeza y vanidad.
Vemos así que cuando construye la casa del Señor incurre en exageraciones mucho más allá de lo que
el Señor deseaba. Lo sobrecargó todo de oro, incluso el piso (6.21, 22, 30). Parece haber pensado que la
gloria del Templo estaba en proporción a la cantidad de oro que hubiera en él. Vale la pena mencionar
que más tarde el Señor hablaría desdorosamente del templo que Salomón había construido y
consideraría mucho mayor la gloria del templo construido después de la cautividad, que era mucho
menos pretencioso (Hag 2.7, 8).
La obsesión de Salomón con el oro continúa revelando su vanidad cuando hace hasta escudos de oro
(10.17), objetos sumamente inútiles, y llega hasta cubrir la hermosura del marfil con oro (v. 18).
Creo muy posible que en estos marcados excesos está la clave de la depauperación espiritual de
Salomón. No hay duda de que se fue depravando espiritualmente, a pesar de todos los méritos ya
mencionados.

3) Sus pecados. Los pecados de Salomón están a la vista, y lo triste es que no hay la más mínima
evidencia de que se arrepintiera de ellos. Primero, se casó con una extranjera que no era creyente, y
hasta utilizó su matrimonio para hacer una alianza con un poder pagano (3.1).
Otro pecado de Salomón, conectado con su naturaleza ambiciosa, fue que decretó una leva en Israel,
convirtiendo así a los israelitas en esclavos (5.13). Esto más tarde precipitó la rebelión que causó la
división del reino en la época de su hijo.
Su orgullo y amor de sí mismo no se pueden pasar por alto cuando leernos que dedicó más tiempo a su
propio palacio y lo construyó mayor que la Casa del Señor (ver 6.2, 38; 7.1, 2). Tardó siete años
construyendo el Templo y trece construyendo su palacio. El Templo del Señor tenía un tamaño
equivalente más o menos a la mitad del de su palacio.
Debemos decir que el corazón de Salomón no era recto ante Dios como lo había sido el de David. Sus
pecados y excesos nos llevan al capítulo 11, en el que lo vemos descrito como un reprobado. Su exceso
de esposas y concubinas, muchas de ellas extranjeras, lo llevó a la idolatría, como le había advertido el
Señor (11.1-4). Al final, su epitafio es igual al de los reyes malvados que vienen después de él: “E hizo
Salomón lo malo ante los ojos de Jehová» (11.6).
El pasaje de Deuteronomio 17.14-17 casi parece un catálogo de los fallos de Salomón. Es interesante
que Dios haya mencionado tanto tiempo antes a través de Moisés exactamente las mismas cosas que
significarían la ruina del reino de Israel, y también lo cierta que la profecía de Samuel demostró ser al
final (1 S 8.10-17).

Es importante notar que el Nuevo Testamento no aparece impresionado de manera especial con la
gloria de Salomón. Se lo menciona raramente en él, y no en una forma muy halagüeña (Mt 6.29).
Salomón en toda su gloria no se podía comparar a una simple flor del campo. Esto parece que la
mayoría de su gloria no le venía de Dios, sino que era la vanagloria de los hombres,

Buscamos con interés qué lección nos deja la vida de Salomón, y una cosa notamos. Salomón vivió una
vida sin pruebas para su fe. Su vida fue demasiado fácil, demasiado libre de durezas y pruebas, y
presenta un fuerte contraste con la de su padre y otros hombres de Dios como Abraham, Jacob, José,
Moisés, y Samuel. Estos hombres crecían en la fe a medida que se iban enfrentando con una prueba tras
otra. Salomón no conoció nada de esto. Por tanto aprendemos de aquí la lección de que en esta vida es
importante que nuestra fe sea probada. Así lo enseña también el Nuevo Testamento (Jn 16.33; 1 P 1.6-
9; Heb 12.4-11).

El resto de la vida de Salomón habla de cómo Dios estaba disgustado con él y del subsiguiente castigo
que cayó sobre él y su reino (vv. 9-13). El principal castigo fue la división del reino. Pero Dios también
le suscitó enemigos que lo hostigaran por el resto de sus días (vv. 14ss). Algunos de estos enemigos les
causarían después muchos problemas a sus sucesores (11.26).
El ofrecimiento que Dios hizo a Jeroboam a través del profeta Ahías de darle diez tribus (vv. 37-39),
era ciertamente una oferta legítima que Dios habría de cumplir. Sin embargo, lamentablemente
Jeroboam no tomó en serio las condiciones y la responsabilidad de asumir el mando sobre tan gran
69
parte del pueblo de Dios y dio por ello comienzo a la rápida decadencia del reino del norte.

Salomón pasó sus últimos años luchando contra enemigos y temiendo a sus competidores, y así terminó
su vida, no gloriosamente sino sin gloria alguna (vv. 40ss). No somos nosotros quienes hemos de hacer
juicios sobre el destino eterno del alma de Salomón. No puedo olvidar las palabras dichas en los
primeros tiempos de su vida sobre su amor al Señor. Es difícil ver cómo esto podía ser verdad todavía
en los últimos días de su vida, pero de nuevo repito que no somos nosotros quienes debemos juzgar
sobre el destino eterno de Salomón. Este asunto está exclusivamente en manos de Dios.

VII-. LA ÉPOCA DE LOS PROFETAS (I Reyes 12 - II Reyes 25)

Al comenzar el estudio de la época de los grandes profetas del Antiguo Testamento sería de ayuda dar
una breve cronología. Las lechas son aproximadas, y otros autores diferirán en sus propias cronologías
de este período. No son las fechas lo más importante sino los sucesos y las vidas de esos tiempos. Sin
embargo, esta cronología ayudará a enlazar los sucesos y las personas, tanto en los reinos de Israel y
Judá como también en tierras extranjeras.
La siguiente cronología nos llevará hasta la caída de Jerusalén y la cautividad de Babilonia (ver cuadro
pp. 128 y 129).
Cuando comenzamos a estudiar el período de la historia que ha sido designado como Época de los
Profetas es bueno explicar por qué le damos este nombre. Estamos hablando del período en el cual los
profetas escritores toman parte prominente en los hechos. Por supuesto, en cierto sentido la época de
los profetas comenzó por lo menos muy atrás en la época de Abraham, quien es el primer hombre que
es llamado profeta (Gn 20.7). Pero la época de los grandes profetas escritores comienza alrededor de
los tiempos de Elías y Eliseo, los cuales, aunque es posible que no hayan escrito nada que se conserve
(a pesar de que no podemos estar seguros de esto), fueron sin embargo precursores de los profetas
escritores que comenzaron a profetizar en el siglo noveno, más o menos por la época de la muerte de
Eliseo. Diremos más al respecto luego.

El reinado de Roboam, hijo de Salomón y último rey del Israel unido, se relata en 1 Reyes capítulos 12
al 14. Cuando vemos su necedad nos damos cuenta inmediatamente de que no era un rey sabio como lo
habían sido su padre y su abuelo en sus mejores años. Rechaza los consejos prudentes, lo que siempre
es una señal de debilidad en un mandatario. Parte de sus fallos estaba en su deseo de gobernar con
mano de hierro, quizá tratando de imitar a su padre (vv. 10,11).
La rebelión dirigida por Jeroboam era cosa del Señor (v. 15), como ya lo ha mostrado el capítulo 11.
Los únicos remanentes que le quedan al reino de David son Judá y Benjamín (v. 21). Dios no le habría
de permitir a Roboam ni siquiera ir a la guerra para tratar de reconquistarlos (v. 24).
Sin embargo, Jeroboam demostró muy pronto que no era mejor que aquellos de quienes se había
separado. Aunque su rebelión contra Roboam fue del Señor, su otra rebelión posterior, esta vez contra
el Señor, habría de acarrear continuos sufrimientos al reino norteño de Israel. No confió en el Señor e
intentó mantener junto a sí a las tribus del norte a base de su propia astucia (vv. 26,27). Ignorando la
promesa hecha por Dios de bendecirlo si le obedecía, desobedeció voluntariamente haciendo otros
centros de adoración distintos a los que estaba en el lugar que Dios había escogido para que estuviera
su Nombre (cf. Dt 12). Le dio al pueblo otros lugares de adoración que Dios no había escogido. Bet-el
y Dan se convirtieron en causas de pecado entre los israelitas, como les recordarían los profetas
posteriores (v. 30).
Jeroboam no solo estableció lugares ilegítimos para el culto sino también sacerdotes ilegítimos (v. 31)
y fiestas ilegítimas (v. 32). De esta forma, la división de la iglesia del Antiguo Testamento resultó
trágica para todos los envueltos en ella, pero quizá nos haya dejado algunas lecciones que aprender
sobre la división de las iglesias cuando el pueblo de Dios no puede seguir caminando unido.

Por tanto, podemos hacer las siguientes observaciones sobre esta división de la iglesia.

Primero, fue el Señor quien trajo la división. Lo hizo como juicio contra una iglesia infiel, y en
particular, contra jefes infieles. Lo que buscaba Dios era sencillamente tener fundamentos mejores para
70
su iglesia. Si comparamos 11.11, 31 con 12.15, veremos claramente que esa fue la intención de Dios.
Por tanto, podemos sacar en conclusión que cuando Dios no se complace con su iglesia debido a que
esta no es capaz de glorificarlo, puede hacer surgir una división en ella.

Segundo, la causa de la división de la iglesia fue el pecado.


Esto no contradice la primera observación. Dios usa con frecuencia los pecados de los hombres
malvados para llevar adelante sus propósitos, como ya hemos visto en el caso de José y sus hermanos,
o en el de los que crucificaron a Cristo. 1 Reyes 11.9-11 deja esto en claro, como lo hacen también
otras partes de las Escrituras (11. 33; 12.8-14).
Tercero, se nos enseña que Dios se preocupó de ambas partes.
No se podía decir que estuviera de un lado o del otro. Estaba a favor de Judá (11.13, 36, 39) si quería
obedecerle, y estaba a favor de Israel si le obedecía también (11.37, 38; cf. 2 R 17.13). La larga lista de
profetas que Dios envió al norte es testimonio de su preocupación por este reino: Elías, Eliseo, Oseas,
Amós, entre otros.

Cuarto, hay que decir que había maldad de ambas partes. Tanto Jeroboam como Roboam
pecaron (12.25, 26; 13.33; 14.22; 15.3). Había pecado en ambos: rebeldía y apartamiento de Dios
(14.30; 15.6).

A través de todo esto vemos que, por encima de todo, Dios se preocupaba por la integridad y la
fidelidad a su Palabra. Esto es lo que buscaba en ambas partes (9.4; 14.8; 15.4, 5).
Al final, la parte que parecía estar más en lo justo al principio se convirtió en el fracaso mayor. Israel
no produjo buenos caudillos, aunque tuvo muchos profetas y creyentes fieles. Judá, que parecía estar
menos justificado al comenzar la división, al final demostró ser más fiel y durante más tiempo, y dio
varios reyes buenos, entre los cuales se encuentran Asa, Josafat, Uzías, Ezequías, y Josías.
En conclusión hemos de decir que el derecho no puede determinarse por conteo sino sobre la base de sí
la iglesia permanece fiel a la Palabra de Dios. Por tanto, en realidad nada quedó establecido por la
división; solo mucho después, cuando una de las partes demostró ser más fiel que la otra.
Los dos capítulos siguientes, 13 y 14, muestran que Dios no pasaría por alto los pecados de Jeroboam.
La notable profecía sobre la venida de Josías para destruir el altar construido por aquel se cumplió
exactamente en la forma predicha por el profeta anónimo (13.1, 2; cf. 2 R 23). El trágico fin de este
profeta, cuyo nombre desconocemos, pone énfasis una vez más en la clara lección divina de que la
Palabra de Dios ha de ser tomada en serio siempre por todos, y de manera especial por aquellos a
quienes Él llama para que sean sus voceros (recuérdese el severo juicio sobre Moisés).
Debido a la infidelidad de Jeroboam, Dios predice su derrocamiento y caída, como en otra ocasión le
había predicho a Jeroboam la caída del reino de Salomón (14.13, 14). El resto del capítulo 14 habla del
reinado de Roboam, a quien se presenta como un malvado (vv. 22ss). Por este tiempo la gloria de
Salomón comienza a desvanecerse con la llevada a Egipto de sus escudos de oro y sus tesoros por el
poderoso rey Sisac (vv. 25ss).

Quizá el mejor bosquejo de esta época está en el versículo 30.


Había una guerra continua entre las dos divisiones de la iglesia del Antiguo Testamento en los días de
estos dos reyes que habían desobedecido al Señor.
Con el capítulo 15 comenzarnos a seguir la trayectoria de los dos reinos, primero de uno, luego del
otro, hasta que Israel, el reino del norte, cae en el 722 antes de Cristo. En los capítulos que van del 15 al
final de 1 Reyes, se nos narran los reinados de Abías, Asa, y Josafat de Judá, y de Nadab, Baasa, Ela,
Zimri, Omri, y Acab de Israel. Este período cubre aproximadamente el centenar de años que van desde
e1950 hasta el 850 antes de Cristo.

1. El período de estabilización (950 a 850 A.C. aprox.)

Tanto en el norte como en el sur fue este un período de estabilización. Primeramente notamos que en
Judá, Abiam, el tercer rey desobediente sucesivo de Judá, reinó durante un corto período, tres años
(15.2). Dios interviene entonces para salvar a Judá de caer en la misma senda de deterioración que
estaba siguiendo Israel. Este es el significado de las palabras «Por amor a David, Jehová su Dios le dio
71
lámpara en Jerusalén» (v. 4). Recordemos que en 1 Samuel 3.3 vimos una frase similar (ver también 2
S 21.17; 1 R 11.36). En todas estas citas el significado es similar. La luz de Dios era la vida espiritual
del hombre, y Dios nunca la dejó apagar. Antes de que su pueblo se hundiera sin esperanza en el
pecado, Dios siempre intervenía. Lo vemos suceder así a través de todas las Escrituras, y a través de
toda la historia de la iglesia cristiana desde la conclusión de las Escrituras.
En Asa, el hijo de Abiam, vemos un reavivamiento de la fidelidad por parte de los reyes de Judá
(15.12-13). Gran parte de su reinado la utilizó en deshacer el mal que habían hecho sus predecesores.
El escritor del libro de los Reyes solo le echa en cara una cosa: que no quitó los lugares altos, o lugares
populares de culto, que eran contradictorios con la Ley de Dios (15.14; ver Dt 12, un altar).
La frase «el corazón de Asa fue perfecto para con Jehová» es una forma de expresar su sincero deseo
de caminar por los caminos del Señor y hacer su voluntad (ver 1 R 8.61). En otras palabras, Dios lo
declara como un verdadero hijo suyo, y el juicio de Dios es el único que cuenta.

Sin embargo, como David y Salomón, Asa tuvo también su debilidad. Contratar a Ben-Hadad de Siria
para luchar contra el reino del norte era un acto similar al que realizarían más tarde otros reyes, como
Joás (2 R 12. 17ss) y Acaz, en los días de Isaías el profeta (2 R 16.7ss; cf. Is cap. 7). También indicaba
una falta de fe por parte del rey al confiar más en las alianzas humanas que en el poder protector de
Dios.
Con respecto a Israel, encontramos una rápida sucesión de reyes que nos lleva hasta el período de Omri
y Acab. Nadab, hijo de Jeroboam, no fue mejor que su padre, y así llega rápidamente el final de la
dinastía de Jeroboam, tal como Dios le había advertido a través de su profeta Ahías (15.29; cf. 14.9-
16).
Baasa, el instrumento utilizado para el derrocamiento de la dinastía de Jeroboam, demostró no ser
mejor (15.34). Por tanto, fue suscitado Jehú, otro profeta de Dios, para que predijera que la casa de
Baasa sería derrocada también (16.1- 3), lo que sucedió durante el reinado de su hijo Ela a manos de su
capitán Zimri (16.8-10). A su vez, Zimri vivió una semana antes de ser derrocado por Omri (vv. 17,18).
Israel vio pasar cuatro reyes en rápida sucesión, mientras Judá disfrutaba de la estabilidad del mandato
de Asa. Finalmente logra dominar Omri y triunfa en su intento de darle a Israel su primer reino estable
desde el momento en que había comenzado (v. 23).
Cuando hablamos de la grandeza de Omri, hablamos en sentido político y no en el religioso. Desde el
punto de vista de Dios, no hubo nunca un solo rey bueno en Israel. Todos llevan el mismo epitafio.
Anduvieron todos en los caminos de Jeroboam, quien hizo pecar a Israel. Sin embargo, en el mundo de
la política, Omri tuvo muchos logros. Primeramente, convirtió a Samaria en la capital, lo que fue una
decisión excelente (v. 24). Samaria estaba en una magnífica posición para guardar todas las rutas hacia
el norte y hacia el sur, siendo además fácil de defender, por encontrarse elevada por encima de la
llanura y con murallas naturales de gran altura que no podían ser tomadas con facilidad. Tan grande fue
su reputación entre las demás naciones que en los anales asirios Israel recibe siempre el nombre de
«tierra de Omri» a partir de este momento. Incluso Jehú, quien más tarde derrocaría la casa de Omri, es
conocido en los registros asirios como «el hijo de Omri».
Con la muerte de Omri llegamos al reinado más pervertido de la historia de Israel, el de Acab (vv.
29,30). Añadió un pecado a otro al casarse con la malvada Jezabel, una pagana fenicia que adoraba a
Baal. Siguiendo el ejemplo de Salomón, Acab construyó un lugar para ella en Samaria a fin de que
adorara a su dios, algo contrario a todo lo que Dios había advertido a través de Moisés (Dt 7.1-5).
Es ilustrativo de la gran perversión del pueblo en aquel día el acto de cierto Hiel de Bet-el, quien
despreciaba tanto la Palabra de Dios, que se atrevió a reconstruir Jericó, en rebelión abierta contra las
palabras de Josué, el siervo de Dios (v. 34; cf. Jos 6.26). De esta manera vemos cómo en los días de
Acaz había una total desatención a las cosas de Dios y a su voluntad.
Era tiempo de que Dios interviniera, como lo había hecho antes cada vez que la maldad del hombre
llegaba a cierto punto. Ahora envía al gran profeta Elías para que se enfrente a Acab y a la iniquidad de
sus dominios.
Los capítulos 17 al 19 hablan sobre la gran confrontación entre Elías y Acab y la gran lección que Dios
enseñó a través de esa experiencia. No hay ningún aviso de la aparición de Elías. Este eran hombre
aparece súbitamente ante Acab y declara que no volvería a llover más, hasta que él lo dijera (v. 1).
Podemos imaginarnos cómo deben haberse reído Acab y su corte de este hombre extraño vestido con
ropas raras (ver 2 R 1.8).Y se rieron aun más cuando habló con la autoridad de un dios. ¿Quién se creía
72
que era?
Pero sucedió que pasaba tiempo y más tiempo y no llovía. Mientras tanto, el Señor cuidaba de Elías,
como nos relata el resto del capítulo.
Durante su permanencia con la viuda de Sarepta, en Fenicia, cerca de la casa de Jezabel, Elías demostró
ser el profeta y el vocero de Dios por medio de muchas señales, como lo había hecho Moisés mucho
antes. Una vez más vemos a través de las palabras de esta viuda, cuando Elías devuelve a la vida a su
hijo, que los milagros bíblicos sucedían principalmente para darles autoridad a los que Dios habla
escogido como voceros suyos (v. 24; cf. Ex 4.1-5).
Elías abre la segunda gran época de milagros; la primera había tenido lugar en los días de Moisés.
Vemos numerosas señales milagrosas en los días de Elías y de su sucesor Eliseo, las que nos introducen
al segundo gran período de la revelación, el de los profetas escritores que sucederían a Elías y Eliseo.
En el capítulo 18 vemos una vez más una confrontación entre Elías y Acab. Esta vez Acab es mucho
más respetuoso si bien más hostil hacia Elías. Le llama «el que turbas a Israel» (v. 17). La respuesta de
Elías es la clásica de las gentes de Dios en cualquier época cuando son acusadas de turbar la iglesia
porque defienden la verdad de Dios y le echan en cara a la iglesia sus pecados. Sus palabras, «Yo no he
turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová y siguiendo a los
baales», van al centro de todos los problemas de la iglesia de Dios y de los miembros del pueblo de
Dios. La fuente de los problemas será siempre el que algunos se aparten de la Palabra de Dios.
La contienda del Carmelo dejó al descubierto la falsedad de las pretensiones de los profetas de Baal y
sus sacerdotes. Después que fracasaron sin poder presentar evidencia alguna de que su dios era una
realidad viviente, Elías se hizo cargo de la situación (vv. 30ss).
Todo lo que hizo Elías tenía por propósito dar gloria a Dios. En lo que hizo había una lección para
Israel: que volviera a los antiguos fundamentos de su fe y al Dios de los padres; de ahí las doce piedras
por los hijos de Jacob, para recordarles las antiguas bendiciones dadas por Dios a los patriarcas que
confiaban en él. También en su oración, Elías trajo a la memoria los días de los patriarcas y la época de
la fe joven de Israel (v. 36).
Al declarar que todo lo que hacía era de acuerdo con la Palabra de Dios (v. 36), Elías estaba una vez
más buscando la gloria de Dios y no la suya propia. La palabra a la que hace referencia podría haber
sido tanto la palabra escrita a través de Moisés, como algún mandamiento nuevo que Dios le hubiera
dado en aquel día.

La teología de Elías era sólida y clara. Sabía que solamente si los corazones del pueblo eran cambiados
creerían (v. 37). Más adelante, veremos que esto se convierte en el núcleo del mensaje profético, o sea,
que el Señor habría de volver sus corazones a él si ellos habrían de creer en él. También Cristo dice en
forma similar en el Nuevo Testamento que debemos nacer de nuevo, es decir, tener corazones que se
hayan vuelto a Dios por su propio poder, si querernos ver el reino de Dios (Jn 3).
Vemos que en una forma similar a la utilizada por Samuel anteriormente, Elías llama al pueblo al
arrepentimiento y a regresar a la antigua senda, a los mismos caminos seguros del Señor (cf. 1 S 7.3).
Dios correspondió enviando el fuego por el que Elías había orado, y el pueblo, viendo la evidencia,
gritó aceptando a Dios por encima de Baal (v. 39).
El acto de matar a los profetas de Baal puede parecernos muy severo, pero debemos recordar que estos
falsos profetas eran una amenaza para todo el pueblo de Dios y su sola presencia en Israel estaba en
contra de las órdenes terminantes de Dios. Dios había declarado mucho tiempo antes cuál debería ser el
castigo adecuado para gente así (Dt 13.5).
Podríamos esperar que hubiera en este momento en Israel un rápido reavivamiento de la fe, pero no fue
así. La ira de Jezabel al enterarse de la derrota sufrida por el culto de Baal hizo que Elías tuviera que
huir de la tierra (19 .2ss). ¿Dónde estaban las multitudes que tan poco antes habían declarado que el
Señor era Dios? Al parecer, su conversión no había sido verdadera. Elías se sentía ahora solo y
decepcionado (v. 10).
Dios había permitido que Elías alcanzara este estado espiritual en la vida para poderle enseñar a él, y a
todos los creyentes que vinieran después, una lección muy importante. Primero, lo conduce de vuelta al
Sinaí (Horeb) donde había dado las primeras de sus Palabras a través de su siervo Moisés (v. 8).
Después hace que Elías vea muchos signos externos de poder similares al signo del fuego que lo
consumía todo en el Carmelo (vv. 11 ss.). Pero se repite una frase después de cada uno de esos signos
externos de poder: «Pero Jehová no estaba en el viento [o el terremoto, o el fuego]». Entonces, después
73
de estas señales, oírnos las palabras «un silbo apacible y delicado» (v. 12).
¿Qué era lo que Dios le estaba enseñando a Elías? Simplemente que los corazones no se cambian
(18.36) por señales poderosas, sino por la Palabra de Dios que habla a los corazones de los hombres, el
silbo apacible y delicado. En forma similar vemos las palabras de Zacarías 4.6: "No con ejército, ni con
fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos». Desde ahora oiremos hablar la Palabra
de Dios a través de la gran cantidad de profetas de Dios que se van sucediendo, todos con su propia
frase poderosa: «Así dice el Señor... » Esta palabra escrita de Dios es la que más tarde Pedro declarará
como «más segura» que todas las señales y maravillas e incluso que la voz audible de Dios procedente
del cielo (2 P 1.18-21).
Esto es también lo que quiere decir Deuteronomio 30.11-14 cuando Dios declara que la Palabra de Dios
en nosotros es el verdadero poder para salvación (cf. Ro 1 0.6ss).
Por tanto, a partir de ese momento Dios prepara, empezando con Elías y su sucesor Eliseo, el anuncio
de las buenas nuevas a través de los profetas. Era esto y no las señales poderosas lo que haría volver los
corazones del pueblo a Dios.
El resto del capítulo 19 relata ciertas tareas específicas encomendadas a Elías antes de que fuera
arrebatado de la tierra. Debería ungir a Hazael por rey de Siria, a Jehú por rey de Israel y a Eliseo para
que fuera su sucesor (vv. 15.16).
A pesar de todo lo malvado que era Acab, Dios tuvo misericordia de Israel en sus días y lo libró de las
manos de su enemigo, Siria. Hay algunos profetas anónimos y hombres de Dios comprometidos en la
comunicación entre el Señor y Acab para darle segundad de su victoria (20.13, 22,28). En el versículo
35 tenernos la primera mención de «los hijos de los profetas», que son llamados también en otra parte
da compañía de los profetas» (1 S 10.10), Y se supone que fueran una escuela donde se preparaba a los
profetas y se desarrollaba su conocimiento de Dios y de su Palabra. El término «hijo» significaría aquí
discípulo o alumno.
Acab, en forma similar a Saúl, primer rey de Israel, fue más indulgente con su enemigo de lo que Dios
había permitido (20.34; cf. 1 S 15.9). Como consecuencia, Acab fue reprendido (v. 42).
El incidente de la viña de Nabot en el capítulo 21 muestra nuevamente la maldad de Jezabel y el
carácter débil de Acab. Nabot intentaba obedecer la Palabra de Dios al rechazar lo que el rey pretendía
(cf. Lv 25.23; Nm 36.7). Acab, educado al menos en los rudimentos de la Palabra de Dios, sabía que
Nabot estaba en 10 cierto. Sin embargo, Jezabel, reflejando el concepto fenicio de lo que es un rey,
pensaba de manera diferente, y como veía la realeza como algo absoluto y no sometido a ninguna
autoridad, ni tan siquiera a la Ley de Dios, procedió a hacer lo que mucho tiempo antes había advertido
Samuel que harían los reyes de Israel (ver 1 S 8.11-17). Incluso llegó más lejos, y con sus mentiras
logró la muerte de Nabot (v. 13).
En forma similar a como había actuado con David después de que había pecado contra él, Dios envía
una vez más a su profeta para reprender al rey Acab por su atroz pecado. Solo que esta vez no había
otra esperanza que la de un severo castigo (vv. 17ss). El único acto de honestidad de Acab en todo su
reinado fue su aparente penitencia al escuchar estas noticias (v. 27). Fue librado de ver, todas las cosas
terribles que Elías había predicho que le sucederán a su casa (v. 29), pero en esencia, todo esto quería
decir que moriría muy pronto, lo cual es motivo de muy poco consuelo.
El capítulo final de 1 Reyes contiene la extraña narración de la poca feliz alianza de Josafat con Acab.
El reinado de Josafat no se presenta hasta la última parte de este capítulo. Comienza en el versículo 41,
aunque la figura de Josafat se presenta al principio del capítulo. Veamos primeramente el versículo 43.
En él se nos dice que Josafat era como Asa su padre, un rey que quería servir al Señor. Pero cometió un
serio error al hacer las paces con el impío Acab (v. 44).
Esto selló la extraña alianza entre Acab y Josafat que relata la primera parte del capítulo 22. El juicio
lamentable y erróneo de Josafat al, pensar que no había distinción entre el pueblo de Israel y el de Judá,
descubre un punto ciego muy serio en la vida espiritual del rey (v. 4). La alianza entre el pueblo de
Dios y aquellos que viven en contra de la voluntad de Dios es algo que es siempre condenado por las
Escrituras. Desde la época de los patriarcas, cuando Abraham evitó los matrimonios con los cananeos,
hasta las advertencias que hace Pablo a los cristianos de que no se unan en yugo desigual con los no
creyentes (2 Ca 6.14), vemos que Dios ha colocado enemistad entre el creyente y el no creyente (Gn
3.15). Cada vez que el creyente pasa por alto la distinción que fue establecida por Dios, compromete su
vida y las de los que le siguen.

74
Cuando Josafat buscó al profeta de Dios para que le diera palabra sobre la próxima batalla (v. 5), era
culpable de haber hecho aquello acerca de lo cual Cristo advertiría posteriormente, «echar sus perlas
delante de los cerdos» (Mt 7.6). Aquel hombre, Acab, era un no creyente, y no tenía ningún deseo de
saber la voluntad de Dios. Confiarle a él sus preguntas religiosas o su propia vida era un total desatino.
Primero, Acab intentó persuadirlo trayendo falsos profetas (v. 6). Después, buscó que Josafat fuera
muerto en su lugar (v. 30). Este acto casi tiene como consecuencia la muerte de Josafat (v. 32). Así
vemos cuán ciertas son las palabras de Jesús cuando dice que se volverían y nos despedazarían (Mt
7.6). Esto es, Acab, con el que Josafat intentaba tratar religiosamente, al final intentó destruirlo para
salvarse a sí mismo, quizá esperando así liberarse de dos enemigos a la vez, de Siria y de Judá.
El hecho de que Acab fuera matado a pesar de sus propios esfuerzos y la forma especial en que ocurrió
su muerte habla de la soberanía de Dios para controlar todos los sucesos de acuerdo con sus propósitos,
a pesar de todos los esfuerzos humanos en contra. La Palabra de Dios fue la que prevaleció (v. 38; cf.
21.19) Al parecer, Josafat aprendió su lección porque más tarde veremos que rechaza aliarse con el hijo
de Acab para una empresa comercial (v. 49).
El principio del reinado de Ocozías en Israel después de su padre Acab, nos introduce al segundo
período de los reyes, del que se trata en los primeros once capítulos de 2 Reyes.

2. El período de infidelidad (850-800 A.C. aprox.; II R 1-11)

Los primeros once capítulos del segundo libro de los Reyes hablan del período trágico que lleva hasta
el reinado de Jehú inclusive. Fue Jehú quien exterminó la descendencia de Acab en Israel. También
habla del libertinaje que surge en Judá como consecuencia del matrimonio entre la casa de Acab y la de
Joram de Judá, el hijo de Josafat.
Puesto que los relatos sobre Elías y Eliseo se encuentran entremezclados con este período, resulta fácil
perder la continuidad de los reyes que gobernaron en esos días.
El reinado de Josafat es simultáneo con varios reyes de Israel, incluyendo Acab, Ocozías, y Joram. Otra
confusión de esta época es que los nombres de los reyes de Judá e Israel eran idénticos probablemente
como consecuencia de la estrecha relación entre las dos familias que se habían establecido en los días
de Josafat y Acab, como ya hemos visto. De nuevo vemos el peligro de alianzas espurias como esta que
culminó en un verdadero matrimonio entre las casas de Israel y de Judá. El hijo de Josafat tomó a la
hija de Acab (y de Jezabel) por esposa e introdujo así la perversión de Jezabel en la casa de Judá (2 R
8.16-18).
Ocozías, hijo y sucesor de Acab en Israel, no vivió mucho tiempo. Solo reinó dos años y continuó la
maldad de su padre (l R 22.1553). Su madre Jezabel seguía viva y vomitando el veneno con el que
había manchado a Israel y a Judá. Tan malvado era Ocozías que cuando se cayó en un accidente y se
enfermó, buscó ayuda no de Dios sino de Baal-zebub, dios de Ecron (2 R 1.2). De manera que, aunque
antes, cuando algún malvado de Israel caía en desgracia buscaba ayuda en Dios (1 R 21.27-29), el
estado espiritual de Israel había caído tan bajo en este momento que el rey en su dificultad mira hacia
dioses paganos. De ahora en adelante, el nombre de Baalzebub se convertiría en sinónimo del mismo
Satanás (Mt 10.23).
Dios reprendió duramente a Ocozías y le dijo que nunca se recobraría de su enfermedad (2 R 1.3, 4). El
episodio registrado en los versículos 9-16 es el último que tenernos del siervo de Dios, Elías, antes de
que fuera arrebatado al cielo. En él podemos ver a la vez la ira de Dios con respecto a los arrogantes y
su misericordia para con los humildes.
Joram, el hijo de Ocozías, sucede a su padre en el trono de Israel, de manera que en este momento el
nombre de los reyes de Judá e Israel es el mismo (v. J 7). Joram el hijo de Josafat fue el que se casó con
la hija de Acab, como ya hemos mencionado. Es de suponer que el Joram de Judá gobernó
conjuntamente por un tiempo con su padre Josafat, ya que en el versículo 17 se nos dice que d Joram de
Israel comenzó a reinar en el segundo año del Joram de Judá, mientras que en 3.1 se nos dice que había
comenzado a reinar en el año dieciocho de Josafat.
Lo más positivo que se dice del Joram de Israel es que no pecó como su padre o su madre. Durante su
reinado Elías fue arrebatado al cielo y Eliseo se convirtió en su sucesor entre los profetas. La razón por
la que se presta tanta atención al reinado de Joram de Israel es que Eliseo desarrolla su actividad
principalmente en sus días. Ello explica que se le den nueve capítulos a su reinado, no obstante que
Joram es un rey de Israel de una importancia relativamente escasa.
75
El comienzo de la carrera de Eliseo tiene lugar en la época de la ascensión de Elías, que se registra en 2
Reyes 2. Debe haber sido algo evidente para todos los profetas que Elías estaba a punto de ascender.
Eliseo trataba cuidadosamente de permanecer a su lado. Al parecer, los continuos mandatos que le daba
Elías de que se quedara detrás tenían por finalidad probar la entrega de Eliseo a su vocación.
Cuando Elías ascendió al cielo, se unió a un grupo pequeño y exclusivo que había ascendido al cielo sin
morir. Solo Enoc, el hombre de Dios anterior al diluvio lo había hecho además de él. Solo Jesús lo
volvería a hacer, después de su resurrección. Al final de los tiempos, cuando Cristo regrese, es de
suponer que muchos más se levantarán para encontrarle en el aire sin morir (1 Co 15.51). El manto de
Elías cayó en este momento sobre Eliseo, y este continuó el ministerio de Elías.
Mucho después Malaquías profetizaría que Elías habría de regresar antes del día del Señor (Mal 4.5).
Jesús interpretó este pasaje como cumplido en la venida de Juan el Bautista (Mt 11.14). Además, Elías
apareció junto a Moisés con Jesús en el monte de la transfiguración (Mt 17.3).
El grito con que Eliseo llama a Elías «carro de Israel y su gente de a caballo» es un tributo a su
grandeza, mayor y más importante para Israel que todos sus ejércitos (v. 12). Más tarde, Joás, rey de
Israel, rendiría el mismo honor a Eliseo (13.14).
Se registra una serie de unos quince milagros realizados por Eliseo durante el largo tiempo que vivió en
Israel, habiendo alcanzado de hecho la época de los primeros profetas escritores.
El primer milagro fue una copia de otro que acababa de realizar Elías (v. 14; cf. v. 8). El segundo fue la
purificación de las aguas malas (vv. 19ss). El tercero, la destrucción de cuarenta y dos muchachos por
medio de dos osos, puede que no haya sido un milagro, pero ha sido motivo de dificultad para algunos
que han querido acusar a Eliseo de crueldad con los jovencitos (vv. 23-24). Sin embargo, hemos de
recordar dos cosas en conexión con este hecho: primero, que no fue Eliseo sino Dios quien envió los
osos; y segundo, que sus palabras probablemente reflejaran la burla que hacían sus padres del siervo de
Dios. Una cosa es cierta: nunca habían sido enseñados a respetar a sus mayores. El no obedecer la Ley
de Dios tiene siempre la muerte como castigo. En el juicio de Dios, estos niños, sus padres o ambos,
merecían el castigo que él les envió en aquel día.
El cuarto milagro estaba relacionado con la rebelión de Mesa, rey de Moab (3.4-27). Tenernos noticias
de este rey Mesa procedente de otra fuente, la Piedra Moabita. En esa piedra, descubierta por los
arqueólogos, se halla el relato del propio Mesa con respecto a su rebelión contra Israel. En el mismo,
Mesa hace alarde de que, con la ayuda de su dios, logró derribar al hijo de Acab. Una vez más, Josafat
se unió con Israel debido a la insistencia de Joram. Nuevamente, Josafat quiere oír la palabra de un
profeta del Señor (v. 11). Esta vez, el único en aparecer fue Eliseo, quien, dirigido por Dios, predice
cómo los aliados obtendrían victoria sobre Moab. Por obra de Dios, los moabitas vieron las zanjas
llenas de agua como si fuera sangre (vv. 22,23). Esto les hizo suponer erróneamente que los aliados se
habían lanzado unos contra otros y se hablan destruido mutuamente (v. 23). Este error fatal fue el que
terminó con la rebelión de Moab.
La quinta de las grandes señales fue el aumento milagroso del aceite de la viuda (4.1 ss.). La sexta
señal fue la promesa de un niño a una mujer que ya era demasiado vieja para procrear. Esta mujer era
de Sunem (4.8ss). Más tarde esta mujer tuvo un niño, y años más tarde el niño se enfermó y murió (vv.
17ss). La mujer encontró a Eliseo en el monte Carmelo y lo llevó consigo a su casa. El séptimo milagro
fue la vuelta a la vida del muchacho (v. 35).
Los milagros octavo y noveno están relacionados con la comida. En uno de ellos, Eliseo purifica una
comida que había sido envenenada por accidente (v. 41). En el otro realiza algo similar a lo que hizo
Jesús dos veces alimentando a una gran cantidad de personas con un poco de comida (v 42).
El capítulo 5 habla de un milagro muy interesante relacionado con la lepra de Naamán. Este, capitán de
los ejércitos de Siria, era enemigo de Israel. Sin embargo, cuando supo que había un profeta en Israel
que podía obrar milagros, fue en su busca.
Cuando Eliseo le dice que vaya a bañarse siete veces en el Jordán, Naamán se indigna, pensando que
había perdido el tiempo. Pero unos siervos suyos, prudentes, le aconsejan que obedezca, y cuando lo
hace, la lepra lo deja (v. 14). Este fue el milagro número diez,
El suceso convenció a Naamán, quien se convirtió en un creyente manifiesto en el Señor (5.15). Su
conversión parece haber sido auténtica (v. 17ss). Pero el acto engañoso de Giezi, el sirviente de Eliseo,
le acarreó, no las riquezas que deseaba, sino la lepra de Naamán (v. 27). Este fue el undécimo milagro.
El siguiente, el duodécimo, sucedió cuando hizo flotar una cabeza de hacha de hierro (6 .6).
El milagro número trece fue la visión de los ejércitos de Dios que se le presentó al sirviente de Eliseo
76
(v. 17). El rey de Siria se había puesto furioso porque Israel parecía saber siempre lo que estaba
planeando. Cuando se enteró de que era Eliseo el profeta quien le informaba al rey de Israel todo lo que
Siria planeaba (v. 12), trató de apresarlo. Cuando el ejército vino a llevárselo, todo el ejército fue herido
con ceguera y llevado cautivo a Samaria (vv. 18,19).
El último milagro de la vida de Eliseo fue la súbita derrota sufrida por los sirios que estaban asediando
Samaria, y la abundancia de comida que le dejó a Samaria cuando la ciudad estaba a punto de perecer
de hambre (cap. 7). Antes de la ascensión de Elías, Dios le había dado tres encomiendas: ungir a Hazael
como rey de Siria, a Jehú como rey de Israel, y a Eliseo como sucesor suyo (1 R 19.16).

En lo que le quedaba de tiempo, Elías cumplió con el último de estos encargos, pero al hacerlo así, ha
de haber considerado que Eliseo sería quien realizaría los otros dos.
En 2 Reyes 8 leemos que Eliseo unge a Hazael para que sea rey en lugar de Ben-adad, En este capítulo
se encuentra también el matrimonio entre Joram de Judá, hijo de Josafat, y la hija de Acab y Jezabel (v.
18). Como hicimos notar anteriormente, esto señaló un nuevo descenso para Judá, y puso en peligro,
aun antes de que estuviera terminado, la descendencia toda de David. Sin embargo, de nuevo prevalece
la misericordia de Dios, y la descendencia es mantenida por amor a David (v. 19); cf. 1 R 11.36). Dios
manifestó su disgusto con Joram de Judá, permitiendo que esta época fuera una época de revueltas (v.
20,22). Después de un reinado relativamente corto de ocho años, Joram muere y su hijo Ocozías
comienza a gobernar. En sus días fue prominente la figura de su madre Atalía, quien era hija de Acab y
nieta de Omri (v.26).
Como era de esperar, Ocozías de Judá se alió con Joram de Israel, y ambos, por ser parientes, se
mantuvieron en estrecho contacto (v. 29).
Ahora comienza a intervenir el Señor. Eliseo se prepara a cumplir el tercero de los encargos hechos por
Dios a Elías mucho tiempo antes. Envía a uno de los profetas para que unja a Jehú como rey de Israel.
Este había sido escogido por Dios para destruir la línea de Omri y para erradicar el culto de Baal en
Israel (9.8).
Mientras Ocozías se encontraba visitando a Joram de Israel, Ichú dirigió una revuelta contra el rey. Al
final, Jehú mató a Joram (Y. 24) y a Ocozías de Judá (v. 27). Fue entonces Jehú a Jezreel, donde
destruyó a la orgullosa y vana Jezabel (v. 30ss) y después a todos los hijos y descendientes de Acab
(10.11). Incluso mató a lodos los hermanos de Ocozías de Judá, porque ahora él también era
descendiente de la línea de Acab.
Mientras se hallaba ocupado en la destrucción de las casas de Israel y Judá, Jehú se encontró con
Jonadab, hijo de Recab (v. 15). Mostró respeto por esta distinguida familia de Israel, que será men-
cionada también posteriormente en la profecía de Jeremías (35.6-19) como una familia modelo de
fidelidad.
La exterminación del culto de Baal en Israel fue muy efectiva, tanto que dicho culto nunca volvió a
suscitarse en Israel a pesar de que continuó en Judá (vv. 18ss). Con Jonadab, Jehú mató a todos los
adoradores de Baal en Israel (v. 28).
Hasta el momento estaba siguiendo la voluntad de Dios en todo lo que hacía. Sin embargo, es triste
decir que Jehú no dio honra a Dios convirtiendo en maldad sus matanzas en masa en lugar de
realizarlas para agradar al Señor. Por esta razón, Oseas describirá y condenará más tarde el pecado de
Jezreel (cf. 9.30ss y Os 1.4). El crimen de Jehú no fue matar a toda la casa de Acab sino hacerlo por
provecho personal y no como un servicio a Dios (v. 31).
Estos hechos marcaron en realidad el final de Israel como pueblo de Dios. A decir verdad, Oseas
declararía que ellos no eran pueblo de Dios (cf. 2 R 10.32; Os 1.4, 9).
La matanza de tantos miembros de la descendencia de Acab dejó a su hija que estaba en Jerusalén en
una situación interesante. Ahora era ella la que aparecía como sucesora al trono, e intentó destruir a
todos sus rivales, los descendientes de David (11.1). Sin embargo, en la providencia de Dios, uno fue
salvado y permaneció escondido hasta que llegara el momento oportuno.
Un hijo de Ocozías, Joás, de un año de edad, fue escondido en el templo durante seis años, mientras
Atalía pensaba que había tenido éxito en asegurarse el trono (11.3). Cuando el sacerdote Joiada, quien
había protegido a Joás, reveló su existencia a Judá, todo el pueblo estaba al parecer, listo para el cambio
(vv. 12,14).

3. El último período de grandeza de Israel (800 - 750 A.C.; II R 12-15.7)


77
Joás de Judá tuvo un reinado largo y confuso en cuanto se refiere a sus capacidades espirituales. Su
fidelidad al Señor dependía de la presencia del sacerdote Joiada, su protector y consejero (12.2). Sí
mostró preocupación por la reparación del templo, probablemente bajo la influencia de Joiada (vv. 4ss).
Fue en general una época de buena voluntad y confianza mutua mientras Joiada vivió (v. 15).
Sin embargo, una vez más, cuando se sintió amenazado por los enemigos, el rey recurrió al soborno
mundano en lugar de confiar en el Señor (vv. 17,18). Compró a Hazael de Siria, que era quien lo
amenazaba.

En este momento no se nos dice por qué Joás fue asesinado, pero en las Crónicas sabremos más sobre
sus días de reinado después de la muerte del sacerdote Joiada. En esos días, su propia esposa se
derrumbó espiritualmente, y él demostró ser malvado y vengativo.
Regresando ahora al reino del norte, leernos sobre el malvado gobierno de Joacaz, el hijo de Jehú, el
exterminador del culto de Baal en Israel. Jehú se había mostrado infiel al Señor, y su hijo siguió su
perverso camino, resultando así tan malos como la familia de Acab, que Dios había destruido (13.1 ss.).
Como lo había hecho en los días de los jueces, Dios de nuevo levanta enemigos, esta vez en Siria, que
atormentaron a Israel en esos días con muchos ataques sorpresivos. Estaban complicados en estos
ataques, Hazael y Ben-adad de Siria, ambos conocidos a través de documentos históricos seculares de
aquella época (v. 3).
Durante el tiempo de la opresión Siria, este hijo de Jehú demostró tener alguna integridad ante el Señor,
ya que acudió a Él en busca de ayuda. La situación nos recuerda grandemente el período de los jueces.
Dios oyó su lamento y libró a Israel de sus opresores (vv.4-6).

El sucesor de Joacaz de Israel fue su hijo Joás, quien también fue malvado (v. 11). En esta época Eliseo
era ya anciano y se hallaba cercano a la muerte, pero aún era reverenciado en Israel. Joás de Israel
reconoció su grandeza al llamarle «carro de Israel y su gente de a caballo», como el mismo Eliseo había
llamado en una ocasión a Elías (v. 14; cf. 2.12). La falta de entusiasmo de Joás con respecto a la orden
final de Eliseo tuvo como consecuencia una indecisa victoria sobre los sirios. Quizá no era tan
admirador de Eliseo como pretendía serlo.
Hay un último milagro asociado con Eliseo, esta vez después de su muerte, cuando sus huesos dieron
vida a un cadáver que fue echado dentro de su tumba. Así pudo verse el testimonio continuo que daba
Dios con respecto a la grandeza y autoridad de sus profetas (v. 21).

Nos maravillamos cuando vemos cómo Dios le va manifestando continuamente su gracia a Israel en
aquellos días, a pesar de sus continuos pecados. La longanimidad del Señor está más, allá de toda duda,
tal como él mismo le había declarado a Moisés tanto tiempo antes (v. 23; cf. Ex 34.6).
En Judá reinaba en este momento Amasías, hijo de Joas de Judá. Parece haber sido un hombre sensible
a la voluntad del Señor y deseoso de obedecer la Ley de Moisés (14.5-6).

Por primera vez desde los días de Asa de Judá y Baasa de Israel (1 R 15.32) Israel y Judá estuvieron
enemistados entre sí, y se encontraron en batalla (vv. 8ss). Esto marcó el final de la alianza que había
habido entre ambas naciones desde los días de Josafat y Acab. El resultado de esta batalla fue la derrota
de Judá a manos de Israel (v. 12). Israel llevó la batalla hasta las puertas mismas de Jerusalén y saqueó
el templo (v. 14).
Amasías había demostrado ser tan poco listo como rey de Judá que también fue asesinado, y su hijo
Azarías (Uzías) comenzó gobernar con dieciséis años de edad (v. 21). Así comienza el reinado más
largo que haya tenido lugar en Judá, unos cincuenta años, que llegan hasta la época en que Isaías el
profeta recibe su llamado (Is 6.1).
Aproximadamente a mediados del reinado de Amazías de Judá comenzó a gobernar el último rey
poderoso de Israel. Su nombre es ominoso: Jeroboam. Se le conoce como Jeroboam II de Israel. Su
reinado fue también largo, aunque no tanto como el de Uzías. Gobernó sobre Israel unos cuarenta y un
años.
El nombre que adoptó es significativo, e indica la actitud rebelde que había contra Dios en aquellos
días. Escogió tomar el nombre del rey que había sido el primero en hacer pecar a Israel, Jeroboam I, en
los días en que sucedió la división del reino después de la muerte de Salomón.
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Aunque solo se habla de él brevemente en las Escrituras, es de suponer que tenía aquellas cosas que,
ante los ojos de los hombres, son juzgadas como causas de un reinado de éxito (vv. 25, 27,28). De sus
días data la primera mención que tenernos de los profetas escritores cuyos nombres aparecen en las
secciones históricas de las Escrituras. Ese profeta fue Jonás, hijo de Amitai, de Gat-hefer (v. 25).
El largo reinado de Azarías de Judá, quien era también conocido bajo el nombre de Uzías, y el de
Jeroboam II de Israel, marca el final del poderío de Israel. Mientras que Jeroboam hizo lo que es malo a
los ojos de Dios, Uzías trató de agradar al Señor (15.3). Así fue como la gracia especial y continua de
Dios hacia Judá lo sostuvo por muchos años después de que cayera Israel.

4. Los últimos días de Israel (750-722 A.C.; II R 15.8-16. 41)

Los últimos reyes de Israel gobernaron en rápida sucesión en medio de conspiraciones, y ante la
amenaza aun mayor de destrucción por parte de Asiria. Zacarías el hijo de Jeroboam II, duró solo seis
meses. Fue sucedido por su asesino, Salum. Este duró solo un mes, y fue asesinado por Manahem,
quien reinó diez años (vv. 17 ss.).
En esos días el poder de Asiria había logrado finalmente entrar en la tierra de Canaán y tocar a Israel.
El gran rey asirio que amenazaba a Israel en aquel momento era Tiglat-Pileser III, conocido en las
Escrituras como Pul (v. 19).
Mientras Uzías seguía gobernando en Judá, Pekaía, hijo de Manahem, sucedió a su padre, reinando
durante dos años, hasta ser asesinado por Peka, su capitán del ejército en Samaria (v. 25).
Peka logró gobernar a Israel unos veinte años. Comenzó a reinar aproximadamente en el momento de la
muerte de Uzías, en los días en que Isaías comenzaba a predicar en Judá (v.27). Tiglat Pileser comenzó
a incrementar sus actividades contra Israel y Siria. En realidad, llegó a capturar partes del reino de
Israel, en su porción norte (v. 29).
En esos días Oseas, el último rey de Israel mató a Peka y gobernó durante nueve años, hasta la caída de
Samaria en el año 722 A.C.
Pero antes de llegar a este momento, todavía en los días de Peka y de Rezín, rey de Siria, estos dos se
aliaron contra Judá y amenazaron con tomar Jerusalén (v. 37). En este momento era Jotam quien
gobernaba en Judá en lugar de su padre Uzías. Antes de que fuera levantado el sitio, murió Jotam, y
Acaz, uno de los reyes más malvados que tuyo Judá, sucedió en el trono a su padre (16.1-4).
En el capítulo 7 de Isaías se nos dice cómo el profeta se llegó ante la presencia de Acaz de Judá cuando
Siria e Israel 10 estaban amenazando, para asegurarle que Dios no les permitiría tomar Jerusalén. Sin
embargo, según leernos en 2 Reyes 16.7ss, Acaz, desconfiando de Dios, puso su confianza en alianzas
humanas y buscó la ayuda de Asma contra sus enemigos. De nuevo demostraba su falta de fidelidad
con respecto a Dios.
El mal acto de Acaz llegó a tener éxito, al acarrear la caída de Damasco en manos de los asirios en el
año 732 A.C. (v. 9). Diez años después caería Samaria, capital de Israel, en el 722 A.C. (17.6), Pero los
asirios no se detendrían allí. En el año 701 estaban a las puertas de Jerusalén en los días de Ezequías de
Judá, como veremos más tarde. De manera que la conspiración de Acaz trajo como resultado que su
propio reino se viera cercano a la destrucción en los días de su hijo Ezequías. Pero esto está más allá
del presente estudio.

Regresando ahora al gobierno del último rey de Israel, Oseas (II R 17.1 ss.), vemos que Salmanasar V,
como se le conoce en la histona secular, puso a Oseas bajo su control, obligándole a pagarle tributo (v.
3). Cuando Oseas intentó sobornar al rey de Egipto para que lo ayudara, el rey de Asiria puso sitio a
Samaria. Las Escrituras dicen solamente que el rey de Asiria tomó Samaria en el año noveno de Oseas
(v. 6). Sabemos por fuentes extra bíblicas que en este momento la nación asiria estaba gobernada por
Sargón II, al que se le acredita el haber tomado la ciudad en el año 722 antes de Cristo (v. 6). Siguiendo
la norma de conducta asiria, los ciudadanos de Israel fueron deportados a otras tierras (v. 6) y se trajo
gente de otros lugares para poblar Samaria (v. 24).
Así termina la historia del reino norteño de Israel. Su pueblo fue dispersado a través de todo el imperio
asirio, y se perdió de vista para siempre.

En este punto el libro de los Reyes hace un resumen del trato de Dios con el pueblo de Israel a través de
un largo período de la historia. Se enumeran los cargos contra Israel y los pecados que le acarrearon su
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caída, pero fundamentalmente se dice que pecó contra el Señor, a pesar de que él estaba cuidando
continuamente del reino y enviándoles un profeta tras otro para llamarlos a regresar a él. La única
respuesta adecuada a la Palabra de Dios, tal como era entregada por sus profetas era la fe en él. Esto fue
lo que Israel se negó a demostrar (v. 14). Por eso Dios quitó a Israel de delante de sus ojos no
considerándolo ya más como pueblo suyo.
Cuando juzgó a Israel, Dios guardó un remanente, Judá, que continuó viviendo como nación ante su
presencia por otros 136 años antes de tener que ir a la cautividad en Babilonia. Sin embargo Judá fue
también desobediente, Y solo se salvaría un remanente de él, como lo habrían de declarar un profeta
tras otro.
En la segunda mitad del capítulo 17 se nos da el origen de los samaritanos de la historia posterior. Aquí
vemos que se trajo gente para poblar Samaria que procedía de diversos lugares, como ya se habló arriba
(v. 24). Debido a que estos extranjeros no le daban honra el Señor los castigó por medio de bestias
salvajes (v. 25). Con el fin de que aprendieran a complacer o apaciguar la ira de los dioses del lugar, se
les dio a los samaritanos un maestro que era un sacerdote de los israelitas, quien les enseñó a adorar a la
manera de ellos. La amalgama de religiones que resultó de esto está resumida en el versículo 33, donde
se dice: «Temían a Jehová, y honraban a sus dioses». Lo incorrecto de la nueva religión que se desa-
rrolló en Samaria y tuvo como final la religión samaritana aparece con claridad en los versículos finales
del capítulo.
Los samaritanos adquieren una significación especial en las Escrituras durante los días en que los
judíos regresan de la cautividad babilónica, Y posteriormente en tiempos de Jesús. Aún hay
samaritanos hoy en día, los cuales adoran en el monte Gerizim y llenen su propia versión de los escritos
de Moisés, aunque rechazan el resto de las Escrituras. Aún se les encuentra en Israel, muy pocos en
número, pero identificables. Sin embargo, su religión, una mezcla del temor del Señor y el servicio a
sus propios dioses, tiene mucho en común con el «mundo religioso» de hoy en día, incluso entre gentes
que asisten a la iglesia.
Veremos de una forma más completa la época que acabamos de pasar cuando en los próximos capítulos
estudiemos a los profetas escritores de Israel.

5. Los últimos días de Judá (725-586 A.C.· II R 18.1-25.30)

Volviendo a Judá, ya hemos conocido el malvado reino de Acaz en el capítulo 16. Este reinó en
Jerusalén durante dieciséis años y fue uno de los peores reyes. Pero su hijo Ezequías, comenzó a
gobernar después de su muerte (18.1). Este, en agudo contraste con su padre, fue uno de los mejores
reyes que tuvo Judá. Era como su antepasado David (v. 3). Vemos su grandeza en la fe que tenía en el
Señor (v. 5).
Así como el Señor había estado con Moisés, Josué, y David estaba ahora con Ezequías (v. 7).
Fue en sus días cuando Salmanasar sitió Samaria y los asirios la tomaron en el 722, como ya hemos
visto (v. 9). Recordaremos que Acaz, quien no creía en el Señor como lo haría después su hijo, había
empleado primeramente a los asirios para que atacaran Damasco y Samaria. Como resultado, los asirios
tomaron a Damasco en el 732 A.C. y a Samaria en el 722, y se hallaban ahora golpeando a las puertas
de Jerusalén en el año 701 A.C. aproximadamente (v. 13ss).
Ezequías intentó primeramente utilizar sus propios recursos para apaciguar a los asirios (vv. 14- 16),
pero no le sirvió de nada puesto que los asirios exigían el rendimiento incondicional de Jerusalén y de
su rey Ezequías (vv. 19-35).
El rey de Asiria exigió su rendición a través de su mensajero.
En su largo discurso ante el pueblo de Jerusalén, Rabsaces, el enviado de Senaquerib quien era
entonces el rey de Asiria, expresó desprecio, y una visión contradictoria del Dios de Judá. Al principio,
intentó decir que su Dios estaba disgustado con Jerusalén, y por ello estaba castigando por medio de los
asirios (vv. 22,25). Sin embargo, más tarde puso en ridículo a ese mismo Dios, señalando que no tenía
poder para salvar a Jerusalén de las manos de los asirios (v. 32).
Leemos en los anales asirios de aquellos días que Senaquerib se jactaba de tener al judío Ezequías
encerrado como un pájaro en una jaula, de modo que la cruel jactancia del rey que aparece en las
Escrituras está también reflejada en los anales asirios o registros históricos.
En esta situación la fe del buen rey Ezequías fue puesta a dura prueba. Sus propios recursos habían
fallado. En verdad que era como un pájaro en una jaula, carente de toda ayuda, pero como tenía fe, se
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volvió al Señor en esta hora oscura (19.1). Vemos ahora su grandeza, cuando pone toda su fe en el
Señor su Dios. Su valor era similar al de su antepasado David (v. 4; cf. 1 S 17.36).
Ezequías mandó a buscar a Isaías, quien era el profeta de Dios del momento. Recordemos que Isaías
había sido enviado anteriormente al padre de Ezequías, Acaz, en una situación similar, para asegurarle
que Jerusalén no caería ante Siria e Israel. Acaz no había creído en el Señor, y en su lugar, había
contratado a Asiria para que lo protegiera. Ahora, como resultado de la infidelidad de Acaz en aquel
momento, los asirios estaban amenazando también con tomar Jerusalén.
Ezequías, sin embargo, confió en el Señor. Le hizo caso al mensajero de Dios, Isaías, quien le aseguró
que Jerusalén no caería ante los asirios (vv. 6,7).
Encontramos esto mismo relatado en los capítulos del 36 al 38 de Isaías.
Los asirios desafiaron una vez más al Dios de Ezequías, y una vez más confió este en el Señor y elevó a
él una hermosa oración de fe (vv. l4ss).
De nuevo volvió Isaías con palabras reconfortantes para decirle que el Dios soberano triunfaría sobre
Asiria, su gran enemigo (VV. 20ss; cf. Sal 2). El mensaje de Isaías a Ezequías declaraba que Dios tenía
completo dominio de la situación y que se hallaba en total capacidad de derrotar a todos los enemigos
suyos y de Judá (vv.23-28).

De nuevo se menciona el remanente (v. 31). Este es uno de los temas fundamentales de los profetas
escritores, y define a los verdaderos creyentes de Judá, que son los hijos de Dios, y que serán salvados.
No se nos dice con exactitud qué clase de plaga hirió el campamento de las asmas por voluntad de
Dios, pero tuvo efectividad suficiente para obligarlos a levantar el sitio de Jerusalén (v. 35). Después de
esto la fuerza de los asirios se desvaneció rápidamente, hasta que por fin los babilonios derrotaron a
Asiria para convertirse en el poder dominante en el mundo antiguo del Oriente Medio.

El capítulo 20 narra la enfermedad y la proximidad de la muerte de Ezequías, así como el acto de


debilidad de parte suya cuando correspondió a las lisonjas de los babilonios que lo visitaban
ensenándoles todos sus tesoros (v. 15). Su pecado fue una muestra de orgullo, una respuesta a los
halagos del rey de Babilonia, quien habla enviado hombres para que preguntaran por su salud. Fue un
pecado similar al de Josué y los hombres de Israel al responder a los hombres de Gabaón (Jos 9.14, 15).
Es necesario mencionar otro suceso de los días de Ezequías.
En el versículo 20 se da noticia de un canal construido durante su gobierno para traer agua a la ciudad.
Evidentemente este fue hecho para traer agua durante el sitio. Jerusalén no tenía agua dentro de sus
antiguas murallas. Todos los manantiales se hallaban fuera. Puesto que, el sitio ponía a Jerusalén en
muy mala situación, Ezequías emprendió una tremenda hazaña de ingeniería con el fin de traer agua
desde la fuente hasta una piscina o depósito dentro de los muros de la ciudad, donde pudiera ser
alcanzada con seguridad.
El canal o túnel que cavó es visible aun hoy en día. A fines del siglo diecinueve, unos muchachos que
estaban nadando en la piscina de Siloé, encontraron un escrito del tiempo de Ezequías que relataba
cómo había sido cavado el túnel. Hoy en día se puede caminar a todo lo largo del mismo y ver hasta las
marcas de los zapapicos que fueron usados para cavarlo. Todavía trae agua desde la fuente por debajo
de la tierra, hasta la piscina que está debajo, y que se conoce con el nombre de piscina de Siloé.
Después de Ezequías gobernó su hijo Manasés. Este demostró ser tan malvado como su abuelo Acaz, y
no parecerse en nada a su padre Ezequías (21.2-6). Se lo clasifica en las Escrituras entre los peores de
todos los reyes de Judá (v. 9). En realidad, la maldad de Manases trajo como consecuencia la caída
final de Jerusalén, aunque ello no sucediera en sus días (vv. 11,12). La referencia al cordel de Samaria
y la plomada de la casa de Acab (v. 13) habla del inicio recto de Dios en tiempos pasados contra Israel.
El versículo puede compararse con Amós 7.8.

Después de Manasés, su hijo Amón, quien era tan malvado corno él, reinó por dos breves años (vv. 19-
22). Como consecuencia de su maldad fue asesinado (v. 23), y su hijo Josías comenzó a gobernar a
Judá a la tierna edad de ocho años.
Josías demostró ser el más fiel de los reyes de Judá, y el último entre los fieles, y siguió los pasos de su
bisabuelo Ezequías. El recuento de todo lo que realizó se recoge en los capítulos 22 y 23.
Primeramente, provocó una limpieza total de la Casa del Señor (22.3ss). Mientras se estaba limpiando
el templo, apareció el Libro de la Ley, que al parecer había estado perdido por algún tiempo (22.8).
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Se ha escrito mucho con respecto a este hallazgo. Los pensadores liberales que tienen poca confianza
en las Escrituras sugieren que este escrito no sería la Ley de Moisés sino uno muy posterior.
Contemplan el libro del Deuteronomio como si hubiese sido escrito en aquellos días.
El libro que apareció sí parece haber sido principalmente el Deuteronomio, pero no hay razón para
dudar que fuera un libro de Moisés. Les reformas subsiguientes establecidas por Josías parecen haber
sido guiadas por el contenido del libro de Deuteronomio. El Señor se complació en la contrición del
corazón del propio Josías como consecuencia de las palabras de juicios halladas en el libro (v. 19).

Josías buscó verdaderamente la manera de hacer regresar a Judá a Dios por medio de una gran reforma
en el pueblo (23.1 ss.), incluso fue a Betel, el lugar de culto establecido por Jeroboam mucho tiempo
antes, y lo destruyó, tal como había predicho el profeta anónimo en los días de Jeroboam (23.15-16; cf.
1 R 13.2).

La fiesta de Pascua celebrada en ese momento estuvo acorde con las reglas de Deuteronomio 16.2-8;
23.21. También desechó todas las prácticas pecaminosas que había en Judá, siguiendo a Deuteronomio
18.10-12. Sin embargo, todo lo que él hizo no obró un cambio real sobre Judá. Parece evidente que
aunque Josías hizo un intento grande y sincero para volver a Judá a los caminos del Señor, al final
fracasó Jeremías, al comentar estos tiempos, dijo que el pueblo se volvió a Dios fingidamente y no con
todo su corazón.
A pesar de las reformas de Josías, el Señor decidió castigar a Judá (23.26ss). Quizá para ahorrarle los
días terribles que habrían de venir, Josías fue muerto en batalla contra el faraón Necao en Meguido
(23.29).
Después de la muerte de Josías gobernaron brevemente cuatro reyes en rápida sucesión antes de la
caída final de Jerusalén en el año 586 antes de Cristo.
El primero de los cuatro fue Joacaz. Era malvado y duró solo por un corto tiempo antes de ser tomado
cautivo y nevado a Egipto (vv. 31ss). Era hijo de Josías.
El rey de Egipto, después de deponer a Joacaz, puso como rey en su lugar a su hermano, también hijo
de Josías. El nombre de este era Eliaquim, pero cuando fue hecho rey le fue cambiado por Joacim.
En los días de Joacim, quien también era malvado, Nabucodonosor de Babilonia llegó y puso sitio a
Jerusalén (24.1 ss.). Este fue el principio del fin para la ciudad. Los babilonios eran muy poderosos y su
imperio se extendía desde el río Éufrates hasta Egipto (v. 7). En este tiempo, se llevaron a Babilonia a
algunos de los mejores hijos de Judá (Dn 1.1 ss.).
Después de la muerte de Joacim, su hijo Joaquín reinó brevemente (v. 8). En sus días, Nabucodonosor
sitió a Jerusalén y se llevo a Babilonia a muchos de los mejores de Judá, incluyendo a Joaquín (vv. 10-
16). Lo más probable es que fuera entonces cuando hombres como Ezequiel fueran deportados a
Babilonia, donde posteriormente servirían al Señor en los días de la cautividad (v. 14; Ez 1.2).

Ahora Jerusalén se hallaba bajo control babilónico, aunque aún seguía teniendo su propio rey títere.
Nabucodonosor hizo rey a Matanías y le dio el nombre de Sedequías (v. 17).
El reino de Sedequías fue bastante tormentoso, y en una ocasión llegó a rebelarse contra
Nabucodonosor (25.1 ss.). En el undécimo año de su reinado, el 586 A.C.la ciudad cayó, y dos de sus
hijos fueron asesinados ante sus ojos, después de lo cual a él le fueron sacados y fue llevado ciego y
cautivo a Babilonia (v. 7). El final del reino de Judá había llegado. Ahora sería tarea de los profetas del
exilio y posteriores el demostrar que esto no significaba el final del reino de Dios.
En Jeremías se halla un reporte contemporáneo a los últimos reyes que gobernaron Judá que habla del
estado espiritual de aquellos días. Lo encontraremos más adelante, cuando estudiemos a Jeremías con
algún detalle.
Nabucodonosor tomó todos los tesoros de Jerusalén y del templo y se los llevó a Babilonia, donde
permanecieron hasta que el Señor suscitó a Ciro para que derrotara a Babilonia y devolviera estos
objetos a Jerusalén (vv. 9-11). El templo y su mobiliario fueron todos destruidos en este momento.
La narración del breve gobierno de Gedalías y su asesinato a manos de Ismael (vv. 22-26) aparece con
más detalle en cap. 40-45 de Jeremías.

Como una señal de su gracia en estos últimos años, Dios inclinó al rey de Babilonia a la misericordia
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para con Joacim, el cual como recordaremos se rindió a Nabucodonozor y fue llevado cautivo a
Babilonia, al parecer Ezequiel fue llevado por la misma fecha.
Hemos mencionado apenas el recuento paralelo de la historia de Judá que se encuentra en los libros de
las Crónicas, puesto que estos fueron escritos después del regreso del exilio y obedecieron a un
propósito diferente al de la historia de Judá que se recoge en los libros de los Reyes. Sin embargo,
cuando lleguemos al estudio de las Crónicas notaremos que si contienen información que no se da en
los libros de los Reyes.
Habiendo visto ya la época de los profetas y usando esto como fondo histórico, pasaremos ahora a un
estudio de cada uno de los profetas, siguiendo su orden cronológico correcto.
VIII-. LOS PROFETAS DEL SIGLO NOVENO

1. Joel (circa 850 A.C.)

Llegamos ahora a un estudio de los profetas escritores de Israel y Judá que comenzaron a servir la
Palabra en el siglo noveno antes de Cristo. Nuestro estudio de todos los profetas se realizará por
supuesto, contra el fondo histórico que acabamos de cubrir en el capítulo 7, la época de los profetas.
Ya hemos visto mencionados a varios profetas cuyos escritos no tenemos, o al menos, no los podemos
identificar como suyos. Nombraré solo a unos pocos: Natán, Ahías, Jehú, Elías, y Eliseo. Ahora
estudiaremos aquellos cuyos escritos vinieron a formar parte de las Escrituras.
El primero de estos es Joel, pero considerarlo en fecha tan temprana no está exento de problemas, y hay
muchos que lo situarían mucho después, incluso entre los últimos de los profetas. Parte de la dificultad
está en que en el contenido del mismo libro no hay evidencias definidas sobre los tiempos en que vivió
el profeta.
Sin embargo, me parece que hay muchos datos que favorecen el situarlo en fecha temprana entre los
primeros de los profetas escritores. El contenido del libro de Joel revela que fue escrito en un período
en el que los sacerdotes eran muy influyentes y se hallaban entre los guías espirituales del pueblo. Este
caso no era frecuente en la historia de Israel posterior de los tiempos de Salomón.
Sin embargo, desde mediados del siglo noveno hasta el final, los sacerdotes sí ocuparon un lugar de
influencia, e incluso poderoso, Fue el tiempo en que gobernó Joás de Judá, el joven que fue criado en
secreto muchos años por el sacerdote Joiada. Como recordaremos, Atalía había intentado matar a todos
los descendientes de David.
El mismo Eliseo, el sucesor de Elías, había alcanzado este periodo, dando así la aprobación divina al
mensaje presentado en esa época por uno de los profetas de Dios, tal como Joel ha de haber sido.
Durante todo el tiempo que vivió Joiada, Joás fue un buen rey, y sin duda en esa época el prestigio de la
clase sacerdotal fue en aumento. Hay también otra evidencia a favor de la fecha temprana, de la que
hablaremos posteriormente al estudiar el libro.
El libro de Joel está dividido en cuatro partes lógicas. La primera se refiere a un suceso terrible que
acababa de ocurrir en la tierra, una plaga de langostas. Esta sección comprende del 1.2 al 2.11.
La segunda contiene el llamado de Dios al pueblo para que se arrepienta, so pena de que le sucedan
cosas peores. Deben regresar a Dios siguiendo la revelación que él le había dado a su pueblo a través de
Moisés en el desierto. Joel los llama a la verdadera adoración y promete bendiciones mayores si se
arrepienten. Esta sección incluye del 2.12 al 32.
La tercera sección, 3.1-13, habla de la certeza del juicio que vendrá sobre todas las naciones del mundo.
El Señor no es Dios solamente de Israel sino de todas las naciones, y gobierna sobre estas. En esta
sección se pone énfasis en ciertos temas que serán vistos en casi todos los profetas: la certeza del juicio
que vendrá sobre todas las naciones, y la seguridad de que el pueblo de Dios que pone su confianza en
él será salvado, mientras que los malvados perecerán.

El libro concluye con la indicación de que ahora es el momento de decisión (vv. 14-21). Esta no debe
ser retardada; los hombres deben reconciliarse con Dios o ser juzgados.
Volviendo ahora, con el fin de mirar más de cerca cada sección vemos primero el versículo
introductorio. La profecía de Joel comienza como lo hacen muchas otras: «Palabra de Jehová» (cf. Jer
1.2; Ez 1.3; Os 1.1). Estas palabras nos recuerdan que lo que está escrito aquí es ciertamente la Palabra
de Dios, y no simplemente los pensamientos de los hombres con respecto a él. Aquí tenemos a uno
83
levantado después de Moisés que, como Moisés, es autorizado para que hable y escriba la Palabra
misma de Dios. Su mensaje, como el de todos los demás profetas, estará plenamente de acuerdo con lo
que está escrito en el Pentateuco, y tendrá exactamente la misma autoridad para el pueblo de Dios.
El hombre es identificado sencillamente como Joel, hijo de Petuel. No sabemos más sobre Joel ni sobre
su padre, que proceda de sus escritos o del resto de las Escrituras.
La primera sección, 1.2 a 2.11, llama la atención sobre una devastadora invasión de langostas que ha
barrido recientemente la tierra, y demuestra como esta plaga señala hacia una aun peor que amenaza al
pueblo de Dios.

Se describe en este lugar a las langostas en una forma tan impresionante, que implica que el pueblo no
podría olvidarlas rápidamente. No pueden ser ignoradas. Quizá más que tener aquí cuatro clases
diferentes de langostas, lo que hay son solo diferentes periodos de la misma langosta. Esto no es del
todo seguro (1.4). Lo que sí es seguro es que fue un suceso tan devastador, que sería recordado durante
varias generaciones (v. 3).
Es interesante notar la ironía del versículo 3. Anteriormente, el Señor había señalado a través de Moisés
que los padres deberían contarles a sus hijos las maravillas de Dios y enseñarles su verdad (Dt 6.4ss).
Pero, como recordaremos, de acuerdo con el capítulo 2 del libro de los Jueces, evidentemente los
padres fallaron en este punto, lo que trajo como consecuencia que creció toda una generación sin
conocer al Señor, ni las cosas que él había hecho (Jue 2.10).
Ahora acaba de suceder algo que sería contado durante generaciones; como si dijera: ya que no les
hablaron de las maravillas que hizo Dios con ustedes, van a tener que contarles los juicios de Dios en
contra de ustedes.
Los versículos del cinco al siete describen la devastación total realizada por la plaga de langosta. Es
suficiente para despertar a los borrachos de su estupor (v. 5). Las langostas se describen aquí como un
ejército invasor que ha de preparar el camino para lo que Joel diría más tarde. Comían todo lo que
encontraban a su paso. El propósito es infundir temor en los corazones del pueblo, cuando recuerden el
terror de la experiencia singular.
Ahora el pueblo se lamenta del terrible suceso (vv. 8-12). Hay carestía de todo. Los sacerdotes gimen
porque los sacrificios de los cuales sacan su sustento han sido detenidos. Los campesinos se lamentan
porque los campos no han producido nada, ni las viñas ni los huertos. El pueblo sabe todo esto. Y por
ello el pueblo está muy acongojado. Pero ahora Joel presenta algo aun más terrible que ha sucedido en
la tierra, algo peor que la pérdida de comida por causa de las langostas. Es la pérdida de la alegría en el
pueblo de Dios (v. 12).
Es como si dijera: ¿Ven la terrible devastación física que les ha acaecido? Bien, Dios ve una
devastación espiritual aun peor que ha vellido sobre Israel: el gozo se ha ido del pueblo.
El gozo espiritual entre Dios y su pueblo ha sido siempre una relación esencial. Es una señal del lazo de
amor que los une. Cuando la relación del pueblo con Dios ya no produce gozo, tenernos la primera
señal de que la religión está en decadencia, al igual que la blancura de las ramas de los árboles y las
viñas indican que una terrible plaga de langostas ha pasado por la tierra.
Joel hace un llamado al pueblo para que regrese al gozo del Señor antes de que sea demasiado tarde.
Mientras que el pueblo había estado preocupado por la pérdida de sus frutos físicos, Dios se
preocupaba por la pérdida de su fruto espiritual, el gozo de su pueblo.
Joel hace un llamado ahora a los jefes espirituales para que guíen al pueblo al arrepentimiento (vv.
13,14). Aun habla de los sacrificios como algo lleno de significado si se hace en un espíritu recto de
arrepentimiento. Esto también podría señalar hacia un período más temprano de la historia de Israel,
cuando los sacrificios podían tener sentido si se hacían correctamente. Los profetas posteriores declara-
rían que los sacrificios, dentro de la adoración toda de Israel, habían alcanzado una situación en la que
eran todos juntos inaceptables para Dios, porque los corazones del pueblo estaban lejos del Señor (cf. Is
1; Am 5.21-23).
El llamado repetido a clamar al Señor (v. 14) es sin duda un llamado al arrepentimiento, como lo había
sido el clamor de Nínive en presencia de sus pecados ante Dios al darse cuenta del juicio divino que
pendía sobre ella (Jon 3.8), o también como el clamor del mismo Jonás en su aflicción (Jon 2,1ss).
Compararemos con más detalle a Joel y Jonás cuando lleguemos al caso de Jonás.
Comenzando en el versículo 15, Joel compara lo que acaba de suceder en su tierra, la plaga de
langostas, con el próximo día del Señor, el gran día de arreglar las cuentas entre Dios y los hombres.
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Una vez más, compara la falta de comida resultante de la plaga de langostas, con la escasez mucho peor
de gozo y felicidad en medio del pueblo de Dios en su templo, el lugar de adoración (v. 16).
Cuando todo marcha bien entre Dios y su pueblo, se deberían ver el gozo y la felicidad en el lugar de
adoración. Sin embargo, no se los encuentra en la casa de Dios en Jerusalén. Por tanto, el profeta
advierte sobre la plaga espiritual que ha azotado la tierra, una plaga que es mucho peor que la falta de
alimento físico. ¿Dónde están el gozo y la felicidad en el Señor que rebasan tan abundantemente en los
salmos de David y los cánticos de triunfo de una generación están ausentes? Con esto el Señor muestra
claramente lo que luego enfatizará: que lo que a él le preocupa es el corazón de los adoradores, y no
simplemente el ritual y la adoración en sí mismos.
En el versículo 19 compara la plaga que ha azotado la tierra con el fuego. De ahora en adelante, el
juicio de Dios será comparado con frecuencia al fuego, puesto que es implacable y lo consume todo.
De aquí a las advertencias de los profetas posteriores sobre el juicio de Dios sobre el pueblo por medio
de ejércitos enemigos no hay más que un paso. Joel presenta aquí este concepto en las primeras
palabras del capítulo 2: «Tocad trompeta en Sión, y dad alarma en mi santo monte» (v.1). Se llama al
pueblo para que esté listo para «el día de Jehová». Esta expresión la veremos frecuentemente en Joel y
en otros profetas posteriores (2.1, 11,31; Sof 1.14-16; Mal 4.1-5). Al mismo tiempo que hace sin lugar
a dudas referencia en última instancia al juicio final y la consumación de todas las cosas entre Dios y el
hombre, se refiere también a otras confrontaciones menores y otros juicios divinos menores sobre las
naciones y las personas, antes del fin de los tiempos. Aquí se está refiriendo a que Dios le pedirá
cuentas a Israel a menos que se arrepienta. Los versículos del 2 al 11 comparan la próxima
confrontación a la de un ejército invasor. Algunas veces la terminología usada parece ajustarse más a la
plaga de langostas que acaba de barrer la tierra pero otras parece señalar hacia un auténtico ejército de
hombres que invadirá el lugar. Una vez más vemos la analogía del fuego consumidor (v. 3). Es muy
importante notar que el juicio es el juicio de Dios. El ejército, sean las langostas que han azotado la
tierra, sea de gente como los asirios y babilonios que después la arrasarían, es el ejército de Dios, está
bajo su dominio y hace su voluntad (v. 11).

En el versículo 12 comienza la segunda sección principal de Joel. Llega hasta el final del capítulo 2.
Habiendo atraído la atención del pueblo sobre su verdadero problema espiritual, les presenta ahora la
solución, la alternativa a la invasión y el juicio, la manera de evitar el desastre que se cierne sobre ellos.
No es por medio de alianzas humanas, como se intentaba con frecuencia en Israel, según pudimos notar
en nuestro estudio de su historia, sino más bien por medio de un verdadero arrepentimiento delante de
Dios y de fe en él. Los problemas espirituales tienen soluciones espirituales una lección que resulta
muy difícil de aprender para muchos.
Joel está llamando aquí a un sincero arrepentimiento de la misma naturaleza que aquel al que había
llamado Samuel antes, en una época similar de depravación espiritual (cf. 1 S 7.3). Usa expresiones
como «todo vuestro corazón», «rasgad vuestro corazón», y «convertíos a Jehová vuestro Dios». Con
ellas quiere señalar la necesidad de una exploración del alma de la clase que solo puede ser hecha por la
Palabra de Dios en nuestros corazones. Dios exige un corazón quebrantado a sus hijos, por causa de sus
pecados. El verdadero arrepentimiento y la confesión de los pecados lo requieren, como bien sabía
David (Sa151.17). Todo el sistema sacrificial debía llevar al pueblo a esta clase de arrepentimiento
verdadero, como señalamos en nuestro estudio del Levítico. En este lugar se pone énfasis en el
arrepentimiento interior, por contraste con el acto de rasgar las vestiduras, que era un signo exterior del
corazón quebrantado en el interior, que es lo que quiere Dios.
La base para un arrepentimiento así es aquí, como siempre, la Palabra escrita de Dios. Esta es la espada
de Dios que atraviesa hasta el interior del corazón y revela lo que somos en nuestro hombre interior
(Heb 4.12, 13). La palabra que cita Joel procede de Éxodo 34.6, cuando Dios revela a Moisés su propia
naturaleza (v. 13). Puesto que Dios es como es, tenemos motivos para esperar su perdón si nos
arrepentirnos. Veremos una y otra vez cómo este gran pasaje del capítulo 34 del Éxodo es citado y
mencionado por los profetas de Israel y por el salmista. Es la revelación verbal de la naturaleza de
Dios. Sería bueno tomar en cuenta lo que observamos cuando lo estudiamos.
Los versículos 5 al 17 son, por tanto, un llamado a la adoración, como alternativa con respecto al
llamado a la guerra (cf. v.1). Esta ha de ser una adoración auténtica, dirigida por sacerdotes sincera-
mente arrepentidos, que actúen como verdaderos mediadores e intercesores en sus oraciones a favor del
pueblo.
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Si esto se hace, seguirán inevitablemente ciertas bendiciones, de acuerdo con la palabra de nuestro
Señor en Mateo 5. 4, la primera bienaventuranza: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos
recibirán consolación» (ver v. 14).
En lugar de invasores y plagas que despojen la tierra, habrá abundancia (vv. 18-20). La palabra
«entonces» del versículo 18 indica que cuando hay una auténtica vuelta al Señor, las cosas que
corresponden ocurrirán. Si ellos se arrepienten, Dios mostrará su compasión. Vendrán los granos y la
abundancia de alimentos (v. 19). El ejército del norte será quitado de su lugar (el ejército con el que se
amenazaba en 4-11). De paso diremos que el juicio de Dios por medio de ejércitos, suele ser expresado
como procedente del norte, es decir, Asiria y Babilonia en los años posteriores.
En lugar de miedo y terror, habrá gozo (vv. 21-27). Ese gozo que falta ahora volverá, pues Dios
muestra que puede restaurar todas nuestras pérdidas cuando nos arrepentimos y confiamos en él (vv.
23,25). La amistad con él que se había perdido será restaurada. Conocerán («tendrán amistad con») al
Señor.
En lugar de juicio recibirán el don del Espíritu del Señor (vv. 2832). Dios promete derramar su Santo
Espíritu sobre ellos para hacerlos a todos profetas, en forma muy parecida a la que Moisés había
expresado como su propio deseo para Israel (Nm 11.29).
Dios había prometido que derramaría sus bendiciones sobre Israel en este tiempo si se arrepentían y
con corazones verdaderamente quebrantados se volvían a él. Restauraría la tierra y los haría prosperar
de nuevo, tanto material como espiritualmente. Pero es triste decir que Israel no se arrepintió. No vino
ante Dios con corazón contrito y quebrantado; al menos, no lo hizo como nación. Siguió adelante de
una maldad en otra, como ya hemos visto en
nuestro recorrido histórico, hasta que el Señor trajo contra él a las naciones del norte sobre las cuales le
había estado advirtiendo profeta tras profeta, comenzando por Joel (v. 20).
Sabemos que para la Iglesia de Dios las promesas dadas en este momento no fueron cumplidas hasta
Pentecostés, como declara el mismo Pedro (Hch 2.16-21). Las maravillosas promesas dadas aquí en
Joel no pudieron ser cumplidas hasta la venida de Jesucristo. No sucedieron hasta que él murió en la
cruz y su sangre derramada cambió verdaderamente los corazones de los hombres.
Nuestro Señor vino para impartir a su pueblo ese gozo que el pecado había destruido (Jn 15.11). Vino
para hacer a su pueblo verdaderamente lleno de fruto (1n 15.1ss). Lo que el Señor exigía aquí como la
condición para derramar sus bendiciones sobre Israel que era su Iglesia, nunca podría ser alcanzada por
el pueblo, de manera que vino él mismo, en la persona de Jesucristo, para realizar todo lo que le había
exigido a su pueblo, haciendo posible así que se derramara sobre Israel en Cristo Jesús la plenitud de
las bendiciones de Dios. Entonces Pedro podría proclamar con razón en Pentecostés que aquellas
promesas de Dios tanto tiempo retenidas eran ahora derramadas y cumplidas en la iglesia.
Pero en el entretiempo, Dios estaba llamando de entre los hijos de Israel a un pueblo que se arrepentiría
por su gracia y buscaría el nombre del Señor (v. 32). Este pueblo, como el escritor de Hebreos nos
enseña, murió sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto como de lejos (Heb 11.13,
39,40). Eran el remanente del Antiguo Testamento, los que Dios había llamado a sí y salvado antes de
la venida de Cristo, aun en los momentos en que Israel y Judá como naciones eran desobedientes y
estaban sometidas a juicio.
La promesa dada aquí, «Todo aquél que invocare el nombre de Jehová será salvo» (v. 32), alcanza en el
pasado hasta la historia más primitiva del hombre sobre la tierra (Gn 4.26; 12.8; 26.25) y distingue al
verdadero remanente, a la Iglesia verdadera de todas las épocas, por oposición a la falsa. También
alcanza en el futuro a la gran época de la evangelización posterior a Pentecostés y, muestra la
continuidad de la obra de Dios en su llamado para SI de un pueblo, no solo de entre los hijos de Israel
sino de entre todas las naciones (Ro 10.13).
Joel 3.1-13 contiene la tercera sección principal del libro. En esta sección, el Señor señala la seguridad
de que habrá de pedirles cuentas a todas las naciones. En primer lugar, salvará con seguridad a su
pueblo de entre todas las naciones (v. 1). En segundo, ejercerá su juicio sobre el resto de la humanidad
(v. 2). Recordamos como, en el mismo principio, Dios hizo una distinción muy clara entre su pueblo, la
simiente de la mujer, Y los hijos de Satanás, la simiente de la serpiente. En última instancia, Dios
reconoce solamente estas dos categorías entre los hombres. Ahora en Joel, proclama que todos esos
hijos de Satanás y todas las naciones que se han opuesto a su pueblo a través de la historia serán
juzgadas por él y destruidas.
Las naciones mencionadas aquí son Tiro, Sidón, Filistea, Grecia, y los sabeos. Pero estas naciones
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representan sin lugar a dudas a todas las naciones de la historia (vv. 4-9). La escena del juicio descrita
en los versículos 12,13 es muy similar al último juicio sobre las naciones de que habla el Apocalipsis
en 14.17-20. Está simbolizada por el llamamiento a forjar espadas de sus azadones y lanzas de sus
hoces (v. la). Esto indica que precisamente cuando las naciones piensan que están prosperando y han
alcanzado la paz sin Dios él les hará la guerra. Ciertamente, como prometió Cristo, habrá guerras y
rumores de guerras hasta que venga el final (Mt 24.6-8). Posteriormente el símbolo sería invertido en el
contexto de las buenas nuevas de Dios para aquellos que creyesen en él, y el símbolo contrario se
convirtió en expresión de la paz eterna prometida por Dios a todos aquellos que confiasen en él (Is 2.4;
Mi 4.3).
La sección última de Joel (vv. 14-21) deja en claro para todos que ahora es el momento de la decisión
(v. 14). El Señor deberá ser conocido de todos los hombres; todos tendrán que enfrentarse a él, ya sea
como un león rugiente que busca a quién devorar (v. 16a) o como un refugio y un baluarte (v. 16b).
Dios tendrá ante sí en amor a un pueblo santo y sin mancha, como se había propuesto desde antes de la
creación (v. 17; cf. Ef. 1:4). Pero el resto, los que le resistan, lo conocerán como el león capaz de
devorar. No hay lugar en la habitación de Dios (la nueva y santa Jerusalén) para los extranjeros (los que
no se han reconciliado con Dios; cf. Is 52.1; Ap. 21.27).
Los versículos finales, 18-21, describen nuevamente en términos de prosperidad material las
bendiciones de Dios sobre su pueblo, los llamados, el remanente, los fieles, en contraste con las na-
ciones que rechazan al Señor.
Gran parte del tema de Joel resulta, por tanto, una indicación de lo que habría de venir en los siguientes
profetas: las advertencias sobre el juicio que vendría sobre la iglesia si el pueblo no se arrepentía; la
predicción del levantamiento al arrepentimiento; las promeses de bendiciones si el pueblo se arrepentía;
la esperanza mantenida a un remanente que busca al Señor de verdad el cierto juicio de Dios sobre
todas las naciones de la historia, y el destino final de todos los hombres, o a la paz y seguridad en el
Señor (para el remanente), o el juicio y la destrucción sin Dios (para las naciones, es decir, para los
hijos de Satanás).
Este mensaje es muy significativo para nosotros, que estamos hoy en la Iglesia de Cristo. Dios sigue
preocupado por ver las evidencias de que realmente somos sus hijos y de que le damos gloria en el
mundo. Es fácil caer en la trampa en que cayeron Israel y Judá si se toma el camino de satisfacer todas
las exigencias externas de la religión pero sin tener los corazones contritos ante Dios. Esto el Señor no
lo aceptará, ni en el Judá del siglo noveno antes de Cristo, ni en la iglesia de hoy en el siglo veinte. En
su mensaje a la iglesia de Éfeso, el Señor dejó ver que ni tan siquiera la ortodoxia es en sí misma
suficiente: debe haber gozo y amor en el corazón hacia Dios y hacia los demás si la iglesia quiere ser
aceptable al Señor (Ap. 2.1-7).
Por tanto, necesitamos examinarnos con respecto a nuestros propios corazones. Si el gozo de estar en
adoración ante el Señor está ausente, es que la situación exige corazones quebrantados y contritos que
se arrepientan de los pecados y permanezcan entre vosotros y nuestro Señor para que no seamos
quitados de nuestro lugar.

2. Jonás (circa 800 A.C.)


Estamos situando a Jonás en el siglo noveno (aunque podría ser también cerca del principio del siglo
octavo A.C.). Es uno de los pocos profetas que se mencionan específicamente en la sección histórica
del Antiguo Testamento (2 R 14.25). De ese contexto deducimos que su ministerio comenzó o antes del
reinado de Jeroboam II, o durante el mismo, y Jeroboam III gobernó en el siglo octavo. Tanto en el
libro que escribió como en el libro de los Reyes, Jonás se identifica como el hijo de Amitai (Jon 1.1).
En Reyes, se le identifica también como procedente de Gathefer, un pueblo cercano a Nazaret.
Para comprender el libro hay que situarlo en el fondo histórico de los siglos noveno y octavo. Era aquel
un momento en el que Asma estaba surgiendo como un gran poder en el mundo. Los asirios eran un
pueblo que vivía en el área de Mesopotamia, y aunque no son mencionados por su nombre, es de
suponer que fueran el pueblo procedente del norte que ya había sido una amenaza en los días de Joel
(2.20). Asiria comenzó su gran carrera hacia el poder alrededor del 900 AC., en los días de Salmanasar,
como lo indica nuestro cuadro cronológico.
La capital de este vasto imperio era Nínive. Puesto que esta ciudad constituía una amenaza potencial
para el pueblo de Dios resulta comprensible que Jonás estuviera renuente a ir para avisarle a aquel
pueblo de la cólera de Dios. En realidad, Jonás no podía querer más que su destrucción. Sin lugar a
87
dudas, él sabía que debido a la maldad de los reyes y el pueblo de Israel, el juicio de Dios caería sobre
ellos. Ya Joel lo había advertido claramente. Podemos ver por qué, cuando Jonás oyó la orden de ir a
predicar a Nínive (1.2), no pudo tener deseo mayor que el ver a Dios borrar a Nínive del mapa y quitar
así de en medio una amenaza muy cierta para Israel (v. 3). Jonás quería ir en la dirección opuesta a la
voluntad expresa de Dios.
De hecho, Jonás nos dirá posteriormente con exactitud por qué quería desobedecer a Dios en este
momento. En Jonás 4.2 le responderá diciendo: «Sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo
en enojarte, Y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal». ¿Cómo supo Jonás que Dios era
esta clase de Dios?
Como lo mostramos en Joel (2.13), Dios se había revelado mucho tiempo antes exactamente en esos
términos a Moisés (Ex 34.6, 7). Puesto que Jonás sabía que Dios era así y que por tanto era probable
que mostrara esa misericordia hacia Nínive, cuya destrucción él quería huyó de Dios.

La primera sección de Jonás (1.1-16) relata la comisión de Dios y la desobediencia de Jonás. Cuando
Jonás finalmente desobedece la voluntad expresa de Dios (la Palabra de Dios que le había sido
revelada), Dios interviene, demostrando que nadie puede ir en contra de sus propósitos. La voluntad
secreta de Dios de salvar a Nínive de la destrucción no será impedida porque Jonás se haya negado a
obedecer la voluntad revelada. Es importante distinguir entre ambas categorías de la voluntad divina y
no confundirlas. La voluntad revelada de Dios puede que sea desobedecida por los hombres, pero nadie
puede alterar la voluntad o el propósito secreto de Dios.

El método que usa Dios para intervenir indica su soberanía en todos los asuntos de los hombres.
Leemos en el versículo 4 que envió un gran viento. Comienza ahora una interesante cadena de sucesos
con los cuales Dios lleva a cabo su propósito con respecto a Jonás. Quiso que este se hallara en medio
del mar en un estado de desamparo. Esto sucedía a fin de que Jonás fuera humillado Y tuviera que
enfrentarse a su total dependencia del Dios del que intentaba huir (v. 15). Entre los versículos 4 y 15 la
cadena de sucesos se va desarrollando mientras Dios lanza el viento sobre el mar. La palabra hebrea
equivalente a «lanzar» se encuentra tres veces en esta sección. Primeramente, Dios «lanza» el viento.
Después los marineros «lanzan» el equipaje en respuesta al viento, tratando de salvar el barco y sus
vidas (v. 5). Y por último, los hombres «lanzan» a Jonás al mar (v. 15). Las traducciones usan diversas
palabras en estos tres versículos, pero en hebreo son la misma palabra, señalando así la soberanía de
Dios en su trato con los hombres. Dios quería a Jonás en el agua y esto es lo que sucedió, por
mediación de los marinos.
En el proceso de poner a Jonás en el desamparo, el Señor tuvo misericordia de ese puñado de marineros
que lo acompañaban en su infortunado viaje. Hizo que todas las cosas redundaran en su bien.
Notemos primero que nada que los marineros tuvieron miedo (v. 5). En ese momento eran totalmente
paganos y aclamaban a sus propios dioses paganos. Atrapados en el juicio de Dios contra Jonás, fueron
sometidos a terror primero, y después se les enseñó la verdad de Dios.
Vemos una vez más la soberanía de Dios en que cuando se echan suertes, estas caen en Jonás, y no por
accidente precisamente. Dios quería que las cosas pasaran así (v. 7). Ahora Jonás se convierte en el
testigo maldispuesto del Dios de Israel, el Dios de su pueblo, el Dios del que había intentado huir.
Ciertamente, no había sido su propósito darles testimonio a estos paganos, pero sí había sido el de Dios,
quien era el que dominaba la situación. Jonás les predicó la verdad con respecto a su Dios (v. 9).
Cuando mencionó la tierra firme, podemos estar seguros de que los marineros se sintieron interesados.
No había palabra que pudiera sonar mejor a sus oídos en este momento. El les estaba indicando que
confiaran en su Dios que era quien dominaba tanto sobre el mar como sobre la tierra.
Los marineros trataron de salvar a Jonás (v. 13). Pero Dios había determinado que Jonás debía ir al
mar. Finalmente, se sometieron a su voluntad, pero podemos darnos cuenta de cómo llegaron a conocer
a Dios en el proceso. Reconocieron su total soberanía que le permitía hacer las cosas según le pareciera
(v. 14). Ahora se dirigían a él con la palabra hebrea «Señor», el nombre de Dios en la alianza. Cuando
lanzaron a Jonás al mar y vieron la calma que siguió inmediatamente, temieron al Señor aun más (v.
16). Notemos que el enfoque de temor que habían puesto en la tormenta había pasado ahora al Señor de
la tormenta. Parecen haber tenido experiencias genuinas de conversión. Ofrecieron sacrificios e hi-
cieron votos (v. 16). No tenernos derecho a rechazar la autenticidad de esta experiencia. Lo que les
pasó después, no lo sabernos. Las Escrituras los dejan en este momento a merced de Dios. La atención
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está enfocada en la figura de Jonás. ¿Y dónde estaba Jonás? Exactamente donde Dios lo quería, en el
fondo del mar, también a su merced (v. 15)

La segunda sección del libro comienza realmente con el último versículo del capítulo primero. Habla
de cómo Jonás fue salvado del mar y de su confesión a Dios (vv. 1.7-2.10).
Esta sección está dividida en tres partes desiguales pero bien diferenciadas. Primero, se nos habla de
cómo Dios prepara el rescate de Jonás. Mientras este se hallaba en medio de un mar enfurecido y
hundiéndose rápidamente, ya Dios había preparado un gran pez como el medio que utilizaría para
salvarlo del mar (v. 17).
Es de suponer que el Señor había preparado el pez aun antes de que Jonás fuera lanzado al mar. Esto
nos conduce al gran debate sobre la naturaleza del pez que se tragó a Jonás. Muchos han discutido que
ningún hombre puede vivir en el vientre de ningún pez o ballena durante tres días. Otros, con igual
vehemencia, han intentado citar casos en que hubo hombres que sobrevivieron de forma similar a la de
Jonás. Ambos grupos están desenfocados. Dios preparó u ordenó este pez para este propósito. Eso no
significa que podamos encontrar un pez igual al que tragó a Jonás. ¡El Señor preparó a ese pez para ese
propósito!
Jonás no podía vivir en el agua. Se estaba hundiendo, y mientras se hundía, pensó que se estaba
muriendo. Entonces, el gran pez lo salvó del mar enfurecido.

La segunda parte de esta sección recoge la oración y el testimonio de Jonás, mientras esperaba en el
vientre del pez a que Dios diera el siguiente paso. Vemos cómo se manifiesta claramente en este
momento su propia fe personal (vv. 1-9).
Jonás reflexiona en su oración sobre lo que le ha sucedido. En su aflicción (al ser echado al mar), Jonás
oró a Dios, y el Señor le había respondido (v. 2). Esto ya contiene en verdad toda la historia, pero Jonás
la amplía aun más. Sentía que su descenso en el agua era similar al descenso al mismo infierno.
Sin embargo cuando se hundía, clamó al Señor y el Señor le oyó.
En los versículos del 3 al 6 refiere en detalle la experiencia que tuvo estando en el agua. Notemos que
creía que había sido el Señor quien lo había lanzado al agua. La Biblia dice claramente que los
marineros le tiraron, y sin embargo Jonás sabía que ellos cumplían un propósito divino.
En estos versículos se recogen los sentimientos de un hombre que se está ahogando. La invasión del
agua, las ondas y las olas, lo hicieron hundirse en lo profundo. Notemos que lo veía todo como obra de
Dios: “Tus ondas…tus olas”.

Mientras estaba luego en el vientre del gran pez, Jonás reflexionó en cómo Dios lo había salvado
realmente (v. 6b). El versículo 7 es un resumen de toda la experiencia.
En conclusión, Jonás sacó una lección de todas sus experiencias con Dios (v. 8). Al parecer, el
significado de este versículo es que Jonás, al considerar la engañosa vanidad de que pudiera escapar a
la voluntad de Dios para con él, de lo único que estaba huyendo era de su misericordia. ¡Qué tonto
había sido! La idea de que podemos marchar solos sin Dios es ciertamente una necedad. Es la vanidad
de vanidades.
La oración termina con una entrega al Señor (v. 9). Jonás está agradecido ahora y se propone obedecer
a Dios de ahora en adelante. Su conclusión de que la salvación viene del Señor, es un eco de lo que
había declarado Joel anteriormente (Jl 2.32). La última parte de esta segunda sección es la narración de
la respuesta de Dios a la confesión y la oración de Jonás (v. 10). El Señor dirigió al pez a tierra firme,
donde arrojó a Jonás. Ahora estaba de regreso donde Dios lo había querido primeramente, en una
posición que le permitiría llevar a cabo los deseos de Dios.

La tercera sección del libro comprende el capítulo tercero. Habla sobre la comisión de Dios a Jonás y la
obediencia siguiente de este al mandato divino. Esta vez Jonás obedeció cuando recibió las órdenes.
La descripción de Nínive como una ciudad de tres días de jornada ha provocado muchas
interpretaciones diferentes. Es dudoso que pueda significar que era una ciudad tan vasta que tomaba
tres días pasar a través de ella o incluso rodearla. En el contexto de la orden dada a Jonás, parece más
bien que el significado sea que le tomaría a Jonás tres días pasar a través de sus calles declarando el
mensaje que Dios le había dado.
El mensaje era breve, y no podemos saber si solo tenemos una parte del mismo (v. 4). Considerando lo
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renuente que se hallaba Jonás al hecho mismo de estar en Nínive, lo más probable es que hablara
brevemente. Todavía no se sentía feliz con la posibilidad que Nínive se salvara.

En los versículos 5-9 se da la respuesta del pueblo. Creyeron a Dios (v. 5) y proclamaron un ayuno
como señal de verdadero arrepentimiento. Hasta el rey se conmovió por el mensaje y su corazón fue
movido a contrición (v 6). Como jefe de su pueblo, lo llamó a arrepentirse ante Dios. Más aun, guió al
pueblo en una verdadera reforma de sus malos caminos.
En el versículo 9 tenemos algo que nos recuerda las palabras que encontramos en Joel 2.14. Este pueblo
miró a Dios en la esperanza de que el Altísimo desviara su terrible ira.
En el versículo 10 vemos la respuesta de Dios al arrepentimiento de ellos. Dios se arrepiente del mal
que había dicho que haría y no lo realiza.
El Señor hizo pasar a Jonás por esta experiencia para enseñarle cómo él trata misericordiosamente a los
pecadores. Debe haber sido una lección muy clara para Jonás, pero este era lento para aprender.

El capítulo 4 nos muestra que aunque Jonás obedeció el mandato de Dios la segunda vez, en realidad
estaba renuente a hacerlo. De hecho, estaba disgustado con los sucesos. Estaba furioso. Se había dado
cuenta anticipadamente de que la misericordia de Dios se manifestaría en Nínive, y no era eso lo que él
quena (v. 2). En el versículo 3 quizá esté comparando su aflicción actual con la de Elías (1 R 19.4).
Pero Jonás no era Elías, y menos en este momento. ¿Cómo pudo Jonás olvidar tan rápidamente la
lección que el Señor le había enseñado mostrándole su misericordia?
Dios le hace una pregunta: « ¿Haces tú bien en enojarte tanto?» (v. 4). Pero Jonás no le respondió.
Simplemente, salió de la ciudad y se sentó afuera en el campo, para ver qué le sucedería a Nínive.
Quizá aún tuviera esperanza de que fuera destruida (v. 5).

Con el versículo 6 comenzarnos la última sección del libro de Jonás (vv. 6-11). En esta sección, el
Señor le da una vez más la lección a Jonás de su trato misericordioso con los hombres. En cierta forma,
algunas partes de esta sección son intencionadamente ridículas, con el fin de indicar la gran debilidad
de carácter que tenía Jonás.

El vocabulario de estos versículos es humorístico a la luz del contexto. Dios prepara una enredadera
para que cubra la enramada que había hecho Jonás y lo proteja del sol. La Biblia dice que era para
librarse de su malestar (v. 6).
Es como si Dios estuviera diciendo: «Muy bien, Jonás, eres obstinado y terco, y no has sido capaz de
comprender lo que yo trate de ensenarte cuando te rescaté del mar. Probemos nuevamente. Estás
sentado aquí afuera al sol, y el sol te está haciendo sentir muy incómodo. Pero yo vendré a liberarte de
tu malestar». Usar esta palabra para describir la situación de un hombre testarudo sentado al sol,
demasiado tonto o demasiado necio para quitarse del sol, bordea en lo ridículo. Nadie le había dicho a
Jonás que se sentara al calor del sol; esto lo hizo él por iniciativa propia. Sin duda, Dios escogió estas
palabras con el propósito de hacerlo sentirse avergonzado.

La reacción de Jonás ante el crecimiento de la planta fue igualmente ridícula, Se alegró grandemente
(v. 6). Dios acababa de salvar a toda una ciudad de la destrucción y Jonás había estado enfadado por
ello, pero ahora estaba grandemente complacido porque tenía esta protección del sol. ¡Cuán
grandemente se había desviado el sentido de los valores en Jonás!

Sin embargo, esta vez Dios alteró su manera de tratar a Jonás y le retiró su misericordia, para enseñarle
lo que es vivir sin la misericordia divina. Preparó un gusano que destruyó la enredadera (v. 7).
Lo que sucede con el pez, sucede también con la enredadera y el gusano; no importa si podemos
encontrar plantas así, o saber exactamente qué clase de gusano fue el que destruyó la planta. Lo
Importante es que todas estas cosas fueron preparadas especialmente para tratar con Jonás.

Ya en este momento la reacción de Jonás es algo esperada. Se enfada nuevamente por la pérdida de la
enredadera. A medida que el viento se le hace angustioso desea la muerte (v. 8). Todavía nadie le había
dicho a Jonás que debería permanecer allí afuera; era libre de marcharse, pero prefería morir.
En este momento, en los versículos 9 y siguientes, Dios le aplica la lección a Jonás señala que este
90
estaba furioso por la pérdida de una pequeña enredadera que duró solo 24 horas, pero no le había
preocupado lo más mínimo la gran amenaza de que todo el pueblo de Nínive perdiera la vida (v. 10).
Aquí compara el Señor su propio sentido de los valores, su preocupación por las vidas de los
ciudadanos de Nínive, con la preocupación del sentido de los valores en Jonás, por la insignificante
planta. En realidad, la preocupación de Jonás estaba centrada en sí mismo. Había sido molestado, y eso
era lo que lo había puesto furioso.

La descripción que hace el Señor del pueblo, como desconocedor de dónde tenía su derecha o su
izquierda, probablemente es una figura de su ignorancia espiritual.
Hay muchas aplicaciones útiles en las lecciones del libro de Jonás. Quizá muchos de nosotros podamos
vemos reflejados en Jonás. Quizá movamos la cabeza al ver su falta de agudeza espiritual, pero ¿somos
mejores que él? Consideremos lo mucho que Dios ha hecho por nosotros, y lo lentos que somos en
aplicar la misericordia que Dios nos ha mostrado, a nuestras relaciones con los demás. Estamos
agradecidos por lo que Dios ha hecho con nosotros. ¡Cómo nos regocijamos por la forma en que nos
trata! Pero no mostramos el mismo entusiasmo por aquellos que aun están perdidos como nosotros lo
estábamos antes.

Como Jonás no somos capaces de glorificar a Dios en nuestras vidas, porque aunque sabemos cómo es
no reflejamos su imagen en nosotros. No podemos mostrar hacia los demás la misma misericordia Y
longanimidad que Dios nos ha mostrado a nosotros. Y sin embargo, esto es exactamente lo que él
quiere de nosotros.

Como consecuencia hay un fallo en nuestro celo misionero nos despreocupamos de los que aún
permanecen bajo la ira de Dios, como lo estuvimos nosotros (ver Ef. 2.3). El mensaje del libro de Jonás
se destaca claramente: así como yo he sido misericordioso contigo, dice Dios, ve y conviértete en el
mensajero de mi misericordia hacia los demás. Este es un gran libro misionero.

Hay algo decisivo implícito en este libro que no debemos pasar por alto. Lo que acarreó la caída final
de Israel en el Antiguo Testamento no fueron los enemigos externos, como Nínive y Babilonia. Ellos
no eran más que los instrumentos de la ira de Dios. La caída sobrevino debido a que el pueblo, lleno de
orgullo, se negó a reflejar la gloria de Dios en su vida y fracasó como había fracasado Jonás. Israel
cayó debido a sus orgullos internos, y no a sus enemigos externos.

En el resumen de la historia de Israel que hemos estudiado en esa sección del libro segundo de los
Reyes se nos dice que el pueblo fue juzgado por haberse negado a oír la Palabra de Dios. Como
veremos en nuestro estudio de los profetas posteriores, el pueblo rehusó mostrar de unos para otros el
amor de Dios, tales eran de egoístas sus motivaciones diarias. Viviendo en la abundancia y el lujo, los
ricos oprimían a los pobres creyentes y les quitaban cuanto poseían.

Nos preguntaremos por qué el libro de Jonás se encuentra entre los profetas, siendo tan distinto a los
demás. Sin embargo, a medida que analizamos el mensaje y vemos las experiencias de Jonás, vemos
que el mensaje profético de las Escrituras resalta muy claramente. Se estaba advirtiendo a tiempo a
Israel y al pueblo de Dios que se sometiera a la voluntad y a los propósitos divinos si no querían sufrir
un gran juicio.

Dios siempre juzga las motivaciones del corazón y es en eso en lo que nos afirmamos o caemos

91
IX-. LOS ESCRITOS PARA CONTRARRESTAR LOS DESATINOS DE SALOMÓN
(Eclesiastés y El Cantar de los Cantares)

Antes de continuar nuestro estudio de los profetas, presentaremos dos escritos que parecerían
pertenecer en líneas generales a la edad que estamos estudiando. Aunque no son libros de profecía,
contienen un mensaje que no es distinto del de los profetas.
En estas dos obras, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, tenemos escritos de la época algo posterior
a Salomón que fueron dados para contrarrestar la mala influencia de Salomón y los de su clase.
Recordemos que Salomón, en la mente del pueblo, había representado todo lo mejor. Era el escogido
por David, rico, sabio, y poderoso. Por tanto, la conducta de sus últimos días tendría una gran
influencia en la gente joven de aquella época y de muchas después, si no se hacía algo para demostrar
que Dios no se había agradado en Salomón.
Por supuesto, en la historia que hemos estudiado leemos acerca del disgusto que Salomón le había
causado a Dios, pero sin duda muchos que vivieron muy cercanos a su época no podrían ver esto. De
todos modos, los siguientes reyes de Judá, Roboam y Abiam, siguieron los pasos de su padre y muy
bien podrían haber conducido a Judá por el mismo camino de perdición que siguió Israel cuando Israel
demostró no haber llegado a tener jamás un rey que fuera fiel al Señor.
Me permito decir que Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, que algunas veces es llamado el Cantar
de Salomón, fueron ambos escritos para contrarrestar la mala influencia de Salomón y los de su
especie, y están dirigidos al verdadero pueblo de Dios en aquellos días, para instruirlo en lo que es la
voluntad de Dios, en contraste con el ejemplo dado por Salomón.
Ahora procederemos a ver cada uno de estos libros y el mensaje que tenían para el pueblo de Dios en
un tiempo en que predominaba la mala influencia espiritual, y veremos también su significado para los
creyentes en el día de hoy.

1. Eclesiastés

La palabra «Eclesiastés» significa «aquello que pertenece a la iglesia o a la predicación», es decir, el


mensaje. El libro de Eclesiastés ha de ser considerado por tanto como algo similar a un sermón.
La frase introductoria (1.1) contiene la palabra «predicador» o, transliterada del hebreo, «Kohelet».
Esta palabra significa básicamente «uno que preside una reunión». «Predicador» es una buena
traducción, aunque la palabra «moderador» sería más exacta.

La identidad del predicador no se revela nunca, aunque de la descripción del versículo 1 parecería
desprenderse que se trata de Salomón. Pero todos los reyes de Judá podían ser llamados hijos de David
con todo derecho. Incluso Jesús llevaría más tarde este título (Mt 1.1).
La frase introductoria no significa que el predicador, quien quiera que sea, haya sido el autor del libro.
En realidad, está citado en el libro, y a veces largamente, pero el autor sostiene claramente una posición
que es opuesta a las palabras del predicador que se presentan en los versículos 1 y 2.
En esencia, el esquema del libro nos da primeramente una declaración hecha por el predicador, que se
explica desde el versículo 2 hasta el 23. A continuación sigue una refutación del tema del predicador,
del versículo 24 al 12.8. Finalmente, encontramos una conclusión para todo el conjunto.

Mirando ahora a la primera parte del libro, vemos que el tema principal del predicador es «vanidad de
vanidades... todo es vanidad» (v. 2). Esta afirmación vuelve a aparecer al final del libro (12.8),
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mostrando con ello que se ha terminado el debate.
Este tema o visión de la vida aparece con más amplitud en la sección que va del 1.2 al 2.23. Además de
la expresión «vanidad de vanidades» hay otra que se usa tanto por el predicador como por el autor del
libro. Es la frase «bajo el sol», y se refiere a la vida tal y como los hombres la ven, la vida tal como es
contemplada por el hombre, cuya visión es limitada y el cual está confiado a ese lugar bajo el sol; y no
tal y como Dios la ve, en forma diferente y desde una perspectiva mucho mayor.
Veamos ahora el punto de vista del predicador, el que es posible que represente a Salomón, aunque
quizá represente a otros de su misma clase, como podría ser su hijo Roboam, o alguno de los otros
reyes de Judá que tuvieron vidas que no fueron agradables al Señor.
Ciertamente, el efecto devastador de los reyes infieles de Judá era grande en toda la tierra.
Los mensajes de los profetas de Dios en aquellos días y en los posteriores señalan que todos los
dirigentes, tanto reyes como sacerdotes y profetas, eran pecadores, y como son los sacerdotes, así es el
pueblo.
La afirmación del predicador, «todo es vanidad», resume su punto de vista y podría resumir muy bien
también lo que debe haber sido el punto de vista de Salomón en la última época de su vida, cuando el
rey había caído en la ruina moral (1 R 11). Al mirarse el predicador a sí mismo, podía ver que había
probado de todo y que, sin embargo, no le había encontrado sentido a la vida en nada.
Veía la creación y la providencia de Dios, pero todo lo que podía sacar en conclusión era que eran
aburridas y monótonas (1.4-11). El amanecer y el atardecer, el viento que sopla, la lluvia que va a parar
a los ríos y los ríos que van a parar al mar, todo era agotador para él. No significaba ninguna bendición
(v. 8). Este punto de vista contrasta con el del salmista, que proclamaba que «los cielos cuentan la
gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sal 19 .1). El salmista ve la revelación
natural como si estuviera predicándole un sermón a todo el mundo sobre la gloria de Dios (vv. 4-6).

Con el fin de encontrarle algún sentido a la vida, el predicador trató de usar todos los recursos
disponibles. Y sus recursos eran vastos. Tenía una gran sabiduría y por ello buscó a través de ella una
vida rica de sentido (1.12-18). Y sin embargo, llegaba a la conclusión, después de ejercitar esa
sabiduría que Dios le había dado, de que solo le había traído aflicciones y penas (v. 18).
Después, persiguió el regocijo y el placer como solo alguien con una gran fortuna podía hacerlo (2.1-3).
De nuevo se sintió defraudado y vacío (v. 2).
Después decidió hacer grandes estructuras y grandes obras (vv. 4-7). Con los recursos de que disponía,
pudo construir toda suerte de cosas y llenar su tierra con un inmenso número de siervos y grandes
rebaños de ganado. Como esto no le satisfacía, reunió riquezas y se compro las mejores diversiones
(vv. 8-11). Ninguna empresa era demasiado grande para él. Todas las cosas materiales que quisiera, las
tendría (v. 10). Sin embargo, todo esto no le pudo conseguir lo que deseaba encontrar, es decir, algún
sentido para su vida (v. 11).
Su conclusión era triste pero previsible. Odiaba la vida (v. 17). Odiaba todo lo que había hecho (vv. 18-
19). Por tanto, estaba desesperado de la vida (v. 20).
Regresando ahora a Eclesiastés, en el 2.24 encontramos un punto de vista nuevo y diferente al
presentado en el primer capítulo. Este punto de vista es el del escritor del libro del Eclesiastés y no el
de Salomón. Está escrito para contrarrestar la conclusión desesperada de Salomón y su deplorable
ejemplo.

El tema opuesto al de Salomón, el mensaje de Dios, es que hay gozo y sentido en el trabajo y la vida
que se desarrollan para gloria de Dios y en el temor de Dios, esto es, en fe. Notemos que en los
versículos 24- 26 el escritor afirma que la vida verdaderamente buena, en contraste con la vanidad de la
vida de Salomón, es el gozo de la propia labor (el trabajo diario), mirándola como venida de la mano de
Dios. Lo cual quiere decir que ha de realizarse para agradar a Dios.
Este concepto es sumamente básico para la vida de los hijos de Dios. Recordemos que cuando Dios
creó al hombre, lo hizo para que trabajase y le dio una responsabilidad que cumplir ante su presencia.

En los versículos siguientes, el autor del Eclesiastés desarrolla este tema del gozo en el trabajo hecho
para la gloria de Dios. En el versículo 3.14le llama «el don de Dios». En realidad, es un trabajo hecho
en conjunto con Dios. En el versículo 22 del mismo capítulo le llama a este gozo en el trabajo «la
parte» del hombre.
93
Notemos el gran contraste que hay entre las conclusiones anteriores sobre la vanidad por parte del
predicador y la gran conclusión del pasaje 5.18-20
No podemos dejar de notar el contraste entre el gozo en el trabajo y la vida carente de significado
descrita por el autor en estos capítulos y las continuas alusiones a la vida vana del propio Salomón (ver
6.1-3).
De nuevo vemos que se llama la atención sobre el temor de Dios en el versículo 7.18. No se trata
solamente del trabajo; por tanto, ese gozo se encontrará solamente en el trabajo hecho en el temor del
Señor. El que teme al Señor se presenta en contraste con el malvado (8.12, 13).
El gozo del trabajo tiene valores internos que Salomón no encontró nunca, a pesar de toda su sabiduría,
sus riquezas, y su poder. El hijo de Dios que haga su trabajo, sea cual fuere, como para el Señor y para
complacer al Señor, tiene ya la seguridad de que ese trabajo suyo es aceptado (9.7).
Este gran tema, hilvanado a través de todo el libro del Eclesiastés, es con seguridad uno de los temas
más pasados por alto en la vida del cristiano de hoy en día, y necesita que se le dé nuevo énfasis.
El Eclesiastés nos está enseñando algo que Pablo trata extensamente en sus epístolas. El hijo de Dios
debe ver su valor, es decir, todas las cosas de su vida, como algo que es para el Señor y no para los
hombres. No importa lo fastidiosa o agotadora que esa labor parezca ser; puede ser un gozo que llene la
vida con un auténtico significado, si se hace como si fuera para el Señor. Notemos que Pablo podía
decirles esto hasta a aquellos que trabajaban bajo las más duras circunstancias que podamos imaginar,
como esclavos de los paganos romanos (Ef. 6.5-8; Col 3.22-24).

Si nosotros pudiéramos ver hoy en día, tal como nos muestra el escritor del Eclesiastés y como repite
Pablo, que en todo momento somos trabajadores para el Señor, sea cual fuere nuestra labor diaria,
entonces seríamos capaces de hacer ese trabajo, no para agradar al jefe o para conseguir un sueldo
mejor, o escalar a posiciones más elevadas, sino más bien para complacer a nuestro Señor. Por tanto, en
cualquier trabajo, nosotros los cristianos deberíamos superar al mundo en dedicación y fidelidad a
nuestra labor, de manera que nuestras buenas obras brillen para la gloria de Dios y nos abran muchas
puertas que nunca se habían abierto antes a nuestro testimonio. Al vemos trabajar los demás sabrán que
somos diferentes. El Eclesiastés concluye la sección sobre el significado verdadero de la vida con una
descripción de la ancianidad, el tiempo en el que ha terminado la posibilidad de trabajar, lo cual quiere
decir que está dirigido en primer lugar a los jóvenes que aún tienen la oportunidad de ajustar el curso de
sus vidas en armonía con la Palabra de Dios.
Los jóvenes tienen tendencia a la vanidad; suponen que tienen toda una vida por delante para vivirla
como les plazca. Por ello se les advierte que si intentan vivir como quieran, y no para el Señor, harán
fallado en la vida ante los ojos de Dios (11.9-10).

A continuación tenemos, en 12.1-7, una descripción hermosa pero patética de la ancianidad. La


ancianidad es un tiempo de maldad para la vida vana (v. 1). Ya no hay ningún placer en la vida (v. 1).
La luz comienza a fallar y los ojos se oscurecen (v. 2). Los brazos (guardadores) y las piernas (hombres
fuertes) comienzan a fallar ya temblar débilmente, y ya nunca más podrán llevar al hombre a donde él
quiera ir (v. 3). Los dientes son pocos y los ojos se oscurecen (v. 3). Solo se puede oír con gran
dificultad y sin embargo al mismo tiempo, cualquier ruido pequeño sobresalta (v. 4). A medida que se
van cerrando la oscuridad y la muerte, lo hace también el terror (v. 5). Ya no se apetecen más los
saltamontes y otras comidas delicadas de aquella época y aquel lugar del mundo; ya nada sabe bien (v.
5). Los versículos 5 al 7 son una descripción bellamente poética de la muerte y el final de toda
esperanza y significado para aquel que no ha sido recto ante Dios.

La sección entera es una vívida amplificación de Génesis 3.19. El versículo 9 comienza la conclusión.
¿Cómo es posible que alguien tan sabio como Salomón tuviera una vida tan carente de significado? En
realidad, no lo fue del todo. Su gran sabiduría fue capaz de enseñar a muchos. Fue usado por el Señor
para escribir muchos de los Proverbios que estudiaremos posteriormente (12.9, 10).
Notaremos que las «palabras de los sabios» mencionadas aquí (v. 11) aparecen también en Proverbios
22.17; 24.24. Más tarde veremos en qué forma son aguijones. Tengamos en cuenta que se entiende que
todas las palabras de los Proverbios, ya sean de Salomón o de otros, son en realidad, palabras del único
pastor, es decir, del Señor (v. 11).
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La conclusión de todo el libro dada en los versículos 13 y 14, nos llama nuevamente al temor del Señor
ya una vida trabajadora acorde con su voluntad. Dios es el juez definitivo de todos los hombres y de
todas sus obras. Permanecerán en pie o caerán según le hayan agradado al Señor o no.
Como dice Pablo en Efesios 2.1-10, somos salvas por gracia y no por obras, pero hemos sido salvas en
Cristo para las buenas obras, «las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas».

2. El Cantar de los Cantares

El Cantar de los Cantares o Cantar de Salomón, como se le llama también, tiene un fondo similar al del
Eclesiastés. Las vidas de Salomón y de sus sucesores en el trono de Judá fueron una gran piedra de
tropiezo para el pueblo de Dios. Mientras que, por una parte, estos hombres vivían en el esplendor del
reinado de Judá, por otra desafiaban al mismo tiempo la voluntad de Dios para sus vidas. Salomón se
volvió al final de su vida libertino, carnal, vano, lujurioso... resumen, un ejemplo de lo que un hijo de
Dios no debería ser.

Sin embargo, Salomón y sus hijos no podían ser llamados a cuenta fácilmente por los justos en la tierra.
¿Cómo podría llegar el mensaje de Dios al pueblo en tiempos así? Una forma de hacerlo fue a través de
escritos como el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, que eran mensajes dirigidos al verdadero
pueblo de Dios en medio de la apostasía, mostrándole cuánto más grande aparecía la voluntad de Dios
en contraste con la mala int1uencia de los gobernantes infieles.

Esta vista de las afueras de Jerusalén, nos recuerda a los campos a los cuales pertenecía la sulamita.
El libro que tenemos ante nosotros está escrito en forma de drama. Lo que no quiere decir que fuera
hecho con el propósito de que se representara alguna vez en un escenario. No hay nada en las Escrituras
que sugiera que esto haya sido hecho. Sin embargo, su forma es la de un drama, puesto que contiene
ciertos personajes que tienen una participación hablada en el cuerpo principal del libro. Este es un
registro del intercambio de palabras entre los personajes envueltos en la acción, sin que nos hayan sido
presentados anteriormente en ninguna forma.

Los tres personajes principales son la joven sulamita, que es la heroína de la narración, el pastor, que es
el héroe, y Salomón, que es el salvado. Están además las hijas de Jerusalén, quienes hablan
ocasionalmente. El primer verso, que da el título, nos dice que el escrito lleva el nombre de «Cantar de
los Cantares» y trata sobre Salomón, puesto que la frase en hebreo simplemente dice que pertenece a
Salomón. No quiere decir de ninguna manera que Salomón sea su autor.
El ambiente de la narración puede ser visto en tres versículos separados pero similares: el 2.7, el 3.5, y
el 8.4. Estos versículos sirven también para dividir el drama en cuatro partes o escenas separadas. La
palabra sugiere que el pastor y su sulamita están juntos, en la paz y seguridad de su casa en los campos.
El último pronombre, traducido en algunos textos «hasta que él quiera», está mejor traducido «hasta
que ella quiera», de acuerdo con el hebreo.

El tema del drama es que la sulamita necesita estar con su pastor en los campos, en lugar de estar en el
harén de Salomón, al cual había ido a extraviarse por un tiempo. Por tanto, miramos retrospectivamente
a través de los ojos de la sulamita, hacia todo lo que ha sucedido recientemente en su propia vida.
Ahora, cuando se encuentra segura con su pastor de nuevo, recuerda todo lo sucedido en su vida
anterior. El drama reflexiona sobre el hecho de que ella dejara a su pastor para vivir con Salomón por
un tiempo, hasta que recuperó su sentido común.

Las tres primeras escenas cuentan la misma historia, pero con creciente detalle. La primera presenta la
narración y la da en líneas generales. La segunda nos da más detalles, y la tercera entra en detalles aun
más pormenorizados.
La división entre escenas se presenta en 8.4 y separa la escena cuarta y final de las demás. La cuarta va
del 8.5 al 14. En ella vemos el triunfo del verdadero amor, cuando le vuelve las espaldas a Salomón con
95
toda su gloria y regresa a su pastor. Los versículos :) al 7 hablan sobre lo firme que es el verdadero
amor, que puede soportar pruebas como la que acaban de pasar la sulamita y su pastor. El versículo 7 es
un duro reproche a Salomón, quien ha intentado comprar su amor.
La parte siguiente de la última escena, en los versículos del 8 al 12, reflexiona sobre la vida pasada de
la joven sulamita y el significado de toda su experiencia. Cuando niña, había incertidumbre sobre cómo
sería su vida. Sus hermanos, cuando era joven, antes de que se desarrollara convirtiéndose en una bella
joven, se decidieron a tratar de ayudarla (v. 8). Si se convertía en un muro (fría y distante), tratarían de
hacerla atractiva. Si fuere puerta (lista para abrirse a cualquier hombre), le pondrían un muro de
protección alrededor (v. 9)
Ahora se da cuenta de que debe ser un muro, que no esté abierto a cualquier hombre, y en especial a los
de la clase de Salomón (vv. 10-12). Salomón había tratado de reclamarla, pero al fin y al cabo, ella le
pertenecía solamente a su verdadero amor, a su pastor (vv. 11,12). En el versículo 12,10 que está
diciendo ella es: «Salomón, guárdate tu dinero y tus riquezas, que yo solo quiero al pastor».

Todo el drama llega a su final con un amoroso intercambio de palabras entre el pastor (v. 13) Y la
sulamita (v. 14).

En conclusión, ¿qué podríamos decir con respecto a la intención del libro? Algunos han sugerido que
muestra el contraste entre el verdadero y el falso amor. Es decir, el amor tal como se aprecia en la
constancia del sentimiento del pastor por la sulamita a pesar de su caída infiel, en contraste con el amor
de Salomón, que solo es superficial y basado en la naturaleza.

Sin embargo, esta obra no es solamente una tesis sobre el amor.


Habla de la historia de la fidelidad y el amor de Dios para con su pueblo, aun a pesar de que este no es
fiel a él y se aparta de su temor para seguir tras otros dioses. Su mensaje es similar al del libro de
Oseas, dibujado especialmente en los primeros tres capítulos del profeta, quien habla de Israel como de
una esposa infiel a pesar del amor que Dios le tiene.

Salomón y los de su ralea, habían hecho mucho para apartar al pueblo de Dios y llevarlo a los dioses
paganos. El Señor, el Buen Pastor, que nunca abandona a su pueblo, lo busca y lo llama para que
regrese a él. Igual que como había hecho el Eclesiastés, este libro enseña que la relación correcta entre
el Señor y su pueblo es lo que Dios quiere, y no la vida vana ilustrada por Salomón.
El mensaje del libro debe de haber sido entendido por el pueblo de DIOS como el mismo mensaje de
los profetas, que se estaba comenzando a oír en esos días. Les ha de haber infundido gran aliento, tal
como lo hizo el libro del Apocalipsis con el pueblo de Dios en medio de las persecuciones y problemas
del siglo primero.

Este libro, al igual que el Apocalipsis, sigue infundiéndole ánimo al pueblo de Dios para que le sea fiel
a él y no se deje seducir, ni por los llamados «dirigentes religiosos» que quisieran apartar al pueblo de
su Dios. Cristo, durante su ministerio terrenal, nos previno contra los asalariados y los falsos pastores,
que tendrían lugares de mando en la iglesia pero que no serían auténticos pastores enviados por Dios.

También Dios nos previene aquí sobre la existencia de falsos pastores: como Salomón y sus hijos,
quienes intentaron apartar a Israel. Asimismo, este libro nos advierte que no debemos seguir las
promesas vanas y falsas de unos hombres que en su propia vida no son fieles a Dios, sino más bien,
mirar hacia el Dios que nos ama y se dio a Sí mismo por nosotros, y a él serle fieles.

96
X-. LOS PROFETAS DEL SIGLO OCTAVO

1. Amós

Con Amós llegamos a los profetas que predicaron en el siglo octavo antes de Cristo, una época de
rápida decadencia espiritual, tanto para Israel como para Judá. Antes de que termine este siglo, ya Israel
no existirá y Judá será atacado duramente, Y su capital, Jerusalén, sometida a sitio.
Amós predicó en la época de Jeroboam II, y su mensaje estaba dirigido fundamentalmente al reino del
norte, o sea, a Israel. Al norte de él, se estaba levantando Tiglat-Pileser III en Asiria, la nación norteña
a la que Jonás temía tanto. Al sur, Uzías ocuparía el trono de Judá durante un largo período.
En Israel la mayoría del pueblo no estaba consciente del peligro, y llevaba un nivel de vida más alto
que el que había tenido en largo tiempo. Jeroboam II tuvo un reinado próspero a los ojos de sus
súbditos, al menos a los de los ricos y prósperos de aquel día. Sin embargo, ese reinado era malo a los
ojos de Dios. Siguió el sendero de todos los reyes del norte, haciendo lo que era malo. El pueblo vivía
en el lujo y el pecado, a imitación de los pecados de Salomón.
El libro de Amós es básicamente un libro de juicio; juicio contra las naciones y contra Israel, el pueblo
de Dios. El primer capítulo y la mitad del segundo, hasta el versículo 8, contienen una larga
introducción que trata sobre el juicio de Dios contra las naciones paganas, y también contra Israel. El
resto del libro trata exclusivamente de Israel.
En el resto del capítulo 2 se muestra cómo el pecado de Israel es algo especialmente inexcusable, a la
luz de la bondad que Dios ha tenido para con él.
Los capítulos del 3 a15.15 hablan detalladamente sobre los pecados de Israel. A continuación hay un
capítulo y medio (5.166.14) que describe las desgracias que caerían sobre Israel por causa de sus
pecados. El resto de los pasajes que tratan del juicio contiene una serie de visiones dadas a Amós, todas
relativas al juicio inevitable que caería sobre el reino del norte.
Posteriormente, en el 9.8, hay un cambio súbito de un mensaje de juicio a uno de esperanza. El libro
concluye con este mensaje esperanzador para el remanente, que es el verdadero pueblo de Dios.
Volviendo ahora para ver con más detalle el mensaje de Amós, encontramos en el versículo primero su
origen y oficio. Procedía de Tecoa, al sur de Jerusalén, y trabajaba allí como pastor. Más adelante nos
dirá también que se dedicaba a recoger higos silvestres.
Su ministerio tuvo lugar en la época de Jeroboam II, como se indica anteriormente. Era una época muy
poco apropiada para un mensaje de juicio y desgracias, ya que el pueblo estaba disfrutando tiempos
incomparablemente buenos. El hecho de que también fueran tiempos incomparablemente llenos de
pecado no molestaba en lo más mínimo a los ricos o a los líderes de Israel.

La primera unidad del mensaje de Amós, del 1.1 al 2.8, presenta el mensaje del juicio de Dios contra
los pecadores. Este mensaje fue presentado dos años antes del terremoto (1.1). No sabernos cuándo
sucedió; pero fue algo tan impresionante que siglos después, en la época de Zacarías, aún se lo
recordaba (Zac 14.5). Es posible que sea mencionado aquí porque haya servido para impresionar al
pueblo con respecto a la urgencia del mensaje de Amós.
El texto del mensaje de Amós aparece en el versículo 2. Al parecer, cita a Joel 3.16. Joel había
declarado que cuando el Señor rugiera desde Sión sería un día de terror para sus enemigos; pero él sería
un refugio para su pueblo. Vemos que este es en esencia el mensaje de Amós, porque trata sobre la
certeza del juicio de Dios sobre sus enemigos, tanto del mundo pagano corno de la iglesia, y también
les ofrece esperanza a los que pongan su confianza en el Señor.
97
El estilo de la primera unidad de Amós es presentar el juicio de Dios sobre las naciones en dos grupos
de tres naciones cada uno. En los versículos 3 a 10, el primer grupo presenta naciones que han sido
enemigas tradicionales de Israel, naciones paganas sin parentesco real con Israel: Siria (Damasco),
Filistea (Gaza), y Fenicia (Tiro).
El segundo grupo, 1.11 a 2.3, presenta naciones que también están presentes en la historia de Israel,
pero que eran en alguna forma del parentesco de Israel, naciones hermanas. Incluyen Edom (de Esaú, el
hermano de Jacob); Amón y Moab (hijos de Lot, el sobrino de Abraham) Gn 19.37, 38).
En cada grupo, al hablarle a cada nación, el estilo es similar.

Primero, presenta unas palabras de apertura: «Por tres pecados... », lo que equivale entre los hebreos a
decir «porque cometiste pecado tras pecado». Después establece cuál es el acto de crueldad específico
del que ese pueblo es culpable (dando el nombre de la capital o ciudad principal en el primer grupo y el
de la nación en el segundo). Finalmente, se pronuncia el juicio, que es siempre fuego que destruirá la
tierra. La figura del fuego como forma de juicio había sido presentada anteriormente por Joel (JI 1.19).
Tengamos en cuenta que en todos los casos, los actos específicos contra Dios que se citan son
crueldades de hombres contra hombres. Algunas veces las víctimas son israelitas (1.3, 13); otras veces,
aunque no se menciona la víctima, es de suponer que se refiere a israelitas (1.6, 9,11); y otras veces la
víctima es también un pueblo pagano (2.1).
En todos estos casos podemos estar seguros de que los israelitas se sentirían complacidos al escuchar
que sus enemigos tradicionales estaban disgustando a Dios y sufrirían su ira.
Pero entonces Amós se vuelve al sur, a su propia tierra, y condena a Judá de la misma manera (vv. 4-5).
Ahora el pecado es que Judá ha rechazado la Ley de Dios (v. 4). Esta noticia también sería agradable
para Israel, puesto que en ese momento Judá ya no era su aliado sino su enemigo.
Finalmente, Amós se vuelve hacia el mismo Israel. Ahora está pisando terreno peligroso. El estilo de
los cargos levantados contra Israel es el mismo de los anteriores. Sin embargo, los pecados men-
cionados ahora son pecados contra los mandamientos de Dios, que les ordenaban amar al Señor ya su
prójimo.
En cuanto a la violación de los mandamientos de Dios respecto al trato que se le había de dar al pobre
en medio del pueblo de Dios, mandamientos dados específicamente en Deuteronomio 15.7ss, hay que
notar dos cosas. La primera, que los pobres a los que hace referencia el Deuteronomio no son los
pobres del mundo sino «de tus hermanos», es decir, de entre los hijos de Dios. La segunda, que los
sinónimos que se usan en este lugar para la palabra «pobre» son: «justo», «desvalido», y «humilde».
Por tanto, podemos llegar a la conclusión de que su pecado no iba contra la sociedad en general sino
contra el pueblo de Dios en particular. Debemos decir esto para que no se use a Amós como base para
el llamado «evangelio social» de hoy en día. Los salmistas especialmente usan los términos «pobres»,
«desvalido», «justo», y «humilde» para hacer referencia a los verdaderos hijos de Dios. Por tanto, sacar
esto de su contexto y pretender que enseña que la voluntad de Dios es que los creyentes deben intentar
redimir a la sociedad ayudando a los pobres y desheredados del mundo de hoy es torcer las Escrituras.
Amós está tratando aquí de manera especial sobre los pecados internos de la iglesia, en la que aquellos
que tienen más riquezas de este mundo les han hecho mal a los más pobres. Verdaderamente, ya tienen
su ganancia al haber hecho mal a los verdaderos hijos de Dios.
No solo eso, sino que han profanado el Nombre de Dios al llevar una conducta vergonzosa en el
santuario (vv. 7,8).
La primera parte de Amós, la introducción, termina en el versículo 8. A continuación hay un resumen
muy corto de por qué la acción de Israel es particularmente inexcusable (vv. 9-16). Dios había
manifestado en la historia de Israel su bondad y misericordia tina y otra vez. Venció a todos sus
enemigos, y le dio ricas bendiciones. Pero el pueblo manifestaba poco respeto por su Dios (v. 12).
Cuando el juicio del Señor llegara, toda la fortaleza humana y el orgullo en que se apoyaba Israel se
derrumbaría (2.13-16).
La tercera sección de Amós (3.1~ 5.15) es una presentación detallada del asunto del pecado de Israel y
el consiguiente juicio de Dios. La sección comienza con una nueva presentación por parte de Dios de la
atrocidad del pecado de Israel: había pecado a pesar del amor especial que Dios le había mostrado (v.
2). Después, en una serie de ejemplos de causa y efecto (vv. 3-6), Amós enseña por qué él le está
trayendo en ese momento el mensaje al pueblo norteño de Israel. Se ve obligado a hacerlo porque Dios
ha hablado y él no puede quedarse callado (v. 8; cf. Jr 20.9; 1 Ca 9.16).
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La escena descrita en 3.9-12 es una lección de geografía.
Samaria, fundada sobre una alta colina, se alza sobre la llanura. Pero alrededor de esa llanura, hay
montañas aun más altas. Las naciones son llamadas a sentarse sobre estas montañas, como si fueran un
gigantesco anfiteatro y mirar a la escena (Samaria) en la que el Señor va a ejecutar un terrible juicio
sobre Israel, como ejemplo para todas las naciones de lo que es el juicio divino. El adversario es sin
lugar a dudas; el poder del norte al que hace referencia Joel (112.20). El juicio vendría del norte. Y es
del norte de donde finalmente vino Asiria, el conquistador de Samaria, y Babilonia, el conquistador de
Jerusalén.
Evidentemente había algunos pecadores en Israel que según diciendo que aunque Israel cayera ellos
serían rescatados. La descripción del versículo 12 muestra de forma vívida que no quedaría ningún
remanente de los rebeldes de Israel y Samaria. Un pedazo de oreja o una pierna no le sirven de nada al
cordero cuando es devorado por el león. Este versículo no enseña que se salvaría el remanente sino
exactamente lo contrario. Los pecadores de la iglesia de Dios que no forman parte de su pueblo no se
salvarán.
Una vez que comience su juicio, el Señor buscará todos los lujos vanos que hay en Samaria para
destruirlos por completo (3.13--4.3). La referencia a casas de marfil ha sido clarificada por
descubrimientos arqueológicos en que se han hallado restos de casas israelitas de aquella época cuyas
paredes estaban recubiertas de marfil. En 4.1-3, el blanco son específicamente las mujeres gruesas de
Samaria, a las que se les llama vacas de Basán, que era una región sumamente rica en las que las vacas
eran gordas. Ahora nadan en su riqueza, pero al final serán llevadas a la cautividad.
En los versículos 4-5 se señala la futilidad de su confianza en sus bellos cultos hechos por mano
humana. Recordemos que todo su ritual había sido inventado por Jeroboam I como sustituto del
verdadero culto que el Señor había ordenado (1 R 12.26-33).
La longanimidad del Señor está bellamente ejemplificada en los versículos 6-11. Asimismo,
encontramos aquí un ejemplo de la testarudez de Israel durante un largo período de su historia. Las
plagas prometidas en Deuteronomio 28.20-25 ya habían caído sobre Israel para llevarla al
arrepentimiento, pero Israel no había querido.
De forma muy dramática, después de citar las numerosas veces en que el Señor ha intentado hacer que
Israel regrese a él, el profeta declara (v. 12) que el juicio sobre Israel será tan terrible que no puede ni
siquiera mencionarlo. En el versículo 12 nunca llega a decir que es lo que hará el Señor, pero puesto
que lo hará, lo mejor que puede hacer Israel es prepararse para el encuentro con su Dios.
Es muy adecuado en este momento que el Señor, a través de Amós, llame al pueblo que lo está oyendo
al arrepentimiento y la lamentación, como lo había hecho Joel (Jl 2.12, 13; Am 5.1-3).
Además de llamarlos al arrepentimiento, los llama a buscar al Señor, no en sus lugares de culto, que no
están de acuerdo con la voluntad de Dios, sino donde el Señor está, es decir, de acuerdo con su
voluntad revelada, haciendo la rectitud y justicia de la que se han desviado (v. 7).
Sin embargo, en vez de buscar al Señor a través de la obediencia a su voluntad, se habían opuesto, tanto
a él como a los que él había enviado (v. 10). Maltrataron a los hijos de Dios, y por tanto violaron la
justicia que Dios demanda (vv. 11-13).
En síntesis, Amós está en este momento llamando al pueblo para que cese en sus hábitos de maldad y
comience a vivir como deben vivir los hijos de Dios (vv. 14-15). La referencia al remanente hecha aquí
deja claro que solo hay esperanza para los que se arrepientan y obedezcan al Señor.
La gran sección siguiente de Amós, desde el versículo 5 .16 - 6.14, contiene principalmente una serie
de lamentos contra la tierra, porque el pueblo persiste en sus pecados. Suponer que el día del Señor será
día de buenas noticias para Israel (un día en el que el Señor destruirá a todos sus enemigos), pero en
realidad es un día en el que la mayoría del pueblo de Israel será destruido también, porque Israel se ha
convertido en enemigo del Señor. Por eso, tanto aquí como en muchos otros lugares, el día del Señor se
describe en los términos más terribles, como un día que no sería feliz en lo absoluto para los pecadores
(vv. 18-20; cf. Jl 1.15; 2.1, 2,22). El juicio tiene que comenzar en la Casa de Dios, en la Iglesia misma
(1 P 4.17).
Por si acaso queda alguna duda en la mente de alguien sobre si sus ejercicios religiosos tenían algún
mérito ante el Señor, lo aclara bien en los versículos 21-24. De nuevo vemos al Señor levantar sus
exigencias de rectitud y justicia y llamar para que sobrevenga una verdadera inundación de ellos sobre
la tierra (v. 24). Pero los sustitutos inventados por el hombre para el culto y el servicio verdaderos, lo
99
único que merecen es ser transportados a la cautividad (vv. 26,27).
¿Cómo reacciona Israel ante un mensaje así? En las palabras de 6.1-6 una buena definición sería «la
misma vida de siempre». El pueblo sigue tranquilo, satisfecho con sus lujos y con su vida vergonzosa.
Se resiste a creer lo que le están diciendo los siervos de Dios (v. 3). Siguen en sus antiguas costumbres
y no muestran preocupación porque la iglesia se esté corrompiendo desde dentro (v. 5). La referencia
hecha aquí a los instrumentos músicos, «como David», indica al parecer una actitud de burla, tratando
de implicar al piadoso salmista en su libertinaje, tratando de asemejar su pereza con los momentos de
inspiración en que él componía con un arpa uno de los muchos Salmos de las Escrituras.

En los versículos 7-14 el Señor habla llanamente sobre el fin de Israel. La tierra irá a la cautividad (v.
7), terminando así todo el libertinaje. Dios levantará esa nación sobre la cual les había advertido en Joel

La última sección de Amós que se refiere al juicio que había pendiente sobre Israel es una serie de
visiones que fueron mostradas a Amós para ayudarlos a él y a Israel a comprender el significado de este
juicio (7.1-9.8a).
La primera visión es la langosta, un recuerdo del mensaje de Joel (7.1-3; ver Jl 1.2-4). Cuando Amós
contempla esta visión, se siente tan sobrecogido que le ruega al Señor que libre a Israel de un destino
así.
La segunda visión es un cuadro del juicio por medio del fuego.
También resulta algo insoportable para Amós, quien nuevamente intercede por Israel, de forma similar
a como Moisés lo había hecho en el desierto (7.4-6).
Una tercera visión, sin embargo, silencia a Amós, como Abraham había sido silenciado después de
rogar por Sodoma (7.7 -9). En ella el Señor le mostró a Amós cómo veía él a Israel, sosteniendo una
plomada contra el pueblo de Israel. Queda implícito que cuando se hace esto, ya no queda lugar a dudas
sobre si Israel merece su juicio. La espada que amenaza en 7.9 es lo mismo que el juicio por fuego de
los capítulos anteriores. Señala a las destrucciones de la guerra cometidas por naciones demasiado
poderosas para Israel.
En este momento se narra un interludio de tipo histórico sobre la oposición hecha a Amós (7.10-17). El
falso sacerdote de Betel le envía a Jeroboam palabra a Samaria, diciendo que Amós está provocando
problemas en Betel. Es interesante ver cómo las palabras que le dirige al profeta demuestran que este
estaba en lo cierto: Al santuario lo llama «la casa del rey». Ciertamente no es la de Dios (v. 13).
Amasías, al decirle a Amós que se vaya, insinúa que el profeta está predicando para provecho propio
(v. 12).
La contestación de Amós no es una negación de su oficio de profeta, sino que se aparta de los falsos
profetas que abundaban en aquellos tiempos, los cuales sí profetizaban por dinero y eran profesionales
(vv. 14,15). Por primera vez las palabras de Amós se dirigen a una persona en particular, Amasías,
quien ha de sentir la mano de Dios de una forma muy especial y personal, pero durante el juicio que
caerá sobre todo Israel (v. 17).
Todo el capítulo octavo está ocupado por la cuarta visión, que viene en forma de retruécano o juego de
palabras. En los idiomas actuales este juego se ha perdido. El Señor le muestra a Amós un canastillo de
fruta de verano, que en hebreo se pronuncia «kits». Después, declara que el fin (en hebreo «kets») ha
llegado para Israel. Una vez más son enumerados los pecados del pueblo contra los hijos de Dios (vv.
4-6). Por su afán de dinero y poder, engañan y hacen daño a los pobres, y se sienten impacientes de que
pase el sábado para poder engañar a unos cuantos más (vv. 5,6). Dios dice: «No me olvidaré jamás».
Entre las cosas terribles que le sucederán a este pueblo que en otro tiempo había sido bendecido por el
Señor, nada es tan terrible como lo que se menciona en el 8.11: hambre de oír la palabra de Dios.
Nunca más volverán a oír a los profetas del Señor, o la predicación de su Palabra en el lugar adonde
irán. Saúl había conocido un tiempo así al final de su vida (1 S 28.6). Ahora le sucederá a todo Israel.
No se les ofrece aquí ninguna esperanza a los hijos de Israel que continúan rebeldes y desobedientes
ante Dios (v. 14).
La última visión (9.1 ss.) hace desvanecerse cuanta esperanza pudiera quedar. No solo serán destruidas
las casas lujosas sino también los mismos altares que han erigido para adorar a Dios, que serán
destrozados, y sus propias cabezas serán estrelladas contra las piedras de los altares (v. 1). No habrá
escapatoria (vv. 2-3), ni aun en su tierra de cautiverio (v. 4). La primera parte del versículo 8 es
bastante definitiva con respecto a los pecadores de Israel.
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En este momento, Amós se vuelve para dar esperanza a los justos que queden en la tierra (vv. 8b-15).
El Señor tendrá un pueblo y lo guardará en medio del juicio. Aquí el Señor hace una distinción clara
entre su pueblo y los pecadores o injustos de Israel. Estos últimos perecerán, pero el remanente se
salvará (vv. 9,10).
La mención de David que se hace en el versículo 11 señala la continuidad del plan de salvación del
pueblo a través de la casa y la simiente de David.
El libro concluye con una nota de gozo y expectación basada en el continuo propósito de Dios de tener
ante sí un pueblo santo y sin mancha, en una relación de amor.

Las bendiciones se ponen en términos de abundancia agrícola, porque a través de todo el Antiguo
Testamento esta era la forma en que Dios describía sus bendiciones sobre el pueblo y manifestaba su
favor hacia ellos. Sin embargo, debemos recordar que desde los tiempos de Abraham en adelante, estas
bendiciones significaban algo que estaba mucho más allá de las bendiciones temporales de este mundo
(Heb 11.8-10; 12.22; 13.14).
Para concluir podemos decir que el libro de Amós estaba dirigido a los seudo religiosos que separan su
religión de la vida diaria, ignorando el principio relativo a la religión que Santiago expresaría con tanta
claridad mucho después, de que «la religión pura y sin mácula... es visitar a los huérfanos y a las viudas
en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo» (Sg. 1.27).
Lo que Amós le estaba diciendo a este pueblo era que Dios no pasaría por alto sus pecados sino que los
castigaría. Un pueblo así no tendría lugar en medio del pueblo de Dios. No podía permanecer. Pero
Dios conservaría a los fieles, a los que son justos en Israel (2.6, 7), es decir, a los justos, los humildes,
los pobres y los desvalidos de su rebaño.
¿Por qué destruye Dios a Israel? Porque ama demasiado a la iglesia para dejarla morir, que era lo que
estaba sucediendo. La limpiaría y la volvería a plantar, no solo esta vez, sino una y otra vez, en cada
una de las ocasiones en que el pueblo de Dios le fallara. Podemos sentirnos sumamente confortados por
la verdad de que Dios nunca se quedará con las manos cruzadas viendo cómo su iglesia perece en la faz
de la tierra, sino que la sacudirá, la podará, y le dará nueva vida.

2. Oseas

El libro de Oseas se sitúa en la época de Uzías de Judá y Jeroboam II de Israel, igual que el de Amós.
El también dirige principalmente su mensaje al reino norteño de Israel poco antes de la caída de
Samaria, su capital.
El mensaje de Oseas se divide en cinco partes: la primera, del 1.2 a13.3, trata sobre la triste experiencia
de Oseas con su esposa Gomer y 10 que Dios le enseñó a él y a Israel a través de este suceso; la
segunda, del 4.1 al 14, es un breve resumen de las acusaciones de Dios contra Israel; la tercera, del 4.15
al 19, es un corto mensaje personal a Judá; la cuarta, del 5.1 al 10.15, que lleva la acusación de Dios
contra Israel a su conclusión; y finalmente, una presentación de la gracia de Dios, que triunfa por
encima del pecado y los fallos del hombre (11.1-14.9).
El nombre del padre de Oseas, es Beeri (1.1); pero no sabe más nada más sobre él. Su nombre significa
«salvación», y lo llevan otros cuatro personajes, incluyendo a Josué, el sucesor de Moisés, Las únicas
fuentes de información sobre Oseas aparte de esta las encontrarnos en la narración que el mismo libro
hace de las experiencias personales del profeta.

El cuerpo principal del mensaje comienza en el 1.2. Le daremos a la primera parte el nombre de
«Lecciones sacadas de la experiencia de Oseas con Gomer» (1.2-3.5).
Con Oseas sucede como con los otros profetas: lo que escribe no son palabras suyas sino de Dios (vv.
1,2). El mandato que Dios le da en el versículo 2 suscita para nosotros un problema de interpretación.
Primero parece como si Dios le hubiera ordenado a Oseas hacer algo que está prohibido en todas las
partes de las Escrituras: casarse con una persona pecadora, que practica la maldad. Puesto que Dios
nunca se niega a sí mismo, tenernos que suponer que no le mandó a Oseas que hiciera el mal. Algunos
alegan que esto en realidad nunca sucedió sino que era algo simbólico. Sin embargo, se les da un
nombre específico a su esposa y a su padre, por lo que parece haber sido una experiencia real. Más aun,
lo que quiere presentar esta primera sección es la comparación entre la experiencia de Oseas con
Gomer y la de Dios con Israel. Perdería su significado si nunca hubiera acaecido.
101
Más bien parece que Oseas mira al pasado de su matrimonio y ve que Dios lo había guiado a través de
esta experiencia para que pudiera enseñarle a Israel que se había comportado como una esposa infiel.

En algún momento Oseas llegó a darse cuenta de que la mujer con la que se había casado era una
prostituta, quizá cuando quedó encinta por primera vez después de su matrimonio.
En lugar de amargarse, Oseas ve esta experiencia como algo que está bajo el control de su Dios
soberano y, por tanto, tiene un buen propósito. La clave de toda la sección está al final del versículo 2:
toda la tierra de Israel comete prostitución contra el Señor. A Oseas le hubiera sido difícil, o quizá
imposible, casarse en aquel momento con una persona que fuera justa.
El nombre de Jezreel (v. 4) recuerda la hazaña de Jehú, el rey de Israel suscitado por el Señor para
destruir la casa de Acab. Fue en Jezreel donde Jehú mató a Jezabel (2 R 9.30-37) y en esa ciudad
ordenó la muerte de los setenta hijos de Acab (2 R 10.1-11). En todo esto estaba haciendo lo que el
Señor le había ordenado (2 R 9.7-10). Entonces, ¿cuál era el pecado que Dios estaba condenando
ahora? El que Jehú hiciera todo aquello con un corazón malvado una motivación tan torcida que Israel
no había mejorado nada después de la matanza (2 R 10.29ss).
El significado del nombre de la segunda hija de Oseas, Loruhama (v. 6), es «sin misericordia»,
pronuncia el juicio de Dios sobre un pueblo que ha rechazado corresponderle. Es significativo que el
Señor siga manteniendo una esperanza para todo aquel que se arrepienta en Israel y declare que en Judá
se podía hallar aún su misericordia (1. 7).
El nombre del último hijo es Loammi, que significa «no mi pueblo» (v.9).
Por tanto vemos en los tres hijos algo sobre la descendencia del pueblo de Israel que había rehusado dar
honra a Dios en su corazón, como les recordaba Jezreel, y que por tanto había dejado de conocer la
misericordia de Dios y finalmente había llegado a ser apartado de Dios y dejado de ser su pueblo. Así
se rompía el pacto de Éxodo 19 con ellos.
Pero el Señor, cuya intención de tener un pueblo no será frustrada, decide ir adelante a pesar de los
fallos de Israel (vv. 10-2.1).
El Señor desarrolla su controversia con Israel (v. 7). La palabra «contended», usada en el verso 2, es un
término legal o forense. Se refiere al proceso hecho por Dios contra Israel. Ha actuado como una
prostituta y ha ido tras sus amantes, pero Dios ha decidido impedir su salida (v. 6). Lo hace con amor,
deseando que no perezca (v. 3).
Sin embargo, es necesario castigar a Israel por su infidelidad. Dios lo hace despojándola (vv. 8-13).
Dios le había dado a Israel todo lo que tenía primeramente (v.8). Ahora que se ha negado a usar
rectamente de sus dones, es decir, a servir al Señor, él se los quitará todos. Ahora se le negarán todas
sus bendiciones, y todo lo que daba por seguro: la ropa y el alimento (v. 9); la alegría (v. 10; cf. Jl 1.12;
Am 5.21; 8.10); y las buenas cosechas (v. 12). Todo esto es descrito por el Señor bajo la figura de la
mujer vil a quien se despoja de todos sus vestidos con el fin de avergonzada.
Se menciona aquí el culto a Baal (v. 13), porque desde el tiempo de Acab el pueblo había seguido
adorando a Baal y se había apartado de Dios (cf. 1 R 16.29-32).
En el versículo 6 se menciona que Dios cerca a Israel, y se señala que es con el buen propósito de llevar
a Israel al arrepentimiento y a que se vuelva a Dios (vv. 14-20). Dios, que acaba de hablar de la culpa
de Israel, ahora le habla en forma alentadora (v. 14). Hace en este lugar lo que hace también a través de
Isaías: después de hablar del pecado de Judá en su libro durante unos treinta y nueve capítulos, en el 40
comienza a decirle palabras de consuelo.

Podemos ver cómo Dios quiere traer de regreso a su pueblo, como un hombre podría intentar atraer a sí
de nuevo a su esposa infiel. Para lograrlo, la trae de nuevo a la experiencia del desierto, a esa situación
en la que dependía totalmente de él, como en los días de Moisés (vv. 14,15).
En el versículo 16 tenemos un juego de palabras. El Señor no seguirá permitiendo que su pueblo hable
de él como «mi baal», aunque la palabra «baal» fuera en realidad una palabra semítica perfectamente
correcta que significaba «Señor». Pero el nombre había llegado a estar tan asociado con el nombre del
dios fenicio Baal, que Dios no quiso que se le siguiera llamando así (v. 17). El nombre con el cual ha
de ser llamado por su pueblo es «Ishi», que significa «mi esposo».
En el versículo 19 Dios habla de la renovación de su pacto con su pueblo en términos seguros y ciertos,
no como el antiguo pacto que Israel no pudo guardar sino en los términos ciertos de la obra de amor del
propio Dios. La promesa de que el pueblo conocería al Señor habla de un corazón transformado para
102
que lo pueda conocer de verdad, es decir, de corazón (v. 20). El fracaso de Israel estuvo en que no
había conocido al Señor de corazón, o sea, realmente (2.8; 4.6; 5.4; 11.3). Más tarde Oseas llamará al
pueblo al conocimiento del Señor (6.3, 6). En todos los casos, el término «conocer» significa tener esa
fe cierta en Dios que él quiere que tengan todos sus hijos (ver Gn 15.6).
Los versículos 21 al 23 señalan de nuevo a la esperanza futura del pueblo de Dios de estar en la
presencia divina en una relación de amor, como Dios mismo se había propuesto desde antes de la
creación (Ef. 1.4). De nuevo, contempla a todo el pueblo de Dios, incluyendo a los gentiles que han de
ser traídos a él (cf. 1.11).

El capítulo 3, sumamente corto, muestra al Señor ayudando a Oseas a aplicar las lecciones que ha
aprendido sobre la forma de actuar de Dios con Israel, su infiel esposa, a su propia tragedia personal
(vv. 1-3). De esta forma, a través de su propio sufrimiento personal, Oseas quedó capacitado para ser el
vocero de Dios para Israel en su época.
La segunda parte del libro de Oseas trata brevemente sobre el juicio contra Israel (4.1-14). De nuevo
usa Dios el término «contienda» (v. 1). Resumiéndolo, el pueblo ha puesto una vida pecadora en lugar
de la justicia y santidad que Dios había esperado (vv. 12). Por tanto, habían demostrado que no eran el
pueblo de Dios. Sus jefes, los profetas y los mismos sacerdotes no eran mejores que ellos (vv. 4,5).
Habían rechazado el conocimiento que Dios les había enseñado a través de su Palabra (vv. 6-10).
Puesto que rechazaban la vida de acuerdo a las exigencias de justicia y juicio de Dios que estaban en su
Ley, sus vidas estaban llenas de pecado (vv. 7-8). Por tanto, el Señor les advierte que no se escaparán
del castigo (vv. 9-10).
No solo han rechazado la voluntad de Dios sino que son tan pecadores que ni se dan cuenta de su difícil
situación (vv. 11-14). Como personas borrachas van dando traspiés detrás de dioses falsos, buscando
las respuestas correctas en los lugares equivocados. Sus mentes están embotadas y no pueden percibir
la realidad.
En este lugar Oseas inserta un breve intermedio, un mensaje personal a Judá (vv. 15-19). Judá debe ver
que Israel está bajo condenación, y de ninguna manera deberá aliarse con él ni con sus pecados. No hay
duda de que esto se dice porque a menudo en su historia Judá se había aliado con Israel, y siempre para
su perjuicio (cf. 1 R 22.1-4).
Comenzarnos el cuerpo principal del mensaje de Oseas en 5.1, donde el profeta comienza a desarrollar
el proceso contra Israel (vv.1-10.15).
Lo primero que señala es que Israel no puede regresar al Señor, tan extenso y enraizado está su pecado
(v. 4). El problema de Israel consiste en un corazón malvado, y ese corazón pecador le impide llegar
jamás a encontrar al Señor (v. 6). Los hijos extraños nacidos, mencionados en el versículo 7, se refieren
por supuesto a los primeros tres capítulos, en los que Israel era descrito como similar a una esposa
infiel que da a luz a hijos ilegítimos. Es una indicación de que el pacto ha sido roto. Israel está
educando a toda una generación de hijos que no conocen al Señor, en forma muy similar a lo que
sucedió en los días posteriores a la muerte de Josué (Jue 2.10).
Por tanto, la única solución que tema Dios era lograr que algunos se arrepintieran después de las
grandes aflicciones (vv. 8-15), como había indicado en 2.6ss.
Por eso habla Oseas de la opresión de Efraín (Israel) y su aflicción para que vaya a las manos del Señor
(vv. 11-14). La mención que se hace de Dios como un león recuerda a Joel 3.16 y Amós 1.2. No puede
haber ayuda alguna para Israel hasta que se arrepienta y vuelva a buscar su auxilio en el Señor (v. 15).
Esto está en concordancia con las palabras de Amós (5.6; 9.8ss). Todo el sistema sacrificial establecido
en el desierto había tenido este propósito de traer al pueblo a un corazón quebrantado. A esto es a lo
que Dios está llamando en este momento.
Por esto, es adecuado que Oseas haga ahora un llamamiento al pueblo para que vuelva al Señor (6.1-3).
Es un fuerte llamado evangelístico a arreglar cuentas con Dios. Él ha juzgado. Y puede sanar (v. 10).
La descripción sugiere no solo un león que destroza sino también un médico que puede curar. Más
tarde, Isaías usará también el símbolo del médico (Is 1).
La referencia a la resurrección del tercer día (v. 2) puede estar hablando de la resurrección de Cristo,
también al tercer día, puesto que en su resurrección está también la nuestra si creemos en él. En
realidad, el pueblo no se arrepintió en gran número hasta la venida de Juan el Bautista, y fue poco
después de esto cuando el Señor triunfó del pecado y de la muerte para nosotros a través de Jesucristo.
Pablo dice en 1 Corintios 15.4 que Cristo fue levantado de entre los muertos en el tercer día según las
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Escrituras. Quizá se estaba refiriendo a las palabras de Oseas 6.2.
Sin embargo, una vez más es necesario recordarle a Israel que su regreso al Señor no puede ser basado
en su propia bondad (vv. 4-11). Solo el Señor es el modelo de la verdadera bondad. Por tanto, la
«bondad» de los hombres está lejos del modelo divino. No tiene una sustancia verdadera, sino que es
como una nube que desaparece rápidamente (v. 4). Esto es cierto, tanto en el caso de Judá como en el
de Efraín (Israel). Enviando un profeta tras otro, el Señor le ha mostrado a Israel que sus obras no son
rectas ante él (v. 5). La confianza que Israel ha puesto en el ritual y en los sistemas sacrificiales como
obras para ganar la salvación, lo continúa apartando de Dios.

Las palabras del versículo 6 que resumen todo lo que el Señor desea realmente están de acuerdo con lo
que hemos visto anteriormente (ver 1 S 15.22; Sal 51; Am 5.21 ss.).
La referencia a Adán en el versículo 7 probablemente tenga que ver con el pecado de este al no guardar
el pacto de obras establecido entre Dios y él en el Edén. Según ese pacto, viviría mientras obedeciera a
Dios perfectamente, pero moriría el día en que pecara (Gn 2.16, 17). Este versículo nos enseña
simplemente que todos estamos espiritualmente muertos, y somos incapaces de hacer ninguna obra
buena en nuestro propio estado natural. Como lo dirá Pablo más tarde, «todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios» (Ro 3.23).
Como había dicho Dios anteriormente, la maldad de Israel debe ser descubierta para dejar a la vista su
pecado (7.1-7, cf. 2.10). No podrá haber sanidad hasta que haya sido puesta al descubierto la totalidad
de su enfermedad espiritual (v. 1). Se compara el pecado de Israel con un horno calentado; en realidad,
como un horno sumamente caliente que consume a todos ya todo (vv. 4-7). Dios conoce toda la
extensión del pecado de Israel y no lo pasará por alto (v. 2).
En una serie de imágenes gráficas, Oseas describe a continuación la total incapacidad de Israel para
ayudarse a sí mismo (vv. 816). En primer lugar, el pueblo es asemejado a una torta mal cocida (vv. 8-
10). Puede que dé buena impresión, pero si se lo ve más de cerca, es inaceptable. Simplemente no
conoce sus fallos, y por tanto, no se vuelve al Señor.
Después es comparado a una paloma incauta, que no es capaz de decidirse sobre dónde acudir en busca
de ayuda (vv. 11-12). Vuela de un lado a otro, haciendo alianzas con Egipto y alianzas con Asiria,
cuando debería volar hacia el Señor.
Finalmente, es como un arco engañoso, que parece fuerte, pero se rompe cuando es forzado (vv. 1 S
16) Evidentemente, había algunas señales de reforma en Israel en este momento, como después las
habría en Judá en la época de Josías. Pero la reforma no nacía del corazón (v. 14). El regreso, fuere cual
fuere, no sería hacia el Señor sino quizá solamente a unas apariencias ritualistas religiosas (v. 16).
Ciertamente, era hipócrita, y no era genuino, porque se siguieron cometiendo las mismas faltas y
maquinando maldades (vv. 13,15).
Todo esto quiere decir que el juicio proveniente del Señor, es inevitable (8.1-14). Se llama aquí a las
trompetas para que den la voz de alarma, una advertencia previa del juicio de Dios que pende sobre
ellos (v.1, cf. 5.8; Jl 2.1).
El pueblo dice que conoce al Señor (v. 2), pero todo lo que conocen son sus propios ídolos, hechos con
sus manos, y esto Dios no lo aceptará como un culto auténtico (vv. 4-7). Además, han hecho alianzas
con las naciones paganas en lugar de confiar en el Señor (v. 4-7). Han puesto en lugar de él sus propios
sacrificios y sus propios fines y exigencias (vv. 13-14).
Por consiguiente, el Señor no aceptará sus sacrificios (v. 13), sino que los enviará de vuelta a la
esclavitud entre las naciones (Egipto les recuerda sus 400 años de esclavitud en el pasado). Ya pueden
construir y hacer sus planes, que Dios los destruirá todos (v. 14).
La parte final de la exposición hecha por Dios de su querella contra Israel despliega las consecuencias
de que haya roto el pacto con él (9.1-10.15). Recordemos que el antiguo pacto estipulaba que, para
seguir disfrutando de las bendiciones de Dios en la tierra de Canaán, Israel debería seguir honrándolo y
guardando sus mandamientos. Dios había intentado mantener fiel a Israel, con mucha paciencia y
longanimidad, pero ahora se hace evidente que Israel ha fracasado. Por lo tanto, las consecuencias de su
infidelidad se harán sentir.
Primeramente, el culto verdadero en Israel tendrá su final (vv. 1-9). En este momento señala que en la
cautividad a la que irán no habrá oportunidad para servir al Señor al que se han negado a servir cuando
aún podían (vv. 3-5). En segundo lugar, no quedará fruto permanente en Israel (vv. 10-17). Esto
significa que no hay futuro para Israel cuando vaya a la cautividad. Dios había llamado a Israel para
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que fuera una viña que diera fruto, para tener hijos y ser su pueblo, pero puesto que desobedeció, se
secará y no tendrá futuro (vv.11, 12, 14,16).
En tercer lugar, su reino y por tanto su historia habrán llegado a su final (10.1-15). Puesto que
rechazaron a Dios como rey, se les negará tener rey (v. 3). En lugar de ello serán llevados a Asiria con
todo lo que poseen (vv. 6ss). La línea de los reyes de Samaria será cortada (v. 7).
Efraín (Israel) es descrito aquí como una novilla necia que nunca será capaz de aprender disciplina (vv.
9-11). Y sin embargo, el Señor vuelve a llamar a la obediencia una vez más al concluir su querella
contra el pueblo (v. 12). El pueblo, incapacitado para ayudarse a sí mismo, debe buscar la ayuda de
Dios.
Pero por la gracia de Dios, el mensaje podría muy bien haber terminado aquí, y sin embargo, el Señor,
rico en su misericordia y su amor, manifiesta en los capítulos finales cómo su gracia triunfa sobre
nuestros pecados (11.1-14.8).
Comienza hablando del amor de Dios por Israel, incluso cuando el pueblo estaba esclavo en Egipto (v.
1). Los llamó de allí para que vinieran a ser sus hijos. El uso que hace posteriormente Mateo de este
pasaje para mostrar que Dios había dispuesto que Jesús tuera llamado de vuelta a Palestina procedente
de Egipto cuando era un niño pequeño simplemente indica cómo Jesús, nuestro sustituto, es
identificado con su pueblo, al que vino a salvar (Mt 2.15).
El Señor siguió llamando a su pueblo, profeta tras profeta. Notemos cómo sus relaciones con ellos
tuvieron que cambiar; de relaciones con quienes se considera hijos, a relaciones con animales tercos
(vv. 3-4).
Israel merecía el castigo, porque a pesar de toda la paciencia y todo el amor de Dios se negó a volver a
él (vv. 5-7).
Y sin embargo, este lastimero estado de Israel, provocó a Dios a gran compasión (vv. 8-11). Dios
tendrá un pueblo santo y sin defecto. No abandonará a Israel (v. 8). No lo tratará como hizo con Adma
y Zeboim (ciudades hermanas de Sodoma y Gomorra, menos conocidas que estas, Gn 14.8).

La representación de Dios como león rugiente aparece de nuevo, esta vez para mostrar que Dios rugirá
y su pueblo de todas partes del mundo vendrá temblando a él (vv. 10,11). Esto tiene que ser una
referencia a la decisión de Dios de llegar a tener un pueblo sacado de todas las naciones, tal como
vimos en 1.10--2.1.
Dios aclara que Efraín, el reino del norte, ha sido rechazado, pero que él continuará trabajando en Judá
para llegar a tener un pueblo fiel (v. 12). La única respuesta para los hijos de Dios que hay en Israel, es
esperar en el Señor (12.6). Esta palabra, «esperar», es muy importante, y es palabra clave en los últimos
profetas, puesto que llama al pueblo a desesperar de cualquier esperanza que tuviera puesta en sí mismo
y a mirar a Dios en busca de respuesta.

La siguiente sección, 12.7-14.3, es como si fueran las deliberaciones de un juez que pesa los pros y los
contras de un caso, hasta llegar a hacer un veredicto final. Por una parte, Israel es vano, está lleno de
orgullo, y vive en el engaño (vv. 7,8). Pero por la otra, Dios ha tenido un propósito con Israel desde los
días de Egipto (vv.9, 10).
Por una parte, Israel está lleno de iniquidad (v. 11). Su tierra está repleta de altares que simbolizan su
rechazo de Dios. Pero por la otra, Dios ha ido protegiendo fielmente a Israel desde los días en que
llamó a Jacob y lo dirigió (v. 12).
Por una parte, Israel ha estado provocando continuamente a Dios a la ira con su idolatría. El pueblo es
como el humo, sin sustancia (vv. 14-13.3). Por otra parte, sin embargo, Dios es su única esperanza, su
único Dios verdadero (vv. 4,5).
Por una parte, el pueblo merece el castigo. Se lo han acarreado ellos mismos. Sus jefes, en los que han
confiado, han fallado todos (vv. 6-13). Pero por otra parte, Dios tiene poder sobre el infierno y la
muerte, y los puede rescatar (v. 14).

En conclusión, el Señor aclara que los pecadores que no se hayan arrepentido deben ser destruidos (vv.
15,16). Pero aquellos que miren hacia él, reconociendo sus pecados y buscando su misericordia, serán
conservados (14.1-3).

El veredicto final del Juez, que es el Señor, aparece en los versos 4-8. Dios decide sanar. Los amará
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gratis, porque solo por su gracia podrán sobrevivir. Por tanto, los llama para que se refugien en él (v.
7). Vemos, por consiguiente, que en Oseas se le hace ver a Israel en primer lugar su gran pecado contra
Dios, y también, que no puede hacer nada para corregirse. Debe echarse en los brazos de la
misericordia de Dios y refugiarse en él.
Esto, que es cierto para Israel, lo es también para todos los hombres. Oseas concluye con una
aplicación general de las lecciones aprendidas aquí (v. 9). Dios salvará y bendecirá a los que anden
confiados en él. Estos son los justificados, como lo era Abraham (Gn 15.6), como también afirmó
Habacuc (2.4). Pero los perdidos en sus delitos, los que se nieguen a arrepentirse y volverse al Señor en
busca de ayuda, caerán.
3. Isaías

El profeta Isaías dirigió su mensaje a Judá, el reino del sur, en los últimos días de Israel y Siria en el
norte. Fue llamado en el último año de Uzías y continuó profetizando hasta bien entrado el reino de
Ezequías
El libro de Isaías, en sus primeros capítulos, se desarrolla con un ciclo que se va repitiendo: 1. el
propósito de Dios; 2. el pecado de Judá; 3. el juicio consiguiente; 4. la esperanza que prevalece para el
remanente. Podemos ver este ciclo en especial, en los capítulos que van del 1 al 12.
La siguiente sección de Isaías (capítulos 13 al 27) se refiere al juicio de Dios sobre las naciones que ha
usado para disciplinar y castigar a su pueblo. Esta sección se cierra también con una expresión de
esperanza para el remanente de los que crean.
La tercera sección, que va del capítulo 28 a135, hace una aplicación de las dos secciones anteriores al
declarar todas las desgracias que sobrevendrán a todos los que hagan el mal, tanto en las naciones como
en Judá, y al ofrecerles esperanza a aquellos que pongan su confianza en el Señor.
La última sección de Isaías está separada de las demás por la inclusión de una sección histórica breve
que sirve de ilustración a los principios de juicio y esperanza, tal como los aplica Dios a la historia del
mundo (capítulos 36 a 39).
La parte final del libro comienza con el capítulo 40 y desarrolla el tema de la esperanza de los capítulos
anteriores. Está dirigido al remanente, el verdadero pueblo de Dios, que confía en él.

En realidad, el capítulo primero sirve de introducción a todo el libro y al mismo tiempo nos da los
primeros ejemplos de estos ciclos tan característicos de los primeros 12 capítulos.
El capítulo 1 resume el mensaje de todo el libro. Termina en forma similar a la conclusión de todo el
mensaje en el capítulo 66.
Se presenta brevemente el propósito de Dios en la primera parte del versículo 2. Este habla sin muchos
rodeos del plan de Dios de tener hijos. Sin embargo, sabernos gracias a toda la revelación anterior de
Dios, que se proponía que estos hijos fueran santos y sin mancha en su presencia, en una relación de
amor a Dios y amor mutuo. Por tanto, aquí solo era necesario considerar implícito ese propósito usando
la palabra «engrandecí»,

El segundo aspecto del ciclo, el pecado de Judá, se presenta a continuación (vv. 2b-5). Israel se ha
rebelado y no conoce al Señor (v. 3). Por tanto, se dirige a Israel como a nación pecadora y semilla de
hacedores del mal (v. 4). En esta forma, el pueblo había despreciado al Señor que es llamado aquí el
Santo.
La santidad de Dios es uno de los temas principales de Isaías.
Con este término se entiende la perfecta armonía de Dios en carácter, persona, y propósito. Dios es
santo, y por tanto no hay lugar para ningún defecto en él, o en alguien o algo que tenga que ver con él.
Así vemos que aquí, en el versículo 4, la santidad de Dios se contrasta con la condición pecadora del
pueblo de Israel, que se suponía que fuera el pueblo de Dios.
La extensión del pecado queda acentuada en el versículo 5 con las palabras «toda cabeza» y «todo
corazón».
A continuación viene el juicio consiguiente (vv. 6-8). Como ya habían enseñado Joel y Amós, Israel ha
sido herido y golpeado para hacerlo ponerse de rodillas. Aquí aparece también (v. 7) el juicio por
medio del fuego, presentado primeramente por Joel y desarrollado después por Amós (Jl 1.19; Am 1.4).
Y con todo, aquí se ve también la fe que prevalece, basada en la determinación de Dios de tener un
pueblo a pesar de la debilidad y los fallos del hombre. El versículo 9 insiste en la esperanza, dejando en
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claro que hay un remanente que sobrevivirá, a diferencia de Sodoma y Gomorra, donde no hubo
remanente alguno. Más aun, es Dios el causante de este remanente; es él mismo el que ha decidido
dejar un remanente, lo cual es muy distinto de que quede un remanente que sobreviva por sus propios
méritos o aun por su fortaleza.

Lo restante de la primera parte de Isaías, de 10.20 a 12.6, trata sobre el tema de la esperanza y lo lleva a
un clímax de triunfo.
El capítulo 11 vuelve a insistirle al pueblo en que debe poner su esperanza en ese hijo que ha de nacer.

Aquí se le llama «la vara del tronco de Isaí» (11.1). Él, al contrario del pueblo infiel de Israel llevará
fruto agradable a Dios (v. 1; cf. 5.1ss). Su ministerio se describe en los versículos 2 al 5 en términos
que serán aplicados más tarde al ministerio de Jesucristo (Mt 3.16; Jn 1.32). Notemos de nuevo que él
realizará por el creyente 10 que el creyente no pudo realizar por sí mismo. Aquí el creyente, el hijo de
Dios, el beneficiario de la obra del Salvador, es llamado pobre y manso (v. 4), en una forma similar a
Amós 2.6-8.
La escena de paz descrita en 11.6-10 nos recuerda 2.2ss y señala hacia la paz final de Dios, que
prevalecerá cuando los hijos de Dios se hayan reunido con él para siempre. El tema del remanente es el
dominante en el resto del capítulo 11 (vv. 12,16).
El concepto más claro de quienes componen ese remanente lo encontrarnos en el capítulo 12, que es
una especie de testimonio del remanente. Son aquellos que han conocido tanto la ira de Dios por su
pecado, como su amoroso consuelo y su perdón (v. 1). Confían en el Señor, y lo ven como su fortaleza,
el que puede hacer algo para sacarlos de su apuro, y lo hace (v. 2). Por consiguiente, cuando los demás
están aterrorizados por la ira de Dios, y corren a esconderse de él, los que están en paz con el Señor
porque se han arrepentido de su pecado y tienen fe en él se regocijan y le dan a Dios las gracias y la
gloria (vv. 2, 4, 5) El está verdaderamente con ellos, que son su pueblo (v. 6).

Así termina la primera sección principal de Isaías, que comprende los capítulos 1 al 12. Podemos notar
que ha tratado cuatro temas fundamentales: los buenos propósitos de Dios; el pecado de Israel; el juicio
consiguiente; y finalmente la esperanza triunfante del remanente. Aun más, esta esperanza del
remanente se centra en la persona y las obras del Hombre-Dios que vendrá para realizar toda la
voluntad de Dios a favor de sus hijos, los que han creído en él.

La siguiente sección principal de Isaías (los capítulos del 13 al 27) se extiende sobre la idea presentada
en 10.5-19 de que el Señor Juzgará también a las naciones paganas que han sido usadas por él para
castigar a su pueblo, porque son malvadas y lo que hicieron fue nacido no de un deseo de obedecer a
Dios sino de su orgullo y su arrogancia llenos de pecado.
No estudiaremos esta sección en detalle, a pesar de que es una parte importante del mensaje todo;
porque muestra claramente que Dios conoce los pecados de todas las naciones, y todos le tendrán que
rendir cuentas.
Al mismo tiempo, habrá esperanza para aquello objeto de la compasión de Dios (35.1-10). Dios puede
hacer un lugar bendecido de toda esa soledad y ese desierto descritos anteriormente. En los versículos 1
y 2 se habla de la devastación descrita en el 34.11- 15. Será convertido en un lugar de bendición para su
pueblo. Los que tengan el privilegio de compartir las bendiciones del Señor en el futuro serán los
débiles, los temerosos que ponen su confianza en el Señor (vv. 3,4). Como ya se dijo anteriormente,
Dios abrirá ojos que vean y oídos que oigan (vv. 5,6). De nuevo hacemos notar que cuando Jesús vino
abriendo ojos y oídos, estaba señalando la realidad de que el tiempo de la gracia del Señor para los
hombres volver a él había llegado ciertamente (Mt 11.5).
Se construirá la gran calzada hacia Sión, el camino para que el pueblo de Dios venga a él, como se
había apuntado anteriormente en 2.2, 3 (v. 8). Este camino de santidad es el único camino por el cual el
hombre puede llegar a Dios. Por lo tanto, este es con toda seguridad el camino de salvación que el
Nuevo Testamento declara que es Cristo Jesús solamente (Jn 14.1-6). No hay enemigo de Dios, no hay
pecador descreído que pueda llegar a través de Jesús a Dios (vv. 8,9; cf. Ap. 21.26, 27).
La próxima gran sección de Isaías, capítulos 36 al 39, es una ilustración histórica de la doctrina de la
confianza en el Señor.

107
En los capítulos del 36 al 39 de Isaías notamos cómo Ezequías, en contraste con su padre, supo mirar al
Señor, animado por Isaías, el profeta fiel. Y Dios libró a Jerusalén de las manos de Asiria, porque
Ezequías había puesto su confianza en Dios y no en los hombres.
Llegamos finalmente a la última gran sección de Isaías, los capítulos del 40 al 66. En los capítulos
precedentes hemos visto cómo Isaías ha entretejido los temas de las intenciones de Dios, el pecado de
Israel, su castigo, y la esperanza para el remanente. Esta última sección es una exposición amplia del
tema de la esperanza representado anteriormente y, por tanto, está dirigida al remanente. Las palabras
«Consolaos, consolaos, pueblo mío» se aplican solo a ellos. El remanente de Dios son los creyentes que
están en la iglesia, tanto en aquellos días como siempre.
Esta sección se divide en tres partes, y todas ellas tienen que ver con el mensaje o la Palabra de Dios,
como sigue: 1. La Palabra de Dios, la promesa (caps. 40-55); 2. La Palabra de Dios, el mandato (caps.
56-62); 3. La Palabra de Dios, el juicio (caps. 63 a 66).
El capítulo 49 nos da una descripción personificada de Israel.
Dios aclara nuevamente que lo que él exige de sus hijos (justicia y juicio; ver Gn 18.19), él lo
proporcionará por sí mismo, por amor de ellos (vv. 4,5). Por tanto, llama a la salvación de ellos, su
propia salvación. La evidencia de que somos hijos de Dios es que Dios ha actuado en nuestros
corazones, haciendo su obra de salvación. Nosotros conocernos la justicia (la justicia de Dios que nos
ha sido atribuida como a Abraham; Gn 15.6), y por tanto guardamos la Ley de Dios en nuestros
corazones (v. 7).
Hay esperanza porque Dios ha presentado su plan de redención (52.3-55.13). En una época tan
temprana, podría haber sido pedir demasiado esperar que Dios presentara en vivo ese plan de salvación
que llevaría a cabo unos 800 años después. Sin embargo, eso es precisamente lo que hace Dios en su
misericordia. Por tanto, tenemos en estos capítulos un anticipo de la obra de Cristo, escrito tan
vívidamente que se podría pensar que Isaías había sido un testigo ocular de la labor redentora de Dios a
través de Jesucristo.

Isaías (52.3-12) presenta el plan de salvación de Dios que está a punto de ser revelado. Primeramente
Dios le dice a Isaías que su plan no le costará nada a Israel. Ellos no tienen nada de valor con qué
pagarle a Dios. Están en bancarrota espiritual y no tienen nada que puedan ofrecerle a Dios. Por ello, el
plan de Dios no supondrá que ellos tengan que traerle nada a él. De hecho, solo podrán estar preparados
para recibir su salvación cuando quieran reconocer su pobreza espiritual (vv. 3,4).
Le llama «alegres nuevas» al plan que está a punto de presentar, como había hecho anteriormente
(40.9; 52.7). La buena noticia en esencia, es que Dios aún reina (v. 7). Esto le dice al pueblo que a
pesar de toda la inestabilidad e incertidumbre de la historia pasada de Israel, su Dios, que es constante,
aún está al frente de todo. Nada de lo que ha pasado es demasiado difícil para que el Dios de Israel lo
controle.
En 52.13 al 53.12 tenemos el corazón del plan de salvación de Dios. Regresando al tema del siervo que
(Is 41.8, 9; 42.1, 19; 43.10; 44.1, 2,21 ,26; 45.4; 48.20; 49.3, 5,6), el Señor presenta al siervo ahora
como un individuo. Se caracteriza por su sabiduría (52.13). Con esto reconocemos que él, a diferencia
de Israel, será consecuente, porque no solo conocerá la Palabra de Dios sino que la obedecerá. Este es
el significado bíblico de la vida sabia. Por ello, triunfará allí donde Israel, el siervo de Dios, ha
fracasado.
Aquí se inserta una sobria advertencia en medio de la predicción: ¡no tendrá el aspecto de un vencedor!
(v. 14).

El capítulo 53, que es mencionado frecuentemente en el Nuevo Testamento como una profecía relativa
a Cristo (ver por ejemplo Hch 8.32, 33), comienza haciendo una pregunta (v. 1). La pregunta está en la
forma hebrea del paralelismo, esto es, que la segunda línea ha de ser tomada como un pensamiento
paralelo al de la primera línea, y declara la misma cosa con palabras diferentes. Esta es la marca normal
de la poesía hebrea. En este caso por tanto, la pregunta « ¿Quién ha creído a nuestro anuncio?», es
respondida en la segunda línea: « ¿Sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?»
En realidad, su vida sería una vida dura. Fue despreciado (v. 3), lo cual significa simplemente que los
hombres no vieron grandes valores en él (este sería el caso del hijo del carpintero). Fue un hombre de
dolores, que conocía el pesar. El dolor lo rodeaba. La vida dura no estuvo ausente tampoco. No sería lo
que el mundo llama un hombre triunfador en sus negocios, y por eso sería despreciado (contado como
108
de poco valor, contado por poco entre los hombres).
De nuevo se dice, como ya se había indicado en el versículo 52.14 y el 53.3, que todo su sufrimiento,
aunque fue por el bien de los hijos de Dios, apenas fue reconocido cuando ocurrió. Su propia
generación no fue capaz de ver el significado de su sufrimiento (v. H),
Los versículos finales de Isaías 53 nos dan la importancia teológica de estos sucesos referentes al
sufrimiento y la muerte del siervo perfecto de Dios. Desde la época del Éxodo el Señor había estado
enseñándole al pueblo que solo había un lugar escogido por él, donde debería ser ofrecido el verdadero
sacrificio (Dt 12.5-11,13-14).

Este lugar, representado simbólicamente en el Antiguo Testamento por el altar del santuario que estuvo
primeramente en Silo y después en Jerusalén, sin duda señalaba hacia el único lugar donde Dios se
encontraría con el hombre, el lugar de la muerte de su siervo perfecto, esto es, en Cristo, donde los
hombres pueden adorar a Dios en espíritu y en verdad (cf. Jn 4.23-24).
Las palabras que declaran que le complace al Señor quebrantarle parecen crueles hasta que nos damos
cuenta de que esta declaración ha de ser tomada en el contexto de que él existió y se ofreció por el
pecado (v. 10). Debemos recordar que Dios había dicho antes que no le complacían las obras y los
esfuerzos de los hombres pecadores (Is 1.11). Por tanto, era necesario un sacrificio mejor y más
perfecto. Este, según se nos enseña aquí, fue proporcionado por el siervo de Dios, con el cual el Señor
estaba muy complacido (cf. Mt 3.17; 12.18; 17.5). Dios no se complació con los actos de los hombres
pecadores que mataron a su siervo, pero sí en disponer la muerte de Cristo como un sustituto por
nuestra propia muerte, que era lo que merecíamos (cf. Hch 2.23, 24). Vemos aquí en un solo hecho
tanto el juicio de Dios con respecto al pecado, como su gracia hacia sus hijos, que rescató a través de la
muerte de su siervo.
La recompensa para ese siervo que tanto sufrió por nosotros será que su obra triunfará. Verá su
simiente (53.10), todos aquellos que el Padre le ha dado (cf. Jn 6.37, 39). Él hará eternos (largos) no
solo sus días sino los de los demás hijos de Dios. Dios estará satisfecho con el sufrimiento del siervo y
lo aceptará en lugar de nosotros (v. 11). La clave de esta satisfacción está en la realidad de que el siervo
de Dios es todo lo que Dios nos exigía que fuésemos: Justo (v. 11).
El versículo 12, en resumen, afirma nuevamente que su muerte fue beneficiosa para la bendición de
toda una multitud (todos los que confían en el Señor, como lo enseña la Palabra de Dios a través de
todas las Escrituras). Él salvó a los hijos de Dios, no solo porque murió sino también porque tuvo la
muerte de un delincuente (v. 12). Él salvó a los hijos de Dios no solo porque el pecado de los muchos
se centró sobre él sino también porque quiso interceder por los pecadores (v. 12; cf. Jn 17.2, 9,17, 20,
24).

En Isaías 54 el plan de salvación de Dios que acaba de ser revelado se aplica a los escogidos que
recibirán los beneficios de la muerte de Cristo y de su triunfo sobre el pecado y la muerte.
El resto del capítulo nos da la seguridad de ese consuelo esperado por tanto tiempo (v. 11). También
enseña que la aplicación de la obra de Cristo a nosotros nos vendrá cuando seamos enseñados por Dios,
esto es, regenerados por su Espíritu Santo, de tal manera que tengamos ojos para ver, oídos para oír, y
corazones para comprender lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo (cf. 50.5; 51.7). Jesús mostrará
más tarde que Isaías 54.13 es ciertamente una referencia a la regeneración (Jn 6.44, 45; cf. 1 Tes 4.9; 1
Jn 2.27).
A esto lo llama Isaías la herencia de todos los siervos del Señor (54.17). Nosotros recibimos todos los
beneficios de la muerte del Cristo, el perfecto siervo de Dios descrito en el capítulo 53. Somos
considerados justos, como también lo fue Abraham, porque la justicia de Dios nos es aplicada en
Cristo. Así Dios nos proporciona lo mismo que nos exigía.
Finalmente se presenta la bondadosa invitación de Dios a los hombres para que vengan a participar de
este plan (Is 55.1-7).
Dios había dicho que proveería gratuitamente el agua para los pobres y necesitados (Is 41.17). Ahora
esta agua de vida es ofrecida gratuitamente a todos los que están sedientos (55.1; cf. Jn 4.1014).
Notemos que la invitación es para todos los que están sedientos (v. 1). Así también la bondadosa
invitación de Dios llega a todos (cf. 45.22; Mt 11.28; Ap. 22.17). Por tanto, ninguno de los hijos de
Dios tiene el derecho de restringir esta invitación gratuita. Por supuesto que sabernos que solo cuando
Dios obre en los corazones de los hombres para hacerles darse cuenta de su pobreza y de su sed, de su
109
necesidad de él, entonces será cuando responderán. Deben ser enseñados por Dios para conocer que
tienen necesidad de él (v. 13). Pero cuando se trata del ofrecimiento de la salvación, este debe ser hecho
a todos, sin distinción.

Para terminar esta primera parte toda de la última sección principal de Isaías, que trata sobre el
consuelo de Dios, y que comenzó en el capítulo 40, el Señor vuelve una vez más a asegurar que su
Palabra cumplirá todo lo que él se ha propuesto que haga (v. 11; cf. 40.6-8). Él ha demostrado siempre
que es digno de confianza en su providencia natural, de manera que en la misma forma su Palabra es
segura cuando habla de las providencias tomadas para nuestra salvación.
Los versículos 12 y 13 concluyen toda la primera parte de la gran sección final de Isaías --capítulos del
40 al 55- con una representación típicamente agrícola de las bendiciones de Dios para con su pueblo.
Esa primera parte ha tratado de la Palabra de Dios como promesa. A continuación veremos la segunda
parte de la sección final la Palabra de Dios como mandamiento (caps. 56-62).

La segunda parte de la última división de la profecía de Isaías comienza en el capítulo 56 y sigue hasta
el 62. Esta sección podría titularse «la Palabra de Dios como mandamiento», porque sigue tratando
sobre la Palabra de Dios pero ahora particularmente en la forma en que sirve como guía para los
creyentes. Dios nos está mostrando aquí que espera algo de aquellos a quienes ha redimido, Como
afirma Pablo en Efesios 2.10, somos salvas para las buenas obras, para andar en la voluntad de Dios.

En el capítulo 58, el Señor enseña en forma específica lo que espera de los creyentes. El hombre viejo
(las prácticas pecadoras del pasado) debe ser desechado, para que la vida pueda dar gloria a Dios
realmente. Un proceso así puede ser penoso, porque incluso en sus intentos de agradar a Dios, pecan al
no observar la Ley tal como él exige y pretende que sea guardada (58.1 ,2).

En los capítulos del 59 al 62 tenemos un resumen de todo el mensaje de consuelo dado a través de
Isaías. Al mismo tiempo, se hace una síntesis y un análisis. Comienza con el reconocimiento del pecado
de Israel y su consecuencia: la separación de Dios (59.18). Sus obras no los pueden salvar; en realidad,
sus obras lo que hacen son condenarlos (vv. 6,7). La culpa no es de Dios (v. 1), sino de que ellos no
pueden hacer la voluntad divina (v. 8).

Aquellos que miran a los demás buscando respuesta a sus necesidades miran en vano (vv. 9-15). No
hay esperanza, ni hay ningún salvador entre los hombres.
Aquí, en el capítulo 60, comienza el canto de triunfo del pueblo de Dios. Es una nueva creación. La luz
sale brillando de las tinieblas (60.1 ,2), una forma simbólica de expresar el triunfo inevitable de la
gracia de Dios en los corazones de tantos (cf. Jn 1.4, 5; 2 Co 4.6; Is 9.2).

Vemos ahora a la Jerusalén glorificada, la nueva Jerusalén del pueblo de Dios, que es para siempre (vv.
4-22). Es una ciudad gloriosa (cf. Ap. 21.2-27).

Una vez más, en 61.10--62.12, se describe a la Sion glorificada, esta vez como una esposa ataviada
para su esposo. Esta figura será usada también en Apocalipsis 21.2. Dios salvará a su pueblo santo
(62.12), tal como se lo había propuesto antes de la creación (Ef. 1.4), Y como lo dijo a Israel en el Sinaí
(Ex 19.6).

Llegamos ahora a la tercera y última sección de la parte final de Isaías. Esta sección trata de la Palabra
de Dios como juicio (caps.63-66).
Dios, después de pronunciar juicio sobre los pueblos pecadores del mundo, considera nuevamente
cómo ha tratado a Israel, su pueblo escogido. Hace notar primero que él los ha tratado con misericordia
y con amor (vv. 7-9), y después que ellos se han resistido obstinadamente a su bondad (v. 10).

El llamado hecho en este momento es a esperar en el Señor (64.4). Este tema, que hemos notado con
tanta frecuencia anteriormente (Is 8.] 7; 25.9; 26.8; 30.]8; 33.2; 40.31) aparecerá una y otra vez a través
de todo el Antiguo Testamento como un sinónimo de «poner su confianza en el Señor».

110
Hay una advertencia muy clara de que nuestra justicia no nos puede salvar (v. 6). El final de toda la
sección es el reconocimiento de que somos lo que somos solo por la gracia de Dios (vv. 8,9). A pesar
de la presente situación de decadencia expresada en los versículos 10 y 111, hay un remanente que
sobrevivirá.

En el siguiente capítulo, el 65, el Señor vuelve a dirigirles una reprensión a aquellos en Israel (la iglesia
visible) que no son obedientes. Por una parte, los que no son israelitas (los gentiles) vendrán al
conocimiento del Señor (65.1), mientras que por otra, aquellos a los que Dios se ha estado revelando
durante tanto tiempo (los israelitas), han mostrado indiferencia para con él.
El capítulo 65 concluye con otra visión de la gloria final de Dios y de su iglesia. Aquí se introducen
términos con los cuales se expresará la esperanza en el Nuevo Testamento. Habla de los cielos nuevos
y de la nueva tierra (65.17; cf. 66.22; Heb 12.26, 27, 2 P 3.13; Ap. 21.1). También habla de la nueva
Jerusalén.
Este capítulo termina con una descripción de la paz, como la que se encuentra en Is 2.2-4 y 11.6, 7. La
maldición impuesta a toda la creación en el momento del pecado de Adán (Gn 3.14-19) será levantada
(v. 25).
La escena final del libro de Isaías deja así ante Israel las dos grandes alternativas de la eternidad: el
cielo o el infierno. Así, el libro se cierra en la misma forma en que comenzó: o mirar a Dios en fe, o ser
condenado para siempre (cf. 1.24-31).

4. Miqueas

Miqueas fue un contemporáneo tardío de Isaías, y su profecía fue mucho más corta, pero en líneas
generales iba dirigida a las mismas personas. Ciertamente, profetizó antes de la caída de Samaria,
puesto que el mensaje es de interés tanto a Samaria como a Jerusalén (v. 1). Los reyes mencionados
aquí son todos de Judá, puesto que en esa época no había reyes de importancia en Israel. El mismo
Miqueas es mencionado también en Jeremías 26.18 como un predecesor de Jeremías.

El mensaje se dirige a las capitales, puesto que trata especialmente de la culpa de los gobernantes del
pueblo y de sus pecados. La primera parte (1.2-2.11) resume los pecados del pueblo en general y
presenta el desagrado de Dios por causa de ellos. Después, antes de centrarse en los jefes y en sus
faltas, habla indirectamente de la esperanza que habrá de seguirse para el remanente (2.12, 13). Este
tema del remanente será desarrollado más tarde por Miqueas.

En el capítulo 3 desarrolla la acusación contra los gobernantes: reyes, profetas, y sacerdotes. Y


nuevamente, desde el 4.1 hasta el capítulo 5, se extiende sobre la doctrina del remanente y de la espe-
ranza real del pueblo de Dios.

Desde 6.1 hasta 7.6 se ponen a prueba tanto el pueblo como los jefes de la tierra y son hallados faltos.
De manera que, como conclusión, Miqueas nos da su propio testimonio personal del Señor, en el cual
esperará (7.7-20).

Miqueas, recordando la revelación de Dios que aparece en Éxodo 34.6, 7, mira la misericordia y la
compasión de Dios como las bases de su fe. Todos los hombres podrán ser mentirosos, pero Dios es
veraz y fiel a su Palabra (vv. 18-20).

111
XI-. LOS PROFETAS DEL SIGLO SÉPTIMO

1. Jeremías

El profeta Jeremías cubre con su ministerio los últimos días del reino de Judá, al sur. Cubre el período
comprendido entre el año decimotercero de Josías, el último rey bueno de Judá, y el año onceavo de
Sedequías, año de la caída de Jerusalén. Esto sería desde aproximadamente del 626 hasta el 586 antes
de Cristo, unos 40 años (1, 2, 3).
Sabemos más sobre la procedencia y la vida de Jeremías que sobre cualquier otro de los profetas
escritores. Nos dice él que procede de la familia de sacerdotes que vivía en Anatot (1.1). Gracias a 1
Reyes 2.26-27, sabernos que Abiatar, el sacerdote de la época de David que estuvo con él a través de
sus años de penuria y de triunfo, fue relevado de su cargo por Salomón al subir al trono. Fue enviado de
vuelta a su hogar de Anatot. Salomón hizo esto porque Abiatar se había unido a los que apoyaban a
Adonías como rey en lugar de Salomón (1 R 1.7). Es de suponer, por tanto, que Jeremías pertenecería a
esa familia sacerdotal.
Los reyes que reinaron después de Josías son pocos en número: Joacaz, Joacim, Joaquín, y Sedequías.
Este fue el período de la rápida decadencia de Judá. Josías fue el último rey bueno, y murió
relativamente joven. Todos los demás desobedecieron a Dios y fueron unos fracasos en todo sentido.
En 1.4-10 encontramos el llamado de Jeremías a ser profeta. Haremos cinco observaciones concretas
con respecto a este llamamiento.

Primeramente, antes de que Jeremías naciera, Dios ya tenía un propósito específico para él (vv. 4,5).
Dios conoció y santificó a Jeremías de acuerdo con sus propias intenciones. La palabra «conoció»
usada aquí está de acuerdo con el uso similar de Génesis 18.19. No es conocimiento por observación
(es decir, por conocimiento humano), sino por selección, por predeterminación (conocimiento divino),
como dice Jesús al referirse a los que son salvados ya los rechazados (Mt 7.23). El término
«santificado» indica que Dios apartó a Jeremías de acuerdo con su propósito para que fuera
exclusivamente posesión suya y lo sirviera como profeta para las naciones. La palabra «santificar»
significa apartar para Dios.

En segundo lugar, el Señor hizo a Jeremías de tal manera que pudiera llenar este propósito suyo. No se
dejó nada a la casualidad. Dios formó a Jeremías (v. 5). Era en verdad un hombre hecho por Dios. Todo
en su procedencia, su familia y su lugar de nacimiento estaba en consonancia con el propósito
predeterminado por Dios de que habría de ser un profeta.

En tercer lugar, Jeremías, al enfrentarse con este llamado, lo hace mostrando humildad verdadera (v. 6);
nos recuerda la reacción similar de Moisés ante su llamado (Ex 3.11), y de Salomón (1 R 3.7). No hay
nada de incorrecto en una reacción así al enfrentarse a un llamado, mientras no se convierta en una
excusa o en una negativa para no servir. Lo que es importante tener en cuenta es que en el caso de la
respuesta de Jeremías, al igual que con Moisés, la réplica de Dios fue la misma: «Yo estoy contigo» (v.
8; cf. Ex 3.15; Jos 1.5). Está bien ser humilde, pero esto debería llevarnos a la confianza en el Señor.
También nosotros, como Jeremías, nos enfrentamos a la imponente tarea de ser los siervos de Cristo
(Mt 28. 19,20a). También nosotros hacernos bien en darnos cuenta de que el cumplimiento fiel de esta
tarea es una carga demasiado grande para nosotros. Pero nos llega la réplica de Jesús, como les llego a
Moisés y a Jeremías; «Yo estoy contigo» (Mt 28.20b).

112
En cuarto lugar, Dios aclara cuál es exactamente la misión (vv. 9.10). Es doble: a la vez negativa y
positiva. En el aspecto negativo, se le exigirá arrancar, destruir, arruinar, y derribar todo lo que disgusta
al Señor. Es la función del profeta. Sin duda que esta función deriva del hecho de que la Palabra de
Dios nos ha sido dada para hacer precisamente eso en las vidas de los hombres. En 2 Timoteo 3.16, 17
leemos que la Palabra de Dios es redargüir (echar abajo) y corregir (disciplinar). Es así que las
Escrituras llaman a la Palabra "martillo» y «fuego» (Jer 23.29). El Nuevo Testamento asemeja la
Palabra a una espada (Heb 4.12). También recordarnos que la Palabra de Dios es la Espada del Espíritu
(Ef. 6.17); Y el Espíritu que inspiró a los profetas tenía como función propia suya convencer a los
hombres de pecado, de justicia, y de juicio (Jn 16.8).
El lado positivo de su misión sería edificar y plantar (v. 10).
De manera que notaremos inmediatamente que la misión de Jeremías en el Antiguo Testamento no era
distinta de la que tiene lodo hijo de Dios hoy en día, cuando da testimonio a través de la Palabra de
Dios escrita.

Quinto, el llamado de Jeremías traería consigo sufrimiento. Esto viene más adelante en el capítulo, pero
es un aspecto de su llamado y por tanto debemos considerarlo aquí (vv. 17-19). La fidelidad de
Jeremías en ejercitar su misión le acarrearía prontamente una fuerte oposición. Esto también es muy
similar a lo que Jesús les enseñaba a aquellos que quisieran seguirle (Mt 16.24).

Las visiones que acompañaban al llamado de Jeremías hacían referencia evidentemente a los aspectos
principales de su misión (vv. 11-16). En la primera, al ver una vara de almendro recibió la enseñanza de
que la Palabra de Dios es segura (vv. 11,12). En una forma similar a la de la visión de Amós (Am 8.1-
3), Dios usó aquí un juego de palabras, porque las palabras para «almendro» y «vigilar» suenan muy
parecido en hebreo.

En la segunda visión ve una olla que hierve, con la faz hacia el norte, indicando que el juicio de Dios
vendría del norte, tal y como lo había indicado también Joel mucho tiempo antes (vv. 13-16; cf. JI
2.20).

Después de esta introducción que incluye el llamado de Jeremías, llegamos a la primera gran sección
del libro, que es una serie de mensajes de Dios a través de Jeremías (caps. 2-35). Estos mensajes varían
grandemente en extensión, personas a las que se dirigen, y contenido. No están en orden cronológico,
pero los tres primeros son los más largos. A continuación presentamos los títulos y los destinatarios de
los mensajes.

a. Mensaje a Jerusalén en la época de Josías (caps. 2-6) Este es muy parecido a los mensajes
que habían dado ya los anteriores profetas, hablando del amor de Dios por Israel, y la negación
del pueblo a obedecer, y terminando con advertencias del juicio que habría de venir del ejército
del norte.

b. Mensaje en la puerta de la Casa del Señor (caps. 7-10) Este mensaje es una advertencia en
particular contra la falsa esperanza (7 .4ss). La tendencia a confiar en las ofrendas más que en la
obediencia al Señor en la vida (vv. 21-23). Lo tardío de la hora para Jerusalén es expresado en
forma efectiva en 8.20. Señala la bancarrota del poder espiritual de Israel. ¡Qué similar es
Jeremías 10.23-24 al mensaje de Dios dado a través de Isaías! El tema con que finaliza este
mensaje es lo desesperada que es la situación del hombre sin Dios (10.23).

c. Mensaje para los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén (caps.11, 12) Estas palabras
llaman a Jerusalén a poner por obra el pacto con el Señor que habían abandonado (11.3-8).

d. Mensaje referente al cinto de lino (cap. 13) Con la destrucción simbólica de un cinto de lino, Dios
le muestra a Jeremías la certeza de que el orgullo de Jerusalén será humillado (vv. 1-9). Todos los
jefes serán juzgados (v. 13), tal como lo había advertido Miqueas. La misericordia de Dios que se
había revelado en Ex 34.6, 7 es ahora retirada del pueblo (v. 14).

113
e. Mensaje con motivo de la sequía (caps. 14,15) De una manera parecida a la de Joel, Jeremías
habla con ocasión de una gran catástrofe natural en la tierra. Ahora Jeremías, durante una terrible
sequía que sucedió en su tiempo, declara que las iniquidades del pueblo han sido las causantes
de este día terrible (14.1-7). Interviene a favor del pueblo de manera parecida a como Moisés lo
había hecho en el desierto, pero esta vez Dios se niega a aceptar su intercesión (vv. 8-12).

f. El mandato dado a Jeremías de que no se case ni tenga hijos (caps.16, 17) Esos últimos días
del juicio serán tan duros en Jerusalén que será mejor para Jeremías no tener familia (16.1-9).
Es un día en que no habrá clemencia por parte de Dios (v. 13).
Es necesario un segundo éxodo para hacer volver al pueblo a la sensatez, y esto significa una segunda
esclavitud en una tierra extranjera, es decir, el cautiverio de Babilonia (16.14, 15; 17.4). En medio de la
condenación de la tierra, Jeremías sabe volver al Señor y mirarlo a él solamente como a Salvador
(17.14). Finalmente, como Isaías en los capítulos 56 y 58, Jeremías presenta la observancia del día de
reposo como la verdadera prueba de la espiritualidad del pueblo de Dios (17.20-22,24-26). En los días
de Jeremías se estaban permitiendo violaciones flagrantes del día sábado (vv. 23,27). Si cesaba esa
maldad, sería una indicación de que el pueblo tenía buena fe.

g. El mensaje en la casa del alfarero (cap.18) En la casa del alfarero, el Señor le dio a Jeremías una
ilustración de su soberanía. Así como el alfarero tiene control total de la arcilla que tiene en sus manos,
así también es como Dios, controla a todas las naciones (18.1-10).

h. Lecciones de la vasija del alfarero (cap. 19) Por medio de una ayuda audiovisual, Jeremías recibe la
instrucción de proclamar la destrucción de Jerusalén. El cuadro de los cuerpos muertos de aquellos que
son juzgados (v. 7) recuerda las últimas palabras de Isaías (Is 66.24), y es la base para una terrible
escena que aparece en el libro del Apocalipsis (Ap. 19.17, 18).

i. Mensaje con ocasión del encuentro con Pasur (cap. 20) Cuando Jeremías fue atacado personalmente
por el sacerdote Pasur y aprisionado se sintió muy desalentado (20.1-3). El mismo nombre con el que
llamó a Pasur, «Magor-misabib», significaba «terror por todas partes» e indicaba la forma en que se
sentía Jeremías, rodeado por sus enemigos (cap. 20.3, 10). Se sentía herido porque se habían burlado de
él (v. 7) y porque sus amigos lo habían denunciado (v. 10). Sin embargo, cuando pensó en no seguir
hablando más, no pudo dejar de hablar la Palabra de Dios, porque esa Palabra era como un fuego
ardiente dentro de él (v. 9).

j. El mensaje cuando Sedequías mandó a buscar consuelo (cap. 21) Jeremías tenía razón para
consolarse puesto que se hallaba dentro de la voluntad del Señor, pero no así Sedequías. Este tema la
esperanza de que Jerusalén fuera librada de Nabucodonosor en la misma forma en que Dios había
salvado a Nínive y posteriormente a la propia Jerusalén en los días de Ezequías (21.2); pero esto no
hubiera de suceder. Dios prometió las tres maldiciones con las cuales juzgaba frecuentemente a los
reinos pecadores del mundo: pestilencia, espada, hambre. Al final, irían cautivos a Babilonia (v. 7).

k. Mensajes a los reyes y jefes de Judá (caps. 22,23) Primero, el Señor se dirige en forma general a los
reyes de Judá, llamándolos a la justicia y el juicio en su gobierno (v. 3). Les dice que si no hacen esto
habrá un severo juicio y será el fin del reino de Judá (vv. 5-9).
Después de estas indicaciones introductorias dirigidas a todos los reyes, el Señor se dirige en forma
específica a los reyes uno a uno.

l. El mensaje de la visión de dos canastos de fruta (cap. 24) Este mensaje llegó después que Joaquín
habla sido llevado cautivo. Utilizando dos canastos de fruta, uno lleno de buena fruta y el otro lleno de
mala fruta, el Señor le enseñó al pueblo que los que habían sido transportados (como Ezequiel, Daniel,
y los tres compañeros de este) serían bendecidos preparados y preservados (vv. 2-7). Serían hijos
verdaderos de Dios, de acuerdo con sus planes manifestados en Éxodo 19. Dios les daría un corazón
nuevo (cf. Jer 31.31-34). Pero el resto, que se resistía a cumplir la voluntad de Dios, perecería como la
fruta mala (vv. 8-10).

114
m. Mensaje en el cuarto año de Joacim (cap. 25) Joacim era un rey malvado cuya muerte ignominiosa
había sido predicha, por Jeremías (22.19). Durante los 23 años que predicó Jeremías, el pueblo no había
respondido a su llamado. Por tanto Dios prometía nuevamente el juicio por medio de la cautividad en
Babilonia (vv. 8-11). En este momento predice específicamente que los años del cautiverio antes de
regresar a su tierra serán setenta (v. 12).

n. El mensaje dado en el atrio de la casa del Señor (cap. 26) La época de Joacim fue especialmente
hostil al Señor y desde luego a su siervo Jeremías. En el mismo comienzo de su reinado hubo un
intento de asesinar a Jeremías que es relatado en este capítulo. Podemos notar el valor de Jeremías
frente a la muerte (vv. 8-15). Sus palabras valientes convencieron a los príncipes y al pueblo de que los
profetas y los sacerdotes estaban equivocados con respecto a Jeremías (v. 16).

o. El encuentro con Hananías (caps. 27, 28) En época tan temprana como era la de Joacim, Dios había
comenzado a decirle a Jerusalén que Judá caería e iría sometido en esclavitud a Babilonia (27.1-11).
Entonces, en la época de Sedequías (el último rey), estas cosas comenzaron a cumplirse. Jeremías, en
un gesto dramático, intentó ilustrar con una ayuda visual la realidad de la cautividad que se
aproximaba. La única manera de escapar de la ira de Dios era someterse a este yugo que él le estaba
imponiendo a Judá (vv. 7-11). Por lo tanto, Jeremías le habló a Sedequías, llamándolo a que se
sometiera a la voluntad de Dios (vv. 12-15). En el mismo tono Jeremías llamó también a los falsos
profetas y a los sacerdotes a que se arrepintieran y buscaran a Dios (vv. 16-22).
Sin embargo, Hananías, uno de los falsos profetas del reinado de Sedequías, trató de contrarrestar la
profecía de Jeremías con un gesto igualmente dramático (28.1-4). Cuando fue reprendido por
Jeremías y retado a demostrar sus palabras falsas (vv. 5-9), Hananías hizo de nuevo un gesto
simbólico, rompiendo el yugo sobre el cuello de Jeremías (vv. 10-11).
Al principio, Jeremías quedo estupefacto (v. 11b), pero evidentemente regresó con otros grilletes
hechos de hierro en lugar de madera y retó a Hananías a romperlos (vv. 12-14). Porque Hananías le
había hecho creer una mentira al pueblo, fue castigado con la muerte (v. 17).

p. Carta a los judíos que estaban en la cautividad (cap. 29) Recordemos que ya habían sido llevados
a la cautividad varios judíos en los días de Joaquín. Ahora Jeremías les escribe una carta (29.4-32).
En la carta los anima a permanecer allí por un tiempo. Deben orar por Babilonia y por supuesto que
sus propios asuntos estarían unidos a los asuntos de aquel reino por algún tiempo (vv. 5-7).

q. La orden de escribirlo todo en un libro (30.1-3)

r. El mensaje relativo a Israel y Judá (30.4-31.40) En medio de estos pasajes que advierten sobre la
guerra y la instrucción que trae consigo, el Señor, el Príncipe de Paz, comienza a dirigirse a aquellos
que están en Israel y Judá que sí respondieron a la llamada divina y pusieron su confianza en él.
Para estos hay esperanza. Dios prometió salvarlos de sus enemigos (30.4-11). Sin embargo, deben
pasar por un tiempo de purificación en Babilonia, del cual sus creyentes verdaderos saldrán para ser
el pueblo de Dios (vv. 21-22).Todo señalaba aquí a que todas las cosas se resolverían de acuerdo
con la voluntad y el poder de Dios. Entre tanto, Raquel (representante del remanente) debería llorar
(v. 15). En el Nuevo Testamento se cita este pasaje en referencia al cruel asesinato de tantos niños
en Belén por orden de Herodes (Mt 2.16-18). Ese asesinato es así representativo de todo el
sufrimiento que el pueblo de Dios deberá soportar de manos de sus enemigos. Pero al final, hay
esperanza (v. 17).
La oración de Jeremías en los versículos 18 y 19, reconociendo la necesidad de que Dios nos
convierta si hemos de estar verdaderamente convertidos espiritualmente, refleja la necesidad de
nuevos corazones, que es lo que Dios promete para el nuevo pacto (31.31-34). La certeza de estas
promesas descansa en la soberanía de Dios, que dirige todas las cosas de acuerdo con el agrado de
su voluntad (31.35-40).

115
s. El mensaje en el año décimo de Sedequías (caps. 32 y 33) Este mensaje fue dado en el último año
antes de la caída de Jerusalén (v. 1). Jeremías estaba en prisión por causa de su fidelidad al Señor (v.
2). Estando en prisión se le dio la oportunidad de comprar un campo en Anatot, que era suyo por
derecho de redención (v. 8). Puesto que el Señor le había predicho esto, Jeremías compró el campo
para expresar su confianza en el Señor de que Dios traería de regreso a su pueblo a la tierra en total
seguridad (v.15).

t. El mensaje dado durante el sitio de Jerusalén (cap. 34) Durante este tiempo el Señor envió a
Jeremías a la presencia de Sedequías, el último rey de Judá antes de su caída (v. 2).
El mensaje era una advertencia sobre la cautividad y los tiempos difíciles que se avecinaban, a
menos que Sedequías obedeciera al Señor (vv. 3-5). Evidentemente, hubo un intento por parte de
Sedequías de hacer que el pueblo obedeciera la Ley de Dios, especialmente en lo concerniente a la
liberación de los siervos después de siete años (vv. 8-15; cf. Ex 21.2), pero poco tiempo después de
que hubieran sido liberados, los volvieron a apresar burlándose así de la Ley de Dios (v. 16). Hasta
celebraron la ceremonia de dividir en dos partes un becerro, que era el símbolo de que hacían un
pacto con Dios (v. 18; cf. Gn 15.10), pero puesto que todo era una exhibición externa e insincera,
este pueblo sería castigado (vv. 20-22).

u. El mensaje relativo a los recabitas (cap. 35) En los días del rey Jehú de Israel, había una familia,
la familia de Jonadab, el hijo de Recab, que era leal al rey (ver 2 R 10.1) 24). Jonadab enseñó a sus
hijos, y estos a su vez enseñaron a los suyos, a observar las reglas de Jonadab con respecto a la
bebida. Esta familia fue tan estricta en cumplir los deseos de Jonadab, que en los días de Jeremías,
250 años después, toda vía eran fieles a su antepasado (v. 14a). Por más que lo intentó, Jeremías no
pudo lograr que bebieran vino (vv. 3-11).

Así termina la larga serie de mensajes que Dios le dio a Jeremías con respecto a Judá en sus últimos
días. Es difícil seguir con mucho orden el desarrollo. Sin embargo, hay varios temas principales que
van presentándose a través de estos mensajes, y que miraremos antes de continuar.

Primeramente está el tema del corazón. Dios nos muestra que los pensamientos del corazón sí le
interesan a él. No quiere aceptar una simple conformidad exterior, sino que insiste en que los corazones
sean rectos. Vemos esto en el capítulo 3, versículo 10, cuando el Señor rechaza las reformas hechas en
los días de Josías, porque el pueblo no volvió realmente a él en el corazón. Pero Dios exige que
aquellos que le sirvan, lo amen de lodo corazón, sin retener nada para sí (Dt 6.5).

En el mismo capítulo deja implícito que el pueblo vive ahora de acuerdo con la dureza de sus malvados
corazones (v. 17). Es ya la forma de vivir de ellos. Sus corazones están impuros, porque, aunque, como
judíos que son, estén circuncidados en la carne, sus corazones son incircuncisos todavía (sin purificar,
5.4, 14; cf. Dt 10.16; 30.6).
Como sucede con el corazón, sucede con sus caminos. Sus caminos están corrompidos porque tienen
corazones corrompidos (4.18). Por tanto, han alcanzado el estado espiritual que le había sido descrito a
Isaías cuando fue llamado: tienen ojos para ver, pero no ven, y oídos para oír, pero no oyen. No tienen
corazón (5.21; cf. Is 6.9, 10). Notemos aquí que la palabra que se traduce en ocasiones como
«comprensión» significa «un corazón para Dios».

Su corazón no solamente no hace nada para complacer a Dios sino que en realidad se rebela contra él
(5.23). No hay temor de Dios en sus corazones (es decir, no hay fe; v. 24). Esto promueve la hipocresía
en la iglesia, de tal manera que aunque exteriormente hablan apaciblemente unos con otros (es decir,
actúan como creyentes), en su interior están tramando maldad unos contra otros (9.8; cf. 12.2).
Aquí se describe su situación con frecuencia como un andar (vivir) tras la dureza de sus corazones
(9.14; 11.8; 13.10; 16.12; 18.12; 23.17). Su vida es tal que en realidad no hay distinción entre aquellos
que deberían ser el pueblo de Dios y el resto del mundo (9.26).

Sus profetas no les sirven de ayuda, porque los falsos profetas tienen también corazones parecidos, y en
realidad, hablan desbordando el engaño que hay en sus corazones (14.14; 23.16-26). Es decir, que el
116
pecado de Judá no es un asunto de poca monta.
Penetra hasta sus corazones. En realidad, está grabado en sus corazones en forma indeleble, como si
alguien hubiera escrito en piedra con una pluma de hierro que tuviera punta de diamante (17.1). Esto
nos muestra el alcance del significado de que tuvieran corazones duros, endurecidos como la roca.

La descripción del corazón alcanza su punto máximo en el ver sículo 9. Es engañoso y totalmente
corrompido. Nos vienen ahora a la mente las palabras del mismo Jesús con respecto al corazón. En
Marcos 7.20-23 da una descripción gráfica de 11) que hay en el corazón del hombre natural antes de ser
salvado.
Jeremías pregunta: « ¿Quién puede conocerlo?» (v. 9), y a continuación responde en el versículo
siguiente: «Yo, Jehová, que pruebo el corazón» (v. 10). Los hombres se engañan a sí mismos con
respecto a sus propios corazones, y en forma natural ninguno está dispuesto a admitir que está
totalmente corrompido por dentro. Pero Dios, que ve rectamente, ¡dice que lo están! Por tanto, solo por
medio de la Palabra de Dios podrán los hombres llegar a conocer sus propios corazones (cf. 20.12). La
causa está presentada: el hombre está totalmente corrompido en su corazón y, por tanto, no puede
cambiar ese corazón. El pecado es algo indeleble en él. Por lo tanto, la única solución, si es que ha de
llegar a tener un corazón recto y que agrade a Dios, es que el Señor sea quien le dé un corazón nuevo
que quiera obedecer. Y esto es justamente lo que el Señor promete hacer a través de Jeremías (24.7).

Entonces, Dios pondrá su ley en sus nuevos corazones, y la escribirá indeleblemente en ellos, de tal
manera que sean verdaderamente su pueblo, todo los que él tenía establecido para ellos desde el
principio (31.33; cf. Ex 19, 5, 6). Conocerán al Señor (tendrán fe) porque tienen nuevos corazones,
como corresponde a una naturaleza nueva. Esta es, por supuesto, la misma promesa del nuevo
nacimiento de la que habló Jesús (Jn 3; cf. también Jer 32.38, 39).
Hemos visto aquí, pues, como el tema del corazón se desarrolla en una forma hermosa desde la
condición totalmente pecadora del corazón natural, hasta el corazón regenerado que se da a los hijos de
Dios por su misma gracia.

Hay un segundo tema, estrechamente relacionado con el anterior. Es el tema de la paz. Al principio,
Jeremías tiene que enfrentar un dilema. El recuerda que el Señor le había dicho a su pueblo verdadero a
través de Isaías que tendría paz (Is 9.7; 26.3, 12; 53.5; 55.12). Y sin embargo, en los tiempos de
Jeremías había de todo menos paz. Los ejércitos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, estaban sitiando
a Jerusalén, y su caída parecía inminente (Jer 4.10). Parecía como si Dios los hubiera engañado.
El Señor tenía que enseñarle a Jeremías que la paz que él había prometido a los suyos en este mundo no
era externa sino interna. Quienes prometían paz externa a los creyentes eran falsos profetas, que
prometían una paz que nunca podría llegar. ¡Era un evangelio falso! (6.14; 8.11; 14.13, 19; 23.17).
Esta paz externa, que consistía en estar libres de problemas exteriores, era engañosa y nunca duradera.
Lo que en realidad era importante era la paz con Dios, una paz conseguida a través del conocimiento de
Dios y de una relación correcta con él. Esa era la paz que se había perdido en realidad, y esa no podría
ser recuperada por ninguna cantidad de paz externa por falta de guerras. Dios se había llevado de su
pueblo la paz auténtica: su amorosa bondad y su tierna misericordia (16.5). Una paz así, es decir,
conocer al Señor como amoroso y misericordioso, es a verdadera paz que sobrepasa todo
entendimiento. Es la paz que el mundo no puede conocer, ni puede dar, ni tampoco quitar (cf. Jn 14.27;
Fil 4.7). Esta es la paz de la que Isaías había hablado en 26.3.
Pero el Señor traerá la paz para todos los que son sus hijos. Los pensamientos de Dios son paz para
ellos (29.11). Por su amor y misericordia, Dios afianzará la paz con los suyos, que son los que ponen su
confianza en él (33.6).

Un tercer tema, también relacionado con los otros es el tema de la confianza. El pecado del pueblo
había sido poner su confianza donde no debía. Confiaba en las palabras mentirosas de los falsos
profetas. Estos profetas prometían que puesto que el templo estaba en Jerusalén y representaba la
presencia de Dios nada malo le podía suceder a la ciudad (7.4, 8,14). Pero Dios les advirtió que así
como Silo, el lugar donde había estado anteriormente el arca, había perecido, así también perecería
Jerusalén. Aquellos que pongan su confianza en cosas, aunque estas sean símbolos religiosos, fallarán
con toda seguridad. Tampoco pueden los hombres poner su confianza en otros hombres (9.5; cf. Mi
117
7.5). Puesto que los corazones de los hombres están corrompidos, los hombres no pueden salvar al
mundo; ¡ni tan siquiera pueden salvarse a sí mismos! Confianza en las mentiras y en las promesas de
los hombres solo puede acarrear vergüenza Y derrota (13.25-26).
Por tanto, aquellos que han puesto su confianza en los hombres reciben maldición (17.5). Confían en el
brazo de carne, que no puede ni sostener ni salvar. Sus corazones han abandonado a Dios. Por otra
parte, los que pongan su confianza en el Señor serán bendecidos. Dios no les fallará (17.7). Son como
un árbol plantado junto al agua. Ellos serán los que prosperarán (cf. Sal 1). Por último, aparece el tema
del remanente. ¿Quién confiará? ¿Quién tendrá paz? ¿Quién tendrá corazón puro?
Primero, vemos que se dan respuestas negativas.
Los que sigan alegando que son inocentes no conocerán a Dios (2.35). ¡Es necesario que se arrepientan
y reconozcan su pecado! (3.13). Lo que hace falta es una confesión verdadera, tal como la que Jeremías
hace en este momento, si querernos tener paz (3.25). Pero muchos en Jerusalén se niegan a sentirse
culpables y se endurecen (5.3). Se niegan a creer que la maldad haría caer a la ciudad (5.12).
Su negativa a arrepentirse no es más que orgullo endurecido y maldad (8.6, 8). Este orgullo será la
destrucción de Judá (13.9, 10). Fingen ser inocentes pero tienen una mente malvada, y en realidad le
echan a Dios las culpas de todo su sufrimiento (16.12). Se fijan un rumbo para seguir sus propósitos
malvados (18.12) y hasta se oponen a hombres de Dios como Jeremías (18.18).
Tienen la osadía de citar las Escrituras y burlarse de la Palabra de Dios al vivir una vida malvada y
todavía declarar que son e] pueblo de Dios (18.18). Este pueblo no verá el Reino de Dios. Tienen que
ser desechados.
Los que sobrevivan, los que confíen en el Señor y sean su pueblo, serán por tanto llamados el
remanente. Jeremías no es el primero que usa este término. Es un término usado en forma general por
los profetas para describir a aquellos que son real mente hijos de Dios dentro de la iglesia visible.

Como había señalado Amós (Am 9.8bss), Dios no destruir totalmente al pueblo de Israel (4.27; 5.18).
De aquellos que se opusieron entonces a Dios y a sus siervos no quedará remanente en lo absoluto
(11.20-23; cf. Am 3.12). Pero después de la cautividad Dios conservará a algunos sobre los cuales ha
sentido compasión (12.15).

Este remanente será como un ganado disperso que el Buen Pastor reunirá nuevamente (Jer23.3; cf. Is
11.11-16; 40.10, 11). Así, el verdadero pueblo de Dios, al que pertenecen las promesas, es el remanente
de Israel, compuesto por todos aquellos que han confiado en él (31.7). Ellos pasarán por la cautividad
que se avecina, y sobrevivirán como pueblo de Dios a través de toda la historia como un pueblo dentro
de otro pueblo, la iglesia verdadera dentro del Israel externo que sobrevivirá después de que el Israel
externo haya caído.

Dejando ahora esta primera gran sección de Jeremías (caps. 2-35), pasaremos a continuación a la
segunda gran sección, en la que aparecen los sucesos históricos de aquellos días (caps. 36-44).
Los capítulos que siguen cubren sucesos históricos de los últimos días de Judá en lo que se refiere a
Jeremías, uno de los pocos siervos fieles del Señor que había allí en aquellos momentos.
El capítulo 36 en particular nos habla del intento de Joacim de destruir las palabras que Jeremías había
escrito.
En este capítulo logramos profundizar en la forma en que la Palabra de Dios era escrita. A Jeremías se
le ordenó escribir en un rollo todo lo que Dios le había hablado hasta ese momento, cuarto año de
Joacim (36.1, 2). Es de suponer que esto incluía la mayoría de lo que se encuentra en los capítulos del 1
al 35, aunque no todo, puesto que algunas partes fueron escritas después de esta fecha (36.32).

Cuando el pueblo estaba en disposición de adorar, en el quinto año de Joacim, Baruc leyó las palabras
de manera que todo el pueblo lo escuchara (36.9, 10). Las palabras causaron una verdadera conmoción,
y finalmente llegaron a oídos del rey (v. 21).
El acto del rey, al cortar y quemar la Escritura, y la forma indiferente en que actuaron los que estaban
alrededor de él, nos muestra las profundidades a las que había descendido el estado espiritual de Judá
en aquel entonces (36.23, 24). Es interesante que no solo Joacim fracasara en su intento de destruir la
Palabra de Dios sino que, de hecho, causara que fuera aumentada (36.32). Lo que fue añadido incluía,
al parecer, todo lo que está fechado con posterioridad al quinto año de Joacim: los capítulos 24, 27, 28,
118
29, 32,33, y 34, por lo menos.

Este no era ni el primero ni el último de los hombres malvados que intentarían destruir la Palabra de
Dios; pero ninguno de ellos ha tenido éxito en su empresa. Es de notar que se declara que la fuente de
esta palabra escrita son el Señor, Jeremías, y Baruc. Cada uno de ellos tuvo su parte (36.4); pero se ve
con claridad que el verdadero autor es el Señor.
Los capítulos restantes de esta sección recogen los sucesos de los últimos días de Jerusalén, que pasan
rápidamente, antes y después de la cautividad propiamente dicha, en 586 A.C. (caps. 37-44).

En esos días, Sedequías, el último rey, buscó en Jeremías una palabra de aliento procedente del Señor,
puesto que el ejército egipcio había hecho retroceder temporalmente a Nabucodonosor (37.5). Pero
Jeremías no alteró sus predicciones anteriores de que Jerusalén habría de caer.
Por aquel tiempo Jeremías fue a ver la propiedad que había comprado (37.11, 12; cf. 32.8, 9). Su acto
fue tomado como un acto de traición, y una vez más fue puesto en prisión (vv. 13-15). Y sin embargo,
es asombroso ver que Sedequías siguió buscando que le diera alguna palabra de esperanza (v. 17).
El odio de los enemigos de Jeremías era fuerte. Exigían su muerte (38.4). El rey, aunque simpatizaba
con Jeremías, era débil y quería que pereciera (vv. 5,6). Solo ante la insistencia de un sirviente hizo
Sedequías algo para ayudar a Jeremías (vv. 7-13). Evidentemente, esperaba que Jeremías tuviera una
palabra más favorable para él después de ese hecho (vv. 14-16). Si así era, se tuyo que decepcionar,
puesto que la Palabra de Dios seguía siendo «ríndete o perecerás» (vv. 17-23).

El capítulo 39 recoge la caída de Jerusalén, incluyendo el triste final de Sedequías, que se había negado
a seguir la Palabra de Dios, y el trato bondadoso dado a Jeremías por Nabucodonosor.
Es interesante que Dios declarara, como nota al margen de esta historia, que su nombre no sería
conocido en adelante por estos judíos de Egipto (v. 26).
Después de una nota especial de consuelo para Baruc (cap. 45), el resto del libro contiene una serie de
mensajes para las naciones, similares a los que encontrarnos en otros profetas (vv. 4651.58).

Recordemos que Jeremías fue llamado para hablarles tanto a las naciones (los gentiles) como a su
propio pueblo (1.10).
Las naciones mencionadas están en una lista que sigue una especie de orden cronológico, según el
papel que han ido jugando en la historia de Israel. La primera es Egipto (cap. 46). Egipto había
desempeñado un papel importante en la historia de Israel en una época muy temprana, como la nación
que lo había mantenido en el cautiverio durante cuatrocientos años, y como la nación que el Señor
había juzgado severamente al final de esos años de esclavitud. La profecía habla de la batalla de
Carquemis entre Egipto y Babilonia, que se desarrolló en el año 605 A.C. Egipto fue derrotado
decisivamente (46.2).
En su camino hacia el norte para encontrarse con Nabucodonosor, el faraón Necao fue interceptado por
Josías, quien también murió en la batalla con una muerte aparentemente prematura (2 R 23.29; 2 Cr
35.20-24).

La profecía hace énfasis aquí en la decadencia y caída final de Egipto (vv. 13,17). Egipto, como las
demás naciones, es juzgado por causa de su vano orgullo (v. 8).
En la profecía, hay también esperanza para el pueblo de Dios.
En la caída de su gran enemigo, los justos pueden ver la derrota inevitable que les espera a todos los
que son enemigos de Dios y de ellos (vv. 27-28). La parte final del versículo 28 nos recuerda la
revelación de sí mismo que Dios le hace a Moisés: clemente, misericordioso, pero que no pasa por alto
el pecado (Ex 34.6, 7).
A continuación está Filistea, el máximo oponente de Israel después de que este conquistó la tierra de
Canaán (cap. 47). La profecía pone en claro que los días de sufrimiento que vendrán sobre Filistea y
sus ciudades no le vienen por casualidad sino que son el juicio deliberado de Dios (vv. 4, 6,7).
Sigue después el pronunciamiento de juicio sobre Moab, Amón, y Edom (48-49.22). Estos tres están
relacionados con Israel en la historia, como vimos en el capítulo 1 de Amós. Moab es juzgado por su
confianza en sus propias obras y su creencia en Quemós, su dios, y no en el Señor (vv. 7,13). Estos
descendientes de Lot, que había sido fiel, se apartaron del Dios de él (2 P 2.7). Moab, en su orgullo, se
119
exaltó contra Dios (vv. 26,29), y había ridiculizado a Israel en medio de sus sufrimientos (v. 27). Al
final, Moab deberá ser destruido y perder su identidad como pueblo (v. 42). Sin embargo, la profecía
termina con una nota de esperanza para el fin último de Moab (v. 47), quizá por causa de Lot y de Rut.
Cristo era descendiente de Rut y la moabita.
Amón será derrotado en forma similar (49.2). Su dios Mi1com demostrará que no es tal dios en lo
absoluto (v. 3). Y sin embargo, también hay esperanza para Amón.
Edom será abatida por causa de su orgullo (v. 15; ver el libro de Abdías). Estos descendientes de Esaú,
mundanos de corazón, como Esaú, seguramente perecerían como les había sucedido a Sodoma y
Gomorra (v.18).
Después sigue una breve condenación de Siria, un enemigo de la historia media y posterior de Israel
(23-27). En forma similar a la de Amós en su capítulo 1, Jeremías habla del derrocamiento de Damasco
(v. 27).
Después de esto, se menciona brevemente a Cedar y Hazor (vv. 28-33). El Señor, al destacarlos para el
juicio, declara que incluso ellos han de rendirle cuentas a él (vv. 32,33).
El siguiente juicio es el de Elam (vv. 34-49). Los elamitas eran uno de los pueblos más antiguos que
todavía existía en los días de Jeremías (ver Gn 10.22; 14.1). La esperanza se extiende a este pueblo,
como lo fue a Amón y Moab.

Finalmente, la parte más grande de estos mensajes relativos a las naciones se dirige a Babilonia (51.58).
Esta predicción sobre la caída de Babilonia hizo su aparición cuando Babilonia se hallaba en la cima de
su poder. La caída vendría bajo la forma de un ejército procedente del norte (v. 9). La razón para ello
está en que se sintieron contentos de destruir a Israel (v. 11). Habían sido el instrumento del juicio
divino, pero el hecho de que disfrutaran siéndolo, los condenaba como un pueblo malvado.

La pasión de Dios por su pueblo, al que había castigado, aparece en el versículo 17. Ya es suficiente lo
que se ha hecho sufrir a Israel. Dios comenzará a liberarlo ahora (vv. 18,19).
La caída de Babilonia, como en Isaías 21.9, se convierte en un símbolo de la caída de los imperios
terrenales ante el Señor y su reino, y en esta forma se usa en Apocalipsis 14.8; 18.2. Al final se dice
quiénes serán el instrumento para su caída, los medos y finalmente los persas (51.11). Esta es aquella
nación del norte que había sido mencionada anteriormente (50.3, 9). El Señor muestra así que él es
soberano sobre las naciones y dispone de ellas como le plazca (v. 15).
Dirigiéndose luego a los medos, los llama hacha de batalla de Dios, como antes había hablado de los
asirios como una cuchilla que había alquilado (Is 7.20). Esta hacha de batalla aplastará a Babilonia por
causa de su maldad. Si Dios está en contra de una nación, ¡esta no tiene defensa posible! (vv.20-25).

En medio de esta profecía apareció un mensaje para el pueblo de Dios. Lo que está contra los enemigos
de Israel está a favor de Israel. Está hablando del pacto seguro y duradero con su pueblo (50.4, 5). Le
da al remanente la seguridad de que habrá de sobrevivir porque su Redentor es fuerte (v. 34). Mientras
que Babilonia será abandonada, el pueblo de Dios no lo será (51.5). Por tanto, deberán huir de
Babilonia (una advertencia para que no amen a Babilonia ni se identifiquen con su maldad mientras
están en cautividad; vv. 6, 9,45).

Después de unas palabras cortas de tipo personal para Seraías (vv. 59-64), las palabras de Jeremías
llegan a su fin. Seraías era lino de los que fueron a Babilonia antes de la caída final de Jerusalén (v. 59).
Después de que hubiera leído las palabras referentes a la próxima caída de Babilonia, debería atar esas
palabras a una roca y simbolizar con un gran gesto la caída de Babilonia en forma dramática (vv.
63,64).

El libro concluye con un apéndice en el que se halla una historia de aquellos días (cap. 52, cf. 2 R
24,25). Narra cómo Jerusalén fue completamente derrocada y destruida. El templo fue destruido, y sus
utensilios llevados a Babilonia, donde serán mencionados posteriormente en la profecía de Daniel (Jer
52.17ss; ver Dn 5.2-4).

Jeremías distingue tres cautividades de Jerusalén: en los años séptimo, decimoctavo, y vigésimo tercero
de Nabucodonosor (52.2830). Durante otra cautividad, la primera, en el año 605 A.C., que fue el año de
120
la batalla de Carquemis, fueron tomados unos 10.000 cautivos (Dn 1.1; 2 R 24.14). Las fechas para las
cuatro cautividades son por lo tanto, más o menos como sigue: en el 605, 10.000; en el 597,3.023; en el
586, 832; y en el 581 A.C. unos 745; en total, unos 14.600.
Alrededor del 561 A.C., Evil-merodac ensalzó a Joaquín, como mencionamos anteriormente (2 R
25.27-30). Es posible que esto fuera hecho como una evidencia de que Dios seguía estando con su
pueblo.

2. Las lamentaciones de Jeremías

Este poema de las lamentaciones es probable que fuera escrito por Jeremías, y en las Biblias actuales
aparece junto a su profecía. Es una hermosa expresión de esa respuesta que el Señor espera de sus hijos
cuando son confrontados con su pecado. Es un poema nacido en un corazón quebrantado, el corazón
quebrantado y contrito que Dios quiere para sus hijos (Sal 51.17).

La estructura de este poema es muy importante para que podamos comprenderlo. Es un acróstico, o sea,
que las letras del alfabeto hebreo en su debido orden guían al escritor en el desarrollo del poema. La
primera palabra del versículo comienza con la primera letra del alfabeto hebreo, alef. El segundo
versículo comienza con la segunda letra en el orden del alfabeto hebreo, y así sucesivamente. Como
hay veintidós letras en el alfabeto hebreo, hay veintidós versículos en el primer capítulo, que van,
diríamos, de la a a la z.

El segundo capítulo está estructurado exactamente en la misma forma. Tiene también veintidós
versículos. Pero el capítulo tercero altera el orden, usando la misma letra del alfabeto para tres
versículos sucesivos. Es decir, que los versículos del 1 al 3, en el capítulo 3; comienzan todos por alef,
la primera letra hebrea, los versículos 4 a 6 con la segunda letra, etc. De esta forma, el capítulo tiene
sesenta y seis (3 veces 22) versículos, en lugar de los veintidós de los capítulos primero y segundo.
El capítulo 4 regresa al esquema, de los capítulos primero y segundo, pero el capítulo final, el 5, no es
acróstico en lo absoluto. El hecho de que tenga veintidós versículos no tiene nada que ver con el
alfabeto, sino que probablemente fuera dividido en esa forma por los que dividieron el libro en
versículos más tarde, simplemente para guardar el mismo esquema.
En un poema acróstico, la palabra principal de cada versículo es la palabra del alfabeto. Es la palabra
alrededor de la cual se construye todo el pensamiento de ese versículo en particular. Nos indica con
claridad el énfasis que pretendía lograr el escritor.
Encontramos otros poemas alfabéticos completos o en parte en los Salmos y en los Proverbios. Los más
notables de ellos son el Salmo 119 y el poema referente a la mujer virtuosa que se encuentra en los
versículos del 10 al 31 del último capítulo de los Proverbios.

Al considerar este libro, debemos notar la palabra clave de cada versículo, que es la palabra alfabética.
Esto nos ayudará a comprender más claramente el mensaje de cada capítulo. El poema es en parte una
expresión del dolor de Jeremías, y en parte una personificación de la ciudad de Jerusalén, que yace en
ruinas después de su caída en manos de los babilonios.

Cómo (alef), versículo 1. Esta palabra comienza todo el poema.


Expresa el terrible sentimiento de desespero que tuvo Jeremías cuando miró a esta ciudad, desolada
como una viuda abandonada.
Llora (beth), versículo 2. Esta palabra clave expresa el sentimiento de la ciudad personificada, y de
todos los hijos de Dios, quienes ven a la ciudad destruida y que la aman. Por supuesto que la mención
de sus amantes nos recuerda el mensaje de Oseas.
Cautiverio (gimel); versículo 3. Esta palabra transmite por sí sola todo el sufrimiento de Judá. El
pueblo ya no está libre para servir a Dios. La ciudad está vacía, porque todo su pueblo ha sido llevado
lejos.
Calzadas (daleth), versículo 4. Hasta los caminos que conducen al templo y la ciudad misma están
vacíos. Nadie pasa por sus puertas.
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Han sido, versículo 5. Aquí el verbo «ser», usado con los enemigos de Jerusalén como sujeto, es un
resumen de la situación. Ya no es el pueblo de Dios el que gobierna la ciudad, sino sus enemigas. Los
niños pequeños llevados en cautividad nos recuerdan a gente como Daniel y sus tres amigos, o a
Ezequiel.
Y, versículo 6. La conjunción añade pena a las penas. No solamente está desolada sino que toda su
belleza ha desaparecido. Sus gobernantes del pasado todos han sido hechos huir avergonzados.
Se acordó, versículo 7. En un momento como este el pueblo de Dios recuerda la buena vida que una
vez tuvo. Las penurias actuales por las que está pasando sirven para despertarlo del estupor del pecado
bajo el cual había perdido las bendiciones de Dios.
Pecado, versículo 8. De nuevo, al estilo de la profecía de Oseas, el pecado y sus consecuencias vienen
a la mente. La única explicación clara para su situación actual es su pasada persistencia en el pecado.
Inmundicia, versículo 9. Además del pecado, están sus efectos en la vida de Jerusalén. Está manchada,
y no hay nadie que la consuele.
Mano, versículo 10. La mano del enemigo está contra la ciudad y su gente. Aquellos a quienes Dios
derrotó anteriormente ante Israel, ahora han destruido la ciudad, e incluso el templo.
Todo, versículo 11. Nadie está inmune al sufrimiento y a las penurias de entre todos los ciudadanos de
Jerusalén, ni aun los justos como Jeremías.
Nada, versículo 12. Mientras que el pueblo de Dios en Jerusalén, personificado aquí, sufre tamaña
aflicción, los extranjeros pasarán por su lado y no sentirán lástima.
Desde lo alto, versículo 13. El pueblo de Dios tiene que reconocer que esta aflicción que ahora sufre no
es un accidente de la historia sino el castigo de Dios a un pueblo desobediente. Vino de Dios, desde lo
alto, y no de los hombres.
Ha sido atado, versículo 14. La voz pasiva de este verbo expresa la triste condición del criminal en las
manos del que lo ha de Castigar. Dios ha puesto a Israel como un prisionero en manos de sus enemigos.
Será llevado a donde les plazca a esos enemigos.
A nada, versículo 15. Sus hombres poderosos, todo aquello en lo que Israel había puesto su confianza,
todo es nada ahora. Todo aquello que Jerusalén atesoraba, y de lo que estaba orgulloso, ha sido
reducido a cero.
Por, versículo 16. Ahora es evidente cuál es la causa del llanto. Aquí la preposición simplemente
enfoca la atención sobre el motivo de la pena de Jerusalén y de Jeremías. El consuelo prometido a Is-
rael (Is 40) está lejos del pueblo ahora. Aquellos que confiados en la promesa de Dios (Gn 3.15) habían
esperado tener victoria sobre sus enemigos estaban al contrario siendo vencidos en ese momento.
Extendió, versículo 17. Aunque el pueblo ore pidiendo ayuda, no hay nadie que venga a consolarlo.
Como ya les había advertido Isaías, sus oraciones no les servirían de nada, debido a su condición
pecadora (Is 1.15).
Justo, versículo 18. Sin embargo, nada de esto indica que Dios haya sido infiel en cuanto a guardar su
Palabra. Todo se debe a que el pueblo ha venido desobedeciendo e ignorando a Dios por demasiado
tiempo.
Di voces, versículo 19. La perfidia de Jerusalén queda de manifiesto aquí en que, mientras estaba en su
aflicción, no llamó a Dios sino a humanos que la ayudaran y la consolaran. Sin embargo, estos no la
ayudaron porque estaban demasiado ocupados cuidando de sí mismos.
Mira, versículo 20. Ahora Jeremías, quizá por compasión con Jerusalén, llama al Señor pidiéndole
ayuda.
Oyeron, versículo 21. Los enemigos oyeron de los problemas por que atravesaba Jerusalén y se
sintieron contentos. Esto concuerda con lo que hemos visto a través de toda la revelación de Dios. El
enemigo de Dios y de su pueblo siempre se alegra con la caída del pueblo de Dios. Por tanto, los
enemigos también desagradan a Dios y serán juzgados (cf. Is 14.5, 6; Jer 30.16).
Venga, versículo 22. La súplica del profeta es a favor del pueblo de Dios, para que la justicia de Dios
sea hecha también con aquellos enemigos, así como su justicia había caído ya sobre su ciudad,
Jerusalén.

En el capítulo 2, comenzando de nuevo al principio del alfabeto hebreo, el profeta expresa a través de
las palabras clave alfabéticas el juicio de Dios contra Jerusalén. Comenzando de nuevo con la palabra
«cómo», se siente estremecido por la ira de Dios hacia su pueblo (v. 1). Expresa por medio de las
palabras clave de estos versos cómo ha caído la ira de Dios sobre Israel y Jerusalén. El Señor destruyó
122
(v. 2), cortó (v. 3), y entesó su arco contra ellos (v. 4) como un enemigo.

La realidad es que el Señor llegó a ser como un enemigo para Israel (v. 5; cf. Jr 30.14). Y (v. 6),
además de esto, ha quitado su santuario (símbolo de su presencia) de Jerusalén, tal como Oseas había
advertido contra Israel (ver Os 9). Por lo tanto, Dios ha desechado su altar (el medio de reconciliación;
v. 7) y determinado hasta la destrucción de sus muros (v. 8). Mientras sus puertas son echadas por tierra
(v. 9), y los ancianos se sientan (v. 10) en silencio sobre la tierra, solo queda el desánimo en los
corazones de los que han quedado. Ha sucedido lo que Oseas había advertido que pasaría (v. 9; cf. Os
3.4).
Los versículos del 11 al 19 siguen expresando en orden alfabético las reacciones variadas de los
ciudadanos y de los enemigos de Jerusalén al lamento de Jeremías por la ciudad. El desfallecimiento de
los ojos de Jeremías (v. 11) y los ruegos de los niños a sus madres para que les den comida (v. 12) nos
dan una imagen muy conmovedora de lo que sucedía en aquel día triste de la caída de Jerusalén.
Notemos el gran contraste entre la angustia abrumadora de la Jerusalén de ese momento y sus pasadas
alabanzas de la insuperable gloria de su Dios (v. 13). Recordamos las palabras anteriores de Jeremías
cuando leemos aquí sobre las heridas de Jerusalén (Jer 30.12-15).
En estos versículos finales, completa la imagen triste del pueblo que yacía desolado en las calles (v.
21). Al llamar a Dios para que mire (v. 20), está implorando su misericordia ahora. Dios ha convocado
el terror que ha golpeado el corazón del pueblo; quizá ahora derrame su misericordia sobre el
remanente.
El capítulo 3 es también un acróstico pero utiliza tres versículos sucesivos para cada letra del alfabeto,
en lugar de uno solo. Por tanto, los versículos del 1 a13 comienzan todos con alef, la primera letra del
hebreo. En los versículos del 1 al 18, el profeta, hablando en nombre de toda Jerusalén, expresa el
sentimiento de desvalimiento que hay en los corazones del pueblo, cuando se dan cuenta de que todo lo
que ha sucedido ha sido intención de Dios.
Sin embargo, en el 19 y siguientes trae a la memoria su aflicción y en la misma recuerda el amor y la
fidelidad de Dios. De una manera similar a la de Isaías 1.9 se da cuenta de que si no fuera por el amor
de Dios, ellos ya habrían sido destruidos totalmente: tan grande es su pecado y tan merecido el juicio
(v. 22).
Esto introduce el llamado exhortando a esperar en el Señor (a poner confianza y esperanza en él) de la
misma manera en que lo habían hecho antes otros profetas (Amós, Oseas, Isaías). Todos ellos exhortan
repetidamente al pueblo a poner su confianza en el Señor, es decir, a esperar en él, porque solo en el
Señor está la respuesta a nuestras más grandes necesidades (v. 25).
A continuación, durante el resto del capítulo, siguiendo con el tema de la bondad de Dios (v. 25), sigue
la súplica de que hagan el bien como respuesta a la bondad de Dios (vv. 26,27). Lo que tenemos en los
versículos siguientes es una verdadera teología de la crisis, que enseña al pueblo de Dios cómo ha de
comportarse en los tiempos de angustia, mientras la ira de Dios se está derramando sobre la iglesia por
causa de sus pecados.
Cuando Dios hace sufrir, la aflicción no es el fin sino disciplina con el fin de que su iglesia sea
purificada y su verdadero pueblo fortalecido (vv. 32-36). El Señor hace mella tanto en los buenos como
en los malos, pero siempre sigue dominando la situación, y todas las injusticias que se cometan serán
castigadas (v. 36-39).
Si esto es lo que el Señor quiere en una crisis, que pongamos nuestra mirada en él y esperemos en él,
entonces lo que nos toca a nosotros es reconocerlo en medio de la tribulación, confesando nuestra culpa
y suplicándole que tenga misericordia de nosotros (vv. 40-54). El versículo 53 constituye de manera
especial una reminiscencia de la experiencia personal de Jeremías (cf. Jer 37.16).
Ahora, al recordar cómo Dios había librado en el pasado a su pueblo de otras angustias, Jeremías puede
tener la seguridad de que esta crisis pasará también, y los enemigos de Dios y de su pueblo, serán
castigados por Dios como se merecen (vv. 55-56).
El capítulo 4, que también es un poema acróstico, recuerda nuevamente la angustia de Jerusalén, pero
concluye de nuevo con la seguridad, en primer lugar, de que la ira de Dios tiene su fin (v. 11), y
además, de que los enemigos de Dios serán castigados todos al final (vv. 21-22).
El capítulo final revisa todo de nuevo y concluir ofreciendo la única esperanza verdadera que existe
para el pueblo de Dios de todos los tiempos.
El versículo 7 refleja la desesperación del pueblo, que llega a la conclusión de que han sido los caminos
123
de sus padres los que lo han conducido a las circunstancias trágicas en que ahora vive (cf. 14.20).
Sencillamente, a través de esta tragedia el pueblo de Dios ha llegado a ver su propia falta con toda
claridad (Jer 16.12; 31.29, 30). Más tarde, cuando algunos volvieron a intentar poner toda la culpa en
las actuaciones de los padres, Dios los reprendió duramente por boca de Ezequiel (Ez 18.2).
Este capítulo final ofrece también la única respuesta verdadera a la angustia de Judá, o a la angustia de
cualquier pecador que se vea atrapado en su propio tejido de engaño y mentiras. “Vuélvenos, oh
Jehová, a ti, y nos volveremos” (v. 21). El pueblo estaba tan sumergido en el pecado, que estaba
cautivo y desamparado, sin poder ayudarse a sí mismo. Solo por la gracia y el poder de Dios sería
posible regresar al Señor (cf. Jer 31.18, 19).
3. Sofonías

Hay otros cuatro profetas en Jerusalén cuyo ministerio es contemporáneo al de Jeremías: Sofonías,
Nahúm, Abdías, y Habacuc, A continuación veremos estos profetas y sus mensajes particulares,
reconociendo que cada uno de ellos hablaba con el mismo trasfondo histórico que Jeremías.
Sofonías repite muchas cosas que ya han sido dichas anteriormente, aunque en una forma muy propia
suya. Primeramente trata del Día del Señor (1.2-18); después hace un llamado a los hombres a que
busquen al Señor (2.1-3). Se extiende en el tema sobre el significado del Día del Señor como un día de
ira para todos los pecadores (2.4-3.7). Finalmente, termina con un mensaje para los justos, quienes han
de esperar en el Señor cuando lleguen esos días (3.8-20).
Sofonías escribió en los días de Josías, quien, como recordaremos, intentó llevar al pueblo de vuelta al
Señor (1.1). Sin embargo, ya Jeremías había declarado que el reavivamiento del pueblo sería un
fracaso, porque su vuelta había sido solo fingida, y no con todo el corazón (Jer 3.6-10).
El profeta personalmente nos da más detalles acerca de su herencia y su familia que los que la mayoría
de ellos suelen dar. Es poco frecuente en un profeta recorrer su linaje hasta la cuarta generación, como
lo hace Sofonías. La explicación más razonable es suponer que el Ezequías a que se hace referencia
aquí (1.1) es el mismo rey Ezequías. O sea, que es un príncipe de la familia real de Judá, como
Jeremías era de ascendencia sacerdotal Es probable que Sofonías profetizara desde alrededor del 650
hasta el 600 A.C., hacia la última parte de este período.
La profecía comienza con una denuncia de todos los pecadores: tanto los que lo son menos
abiertamente como los más manifiestos. El Día de Ira será terrible para todos los pecadores (vv. 2-18).
En los versículos del 2 a16 alcanza un clímax de proporciones conmovedoras. A continuación
desarrolla la afirmación del principio: «Destruiré por completo todas las cosas de sobre la paz de la
tierra».
Notemos que el orden de destrucción de las criaturas que hay en el versículo 3 es exactamente el
opuesto al orden de la creación (cf. Gn 1), como si Dios estuviera diciendo: «Voy a deshacer todo lo
que he hecho». Esto nos enseña nuevamente la lección de que cuando el hombre prospera, toda la
creación prospera, pero cuando es maldecido, todo es maldito con él (así en Gn 3.17; Ro 8.20-22).
La imagen de la mano de juicio de Dios extendida ya no es familiar en las Escrituras (cf. Jer 6.12; 15.6;
Ez 6.14). Notamos una progresión en los objetivos de la ira de Dios, desde los más notorios, los
adoradores de Baal y los adoradores de ídolos y estrellas, hasta aquellos que simplemente se han
negado a seguir al Señor, e incluso los que se han descuidado y no han buscado su voluntad (vv. 4-6).
No solamente los adoradores de ídolos, que hacían más ruido, sino también los que aún profesaban ser
adoradores del Señor aunque no se interesaban por buscar al Señor en sus vidas: lodos ellos sentirán la
ira de Dios. Sabemos que en los días de Josías comenzó el juicio (l R 23.4, 5). Sabemos también que
Dios sentía igual desagrado por los que con sus labios profesaban creer en él pero no se volvían a él (no
lo buscaban) de corazón (Jer 3.10).
La expresión «Día del Señor» fue presentada por Joel mucho tiempo antes. Desde entonces ha sido
siempre descrita por los profetas como un día de terror para todos los pecadores que no se arrepientan.
Sentirnos el horror de ese día mientras el clamor de los que perecen resuena de un extremo a otro de la
ciudad (vv. 9,10). Se retrata también la forma total en la que Dios escudriñará a los pecadores; en una
forma gráfica (v. 12). Los hombres intentan esconder su pecado en el corazón pero no pueden
esconderlo de Dios (cf. Jer 17.9, 10).
En los versículos del 14 al 18 Sofonías describe este día terrible que se aproxima de forma similar a
Joel 2 y Amós 5.18ss. Las tinieblas prevalecerán en aquel día. Dios llevará a los pecadores de la tierra a
su fin (v. 18). Sin duda está señalando a los tiempos de la caída de Jerusalén en e1 586 A.C., pero esa
124
caída y la tragedia con ella relacionada apuntan a su vez más allá: al juicio final que Dios hará sobre
todos los pecadores de todas las naciones. Así vemos que en la historia hay muchos pequeños «Días del
Señor», pero todos señalan hacia ese gran clímax de la historia: la derrota final de todo lo que es
malvado y rebelde contra Dios.
Es bastante común y de esperar, en el estilo de los profetas, que antes de que Sofonías siga exponiendo
la doctrina del Día de la Ira se dirija a todos los pecadores para hacerles un llamado a buscar al Señor
(2.1-3). Siguiendo el estilo de Amós, los llama a buscar al Señor (v. 3; ver Am 5.6). Siguiendo a Isaías
11.4, se dirige de forma especial a los humildes de la tierra, es decir, a los quebrantados de corazón y
verdaderamente arrepentidos, que solo tienen puesta su esperanza en el Señor.
La siguiente gran sección de esta profecía declara que vendrá el Día de la Ira sobre aquellos que no se
han reconciliado con Dios, ya estén en las naciones del mundo, o en Judá (vv. 4-37). Después de haber
pronunciado sus ayes sobre las naciones extranjeras Filistea, Moab, Amón, Etiopía, Asiria- se vuelve a
Judá con el estilo que encontrarnos en Amós, capítulos 1 y 2.
El rebelde pueblo de Judá no quiso responder ni a la enseñanza de Dios, ni a su corrección (3.2). No
supo confiar en su Dios. Los gobernantes, los profetas, y los sacerdotes son todos igualmente culpables
(vv. 3,4). Pero ahora han de enfrentarse con un Dios justo que no pasará por alto la iniquidad (v. 5; cf.
Ex 34.6, 7).
¿Qué significa esto para los justos de la tierra, que sí buscan al Señor y confían en él? Sofonías lo
atestigua en la parte final de su libro (vv. 8-20).
La respuesta es que el pueblo de Dios debe esperar en medio de las pruebas que han de venir debido a
los pecados y la desobediencia de Judá (v. 8). Al final, Dios hará justicia a todas las naciones. El
llamado al remanente a que espere puede seguirse a través de todos los escritos de los profetas (Os
12.6; Is 8.17; 40.31; 49.23; Miq 7.7; Jer 14.22; Lam 3.25, 26). Dios salvará a aquellos que lo miren a él
con esperanza. El volverá hacia él los corazones (v. 9; cf. Jer 31.33, 34).
La purga de la iglesia debe venir (v. 11), pero cuando la iglesia sea purgada, Dios dejará a los pobres
que han esperado, al remanente (vv. 12,13). Por eso es que el verdadero pueblo de Dios, aun en medio
de las pruebas y de la aparente derrota, puede sin embargo seguirse regocijando (vv. 14ss). Aquí
tenemos en esencia la respuesta a la tristeza manifestada en las Lamentaciones.
Una vez más, como sucedió con Moisés tanto tiempo atrás (Ex 3), Dios consuela a su pueblo
asegurándole que él estará con ellos (v. 17). Dios rescatará a sus afligidos, una promesa de que los que
confían en él y por ello sufren en el mundo, al final serán vengados (vv.19, 20).

4. Nahúm

Aunque el profeta Nahúm no nos da la fecha de su escrito, el hecho de que su primera preocupación sea
predecir la caída de Nínive, lo sitúa alrededor del 630, y siempre antes del 612, fecha en que cayó
Nínive. Esto lo haría contemporáneo de Jeremías y Sofonías.
Comienza con una declaración general del juicio de Dios en contra de sus enemigos (cap. 1). El Señor
puede ser visto desde dos puntos de vista, según se ha revelado a sí mismo en la historia. Primero, él es
celoso, toma venganza y se llena de ira (v.2). Esta es la forma en que aparece siempre para sus
enemigos, aquellos que no creen en él. Pero él es también lento para la ira. No se apresura a destruir.
Dios ejerce una gran paciencia con sus enemigos (v. 3; cf. Ex 34.6, 7). Cuando juzga a las naciones, por
lo tanto, es porque los hombres y las naciones lo han estado rechazando durante un gran período de
tiempo. Nadie podrá esperar entonces misericordia (v. 6).
Pero para sus amigos, para aquellos que se refugian en Dios, es un pastor, un baluarte, un lugar de
refugio, como vimos en Sofonías (v. 7). Por tanto, todos los hombres tienen que enfrentarse a Dios, ya
sea como amigos o como enemigos (vv. 7,8).
El balance del capítulo 1 muestra sencillamente que el juicio de Dios es completo.
Después de haber pronunciado el juicio en general, ahora enfoca su atención sobre Nínive (caps. 2,3).
Podemos ver, gracias al capítulo 1, en su trato con Nínive, capital de Asiria, cómo es aplicada la
lentitud de Dios para la ira. Unos doscientos años antes, el Señor había visto la maldad de Nínive y
había tenido compasión de ella.
Pero Dios no será paciente para siempre. Ciertamente que les llega un tiempo de juicio a los que
continúan rebeldes. Ahora le ha llegado su momento a Nínive.
En palabras que recuerdan la descripción que hace Joel del ejército del norte (Asiria), similar a
125
langostas, así reconoce Nahúm ahora también que en realidad Nínive ha sido como una plaga de
langostas (3.16,17). Ahora el sol de la justicia de Dios se levantará, y todas esas langostas huirán (v.
17).
Habla de las dolorosas heridas de Nínive, como Isaías lo había hecho anteriormente hablando de Judá
(Is 1). Pero el gran contraste entre los dos mensajes es que no se le ofrece esperanza alguna a Nínive,
mientras que a Judá sí se le había ofrecido esperanza. Había llegado el tiempo de que Nínive fuera
juzgada. No había escapatoria posible.
Por lo tanto, vemos que el libro es un comentario de Génesis 3.15. Dios derrotará a todos los que sean
enemigos suyos y nuestros, si confiarnos en él y esperamos, como nos exhortaba también Sofonías.
5. Abdías

Podemos fechar este libro en el mismo período de Jeremías, especialmente por la evidencia interna. En
el versículo 11 se menciona el día de la caída o cautividad de Jerusalén, y por tanto, el mensaje
pertenece al período de derrota aparente para el pueblo de Dios. Es el más corto de los libros proféticos
del Antiguo Testamento, y trata sobre el juicio de Dios que vendrá sobre Edom (v. 1).
Los primeros nueve versículos especialmente hablan de la causa de ese juicio: el orgullo de Edom.
Edom, al sudeste de Jerusalén, es la nación bíblica que descendía de Esaú, el primer hijo de Isaac que
era gemelo con Jacob (Gn 25.19-26). Antes de que ambos nacieran, el Señor había predicho que Esaú y
Jacob serían los padres de dos naciones. La lucha en el vientre de Rebeca era una figura de la lucha que
tendría lugar entre ambas naciones a lo largo de su historia. Pero Jacob, el más joven, padre de los
israelitas, prevalecería, y al final Esaú, padre de los edomitas, lo serviría.
Pero aquí hay envuelto algo más que simplemente la historia de dos naciones. Vemos muy temprano
que aunque nacidos de los mismos padres, e incluso de la misma concepción, Jacob y Esaú pertenecen
a dos familias muy diferentes. Jacob es de la simiente de Dios, de los justos, mientras que Esaú
pertenece a la simiente del maligno, de Satanás. Su naturaleza se revela muy temprano, como ya
hicimos notar al estudiar el Génesis.
Este hecho, de que ambos están determinados como por destino antes de haber nacido es traído por
Dios a la atención de los judíos en el período post-exílico, por boca del profeta Malaquías. Es una
ilustración del amor de Dios por Jacob (Israel) (Mal 1.2, 3).
Más tarde, en Malaquías, cuando Dios instruye a Israel acerca de su amor por Jacob y su odio (rechazo)
a Esaú, este se convierte en figura ilustrativa del trato y el juicio de Dios sobre las naciones que lo
rechazan (Mal 1.3-5).

Esto nos ayuda a ver por qué fue escrito el libro de Abdías. Esaú (Edom) es el pueblo profano que
representa a todas las naciones que se exaltan a sí mismas contra el Señor. Edom es orgulloso, y
autosuficiente, como lo era Esaú (v. 3). La referencia a que mora en las hendiduras de las peñas (v. 3)
puede que tenga que ver con el antiguo emplazamiento de Sela, o Petra, como se le llamó más tarde,
palabra que significa «roca». Este emplazamiento, desarrollado más tarde por los romanos, estaba en la
tierra que en ese tiempo ocupaba Edom. La mayoría de las hermosas ruinas que hoy en día se
encuentran allí talladas en roca de color rosado datan de la época romana.
En los versículos del 10 al 16 se declaran las razones del juicio de Dios contra Edom. Primero están los
juicios específicos en contra de Edom (vv. 10-14). Se trata precisamente de la violencia hecha a Jacob
(Israel) por Edom (Esaú) (v. 10). A esa violencia le añade Dios ahora acusaciones contra sus hechos
con ocasión de la caída y cautividad de Jerusalén (vv. 11-12). No solo se detuvieron a mirar como si
fuera un teatro (v. 11) sino que probablemente se regocijaron también con el sufrimiento de Israel (v.
12), ¡algo que Dios no toleraría!
Se les amenaza advirtiéndoles que no han de regocijarse ni tomar parte en el saqueo, o bloquearles el
camino a aquellos que intenten escapar (vv. 13,14), aunque Dios les había advertido a los que estaban
en Jerusalén que no deberían intentar escapar (Jer 38.17, 18; 39.4ss; 42.10-17).

A continuación, se dan pronunciamientos generales contra todas las naciones (vv. 15,16). Esto nos
muestra que la advertencia específica hecha contra Edom, tiene aplicación a todos los pueblos
orgullosos y profanos de la tierra.

El libro termina con una sección que exalta a Israel, al remanente, que es el auténtico pueblo de Dios
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En palabras similares a las del capítulo 2 de Amós ahora Jacob será en sí mismo un fuego, en lugar de
ser consumido por el fuego (v. 18). La comparación de Esaú con la estopa, recuerda a Jeremías 5.14.
En Esaú (Edom), el pueblo profano, no habrá remanente (v. 18), así como tampoco hay remanente de
Nínive (cf. Nah 3).
Al final, como Dios había dicho desde el principio, el pueblo de Dios será el que triunfará y llegará el
reino de Dios (v. 21; cf. Gn 3.15).

6. Habacuc

Este profeta escribió probablemente alrededor de la época de los últimos días de Jeremías en Jerusalén,
justamente antes de la caída de Jerusalén. Deducimos esto debido a la mención que se hace de los
caldeos en 1.6 describiéndolos como un ejército a punto de invadir la tierra.
Este libro hace referencia a un problema que es común a los profetas del siglo octavo y el séptimo: el
problema del pecado en la iglesia (Israel), y el aparente triunfo de la iniquidad en Israel. Habacuc hace
la introducción a su libro, con una queja sobre esto (1.1-4). A esta queja sigue una respuesta de Dios
(1.5-11). Sin embargo, la respuesta de Dios «suscita otro problema para Habacuc que lo preocupa aun
más (1.12-21).
Dios le da a Habacuc después de esto una respuesta para su segunda queja, y esa respuesta de Dios es el
núcleo del libro (2.2-20). Finalmente, después de meditar en la respuesta de Dios, el profeta responde
hermosamente con la alabanza y la entrega, sintiéndose seguro y consolado con la Palabra de Dios.

El primer problema que plantea el profeta se expone en 1.1-4. Se siente confundido porque aunque ha
clamado con frecuencia a Dios a favor de los justos de la tierra que están siendo oprimidos por los
malvados, Dios ha dado la impresión de que no oye (v. 2). Todo a su alrededor es violencia, y sin
embargo, Dios al parecer no hace nada por resolverla.
Enumera los actos de violencia. Ve iniquidad y perversidad, destrucción y violencia, rivalidad y
contienda (v. 3). La ley de Dios es ignorada y no se hace justicia (v. 4). Da la impresión de que por
todas partes de la tierra los malvados son los que dominan, y su tipo de justicia el que prevalece.
Como Jeremías y otros más, Habacuc estaba indignado con razón, y se lamentaba, como debe hacerlo
todo creyente.

Dios tenía una respuesta franca para esta queja (1.5-11). En esencia, le mostró al profeta que ya él había
estado obrando para combatir la iniquidad en la tierra (v. 5). Específicamente, había levantado a los
caldeos (babilonios) para castigar a su pueblo (v. 6).
En otras palabras, como lo había predicho a través de Isaías y Jeremías, Dios estaba levantando a los
babilonios para que fueran el instrumento en sus manos para castigar a Judá y Jerusalén.
Esto provocó otro problema en la mente de Habacuc (1.122.1). Comenzó recitando el credo del pueblo
de Dios: el Señor es desde siempre. Es Santo. Está por encima de los pequeños errores de los hombres.
Dios le ha prometido vida a su pueblo. Nunca se retractará de su promesa. El grito «no moriremos» (v.
12) expresa la confianza que tienen los verdaderos hijos de Dios en su Señor. Pero Dios ve a los
paganos, a pueblos como Babilonia, como reservados para el juicio (v. 12).

Comenzando con los versículos 13-17, Habacuc describe a los paganos que obran traidoramente. Los
llama malvados que se tragan a aquellos que son más justos que ellos (v. 13). A continuación sigue una
descripción del pagano que adora a las obras de sus propias manos. Es descrito como un pescador que
captura hombres en su red. Es orgulloso y vano, y les rinde culto a las cosas que lo hacen capaz de
conquistar: su propio poder y su máquina militar. Va matando a las naciones una tras otra (v. 17).
Habacuc está retratando en este pasaje al típico poder pagano que amenazaba al pueblo de Dios de
cuando en cuando. ¡Seguramente que Dios no permitiría que estos poderes paganos dominaran a Israel,
que era por lo menos más justo que los paganos (v. 13)!
Habacuc pensó que había construido bien su argumento. Ahora esperaría para ver cómo el Dios Santo
se lo podía responder (2.1).

127
La respuesta que recibió fue clásica (2.2-20), y sirvió de base para el desarrollo posterior de la gran
doctrina de la justificación solamente por la fe que hizo Pablo en el Nuevo Testamento.
Primero, el Señor señaló la importancia de lo que estaba a punto de decir. Era tan importante que
debería ser declarado en las labias de aquellos días (v. 2). Sería una respuesta que había valido la pena
esperar (v. 3).
Comienza en el versículo 4. «Su alma» al parecer se refiere al alma del injusto que había sido
mencionado anteriormente, es decir, de cualquiera que no sea recto. La característica de todos los injus-
tos (los que no son rectos) es que son hinchados y soberbios. Esto es cierto en todos los malvados. Por
contraste, los justos, los que son rectos ante Dios, viven ante él solo por fe.
Por tanto, Dios dice aquí lo que las Escrituras repiten con tanta frecuencia: que solo existen dos clases
de personas en el mundo, y ninguna más ni ninguna menos: los malvados, que no son rectos en lo
absoluto ante Dios, y los justos, que son rectos por fe en Dios solamente, tal como lo había sido
Abraham (Gn 15.6).
La importancia de esto con respecto al problema de Habacuc estaba por tanto en que no hay tal cosa
como los «más justos» o los «menos justos». ¡O se es justo por la fe en Dios, o no se es justo en lo
absoluto! No hay grados de justicia. O nos es concedida por la fe, o no tenernos justicia en ninguna
forma. Los orgullosos, que piensan que son justificados por sus obras, lo único que está es hinchado en
su soberbia. Los que son así son como el borracho altanero, que va dando traspiés por la vida hasta
llegar al mismo infierno (v. 5).
Como respuesta a la súplica de Habacuc para que solo el pueblo de Dios que confiaba en él pudiera
vivir (1.12), Dios está diciendo: « ¡Sí, por fe!»

Comenzando con el versículo 6 y siguiendo hasta el final de este capítulo, encontramos un proverbio
burlón que muestra que no importa que el injusto esté dentro de la iglesia (Israel) o fuera de ella
(paganismo). Todos los injustos desagradan a Dios y serán castigados.
Dios enseña esto en una serie de ayes (vv. 6-16). Ay de la nación pagana que saquea otras naciones y
derrama violencia sobre las ciudades. Al final será ella la saqueada (vv. 6-8). Pero también, ay de aquel
que codicia injusta ganancia para su casa. Está haciendo saqueo en pequeña escala, pero Dios no lo
pasará por alto (vv. 9-11).
Ay de la nación que construye ciudades con sangre (los botines de guerra) y va de conquista en
conquista sin pensar en la gloria de Dios (vv. 12-14). Pero ay también del hombre que le da de beber a
su vecino para emborracharlo y actuar lascivamente. Sería lo mismo que fuera un incircunciso. ¡Con
toda seguridad recibirá el castigo de Dios (vv. 15-17)!
Es decir, que Dios juzgará toda violencia: la de la nación pagana, que tanto le había preocupado a
Habacuc, pero también la de los pecadores que vivían en Jerusalén, que también le había preocupado al
profeta. Toda injusticia, esté donde esté, será hallada por Dios y castigada. Toda idolatría pagana o
israelita (vv. 18-19), es igualmente odiosa a la vista de Dios y será juzgada.
Termina con una descripción de Dios en su santo templo, ante quien todo el mundo es culpable y por lo
tanto puesto en vergüenza. Nadie en absoluto tiene justicia propia, con la cual pueda jactarse ante Dios.
Todos son silenciados ante el Dios Santo (2.20; cf. Ro 3.19).
Después de esta respuesta maravillosa dada por Dios, Habacuc replica con un gran himno de alabanza y
entrega al Señor (cap. 3). Es el cántico del creyente, una afirmación de fe en el Dios que de esta manera
se ha revelado a sí mismo a Habacuc como el Señor.

Primeramente, el profeta contempla la gloria del Señor en la creación y en su providencia (vv. 1-11).
Ve venir la ira de Dios por causa del pecado de Israel y suplica misericordia (v. 2). Por último,
concluye que, tal como lo ha explicado Dios, va por toda la tierra juzgando una nación tras otra y
destruyendo las plazas fuertes (v. 12). Pero lo hace con un propósito. El surgimiento y la caída de las
naciones a lo largo de la historia tiene en sí un significado Dios hace todo ello en última instancia para
la salvación de su pueblo, compuesto por aquellos que son justificados por la fe (v. 13). La última parte
del versículo 13 tiene sin duda una referencia a Génesis 3.15, la victoria final sobre la serpiente
(Satanás).
Cuando Habacuc se dio cuenta de que el juicio terrible caería sobre Jerusalén, y de que hasta los justos
han de pasar por él, tembló (v. 16). Pero también comprendió que debería aceptarlo y esperarle con
serenidad. Estaba resignado con respecto a la tribulación que ven dría.
128
¡Aunque sufriera la pérdida de todas las cosas (v. 17), todavía podría seguir regocijándose! ¿Por qué?
¡Porque sabe que Dios está con él y que al final le dará la victoria (vv. 18 y 19)! Esta es una gran
afirmación de fe que tuvo su eco luego en Pablo, como vemos en Romanos 8.28.

De esta forma se les enseña a todos los creyentes que si la iglesia peca tendrá después que pasar a
través del juicio, y aunque los hijos de Dios han de compartir este juicio con los injustos, serán
conservados y sobrevivirán. Así el remanente, que es el verdadero pueblo de Dios, podrá atravesar la
tormenta con la confianza de que Dios está con él.

XII-. EL TIEMPO DE EXPIACIÓN (586-400 A.C.)

1. La historia del período

Antes de continuar nuestro estudio de los profetas sería bueno mirar la historia del período de los
escritos exílicos y post-exílicos. Este período fue muy activo en la historia del mundo antiguo, y solo
podemos ver brevemente algunos de los más importantes sucesos y actividades de aquel tiempo.
Fue el momento en que se formaron algunas de las grandes religiones del mundo, cuyo efecto se deja
sentir todavía. El zoroastrismo estaba en formación, dirigido por el gran profeta persa Zoroastro, del
que se conoce muy poco. No se sabe exactamente cuál fue su período de actividad. Alrededor del
mismo tiempo, Confucio en China y Buda en la India se estaban presentando para fundar las religiones
que finalmente serían conocidas con sus nombres. Todo esto sucedió en la época de surgimiento del
judaísmo entre los judíos de la cautividad, entre los cuales comenzaron a producirse cambios radicales
debido a la destrucción del templo y a su dispersión en medio de las naciones. Con el fin de mantener
sus tradiciones y su fe, la doctrina tradicional comenzó a ser enseñada, y posteriormente escrita,
dándole estructura, unidad, y sentido al judaísmo mundial después del exilio.
En el mundo político ya hemos visto cómo la hegemonía se movió desde Asiria hasta Babilonia.
Durante este período, cambiaría nuevamente, y por última vez serían pueblos semíticos, de la misma
familia que los judíos, los que tendrían dominio sobre el mundo antiguo. Los babilonios fueron el
último pueblo semita que dominó Mesopotamia. Los medos y los persas que vinieron después de ellos
no eran semitas. A continuación llegaron los griegos y los romanos, quienes gobernaban en los tiempos
de Cristo. Cuando termina nuestro período (400 A.C.), todavía eran los persas los que dominaban, pero
los griegos, que después serían dirigidos por Alejandro Magno, dominarían la región antes del final del
siglo siguiente.
El imperio babilónico que causó la caída de Jerusalén fue sobre todo el imperio de Nabucodonosor.
Este fue la figura dominante. En el 612 A.C. cayó Nínive, la capital de Asiria. Esta fue la primera gran
campaña de Nabucodonosor, que había sido dirigida por su padre, al que sucedió al poco tiempo. Más
tarde cayó Harán, la última plaza fuerte que se le oponía, en el 610 A.C.
Cuando Nabucodonosor tomó el poder, el faraón Necao de Egipto, que también era ambicioso, salió a
guerrear con él. Los dos ejércitos se encontraron y lucharon en Karkemish en 605. Esta fue una de las
grandes batallas del mundo antiguo. Necao fue derrotado, y el dominio babilónico sobre todo el mundo
de la Biblia quedó asegurado. Fue durante esta campaña, mientras Necao se dirigía hacia el norte para
enfrentarse a Nabucodonosor, que Josías, el último rey bueno de Judá, salió a interceptar al faraón
Necao y fue asesinado (ver 2 R 23.29).
En esos mismos días, Nabucodonosor barrió la Palestina con su ejército, para demostrar que era él
quien dominaba en la región. En esa ocasión tomó consigo algunos cautivos de entre los hijos de los
hebreos, entre los que se hallaban Daniel y tres amigos (ver Dn 1.1-2). Esto sucedió alrededor del 605
A.C., durante el reinado de Joaquín en Jerusalén.
Más tarde, en el 597 A.C., Nabucodonosor regresó nuevamente y tomó a Joaquín cautivo, junto un gran
número de israelitas. Entre los que fueron llevados en este momento se hallaba Ezequiel (Ez 1.1-3).
Desde 588 hasta 586 A.C., Jerusalén y dos ciudades remotas, Azeca y Laquis, fueron todo lo que le
quedó a Judá. Estas ciudades son mencionadas en Jeremías 34.6, 7. En las llamadas «cartas de Laquis»,
descubiertas recientemente, los arqueólogos han sacado a la luz los intercambios entre estas ciudades y
sus últimos días. Dan una descripción gráfica de cómo era la vida bajo el sitio de los babilonios.
Jerusalén cayó en el 586 A.C. La última plaza fuerte que quedaba en aquella parte del mundo, Tiro, se
129
sostuvo doce años más, pero cayó finalmente en 574, tal como Ezequiel y Jeremías habían predicho
(Jer 27.1-11; Ez 26.1-28.19; 29.18-20).
Llegados a este punto, volvamos a ver los últimos días de Judá.
Joacaz, el hijo de Josías, reinó solamente tres meses, y fue depuesto por el faraón Necao (2 R 23.33).
Su hermano mayor, E1iaquim (Joacim), fue nombrado por Necao y reinó en su lugar. Murió en su
puesto mientras Jerusalén estaba sitiada. El siguiente rey, Joaquín, reinó tres meses, y fue llevado a
Babilonia en el 597 A.C. Ezequiel fue también en esta primera fase de la cautividad. Joaquín perma-
neció prisionero en Babilonia hasta que fue liberado treinta y siete años después en los días de Evil-
merodac (2 R 25.27 -28). El último rey, Sedequías, tío de Joaquín, reinó once años.
La mayor parte de este tiempo, Jerusalén estuvo bajo el virtual dominio de Babilonia, hasta que cayó
definitivamente en el 586 A.C.
El imperio babilónico prosperó bajo Nabucodonosor. Después de su muerte, el reino duró solamente
veintitrés años. Fue sucedido por Amelmarduk (Evilmarduk en las Escrituras). Este fue asesinado por
su cuñado en su segundo año de gobierno, el 650 A.C. Cuatro reyes gobernaron en rápida sucesión
desde el 560 hasta el 539 A.C. Los dos últimos fueron padre e hijo y gobernaron parte de ese tiempo
junto. Nabonides comenzó a gobernar en 556 y su hijo Belsasar comenzó asociado a él en 553 A.C.
Belsasar mandaba sobre la ciudad de Babilonia en 539, cuando cayó en manos de los persas, mientras
su padre se hallaba fuera de la ciudad.
En la época del poder babilónico los exiliados judíos vivieron en su mayor parte en Babilonia o cerca
de ella. La historia de los judíos que quedaron en Jerusalén después de su caída es desconocida para
nosotros. Toda la atención de las Escrituras se centra en los que vivieron en el exilio.
En Babilonia, el problema que los exiliados enfrentaban era el reto a su fe que significaba la aparente
derrota de su Dios por el ejército babilónico. La labor de los profetas que fueron a la cautividad fue
demostrar que el final de Judá no significaba el final del pueblo de Dios, ni la derrota de su Dios.
Daniel y Ezequiel fueron los voceros para el pueblo de Dios en el exilio, y por medio de su ejemplo y
de su profecía, la fe verdadera fue enseñada y puesta en práctica para los judíos.
Finalmente, como ya dijimos, Babilonia cayó en manos de los persas en el 539 A.C. Al año siguiente,
Ciro, el gran rey de los medos y de los persas, promulgó decretos concediendo a los judíos el permiso
para regresar a Jerusalén y reconstruir el templo destruido por Nabucodonosor. Sabernos que era
política de Ciro repatriar a los que habían sido llevados cautivos y, que gracias a él, muchos pueblos
pudieron regresar a sus tierras nativas. Sin embargo, era el Señor el que lo impulsaba a hacerlo, para
que fuera cumplida su Palabra dicha a través de Jeremías.
Los gastos del regreso corrieron por cuenta del tesoro persa.
Todos los judíos que lo desearan podrían regresar. Los vasos sagrados que habían sido llevados por
Nabucodonosor fueron devueltos a su legítimo lugar por una orden suya.
El mando sobre los que regresaran a la tierra estuvo primero en manos de Sesbasar y después de
Zorobabel.
Alrededor de cincuenta mil regresaron en este primer grupo.
La primera responsabilidad que tenían era la reconstrucción del templo. Encontraron la tierra desolada,
y los samaritanos se les mostraron hostiles. Estos eran los descendientes de los que habían sido llevados
allí por los asirios después de la caída de Samaria.
En el entretanto, mientras luchaban por reconstruir el templo, hubo cataclismos políticos en Persia. Ciro
fue asesinado en el 528, y dos años más tarde surgió Darío el Grande en el trono. El templo, debido a la
oposición de los samaritanos y a la intranquilidad política, seguía sin terminar.
Finalmente, Dios, a través de los profetas Hageo y Zacarías, sacudió al pueblo para que terminara el
templo. Esto fue hecho en el 516.
Hay unos cincuenta años de historia perdidos entre 516 y 457 A.C. Después de este período, Esdras, un
levita y escriba de la época de Artajerjes de Persia, regresó para enseñarle la Ley al pueblo de
Jerusalén. Unos 1.800 hombres lo acompañaban con sus familias. Encontró espiritualmente débiles a
los que estaban en Jerusalén; se habían hecho mundanos y se habían casado con extranjeras.
Los guió a confesar su pecado, y aunque muchos judíos se resintieron, le enseñó al pueblo una vez más
el libro de la Ley de Moisés. Hizo que la ley fuera leída e interpretada para ellos. Los judíos, que ya no
eran una nación, se convirtieron en el Pueblo del Libro.
Entonces, en el 444, durante el reinado del mismo Artajerjes, Nehemías, habiendo oído noticias
alarmantes procedentes de Jerusalén, consiguió permiso para regresar allí y construir las murallas de la
130
ciudad para protegerla. Junto con Esdras, completó la tarea de devolverle al pueblo la conciencia de su
relación con Dios.
La vida religiosa fue restaurada sobre bases más bíblicas. Los ricos se habían aprovechado de los
pobres, y Nehemías los forzó a corregir errores pasados. Luego que las murallas estuvieron terminadas,
regresó a Persia por dos años.
Cuando Nehemías regresó otra vez a Palestina, encontró que la situación se había deteriorado
nuevamente, y junto con Esdras volvieron a traer al pueblo al Señor. Se detuvo el matrimonio con
paganos. Se hizo obligatorio guardar el sábado. Los samaritanos fueron expulsados de sus puestos de
control en Jerusalén.
Mientras, en Persia, en la época de Jerjes (Asuero en la Biblia) 486-465, Ester, una judía, se convirtió
en la esposa del rey Jerjes. Ella sirvió, junto con su primo Mardoqueo, para salvar a los judíos de ser
extinguidos.
En estos días del exilio y el regreso, los judíos se convirtieron, aunque lejos de Jerusalén, en una
comunidad religiosa. Hubo un interés creciente y un estudio cada vez mayor de las Escrituras judías.
Las Escrituras todas: la ley, los profetas, y los otros escritos, comenzaron a tornar forma corno un solo
Libro de Autoridad. Se levantaron las sinagogas, tanto en el exilio corno en Judá, donde quiera que
hubiera judíos creyentes. El arameo se convirtió en el lenguaje más usado de la época, en el ámbito
internacional, y corno consecuencia, el hebreo cayó gradualmente en un desuso general.
Por esta razón se hicieron necesarias las traducciones y explicaciones de las Escrituras. Al principio
eran orales. Andando el tiempo se pusieron por escrito y fueron conocidas corno los Targums.
Gradualmente, la religión judía comenzó a tener impacto en el mundo no judío.
Ahora volveremos nuestra atención a las Escrituras que pertenecen a esta época.

2. Ezequiel

Ezequiel, al igual que Jeremías, escribió tanto antes corno después de la caída de Jerusalén. Pero
mientras Jeremías escribió desde Jerusalén, Ezequiel escribió en Babilonia.
El libro se divide en dos partes principales: la escrita antes de la caída (caps. 1-33.20) y la escrita
después de la caída (caps. 3448). Estas dos secciones están unidas por una breve narración de la llegada
a Babilonia de las noticias acerca de la caída de Jerusalén (33.21-33).
La primera sección, que contiene las revelaciones anteriores a la caída (1.1-33.20), es bastante diferente
de la última. Habla sobre todo de los pecados de Israel que le está acarreando el juicio que se avecina.
Estimamos que se puede fechar el comienzo de sus escritos en el año quinto de la cautividad de Joaquín
(1.2), que sería alrededor del 592 A.C. Ezequiel nos dice que es en este momento cuando Dios
comienza a hablar con él (v. 3).

La primera división de esta primera sección se refiere a la gran visión de la gloria divina que fue
mostrada a Ezequiel. Al parecer, es una visión de la actividad de Dios y de su interés por la historia del
hombre (1.4-28).
Procedente del norte (lugar de donde vienen todos los juicios de Dios contra Israel) viene una nube
misteriosa con fuego (v. 4). Ve cuatro criaturas vivientes (v. 5). Por tanto, lo que ve es muy similar a lo
que Juan diría haber visto mucho más tarde, cuando era también un exiliado en Patmos (Ap. 4).
Ambas visiones son descripciones del cielo y de la gloria celestial. Basados en el libro del Apocalipsis,
podernos afirmar que las cuatro criaturas vivientes representan diversos aspectos de Cristo en su misión
y su gloria. Aquí parecería que esta podría ser la explicación también. Sin embargo, se ve con más
claridad en el Apocalipsis que en Ezequiel. Más tarde son identificados como querubines (10.15). Y
sabemos que los querubines guardaban el camino al árbol de la vida (Gn 3.24), y en el tabernáculo se
cernían sobre la misma arca (Ex 25.18-22).
A partir del versículo 15, nos dice que las criaturas vivientes controlaban ruedas que se extendían a la
tierra. Cuando las criaturas se movían, lo hacían también las ruedas (v. 19). El espíritu de las criaturas
vivientes estaba en las ruedas (v. 20). Por esto podemos llegar a la conclusión de que la visión muestra
que todo lo que está sucediendo en la tierra (las ruedas) está controlado por las criaturas vivientes en el
cielo: la invasión procedente del norte, el fuego que viene y juzga a las naciones, alcanza hasta
Jerusalén y Judá y está bajo el control de Dios. Por tanto, lo que sucede en la tierra es determinado en el
cielo: la rueda que toca la tierra.
131
Desde el versículo 22 hasta el final del capítulo, se nos da una rápida mirada de lo que es el mismo
cielo. Nos muestra el trono de Dios con uno como hombre (¿Cristo?) sentado en él (v. 26). Se nos dice
que Ezequiel vio la semejanza de la gloria del Señor (v. 28).
Puesto que todo esto fue visto como por encima de las cabezas de las criaturas vivientes (v. 22), vemos
aquí simbolizada la verdad de que Dios, que está por encima de todas las cosas, controla todo lo que
está sucediendo en estos días, y todo es conforme a su plan y su propósito. Dios no está muerto. Él
vive, y controla aún las cosas aun cuando su pueblo está pasando ahora por tiempos muy difíciles. Este
es el mismo núcleo del mensaje que Dios le estaba enviando a su pueblo Israel en esos días difíciles por
medio de Ezequiel, Daniel, y Jeremías.
Los capítulos 2 y 3 hablan del llamado de Ezequiel. Después de la introducción sobre la visión que
acaba de ver, Ezequiel recibe confirmación de que su ministerio es controlado por Dios en el cielo.
Dios se dirige a Ezequiel llamándolo «hijo de hombre», un término usado solo por Ezequiel pero que
después Cristo se aplicaría a sí mismo en el Nuevo Testamento (2.1). Su misión es ir a Israel, que es
descrito como un pueblo rebelde (v. 3). Vemos una clara relación entre el llamado de Ezequiel y los de
Isaías y Jeremías. En todos estos llamados se les advierte que los oyentes se rebelarán y que no recibi-
rán con facilidad lo que ellos les digan. Ya sea que los lleguen a creer o no, al menos sabrán que un
profeta estuvo en medio de ellos (v. 5).
Ezequiel, igual que Jeremías, es consolado con las palabras «no temas» (vv. 6ss). Entonces, se le
advierte a Ezequiel que no se vuelva él también un rebelde (vv. 8). Él ha de obedecer a Dios y no a los
hombres, le escuchen estos o no.
El incidente del rollo del libro que se come (2.9-3.3) es similar al narrado por Juan en Apocalipsis 5.1-
10; 10.8-11. De nuevo, aquí podemos estar seguros de que el libro se refiere al mensaje de Dios para el
mundo, un mensaje enviado al pueblo de Dios pero que tiene amargas repercusiones cuando es llevado
a hombres que le son hostiles.
Ezequiel es enviado especialmente a Israel (3.4-11). De haber sido como Jonás o Daniel, enviado a
pueblos de lengua extraña, habría sido oído, pero va a Israel y, en contraste, no lo quieren oír (vv. 5,6).
Su predicha (v. 7) resistencia a la Palabra de Dios nos recuerda la del pueblo al que se enfrentó
Jeremías. En verdad iba a ser una labor difícil (cf. Jer 1.18).
En el versículo 10 se le dice a Ezequiel que él también debe tomar la Palabra de Dios en el corazón. El
mensajero debe creer el mensaje. La misión era dura, y las perspectivas que se abrían delante del
profeta no eran agradables. No en balde regresó a su pueblo con amargura, sabiendo lo que le esperaba
(vv. 14,15).
De nuevo Dios le da ánimos a Ezequiel, luego de darle tiempo para reflexionar sobre su llamado (3.16-
27). Él sería como un vigía con el oficio de advertir. Si el pueblo escuchaba, bien, pero si no, al menos
él había cumplido con su deber. Fracasaría en su misión solo si no alertaba al pueblo (v. 21).
Una vez más vio la gloria de Dios (v. 23) y después se le habló de las penalidades que sobre él caerían,
como habían caído sobre Jeremías. Sin embargo, Dios le daría valor para hablar (v. 27).
En el capítulo 4 empieza el mensaje propiamente dicho. Una característica de la predicación de
Ezequiel sería que dramatizaría muchos de los mensajes de Dios delante del pueblo. Otros profetas ha-
cían esto ocasionalmente, pero Ezequiel lo hacía con frecuencia. El primer mensaje fue una
representación del sitio de Jerusalén (cap. 4).
Debería tomar una plancha de hierro y levantarla como una muralla. Después, tendría que acostarse al
lado de ella y representar el sitio de una ciudad. Ya podremos imaginarnos lo asombrada que estaría la
gente de ver algo así. Debería hacer esto cada día durante trescientos noventa días, acostado sobre su
lado izquierdo, y cuarenta días sobre el derecho (4.4-7). Suponemos que cada día saldría y dramatizaría
esto durante cuatrocientos treinta días en total.
Estos días, se nos dice, representan cada uno un año de la iniquidad de Israel (v. 5). Si calculamos hacia
atrás a partir del año del llamado de Ezequiel, que es el 592 A.C., a los trescientos noventa años
llegamos a una fecha del 900, o alrededor de la época de Salomón. Los cuarenta años añadidos quizá
representen los años de desobediencia en el desierto. Esto no es seguro. Dios está diciendo con esto que
mientras él ha sido paciente durante todos los años de la desobediencia de Israel, comenzada desde los
tiempos de Salomón, ahora en cambio, traerá su juicio sobre la ciudad.
Ezequiel dramatiza también el hambre y la escasez que sobrevendrán durante el sitio de la ciudad.
Vemos en el capítulo 5 otro mensaje representado por medios visuales. Tomando su propio cabello,
retrata gráficamente el juicio próximo de Dios: el fuego, la espada, y la cautividad (dispersión al viento;
132
vv. 1,2). El horror de esos días que vendrán sobre Jerusalén (v. 10) nos recuerda el sitio de Samaria en
la época de Eliseo (2 R 6.29; cf. Jer 19.9). Al igual que Jeremías, Ezequiel pronuncia la amenaza
cuádruple del juicio de Dios sobre la tierra: peste, hambre, espada, y cautiverio (v. 12). Aquí podríamos
referirnos también a Apocalipsis 6 y a los cuatro jinetes que representan las fuerzas que son desatadas
sobre el hombre en la historia.
El capítulo 6 es una profecía dirigida a las montañas de Israel.
Recordaremos que en Miqueas 6 el Señor llamó a las montañas a juzgar entre él e Israel. Ahora les
dirige una profecía a las montañas mismas, que es donde están los sitios de idolatría (6.3ss). Esto será
comparado debidamente con otro mensaje a las montañas que aparece en el capítulo 36.
Como Oseas, Ezequiel reprende al pueblo por no conocer al Señor (v. 7).
Comenzando con el versículo 8, hallamos una nota de esperanza, Él dejará un remanente; habrá
algunos que escaparán (vv. 8,9). Solo cuando en la presencia de Dios vean lo pecadores que son
comenzarán de verdad a conocer al Señor (vv. 9,10). Ezequiel enfatiza este mensaje golpeando
fuertemente con el pie (v. 11).
Como era de esperar, Ezequiel concluye esta serie de profecías prediciendo el final seguro de Israel
(7.2). Ya está cerca (7.8). Hay mucho del mensaje de Joel reflejado aquí (v. 14). La maldad de las
naciones que ocuparán la tierra recuerda el problema de Habacuc (v. 24). En un tiempo así el pueblo
deseará una palabra de Dios, y no le llegará ninguna. Recordemos que Jeremías, el profeta de aquel
tiempo, había sido llevado a Egipto (cf. Am 8.11).
Los tres capítulos siguientes, del 8 al 10, recogen una visión dada a Ezequiel de los pecados de
Jerusalén. En esta visión es transportado espiritualmente desde Tel-abib, en Babilonia, hasta Jerusalén
(8.3). Ve la imagen del celo en el templo (vv. 3, 5, 6), que está lleno de cosas abominables ante la
presencia de Dios. Recordaremos que el Señor declaró que él es un Dios celoso, que tenía celo por su
nombre y su verdad y no permitía rival alguno en los corazones de sus hijos (Ex 20.4-6; 34.12-17).
¿Qué era lo que Ezequiel estaba viendo realmente en este momento? Tenemos la respuesta en el
versículo 12. Se le estaba dando espiritualmente en esta visión la posibilidad de mirar dentro de los
mismos corazones de los que vivían en Jerusalén, en las cámaras de sus imágenes, es decir, sus
corazones malvados, tal como Dios los veía. Esta vuelta por el templo de Jerusalén en los días de
Ezequiel era en realidad una vuelta por los corazones de aquellos que adoraban allí. Se ve esto con
claridad cuando leernos Ezequiel 14.4. Esta revelación es única en las Escrituras y nos da una visión de
los corazones pecadores de los incrédulos que no tiene paralelo con ninguna otra cosa en las Escrituras.
No es de maravillarse que Dios hable con tanta frecuencia del corazón pecador, y de la necesidad que
tiene de ser purificado.
En su viaje Ezequiel ve corazones llenos de idolatría y de vana adoración (8.14-18). Finalmente Dios
declara que solo aquellos a quienes aflija esa situación serán salvados (9.4; cf. Ap. 7.2, 3). Nos trae a la
mente las palabras de Jesús «bienaventurados los que lloran». El juicio deberá comenzar en la casa del
Señor (v. 6), como leernos en otros lugares (Am 3.2; Jer 25.29; 1 P 4.17). Estas cosas llevan a Ezequiel
a preocuparse profundamente por la suerte del pueblo (v. 8; cf. 11.13). Sin embargo, Dios le advirtió
que esta vez su ira no sería retirada (9.9-11).
Las visiones de los corazones del pueblo terminan la serie con una visión de la gloria de Dios (cap. 10)
en una escena parecida a la que abre el libro en el capítulo 1. ¡La gloria de Dios no puede tolerar tal
iniquidad en los corazones de los hombres!
A continuación, en el capítulo 11, Ezequiel muestra la visión de los príncipes malvados. Sabernos que
Jeremías tuvo que enfrentar a estos hombres cuando intentaba decir la verdad (v. 2). Ezequiel es
llamado a profetizar contra ellos (v. 4), y su juicio es severo (58). Como resultado de sus profecías, uno
de aquellos que él vio en la visión, murió (vv.13; cf. v. 1).
Anteriormente, cuando comenzó el juicio, Ezequiel había pedido la misericordia de Dios (9.8). Ahora
clama nuevamente a Dios (11.13).
La primera vez Dios no le respondió; esta vez sí lo hizo.
A partir del versículo 16, Dios declara que hay esperanza para Israel. Prometiendo que los protegerá
mientras se hallen en cautividad, le asegura también a Ezequiel que los devolverá a sus hogares, luego
de deshacerse de todo lo que hay de malvado en ellos (vv. 18ss). En palabras similares a las de
Jeremías 31.31ss, Dios promete un nuevo espíritu y un nuevo corazón para el remanente (v. 19). Los
propósitos de Dios, tal como se expresan en Éxodo 19, de llegar a tener un pueblo santo, se harán
realidad (v. 20). Pero para aquellos que permanezcan en pecado no ofrece esperanza ninguna (v. 21; cf.
133
Am 9.8ss; Is 66.24).
Con esta nota tranquilizadora termina la serie de visiones que comenzó en el capítulo 8 (v. 24).
Una vez más, en el capítulo 12, se le indica a Ezequiel que represente la cautividad de Jerusalén delante
del pueblo (vv. 1-6). Al hacerlo deberá ser muy dramático, representando el temor que habrá en los
corazones de los que estén en Jerusalén en aquel día (vv.17ss).
Al parecer, debido a que Dios se había tardado en cumplir las palabras que había enviado por profetas
como Jeremías con respecto a la caída de Jerusalén, algunos hicieron un proverbio que hablaba de que
las visiones de los profetas habían fracasado (vv. 22- 25). Pero ahora Dios ya no se demorará más (vv.
27,28).
Los falsos profetas que consolaron falsamente al pueblo en los días de Jeremías, diciendo que el tiempo
del juicio estaba lejano, se convirtieron ahora en el blanco de Ezequiel (cap. 13). Solo hay ayes
acumulados para ellos (v. 3); Dios les declara la guerra (v. 8). Tendrán que comerse sus palabras de paz
(v. 10; cf. Jer 8.11; 14.13).
También, en forma similar a Amós, se vuelve a reprender a las mujeres vanidosas (vv. 17ss; cf.
Am4.1ss).
Hasta los ancianos de la cautividad son reprendidos. De acuerdo con lo que vimos en 8.12, estos
ancianos tienen ídolos en sus corazones (14.4). Dios reprende y castiga a todos los falsos líderes, a fin
de que el verdadero pueblo suyo no se corrompa (vv. 9-11).
Nada podrá desviar el juicio sobre la caída (vv. 13-14; cf. 2 R 23.26, 27). Ni aun grandes hombres de
Dios como Noé, Daniel o Job podrían ayudarlos si estuvieran allí. Noé recuerda el gran juicio del
diluvio, en la época en que él era el único justo. Job le recuerda al patriarca antiguo que era tan
agradable a Dios que Satanás no pudo sacudirlo. Daniel fue, por supuesto, un contemporáneo de la
generación de Ezequiel, y vivía en aquel momento en Babilonia. Todos tenían noticias directas sobre su
piedad, pero ninguno de ellos podría ayudar a Jerusalén a salir de sus problemas (v. 14). La hipótesis de
que el Daniel mencionado aquí no es el Daniel bíblico sino otro conocido en la literatura antigua de
Ugarit, en la costa del Mediterráneo, es débil e improbable. No hay razón por la cual Ezequiel no
pudiera hablar de aquel hebreo contemporáneo suyo, piadoso y bien conocido.
De nuevo notamos el uso de cuatro clases de juicio: hambre, bestias salvajes, espada (guerra), y peste
(vv. 12,20). Pero, como anteriormente, Dios ofrece una esperanza para el remanente final (vv. 22,23).
En una forma similar a la de Isaías 5, Ezequiel habla de Israel como de una viña carente de valor (cap.
15).
El capítulo 16 se dirige todavía a los ancianos sin fe y les recuerda que sus orígenes no son tan nobles
(vv. 1-5). Sus orígenes como un pueblo identificable tuvieron lugar en Canaán, a la que Dios llamó a
Abraham, para hacer de él una familia específica. La combinación del amorreo y la hetea (v. 3)
seguramente se refiere a sus orígenes paganos (ver Jos 24.14, 15). Los antepasados de Abraham eran
amorreos, y quizá la palabra «hetea» haga referencia a Betsabé, la esposa de Urías, que llegó a ser
esposa de David.
La descripción de Israel como un hijo adoptado y como una esposa cuidada y amada recuerda las
palabras de Oseas en los primeros capítulos de su profecía (vv. 6-14; cf. Os 1-3). La belleza que
describe (v. 14) recuerda los buenos tiempos del reinado de Salomón, pero la prostitución que se
desarrolló (vv. 15-29) recuerda los últimos días de su gobierno. Gran parte del resto del capítulo 16
tiene la intención sin duda de recordarles la acusación similar que Oseas había lanzado contra el reino
de Israel al norte, en una época más temprana.
Tampoco ahora puede Dios olvidar su promesa, que también era recordada en el mensaje de Oseas, es
decir, que él no abandonaría a su pueblo. Dios establecerá al final un pacto perdurable (vv. 60-63).
Vendrá el día de la reconciliación.
Los capítulos siguientes, 17 al 24, contienen varias parábolas que ilustran la otra forma en que el
profeta comunicó la verdad de Dios al pueblo de Israel.
En el capítulo 17 habla de la parábola de las dos águilas y la viña. La primera águila plantó una viña
para que le diera fruto (vv. 1-6), pero vino otra águila y la viña dio fruto para ella y no para la primera
(vv. 7,8). Por lo tanto, una viña así de traidora no podría permanecer; había sido infiel y debería ser
arrancada de raíz (vv. 9,10).
Dios explica la parábola como sigue: la primera águila representaba a Babilonia, que había hecho un
trato con Jerusalén de que esta serviría al rey de Babilonia (vv. 11-14). Pero Judá traidoramente hizo
otro tratado con Egipto (vv. 15), que es el águila segunda. Por lo tanto, Babilonia castigará con toda
134
seguridad a Jerusalén (vv. 1518). El Señor está hablando aquí de sucesos que se recogen en 2 Reyes
24.1 a 25.7, en los días de Joaquín y Sedequías.
Ahora el Señor aplicó toda esta parábola a su relación con Israel, que era su viña (vv. 19-24). Esto nos
recuerda el capítulo 5 de Isaías, versículos 1 al 7. Israel, la viña de Dios, le había fallado. Con cuánta
mayor razón debería ser castigada.
El capítulo 18 contiene la parábola que se usaba con frecuencia en la época de Ezequiel: «Los padres
comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera» (18.2). Vemos esta parábola
mencionada en Jeremías 31.29, 30 y quizá en Lamentaciones 5.7. Pero no era una parábola correcta.
Dios había dicho con toda claridad que las cosas no eran así (Dt 24.16).
Algunos podrían enfrentarse a las consecuencias de los pecados de sus padres, pero nunca serían
considerados culpables por ellos (18.4).
Así el Señor, a través de Ezequiel, dio una serie de ejemplos que demostraban que él llama a cuentas a
cada generación por sus propios pecados (vv. 5-20). En los versículos del 21 al 24 introduce otro
concepto afín al que acababa de decir, pero que en realidad es un resumen de la relación del hombre
con Dios. Los malvados que se arrepientan y se vuelvan hacia Dios serán justificados en la presencia de
Dios; han sido salvados por su fe en Dios (vv. 21-23). Sin embargo, si alguno que confíe en su propia
justicia peca, su maldad no será perdonada, porque ha confiado en esa pretendida justicia y no se ha
arrepentido ante Dios (v. 24; cf. Is 64.6).
Al parecer, muchos acusaban a Dios de contradicción aquí (v. 25), pero Dios enseña que ello se debe a
que son las vidas de los hombres las que carecen de rectitud el que venga la tribulación (v. 29). En otras
palabras, todos han pecado, luego todos son culpables. Nadie puede vivir rectamente en la presencia de
Dios, por lo que todos deben arrepentirse (v. 31). Lo que Dios está pidiendo aquí, un corazón y un
espíritu nuevos (v. 31), solo él mismo puede proporcionarlo. Y lo proporcionará, como había dicho en
Jeremías 31.31 ss., y como lo repetirá en Ezequiel 36.26ss.
En la alimentación que aparece en el capítulo 19, un pasaje nos trae a la memoria Isaías (v. 23) nos
recuerda a Oseas 2.2.
Cuando vinieron los ancianos para inquirir de Dios a través de Ezequiel, el Señor se negó a
responderles (20.1-3). Para ellos, las palabras de Amós 8.11 se harían pronto una realidad. Después en
una revisión de su historia, y de cómo Dios los había tratado en el pasado, les mostró sus pasadas
rebeliones (vv. 5-32).
En medio de este largo resumen de historia, Dios les dejó entrever cuál era la intención del sábado que
ellos habían ignorado: debería ser una señal de que Dios los estaba santificando (vv. 12,13). Les
debería haber recordado que teman que esforzarse para permanecer obedientes a Dios a través de cada
semana, buscando su bien para sus vidas; pero ellos ignoraron las intenciones de Dios y siguieron
adelante en su desobediencia.
Mostrándoles en esta reprensión de tipo histórico que habían fallado con respecto a lo que Dios quería
que llegaran a ser, ahora llama a una segunda experiencia de desierto y de cautiverio en medio de las
naciones para que puedan aprender nuevamente a hacer la voluntad de Dios y que Dios podía purificar
a su pueblo (vv.33-39).
En un estilo semejante al de Isaías en su capítulo 2, trae ahora esperanza al remanente de los que en la
cautividad aprendan a confiar en el Señor y a obedecerle. Ellos serán su pueblo después que los demás
hayan sido desechados (vv. 40-44).
Después de haber explicado a los de Babilonia la necesidad del cautiverio y de la expiación en el exilio
el profeta se vuelve ahora (de Babilonia) hacia el sur, y se dirige a los que aún están en Jerusalén (vv.
45; 21.2). Jerusalén estaba a punto de caer (v. 4522.31). El Señor mostró que Babilonia era el
instrumento que había escogido para el juicio (21.24, 25). Los pecados que estaban en los corazones del
pueblo ahora estaban expuestos de tal manera, que hasta Ezequiel los había visto. El Señor nos muestra
aquí que el propósito de su juicio era purificar al pueblo de toda culpa (22.1518). Simplemente, no
había otra alternativa. No podría ser hallado hombre alguno que pudiera llenar el abismo que había
entre Dios y su pueblo pecador. No se pudo encontrar mediador alguno (vv. 30,31). Aquí podemos
comparar esta parte con Jeremías 15.1, donde se dice que ni tan siquiera Moisés o Samuel serían ahora
suficientes como mediadores. Solo el Señor puede venir y pararse sobre el abismo; solo él puede traerle
la salvación a su pueblo.
La parábola de las dos mujeres, Aholibay Ahola (cap. 23), es una parábola que expresa la condición
grandemente pecadora de Israel y Judá a partir de la época de Egipto. Ahola, Israel, es llamada así
135
debido a que estableció su propio tabernáculo y su culto en los días de Jeroboam I (l R 12.26-33). El
nombre Ahola significa «su tabernáculo». Aholiba, Judá, significa «mi tabernáculo está en ella», y hace
referencia al santuario verdadero, que aún se hallaba en Jerusalén (v. 4). Dios enseña que cada una de
las dos hermanas había pecado y había disgustado a Dios, y así corno una de ellas, Ahola, ya había sido
castigada, así lo sería la otra.
La parábola de la olla hirviente (cap. 24) señala nuevamente la importancia de la expiación que debe
tener lugar ahora en Jerusalén, a manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia (v. 2). Es corno una olla
vaciada y quemada completamente con carbones encendidos (vv. 3, 6,11).

Para enseñarle al pueblo que deberá aceptar este juicio de Dios sin lamentarse, Dios trajo en este
momento una gran tristeza personal sobre la vida de Ezequiel. Le dijo a Ezequiel que su esposa moriría,
y que no debería ni lamentarse por esta gran pérdida. Debería seguir profetizando (vv. 15-18). Ezequiel
debería ser un ejemplo para los ciudadanos de Judá en la época del cautiverio, cuando se enteraran de la
caída de Jerusalén. No deberán llevar luto por ella (vv. 22-24). Vernos, pues, una vez más, cómo Dios
en ocasiones hacía pasar a sus siervos por experiencias muy difíciles para que pudieran comunicarle
mejor su mensaje al pueblo (cf. el matrimonio trágico de Oseas, y las prisiones frecuentes de Jeremías).
La última gran sección de la primera división de Ezequiel, trata de los mensajes a las naciones (caps.
25-32), tal como hemos visto también en Isaías, Jeremías, Amós, y Sofonías.
Amón es juzgado por reírse en el día de la calamidad de Jerusalén (25.3). Moab es condenado por
ridiculizar a Judá (v. 8); Edom, por su crueldad con Judá (v. 12); y Filistea por su continua enemistad
contra el país (v. 15).
A continuación, en los capítulos 26 al 28, el profeta presta atención especial a Fenicia. Tiro, su ciudad
principal, alardeaba de ser invencible y se regocijaba cuando Jerusalén se hallaba sitiada (26.2). En
realidad, Tiro pudo sostenerse doce años más contra Babilonia, pero cayó también, en el 57 4 A.C. Tiro
había sido una ciudad orgullosa que había colonizado gran parte de las costas del Mediterráneo,
incluyendo a Cartago en el norte de África. Debido a que era tan orgullosa y vanidosa, Dios la pone
ahora por ejemplo (v. 3). Él lanzará a Nabucodonosor contra ella y caerá para no ser reconstruida (vv.7,
13,14).
En medio de la larga lamentación que sigue por la ciudad de Tiro, encontrarnos que el enfoque está
puesto en su rey (cap. 28). Por tener un corazón orgulloso y pensar de sí mismo corno si fuera un dios
(28.2), recibirá un juicio especial de parte de Dios.
Su vanidad es tan grande que representa el orgullo del propio Satanás (vv. 12-19). Las palabras de esta
lamentación dan la impresión de que se refieren a un ser mayor que el rey de Tiro, y aunque su nombre
no sea mencionado, evidentemente es Satanás el objeto de la profecía (cf. Is 14.12ss; Le 10.18).
El objetivo del juicio de Dios contra Tiro y Sidón sería que las naciones conocieran que hay un Dios al
cual todas han de rendirle cuentas (vv. 20-24).
Así como hemos visto tantas profecías dirigidas contra las naciones, también hay aquí esperanza
ofrecida al pueblo de Dios, al remanente (vv. 25ss).
A continuación es condenado Egipto (caps. 29-32). También este juicio es para que las naciones sepan
que tendrán que habérselas con Dios (29.6; 30.8). Pero aquí también hay esperanza que se promete al
remanente de Dios (29.21). La caída de Asiria, antes poderosa, es presentada corno una advertencia a
Egipto sobre su fin inevitable (21.2ss).
En la parte final de la profecía, hay una especie de pase de lista del infierno. Egipto tendrá mucha
compañía cuando baje para ser juzgado (32.18-32). Asur (Asiria) está allí (v. 22). Elam (v. 24) y toda
una multitud (vv. 26ss) están también allí. El faraón estará muy acompañado (v. 31).
La primera división del libro de Ezequiel termina con las afirmaciones relativas al deber del vigía (cap.
33), parecidas a la que aparece en 3.16-21. También aquí, mientras la ciudad de Jerusalén está a punto
de caer, se le enseña a Ezequiel que su responsabilidad ante Dios es advertir al pueblo. Él es el vigía de
Dios sobre la casa de Israel para alertarla (33.7). Por lo tanto, tenernos aquí una expresión de la
responsabilidad que tiene todo testigo ante Dios. Todos hemos de ser testigos de la verdad de Dios. Es
responsabilidad nuestra. Solo Dios puede hacer efectivo el mensaje para aquellos que lo oigan. Aquí se
repite mucho de lo que había sido dicho en el capítulo 18 (vv. 2ss).
El resto del capítulo 33, versículos 21 al 33, narra el suceso de la caída de Jerusalén, que sería alrededor
del 586 A.C.
Comenzando con el capítulo 34 y llegando hasta el final del libro, el capítulo 48, tenernos la segunda
136
gran división de la profecía. Contiene las profecías dadas después de la caída de Jerusalén.
Después de que llegaron a Babilonia las nuevas de la caída de Jerusalén, los mensajes de Dios que dio
Ezequiel cambiaron considerablemente. Pasó de las advertencias de juicio a los mensajes de esperanza.
Pero antes, se dirige a los falsos profetas y falsos pastores de Israel que descarriaron al pueblo y lo
llevaron a su triste final (v. 2). Estos se han alimentado a sí mismos en lugar de alimentar al rebaño de
Dios. Usa aquí la imagen del pastor para señalarles su fracaso y al mismo tiempo mostrar qué hubiera
hecho el buen pastor (vv. 4-6). Por tanto, vemos aquí un concepto del buen pastor similar al que
encontrarnos en Isaías 40.11, y que fue cumplido a plenitud solamente en la persona de Jesucristo (ver
Jn.10).
Dios mismo tendrá que ser el pastor verdadero, puesto que todos sus pastores secundarios han fallado
lastimosamente (vv. 11, 15,16).
Las palabras de los versículos 17-20 nos recuerdan Mateo 25.32ss, en que Cristo juzga a las ovejas.
Estas palabras también recuerdan a Isaías 9.7; 55.3-5 y Jeremías 30.9, cuando hablan de las promesas
hechas a David (el más grande de los hijos de David, a Jesús) de que sería ese pastor verdadero que
Dios proporcionaría (vv.22-24).
Así las ovejas de Dios, el remanente salvado, conocerán al Señor que no han podido conocer en el
pasado. Sabrán que él es su libertador (v. 27) y que ellos son su pueblo (sus ovejas) (v. 30).
El juicio tan contrastante contra Edom que se encuentra en el capítulo siguiente (35) tiene sin duda por
objeto recordarle al pueblo que Dios ha tratado a Edom (Esaú) de una manera diferente, en contraste
con Israel (Jacob), según lo expresara posteriormente el profeta Malaquías (Mal 1.2-4). Edom es el
enemigo perpetuo de Israel (35.5; cf. Am 1.11) Y por tanto representa continuamente a ese elemento de
la iglesia que es secular y está fuera de la gracia de Dios. Como lo hizo Abdías, Ezequiel también le
advierte a Edom que recibirá juicio porque se ha regocijado con la tragedia de Israel (v. 15).
Con el capítulo 36 Dios comienza un gran mensaje de esperanza para su pueblo. Se dirige a las
montañas de Israel, como lo hizo en el capítulo 6, pero en forma diferente. En el capítulo 6 el Señor
reprendió a las montañas (al pueblo de Israel) por su pecado, y las previno de juicio. Pero aquí trae el
evangelio de la esperanza.
La justicia y las obras de Israel se corrompieron cuando habitaba en la tierra (v. 17; cf. Is 64.6). Dios
tenía que castigar y purificar a ese pueblo, pero cuando por causa de su sufrimiento las naciones
ridiculizaron a Israel y a su Dios, el celo de Dios por su nombre prevaleció (vv. 20,21).
Debido a ello, el Señor aclara aquí que salvará a Israel de su vergüenza, no porque lo merezca sino por
su propio nombre, es decir, por su gloria ante las naciones (vv. 22-24).
La palabra de salvación que Dios realizará habrá de rociar (limpiar) a su pueblo de sus pecados en sus
corazones, como le había mostrado anteriormente a Ezequiel (36.25; cf. caps. 8 al 10). Esto está acorde
con la promesa hecha a través de Isaías (Is 43.25).
En palabras parecidas a Jeremías 31.33, el Señor promete que dará al pueblo un espíritu y un corazón
nuevos (v. 26). Esto lo hará por medio de la obra de su Espíritu Santo en ellos (v. 27; cf. JI 2.28, 29).
Entonces el pueblo obedecerá. Tendrá un corazón obediente a Dios cuando él haya hecho su gran obra
en ellos (v. 27). Entonces habitarán en su lugar en paz y en bendiciones que no tendrán fin, y darán
fruto (vv. 28ss).
Esto no es otra cosa que la promesa del nuevo nacimiento por el Espíritu Santo de Dios. Vemos que la
misma verdad es enseñada por Jesús a Nicodemo (Jn 3). Esta es también la doctrina expresada por
Pablo en Tito 3.5. Este es el lavado de regeneración y renovación que es obra del Espíritu Santo.
Les recuerda también que no es por ellos mismos (porque ellos se lo merecieran) por lo que los va a
regenerar, sino por la gloria de Dios (36.32ss).
El capítulo 37 es una visión en la que se ilustra la doctrina de la regeneración. Ezequiel ve un valle
repleto de huesos secos (vv. 1,2). Hace notar su sequedad (muerte), y se le hace la pregunta: « ¿Vivirán
estos huesos?» (v. 3). Evidentemente, no pueden hacer nada por sí mismos. Están bien muertos.
Ezequiel, prudentemente, contesta que solo Dios lo sabe (v. 3).
Ahora Dios le ordena algo muy extraño. Ezequiel ha de predicar a estos huesos muertos y llamarlos a
oír la Palabra del Señor (v. 4). Lógicamente, esto carece de sentido desde el punto de vista humano. Si
realmente están muertos, no pueden oír ni responder.
Pero el Señor le revela a Ezequiel que cuando él predique, Dios hará que su Espíritu (la palabra usada
en hebreo aquí es la misma de 36.27) entre en ellos y les dé vida (v. 5). Nuevamente vemos enseñar
muy claramente la doctrina de la regeneración. Vivirán y sabrán que el Señor es Dios (v. 6).
137
Así recordamos las palabras de Dios a Elías, después de ver fracasar sus esfuerzos para convencer a
Israel de su pecado. Dios le mostró a Elías que los hombres solo podrían ser cambiados por la voz
tranquila y delicada que es su Palabra, obrando en ellos por el Espíritu.
Ezequiel obedeció al Señor, y el resultado fue exactamente lo que él había dicho que sucedería (37.7-
10). Aquí hay palabras traducidas en ocasiones como viento o como aliento, y todas son la misma que
aparece en 36.27, espíritu, y así debería ser traducida. Lo que se quiere presentar es que la nueva vida,
la regeneración, es la obra del Espíritu Santo de Dios.

La lección que se enseña en este texto es exactamente la misma que en Efesios 2.1-10. Todos
estábamos muertos en el pecado por naturaleza (Ef. 2.1-3), pero Dios en su misericordia y su amor nos
hizo vivos cuando estábamos muertos y desamparados (Ef. 2.49). Hizo esto para que pudiéramos vivir
y glorificarle por la obra que ahora hacernos en su nombre (Ef. 2.10; cf. Ez 36.27).
El Señor nos muestra que esta es la forma en que el Israel desesperanzado tendrá esperanza (vv. 11-13).
¡Vivirán porque Dios ha puesto su Espíritu en ellos, para que habite en ellos, que es el nuevo templo
santo de Dios (ver Ef2.21)!
El resto del capítulo 37 ilustra cómo este plan de redención es el único mediante el cual todo el pueblo
de Dios será reunido bajo una sola cabeza (vv. 15-28). Los dos palos representan a Israel ya Judá, todo
el pueblo (vv. 15-19). Dios está diciendo en esencia que habrá solo una iglesia, un pueblo de Dios en
toda la tierra. Pero los hijos de Israel, la simiente de Dios, serán reunidos de todas las naciones (v. 21).
Esto armoniza con las palabras de Pablo en Efesios 2.11-22 de que Dios hará de gentiles y judíos una
sola iglesia verdadera. El verdadero Israel está compuesto por aquellos que en cualquier lugar de la
tierra crean en el Señor, como también lo dice Pablo (Ro 4.1-17; 9.6-8; 11.25-32). De esa misma
manera contempla Jesús a la única iglesia (Jn 17.20-24).
La esperanza de un rey (v. 22) recuerda las palabras de Oseas (Os.1.11), y en el versículo 24 este reyes
llamado David, señalando hacia la promesa hecha a David de que Dios establecería su trono para
siempre (ver 2 S 7.10-16). Por lo tanto, la doctrina de un pastor señala su cumplimiento en Cristo
(34.23; Is 40.10; cf. Is 9.7; Jer 30.9; Os 3.5).
El pacto perdurable, el que no fracasará (v. 26), es el nuevo pacto de Dios (pacto diferente), afirmado a
través de Cristo y declarado en el tiempo de Cristo. Es nuevo porque fue dado a conocer después de
que el viejo fracasara (es decir, después que se había hecho evidente que Israel no podría permanecer
en la tierra de la promesa porque no podía guardar la Ley de Dios), pero es el pacto antiguo (en verdad
intemporal) porque en los propósitos de Dios es el pacto original establecido antes de que el mundo
fuera creado (Ef. 1.4).
Los dos capítulos siguientes, 38 y 39, contienen profecías contra Gag, gobernante de Magog (38.2). No
es posible identificarlo con ningún, personaje conocido de la historia. En Apocalipsis 20.8 se lo
identifica a él y a su tierra como representantes de los gobernantes y las naciones del mundo que están
unidos bajo Satanás contra Dios y contra su pueblo.
Las profecías de Ezequiel, pues, apropiadamente se vuelven ahora para considerar el mundo, el reino
de Satanás, que está en enemistad con el reino de Dios y con sus propósitos. Puesto que el Señor acaba
de mostrar cómo será establecido su reino, y cómo prevalecerá (caps. 36,37), ahora se ocupará del reino
de Satanás y su destrucción.
Dios se declara a sí mismo contra Gag y contra todos los gobernantes seculares del dominio de Satanás
(38.3; cf. Ef. 6.10-12). Como anunció Joel mucho tiempo antes el llamado de guerra de Dios contra las
naciones de la tierra (Jl 3.9ss), ahora lo hace Ezequiel aquí (v. 7).
La escena de batalla descrita (vv. 14-16) nos recuerda Apocalipsis 29.7 -10, el ataque del mundo contra
Dios y contra el pueblo de Dios. Es el clímax final de esa lucha abierta que Dios había predicho en
Génesis 3.15. El Señor luchará a favor de su pueblo (38.18, 21-22). Las imágenes de esta narración son
similares a las del juicio divino contra Sodoma.
Nuevamente Dios se declara en contra de Gag, los gobernantes del mundo (39.1). La caída de Gag y
Magog se describe en términos que recuerdan Apocalipsis 19.17, 18 (vv.4-6; cf. vv. 17 ss.). El objetivo
de esta gran derrota final es que el nombre de Dios pueda ser glorificado entre las naciones (vv. 7,8).
La escena de los cuerpos muertos (vv. 11,12) recuerda las palabras de Isaías al final de su mensaje (Is
66.24). Cuando Dios haya destruido el reino de este mundo, entonces el pueblo de Dios (el verdadero
Israel) conocerá que Dios es el Señor para siempre (vv. 21-29). Dios no los dejará solos. ¡Siempre y
138
para siempre estarán con el Señor!
La parte final del libro, capítulos 40 al 48, es una visión del nuevo templo. Recordaremos que en los
capítulos 8 all1 Ezequiel tuvo una visión del templo, el cual había sido profanado. Allí vimos que lo
que Dios le había enseñado era en realidad los corazones del pueblo, es decir, el templo de sus cuerpos,
que eran malos, y en los cuales Dios no podía habitar.
Por lo tanto, este templo representa también los corazones de aquellos que forman el pueblo de Dios.
Ezequiel recorre este nuevo templo y le mide cuidadosamente cada parte. Lo escudriña por completo,
como escudriñaría Dios los corazones de los hombres.

Todo es perfecto. No hay defecto alguno en él (caps. 40-42). Dios declara que este es el lugar de su
trono, en el que habitará para siempre, en el que su gloria llena la casa, los corazones de su pueblo
(43.1-9).
Este templo es hechura de Dios, purificado por él, tal como le recordó a Ezequiel antes de mostrárselo
(39.29). Dios estará en su trono en los corazones de su pueblo. Nunca volverán a mancharse de nuevo
(43.7).
Este concepto del corazón del creyente como el templo santo de Dios es desarrollado en el Nuevo
Testamento (1 Co 3.16, 17; 6.19; 2 Co 6.16). Por esta razón Jesús habla del día en que los hombres no
adorarán en este o aquel edificio sino que realmente adorarán en espíritu y en verdad (Jn 4.23, 24). Por
esto leemos en Apocalipsis 21.22 con respecto al cielo que no hay templo ninguno en él. Cada uno de
los hijos de Dios es el templo de Dios. Los templos de este mundo solo señalan hacia el templo
definitivo de Dios con su pueblo.
Cuando el pueblo vea el templo que Dios va a construir, se sentirá avergonzado de sí mismo por sus
pecados actuales (43.10).
Ninguna otra persona estará en el santuario de Dios más que sus hijos (44.9; cf. Ap. 21.8, 27). El
templo no tiene defecto (caps. 43-48). Es santo, y el Señor habita en él para siempre (48.35). En este
momento, y a manera de conclusión, sería de provecho reflexionar en lo que Dios nos ha mostrado
simbólicamente tanto a Ezequiel como a nosotros.
Distinguimos con claridad que la revelación de Dios a los santos del Antiguo Testamento es muy
diferente a su revelación a los santos del Nuevo Testamento. Pero todos son verdaderos creyentes en el
Señor.
Difieren en que en el Antiguo Testamento, Dios habla en términos de lo que va a hacer. Pero en el
Nuevo Testamento declara lo que ya ha hecho en Cristo.
Tanto los santos del Antiguo Testamento como los del Nuevo son salvos todos por la fe en el mismo
Señor. En el Antiguo Testamento el pueblo de Dios aprendía por medio de las señales simbólicas que
Dios le daba, es decir, el tabernáculo, los sacrificios, etc., cómo aproximarse a Dios en fe, reconociendo
su condición pecadora, y con corazones quebrantados, aprendiendo a confiar solo en él para su
salvación. En el Nuevo Testamento el pueblo de Dios ve en Jesús el cumplimiento de todo lo que está
simbolizado en las señales del Antiguo Testamento, la única vía verdadera hacia Dios, la única vida
verdadera.
En el Antiguo Testamento los hijos de Dios renacen por el Espíritu de Dios, igual que en el Nuevo.
Esto está evidenciado por la fe que hay en ellos. Por fe, se les muestra simbólicamente lo que Dios
hará, para su redención, y confían en que el Señor lo hará. En el Nuevo Testamento los hijos de Dios
renacen por el Espíritu Santo de Dios, que se evidencia también en su fe en el Señor. Por su fe llegan al
conocimiento de lo que Dios ha hecho ya realmente en Cristo para su redención y la redención de todos
los hombres, y confían en el Señor que lo ha hecho.
En el Antiguo Testamento los santos conocieron a Cristo (Dios, su Redentor) por la descripción verbal
de sí mismo que les había dado a través de Moisés (Ex 34.6, 7; repetido con frecuencia como ya hemos
visto). En el Nuevo Testamento conocemos a Cristo en la carne, el Verbo hecho carne, manifestación
viva de Dios.
En el Antiguo Testamento los santos tenían realmente al Espíritu Santo que les daba sus dones en
número limitado, y tenían también frutos del Espíritu. Pero en el Nuevo Testamento vemos al Espíritu
Santo derramarse, dando dones y produciendo fruto en todos los creyentes a medida que el Espíritu
Santo viene a habitar y permanecer en ellos.
En el Antiguo Testamento la comisión de Dios a sus santos no tenía un alcance mundial, pero la
anticipación de que el evangelio alcanzaría a todas las naciones se ve claramente desde el principio, por
139
ejemplo, en la profecía de Noé (Gn 9.26, 27; 12.3; 22.18). Pero al pueblo le faltaba poder espiritual
para llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. Fue el momento en que Dios estableció su
cabeza de playa en el mundo de pecado de Satanás.
En el Nuevo Testamento nuestra comisión llega hasta los confines de la tierra. Somos sus testigos.
Tenemos el poder (Hch 1.8) y por lo tanto libramos la batalla contra Satanás. Dios, entretanto, va
ganando del mundo a su pueblo y derrotando a Satanás a medida que lo va atando por la predicación de
la Palabra. Dios deja así desarmado a Satanás para que no pueda contrarrestar la labor de salvación que
Dios va haciendo en toda la tierra.

Finalmente, en el Antiguo Testamento la herencia está expresada principalmente en términos de un área


geográfica y de una tierra fértil, aunque Dios llama a producir fruto en la vida del pueblo, es decir, fruto
de Justicia y juicio (Is 5.1-7). Pero en el Nuevo Testamento se habla del fruto espiritual y de un nuevo
cielo y una nueva tierra, así como de una herencia incorruptible y sin mancha que no se desvanecerá (1
P 1.4, 5).
Sin embargo, incluso en el Antiguo Testamento, los hijos de Dios comprendían que la herencia que
esperaban no era de este mundo (ver Heb 11.8, 10, 16; 12.22; 13.14). La verdadera ciudad de Dios, que
es la herencia de su pueblo, ha sido siempre el cielo, la nueva Jerusalén (Ap. 21,22). Por eso Pablo les
advierte a los Gálatas que no se dejen engañar y que no pongan su mirada atrás, en la Jerusalén terrena,
poniendo en ella su esperanza (Gá 4.21-31). Nuestra Jerusalén también está arriba y es libre. ¡Nuestra
esperanza está en la nueva Jerusalén, que está arriba, y no en la ciudad terrenal de este mundo!

3. Daniel

El libro de Daniel fue escrito por el profeta Daniel durante el exilio en Babilonia. Se nos narra que en el
tercer año de Joacim fueron llevados a Babilonia procedentes de Jerusalén algunos de los tesoreros de
la Casa de Dios (Dn 1.1, 2). Esto ha de haber sucedido alrededor del 605 A.C. Es de suponer que en
este mismo momento algunos israelitas fueran llevados con ellos a Babilonia (vv. 3,4; ver también 2 R
24.1; 2 Cr36.5, 6).
El libro de Daniel recoge en sus seis primeros capítulos varios sucesos de la vida de Daniel y sus tres
amigos. Los mensajes que hay contenidos aquí se refieren sobre todo a la nación de Babilonia y al
testimonio de Daniel y sus amigos, los hijos de Dios, para con esa nación en la que estaban cautivos.
Los mensajes van dirigidos por lo tanto al mundo pagano. Pero están incluidos en el libro que Dios le
dio a su pueblo, por lo que son también de provecho para nosotros, los que creemos.
Los últimos seis capítulos contienen varias visiones y revelaciones que fueron dadas a Daniel, las
cuales se extienden algo en lo que había sido revelado a los paganos y que se refiere sobre todo al
triunfo final del reino de Dios y de su pueblo. Se encuentran aquí algunas profecías muy específicas
sobre la venida de Cristo y la realización final de los propósitos de Dios.
Algo más; en la porción que va de 2.4 hasta 7.28 el texto está en arameo, un lenguaje afín al hebreo que
era el lenguaje principal utilizado para comunicarse en Babilonia por aquel tiempo. La razón por la que
esta sección está en arameo es probablemente que el mensaje iba dirigido fundamentalmente al mundo
babilónico y al mundo en general. Hasta el capítulo 7, en la segunda división, trata principalmente
sobre el desarrollo del sueño de Nabucodonosor narrado en el capítulo 2.

Veamos a continuación el mensaje de Daniel.


El capítulo primero nos presenta a Daniel y sus amigos, Estaban entre los escogidos por Aspenaz, el
siervo de Nabucodonosor, por su buena apariencia y sabiduría. O sea, que eran de lo más distinguido
dentro del grupo de israelitas que había sido llevado cautivo a Babilonia (vv. 3,4). Ellos, junto con otros
judíos y jóvenes de otras tierras, deberían ser enseñados en todos los conocimientos de Babilonia yen el
lenguaje babilónico, que puede haber sido el lenguaje tan difícil de los acadios, con sus numerosas
sílabas (v. 4).
El curso tendría una duración de tres años, durante los cuales estos jóvenes serían favorecidos y
alimentados. Se les deberían dar las comidas buenas y las golosinas que se servían en la propia mesa
del rey (v. 5).
Los cuatro jóvenes hebreos mencionados entre esos jóvenes llevaban todos unos nombres que
glorificaban a Dios (vv. 6,7). El nombre de Daniel significa «Dios es mi juez», y fue cambiado al de
140
Beltsasar, que significa «Bel proteja su vida». De igual manera, Ananías significa «El Señor ha sido
dadivoso», y le fue cambiado por el de Sadrac, que significa «mandato de Aku (el dios luna)». El
nombre de Misael significa « ¿quién cómo Dios?» Fue cambiado por el de Mesac, que significa «
¿quién como Aku?» Finalmente, el nombre de Azarías significa «el Señor ha ayudado», y fue cambiado
por el de Abed-nego, que significa «siervo de Nebo», De todo esto deducimos, por lo tanto, que hubo
un intento de babilonizar a estos jóvenes judíos, y quitarle al Dios verdadero la gloria que le daban sus
nombres, para dársela a los dioses paganos de Babilonia.
Esta fue la ocasión en la que Daniel y sus compañeros supieron mantenerse firmes, al ser colocados en
una situación tal que constituía un reto a todo su fondo cultural como judíos y como hijos de Dios.
Fueron fieles a Dios en la única manera en que podían serlo: tratando de mantener una dieta de acuerdo
con la ley de Dios (v. 8). El jefe indiscutible era Daniel en este momento, y se entregó de corazón a
buscar la manera de glorificar a su Señor. Quizá tenía en mente las palabras de Proverbios 23.3-6.
Buscaba con toda claridad, no una simple conformidad externa con la Palabra de Dios sino una entrega
de corazón al Señor.
Como pudimos ver en José, en una relación similar con el faraón, ahora también Dios bendice a Daniel,
que había puesto su confianza en él (v. 9). Le abrió la puerta a Daniel, quien permanecía firme en la fe,
para llevarlo a un servicio mayor en su reino.
Notemos cómo Daniel propuso que su fe y la de sus amigos fuera probada. Comerían solamente
algunas hierbas y agua durante diez días. Si al final de ese tiempo no tenían mejor aspecto que los
otros, entonces no resistirían más (v. 13).
Podemos ver aquí dos cosas. Primera, en su propio gesto de fe, no quisieron causarles dificultades a
otros, es decir, a Aspenaz. De igual forma, Abraham, cuando rechazó las recompensas del rey de
Sodoma, no les impidió a otros que las aceptaran si querían (Gn 14.24). Nuestros propios actos de fe no
pueden ser impuestos a los demás.

Segundo, la prueba definiría quién tenía mejor aspecto, si Daniel y sus amigos, o el resto, que comían
las golosinas del rey (v. 13). El término «aspecto» va mucho más allá de la gordura o la delgadez de la
cara. Esto era secundario en sí mismo, El término se refiere en realidad a la actitud de la persona y la
sensación general de felicidad o amargura, o cualquier cosa que haya en el corazón. Un aspecto
agradable significa un corazón recto; un mal aspecto quiere decir que la maldad acecha en el corazón.
Por eso Caín mostró ante Dios un aspecto malvado, caído, que tenía que ver con su actitud, y no con la
gordura o la delgadez (Gn4.5).
Cuando fueron probados, resultó que los cuatro tenían mejor aspecto, es decir, mejores actitudes
espirituales que el resto, y además, estaban hasta más robustos, o sea, tenían mejor apariencia (vv.14-
l6).
Al mantenerse firmes en algo tan pequeño demostraron ser fieles, por lo que Dios les encomendó
mucho más. Como dijo Cristo, «El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel» (Le 16.10). A
muchos se les confía muy poco en el reino de Dios porque no han demostrado ser fieles en las pequeñas
cosas.
Por ello Dios les dio a Daniel y a sus amigos mucho conocimiento y sabiduría, gracias a los cuales
pudieran seguir glorificándolo ante todo el mundo secular (vv. 17-21). La reputación de Daniel pronto
fue conocida de tal manera que incluso en la época de Ezequiel, contemporáneo suyo, la sabiduría de
Daniel era usada como una expresión superlativa de sabiduría entre los hombres (Ez 28.3), y Daniel era
colocado junto a Noé y a Job por su fama y su justicia (Ez 14.14-20).

El capítulo 2 habla de un sueño de Nabucodonosor y su interpretación por Daniel. Después de su sueño,


el rey llamó a sus especialistas en interpretación de sueños (2.2). Puede que a esto se deba que Daniel y
sus compañeros no fueran llamados. Aun no tenía reputación como intérprete. En el versículo 4, la
narración pasa al arameo, y en este idioma se hace el resto del relato. No se ve con claridad en el relato
arameo si Nabucodonosor había olvidado su sueño, o si simplemente quería estar seguro de que lo que
los intérpretes le dijeran era lo correcto; lo más probable es esto último (vv. 5, 7,8). La severidad del
castigo indica que sospechaba que eran unos farsantes, que es lo que eran en realidad (v. 9).

La respuesta de los caldeas a su extraña exigencia, le abrió bellamente el camino a la glorificación de


Dios a través de Daniel: tal como ellos admitieron, solo Dios podría hacer lo que el rey exigía (vv.l0,
141
11)
Es interesante que, aunque Daniel y sus amigos no habían sido llamados, cuando se dio orden de matar
a todos los sabios de Babilonia los primeros en ser buscados fueron ellos (v. 12,13). Esto demuestra
una vez más cómo la enemistad del mundo se dirige directamente contra los hijos de Dios.
La bondad de Arioc con Daniel indica una vez más cómo Dios favorece alas suyos a los ojos de sus
enemigos (vv. 14-16).

Notemos que Daniel primero les dio a conocer el problema a sus amigos, y después, pidió oración. En
los momentos de prueba, sabía a dónde volverse, como lo habían sabido David y Ezequías antes que él.
Tan pronto como Dios le reveló a Daniel el sueño y su significado, Daniel respondió con alabanzas a
Dios (vv. 19-23). Alabó el nombre de Dios, que era la esperanza de Israel, y la sabiduría y el poder de
Dios (v. 20). Vio cómo en el sueño Dios revelaba que tenía control absoluto de todos los hombres y de
los reinos (v. 21). El Dios de sabiduría y poder, ahora le había dado sabiduría y poder a Daniel (v. 23).

También vemos cómo hubo otros que se beneficiaron de las bendiciones de Dios sobre sus hijos (v.
24). Daniel, tomando la situación donde la habían dejado los caldeas, mostró claramente que solo su
Dios, el Dios verdadero, podría hacer lo que se exigía (vv. 27,28; cf. v. 10). Daniel se aseguró que solo
el Señor recibiera la gloria por 10 que él estaba a punto de hacer (v. 30).
El sueño en sí mismo recuerda varios otros pasajes del Antiguo Testamento. La referencia a la piedra
que aplastó a la imagen, recuerda tanto a Génesis 3.15, donde se representa el aplastamiento de
Satanás, como Isaías 8.14, 15 y 28.16. En esos pasajes Cristo es con toda claridad la Piedra que
aplastará a Satanás y a su imperio. Los desechos que quedaron después del aplastamiento son descritos
como tamo (v. 35). Esto trae a la mente el Salmo 1, y esa misma descripción hecha con respecto a los
impíos. La montaña que crece (v. 35) señala a Isaías 2.2ss, el monte de Sión, la ciudad de Dios. Así
podemos comprender que Daniel, una vez que Dios le había mostrado el sueño, pudiera deducir su
significado basado solo en las Escrituras. Es importante ver que Dios revela la verdad a base de la
verdad que ya ha sido revelada. Encontramos que la imagen tiene cinco partes: cabeza, pecho y brazos,
vientre y muslos, piernas, y pies (vv. 32,33).
En la interpretación, lo primero que Nabucodonosor aprendió fue que el reino que tenía, y su lugar a la
cabeza de él (rey de reyes), se debían solo a un don de Dios (vv. 37,38). Como la cabeza de oro, el
reino de Nabucodonosor representaba el primero de una serie de reinos sobre la tierra. Cada reino de
los que se van sucediendo, es inferior en calidad (valor) pero mayor en fortaleza (vv. 38-40). La quinta
parte de la imagen son los pies, es decir, el fundamento de todos los reinos de los hombres (v. 41). Esto
apuntaría al hecho de que todos los reinos humanos descansan sobre una base que no puede sostenerse
(la mezcla de hierro y arcilla, que no se sostiene unida). Al final se derrumbarán (vv. 42,43).

Mientras tanto, Dios prepara su reino, que durará y perdurará más allá de los reinos humanos.
Permanecerá para siempre (v. 44).
Así se le muestra a Nabucodonosor lo que habrá de pasar con toda certeza. Su reino y los que lo
sucedan, todos se derrumbarán, basados en un fundamento falso, y al final, el reino de Dios triunfará
(v. 45). Con respecto a la identidad de los demás reinos, podemos suponer razonablemente que se trate
del imperio medo-persa (plata), del imperio griego de Alejandro (bronce), y del imperio romano
(hierro). Más tarde se identificará positivamente a dos de ellos (8.20, 21), de manera que no estamos
haciendo simples especulaciones.
Por lo tanto, lo que estamos viendo aquí es la predicción hecha por Dios sobre los poderes que habrán
de venir, y el triunfo final del reino de Cristo, que ya había sido predicho por los profetas anteriores.
Por supuesto, todos los reinos humanos, que son de este mundo, son solo una manifestación del reino
de Satanás. En algunos otros lugares de las Escrituras a Satanás se le describe como el dios de este
mundo, o el príncipe de este mundo (Jn 12.31; 14.30; 16.11; 2 Co 4.4; Ef. 2.2; 6.12). Pronto veremos
cómo se les dice a los hombres aquí que sus reinos al final serán derrocados, porque Satanás caerá.
Nabucodonosor quedó sumamente impresionado por la hazaña de Daniel y de su Dios (v. 47).
Demostró sus sentimientos nombrando a Daniel para un puesto alto en el gobierno, junto con sus
amigos (vv. 48,49). Pero aquí no se ve que Nabucodonosor comprendiera en realidad lo que Dios le
estaba diciendo. Este sueño y su interpretación deberían haberlo puesto de rodillas ante Dios, pero
como veremos en el próximo capítulo, no fue así.
142
En el capítulo 3 tenemos una narración acerca de cierta estatua de oro erigida por Nabucodonosor. Al
parecer, todo lo que dedujo del sueño fue que él era el más grande, y que su reino era el más grandioso,
por lo que procedió a exigir a todos los hombres que adoraran su imagen de oro (sin duda, porque la
cabeza de la imagen del sueño era de oro). Las dimensiones sugieren que esta no era la estatua de un
hombre sino que simbolizaba claramente la grandeza de Nabucodonosor (vv. 1-5). La pena por no
adorar la imagen al oír la señal era la muerte en el horno (v. 6). De esta manera estaba mostrando
Nabucodonosor su orgullo vano. Con su injusticia aplastó la verdad, como suele hacer siempre el
hombre natural (ver Ro 1).
La conformidad que se exigía, y que demostraron la mayoría de las personas, nos recuerda Apocalipsis
13.14ss, Y el día aún por venir en que los hombres se conformarían a las exigencias de los poderes
paganos aliados con la falsa iglesia.
Es posible que haya habido muchos que no se doblegaran. Sin embargo, como vimos en 2.13, los
enemigos del pueblo de Dios buscaron rápidamente a aquellos miembros del pueblo de Dios contra los
cuales estaban celosos, e intentaron matarlos (vv. 8ss).

De nuevo vemos la vanidad de Nabucodonosor cuando supo que los tres amigos de Daniel no se
doblegaron. No sabernos por qué Daniel no es mencionado. Quizá estuviera fuera de la ciudad en aquel
momento (v. 13). El que Nabucodonosor les diera una segunda oportunidad nacía más de su orgullo
que de ninguna bondad que hubiera en él (vv. 14,15). Su alarde (v. 15) nos recuerda el alarde del rey de
Asiria en los días de Ezequías (Is 36.20).
La respuesta de aquellos tres hombres valientes es clásica.
Fue un verdadero despliegue de auténtica fe. Se sentían obligados y responsables en este asunto solo
ante el Señor (v. 16). Sabían que su Dios podía salvarlos del horno, aunque no supieran si lo querría
hacer o no (vv. 17,18). No les importó: nunca lo negarían.

Después que Nabucodonosor llevó a cabo su amenaza (vv. 19- 23) vio a alguien con ellos, y los cuatro
se hallaban caminando por todo el horno (vv. 24,25). La identidad de la cuarta persona es interesante.
Nabucodonosor pensó que tenía un aspecto como el hijo de los dioses. ¿Era Cristo? No podemos
saberlo. El juicio de que parecía como uno de los hijos de los dioses era una evaluación pagana.
Al salir intactos los prisioneros, todos quedaron asombrados, y nuevamente Dios fue glorificado (v.
27). Una vez más Nabucodonosor no hizo profesión de fe en su Dios, sino que alabó la fe de ellos en su
Dios (v. 28). No toleraría ya por más tiempo oposición alguna contra su Dios, lo que es un decreto
notable proviniendo de un pagano de aquella época (v. 29). Dios elevaba a los que le eran fieles a una
gran posición sobre sus enemigos, tal como era su agrado (v. 30).

El capítulo 4 es el último sobre Nabucodonosor. En él vemos la humillación final del rey en su propia
confesión de que hay un Dios soberano que gobierna y domina a los hombres y a los reinos, y que hace
las cosas como a él le agrada.
Primero tenemos su proclamación (vv. 1-3). En ella reconoce la grandeza y la superioridad del reino de
Dios sobre todos, incluso el suyo propio. Después, en los versículos 4 a 36, relata cómo fue humillado
por su orgullo después de haber rechazado la advertencia de Dios (v. 27). Estaba tan pagado de sí
mismo que se tomó toda la gloria para sí (v. 30). por ello, todo lo que el sueño había predicho se hizo
realidad (vv. 20-26, 31-33).
Después de su humillante prueba, en la que al parecer se volvió loco, Nabucodonosor se humilló ante
Dios (v. 34). Supo reconocer la verdad que Dios le estaba exigiendo (verlos vv. 17, 25,34).
Cuando recuperó nuevamente la razón, Nabucodonosor no solo reconoció la grandeza de Dios sino que
hizo proclamación de que todos deberían proclamarla igualmente (vv. 36,37). En todo esto notamos dos
cosas más: la primera, que Daniel tuyo el valor de exhortar a este rey pagano para que viviera
justamente. No tuyo miedo de hablar la verdad con amor ni aun a los poderes seculares (v. 27).
Tampoco lo deberíamos tener nosotros. Dios exige de ellos justicia y misericordia, y les pide cuentas
cuando fallan. Por lo tanto, es lo correcto que el pueblo de Dios hable contra las injusticias en las altas
esferas. En realidad, es deber suyo.
En segundo lugar, Nabucodonosor habló de Dios de una forma tal que al final parece haber sido
creyente él mismo (v. 37). Lo que dijo aquí no es distinto de lo que Ana dijo del Señor en 1 Samuel 2.
143
Si llegó a creer, no podemos saberlo ni debemos decidirlo. Eso queda en manos de Dios. El hecho de
que la historia secular no registre ni la humillación de Nabucodonosor ni su alabanza del Dios de Israel
no ti ene por qué sorprendemos. Los registros humanos están borrando constantemente todo lo que
hallan en ellos que pueda glorificar a Dios.

El capítulo 5 habla de los últimos días del reino babilónico, el cual no duró mucho después de la muerte
de Nabucodonosor. El mismo Belsasar no ha sido conocido de la historia secular sino hasta hace poco.
Los Historiadores aseguraban que nunca hubo un Belsasar y que el último rey de Babilonia fue
Nabonides.
Fue entonces cuando se hallaron documentos de Nabonides en los que él mencionaba a su hijo
Belsasar. Con toda seguridad, Belsasar fue segundo en el gobierno de su padre y corregente con él. En
el momento de la caída, Nabonides se hallaba fuera de la ciudad de Babilonia y Belsasar estaba a cargo
de todo. Esto pudo haber sido sobre el 539 A.C.
Belsasar y sus invitados estaban una noche disfrutando de una gran fiesta. Para aumentar los festejos el
rey ordenó que los vasos que había tomado Nabucodonosor del templo de Jerusalén fuesen traídos para
que sirvieran para beber (v. 2; ver 2 R 24).

Aquí el término «padre» aplicado a Nabucodonosor significa antepasado, y no padre en sentido literal,
tal como Abraham podía ser llamado «padre» por los judíos muchos años después, o David «padre» de
Ezequías, etc. El verdadero padre de Belsasar era Nabonides.
Los babilonios profanaron los vasos santos del templo de Dios, y hasta alabaron a sus dioses mientras
bebían. Sea lo que fuere, claramente se ve que lo que Nabucodonosor aprendió de Dios no fue
comunicado a sus hijos y descendientes (v. 4).
En este momento apareció una mano que escribió en la pared (vv. 5ss). Esto fue suficiente para llenar
de terror el corazón del rey y de sus invitados. La oferta que hizo de recompensar al que leyera e
interpretara el mensaje escrito incluía la de darle el tercer lugar en su reino (v. 7). Ofrecía el tercer
lugar, por supuesto, porque su padre Nabonides era el primero, y él el segundo. Ofrecía el honor más
alto que él podía conceder (v. 7).
La reina mencionada en el versículo 10 era sin lugar a dudas su madre, la esposa de Nabonides.
Seguramente recordaría a Daniel de los días de Nabucodonosor. La alabanza que hace de él pone en
claro el impacto que él había tenido en aquella generación, aunque evidentemente ella estaba lejos de
creer en el Dios de Daniel (vv. 11,12).
Pero la oferta resultó ser ridícula (v. 16), ya que su reino habría de terminar esa misma noche. La
negativa de Daniel nos recuerda la de Abraham ante la recompensa ofrecida por el rey de Sodoma (Gn
14).

Una vez más Daniel mostró su fortaleza en la fe al aprovechar la oportunidad para reprender a Belsasar
por no haber sido capaz de aprender de las experiencias de Nabucodonosor que todos los hombres y en
especial los reyes deben honrar al Dios verdadero (VV. 18-24). El pecado particular de Belsasar estuvo
en la profanación de los vasos del Dios Altísimo (v. 23). Como Dios había hecho anteriormente con los
filisteos que habían profanado el arca, ahora también lo haría con estos babilonios que no honraban su
nombre (cf., 1 S 5,6).

Por primera vez se nos dice en el versículo 25 lo que había escrito por la mano en la pared. Estaba en
arameo, y las palabras debieron haber sido comprensibles para el rey. Pero no así su significado. La
escritura decía: «Contó, pesado, roto». La interpretación de Daniel simplemente reflejaba lo que había
sido dicho anteriormente por Isaías y Jeremías, que el reino de Babilonia habría de caer. El siguiente
reino del sueño de Nabucodonosor (los medos y los persas) estaba a punto de tomar el poder (v. 28). La
palabra «Peres», que significaba «roto, división», es probable que fuera también un juego de palabras,
puesto que prácticamente daba el nombre del conquistador, «Persia».

La recompensa que el rey le ofreció a Daniel fue, como hemos dicho, ridícula. No era un gran honor ser
tercero de un reino que caería pronto (vv. 29,30).
La mención de Darío el Medo (v. 31) suscita algunos problemas. Su identidad es desconocida aun en
las fuentes seculares. Era un hombre relativamente anciano en ese momento. Al parecer era medo, y
144
ocupaba el cargo de general en el ejército persa.
Ya en ese momento los medos y los persas, originalmente separados, eran un solo imperio. Al parecer
este Darío tenía el mando del ejército que estaba tomando Babilonia, aunque Ciro era el verdadero rey
de todos los persas. Por ello Darío actuó por algún tiempo como gobernador de la ciudad de Babilonia
y de los distritos exteriores y los suburbios.
El capítulo seis habla de la forma en que Darío honró a Daniel cuando reorganizó el gobierno de la
ciudad. La organización que se describe aquí es la organización persa típica (vv. 1-3). La elevación de
Daniel provocaría celos, naturalmente, tal como los había provocado en forma similar en los días de
Nabucodonosor (v. 4).
El tributo a Daniel, como a siervo fiel del rey, no significa en manera alguna que Daniel hubiera
claudicado. En verdad, significa exactamente lo contrario. Sería acusado precisamente en aquellos
aspectos en que su fidelidad a Dios sería probada sobre su fidelidad al rey (v. 5). Nadie pudo ponerse
delante del Señor en la vida de Daniel, ni siquiera el rey.
La reacción de Daniel fue seguir viviendo como siempre lo había hecho (v. 10). No hizo ninguna
exhibición de religiosidad, pero los espías pronto descubrieron que todavía estaba adorando a Dios. Así
es como lo hacía siempre (v. 10b).
Cuando Darío supo la verdad de lo que había sucedido se lamentó amargamente, pero estaba atrapado
por la complicación legal que había heredado. Darío no era la cabeza del imperio, y no podía cambiar
las leyes; solo Ciro podía hacerlo (vv. 12-15).

Sin embargo, Darío demostró una fe notable en el Dios de Daniel (v. 16). Y cuando Daniel fue
protegido de los leones, Darío se sintió alegre. Así como Dios había visitado a los amigos de Daniel en
el horno ardiente, ahora el ángel de Dios estaba en la guarida de los leones con Daniel (ver 3.25). La
confianza de Daniel en Dios nunca se tambaleó, porque era un verdadero hijo de Dios (v. 23; cf. Is
12.2; 26.3).
El castigo de los que habían intentado destruir a Daniel fue severo (v. 24), pero no tanto como lo fue el
castigo de Coré en el desierto, cuando encabezó una rebelión contra el jefe escogido por Dios (Nm
16.28-35).
De manera que Darío emitió un decreto similar al de Nabucodonosor (vv. 25-27; cf. 4.1ss). El honor de
que fue objeto Daniel en los días de Darío muestra nuevamente cómo el Señor confía mucho a aquellos
que le han sido fieles en lo poco. La mención de Ciro en el versículo 28 no significa que sucediera a
Darío en el reinado sino que al mismo tiempo que Darío gobernaba sobre la ciudad de Babilonia, Ciro
gobernaba sobre todo el imperio. Aquí termina la primera gran división del libro. Ahora proseguiremos
a la división final, que está en los capítulos 7 al 12 y consiste en una serie de visiones y revelaciones
hechas a Daniel durante los días de su actividad en Babilonia.

La primera visión aparece en el capítulo 7 y está fechada en el primer año de Belsasar, por lo que ha de
haber sucedido antes de los hechos narrados en el capítulo 5. El sueño de Daniel es similar al de
Nabucodonosor, ya que evidentemente mostraba la misma verdad. Sin embargo, en lugar de ser
representados por las cuatro partes de una imagen, los cuatro reinos fueron simbolizados por cuatro
bestias (vv. 3-7). Se nos enseña aquí algo con respecto a la naturaleza de los cuatro reinos. El primero
(Babilonia) era semejante a un león, que es la más majestuosa, la reina de las bestias (v. 4). El segundo
(Persia) sería como un oso poderoso y temible (v. 5). El tercero (Grecia) sería como un leopardo (v. 6).

Las cuatro cabezas representaban las cuatro divisiones de ese imperio después de la muerte de
Alejandro. La cuarta bestia era muy terrible y espantosa (v. 7). La mención de los dientes de hierro
identifica a esta bestia con la parte de hierro de la imagen del sueño de Nabucodonosor (cf.2.40).
La imagen de la bestia, usada para representar los poderes seculares de la tierra, será tornada
posteriormente por el libro de Apocalipsis. En el Apocalipsis las fuerzas del mal sobre la tierra son
simbolizadas con bestias (ver Ap. 13). Los diez cuernos aquí (v. 7), al igual que en el Apocalipsis, al
parecer representan los reinos sucesivos posteriores a Roma (Ap. 12.3; 13.1). El resto de la visión de
Daniel comienza en realidad donde terminaba la de Nabucodonosor, y se extiende sobre la caída de los
reinos de este mundo y el triunfo del reino de Dios. Mucho de lo que aparece aquí será visto también
posteriormente por Juan en el Apocalipsis. La descripción del anciano de días (v. 9) es muy similar a la
descripción de Cristo en el primer capítulo del Apocalipsis. Las ruedas nos recuerdan la visión de
145
Ezequiel (Ez 1). El libro abierto del juicio recuerda el capítulo 20 del Apocalipsis. La matanza de la
bestia aparece también en el capítulo 20 de Apocalipsis (Dn 7.11).

La visión nocturna de Daniel revelaba la venida del Hijo del Hombre, un término usado por Jesús
aplicándoselo a sí mismo (v. 13). Jesús describe su propia venida exactamente en estos términos (Mt
26.64; cf. 1 Tes 4.17). Lo que Daniel vio en aquella visión fue una ilustración del tema del triunfo del
reino de Dios, tema que había sido comenzado antes en el sueño de Nabucodonosor. Había incluidas
varias visiones sobre la derrota del reino secular, el juicio de todos los hombres, y el regreso de Cristo.

El versículo 14 tiene muchos similares en el Nuevo Testamento (1 Co 15; Ef. 1,20ss; Fil 2.9, 10). Aquí
se muestra a Cristo corno la piedra del sueño de Nabucodonosor; él será el que aplastará todos los
poderes terrenales.
En los versículos 17 y 18 se interpreta la visión y se pone un definido énfasis en el triunfo del reino de
Dios y de sus santos. Enseña que en realidad solo hay dos reinos entre los hombres: el reino de Satanás
(las cuatro bestias) y el reino de Dios.
Todos los creyentes pertenecen al reino de Dios, y triunfarán con Cristo.

Los cuernos descritos en los versículos del 19 al 21 representan a los sucesores humanos al reino de
Roma; las cuatro bestias, los que les sucedieron en el dominio del mundo, todos bajo Satanás. Al final
todos ellos intentarán destruir el reino de Dios y a sus santos. Es algo que llevan en su propia naturaleza
(ver Ap. 12.17; 17.13, 14).
La promesa de que al final los santos poseerán el reino (v. 22) es un anuncio de la revelación de Juan
en Apocalipsis 20.7 -9. En el ajuste de cuentas final, Satanás y su simiente son derrotados.
La representación de Babilonia y Roma como las bestias, y como simbólicas de los reinos de este
mundo que están en contra del reino de Dios, se ve también en el Apocalipsis del Nuevo Testamento.
Los capítulos 17 y 18 hablan de Babilonia como representante del poder terrenal que debe ser
derrocado. Y sin duda, con la bestia escarlata de Apocalipsis 17.3ss se trata de presentar a Roma con
sus siete famosas colinas (17.3, 9).
La personalidad descrita en Daniel 7.25 suena muy parecida al hombre sin ley de 2 Tesalonicenses 2.3-
12 (cf. Ap. 13.7). La expresión «un tiempo y tiempos y un medio tiempo» (v. 25) se encuentra también
en Apocalipsis 12.14, donde parece representar los años de la iglesia en la historia entre las dos venidas
de Cristo, o sea, entre la ascensión de Jesús y su segunda venida.
Todo el pensamiento de la visión del capítulo 7 se resume en el versículo 27, que declara el triunfo
inevitable del reino de Dios.
Sin duda, aún había en esto muchas cosas que Daniel no entendía, y que no se le permitió entender (v.
28), lo cual está de acuerdo con las palabras de Pedro (1 P 1.1 0-12).
El capítulo 8, la visión tenida en el tercer año de Belsasar, es una i lustración del duelo entre la segunda
y la tercera bestia (o nación). El camero que se movía del este a oeste y de norte a sur (8.4) repre-
sentaba a Persia (v. 20). El macho cabrío estaba en el oeste y se movía sobre la tierra (v. 15), y
representaba a Grecia (v. 21).
Sabemos de cierto que Jerjes de Persia intentó avanzar hacia el oeste donde estaba Grecia, pero fue
detenido. Más tarde Alejandro Magno gobernó a Grecia y extendió su imperio sobre todo el mundo de
aquel día, venciendo finalmente a Persia. La mención de la magnificencia del macho cabrío (v. 8) está
de acuerdo con la exaltación de sí mismo al lugar de un dios que hizo Alejandro. La sustitución del
imperio del macho cabrío por cuatro divisiones está también de acuerdo con lo que le sucedió al
imperio de Alejandro cuando murió. Se dividió en cuatro reinos, cada uno de ellos gobernado por un
general del ejército de Alejandro.
Se le presta particular atención en esta visión a un pequeño cuerno (gobernante) que era pomposo y
sacrílego (vv. 9ss). Se hacen notar especialmente sus atrocidades con respecto al santuario de Dios (vv.
11,12, 24,25). La duración de su dominio sobre Jerusalén se da como unos tres años y medio, o mil
ciento cincuenta días.
Todo esto se ajusta muy bien al gobierno de Antíoco Epífanes, quien gobernó desde 175 hasta 163 A.C.
una de las divisiones del imperio griego después de Alejandro. Durante su reino, intentó helenizar
(convertir en griega) a Jerusalén. Saqueó el templo, y puso una estatua de Júpiter en el Lugar
Santísimo. También ordenó que fueran sacrificados cerdos en los altares, y cualquier otra cosa que
146
profanara el culto de Dios.
Son tan exactas estas predicciones del capítulo 8 que los no creyentes y los eruditos bíblicos de
tendencia liberal las han considerado escritas después del 163 A.C., y no en tiempos de Daniel.
El capítulo 9 menciona el deseo de Daniel de comprender mejor el significado de los setenta años de
que hablaba Jeremías (9.2; cf. Jer 25.11 ,12; 29.10). O sea que tenemos aquí una oración de Daniel
pidiendo mayor sabiduría. Evidentemente el número setenta significaba que los judíos estarían setenta
años en el exilio, pero Daniel buscaba un significado mayor en el simbolismo del número setenta.
El número siete lleva frecuentemente consigo en las Escrituras la idea de plenitud.

Podemos ver aquí la vida de oración ferviente y devota que vivía Daniel (vv. 3ss). Vemos cómo está
dispuesto a confesar su pecado y los de su pueblo (vv. 5,6, 8-11). También, como David, anhelaba la
misericordia y el perdón de Dios (v. 9). También muestra su fidelidad a la Ley de Moisés, que es la
Palabra de Dios (vv. 11,13).
Pronunció una gran oración de intercesión a favor de Jerusalén, a pesar de que se hallaba muy lejos de
la ciudad (vv. 16- 19). Oró en el primer año de Darío (9.1), que fue también el primero de Ciro. Por lo
tanto, cuando en ese año (539 A.C.) Ciro decretó el regreso de los judíos a Jerusalén (ver Esd 1.1), bien
puede ello haber sido una respuesta a la oración de Daniel
También notamos en su oración, cómo Daniel había captado el mensaje de la relación de Dios con
nuestra justicia, y la necesidad que tenemos de la misericordia de Dios (9.18; cf. Jer23.6; 33.16; Is
64.6).
Dios respondió en ese momento a la oración de Daniel, enviándole a Gabriel, quien se le había
aparecido anteriormente (9.21; 8.16). Este es el mismo Gabriel que se le aparecerá más tarde a Zacarías
(Le 1.19) Y también a María (Le 1.26) para anunciar el nacimiento de Jesús. Su aparición a Daniel en
este momento, tuvo el mismo propósito.

Gabriel mostró que el número setenta representaba también setenta semanas, o sea el tiempo para
terminar la obra de Dios en la destrucción del pecado y el afianzamiento de la justicia, y para cumplir
todas las profecías relativas al Cristo (v. 24). Las referencias sobre la salida de la orden para restaurar a
Jerusalén (v. 25), parecerían primeramente significar el momento del decreto de Ciro (539 A.C.) o del
primer regreso bajo Zorobabel, en el 538 A.C.

Sabemos, gracias a Esdras y Nehemías, que hubo tres regresos. El primero tuvo lugar en el 538 bajo el
mando de Zorobabel. El segundo en el 458 bajo las órdenes de Esdras, y el tercero en el 445, dirigido
por Nehemías. Lo que quiere mostrar la profecía del versículo 25 es que han de transcurrir sesenta y
nueve semanas entre el mandato de regresar y el tiempo del ungido, del Mesías. Si suponernos que en
este momento está hablando de la venida de Cristo para cumplir su tarea redentora, entonces el tiempo
sería de unos cuatrocientos años.
Si tomamos los días de tal manera que cada cual represente un año, basándonos en Ezequiel 4.6,
entonces se requerirían cuatrocientos ochenta y tres años (sesenta y nueve veces siete). En este caso, el
538 no podía ser el punto inicial, puesto que 483 años desde ese momento nos situarían en el 55 A.C.
Esto sería demasiado temprano. Pero si el punto de referencia es el tiempo del regreso de Esdras, el 458
A.C., entonces llegaríamos al año 25 A.C., y en el tiempo adecuado del ministerio de Jesús.

Hay mucho que decir sobre el establecimiento del momento del regreso de Esdras como el punto inicial
para el recuento de los cuatrocientos ochenta y tres años requeridos. El regreso de Zorobabel careció de
significado en cuanto a traer consigo un reavivamiento espiritual a la tierra. El de Esdras sí lo hizo. Fue
un regreso espiritual, como veremos cuando estudiemos a Esdras. Fue el momento del regreso del
pueblo a la Palabra de Dios, el verdadero regreso a Dios.

La referencia a que se le quitará la vida al Mesías habla probablemente de su muerte (v. 26). Esta debe
haber tenido lugar alrededor del año 25 A.C., puesto que Jesús nació en el año 7 A.C., y no en el año 1.
El error en el recuento de los años del nacimiento de Jesús es algo conocido desde hace mucho tiempo.
Herodes el grande, activo en los primeros años de la vida de Jesús, murió en el año 4 A.C.
La referencia que se hace en el versículo 27 al cese del sistema de sacrificios podría referirse a la
realización de todo lo que este sistema y los mismos sacrificios simbolizaban: la muerte de Cristo.
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Cuando el velo del templo se rasgó en el momento de la muerte de Jesús, estaba indicando el final de la
utilidad del sistema (le sacrificios, del templo, y de todo lo que simbolizaban. Todo había sido
cumplido ya (Mt 27.51).

Los capítulos 10 al12 se refieren a la gran guerra entre Miguel y sus ángeles, y Satanás y los suyos
(10.1). Sabernos más sobre esto gracias a Apocalipsis 12.7-9. Cuándo haya ocurrido, no estamos
seguros. Puesto que esta revelación tiene lugar después de la referente a la obra de Cristo (cap. 9),
podemos deducir que está relacionada con ese gran suceso.

Apocalipsis 12.13 indica también que Satanás fue echado del cielo para ser confinado a la tierra
después de la muerte y resurrección de Cristo (ver Ap. 12.5). Judas l) indica también que ha habido una
larga contienda entre Miguel y Satanás. Jesús también habla del lanzamiento de Satanás en relación con
su propia obra y su ministerio (Le 10.18).

Evidentemente Satanás tuvo acceso al cielo hasta que la obra de Cristo quedó terminada para acusar a
los hijos de Dios y para pelear sobre los muertos (cf. Job 1,2), pero después de que Cristo terminó su
tarea fue lanzado del cielo a la tierra.
De manera que Miguel se le apareció a Daniel para darle seguridad con respecto a lo que Dios haría
todavía por su pueblo que confiaba en él (10.12-14).
El capítulo 11 es muy parecido al 8. Habla de las luchas entre Persia y Grecia (v. 2). Es un desarrollo
de los capítulos 8, 9ss, en que se habla del pequeño cuerno (Antíoco Epífanes) que se hizo rey a sí
mismo.

En este lugar Antíoco Epífanes se convierte en un símbolo de todos los gobernantes que se alzan contra
Dios y contra su pueblo (vv. 28-39). Encontrarnos aquí muchas alusiones a los últimos días ya las
guerras y rumores de guerra que los precederán (v. 31; cf. Mt 24.15; 2 Tes 2). También habla de que
muchos apostatarán de su fe (v. 34; cf. 2 Tim 3.1ss).

La predicción de las penas que le sobrevendrán al pueblo de Dios (12.1) es paralela a la revelación del
Nuevo Testamento (Mt 24.15-22). En los últimos días, antes de la llegada del Día del Señor, los
tiempos serán difíciles para el pueblo de Dios.
La referencia que se hace en el 11.31 a la abominación de la desolación que habría en los días de
Antíoco Epífanes es usada por Cristo en Mateo 24.15 para que sirva de indicación de la corrupción
pagana y de la profanación del pueblo de Dios por el mundo pagano.
Las palabras finales de Daniel, en el capítulo 12, le dan gran esperanza al pueblo de Dios, tanto en los
días del propio Daniel, mientras aún estaban en el exilio, como en el futuro, para que el pueblo de Dios
pudiera confiar en el triunfo final de Dios.

La promesa de liberación era para aquellos cuyos nombres estaban escritos en el Libro de Dios, el
Libro de la Vida del Cordero (v. 1; cf. Ap. 20.12; 3.5).
La resurrección de todos los muertos, unos para ir a la vida eterna y otros para el castigo eterno (v. 2),
está en total armonía con Isaías 66.22-24 y Apocalipsis 20.12-15.

Lo que más se destaca aquí es que los hijos de Dios, mientras todo esto llega, deben estar ocupados en
dar testimonio de la verdad proclamada por Dios, brillando como luces en medio de una generación en
tinieblas (v. 3; ver Fil 2.15).

En el versículo 4 se nos dice que han de pasar muchos años y mucha historia antes de que se realicen
los propósitos de Dios. «Muchos correrán de acá para allá, y se aumentará la ciencia», es un buen
resumen de la historia humana.
Daniel, como todos los creyentes, quena saber el tiempo (v. 6).
Dios nunca lo llega a decir. Su respuesta a Daniel es como la que luego dio a Juan (v. 7; Ap. 12.14).
Esto quiere decir simplemente que Dios no lo revelará.

El versículo 10 presenta la historia del entretiempo como una época en la que muchos serán rescatados
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del pecado para entrar en el reino de Dios, mientras que otros seguirán viviendo en pecado y haciendo
perversidades. Una vez más, Dios le dice a su pueblo que sea paciente y espere (v. 13).

4. Ester

El libro de Ester narra la protección de Dios a su pueblo en la época de Asuero, conocido en la historia
secular también con el nombre de Jerjes. Los sucesos que se relatan ocurrieron en la primera mitad del
siglo V A.C., antes del regreso de Esdras, que tuvo lugar en el 458 A.C. (1.1).
La característica inusitada del libro es que no registra el nombre de Dios en ningún lugar. Sin embargo,
la actividad y el control de Dios sobre todo lo que relata es muy evidente.
El capítulo 1 cuenta la deposición de Vasti, la esposa de Jerjes, de su puesto de reina. La ocasión fue
una fiesta similar a otras que hemos visto en Daniel (1.3-7). Es evidente que había una libertad
considerable en esa época (v. 8), lo cual se menciona aquí quizá en contraste con la costumbre ordinaria
de los reyes.
La orden del rey con respecto a Vasti estaba equivocada (v. 11). Debemos alabarla por su negativa.
Pero gracias a ella, se abrió el camino para que Ester fuera hecha reina, puesto que el rey, siguiendo el
consejo de sus consejeros, depuso a Vasti y comenzó a buscar otra reina (1.15-22).
El capítulo 2 narra la forma en la que Ester fue elegida para ser la reina. Era judía, y esto debería
haberla descalificado. Sin embargo, Dios era el que mandaba. Este capítulo lo deja ver con claridad.
Mardoqueo, el tío y padre adoptivo de Ester, es presentado en 2.5. Sus antepasados habían estado entre
los que fueron llevados a Babilonia en el reinado de Jeconías (Joaquín). Esto ha de haber sucedido en el
597 A.C., cuando Ezequiel fue también llevado cautivo (Ez 1.2).
Ester fue escogida entre las que habrían de competir por el honor de ser reina (2.8). Como sucedió con
José y con Daniel, pasó también con Ester, que se ganó el favor de los que la atendían. Esta era la
forma en que la gracia de Dios era con ella (v. 9).
En este momento comenzaron a suceder una serie de hechos que no pueden ser atribuidos a la
casualidad. Aunque no se menciona el nombre de Dios, es evidente que su mano guió toda esta larga
cadena de sucesos hasta su culminación y la salvación de los judíos de manos de sus enemigos.

1. Ester no dio a conocer su procedencia judía (v. 10). Esto fue significativa para la historia posterior.
2. Cuando Ester apareció ante el rey, lo agradó grandemente (vv. 15-17). Esto la condujo a un puesto
estratégico desde el cual podría ser de utilidad a Dios y a su pueblo. Vemos también que, aunque estaba
en un lugar tan encumbrado, seguía sujeta a la guía espiritual de su tío Mardoqueo (v. 20). Esto también
tendría importancia posteriormente.
3. Mardoqueo se enteró de una conspiración para matar al rey (vv. 21-23). Mardoqueo estaba en la
puerta del rey, el centro de la actividad política. Tenía sus oídos abiertos, y pudo enterarse de la
conspiración. La reportó, como era debido, y los hombres fueron castigados.
4. Estos sucesos fueron escritos, pero no recompensados (v. 23).
Es extraño que, aunque se le concedió todo el crédito a Mardoqueo por la información que salvó la vida
del rey, no se le recompensó en ese momento. Esto también tendría su significado posteriormente.
Antes de seguir con la serie de sucesos que llevaron al rescate del pueblo de Dios, se nos dice cuál era
el fondo de las amenazas contra el bienestar de los judíos.
Un hombre llamado Amán fue engrandecido en el reino de Jerjes (3.1). Tenía la alabanza y la gloria de
parte de todos excepto de Mardoqueo. Igual que Daniel, Mardoqueo amaba a Dios demasiado para
inclinarse ante los hombres o mostrarles reverencia (v. 2). Aquí aunque el nombre de Dios no sea men-
cionado, el parecido entre estos sucesos y el capítulo 6 de Daniel es tan claro que se ve sin lugar a
dudas que Mardoqueo honraba al mismo Dios que Daniel, y en la misma forma puesto que arriesgó en
ello la vida.
Esto llevó a Amán a odiar no solo a Mardoqueo sino también a todos los judíos (vv. 3-6), y maquinó su
149
destrucción como lo han hecho muchos después de él, incluyendo a Hitler.
Este fue el origen de la conspiración de Amán contra Mardoqueo y todos los judíos (vv. 8-15). La
cooperación del rey en todo esto simplemente sigue el patrón de Nabucodonosor y Darío el medo, que
pusieron demasiada confianza en sus consejeros. De manera que en el momento en que fue echada Pur
(la suerte, v. 7), se lanzó un decreto a todo el reino, con la firma del rey, mandando que fueran
asesinados todos los judíos (v. 13). Esto causó gran preocupación a los judíos (v. 15).
Mardoqueo le envió recado a Ester (4.1-4), y luego le dijo que ayudara a su pueblo presentándose al rey
para interceder por ellos (v. 8).

La indecisión de Ester era comprensible. Se había alzado desde el nivel de cautiva hasta una posición
elevada en el reino, como lo había hecho anteriormente José, o como Moisés en sus primeros cuarenta
años en Egipto. Sabía que cualquier acto por parte suya podría precipitar su caída. Entonces sí que no
podría ayudar a su pueblo. Es muy posible que haya razonado así (4.11).
La réplica de Mardoqueo es clásica. Le demostró que su exaltación no había sido para provecho suyo
propio sino de su pueblo. Actuar de modo egoísta no podría salvarla (v. 13). Más aun, Mardoqueo
manifiesta aquí una gran fe en Dios al declarar que el pueblo sería liberado con o sin su consentimiento
(v. 14). Las palabras « ¿Quién sabe si para esta hora has llegado al reino?», expresaban la gran fe que
tenía en Dios, que es soberano y dirige el camino de los hombres. De seguro que nada de lo que la llevó
hasta la condición de reina había sido accidental. Ester es digna de encomio por su valiente resolución
de tratar de salvar a su pueblo (vv. 15-17). Una vez más el llamado al ayuno indica que se trata de un
pueblo de fe.
Ahora seguimos nuevamente la serie de hechos que condujeron a la salvación de los judíos de manos
de su enemigo Amán.
5. La reina halló gracia ante los ojos del rey (5.2). El primer obstáculo estaba salvado, pero aún tenía
que convencer al rey de la maldad de Amán, en el que confiaba, y en la justicia de su causa. Mostrando
sabiduría, no atacó a Amán abiertamente, sino que buscó tiempo para poder llevar adelante un plan (v.
4. La invitación que le hizo al orgulloso Amán para comer con el rey y la reina, lo halagó y lo puso
fuera de aviso.
6. El rey estaba deseoso de complacer a Ester (vv. 5,6). Se ofreció a concederle su petición sin saber
siquiera de qué se trataba. Ahora también ella procedió con cautela, con sabiduría, deliberadamente,
dando tiempo a que la situación madurara. Aprendió a esperaren el Señor (5.7-8).
7. Amán, complacido de sí mismo, aumentó su ira contra Mardoqueo, sintiéndose asegurado en su
propio éxito (vv. 914). Animado por su esposa, Amán decidió prematuramente actuar contra
Mardoqueo. Si los hijos de Dios aprendieran simplemente a ser pacientes, con cuánta frecuencia Dios
trataría a sus enemigos en su propia forma.
8. El rey no pudo dormir aquella misma noche (6.1). Mientras Amán planeaba la muerte de
Mardoqueo, Dios le quitó el sueño al rey.
9. El rey decidió remediar su insomnio haciendo que le leyeran las aburridas crónicas del reino (6.1).
Este era el mismo tipo de acción que podría realizar hoy en día la persona que escogiera un libro
aburrido para que le dé sueño si está teniendo dificultad para dormirse.
10. El lugar de las crónicas que se le leyó resultó ser aquel en que estaba escrita la buena acción de
Mardoqueo en favor del rey anteriormente (6.1, 2). Habiendo tantas páginas que podía haber sido
leídas no era coincidencia que este fuera el lugar escogido.
11. Ahora también el hecho de que no se hubiera recompensado a Mardoqueo en ese momento, resultó
significativo (v. 3).
12. Amán se estaba preparando para ver al rey y contarle sobre su intento contra Mardoqueo. Esto
sucedía justo en el momento en el que el rey apreciaba más profundamente a Mardoqueo (vv.4-7).
13. Amán, en su vanidad, pensó que el rey deseaba honrarlo (v. 6). Esto lo llevó a aconsejar que el
hombre que el rey quería honrar fuera tan grandiosamente honrado como lo describió (vv. 8,9). Hubiera
sido interesante ver la cara de Amán cuando supo que era Mardoqueo a quien el rey quería honrar, y no
a él (v. 10). La profecía de su esposa y sus amigos resultó ser muy cierta (v. 13). Su mundo se hizo
pedazos rápidamente. La narración del capítulo 7 es clásica. Contiene mucho de dramático, y es
sumamente interesante.
14. La solicitud de Ester con respecto a su pueblo fue revelada (vv. 3-5). Abogó por sí misma y por su
pueblo. Solo cuando el rey le preguntó por la identidad de su pueblo fue que ella se la dio a conocer.
150
15. Amán, completamente frustrado, se vio tontamente en una posición comprometedora con respecto a
Ester ante los ojos del rey (v. 8).
16. Amán fue ejecutado en la horca que había construido para Mardoqueo (vv. 9,10).
Vemos en esta larga cadena de sucesos que Dios lo controlaba todo, y que actuó a favor de su pueblo
para salvarlo. Ninguno de estos sucesos puede ser llamado «simple coincidencia». Todo fue guiado por
la mano del Salvador, el Señor.
El resto del libro es un anticlímax. Relata cómo todos los judíos fueron aquel día librados de la
destrucción, como Mardoqueo. El versículo 3 del capítulo 10 nos recuerda los últimos días de Daniel.

XIII-. LA RESTAURACIÓN Y LA ESPERANZA FUTURA DEL PUEBLO DE DIOS

En el 530 A.C. Dios tocó el corazón de Ciro, rey de Persia, para que permitiera a su pueblo regresar a
Jerusalén y reconstruir el templo de su Dios, así como asentarse nuevamente en la tierra de Canaán. Ya
no seguirían siendo una nación independiente, ni tendrían tampoco un rey, pero estarían en su propia
tierra.
Este regreso fue sobre todo un regreso físico, porque la mayor parte del pueblo no había crecido
espiritualmente en aquellos tiempos. Su primera tarea sería reconstruir el templo, y aun así no fue
terminada sino muy lentamente, y luego que los profetas de Dios los espolearon para que lo hicieran.
Todavía tenían el mundo demasiado dentro.
El período que estudia este capítulo va desde el 538 A.C. hasta aproximadamente el 400 A.C., e incluye
1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías, Hageo, Zacarías, y Malaquías.

1. 1 y 2 Crónicas

Cuando el pueblo estaba regresando a su tierra después de más de una generación en la cautividad, sus
necesidades eran muchas. Habían vivido en medio del paganismo, y muchos de ellos habían nacido allí.
Habían estado sin templo y sin el sistema de sacrificios. También, en su mayoría, habían vivido en
aquellos tiempos sin jefatura alguna de entre su pueblo.
Ya no había más reyes que los guiaran, y la mayoría de los profetas guardaban silencio ahora. El
sacerdocio había caído en desgracia en los últimos días del reino, y la mayoría de los sacerdotes le
habían fallado completamente a Dios.
Por ello la gran necesidad que había mientras el pueblo preparaba su regreso era la de un renacimiento
espiritual. Pero este tenía que venir acompañado de un nuevo auge del respeto al sacerdocio y una
nueva comprensión del lugar y la importancia del templo y del sistema de sacrificios, pues todas esas
cosas se habían deteriorado ante los ojos del pueblo en los últimos días de Judá.
Los libros de Crónicas tienen como primer propósito recodarle al pueblo de Dios esas instituciones que
Dios le había dado anteriormente, de modo que nuevamente pudiera ser un pueblo contrito de corazón
que comprendiera la importancia de la santidad, la justicia, y el juicio. El pueblo tenía que comprender
que necesitaba a Dios y saber en qué forma debía llegarse ante su presencia, tratando el pecado de la
manera debida. Todo esto iba unido a una nueva comprensión del lugar del sacerdocio y del sistema de
sacrificios y el templo en la vida del pueblo de Dios.
Las Crónicas no son otra historia paralela a Samuel y Reyes, que simplemente dan otra narración, y
tampoco deben ser leídas junto con Samuel y Reyes. Han sido escritas separadamente con el propósito
de mostrar cómo, al tratar Dios con su pueblo, había puesto mucho énfasis en el sacerdocio, los
sacrificios, y el templo.
Por lo tanto, el hecho de que las Crónicas le presten una gran atención al interés de David en el templo
pero que no mencionen su pecado con respecto a Betsabé no es falta de honradez, como han dicho
algunos. No estaba en la intención del autor de las Crónicas simplemente contar otra historia. El pueblo
ya había leído Samuel y Reyes; no había necesidad de repetir su contenido. Las Crónicas fueron
escritas con otro propósito: hacer que el pueblo val viera a sentir respeto hacia los medios de dirección
espiritual que Dios había establecido al principio, a saber, el sacerdocio y todo lo relacionado con él.
Una vez que hubieran afianzado este respeto, el terreno para el reavivamiento espiritual que tanto se
necesitaba habría quedado preparado, y se podría construir encima.
El término «sacerdote» aparece en las Crónicas más de cien veces, más que en ningún otro libro
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excepto el Levítico. «Levita» aparece cerca de cien veces, más que en ningún otro libro sin excepción.
Esto nos puede dar una idea del tema central del libro.
1 Crónicas comienza con una genealogía que se inicia en Adán (1.1). La genealogía cubre los primeros
ocho capítulos. A continuación, el capítulo 9 trata sobre los residentes de Jerusalén después del exilio,
especialmente los sacerdotes. El resto de 1 Crónicas habla de la vida de David desde que asumió el
poder hasta su muerte.
2 Crónicas continúa la narración en este punto y presenta la vida de Salomón en los nueve primeros
capítulos. El resto del libro sigue a los reyes de Judá, desde Roboam hasta la caída y el decreto de Ciro
autorizando el regreso.
Regresemos ahora a 1 Crónicas y veamos donde está su mayor énfasis. El libro comienza con un
registro de las genealogías de Israel (caps. 1-8). El primer nombre es el de Adán (1.1). Este es
mencionado muy pocas veces en el Antiguo Testamento fuera de los capítulos del 2 a15 del Génesis.
Además de este pasaje, solo lo mencionan Deuteronomio 32.8 y Job 31.33, y posiblemente Oseas 6.7,
aunque se discute si la palabra debería ser traducida «Adán» o bien «hombre».
Su lugar aquí, al mismo tiempo que apoya su historicidad como persona, muestra que fue a través de él
como comenzó la línea de la gracia que vino por medio de Set.
El capítulo 1 sigue desde Adán a través de Set, Sem, Abraham, e Isaac, hasta Jacob, a quien se refiere
llamándolo Israel. Además de esto, se sigue a los descendientes de Jafet y de Cam así como a los de
Esaú durante varias generaciones, como en el Génesis.
Del capítulo 2 al 4:23 se presta gran atención a las genealogías de los descendientes de Judá, uno de los
hijos de Jacob, hasta David (3.1) y Salomón (3.10).
Desde 4.24 a 5.26 se trazan las genealogías de Simeón, Rubén, y Gad, incluyendo una breve narración
sobre la caída de las tribus norteñas de Rubén, Gad, y la media tribu de Manasés ante las fuerzas de
Tiglat-Pilasar (5.25, 26).
El capítulo 6, que tiene ochenta y un versículos, se dedica exclusivamente a los descendientes de Levi,
o sea, a la tribu sacerdotal, incluyendo sus deberes y las ciudades en las cuales ellos vivían en la tierra,
fijando así el lugar que les tocaba por derecho entre el pueblo de Dios.
El capítulo 7 traza brevemente la descendencia de Isacar, Benjamín, Neftalí, Manasés, y Aser.
El capítulo 8 centra su atención exclusivamente en Benjamín, probablemente porque los benjaminitas
terminaron uniéndose a Judá como un solo pueblo.
El capítulo 9 trae los nombres de algunos de los que regresaron en el primer reasentamiento en
Jerusalén después del exilio. La atención principal está dirigida en este momento a los sacerdotes que
regresaron (vv. 10-44).
El resto del libro está dedicado a la era de David (capítulos 10 al 29). Después de narrar brevemente el
fracaso y la muerte de Saúl (cap. 10) se habla de David y sus seguidores.
En los cuatro capítulos siguientes se relata en gran detalle la acción de David de traer el arca a
Jerusalén (caps. 13-16). Se le presta considerable importancia a su atención por la Ley y a la parte de
los levitas a través de este suceso (13.2, 3; 15.2, 15ss).
En 16.1-6 se recuerda cómo se guardó la ley ceremonial y se nombraron levitas para que cuidaran del
arca, una vez situada en Jerusalén.
Entonces David elevó un himno de alabanza a Dios por medio de Asaf, el jefe de los sacerdotes que
habían sido nombrados para cuidar del arca (16.7-36; cf. 16.5). En este himno se incluyen parles de los
salmos 105 (8-22); 96 (23-33), y 106 (34-36). La responsabilidad principal por la custodia del arca fue
dejada en manos de Asaf y sus hermanos (16.37-43).
El capitulo 17 habla del gran deseo de David de construir una casa permanente (templo) para el arca. El
asunto tratado aquí es similar a de 2 Samuel.
Los tres capítulos siguientes hacen un repaso de los éxitos de David en su reinado sobre Judá, sus
victorias militares, y su rectorado espiritual. Después, en el capítulo 21, se nos habla del pecado de
David, contando también en 2 Samuel 24.1-25, al querer enumerar al pueblo. El propósito principal de
narrar este suceso en particular parece ser el de preparar el camino para el extenso relato de la atención
de David a los preparativos para la construcción del templo más tarde por su hijo Salomón.
Fue el pecado de hacer un censo del pueblo lo que llevó a David a comprar el lugar del templo (21.18-
22.1). El lugar vino a ser conocido luego como Moria (2 Cr 3.1), donde Abraham había construido un
altar para sacrificar sobre él a su hijo único, Isaac (Gn 22).
Comenzando con el capítulo 22 de 1 Crónicas hasta el final del libro, se presta mucha atención a la
152
preparación de David para el templo que construiría Salomón. La presentación del asunto se hace en
22.2-5. A continuación se habla de cómo se reunieron materiales y accesorios para el edificio.
El resto del capítulo 22 contiene el encargo de David a Salomón con respecto a la construcción del
templo. Le insiste grandemente en que se entregue totalmente a la obra. David la veía como el primer
trabajo de Salomón en su reinado (22.9, 10, 14,19). También le recomendó encarecidamente a Salomón
que obedeciera la Ley dada por Dios a través de Moisés (22.12, 13).
En los capítulos siguientes, del 22 al 26, sigue una descripción detallada de los diversos oficios que les
señaló David a los levitas dentro de sus obligaciones. Solo después de hecho esto se mencionó la
organización política del pueblo (cap. 27).
Esto demuestra dónde estaba el interés principal de David: en el templo y en las leyes levíticas a él
referentes.
Los capítulos 28 y 29 contienen discursos de David sobre el templo y sus instrucciones concretas a
Salomón acerca de cómo construirlo, así como exhortaciones para que se comprometiera
espiritualmente (28.9). Se tomaron ofrendas procedentes de las tribus para pagar la construcción (cap.
29), y finalmente David oró delante de todos sobre el trabajo que sería comenzado por Salomón (29.10-
19).
El libro se cierra con una nota sobre la muerte de David y el comienzo del gobierno de Salomón
(29.22-28). Las historias mencionadas en 29.29, 3 0 son probablemente lo que nosotros llamamos los
libros de Samuel.
2 Crónicas sigue adelante recorriendo la situación después de David, prestando gran atención al reinado
de Salomón (caps. 1-9) y en especial a sus esfuerzos en la construcción del templo. El capítulo 1 habla
de su sabiduría y gloria, y después, en la parte central de esta sección, hasta 7.10, relata sus empeños en
la construcción del templo. El resto del capítulo 7 y los capítulos 8 y 9 terminan la sección sobre
Salomón, destacando el hecho de su fama. El resto del libro registra a los gobernantes de Judá, desde
Roboam hasta el último. En todos estos capítulos vemos continuamente la importancia y la atención
que se les da a los sacerdotes y al sistema de sacrificios, así como a su papel en la historia.
En el capítulo 1 se nos cuenta la adoración de Salomón en Gabaón, donde estaba el tabernáculo de
reunión, aunque el arca ya había sido trasladada a Jerusalén. Esa misma noche, el Señor se le apareció a
Salomón para prometerle sabiduría (1.7 -13).
En el pasaje de 2.1 a 7.10 leemos de los preparativos que hizo Salomón para comenzar a construir el
templo. Mucha atención se les dedica a los detalles de estructura y mobiliario. Finalmente, cuando el
templo estuvo terminado, fue llevada a él el arca (5.2-10). El capítulo 6 contiene la oración de
dedicación del templo hecha por Salomón, que aparece también en 1 Reyes capítulo 8.
Luego que la gloria del Señor hubo llenado el templo (7.1-3), el pueblo adoró allí. Entonces el Señor se
le apareció a Salomón, con promesas si obedecía y advertencias si no era fiel (vv. 11-22).
Los capítulos 8 y 9 narran el resto de la vida de Salomón, y hacen notar especialmente su fama. No
mencionan sus pecados, que acarrearon tanta desgracia en sus últimos años. La crónica de los últimos
años de Salomón ya estaba bien clara en 1 Reyes. El propósito de este libro era señalar el motivo por el
que se había construido el templo y todo lo relativo a él. El principal tema no era Salomón, sino el
templo.
Los capítulos siguientes, 10 a 36, relatan la sucesión de los reyes de Judá. Se nota que se concede la
mayor importancia al papel de los sacerdotes en esta historia.
En el reinado de Roboam, capítulos 10--12, se nos cuenta cómo los sacerdotes del norte huyeron al sur
cuando Jeroboam se apartó del culto correcto. En realidad, los sacerdotes dirigieron el camino y
sentaron ejemplo para los fieles que vivieran en el norte (11.13-17).
En el reinado de Abías (cap. 13) los sacerdotes guiaron al pueblo en oración, consiguiendo su rescate
de Dios cuando, en una ocasión, Judá era amenazado por Jeroboam de Israel (13.13-16).
Durante el reinado de Asa (caps. 14-16) se hace notar la ausencia de sacerdotes en el reino del norte y
la gran repercusión que esto tuvo sobre su estado espiritual (15.1-5).
También durante el reinado de Josafat (caps. 17-20) tienen lugar un renacimiento espiritual y una
vuelta a la fe bajo la dirección de los sacerdotes que iban por todas partes enseñando la Palabra de Dios
(17.7 -9).
Cuando Josafat fue reprendido por el Señor a través del profeta Jehú por su alianza con Acab (19.1-3),
se arrepintió y puso sacerdotes al frente de los asuntos de Jerusalén para darle una mejor orientación
(19.8- 11). Asimismo, más tarde, cuando el pueblo se vio amenazado por su enemigo Amón, Josafat les
153
pidió que tuvieran mucha fe en el Señor yen sus siervos los profetas (20.20; cf. Is 7.9; Hab 2.4; 2 P
1.19). En este momento, fueron dos cantores (sacerdotes) los que los guiaron en la adoración y la
alabanza a Dios (20.21). Luego, en el reinado de Joram, hijo de Josafat (cap. 21), comenzó una época
de perversión. En un malvado acto, Joram asesinó a todos sus hermanos, que eran rivales en su
aspiración al trono. Fue entonces cuando le llegó un mensaje de Elías advirtiéndole del juicio que
habría de venir por causa de su pecado (21.11-15). El Señor procedió a realizar los juicios que había
predicho (21.18ss). No se hace mención alguna de los sacerdotes, o de su importancia en este período
de maldad. Pero Dios estaba activo, destruyendo a los que se habían rebelado contra él y a los que
estaban infectados con la sangre de la malvada Jezabel, la esposa de Acab.
Recordemos que Joram se había casado con la hija de Jezabel y Acab, llamada Atalía (22.7, 8; cf. 2 R
8.18).
Atalía, hija de Jezabel y viuda del difunto Joram, intentó tomar el reino en sus manos. Para asegurarse
su posición, trató de matar todos los rivales y posibles rivales (22.10). Sin embargo, una de las hijas de
Joram, la esposa del sacerdote Joiada, se las arregló para esconder a un hijo de Joram llamado Joás
(22.11).
Cuando el niño tuvo siete años, Joiada el sacerdote lo presentó a los ancianos de la tierra, y Atalía fue
derrocada (cap. 23). De esta manera vemos cómo Judá y la línea de David fueron sal vados de la
destrucción por medio de un sacerdote. El mismo Joás estuvo bajo bienhechora influencia mientras
vivió el sacerdote Joiada (24.1, 2). Joás restauró el templo (24.4) y recogió fondos para pagar su
conservación (24.8).
Sin embargo, después de la muerte de Joiada, Joás se volvió a los caminos malvados de su padre
(24.17-19). Cuando Zacarías, hijo del sacerdote Joiada, le echó en cara su maldad al rey, este lo hizo
matar (24.21). Este hecho fue tan miserable que Jesús lo mencionó en su discurso sobre las maldades
de su tiempo (Le 11.49-51).
En su reinado, el hijo de Joás, Amasías (cap. 25), comenzó siendo un buen rey, pero más tarde indujo al
pueblo a la idolatría (2501 4ss). También él fue castigado con la muerte a manos de conspiradores
(25.27).
El reinado (cap. 26), de Uzías fue bueno. Este rey trató de agradar al Señor, siendo influido por la vida
y el martirio de Zacarías, hijo de Joiada el sacerdote (26.5). Pero también él se volvió vanidoso y como
lo había hecho Saúl, el primer rey, usurpó deberes sacerdotales (26.16). Por este motivo, fue castigado
severamente. Notemos cómo los sacerdotes de esa época eran fieles guardianes de las cosas de Dios
(26.17, 18). Por causa de su pecado Uzías contrajo lepra para el resto de su vida (26.20).
Jotam, el sucesor de Uzías, tenía miedo de entrar en el templo luego de la experiencia de su padre
(27.2). Según parece, simplemente dejó todos los asuntos religiosos en manos de los sacerdotes. Por
esta causa su hijo Acaz fue un escéptico en materia religiosa que no mostró deseo alguno de seguir al
Señor (cap. 28). Durante su reinado llevó a cabo una alianza con Asiria y la contrató para combatir a
Siria e Israel, el reino del norte, que eran sus enemigos (28.16ss).
Por razón de su preocupación por las cosas del Señor, el reinado de Ezequías, el hijo de Acaz, ocupa
los cuatro capítulos siguientes. Él fue el que llamó a los levitas para que limpiasen el templo (29.5),
hecho que quedo debidamente anotado (29.12). El sistema de sacrificios fue restaurado (29.24), Y los
levitas fueron devueltos a sus deberes, como en los días de David (29.25, 30). Fue una época de
verdadero reavivamiento espiritual (29.31 ss.) y asimismo de evangelismo. En los días de Ezequías se
envió un mensaje al norte, invitando a los que vivían en Israel a unirse a los de Judá en el verdadero
culto al Señor (30.5, 6). Esto sucedió poco antes de la caída de Samaria, y fue la última oportunidad
que tuvieron los hijos de Dios que había en el reino del norte para unirse a los del sur (30.13-16). Aquí
también observamos el papel clave que juegan los sacerdotes (30.26, 27). Todo el capítulo 3] está
dedicado a las leyes referentes a las ofrendas y los diezmos.
Los reinados de Manasés y Amón fueron en su mayor parte malvados (cap. 33). Por ello, no se nota
actividad sacerdotal durante ese período. Después, con los capítulos 34 y 35, tenernos nuevamente el
reinado de un buen rey: Josías, el biznieto de Ezequías. Este también llamó a los levitas y sacerdotes
para que ayudaran a limpiar y reparar el templo (34.9, 12,14).
Después de la muerte prematura de Josías (35.24) se suceden cuatro reyes, todos los cuales hicieron el
mal. Y no solo ellos sino que también los sacerdotes se apartaron de Dios (36.14). Con su caída
comenzó la caída de toda la ciudad de Jerusalén y la cautividad de Babilonia (vv. 19,20).
El libro termina hablando del decreto de Ciro que permitía a aquellos de Judá que lo quisieran regresar
154
a Jerusalén para reconstruir el templo (36.22-23).
De manera que vemos que el mensaje central de las Crónicas es que cuando los sacerdotes son fieles, y
los reyes y el pueblo siguen su dirección espiritual, el pueblo de Dios es bendecido. Pero en los años en
que se descuidan los asuntos sacerdotales, o se es indiferente a la Ley de Moisés, surge el mal para
causarle grandes sufrimientos al pueblo de Dios.
Crónicas, pues, fue escrito para mover los corazones de los hijos de Judá a volver a los fundamentos
antiguos que habían sido puestos por Moisés mucho tiempo atrás. Estos fundamentos están en la fe en
la Palabra completa de Dios y siguen siendo el único medio válido por el que el pueblo de Dios podrá
regresar verdaderamente a una relación correcta con su Dios.
2. Esdras

El libro de Esdras es una continuación de 1 y 2 Crónicas. Comienza donde Crónicas termina, en el


decreto de Ciro, fechado en 539 A.C. (Esd 1.1; cf. 2 Cr 36.22-23). En Esdras 1.3, 4 encontramos
algunas palabras adicionales que no aparecen en la relación de Crónicas, y que nos hablan de la manera
en que fueron cubiertos los gastos del regreso.
Después de la relación del decreto dictado por Ciro, el libro de Esdras se divide fácilmente en dos
partes básicas: el primer regreso, bajo las órdenes de Sesbasar y Zorobabel (1.5 a 6.22) y el segundo
regreso, al mando de Esdras (caps. 7 a 10). Estos dos sucesos estuvieron separados entre sí por un
período de unos ochenta años.
En la relación del primer regreso se nos habla primeramente de la acogida favorable que el decreto de
Ciro tuvo en el pueblo de Dios (1 .5-11). También aquí notamos la importancia que se le da al
sacerdocio ya su papel en el regreso (v. 5). La iniciativa, tanto para la proclamación de Ciro, como para
la buena respuesta del pueblo partió del Señor (vv. 1,5). Entre las cosas que se llevaron de vuelta a
Jerusalén estaban los vasos que Nabucodonosor había tomado del templo, y que Belsasar había
profanado (v. 7; cf., Dn 5.2ss).
Sesbasar, mencionado como el jefe del regreso (v. 8), fue rápidamente eclipsado por Zorobabel, ya sea
porque muriera, o porque estaba anciano e incapacitado para gobernar. Desaparece rápidamente de la
escena. En el capítulo 2 aparece una lista de las familias que regresaron. De nuevo podremos notar que
se les presta considerable atención a los levitas (vv. 36ss). Algunos que afirmaban ser de familia
sacerdotal no pudieron probarlo, por lo que no se les permitió ejercer las funciones sacerdotales (vv.
64,63).
La lista de los que regresaron a Jerusalén comprende un total de 42.360, además de 7.337 sirvientes
(vv. 64,65).
Cuando llegaron, muchos de ellos entregaron gustosamente de sus posesiones para restaurar el templo
(v. 68). Notamos aquí un espíritu favorable a la donación que es elogiado por Dios (cf. Ex 35.29; 2 Co
9.7). Una vez más los levitas aparecen como personas significativas entre los que regresan (v. 70).
El capítulo 3 narra el reinicio del sistema sacrificial y otras leyes relativas a la Ley de Moisés (vv. 1-7).
En al año segundo después del regreso comenzaron a reconstruir el templo. Esto tendría lugar sobre el
537 A.C. (v. 8). En ese momento ya se veía claramente a Zorobabel como el jefe. La supervisión de las
labores de construcción corría a cargo de los levitas (v. 8). El sacerdote Jesuá estaba al frente de todo
(v. 9). Todo fue hecho de acuerdo con la ley levítica y tal como había indicado David (v. 10; cf. 1 Cr
6.31).
Las emociones confusas de muchos, que notamos ahora al comenzar los trabajos, reflejan la
preocupación de que esta casa no pudiera igualar la gloria del templo de Salomón (vv. 12-13). Más
tarde Hageo se encargará de este pesimismo (Hag 2.3-9).
En el capítulo 4 se empieza a ver cómo se levanta una oposición externa a la obra que los judíos
estaban haciendo. Los que se oponían eran los habitantes de la tierra, los samaritanos que habían estado
radicando en Canaán desde los días de la conquista de Samaria por los asirios (4.2). De estos pueblos se
nos habla en 2 Reyes 17.24-41. Se los describe como personas que temían al Señor y servían a sus
propios dioses (2 R 17.32, 41). Se asentaron en aquella tierra con una religión sincrética: una amalgama
de paganismo y culto a Jehová.
Su oferta de ayudar a los judíos era en realidad la de llegar a una componenda. Zorobabel y Jesuá
hicieron bien en rechazarlos (v. 3).
Evitaron el error de Josué que llevó a tanta transigencia cuando Israel entró en Canaán (Jos 9.3-27; cf.
Jue 1.27, 28, 32,33; 2.13). Sin embargo, el rechazar la componenda les costó que sus enemigos
155
intentaran interferir en todo 10 que hadan. Cuando nos ponemos firmes ante los enemigos de Dios,
estamos atrayéndonos el ruego de Satanás y de su simiente (vv. 4-5).
La mención del nombre de Asuero (v. 6) suscita un problema para nosotros. No está claro quién haya
sido el Asuero que se menciona aquí. Las cronologías seculares nos dicen que Ciro gobernó hasta el
530 A.C. Después de él reinó Cambises hasta el 522, y más tarde Darío I hasta el 486 A.C. El Asuero
que conocemos es el de Ester 1.1, que era conocido también como Jerjes. Este no gobernó sino hasta el
486 A.C. La mención de él que se hace aquí estaba simplemente relacionada con la resistencia
continuada hasta los días de su reinado (486 A. C.), o sea, más de cincuenta años.

El Artajerjes del versículo 7 es conocido en la historia secular como Cambises, y gobernó, como
indicamos anteriormente, desde la muerte de Ciro en el 530 A.C. hasta el 522 A.C. Durante su reinado,
los enemigos de los judíos que estaban en Jerusalén se hicieron lo suficientemente fuertes como para
poder detener el trabajo en el templo. Le escribieron al rey Cambises (Artajerjes) en arameo (sirio),
como se escribían todas las cartas oficiales (v. 7).
Aquí las Escrituras citan extensamente la carta, y a partir de este punto, como en Daniel, están en
arameo (vv. 8-6.18). Puesto que toda esta sección contiene mucha correspondencia entre el rey y otros
oficiales, y se refiere a los procedimientos oficiales con respecto a los judíos, es comprensible que toda
la sección esté en arameo. Después, al comenzar a enfocar la atención una vez más en el culto y la
conducta del pueblo de Dios, a partir de 6.19, se vuelve a usar el hebreo.
La carta era una acusación contra los judíos. Torcía los hechos, acusándolos de ser rebeldes e intentar
construir de nuevo los muros para tener independencia del rey de Persia. En resumen, se les acusaba de
traición (4.12, 13,16). Al insinuar que su interés estaba puesto en el rey, los escritores buscaban de él
una respuesta favorable a su solicitud de que el trabajo en la ciudad fuese detenido (vv. 15,16).
Aunque habían mentido respecto a la actividad de los judíos, sus mentiras tuvieron éxito y lograron que
los trabajos del templo fueran detenidos (v. 24).
En el 522 A.C. subió Darío al poder en Persia. Ya hacía algún tiempo que el trabajo en el templo había
cesado. Allí permanecía inconcluso, mientras los judíos se ocupaban de sus propias casas y de sus
asuntos.
Era importante para la gloria de Dios que el templo fuera terminado, y también para el bien de los
judíos. El templo representaba la presencia de Dios en su pueblo y señalaba el camino al trabajo
acabado de Dios a favor del mismo. Dios a través de Ezequiel había prometido darles un nuevo templo
(corazón), como recordaremos (Ez 36,37). Por tanto, la reconstrucción del templo simbolizaba la fe del
pueblo en la fidelidad de Dios en el cumplimiento de sus promesas. Dejarlo sin terminar sería una
expresión de indiferencia con respecto a la obra de Dios que tanto necesitaban.
Aprovechando sin duda la ocasión de la muerte de Cambises, se levantaron dos profetas para instar al
pueblo a seguir construyendo el templo. Hageo y Zacarías escribieron mensajes que estudiaremos
posteriormente (5.1). Su labor fue efectiva, y Zorobabel y Jesuá comenzaron nuevamente el trabajo del
templo (v. 2).
Los hombres de Darío encontraron el decreto de Ciro relativo a la casa de Dios en Jerusalén (6.1-5).
Por lo tanto, la respuesta de Darío a las autoridades de Jerusalén fue sumamente favorable a los judíos.
No solo permitió que trabajaran nuevamente sino que ordenó que se les diera ayuda económica (vv.
7,8). El deseo de que oraran a favor del rey recuerda las palabras de Dios a Jeremías anteriormente, con
respecto a los exiliados de Babilonia (Jer 29.7; cf. Esd 7.23; Ro 13.1-7; 1 Tim 2.1, 2). La carta fue muy
efectiva para detener a todos los enemigos de los judíos y hacer que no siguieran interfiriendo (v. 11).
Así fue terminada la obra por bendición de Dios y concluido el templo (v. 14). La fecha de su
conclusión, año sexto de Darío (v. 15), ha de haber sido alrededor del 516 A.C. Les había tomado unos
veinte años, y había sido la obra principal de la vida de Zorobabel y de Jesuá.
Una vez más vemos centrar el interés en la rectoría del sacerdocio cuando los sacerdotes dirigen al
pueblo en la adoración correcta, de acuerdo con la Ley de Dios (vv. 19-22). El uso del nombre Asiria
(v. 22) refleja simplemente el hábito de llamar a la región por su antiguo nombre, como hoy en día nos
pudiéramos referir a Zaire llamándolo «el Congo»
Así termina la relación de la actividad de Zorobabel y de los que estaban con él. En el capítulo 7
comenzarnos la segunda mitad del libro de Esdras acerca del trabajo del sacerdote Esdras al hacer que
el pueblo regresara espiritualmente al Señor (caps. 7-10).
Pasaron unos cincuenta y ocho años entre los sucesos del capítulo 6 y los del capítulo 7. En el
156
entretiempo, es de suponer que todos los jefes espirituales de la época anterior hubieran muerto, y el
pueblo en su vida había regresado a la práctica de los matrimonios con extranjeros que amenazaba la
misma continuidad de un pueblo de Dios identificable, como había pasado tantas veces anteriormente.

En la época de Artajerjes de Persia, Dios levantó de entre los exiliados un grupo de creyentes dirigidos
por Esdras, quien es descrito como un escriba conocedor de la Ley de Moisés (7.6). Era el año séptimo
de Artajerjes, que sería alrededor del 458 A.C. (v. 7).
Esdras puede ser comparado a Daniel en que dispuso su corazón para servir al Señor (v. 10; cf. Dn 1.8).
Encontrarnos este propósito triple: buscar (aprender) la Ley de Dios; obedecerla, y enseñarla.
También es Esdras comparado con frecuencia a Moisés, y en muchos aspectos es considerado como
otro Moisés, por lo buen conocedor de la Ley que se había hecho y por su entrega a la misma. Su
sometimiento a la Palabra de Dios es muy similar a lo que Pablo quería para la vida de Timoteo (2 Tim
2.2).
La larga carta de Artajerjes está también en arameo (vv. 1226). Es una carta de recomendación que
garantizaba a Esdras una libertad y un poder considerables (vv. 21,22).
Nuevamente notamos el deseo del rey persa de ganarse el favor de todos los dioses (v. 23; cf. 6.10).
Vemos también una vez más que se le concede gran importancia al sacerdocio en el regreso de Israel a
su Dios. El propio Esdras era un sacerdote que descendía de la línea de Aarón, Eleazar, y Finées (vv. 1-
5). Entre los que fueron con él se hallaban en primer lugar los sacerdotes (v. 7). Se les había prometido
una protección especial a los sacerdotes que lo acompañaran (v. 24).
En esta carta también se nos brinda una visión de la justicia persa y los niveles o grados de castigo que
contemplaba: muerte, destierro, confiscación de bienes, o prisión (v. 26).
Después de una corta genealogía de las cabezas de familia que acompañaban a Esdras (8.1-14),
tenernos una narración del propio Esdras sobre el viaje de regreso a Jerusalén. Cuando no encontró
levitas entre los que iban con él, mandó a buscarlos (vv. 15-20).
El deseo de Esdras de regresar sin escolta alguna de los hombres del rey era también un deseo de
glorificar a Dios y expresar su gran fe en él (v. 22). Su fe fue recompensada (vv. 33,34).
Después de su llegada, Esdras tuyo que enfrentarse inmediatamente con esa continúa amenaza a la
integridad del pueblo de Dios que eran los matrimonios con extranjeras (9.1, 2). La reacción de Esdras
fue la de un hombre auténticamente devoto que se lamentaba de los pecados del pueblo (v. 3; cf. Mt
5.4).
Discurriendo sabiamente, no comenzó con una reprensión abierta sino por averiguar quiénes estaban
sujetos a la autoridad de la Palabra de Dios y quiénes deseaban obedecer al Señor (v. 4). Con estos se
reunió para orar (vv. 5ss).
Esdras no actuó en forma santurrona en este asunto sino que en sus oraciones se incluyó a sí mismo en
el pecado y la culpa de su pueblo al hablar «nuestras iniquidades» (v. 6). Reconoció que la su-
pervivencia de un remanente hasta ese momento de la historia, se debía únicamente a la misericordia de
Dios, y no a sus merecimientos (v. 8; cf. Is 1.9). Expresó después su profundo agradecimiento al Señor
por todo lo que había hecho por aquel pueblo (v. 9). En medio del desánimo, era capaz de ver muchas
cosas por las que había que estar agradecidos. Su motivo principal de preocupación eran los ma-
trimonios con extranjeras, y en ellos se centró su petición: que el mal que había sido hecho fuera ahora
deshecho (vv. 13-15).
En esta acción y oración de Esdras podemos ver un ejemplo excelente de conductor espiritual. Los
pastores de las congregaciones podrían aprender mucho imitando la paciencia, la mansedumbre, y la
humildad de este hombre. Esto les serviría para ir muy lejos en la erradicación de la maldad que haya
en cualquier congregación.
Cuando Esdras y aquel grupito de devotos se reunieron en oración, hubo otros que se les unieron
(10.1). El verdadero renacimiento espiritual estaba comenzando a hacer efectos. El pueblo era guiado al
arrepentimiento (vv. 2,3). Primeramente, los guías espirituales se comprometieron a obedecer a Dios
(v. 5); y después llamaron al pueblo para que rectificara las equivocaciones cometidas (vv. 6ss).
Cuando el pueblo se reunió, su fe fue probada. Se enfrentó con cambios grandes y radicales que lo
hicieron temblar en su interior. Después de esto, comenzó a llover mientras esperaban las orientaciones
de Esdras (v. 9).
Esdras llamó a una decisión que estuviera de acuerdo con la confesión de sus pecados. Deberían
separarse de sus esposas extranjeras (v. 11). Si esto parece radical es porque lo que estaba en juego era
157
la continuidad misma de la simiente sana. Dios les había advertido siempre contra el matrimonio con
los no creyentes.
Debido a la enormidad de la tarea ya la recia lluvia que caía, el pueblo decidió nombrar un comité para
que estudiara todo el problema (vv. 12-14). Hasta donde yo haya podido averiguar, este es el único
respaldo bíblico para la práctica tan extendida de los tribunales eclesiásticos de hoy día para nombrar y
estudiar asuntos de negocios en comités.
Entre los que estaban casados con extranjeras había numerosos sacerdotes y levitas. Con estos se trató
primero el asunto (vv. 18-24), y después con los demás (vv. 25-44). El libro termina así con una
relación expresa de la acción del pueblo para respaldar su compromiso verbal.
3. Nehemías

Trece años después de que Esdras hubiera ido a Jerusalén, Nehemías recibió en Babilonia mensaje de
que las cosas no estaban marchando bien entre los exiliados que habían regresado (1.1-3). Como lo
había hecho Esdras, Nehemías hizo duelo por la situación y confesó sus pecados y los de ellos ante
Dios (vv. 4, 6,7). Al igual que muchos anteriormente, recordaba en esos momentos la gran revelación
que Dios había hecho de sí mismo (Ex 34.6-7), y basado en ella, suplicaba la misericordia divina (vv.
5,8). En forma especial, apelaba a las promesas del Deuteronomio (v. 9; cf. Dt 30.4).
La posición de Nehemías en el gobierno persa era encumbrada.
Como copero del rey (v. 11) debe haber sido uno de sus siervos de mayor confianza, y probablemente,
uno de sus consejeros. La tristeza de su semblante fue notada por Artajerjes (2.2). Cuando Dios abrió la
puerta, Nehemías estaba listo. Después de una rápida oración (v. 4) solicitó regresar por algún tiempo
para ayudar a su pueblo. Evidentemente, a diferencia de la mayoría de los que regresaron, no tenía la
intención de mudarse permanentemente sino de hacer un viaje, una misión para satisfacer una
necesidad específica de Jerusalén. Una vez más notamos cómo Dios movía los corazones de los reyes
para que hicieran su voluntad (v. 8; cf. Prov. 21.1).
Hay dos partes principales en el libro de Nehemías: la primera es la reconstrucción del muro, la gran
necesidad que comprendió Nehemías cuando todavía estaba en Sus a (v. 9; 6.19); y la segunda, la
reconstrucción espiritual del pueblo, la gran necesidad que él, junto con Esdras, vio después de llegar a
Jerusalén (caps. 8-10). El ministerio de Nehemías se centra en estas dos grandes obras.
Como sucedió con Zorobabel en el primer regreso, pasó con Nehemías también; tan pronto como llegó,
se alzaron enemigos que quisieron oponerse a sus esfuerzos (v. 10). Nehemías, al igual que Esdras,
demostró ser un caudillo de calidad y sabiduría al no declarar abiertamente su actitud. Lo que hizo fue
reunir a unos pocos con los cuales compartió su preocupación (vv. 11-12; cf. Esd 9.4). Dirigió a los
hombres en el comienzo de la reconstrucción de las murallas (vv. 17,18). Nehemías demostró tener
gran fe al comenzar la obra no obstante el ridículo que les lanzaban sus enemigos (vv. 19-20).
El capítulo 3 relata los detalles de la construcción. Fue una obra bien planeada y sabiamente llevada a
cabo, en la que cada hombre tenía que preparar la parte de muralla más cercana a su casa, con lo que se
aseguraba que cada uno de los segmentos sería hecho cuidadosamente (3.28).
Los capítulos del 4 a16 detallan algunos de los problemas con los que se encontraron los decididos
constructores. Los primeros problemas eran externos y provenían de sus enemigos (cap. 4).
Primero fueron puestos en ridículo (vv. 1-3). Nehemías llevó todo esto a Dios en oración (vv. 4-5). El
pueblo fue alentado por Dios, y continuó construyendo, a pesar del ridículo (v. 6).
Después sus enemigos probaron con la fuerza y las amenazas (vv. 7-8). Nuevamente el pueblo oró (v.
9), y esta vez Nehemías contestó a la fuerza con la fuerza y armó a su gente para que se protegieran a sí
mismos (vv. 10-14). Animó al pueblo a base de exhortaciones a no retroceder delante de los enemigos
(vv. 14,20).
También hubo problemas que surgieron en el interior del campamento de Israel (cap. 5). Entre los
judíos, los ricos se estaban aprovechando de los pobres (vv. 1-5). Los pecados antiguos del siglo octavo
y el séptimo estaban reapareciendo. Nehemías se sintió profundamente turbado (v. 6).
Estos pecados estaban prohibidos estrictamente en la Ley de Dios (v. 7; cf. Ex 22.25; Lv 25.36).
Vemos aquí la aplicación de la Ley de Dios a una situación muy real (v. 8). La decidida exhortación de
Nehemías a obedecer a Dios obtuvo el efecto deseado (vv. 9-12). El pueblo se estaba volviendo ya más
sumiso a la Ley de Dios.
Es importante notar que Nehemías, quien había sido nombrado gobernador, supo dar en sí mismo
ejemplo a su pueblo (vv. 10,1419). La oración que repite Nehemías de que Dios lo recordará por la
158
justicia que había hecho, no era una expresión de justicia por obras sino de justicia que producía buenas
obras (v. 19). Su continuo deseo, como en el caso de otros que hemos estudiado, era que Dios recibiera
toda la gloria.
Cuando las murallas estaban casi acabadas, los enemigos de los judíos intentaron una vez más detener
la obra. Esta vez trataron de hacerlo por medio del engaño (6.1-14). Sanbalat intentó primeramente
desviar a Nehemías de su labor para hacerle daño separado de los otros judíos (v. 2). La entrega de
Nehemías a la obra que el Señor le había encargado que hiciera lo salvó de esta malvada maquinación
(v. 3).

Después, los enemigos amenazaron con hacer suspender la obra a base de cartas a los altos oficiales
(vv. 6,7). Tampoco esto tuyo resultado (vv. 8,9).
Por último trataron de llegar a Nehemías a través de un amigo convertido en traidor (vv. 10-14). Una
vez más Nehemías, con sabiduría, evitó sus intentos de atraparlo en componendas, y las murallas
fueron terminadas (v. 15). El impacto sobre todos sus enemigos fue grande, y para la gloria de Dios (v.
16).
El capítulo 7 hace referencia a la genealogía, que es de suponer sea la mencionada en Esdras 2.1-70
(v.5). Habían pasado muchas décadas desde aquel primer regreso, y se imponía una renovación de la
genealogía. Otra vez se puso de relieve en forma especial a los levitas y sacerdotes que se hallaban
entre los que regresaron a Jerusalén (vv. 39-56,73).
Después de terminar el trabajo, la preocupación se dirigió a la reconstrucción espiritual del pueblo
(caps. 8-10). Esta vez el caudillo era Esdras (8.1). Esdras, el escriba conocedor de la Ley de Dios,
estaba listo para esta ocasión, y leyó y enseñó al pueblo día tras día (vv. 2-8). Encontrarnos varias cosas
interesantes aquí. Primero, vemos el respeto del pueblo por la Ley de Dios, en que permanecieron
atentos escuchándola durante varias horas al día (vv. 3-5). Segundo, Esdras leyó y habló desde algo
muy similar a los púlpitos nuestros de hoy en día (v. 4). Tercero, no solamente se leyó la Palabra sino
que también fue explicada (v. 8).
Aquí vemos lo que sin duda se convirtió en la práctica ordinaria de las sinagogas en aquellos días y
posteriormente. En los tiempos de Jesús se seguía un esquema similar (Le 4.16-22; cf. Hch 13.14-42).
Como resultado de la enseñanza de la Palabra de Dios, el pueblo quiso ser hacedor de esa Palabra,
guardando sus leyes (vv. 13,18).
Finalmente, llegaron a un momento de confesión pública ante Dios (cap. 9). En este renacimiento,
fueron los levitas los caudillos espirituales (vv. 4-5). Dirigieron al pueblo en grandes oraciones de
confesión (vv. 5-38).
Esta oración es digna de ser estudiada cuidadosamente, puesto que muestra cómo un pueblo de Dios,
enseñado por la Palabra de Dios, llegó a tener un corazón quebrantado y contrito. Comenzaron
alabando a Dios, de acuerdo con la revelación que había hecho de sí mismo: Creador y Vivificador (v.
6); el que escogió a su pueblo a través de Abraham (v. 7); el que hizo un pacto eterno con su pueblo.
A continuación sigue en la oración una larga revisión de la forma misericordiosa en que Dios trata a su
pueblo, a pesar de su condición pecadora y su dureza de entendimiento (vv. 9ss). Su esperanza seguía
descansando en la revelación que él había hecho de sí como dispuesto a perdonar y lleno de
misericordia (vv. 17-31, cf. Ex 34.67). Al final hacían la petición de que Dios los ayudara, y se
comprometían a un pacto firme con Dios, y a obedecerlo (v. 38). Nuevamente se destaca la rectoría de
los levitas y sacerdotes (v. 38).
El capítulo 10 contiene la lista de los que firmaron el pacto en representación de todo el pueblo (vv. 1-
27) Y el contenido de dicho pacto (vv. 28-31). Después de esto siguieron adelante con hechos que
reflejan su intención de obedecer la Ley de Dios (vv. 32-39).
Los capítulos 11 y 12 contienen principalmente el censo de los sacerdotes y su establecimiento en
puestos de jefatura entre el pueblo, así como provisiones para su distribución.
El capítulo 13 contiene el relato de la rectificación de cuantas prácticas seguían existiendo entre el
pueblo que no estaban de acuerdo con la Ley de Dios. Un ejemplo es la disciplina impartida al
sacerdote Eliasib por permitirle al amonita Tobías vivir en el patio del templo (v. 7).
Otro ejemplo de abuso de la Ley estaba en los que no les entregaron a los levitas las porciones que se
les debían (vv. 10-14).
Aun otra violación: el sábado (vv. 15-22). Recordaremos cómo los profetas habían puesto énfasis en la
importancia de observar esta ley (cf. Is 56.1ss; 58. 13ss).
159
Pero todavía quedaban algunos que se estaban casando con extranjeras (vv. 23-24). Nehemías los trató
como una amenaza para el futuro del pueblo de Dios (v. 25). Les mostró a Salomón como un mal
ejemplo en este asunto, que había acarreado mucho sufrimiento (vv. 26-27).
Todos aquellos cuyo estilo de vida estaba descendiendo en alguna forma fueron disciplinados (v. 28).
El trabajo de Nehemías había terminado. Ciertamente había sido fiel al Señor, y para Esdras el escriba
había resultado un valioso aliado y un poderoso auxiliar en el cumplimiento de su tarea espiritual (vv.
29-31).

4. Hageo

Hageo y Zacarías fueron dos profetas mencionados en Esdras 5.1 en la época de Zorobabel. Fueron
levantados por Dios para sacudir al pueblo y hacerlo reiniciar la construcción del templo en
los días de Darío 1 de Persia. El año segundo de Darío sería alrededorde1521 A.C.
El mensaje del profeta va dirigido a los líderes responsables de la reconstrucción del templo: Zorobabel
y Josué (1.1).
Evidentemente, después de la muerte de Cambises, rey de Persia, quien había detenido la construcción,
los judíos no volvieron a intentarlo. En los años en los cuales les había sido prohibido construir se
habían vuelto demasiado preocupados por otras cosas. Esta actitud los llevó a dejar la construcción
indefinidamente pospuesta (v. 2).
Pero era una deshonra para el nombre de Dios ante el mundo pagano que su pueblo viviera en hogares
terminados mientras que la casa del Señor yacía en ruinas o sin terminar (v. 4).
Por esto, el Señor le pide al pueblo que considere sus caminos (v. 5). Esta fue la base del mensaje de
Hageo.
El problema con el que se enfrentaba era que la casa de Dios seguía sin terminar. Día tras día, al ir los
judíos a sus labores, a los campos o a sus casas, pasaban junto a los desechos del templo. Ese templo
había significado para ellos la presencia misma de Dios, y la representación de cómo deberían ellos
acercarse a él. ¿No les había prometido Dios por medio de Ezequiel que los traería de vuelta a un nuevo
templo? ¿Importaba realmente que este templo permaneciera en ruinas?
La respuesta estaba en que recapacitaran en su manera de vivir, sus caminos (vv. 5-7). Ciertamente, el
pueblo estaba trabajando duro en sus campos y en sus casas, pero esto no lo llevaba a ninguna parte.
La solución a su problema estaba en poner a Dios primero en sus vidas. Si consentían en reiniciar su
primera empresa, y el propósito principal por el que regresaron a Jerusalén (vv. 8-9), Dios los
bendeciría y no les enviaría más sequías como las que tanto los habían dañado últimamente (vv. 10-11).
Es la sencilla lección de aprender a poner a Dios en primer lugar (Mt 6.33).
El mensaje de Hageo surtió efecto (vv. 12-15). El pueblo reanudó la construcción y el templo fue
terminado. Este pueblo estuvo espiritualmente alerta a la voz de Dios, y obedeció. Y el Señor le
aseguró una vez más que él estaba realmente con él (v. 13).
El resultado de su empeño por poner a Dios y a su voluntad en primer lugar fue que el Señor fue
glorificado (2.1-9). Hubo algunos que aún recordaban el antiguo templo (v. 3; cf. Esd 3.12). Sus
emociones chocaban entre sí, puesto que el nuevo templo no podía igualarse en esplendor al anterior.
El peligro está a en que esta nueva casa fuera despreciada (v. 3). Sin embargo, así como sucede con los
hombres, sucede con los templos: los hombres miran el exterior, pero Dios mira más adentro.
El Señor le aseguró a Zorobabel que él estaría con su pueblo (v. 4), y que llenaría su templo con gloria
(v. 7). No fue la cantidad de plata ni de oro lo que lo hizo glorioso, sino la presencia y la bendición de
Dios (v. 8; cf. Mt23.16-22).
Se le exigió al pueblo una vez más que aprendiera la lección de que a Dios no le glorificamos con
nuestras buenas obras, es decir, con lo que podamos hacer por él. En realidad, nuestras obras y nuestros
esfuerzos son totalmente ineficaces. Son impuros (vv. 1014; cf. Is 64.6). Lo que se requiere para
glorificar a Dios es que su pueblo se arrepienta y se vuelva a él, poniéndolo en el primer lugar y
reconociendo la necesidad que tiene de él (vv. 17,18). Solo entonces, cuando Dios sea el primero en sus
corazones, las obras podrán ser llamadas buenas obras que dan gloria a Dios (ver Mt 5.16; Ef. 2.8,
9,10). Cuando el pueblo hubiera puesto a Dios primero, entonces Dios comenzaría a bendecidos, y
ciertamente el nombre de Dios sería glorificado ante todo (v. 19).
El mensaje de Hageo concluye con una promesa relativa a Zorobabel (vv. 20-23). Aquí se ve a
160
Zorobabel como un símbolo que hace Dios de la reconstrucción de su reino (v. 33). Al final, el Señor
destruirá a todos los enemigos de Israel, a los reinos de este mundo (2.21-22), tal como había
prometido a través de Daniel, y exaltará el remanente de su pueblo, personificado en la jefatura
obediente de Zorobabel (cf. 1.14).
Así, en el espacio de tres meses (ver 1.1, 15-2.10, 20), Hageo terminó su labor de profetizar la Palabra
de Dios al pueblo, pero la Palabra fue efectiva para lograr que el templo fuera terminado y que el
nombre de Dios fuera glorificado.

5. Zacarías

Zacarías fue contemporáneo de Zorobabel y de Hageo. También él fue suscitado para instar al pueblo a
seguir reconstruyendo el templo en el año segundo de Darío (1.1). Sin embargo, su mensaje es bastante
diferente en estilo yen contenido del de Hageo. Su escrito contiene mucho material apocalíptico
(escritura simbólica), como sucede con los libros de Ezequiel y Daniel en el Antiguo Testamento y
Apocalipsis en el Nuevo.
Este libro se divide básicamente en dos partes. La primera contiene las visiones mostradas a Zacarías
para que llame al pueblo a realizar la labor de la reconstrucción (1.7--6.8). A continuación, en la
segunda mitad (6.9-14.21), encontrarnos sobre todo profecías dadas a Zacarías para que le diga al
pueblo de Dios que tenga esperanza con respecto al futuro. El ministerio de Zacarías cubrió más tiempo
que el de Hageo, pues llegó por lo menos al año cuarto de Darío (7.1).
El mensaje de Zacarías comienza con una lección del pasado (1.2-6). Como había hecho Hageo,
Zacarías llama al pueblo a regresar al Señor, es decir, a ponerlo en primer lugar en sus vidas (v. 3; cf.
Hag 2.17-18). Antes del exilio, los padres no habían aprendido esa lección (vv. 2,4) y habían sufrido
amargas consecuencias (v. 6). Esencialmente, Zacarías, como Hageo, los estaba llamando a considerar
sus caminos; él los trataría en consecuencia (v. 6).
Después de esto Zacarías habla de una serie de visiones y revelaciones que se le dieron para conmover
al pueblo y llevarlo a una entrega mayor al Señor (v. 7-6.8).
La primera visión fue la de un hombre en un caballo alazán (vv. 7-17). El caballo alazán y los demás,
explica el profeta, son enviados por el Señor para que caminen sobre la tierra (v. 10). En Apocalipsis
6.1-8 hay una visión similar de caballos. Allí el mensaje está relacionado aparentemente con las fuerzas
de la historia desatadas sobre la tierra. Aquí podría significar 10 mismo. Los caballos sugieren ejércitos
conquistadores, como ya hemos visto en muchos profetas (cf. 112.4ss). El ángel parece interpretar la
visión como un símbolo de la aflicción que había oprimido a Israel en los últimos setenta años, esto es,
en el período de la cautividad (v. 12).
En este momento el Señor le presenta a Zacarías el mensaje tranquilizador de que ahora quería el bien
para su pueblo (vv. 13ss). Al igual que había hecho por medio de otros profetas (Isaías, Jeremías,
Ezequiel), ahora expresa también su disgusto con naciones como Asiria y Babilonia, Edom y Moab, y
otras que no habían tenido misericordia en sus tratos con su pueblo, que él había querido que fuera
castigado pero no con la severidad con que esos pueblos paganos habían tratado a Jerusalén.
Por esta razón era ahora importante que Dios le mostrara su misericordia a su pueblo y lo restaurara a
una relación correcta con él (v. 16). Por 10 tanto, era también importante que el templo, el símbolo de
la presencia y la bendición de Dios en medio de su pueblo, fuera terminado (v. 16). Una vez más el
pueblo de Dios tendría una herencia (tal es el significado del «cordel colocado sobre Jerusalén»; cf. Jer
31.38-39). Las palabras dichas por Isaías al pueblo de Dios mucho tiempo antes serían hechas realidad.
La segunda visión (vv. 18-21) es la de los cuatro cuernos y los cuatro carpinteros. Enseña
prácticamente lo mismo que vimos en la primera. Dice claramente en forma simbólica que las fuerzas
que trajeron la aflicción a Jerusalén serán destruidas (v. 21).
La tercera visión es la de un hombre con un cordel de medir (2.1-13). Sin duda alguna, está relacionada
con la visión de Ezequiel sobre la nueva Jerusalén (v. 2; Ez caps. 40-48). La promesa de Dios de que él
sería la muralla y la gloria de Jerusalén está de acuerdo con el mensaje de Hageo 2.7 (v. 5; cf. Is 4.5).
Es un desarrollo del tema de la primera y segunda visión, esto es, de que al final Dios bendecirá a su
pueblo (vv. 6-10).
Junto a lo que dicen las otras visiones, esta atiende a los mensajes del pasado, que les prometían
bendiciones también a las otras naciones si venían al Señor y al pueblo de Dios (v. 11; cf. Miq 4.2).
161
Como ya había sido dicho por medio de Oseas, el Señor será conocido por su pueblo (v. 11). El pueblo
de Dios será su herencia para siempre, como había dicho él por medio de Moisés (v. 12; cf. Dt 32.9).
Como en Isaías, Miqueas, y Habacuc, Dios habla aquí desde su santo templo, haciendo que todos
queden en silencio ante su santa presencia (v. 13; cf. Is 6.1-5; Miq 1.2; Hab 2.20).
La cuarta visión es la del sumo sacerdote Josué (cap. 3). Este Josué fue el colaborador de Zorobabel
cuando este trajo al pueblo de vuelta a Jerusalén para la reconstrucción (Esd 5.2; Hag 1.1). La presencia
de Satanás como adversario suyo recuerda una escena parecida en los capítulos 1 y 2 de Job, que
veremos posteriormente (cf. 1 Cr 21.1). Las frecuentes apariciones de Satanás en el cielo antes de que
Cristo consumara su obra en la cruz y resucitara han sido ya comentadas.
Aquí Josué, el sumo sacerdote, representa claramente a todo el pueblo de Dios, el verdadero remanente,
sacado como un tizón del incendio (v. 2; cf. Am 4.11). Como todos los hombres, Josué está vestido con
ropas sucias: su propia justicia (v. 3; cf. Is 64.4).
Dios en su misericordia, le quita a Josué sus ropajes sucios y lo viste con otros limpios: la justicia parla
fe (v. 4; cf. Is 53; Ap. 3.4-5; 4.4; 6.11; 7.9, 13; 19.14). La restauración de Josué al sacerdocio (vv. 6ss)
señala sin duda al deseo de Dios de que todos los creyentes ejercieran su sacerdocio (Ex 19.6; 1 P 2.5,
9; Ap. 1.6; 5.10).
Así, el justo de los días de Josué es una señal del Cristo que habría de venir, que es el Renuevo (v. 8; cf.
Is 11.1; Jer 33.15). La escena de paz del final es usada frecuentemente en las Escrituras con el fin de
expresar la paz ideal en la tierra para el pueblo de Dios, el día en que todo lo malo haya pasado y solo
permanezca el pueblo de Dios (v. 10; cf. 1 R 4.25; Is 36.16; Miq 4.4).
Esta visión eleva al pueblo por encima de sus dificultades del momento y ayuda a aquella generación a
ver lo que Dios ha planeado para su final definitivo. Esto también serviría para animarlos a reconstruir
y a manifestar su fe en las promesas de Dios.
La quinta visión es la de un candelero de oro y dos olivos (cap. 4). Zacarías vio un candelero de oro con
siete lámparas, y al lado dos olivos (vv. 1-3). Esta visión comunicaba la verdad de que la obra de Dios
sería cumplida, no por el poder y la fuerza de los hombres (es decir, las espadas), sino por el Espíritu de
Dios (v. 6). Por lo tanto, esta verdad es la misma que fue revelada a Elías, como se ve en 1 Reyes 19;
no en el terremoto, ni en el viento, ni en el fuego sino en la «voz suave y apacible».
La lección fue aplicada inmediatamente a la construcción del templo en los días de Zorobabel (v. 9).
Esta había sido comenzada por la actividad del Espíritu de Dios, que impulsó a Ciro a decretar la
construcción y al remanente a regresar para construir (cf. Esd 1.1, 5). No había fuerza humana que
fuera capaz de detener ahora al Espíritu de Dios para que no fuera terminada. De modo que Dios
suscitó a los dos olivos (los dos testigos, Hageo y Zacarías) para que indujeran a Zorobabel y a Josué a
terminar la labor que habían comenzado (vv. 11,14).
Aquí se nota también la misma actitud que se pudo ver en el mensaje de Hageo. Hubo algunos que
ridiculizaron los esfuerzos de estos judíos corno algo pequeño e insignificante (v. 10). Pero si Dios lo
ordenaba, no era insignificante, y Dios dispondría las cosas para que fuera terminado.
La sexta visión es la de un rollo volante (cap. 5). El rollo en sí podría ser identificado con la Palabra de
Dios escrita, o el Libro de Dios (cf. Jer 36.2; Ez 2.9). Dios le mostró a Zacarías que sus verdades eran
aplicables a todos los hombres y que todos serían juzgados por él (vv. 3,4). Así, tal corno a Habacuc,
ahora se le muestra a Zacarías que las exigencias de Dios son aplicadas a todos y que la Ley de Dios
buscará y juzgará a cada pecador sin importar dónde se encuentre.
Corno ilustración de lo escrutador de su juicio, Dios le muestra a Zacarías la visión de un efa (medida)
gigantesco, lo suficientemente grande corno para que una mujer se sentara dentro de él (v. 6-7). Amós
había reprendido al pueblo por haber hecho pequeño el efa, engañando a sus hermanos con medidas no
honradas (Am 8.5; cf. Os 12.7; Miq 6.11). Pero Dios tornaría el pecado secreto, lo engrandecería, y los
metería en él, corno hizo aquí simbólicamente con la mujer (vv. 7,8).
Su traslado hasta Sinar (término usado algunas veces para designar a Mesopotamia y las regiones aun
más allá), región que en estos momentos estaba controlada por Persia (vv. 9-11), señalaba a la
deportación de los pecadores de Israel a Babilonia.
Corno segunda representación de la función escrutadora del juicio divino, Zacarías ve cuatro carros
tirados por caballos de diversos colores, parecidos a los caballos descritos en 1.8ss (6.1-8). Aquí se
describe a los caballos corno los cuatro vientos que recorren toda la tierra (vv. 5-7). Con esto Dios está
simbolizando simplemente el juicio escudriñador de Dios, el cual, corno el viento,
sopla en todas las direcciones sobre toda la tierra. Este parece ser también el significado de la visión
162
similar que está en el libro de Apocalipsis (Ap. 6.1-8; 7.1).
A través de esta serie de visiones Dios le ha hablado a su pueblo mostrándole en forma simbólica el
significado y el sentido de aquellos días. Dios estaba obrando para purificar a su pueblo y juzgar al
mundo. El llamado a reconstruir el templo y terminarlo no provenía de los hombres sino de Dios, y por
lo tanto era importante. Tenía que ser terminado.
Con esto concluye la primera gran división de Zacarías. En la segunda parte Zacarías, en forma similar
a otros profetas de Dios, recibe una serie de mensajes que señalaban a los juicios pasados que Dios
había realizado sobre su pueblo y a la esperanza futura del remanente que busca a Dios para tener
salvación (6.9-14.21).
Primeramente, Dios ordenó la coronación de Josué, el sumo sacerdote (6.9-15). Podernos ahora hacer
una comparación con el capítulo 3. Dios le da instrucciones a Zacarías para que haga coronar a Josué
(v. 11), es de suponer que corno símbolo de la exaltación que el mismo Dios hace de su pueblo a través
del llamado Vástago o Retoño, el que surgirá para construir el Verdadero Templo de Dios (v. 12-13).
Varios pasajes vienen ahora a colación. Primeramente, el Cristo, el mayor de los hijos de David, es
descrito como un vástago en Isaías 11.1, que sería el vástago brotado del tronco de Isaí. Después, en
Isaías 53.2, se describe en forma similar al Cristo, corno una raíz nacida de la tierra seca. Aquí aparece
corno sacerdote y rey a un tiempo (v. 13). Como sacerdote, construirá el templo de Dios, y corno rey,
gobernará sobre el reino de Dios (cf. Is 9.6-7).

En el Nuevo Testamento encontrarnos que las palabras referentes a Jesús señalan tanto hacia su misión
de construir el Verdadero Templo de Dios (la Iglesia: Jn 2.19-21, porque la Iglesia es el Cuerpo de
Cristo) como de gobernar a las naciones (Hch 7.35; Mt 2.6; Ap. 2.27; 12.5).
Aquí, en Zacarías 6.13, su misión se describe como de paz, como lo fue en Isaías 9.6.
Este pasaje (vv. 9-15) sirve por tanto a un doble propósito. Por un lado, animaría al pueblo a reconstruir
el templo en sus días como expresión de su fe en las promesas de Dios respecto al templo glorioso de
Dios al final de los tiempos (cf. el mensaje de Dios por medio de Ezequiel en la última parte de ese
libro), y al mismo tiempo señalaría a la obra mucho mayor del Príncipe-Sacerdote (el Cristo) que habría
de venir, para dar cumplimiento al propósito de Dios de construir un templo perdurable (la Iglesia de
Cristo).

El segundo mensaje (7.1-7) se refiere al verdadero ayuno del pueblo de Dios. Como había hecho Isaías
(Is 58.3-7), ahora también Zacarías se preocupa con el auténtico ayuno para impedir que este acto
religioso se convierta en un simple rito carente de significado. Es importante notar aquí que el Señor
enseñó que nadie podía ayunar para Él, si no comía ni bebía también para Él (vv. 5-6; cf. 1 Co 10.31).
Todo lo que hacemos debería ser para la gloria de Dios. Por eso leemos frecuentemente en la Palabra
de Dios que él está interesado en que todo culto, incluso el ayuno, sea para su gloria. Lo que le
preocupa es la actitud del corazón, y no el acto en sí (ver Mt 6.16-18; Jn 4.23).
El tercer mensaje se refiere al juicio de Dios en el pasado contra Judá por causa de sus pecados (vv. 8-
14). Dios había esperado que hubiera justicia auténtica en los individuos de su pueblo (vv. 8-10; cf. Gn
18.19; Is 5.7), pero se habían negado (v. 11). Esta es la razón por la cual Dios había lanzado un duro
juicio sobre la tierra (v. 14).

Sin embargo, en el cuarto mensaje (8.1-17) Dios explica por qué él hizo que un remanente de Israel
regresara a la tierra para reconstruir. En esta sección Dios expresa su determinación de que, a pesar de
sus fallos anteriores, el suyo sea un pueblo obediente. Dios ha regresado, y por tanto, hay esperanza
para su pueblo (v. 3). La montaña santa (la Iglesia de Dios) sobrevivirá, y se edificará sobre ella (v. 3;
cf. Is 2.2-4). La descripción de una época de paz (v. 5) hace recordar la promesa de Dios que aparece
en Apocalipsis 21 y 22 sobre la Nueva Jerusalén, que es la esperanza de todo el pueblo auténtico de
Dios, formado por los sobrevivientes del juicio de Dios gracias a su fe (v. 6).
Vemos también cómo este pasaje se dirige a animar al pueblo para que termine el templo como
expresión de su fe en que Dios hará lo que ha prometido (v. 9). La viña que una vez había defraudado a
Dios (Is 5), florecerá aún y llevará fruto (v. 12). Pero estas promesas eran solamente para el remanente
compuesto por los verdaderos hijos de Dios (v. 12).
Tomemos nota también de que Dios no cambia sus exigencias con respecto a la conducta de su pueblo
(vv. 16-17; cf. 7.8-11).
163
El quinto mensaje le promete a ese remanente una verdadera restauración de júbilo en el culto y la
bendición (vv. 18-23). Ahora, debemos tener en mente que Joel había hablado mucho tiempo antes de
la necesidad del gozo en el culto a Dios (111.16; 2.18-29). En aquellos días -la época en que Dios
derramaría sus bendiciones sobre su Iglesia- muchos vendrían de los gentiles al pueblo de Dios para
buscar esas mismas bendiciones (v. 23).
El sexto mensaje abarca del capítulo 9 al 11 y habla del final seguro de los enemigos de Jerusalén y de
la llegada de su Rey. Tiro simboliza en este momento a todos los enemigos de Dios. Será derrotada
(9.3-4). En la misma forma tratará Dios a los filisteos y a todos los enemigos de él (vv. 5-8).
El Señor hará esto por medio del Rey que habrá de venir (vv. 9-10). Aquí se describe al Cristo en
términos que son a un tiempo relativos a su gloria y a su humildad. Este pasaje es aplicado a Jesús en el
Nuevo Testamento (Mt 21.5). Él se sentará sobre un reino eterno que abarcará todo el mundo (v. 10; cf.
Dn 2.44-45).
El resto del capítulo señala hacia la gran victoria que será alcanzada a través del Cristo que vendrá: el
Rey del Pueblo de Dios.
Por medio de la sangre que derramará, que es la sangre del pacto, libertará a los que están en prisión (v.
11; ver aquí también en Gn 22 las promesas hechas por Dios de que proporcionaría un cordero para el
sacrificio; Jn 1.29; Heb 10.29; 1 Co 11). Dios habrá de proteger a su pueblo (v. 15).
En el capítulo 10 se hacen alusiones al símbolo de Daniel de los machos cabríos: Grecia (ver Dn 8.21;
9.13) y los pastores, que le habían fallado todos a Dios (v. 3). Los pastores son una referencia a
aquellos rectores de Israel que habían pecado (cf. Jer 50.6; Ez 34.10). Cuando los hombres fallan, la
misericordia de Dios se pone en acción, y ahora será él quien guíe a su pueblo (v. 6). Será como un
segundo éxodo para el remanente (vv. 8-12).
En el capítulo 11 Dios, como gran Pastor de su rebaño, alimentará a los dignos de compasión, quienes
conocen su indigencia y su necesidad de Dios (vv. 4-10). Estos son las verdaderas ovejas de Dios -los
pobres del rebaño- que conocerían y seguirían la voz de Dios (v. 11; cf. Jn 10.1-6).
La alternativa a oír y obedecer al Verdadero Pastor es la de ser pastoreados por asalariados que no van
a ayudar a las ovejas sino a hacerles daño (vv. 15-17). Son pastores como los que describe Ezequiel en
34.2-10 (cf. Jn 10.12-13).
El séptimo y último mensaje se ocupa del sufrimiento y la muerte del Rey pero también de su triunfo
final (caps. 12-14). Aquí habla el Señor como creador (12.1). Les permitirá a las naciones que se
levanten contra su Iglesia (vv. 2-3; cf. Ap. 20.7-9), pero Dios al final los destruirá (vv. 4-6; cf. Ap.
20.9b) Y salvará a su pueblo (12.7-9).

Pero incluso en medio de esta representación del triunfo final, el Señor les recordará una vez más,
como lo hizo en Isaías 53, lo costosa que le ha sido a él su salvación (vv. 10-14). Aquí habla con toda
claridad de los sufrimientos y la muerte de su Salvador para mostrar su misericordia para con ellos (cf.
Jn 19.37). Así, aquí como en 9.9, se les muestra que junto con la gloria habrá también sufrimiento antes
del triunfo final del Salvador sobre sus enemigos.
El capítulo 13 sigue hablando de la sangre derramada por el Redentor, que es una fuente en la que
pueden limpiar su pecado y sus impurezas (v. 1). Se mencionan en forma específica las heridas de sus
manos (cf. Le 24.39, 40; Jn 20.24-27).
Profetizando nuevamente sobre los sufrimientos del Salvador, lo describe como el Pastor herido (v. 7;
cf. Mt 26.31). En sus sufrimientos y en la vida dura de quienes lo sigan, serán expiadas las faltas, de tal
manera que solo los purificados, el remanente, sobrevivirán y serán salvados: tal es el pueblo de Dios
(vv. 8-9).
El último capítulo regresa a las palabras de 12.1-3 y a la descripción de las naciones unidas contra la
Iglesia de Dios (14.1-2). Dios declara además su intención de entrar en combate a favor de su pueblo y
ganar la victoria para ellos (vv. 3-8; cf. Dn 12.1; Ap. 20.7-9). La expresión «al caer la tarde habrá luz»,
del versículo 7, señala hacia la esperanza de que cuando las cosas parezcan más oscuras para el pueblo
de Dios será cuando Dios regresará y convertirá la noche en día.
Entonces Dios reinará como Rey de reyes (v. 9; cf. Ap. 1.5-6).
Nuevamente vemos que todas las naciones serán juzgadas, pero será también salvado un remanente de
ellas, que será el verdadero Israel, la verdadera simiente de Dios (vv. 12-16). La ciudad y el pueblo de
Dios serán purificados por completo de todos los que no crean y de todos los pecadores en aquel día
164
(vv. 17-21; cf. Ap. 21.8, 27). No habrá lugar en las tiendas de Sem para los cananeos en aquel día (v.
21; cf. Gn 9.25-27; Is 54.2-3; Jer 30.18; Zac 12.7).
De manera que por medio de Hageo y de Zacarías hemos visto lo importante que era para el pueblo de
Dios en aquel momento estar activos en la terminación del templo. En este templo se hallaban
simbolizadas las promesas de Dios de permanecer con su pueblo y de darle el triunfo final. En aquellos
días la mejor expresión de su fe en el Señor y en sus promesas era el terminar la tarea que él les había
encomendado.

6. Malaquías

Los escritos del profeta Malaquías surgieron hacia el final de la revelación del Antiguo Testamento,
probablemente una generación o dos después de los días de Esdras y Nehemías. A Malaquías
generalmente se le sitúa alrededor del año 400 A.C.
Por el contexto del mensaje de Malaquías es evidente que, desde las reformas de Esdras y Nehemías, a
mediados del siglo V A.C., los judíos se habían deteriorado espiritualmente una vez más. Esto se refleja
en especial en las preguntas que Dios responde tan pacientemente en el libro.
Desde el primer capítulo hasta 3.15 encontramos una serie de preguntas hechas al parecer por los jefes
del pueblo, los que no creían lo que Dios les había estado enseñando a través de su Palabra. Cada
pregunta va precedida de una declaración de Dios sobre la situación espiritual del pueblo en aquellos
días. A continuación sigue la pregunta llena de dudas del pueblo y finalmente la respuesta de Dios.
Después de esta serie de preguntas y respuestas, el mensaje procede a hacer una clara distinción entre
los justos y su futuro, por un lado, y los injustos y su futuro por otro (3.16--4.3). El libro termina con
una exhortación final dirigida al pueblo de Dios (4.4-6).

Dios comienza su mensaje declarando su amor por los judíos de aquella época post-exilio (1.25). Como
había hecho al principio con Israel en el momento del éxodo, ahora también Dios muestra que los ama
(v. 2; cf. Dt 4.37). Sin embargo ellos dudan de su amor y lo ponen entre interrogantes (v. 2).
La respuesta de Dios es hacer que Israel mire a la historia.
Jacob y Esaú eran hermanos de los mismos padres. Sin embargo, Dios no los trató de igual manera a
ambos. Al escoger a Jacob, rechazó a Esaú. La decisión fue claramente suya. Como resultado, Esaú no
pudo triunfar. Dejado en libertad para hacer todo el mal que se le antojase, se rebeló contra Dios; pero
nunca pudo denotar a Dios ni al pueblo de Dios (1.3-5).
Si miramos al pasado, veremos que Esaú era un hombre carnal, completamente materialista (ver Gn
caps. 25-27,33). Daba muestras de ser orgullosamente contrario a Dios. Más tarde, sus descendientes
los edomitas también resistieron a Dios y fueron orgullosos ante los hombres. Por medio de Abdías
Dios les predijo su caída (ver Abdías).
Lo que Dios quiere demostrar aquí es que el hecho de que Israel siga siendo bendecido por Dios como
su pueblo (mientras Esaú y sus descendientes están bajo maldición) prueba su amor por ellos. Aquí el
amor de Dios significa que él ha escogido a Israel, y su odio que él ha rechazado a Esaú.
Pablo usará luego este ejemplo al escribir a los Romanos. En los capítulos del 9 al11 muestra que la
salvación de todos los hombres depende de la gracia y la elección de Dios, y no de las obras (9.10-13).
Ni Jacob ni Esaú merecían ser bendecidos. Si Dios lo hubiera dejado obrar a su antojo, Jacob hubiera
terminado igual que Esaú. Esto es lo que quiere decir. No terminó como Esaú por la única razón de que
Dios lo había amado.

A continuación Dios reprende a los sacerdotes por no darle a él la gloria y el honor sino más bien
despreciar su nombre (1.6--2.9). Recordemos que los sacerdotes y el sacerdocio habían renacido
después del exilio, y que este reavivamiento había sido el instrumento para la reforma del pueblo de
Dios en los días de Esdras y Nehemías. Ahora, al parecer, los sacerdotes se estaban apartando una vez
más de la Ley de Dios (v. 6). Se estaban dirigiendo hacia el mismo estado de cosas que se había
desarrollado en el pasado en los días de EH y de sus dos hijos malvados (cf. 1 S 2.12-17).
Y sin embargo, los sacerdotes preguntaban: « ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?» (v. 6).
La respuesta de Dios fue que, en primer lugar, le habían ofrecido a él las sobras, guardándose lo mejor
para ellos (v. 7). Su trato con Dios era contentarse con darle lo que no se hubieran atrevido a darle al
165
gobernador de la tierra (vv. 7.8) Dios rehusaba esos dones y los llamaba al arrepentimiento, ya que le
ofrecieran verdaderas ofrendas (vv. 9-10). La situación se parecía mucho a la que había habido en los
días de Isaías, cuando Dios había rehusado también el culto de los israelitas (Is 1.11-15).

Dios tenía celo por su nombre y su gloria entre los gentiles, aunque los sacerdotes no lo tuvieran (vv.
11-12). Lo que es peor, encontraban aburrido y agotador todo el culto a Dios (v. 13). Sus ofrendas
deshonraban a Dios, y él les advirtió que esto no lo permitiría (v. 14). Les dijo que les enviaría una
maldición, y los apartaría de su cargo de sacerdotes (2.1-3).

En este punto Dios quiso expresar cuál era el sacerdocio ideal, en los términos de su pacto original con
la tribu de Leví (2.4-7). Cuando Dios estableció inicialmente el sacerdocio, en la época del éxodo,
eligió a la tribu de Leví, y en particular a Aarón y a sus hijos, para que fueran sacerdotes suyos. Los
primeros sacerdotes reverenciaban a Dios y respetaban su nombre (v. 5).
Sabían la Ley de Dios y la enseñaban, además de vivir de acuerdo con la justicia que Dios exigía (v. 6).
Por lo tanto, eran guías espirituales efectivos que llevaban a muchos hasta Dios (v. 6).
El versículo 7 expresa hermosamente lo que Dios había querido siempre que fueran los sacerdotes.
Debían enseñar la Palabra de Dios y ser la fuente de la que aprendieran la Ley de Dios todos los hijos
del pueblo. En resumen, eran los mensajeros de Dios y debían estar preparados para enseñar toda
verdad espiritual procedente de Dios. El mejor ejemplo de esto lo encontrarnos en Esdras (Esd 7.6).

En contraste con lo que debían ser, estos sacerdotes de la época de Malaquías se habían apartado de la
voluntad de Dios. En lugar de ayudar al pueblo, habían sido motivo de tropiezo para él (2.8). En
consecuencia estos sacerdotes habían perdido el respeto de todo el pueblo (v. 9).
Después el Señor reprendió al pueblo por la alevosía con que se trataban unos a otros (vv. 10-16). Se
esperaba de ellos que fueran hermanos espirituales de la misma familia divina (v. 10). Pero en lugar de
eso, se habían tratado traidoramente unos a otros, por lo que habían profanado y deshonrado el pacto
que Dios había hecho con las familias de Judá.

El pueblo preguntó otra vez cómo era que se habían tratado con alevosía y habían profanado la santidad
de Dios (vv. 11-14). La respuesta de Dios se contentó con señalar particularmente a sus matrimonios,
sus relaciones familiares conforme al pacto. Era como si hubieran profanado la santidad de Dios al
casarse con las hijas (adoradoras) de dioses extraños (v. 11). Por esta causa no podían adorar a Dios en
forma aceptable (vv. 11-12). Habían profanado la simiente del pacto, no teniendo miramientos con la
santidad de Dios. Se habían casado con adoradoras de ídolos y no podían esperar que Dios aceptara sus
ofrendas, ni aunque fueran acompañadas de lágrimas (v. 13).
Evidentemente, el pueblo objeto de esta acusación se había divorciado de sus esposas creyentes para
casarse con mujeres paganas (v. 14). Y Dios nunca había querido que pasara esto. Los había hecho
hombre y mujer para que se casaran y se hicieran una sola carne (Gn 2.24). El hogar debería ser un
lugar sólido en el que padres creyentes enseñen a sus hijos la Palabra y la voluntad de Dios (Gn 18.19),
y ellos mismos vivan como un ejemplo de vida piadosa (Dt 6.4-9). Vemos cómo Dios buscaba en
Abraham una simiente de creyentes, rechazando a Ismael y eligiendo a Isaac. Vemos también cómo
Abraham, comprendiendo la voluntad de Dios de tener un pueblo santo y creyente, rechazó a las hijas
de Canaán para el matrimonio de su hijo, y envió a su sirviente a buscarle esposa a Isaac de entre su
propia familia (Gn 24).
El Señor, como el mismo Jesús enseñó, nunca quiso que su pueblo destruyera sus matrimonios
divorciándose de esposas creyentes. Dios contemplaba este rechazo de la propia esposa, como un acto
de violencia, similar al de rasgar una vestidura cosida para permanecer en una sola pieza (v. 16; cf. Mt
19.3-9).

Pasadas estas cosas, el Señor declaró que las palabras del pueblo ya lo estaban cansando (v. 17-3.6).
Pero ellos preguntan nuevamente: « ¿En qué le hemos cansado?« (v. 17). Las palabras de las que Dios
hablaba eran sus juicios morales, que no se basaban en la verdad de Dios y declaraban bueno el mal,
profanando el nombre de Dios al enseñar que Dios aprobaría sus malas obras. En otras palabras, ellos
en realidad, habían llegado a dudar de la existencia de un Dios de justicia y de juicio (v. 17)

166
En este momento el Señor manifestó su intención de enviar un mensajero antes de venir él para realizar
su temible juicio contra el pueblo (3.1-6). La venida de este mensajero precedería a la del mismo Señor.
Pero su venida no sería agradable sino temible, porque vendría para convencer al pueblo de sus
pecados, para que cuando el Señor viniera no fueran todos consumidos (v. 6). O sea, la venida del
mensajero tenía por fin limpiar al pueblo a través de un llamado al arrepentimiento (vv. 2-3). Todos los
que no se arrepintieran serían barridos en el juicio (v. 5).

Esta profecía se refiere a Juan el Bautista (Mt 11.7-19). Como antes el profeta Joel, Malaquías advierte
sobre el día terrible del Señor que habría de venir (cf. Jl 1.15ss).
El propósito mismo de la venida de Juan fue preparar al pueblo para recibir al Señor. Si él no hubiera
venido y preparado al pueblo por el bautismo de arrepentimiento en aquellos días, al venir Jesús todos
habrían sido juzgados y barridos. La misión de Juan era exclusiva y hacía mucha falta,
porque sin ella todos hubieran sido consumidos (v. 6; cf. Mt 3.1-12; Le 3.1-20). Solo el hecho de que
Dios es bondadoso y lleno de misericordia podía salvar al pueblo (v.6; cf. Is 1.9).

Entonces, el Señor reprende al pueblo por apartarse de él y no guardar sus ordenanzas (3.7-12).
También tenían dudas sobre esta acusación, y decían: « ¿En qué hemos de volvernos?» (v. 7). Dios les
indicó un camino específico. Podrían regresar a Dios dándole nuevamente su diezmo. Le habían estado
robando a Dios al negarle lo que le pertenecía por derecho (v. 8).
Dios prometió una bendición misericordiosa para ellos si le mostraban el amor que le tenían dándole el
diezmo (vv. 10-12). Su amor por el dinero les había acarreado una maldición, y les había impedido
acercarse al Señor (v. 9; cf. Lc. 18.18-25).

Y sin embargo, en vez de responder a Dios como él les había indicado, el pueblo había sido violento
contra Dios (vv. 13-15). Una vez más el pueblo preguntó con incredulidad: « ¿Qué hemos hablado
contra ti?» (v. 13). Dios les mostró cómo ellos habían murmurado en sus palabras contra él, como lo
habían hecho los israelitas en el desierto (v. 14). Envidiaban al orgulloso y al malvado, suponiendo que
gente así florece y prospera con su pecado (v. 15). Dios había llamado felices a los que le eran
obedientes (v. 12), pero, echando a un lado el juicio de Dios, este pueblo había declarado que los peca-
dores y los hacedores de maldad eran los felices (v. 15).

Con el versículo 15 termina la serie de preguntas y de respuestas de Dios. A continuación Malaquías


pasa a destacar la clara distinción que hay entre los justos y los injustos, o sea, entre los
bienaventurados y los malditos (v. 16-4.3).
Como en otros lugares, los justos son descritos aquí como aquellos que temen al Señor (v. 16). Son los
creyentes verdaderos (cf. Prov. 1.7; 9.10; 19.23; Sal 34.9; 112.1). Sus nombres están escritos en el libro
de memorias de Dios (v. 16; cf. Is 4.3; Dn 12.1; Ap. 17.8; 21.27).

Estos son los que Dios reclama como suyos; estos son su pueblo (v. 17). Al salvar a este remanente,
Dios hará una distinción radical entre los justos y los malvados (v. 18). Como había declarado por
medio del salmista (Sal 1.4-6), pone nuevamente en claro que todos los mal vados que se han negado a
creer en él serán destruidos (4.1). Por otra parte, los que han tenido temor del Señor, y han recibido la
seguridad de la bendición de Dios, tienen al Sol de justicia brillando sobre sus cabezas para sanar sus
pecados (v. 2). Esto señala sin duda a la obra de Cristo salvando a los que creen.
Esta sección termina con la promesa de victoria sobre los enemigos, que son la simiente malvada de
Satanás, la serpiente (v. 3; cf. Gn 3.15; Ro 16.20).

El mensaje de Malaquías concluye con un llamado al pueblo de Dios para que siga obedeciendo la Ley
dada por Dios a través de Moisés, y esperando anhelante la venida del Señor, que será precedido por
Elías (Juan el Bautista) (v. 5; cf. Mt 11.14). Solo su venida salvará al pueblo de caer herido cuando
venga el Señor (v. 6).

Aquí termina la profecía en el Antiguo Testamento. Finaliza señalando hacia atrás, al fundamento de la
fe en esa etapa, es decir, a la Ley de Moisés, y señalando hacia adelante, a la venida del Señor para
salvar a su pueblo.
167
Pasarán unos cuatrocientos años en silencio, sin que haya una palabra de Dios, hasta que
repentinamente, en los días de Tiberio César de Roma y Poncio Pilato en Judea, Juan, el hijo de
Zacarías, aparecerá como heraldo de la venida inminente del Señor Jesucristo.

XIV-. LOS LIBROS DE DEVOCIÓN Y CONDUCTA

Solo quedan tres libros del Antiguo Testamento por estudiar. Son Job, Salmos, y Proverbios. En los
tres, podremos encontrar la fe y la vida del pueblo de Dios. Tratan sobre los grandes temas de la fe y la
vida cristianas. Además, no pasan jamás de moda, porque la verdad que contienen trata problemas que
la gente de todas las generaciones tiene que enfrentar. Comenzaremos con el libro de Job.

1. Job

Sabemos muy poco de Job fuera de lo que dice este libro. Se le menciona en Ezequiel como igual
espiritualmente a Noé y Daniel (Ez 14.14, 20). Los tres eran conocidos por su justicia. En el libro de
Santiago, en el Nuevo Testamento, se presenta a Job como ejemplo de paciencia (Sg. 5.11).
Se supone que Job viviera por la misma época de los patriarcas Abraham, Isaac, y Jacob, aunque no se
le identifica como hebreo sino como uno de los hijos del oriente (1.3), término aplicado en sentido
amplio a todos los que vivían al este de Canaán.
No se nos dice en qué ocasión fue escrito el libro; posiblemente fuera en una época de la historia
israelita en la que se estaba escribiendo literatura sapiencial, porque el libro habla mucho de sabiduría.
Podríamos fijarle una fecha algo posterior a la época de Salomón, pero probablemente alrededor de la
época de Ezequías.
Sin embargo, como ya dijimos, debido a sus grandes temas, el libro no pasa de moda jamás.
Se divide en las siguientes partes principales: un prologo narrativo que habla de Job y su sufrimiento,
en los capítulos 1 y 2; una presentación hecha por el mismo Job sobre su gran problema, en el capítulo
3; un largo diálogo entre Job y sus tres amigos, en los capítulos del 4 al 31; un largo monólogo de Eliú,
el cuarto que reprende a Job, en los capítulos 32 al 37; la respuesta de Dios al problema de Job, en los
capítulos 38 a141; la respuesta de Job a la solución de Dios, en 42.1-6; y finalmente, una breve
narración, hablando de las bendiciones que Dios derramó sobre Job en sus últimos días, en 42.7-16.
La narración que hace de prólogo, capítulos 1 y 2, nos habla primeramente de quién era Job. Era de la
tierra de Uz, de la cual sabernos muy poco, excepto que era un lugar conocido en los días de Jeremías
ligado a las naciones de Filistea, de Edom, Moab, y Amón (Jer 25.20). Uz estaba especialmente
relacionada con Edom, que se hallaba al sudeste de Israel y al sur de la región del mar Muerto.
Job era bien visto por Dios. Se le describe como perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal
(1.1). Era como fue Noé en su generación (Gn 6.9), y también vivía como Abraham había intentado
vivir ante Dios (Gn 17.1).
Job disfrutaba de prosperidad: tenía diez hijos y abundantes propiedades (1.2, 3). Por sobre todo era un
hombre devoto; no solamente fiel adorador de Dios sino muy cuidadoso y preocupado con respecto al
estado espiritual de sus hijos (vv. 4,5).
De pronto pasamos de la descripción de Job a una escena que se desarrolla en la presencia de Dios (vv.
6-12). No se nos dice quiénes eran los hijos de Dios que se mencionan en el versículo 6. Muchos han
deducido que eran algún tipo de seres angélicos. Sin embargo, el término «hijos de Dios» en las
Escrituras se refiere generalmente a los que son creyentes dentro de la humanidad (Gn 6.2-4; Jn 1.12).
Estos deben haber sido de los que ya habían muerto en la fe y que en algún sentido estaban en la
presencia de Dios.
Sorprende hallar a Satanás también en una reunión así. La Escritura parece admitir implícitamente que,
de alguna manera, Satanás tenía acceso a la presencia de Dios antes de la obra redentora de Jesús.
Después de esto, se dice de él que fue arrojado del cielo y confinado a la tierra (ver Le 10.18; cf. Ap.
168
12.7-9; Jn 12.31; Is 14.12-20; Ez 28.2-9).
La actividad de Satanás incluía recorrer la tierra, tratando de acusar a los siervos de Dios que
encontrara (v. 7; cf. Ap. 12.10; Zac 3.1; Le 22.31). Según entendernos, Satanás está ahora confinado a
la tierra, pero sigue buscando la destrucción de los hijos de Dios que están aún en su vida terrenal (1 P
5.8).
El Señor muestra su agrado por Job, y lo describe en términos que la Escritura aplica antes a los
patriarcas Noé y Abraham. El reto de Satanás al juicio de Dios con respecto a Job dice en esencia que
uno sirve a Dios solamente por lo que pueda conseguir para sí mismo en esta vida (v. 10). Satanás reta
a Dios a que le retire sus bendiciones a Job, y predice que Job desertará de él si así lo hace.
En respuesta, y para su propia gloria, el Señor le permitió a Satanás quitarle todo a Job. Sin embargo,
en su soberanía, Dios no quiso permitir que Satanás hiciera daño al cuerpo de Job (v. 12).
Las pruebas que le vinieron a Job procedentes de Satanás, con el consentimiento de Dios, se
presentaron en forma de catástrofes naturales y atrocidades humanas: salteadores (vv. 15,17), rayos
quizás (v. 16), y tormentos (v. 19). El control que Satanás tenía de estas fuerzas naturales solo puede
ser entendido como una permisión divina, puesto que ordinariamente en las Escrituras aparecen bajo el
control único de Dios. Los salteadores actuaban simplemente bajo las órdenes de su padre el diablo.
La aceptación de estas tragedias por Job, aunque abatido por el dolor, le da el mentís a la acusación de
Satanás (vv. 20-22). Job demostró a las claras que era un hijo fiel de Dios.
En el capítulo 2 encontrarnos una narración similar, esta vez con respecto al sufrimiento físico de Job
(vv. 1-8). Hasta su esposa hizo más duro su sufrimiento, instándolo a que maldijera a Dios y muriera
(v. 9). Una vez más brillan la fe y la integridad de Job con toda claridad (v. 10). Acepta todo lo que le
suceda, con un amor y una fe firmes hacia Dios.
De todo esto podemos deducir con seguridad que el problema de este libro no es « ¿por qué sufren los
justos?», puesto que la pregunta ha sido respondida ya. Los justos sufren en este mundo para la gloria
de Dios y para que demuestren la firmeza de su fe en él. No era este tampoco el problema que turbaba a
Job. Se ve claramente que no le preguntó a Dios por qué permitía que sucedieran estas cosas.
Reconocía voluntariamente el derecho de Dios de tratarlo como le pareciera. Ni sospechaba de Dios, ni
lo acusaba por haber hecho mal en todo lo que le había sucedido. Para hallar la respuesta a la pregunta
o preocupación principal de este libro debemos seguir adelante.
Sin embargo, debemos reconocer que ya hemos ganado en profundidad con respecto a la forma en que
Dios trata a sus hijos. De vez en cuando puede que les exija que sufran por su gloria. En esos
momentos es posible que no les aclare por qué estas cosas están sucediendo, sino que espere que
acepten lo que suceda sin acusarlo a él o quejarse, siguiendo el ejemplo de Job.
También aprendemos mucho sobre la naturaleza de Satanás.
En verdad es como un león rugiente que merodea buscando a quien devorar. Es un enemigo de Dios
que trata de quitarle su gloria, y es el enemigo de todos los que creen en el Señor, pues busca
destruirles y desacreditarlos.
El pasaje 2.11ss nos introduce a la escena en que se va a desarrollar el largo debate que sigue. Tres
amigos de Job de lugares distantes se enteran de su tragedia y vienen a consolarlo (v. 11). Sin embargo,
no hay duda de que no estaban preparados para 10 que encontraron. Quedaron sorprendidos ante la
desgracia de Job (v. 12). Tanto que se quedaron sin habla (v. 13). Sabemos que Ezequiel pasó por una
circunstancia similar (Ez 3.15).
El capítulo 3 contiene la queja de Job y con ello entramos al verdadero problema del libro.
Pocos hombres han sufrido tanto y han sido tan probados en su fe como Job. La forma en que comenzó
su discurso nos podrá parecer chocante, pero debemos recordar que no se estaba quejando por el
sufrimiento. Esto ya ha quedado demostrado anteriormente. Su queja se debía a algo diferente.
Las fuertes palabras de Job (3.3-19) solo son igualadas quizá una sola vez en las Escrituras por
Jeremías (Jer 20.14-18). Job y Jeremías tienen mucho en común. Ambos sufrieron grandemente y sin
quejarse por causa de su fe, y ambos estuvieron muy solitarios, sin ningún consuelo humano. Ambos
fueron escarnecidos por sus amigos (cf. Jer20.7-10). Ambos procuraron ver la mano de Dios en las
cosas, como una seguridad de que todo estaba bien (cf. Jer 20.12).
De manera que el deseo que tuvo Job de morir para escapar a sus pruebas no es único, pero le vino solo
cuando su fe en Dios fue probada hasta el límite. Ni Job ni Jeremías negaron al Señor, sino que ambos
le pidieron que los liberara de sus pruebas con la muerte.
Entonces, ¿cuál era el verdadero problema de Job? Lo vemos presentado por primera vez en 3.20-26.
169
Consideraba que su camino estaba escondido de Dios. Se sintió encerrado, separado de Dios (v. 23).
Pudo soportar el sufrimiento físico, pero la pena espiritual de no tener amistad con Dios, o no poder
sentir su presencia, era demasiado. Era un problema con el que no podía luchar. Toda su vida había
tenido miedo de esa quiebra de su comunión y de no poder encontrar a Dios (v. 25; cf. 1.5). No tenía
descanso ni paz espiritual; solamente un corazón turbado porque no podía encontrar al Señor en su
momento de soledad, cuando todos lo habían desechado, o carecían de modos de consolarlo.
En este tercer capítulo, Job estaba diciendo en resumen que si no podía tener amistad con Dios era
mejor para él morirse. Y realmente, si los hombres son separados de su amistad con Dios, es mejor que
estén muertos.
En este momento comenzamos a los tres ciclos de debate entre Job y sus amigos: Elifaz, Bildad, y
Zofar (caps. 4-31; cf. 2.11). El primer ciclo abarca los capítulos 4 al 14 e incluye declaraciones de los
tres amigos, y de Job como respuesta a ellos.
Elifaz es el primero que habla (caps. 4, 5). Él es también el que sienta la pauta para todos los discursos
de los amigos. Aunque parece comenzar con una descripción elogiosa de Job (4.3, 4), pronto empieza a
reprenderlo y a desarrollar la acusación básica contra él, la que simplemente se repite y amplifica cada
vez que habla uno de los amigos (vv. 5-9). En síntesis, lo que dicen todos es que solo los malvados
sufren, y por lo tanto, si Job sufre, es porque ha pecado contra Dios y lo mejor que puede hacer es
arreglar cuentas con él (vv.7-9).
Se puede notar cómo estos amigos dicen todos en esencia la misma cosa (cf. 5.6-8; 8.4-6, 13, 14,20;
11.2-6; 11.12, 20). Mientras más protestaba Job de que era inocente ante Dios, más lo denunciaban y
criticaban sus amigos. Vemos que muchas de sus afirmaciones con respecto a Dios y a la naturaleza del
hombre eran ciertas (5.9-13,17), pero lo que buscaban era ponerse en el lugar de Dios para juzgar y
condenar a Job, aplicando impropiamente su caudal teológico. En esto tenemos un ejemplo diáfano de
alguien con una teología perfectamente sólida y ortodoxa que puede sin embargo estar muy equivocado
en su manera de aplicarla a la vida. Su teología no le ha dado el don de la humildad. Tal persona es
como Elifaz, Bildad, y Zofar: orgulloso y vano en su pensamiento y en su teología, pero muy
equivocado en sus juicios sobre los demás e inútil para ayudarlos.
Job también responde a sus amigos más o menos en la misma forma cada vez. Hay tres cosas dignas de
atención en sus respuestas: (1) Es persistente en negar su culpa ante el Señor; no conoce pecado que no
haya confesado y del que no haya sido perdonado. Cree firmemente en la justificación por la fe en el
Señor, y no acepta el argumento de los amigos de que no todo anda bien entre él y Dios. (2) Vuelve una
y otra vez a su queja inicial; quiere la amistad de Dios pero no la percibe. (3) Muestra señales de
amargura creciente a medida que los tres «amigos» lo molestan inmisericordemente, pero nunca se deja
vencer por la amargura.
Mirando a cada uno de ellos, lo primero que notamos es lo firme que es Job declarándose inocente.
Afirma con vehemencia no haber negado al Santo (6.10). Reta a sus amigos a mostrarle que hay
injusticia en él (vv. 28-30). No se proclama carente de pecado pero sí afirma que todos sus pecados ya
habían sido tratados con el Señor. Sabía que Dios había perdonado sus pecados y no se los tenía en
cuenta (7.20, 21). Afirmó con vigor su estado de justicia ante el Señor, que significaba, por supuesto,
justicia por su fe en el Señor (13.18). También parecía estar lleno de confianza en que la preciosa
doctrina de justicia a la que se estaba asiendo sería reivindicada al final (17.9). También tenía confianza
en que la posición de justicia que mantenía ante Dios en fe pasaría la prueba de Dios y sería probada
cierta (23.10). Al final de todo Job sabía que la doctrina que lo sostenía, justificación por la fe, era
correcta, y que no podía concederles a sus amigos que su fe en Dios careciera de valor (27.4-6). Job
comprendió que había mucho más en juego aquí que el ganar un argumento: era toda la relación del
hombre con Dios -lo justificado por la fe-lo que se habla con peligro.
Job jamás cedió en esta convicción. Se negó a aceptar las acusaciones de sus amigos de que vivía una
vida contraria a la voluntad de Dios. Exhibió justicia tanto como juicio en su forma de tratar con todos
los hombres (29.12-14). No tenemos razones para dudar de Job, porque Dios ya había afirmado
anteriormente su integridad (1.1, 8; 2.3). Sus palabras finales fueron nuevamente una negación de los
cargos lanzados contra él por los tres hombres que sin razón lo acusaban (cap. 31).
No hay en realidad duda alguna, o al menos no debería haberla, de que Job estuviera en lo cierto y sus
amigos estuvieran equivocados. Job no se estaba proclamando exento de pecado, sino que se
consideraba en una relación correcta con Dios, como todo hijo auténtico de Dios que puede afirmar que
ha sido justificado por la fe.
170
Por su parte, los amigos aumentan su error al persistir en su acusación de que Job había disgustado a
Dios y está sufriendo por ese motivo. Por supuesto, sabemos, gracias a los dos primeros capítulos, que
toda su teoría está equivocada. Y sin embargo, persisten en ella.
Sus acusaciones se fueron gradualmente haciendo cada vez más crueles y erróneas. Bildad le lanzó a la
cara a Job la muerte de sus hijos, tachándolo de no ser más que un viento recio (8.2-6). En realidad,
estaba atacando la fe misma de Job (vv. 13,14). Zofar fue sentencioso y cruel en sus palabras (11.1-6).
Pero fue Elifaz el que cambió más a lo largo del debate, desde un comienzo un tanto reservado, hasta
una denuncia final de Job que desembocó en una lista de cargos falsos que no podían en absoluto ser
sostenidos (15.16; 22.5-10). Sus últimas acusaciones (22.5-10) son mentiras claras, sin bases reales.
Evidentemente, a medida que Elifaz hablaba, fue aumentando su frustración, y recurrió a todas las
palabras que pudo encontrar para degradar a Job, reflejaran o no la verdad.
Sus amigos nunca pudieron entender realmente cuál era el problema de Job, aunque él exteriorizaba
persistentemente su sensación de haber sido separado de Dios, de no poder hallar a Dios. Después de
que así lo declaró en 3.23, lo vemos expresar la misma idea en otras palabras y de otras formas. Al no
poder experimentar la proximidad de Dios, se sentía en la ignorancia y el desamparo (6.13). Sabía que
Dios debía estar cerca, pero no podía encontrarlo (9.11). Una y otra vez rogaba que el Señor le enviara
alguna palabra (10.2, 3). Terna la seguridad de que la respuesta a su problema estaba en Dios y en su
Palabra, pero no podía alcanzar a Dios (10.12, 13). Anteriormente había conocido lo que era tener una
amistad estrecha con Dios, y cuando él llamaba, Dios siempre respondía, pero ahora era distinto, y Job
estaba aturdido (12.4). Para él, lo horrible era que Dios parecía haber escondido de él su rostro, a pesar
de que en el pasado había tenido una estrecha amistad con él (13.21-24). Añoraba los días del pasado,
cuando oía a Dios y le respondía en una dulce comunión (14.15). Sabía que si Dios quería responderle,
lo presentaría totalmente libre de culpa ante sus acusadores (16.19, 20,21).
Es lógico que Job se sintiera frustrado de que sus súplicas a Dios pidiéndole una respuesta al parecer no
fueran atendidas en lo más mínimo por Dios (19.6-8). Parecía como si Dios hubiera levantado una
pared entre los dos. Nadie lo comprendía, ni siquiera sus amigos que habían venido a consolarlo
(19.13-22). Sin embargo, Job seguía afirmando que al final, Dios lo exculparía totalmente, y que puesto
que él estaba en una relación correcta con Dios, al final triunfaría a pesar de que sus actuales
circunstancias parecieran decir lo contrario (19.25-27).
El gran problema de Job era que no sentía que Dios estuviera cerca. No sentía sensación alguna de
amistad con Dios. No podía encontrar a su Señor (23.3-5,8-9). Añoraba aquellos días del pasado en los
cuales había caminado con Dios y sentido su presencia, y sabido que Dios era su amigo y que siempre
se hallaba cerca de él (29.2-5). En síntesis, el problema de Job era similar al de la mayoría de los
creyentes en algún momento de su experiencia cristiana. Hay momentos en los cuales sentirnos la
presencia de Dios muy cerca de nosotros, y nuestra comunión con él es dulce y maravillosa. Pero a
veces, sin ninguna advertencia previa, Dios parece estar muy lejos. Nuestras oraciones parecen regresar
vacías a nosotros, sin haber llegado hasta él. Cuando leernos, su Palabra es como el bronce, y nos
parece fría. Ni nos mueve ni nos da calor. Esta experiencia de no sentir a Dios cerca, es una experiencia
común para los cristianos, no sabernos por qué. Este era el problema de Job.
A medida que sus amigos continúan hostigándolo, notamos una amargura creciente en el ánimo de Job
contra ellos e incluso contra Dios. Job sentía esa misma amargura dentro de sí (9.18-24,28-29). En
ocasiones se preguntaba si era que no valía nada ser fiel, ya que los malvados parecen prosperar (12.6).
Este sentimiento era para él una experiencia común con el salmista (ver Sal 73). Sin duda que cada
creyente, a la luz de la prosperidad de los malvados, se pregunta en ocasiones si vale la pena sufrir por
la justicia. Sin embargo, sentimientos así nos vienen cuando tenernos los ojos puestos en la tierra en
lugar de en el cielo, cuando nuestra visión es temporal y no eterna. El salmista pasó por ello (Sal
73.17ss) y Job también.
Aunque Job dijo muchas cosas nacidas en un corazón amargado y sus amigos continuaron hiriéndolo
con palabras crueles, y aunque seguía frustrado y sin tener respuesta de Dios (13.21 ss.; 14,1ss; 16.9ss;
21.4-15), al final no quiso aceptar el camino de los malvados, y desechó todo pensamiento de llegar a
ser como ellos (21.16).
Aunque no podamos disculpar la amargura de Job, sí podemos entenderla. Al final, siguió creyendo
que su causa era justa, y lo único que deseaba era una palabra de Dios que la confirmara.
Después del largo período de debate entre Job y sus tres amigos, no habían llegado a ninguna
conclusión. De pronto, sin haber sido presentado, aunque al parecer había escuchado toda su con-
171
versación, comenzó a hablar Eliú, el cuarto acusador de Job (caps. 32-37). Ya había llegado a la
conclusión de que tanto Job como sus amigos estaban equivocados, y prometió decir algo nuevo y
significativo (32.1-10).
Eliú era un joven impetuoso que creía saber todas las respuestas. Puso en ridículo a los otros (v. 15) y
al mismo tiempo se burló de la declaración de inocencia de Job (33.8-12). Al parecer, creyó todo lo que
Elifaz había dicho contra Job sin investigarlo (34.7-8). Hasta deseaba que le viniera más sufrimiento a
Job para que aprendiera una lección, demostrando así que era por lo menos tan duro y cruel como los
otros (vv. 35-37).

En realidad, Eliú estaba revelando la magnitud de su arrogancia cuando se suponía a sí mismo hablando
en nombre de Dios (36.2). Pero al final, no había dicho nada distinto de lo que los tres amigos ya
habían dicho (36.11-13). En cuanto al anhelo que tenía Job de recibir una palabra de Dios, Eliú decía al
parecer que Dios está por encima de todos y no necesita responderle a nadie (36.26ss). Se ve
claramente que no conocía a Dios, y no había experimentado la amistad divina como lo había hecho
Job.
Cuando Eliú terminó su discurso largo e inútil, Dios deshizo rápidamente todo lo que había dicho,
describiendo su consejo como oscuro y carente de conocimiento (38.2).

Entonces fue Dios quien comenzó a responderle a Job (caps. 38--41). En síntesis, encontramos en la
respuesta que Dios lleva consigo a Job a un viaje verbal a través del universo. Le enseña la creación y
su providencia. Cuando le pregunta a Job si él podría proveer las necesidades diarias de todas estas
criaturas, el Señor lo que está diciendo es que él sí puede hacerlo. Dios se preocupa por todas las
criaturas, las grandes y las pequeñas, y sin la ayuda de Job, el Señor ha estado satisfaciendo todas sus
necesidades, y lo seguirá haciendo. Job puede verlo con solo abrir los ojos.

La respuesta de Dios dejó a Job sin habla (40.3-5). Cuando Dios terminó, Job afirmó que todo era de
Dios, y ahora podía afirmar que había visto claramente con sus ojos lo que antes solo había oído con
sus oídos, esto es, la doctrina que tenía sobre Dios estaba ahora mucho más clara (42.1-5). Ante una
evidencia tan abrumadora de la forma en que Dios cuida de todas sus criaturas, Job se sintió poseído
por la sensación de su propia pequeñez, y no supo cómo pudo atreverse a haber dudado de que Dios
cuidara de él (v. 6).
En realidad, ¿cuál fue la respuesta de Dios? Ciertamente no fue, como pretendía Eliú, que Dios está por
encima de todos y que no tiene por qué responderles a los hombres. ¡Eliú había dicho esto (36.2432) y
Dios había afirmado que esas palabras eran «palabras carentes de conocimiento»! (38.2). Lo que Dios
le dijo a Job en su larga respuesta era esencialmente lo mismo que Jesús les indicó a sus discípulos: el
Dios que provee tan abundantemente para todas sus pequeñas criaturas, ¿no cuidará también de ti? (ver
Mt 6.25-34).
Job se había dejado llevar de sus sentimientos en lugar de confiar en la verdad de la revelación natural
de Dios. Si hubiera abierto los ojos y visto que Dios seguía cuidando de todas las criaturas que lo
rodeaban, entonces no se hubiera sentido ansioso. Se hubiera sentido seguro como Jesús les señaló a
sus propios discípulos, ¡de que con mucha mayor razón Dios proveería para sus hijos todo aquello que
necesitaran! Job estaba ansioso porque se dejó llevar por sus sentimientos en lugar de seguir la
revelación clara de Dios.

La comunión entre Dios y Job nunca se rompió en realidad.


Toda la creación y la providencia declaraban esta realidad. Por lo tanto, la respuesta se encontraba
alrededor de Job todo el tiempo, pero él se había vuelto hacia adentro para contemplar sus propios
sentimientos, y de esta manera había perdido la respuesta.
Por lo tanto, este libro tiene un mensaje importante para todos los hijos de Dios. Debemos proceder no
sobre lo que sentirnos sino sobre lo que revela la verdad de Dios. Si no sentirnos que Dios esté cerca, o
nos parece que no nos oye, entonces debemos saber que estos sentimientos no son de confiar. La
verdad de Dios revelada en su Palabra nos habla a nosotros hoy aun más claramente de lo que le
hablaba la revelación natural a Job. Tenernos una razón mucho mejor para estar no ansiosos sino
seguros de que Dios está cerca, de que ciertamente nos cuida, y de que nos proporcionará la satis-
facción a toda necesidad.
172
Se nos dice que Job estaba en lo cierto al defender la fe y la justificación por la fe contra el consejo
equivocado de sus amigos. Lo que él habló Dios lo llamó correcto, mientras que las palabras de los
amigos desagradaron a Dios (42.7).
Para mostrar a todos lo que le había dicho a Job, Dios al final derramó sobre él ricas bendiciones
(42.10-16). Pero sabernos que Job estaba satisfecho antes de esas bendiciones finales. Por lo tanto, no
fueron derramadas por él, sino más bien por sus amigos y por nosotros, a fin de que todos pudiéramos
ver que Dios se sentía complacido verdaderamente con Job, y aun seguía favoreciéndolo.

2. Salmos

El libro de los Salmos es una colección de ciento cincuenta himnos del culto del pueblo de Dios.
Expresan toda la gama de la experiencia religiosa del pueblo de Dios cuando lo adoraba individual o
corporativamente.
Se han hecho intentos para ordenar y volver a ordenar los salmos de acuerdo con algún esquema
significativo, pero ninguno de dichos intentos ha tenido éxito. Suelen ser divididos en cinco libros que
algunos han comparado con los cinco libros de Moisés. Pero esto tampoco puede ser demostrado con
facilidad.
Tratar de establecer la situación y el momento en que fue hecho cada salmo es algo riesgoso también.
Algunos tienen títulos que indican la circunstancia, pero aun estos no son seguros del todo, ya que al
parecer fueron añadidos posteriormente y no son parte de las palabras originales.
Por lo tanto, lo mejor al estudiar los Salmos es estar convencidos de que son la expresión continua de la
adoración del pueblo de Dios en una forma aceptable a Dios. Si bien recogen los sentimientos y la fe
del pueblo hacia Dios, son también la expresión que Dios ha deseado y aprobado; por ello son parte
verdadera de la Palabra de Dios, de la Palabra infalible de Dios, y contienen grandes revelaciones con
respecto a Dios, al hombre, y al camino de salvación.
La introducción adecuada al libro de los Salmos y a todo el salterio es el Salmo 1. En él hallamos lo
que podría llamarse el contexto adecuado. Debemos, por lo tanto, darle una atención especial al Salmo
1, y ver cómo es que se le puede llamar «el contexto» de todo el resto de los salmos.
El Salmo 1 comienza hablando de la vida bienaventurada. El mismo término «bienaventurado» que se
usa aquí requiere algún pensamiento. Más que una exclamación, como «la bienaventuranza de... », es
una expresión que es propia de la vida que agrada al Señor, es decir, la vida de los hijos de Dios. Esta
expresión «bienaventurado» aparece con frecuencia en las Escrituras.
Sin necesidad de un estudio exhaustivo de la palabra, podemos notar que describe la vida
bienaventurada como algo que consiste en tres puntos básicos: conocernos a nosotros mismos como
Dios nos conoce; vivir como Dios quiere que vivamos; y refugiarse en el Señor como en nuestro
Salvador que nos protege de nuestros enemigos.
Donde primero aparece el término «bienaventurado» es Deuteronomio 33.29, con referencia a Israel
como pueblo especial de Dios, salvado por el Señor y triunfante en él.
Con respecto a conocernos como Dios nos conoce, la Palabra enseña que la vida bienaventurada trae
consigo el ser reprobados por el Señor, esto es, que él nos muestre en su Palabra que somos pecadores y
necesitamos su ayuda (Job 5.17). La vida bienaventurada insiste no en que escondamos nuestro pecado
ni lo ignoremos, sino más bien en que no se encuentre engaño en nosotros (Sal 32.1-2). Este es el único
fundamento del verdadero perdón, que a su vez es la única base para la felicidad, o sea, la vida
bienaventurada (cf. 1 Juan 1.8, 9,10). Debemos ser sinceros para con Dios. La Palabra de Dios nos
fustiga y nos enseña y es por eso que somos bienaventurados. Él nos trata como a sus propios hijos (Sal
94.12; cf. 2 Tim 3.16-17).
En cuanto a vivir nuestras vidas como Dios desea que las vivamos se nos enseña que Dios espera que
seamos no solo oidores de la Palabra sino también hacedores (Sg. 1.22; Mt 7 .24ss). El Salmo 1 declara
que la vida bienaventurada del justo se ve en que no anda en la senda de los pecadores sino más bien
encuentra su delicia en la Palabra de Dios (Sal 1.1-2; cf. Sal 112.1). Además, la vida bienaventurada
nos lleva a hacer la voluntad de Dios en concordancia con las exigencias que él siempre ha hecho de
sus hijos: justicia y juicio (Sal 106.3; cf. Gn 18.19; Is 56.1-2). O, para decirlo de otra manera, debemos
andar en la Ley de Dios (Sal 119 .1; Prov. 29.18) para hallar la vida bienaventurada. Por supuesto que
esto significa que amamos a Dios y a nuestro prójimo, pensando y preocupándonos por el pobre y el
173
débil (Sa141.1; Prov. 14.21; Sg. 1.27).
Finalmente, la vida bienaventurada incluye que encontremos nuestro refugio en el Señor, tanto con
respecto a nuestros enemigos cuando intentamos vivir como le agrada a Dios como de nuestros pecados
cuando los reconocernos y le rogamos a Dios que nos dé su perdón (Sal 2.12; 34.8; 40.4; 65.4). Este
concepto de encontrar refugio en el Señor se expresa como confianza en el Señor (Sal 84.12), y
también como un esperar en él (Is 30.18).
Esta es la vida bienaventurada, y cuando comparamos estos pasajes del Antiguo Testamento sobre la
vida bienaventurada con las palabras de Jesús sobre el mismo asunto, las Bienaventuranzas de Mateo
5.3-12, encontrarnos que hay un gran parecido.
Las primeras tres bienaventuranzas -bienaventurados los pobres en espíritu, bienaventurados los que
lloran, y bienaventurados los mansos- apuntan todas a darnos cuenta de nuestra condición de pecadores
y nuestra necesidad de Dios, es decir, de conocernos a nosotros mismos como Dios nos conoce.
El segundo grupo de tres bienaventuranzas -bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
bienaventurados los misericordiosos, y bienaventurados los de limpio corazón- hablan de la clase de
vida que Dios espera que vivamos.
Finalmente, las tres últimas bienaventuranzas -bienaventurados los pacificadores, bienaventurados los
que padecen persecución por causa de la justicia, y bienaventurados los perseguidos por la causa de
Cristo- hablan todas de que busquemos refugio en Dios, haciendo las paces con él y encontrando en él
nuestra esperanza ante la persecución enemiga (cf. Ro 8.18).
Regresando de nuevo al Salmo 1, encontrarnos que la vida bienaventurada es descrita aquí en términos
del hombre justo y de su justicia (vv. 1-3). En contraste, el hombre malvado no tiene lugar en medio del
pueblo de Dios (vv. 4-5). El versículo final, el 6, señala lo opuestos que son los caminos y los finales
del justo y del malvado.
Regresando ahora a la primera parte del salmo, se expresa la vida bienaventurada del justo primero en
forma negativa, esto es, en términos de qué es lo que no debe hacer. De esto podemos deducir que
cuando alguien está en una relación correcta con Dios se encontrará en oposición con el consejo, los
caminos, y la posición de los pecadores (v. 1).
El consejo de los malvados es el conocimiento propio, sin referencia alguna a Dios. Vivir y planificar
nuestras vidas sin preocuparnos lo más mínimo de Dios. Este fue el consejo que Satanás les dio a Adán
y Eva (Gn 3). También fue el consejo del pueblo en Babel, cuando decidió construir una ciudad sin
mención alguna de Dios (Gn 11.3-4). El hombre, debido a su orgullo, no ve que haya necesidad de
Dios, porque no se ve a sí mismo como Dios lo ve a él, esto es, un pecador, muerto en transgresiones y
pecados. Por eso planifica su vida y la vive sin reconocer a Dios en lo absoluto.
Por lo tanto, el camino de los pecadores consiste en hacer lo que les guste y no lo que agrada a Dios.
Ellos ponen su vista en la gloria, la fama, las riquezas, y las recompensas de este mundo, como fue el
caso de Esaú. Son profanos, incapaces de ver o aceptar las metas espirituales que Dios tiene para sus
hijos.
La silla de escarnecedores, el final inevitable de la vida del pecador, carece de toda esperanza. Como
rechaza a Dios, acaba por no poder hallarle sentido alguno a la vida. Puesto que todos los hombres
fueron creados para tener amistad íntima con Dios, al rechazar ese gran fin, el hombre termina en la
amargura y la desesperación.
Pero la vida bienaventurada tiene también un lado positivo. Sus delicias están puestas en la Ley
(voluntad) de Dios. Por eso medita en esa ley todo el tiempo. Su actitud con respecto a la Ley de Dios
es la opuesta a la de los hijos de Satanás (ver Jer 6.10). El mismo estado espiritual de la persona puede
ser determinado por su postura ante la Palabra de Dios.
Con la palabra «meditar» estamos diciendo mucho más que una Simple reflexión sobre la Biblia con
ojos soñolientos. Meditar es aplicar la Palabra de Dios, su verdad, a cada faceta de nuestra vida. Es ser
hacedor, y no solamente oidor de la Palabra de Dios (cf. Dt 6.4-9; Jos 1.8).
Los justos que son penetrados espiritualmente por la meditación en la voluntad de Dios tienen vidas
transformadas, reanimadas y llenas de fruto (v. 3). Se asemejan a un árbol que es trasplantado junto a la
corriente de la vida. Sus raíces penetran profundamente en la Palabra de Dios, que da y sostiene la vida
(cf. Jer 17.8). A diferencia de Israel que era pecador, son fieles y dan fruto espiritual de justicia y juicio
en sus vidas (cf. Is 5.1-7; Gá 5.22-23). Sus hojas no se caerán (no morirán) porque viven eternamente.
Prosperarán en todas las cosas, si no ante los ojos de los hombres, sí con seguridad ante los ojos de
Dios (Jos 1.8; Ro 8.28). ¡Una vida de fe no puede fracasar!
174
En fuerte contraste, el malvado o impío carece por completo de estabilidad. El símbolo del tamo como
algo seco y muerto es un símbolo adecuado para los injustos (v. 4; cf. Mt 3.12). Por esta razón los
malvados caerán en el día del juicio, sin importar que parezcan estar prósperos en este mundo. No
tienen lugar en la congregación de los justos, y no importa que en este mundo hayan sido miembros de
la iglesia visible, quién sabe si hasta predicadores en ella (v. 5) Dios purificará a su Iglesia de toda
injusticia. Ningún pecador tendrá parte en la Iglesia verdadera (Ap. 21.27; 22.13-15).

En conclusión, Dios muestra una vez más que solo existen dos familias de hombres, tal como lo había
hecho tan frecuentemente desde Génesis 3.15 en adelante: los justos, a los que Dios ha conocido
(escogido para que fuesen suyos); y los malvados o injustos, cuyo camino perecerá (v. 6; cf. Jn 3.16).
En este salmo se nos presentan todos los temas fundamentales del salterio entero, que son: el justo y su
justicia, el injusto y su maldad, y el final inevitable que tendrá cada uno de ellos. Aquí se halla
implícito también el tema de la enemistad que existe entre los justos y los impíos.
Por lo tanto, el salterio se extiende hablando sobre la vida justa, la alabanza y meditación de la Palabra
de Dios, la vida espiritualmente fiel de los hijos de Dios, y el hecho de que el justo nunca se marchite
(perezca) sino que al final todo lo que haga prosperará. El salterio habla detalladamente de la maldad
de los impíos, de su vida inestable, y de su juicio final y derrocamiento por Dios. Además, habla
frecuentemente de la enemistad de los que no creen con respecto a Dios y a sus hijos, lo que se expresa
en hostilidad y crueldad hacia los hijos de Dios. También enseña la importancia de que el creyente
conozca y trate a este enemigo suyo, el impío, como enemigo que es; sin capitular y sin hipocresía.
Encontraremos uno o más de estos temas en cada salmo, y nuestro punto de referencia al estudiar
cualquiera de ellos, debería ser siempre la perspectiva del Salmo 1.
Ahora veremos brevemente algunos de los salmos, haciendo especial énfasis en los temas que se
entretejen en cada uno de ellos.
El Salmo 2 enseña cómo los injustos, a diferencia de los justos, se entregan a la vanidad (v. 1). Con
esto manifiestan enemistad contra Dios y contra sus hijos. Pero Dios, por medio de su Ungido (el
Cristo, su Hijo), les ha dado la victoria a todos los que busquen refugio en él (v. 12).
El Salmo 3 muestra al justo sufriendo el ataque de los impíos (vv. 1-2). Sin embargo, encuentra en Dios
su refugio, y tiene la seguridad de que Dios lo librará de la mano de su enemigo. Es Dios el que decide
la salvación del creyente, y no el hombre (v. 8).
El Salmo 4 acentúa la paz del hijo de Dios que pone su confianza en el Señor (vv. 3, 4,8) en medio del
vano ejemplo de los impíos.
El Salmo 5 expresa el desagrado que le causan a Dios el pecador y sus obras (vv. 4-6), Y al mismo
tiempo la bendición que derrama sobre los que se llegan a él con confianza (vv. 7-8). Contiene una
descripción de los malvados (v. 9) y la oración del creyente pidiendo el juicio de Dios sobre ellos (v.
10). Esta última oración está en perfecta conformidad con el punto de vista de Dios sobre los malvados,
como ya hemos visto (vv. 4-6). Finalmente, el salmo se cierra dándole confianza a aquellos que buscan
en Dios su refugio.
El espacio no nos permite analizar cada salmo en particular; sin embargo, como podemos ver en estos
cinco primeros, todos los temas emanan del Salmo 1, Y lo que hacen es simplemente extenderse. De
aquí en adelante veremos solo unos cuantos salmos escogidos de entre el resto del salterio.
El Salmo 19 expresa con elocuencia las maravillas y efectos de aquella Palabra de Dios sobre la cual
debe meditar el justo. Los seis primeros versículos hablan de la revelación natural que Dios había
mostrado a Job. Es evidente que todo lo que Dios ha hecho y todo lo que hace día tras día en su
providencia nos enseña grandes verdades acerca de él (cf. Gn 1; Ro 1.20). Hay sin embargo una
revelación aun mayor de Dios en su Palabra. Sobre ella habla el salmista aquí de manera especial (vv.
7-11).
Habla de los nombres de la Palabra de Dios: la ley del Señor, el testimonio del Señor, los preceptos del
Señor, y el mandamiento del Señor (vv. 7-8). Cada uno de estos términos tiene su significado especial.
«Ley» se refiere a todo el cuerpo de la Palabra de Dios, a todo lo que se enseña. «Testimonio» se
refiere especialmente a los Diez Mandamientos como resumen de la ley de Dios. «Preceptos» habla en
particular de la aplicación de la ley de Dios a la vida. «Mandamiento» se refiere a la Palabra específica
de Dios para cualquier situación dada, tal como fue usada por Cristo para combatir las tentaciones de
175
Satanás (ver Mt 4.4, 7,10).
También habla este salmo del carácter de la Palabra de Dios (vv. 7,8): es perfecta, es segura, es
correcta, es pura. Por «perfecta» quiere decir completa, que no le falta nada (cf. Dt 4.2; 12.32; Ap.
22.18-19; también Prov. 30.5-6). Por «segura» quiere decir que es firme, que se puede confiar en ella.
La palabra que se usa aquí es la misma de la que proviene el concepto de «fe» y de «creer» en el
Antiguo Testamento. (Ver nuestra explicación sobre la «fe» en Génesis 15.6.) Por la palabra «correcta»
quiere decir que es el mismo modelo de lo que está correcto, del juicio de Dios. Y finalmente, la
palabra «pura» quiere decir sin defecto en contraste con los dados a la alta crítica y todos los que dudan
en nuestros días, que afirman que la Biblia está llena de errores.
Por último habla sobre el efecto de la Palabra de Dios (vv. 7, 8). Restaura el alma, hace sabio al
sencillo, alegra el corazón, ilumina los ojos. Restaura el alma dándoles vida a los que estaban muertos
en el pecado, convirtiéndolos a Dios por medio de su Espíritu. Hace sabio al sencillo (por la fe en
Cristo), dirigiéndolo y alimentándolo con la Palabra de Dios, hasta crecer espiritualmente y alcanzar la
sabiduría que viene de Dios (cf. 2 Tim 3.16-17; 1 P2.2). Alegra el corazón, haciendo que el hijo de
Dios se regocije como puede regocijarse alguien cuando se le pone una buena comida delante, o cuando
toma para sí esposa, o cuando obtiene la victoria en una fuerte competencia. La palabra «gozo» se usa
en todos estos contextos en otros lugares de las Escrituras. Ilumina los ojos, como los lentes a un
hombre de poca vista, dejándonos ver la vida como es y al mismo tiempo desde la perspectiva de Dios.
El salmista habla a continuación del valor incomparable de la Palabra de Dios (v. 10) y su uso práctico
para el creyente en su vida presente y futura (v. 11). La Palabra de Dios nos enseña la verdad sobre
nosotros mismos, que de otra manera no hubiéramos podido conocer (v. 12). Esto nos permite vivir de
una manera más agradable a Dios. La Palabra de Dios es la única guía infalible, tanto para las palabras
de nuestra boca como para la aplicación seria de esa misma Palabra a nuestra vida (meditación). Solo
siguiendo la Palabra de Dios podemos esperar el ser hallados aceptables ante él. El Salmo 119 es
similar en naturaleza y en contenido.
El salmo 22 trata también del sufrimiento del justo a manos de los injustos. Habla de los mismos
problemas con que se enfrentó Job: la sensación de que Dios ha olvidado al salmista, de que no puede
oír la respuesta de Dios.
Sin embargo, a diferencia de Job, el salmista puede apelar a la revelación escrita de Dios acerca de los
que confían en él, y lo hace fortalecido por la confianza de que Dios está cerca y lo habrá de oír,
aunque sea despreciado por los hombres (vv. 3-11). Aunque sufre mucho, como Job percibe la cercanía
de Dios, y al final se siente tan consolado que a su vez es capaz de consolar a otros (vv. 12-24). El final
del salmo mira hacia la proclamación de la bondad de Dios hasta los confines de la tierra (vv. 27-31).
Este salmo fue particularmente significativo para nuestro Señor en las horas de su agonía en la cruz (Mt
27.46). En ello podemos ver tanto la sensación que experimentó Jesús de que Dios lo abandonaba en el
momento en que cargó sobre él nuestros pecados, como la confianza que tenía, al ponerse en las manos
del Padre, por la seguridad que este mismo salmo le daba de que Dios no estaría lejos de él (vv. 19,24).
Ya hemos visto el Salmo 51, el gran salmo de confesión de David sobre el pecado que había cometido
con respecto a Urías el hitita (ver comentario sobre 2 Samuel 12.13ss).
El Salmo 69 es uno de esos salmos imprecatorios que han turbado a muchos, y que han sido llamados
«no cristianos» por algunos. Pero lejos de ello, lo que expresa son los pensamientos de cualquier
cristiano verdadero que comprenda los problemas ciertos que están envueltos en la enemistad que hay
entre los justos y los injustos.
Aquí el salmista se halla bastante sorprendido por sus enemigos y su hostilidad hacia él (vv. 1-4). Sin
embargo, basado en su confianza de que el justo habrá de prosperar, tal como Dios lo ha prometido en
el Salmo 1, mira hacia Dios con esperanza (vv. 5-6). Siente intensamente que su sufrimiento tiene por
causa la justicia (vv. 7-12). En tiempos de un sufrimiento así, sabe que Dios es su único refugio (vv.
13-18).
Debemos ver todo este salmo en el contexto del Salmo 1. Él sabe que Dios lo conoce, y que Dios sabe
todo lo que está sufriendo a manos de sus enemigos (vv. 19-21). Por lo tanto, su oración pidiendo que
sean derrotados está completamente de acuerdo con el propósito que Dios tenía y había anunciado de
destruir a los malvados (vv. 22-28; cf. Sal 1.4, 5,6).
Vale la pena tener en cuenta que la descripción de estos malvados es aplicada en el Nuevo Testamento
a los que crucificaron a Jesús (v. 21; Jn 19.29); a los que rechazaron a Jesús (vv. 22-23; Ro 11.9-10); a
Judas Iscariote (v. 25; Hch 1.20); y a los impuros y abominables (vv. 27-28; Ap. 21.27).
176
Aquí el salmista trata al enemigo como enemigo. Siguiendo la orientación de Dios, reconoce el fin
inevitable de los impíos. ¡Orar en otra forma hubiera sido algo contrario a la voluntad de Dios! El
salmista no se está regocijando con el derrocamiento de los impíos, sino que está reconociendo que es
la voluntad de Dios (cf. Job 31.29).
Se ve claramente que esta enemistad que el salmista expresa no es una enemistad personal, sino esa
misma franca enemistad que Dios estableció entre su simiente y la simiente de Satanás (Gn 3.15). Es
engañoso darles consuelo a los enemigos de Dios porque al final perecerán. El salmista no conoce más
esperanza que la de aquellos que aman el nombre de Dios (v. 36).

Los Salmos 137 y 138 son de naturaleza parecida, e igualmente malentendidos por muchos. En el 137 ,
los versículos 8 y 9 no expresan la actitud del salmista como de alegría por causa del juicio que habrá
de caer sobre los babilonios, sino que más bien declara que aquellos que aplastarán a sus niños bajo sus
pies (es decir, los persas) se sentirán felices de hacerlo. El Salmo 139 en su parte final declara
nuevamente que el salmista odia a sus enemigos. Pero no se trata de un odio personal sino basado en el
hecho de que los enemigos de Dios se han convertido en sus propios enemigos (vv. 21-22). Puesto que
son enemigos de Dios, una vez que el salmista ponga su confianza en Dios, se convierten en enemigos
suyos también. Hacer las paces con los que se oponen a Dios sería un pecado y una rebelión contra
Dios; sería el acto de un Judas
Regresando ahora al Salmo 73 vemos que trata sobre la aparente prosperidad de los enemigos de Dios,
los malvados. El salmista se siente profundamente turbado por esto, y está tentado de volverle la
espalda a Dios para buscar la prosperidad terrena. Pero su conocimiento de la verdad de Dios que se
enseña en el salmo 1 con respecto al final de los malvados, lo detiene para que no realice un pecado así
contra Dios (vv. 17ss).
En el Salmo 94 el salmista apela a la venganza de Dios al considerar la prolongada maldad de los
impíos (vv. 1-11). Se siente consolado con el conocimiento de que Dios fortalecerá y apoyará a los
justos, y no permitirá que sean derrotados (vv. 12-19).
Terminamos con el Salmo 150. Este salmo está repleto del estribillo «aleluya» o «alabad al Señor».
Nos muestra que la tarea del pueblo de Dios es reclamarlo todo para él y hacer que todas las cosas lo
alaben. Verdaderamente, es el «coro de aleluyas» del salterio.
Todos estos salmos que hemos examinado señalan al Salmo 1 y tienen en él su contexto. Deben ser
vistos a la luz de los temas presentados en él para poder ser contemplados en la perspectiva correcta. Lo
que podemos ver en estos pocos salmos, puede observarse también en el resto del salterio.

3. Proverbios

El libro de los Proverbios, junto con Job y Eclesiastés, entra en lo que se llama literatura sapiencial, por
la razón de que estos libros tratan sobre la verdadera sabiduría que viene de Dios, la cual está por
encima de la sabiduría de los hombres, que no puede conducir a Dios. Antes de entrar al contenido de
este libro sería bueno, por lo tanto, considerar brevemente la visión bíblica de la sabiduría.
Las Escrituras aclaran que hay dos clases de sabiduría entre los hombres: la general y la especial, o de
otro modo, la natural y la sobrenatural.
La sabiduría natural viene con la edad. Los hombres adquieren madurez a través de la experiencia y
llegan a tener cierta sabiduría con respecto a la vida (Job 12.12). Esta sabiduría pasa de generación en
generación, y se va acumulando gradualmente. La mayoría de las culturas antiguas tuvieron sus
cuerpos de literatura sapiencial. Aunque sea mejor que la fuerza, debido a la naturaleza pecadora
del hombre la efectividad de la sabiduría natural es muy limitada (Ec 9.16-18). La sabiduría humana
falla sobre todo en que no puede conducir a Dios; está orientada hacia las cosas de la tierra.

En ese mismo contexto (1 Ca 1 y 2) Pablo nos lleva a considerar la sabiduría sobrenatural, la que
procede de Dios y es para los creyentes. Esta sabiduría llega solo por revelación, de la Palabra de Dios
dada por el Espíritu Santo (l Ca 2.6-16).
En el Antiguo Testamento hay mucha de esta sabiduría sobrenatural o especial. Primeramente
aprendemos que viene solamente de Dios y no de los corazones de los hombres. Es un regalo de Dios
(1 R 4.29). Además, este regalo se les da a los hombres a fin de que puedan hacer mejor su obra y
177
desempeñar la responsabilidad que Dios les ha dado (Ex 28.3; 36.1).
Esta sabiduría sobrenatural que viene de Dios es impartida únicamente a través de su Palabra. La
sabiduría que viene de Dios no nos llega simplemente por conocer la Palabra de Dios sino por
guardarla (Dt 4.5, 6). Esto quiere decir que la sabiduría consiste en algo más que conocer las realidades.
La alcanzamos al aplicar las verdades de Dios a nuestras vidas. La sabiduría verdadera es conocer y
hacer la voluntad de Dios (cf. Mt 7.24-27).
Así, al tener sabiduría, estamos en condiciones de agradar a Dios con nuestra vida, haciendo lo que él
ha esperado de nosotros: obrar con justicia y juicio (Gn 18.19; cf. 1 R 3.28). En el Nuevo Testamento
se describe el deseo de Dios para nuestras vidas empleando el término «fruto espiritual».
Santiago nos muestra que la sabiduría que procede de Dios es la que produce los frutos del Espíritu (Sg.
3.17-18; cf. Gá 5.22-23; ver también Sal 37.30).
Finalmente, la sabiduría que viene de Dios nos permite conocemos a nosotros mismos tal como Dios
nos conoce, puesto que su Palabra nos muestra cómo somos en realidad. Hasta en las zonas más
secretas de nuestro ser más íntimo, la Palabra de Dios puede revelar todos los pecados escondidos que
hay en nosotros (Sal 51.6, 16-17).
El Antiguo Testamento enseña que nuestra sabiduría procedente de Dios comienza cuando confiarnos
en el Señor y en su Palabra. Esto es lo que se llama el temor del Señor. La locura de Eva se produjo
cuando ella decidió que la sabiduría era algo aparte de la palabra de Dios (Gn 3.6).
Job expresa muy claramente la relación entre la sabiduría verdadera y la revelación de Dios (Job 28.12-
28). La expresión «temor del Señor» significa «confianza en el Señor». El salmista usa este término
con frecuencia para expresar el concepto de alguien que es creyente, o sea, «temeroso de Dios», lo que
quiere decir «creyente» (cf. Sal 115.11-13).
En Proverbios 1. 7 leemos que el temor del Señor (la confianza en el Señor) es el principio del
conocimiento. Más tarde, en 9.10 aprendemos que «el temor del Señor» es el principio de la sabiduría.
En estas dos oraciones, la palabra usada para indicar «principio» es diferente en hebreo. En el primer
caso (1.7), la palabra traducida como «principio» tiene el sentido del principio cuando se mira hacia el
final, hacia el resultado final. De suerte que la fe en el Señor es esencial cuando miramos hacia la
realización del conocimiento en la sabiduría (la aplicación del conocimiento de la Palabra de Dios a
nuestra vida).
En el caso de Proverbios 9.10, la palabra traducida como «principio» significa el principio como primer
paso. Así que creer en el Señor (temerle) es el primer paso en todo el proceso de esa sabiduría que
habrá de venir.
Entonces, ¿cuál será el final, o la meta definitiva de la sabiduría? Nuevamente encontramos la respuesta
en los Proverbios 3.1318. Aquí aprendemos que la sabiduría es la clave para una vida verdaderamente
bienaventurada. Alcanzar sabiduría es mejor que ganar plata y oro o rubíes (cf. Sal 19.10; 119.72, 127).
En una palabra, tener la sabiduría que procede de Dios es algo incomparablemente mayor que todo lo
que este mundo nos puede ofrecer. Cualquiera que haya sido el anhelo de los hombres: larga vida,
riquezas, honor, comodidades, paz, salud, felicidad, la sabiduría que procede de Dios los sobrepasa a
todos.
Entremos ahora en este gran libro de sabiduría que son los Proverbios con el fin de adquirir de él una
comprensión mayor de los caminos y las bendiciones de la sabiduría.
Primeramente se declara el propósito del libro: conocer la sabiduría y la instrucción, discernir palabras
de comprensión, recibir instrucción para vivir sabiamente en justicia, juicio, y equidad (1.24; cf. Gn
18.19). De este modo se nos prepara para darle prudencia al simple y enseñarles conocimientos a los
jóvenes (cf. 2 Tim 2.2). Vemos, pues, que el libro fue ideado para equiparnos completamente para
hacer la obra de Dios y para que nosotros a nuestra vez podamos enseñar a otros.
A continuación se define la meta del libro (Prov. 1.5-6). El ayuda a los sabios a aumentar su
aprendizaje y a recibir comprensión de los dichos oscuros de Dios, esto es, de los misterios del reino de
Dios. Por lo tanto, en Proverbios hay una provisión inagotable de conocimiento y de crecimiento en
sabiduría si lo tomamos con seriedad. Es un medio a través del cual todos podemos crecer
espiritualmente.
Antes de estudiarlo, digamos primero algo sobre su estructura. Lo primero que encontrarnos es una
introducción que es un ensayo en elogio de la sabiduría (caps. 1-9). Está escrito desde el punto de vista
de un padre instruyendo a su hijo. La instrucción paterna es aquí el contexto adecuado (1.8-9; cf. Dt
6.4-9). Se exhorta al hijo a temer al Señor (v. 7; 9.10). Esto es un reto a creer en el Señor y a escoger
178
así la sabiduría de Dios por encima de las seducciones del mundo.
Después tenernos el primer grupo de proverbios propiamente dichos (10.1-22.16). Estos son proverbios
de Salomón que hablan sobre el contraste entre la justicia y la maldad (el sabio y el necio). Contiene
también una sección sobre el gran problema del hombre y su solución, que es una especie de tratado
(16.1-22.16).
A continuación siguen las palabras de los sabios (22.17-24.22), al parecer proverbios de sabios de un
período posterior a Salomón, y después un apéndice a estas palabras (24.23-24).
Sigue una colección adicional de los proverbios de Salomón, reunida en los días de Ezequías (caps. 25-
29). Estos tratan en particular sobre lecciones en cuanto a conducta y las alternativas de la vida.

Para terminar hay dos secciones breves tituladas «Las palabras de Augur» (cap. 30) y «Las palabras de
Lemuel» (cap. 31). Este es el esquema que seguiremos en nuestro estudio.
La primera parte del libro de los Proverbios es un ensayo en elogio a la sabiduría. Sirve de introducción
a todo el libro (caps. 19). El título general del libro como «Los proverbios de Salomón» es una
descripción general de su contenido, aunque está claro que no significa que Salomón escribiera todo lo
que está contenido en él. Los proverbios de Salomón, específicamente los capítulos de 10.1 a 22.16, y
los capítulos 25 a 29, fueron el marco y la base para toda la colección. Probablemente la colección
entera con una introducción (caps. 1-9) fue compilada en los días de Ezequías (25.1).
La primera sección comienza realmente en el versículo 7. Ya hemos hecho notar la relación que hay
entre el temor del Señor y la fe (v. 7; 9.10). Toda la sección se expresa alrededor del concepto de que el
conocimiento y la sabiduría comienzan verdaderamente solo cuando tenernos al Señor y aprendemos de
él.
El contexto adecuado para este largo ensayo en alabanza de la sabiduría es la instrucción paterna de
unos padres creyentes a su hijo (1.8; cf. Dt6.1-9). Se menciona aquí a ambos padres, aunque los nueve
primeros capítulos se expresan de una manera especial repitiendo el tema del padre y el hijo. Es
interesante notar que el libro de los Proverbios comienza con las instrucciones de un padre a su hijo, y
se cierra con la alabanza que el hijo hace de su madre, y después de su esposa (cap. 31).
Empieza con el padre exhortando a su hijo a tomar una posición contraria al camino del pecador (vv.
10-19). Ya hemos visto este tema en el Salmo 1. En realidad, el contexto de esta instrucción parece ser
el mismo Salmo 1. El hijo debe estar en guardia para no ser seducido a seguir la vía o el consejo de los
pecadores (vv. 10-19). Esta vía conduce a la muerte (cf. Salmo 1.1, 4-6).
Después, en el versículo 20, comienza el cuerpo principal de la instrucción, la que tiene como objetivo
convencerlo y persuadirlo a guardar su corazón de los engaños del mundo y dárselo a la sabiduría (v.
20--9.18). El padre logra esto describiendo a la sabiduría como una dama gentil y las seducciones del
mundo como una ramera. Las llamaremos la Sabiduría y la Maldad.
En la primera sub sección, de 1.20 a 3.12, son presentadas la Sabiduría y la Maldad. Las dos batallan
por conquistar el corazón del joven, y su padre lo exhorta a vigilar su corazón por encima de toda otra
cosa (4.23). El corazón es tan importante porque de él viene la vida del hombre (los problemas de la
vida). Con esto quiere decir que lo que está en el corazón es lo que en última instancia habrá de guiar y
dirigir la vida hasta su resultado final.
Jesús enseña estas mismas cosas en Mateo 15.18-20. Allí dice que lo que sale del corazón corrompido
de un hombre es lo que realmente lo mancha, a él y a su vida.
La Sabiduría es presentada por el padre (vv. 20-33) y habla llanamente y con toda claridad. Se dirige a
los jóvenes como a gente simple (v. 22), pues esto es lo que todos los hombres son: simples y sujetos a
los ardides de Satanás. Necesitan sabiduría para guiarse rectamente por la vida. Esa sabiduría proviene
de la Palabra de Dios, que la Sabiduría está ofreciendo aquí (vv. 21,23; cf. Sal 19.7). Advierte con
claridad que las alternativas con que cada hombre se enfrenta son la calamidad o la seguridad (vv.
24.33). No hay más que estas: ¡O seguir la sabiduría hacia la verdadera seguridad, o rechazarla y caer
en el desastre!
El padre le aconseja fuertemente a su hijo que la busque y la abrace (2.1-10). Después, lo alerta contra
las astucias de la Maldad, cuyo camino lleva a la muerte (vv. 11-22). La Maldad es llamada «mujer
extraña, extranjera», cuyas palabras halagan (v. 16). Su zalamería, surte efecto y nos damos cuenta de
que hasta Josué se dejó atrapar por ella en el asunto de los gabaonitas (Jos 9.3-15; ver comentario
antes).
A continuación el padre le aconseja a su hijo que confíe en el Señor, que lo tema y lo honre (3.1-12).
179
Debe apartarse del mal (la Maldad) para que su vida prospere (v. 7). El hijo podrá manifestar su temor
del Señor dándole honra con todos sus bienes, con todo lo que posee (vv. 9-10). Irá creciendo a medida
que Dios le vaya enseñando, a través de las correcciones, lo que le agrada y lo que le disgusta (vv. 11-
12).
En este punto el padre prorrumpe en alabanzas a la Sabiduría (3.13-4.27). Empieza hablando de su
valor incomparable (vv. 1318); después dice cómo seguir su orientación por caminos de vida práctica
(vv.19- 35): haciendo bien al prójimo y no envidiando a los hacedores de mal, que hacen el mal para
ganancia propia (vv. 2731). Pone en contraste los caminos del perverso y del recto (vv. 3235). Las
metas finales de cada uno de estos caminos son respectivamente la vergüenza y la gloria (v. 35).

Nuevamente podemos comparar aquí al Salmo 1, que parece ser el fondo de lo que el padre está
enseñando.
El capítulo 4 contiene la exhortación que el padre le hace a su hijo de seguir a la Sabiduría. Recurre a
su propia experiencia de la forma en que fue instruido por su padre (vv. 3-4). Señala que él le ha
enseñado a su hijo el camino recto, y que también ha vivido ese camino ante él como ejemplo (v. 11).
Otra vez habla de que solamente hay dos caminos por donde ir: la senda de los rectos, que lleva a las
metas fijadas por Dios para él, o la senda de los malvados, que lleva a tinieblas cada vez mayores (vv.
18-19).
Después de exhortar al hijo a que guarde su corazón, le instruye que guardar el corazón significará
controlar todo su cuerpo y cada una de sus partes: la boca, los labios, los ojos, los párpados, los pies
(vv. 24-27). Todo esto es lo que significan los problemas de la vida. La boca, las manos, los pies, los
ojos, y los oídos, han de hacer lo que el corazón les dicte.
Los tres capítulos siguientes (5-7) contienen una serie de advertencias contra los ardides de la Maldad.
Esta, como ya vimos, es descrita como una ramera, una mujer seductora de la calle. Quizá se haya
escogido esta personificación de la maldad porque para un hombre joven una mujer de la calle puede
ser algo fascinante. Sus labios parecen destilar miel (5.3). Pero al final da un sabor amargo a la vida (v.
4). Sus caminos llevan al infierno (v. 5). Se dibujan con claridad aquí las consecuencias de aceptar la
apetitosa invitación de la ramera (vv. 7-23).
A continuación, y en forma práctica, el padre pone en guardia al hijo contra los enredos terrenales que
hacen que un hombre caiga en las trampas de la Maldad (6.1-19). Una forma de enredarse con los
pecadores es hablar sin pensar, hablar demasiado precipitadamente, comprometiendo el ser y la vida
con un pecador (vv. 1-5; cf. Sg. 1.19). Otra forma es ser perezoso, dándole así una oportunidad a
Satanás de utilizar nuestra pereza en provecho suyo (vv. 611). No hay posición neutral en esta vida;
quien no está a favor del Señor está contra él (Mt 12.30). Finalmente, el no poder controlar el cuerpo -
los ojos, la boca, los pies- equivale a dirigirse hacia la calamidad (vv. 12-19; cf. 4.23-27). Dios odia la
vida en la que los miembros del cuerpo no están sujetos a su Palabra y bajo su control. Vidas así
demuestran por las acciones de ojos, manos, y pies que el corazón no le pertenece a Dios (vv. 16-19).
Nuevamente regresa el padre a su instrucción de tomar en serio la Palabra de Dios como la manera de
impedir que el mal domine la vida (vv. 20-24). Sin esta Palabra de Dios quedamos a merced de los
ardides de la Maldad y caernos fácilmente en su seducción y somos destruidos (vv. 25-35). Si un
hombre puede llenarse de ira por los celos cuando su esposa yace con un joven en adulterio, cuánto más
el Señor cuando somos seducidos por el mal (vv. 32-35; cf. Ex 20.5; Os 2.2-7).
El capítulo 7 se refiere a la única manera de apartarse de la seducción de la Maldad, que es abrazarse a
la Sabiduría (vv. 1-4). Sigue a continuación una descripción muy gráfica de un hombre simple (sin
sabiduría) que es seducido por la Maldad y queda convertido en masa en sus manos. Si no tiene a la
Sabiduría a su lado, no podrá resistir esta seducción (vv. 5-23). El padre reitera la advertencia de que
los caminos de maldad conducen a la muerte (vv. 24-27).
La introducción concluye con una invitación a seguir a la Sabiduría (8.1-9.12) Y rechazar el llamado de
la Maldad, que es contrario al de la Sabiduría (9.13-18). El llamado de la Sabiduría es a vivir en el
temor del Señor, confiando en él y poniendo la fe en él (8.13). A todos llama públicamente para que la
sigan (8.1-4; 9.3-6).
El llamado de la Maldad es el llamado a la muerte misma, y consiste en ir por nuestros propios
caminos, complaciéndonos a nosotros mismos y no a Dios (9.15, 18).
Con esto termina la introducción. Tanto la Sabiduría como la Maldad han hecho su llamado final al
joven. Si hace caso de la Sabiduría y teme al Señor, ha tomado el primer paso hacia la sabiduría
180
auténtica que imparten las palabras que siguen en el libro (caps. 10--31). Si es seducido por la Maldad,
entonces lo que sigue en el resto de los Proverbios carece de valor para él, y solo servirá para
condenarlo.
A continuación de las instrucciones paternas encontrarnos los proverbios de Salomón propiamente
dichos (10--22.16), que es la primera sección principal del libro, lo que explica el encabezamiento
separado (10.1). Con toda probabilidad, esta sección era el núcleo original del libro de los Proverbios,
alrededor del cual se agregó el resto, incluso la introducción.
Esta sección se subdivide en dos partes básicas: del capítulo 10 al 15 y del 16 al 22.16.

En la primera parte hay una colección de los proverbios de Salomón cuyo tema es el contraste entre el
justo y el impío. A los justos se les designa de diversas maneras: los rectos, los perfectos, los sabios, los
diligentes, los que aman, los que hacen caso de la corrección, los humildes, los sinceros, los lentos en
hablar, y los serenos. En contraste, los impíos son los malvados, los tontos, los perezosos, los que
odian, los orgullosos, los mentirosos, los que hablan temerariamente, y los envidiosos. Aquí se nos
enseñan muchas cosas relativas a los justos. Con respecto a la eternidad, el justo es librado de la muerte
(10.2; 11.21; 14.32). Esto significa más que meramente vivir para siempre. El justo disfruta de una vida
de calidad en todo lo que hace. Como dice el Salmo 1, sus hojas no se marchitan. Su memoria es
bendecida por quienes lo han conocido (10.7), y su recompensa es segura (11.18; cf. 1 P 1.4). Por esta
razón, su casa permanecerá, en contraste con la del malvado, que caerá (12.7; cf. Mt 7.24-27). Nunca
será quitado de la presencia de Dios (10.30).
Con respecto a la vida presente, no pasará hambre sino que florecerá como una rama (10.3; 11.28; cf.
Sal 1). Esto quiere decir que su esperanza se convierte en felicidad, o sea, que nunca será frustrada
(10.28; 13.9, 25; cf. Mt5.6). Su raíz produce fruto (12.12; cf. Sal 1; Jn 15; Gá 5.22, 23). La calidad de
sus días va en aumento (10.27). Esto significa que obtendrá mucho más de la vida, no importa cuántos
sean los días que viva sobre la tierra.
Con respecto a la meta de su vida, su deseo es concedido (10.24). Sabe que es aceptable a los ojos de
Dios y ora de acuerdo con ello (10.32; 15.8), con confianza en que el Señor lo oirá (15.29).
Con respecto a los demás es una bendición. Es un fundamento perdurable, y su vida les sirve de
fortaleza a los demás (10.25). Cuando habla es para el bien de los demás (10.20, 21; 12.26). Cuando
todo le va bien la gente de su lugar se alegra (11:10, S 11). Guía a su vecino hacia el bien (12.26).
Hasta sus bestias son mejor tratadas que las del impío (12.10; cf. Ro 8.19-23).
Con respecto a la Ley de Dios, el justo controla sus pensamientos para que sean rectos (12.5), lo cual
significa que están de acuerdo con la voluntad de Dios. Tiene su justicia, o sea, una relación correcta
con Dios, por su fe, y esta confianza es lo que lo guarda (13.6; 11.6). Se libra del mal gracias a su
conocimiento de Dios y de su voluntad (11.9; cf. Mt 4.1-11). Como teme al Señor (porque es un
creyente), odia todo lo que se oponga a Dios (14.2; 13.5; cf. Sal 5.4-6; 139.19-22).
Tal es el justo; Dios se complace en él. Dios lo ama (15.9) y está a favor de él (10.29; cf., Ro 8.31-39).
Es la delicia del Señor (11.20).
De manera similar podríamos seguir los otros temas relacionados que aparecen en estos capítulos, pero
el espacio no lo permite. Profundizaremos en el significado de la sabiduría o la necedad, de ser
diligente o perezoso, amante o lleno de odio, corregible o incorregible, humilde u orgulloso, sincero o
mentiroso, lento para hablar o temerario en el hablar, calmado o envidioso. Recomiendo que se hagan
estos estudios como un medio efectivo de conocerse a sí mismo tal como Dios nos conoce a todos.
Un tema significativo que se descubre al meditar en estos versículos es la amenaza sutil que significa
para una vida justa la admisión de los métodos de la impiedad, disfrazada para disimular su naturaleza
siniestra de injusticia y maldad. Aunque retrocedemos ante términos tales como «malvado» en nuestras
vidas, sin embargo quizá no hagamos lo mismo con respecto a la envidia, o a la precipitación al hablar,
o quizá incluso a la mentira, el orgullo, o la pereza. Debemos examinarnos a nosotros mismos, para ver
si alguno de estos rasgos aparece en nosotros, porque allí donde están, la maldad no anda lejos.
La segunda mitad de los proverbios de Salomón (16-22.16) contiene proverbios de muchas clases.
Aquí, en lugar de una miscelánea de proverbios que tratan sobre el justo y el impío, encontramos de
nuevo una especie de ensayo desarrollado sobre un asunto o tema en particular. Mucho de lo que se
había enseñado en la primera mitad aparece también aquí, pero en relación con un tema en particular: el
camino del hombre y el camino de Dios. Ya el camino del hombre fue presentado en la primera
181
sección, pero ahora se desarrolla, así como también el camino de Dios (14.12; 16.25).
El problema está en que a los ojos del hombre su camino le parece justo (16.25). Pero el hombre ve
defectuosamente. Su corazón está corrompido y por sí mismo no puede conocer la extensión de su
propio pecado (16.2; cf. Jer 17.9-10). Necesita una revelación de Dios con respecto a sí mismo. Y este
es el tema central de los capítulos del 10 al 15. Allí se muestra a los hombres tal y como Dios los ve.
Los temas tratados están, pues, entretejidos con el tema fundamental del camino de Dios.
Como se declara en 16.2, el Señor es el juez final. A él tendrán que rendir cuentas los hombres. Esta
idea se expone de varias maneras en estos capítulos: el Señor prueba los corazones de los hombres
(17.3).
Dios es el hacedor del ojo y del oído, y por lo tanto su juicio tiene precedencia sobre lo que vemos,
oírnos, o pensarnos (20.12). El Señor escudriña los corazones de todos los hombres (20.27). Dios, el
conocedor del corazón, es el juez final de ese corazón (21.2). Al final, Dios conserva o desecha al
hombre, de acuerdo con el propio juicio (22.12).
Es aquí donde está el problema. El hombre ve las cosas de una manera (que él es capaz de obrar por sí
mismo lo necesario para su propia salvación), pero Dios las ve de una manera muy diferente (todos son
pecadores y están totalmente incapacitados para escoger lo recto).
A la postre es Dios quien lo controla todo, de modo que la vía que él apruebe, y no la del hombre, será
la triunfante. Esta idea se expresa también en diversas formas. Un hombre podrá planear sus acciones
de acuerdo con su propia voluntad, pero Dios es el que manda, y él dirige activamente al hombre a
dónde debe ir (15.9). Dios dispone todas las cosas de acuerdo con lo que a él le place (16.33). Los
planes del hombre no pueden sostenerse cuando se oponen al consejo de Dios. Su consejo será el que
prevalecerá en todo tiempo (19.21). Jonás tenía el plan de huir de Dios y de Nínive, pero al final hizo lo
que Dios tenía propuesto, y por lo tanto, predicó en Nínive. Sea cual fuere el camino por el que vaya un
hombre, quiéralo o no, Dios lo dispone todo de acuerdo con su voluntad (20.24; 21.1). Resumiendo: no
hay parecer de hombres que pueda pasar por encima de la voluntad de Dios (21.30).
Dios lo controla todo y todo marcha de acuerdo con su designio y con su plan, y el hombre no puede
ayudarse a sí mismo ni cambiar su caída naturaleza tal como la ve Dios (20.9). Por tanto, el hombre
podrá ver su propio problema resuelto solo cuando aprenda a entregarse totalmente en las manos de
Dios (16.3). Esto constituye con toda claridad un llamado a la confianza y a la fe en el Dios Salvador.
La solución a los pecados que nos conducen a la muerte está en la misericordia y la verdad que Dios ha
manifestado hacia nosotros (16.6). La verdad nos dice 10 pecadores que somos y nos indica que
confiemos en Dios, quien muestra su misericordia para con todos los que lo buscan con auténtico
arrepentimiento y sin esperanza alguna en sí mismos. El temor del Señor al que aquí se exhorta es,
como ya hemos indicado, un llamado a la fe en Dios como refugio del pecador.
Debemos, pues, prestar atención a la Palabra de Dios (como ya se nos ha dicho en los capítulos 1-9) y
aprender a confiar en el Señor (16.20). Este es el camino hacia la auténtica felicidad (cf. Sal 1).
Una vez que hayamos encontrado a Dios, debemos correr hacia él con diligencia (18.10). Él es nuestro
único refugio seguro del pecado, de la muerte, y de Satanás. Solo Dios puede destruir a estos enemigos
(Gn 3.15; Ap. 20.9-14; 1 Co 15.26). Así como el camino del hombre conduce a la muerte, el camino
del Señor, que es acatamiento a él, lleva a la vida (19.23). Al que cree, se le da la confianza de una
satisfacción permanente y la protección contra el mal que acecha a todo hombre nacido en este mundo.
El Señor, y solo el Señor, puede salvarnos (20.22).
Esta es la fórmula de estos capítulos (16-22.16). Dentro de esta fórmula podemos incluir todo el resto
de la sabiduría que aparece en esta sección.
Comenzando en 22.17 tenernos una nueva sección, los dichos de los sabios (22.17-24.22).
Evidentemente esta sección fue agregada en una época temprana como un apéndice a los Proverbios de
Salomón, y contiene sabiduría que Dios manifestó a través de otras personas. La sección se distingue
por la abundancia de parecidos, o sea, pares de versículos que contienen exhortaciones seguidas de
razonamientos o de las consecuencias de no hacerles caso.
El propósito de estos pareados es hacer agradable la vida del creyente, que esté en armonía con lo que
complace al Señor.
Nos muestra nuestra responsabilidad hacia los pobres, reflejando mucho de lo que ya ha sido dicho por
los profetas. De nuevo debemos recordar que el término «pobres» se refiere, no solo a los que lo son
materialmente sino también a los pobres de espíritu, esto es, a los humildes (cf. Mt 5.3).
El pareado siguiente nos enseña cómo debemos actuar con respecto a los iracundos (22.24-25). Esto
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nos recuerda Salmo 1.1. Podemos señalar otros ejemplos de pareados y de la instrucción que dan: 23.1-
3, la conducta ante un rey; 23.6-7, la conducta ante el enemigo; 23.1 0-11, cómo tratar a los huérfanos o
desvalidos; 23.1718, que es mejor temer al Señor que envidiar al pecador (cf. Sal 37.1-4); 23.20-21,
que hay que apartarse de los borrachos y comilones; 23.26-27; que se debe escoger a la Sabiduría y no
a la Maldad (cf. caps. 1-9); 24.1-2, advertencias contra los que hacen el mal; 24.15-16, sobre el triunfo
de los justos ante los malvados; 24.1718, la actitud con respecto a un enemigo caído; 24.19-20, el final
inevitable de los malvados.

En medio de esta sección hay una descripción muy gráfica de un bebedor que debería ser estudiada por
todos los que se permiten el gusto de los licores fuertes y otras bebidas alcohólicas en nuestros días
(23.29-35).
Estos dichos de los sabios llevan añadida otra breve colección (24.23-24). Entre estos versículos hay
muchos favoritos de los libros del Nuevo Testamento: 24.23 (cf. Sg. 2.1-13); 24.29 (cf.la «regla de
oro» de Cristo, Mt 7.12); 24.30-34; (cf. «por sus frutos los conoceréis», Mt 7.16).
Con el capítulo 25 comienza una nueva colección de proverbios de Salomón (caps. 25-29). Estos se
distinguen de los anteriores porque son los que fueron reunidos en los días de Ezequías y sus hombres
(25.1). Probablemente fue en esta época cuando todo el libro de los Proverbios fue finalmente
compilado y terminado.
La colección se subdivide en dos grandes secciones: lecciones sobre conducta (caps. 25-27) Y los
proverbios antitéticos (caps. 28-29).
El asunto de esta primera parte son diversos temas que tienen todos relación con la conducta correcta
ante diferentes categorías de hombres: la conducta ante los reyes (25.1-7); la conducta para con los
vecinos (25.8-20); la conducta hacia nuestros enemigos (25.21-28); la conducta ante los necios (26.1-
12); la conducta para con los perezosos (26.13-16); advertencias contra las contiendas (26.17 -25); Y
finalmente advertencias contra el orgullo (cap. 27).
En el 26.4-5 encontramos dos versículos que a primera vista parecen contradictorios, pero no lo son. En
esencia, enseñan que no hay manera de responderle a un necio a su plena satisfacción, ya que, por ser
necio, vive como si no hubiera Dios. Si uno intenta responderle basado en sus propios pensamientos,
esto es, en que no hay Dios, entonces, le ha concedido demasiado, y no tiene ningún fundamento
seguro en el cual afianzar su propia posición (v. 4). Pero si no le responde nada, entonces el necio se va
pensando que es él quien está en lo cierto, o sea que, a la luz de su necedad, el creyente debe
responderle basándose en la seguridad de la Palabra de Dios, que el necio no querrá aceptar, y que sin
embargo, el creyente debe afirmar ante él, para la gloria de Dios (v. 5).
La última sección del apéndice a los proverbios de Salomón (caps. 28-29) contiene varios proverbios
antitéticos, o declaraciones en las que se muestra el contraste entre el justo y el malvado. Aquí aparece
frecuentemente la conjunción «mas». El contenido de estos capítulos es muy similar al que
encontrarnos en la primera parte de esta sección (caps. 10-16).
Aquí nos da primeramente su propio testimonio personal (vv. 1-10). Él cree que la Palabra de Dios es
digna de toda confianza (vv. 5-6). A Dios solamente le pide sus necesidades diarias: ni demasiado, ni
muy poco (vv. 7-9). Por lo tanto, se halla en armonía con lo que el Señor enseñó en el Padrenuestro y
en el Sermón del Monte (ver Mt 6.11, 24- 34).
Seguidamente, describe la generación descreída, que es al parecer su propia generación (30.10-33). Hay
aquí una clara relación entre el 30.11 y los versículos 15-17; y entre el 30.12 y los versículos 18-20; así
como entre el 30.13 y los versículos 21-23; y entre el 30.14 y los versículos 24-28.
En conclusión, exhorta a los hombres a que no se alcen contra el Rey (el ungido del Señor), sino a
hacer las paces con él, para que no se derrame su ira sobre ellos (30.29-33).
La sección final de los Proverbios se titula «Palabras del rey Lemuel; la profecía con que le enseñó su
madre» (31.1-31). Está en dos partes: las palabras de su madre (vv. 2-9) y un poema acróstico en
alabanza de la mujer valiosa (vv. 10-31).
La parte final, los versículos de 10 al 31, es un bello poema alfabético que ensalza los atributos de una
esposa virtuosa. Una esposa así tiene la confianza de su esposo (v. 11). Es diligente. Proporcionándole
a su familia lo que necesita, está capacitada para tomar decisiones importantes con respecto a la
economía de la casa, y hasta trabaja en el mercado, vendiendo sus mercancías (vv. 12-19,24).
Sin embargo, tiene tiempo para preocuparse de los pobres (v. 20) y para hacer cosas hermosas para sí
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misma (v. 22). Es fuerte, digna, y sabia, pero sobre todo, es clemente (vv. 25-26).
Nunca está perezosa sino que siempre piensa en los demás, especialmente en los de su casa (v. 27).
Por esta razón, recibe la alabanza de sus hijos y de su esposo (vv. 28-29). No le preocupan los favores
sociales ni la belleza; lo que le interesa es ser temerosa de Dios, y esto es lo que la hace digna de
alabanza ante los demás (vv. 30- 31).
Parece sumamente apropiado, pues, que este libro, que comienza con el consejo de un padre a su hijo,
termine con la alabanza de un hijo y un esposo a su madre y a su esposa. Una vez más podemos ver
todo el libro expresado en el contexto de la familia, del hogar ordenado por Dios (Gn 2.24), a través del
cual, Dios tiene el propósito de que comience toda evangelización y toda instrucción en su verdad.

SECCIÓN DE TAREAS

Todas las tareas deberán presentarse como sigue:


-En hojas blancas tamaño carta.
-Letra de molde, o a máquina, o en computadora, con tinta negra.
-Datos: Materia, Nombre completo, Campus Norte o Toluca, Fecha.

MATERIA: Reseña del AntiguoTestamento

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