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El límite de la vida humana vs. la vida viral. ¿Dónde estamos parados?Tratando


de aportar ante la crisis por el coronavirus SARS-CoV-2 (COVID 19).

Technical Report · April 2020


DOI: 10.13140/RG.2.2.18767.02726/1

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2 authors:

Fernando Ariel Manzano Griselda Russo


National Scientific and Technical Research Council Sanatorio De Los Arcos
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El límite de la vida humana vs. la vida viral. ¿Dónde estamos parados?
Tratando de aportar ante la crisis por el coronavirus SARS-CoV-2 (COVID 19)

Fernando Manzano1 y Griselda Russo2

Desde sus orígenes el hombre ha tenido interés por conocer cuál será su longevidad, así
como también la aspiración permanente por prolongar la esperanza de vida; las respuestas a
estas inquietudes han variado conforme las creencias de cada civilización (Giraldo, 2009).
Existe consenso en que desde los Australopithecus al Homo sapiens, la esperanza de vida se
mantuvo en torno a los 35 años. Históricamente, las pandemias han constituido una grave
amenaza para la sobrevivencia humana, debido a que sus consecuencias pueden llegar a ser
catastróficas –teniendo un gran impacto negativo sobre la esperanza de vida– (Uribe, 2015). Las
pandemias comparten con las hambrunas, las guerras y las catástrofes naturales una
característica común, que es acarrear otros desastres (Ibáñez, 2019).
William Shakespeare (1623) distinguía las etapas del ciclo de vida en décadas, comenzando
con el niño de un año al escolar de 10 años, y finalizando en el anciano de 70 años. Sin
embargo, en esta época solo 0,3% de las personas lograban llegar a ser ancianos, como
consecuencia de la temprana mortalidad materno-infantil, la desnutrición y las infecciones,
sumándose además a las altas tasas de mortalidad por las constantes guerras (Pasqualini, 2014).
Durante los siglos XVIII, XIX y XX existieron alrededor de 22 pandemias registradas
(Ibáñez, 2019), destacándose las de influenza por ser las más temidas, dada su presunta alta
mortalidad (Uribe, 2015). Se han producido diez pandemias de influenza en los últimos
trescientos años, con anterioridad a la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-2 (COVID 193).
Las más cercanas se produjeron en 1957-1958 y 1968-1969, y han sido consideradas leves4 en
comparación con la pandemia de 1918-19195 –primera pandemia global (Ibáñez, 2019), que

1
Licenciado en Economía (UBA), Licenciado en Sociología (UBA) y Doctor en Demografía (UNC).
Investigador Adjunto CONICET. Email: fernando14979@hotmail.com;
https://www.researchgate.net/profile/Fernando_Ariel_Manzano
2
neuropsquiatras.com. Av. Forest 1179, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Rep. Argentina. Email:
dragriseldarusso@gmail.com.
3
El coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2), es un tipo de coronavirus
causante de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) (OMS, 2020; Gorbalenya, 2020).
4
Si bien perecieron decenas de miles de estadounidenses en cada una, según estudios realizados, el
episodio más importante de la historia con respecto a este virus fue la “pandemia de gripe” española de
1918, que causó de 25 a 50 millones de muertes en todo el mundo (Ghendon 1994), evidenciando cómo
ciertas pandemias ocasionan más daños que otras, producto de la construcción genética de cada virus
específico y de la presencia de ciertos factores de virulencia (Osterholm, 2006).
5
Entre 1918 y 1919 se produjo la pandemia de gripe, mal llamada Spanishflu, Spanish Lady o gripe
española –la denominación de gripe española se debe a que fue el primer país a nivel mundial, que
informó sobre la pandemia (Ibáñez, 2019) –, ha sido considerada la mayor catástrofe sanitaria del siglo
XX, ya que produjo en menos de un año la pérdida de entre 25 y 50 millones de personas (García,
2013).Otras estimaciones arrojan cifras superiores, de entre 50 y 100 millones de personas, para
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implicó una marcada disminución en la esperanza de vida (Pinilla, et al., 2004)– (Osterholm,
2006).
Así, durante la mayor parte del siglo XX fueron desconsideradas las pandemias, en tanto se
destacaba la disminución de la desnutrición y de las enfermedades transmisibles –con
predominio de las parasitarias y el aumento proporcional de las enfermedades no infecciosas
(Ramos Clason, 2012)–, que generaban por primera vez incrementos continuos en la expectativa
de la vida humana al nacer (en adelante Eo). Las causas de dichos incrementos son variadas,
pero fundamentalmente pueden atribuirse a las mejoras en la salubridad e higiene, las vacunas y
los antibióticos en el marco de un representativo avance de la ciencia (Oeppen y Vaupel, 2002).
Pero al mismo tiempo, otros factores como las migraciones, los cambios en las prácticas
agrícolas, la deforestación y el deterioro ambiental, la globalización de suministros alimentarios,
los cambios en procesamiento de alimentos, así como también el uso generalizado de
antibióticos, han fomentado la diseminación de agentes patógenos (Buj Buj, 2006), y la
resistencia de los mismos a los medicamentos más utilizados (Barnes, 2005; SENC, 2008).
Destacándose cómo los cambios sociales influyen en la duración de la vida humana y de manera
recíproca, el número medio de años que viven las personas influye en el tipo de políticas, las
características del sistema productivo, los sistemas previsionales y en la conciliación familiar-
laboral, entre otras (González, 2014). Siendo las conductas de las personas las responsables de
generar el mayor impacto en la evolución de las enfermedades humanas (Ethne Barnes, 2005).
La E0 viene creciendo en todo el mundo, con excepción de tres grupos de países: los
llamados países de la Europa del Este y la Federación Rusa, debido a la crisis de mortalidad
entre los hombres; en Ruanda, Burundi y Congo producto de las guerras tribales internas, y en
Bostwana, Uganda y Zambia, a causa del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida
(SIDA/AIDS) (Goerlich y Pinilla, 2005, p.9).
A nivel mundial la Eo era de 47,0 años en el quinquenio 1950-19556 existiendo un 0,05% de
la población mundial con 90 años y más. Esta tasa se incrementó con el paso del tiempo,
alcanzando en el quinquenio 2010-2015 la Eo un valor de 70,8 años, con un peso relativo de las
personas de 90 años y más, equivalente al 0,21% de la población mundial. De modo que la E0
presentó una disminución en el ritmo de crecimiento entre 1950 y 2015, mientras que lo

considerar su magnitud vale compararla con la Primera Guerra Mundial (1914-1918), donde murieron 40
millones (Ibáñez, 2019).
6
Las fuentes de información estadística utilizada son los microdatos de los censos de población, que
tiene una apertura que alcanza al grupo de 110 años 6, y las proyecciones de la población mundial
(realizada por la División de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la
Secretaría de las Naciones Unidas, revisión correspondiente al año 2017). Sobre estas bases se han
realizado los procesamientos necesarios para generar los datos para los diferentes indicadores de
longevidad que se presentan.
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El límite de la vida humana vs. la vida viral. ¿Dónde estamos parados?
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contrario sucedió para el segmento de la población más envejecida (Partridge y Gems, 2002; y
Robine y Vaupel, 2001).
Durante estos últimos sesenta años, el valor de la E07 más elevado correspondió a
Norteamérica y el mínimo a África, no obstante entre el primer y último quinquenio,
Norteamérica tuvo el menor crecimiento, seguido de Europa –en ambos sexos, varones y
mujeres–. Si en cambio consideramos la esperanza de vida a los 100 años y más8 (E100 y más), el
mayor crecimiento entre los quinquenios 1950-1955 y 2010-2015 correspondió a la región de
América Latina y el Caribe. Además, esta última región presentó la mayor cantidad media de
años que viven los centenarios –ambos sexos, varones y mujeres–, superando a Norteamérica,
Oceanía y Europa, tal como puede apreciarse en la Figura 1.
Aunque la finalidad no es el aumento de la expectativa de vida, sino el aumento de la
expectativa de vida activa o libre de discapacidad9, a sabiendas de que la prevalencia de
discapacidad se incrementa progresivamente con la edad (Parker, et al.,1997; Buckley, 2001).
Diversos estudios, expresan que aproximadamente el 30% de los centenarios llega a sus 100
años con un estado cognoscitivo adecuado10 (Census Bureau, 1999; Gavrilov et al., 2002;
Cawthon et al., 2001).

7
La esperanza de vida (E0) es el indicador más ampliamente utilizado para realizar comparaciones sobre
la incidencia de la mortalidad en distintas poblaciones y, con base en ello, sobre las condiciones de salud
y nivel de desarrollo de una población. Este índice forma parte de los Indicadores de Desarrollo
Sostenible y de los Indicadores de Igualdad de Género de Eurostat.
8
Cabe considerar la afirmación de Rica respecto a que las tasas de mortalidad a las edades extremas
deben considerarse como aproximaciones generales ya que en esta etapa la población observada y la
información sobre las defunciones es poco confiable. En este aspecto consideramos que es necesario que
se realicen estudios sobre calidad de los tabulados de Esperanza de vida a los 80 años, publicados por la
División de Población de las Naciones Unidas (2017), y realzar la difusión de su validez.
9
Resultando entonces prioritarias las evaluaciones del estado de salud del adulto mayor, y en especial de
la capacidad funcional –el deterioro funcional determina mayor morbilidad, discapacidad y fragilidad
(González Moro y Rodríguez Rivera, 2006)–, que habitualmente se expresa en el desempeño o grado de
independencia para la realización de actividades del diario vivir.
10
Otras investigaciones estiman que entre el 30 y 50% de los centenarios presentan un estado biomédico,
funcional y psicológico relativamente bueno, manifestando diferencias a su interior y en relación a otros
grupos etarios en sus características sociodemográficas, económicas, estilos de vida y perfiles de salud
(Jeune y Vaupel, 1995; y Franceschi y Bonaf, 2003).
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Figura 1. Esperanza de vida al nacer, noventa y cien años y más (en años), según sexo.
Regiones seleccionadas. Periodo 1950-2015 (en quinquenios).

Fuente: Elaboración personal sobre la base de los datos del United Nations, Department of Economic
and Social Affairs, Population Division (2017).
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Según los datos del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales (Desa) Naciones
Unidas, los centenarios11 en el año 2000 en Europa alcanzaban una cantidad de 46.600, es decir,
65 por cada millón de personas –con un amplia dispersión según la división territorial, 23 en
Europa oriental, 50 en Europa del sur, 106 en Europa occidental y 135 en Europa del norte–, y
en América Latina y el Caribe el valor era marcadamente mayor, de 145 por cada millón de
habitantes (Bezrukov y Foigt, 2005). Se espera que este grupo poblacional que ha logrado
sobrevivir a las enfermedades relacionadas con la edad, alcance a nivel mundial un total de 3,2
millones de personas en el 2050 (UNFPA, 2012).
La respuesta sobre la edad máxima12 que puede vivir una persona sigue siendo incierta hasta
la actualidad13. Respecto a las últimas décadas es posible señalar ciertos límites no tan flexibles,
como los provocados por los cambios ambientales que han generado modificaciones en las
distribuciones geográficas de los microorganismos (González López, et al., 2009), agravados
ante la reducción de los programas de prevención y el inadecuado saneamiento, generando
numerosas pandemias intermitentes (Vera Bolaños, 2006; Betancourt Suárez, 2010; OPS, 2011),
como la infección por el virus Nipah, el síndrome respiratorio agudo severo14 en 2003 –SARS
por sus siglas en inglés–, la viruela de los simios, y diferentes tipos de influenza15 (Miguel,
2014). Destacándose la propagación en el año 2009 de la “influenza humana A (H1N1)” 16– con
capacidad de contagio entre humanos y de la que se desconocía su origen geográfico (Belshe,
2009)–, por demostrar una heterogénea incidencia y mortalidad en función de factores
geográficos, climáticos, sociales de hábitos y conductas de las poblaciones locales (Miller et. al.,
11
En los países desarrollados el número de las personas que celebran su cumpleaños número 100 se ha
multiplicado cada década desde 1950, siendo este incremento excepcionalmente rápido comparado con el
progreso de la mayoría de las poblaciones (Partridge y Gems, 2002; y Robine y Vaupel, 2001). A nivel
mundial se estima que existen cerca de medio millón de personas de 100 años y más, triplicando la
cantidad de centenarios que había a principios de este siglo, mientras que la población mundial aumentó
20 por ciento (UNFPA, 2012).
12
Si bien la literatura es controversial respecto a la calidad de la declaración de la edad de las personas
adultas mayores, debido a que las personas muy ancianas al ser preguntadas por su edad, tienden a
agregarse algunos años (Del Popolo, 2000).
13
El caso más extremo que alude la literatura es el de Christen Jacobsen Drakenberg, quien llegó a
cumplir 146 años de edad (Rica, 1885). No obstante, siempre existe la posibilidad de hallar un caso de
mayor duración de una vida en algún área o región determinada (Steffensen, 1930).
14
Si bien la tasa de transmisión del SARS palidece en comparación con la de la influenza, demostró con
qué rapidez puede circular por el globo un agente infeccioso semejante, dada la facilidad y frecuencia de
los viajes internacionales (Osterholm, 2006).
15
La influenza aviar de alta patogenicidad, subtipo A/H5N1 (IAAP), la influenza pandémica A (H1N1) y
la influenza causada por el virus A (H7N9) (Uribe, 2015, p.91).
16
En abril del 2009 se identificó un nuevo virus influenza con genes de influenza porcina, humana y aviar
en México, Estados Unidos, Canadá, y luego en otros países, que fue denominado “influenza humana A
(H1N1)”. A fines de mayo del mismo año, el virus había sido identifica do en más de cuarenta países
(Vial, 2009). La OMS declaró que se transmitía de persona a persona, además expresó: “el virus escribe
sus reglas y este, como todos los virus influenza, puede cambiar las reglas, sin motivo ni razón, en
cualquier momento” (Vial, 2009).
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2009). Estas evidencias desafiaron a la comunidad científica17, condicionándola a esperar que la


epidemia devele su genio en la población y el virus su comportamiento clínico en las personas
(Vial, 2009), pero principalmente poniendo en evidencia la poca preparación de los gobiernos
para hacer frente a una prolongada enfermedad infecciosa18 (Osterholm, 2006), y sus
incapacidades para evitar la transmisión de un virus pandémico (Vial, 2009). Estas alertas
sanitarias globales implicaron un auténtico reto en los sistema sanitarios de la Unión Europea, y
valiosas lecciones en todo el mundo, que deberían haber sido de “utilidad” para articular
respuestas ante la aparición del SARS-CoV-2 (o COVID-19) (Ibáñez, 2019).
Teniendo conocimiento que entre los más de 1.500 microbios que provocan enfermedades en
humanos, la influenza posee el mayor nivel de mortalidad global (Osterholm, 2006), y que
además esta enfermedad contagiosa ha provocado diversas pandemias a lo largo de la historia de
la humanidad (OMSA, 2006; Heffernan, 2009), diversos autores, con anterioridad al SARS-
CoV-2, han alertado la posibilidad de la aparición de una nueva cepa del virus de la influenza,
para la cual no exista defensa inmunitaria (OMSA, 2006; Heffernan, 2009). Considerando que
la población mundial es de alrededor de 7.500 millones de habitantes en la actualidad, más de
tres veces superior a la existente al momento de la pandemia devastadora de 1918, y con una
estructura etaria completamente diferente como consecuencia del envejecimiento acelerado en
las últimas décadas (Pinilla, et al., 2004). Si bien los métodos para tratar la influenza se han
perfeccionado con el paso del tiempo, en términos nominales no han crecido en forma
proporcional a la población19. En estas condiciones, el mundo no se encontraría mucho mejor

17
Un virus similar al A (H1N1), triple recombinante de virus porcino, aviar y humano, tri-continental
(con genes de América, Europa y Asia) había circulado en poblaciones porcinas por cerca de 10 años, con
infrecuente transmisión a humanos. Los científicos esperaban la potencial llegada de un virus aviar, tipo
A subtipo H5N1, de alta patogenicidad, que ocasionalmente se ha transmitido a humanos como zoonosis,
circunstancias en la que se ha observado una letalidad mayor al 50%.
18
Las enfermedades infecciosas siguen siendo la principal causa de mortalidad humana en el mundo. En
el año 2003 hubo más de 2 millones de fallecidos a causa de la tuberculosis, y en el 2005 el HIV causó
2,9 millones muertes más. Mientras que cada año mueren más de un millón de personas a causa de la
malaria. Además, infecciones de reciente surgimiento, enfermedades diarreicas y otras transmitidas por
vectores, así como agentes resistentes a antibióticos, plantean una seria y creciente preocupación en
materia de salud (Osterholm, 2006).
19
La pandemia de 1918-1919, no contaba con recursos para cambiar el curso de la infección por el virus
H1N1-1918. A diferencia de la situación actual, se carecían de cualquier métodos de soporte vital –como
ser antibióticos, antivirales, ventilación mecánica, unidades de terapia intensiva (UTI), etc.– (Volkow, et
al., 2020). En particular, la UTI ha destacado su importancia para salvar vidas de pacientes graves de
virus respiratorios. No obstante la cantidad de pacientes infectadas por el SARS-CoV-2, que requieren
hospitalización en UTIs camas se ve rebasada. Se estima que en Estados Unidas se requeriría un 400% de
las UTIs y un 200% de todos los ventiladores mecánicos disponibles en ese país. Muchos servicios
médicos enfrentaran al dilema desgraciado ¿Cómo distribuir los recursos escasos en función de la
supervivencia de los pacientes? (Mota, et al., 2020). Los principios de la bioética procuran un reparto
equitativo, facilitando el acceso no discriminatorio, adecuado y suficiente de las personas a los recursos
disponibles, haciendo un uso eficiente de los mismos (Espinosa, et al., 2020).
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preparado que hace 85 años, en consecuencia un impacto de una pandemia “leve” conllevaría un
gran número de muertes (Osterholm, 2006; OMSA, 2006; Heffernan, 2009). Adicionalmente, el
desarrollo de los medios de transporte, y el volumen de individuos que se trasladan todos los
días en relación al despeamientos de las personas hace un siglo atrás, conllevaría a especular un
escenario de diseminación de la enfermedad a mayor velocidad que la distribución de una
vacuna (Cervantes et al., 2010).
Osterholm, considerando que nada puede infligir más muerte y perturbación que una nueva
pandemia de influenza20, solicitaba en el año 2006 al mundo industrializado un proyecto
internacional para producir la cantidad de vacunas necesarias para toda la población del planeta
en los primeros meses de la pandemia (Osterholm, 2006).
En el mismo sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización
Mundial de la Salud Animal (OIE), expresaron su incertidumbre ante la próxima pandemia de
influenza21, el potencial nivel de eficiencia del virus en la transmisión humano-humano, la
dificultad de predecir el tipo de mutación y el grado de virulencia de nuevos microorganismos
sobre los seres humanos, invitando a los países a contar con la capacidad hospitalaria para poder
atender una cantidad elevada de enfermos graves (Uribe, 2015, p. 92).
La actual pandemia por el SARS-CoV-2 dejó al descubierto la falta de previsiones en salud
pública y las exiguas las inversiones en planes de acción por parte de los países más ricos para
poder proteger a la humanidad de manera equitativa ante esta amenaza mundial. Exhibiéndose
diferencias entre los países en cuestiones tan imprescindibles como la importación de material
sanitario básico, en el marco de una deslocalización de las empresas a nivel global (Tapia y
Bouza Jerónimo, 2020).
La ciencia ha generado grandes cambios en extensión de la vida humana, permitiendo un
crecimiento tanto de la población centenaria22, como de la supercentenaria23, evidenciando
transformaciones en la longevidad (García González, 2015). Siendo posible afirmar un
acortamiento de la brecha que separa a hombres y mujeres en la población supercentenaria,

20
Ante el incremento del número de infecciones por H5N1 en animales y humanos, así como el registro
de pequeños grupos de casos, nos sugiere que el virus podría acercarse a una transmisión sostenida de
humano a humano. El mundo debe formar un mejor entendimiento del potencial de que surja una cepa de
una pandemia de influenza. Viene una pandemia: puede ser causada por el H5N1 o por otra cepa nueva,
ya sea mañana, el año próximo, o de aquí a diez años (Osterholm, 2006).
21
La influenza tipo A (H1N1), ha cumplido dos de las tres condiciones generales para el inicio de una
pandemia/Panzootia (Eldredge, 2001; González López, et al., 2009; OMSA, 2006).
22
Algunos estudiosos del tema han negado la existencia de centenarios antes de la era industrial
(Thatcher, et al.1998; y Robine y Vaupel, 2000).
23
El término “supercentenarios” representa a aquellas personas que lograron alcanzar los 110 años de
edad. El interés por este grupo etario está basado en desentrañar las claves genéticas o de hábitos que
favorecen la longevidad y el envejecimiento saludable.
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atribuyéndosele a la masculinización de algunos hábitos de la mujer cierta responsabilidad (Peto


et al., 2006, p. 151). Por ejemplo, se evidenció una diminución de las muertes por tabaquismo
en los hombres y un aumento en las mujeres (García González, 2015). Mientras que las
epidemias han demostrado el alto impacto que generan fundamentalmente en la disminución de
la esperanza de vida de la población y sobre la estructura demográfica, que conllevan cambios a
gran escala en las pautas de comportamiento tanto económico como social (Ibáñez, 2019).
Dado el poder que emana la ciencia basado en su conocimiento acumulado, se le pide con
urgencia estudios científicos y desarrollos de vacunas para el nuevo coronavirus, petición que
no sirve de mucho si no se han generado previamente las condiciones adecuadas (Carvalho, et
al., 2020). A menos que nos consolemos con saber de parte de los biogerontólogos, dedicados a
investigan cómo conseguir aumentos en la vida humana en base a las diferentes teorías del
envejecimiento (Samper Noa, et al., 2011), que el COVID-19 será considerado un límite
eventual a la edad máxima potencialmente alcanzable (Rica, 1985).

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