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leviatán thomas hobbes

El Estado protege al hombre de sí mismo


Seguridad o libertad. Thomas Hobbes resuelve esta clásica cuestión de la teoría política de un
modo provocativo en su Leviatán. Él supone que los hombres renuncian a su libertad política y se
subordinan completamente al poder del Estado de forma voluntaria. Sin embargo, este es un alto
precio para garantizar la seguridad física y vital. La posibilidad de conseguir bienestar y adquirir
propiedades solo puede garantizarse si un Estado soberano, centralizado, fuerte y absoluto regula
la política. La teoría de Hobbes está influenciada por el caos de la guerra civil inglesa (1642-1649),
que le tocó vivir, pero va mucho más allá de eso. Esta es la primera vez que un estadista afirma que
los hombres crean su propia sociedad firmando un contrato social. Esta idea como base de la
convivencia humana es moderna y liberal. Con ello, desaparece la noción de Dios como creador y
garante del Estado. Si bien el Estado debe estar en concordancia con los fundamentos cristianos, la
Iglesia no puede ejercer influencia en él. La base del Estado es la razón y también es la base de la
filosofía de Hobbes: pensar por uno mismo y no creer en las autoridades, esta es la idea que
atraviesa toda su obra con una refrescante claridad.

Ideas fundamentales
Leviatán es una de las obras más importantes de la teoría moderna de Estado.
Hobbes parte de homo homini lupus, que el hombre es el lobo del hombre.
Puesto que el hombre no es gregario, moral ni social por naturaleza, rige un estado natural de
guerra de todos contra todos.
La visión pesimista de Hobbes acerca de la naturaleza humana tiene un fundamento histórico:
experimentó la sangrienta guerra civil inglesa, que debilitó el poder que ostentaba el Estado.
Para escapar de su mortal estado natural, los hombres acuerdan un contrato social y ceden su
poder político a un soberano.
Los súbditos deben obediencia al soberano. A cambio, él les ofrece seguridad, protección y
bienestar a través de la libertad de acción económica.
Los ciudadanos pueden rebelarse en un solo caso: cuando el Estado se ve incapacitado para
protegerlos.
El poder del Estado no puede dividirse, por lo que la Iglesia no debería tener una influencia
terrenal.
Hobbes no justifica su teoría social con la benevolencia divina, sino con la razón humana: un
cambio de paradigma y el comienzo de la teoría política moderna.
Leviatán es, originalmente, un ser fabuloso de la mitología clásica: un gigantesco monstruo marino,
mitad pez, mitad ballena, que devora hombres.
Hobbes escogió este nombre para su modelo de estado porque el monstruo no necesita respetar a
nadie, pero respeta a quien le rinde pleitesía.
Esta visión del Estado autoritario hace que la obra siga siendo controvertida.
Resumen
¿Qué es el hombre?
Antes de pensar en una sociedad razonable para el hombre, es necesario analizarlo
cuidadosamente con todos sus conocimientos y capacidades. La primera pregunta es entonces
¿qué diferencia al hombre de los otros seres vivos? ¿Qué lo define?

La comprensión funciona del mismo modo para el hombre que para el perro: un perro también
entiende que su amo lo llama. Lo particular del hombre es su capacidad de entender aún mejor las
cosas: él puede comprender incluso su propia comprensión, es decir, analizar las condiciones en las
cuales la comprensión es posible. Así, por ejemplo, la esencia de la inteligencia es la capacidad de
sacar las correctas conclusiones sobre el pasado para diseñar el futuro. De esto se desprende que
cuanta más experiencia tenga un hombre, más inteligente podrá ser.

“Pero no es la inteligencia lo que distingue al hombre del animal. Hay animales que, con solo un
año de edad, pueden ver aquello que les resulta beneficioso con mayor claridad e inteligencia que
un niño de diez años””.
El lenguaje de los hombres es un regalo de Dios. El hombre puede refinarlo a través de sus propias
invenciones geniales, en especial las letras y, en menor medida, la imprenta, que le permite una
expansión más rápida del lenguaje. Sin embargo, también es posible abusar del lenguaje. Al igual
que los animales pueden herir con sus dientes y cuernos, el hombre puede hacerlo con el lenguaje.
Sin el lenguaje, no es posible pensar razonablemente: solo los seres dotados de habla pueden
realizar generalizaciones y sacar conclusiones.

“La séptima causa [del absurdo] son los términos que no dicen nada, pero que las escuelas
adoptan y enseñan mecánicamente; términos cómo hipostático, transustancial, consustancial,
omnipresente y ese tipo de jerigonzas escolásticas””.
La razón es la capacidad de nombrar las cosas por su nombre correcto y de sacar las conclusiones
correctas a partir de diferentes nombres y objetos. Muchas personas, sin embargo, se equivocan al
hacer uso de la razón, al igual que se equivocan al hacer cálculos aritméticos. Esto produce
fácilmente contradicciones, palabras que no son más que humo. La otra cara de la moneda del
privilegio del hombre, de formular leyes y teorías, es que puede enredarse fácilmente en tonterías.
Con frecuencia, esto se debe a los nombres sin sentido que asigna a las cosas.

“La razón es la forma de andar, la expansión de la ciencia es el camino, y el bienestar de la


humanidad es la meta””.
La virtud intelectual consiste en disponer de una fantasía y de un razonamiento agudos, y de
aprovechar su capacidad de discernimiento de manera adecuada. El espacio para la comprensión
es la ciencia. Las dos principales áreas, por un lado, son la teoría de los cuerpos físicos, es decir, la
filosofía de la naturaleza o la física y, por el otro, la filosofía de los componentes del Estado, es
decir, la política y la filosofía social. En este sentido, el método correcto es deducir las
generalizaciones lógicas a partir de la historia y el presente, para buscar luego las alternativas
posibles para el futuro.

“La felicidad es el paso constante del deseo de un objeto a otro, donde alcanzar un objeto siempre
es el camino hacia el siguiente””.
Una particularidad específica del ser humano es su búsqueda de la felicidad, su búsqueda de un
estado libre de preocupaciones que lo lleva a una situación paradójica: una vez que ha alcanzado
ese estado, se vuelve inmediatamente infeliz. Es que la búsqueda de la felicidad es su motor y su
elixir de la vida. Esto significa que la felicidad no es el estado final, sino la búsqueda de otra cosa,
solamente imaginada.

“De la igualdad surge la inseguridad, de la inseguridad, la guerra””.


No obstante, las ansias de poder también son humanas, al igual que el pensamiento competitivo.
Los hombres pueden ser muy virtuosos, pero esto no significa que lo hacen por la virtud misma,
sino porque aspiran al reconocimiento haciendo algo que tiene reconocimiento social.

Después de la religión y la fe, el ser humano tiene la necesidad de conocer las causas de los
sucesos del mundo. Puesto que está convencido de que todo debe tener una causa, es natural que
aspire a conocerla, e incluso a comprender la causa de lo completamente incomprensible, que
encuentra solo en algo metafísico, en algo que está más allá de lo que ve. Es por eso que el ser
humano tiende a creer en espíritus y adora todo lo que teme. De eso se aprovechan las religiones,
al hacer creer a los hombres que las leyes fueron creadas por seres superiores y que por ese
motivo deben ser respetadas.

El estado natural
En el estado natural, todos los seres humanos son iguales. Es cierto que hay diferencias, pero estas
son tan ínfimas que no es posible desprender de ellas una posición o un trato privilegiado. En
especial en lo referido a sus capacidades mentales, los seres humanos son muy similares. No
obstante, de esta igualdad general no nace la bienaventuranza sino la guerra: la guerra de todos
contra todos (bellum omnium contra omnes). Dado que no hay estructuras, reglas ni leyes sociales,
todo está permitido para todos. Puesto que todos tienen derecho a todo, paradójicamente, nadie
tiene derecho a nada: la arbitrariedad lo anula todo. Todo lo que uno ha logrado obtener puede
perderlo al instante siguiente, y el ladrón tiene todo el derecho de hacerlo, pues en el estado
natural, no hay una instancia superior que garantice los derechos de la vida o la propiedad del
individuo.

“Y, allí donde el usurpador ya no tenga otra cosa que temer, más que el poder de un individuo,
quien siembra, cosecha, construye o posee una propiedad de tamaño considerable deberá contar
con la probabilidad de que otros unan sus fuerzas, dispuestos a robarle, a quitarle no solo los
frutos de su trabajo, sino también su vida o su libertad””.
La constante inseguridad hace que los hombres solo vivan en el presente, pues los planes a largo
plazo carecen de sentido. En consecuencia, no existe el esfuerzo, ni la agricultura, ni la ciencia, ni la
cultura. La propiedad es imposible y la justicia tampoco existe. La vida del hombre es solitaria,
pobre, fea, tosca y breve.


De aquí que un agresor no teme otra cosa que el poder singular de otro hombre; si alguien planta,
siembra, construye o posee un lugar conveniente, cabe probablemente esperar que vengan otros,
con sus fuerzas unidas, para desposeerle y privarle, no solo del fruto de su trabajo, sino también
de su vida o de su libertad””.

De esto surge la necesidad de acabar con esta situación. Esta necesidad es humana y universal, es
decir que afecta a todos los individuos. La solución es unirse en una sociedad, en un Estado. Si el
hombre teme a todos los demás hombres, la estructura social no funciona, pero si teme algo que
es superior a él –es decir, el estado–, el temor al castigo es tan efectivo que deja de luchar contra
los otros hombres. Sin un poder público que los asuste, los hombres siempre estarán en guerra.

“Esto hace evidente que mientras los hombres vivan sin una fuerza pública que, por medio del
temor, se los impida, estarán en un estado permanente de guerra de todos contra todos””.
Los hombres que quieren escapar de ese estado permanente de guerra, deciden seguir una ley
natural (lex naturalis), una regla de la razón, que siempre es válida: el hombre no puede hacer
cosas que destruyan su propia vida o que lo despojen de los medios para asegurar su vida. Aquí, el
hombre no es el individuo sino la humanidad toda: los hombres están obligados a evitar todo
aquello que los ponga en peligro. Esta ley se basa a su vez, en el derecho natural (ius naturale), que
les asiste a todas las personas. Según esta ley, todos los hombres tienen la libertad de hacer todo
lo que esté en su poder para conservar su vida.
El contrato social
Siguiendo la ley natural, todos los hombres firman un contrato con los demás hombres: harán la
paz y no la guerra, la paz de todos con todos. El componente más importante del contrato es que
todos traspasan el poder que tenían hasta ahora a un gobernante soberano. Este gobernante
puede ser un monarca, una casta noble o un parlamento, si bien la monarquía es la mejor forma
de Estado, pues en la democracia, los representantes del pueblo suelen anteponer los intereses
privados a los públicos, mientras que el monarca está completamente dedicado a su puesto, en su
caso, lo privado se funde con el bien común.

“Las oscilaciones en el estado de ánimo que han llevado a los hombres a la paz son el miedo a la
muerte, el deseo de poseer objetos que le resultan necesarios para llevar una vida agradable, y la
esperanza de obtenerlos a través del esfuerzo””.
El poder del gobernante soberano es indivisible, es decir que no hay división del poder: el
gobernante soberano reúne el poder legislativo, ejecutivo y judicial. No existe el derecho a veto, es
decir que los ciudadanos no pueden oponerse ni modificar la forma de gobierno.

El pueblo tiene derecho a rebelarse en un único caso: cuando el gobernante soberano ya no está
en condiciones de proteger a sus súbditos. Esta protección es su tarea principal: proteger a las
personas de sí mismas. Un gobernante soberano que, por ejemplo, inicia o no impide una guerra
civil no cumple con esta tarea y, por lo tanto, pierde su legitimación.

“El poder soberano no es tan dañino como su ausencia””.


En un Estado creado de este modo es importante el hecho de que las personas eligen
voluntariamente a su gobernante soberano. De este modo, son los verdaderos causantes de las
acciones del poderoso, él es el representante de su voluntad política. Según esta lógica, el
gobernante soberano no puede actuar en contra de los intereses del pueblo, por lo tanto, el
pueblo está obligado a confiar en él sin criticarlo.

“Se entiende que la obligación de los súbditos frente al gobernante soberano dura solo mientras
sea capaz de retener el poder con cuya ayuda pueda protegerlos””.
La estructura del Estado depende de la armonía entre los súbditos y de su obediencia, y el
gobernante tiene la tarea de educar al pueblo en este sentido. El pueblo no debe ver con recelo
otros Estados que le parezcan mejores, ni exigir la caída de su propio Estado. El deseo de
transformación es como quebrantar el primer mandamiento (“No adorarás a otros dioses”). El
gobernante debe enseñar esto. La crítica al gobernante también es una infracción a este
mandamiento.

La propiedad
Una vez creado el Estado, el gobernante distribuye entre los súbditos todos los bienes (por
ejemplo, la tierra y el ganado) utilizando para ello su propio buen juicio. Una vez realizada la
distribución, les garantiza los derechos de propiedad, es decir que castigará a cualquiera que
atente contra la propiedad de un tercero. Por otra parte, el gobernante puede expropiar y
redistribuir la propiedad privada: los súbditos no tienen derechos de propiedad frente al
gobernante. El gobernante, por su parte, debería tener tan poca propiedad como sea posible, para
evitar el abuso estatal; después de todo, el gobernante, al igual que Leviatán, el poderoso
monstruo marino del libro de Job, es mortal y falible, por lo que no debería exponerse a estos
peligros.
“El principal y mayor abuso de las Santas Escrituras, del que se desprenden casi todos los demás,
es su tergiversación para demostrar que el Reino de Dios tantas veces mencionado en ellas es la
Iglesia actual, o el número de cristianos vivientes o que, quien ha muerto, resucitará el día del
Juicio Final””.
Una vez distribuida la propiedad, los súbditos están obligados a administrarla, a aumentar su
propiedad, a producir bienes que beneficien a toda la sociedad y a comerciar sus bienes con otros
Estados. La base material para esto es el dinero: pues esta es la sangre sin la cual el comercio no
puede existir.

Aunque un Estado creado de esta manera está marcado por la razón y haya sido creado por los
hombres, debe estar en concordancia con la idea del Estado cristiano. Esto no significa que el
Estado deba subordinarse a la Iglesia. Existe un poder divino y los cristianos deben respetarlo, pero
este poder no es un poder terrenal. La palabra de Dios es transmitida a los hombres a través de los
profetas, pero el hombre no debe temer aplicar sus propias experiencias para interpretar
correctamente la palabra de Dios. Esto vale especialmente para explicar la Biblia de modo tal que
su interpretación coincida con las intenciones divinas. Si bien es cierto que la palabra de Dios no
puede ser probada ni refutada, tampoco se opone a la razón humana. Por lo tanto, cuando en la
Biblia algo resulta irrazonable, es que los hombres que la explican han cometido un error, no Dios.

El reino de la oscuridad
Las dos soberanías, la divina y la terrenal, están amenazadas por los poderes de la oscuridad que
ya se mencionan en la Biblia: la superstición, la brujería, las religiones paganas. Pero una
interpretación equívoca de las Santas Escrituras es tan maligna como las ansias desmedidas de
poder. Estos poderes están al acecho en todas partes, incluso en la Iglesia misma. Es incorrecto
suponer que la Iglesia representa el reino de Dios en la Tierra, del mismo modo que es incorrecto
asignar al Papa o a cualquier otro prelado la categoría de un gobernante en el mundo: no son
representantes de Dios en la Tierra y tampoco pueden dictar leyes en nombre de Cristo. El poder
terrenal solo puede ser ejercido por un poder de Estado. Quien no lo entiende, tiene el juicio
nublado y, lo que es peor: blasfema contra Dios.

La turbación del espíritu es un peligro general para el Estado, en especial, la que se origina en las
falsas filosofías. Un pensamiento errado comienza con el hecho de que los hombres creen en
aparentes autoridades en lugar de hacer uso de su propia razón. Sin embargo, quien piensa por sí
mismo, corre también el riesgo de caer en lugares comunes, que, aunque frecuentes, también
pueden estar errados.

He aquí un caso: Aristóteles responde a la pregunta acerca de la causa del hundimiento de los
cuerpos pesados afirmando que el cuerpo tiene la urgencia de llegar al fondo. Esta explicación no
dice otra cosa que los cuerpos se hunden hacia abajo porque se hunden hacia abajo. La razón no
puede conformarse con estas pseudoexplicaciones.

El Leviatán es un tratado sistemático sobre la teoría del Estado. La obra está divida en cuatro libros,
con un total de 47 capítulos. La primera parte está dedicada a los hombres como la unidad más
pequeña del Estado y a su vida en estado natural. Al hacerlo, Hobbes analiza la imagen filosófica
del hombre de su tiempo, pero encuentra su propia posición, al distanciarse de la antigüedad
clásica y de la escolástica (la filosofía cristiana del medioevo tardío). El segundo libro aborda la
sociedad como tal y el pasaje del caos a la sociedad ordenada. En la tercera parte, Hobbes
desmenuza la Biblia con gran detenimiento y detalle y logra que su interpretación coincida con su
teoría del Estado. Finalmente, la cuarta parte está dedicada a las supersticiones y al escepticismo, a
la falsa religión y al hecho de que las Iglesias oficiales también se aprovechan de esto. Hobbes traza
un gran arco –desde el hombre a la sociedad, al estado y la religión (incluida la interpretación de la
Biblia)– y, al hacerlo, construye un panorama completo de la historia del pensamiento de su época.
La obra está estructurada con una claridad tal que el lector nunca pierde el hilo. El estilo de
Hobbes es preciso y lineal, cada una de sus ideas está bien organizada, desarrolla sus argumentos
paso a paso y evita las abstracciones. Todos los conceptos se explican o definen y, para cada
posición, se ofrece una prueba. Hobbes escribe de forma comprensible y entretenida, sobre todo,
cuando se deja llevar por comentarios secundarios en contra de la escolástica o de la Iglesia. Ya el
estilo muestra que Hobbes es un pensador independiente, que no se arrodilla ante ninguna
institución.

Enfoques interpretativos
El Leviatán es más que una mera teoría de Estado. Es una obra filosófica integral que explica a los
hombres desde sus percepciones, pero también desde sus sueños y objetivos, al tiempo que trata
de establecer en qué medida existe un ser capaz de vivir en sociedad.
En la teoría de Hobbes, los hombres firman un contrato social en igualdad de condiciones y con
plena libertad. El contrato contempla los intereses de todos, con ello, la razón colectiva se
convierte por primera vez en una teoría política.
En una época en la que todavía se creía en el sistema feudal y la voluntad divina, esto significó un
cambio de paradigma: desde ahora, el hombre, su razón y su naturaleza están en el centro y se
cuestiona el rol de la Iglesia como creadora del Estado y del sentido.
El contrato social también garantiza la posibilidad de acceder a la propiedad y de vivir de forma
segura. Aquí resuenan las primeras posturas liberales: el Estado debe crear las condiciones para
una economía libre.
El Estado es absoluto y exige obediencia ilimitada. Este elemento autoritario de Hobbes fue
criticado muchas veces. Una vez que los hombres deciden ceder su poder, también ceden su
capacidad de intervenir políticamente. Lo que les queda es solo la libertad económica y la felicidad
privada. Hobbes considera que el peligro de que el Estado pueda tener una conducta abusiva es
mínimo.
La famosa imagen del Leviatán muestra una enorme figura humana, el gobernante soberano,
compuesta de numerosos cuerpos humanos. La figura simboliza que el poder de Leviatán es tan
grande que la libertad del individuo desaparece en él.
Antecedentes históricos
Teoría del Estado en tiempos de la guerra civil
La obra de Hobbes no puede comprenderse sin su contexto histórico. La idea fundamental del
Leviatán –la guerra como principio de la existencia humana– es resultado de la experiencia de
Hobbes. En la Inglaterra de 1642 se desató una guerra civil entre la vieja nobleza, con el rey Carlos I
y el Parlamento a la cabeza. Además, la sangrienta guerra contra España ensombrecía la política
inglesa y las diferentes confesiones intervenían en las acciones bélicas. La guerra terminó con la
ejecución del rey en el año 1649. Por primera vez en la historia de la humanidad, un rey no fue
ejecutado por un enemigo, sino como resultado de una decisión parlamentaria. La monarquía fue
disuelta temporalmente y en su lugar se creó una república. Hobbes mismo hablaba de revolución:
para él era claro que lo que había estado arriba ahora estaba abajo. Por tal motivo, su búsqueda se
concentró en un Estado razonable y ordenado, en un poder fuerte y centralizado, que controlara el
caos y que de todos modos fuera capaz de garantizar la felicidad y el bienestar de todos. De esto
resulta también su deseo de contar con un poder concentrado, indivisible, imposible de ser
limitado por la intervención de los súbditos o por el poder eclesiástico: cualquier tipo de
fraccionamiento llevará, según su experiencia, al desorden social y a la insatisfacción.

Origen
Hobbes escribió Leviatán durante su exilio en Francia. Ya tenía más de 60 años y debido a la
parálisis que lo aquejaba, se vio obligado a contratar un copista. Ya había preparado los pasajes
sobre el estado natural y la socialización del hombre en su obra De Cive (Sobre el ciudadano), que
se ocupaba de la sociedad civil. En 1650, completó los primeros 37 capítulos de Leviatán y un año
más tarde publicó la obra en Inglaterra junto con De Cive. Al mismo tiempo, en la corte parisina de
los exiliados de Carlos II se acumulaban las quejas contra Hobbes, a quien acusaban de ateísta y
traidor. Efectivamente, este se había vuelto más radical. A diferencia de sus obras más tempranas,
en Leviatán se muestra más decidido y ya no tiene en cuenta las tradiciones ni los vínculos
políticos. Su pensamiento ha llegado a su cénit y completa radicalmente todos los pasos que en sus
escritos anteriores había formulado con cautela. Esta falta de compromiso le valió ganarse
enemigos políticos: sus opositores, más interesados en las modificaciones del poder político de la
época, lo utilizaron para aislarlo de la corte. Por ello, ese mismo año huyó a Inglaterra, donde se
publicó su obra más famosa. Sin embargo, no obtuvo autorización para publicar una traducción al
latín de su libro (en esa época, el latín era el idioma usual entre los académicos y científicos). Esto
llevo a que la traducción apareciera en Ámsterdam. Desde de la primera edición en 1651, Leviatán
solo volvió a editarse en Inglaterra en 1840.

Influencia
El filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz consideró que Hobbes fue el primero en aplicar el
método correcto de argumentación y demostración en la filosofía de derecho y estado. Aún hoy, su
obra impresiona por su originalidad y radicalidad. Hobbes fue reconocido ya desde sus inicios
como un pensador independiente destinado a romper con la tradición de las ideas. Las teorías
políticas actuales se siguen comparando con su conglomerado de ideas teóricas sobre el estado.

Luego de su publicación, Leviatán generó una controversia que se extendió por varias décadas. En
Inglaterra se publicaron más de 100 panfletos en contra de Hobbes, prácticamente nadie lo
defendía. Muchos se burlaban del título: ¿por qué motivo habría de ser un monstruo fantástico de
la antigüedad clásica la imagen de un estado construido a partir de la razón? Hobbes mismo era
descrito por muchos como un monstruo ateo y rebelde. Se ganó enemigos y amenazas: después de
todo, en esta época todavía existían los procesos por herejía. Las iglesias de Inglaterra lo acusaban
de ser ateo, aunque no lo era, porque ponía en duda muchos fundamentos eclesiásticos básicos y
ponía a la fe cristiana cerca de la superstición.

La universidad de Oxford, donde estudió, quemó sus textos políticos pocos años después de su
muerte alegando un efecto nocivo en relación con el Estado, el gobierno y la Iglesia. En el
continente europeo, por el contrario, el efecto sobre la filosofía social fue enorme desde el
principio: no solo el joven Leibniz se definió como seguidor de Hobbes, también el Tractatus
theologico-politicus (1670) de Baruch Spinoza se vio indudablemente influido por él. David Hume,
Jean-Jacques Rousseau, Denis Diderot, Immanuel Kant y Karl Marx, todos ellos desarrollaron sus
ideas a partir de su influencia. Hobbes puso por primera vez sobre la mesa la relación entre el
ciudadano y el Estado, entre el poder y el derecho, y lo hizo de un modo provocativo y productivo
que invitaba a la reflexión. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, por ejemplo, dijo, que la lucha de todos
contra todos en la sociedad burguesa de ninguna manera se había acabado, sino que, por el
contrario, estaba comenzando.
Sobre el autor
Thomas Hobbes nació el 5 de abril de 1588 en Westport, Inglaterra. El tío de Hobbes se ocupó de
su educación. Aprendió lenguas clásicas, física, lógica y pensamiento aristotélico en Oxford. En
1608 finalizó sus estudios y comenzó a trabajar como tutor y luego como secretario privado para la
familia Cavendish. Esta actividad llevó al joven Hobbes al extranjero: acompañó a sus protectores
nobles más de una vez por el típico Grand Tour, el viaje educativo de varios años por el continente.
Hobbes comenzó un intenso intercambio intelectual con filósofos de su tiempo: Francis Bacon,
René Descartes y, posiblemente, también con Galileo Galilei. Sus principales temas filosóficos serán
la constitución del Estado, el libre albedrío y las condiciones necesarias para la sociedad humana.
Durante la Guerra civil inglesa, apoyó la constitución de un estado absolutista. En 1640 publicó
Elementos de derecho, donde está contenido su ensayo Human Nature, y lo distribuyó entre los
representantes del parlamento para influirlos en relación con el rey. Cuando el parlamento intentó
denunciar a los representantes de la política absolutista del rey, Hobbes se sintió amenazado y
huyó a Francia. Allí se dedicó a dar clases de matemática a Carlos Estuardo, aspirante a la corona.
En 1646, Hobbes enfermó gravemente y como resultado quedó paralizado, por lo que se vio
obligado a contratar a un copista. Hobbes fue aislado en la corte del exilio del rey inglés en París,
sospechado de traición. Regresó a Inglaterra y juró lealtad a la Inglaterra republicana, pero luego
volvió a caer en una situación precaria cuando, en 1660, la monarquía fue restaurada y se
persiguió a los republicanos. Hobbes se salvó de los ataques, pero pasó el resto de su vida como
huésped del Earl de Devonshire y en Londres. Se dedicó a publicar textos filosóficos y a exigir la
secularización de las universidades. Hobbes murió en 1679, a los 91 años.

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