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SINOPSIS

Una nueva vida…

Londres significó siempre un nuevo comienzo para Essie


Black Stone, quien tras un trágico atentado tuvo que renacer y ya
no más como la estrellita de sus padres.

Decidida a crear sus propios recuerdos, se embarca en un


viaje que devasta a su familia, pero que la reconforta a ella a
niveles que nadie jamás entenderá. Con nuevos amigos, cambio de
planes y conociendo el amor por primera vez, el destino le
enseñará que puede ser muy caprichoso y peligroso, sobre todo
cuando se disfraza y divide en dos hermanos, provocando que
también se divida su corazón.

Pasión y peligro…

Esas palabras definen a la perfección a los hermanos


Gambino, poderosos en su tierra y donde quiera que caminen.
Ambos derrochan inteligencia, riqueza y dominio; la unión es su
mayor fortaleza y la que los mantiene en la cima, intocables para
sus enemigos. Pero esa se ve amenazada cuando se dejan envolver
por la inocencia de una pelinegra que se desborda en sensualidad y
pasión en cuanto cae en sus manos.

Un imperio está a punto de ceder, demostrando que pasen los


siglos o los años, una mujer puede ser capaz de destruir naciones,
fidelidades, hermandades y asociaciones poderosas solo con una
sonrisa.

Y no será fácil resistirse a la Helena renacida de la oscuridad,


una chica que con su inocencia y pasado hace caer al ladrón más
buscado.
PREFACIO
Vi en cámara lenta lo que se desarrollaba frente a mis ojos, jamás lo
imaginé y nunca esperé ser parte de una escena como esa. Papá estaba
vuelto loco y mamá ni se diga.

Todo lo que vi en ella siempre fueron risas y bromas, pero nunca


esperé que de su boca saliera una amenaza mortal, y no estaba jugando.
Incluso amenazando con un taco sabía que nada en ella era una broma.

¿Qué estaba pasando? ¿Cómo mi vida se fue por la borda en cuestión


de segundos? No lo sabía.

Mentira, sí lo sabía.

Mi mundo se cayó desde el día en que dejé entrar en mi vida a un


Gambino, el peligro lo llevaban grabado en la frente, pero me cegué, me
negué a verlo.

—Papá ¿qué está sucediendo? —pregunté asustada y no respondió.

Él encañonaba a Izan y mamá le lanzó su zapato de taco alto a Aleph,


este último giró el rostro para que el objeto no lo dañara, pero no
intentó zafarse del tipo que lo retenía y menos el arremeter contra ella.
Tuve la intención de dar un paso, aunque no lo logré, ya que otro
hombre de los que llegó con mi padre me lo impidió.

—¡Maldito hijo de puta! No te alcanzará la vida para que pagues lo


que has hecho —gritó mamá.

Quise acercarme a ellos, pero el hombre de antes hizo más fuerte su


agarre en mí. Lo que mi madre acababa de decir me hizo pensar en que
ya sabían todo, el por qué dejé de hablarles o la razón por la que estuve
desaparecida tanto tiempo y me aterré. Era absurdo, ya que tomé la
decisión de decírselos yo misma para que lo entendieran y supieran de
mi boca, mas debí imaginar que siendo papá quien era y teniendo la
familia que tenía, era cuestión de tiempo para que supieran en todo lo
que me vi envuelta.

—¿Izan, qué pasa? —volví a cuestionar asustada, con la esperanza de


que él sí me respondiera, pero solo me miró y negó con decepción,
tristeza y aflicción.

—Pasa que estos dos se van a arrepentir de haberse acercado a ti —


dijo papá al fin y mi corazón se detuvo cuando le quitó el seguro a su
arma.
—¡No! —grité.

Lo hice fuerte y desesperada al ver que papá no se tentó el corazón


para disparar.
PRIMERA PARTE

Tú.

“Cuando quieres algo, todo el universo conspira para que realices


tu deseo. ˮ

—Paulo Coello—
CAPÍTULO 1
Estaba en la parte favorita de mi apartamento, sentada sobre el alfeizar
grande de la ventana que me regalaba una hermosa vista hacia la ciudad. A
veces me tranquilizaba el silencio y pasividad, pero en otras ocasiones
disfrutaba del ajetreo de las calles de Londres. La noche había entrado y ni
siquiera sentí el tiempo al sumergirme en las páginas de aquel libro que devoré
como hambrienta.

«Ladrón de recuerdos» era el título, escrito por un autor de moda que usaba
un seudónimo para identificarse.

O para que no lo identificaran, según lo quisieran ver.

El libro ni siquiera lo escogí yo, me lo obsequiaron en mi cumpleaños número


veintidós y era una de esas lecturas que mis padres no habrían aprobado jamás
—y nada tenía que ver el que siendo mayor de edad todavía me controlaran,
sino más bien a situaciones de nuestras vidas que nos marcaron de una
manera cruel—. El objeto llegó a mis manos gracias a Oliver O’Kelly, uno de
mis mejores amigos desde que llegué a Londres y acertó demasiado, ya que
amé cada letra plasmada en esas páginas color arena.

¿Lista para mañana?

Leí en la pantalla de mi móvil tras haber desplegado la barra de notificaciones


luego de recibir un WhatsApp. Se trataba de Dalia Montés, una guapa española
que se convirtió en mi amiga y compañera, la conocí en Eckington Llanerch,
una de las mejores instituciones a nivel mundial cuando de cocina se trataba;
era la escuela culinaria a la cual me uní cuando llegué a Londres y no nos
separamos desde entonces.

Juntas comenzaríamos un nuevo trabajo al día siguiente, aunque ella ya había


trabajado antes en la compañía a la que nos uniríamos gracias a que su tía le
conseguía un medio tiempo en las vacaciones.

Para mis padres no era de su agrado el tenerme lejos y, mucho menos que
prescindiera de su dinero y comodidades, viviendo una vida lejos de los lujos
que ellos podían darme, pero trataban de respetar la decisión que tomé desde
el día en que pude valerme por mí misma tras pasar un par de años
dependiendo de máquinas para sobrevivir o de los cuidados de mi madre.

Lista y ansiosa, ¿y tú?

Respondí a mi amiga y dejé el móvil a un lado para retomar mi lectura.

Mis padres no tenían ni idea de que me metería a trabajar, para ellos me


encontraba estudiando y las vacaciones estaban lejos. Sin embargo,
acabábamos de terminar el curso, pero decidí inscribirme en otro que
comenzaría dentro de dos meses, mientras, tomé a bien aplicar para el puesto
de preparadora en Joddy´s Healthy Food una compañía londinense de comida
saludable creada por Casa Gambino, uno de los restaurantes italianos cinco
estrellas más famosos del país y, al que muchos queríamos entrar para
comenzar nuestra carrera como chef profesionales.

Por María Montés —tía paterna de Dalia— nos enteramos de que muchos de
los chef del famoso restaurante salieron de Joddy´s, así que esperábamos correr
con la misma suerte y unirnos pronto a Casa Gambino.

Más que lista estoy emocionada de volver, ya mañana sabrás la razón.

Respondió Dalia y negué, sobre todo porque tras ese mensaje me envió
muchos emoticonos de diablillos.

«Antes soñabas con obtener tu licenciatura en trabajo social, querías unirte a


nuestra ONG y viajar por el mundo para abogar por el bienestar de los
niños», recordé a mamá decirme cuando le comenté sobre mis planes de viajar
a Londres y estudiar cocina.

La verdad es que entendí la tristeza en su voz, de querer ser trabajadora social


para trabajar en Pequeño Ángel —la ONG que fundaron mis padres años
atrás— a chef había una gran diferencia y eso solo le confirmaba que la Essie
Black Stone que un día conoció, su hija, su Estrellita como solían llamarme, no
volvería más.

Perdí la memoria total años atrás, tras un atentado que sufrió alguien de mi
familia y en el que me vi envuelta para mi muy mala suerte. Tuve
un accidente cerebrovascular que me ocasionó demencia; creo que mi destino
era morir esa noche, pero por alguna razón se torció y sobreviví, aunque
renaciendo en alguien muy distinta y no solo por la carrera que quería sino
también porque desde que desperté y fui capaz de valerme por mí misma, ya
no me sentí parte de los Black Stone por mucho que lo intenté.

Eso no significaba que no quisiera a mis padres y hermano, claro que lo hacía.
Sin embargo, la conexión entre nosotros —o al menos de mi parte— ya no fue
la misma desde que comencé a tener consciencia.

Nunca le desearía a nadie —ni siquiera a un enemigo— pasar por lo que yo


tuve que pasar. Para un recién nacido era más fácil porque desde el vientre de
la madre ellos ya comienzan a conocer las voces de las personas que los
rodean. Para un renacido podía volverse un infierno y todavía recordaba el
miedo que sentí cuando abrí los ojos y me vi rodeada de extraños.

En ese momento ni siquiera pude identificar el sentimiento, solo sabía que el


corazón me golpeaba el pecho con fuerza, la respiración se me cortaba y
únicamente quería llorar.
Lo peor de todo era ver y escuchar hablar y yo no poder hacerlo, tampoco
entendía nada. Actué por puro instinto y el miedo se convirtió en mi mejor
amigo. Tuve que comenzar mi vida desde cero, aprender a dar mis primeros
giros en la cama o a levantar la cabeza, luego a mover las piernas y dar mis
primeros pasos.

La vergüenza fue el segundo sentimiento que experimenté, puesto que mi


consciencia me hacía entender que no era correcto para una chica de mi edad
hacer sus necesidades en un pañal desechable y, menos que alguien más
tuviera que asearme, bañarme o vestirme. Tras eso caí en depresión y la
tristeza y frustración no me abandonaron por un buen tiempo.

Mi madre fue quien estuvo a mi lado en todo momento y por eso aprendí a
amarla mucho antes que a papá o a Dasher —mi hermano—. Laurel Stone fue
la primera en entender que habíamos vuelto al punto de partida —aunque con
más complicaciones que una mamá primeriza y su recién nacido—, donde
aprendía a conocerme al mismo tiempo que yo a ella y así a veces olvidara que
nada de lo de su anterior hija volvería, trataba de hacerme sentir cómoda a su
lado.

Con mi padre y Dasher fue más complicado, puesto que ellos me seguían
tratando como si nada hubiese pasado, hablaban de anécdotas del pasado con
la esperanza de que recordara algo de ello y eso en lugar de ayudarme…me
dolía. No lo sentía justo porque pretendían saber todo de mí e implantaban
cosas en mi cabeza que ya no eran mías.

—Ya no soy ella, deja de hablarme como si me conocieras —le dije una vez a papá
cuando sacó un álbum de fotos en lugar de leerme un cuento como el doctor había
recomendado que hicieran todas las noches.

Habían pasado siete meses desde mi última operación, esa que resultó exitosa.
Aprendí a hablar bien cuatro meses después de eso, caminar todavía se me
dificultaba, pero ya era consciente de mis sentimientos, comenzaba a tener más
raciocinio y tomar decisiones propias ya no se me dificultaba.

Esa noche entendí que ya quería al hombre que herí con mis palabras sin
pretenderlo, porque cuando vi sus ojos brillosos por las lágrimas, mi corazón se
rompió.

—Papá, lo siento —pedí arrepentida y me limpié una lágrima. Tras el dolor que vi
antes llegó el asombro al escucharme llamarlo de esa manera, porque sí, era la
primera vez que me refería a él por lo que era—. No quise dañarte, es solo que me
duele que me hables de alguien que ya no soy y te niegues a conocer a tu nueva
hija.

Abigail, mi prima, me había dicho meses atrás que no tuviera miedo de decirle a
papá lo que me sucedía y lo incómodo que era para mí que me recordara a esa
Essie, incluso le enseñó a mi hermano a que me conociera y por lo mismo ya me
llevaba mejor con él.

Pero nunca me atreví a decirle nada a mi padre hasta en ese instante, cuando me
cansé de que mi vida siguiera siendo una eterna noche oscura, donde mi rumbo no
tenía sentido, ya que caminaba en la dirección de otros y no en la que yo quería.

—Es-es la primera vez que me llamas papá —señaló él con titubeos y me cohibí.

—Lo sé, pero desde que conseguí esta nueva razón sé que lo eres y no solo porque
me lo han enseñado así sino también porque lo siento —aseguré.

Me tomó desprevenida cuando me acunó entre sus brazos y me apretujó con fuerza,
comenzó a besarme la cabeza y a repetir la palabra «lo siento tanto». Después de
estar triste se mostró feliz, eufórico y mi corazón se aceleró con emoción.

No le mentí, sabía que era mi padre porque lograba sentir ese amor tan inmenso
que me profesaba. Yo era su estrellita y me gustaba mucho que me llamara así a
pesar de no demostrárselo. Y desde ese día todo cambió entre nosotros, puesto que
al fin entendió que esa Essie entre sus brazos era alguien nueva, renació y
necesitaba crear sus propios recuerdos.

Aunque la convivencia siguió siendo un poco difícil, ya que yo seguía siendo


una especie de recién llegada a la familia. Ellos ya tenían sus recuerdos juntos,
sus vivencias, anécdotas divertidas y unas no tanto, todas esas cosas que
caracterizaban a una familia de verdad y no me gustaba incomodarlos cuando
tenían que privarse por no hacerme sentir mal.

Poco a poco fui recuperándome por completo y llegó un momento en el que


necesité crear mis propios recuerdos, pero con personas que no supieran nada
de mí para sentirlos reales. Fue allí cuando la decisión de mudarme llegó a mi
cabeza y, aunque a mis padres no les agradó la idea y menos a mi hermano,
tuvieron que aceptarlo.

—Londres fue mi casa por un par de años y te aseguro que es un excelente lugar
para comenzar de cero —Recomendó Abby cuando le comenté mi decisión, ella se
convirtió en una gran amiga aparte de ser mi familia y admito que era con la que
mejor me llevaba.

Mi vida en esa ciudad inglesa era lo más real que tenía después de despertar de
la inconsciencia, el nuevo comienzo que tanto añoré desde que vivía en
Estados Unidos —el país que me vio nacer y crecer, el mismo que me dio todo
y también me lo quitó todo—. En Londres vi una oportunidad de encontrar mi
identidad, de forjarme a mí misma y así pareciera egoísta o malagradecida, en
ese país al fin respiré tranquila y crecí a pasos agigantados, avancé como se
suponía que tenía que avanzar rodeada de mi familia, pero lo cierto era que no
sentía ya a esa familia como mía por mucho amor que me dieran.

Cuando ya eran las diez de la noche decidí dejar de leer y puse un


marcapáginas en el libro para no perder la parte en la que me quedé. Me fui
para el baño y tras eso me metí entre las sábanas de mi cama. Tenía que tomar
unos medicamentos para controlar mi presión arterial y el hipertiroidismo
que me aquejaba luego de las operaciones y, uno de ellos me provocaba
insomnio, así que dormir fue una tarea bastante larga.

«Si te animaras a conseguirte un tío guapo, no pasarías por esas noches tan
difíciles». Recordé a Dalia decirme eso y sonreí.

Los tíos guapos como ella los llamaba, no estaban en mi lista de prioridades
por el momento… ¡Carajo! Ni siquiera sabía lo que era besar o tener sexo, es
más, no tenía ni la menor idea de si era virgen. Y si sabía todas esas cosas era
gracias a mamá, que sin ningún pudor me instruyó y explicó situaciones que,
para mi pobre cerebro de bebé fueron bochornosas.

Y claro que conocía a muchos chicos guapos, Oliver era uno de ellos, pero él no
contaba porque le gustaban los hombres igual o más que a Dalia, así que no me
daría lo que según nuestra amiga, yo necesitaba. Sin embargo, nadie llamaba
mi atención como para querer experimentar todo lo que veía en la tele o leí en
ese libro que mi amiga me convenció de comprar cuando fuimos a la librería.

—Un tío guapo —susurré para mí y sonreí.

Esa noche me dormí pensando en lo que imaginaba que era conocer a alguien
que te provocara más insomnio que un medicamento y te dejara sin la
estabilidad emocional que solo un libro podía provocar.

____****____

Al día siguiente Dalia pasó por mí para irnos a nuestro nuevo trabajo. Me
sentía emocionada por iniciar una nueva aventura y conocer a otras personas
con la misma pasión que nosotras. Aprendí a cocinar gracias a Aiden, otro de
mis primos y hermano de Abby, quien utilizó la cocina para acercarse a mí sin
tener idea de que me llamaría tanto la atención y terminaría por quererlo
como carrera.

Cocinar me relajaba y perfeccioné mi lectura y escritura con las instrucciones e


ingredientes de ciertos platillos que Aiden me retaba a hacer. Gracias a
maestros privados completé mis estudios básicos y por lo mismo no se me
dificultó entrar a la escuela culinaria.
Cuando llegamos a Joddy´s Healthy Food, el chico que sería nuestro encargado
ya nos esperaba; nos habíamos conocido en la entrevista que hicimos, por lo
mismo pasamos de las presentaciones y nos fuimos directo a conocer las
instalaciones que se convertirían en nuestro nuevo hogar por un tiempo.

La cocina por supuesto sería nuestro campo, pero era necesario que también
nos familiarizáramos con el área de etiquetado, la bodega, las oficinas y la
zona de control de calidad.

Joddy´s era una compañía bastante grande para ser nueva, y tenía a muchos
empleados; era también como una especie de prueba para los chef que
ansiábamos entrar a un restaurante cinco estrellas para adquirir experiencia.

Mis padres querían ayudarme a tener mi propio restaurante, sin embargo,


opté por comenzar de cero y así conocer más el mundo al que deseaba
pertenecer.

—María las va a entrenar en lo básico, ella se unirá a ustedes en un momento


—avisó William, nuestro encargado.

—¿Dónde está? —inquirió Dalia, noté que le hacía ojitos a William y negué.

—Con Charles, nuestro jefe y con Izan Gambino —respondió él de buena


manera, sin importarle que mi amiga estuviese siendo una entrometida.

—¡Uh la la! —expresó Dalia con coquetería. Ella tendía a ser una sin vergüenza
en muchas ocasiones— ¿Y se puede saber qué hace ese guaperas por aquí? —
preguntó con más interés del que debía y temí que ese posiblemente sería su
primer y último día en Joddy’s.

William la miró con sorpresa, pero incluso así fue muy amable en responderle.

Demasiado para ser sincera.

—Él y, en algún momento también su hermano, van a tomar posesión de los


negocios de sus padres, así que Izan se ha incorporado hoy para
manejar Joddy´s Healthy Food.

Carraspeé un poco fuerte y tomé a Dalia del brazo dándole un pellizco en el


proceso cuando la vi con intención de seguir haciendo sus preguntas fuera de
lugar.

Porque la conocía bastante y sabía que no preguntaba solo por intereses


laborales.

—En serio, gracias por el recorrido que acabas de darnos, William. Estamos
muy emocionadas por comenzar —le dije y me sonrió.

—No agradezcas, es un honor tenerlas en la familia —respondió.


—¡Ostras, tía! Que aguafiestas que eres —me reprochó Dalia cuando William
se alejó para pedirle a una compañera que nos asistiera mientras María
llegaba.

—Me lo agradecerás cuando dures al menos un mes en el trabajo —le dije y


negó— ¡Por Dios, Dalia, apenas es nuestro primer día y ya te expresas así de
uno de los dueños! ¡Y frente a un compañero de trabajo! —largué y sonrió con
picardía.

—Si ya conocieras a Izan, me entenderías —aseguró y bufé rendida,


provocando que ella se riera con diversión.

—No lo sé, Dalia, pero sí te aseguro que incluso conociéndolo, me apegaría a


las reglas de la compañía. Sobre todo a esa que dice que no se permiten
relaciones entre compañeros de trabajo —señalé.

—¿Y quién te dijo que quiero una relación con Izan o qué él quiere una con
cualquier mujer? —inquirió más divertida que antes y la miré con el ceño
fruncido.

—¿Y con un chico? —pregunté sin pensarlo.

—No lo creo, es solo que tiene una historia y desde entonces nunca se le ha
visto con pareja —explicó.

—Como sea —dije entonces, regresando del camino equivocado por el que me
estaba yendo.

Minutos más tarde María llegó y nos saludó muy contenta de vernos. Ella se
había convertido en una gran chef desde diez años atrás y la mayoría del
tiempo trabajó en Casa Gambino como la jefe de cocina, pero según me
comentó su sobrina, le ofrecieron mejores beneficios y paga cuando
nació Joddýs y desde entonces se convirtió en la cocinera estrella de la
compañía.

Joddy’s Healthy Food nació para crear alimentos sanos para los deportistas o
personas que querían llevar una vida saludable, pero que no tenían tiempo
para cocinar y, debido a que por un tiempo fui una consumidora asidua de
ellos, sabía que preparaban la mejor comida que alguna vez comí. Un poco
costosa, sí, pero deliciosa y por lo mismo iban creciendo día con día.

Para entrar a la cocina era obligación quitarnos la joyería si llevábamos,


vestirnos con batas blancas debidamente esterilizadas, gorros desechables —y
no hablaba del típico gorro de chef sino más bien a uno quirúrgico— y
protección para los zapatos, a parte de un lavado de manos bastante
minucioso, mascarillas y gafas transparentes.

Para muchos ese trabajo podía ser común, pero ahí en esa cocina encontré a
varios chef populares y otros famosos, cosa que nos sorprendió en demasía.
Por esa razón no nos sorprendió comenzar como ayudantes.
Dalia había trabajado en la zona de empaquetado, por eso desconocía la
presencia de esas personas que creímos que solo veríamos como dueños de sus
propios restaurantes o en hoteles cinco estrellas.

—¡Madre mía! Qué recompensa tan buena la que estoy teniendo por haberme
portado bien esta semana —exclamó Dalia de pronto.

Ambas estábamos en la mesa de picado junto a María, esta última se


encontraba a mi lado y Dalia frente a nosotras, por lo tanto le dábamos la
espalda a lo que sea que Dalia veía.

—¡Joder, cariño! Un día me vas a meter en problemas —repuso María al mirar


a donde lo hacía su sobrina.

Imité la acción de ambas y giré la cabeza, justo en ese instante dos hombres
estaban entrando a la cocina vestidos igual que nosotros, el primero era un
señor de aproximadamente cincuenta años, de estatura media, un poco
delgado y cabello canoso, pero estaba completamente segura de que fue el
segundo tipo quien hizo que Dalia reaccionara como niña malcriada a punto de
cumplir un capricho. No podía decir mucho de él puesto que por el vestuario
no apreciaba sus rasgos, sin embargo, esa altura de alrededor de un metro
ochenta —o más— y su postura, me indicaba que debajo de esa bata había
músculos y detrás de esas gafas y mascarilla, un rostro atractivo.

El porte era el de un hombre que sabía lo que provocaba, y no solo en el sexo


opuesto, y los tatuajes que sobresalían en su cuello le daban un toque de chico
malo como los que describían en los libros. Y acepto que nunca sentí, lo que en
ese momento, al ver a un hombre.

Mi impresión fue bastante cuando nuestras miradas se cruzaron y, aunque


ninguno de los dos la mantuvo por mucho tiempo, fue suficiente para que
tragara con dificultad y mi corazón se acelerara dos palmos.

—Si ya lo conocen, por favor díganme que detrás de esa mascarilla no hay un
chico sin dientes —musité bajo y Dalia no pudo evitar reírse.

—¡Madre mía! Vosotras me vais a meter en serios problemas —advirtió María


con su acento español bien marcado—. Seguid trabajando por favor, el señor
Charles se está encargando de que Izan conozca bien su nuevo parque de
juegos —avisó y lo último captó mi atención.

Fue como si ella no estuviera de acuerdo en que ese chico tomara las riendas
de la compañía.

—¡Vale, tía! Pero déjame disfrutar de que Essie al fin muestra interés por un
chico, aunque sea en uno equivocado —pidió Dalia.

La miré con el ceño fruncido y entrecerré los ojos, era la segunda vez que
insinuaba algo de Izan y no estuve segura de si lo dijo porque el chico era uno
de esos que consideraban un peligro, o porque ella había puesto sus ojos en él.
—Sigue por favor, cariño. Corta eso un poco más delgado —me pidió María
asentí.

Cogí otra zanahoria para hacerla en finas julianas y seguí con mi trabajo, sin
embargo, tuve que ser más cuidadosa, ya que minutos después escuché la voz
de dos hombres a mis espaldas y me puse nerviosa de una manera que nunca
esperé. Fue como si cuerpo y sentidos percibieran algo que mi mente no. ¿Una
señal buena o mala? No lo sabía, lo único que sí podía asegurar es que mis
vellos se erizaron y mi mente trató de hacer clic con algo que no logré encajar.

¡Maldita cabeza!

Dalia me observó como intuyendo mi estado y vi que sus ojos se achicaron en


señal de que se reía de mí. No obstante, el reflejo en sus gafas protectoras me
distrajo, puesto que por ellos vi a quiénes pertenecían las voces.

—¡Carajo! —chillé en el momento que me corté un dedo.

—¡Essie! —exclamó María al verme y me cubrí el dedo con la mano en cuanto


vi la sangre.

—¡Ostras, cariño! ¿¡Estás bien!? —inquirió Dalia y corrió hacia mí.

El escozor que me provocó el corte no era nada en comparación a la vergüenza


que me embargó, era inaudito que me sucediera eso y si me despedían cuando
apenas iba comenzando, no me quejaría, ya que ese descuido de mi parte era
tomado como imperdonable para mi ex maestro y con mucha razón.

Cuando manipulabas objetos filosos en la cocina, por mucha experiencia que


tuvieras debías mantener la concentración y lo olvidé como si fuese una
novata.

—Oye, déjame ver —pidió de pronto el señor Charles y agradecí tener puesta
una mascarilla que cubriera mis mejillas rojas por la vergüenza.

No lo sentí llegar a mí, de repente lo tuve enfrente y me cogió de la muñeca


con mucho cuidado. Solté mi dedo y la sangre corrió del corte como si fuese
agua saliendo de una fuente.

—Tranquila, no es profundo, pero la sangre tiende a ser muy escandalosa —


dijo y tomó un paño que María le entregó.

Ellos al no ser parte de la cocina debían usar guantes para entrar, así que no le
importó que mi sangre lo manchara un poco.

—Perdóneme —pedí deseando que la tierra me tragara.

—El que aquí haya profesionales no significa que no pasen estás cosas, niña.
No te disculpes por un accidente —pidió siendo amable—. Salgamos de aquí y
te llevaremos a un área adecuada para revisarte y tomar la decisión de llevarte
a un hospital si es necesario.

Puso una mano en mi hombro y me alentó a seguirlo.

Ni siquiera quise ver a mi amiga o a su tía en el momento que el señor Charles


les indicó que continuaran con su trabajo y menos al chico que nos siguió.

Hasta en ese instante supe que se quedó cerca y si alguien me hubiese dicho
que el día que conociera a un tipo que llamara mi atención me pasaría eso, juro
que habría preferido no hacerlo.

—Izan, si lo prefieres te buscaré en tu oficina cuando me asegure de que lo


sucedido no es grave —dijo mi nuevo jefe, y esperaba que no se convirtiera en
ex tan pronto.

—Mejor deja que yo me encargue de ella —pidió él y por el tono de voz que
utilizó intuí que no lo decía como opción.

Mis nervios se alocaron más y sobre todo cuando el chico se quitó el gorro
permitiendo que viera su cabello negro. Lo llevaba recortado de los lados,
desde el frente hacia la nuca y un poco más largo del medio, pero no fue hasta
que se arrancó la mascarilla y las gafas que deseé que la tierra en verdad me
tragara por el bochornoso momento que acababa de ofrecer frente a él y los
demás.

Verlo fue entender por qué ningún hombre llamó mi atención antes, él era
hermoso de una forma que se podía considerar pecado, porque de seguro
incitaba a pensamientos perversos. De ojos oscuros y cejas pobladas, nariz
recta y perfilada con una argolla en un lado de ella. Sus labios gruesos y
rosados me indicaban que eran el delirio de muchas personas y la combinación
de su piel blanca los hizo resaltar junto a esa dentadura perfecta que mostró
cuando le dijo algo más al señor Charles que no escuché.

El tatuaje en su cuello le abarcaba parte de la mandíbula sin estropear ese


rostro aguileño y perfecto, llevaba una barba incipiente y piercings en las
orejas —dos en una y uno en la otra— y cuando hablaba unos pequeños
hoyuelos se formaban en sus mejillas.

—¿Te llamas Essie? —inquirió con interés al caminar más cerca de mí y tuve
que alzar la cabeza para verlo.

Sí, tenía que medir un metro ochenta o más y calculaba que era de mi edad o
un par de años mayor.

Y su voz… ¡Dios mío! No sé en qué hechizo acababa de caer, pero debía ser uno
poderoso escondido en ese tono melodioso y oscuro que acarició mis tímpanos
y recorrió mi torrente sanguíneo como el más letal de los venenos.

—Sí —musité suave cuando logré espabilar un poco mi estupidez.


Culpe al shock que me provocó ese accidente.

—Ven conmigo —pidió y un escalofrío me recorrió el cuerpo completo cuando


puso una mano a la altura de mi omóplato derecho para que caminara a su
lado.

Olía de maravilla, su fragancia era fresca con un toque de chocolate; la sentí a


pesar de mi mascarilla.

La salida de la cocina daba de inmediato con unos escalones y los subí a su lado
hasta que pasamos por el área de control de calidad y luego llegamos a una
oficina. Había archiveros por todos lados y un pequeño escritorio con dos
sillas.

—Siéntate aquí —dijo y me llevó hasta una de las sillas.

De un cajón de uno de los archiveros sacó un botiquín y lo abrió para buscar


algodón, alcohol, una crema, gasas y esparadrapo.

—Esto de verdad es vergonzoso —me atreví a decirle cuando haló la otra silla
y la puso frente a mí para luego sentarse.

—Cortarse no debería ser vergonzoso, doloroso tal vez —señaló y su voz


ronca activaba ciertos sentidos en mí que no creí que fuera posible despertar—
. Déjame revisarte —pidió.

Cerré las piernas como estúpida, como si él me hubiera insinuado otra cosa.

¡Joder! ¿¡Qué pasaba conmigo!?

Me tomó las manos y juro que vi un atisbo de sonrisa que desapareció de


manera fugaz; con cuidado descubrió el corte, el paño se había pegado un poco
por la presión que hice en la herida y siseé de dolor sin poder evitarlo.

—Calma —dijo, pedía algo imposible.

Él también usaba guantes, pero la manga de la bata se subió un poco y me dejó


ver parte de un tatuaje.

Me corté el dedo índice justo entre la yema y la uña, pero como dijo el señor
Charles, no era una herida profunda y no necesitaría puntos de sutura; bastaba
con desinfectarla, parar el sangrado, que por fortuna ya había disminuido, y
aplicar una crema cicatrizante junto a una gasa para protegerla.

Ese chico lo sabía y lo hizo tal cual, pero me dejó en jaque cuando al poner
alcohol sopló con delicadeza para evitar un poco el escozor. No obstante, ese
se esfumó cuando los nervios se apoderaron de mí. Su acción se sintió bastante
íntima y no sabía si era porque su belleza me tenía embobada.
No hablé durante los minutos que dedicó a auxiliarme y me atrevía a decir que
tampoco respiré, pues lo que me estaba pasando era irreal.

—Es una suerte que haya sido un corte superficial —dijo cuando estaba
terminando de pegar el esparadrapo.

—Menos mal —aseguré con ironía y con la otra mano me saqué las gafas.

En ese momento sonrió y me miró al entender lo irónico de mis palabras.

¡Dios mío! En serio era muy guapo y más allá de eso.

Me atreví a sacarme la mascarilla, ya que comenzaba a ahogarme y deseé


volver a ponérmela cuando su sonrisa murió al verme por completo.

¡Mierda!

No me consideraba una chica fea, al contrario, me gustaba lo que veía en el


espejo cada vez que estaba frente a uno, pero ese chico logró que por primera
vez me sintiera insegura.

—Dime que estás bien —pidió de pronto y carraspeó.

Había estado inclinado hacia mí todo el tiempo, pero en ese instante


retrocedió el torso y se sentó recto.

—Lo estoy, aunque muy avergonzada con usted y los demás —respondí.

Quise agregar que también estaba cohibida por su reacción al verme, e


insegura, pero lo omití.

—Yo en cambio estoy feliz, Essie —aseguró pronunciando mi nombre de una


forma que erizó mi piel y medio sonreí alzando una ceja—. Feliz de haberte
ayudado y de estar aquí —añadió y recostó su espalda en el respaldo de la silla.

No sé si me equivocaba, pero vi que soltó una bocanada de aire y me miró a la


vez que de manera casi imperceptible negó, como si ni él mismo creyera dónde
estaba y con quién.

—¡Hey, chicos! ¿Cómo va todo? —dijo el señor Charles de pronto,


sorprendiéndonos a ambos al llegar de sorpresa.

Me puse de pie de inmediato.

Izan alzó la mirada desde su posición y fue intimidante su manera de verme,


así que decidí que era mejor concentrarse en Charles.

—Fue algo superficial, pero como usted dijo, la sangre es muy escandalosa —
confirmé y me sonrió.
Charles iba sin máscara y descubrí que se veía como un señor bastante amable
y comprensivo. Entabló una pequeña plática conmigo y de soslayo vi a Izan
llevarse la mano a la barbilla y quedarse pensativo. Aunque de vez en cuando
volvía a poner su atención en mí y se quedaba viéndome por demasiado
tiempo con expresión un tanto incrédula, situación que me ponía muy
nerviosa.

Mi nuevo jefe —y me refería a Charles— me dio la opción de irme a casa a


descansar o quedarme en el trabajo viendo lo que los demás hacían para
seguirme familiarizando con el lugar y las personas, así que opté por lo último
ya más tranquila de que no sería mi último día en Joddy´s Healthy Food.

—Bueno, es hora de volver al trabajo —dije cuando Charles volvió a dejarnos


solos y antes me pidió que lo llamara por su nombre y le quitara el señor.

Izan se mantuvo callado todo el tiempo y solo respondió con monosílabos


cuando Charles le dijo algo, pero a él no pareció molestarle e intuí que esa era
la forma de ser del chico sentado frente a mí.

—En serio, muchas gracias por lo que hizo por mí —añadí y se me cortó la
respiración cuando se puso de pie.

Esa altura me intimidaba demasiado, pero más me impactaba la reacción que


estaba mostrando ante ese chico.

—No me trates de usted, eres solo dos años menor que yo. Tienes veintidós y
me haces sentir viejo —Alcé una ceja por la sorpresa de que supiera mi edad.

—¿Cómo sabes mi edad? —quise saber y retrocedí un paso cuando sentí que se
acercó mucho a mí.

Por una tonta razón que estaba descubriendo con él, no me molestaba que
invadiera mi espacio personal, pero tenerlo tan cerca era como alzar la cabeza
viendo al cielo para poder mirarle el rostro y por lo mismo prefería alejarme.

—En realidad sé la de Dalia y luces de la edad de ella —explicó— ¿Me


equivoco? —Sin la mascarilla y con esa cercanía, su aroma me golpeó más de
lleno y quise respirar profundo para llenarme de ella.

Pero parecería una loca a punto de obsesionarse y más con ese tono de voz que
estaba utilizando conmigo.

—No —susurré.

Y recordando las reglas de la compañía, esa advertencia de Dalia que todavía


no conocía bien y el hecho de que no tenía experiencia con los hombres a
menos de que fueran literarios, decidí que era mejor poner suficiente distancia
con el chico que me miraba como si quisiera comerme.
—Debo volver al trabajo, Izan —recordé más para mí y noté un amago de
sonrisa que logró hacerme temblar—. De nuevo, gracias por tu ayuda —dije y
me di la vuelta para marcharme de una buena vez.

—¡Essie! —me llamó y me paralicé en el instante que puso una mano en mi


antebrazo para detenerme.

Ya no usaba guantes, así que vi los tatuajes en ella y sabía que si corría la
manga de su bata descubriría que el arte en su piel seguía y temí que querría
descubrir hasta donde terminaba.

—Me alegra que estés bien —aseguró y con sutileza me zafé de su agarre.

—Gracias a ti —le respondí y vi un brillo en sus ojos oscuros que no supe


descifrar y tampoco me convenía averiguar, así que me marché de inmediato
al darme cuenta de que ese a ti estuvo demás.

Y mientras caminaba de regreso a la cocina, trabajé con respiraciones


profundas y lentas para apaciguar mi corazón, porque conocer a ese chico y
estar tan cerca de él, ocasionó un desastre en mi interior del cual necesitaba
recuperarme lo más pronto posible.

Era como si mi subconsciente reconociera que Izan Gambino podía ser


sinónimo de peligro.
CAPÍTULO 2
Dalia estaba saliendo de la cocina justo cuando comencé a bajar los escalones,
ya iba sin la bata y la vi tirar el gorro y las protecciones de los zapatos en la
basura.

Miré el reloj inteligente en mi muñeca izquierda para confirmar que eran las
diez de la mañana, el momento para coger nuestro primer descanso.

—Dime que todavía tienes dedo —pidió en cuanto llegué a su lado y reí.

—Por suerte solo fue un susto y mi enorme vergüenza —aseguré mientras me


quitaba la bata y la tiré en un depósito exclusivamente para eso.

La imité a ella al quitarme el gorro e intenté hacer lo mismo con las


protecciones de los zapatos, pero ella me detuvo.

—Deja, yo te ayudo, cariño —pidió y negué.

—Tranquila, puedo hacerlo por mí misma —aseguré agradecida de su ayuda.

—Tía Mari se fue a las oficinas principales del otro lado, la llamaron para que
atendiera algo así que no tomará su descanso —avisó y asentí, luego me dejé
guiar por ella hacia el cuarto de descanso— ¿Quién te ayudó con eso? —quiso
saber señalando mi dedo.

No sé por qué sonreí al responderle.

—Izan Gambino —musité y sus ojos se abrieron con sorpresa.

—¡Ostras, tía! Ven conmigo —pidió y no me dejó decirle más.

Pasamos del área de las mesas en donde todos aprovechaban para descansar
un rato y me guio hasta los baños de mujer. Solo había dos cubículos en esa
área, a parte de los casilleros donde las mujeres dejábamos nuestras
pertenencias.

Debido a que la compañía tenía varias áreas de trabajo y solo dos para
descanso o para tomar el almuerzo, salíamos a horas distintas, por esa razón
solo fuimos nosotras al entrar al baño y casilleros.

Dalia se sentó en una de las bancas de madera y me pidió que tomara lugar a su
lado.

—¿Estás segura de que Izan te auxilió? —inquirió y la miré frunciendo el ceño.


—¿El chico que llegó con el señor Charles era Izan? —quise saber, creyendo
que me confundí, aunque lo dudaba porque escuché a mi jefe llamándolo por
ese nombre.

—Sí —respondió.

—Pues entonces sí, quien me ayudó fue Izan.

—¡Joder! No me lo puedo creer —exclamó y sentí que fue muy exagerada.

—¿Por qué? A mí me pareció un tipo muy amable —dije recordando su manera


de curar mi herida, fue demasiado cuidadoso.

Dalia pegó una sonora carcajada.

—Cariño, creo que hablamos de personas distintas porque el Izan que yo


conozco, de amable no tiene nada.

—¿Cómo es el que tú conoces? —me animé a preguntar y sonrió divertida al


ver mi interés.

Pero con gusto comenzó a decirme todo lo que sabía de Izan Gambino.

Y no, no es que fuera un tipo borde, al contrario, saludaba siempre a todo el


personal de la compañía o ayudaba si era necesario cada vez que llegaba de
visita, aunque sí era un chico de pocas palabras que se dedicaba solo a entablar
una relación de trabajo con las personas. Y cuando recién lo conocían podían
tacharlo de engreído o un chico consentido que solo chasqueaba los dedos y le
cumplían los deseos.

Su seriedad lo caracterizaba y más lo mucho que se apartaba de quienes lo


rodeaban y según Dalia, cada vez que llegó a la compañía antes, solo se
entendía con el señor Charles quien resultó ser también su padrino.

—Según tía Mari, hay muchas chicas de aquí que han intentado acercarse a él
con la intención de que ese monumento se cuele entre sus piernas sin
importarles las reglas, pero Izan las manda a tomar por culo.

—¿Y los chicos? —inquirí.

—Nunca he escuchado nada de él con tíos, puede ser que sea reservado en eso
—respondió.

No lo juzgaría si decían que era gay y mucho menos comentaría que era un
desperdicio por serlo, ya que cada quien amaba a quien se le diera la gana. Sin
embargo, no deseé que lo fuera y su manera de cuidarme con mi accidente me
dio una pequeña esperanza por muy absurdo que pareciera.

—Tía Mari dice que Izan estuvo viviendo un tiempo en el exterior y allí tuvo
una novia. Su primer amor según las malas lenguas y la mía que no es tan
buena —añadió haciéndome reír y entendí por qué encontré raro que el acento
de él fuese distinto al de los londinenses—, pero algo pasó entre ellos que hizo
que la tía lo dejara y él cayó en depresión por causa de la ruptura. Y cuando te
hablo de depresión no lo digo de manera literal sino en serio, sus padres
tuvieron miedo de que tomara una decisión fatal y lo pusieron en control
psicológico por lo mismo. Desde entonces Izan ya no volvió a enredarse con
nadie y creo que lo hace más por su salud mental. Y si acaso se le ha visto con
alguna chica es pasajero. Acostones de una noche o máximo una semana, mas
nunca una mujer que tome en serio.

—Por eso me dijiste que me fijé en el equivocado —señalé—, porque es un


jugador de primera.

—Por eso y por su familia, pero ese es otro tema del cual no debemos hablar y
menos aquí —me recordó.

Recordé que Dalia me había mencionado que había cámaras por todos lados, e
imaginé que por eso fue su advertencia.

Seguimos hablando de la familia Gambino por el resto del descanso y vaya que
me enteré de muchas cosas. Dalia aprovechó el tiempo cuando trabajó en la
compañía para las vacaciones y se nutrió de mucha información con la ayuda
de su tía.

Los Gambino eran una familia italiana de cuatro, con raíces norteamericanas
—aunque no me dijo de qué país exactamente—. El padre era italiano de
nacimiento, la madre una mezcla; tenían dos hijos, ambos hombres e Izan era
el menor. Al mayor no lo conocían, ya que nunca visitaba Londres; según mi
amiga prefería Italia y le dejaba a su hermanito reinar en Londres.

Francamente no entendía lo de reinar o el que María dijera que Joddy´s se


convertiría en su parque de juegos. Más bien pensé que lo subestimaban por
ser el hijo de los dueños de uno de los restaurantes más famosos de la ciudad y
de una de las compañías con mayor éxito.

Regresamos al trabajo cuando la hora llegó y en ese instante me dediqué solo a


observar y a ayudar en lo que no se me dificultaba. Nuestros compañeros eran
muy amables y nos enseñaron con gusto las tareas que tendríamos que
desempeñar solas dentro de poco.

De vez en cuando miraba hacia la puerta con la ilusión de que un tipo alto,
tatuado y guapo volviese a entrar, razón por la que me regañé en muchas
ocasiones durante el resto del día, ya que si bien el chico me impactó con su
belleza y esa aura atractivamente peligrosa, también entendía que Dalia no
estaba equivocada: Izan no era el indicado para que llamara mi atención de esa
manera. Y entendía sus ganas de protegerse después de la decepción amorosa
que atravesó y por lo mismo sabía que se volvió frío, un punto enorme y
suficiente para alejarme.
Mi caso era similar, perdí mis recuerdos y toda mi vida con el atentado,
situación que me llevó a alejarme de mi familia y algunas personas que dijeron
ser mis amigos, no quise estar con nadie a mi alrededor que ya me conociera
porque esa dejó de ser mi vida y necesitaba comenzar de cero con gente que
desconociera todo de mí para hacerlo más fácil.

Nunca supe si tuve novio, si me enamoré al punto de la idiotez, si amé o hice


locuras por amor. Si sufrí por decepciones amorosas, si caí en depresión
porque algún chico me dejó; no tenía idea de si alguna vez hice el amor o
continuaba siendo virgen.

Nada.

A mis veintidós años solo recordaba haber vivido tres y el primero fue un
desastre total.

Y por mi experiencia tratando de huir y de protegerme de recuerdos que ya no


eran míos, entendía a Izan e imaginaba que el menor de los Gambino buscaba
algo similar a mí: vivir nuevas experiencias sin exponerse al dolor del pasado,
o en mi caso, de lo que suponía que fue el pasado.

No obstante, nuestras formas de encontrarlo eran distintas, él cerrándose a lo


que lo dañó, y yo huyendo.

—Para ser el primer día, no estuvo mal —dijo Dalia cuando salimos de la
cocina.

La hora de ir a casa había llegado.

—Habla por ti —ironicé y rio.

—¡Hey! Hasta mañana, damas —exclamó el señor Charles cuando entramos al


área de descanso.

La salida se encontraba ahí.

Él estaba acompañado de un hombre que desconocía y al cual le daba unas


indicaciones, pero el otro a su lado jamás lo desconocería desde ese día y de
hecho, era el mismo tipo que rondó por mi mente durante toda la jornada de
trabajo.

Izan ya no llevaba bata, no. Solo una camisa negra y lisa de mangas cortas que
me dejó ver sus brazos totalmente tatuados. Su pantalón casual era gris oscuro
y le ajustaba perfecto en las piernas, calzaba zapatos del color de la camisa y
supe que no me equivoqué antes: ese chico tenía músculos muy bien definidos,
hombros anchos y una cintura estrecha donde de seguro también había
músculos que no creí que fueran fáciles de hacer y, ya que estaba de lado
también noté que tenía un trasero que cualquier mujer envidiaría, incluida yo.

—Gracias, señor —dijimos con Dalia al unísono.


El otro tipo a su lado también nos saludó y deseó una buena tarde, pero Izan
captó toda mi atención de una manera increíble. Y no habló a nadie, no
obstante, su mirada y media sonrisa me dijo lo que su boca no pudo.

O no quiso.

—Hasta mañana —dije hacia él sin poder evitarlo y le sonreí.

—Cuida esa herida —fue su respuesta y despedida.

Pero fue su amago de sonrisa lo que me bastó para comenzar a entender que la
próxima herida ya no sería en mi piel.

____****____

—¿Hasta mañana? ¿Es en serio? —inquirió Dalia cuando nos subimos al coche
y rodé los ojos.

Seguía incrédula por mi despedida con Izan.

—No sé tú, pero conmigo ha sido amable. Así que no le veo nada de malo al
haberme despedido de él —me defendí y la tonta se rio de mí.

—Es obvio que es amable contigo, quiere llevarte a la cama así que tiene lógica
que no sea borde como lo es con todo el mundo —largó y su comentario me
molestó mucho por la burla ponzoñosa incluida.

Me hacía sentir como la chica más estúpida del planeta.

—¿Te molesta tanto? —espeté y no la dejé responder— Y no creo que sea así
conmigo solo por llevarme a la cama. Confío en mí misma y en mi capacidad
de llevarme bien con los chicos sin que haya sexo de por medio —apostillé y
me miró con sorpresa—. Además de que pienso que tú te empeñas en ver solo
el lado malo de él, ¿o ya has intentado saludarlo y no solo comértelo con la
mirada? Porque eres guapa y bien podrías darle un buen polvo.

—¡Joder, Essie! No te enojes —pidió y negué.

—No, Dalia. Creo que lo juzgas mal y el hecho de que sea hombre no significa
que no lo incomode tu forma de mirarlo, porque he visto cómo lo desnudaste
con la mirada hoy y pueda ser que por eso Izan sea borde contigo.

—¡Ostras, tía! Que te he dicho que no te enojes. Tienes razón, vale.

—Izan es el chico más malditamente guapo que he conocido, lo acepto. Y sé


que él sabe lo que provoca en las mujeres, pero, Dalia, eso no significa que
tienes derecho a pasarte de esa manera, ¿o no te molesta a ti que un tipo te
desnude con la mirada? —seguí, porque en realidad me molestó su manera de
hablarme— ¿No te has puesto a pensar que la borde seas tú y no él, ya que lo
ves solo como un pedazo de carne?

—Me cago en la puta, Essie —se quejó cuando al fin me callé y solté el aire que
había retenido.

La cabeza comenzó a dolerme por no permitir que el aire me llegara al cerebro


y supe que necesitaba mi medicamento de inmediato.

Dalia iba cogiendo con fuerza el volante sin dejar de ver a la carretera, con el
rostro colorado e incrédula por mi reacción y todo lo que le solté.

Y de verdad ni yo creía aún esa reacción que tuve, desconocí esa necesidad que
me embargó de defender a ese chico sin siquiera conocerlo; aunque era de las
que pensaba que no era bueno tachar a nadie de nada solo por lo que otros te
decían, no obstante, no era de defender a personas que apenas conocía.

—Nunca te había visto así en el tiempo que tengo de conocerte —añadió y


estuve de acuerdo.

Y no era la primera vez que la veía desnudar a un chico con la mirada, pero
nunca me importó ni lo vi como algo grave hasta ese día.

Todo estaba pasando demasiado rápido.

—Y, aunque tienes razón en todo lo que me dijiste, no dejo de pensar en que
estás siendo muy territorial con ese chulo —Rodé los ojos.

Con el tiempo aprendí algunas de sus jergas, aunque muchas veces todavía me
quedaba buscando señal hasta entenderle.

—Te gusta, ¿cierto? —quiso saber y negué.

—No es guapo, es hermoso. El primer chico que me ha impactado de esta


manera, pero no te dije todo eso solo por su físico, sino también porque fue
amable conmigo y no lo vi con ninguna otra intención —aseguré y en ese
momento fue ella la que negó—. No soy una idiota o ilusa, aunque así lo creas.

—¡Ya! Está bien, Essie, lo siento y te lo repito, tienes razón en lo que me dijiste
y discúlpame por lo que insinué. Solo te pido que tengas cuidado, cariño y que
recuerdes que yo conozco un poco más de ese tío a diferencia de ti.

—Dejemos este tema por la paz —pedí yo.

—Hecho —aceptó y lo agradecí.

Todavía sentía la sangre caliente por el pequeño agarrón que tuvimos y,


aunque no pensaba en dejar de hablarle, sí quería dejar de verla y estar sola en
la tranquilidad de mi apartamento; me urgía tomar una ducha, comer algo y
sentarme en el alfeizar de mi ventana junto al único mejor amigo que tenía de
verdad. Ese que en lugar de juzgarme me ayudaba a distraerme, a
desconectarme de la realidad y a no preocuparme por el día a día.

Y gracias al cielo tras hacer lo que quería y luego acomodarme en mi lugar


favorito, cogí a mi fiel compañero en ese instante y abrí sus páginas hasta dar
con la que dejé pendiente la noche anterior.

Ladrón de Recuerdos trataba sobre Megan, una chica que tras un accidente
perdió la memoria y años después al estar recuperada conoció al amor de su
vida, pero las teorías que se formaban en mi cabeza con cada párrafo leído,
cada vez me decían que Jessi —el chico que la tenía loca— también era el
causante de aquel hecho que robó sus recuerdos.

—Hola, mamá —saludé justo a las siete de la tarde.

Eran las dos de la tarde en Virginia y ella esperaba mi llamada luego de un


mensaje que le envié.

Le pregunté cómo estaba ella, papá y mi hermano como casi siempre lo hacía.
Papá obviamente estaba a su lado así que también lo saludé y les conté parte
de mi día omitiendo que estaba trabajando.

Con mamá era con la que más charlaba y me divertía, ella siempre tenía una
pregunta fuera de lugar o incluso bochornosa la mayoría de las veces, pero ya
me había acostumbrado y su forma de ser me alegraba hasta en los peores
momentos.

Admiraba su forma de ver la vida y quería aprenderle eso.

—¿Mamá? ¿Y tu pregunta sobre si hay algún chico guapo en mi vida, dónde


está? —inquirí cuando pasó mucho tiempo y no la hizo.

—Ya me estoy convenciendo de que en Londres no hay ninguno o tú necesitas un


ajuste —soltó y pegué tremenda carcajada.

La primera vez que me dijo lo del ajuste se arrepintió y hasta lloró pidiéndome
disculpas creyendo que me había ofendido, yo en cambio me reí de eso. No me
molestó ni lo tomé como una broma de mal gusto, al contrario, me gustaba
que fuera tan espontánea y olvidara lo que me pasó. Eso me hizo sentir
normal.

—¡Espera! ¿Quieres que haga esa pregunta? —dijo emocionada y me


reí— ¡Carajo, amor! No me ilusiones ni hagas que a tu padre le dé un infarto con
una falsa alarma! —suplicó y entonces me carcajeé— Estrellita, esa risa no es
solo por diversión, espera, espera —exclamó más eufórica y vi el móvil cuando
me avisó del cambio de llamada normal a videollamada.

Entendí su punto y lo compartía. De hecho también era consciente de que me


estaba ahogando en un vaso de agua y todo se debía a los nuevos sentimientos
que estaba experimentando; era como una adolescente metida en el cuerpo de
una joven de veintidós años y por un balazo en la cabeza tuve que volver a ser
niña y crecer mentalmente a la velocidad de la luz, por lo mismo había
situaciones que me las salté y cosas en las que sería una novata por mucho
tiempo.

—No sé por qué por un momento creí que me dirías que me alejara de ese
chico porque solo me rompería el corazón —dije con burla y ella rio.

—No, hija mía. Soy mujer y fui joven, tengo los pies bien plantados en la tierra y sé
que el desamor lo vas a vivir tarde o temprano. Además de que te amo con toda mi
alma y no te mentiré jamás o te encerraré en una burbuja por más que me duela lo
que atravieses. Como madre tengo la esperanza de que sigas mis consejos siempre
para que no sufras tanto, pero si no lo haces… puedo prometerte que estaré allí para
ti, para consolarte y para hablar mal del cabrón que no te valore.

—Eres única —le dije con un nudo en la garganta.

—Sí, Estrellita. Lo soy —se mofó haciéndome reír—, así como tú también lo eres
y sé que te he dado un buen ejemplo como mujer y con tu padre te hemos mostrado
lo que es tener un amor sano, y si alguien te ofrece menos que eso, confío en que lo
dejarás para esperar al chico o a la chica que te dará tu lugar como reina —añadió
y sonreí feliz de tenerla como mi madre.

Logré dormir un poco más tranquila y menos abrumada después de hablar


con ella, me hizo sentir mejor con sus palabras y ya no como una tonta que se
ilusionaba con la primera sonrisa que le daban.

Y no era la primera en realidad, pero sí la única que había hecho que mi


corazón se acelerara.

Mamá tenía razón en eso, Izan no era el primer chico extremadamente


hermoso que veía, no. En Londres había demasiados y varios de ellos me
miraron con interés y sonrieron con malicia cuando me conocieron, pero no
sentí nada hasta que ese Gambino llegó y cambió mi rutina en cuestión de
segundos.

¡Carajo! Ni siquiera lo había visto por completo cuando hizo que mis nervios se
alocaran, su presencia bastó. Fue química como dijo mamá y ya estaba en mí
controlarme para no desilusionarme o seguir en ese camino sin freno alguno.

____****____

Por fortuna o por desgracia, como quisiera tomarlo, mi semana laboral


continuó sin la presencia de Izan. Alguna veces escuché que estaba en la
compañía, mas no se asomaba por la zona de trabajo y se limitaba a
mantenerse en su oficina. Y sí, de cierta manera me sentí triste, aunque
también entendí que eso era una señal de que no debía precipitarme con mis
sentimientos.

Evité hablar de él con Dalia para que no me juzgara ni tachara de nada por un
interés que al parecer era solo mío, pero sí estuve atenta a escuchar todo lo que
algunos compañeros de trabajo decían de su familia.

María se perdía cada vez que Izan estaba en su oficina y Dalia bromeaba con su
sospecha de que a su tía le gustaban los yogurines. Y me reí cuando dijo tal
cosa, aunque por dentro sentí una punzada de decepción porque podía ser
cierto.

Hasta pensé en que esa era la razón por la que el chico mandaba por un tubo a
las chicas que se le acercaban —como aseguró Dalia—. Podía ser que tuviese
algo a escondidas con María, quien era una mujer en sus cuarenta muy
hermosa, soltera y de buenas curvas, ya que invertía su tiempo libre en
cuidarse, así que no me parecía raro que los hombres, ya fueran mayores o
menores, babearan por ella.

—¿Te irás conmigo hoy? —quiso saber Dalia y negué.

Todavía no aprendía a conducir. Me dijeron que antes podía, mas ya no y le


tenía pavor a coger un coche. Mi presión arterial se iba a las nubes con la sola
idea de tener que sentarme frente al volante, así que prefería pagar Uber o
viajar con mis amigos.

Estábamos en la sala de descanso cogiendo nuestro almuerzo.

—Oliver vendrá por mí, necesita que le ayude a comprar algo para su chico —
avisé.

—¿Irás a la fiesta de cumpleaños mañana? —quiso saber con emoción.

Oliver era amigo de ambas, lo conocimos en la cafetería que frecuentábamos


todas las tardes después de salir de la escuela culinaria. Él era el dueño y
fuimos una especie de celestinas entre él y Arthur —su actual pareja—, así que
sí, debía estar presente en el cumpleaños del alma gemela de mi mejor amigo.

—Obvio que sí, de hecho creo que me quedaré con ellos esta noche y antes de
que sueltes una de tus payasadas, le advertí a Oliver que no quería servir de
mal tercio, pero aseguró que por hoy se portarán bien.

Dalia se rio de lo que dije y sabía la razón: ni yo creía que Oliver fuera a
cumplir.

Había leído sobre gemidos y parejas que hacían el amor —aunque evitaba las
lecturas con escenas eróticas siempre que podía—, pero escucharlos era otro
nivel y terminé con un trauma luego de quedarme con Oliver y Arthur una
noche tras una de sus fiestas. Los tontos no pudieron aguantar las ganas e
hicieron lo suyo sin importarles que tenían a un alma inocente en la otra
habitación.

Su alboroto fue tanto esa noche, que no pude quedarme en mi habitación y


tuve que ir a la de ellos para asegurarme de que estaban bien, pues llegó un
momento en que no supe si les dolía o les gustaba lo que se hacían tras unos
gemidos que parecieron más a alaridos.

Por supuesto que Oliver le contó a Dalia lo sucedido y por un rato fui la burla
de ellos, claro está que hasta yo terminé riéndome de mi ingenuidad.

Desde esa noche traté de evitar dormir en casa de Oliver, pero cuando debí
hacerlo ya no me tomaron desprevenida y mejor dormí con los audífonos
puestos.

—Prepara una buena playlist, cariño, porque a esos dos les encanta echar
un quiqui cada que tú llegas —recomendó.

Y sí, no dudaba en que fueran a follar por mucho que Oliver prometiera lo
contrario.

—¿Mari no nos acompañará hoy? —pregunté cambiando de tema y negó.

—Supongo que se está echando un quiqui también con su yogurín —respondió


y negué.

No sé si lo hacía por probarme o porque en verdad creía que María tenía algo
con Izan. Y al principio me afectó que dijera tal cosa, sin embargo, con los días
me hice a la idea de que podía ser cierto así que mejor lo acepté.

—¿No te da miedo crearle un problema por lo que dices de ella? —inquirí


recordando las reglas de la compañía.

Aunque supuse que con él no se aplicaban por ser el jefe.

—Claro que no, porque esto solo lo comento contigo, con nadie más —aseguró
y asentí.

El día transcurrió normal, tranquilo. Sin metas esa vez, ya que el día anterior
habíamos sacado una orden de dos mil platos preparados para un
supermercado.

Así era en Joddy´s, días de locos y días tranquilos.

Justo a las tres de la tarde vi mi reloj cuando recibí una notificación de


mensaje, era Oliver avisando que ya estaba saliendo de su casa para ir por mí y
sonreí al leer su recordatorio de no olvidar mis audífonos.

—Idiota —susurré para mí y escondí bien el reloj bajo la manga de mi bata.


—William, ¿sabes dónde está Mari? —inquirió mi amiga cuando el susodicho
llegó.

—Deberían estar por llegar, ya que se fueron desde la mañana —avisó él.

—¿Deberían? —preguntó Dalia.

—Ella e Izan —confirmó él y mis cejas se alzaron casi por inercia.

Dalia murmuró algo y me miró, tenía los ojos achicados así que deduje que
estaba sonriendo con picardía, puesto que esa respuesta de William le daba
más realce a sus sospechas.

Justo a las tres y treinta ambas estábamos registrando nuestra salida en la


computadora de escritorio que designaron para eso. Me fui a los casilleros a
tomar mis cosas y me apresuré sabiendo que Oliver ya tenía un rato
esperándome. Dalia se quedó porque William le pidió algo y ella encantada
aceptó ayudarle así que me despedí y prometimos vernos al día siguiente.

Cuando salí ubiqué a Oliver, su coche estaba estacionado al lado de un


deportivo blanco, mi amigo se había salido del suyo y se recargó en la parte
trasera para mirar embobado al que reconocí como Lamborghini y me reí de él.

—Arthur estaría celoso en este momento —le dije cuando me acerqué y lo


distraje.

Oliver iba muy guapo como siempre y el cabello rubio y largo esa vez se lo
había recogido en una coleta pegada a la nuca.

—Mi vida, qué hermosa estás —exclamó y le sonreí para luego darme la vuelta
y que me apreciara mejor.

Nuestro uniforme era un pantalón negro ajustado —para las mujeres— y una
chaqueta filipina blanca con negro como las tradicionales. Y no importaba que
usáramos una bata por higiene cuando estábamos en la cocina, siempre
debíamos vestir el uniforme oficial de un chef.

Oliver decía que soñaba con verme vestida así y al fin se le estaba cumpliendo.

—¡Uh la la! —exclamó y le moví las caderas riéndome.

Aunque me puse más roja que un tomate en el momento que las puertas
del Lamborghini se abrieron y me permitieron ver a María saliendo del lado del
copiloto y a Izan del lado del piloto.

¡Mierda! El coche tenía los vidrios tintados y cerrados, por lo mismo asumí
que estaba solo y Oliver también, puesto que se sorprendió tanto o más que yo
al ver al chico alto —más que él— vestido con pantalón negro y camisa blanca
junto a unas gafas de aviador, pasar por su lado.
—Luciendo bien el uniforme, eh —murmuró María hacia mí con mucha
diversión y no supe si reír o llorar.

—Lo siento, no sabía que estaban dentro —dije para ambos y ella rio.

—Lo notamos —repuso Izan y tragué con dificultad.

—Hasta mañana, Essie —se despidió María siguiendo su camino y le hizo un


asentimiento a Oliver.

Ni siquiera pude presentar a mi amigo con ella.

Por alguna razón Izan no siguió a Mari de inmediato y sentí que se quedó
viendo a Oliver por demasiado tiempo.

Carraspeé incómoda.

—Oliver, él es Izan, nuestro jefe —me animé a decir y mi amigo asintió hacia
él sin demostrar que en su mente ya estaba desnudando a semejante ejemplar
vestido similar a mí—. Izan, Oliver es mi mejor amigo —terminé y en ese
momento sentí su mirada en mí, aunque las gafas no me permitieran ver sus
ojos.

—Tu mejor amigo —satirizó, pero le tendió la mano a Oliver.

—Gran coche, ¿eres italiano, cierto? —dedujo mi amigo e Izan sonrió.

Se dieron un apretón de manos.

—¿Se nota? —inquirió él sardónico y lo miré embobada.

—Algo —respondió divertido Oliver y miró un detalle del coche de Izan del
cual me percaté hasta ese instante.

Tenía tres rayas en la parte de abajo de la puerta, eran los colores de la bandera
italiana.

—Excelente producto nacional —añadió Oliver y me puse roja por haber


entendido el doble sentido implícito.

—¿El coche o yo? —se mofó Izan.

Abrí la boca con sorpresa, no lo pude evitar.

Obviamente el tipo sabía la belleza que poseía y demostró que así como podía
ser amable para unas personas y borde para otras, también se le daba el ser un
engreído.

—Ambos —respondió Oliver.


—Bien, esto ya se volvió incómodo —bufé y los dos me observaron con
diversión.

En serio no quería estar presente con esa tensión cortando el aire.

—No te preocupes, mi vida. No estamos ligando, tu jefe sabe lo que quiere y


está muy seguro de lo que es, así que no tiene ningún problema con soltar esos
comentarios o con que se los suelten, ¿cierto? —dijo hacia él.

Izan se subió las gafas y me miró a los ojos en ese instante.

—Cierto —respondió seguro y se relamió los labios volviéndolos brillosos y


más rosados.

¡Vaya suerte la de María! Si es que de verdad tenía algo con él.

Y para mi desgracia, en ese momento supe lo que era sentir envidia.

—Bien, los dejo seguir con su camino —añadió entonces Izan y ambos
asentimos. Comenzó a caminar hasta pasar por mi lado—. Te veo, luego —dijo
hacia mí y me regaló una sonrisa que me dejó más idiota de lo que ya estaba.

Ahí iba de nuevo esa sensación de nervios y revoloteo en mi estómago.

—¿Izan? —lo llamó Oliver y solo en ese instante noté que había estado viendo
mi reacción ante ese chico— Mi novio cumple años mañana y sería bueno que
nos acompañaras a la fiesta si te apetece y no tienes nada mejor que hacer —lo
invitó tomándome por sorpresa.

Izan lo miró y alzó las cejas, pero luego puso su atención en mí.

—¿Tú irás? —me preguntó y sentí que mi cerebro estaba comenzando a fallar
de nuevo porque no logré mover la lengua para responder.

—Por supuesto que irá, no se lo perdería por nada —respondió Oliver por mí y
volví a ponerme roja.

¡Dios mío! ¿Qué me pasaba?

—Entonces iré —aseguró Izan y olvidé cómo respirar.

—Será en el Café A Little Peace que está una calle abajo de Eckington Llanerch —
indicó mi amigo.

Izan nunca dejó de mirarme.

—Bien, entonces hasta mañana, Essie —se despidió.

No respondí.
No pude.
CAPÍTULO 3 {1}
{Primera Parte}

Me metí al coche de Oliver todavía sin creerme lo que acababa de pasar. Con
muchas preguntas dándome vuelta en la cabeza y dudas que pronto me
provocarían una tremenda jaqueca.

—Amor, como no comiences a hablar me veré tentado a darte un golpe en la


cabeza —advirtió Oliver cuando ya habíamos recorrido un buen tramo y lo
miré incrédula.

Él casi nunca me llamaba por mi nombre, siempre tenía un apelativo cariñoso


para mí y una vez confesó que era porque le recordaba a su hermanita menor,
misma que perdió debido a una enfermedad terminal.

—¿Por qué invitaste a Izan a la fiesta de Arthur cuando eres tan cerrado con
las personas que recién conoces? —dije, pudiendo hablar al fin— ¿Y cómo es
eso de excelente producto nacional? —añadí más con tono de reclamo.

Oliver comenzó a reírse.

—Mi niña hermosa, si a ti ya solo te falta cargar un pañuelo para limpiarte la


baba cuando lo ves —aseguró por lo primero que pregunté y me avergoncé— y
no te culpo, ese tipo está como quiere. ¡Joder! Si te hace pecar con el
pensamiento con solo verlo y te juro que ahora mismo tengo un
remordimiento de conciencia y la necesidad de pedirle perdón a Arthur,
porque la próxima que vez que follemos, ten por seguro que voy a imaginarme
a tu jefe.

—¿¡Qué demonios, Oliver!? —chillé y le di un golpe en el brazo.

—¡Auch! —se quejó y me asusté porque por un momento perdió la dirección


del coche.

—¡Dios! Lo siento, Oli. No quería pegarte fuerte —dije y sobé justo donde le
golpeé.

—Aja, esa ni tú te la crees —comentó con diversión y negó—. Y qué buena


mano tienes, amor. No esperé que un golpe tuyo doliera tanto —señaló mis
brazos flacuchos y presioné los labios para no reírme.

—Lo siento —repetí.

—Y respondiendo bien a tu pregunta, lo invité porque vi tus ojitos al verlo.


Parecías una damisela viendo por primera vez a un príncipe —se burló y quise
volver a golpearlo, pero me contuve—. Así que solo quise ser el celestino esta
vez —añadió y me hundí en el asiento del coche.

Solté tremendo suspiro y Oliver me miró sorprendido y divertido a la vez.

—¡Oh mierda! Yo creí que era algo del momento, pero ese suspiro y esa carita
de tontuela me están diciendo que ya escuchas las campanas de boda, te ves
caminando hacia el altar y hasta ya pensaste en el nombre que vas a ponerle a
tus hijos —exclamó riéndose.

—¡Joder, Oliver! No te burles —exigí y se carcajeó.

Mas no me hizo caso y solo negué y me hundí más en el asiento, pensando en


que lo que dijo tenía algo de cierto. No me imaginaba ni campanas ni boda y
menos nombres de hijos, pero sí me estaba ilusionando y apenas tenía una
semana de conocer a Izan, hablamos solo una vez o dos con la de esa tarde y
tenía la espinita de que a lo mejor estaba en algo con María, así que en
definitiva no iba por el mejor camino, aunque no lo podía evitar por más que lo
intentara.

Incluso pensando en lo que me dijo Dalia sobre él y en las grandes


posibilidades de terminar con el corazón roto, Izan me estaba afectando
demasiado.

—Dalia opina que Izan es amable conmigo solo porque quiere llevarme a la
cama —le dije rato después con un tono de tristeza que no esperé.

—Bueno, pues aprovéchalo, amor y deja que te dé la follada de tu vida para que
te enteres por ti misma que en la cama, los gemidos de placer y dolor son
fáciles de confundir.

—¡Mierda, Oliver! ¿¡Es en serio!? —largué riéndome después de estar triste.

Por supuesto que él también se rio, justo en ese momento llegamos al centro
comercial y estacionó el coche, pero no nos bajamos.

—A ver, ya hablando en serio —dijo y supe que se había puesto en modo


terapeuta y eso me gustó porque sus consejos siempre eran buenos—. Amo a
Dalia, pero muchas veces la chica habla desde sus sentimientos más oscuros y
pueda ser que no se equivoque e Izan solo quiera llevarte a la cama, sin
embargo, ese es un riesgo que vas a correr con todo los hombres, no solo con
él —aclaró y me hizo ver algo que había olvidado.

Oliver tenía toda la razón, corría el mismo riesgo con todos por muy buenos
que parecieran ser.

—Y a veces, los tipos que se te presentan con las mejores intenciones resultan
ser los más cabrones, cariño. Al menos con Izan sabes a lo que te arriesgas y si
llegase a suceder, no te decepcionará tanto como con uno que te bajó el cielo y
las estrellas antes de bajarte las bragas.
Me recosté en su hombro y reí, sus palabras iban cargadas de la más pura
verdad.

—Pero también te puede sorprender, amor. Porque por muy cabrones que
seamos los hombres, siempre hay alguien capaz de volarnos la cabeza y
cuando llega, no hay poder humano que impide que caigamos como unos
idiotas. Y con esto no quiero decir que tú serás la caída de ese tipo ni que te
ilusiones más, solo quiero que tengas claro que no debes dejar de vivir por
miedo.

Recordé a mamá al escucharlo, su consejo fue el mismo. Así que volví a


enderezarme para verlo al rostro.

—Ábrete a las experiencias, conócelo si es lo que quieres. No tengas miedo de


mostrarle que te gusta y si quieres irte a la cama con él, hazlo, solo protégete y
no me refiero a que te cuides de un embarazo o enfermedad sino también a que
protejas tu corazón. Ya sabes que hay una gran posibilidad de que solo quiera
follarte, pero tú no sabes si ya después de hacerlo será a ti a quien ya no le
gusta ni ilusiona Izan. Quien sabe que la tenga chiquita y en lugar de gemidos
te provoque risa, aunque lo dudo. Noté su paquete y se veía grande.

—No me jodas, Oliver. ¿¡Viste eso!? —inquirí y asintió con una risita.

—Me es imposible no hacerlo, amor, No sé, es como adicción en mí verle el


paquete a tipos guapos —confesó y mis ojos se desorbitaron.

—Idiota pervertido —bufé.

—Al menos ya te advertí que la tiene grande y con eso ya te evité una
decepción —se mofó y negué divertida.

Seguimos hablando unos minutos más dentro del coche y, junto a la plática
que tuve con mamá, logró que ya no me sintiera tan tonta por lo que Izan me
provocaba, ambos aseguraban que era normal y que al ser la primera vez que
alguien me afectaba, los sentimientos tendían a volverse más intensos.

Luego nos adentramos al centro comercial y recorrimos cada tienda habida y


por haber en el lugar. Por mi parte, odiaba ir de compras y solo lo hacía si de
verdad necesitaba algo e iba directo al grano, pero por Oliver terminé haciendo
una excepción y juntos buscamos el regalo perfecto para Arthur. Mi amigo
lucía más emocionado que yo por mi interés en Izan y el saber que existía la
posibilidad de que al siguiente día volvería a verlo, así que fui fácil de
convencer cuando entramos a una tienda de ropa y Oliver me aconsejó
comprar algo lindo para usar en la fiesta.

Al final del día salí del centro comercial con varias bolsas en mano y un gato
negro de felpa bajo el brazo.

Extrañaba a mi Luna, el gato que siempre me acompañó cuando estaba en casa


de mis padres, el de felpa bajo mi brazo era idéntico a él, así que lo
representaría mientras lograba tener a mi amigo conmigo. Cuando
convenciera a papá y a mamá de que no volvería a Estados Unidos.

____****____

Al día siguiente amanecí un poco trasnochada, ya que en efecto, Oliver no


cumplió su palabra, aunque esa vez los escuché solo porque tuve curiosidad,
pero me arrepentí luego de recordar la confesión de mi amigo sobre imaginar
a Izan.

Estuve tentada a ir a la habitación y confesarle todo a Arthur, pero la lealtad de


mi amistad con su pareja me detuvo.

Ese día el Café cerró para poder decorar el lugar con globos y adornos dorados
y negros; Oliver había pensado hasta en el más mínimo detalle para agasajar a
Arthur y me sentía emocionada. Una voz en mi interior me susurraba a cada
momento que esa emoción se debía a otra cosa o a una persona en realidad,
pero la ignoré.

La fiesta estaba prevista para comenzar a las siete de la tarde y justo a las
cuatro Oliver insistió en que quería maquillarme y peinarme, pasé del peinado,
ya que no me gustaba recogerme el cabello porque eso permitía que las
cicatrices en mi cabeza se vieran. Había una en especial que sobresalía en mi
sien derecha y solo podía ocultarla con el cabello suelto.

Mi amigo entendió la razón y por lo mismo no insistió, en lugar de eso lo


alació de forma perfecta.

Él y Dalia sabían que fui sometida a operaciones en la cabeza, pero nunca les
hablé del motivo real y menos de que perdí la memoria. Terminé por contarles
una mentira y en ocasiones me sentía mal por ello, mas trataba de olvidarlo.

Oliver era excelente maquillando, así que no me sorprendió cuando me vi en el


espejo, con colores ahumados en los párpados y un delineado de ensueño
junto a unas pestañas largas que se encargaban de enmarcar mis ojos y
resaltar el color.

La iluminación en los pómulos marcaba más la forma de mi rostro y la nariz


me la perfiló como si me hubiese sometido a una rinoplastia. Las cejas eran
otro nivel con ese relleno que realizó y las mejillas con tono dorado me daban
un toque de bronceado único.

Y mis labios seguían viéndose gruesos incluso con el labial en color melocotón
que lucía un poco más pálido que mi piel.
—¡Mierda! Hasta yo me he enamorado de ti al verte así —halagó Arthur al
verme salir de la habitación cuando la hora irnos llegó.

Oliver escogió el atuendo también por mí, así que iba vestida con un enterizo
supercorto y con un poco de vuelo que lo hacía confundir con un vestido. No
tenía escote por lo que se cerraba justo en mi cuello y de mangas largas. Era
azul marino con detalles de florecillas blancas y un cinturón para dar mejor
forma. Las sandalias de plataforma beige, altas y con agarre negro en los
tobillos fueron lo único que elegí yo, ya que incluso los aretes de aro grande
eran a elección de mi amigo.

—No me tientes a cancelar la fiesta —advirtió Oliver y me reí.

Nos fuimos justo cuando consideramos que la mayoría de invitados había


llegado y al estar en el Café, Arthur fue recibido como una celebridad. Él
también estaba guapo esa noche, con el cabello recién cortado y muy bien
peinado, la barba la tenía afeitada a la perfección y el nuevo piercing en su
nariz le daba ese toque rebelde que a mi amigo lo volvía loco.

Dalia ya estaba ahí con otras conocidas y me acerqué a saludarlas, mi amiga


me halagó y le devolví los piropos puesto que también iba muy guapa con su
mini vestido dorado y sandalias de tira. A diferencia de mí, ella podía lucir su
cabello —también negro— recogido sin tener que dar explicaciones
incómodas del por qué llevaba feas cicatrices.

Yo era más baja, así que incluso con plataformas de diez centímetros, Dalia
seguía siendo más alta. Y, en ningún momento le comenté que Oliver había
invitado a Izan a la fiesta y no fue por lo que opinaba sino más bien porque
mientras las horas pasaban, perdía las esperanzas de que el chico se hiciera
presente. A lo mejor tuvo que hacer otra cosa más importante, o planes más
interesantes, que asistir a una fiesta de gente que recién conoció.

La pasamos un rato con Arthur y Oliver cuando los invitados lo permitieron y


nos reímos de las payasadas que mi amigo y Dalia soltaban a cada segundo,
pero admito que nunca dejé de ver hacia la puerta esperando a que Izan se
hiciera presente.

Y Oliver lo notó, de hecho estuvo a punto de decirme algo al respecto, pero con
disimulo le pedí que lo dejara para después, entendiendo de inmediato que no
quería que Dalia se enterara y soltara algún comentario que me amargara la
noche. Así que terminó por ofrecerme un trago de sandía el cual juraba que era
lo más exquisito que probaría en mi vida después del sexo y, tras los ruegos de
él y Dalia, cogí el vaso con líquido rosado y demasiado hielo.

Oliver no me mintió, el trago sabía de maravilla y luego de terminarlo tomé


otro. Y al no estar acostumbrada a beber, con dos comencé a sentirme
diferente.

—¡Me cago en la leche! —exclamó Dalia.


Arthur estaba saludando a unos amigos. Oliver, ella y yo nos quedamos
sentados en los taburetes de la barra luego de cantar el Feliz Cumpleaños y que
Arthur partiera su torta repleta de velas.

—¿¡Pero qué coño hace tía Mari aquí!? —No quise mirar hacia donde ella lo
hacía porque mi intuición me dijo quién la acompañaba— ¿Y con Izan? —
confirmó.

Escucharla fue como que me vertieran una baldada de agua fría encima, pues
que María lo acompañara confirmaba un poco más las sospechas de Dalia. Y
eso significaba que tenía que dejar mi entusiasmo por ese chico sí o sí, ya que
era un hombre comprometido y jamás me metería en una relación siendo la
tercera en discordia.

Nunca.

3- PARTE 2
{Segunda Parte}

Oliver me observó pidiendo auxilio, yo simplemente le di un sorbo a mi


bebida y traté de trabajar en mis respiraciones, ya que estaba a punto de entrar
en taquicardia. Mis ilusiones estaban perdidas al imaginar que Izan no
llegaría, que se pasó la invitación de mi amigo por el arco del triunfo, pero que
apareciera con una acompañante las mató.

—Bueno, admito que yo invité a tu jefe, pero jamás a la mujer que lo


acompaña y que hasta hoy sé que es tu tía —admitió Oliver cuando miró a
donde Dalia miraba.

Tenía el tercer trago en la mano así que le di un gran sorbo tras escucharlos.

Oliver le explicó a Dalia que conoció a Izan un día antes en la salida de nuestro
trabajo y que yo se lo presenté, aunque le dio una razón vaga de por qué lo
invitó. Luego se disculpó con nosotras para ir a recibirlos y ambas asentimos.

—Essie, por qué no me dijiste esto —inquirió mi amiga al estar solas.

—Lo creí irrelevante y menos creí que viniera —admití.

—Pues te has equivocado, guapa —dijo y le sonreí restándole importancia—.


Esta mañana le pregunté a tía si tenía algo con Izan y me respondió con que no
era de mi incumbencia —confesó.

—Y no lo es —confirmé y me miró entrecerrando los ojos.


—Como sea, Essie. Igual le advertí que no creo que a los padres de Izan les
guste saber que su hijo está saliendo con alguien mayor, sobre todo cuando le
buscan una chica de su nivel —ironizó.

No tenía por qué sorprenderme, ya que había ciertos ricos que se creían
inalcanzables, pero lo hizo. No imaginaba a Izan viniendo de una familia así.

—Bueno, amiga. Al final a quien le debe de gustar es a él no a ellos —aclaré,


incluso cuando las palabras se sintieron amargas en mi boca.

—Ya, pero la cuestión es que no hablamos de una familia cualquiera sino de


los Gambino —enfatizó como si ellos fueran una especie de realeza.

Decidí no seguir tocando ese tema y opté por terminar el trago. Pensaba pedir
otro, pero antes tenía que ir al baño así que me puse de pie con la intención de
pedirle a Dalia que me acompañara y me mareé.

—¡Carajo! —exclamé riéndome.

—Bien, cariño mío. Como que ya bebiste suficiente, eh —señaló Dalia y negué.

—¡Hola, guapas! —exclamó una voz femenina a mis espaldas.

Me giré para encontrar a María.

La mujer iba muy bella enfundada en un vestido negro con brillantes que se
ajustaba perfecto a sus curvas, con unas sandalias de tiras transparentes,
cabello recogido en un moño y maquillaje suave.

En ese atuendo lucía más joven que con el uniforme de trabajo y parecía como
si acababa de escaparse de una fiesta de gala importante, solo que se llevó al
príncipe con ella y este como todo un caballero le puso el saco sobre los
hombros para evitar que la dama pasara frío.

Sin embargo y como ya se me estaba haciendo costumbre, fue el dueño de ese


saco quien llamó mi atención como si se tratase de un imán. También iba
vestido bastante formal, con un pantalón negro de lino y una camisa blanca, la
cual ya tenía con las mangas arremangadas hasta los codos permitiendo que
sus tatuajes resaltaran. La había desabotonado del cuello y la corbata la llevaba
con el nudo deshecho.

—Hombre tía, que acaso vuestra fiesta estaba aburrida y por eso decidisteis
buscar la diversión en otro lado —inquirió Dalia al besar a Mari una vez en
cada mejilla— y, hola guapo —añadió como saludo a Izan— ¿o tendré que
llamarte tío muy pronto? —soltó antes de besarlo igual que como hizo con
María.

Quise matarla por imprudente, pero me limité a negar. Oliver hizo lo mismo.
—Ustedes los españoles ya llaman así a todo el mundo —respondió Izan con
un gesto sardónico que trató de pasar como sonrisa.

Tras eso me miró con esa intensidad que lo caracterizaba.

—Estás preciosa, nena —halagó Mari cuando llegó cerca. Me abrazó como
saludo y luego besó mi mejilla.

—Tú más —dije sincera y me fue imposible no respirar profundo en cuanto el


aroma de Izan en el saco que Mari usaba me golpeó de lleno.

Esa fragancia tenía un efecto relajante en mí y junto a los tragos que ingerí, la
reacción se intensificaba.

—Hola —le dije cuando María se alejó y él se acercó con la intención de


saludarme.

No sabía si darle un beso en la mejilla o solo la mano, él por el contrario lo


tenía claro e ignoró mi mano para poner una de las suyas en mi cintura y
acercarme.

El contacto fue inesperado y el brillo travieso en sus ojos mucho más.

—El aroma en mi cuello es más intenso, por si quieres inspirarlo de ahí —


susurró en mi oído tras hacer el amago de saludarme.

El alcohol que bebí no ayudó a apaciguar mi vergüenza al darme cuenta de que


se percató de lo que hice con María.

—Luces preciosa, por cierto —añadió y luego dio un beso muy cerca de la
comisura de mis labios.

No sé qué clase de magia poseía ese chico, pero tenía la capacidad de


encerrarme en una burbuja cada vez que estaba cerca de mí. Era como si todo
el mundo desapareciera a excepción de él y yo.

Creo que musité un gracias cuando se alejó y rápido busqué con la mirada a
Dalia. Por fortuna, María le estaba diciendo algo y eso impidió que se diera
cuenta del acercamiento de Izan. Oliver por su parte estaba sonriendo con
picardía y diciéndole algo a Arthur que no supe en qué momento llegó.

—Siento mucho llegar tarde y con una invitada inesperada —dijo Izan más
para mí—. Tuvimos que atender un evento y nos escapamos tan pronto como
pudimos. Feliz cumpleaños —añadió para Arthur y le tendió la mano junto a
una botella que se veía muy fina.

Arthur pareció reconocer la bebida, ya que sus ojos se desorbitaron y le musitó


un gracias.
Oliver entabló una charla bastante amena logrando que mis nervios se
calmaran y más tarde fueron a bailar a la pequeña pista que armaron. Arthur
se llevó a Dalia con él y mi amigo a María, dejándome sola con Izan.

—Ven —dijo Izan y me tomó de la mano para llevarme a la pista.

«Fire on fire» de Sam Smith se escuchaba de fondo.

Mi mano entrelazada a la de Izan se sintió muy pequeña, pero se ajustó a la


perfección. Su piel era suave a excepción de ciertas secciones ásperas en sus
palmas que de seguro tenía por levantar peso y la calidez se sintió más intensa
por lo heladas que tenía las mías.

—¿No hubiese sido mejor que vinieras a bailar con Mari? —pregunté en
cuanto me tomó de la cintura y yo puse las manos en sus hombros tratando de
mantener una distancia prudente.

Recordándome que era posible que ese chico estuviese comprometido.

Fuego en fuego.

Normalmente nos mataría...

Tragué con dificultad al escuchar aquella estrofa y más cuando Izan me apretó
contra su duro y cálido cuerpo, eliminando cualquier distancia entre nosotros.

—¿Por qué con ella si con la que quiero bailar es contigo? —inquirió.

Ya había dicho que el chico era alto, pero tenerlo tan cerca y ambos de pie, me
hizo pensar en que me equivoqué con mis cálculos.

Los tatuajes en su cuello lucían con un color fresco, y muy bien cuidado, y el
tono que usó al hacerme esa pregunta hizo que una corriente eléctrica se
concentrara en mi ombligo.

Ni siquiera sabía que eso fuera posible.

—No quiero ocasionar problemas con ella si es celosa —dije y su sonrisa me


hizo sentir tonta.

Dicen que estamos fuera de control y algunos dicen que somos pecadores.

Pero no dejes que se arruinen nuestros hermosos ritmos.

Amaba esa canción y cuando estaba a solas la cantaba a todo pulmón, pero ahí,
entre los brazos de ese chico, olvidé la letra y quizá hasta cómo se respiraba.

—No creo que sea celosa, nunca me ha parecido así. Pero si lo es, celará a su
pareja, no a mí, Essie —aseguró. La voz de Izan en ese instante me pareció
más melodiosa que la de Sam y con eso ya estaba diciendo mucho.
La ilusión revoloteando en mi pecho me hizo sentir más tonta y sobre todo por
la sonrisa que no pude ocultar.

—Tú también hueles delicioso —añadió.

Jamás le dije que él olía así, aunque considerando que notó mi reacción al
saludar a María, intuí que no era necesario.

Subí la mirada a su rostro, ya que me mantuve viendo a los lados y no


directamente hacia él, y me arrepentí al darme cuenta de que estábamos
demasiado cerca.

Sus labios rosados y brillosos me tentaron a dar mi primer beso, pero fue su
sonrisa suave y mirada intensa la que me hizo pensar en que me sería fácil
entregarle a él mis primeras veces en todo.

Sin embargo, mi cerebro gritó que era muy pronto y lo hizo tan fuerte, que giré
el rostro cuando creí que se acercó más a mí.

—¡Maldición! Lo siento —susurró confirmándome que no me equivoqué.

El corazón me iba a mil por hora y apreté su camisa entre mis manos con la
esperanza de mantener los pies sobre el suelo, ya que ese simple acto me hizo
subir a las nubes.

—No, Izan. Yo lo siento —dije y cuando me quise separar me tomó un poco


más fuerte de la cintura.

Posé las manos en su pecho y volví a verlo a la cara.

Su mirada se intensificó, se volvió serio e intimidante de una forma sexi.

—No me iré por la ramas contigo, Essie —advirtió— y sé que acabas de


conocerme, pero muero por probar tus labios —confesó y mi pecho subió y
bajó con respiraciones aceleradas—. Y voy muy rápido, lo reconozco, mas no
me juzgues cuando me enloqueces con solo mirarme.

—Izan, yo… —Me quedé petrificada al sentir su dedo pulgar acariciando mi


mejilla.

Su forma de tocarme era casi como si me estuviera adorando, las pestañas le


enmarcaban los ojos haciendo que su mirada se volviera peligrosa, justo como
un animal feroz a punto de cazar a su presa. Y no le bastó solo acariciar mi
mejilla, puesto que recorrió mis labios con una delicadeza que por increíble
que pareciera, me erizó la piel y con ella también los pezones.

—Necesito un poco de aire fresco —dije, agradeciendo que la canción terminó


y tuve la excusa perfecta para alejarme.
Y ni siquiera esperé a que me respondiera, solo me di la vuelta y comencé a
caminar hacia la puerta trasera del Café. Oliver había adecuado el pequeño
patio como una zona bastante cómoda para que sus trabajadores tomaran los
descansos, así que lo consideré el lugar perfecto para que el aire me refrescara
las ideas y calmara mis hormonas.

El temor me hacía pedazos.


3- PARTE 3
{Tercera Parte}

Recordé los consejos de Oliver y los de mi madre y pensé en lo fácil que era
comprenderlos cuando Izan no estaba cerca, pero era llegando y el miedo se
hacía presente, arrasando con la valentía que tenía lejos de él. Y podía parecer
algo infantil de mi parte o quizá lo típico de la etapa adolescente, aunque
llegado a ese punto reconocía que una chica de quince años tenía más valor
que yo cuando de relaciones se trataba.

A lo mejor estaba dándole demasiadas vueltas al asunto o quizá podía ser el


destino dándome una advertencia, suplicándome porque me alejara antes de
que fuera demasiado tarde.

—¿Essie? —me llamaron y al girarme encontré a Izan detrás de mí.

La luz de la luna lo bañaba haciéndolo ver peligroso y sexi. Él era como de esos
chicos que veías en la TV o redes sociales, siempre impecables, misteriosos e
inalcanzables.

Hasta que te seguían sin darte cuenta. Fuera para lo que fuera que él lo hizo.

Mi pecho subía y bajaba, empuñé las manos para que dejaran de temblar y por
un instante me sentí congelada con su mirada intensa. Nunca lo creí posible en
la vida real, pero estaba comprobando que Izan era como un ser oscuro bañado
por la luna y en efecto, reafirmando lo que dije antes, también misterioso,
peligroso y con un encanto que seducía sin decir ni una sola palabra.

Pero me obligué a aterrizar y a no dejarme consumir por lo que me provocaba.

—Iré directo al grano como tú conmigo allá adentro —dije, retomando el


valor y queriendo acabar con esa incertidumbre de una buena vez.

—Prefiero eso a que huyas de mí —aseguró y se acercó dos pasos.

Sé que sin el alcohol en mi sistema habría flaqueado justo en ese instante.

—¿Tienes algo con María?

Bien, no era eso con lo que quería comenzar, pero, ya que estábamos en esas
tenía que aprovechar a que todo quedara claro.

Al principio Izan frunció el ceño con sorpresa, luego sonrió. Lo hizo de verdad
y no como los gestos que tenía con las demás personas, dándoles simplemente
una mueca educada o irónica.
—Si te refieres a que si follamos, la respuesta es no. María es solo una persona
importante en mi compañía y me ayuda en todo lo que necesito —respondió
sin titubear, sin una pizca de inseguridad—. Pero ambos preferimos que crean
que tenemos algo más allá del trabajo —admitió.

—Yo no —solté y en ese momento sin vergüenza alguna.

Izan no lo esperó, pero al analizar mi respuesta su mirada se intensificó y dio


otro paso más hacia mí, marcando de nuevo la diferencia entre nuestras
estaturas.

—Me gustas —admitió y eso casi me hace perder el valor de nuevo.

—¿Te gusto para follar o para conocerme? —inquirí.

—¡Mierda! —musitó, lo vi bastante sorprendido de lo directa que fui.

—¿Pregunta difícil de responder? —ironicé.

—Para nada, más bien ha sido sorprendente.

—¿Entonces? —insistí.

Dio un paso más, así que solo las puntas de sus zapatos y mis sandalias nos
separaban.

—Me gustas para follar —respondió y su sinceridad fue como una bofetada en
ese instante—, también para conocerte. Me encantas para presumir, Essie
Black —añadió y alcé la mirada hacia la de él—. Me fascinas como para pasar
los días a tu lado, las tardes, las noches —añadió con una seguridad increíble.

Si ese chico utilizaba esa labia para llevar a las chicas a la cama, le aplaudía. Ya
que decía justo lo que queríamos escuchar.

—Es muy pronto para que asegures eso —señalé y me tomó de una mano.

Vi embobada cuando la llevó a su boca y me besó en la palma de ella, tras ello


la posó en su mejilla buscando mi tacto.

—No para mí, pequeño Ónix —susurró observando mis labios como si no
soportara las ganas de devorarlos, eso y su forma de llamarme me dejaron
descolocada.

Con la otra mano acarició mi cabello y suspiró profundo.

—Izan… —musité al sentir que el corazón se me iba a salir por la boca.

—No contigo —me interrumpió.


Y así sin más las ganas lo vencieron y en un segundo su boca estaba sobre la
mía.

Regresó su agarre a mi rostro y me hizo verlo a los ojos.

—Dime que no te arrepientes de lo que acaba de suceder entre nosotros —


suplicó.

No podía creer que hiciera eso.

Izan parecía más temeroso que yo por lo que fuera a suceder luego de ese beso
que nos dimos y la intimidad que estábamos compartiendo, misma que para
mi entender, se lograba solo con tiempo de convivencia y no con química
como mamá lo aseguró.

Pero hasta el momento me estaba equivocando y ella demostrando que sus


años de experiencia no eran solo un lujo.

—Mi cerebro me dice que es muy pronto, pero mi corazón está emocionado —
fui sincera y me sonrió, esa vez sí mostró su dentadura blanca y perfecta.

El rostro de Izan era dulce y solo su cuerpo y tatuajes le daban un aire


peligroso. El chico fácilmente se podía confundir con un romántico o un
cabrón, aunque deduje que todo dependía de la persona con quien trataba o de
las intenciones que tenía.

Y no le mentía con mi respuesta, pues desde que lo conocí era como si todo el
tiempo quisiera saltar al vacío y mientras mi mente me rogaba para que me
detuviera porque era una locura, mi corazón me convencía de que tenía alas y
se podía volar.

—Entonces déjame convencer a tu cerebro de que esto no es un error —pidió,


actuando igual que mi corazón.

—Izan —supliqué cuando volvió a unir su boca a la mía.

Pero le correspondí una vez más, besándolo y confirmando que así no fuera
adicta a nada, con sus labios sería otra historia.

—Alguien va a vernos —musité dándole un beso casto para finalizar y puse las
manos en su pecho.

Era duro, tonificado a la perfección.

—Pues que lo hagan y que se mueran de la envidia porque soy un maldito


afortunado, ya que la chica más bella de la fiesta está disfrutando de mis labios
como yo de los suyos.
—Para —rogué, sintiéndome por primera vez como una chica hermosa en
extremo, de esas que para muchos era inalcanzable. Pero como tonta seguí su
boca, tal cual metal a un imán, cuando se alejó de mí.

Izan rio victorioso y yo me puse roja al demostrarle que mis palabras y


acciones no estaban de acuerdo.

—No seas cruel al pedirme eso y demostrarme lo contrario —pidió y sonreí


tímida.

—Eres peligroso, Izan Gambino —señalé y negó—. Lo eres —aseguré.

—¿Por qué? —quiso saber y con sutileza me alejé de él.

Sus labios estaban un poco hinchados y rojos en lugar de rosados, el brillo de


mi labial quedó alrededor de su boca y entonces me debatí entre cual imagen
me gustaba más, si la de ese momento o la que tuvo desde que lo conocí.

Esa impecable y misteriosa.

Y no dije lo que dije solo por hacerlo, pues Izan con esa forma de ser suya
podía conseguir lo que quisiera, ya que en efecto, tenía las palabras correctas
que toda mujer quería oír por muy dura o fría que fuera. Era casi imposible no
salir afectada.

Y nunca me sentí o creí fea, la imagen que me devolvía el espejo me gustaba,


pero él era capaz de elevar mi autoestima, aunque no lo necesitara y eso era
peligroso, pues el chico estaba demostrando que venía en un paquete
completo, ya que no solo poseía belleza física sino también belleza interior.

—De seguro te llevas a muchas chicas a la cama con esa labia que tienes —dije
y rio satírico.

—Me las llevo a la cama con menos, sin decir ni un hola a veces —se mofó y no
supe si reír o llorar.

Me estaba demostrando también que podía ser dulce o arrogante, pero en


ambas facetas no dejaba la sinceridad y la seguridad, no temía a perder lo que
había logrado ya.

—Vaya modestia —musité y me acerqué a la mesa en el patio.

Me senté erguida en ella e Izan me siguió para quedar de pie y frente a mí.

—No te mentiré, Essie. Eres la primera chica a la cual no quiero solo follar y si
crees que voy muy rápido y deseas conocerme un poco más, lo aceptaré —
admitió y eso me sorprendió—. Pero no pongas en duda lo que digo y
demuestro contigo —soltó en un tono autoritario que no esperé luego de que
fuese tan dulce.
Tras eso decidí ser sincera con él y no irme por las ramas.
CAPÍTULO 4
Al principio sus labios solo tocaron los míos, probándome, haciéndome sentir
una presión cálida contra mis labios fríos y segundos después succionó para
convertirlo en un beso casto.

Mi corazón galopaba intentando huir a toda costa, pero Izan no era una
persona fácil de evadir e incluso con mis nervios enloquecidos, fui capaz de
sentir la suavidad de su gesto. Mis labios estaban resecos y no pude moverlos.

Era mi primer beso.

Había leído cientos de veces, y visto mucho más, el instante en que una chica
recibía su primer beso; existían libros con descripciones tan buenas, que
logras sentir lo que la protagonista sentía, pero jamás se compararía a la
explosión de sentimientos que se arremolinaba en mi interior al vivirlo en
carne propia. La respiración se me cortó y una corriente eléctrica y fría me
recorrió de pies a cabeza hasta acentuarse en mi vientre como mariposas
traviesas.

Y en ningún momento cerré los ojos, así que vi cuando Izan se alejó para medir
mi reacción y al ver que estaba petrificada me cogió de las mejillas,
acunándolas con ternura y acercándome, de nuevo, poco a poco a su boca.

Puse las manos en sus muñecas, pero no para apartarlo sino más bien para
tener un apoyo y no ceder ante el temblor de mis piernas. Izan tampoco cerró
los ojos, me miró y mordió mi labio inferior sin dañarme, solo provocando un
pinchazo que se concentró directo en una parte que no esperé y que me
avergonzaba admitir.

Gemí.

Y eso fue todo lo que bastó para cerrar los ojos en ese instante y que ese
ejemplar hermoso de calientes músculos, preciosos tatuajes y gestos, se
adueñara de mi boca como si fuese solo suya. Izan haló mi labio logrando que
los abriera y aprovechó la ocasión para besarme de verdad.

Humedeció mis labios con su saliva y si ya me adoraba con las caricias, con la
boca logró algo inefable, pues me tomó de una forma majestuosa, haciéndome
flotar de inmediato a esa nube en la que casi siempre me mantenía tras
conocerlo. Volví a gemir en el instante que su lengua se adentró hasta
encontrar la mía y comencé a corresponderle con torpeza, sin embargo, llegó
un momento en que actué como si mi ser lo reconociera y el instinto se hizo
cargo, pues devolví el beso cual experta, haciendo que él también gimiera en el
proceso y vaya que ese sonido ronco me llevó a un frenesí total.

Por alguna razón que desconozco, su fragancia se intensificó y me envolvió


más en la bruma, en su encanto, obligándome a buscarlo, a presionarme a su
cuerpo dejando sus muñecas para cogerlo de la cintura, rogándole de esa
manera que no se alejara de mí porque necesitaba más de su boca y lengua.

Necesitaba más de él en todos los sentidos que podía admitir y en los que
todavía no.

Sus besos eran adictivos y en algún momento se volverían nocivos, mas en ese
instante me parecieron la gloria misma. Nuestras lenguas danzaban al mismo
compás, chupaba mis labios y se lo devolvía hasta que después de lo que
pareció una eternidad, la respiración nos abandonó y ambos necesitamos del
aire para poder sobrevivir a ese arrebato que amenazó con consumirnos hasta
el alma misma.

—¡Jesús! —exclamé como si acabara de emerger del agua, habiendo


aguantado la respiración por mucho tiempo.

Izan bajó las manos de mis mejillas hacia mi cuello y presionó su frente con la
mía, respirando de manera agitada y sonriendo como un niño feliz por lo que
acababa de lograr.

Sentía su fragancia por cada parte de mi cuerpo al igual que el beso que
acabábamos de darnos y sus caricias.

—Qué boca tan peligrosa tienes, hermoso Ónix —musitó y de paso volvió a
darme otro beso casto— y créeme que después de probarla definitivamente no
te querré solo para follar. —Lo miré a los ojos y me sorprendió cuando besó mi
frente— ¿Me quieres tú solo para eso?

—¡No! —me apresuré a responder, sorprendida por su pregunta.

No me lo esperé, aunque lo comprendí.

Lastimosamente tenía la creencia de que solo los hombres usaban y no las


mujeres, sin embargo, Izan me hizo ver la otra cara de la moneda con su
pregunta.

Dalia mencionó algo de su pasado, sobre una chica que lo abandonó y al ver y
sentir que esa pregunta no la hizo solo por hacerla, intuí que a lo mejor él
también había sido usado por alguien a quien amó con su vida.

—Claro que no, Izan —repetí.

Levantó los pulgares para acariciarme la mandíbula y sonrió sin mostrar los
dientes —solo logrando que una hendidura única en él se formara a los lados
de su boca, como otros hoyuelos—, satisfecho con mi respuesta.

La argolla en su nariz brillaba con la luz de la luna y su barba incipiente le


hacía una delicada sombra en la mandíbula. Era hermosamente perfecto y no
me cansaba de puntualizarlo.
—Puedo saber por qué me llamas Ónix —inquirí y cerré los ojos demasiado
hechizada cuando besó mi nariz.

¡Dios mío! Quise llorar por lo que ese chico estaba provocando en mí tan
pronto.

—Por tu cabello —respondió y tomó un mechón para acercarlo justo donde la


luz de la luna lo enfocaba mejor—. Negro y luminoso como esa piedra preciosa
—explicó y sonreí.

Regresó su agarre a mi rostro y me hizo verlo a los ojos.

—Dime que no te arrepientes de lo que acaba de suceder entre nosotros —


suplicó.

No podía creer que hiciera eso.

Izan parecía más temeroso que yo por lo que fuera a suceder luego de ese beso
que nos dimos y la intimidad que estábamos compartiendo, misma que para
mi entender, se lograba solo con tiempo de convivencia y no con química
como mamá lo aseguró.

Pero hasta el momento me estaba equivocando y ella demostrando que sus


años de experiencia no eran solo un lujo.

—Mi cerebro me dice que es muy pronto, pero mi corazón está emocionado —
fui sincera y me sonrió, esa vez sí mostró su dentadura blanca y perfecta.

El rostro de Izan era dulce y solo su cuerpo y tatuajes le daban un aire


peligroso. El chico fácilmente se podía confundir con un romántico o un
cabrón, aunque deduje que todo dependía de la persona con quien trataba o de
las intenciones que tenía.

Y no le mentía con mi respuesta, pues desde que lo conocí era como si todo el
tiempo quisiera saltar al vacío y mientras mi mente me rogaba para que me
detuviera porque era una locura, mi corazón me convencía de que tenía alas y
se podía volar.

—Entonces déjame convencer a tu cerebro de que esto no es un error —pidió,


actuando igual que mi corazón.

—Izan —supliqué cuando volvió a unir su boca a la mía.

Pero le correspondí una vez más, besándolo y confirmando que así no fuera
adicta a nada, con sus labios sería otra historia.

—Alguien va a vernos —musité dándole un beso casto para finalizar y puse las
manos en su pecho.

Era duro, tonificado a la perfección.


—Pues que lo hagan y que se mueran de la envidia porque soy un maldito
afortunado, ya que la chica más bella de la fiesta está disfrutando de mis labios
como yo de los suyos.

—Para —rogué, sintiéndome por primera vez como una chica hermosa en
extremo, de esas que para muchos era inalcanzable. Pero como tonta seguí su
boca, tal cual metal a un imán, cuando se alejó de mí.

Izan rio victorioso y yo me puse roja al demostrarle que mis palabras y


acciones no estaban de acuerdo.

—No seas cruel al pedirme eso y demostrarme lo contrario —pidió y sonreí


tímida.

—Eres peligroso, Izan Gambino —señalé y negó—. Lo eres —aseguré.

—¿Por qué? —quiso saber y con sutileza me alejé de él.

Sus labios estaban un poco hinchados y rojos en lugar de rosados, el brillo de


mi labial quedó alrededor de su boca y entonces me debatí entre cual imagen
me gustaba más, si la de ese momento o la que tuvo desde que lo conocí.

Esa impecable y misteriosa.

Y no dije lo que dije solo por hacerlo, pues Izan con esa forma de ser suya
podía conseguir lo que quisiera, ya que en efecto, tenía las palabras correctas
que toda mujer quería oír por muy dura o fría que fuera. Era casi imposible no
salir afectada.

Y nunca me sentí o creí fea, la imagen que me devolvía el espejo me gustaba,


pero él era capaz de elevar mi autoestima, aunque no lo necesitara y eso era
peligroso, pues el chico estaba demostrando que venía en un paquete
completo, ya que no solo poseía belleza física sino también belleza interior.

—De seguro te llevas a muchas chicas a la cama con esa labia que tienes —dije
y rio satírico.

—Me las llevo a la cama con menos, sin decir ni un hola a veces —se mofó y no
supe si reír o llorar.

Me estaba demostrando también que podía ser dulce o arrogante, pero en


ambas facetas no dejaba la sinceridad y la seguridad, no temía a perder lo que
había logrado ya.

—Vaya modestia —musité y me acerqué a la mesa en el patio.

Me senté erguida en ella e Izan me siguió para quedar de pie y frente a mí.

—No te mentiré, Essie. Eres la primera chica a la cual no quiero solo follar y si
crees que voy muy rápido y deseas conocerme un poco más, lo aceptaré —
admitió y eso me sorprendió—. Pero no pongas en duda lo que digo y
demuestro contigo —soltó en un tono autoritario que no esperé luego de que
fuese tan dulce.

Tras eso decidí ser sincera con él y no irme por las ramas.

____****____

Y algo me dijo que para tocar ese tema era demasiado pronto, sin embargo,
también tenía claro que si quería que las cosas comenzaran bien, incluso
cuando no existía la seguridad de que fuera duradero, debíamos colocar los
puntos sobre las íes, así ambos sabríamos a lo que nos enfrentábamos con lo
que sea que estuviéramos comenzando.

—Escuché rumores de que ya estuviste enamorado, pero las cosas no salieron


bien con ella y después de eso te has dedicado solo a pasar el tiempo. Por eso
actúo así de temerosa y digo lo que digo. Simplemente quiero dejar claro que
no estoy para ser el desliz de nadie —puntualicé y sonrió con ironía a la vez
que se llevó las manos a los bolsillos delanteros del pantalón.

—Es cierto, no te mintieron. Estuve en una relación antes, ya amé con locura y
me entregué en cuerpo y alma a esa persona, Essie Black —aceptó y sentí una
punzada en el pecho, ya que la pasión e intensidad con la que dijo cada
palabra, incluso mi nombre, fue sorprendente—. Y no tenerla me devastó al
punto de la locura, quise morirme y no me avergüenza admitirlo, porque no
me avergüenza haber amado a pesar de perderla. Sin embargo, no es por eso
que solo tengo deslices. Haber amado antes no es la razón por la que las chicas
que le siguieron a ella solo han sido acostones pasajeros —aseguró.

Me mordí el labio con fuerza al verlo a los ojos y ser consciente de la seriedad
que lo cubrió al hablar de su pasado. Noté el dolor, Izan aún sufría por esa
chica.

—Entonces, ¿cuál es la razón? —me atreví a preguntar.

Se acercó a mí, su pelvis rozó mis rodillas. Esa vez el acercamiento fue más
íntimo.

—Simplemente después de ella, ninguna me cautivó como lo has hecho tú —


soltó.

Me erguí todavía más y retrocedí el torso cuando Izan volvió a invadir mi


espacio personal colocando una mano a cada lado de mis piernas, en la parte
libre de la mesa. Nuestros rostros estaban a milímetros y me miró a los ojos,
suplicándome que viera los secretos de su alma a través de los suyos.
—No eres solo un desliz para mí, Essie. Tú no naciste para ser el pasatiempo
de nadie —aseguró y tragué con dificultad.

—¿No… —Carraspeé cuando la voz me traicionó— No tienes miedo a que te


rompan el corazón de nuevo? —pregunté.

—Hasta la médula —aceptó—, tengo el mismo miedo que tú. Pero cuando te
conocí y me miraste a los ojos, supe que debía arriesgarme una vez más,
incluso si tú me lo rompes luego peor que ella.

—¡Joder, Izan! —me quejé y en ese instante fui yo quien presionó la frente a la
de él y recargué las manos en sus anchos hombros.

El chico tenía una capacidad increíble de hacerme sentir cada palabra que salía
de su boca y eso me intimidó, pues comprendí que tenía mucha razón. Así
como Izan me podía hacer pedazos, yo también a él.

Ninguno de los dos estábamos exentos de las posibilidades de rompernos


hasta el alma.

—Arriésgate conmigo, pequeño Ónix —pidió de pronto y suspiré con fuerzas.

Comenzaba a gustarme demasiado ese mote.

—¿Y si somos amigos antes? —pregunté tratando de ser sensata, me separé y


él sonrió.

—Solo si somos de esos amigos que se roban besos de vez en cuando —


puntualizó y sonreí con timidez.

Izan aprovechó y me dio un beso de labios cerrados como para convencerme


de que no me arrepentiría.

—Di que sí —pidió y besó la comisura de mi boca.

Siguió con un rastro de besos hasta mi cuello logrando que mi piel se erizara y
se detuvo solo cuando besó el lóbulo de mi oreja y su respiración jugó con ella.

—Solo besos, Essie. Hasta que estés preparada para dar el siguiente paso
conmigo —añadió en un susurró tortuoso que me puso los vellos de punta.

Tragué con dificultad y disfruté del roce suave de nuestras mejillas y el picor
de su barba incipiente en mi piel cuando regresó para verme a los ojos.

—No hagas que me arrepienta de esta amistad —ironicé lo último, pero hablé
un poco cohibida.

Izan negó con una sonrisa victoriosa y se mordió el labio inferior arrastrando
con malicia los dientes en él, los hoyuelos se formaron en sus mejillas y
suspiré embobada.
—No lo harás —aseguró.

Y tras eso su boca volvió a encontrar la mía.

____****____

Admito que esa noche no dormí y nada tuvo que ver Oliver y sus hormonas
alocadas.

Tampoco dormí bien las noches que le siguieron a esa fiesta de cumpleaños
que terminó conmigo teniendo una amistad muy íntima con Izan Gambino, el
chico que fácilmente me llevaría a una locura total.

Tras estar un largo rato hablando en el patio del Café, nos despedimos luego
de intercambiar números telefónicos y que María le enviara un mensaje de
texto para que se marcharan. Y no, no me hizo sentir cómoda tal cosa, pero
Izan con esa boca suya me convenció de que no había ninguna otra mujer con
la que quisiera tener algo tan íntimo como lo que crecía entre ambos y le creí,
tan segura de mí misma y de él.

La semana siguiente no lo vi en el trabajo y evité preguntar por él o


demostrarle a Dalia mi interés, de hecho, tampoco lo mencioné con María. Me
conformé con los mensajes de textos que nos enviamos de vez en cuando y
confié en que era mejor no verlo, incluso si eso no evitaba que se metiera en mi
cabeza como lo hacía.

Oliver tiene planes esta noche en su apartamento, algo tranquilo, y me pidió que te
invitara por si quieres pasar el rato con nosotros.

Escribí al número de Izan justo cuando tomé mi último descanso, dos horas
antes de ir a casa, pero me detuve en enviarlo en el momento que María entró
a los casilleros y me encontró sentada en uno de los bancos de madera del
lugar.

—¿Cumpliste tus horas? —dije, sabiendo que los viernes nos íbamos
temprano solo si ya teníamos nuestro horario completo de la semana.

—No, pero tengo que cubrir un evento fuera de la ciudad e Izan ya me espera
—informó tranquila y me sonrió cuando se acercó a su casillero para tomar
sus pertenencias—. Todavía debemos ir a casa para ducharnos y coger las
maletas —añadió y traté de ocultar mi sorpresa.

Con pláticas como esas mi seguridad se podía volver inseguridad en un


santiamén. Sobre todo cuando ella hablaba y demostraba una intimidad con
ese chico que iba más allá del ámbito laboral.

—¡Oh! Se van todo el fin de semana —intuí con una sonrisa amarga y borré el
mensaje que estuve a punto de enviarle a Izan.
—No, cariño. Nos vamos toda la semana. Volveremos hasta el otro viernes, así
que confío en vosotras para que desempeñéis mis labores de la mejor manera.
Tomad esta oportunidad con Dalia porque de aquí puede depender que os
tomen en cuenta para un lugar en las cocinas de Casa Gambino —recomendó
con emoción y traté de sonreír de la misma manera.

—Que disfrutes tus días —solté sin pensar cuando llegó a mí y se despidió con
un beso en mi mejilla.

¡Joder! Creo que ni Judas fue tan hipócrita como yo en ese momento y no me
sentí para nada orgullosa.

—Por supuesto que sí, guapa. Haré mi mejor intento —soltó con una sonrisa
pícara que quise borrar.

No dije nada más y la vi partir con mucha emoción, mientras yo me quedaba


con unos monstruos crueles en la cabeza.

Izan me había asegurado que ellos no tenían nada más que una relación de
trabajo y que sí, preferían que los demás creyeran lo contrario —y hasta ese
momento me di cuenta de que no indagué en las razones para al menos
comprender y no hacerme películas tontas—, pero ver esa emoción en María
no era nada grato y me abstenía de decir o reclamar algo porque no acepté más
que una amistad con Izan.

Esa noche fui a casa de Oliver, pero no disfruté como lo esperé y al llegar a mi
apartamento hablé con mis padres, saludé a mi hermano que estaba de visita
en casa de ellos y luego me quedé un largo rato charlando con mamá,
contándole más de mi semana y admitiéndole solo a ella lo que me estaba
sucediendo con cierto chico del que todavía no le decía su nombre. No sé ni
porqué no quería decírselo aún, a lo mejor lo sentía muy precipitado o todavía
creía que no era real.

La semana fue transcurriendo y no supe nada de Izan, ya que ni siquiera nos


enviamos mensajes de textos —a excepción de uno de su parte que no quise
responder—. Mis noches sentada en el alféizar de la ventana leyendo mi libro
eran las únicas que me distraían y lloré al llegar al final de él, puesto que me
desgarró el alma. Nunca esperé que fuera de esa manera y ni siquiera lo
lograba asimilar. Pocas veces me había pasado eso con una lectura y a pesar de
lo que sucedió, ese libro se convirtió en mi favorito.

—Essie, necesito que me firmes unos documentos. Es para llenar la solicitud


de tu seguro médico reglamentario —pidió William y lo seguí.

Era final de semana laboral nuevamente y lo agradecía, ya que esos días fueron
bastante pesados. Justo el miércoles Izan me envió un mensaje —
saludándome— que no correspondí y hubiese querido decir que fue porque
estaba demasiado atareada y lo olvidé, pero sería una gran mentira.
William me llevó hasta las oficinas del otro lado de la compañía, donde se
encontraban las principales y las de contaduría, así que el tramo que
caminamos fue un poco largo, pero me distraje viendo las otras áreas de
trabajo y saludando a mis compañeros. Subimos unos escalones hacia la
segunda planta y de inmediato escuchamos unos gritos en la oficina del final
del pasillo.

Noté a William volver a verme bastante asustado y avergonzado, pero con la


mano me indicó que siguiera y abrió la puerta de la segunda oficina para mí,
justo iba a entrar cuando la puerta de la oficina final se abrió y María salió
hecha una furia. Izan la seguía tratando de detenerla.

Hasta en ese momento supe que ya habían vuelto de su viaje.

—¡Joder, María! ¡Detente! —le exigió él, ella siguió como si no hubiese
escuchado nada.

En ese instante Izan notó nuestra presencia y maldijo algo ininteligible, se


llevó las manos a la cabeza con mucha frustración y detuvo su paso dejando
que María se marchara con un enojo de los mil demonios. Ella ni siquiera se
tomó la molestia de saludar y el chico de negro detrás de ella se giró para
volver a la oficina. William me alzó las cejas con evidente sorpresa y me cogió
del hombro con suavidad para hacerme entrar.

Ninguno de los dos dijo nada y tratamos de hacer como si jamás hubiésemos
sido testigos de aquella pelea. Firmé todos los documentos que me pidió y tras
eso me llevó a la oficina de contaduría que quedaba justo a un lado de donde
vimos salir a Mari.

Olivia, una de las contadoras, nos recibió con una sonrisa y me hizo entrega de
una tarjeta que me serviría como llave para entrar a la compañía cada mañana
y, me explicó algunas cosas que todavía hacía falta que supiera, como la forma
en la se derivarían mis días de enfermedad y vacaciones. Pero acepto que
mientras ellos hablaban, no podía dejar de pensar en Mari e Izan, en su
evidente pelea y en la frustración de él al dejarla marcharse.

Al terminar con Olivia, William me dijo que eso era todo y podía volver a mi
puesto, iba a acompañarme de nuevo hasta mi lugar solo por cortesía, pero le
dije que no era necesario, ya que conocía el camino de regreso. Asintió y me
despedí de ambos y cuando abrí la puerta para irme, la de al lado también lo
hizo y me topé de frente con Izan Gambino y su actitud misteriosa.

—Iba a buscarte —dijo serio.

Ni un hola ni una sonrisa, fue directo al grano.

—¿Necesitas algo? —pregunté lacónica sin pretenderlo.

—Necesito mucho, pasa por favor —respondió y su tono fue un tanto lleno de
fastidio y cansancio a la vez. Me hizo una seña con la mano y se apartó para
dejarme entrar en lo que imaginé que era su oficina—. Tomen un descanso
ahora mismo —demandó hacia Olivia y William quienes presenciaron nuestro
encuentro.

Obedecieron casi como si acababan de escuchar a un asesino serial diciendo


que les perdonaba la vida y por un segundo pensé en lo que Dalia me dijo de él
y su forma de ser con los demás.

No lo creí porque conmigo jamás fue así, pero en ese instante lo sospesé
mejor.

____****____

Entré a la oficina y escuché que cerró la puerta detrás de mí, de inmediato un


escalofrío me recorrió la espina dorsal y mis manos comenzaron a sudar con
nerviosismo. El lugar era amplio, con un enorme escritorio y una computadora
en él con tres monitores incluidos. A los lados noté archiveros y otra mesa con
un mapa extendido. En el suelo había algunos papeles tirados junto a otras
cosas y por el desorden que no alcanzó a acomodar, imaginé que la discusión
que él y María tenían cuando llegué, fue más fuerte de lo que vimos con
William.

Detrás del escritorio divisé una puerta negra y un librero amplio.

—¿Tu móvil está dañado o simplemente no quisiste responder? —soltó de una


y tragué con dificultad.

Seguía manteniendo ese tono gélido y me giré para verlo con mi ceño fruncido.
Estaba bien si no pasaba por un buen momento, pero no me gustó que se
desquitara con su personal y menos conmigo.

—Hola, Izan —dije satírica—. Y recuerda que tu molestia es con María, no


conmigo ni con William u Olivia, así que con mucho respeto te pediré que
moderes tu tono —recomendé con fingida calma, irguiéndome para tomar
una postura segura y dejar atrás la nerviosa que le mostré al verlo en la puerta,
cuando salí de la oficina de su contadora.

Estaba parado con las piernas medio abiertas, usaba un pantalón oscuro y una
camisa Polo en color negro de mangas cortas, se cruzó de brazos y sus bíceps
lucieron en todo su esplendor. El cabello lo tenía desordenado e imaginé que se
debía a su reciente pelea.

Me regaló un gesto satírico que pretendió ser una sonrisa y alcé la barbilla
para demostrarle que no me iba a intimidar.
—Y no quise responderte —añadí, fui capaz de ver que le sorprendió mi
respuesta y negó a la vez que descruzó los brazos para dar un paso hacia mí.

Siguió acercándose más, tanto, que me obligó a alzar la cabeza para verlo
mejor y él inclinó el rostro para que nuestras miradas se alinearan.

—¿Qué te hice? —quiso saber y subió una mano para acariciarme, pero lo
detuve al cogerlo de la muñeca y bajé nuestros brazos.

No seguiríamos por ese camino.

Si de verdad tenía algo con María, yo no sería la tercera en discordia.

—Sé que te fuiste con María toda la semana, así que no deseaba interrumpir.

—Ella y yo no…

—No creo que debas explicarme nada, Izan —lo corté.

Todavía mantenía su muñeca sujeta, pero lo dejé ir en el momento en que él


quiso soltarse para entrelazar nuestros dedos.

—No, no debo, sin embargo, veo que lo necesitas —señaló y me alejé. En ese
instante me crucé de brazos y sonrió irónico al notar que no lo quería tan cerca
de mí—. Me fui con ella por algo del trabajo, Essie y ahora mismo estábamos
discutiendo porque hizo un trato sin mi consentimiento solo porque cree que
sabe de esto más que yo —siguió explicando y me mostró la molestia que
seguía sintiendo—. Me propasé en ciertas cosas que le dije, por eso la seguí
cuando se fue molesta, ya que incluso si sé que ella cometió un error, no debí
hablarle así.

Al menos era capaz de admitir que se equivocó y eso hablaba en bien de él.

—Ella habla de ustedes juntos como si lo que tienen es más que una relación
laboral o de amistad y no me gusta sentirme como si me encuentro en el medio
—admití.

Pensé en su despedida ocho días atrás.

—No estás en ningún medio —aseguró y puse una mano en su pecho cuando
llegó tan cerca como para abrazarme.

El contacto fue sólido y cálido y sus manos se posaron en mi cintura. Respiré


profundo para no desviarme de lo que quería decir y aclarar, pero me di cuenta
que fue un grave error cuando inspiré su fragancia tan intensa y suave a la vez
como lo era él.

—La otra vez te dije que nos conviene que crean que entre María y yo hay algo
y no te mentí, pequeño Ónix —Escucharlo decir ese mote aceleró mi corazón,
pero me calmé para no dejar que las emociones tomaran el control sobre mí—.
Quiero mantener a mi familia alejada de mi verdadero interés personal porque
en el pasado fue por ellos que perdí a la mujer que amé. Así que no pienses lo
que no es y confía en mí —confesó y pidió. La sorpresa me golpeó de lleno.

De nuevo Dalia coincidió en algo y me asustó.

Ella me insinuó cosas de esa familia, me hizo verlos como una especie de
realeza, pero de esa que dejaba mucho que desear y que Izan me dijera eso fue
como un golpe fuerte de la realidad.

—¿Tan mala es tu familia? —quise saber y puse las manos en sus muñecas
para quitarlas de mi cintura, pero él se negó.

Ladeé el rostro cuando acercó su boca a la mía, no obstante, el beso que dio en
mi mejilla surtió el mismo efecto, sobre todo cuando dio otro en mi sien y
luego me abrazó por los hombros. Lo hizo con fuerzas, como necesitando un
apoyo o reconfortarse, como si con abrazarme así conseguiría seguir adelante.

—Es…complicada —respondió y soltó un suspiro.

No correspondí a su abrazo, solo puse las manos en su cintura para alejarlo,


aunque me arrepentí en el instante en que su mirada se posó en la cicatriz
cerca del nacimiento de mi cabello, justo donde una bala entró años atrás.

Con el cabello recogido me era difícil cubrir las cicatrices de las operaciones o
la que dejó el proyectil, pero mi trabajo exigía que lo recogiera así que opté por
esconder las más grandes y sabía que tarde o temprano, si me seguía
acercando a ese chico, llegaría a notarlo.

Su mandíbula se tensó, todo su cuerpo lo hizo y me alejé antes de que volviera


a tocarme.

—No te alejes —pidió y con agilidad me cogió del rostro.

Agradecí que no preguntara nada sobre mi cicatriz, ya que no deseaba


mentirle.

—Puedo entender que quieras apartar a tu familia de tu vida personal, pero me


incomoda demasiado que María se tome tan a pecho lo de los rumores y suelte
comentarios bastante comprometedores —expliqué entonces agarrándolo de
los antebrazos antes de que se arrepintiera de no preguntar nada sobre mis
cicatrices—. Y está bien que seamos amigos, pero no más con esta cercanía,
Izan. No me dañaré con miedos absurdos e inseguridades —dije segura y
sonrió de lado.

—No te pongas así —pidió y negué.

Me zafé de su agarré y me alejé.

—¿Y cómo quieres que me ponga, Izan? —inquirí con molestia.


—Más hermosa —respondió y lo miré frunciendo el ceño—. Quiero que te
pongas más hermosa porque te llevaré a cenar esta noche —explicó y casi
pegué las cejas al nacimiento de mi cabello por la impresión.

—Ni siquiera me has invitado o preguntado si quiero salir —bufé


recomponiéndome.

—¿Quieres ir a cenar conmigo? —propuso en tono juguetón.

Odié mi emoción, pero más odié que intentara evadirme de esa manera.

—No —respondí tajante y sonrió divertido. Dejando el malhumor de lado y


aquella actitud tosca que tuvo en un principio, pero yo estaba hablando en
serio.

No me gustaban las cosas dichas a medias y con Izan estaba obteniendo


mucho de ello, así que me negué de verdad a ir a comer con él.

—Te extrañé mucho —dijo y me tomó de las manos, se las llevó a la boca para
besarme en los nudillos de ambas y me sorprendió ver que cerrara los ojos y
soltara un suspiro.

Hizo sentir esa declaración como si me conociera de años y dejó de verme por
mucho tiempo.

—Igual no iré a cenar contigo —recalqué, solo para que entendiera que esa vez
no me convencería con su palabrería bonita.

Izan volvió a verme, esa vez sonriendo con felicidad genuina, como si no
estuviera declinando su invitación deliberadamente y me dejó ir en cuanto me
zafé de su agarre otra vez.

—Pasaré por ti a las siete —desafió cuando vio mi intención de marcharme.

—No sabes dónde vivo —dije y comencé a caminar hacia la salida.

—Soy tu jefe y tengo acceso a tu información, así que sí, sé dónde vives —
confesó cuando abrí la puerta y lo miré incrédula.

—Eso es abuso —señalé.

—Y eres libre de demandarme por eso, pequeño Ónix, pero igual pasaré por ti
a las siete —advirtió.

—No abriré la puerta, así que pierdes tu tiempo —aseguré y caminé fuera de la
oficina dispuesta a marcharme de una vez.

—Nunca lo perderé contigo —sentenció y negué sin volver a verlo— y sé que


también me extrañaste —afirmó seguro, sin ser arrogante.
Sonreí alejándome de esa oficina, sabiendo que decía la verdad con lo último.

Lo extrañé más de lo que debía, pero no lo aceptaría frente a él.


CAPÍTULO 5 {1}
{Primera Parte}

Cuando me fui del trabajo todavía iba con esa sonrisa idiota que un chico de
cabello negro y actitudes peligrosas me provocó.

Por supuesto que me envió un mensaje de texto para recordarme que pasaría
por mí a las siete, pero lo dejé en visto solo para darle a entender que no me
importaba y no iría con él a ningún lado por muchas ganas que tuviese de
verlo.

Dalia por alguna razón iba seria, pensativa y creí que hasta de malhumor
mientras me llevaba a casa, por lo mismo evité sacarle conversación, no fuera
ser que termináramos peleando.

—¿Tienes planes para esta noche? —preguntó cuando aparcó en la entrada del
edificio donde se encontraba mi apartamento.

Suspiró fuerte cuando asentí y noté que no estaba bien. Y no tenía planes, pero
si ella estaba con su humor de perros, prefería mantenerla lejos, sin embargo,
no me gustaba verla tan inquieta.

—¿Vas a decirme qué te pasa? Porque si es así, puedo dejar mis planes a un
lado —respondí, demostrándole que no toleraría nada contra mí si ese era su
objetivo.

—Solo quiero a mi amiga, poder estar con ella como en los viejos tiempos ¿o
no has notado que últimamente estamos muy alejadas y es casi como si nos
habláramos por necesidad? —inquirió y rodé los ojos.

Pero tenía razón, estábamos así desde que Izan apareció en nuestras vidas. O
en la mía para ser exacta.

—Sabes que odio tus comentarios cizañosos, Dalia y últimamente he tenido


mucho de eso contigo —bufé y buscó mi hombro para recostarse en él.

—No me apartes esta vez, Essie. En serio quiero estar contigo —suplicó y sentí
que había algo que todavía no me decía o no era capaz.

—Vamos adentro, te duchas y salimos a comer por allí. Has dejado algo de
ropa antes —la animé y fue gracioso verla actuando como una niña cuando se
irguió con rapidez y besó mi mejilla antes de salir del coche.

Era lo que deseaba, que le pidiera entrar a mi apartamento y al conseguirlo


corrió antes de que me arrepintiera y eso me hizo reír.
Antes de alcanzarla le envié un mensaje a Izan diciéndole que ya tenía planes
con alguien más para que no se le ocurriera llegar y no esperé respuesta de su
parte, solo continué mi camino hasta abrir la puerta para Dalia.

Rebusqué en mi armario algo para usar esa noche mientras Dalia tomaba una
ducha; no era la primera vez que se quedaba conmigo así que tenía ropa en mi
casa para esas ocasiones en las que no quería despegarse de mi lado.

Oliver tenía razón en algo, nuestra amiga podía ser una venenosa y soltar
comentarios salidos desde sus sentimientos más oscuros en algunas
ocasiones, pero también era incondicional y estaba cuando la necesitábamos.
Solo teníamos que saber llevarla y comprender su actitud para que todo
fluyera de maravilla, aunque eso no significaba que de vez en cuando nos
peleáramos y le dijéramos unas cuantas verdades.

Cuando ambas estuvimos listas nos fuimos por allí a recorrer la ciudad y
buscar algo de comer, Londres era una ciudad bella y de noche mucho más.

Al pasar por una calle —luego de salir de un restaurante— vimos que estaban
inaugurando un club nuevo y mi amiga se empecinó en que quería conocerlo
sin importarle la enorme fila que teníamos que hacer. Me dejé convencer y
mientras esperábamos agradecía que la noche estuviese cálida y aproveché
para preguntarle qué le sucedía.

—Me metí a cotillear donde no debía con mi familia y ahora estoy metida en
problemas, tía —confesó y sonrió tratando de restarle importancia a lo que
fuera que descubrió—. Así que mientras espero las consecuencias, necesito
estar rodeada de las personas que me queréis de verdad y no me mentís —dijo
y me abrazó por los hombros.

Yo no le mentía, pero tampoco le estaba contando todo y eso me hizo sentir


muy incómoda.

—Lo haces parecer como si tu familia fuera la peor de todas, Dalia. Como si tu
castigo fuera la muerte —señalé y se encogió de hombros.

—Los Montés son como los Gambino en muchas cosas, guapa. La diferencia es
que los últimos tienen más poder y pasta que los primeros —bufó y su mirada
se perdió por un segundo.

Ahí estaba ese comentario de nuevo y me hizo pensar demasiado.

«Quiero mantener a mi familia alejada de mi verdadero interés personal


porque en el pasado fue por ellos que perdí a la mujer que amé», recordé a Izan
decirme y me tensé.

—¿Corres peligro? —me animé a preguntar, porque así tuviera mucha


curiosidad sobre lo que Dalia sabía de la familia de Izan, era ella lo importante
en ese instante.
Me regaló una sonrisa y negó.

—Solo soy una exagerada, cariño —respondió divertida y la miré frunciendo


el ceño—. Ya sabes que me encanta tener la atención de todos —añadió y
negué.

No mentía, pero tampoco creí que fuera eso lo que deseaba en ese instante.

Estuvimos esperando un rato más y hablando de cosas triviales cuando ella


desvió el tema hasta que por fin entramos al dichoso club. La música a todo
volumen nos recibió junto a esas luces de colores que me mareaba; seguí a
Dalia hasta la barra y la vi pedir dos aguas. Al menos mi amiga era responsable
cuando era quien conducía y lo agradecí.

El lugar estaba rodeado de mesas para dos o grupos más grandes, también de
sofás de cuero acomodados en media luna con mesas de centro. Vi una especie
de pódium donde una Dj pelirroja gozaba con su consola y más allá una
segunda planta con lo que intuí era la zona VIP del lugar. Había otra barra
exclusiva para ellos y solo un barandal de hierro impedía que la gente cayera
desde arriba, aunque pensé que eso de nada serviría con personas borrachas
hasta la médula y con su nivel de estupidez muy elevado.

—¡Me cago en la leche, tía! —bufó Dalia alzando la voz para que pudiera
escucharla— ¡Que María se está pasando, en serio! —se quejó y con la mirada
y barbilla me indicó que viese hacia donde ella lo hacía.

En un lado de la segunda planta, alejado de la multitud que allí se encontraba,


María estaba viendo hacia la pista, con las manos apretadas en el barandal,
enfundada en un vestido blanco que se pegaba a su cuerpo y con el cabello
recogido en una coleta alta y muy estirada. Había un tipo a su lado, pero él
observaba hacia el privado y recargaba sus caderas en el pasamano en una
pose y actitud relajada. Vestía traje gris y bebía algo. Los tatuajes que
sobresalían en su cuello lo delataban y me tensé en el momento que recibió un
vaso de una mesera rubia y se lo dio a María, girándose cuando ella le cogió la
bebida y recargando los codos en el pasamano.

Izan rio y negó cuando María le dijo algo, luego ella le señaló a alguien en la
pista y me giré viendo al bartender antes de que mi suerte fuera grande y lo
hiciera enfocarse en nosotras.

Al parecer el enojo de esos dos ya había pasado.

Por alguna razón Dalia hizo lo mismo que yo y a pesar del maquillaje noté que
había perdido un poco de color.

—Creo…creo que deberíamos irnos —dijo de pronto y la miré con sorpresa.

—¿Qué no me estás diciendo? —inquirí entonces al notar su miedo.


—Solo vámonos ya, por favor —suplicó y me cogió de la mano para hacerme
caminar.

Se abrió camino entre la multitud y la seguí como si fuese una niña castigada
con su madre muy molesta por delante, un chico alto y rubio se nos metió por
el medio y me quedé detrás de él todavía cogida de la mano de Dalia. Traté de
caminar para adelantarme, mas me fue imposible y sentí la necesidad de
dirigir mi vista hasta aquella segunda planta una vez más; María observaba en
ese momento al privado e Izan por alguna razón logró vernos entre tanta
gente, ya que su mirada se encontró con la mía, seguía con los codos en el
pasamano, sosteniendo el vaso de su bebida con ambas manos, serio, frío y
con una mirada oscura que nunca vi en él antes.

Negó y se enderezó en su lugar para luego girarse y posicionarse al lado de


María.

El chico rubio de antes se apartó de mí hasta que llegamos a la salida y respiré


aliviada el aire fresco de la noche, sin embargo, la mirada de reproche que me
dio Izan no abandonaba mi cabeza.
5- PARTE 2
{Segunda Parte}

Dalia no habló en todo el camino y lucía pálida incluso con maquillaje, cosa
que me comenzó a preocupar más de la cuenta. También estaba más callada
que de costumbre y eso tenía luces de alarma por todos lados.

—No respondiste a mi pregunta, Dalia —le dije cuando aparcó frente al


edificio de ladrillo rojo de mi apartamento.

—Y no lo haré —aseguró y la miré seria—. Aunque no lo creas, he aprendido


que la ignorancia a veces te salva la vida —añadió y besó mi mejilla como
despedida.

—Me preocupas —admití y sonrió con ternura.

—Gracias por cambiar tus planes esta noche para pasarla conmigo —dijo e iba
a decirle algo cuando vi su móvil iluminarse y lo escuché sonar con una
llamada entrante.

Papá se leía claro y soltó el aire antes de responder.

—Ya voy a casa —dijo y colgó sin esperar una respuesta.

Tras eso volvió a besarme, señal que tomé claro: ella no quería seguir
hablando.

Me bajé y me quedé viendo su coche cuando se marchó. Dalia había perdido un


poco de luz en esos días y lo noté hasta ese instante.

Me enfoqué tanto en que sus comentarios eran malintencionados y por lo


mismo no noté que algo le sucedía, así que la culpa me dio de lleno y amenazó
con joder mi noche hasta que un Lamborghini blanco con rayas tricolor aparcó
justo donde Dalia estuvo antes y mi corazón se aceleró cuando bajó el vidrio
tintado.

—Así que ese hijo de puta no pudo si quiera acompañarte hasta la puerta de tu
apartamento —largó con ironía y fruncí el ceño sin entenderle.

Al parecer Izan era menos responsable que Dalia porque iba conduciendo
luego de beber, llevaba el cabello alborotado, sin saco, solo la camisa manga
larga medio doblada hasta arriba de las muñecas y desabotonada hasta el
pecho.

—¿Vienes borracho o achispado? —inquirí lacónica bajando un poco el torso


para verlo y él bufó una sonrisa.
Esa noche yo estaba usando una falda hasta los tobillos bastante casual en
color amarillo y puntos blancos. Tenía una gran abertura en mi pierna derecha
y por lo mismo se veían mis botas Dr. Martens que llegaban un poco arriba de
mis tobillos. La acompañé con una camisa blanca y lisa de mangas cortas la
cual anudé arriba de mi ombligo y mi cabello por supuesto que iba suelto.

Izan miró más tiempo del necesario mi pierna desnuda.

—No, ninguna de las dos y vi claro al imbécil rubio con el que saliste del club
—dijo y la comprensión surcó mi rostro, también la sorpresa de que creyera
que iba con ese chico.

En definitiva Izan tenía que estar achispado cuando me vio en el club como
para no percatarse de que Dalia iba frente a mí halándome como una niña que
podía perderse con facilidad.

—Sube al coche, Essie Black. Quiero llevarte a un lugar especial —demandó de


pronto y sonreí divertida.

Había algo cuando pronunciaba mi nombre y apellido de corrido que me


gustaba muchísimo.

—No gracias, el imbécil rubio me está esperando arriba. Bastante emocionado


porque me meta a la cama con él —solté y me erguí dispuesta a marcharme.

No importaba que mi nombre se oyera tan adictivo dicho por él.

Y no sé qué demonio me poseyó para soltar tremenda estupidez, pero de


seguro iba a estar muy feliz por lo que mis palabras provocaron en Izan, ya que
si antes me observó con reproche, en ese instante juro que deseó fulminarme
en verdad con la mirada que me dio.

—Buenas noches, Izan Gambino —rematé y me giré para comenzar a caminar


hacia adentro del edificio antes de que siguiera lanzando sus demandas o
diciéndome cosas por las cuales le respondería de forma inmadura.

Apresuré el paso y quise correr en el momento que escuché que golpearon una
puerta con más fuerza de la necesaria.

El edificio era de tres pisos y para mi suerte mi apartamento estaba en el


último, no tenía ascensor y cuando lo escogí no me pareció mal, puesto que lo
tomé como una oportunidad para hacer ejercicios, pero justo en ese instante lo
lamenté.

Jamás subí los escalones con tanta rapidez y sabía que al siguiente día mis
piernas y pompas iban a doler mucho, mas no me importó y en el camino
saqué las llaves de mi apartamento. Vi la gloria cuando tuve la puerta frente a
mí y abrí como si el diablo me fuera persiguiendo, aunque ese diablo era más
rápido que yo y detuvo la puerta justo cuando intenté cerrarla en sus narices.
—¿Buenas noches, Izan Gambino? —largó molesto.

El tonto no se veía como si acabara de subir una gran cantidad de escalones, yo


en cambio sentía la garganta en carne viva y cada respiración parecía ir con
fuego. Mi corazón galopaba como si fuese un caballo salvaje y las pulsaciones
resonaban en mis oídos de una manera increíble.

—Y sé que no hay un tipo en tu cama, pero odio la imagen que acabas de poner
en mi mente —añadió.

Con rapidez cerró la puerta y me cogió de la nuca hasta empotrarme en ella.


Esa vez olí su fragancia mezclada con alcohol y me avergoncé de la imagen que
yo misma puse en mi mente.

Me vi subiendo la pierna en su cintura y acercándolo más a mí.

—Ese es tu problema, no el mío, Izan. Nadie te dijo que me siguieras —señalé.

En ese momento el chico de palabras certeras y mirada dulce había


desaparecido, dejándome ver a un idiota frívolo y oscuro al que con facilidad
podía llevar a la locura. Sin embargo, había algo en él que no permitía que lo
odiara por actuar así, ya que era la misma actitud que yo deseaba tener cuando
lo veía con María a su lado.

—¿Quién era ese imbécil? —demandó y me cogió del rostro cuando quise ver
hacia otro lado para que no notara mi sonrisa.

Me mordí el labio para contenerla.

—No sé, para lo que quería de él no necesité saber su nombre —seguí,


encontrándole un gusto de satisfacción a ponerlo celoso.

Porque sé que eran celos los que sentía.

—Essie —gruñó y una sonrisa me abandonó sin poder evitarlo—. No juegues


así conmigo porque no tienes idea de lo que vas a desatar —advirtió y lo cogí
de los brazos para hacer que me soltara el rostro.

Me cogió de la cintura en su lugar y no me dejó salir de la cárcel que formó con


su enorme cuerpo.

—¿Quién te dijo que estoy jugando? —inquirí.

—Tus ojos, pelinegra malvada —respondió y me provocó un escalofrío


intenso cuando con sus pulgares comenzó a hacer círculos en la piel desnuda
de mi cintura—. Tus ojos no pueden mentir y me muestran la diversión que
sientes al ponerme así.

—¿Cómo te pongo? —quise saber con inocencia y me alcanzó a besar en la


mejilla al girar el rostro para evitar que besara mi boca.
—Con unas putas ganas de asesinar a cualquiera que ose mirarte con deseo —
confesó y dio un beso en la comisura de mis labios.

—Ten en cuenta que no somos nada —recordé más para mí que para él.

Lo tomé de los bíceps para alejarlo en el instante que se presionó más a mi


cuerpo embriagándome con su olor y el del alcohol.

—Y sin embargo lo somos todo —susurró y me deshice entre sus brazos


cuando besó con suavidad mi cuello.

No le bastó y siguió dando besos castos por toda esa longitud de mi piel hasta
posar sus labios en mi barbilla. Casi enterré las uñas en sus bíceps con
desesperación cuando busqué un apoyo ante esa remolino de sensaciones que
me estaba haciendo vivir y él gruñó, pero no de dolor. El chico de palabras
certeras luchaba por sobresalir por encima del frívolo y eso logró que cediera
un poco, sobre todo cuando sus manos subieron a mi torso, cerca de mis
pechos y se detuvo sin llegar a tocarlos.

Izan parecía conocer mi cuerpo, era casi como si hubiese trazado un mapa en
él y se lo hubiera aprendido de memoria.

O simplemente era mi inexperiencia encontrando fascinante todo lo que me


hacía.

—No te niegues a lo que te provoco —susurró en mi oído y mi piel se erizó en


el instante.

—Solo quiero hacer las cosas bien, conocernos antes de llegar a las salidas o a
algo más —me justifiqué y salió del hueco de mi cuello mostrándome esa
sonrisa pícara.

¡Carajo! A veces era como un león hambriento y otras como un gatito perezoso
y eso comenzaba a derretirme incluso más.

Los sentimientos me estaban golpeando duro y rápido con ese chico pelinegro.

—¿Te estás dando cuenta de lo que nos provocamos sin conocernos? ¿De lo
que me hiciste sentir la primera vez que nos vimos? —interrogó desesperado,
pero no me dejó responder— Porque lo que te dije antes no es una mentira,
Essie Black. Vi tus ojos el día que me conociste y ellos me mostraron que te
hice sentir mucho, tal cual tú a mí. Así que no me pidas hacer las cosas como
son correctas porque me salen mejor cuando me dejo llevar y rompo las reglas.

—Izan, por Dios —chillé con voz lastimera cuando buscó mi boca y logró
darme un beso casto.

—Sal conmigo, Essie —pidió y lo miré incrédula.

—Vas muy rápido —debatí


—O tú vas muy lento —rebatió él y quise encontrar cómo responder a su
lógica, pero siguió hablando antes de darme tregua—. No necesito conocerte
más para estar seguro de que quiero tus besos cada vez que me dé la gana.
Quiero llevarte a comer y a lugares especiales, que compartamos muchos
momentos juntos y demostrarte que no soy el cabrón que te han vendido —No
pude musitar ni un monosílabo—. Y sí, pequeño Ónix, quiero follarte de todas
las maneras habidas y por haber cuando estés lista, necesito enseñarte a amar
mi forma de hacerte el amor, pero más ansío enloquecerte cuando te folle con
rudeza.

—¡Joder, Izan! —exclamé con la boca seca y el rostro rojo por la vergüenza.

Él pareció satisfecho con la reacción que provocaron sus palabras en mí y


sonrió a la vez que me acunó el rostro y acarició mis mejillas con los pulgares.

—Quiero poner tus mejillas rojas, pero de pasión y no por vergüenza —añadió
y seguí sin saber qué decir—. Voy a volverte un ángel entre mis brazos y un
demonio cuando me coloque entre tus piernas.

—Ya —dije abriendo los ojos desmesuradamente.

—Sal conmigo —volvió a pedir—, sé mi novia, Essie Black Stone.

Dejé de respirar.
5- PARTE 3
{Tercera Parte}

Las palabras de mamá y de Oliver llegaron a mi cabeza, también las de Dalia.


Era como si los primeros estuviesen en mi hombro izquierdo vestidos de rojo y
con tridentes en mano y, la última a mi lado derecho tratando de ser la voz de
la razón con una túnica blanca. Pero incluso así las preguntas inundaron mi
mente.

¿Era Izan el que se apresuraba o yo la lenta?

¿Debía decirle que no o que sí?

¿Qué dirían en la compañía cuando se enteraran de que en los primeros días de


laborar allí ya estaba enredándome con uno de los jefes?

¿Qué iba a decirme Dalia?

¿Qué pensaría María?

«¡Piensa por ti misma, joder!»

Me regañé mentalmente porque incluso sin que Oliver o mamá estuviesen


presentes, los escuché decirme aquellas palabras al unísono y tras eso me hice
la última y única pregunta que debía importarme.

¿Qué quieres tú, Essie?

Abrí y cerré la boca buscando una respuesta, las palabras correctas, buscando
mi voz. Miré a Izan y pensé en todo lo que me estaba haciendo sentir desde que
lo conocí.

Los nervios exagerados y la falta de aire que experimentaba cada vez que lo
tenía frente a mí, ya no se debían a la ansiedad que sufrí cuando recobré la
conciencia y comencé a conocer un mundo nuevo. El corazón acelerado
siempre que recordaba sus palabras cuando me encontraba sola no era más el
producto de mi pánico.

¡Carajo! Esas sonrisas tontas que persistían en mi rostro después de conocerlo


habían vuelto mis días menos monótonos.

Y sí, era muy pronto. Apenas tenía tres semanas de conocerlo, pero lo más
cierto de todo eso era que incluso en ese poco tiempo, había sentido más de lo
que sentí en tres años.

Así que la respuesta la tenía más que clara y en el fondo de mi alma supe que
esa vez dejaría que mi corazón me convenciera de que podía volar y no me
importaba que mi cerebro me mostrara un vacío tenebroso en el cual podía
caer.

—Sí —murmuré entonces, cogiéndolo con fuerzas de las muñecas porque


sentía que el simple hecho de formular ese monosílabo, debilitó mis piernas.

En ese instante el león que Izan demostraba ser hizo su aparición dejando al
gatito en un oscuro rincón.

—No te vas a arrepentir —sentenció y dicho eso se lanzó a mi boca.

Y no era la primera vez que me besaba, pero juro que lo que sentí en ese
instante era nuevo. Su boca cálida me embriagó y culpé al leve sabor del
alcohol junto a la menta que lo recubría. Sus labios tenían la capacidad de
abrazar los míos con fiereza y aún así mantuvo la acción dentro de lo delicado
y suave.

Esos labios gruesos parecían acolchonados y recubiertos por la más rica seda,
mordió mi labio y el picor que me provocó me obligó a abrir la boca, la lengua
de Izan estuvo lista a visitarme como si el mordisco que me dio hubiese sido el
toque en la puerta y mi jadeo la invitación a que pasara.

Y esa lengua traviesa jugó con la mía hasta que la sonsacó a aventurarse en
aquella cavidad dulce y cálida que me confirmó que los besos podían ser una
droga mortal.

Gemí cuando Izan chupó mi lengua y las imágenes que formó en mi mente me
sonrojaron. Era de los dos en mi cama, yo con la falda enrollada en la cintura y
él entre mis piernas demostrando que lo mismo que hizo con mi lengua, lo
podía hacer en otro lugar.

—¡Mierda! —bufó cuando con arrebato empuñé su camisa en la parte del


pecho y lo uní más a mí.

Volví a gemir en el instante que tomó mi pierna desnuda y la subió a la altura


de su cadera, que es hasta donde llegaba sin despegar el otro pie del suelo, la
cogió por la parte de atrás, la falda se subió más y sus dedos largos alcanzaron
a rozar el inició de mi nalga. Me haló el labio esa vez y lo seguí para que no se
separara de mi boca, llevando las manos a su grueso cuello y acariciando de
paso su mandíbula cuadrada.

—Te juro que necesito demostrarte que no quiero solo follarte —dijo con la
frente presionada a la mía, dándome besos castos entre las palabras mientras
llevaba mis manos a su nuca y enterraba los dedos entre las partes más largas
de su cabello.

Mi respiración era dificultosa y sentía que mi pecho subía y bajaba con rapidez
por los golpeteos locos de mi corazón.

—Pero lo pones difícil cuando te aferras así a mí —añadió y miró hacia abajo.
De alguna manera mi camisa se había subido hasta cerca de mis pechos
logrando que mostrara más piel en mi abdomen, el diminuto piercing en mi
ombligo brilló con la luz del apartamento y solo porque la falda era larga y se
enredó en medio de mis piernas, mi tanga no se notó a causa de la posición de
mi pierna desnuda.

Eran milímetros los que separaban mi sexo de la pelvis de Izan y al ver su


pantalón me di cuenta de que ese espacio tan corto se debía al bulto de su
entrepierna.

—Lo siento —musité con el rostro caliente y moví la pierna para zafarla de su
agarre firme.

Izan alzó una ceja negra y sonrió de lado.

Me di cuenta que con mi agarre anterior en su pecho le arrugué la camisa y


desabroché más botones.

—¿Qué sientes? —preguntó con picardía y reconocí el doble sentido en sus


palabras, sobre todo por la posición en que estuvimos.

No respondí y en cambio miré parte del tatuaje en su pecho y cuello, reconocí


una flor, parte de unos tentáculos y algunas ramas de olivo.

—El descontrol —dije minutos después y cuando puse ambos pies en el suelo
las piernas me temblaron.

—Descontrólate conmigo todo lo que quieras —pidió y me cogió de la nuca


para halarme hacia él y besarme en la frente, muy cerca de mi cicatriz de bala y
me estremecí—. Porque así me cueste un infierno, no me aprovecharé de eso
—aseguró.

Chillé en lugar de responderle porque con audacia me cogió de las caderas y


me obligó a enganchar las piernas en su cintura, fue por pura supervivencia
me dije a mí misma y reí por su arrebato.

—¡Carajo! Eres grande —solté como si nuestra diferencia de estatura no


hubiera estado más que claro.

Lo arropé de nuevo con las manos en su nuca y enterré los dedos en su cabello.
Montada en su cintura me sentí como si era capaz de llegar a cielo y me
sonrojé con lo que pensé luego de eso, y más con la respuesta arrogante que
ese tonto pelinegro me dio en seguida.

—Sí, pequeño Ónix, soy grande —aseguró con una sonrisa lujuriosa y
petulante.
CAPÍTULO 6 {1}
{Primera Parte}

Esa noche Izan no se fue pronto de mi apartamento, no, conmigo en brazos


caminó hacia el sofá grande de la sala y se sentó dejándome a horcajadas en su
regazo. La posición era tan íntima como nueva para mí y sentí que mi rostro se
calentó con pena, pero no tuve tiempo de analizarlo, ya que ese chico volvió a
apoderarse de mi boca y me besó con una pasión que me iba a volver loca.

Sus manos en mi cintura y espalda eran otro nivel de efusión del cual me haría
adicta pronto, porque con cada toque vehemente de ese chico yo subía alto y
caía profundo. Era como si Izan quisiera unirme a él, tatuarme en su cuerpo y
entonces entendí por qué las mujeres soñaban con estar entre sus brazos.

El tipo era un sueño de pies a cabeza.

Y me hizo sentir incluso más especial cuando rato después de nuestra sesión
de besos, me abrazó y comenzó a platicarme de sus días y a preguntarme de
los míos. Noté su interés en conocerme y con música de fondo, mientras
acariciaba mi espalda, le hablé sobre lo poco que recordaba de mi vida, sobre
los recuerdos que creé tras perder la memoria.

Sia con su canción «Dressed in Black» comenzó a sonar en mi reproductor y


casi me reí de lo irónica que era la vida, porque pude ponerme en los zapatos
de esa chica vestida de negro, con un pasado literalmente oscuro y un chico
que comenzaba a recubrir mi corazón con besos. Y lejos estaba de pensar en
que de alguna manera ya había desarrollado sentimientos fuertes por Izan
Gambino, pero lo que podía asegurar esa noche y siempre, es que con ese chico
me estaba sintiendo viva de verdad, venció mis miedos muy pronto y por lo
mismo me convertí en su novia con tan poco de conocerlo.

La mañana nos cogió entre charlas y risas, el sueño se ausentó porque ninguno
de los dos estaba dispuesto a separarse y terminamos pidiendo el desayuno a
domicilio. Nos dimos un «hasta pronto» solo cuando Izan recibió una llamada,
algo de la compañía en lo que necesitaban que estuviera presente.

—¿Esta noche si vas a cenar conmigo? —preguntó cuando lo acompañé a la


puerta. Lucía precioso incluso con la camisa arrugada y el cabello
desordenado.

—No sé, me lo pensaré —respondí con una sonrisa y suspiré a la vez que cerré
los ojos cuando se inclinó para besarme.

—Paso por ti a las siete —avisó hablando sobre mis labios.

—No he dicho que sí —refuté aceptando su beso casto.


—Ponte más bella, Ónix malvado. Quiero llevarte a un lugar especial —Dio un
beso en mi nariz y se marchó antes de que pudiese contradecir.

Negué y me quedé viendo por dónde se fue, sonriendo como tonta al darme
cuenta de que incluso queriendo hacerme la difícil, Izan sabía obtener lo que
se proponía conmigo.

Como me lo dejó claro de forma sutil mientras desayunábamos, pues así me


haya negado a salir con él la noche anterior, terminé hasta siendo su novia y
desayunando juntos.

Enseguida de que se fue, me fui a mi habitación para coger una ducha,


ponerme mi pijama y antes de tomar una siesta tuve que llamar a Oliver para
contarle lo que me estaba pasando porque si no, no iba a poder dormir con el
torbellino de pensamientos que me atacaría. Mi amigo gritó como loco y hasta
se disculpó con Arthur por despertarlo, asegurándole que tenía una razón de
peso para estar emocionado.

—¿Y comprobaste que no me equivoqué? —inquirió y fruncí el ceño. Oliver no


vio mi gesto, pero por el corto silencio que le di, supo que no comprendí su
pregunta— Su pene, Essie. Es grande ¿cierto?

—¡Carajo, Oliver! —me quejé y lo escuché reír por mi reacción. No le di más


respuesta que eso, aunque recordé lo que Izan aseguró cuando me cargó y
sonreí ante el pensamiento y su gesto arrogante.

Hablé un rato más con mi amigo y me demostró lo feliz que estaba por la
decisión que tomé, el tonto hasta se puso a planear una salida de cuatro y me
hizo prometerle que se lo cumpliría a la brevedad posible y tras terminar de
charlar, dormí como una bebé, pero incluso en sueños, un tipo de cabello
negro, ojos oscuros, piel blanca y cuerpo esculpido por los dioses junto a un
rostro perfecto, me visitó como la representación inmejorable de Morfeo.

Y por supuesto que Izan estuvo puntual tocando mi puerta justo a las siete de
la tarde como lo prometió, sonriendo satisfecho cuando le abrí la puerta y
tomé su mano al invitarme a partir.

Me vestí de forma casual porque no tenía idea de si me llevaría a algo formal o


informal, sin embargo, me sentí feliz porque me llevó a The Shard, un
rascacielos de noventa y cinco pisos diseñado por un arquitecto italiano,
donde encajaba como sea que fuera vestida. El lugar era icónico en Londres y
fue alucinante ver el anochecer desde uno de los edificios más grandes de la
ciudad.

—¡Esto es increíble! —exclamé cuando vi el crepúsculo.

—Sin duda lo es —respondió Izan.

Reí porque él no veía hacia donde yo lo hacía.


Estábamos en uno de los tantos restaurantes, sentados en una mesa cerca de
las inmensas paredes de vidrio que nos separaban del exterior y cuando
terminamos de comer me tomó de la mano y me llevó a la terraza.

Todo era de vidrio, incluidas las defensas de la terraza que nos separaban del
abismo y me sentí vulnerable.

—¿Qué piensas al estar aquí? —cuestioné al ver la enorme altura, todos abajo
parecían hormigas de las más pequeñas que existen.

Pero ver Londres completamente iluminado era un espectáculo único. Como


estar en el espacio con millones de estrellas alrededor.

—En que soy capaz de dominarlo todo si me lo propongo, pero fácilmente


puedo caer al abismo si doy un paso en falso —respondió con una seguridad
que admiré.

—¿Y no sientes miedo? —Sonrió sardónico como respuesta.

Sus labios estaban rosados por la bebida fría y vestía con un pantalón sencillo
en color negro junto a una camisa blanca y lisa que acompañó con una
chaqueta de cuero oscura. Todo el medio de su cabello estaba largo y se había
recortado más de los lados. Lucía como un chico rebelde obligado a ir casual a
la cena.

—Tengo pánico, Essie Black. Las alturas son mi debilidad…junto al olvido —


respondió al fin y lo miré con sorpresa. No solo porque estuviera ahí con el
pánico que decía tener, sino por lo que dijo de último.

—No era necesario venir aquí si le tienes miedo a las alturas —dije a modo de
regaño y en ese instante me regaló una sonrisa traviesa con mordida de labio
incluida.

—Simplemente trato de vencer mis miedos día con día, Essie. No permito que
ellos me detengan y mientras estoy aquí diciéndote esto, envío mi pánico a lo
profundo y sonrío porque estás a mi lado, aunque esté pensando que el suelo
debajo de mis pies puede llegar a romperse.

—Ibas muy bien hasta que dijiste lo último —me quejé con la urgente
necesidad de irme, de ponerme en tierra firme.

Izan rio divertido.

—¿Y tú, qué piensas al estar aquí? —inquirió todavía riéndose.

—Ahora mismo, que el piso puede romperse, gracias a ti —reproché y solo


sirvió para que se riera más.

Me tomó de los hombros y me metió en su costado hasta darme un beso en la


sien.
—Ya, miedosa. Superemos el temor juntos —dijo y lo miré entrecerrando los
ojos porque, aunque me diera miedo estar ahí, el que sentía pánico por las
alturas era él.

Pero me acurruqué más en su costado y suspiré profundo, concentrándome en


las luces de la ciudad que titilaban cual estrellas brillosas. Estando en lo alto
me di cuenta de que era difícil ver dónde terminaba Londres y comenzaba el
firmamento. Volví a suspirar segundos después y disfruté del sube y baja de la
mano de Izan en mi hombro y espalda.

—Me siento como una estrella —dije tras minutos de silencio. Por primera vez
le encontraba sentido al apodo que me dieron mis padres—. A veces la más
brillosa y otras la más opaca. Y tengo miedo también, miedo de ser fugaz en
algún momento y volver a estrellarme por no encajar.

Izan se separó de mí al escuchar el matiz de tristeza en mi voz, pero no me


detuve y continué hablando.

—Comprendo tu miedo al olvido, Izan. Ha sido mi pesadilla durante algunos


años —confesé y lo vi tragar con dificultad.

—Essie, yo…

—Has visto mi cicatriz —Lo corté antes de perder el valor y vi que su


mandíbula se endureció—. Quedó a causa de un disparo —solté y tragó con
dificultad a la vez que cogió el borde de la pared de vidrio que era un poco más
alta que él y servía como defensa, para separar la terraza del aire libre, del
abismo al que nos estábamos exponiendo—. Esta cicatriz es la única prueba de
que existí antes de los tres años que recuerdo, porque sí, Izan…perdí la
memoria total.

Por primera vez dije esas palabras en voz alta a alguien que no era parte de mi
familia.
6- PARTE 2
{Segunda Parte}

No sé si Izan era consciente de lo que hacía, pero tuve miedo de que quebrara
el vidrio por la fuerza bruta que ejerció con la mano, al punto de que sus
nudillos se volvieron blancos.

—¿No…no recuerdas nada? ¿Ni una pizca de tu vida antes de esos ci…tres
años? —inquirió entre dientes y sus ojos brillaron con algo que confundí con
tristeza, ira, dolor y hasta empatía.

—Ni una pizca y para ser sincera contigo, tampoco deseo recordar.

Sus ojos se abrieron un poco más al escucharme y luego desvió la mirada al


horizonte.

—¿Cómo sucedió? ¿Te lo dijeron? ¿O quieres siquiera hablar de eso? —


preguntó de corrido, como deseando saciar su curiosidad sin molestarme en el
proceso.

Le sonreí y pensé en que, si quería tener algo bonito con él, debía mostrarle
ese lado mío para que no se sorprendiera cuando no le hablara de mi niñez o de
cualquier anécdota pasada de las que las parejas se contaban. Así que tomé la
decisión de contarle esa parte de mi vida.

—Fui víctima de un enfrentamiento en el que Aiden, uno de mis primos se vio


afectado, me secuestraron junto a él y cuando intentaron rescatarnos un tipo
trató de impedirlo y quiso asesinar a Aiden. Me puse frente a él para
defenderlo. Supongo que fui una chica que prefirió siempre a los demás antes
que a sí misma —comencé, recordando que ni mis padres ni mi hermano
querían hablarme de eso hasta que se los exigí.

Aiden también se había negado, pero tras saber la versión de mis padres le
supliqué que me contara la suya.

—Essie era demasiado valiente como para permitir que me dañaran frente a
ella —me dijo en su momento, hablando de aquella chica en pasado, sabiendo que
yo no era más la prima con la que casi creció.

Las lágrimas inundaron sus ojos grises, yo solo lo observé paciente, esperando.

—Esa noche fuimos a cenar a un restaurante de hamburguesas que recién habían


abierto y ella se empecinó en conocer. Había llegado a visitar a Dasher a la ciudad
donde vivíamos aprovechando que estaba de vacaciones y el plan era que todos
iríamos. Pero Dash ya tenía planes, así que solo fuimos Sadashi, tú y yo —comentó,
hablando de su esposa.

—Essie era una chica con sueños que todos sabíamos que cumpliría y justo cuando
estábamos esperando nuestra comida, nos detalló todo lo que tenía planeado
hacer. Sadashi se sorprendió y la halagó porque con diecisiete años su vida ya
estaba casi resuelta.

Tragué con dificultad cuando fui capaz de sentir su impotencia y dolor, la culpa que
lo atormentaba por no haber podido impedir el trágico final de aquella chica con
tantos sueños.

—Tu padre te entrenó desde muy niña para que supieras defenderte y te volviste
una excelente tiradora, Essie —Sonrió melancólico—. No existía arma que la
pequeña y sabionda Estrellita de la familia no pudiera manejar —añadió y la
opresión en mi pecho se volvió insoportable—. Tuve que darte una esa noche y no
para que te divirtieras con el tiro al blanco, te aterrorizó la razón, pero en cuanto te
dije que Sadashi llevaba a nuestra hija en su vientre, tomaste la decisión de
ayudarme.

» Lastimosamente fuimos muy bien emboscados y la ayuda no llegó enseguida,


dándole el tiempo suficiente a esos malnacidos para salir del restaurante y
llevarnos con ellos. Nos mantuvieron cautivos y nos torturaron, uno de ellos te
golpeó y te dejó inconsciente por unos minutos porque defendiste a Sadashi,
aunque luego te sacaron del lugar donde nos tenían y te llevaron a una habitación
para encerrarte.

» Cuando llegaron a nuestro rescate tuvimos que seguir luchando por nuestras
vidas y tú como la chica valiente que eres no te diste por vencida ni un instante.
Peleaste por mi esposa y mi hija y al final, sin ninguna duda decidiste dar tu vida a
cambio de la mía.

Lloré junto a Aiden mientras me relató los detalles de aquel día, lo hice por la prima
que él perdió, por la niña soñadora que quería ser una gran trabajadora social y
ayudar a los niños de la fundación de sus padres. Me lamenté por la chica que tanto
amaban y a la cual se aferraron.

Ese día viví el luto junto a él porque al fin entendió que en mí, ya no había más de
aquella Estrellita que iluminó sus noches con consejos sabiondos.

—Siento mucho no ser más esa chica —le dije.

Su reacción fue abrazarme y llorar desconsolado.

—Según los médicos, tuve que haber muerto esa noche y de hecho, todos
creyeron que lo hice hasta que uno de los hombres de la familia de mi padre se
dio cuenta de que tenía pulso, leve, pero fue una esperanza —seguí diciéndole
a Izan—. En ese instante me llevaron a un hospital donde solo me
estabilizaron para poder trasladarme a uno más especializado. Estando allí fui
sometida a operaciones que no aseguraban mi supervivencia, sin embargo,
mis padres se aferraron hasta lo más mínimo para no dejarme ir.

» Me llevaron de prueba tras prueba, de operación tras operación durante dos


años hasta que al fin la última surtió el efecto que esperaban y me hicieron
reaccionar. Mis padres y hermano fueron los seres más felices del planeta tras
la noticia y lloraron porque no perdieron a su hija y hermana, no obstante,
cuando desperté ya no encontraron nada de aquella chica que conocieron, ya
que para lograr mantenerme con vida hicieron cosas que me borraron la
memoria y no fue parcial sino total. Me tocó comenzar de cero, abrí los ojos en
un mundo desconocido, con gente extraña a mi alrededor y todavía recuerdo
las lágrimas de mi padre cuando quiso abrazarme y se lo impedí.

Sentí los dedos de Izan limpiándome una lágrima y cogí aire para no seguir
llorando.

—La hija del matrimonio Black Stone murió aquella noche al defender a su
primo, Izan. Cuando recobré la conciencia se los demostré porque estaba viva,
pero no era más Essie Black Stone y ni siquiera sabía quién era en realidad. Los
escuchaba hablar y no entendía, quería hablar y no podía. No sabía hacerlo.

Izan murmuró un «joder» y se apoyó con ambas manos en la defensa,


continué con mi historia a pesar de eso.

—Mi cerebro era nuevo, por lo tanto tenía que aprender a hablar otra vez, a
comer, a caminar, a escribir, a todo. Sufrí de pánico y ansiedad cuando toda la
familia llegó a verme, veía tantos rostros felices y sonrientes y yo solo
necesitaba estar sola porque me abrumaba, porque no conocía a nadie.

» Luego estaba mi hermano intentando acercarse, tratando de ser mi amigo y


hablándome de las cosas que hicimos juntos en el pasado, papá hacía lo mismo
y por las noches llegaba a mi habitación con la intención de acostarse a mi lado
y abrazarme como su nena y yo gritaba para que se fueran. Solo toleraba a
mamá, era con la única que me sentía cómoda. Ella, con dedicación y
constancia me enseñó a hablar, a dar mis primeros pasos, luego a garabatear
letras, formas, me enseñó los colores y cuando al fin tuve un poco más de
razonamiento, dejé que mi padre y hermano se acercaran solo un poco.

» Sin embargo, le pedí a mamá que no dejara que nadie más me visitara porque
odiaba que me sonrieran y se mofaran de conocerme cuando yo ya no era
aquella chica, cuando ni yo misma me conocía…

Me limpié las lágrimas y alcé una mano para que Izan no se acercara cuando
quiso consolarme, él lo comprendió de buena manera y mantuvo sus distancia,
dejando que me recompusiera y tomara la decisión de seguir o parar.

Callé cuando vi que llamó a un mesero y este le entregó dos vasos, me dio uno
y al dar un sorbo sentí el alcohol, pero lo bebí porque necesitaba mucho de eso.
—Lo hicieron, se alejaron de mí, incluso mi hermano y mi padre. Pero poco a
poco le pedí a mamá que me hablara de todos, ella hasta hizo un árbol
genealógico y no tienes idea de lo inmenso que era —dije y reí entre
lágrimas—. No obstante, mi madre fue paciente y me enseñó y habló sobre
cada uno de ellos. Y cuando estuve preparada me di la oportunidad de
conocerlos, fue un fracaso total.

Confesé con un tremendo suspiro y di otro sorbo a mi bebida.

—Porque ellos insistían en hablar de una Essie que ya no existía y odiaba sus
anécdotas con aquella chica, me sentía presionada a recordarla. Hasta que una
de mis primas llegó de un largo viaje y me visitó.

Me reí al recordar a Abigail, pero lo hice con cariño y agradecimiento.

—Desde que me vio y notó que no la conocía a pesar de haberla visto en


fotografías, se presentó conmigo y comenzó a tratarme como si nunca me
hubiese visto. Creo que fue la única en darse cuenta de que frente a ella se
encontraba una desconocida, pero tuvo todas las ganas de entablar una
amistad conmigo.

» Ella se dio la oportunidad de conocer a la chica en la que me convertí, así


como mamá un tiempo atrás y pronto deseé que me visitara más seguido
porque solo con ella y con mi madre lograba reírme y me daban ganas de
aprender más cosas. Abigail le enseñó eso a mi hermano una mañana que
llegó, me lo presentó y él entendió lo que la chica hacía, así que le siguió el
juego y por primera vez lo dejé acercarse a mí. Dasher es arquitecto, así que
utilizó sus conocimientos para enseñarme a dibujar y cada vez que llegaba a
casa después de ese día, ansié pasar con él.

» Y fue mi prima la que me animó a hablar con papá y decirle lo que necesitaba
para que no se siguiera equivocando y así le dolieran mis palabras, fui clara
con él. Desde entonces todo mejoró y mi familia siguió el ejemplo de Abigail al
darse la oportunidad de conocerme. Y Aiden, mi primo, el chico por el cual
perdí los recuerdos, fue quien me enseñó a cocinar como método de
acercamiento sin saber de que a causa de eso nacería mi pasión. Sin embargo,
ya no sentí que encajaba con ellos, no de la manera que quería, no cuando noté
que todos se privaban de hablar del pasado para no lastimarme.

» De forma inevitable dejé de ser parte de ellos y por lo mismo decidí venir a
estudiar aquí cuando logré ser totalmente independiente, porque necesitaba
encontrarme, saber quién soy en realidad y crear mis propios recuerdos con
personas nuevas para no agobiarme con la idea de que conocieron a Essie
Black Stone y que, en algún momento esperarán algo de ella en mí.

—¿Perdiste tu pasado y no quieres nada de él ahora en tu presente? —


preguntó Izan y luego carraspeó. Su voz estaba ronca, oscura. Como si hubiese
estado conteniendo las lágrimas.

Dejó de agarrar el vidrio y se irguió.


Pensé en lo que respondería y cuando lo hice, fue la primera vez que fui
completamente sincera conmigo misma.

—No, Izan. No quiero mi pasado ni nada a nadie que me recuerde que tuve
uno. Y de hecho, no quiero volver a Estados Unidos en un tiempo. O al menos
no hasta que logre encontrar mi nueva yo, mi propia identidad —aseguré.

Nos miramos a los ojos unos segundos luego de mi respuesta rotunda y sentí
como si quisiera rebatir mi decisión, como si quisiera convencerme de que no
era malo saber mi pasado, pero tras ello lo vi asentir, fue como si estuviera
aceptando.

—¿Qué pasó con la persona que te…? —Negó al no poder terminar la pregunta
y puse mi mano sobre la de él.

Estaba helado y creí que hasta temblando.

—¿Qué me robó los recuerdos? —terminé por él y contuvo la respiración,


segundos después asintió— No lo sé, jamás quise saber nada él, pero espero
que esté pagando caro lo que le ha hecho sufrir a mi familia, lo que me hizo a
mí.

Izan me observó y no supe descifrar en su mirada lo que sintió con mi


respuesta, pero sí entendí lo que yo sentí al hablar.

Conocí el odio y su amargo sabor cuando fui más consciente de que alguien me
obligó a perderlo todo y a renacer. Y odiaba profundamente a esa persona
incluso sin conocerla.
6- PARTE 3
{Tercera Parte}

Los días fueron pasando y solo dejé de ver a Izan en horas de trabajo, pero
incluso cuando nos cruzamos en la compañía, ese chico tuvo una sonrisa
coqueta para mí junto a un saludo que pretendía ser educado y ocultar lo que
hacíamos después de salir del trabajo, cuando Izan aparecía en mi
apartamento o íbamos a cenar a cualquier lugar por allí.

Sentí que tras haberle hablado de mi pasado todo fluía mejor entre ambos
porque justo después de eso Izan comprendió mis miedos y me ayudó a
sentirme más segura de los pasos que dábamos en nuestra relación.

Así que después de esa noche en The Shard no me arrepentí en ningún


momento de haberle hablado de mi vida y menos de convertirme en su novia.

Incluso cuando lo seguíamos guardando solo para nosotros a excepción de


Oliver y Arthur.

Dalia me cachó una o dos veces sonriéndole con malicia a nuestro jefe, pero
solo me frunció el ceño y negó. Habíamos hablado en nuestras horas de
descanso o comida, mas no preguntó nada al respecto y tampoco me dio
mucha explicación cuando le cuestioné sobre cómo le iba con su familia o qué
había pasado la noche que salimos a comer y al club.

A María la vimos poco, puesto que en la zona de control de calidad se habían


quedado cortos de personal y al ser ella una de las empleadas con más tiempo,
conocía todas las áreas y estaba cubriendo el puesto mientras contrataban a
alguien.

—¿Quieres ir a comer algo al salir del curro? —preguntó Dalia llegando a la


mesa donde me encontraba. Estaba respondiéndole un mensaje a Izan y
guardé el móvil al verla.

Dalia frunció el ceño por mi acción tan precipitada.

—Hoy no puedo, quedé de hacer algo para Oliver, ya que él no puede porque
tiene que estar en el Café —mentí con descaro.

Izan acababa de decirme que consiguió unas películas de esas con las que
las chicas lloraban y quería probar si yo tenía un corazón frío o de plano no
tenía uno, ya que ya habíamos visto algunas de ese tipo y me reía en lugar de
llorar cuando notaba que sus ojos se ponían brillosos en algunas escenas.

Había descubierto que mi chico era bastante sensible, incluso cuando él quería
demostrar que tenía un corazón de piedra.
—¿Otra vez? —inquirió y la miré sin entender— Que me has dicho lo mismo el
lunes, Essie. ¿Me estás evitando?

—¡No! —me apresuré a decir, sintiéndome una perra con ella— Claro que no,
Dal. Mira, podemos hacer algo mañana si te apetece, pero hoy no puedo
porque ya me comprometí —expliqué, evitando mencionar a nuestro amigo al
sentir esa punzada de culpa.

—Me apetece, pero mi padre tiene una comida con unos clientes y necesita
que su familia lo acompañe —explicó y cuando se sentó frente a mí noté que
estaba usando más maquillaje del que ella acostumbraba.

Dio un suspiro fuerte y se quedó ida por unos segundos.

—¿Está todo bien? —quise saber como algo casual, ya que había descubierto
que si le preguntaba eso en tono preocupado o serio, me rehuía.

—De puta madre —respondió, pero noté el sarcasmo, aunque lo quiso


camuflar.

—Dalia, María te necesita un momento. Ve a las oficinas de contaduría —dijo


William sorprendiéndonos a ambas.

Dalia bufó antes de ponerse de pie para marcharse y me dio una sonrisa
fingida.

—Te veo en un rato —prometió y asentí.

Pero no la vi más, no volvió a la cocina y justo media hora antes de salir del
trabajo, me avisó que saldría más tarde, puesto que todavía no tenía su horario
completo, cosa que me extrañó porque habíamos entrado y salido juntas toda
la semana. Sin embargo, no la cuestioné y le dije que estaba bien y pediría un
Uber.

Lo hice tal cual y dos horas después estaba en mi apartamento, hablando con
mis padres y luego tomando una ducha. Izan me había enviado un mensaje
avisando que llevaría algo de comer y ya me sentía un tanto desesperada por
verlo.

Así que cuando el timbre sonó corrí como niña emocionada, aunque me detuve
en la puerta respirando profundo para que no notara que había estado
impaciente esperándolo.

—¿Has corrido para abrir la puerta? —inquirió en tono burlón y sentí que me
puse roja.

—Tonto, por supuesto que no —respondí tratando de que mi corazón dejara


de bombear tan rápido y coloreara más mis mejillas.

—Juro que te escuche correr.


—¡Oh, ya cállate! —pedí y se rio de mí justo cuando lo tomé de la mano y lo
obligué a entrar.

Llevaba una bolsa de papel en la otra y se zafó de mi agarre para cogerme de la


nuca y unir su boca a la mía. Suspiré mientras lo besaba, disfrutando de esos
arrebatos suyos.

Izan me besaba con pasión, pero había momentos en los que se volvía rudo,
como incapaz de seguirse conteniendo más y era con esos besos que mis
piernas temblaban y mi centro dolía.

—Así de emocionada estabas por verme, eh —aseguró separándose un poco de


mí y me mordió el labio con fuerza, luego lo chupó para calmar la punzada que
provocó.

—¡Pero qué coño! —Ambos nos separamos cuando escuchamos a Dalia


exclamar eso.

Mi amiga estaba de pie bajo el marco de la puerta que seguía abierta y la miré
asustada. Izan solo se limitó a verla con su rostro inexpresivo.

—Así que era por esto que te negaste a vernos, que usaste a nuestro amigo
como excusa —dijo herida y muy enojada.

—Dalia, yo…

—¡Qué facilita me saliste, tía! ¡Mira qué pronto te abriste de piernas al jefe! —
su acusación fue bastante grosera y me lastimó— ¡Y qué estúpida eres para
caer tan fácil!

—Cuida tu tono —exigió Izan con voz gélida, nunca lo escuché así y menos lo
vi con esa actitud.

Dalia lo miró fúrica y vi su intención de decirle algo, pero por alguna razón se
contuvo.

—Ahora entiendo vuestras miradas en el trabajo. —señaló— ¿Qué, Izan? ¿Te


divierte jugar con niñas inocentes y luego revolcarte con maduritas? ¿Eso te
pone guarro? —inquirió mi amiga con veneno y sentí una punzada de celos y
dolor por lo que aseguró.

—Lo que me ponga guarro es mi maldito problema, Dalia. Y te debería


importar una mierda con quien me revuelco —respondió el pelinegro con
calma fingida— Y si consideraras a Essie tu amiga, entonces deberías saber
que ella ya no es una niña sino una mujer capaz de decidir por sí misma sin
importar lo que sus amigas hipócritas le quieran vender —añadió y no pude
hacer más que mirar entre el uno y el otro.

Izan parecía tranquilo, pero podía jurar que por dentro luchaba contra un
torbellino, Dalia en cambio se veía a punto de tirársele encima.
—¡Cuida tus malditas palabras! —exigió ella— Y sí, es una mujer que ignora
totalmente a la bestia que está dejando que se meta entre tus piernas —Izan
rio irónico, pero no era esa risa que siempre tenía para mí.

La que le dio a Dalia era muy fría, con una promesa implícita en ella.

—De nuevo, Dalia Montés. Ese sería su problema, tienes a una mujer como
amiga, no a una niña.

—¡Basta ya a los dos! —exigí entrometiéndome y parando ese dime que te


diré de una vez por todas.

Izan bufó con fastidio y dejó la bolsa de comida en una mesita de café en la
sala. Dalia me observó furiosa, como una hermana decepcionada de encontrar
a su hermanita haciendo lo que le pidió que no hiciera.

—Izan tiene razón, Dalia. No te refieras a mí como una niña inocente, ya que,
que seas mi amiga no te da el derecho a insinuar que soy idiota.

—Entonces por qué me lo ocultaste, Essie —inquirió ella—. Es porque sabes


que tengo razón —añadió y vi a Izan con ganas de defenderme, de defenderse,
pero calló dejando que yo hablara, demostrándome así que me creía capaz de
eso y de que era consciente que no necesitaba que hablaran por mí.

—No te lo dije por la idea arraigada que tienes de que solo lo que tú opines
importa. —señalé con dureza y vi cuánto la lastimé, pero no me detuve, ya que
necesitaba aclarar ese punto— ¿Te has acostado con Izan o solo le insinuaste
que querías hacerlo y no te paró bola?

La sorpresa que ocasionó esa pregunta de mi parte fue evidente en Dalia, Izan
solo sonrió sardónico y la miró esperando una respuesta al igual que yo. La
retó a que hablara ella antes hacerlo él.

—Se está acostando con María —respondió ella en cambio, alzando la barbilla.

Izan negó y la miró entre divertido y hastiado.

—¿Me has visto o es tu tía quién te lo ha asegurado? —preguntó él sin temor


alguno, mostrándome seguridad.

—Está claro, gilipollas. Sales todas las noches con ella y no creo que sea a por
un café.

—Eres tan tonta —respondió él con burla, esperando más de ella que eso—.
Yo te veo salir a ti con los socios de tu padre y no por eso intuyo que te estás
revolcando con ellos —añadió y Dalia perdió el color.

No pudo decir nada más, aunque lo intentó. Dalia abrió y cerró la boca y
cuando sus palabras no pudieron salir y sus ojos se pusieron brillosos por las
lágrimas, se dio la vuelta para marcharse. Miré a Izan un tanto sorprendida al
notar que él la siguió viendo de forma iracunda, sabiendo desde antes de
pronunciar esas palabras, que iba a lastimarla y no le importó, tampoco lo
culpé, ya que mi amiga no fue la mejor con él.

Sin decir nada corrí detrás de Dalia y la llamé, por supuesto que no me hizo
caso y siguió su camino como alma en pena.

La seguí porque sentí la necesidad de saber qué le sucedía, pues fui consciente
de que las palabras de Izan llevaban algo implícito que solo ella entendió y
cuando la alcancé la tomé del brazo para detenerla y solo porque mis reflejos
eran buenos, según lo que mi padre aseguraba, logré contener su mano en el
instante que quiso abofetearme.

—¡Eres una estúpida! —chilló frenética.

—Y también tu amiga de verdad, porque te juro que si no lo fuera, ahora


mismo te estaría devolviendo la bofetada —dije y ambas nos sacudimos
cuando se alejó con brusquedad zafando su muñeca de mi mano.

—¡Me mentiste! —gritó.

Estábamos fuera del edificio de mi apartamento, en la calle.

Las personas que caminaban sobre la acera nos miraron atentos y


entrometidos, mas no me importó.

—Sí, lo hice y, aunque no lo creas lo siento, pero tú me obligaste a callar, Dalia


—recalqué y rio frenética—. Dime si de verdad has comprobado todo lo que
me dijiste de Izan o solo te has dejado llevar por lo que dicen, por lo que te han
vendido de él —la reté.

Se limpió las lágrimas con brusquedad y miró para todos lados.

—No creo que hablen de él solo por hablar, Essie. Izan no es lo que parece.

—Parece un donjuán al que no le importa lastimar a nadie, así que según lo


que me dices, no es eso en realidad —señalé usando su lógica y negó.

—Va a dañarte —advirtió.

—Me sigues dando evasivas, Dalia. Y en todo caso, te lo agradezco, pero yo


puedo tomar mis propias decisiones y asumir las consecuencias —zanjé y
negó.

Se cogió la cabeza con frustración y no detuvo más sus lágrimas.

Algo me hizo pensar que no se debía a lo que acababa de descubrir sino más
bien a lo que Izan dijo sobre ella y los socios de su padre.
Me acerqué con precaución y la cogí de las manos haciendo que también me
viera, sus ojos verdes estaban más pálidos por el llanto y se mordió el labio
para luego lanzarse sobre mí y abrazarme con fuerzas mientras lloraba con
dolor.

—Lo siento, Essie —dijo entre sollozos y le sobé la espalda.

—¡Shhss! Ya —la calmé y sentí que movió la cabeza de un lado a otro


negando.

—No, amiga. Tienes razón, he sido un perra contigo y me he dejado llevar por
mis problemas —continuó y no quise detenerla porque sentí en ella la
necesidad de hablar—. Mari no me ha dicho nada respecto a Izan y de hecho
ha negado que tengan algo cuando lo he insinuado. Simplemente estoy en un
punto donde odio a los hombres y me he guiado por eso para alejarte a ti
también de ellos.

Me separé de ella para que me viera a los ojos y le limpié las lágrimas.

—He comprado lo que me vendieron del tío, lo acepto. Pero estás en tu


derecho de cagarla con él si te apetece y sé que como tu amiga debo estar para
ti diciéndote que te lo dije, si te daña, pero no dejándote sola. Lo siento, Essie
—repitió y negué cuando volvió a abrazarme.

—Yo también lo siento por callarme y mentirte —dije—. Merecías la verdad


desde un principio y no estar pasando sola lo que sea que estás pasando.

—Está bien, está bien —repitió.

Pero no quiso hablar sobre eso por más que le pregunté y no quise seguir
insistiendo, ya que vi lo mucho que le afectaba. Solo le prometí que estaría
para ella en el momento que decidiera contarme todo y la hice prometerme
que no tardaría en hacerlo.

Estuvimos ahí por un rato, puesto que no quiso subir cuando la invité a mi
apartamento excusándose con que ya la había cagado mucho y, en lugar de
eso, me animó a mí a ir con Izan.

Se marchó tras darme un beso en cada mejilla y la vi partir, riéndome de lo


loco que estaba siendo todo, pues en un rato estuvimos a puntos de
abofetearnos y me dijo cosas dolorosas, y al siguiente estaba siendo la amiga
de siempre y hasta comprendiendo que podía tener una relación con Izan
Gambino si así me daba la gana.

Subí a mi apartamento minutos después y encontré al chico que últimamente


fungió como manzana de la discordia entre mi amiga y yo; estaba serio,
atendiendo una llamada y muy molesto y, cuando me vio llegar cortó con
quién sea que lo escuchaba, despidiéndose con un «es tu puto problema y
arréglalo como puedas».
—¿Todo bien con Dalia? —quiso saber acercándose a mí cuando cerré la
puerta.

Asentí en respuesta.

—¿Todo bien contigo? —pregunté yo, refiriéndome más a su llamada, su tono


molesto y su ceño fruncido.

—Todo bien ahora que estás aquí —aseguró.

Pero sus palabras no concordaban con su actitud.

Aunque no dije más cuando unió su boca a la mía, devorándome como lo hizo
antes de que Dalia llegara, solo que en ese momento sentí más necesidad que
antes, un deseo contenido que le estaba costando mucho trabajo seguir
soportando.

Y juro que si seguía besándome así, esa noche comprobaría si seguía siendo
virgen o ya no.
CAPÍTULO 7 {1}
{Primera Parte}

¿Qué era yo en los brazos de ese chico?

Nada.

Eso es todo lo que podía pensar cuando Izan me tenía entre sus brazos
devorándome la boca como lo hacía.

Era un ángel inocente como lo aseguró cuando me pidió ser su novia, pero dos
meses después de haber comenzado nuestro noviazgo, me estaba convirtiendo
en un Gremlin enfadado que no dejaba la cara de culo incluso comiendo.

Dos meses hirviendo a fuego lento entre los brazos de un novio que solo se
mofaba de lo que sabía hacer con las mujeres, pero siempre me dejaba con
calentones tremendos cuando se iba de mi apartamento.

Adolorida, así me quedaba cada noche y estaba odiando la fuerza de voluntad


de ese tipo, ya que según la dureza que palpé sin querer una noche que me subí
a su regazo, sabía que así como yo, Izan no se iba a la cama sin antes darse una
ducha con agua fría…o una paja.

—¿Y qué pasa si en realidad el gilipollas se quita las ganas con otra? Porque
venga, tío. Que un calentón como los que se dan con nuestra amiga no se
apaciguan solos por muchos baños con agua fría que te des, eh.

—Serás bruja —dijo Oliver hacia Dalia mientras nos tomábamos un té frío en
el Café de nuestro amigo.

—Que no soy bruja, maricón. Que solo soy sincera. O no estás viendo que
nuestra amiga, la que nunca ha probado una polla ahora mismo no la calienta
ni el sol con las rabietas que hace luego de verse con el guarro ese.

—Bien, ya basta. Estoy aquí, así que dejen de hablar como si no los escuchara
—me quejé parándolos de una buena vez—. No les he confiado mi vida privada
para que la destrocen a como se les dé la gana —zanjé.

Tanto Oliver como Dalia rieron al verme así.

Mi amiga murmuró un «lo ves» a nuestro amigo y la fulminé con la mirada.

Las cosas estaban mejor entre ella y yo, y de hecho, luego de nuestro
enfrentamiento dos meses atrás, un día de la nada pareció que su odio por Izan
desapareció y, aunque no eran los mejores amigos, se trataban con respeto en
las ocasiones que se encontraron. Sobre todo cuando Oliver continuó con sus
tradicionales reuniones de viernes e invitaba a Izan.

Dalia después de asegurar que Izan solo se quería aprovechar de mí, comenzó
a insinuar que a lo mejor me estaba usando para tapar sus verdaderos gustos y
junto a Oliver casi la mato por cizañosa, pero admito que seguí sus consejos en
un intento por hacer caer a mi chico y casi termino llorando esa noche, cuando
luego de invitarlo a pasar el rato en mi apartamento y vestirme con la ropa que
consideraba más sensual, él se fue a mitad de la película que veíamos. Justo
cuando llevé un cuenco con palomitas de maíz y lo puse en la mesa frente al
sofá.

El short de mezclilla que usaba era cortísimo y flojo, así que cuando me incliné
para poner el refrigerio en su lugar, las perneras se subieron hasta el principio
de mis nalgas, dejando que viera más piel de lo que le había permitido. Y sonreí
victoriosa al escucharlo carraspear y acomodarse el pantalón, pero luego Izan
se excusó con que recibió un mensaje por parte del gerente del
restaurante Casa Gambino diciéndole que les urgía su presencia.

Me sentí terrible, casi como una abusadora y al siguiente día me negué a verlo
inventándole que saldría con Dalia en un día de chicas. La verdad era que me
avergoncé y no quería verlo, ya que sabía que la noche anterior —y mi
bochornoso momento— se reproducirían.

Izan tampoco habló de eso cuando volvimos a vernos y lo agradecí.

Fuera de eso, todo marchaba de maravilla entre nosotros, aunque me


comportaba como niña inmadura cada vez que me quedaba adolorida y, en
lugar de afrontarlo como Oliver me aconsejaba, incluso Dalia, prefería dejar de
ver a Izan hasta que el enojo me pasaba.

—Cariño mío, mi malvado Gremlin, deberías probar masturbándote —


Comencé a toser y el té me salió por la nariz luego de dar un sorbo y escuchar a
Oliver diciéndome eso justo en ese instante.

—¡Me cago en la puta, Oli! —chilló Dalia entre risas, tratando de ayudarme.

Tosí sintiendo que no podía respirar, como cuando te has hundido en la


piscina sin poder nadar y te tragas toda el agua.

Y ni siquiera podía pelear con Dalia mientras se reía y me subía los brazos en
un intento por parar mi ataque. Oliver llegó con un menú para darme aire y
deseé estrangularlos.

—Amor, te juro que no lo dije en mal plan. Solo busco maneras de que te
desahogues y dejes ya esa rabia —se excusó riendo sin cesar.

La maldita tos no paraba y me estaba saliendo más agua de la que en realidad


pasó con el té.
Esa noche regresé a casa ronca y con los ojos rojos de tanto toser.

En el almuerzo había estado con Izan y fue una de esas veces en las que
terminé enfadada sin que él supiera que lo estaba. Me había enviado mensajes
que no respondí con la frecuencia que me los envió y agradecía que no lo vería
al día siguiente luego del trabajo, ya que debía ir a una cena con sus padres que
habían llegado de Italia para ver cómo iban los negocios en Londres.

Ese domingo me dormí tarde y confieso que si no hubiese hablado con mis
padres hasta que el sueño me venció, a lo mejor habría probado lo que Oliver
insinuó.

Al siguiente día me concentré en trabajar sin parar y agradecí que hubiese


entrado una orden grande que debíamos sacar antes del miércoles. Dalia trató
de preguntar si me animé a probar lo que Oliver sugirió y con una sola mirada
entendió que era mejor no seguir hurgando donde no debía. Incluso evitó decir
algo en el momento en que nos encontramos con Izan en la zona de descanso
hablando con William y Charles y yo ni siquiera volví a verlo.

Total, era mejor así y tenía la excusa perfecta, ya que nadie a excepción de
Dalia y María sabían de mi relación con él.

Izan por supuesto que notó que lo ignoré y en cuanto nuestras miradas se
cruzaron por accidente, negó y sonrió con picardía, luego siguió en lo suyo con
William y su padrino y se marchó cuando terminaron de hablar.

—En serio, amiga. Necesitas que ese tío te folle con urgencia —dijo Dalia
cuando nos quedamos solas en la mesa.

Nuestros otros compañeros estaban preparándose para volver a la cocina.

—Que irónico que ahora me digas eso y dos meses atrás te molestaste porque
acepté ser su novia y juraste que solo quería llevarme a la cama —señalé y ella
negó.

—Esa es agua pasada, Essie. Ahora hasta me preocupa que no te toque.

—¡Ya! —chillé entre dientes y ella comenzó a reírse.

Volvimos a la cocina cuando la hora llegó y nos concentramos en nuestros


deberes. Teníamos media hora ahí cuando Dalia se fue al baño cercano y
segundos después vi en mi reloj inteligente que me había enviado un mensaje,
pidiéndome por favor que fuese a su casillero por una píldora para el dolor de
cabeza, ya que no se sentía bien.

Avisé a mi compañero de al lado que volvía pronto y me fui con prisa.

Los casilleros estaban en la zona de descanso junto a los baños adicionales. Al


parecer la fábrica antes fue una especie de instituto y por lo mismo el lugar
lucía como si funcionara como área de descanso para algún equipo de fútbol.
Estaba solo puesto que todos se encontraban trabajando y pegué tremendo
respingo cuando tras cerrar el casillero de Dalia, la puerta se abrió de golpe y
se cerró de la misma manera.

¡De ninguna manera eso podía estar pasando!


7- PARTE 2
{Segunda Parte}

La sonrisa que Izan me dio ni el más malvado de los hombres la superaba, era
un gesto que prometía mucho sufrimiento, o gozo dependiendo del caso. Y
algo me gritó que yo obtendría ambos si no huía de inmediato.

—¿¡Qué carajos haces aquí!? —chillé con una mano en el pecho, tratando de
calmar mi corazón.

—Soy el dueño y puedo estar donde se me dé la gana —respondió con


arrogancia y vi claro cuando le puso seguro a la puerta detrás de él.

—Izan, hay cámaras y alguien puede querer usar estos baños —advertí
cuando caminó hacia mí.

Me fui hacia la puerta con la intención de abrirla porque sabía que él no iba a
entender, pero me tomó del brazo y me empotró en ella en su lugar.

—Vi un letrero en la puerta avisando que está fuera de servicio —informó con
seriedad, aunque sentí también el tono pícaro y me miró de manera intensa—.
Y las cámaras las manipulo a mi antojo —añadió.

Tragué con dificultad cuando me cogió del cuello sin hacerme daño y sentí que
mi pecho dolía por el palpitar acelerado de mi corazón.

—Me van a despedir por tu culpa —señalé y sonrió de lado.

Pero no fue una sonrisa cálida sino más bien una de depredador al que no le
importaba los ruegos de su presa.

—Estás con el hijo de puta del cual depende quién se queda y quién se va —me
recordó con voz oscura.

Me dio un beso casto con mordida de labio incluida y por inercia mis ojos se
cerraron. Eran los besos de mi novio, pero ese definitivamente no era mi chico
dulce. Al contrario, tenía frente a mí a un tipo bastante parecido al que Dalia
intentó venderme cuando recién lo conocí. Un cabronazo al que no le
importaba romper las reglas.

—Dalia necesita este medicamento —dije con un susurro mostrándole lo que


llevaba en la mano y sonrió perezoso.

—Dalia está cubriendo tu puesto en este instante, así que deja ya de tanta
excusa —ordenó y respiré sin soltar el aire—. Mejor dime por qué estás
enojada conmigo —pidió y volvió a besarme, uniendo sus labios a los míos en
un beso apretado.

—Yo no…

—Mmmm, si vas a negarlo mejor calla —me interrumpió—. Me has ignorado


hace ratos, Ónix malvado.

—¡Malvado tú, Izan! —espeté en susurros y le aparté las manos de mi cuello


cuando trató de contener una sonrisa.

—¿Qué te hice? —La ira se apoderó de mí al escucharlo y lo golpeé en el pecho


en un vano intento por alejarlo de mí.

—¡Mejor te digo qué no me has hecho! —bufé y gruñí cuando en ese momento
no pudo contener más esa sonrisa estúpida que otras veces me derritió.

Traté de empujarlo con la intención de marcharme porque odiaba que se riera


de mí, pero él fue ágil al cogerme de las manos provocando que tirara el
medicamento de Dalia y me giró en mi propio eje logrando que mirara a la
puerta y ya no más a su rostro burlón.

—Aunque sea increíble de creer, acabas de lastimar mi ego —susurró y al ser


tan alto, sentí que me tragaba por completo con su cuerpo al arrinconarme de
esa manera—, pero eso me pasa por querer demostrarte que no te quiero solo
para una follada.

Quise gritar en el instante que rozó su pelvis en mi trasero y me hizo sentir el


bulto entre sus piernas.

—¡Izan! —lo llamé cuando me cogió de las muñecas y las subió a la altura de
mi cabeza, logrando que presionara las palmas en la puerta y cuando notó que
iba a bajarlas, con una sola mano me contuvo en esa posición.

—¿Estás enojada conmigo por aquella vez en la que te senté sobre la isla de tu
cocina y el vestido se te subió por accidente, haciéndome ver las braguitas
blancas que cubría ese coñito que tienes y, me fui cortando esa sesión de besos
que teníamos? —preguntó y tragué con dificultad porque arrastró los labios
por mi cuello.

Con la mano libre recorrió mi brazo y lo detuvo cerca de mi pecho, justo debajo
de mi axila. Lo que acababa de recordar fue la primera vez que sentí unos
deseos incontrolables porque llegara más allá de los besos.

—¿O es por esa otra vez mientras cocinábamos juntos y sin querer pasaste
frente mí para coger un cuchillo y en el proceso me rozaste este pequeño,
redondo y delicioso trasero? —Gemí cuando volvió a presionar su pelvis y mis
ojos se abrieron desmesuradamente al sentirlo más duro.
Mi respiración por increíble que fuera se aceleró más en el instante que bajó la
mano de mi torso a la cintura y subió la filipina para tocarme el abdomen sin
tela de por medio. Al parecer tenía ganas de portarse como un agente policial y
con su pie metido en el medio de los míos hizo que me abriera.

—Aunque también está la ocasión cuando veíamos la tele y te subiste en mi


regazo usando ese pijama de tela delgada y, con la excusa de que te
acomodarías te restregaste en mí —Cerré los ojos cuando me liberó de su
agarre para arrastrar esa mano hasta los botones superiores de mi filipina y
los abrió para luego colarse y acariciar mi cuello, deteniéndose justo en el
principio de mis pechos.

La mano en mi abdomen encontró el botón de mi pantalón y susurré una


palabrota a la vez que presioné la frente en la puerta.

Mi corazón estaba a punto de entrar en taquicardia.

—¿O estás molesta por ese día que usaste ese traicionero short de mezclilla y
me paseaste el trasero en la cara? —Me mordí el labio y sentí las manos
ancladas arriba de mi cabeza cuando Izan bajó ambas manos con lentitud.

Las dos buscaron el sur de mi cuerpo, solo que la derecha se metió en mi


sostén y cuando acunó una de mis tetas deseé estar sola con él y así gemir sin
el temor de que me escucharan.

—¿O es por lo que sucedió ayer, pelinegra malvada? —susurró en mi oído y


lamió el lóbulo con suavidad para después permitir que su respiración me
acariciara— Cuando te tiraste a horcajadas sobre mí con la excusa de ver
mejor ese lunar cerca del nacimiento de mi cabello, usando un vestido tan
corto que una vez más se burló de mí mostrándome lo que tienes entre las
piernas y deseo comerme.

—¡Dios! —exclamé.

Mientras me preguntó lo último arrastró la mano dentro de mi pantalón y mis


bragas, deteniéndose justo en el inicio de aquel lugar que tan necesitado
estaba de su atención.

—Porque si es por todo eso… —continúo y jadeé justo en el instante que uno
de sus dedos descubrió la humedad que me cubría. La que él me provocó—
¡Mierda, Essie! —bufó y bajé las manos de inmediato a la altura de mi pecho,
sosteniéndome de la puerta al sentir que mis piernas cederían— Si estás
molesta por todo eso, créeme que yo también.

—Izan, por favor —supliqué cuando su dedo se quedó perezoso.

—¿Quieres que continúe? —inquirió, pero no hubo burla esa vez.

Al contrario, Izan parecía estarse conteniendo y gruñó cuando asentí en


respuesta.
La mano en mi pecho se movió más suave que la que estaba dentro de mis
bragas, siendo solo una manera de magrear delicada. Pero aquel dedo que
esparcía mi humedad era otra historia.

Izan comenzó a susurrarme cosas bastante escandalosas, mostrándome una


parte suya que todavía no conocía, pero que me estaba encantando, sobre todo
cuando no dejó de tocarme de esa manera desaforada, pero solemne a la vez.

Era la primera vez que sentía esa sensación en mi vientre y deseé gritar en el
instante que Izan invitó a uno más de sus dedos al festín que se desarrollaba
en medio de mis piernas. El fuego me recorrió las venas, pero el hielo no
abandonó mi piel; las piernas me temblaron, sin embargo, no cedieron, al
contrario, le exigieron a mis caderas que se movieran, que se uniera al vaivén
de aquella mano traviesa.

Gemí sin poderlo evitar cuando Izan se ocupó de mis dos pechos, jugando con
las piedras duras entre su dedo pulgar e índice.

Y no sé de dónde salía tanto líquido, pero fui capaz de sentirlo humedecer toda
la mano de mi chico aventurándose en mi pantalón.

—Mírame —pidió. No reconocí su voz oscura, pero estaba segura de que era él
cuando le obedecí y vi su rostro majestuoso, aunque sus ojos penetrantes me
aseguraron que se estaba conteniendo—. Te juro que no te enfadaré más así y
después de esto, voy a probar cada centímetro de tu piel.

—¡Izan! —dije con la necesidad de caer al suelo y él lo entendió.

Unió su boca a la mía al fin en un beso apasionado, pero a diferencia de los


otros, este iba cargado de una necesidad única. Era uno de esos que no podían
darse frente a las personas, pero sí en la privacidad, un gesto que te exigía
quitarte la ropa y dejar que pasara lo que tuviese que pasar; un acto que
borraba los miedos y te volvía valiente ante los riesgos.

Un beso donde no importaba nada y se valía todo.

—Eso, Essie. Dámelo todo, no me niegues nada —exigió en cuanto mis


caderas se movieron más y perdí la vergüenza.

Le mordí el labio con fuerza haciéndolo gruñir y alcancé a tomarlo de la


cintura, empuñado su camisa entre mis dedos y presionándolo más a mi
trasero, rozó su dureza logrando que deseara sentirlo piel a piel y su mano en
mi pecho llegó a mi cuello en ese instante, tomándome con seguridad y sin
apretura para que en el momento que esa bola de presión y fuego en mi vientre
explotara, yo no cediera ante la debilidad de mis piernas.

Izan movió sus dedos en círculos ociosos, luego de arriba hacia abajo siendo
suave en mi parte más sensible y duro cuando la profundidad se lo tragaba. Me
besó en cuanto vio mi necesidad de gritar y llevé la otra mano a su cintura
apretándolo con fuerza y descansé la cabeza en parte de su hombro y pecho.
Meneé las caderas en un intento por buscar más fricción de su parte y las
ganas de llorar se hicieron presentes, no por dolor, fue más por la intensidad
que me embargaba y no sabía cómo manejar.

La presión en mi pecho aumentó, mi abdomen se contrajo y mis piernas se


aflojaron; la sangre me hirvió y mi mente colapsó justo en el instante que
aquella presión en mi vientre explotó, arrasando con mi respiración y
llevándome al borde de la locura con los latidos extremos y salvajes de mi
corazón.

Sentí las venas hinchadas por la presión de la sangre y todas mis


terminaciones nerviosas conectadas en aquel punto sensible que Izan seguía
acariciando con lentitud. Los espasmos se negaban a abandonarme y supe que
no caí al suelo porque mi novio seguía sosteniéndome hasta que me
tranquilicé. Mi hermoso chico sacó la mano de donde la tenía y arrastró la
humedad por mi vientre bajo y estómago y me besó la punta de la nariz para
luego sonreír con satisfacción.

Logré caminar con él a una de las bancas de madera cerca de los casilleros
cuando me obligó a hacerlo y solté tremendo suspiro en cuanto se sentó y me
llevó hasta su regazo.

Gruñó cuando aplasté su enorme dureza y sentí que mis mejillas se coloreaban
de rojo.

—Lo siento —dije y negó con una sonrisa.

—Yo también lo siento —respondió con picardía y me tomó de las muñecas


hasta llevar mis brazos alrededor de su cuello.

—¿Tú no quieres que yo…? —No supe cómo terminar esa pregunta e Izan se
rio de ello.

—¿Qué tú me masturbes? —terminó por mí sin vergüenza alguna y no


respondí— Claro que quiero, Essie Black —respondió y mis ojos se abrieron
con desmesura cuando añadió—. Y no solo eso, también deseo que me la
chupes, sueño con verte comiéndote mi polla y de hecho me la he jalado
pensando en eso, imaginándote así.

—Agradezco tu sinceridad, pero no en este momento —señalé tras un


carraspeo nervioso y me miró con diversión.

—A lo que voy es, que antes de hacer todo eso, de cumplir todas esas fantasías,
primero quiero hacerte el amor, Essie Black —continuó—. Y obviamente no
aquí, sino en tu cama, luego de comerte ese coño que me hace agua la boca.

—¡Izan! —exclamé nerviosa y me mordí el labio para no reírme.

—Me vuelves loco, Essie y más con esos ruiditos que haces cuando estás al
borde de la locura —Quise separarme de él porque en serio sentía vergüenza,
pero me abrazó de la cintura para no dejarme ir—. No quise tocarte antes
porque sabía que no me iba a conformar y no deseaba que creyeras que los
rumores sobre mí eran ciertos, porque al menos contigo no lo son —aseguró.

—Llegué a creer que no me deseabas —confesé y le besé la punta de la nariz


así como él lo hacía conmigo.

Abrí los ojos con sorpresa cuando me cogió de las nalgas con sus grandes
manos y me restregó en su regazo. Su dureza tocó mi centro y gracias a la
humedad exagerada que me hizo tener minutos antes, gemí porque me volví
más sensible.

—He tenido que huir antes de ceder a mis deseos más oscuros contigo —
admitió— y te confieso que conmigo va a ser todo lo contrario a lo que te
imaginas o hayas leído.

—¿A qué te refieres? —inquirí curiosa.

—A que antes de hacerte el amor, te voy a follar, hermosa —respondió y


tragué con dificultad—. Porque me conozco y me he contenido mucho
contigo, así que para poder tomarte con suma delicadeza, primero tendré que
ser rudo.

Miré hacia abajo y carraspeé antes de volver a observarlo a los ojos y hablar.

—No sé qué es lo que has pensado con mi enojo y desesperación porque me


tocaras como lo has hecho, Izan, pero yo no… —Callé conteniendo la
respiración y me sonrojé al no saber cómo seguir.

Izan arrugó el entrecejo y luego sus ojos se abrieron un poco más, recordando
quizá mi historia y entendiendo lo que no pude vocalizar. Su mirada de pícara
cambió a avergonzada.

—No estoy segura de si antes tuve sexo o no —logré decirle cogiendo valor y
me miró con dulzura.

Antes de salir de la cocina me quité las protecciones y la bata, así que mi


cabello iba desnudo y recogido. Un mechón se me escapó por los movimientos
alocados que hice al restregarme en él cuando me tuvo al borde de la pasión,
así que lo cogió y me lo metió tras la oreja, justo donde la cicatriz más grande
de mis operaciones pasadas se encontraba.

Izan ya las había visto y tras contarle mi historia dejé de agobiarme con que las
notara.

—Vamos a descubrirlo juntos —aseguró y entrecerré los ojos a la vez que me


reí por su manera tan sutil de aprovecharse.

—¿Serás gentil? —pregunté.


—Solo la primera vez —aseguró sin vergüenza y le di una palmada en el
hombro.

—¡Chicos! —Me aparté de Izan al escuchar a Dalia llamándonos y tocando la


puerta.

Me acomodé la ropa y deseé poder ir al baño para limpiarme, pero ya no había


tiempo. Nos habían descubierto y la pena me atacó sin remordimiento.

—Esconde…

—¡Ya vamos! —dijo Izan cortándome y lo fulminé con la mirada.

Él podía ser el jefe, pero yo seguía siendo una empleada y no deseaba que
hablaran de mí por dejar que el tonto me encerrara en el baño para darme el
único, y hasta el momento, mejor orgasmo de mi vida.

—Calma, pequeño Gremlin. Dalia me ayudó a encerrarte aquí —soltó divertido


cuando vio mi enojo.

—Hija de su… —Me detuve antes de terminar lo que diría. Todavía incrédula
porque esos dos se aliaron y sobre todo, porque Dalia le hubiera dicho a Izan
ese bendito apodo que ella y Oliver me pusieron.

Me fui a la puerta para abrirla y al encontrarme con Dalia sonriendo como el


gato de Cheshire al otro lado, le susurré una ofensa que juro que jamás se la
esperó de mí. Pero que la merecía por traidora.

—¿Me arriesgué a todo por nada? —Alcancé a escuchar que le dijo a Izan.

—Creo que le gustó demasiado mi forma de quitarle el enfado y ahora buscará


más excusas —respondió él.

—¡Idiotas! —les dije al voltear a verlos y mostrarles el dedo medio.

Dalia abrió la boca incrédula y divertida, Izan por su parte tomó mi ofensa
como halago y me lanzó un beso.
CAPÍTULO 8 {1}
{Primera Parte}

Me fui a casa en total silencio, aunque la sonrisa que se formaba en mi rostro a


veces era inevitable. Y, Dalia siendo inteligente, evitó soltar cualquier
comentario de esos que eran clásicos en ella.

Pude ir al baño antes de salir del trabajo, así que limpié toda prueba de lo que
sucedió en los casilleros, aunque las imágenes en mi mente no lo permitieran
y menos el mensaje que recibí por parte de Izan, que por cierto, todavía me
sonrojaba al recordarlo.

¿Es normal que mientras trabaje no quiera apartar los dedos que tengo cerca de mi
nariz?

Me sonrojé con solo leerlo, mis ojos se ensancharon y la respiración se me


cortó, tanto, que una de mis compañeras preguntó si todo estaba bien
conmigo y me costó responderle tras recibir un mensaje más.

Por cierto, Essie Black, no tienes idea de cómo me empalmo solo con tu olor.

Eres un cerdo.

Fue todo lo que pude responderle e imaginé que se carcajeó con mi respuesta,
aunque admitía que yo también tendía a ser una depravada, puesto que sentí
que volví a humedecerme solo con imaginarlo oliéndose los dedos después de
tocarme.

Y nunca pensé que experimentaría eso.

Lo soy, sobre todo en este momento, que he probado tu sabor y quiero correrme. Te
sientes deliciosa incluso en mis dedos, Essie Black.

Me quedé sin palabras, sin pensamientos, en total silencio y con las manos
temblorosas cogí mis cosas para irme al coche de Dalia. Pero con cada paso
que di comprobé que aquel mensaje lejos de parecerme asqueroso, se convirtió
en una prueba de que incluso con palabras escritas, Izan lograba que mi
cuerpo reaccionara a él de una forma que no creí que llegaría a experimentar.

Oliver con sus guarradas llegó a mi cabeza mientras mi amiga se conducía a mi


apartamento, él siempre me aseguró que cuando apareciera el indicado todo lo
que me parecía asqueroso en ellos, se convertiría en mi aire para vivir y
descubriría un lado perverso en mí que al principio me asustaría y, como si sus
palabras fueron proféticas, entendí que me estaba sucediendo.

Izan hacía que ese lado perverso comenzara a asomarse.


—¿Conoces a la mamá de Izan? —le pregunté a Dalia cuando aparcó frente al
edificio de mi apartamento.

—¡Hombre! Al fin te has animado a hablarme —exclamó irónica y rodé los


ojos.

—Es tu culpa por lo que hiciste —refuté.

—¿Y qué hice, guapa? ¿Ayudarle a tu novio para que te bajara un poco el
estrés? Pues, venga, ya está. A la próxima dejo que te mueras de coraje.

—¡Ya, Dalia! Deja el drama y responde —pedí. Aunque tenía claro que la
dramática fui yo.

—Respondo solo si tú admites que tu amiga es la mejor y, si prometes que me


vas a contar qué tal estuvo lo que te hizo, Izan.

—¡Carajo! Claro que no te diré nada de eso.

—Pero sí admitirás que tienes a la mejor amiga del mundo —me chinchó y
negué, pero una sonrisa se me escapó y eso fue todo lo que ella necesitó para
confirmar que la creía la mejor y, aunque no lo vocalizara, me gustó un poco lo
que hizo.

Solo un poco.

—Todavía me pregunto qué hizo Izan para ganarse tu aprobación después de


que quisieras despedazarlo —comenté, ella sonrió y negó.

Alcanzó su bolso que iba en los asientos traseros y sacó su móvil para
revisarlo.

Era su típica maniobra para eludir el tema.

—Conozco a Alonzo y a Joddy Gambino, Essie. Mi padre tiene algunos


negocios con ellos —respondió tras ver que no tenía nada importante en su
móvil, hablándome de los padres de Izan.

Supuse que analizó que era mejor responderme eso.

Había escuchado un poco de los padres de Izan gracias a los comentarios que
hacían los trabajadores en la compañía, pero nunca lo escuché a él hablando
de ellos cuando estábamos juntos. Izan se concentraba más en mí, le gustaba
que le hablara de mis lecturas y también sobre Luna —mi gato—,
platicábamos de las películas que queríamos ver o incluso de los planes que yo
tenía para mi futuro, algunas veces me conversaba de cómo nació Joddy’s
Healthy Food y de otras compañías que pensaba abrir junto a su familia, sin
embargo, se reservaba mucho todo lo que tenía que ver personalmente con sus
padres y hermano y, siempre supuse que se debía a que todavía resentía lo que
sea que hicieron para que su exnovia lo dejara. Así que nunca insistí en el tema.
Y solo supe que sus padres estaban en Londres hasta un día antes, cuando me
avisó que no nos veríamos luego del trabajo porque iría a cenar con ellos.

—¿Son malas personas? —inquirí y la forma en que Dalia alzó las cejas me
demostró que la tomé por sorpresa.

—Son una pareja siciliana bastante tradicional, de esas muy apegadas a sus
costumbres o ideas. Demasiado anticuados a veces. Así que para algunas
personas eso es malo —respondió de una forma bastante inteligente.

—¿Y para ti lo son? —quise saber y noté un poco de tensión en ella que quiso
apaciguar con una sonrisa.

—A ver, guapa. ¿Qué sucede? ¿Por qué esta curiosidad por los padres de tu
novio? —No sé si en realidad tuvo interés en mi curiosidad o si me estaba
evadiendo, de cualquier manera opté por dejarlo pasar.

—¿No te parece extraño que Izan me haya dicho que sus padres están en la
ciudad hasta ayer?

—Bueno, a lo mejor él lo supo hasta ayer y te lo comunicó de inmediato —


explicó y me dejó pensando.

Podía ser así como me lo explicó Dalia, pero sentía algo en mi interior que no
me dejaba estar tranquila y si no lo hablaba con Izan era porque no deseaba
que me tachara de intensa o algo así.

—Te confieso que a veces he llegado a pensar que no soy lo suficientemente


importante para él y por lo mismo trata de esconder nuestra relación con su
familia —solté tras dar un suspiro.

En mi caso, mis padres ya sabían que estaba saliendo con un chico y por
supuesto que a mi padre la idea no le gustó. Mamá sin embargo se emocionó
como una adolescente y me hizo contarle todo sobre cómo sucedió, aunque
ella sabía parte de la historia. Y todavía no les decía su nombre con la excusa de
que quería mantener algo solo para mí, pero les prometí que cuando
considerara que lo que tenía con Izan iba más en serio, se los presentaría y
tendrían que viajar para conocerlo de forma personal.

A Izan ya le había hablado sobre mis padres y todo lo que les contaba de él y
demostró cierta emoción por conocerlos también, más a mamá, con la excusa
de querer comprobar quién era más madura, si ella o yo.

Pero de su parte nunca escuché que dijera algo de sus padres y yo en la misma
ecuación, así que muy en el fondo tenía miedo y esa era la verdadera razón de
no decirle a mis padres su nombre, pues de alguna manera eso me hacía sentir
que no era yo la que me estaba apresurando con nuestra relación.
—O es todo lo contrario, cari —dijo Dalia tomándome de la mano y la miré con
confusión—. Tal vez en realidad eres demasiado importante para Izan, por eso
no desea que su familia sepa de ti.

Su respuesta me impactó mucho, fue como si entre sus palabras hubiera algo
escondido, casi como cuando tenía que leer un libro entre líneas para
descubrir algo que la escritora o escritor no quisiera decir todavía, pero sí
quería que los lectores lo intuyéramos. Y en ese instante presentí que no era lo
único que Dalia me había dicho de esa manera y lo peor de todo es que nunca
presté atención.

—¿Sabes lo que pasó en realidad con su exnovia? —inquirí y me miró un poco


asustada.

Ella nunca me explicó bien lo que sabía de la vida pasada de Izan. Solo soltó
algunas cosas para picar mi curiosidad y no la vi con intenciones de saciarla.

—Eso no es algo mío para decir, Essie —La miré entrecerrando los ojos.

—Hay muchas cosas que no son tuyas para decir y me las has dicho —le
recordé.

—Vale, amiga, que tampoco soy tan cotilla, eh. —Trató de bromear, de
desviarme del tema y por una vez en la vida decidí recurrir al chantaje con ella.

—Creí que éramos amigas —Sus ojos se abrieron demás por mi tono
acusativo—, pero me doy cuenta que no.

—¡Essie! —exclamó y negué.

—Trataste de alejarme de Izan en un principio, Dalia. Dijiste que era un


jugador de primera e insinuaste que también peligroso, me has pintado a su
familia como personas superficiales que buscan para él a una mujer que esté a
su nivel y luego lo enfrentas diciéndole cosas horribles —largué y la vi con
intenciones de refutar, pero no se lo permití—. Izan insinuó algo sobre ti que
te dejó pálida y huiste y, tras tu cambio en esos últimos días, me preocupaste y
me hiciste pensar cosas muy malas que ni siquiera quisiste explicar y luego de
la nada, toleras a mi novio y hasta te alías con él para que me dé una encerrona
en los casilleros y…

—¡Ya, Essie! ¡Basta! —me cortó y me tomó de los hombros— Me debo regir
bajo la omertà incluso en asuntos personales —dijo exaltada y no
comprendí—, solo puedo decirte, y confiando en que no lo repitas incluso con
tu novio, que Izan solo te protege al no hablar de su familia o mencionarte con
ellos.

—Pero ¿por qué, joder? Dame una razón siquiera —le exigí.

—¡Porque el hermano de Izan fue quien asesinó a su novia, Essie! —soltó


entre asustada, molesta y muy preocupada.
Todo el aire me abandonó y me quedé congelada al escucharla, al analizar lo
que acababa de confesarme, pensando en todo y nada a la vez.
8- PARTE 2
{Segunda Parte}

Saber que mi novio tenía una exnovia a la cual amó con locura era una cosa,
pero enterarme en ese instante que la perdió porque murió y, a manos de su
hermano, me supuso un impacto que me dejó fuera de juego por unos
minutos.

—Sus padres lo sabían y defendieron a su hijo mayor, Essie. El gilipollas jamás


pagó por su crimen y obligaron a Izan a callar cuando amenazó con
denunciarlo, así que entiende que si tu novio no habla de su familia, no es
porque no le importes. Al contrario, cariño, creo que eres más especial para él
de lo que demuestra y te suplico que no repitas nada de lo que te he dicho,
porque de hacerlo, Izan no va a poder defenderme esta vez de mi castigo.

—¿Dalia, tú…?

Me hizo una señal con el dedo sobre sus labios para que me callara y luego vi
que la pantalla de su móvil se iluminaba con el nombre de Papá. Respondió de
inmediato y presionó el botón del volumen para asegurarse que estuviera bajo
y yo no escuchara a su receptor.

—¿Rinaldo estará presente? —preguntó a su padre segundos después de


escuchar lo que sea que él le dijo y supe que la respuesta no le agradó por el
gesto que hizo.

Se despidió minutos después de su progenitor con un resignado está bien y tras


cortarle me miró con una súplica en su mirada.

—Prométeme que no repetirás nada de lo que te he dicho —dijo.

—Me preocupas, amiga. Dime por favor qué sucede y cómo puedo ayudarte —
supliqué y sonrió un poco triste.

—Ayúdame callando —Traté de rebatir y me silenció—. La ignorancia y el


silencio te pueden salvar la vida aquí, cariño. Así que por favor no preguntes
más y ve a descansar —Fui capaz de ver la súplica en su mirada y suspiré
sabiendo que no lograría nada con insistir.

Así que salí de su coche y me fui a mi apartamento, con miles de cosas en la


cabeza, dudas sobre todo, pero también miedo por haberme enterado de que
en realidad a Izan no lo abandonó su exnovia, se la arrebataron y no podía
siquiera imaginar o medir el dolor por el que atravesó al saber que, fue su
hermano quien le quitó a la mujer que una vez amó y el maldito ni siquiera lo
pagó.
—A mí no perderás por culpa de tu hermano —le prometí, aunque no pudiera
decírselo a él.

____****____

Estaba a punto de buscar algunas cosas en Google cuando Oliver apareció en


mi puerta con una bolsa de papel en las manos. Arthur había tenido que viajar
para hacer una presentación de sus fotografías —ya que sí, era fotógrafo
profesional— y a mi amigo no le apetecía estar solo, así que se autoinvitó a
cenar conmigo, alegando que desde que me hice novia de Izan lo había
abandonado y necesitaba a sus mejores amigas para no extrañar tanto a su
novio, pero Dalia declinó su invitación diciéndole que tenía una cena familiar a
la que asistir.

Cenamos entre risas y charlas, le conté lo que me pasó esa tarde en los
casilleros y el grito que dio iba tan cargado de emoción, que me sorprendió que
los vecinos no reclamaran por eso.

Ya luego se puso a darme consejos y, aunque me reí y lo acusé de que era un


pervertido, los tomé muy en cuenta para mi próximo encuentro con Izan.

No le dije nada de lo que Dalia me confesó porque lo último que nuestra amiga
me dijo me dejó pensando. Ella podía ser una dramática, pero no sentí que me
dijera esas cosas solo por decirlo, así que respeté su confianza.

¿Ya estás en la cama?

No, estoy viendo una peli con Oliver. ¿Qué tal tu cena?

Izan me escribió justo a las diez de la noche y mi conversación con Dalia volvió
a hacerse presente en mis pensamientos, pero traté de ignorarla porque no era
momento para saciar mi curiosidad, aunque me propuse hacerlo cuando la
oportunidad con Izan se diera.

Oliver también recibió un mensaje de texto y lo vi sonreírle a la pantalla


mientras respondía, pero ya no me atreví a burlarme de él porque intuí que yo
también me veía igual de tonta al responderle a mi chico.

Aburrida.

Estoy extrañándote como un estúpido.

Y mis dedos oliendo a ti no me ayudan.

Jadeé al recibir sus tres mensajes seguidos y sobre todo con el último.
Izan en modo depravado era otro nivel de adrenalina que nunca experimenté,
aunque tampoco me sorprendía, ya que desde un principio supe que ese chico
era un paquete completo.

Cerdo.

Lávate las manos.

O ven a olerme de cerca.

Eliminé el último mensaje casi enseguida de que lo envié, totalmente


escandalizada de haberme siquiera atrevido a escribirlo y solo me calmé
cuando tras unos minutos, vi que Izan no los había leído.

Oliver se despidió de mí rato más tarde, con una sonrisa pícara en el rostro.

—Creí que ibas a dormir aquí conmigo —señalé, sabiendo que ese era el plan
original suyo.

—No, amor. Necesito irme enseguida y tú deberías ir a darte una ducha y


meterte a la cama —recomendó y fruncí el ceño.

Cogí una parte de mi camisa y la halé para olerla, creyendo que tenía mal olor,
pero no. El aroma de mi fragancia se sentía bastante fuerte aún.

—Pero ya me duché —alegué y lo vi sonreír.

—Qué raro, cariño, porque apestas —dijo y ensanché los ojos.

Rio divertido de mi reacción y se acercó a mí para abrazarme con fuerza y, tras


susurrar en mi oído que disfrutara mi noche y recomendar de nuevo que me
duchara, lo dejé irse sin acompañarlo a la puerta y corrí para el cuarto de baño.

Estaba segura de haberme duchado bien cuando llegué del trabajo, pero el
comentario de Oli me tomó por sorpresa y me avergoncé. Así que fui más
meticulosa a la hora de enjabonarme y usé más exfoliante corporal del que
estaba acostumbrada, también me lavé el cabello usando una mascarilla que
olía delicioso y cuando me sentí muy limpia, salí y me sequé el cuerpo
dispuesta a meterme a la cama con el cabello húmedo sin importarme que al
siguiente día mi cabeza pareciera un nido de pájaros.

Pegué un respingo cuando el timbre sonó y miré la hora, faltaban quince


minutos para las once de la noche y dudé de que fuera Oliver volviendo
arrepentido, sin ganas de estar solo en su casa. Aunque al ver en la mirilla de la
puerta comprobé que no era mi amigo y que mi corazón podía llegar a
detenerse al palpitar de la manera en la que lo hacía.

Me fui hacia la mesita donde había dejado el móvil y comprobé que tenía un
mensaje de Oliver y otro de Izan.
Espero que como mi mejor amiga y tras el sacrificio que acabo de hacer de irme a
dormir solo, mañana me cuentes hasta el más mínimo detalle de esta noche.

—¡Joder, Oliver! —susurré al leer su mensaje y con manos temblorosas abrí el


de Izan.

Leí lo último, así que tomo la oferta.

Las piernas me comenzaron a temblar y sobre todo cuando Izan se puso en


línea y luego vi la palabra escribiendo bajo su nombre.

Abre la puerta, Ónix malvado.

Bloqueé el móvil y caminé hacia la puerta sabiendo que no podía negar que
acababa de leer su mensaje. Iba solo con mi albornoz puesto y el cabello medio
húmedo y sin peinar. Mi cabeza comenzó a conectar los hechos desde que
Oliver tomó la decisión tan repentina de marcharse y entonces comprendí
todo: el tonto no sonrió por estar escribiéndose con Arthur, de seguro Izan le
escribió tras que yo le dijera que estaba conmigo y mi amigo, al igual que
Dalia, se alió con él para planearlo todo.

Y yo no apestaba cuando Oliver sugirió que me duchara, él solo…

¡Dios!
8- PARTE 3
{Tercera Parte}

—Estaba comenzando a molestarme hasta que has abierto la puerta vestida


solo con ese albornoz —dijo Izan al verme y tragué con dificultad.

Mi chico ya se sentía parte de mi espacio, así que entró sin que lo invitara y
solo lo miré sin saber cómo reaccionar cuando me tomó de las mejillas y unió
su boca a la mía.

—Vamos a tener serios problemas si sigues aliándote con mis amigos para
hacerme estas cosas, Izan Gambino —advertí cuando se separó de mí solo
para cerrar la puerta.

—¿Qué cosas, Essie Black? —inquirió irónico y comenzó a jugar con el lazo
que cerraba mi albornoz.

—Sabes a lo que me refiero, no juegues —dije y sentí un dolor en mis pechos


cuando mis pezones se endurecieron y la tela de la toalla los rozó.

—Prefieres que me vaya —dijo con voz juguetona.

—No, pero… ¡Dios! —No terminé lo que iba a decirle porque con el dorso de los
dedos Izan acarició mis pezones al percatarse de lo duros que estaban.

—¿O mejor te huelo en persona? —preguntó y metió el rostro en mi cuello,


arrastrando la nariz por toda mi piel e inspirando profundo, embriagándose
con mi aroma a sandía.

Deseé haber usado un exfoliante con aroma menos frutal.

—¿O te saboreo? —susurró y gemí cuando lamió el lóbulo de mi oreja y


arrastró los dientes en él.

—Izan —supliqué y puse las manos en las suyas cuando sentí que estaba a
punto de desatar el nudo que impedía que viera mi desnudez.

Mi corazón y respiración eran un conjunto de sinfonías desentonadas y mi voz


había perdido fuerza, pero logré que se detuviera y buscara mis ojos. Esa vez
su ropa iba bien puesta, nada de salir corriendo de las veladas como otras
veces. Su blazer beige iba desabrochado de su único botón, dejándome ver su
camisa blanca por dentro, las misma que llevaba metida en el pantalón de
mezclilla desgastada color negro. La punta de sus zapatillas oscuras me
rozaron los dedos de los pies sin dañarme y olía con la intensidad que lo
caracterizaba.
—Si no estás preparada, te juro que lo respetaré, Essie. Y me marcharé para
que no te sientas presionada y no aprovecharme de tu vulnerabilidad —
prometió y subió una mano para acariciarme la mejilla, la otra la entrelazó a
mis dedos que todavía lo sostenían.

Y no mentía, sabía que si en ese momento le decía que no quería hacer nada
me respetaría y se marcharía, pero yo no iba a decirle que no. Mi decisión
estaba tomada desde antes que me encerrara en el baño esa tarde —en los
casilleros de la compañía—, incluso quise que todo se diera antes, sin
embargo, en su intento por demostrarme que no quería solo acostarse
conmigo, me llevó a una desesperación total.

—Sé gentil —dije como respuesta, recordando lo que le dije esa tarde.

—Lo seré la primera vez —repitió.

Entonces fui yo la que cogió el nudo del lazo y lo desató, respondiéndole de esa
manera que quería que me probara, que ya estaba preparada para dar ese paso
con él.

Sin que Izan lo supiera le estaba diciendo que no tenía miedo a nada y que lo
deseaba todo con él a mi lado y, casi me cohibí cuando el albornoz se abrió
mostrándole todo el medio de mi cuerpo, desde mi cuello hasta mi abdomen,
pasando por mi vientre y mis piernas, pero su mirada hambrienta logró que
me sintiera única y hermosa, pues esos ojos oscuros me devoraron con
vehemencia y cuando vi que su garganta se movió mostrándome su dificultad
para tragar, fue como que Izan me entregara el valor para coger las solapas del
albornoz y terminara de sacármelo, enseñándole lo duros que estaban mis
pezones cafés y lo eriza que ponía mi piel solo con su mirada ávida.

—No tienes ni la más mínima idea de lo que provocas en mí, ¿cierto? —dijo
cuando se atrevió a alzar la mano de nuevo y con la punta de los dedos
comenzó a acariciar mi barbilla y bajó a mi cuello, arrastrando los dedos hasta
que llevó la yema del índice sobre la punta de mi pezón derecho y lo tocó
haciendo círculos.

Me mordí el labio y por inercia puse la mirada en su entrepierna, el bulto ahí


era enorme y sonreí.

—Sí, tengo una leve idea —susurré y sonrió satisfecho cuando se percató a
dónde miraba.

Gemí en su boca cuando unió sus labios a los míos, barriendo la lengua en mi
interior de inmediato. Sabía a menta y esa mezcla entre frescura y calidez fue
una sensación maravillosa.

Izan con su boca y esos besos arrebatados me llevaban a un frenesí


incontrolable, así que sin ningún pudor me enganché a su cintura cuando me
tomó de las nalgas para animarme a hacerlo. Llevé la cabeza hacia atrás en el
instante que bajó a mi cuello y lo lamió recorriendo hasta mi clavícula; dio un
par de pasos y me empotró en la pared cercana, metí los dedos en su cabello y
gemí cuando esa boca traviesa encontró mis pechos y succionó uno
arrastrando la lengua en círculos. Un pinchazo ardiente me atacó sin piedad la
entrepierna confundiéndome en un instante si Izan jugaba con mi areola o con
el manojo de nervios palpitante al sur de mi cuerpo.

Di un pequeño grito cuando buscó mi otro pecho y llevó una de sus manos muy
cerca de mi sexo desde atrás.

—Me pones realmente difícil ser gentil —confesó y me mordió la barbilla.

—Izan, por favor —supliqué cuando su dedo medio encontró mi humedad y la


esparció por toda mi raja.

Me besó el cuello y caminó hasta mi habitación, en el proceso volvió a buscar


mi boca y movió su lengua dentro de ella con la misma parsimonia que los
dedos con los que acariciaba aquella parte de mí que ya lloraba por él.

Yo era tan pequeña para su enorme cuerpo, que manipularme como lo hacía le
resultaba fácil.

—No me supliques, amor —pidió cuando me depositó en la cama y no sé si se


dio cuenta de cómo me llamó, pero esa palabra logró que me estremeciera por
completo.

La luz ya estaba encendida y ahí, tumbada, recargándome en los codos para


levantar el torso, vi cuando se despojó de su blazer y se sacó la camisa
quedándose solo con pantalón.

Por primera vez estaba viendo su torso desnudo.

El rey del mar iba tatuado en su pecho junto a un calamar de enormes


tentáculos, ojos, flores y ramas de olivo. No había color, todo era negro en
aquella tinta que le cubría hasta abajo de las tetillas, los hombros, brazos e
intuí que también en la espalda. Y, ya había sentido sus músculos, pero verlos
era otro espectáculo igual de increíble que descubrir sus tatuajes. Su paquete
de seis en el abdomen estaban cubiertos por vellos cortos que oscurecían su
piel blanca y me deleité una vez más con la perfección de ese chico de rostro
angelical y mirada perversa en ese instante.

—Yo debería suplicarte a ti para que me dejes adorarte como te lo mereces —


dijo y se quitó el cinturón a la vez que desabrochó su pantalón y bajó la
cremallera, pero fue todo lo que hizo antes de abrirme las piernas con las
suyas y recargar las manos en la cama a cada lado mío.

Recibí gustosa su boca cuando encontró la mía, más excitada que antes con la
vista que me dio y terminé de acostarme bien para regodearme con aquella
lengua y sus caricias. El ardor en mi entrepierna incrementó cuando una vez
más su boca se adueñó de mis pechos y sentí la humedad brotar como agua de
un nacimiento nuevo. Empuñé la sábana en mis manos en el instante que Izan
bajó sus besos a mi abdomen y acarició el piercing en mi ombligo de una forma
que no creí que provocara más fluidos en mi sexo.

Gemí con fuerzas cuando llegó a mi vientre y deseé gritar en el instante que su
labio inferior quedó cerca del inicio de mi abertura. Alcé la cabeza y descubrí
que en efecto, Izan tenía la espalda tatuada y cada músculo en ella se lució con
los movimientos que hizo cuando metió los brazos por debajo de mis piernas y
las abrazó hasta abrirlas más.

Mi vergüenza había desaparecido y colaboré cuando me abrió hasta


exponerme de una forma que para algunas personas era vulgar, pero que en
ese instante me hizo sentir como el manjar más exquisito. Izan estaba de
rodillas en el suelo, con el abdomen presionado en la cama y abrazándome las
piernas, con los pulgares abrió mis labios —y no los de mi boca— y expuso
aquel botón que sentí que palpitaba igual o más rápido que mi corazón.

—Al fin mi sueño se hace realidad —dijo viéndome con una sonrisa lasciva y
no dejó de mirarme en el instante que sacó la lengua para probarme.

—¡Dios mío! —profané por primera vez sin arrepentirme.

Los dedos de mis pies se encogieron hasta casi enterrarlos en la cama, sembré
la cabeza y los codos en el colchón, apreté los ojos con fuerza y me mordí el
labio para no gemir en el instante que Izan movió la lengua de arriba hacia
abajo y tras eso cerró los labios sobre mi manojo de nervios y lo succionó, casi
como si fuese un botón al que podía sacarle miel.

Me arqueé cuando sentí sus manos arropar mis pechos y si no hubiese estado
tan perdida con lo que me hacía sentir, me hubiese reído por haber creído que
lo que me hizo esa tarde con sus dedos era lo mejor del mundo.

Qué equivocada estaba y esa lengua suya torturándome también se burlaba de


mí, mostrándome que cuando bailaba en círculos era más poderosa que al
hacerlo de arriba abajo. Grité en el instante que Izan hizo un sonido de
satisfacción, volví a hacerlo cuando pellizcó mis pezones y luego arrastró las
manos por mi abdomen, llevando los pulgares a mis pliegues y jugando con mi
manojo de nervios justo cuando su lengua se aventuró más abajo.

—Voy a probarte toda —fue la única advertencia que Izan me dio antes de
elevar mis piernas y exponer más allá de mi perineo.

Grité más fuerte cuando un lengüetazo recorrió más abajo del perineo y mis
caderas se descontrolaron en el momento que aquel pulgar se movió suave y
preciso en mi botón. En lugar de pedirle que parara quise suplicarle que me
diera más, pero no fue necesario, ya que Izan entendió y movió su dedo justo a
la entrada, introduciéndose solo un poco, lo suficiente para que mi torrente
sanguíneo se convirtiera en lava y la erupción en mi entrepierna amenazara
con arrasar con todo a su paso.

—¡Mierda, Essie! Demuéstrame que lo hago bien —pidió.


—¡Izan! —grité sin poder más y me retorcí haciendo que hundiera un poco
más su dedo.

Sentí un leve ardor que se opacó cuando su lengua volvió a mi manojo de


nervios y me aferré a la sábana entre mis manos, gimiendo, maldiciendo y
adorándolo por lo que me estaba provocando. El corazón parecía haberse
mudado a mi cabeza y el palpitar en mis sienes fue intenso; sabía que las venas
en mi frente tenían que estar hinchadas y mi cara roja por la fuerza que ejercí
ante el sucumbir de un orgasmo devastador en todo el sentido de la palabra y
más allá de ella.

Cogí a Izan de la cabeza entre los espasmos que no cesaban y entre gemidos le
supliqué que parara, que me permitiera reponerme. Así que subió dando besos
de regreso hasta llegar a mi boca, haciendo que sintiera mi sabor en sus labios.

—Ves que sabes delicioso —dijo y sonreí en sus labios.

No era el sabor, era lo que provocaba, el morbo de probarme a través de una


boca y lengua tan diestra.

Me besó hasta que sintió que mis espasmos se calmaron y secó la humedad en
mi entrepierna con su pantalón, justo cuando se rozó para hacerme saber
cómo lo tenía, para suplicarme que me recuperara pronto porque el amigo
dentro de su pantalón se encontraba impaciente por demostrarme que lo que
hizo con sus dedos y su lengua, no era en nada comparado a lo que él haría
conmigo.

—Eres un tonto al hacerme esperar tanto —le reproché y sonrió.

—Lo soy —concedió y se fue hasta mi pecho para chupar mi pezón y con la
lengua lo acarició.

Imagino que las ganas de terminar de probar esa primera vez hicieron que me
recuperara en un santiamén y le demostrara que quería más.

Así que me erguí hasta sentarme, obligándolo a que se pusiera de rodillas y se


bajara de la cama, me corrí hasta la orilla y viéndolo desde mi posición
sentada, bajé su pantalón. Ya se había quitado los zapatos y calcetines y ni
siquiera me enteré. Me ayudó saliendo del pantalón y cuando lo vi solo en un
bóxer blanco y corto, entendí que lo que encontraría dentro no sería nada de
tamaño normal.

Izan era de piernas gruesas y muy bien definidas, bañadas con una fina capa
de vello. Tragué con dificultad cuando tomé la cinturilla de su bóxer y noté un
círculo húmedo en medio.

En los libros que yo leí casi siempre narraban en lo sexual solo a la mujer, en la
realidad estaba descubriendo que ver la humedad de un hombre era más
excitante. Los ojos de Izan se cerraron en una mirada oscura y su mandíbula
hizo un movimiento apretado que dejó que se marcara más en el hueso en ella,
pero fue su sonrisa socarrona lo que me advirtió que al bajar ese bóxer,
encontraría una virilidad digna de alardeos.

Con cuidado terminé de bajar el bóxer y me quedé sin saber cómo respirar ante
semejante magnitud. Juro que si cogía aquella longitud sobrepasaría su
ombligo por varias pulgadas y me harían falta más que dos manos para
poderla cubrir en totalidad.

Izan no solo era alto, también grande como aseguró, enorme según mis ojos y
si resultaba que yo todavía era virgen, sabía que después de esa noche tendría
que faltar al trabajo al menos una semana.

—Mira cómo me tienes, Essie Black —dijo él con voz ronca al verme
congelada.

Con la mano cogió cerca de su corona y con el pulgar esparció el líquido claro y
viscoso que salía del orificio en la punta, separó un poco el dedo y la liga que se
formó no aceptó abandonarlo.

Erótico.

Eso fue lo que pensé al verlo jugar con el líquido preseminal, viéndome con el
rostro duro y arrogante, deseando darme a probar todo eso de lo que era
dueño: esa longitud enorme un poco más morena que él, adornada con una
saco pesado, cargado de todo lo que se contuvo durante esos dos meses. Tenía
vellos también, pero muy bien recortados, dándole un toque varonil.

—No te asustes, Ónix, te juro que contigo tiendo a ser inofensivo y muy
necesitado de mimos —dijo al inclinarse para besarme y terminar de sacarse
la ropa.

Retrocedí dentro de la cama cuando él se subió conmigo y noté un paquetito


plateado en su mano.

—Estoy limpio, pero por más que quiera sentirte piel a piel, la decisión es tuya
—aseguró.

Me sorprendió, pero más lo hizo el saber que existían preservativos de ese


gran tamaño.

—Seamos responsables —logré murmurar, sonrió y se llevó el paquete a la


boca y tras abrirlo se colocó el preservativo.

Todo lo que ese hombre hacía estaba resultando ser un espectáculo para mí y
agradecí estar tan húmeda. Izan lucía desesperado por enterrarse hasta lo más
profundo de mi ser, pero cumplió su palabra y se contuvo el tiempo suficiente
para besarme y acariciarme, para volver a provocar aquel ardor en mi
entrepierna y casi hacerme suplicar de nuevo.
Jugó con su longitud en mi sexo y ya no fueron sus dedos los que esparcieron
la humedad, me provocó a tal punto de ser yo la que lo contuvo de las cadera y
lo instó a introducirse poco a poco. Ser llenada con su grosor y tamaño me dio
miedo al principio, pero supo relajarme y llevarme al borde de la locura.

Se introdujo dos pulgadas y salió una para luego repetir el proceso, logrando
así que mis fluidos nos lubricaran y el ardor se aminorara. No dejó de besarme,
no se desatendió de mis pechos ni de mi cuello, menos de los lóbulos de mis
orejas y cuando me sentí completamente llena, apretada e invadida de una
forma deliciosa y aquella intromisión dejó de doler, la verdadera faena llegó.

—Eres tan perfecta, Essie —declaró, mi respuesta fue mover las caderas y
nunca esperé que un movimiento como ese pudiera descontrolar a un hombre
él, pero lo hizo.

Y gemí cuando tras murmurar un «mierda», Izan ya no se salió dos pulgadas,


lo hizo casi por completo y volvió a introducirse en mí con un poco más de
fuerza y ligereza que al principio. Sus caderas tenían un movimiento rítmico y
adictivo, estábamos entrelazados de una forma que nuestras piernas se
seducían, se acariciaban, se tentaban. Los fluidos reverberaban a borbotones
al igual que la capa de sudor que nos recubrió. Jadeé y él gruñó, sentí que su
longitud tocó cosas que en otro momento me hubieran preocupado y apretó
partes que creí imposibles.

Nos besamos y tocamos, nos tragamos los gemidos y nos deleitamos con el
choque de nuestros cuerpos, nos unimos y separamos desafiando a todo a
nuestro alrededor. Mis pechos rozaban el suyo, besé sus tatuajes, acaricié y
arañé su espalda. Izan tatuó sus manos en mis piernas, en mis pompas, en mi
cintura.

Cada roce, cada fricción me obligó a querer más, así que saqué la pierna en
medio de las suyas y me abrí para que su magnitud llegara más allá de lo
posible, Izan se recargó en las rodillas, yo entrelacé los talones cuando
encontré un punto en sus movimientos que me obligó a gritar con desenfreno
y entonces todo miedo a su tamaño desapareció. Incluso en esa posición logré
marcar mi vaivén y cuando Izan me besó con sonrisa incluida, entendí que
estaba viendo cumplida su promesa.

Pues justo ahí en ese instante, antes de gritar a causa del orgasmo, descubrí
que sí, yo era un ángel entre sus brazos y me estaba convirtiendo en un
pequeño y perverso demonio con él entre mis piernas.

Y fue tanto mi descontrol que no me bastó un segundo y tampoco esperé a


recuperarme cuando lo animé a que me pusiera bocabajo, me cogiera de la
cintura y me penetrara desde atrás, demostrándole que mi pequeño trasero
podía ponerlo de rodillas para goce de ambos. Aunque no fue hasta que me
recargué en mis rodillas y manos y arqueé la espalda, que Izan me dio uno de
cuatro que yo le estaba otorgando.
—Joder, Essie. Esta noche no dormiremos —aseguró cuando estaba tumbada
bocabajo con la respiración acelerada y él a mi lado, sacándose el preservativo
con una buena cantidad de líquido viscoso.

Sonreí e hice un gran esfuerzo para acercarme a él y besarlo en el hombro.

—Espero que ese ego tuyo sea tan insaciable como mis ganas de seguir
probando otras posiciones que he leído —dije y comenzó a reírse con
verdadera diversión.

En efecto, Izan solo fue gentil la primera vez. Ya luego probó la resistencia de
mis huesos y músculos con unos empujes bestiales que no me creía capaz de
soportar, pero que terminé resistiendo como una campeona.

Y solo paramos hasta que mis piernas no pudieron más y él descargó todo lo
que se contuvo durante dos meses y un poco más.
CAPÍTULO 9 {1}
{Primera Parte}

Me sentía cansada, adolorida, pero tan satisfecha como cuando Luna se


quedaba panza arriba luego de tomar mucha leche. Y me reí al pensar en que la
diferencia entre mi gato y yo solo era el tipo de leche.

—¿Así de feliz te tengo? —preguntó Izan y me reí más.

—Supongo que tú también, porque tu corazón está muy acelerado y ya pasó un


buen rato desde que te corriste por última vez —dije y él sonrió.

—Así de loco me tienes, Essie Black —apostilló y me hizo suspirar profundo—


. Y no me corrí, nos corrimos —señaló y me mordí el labio.

La verdad es que no creía que él estuviera más loco de lo que yo me sentía por
él, pero no iba a meterme con esa plática en ese momento, ya que había algo
más rondando por mi cabeza.

Tonto tal vez, pero Izan era el único que podía ayudarme.

—¿Tú…tú sabes reconocer si alguien es virgen o no? —inquirí cuando me


armé de valor.

Me encontraba sobre su pecho desnudo, con la barbilla presionada en el medio


de sus pectorales mientras él hacía círculos perezosos con un dedo en mi
hombro.

No esperaba mi pregunta, a lo mejor sí que le dijera algo sobre quién estaba


más loco por el otro, o que refutara sobre lo que me recordó, menos eso. Por lo
mismo alzó la cabeza para verme y al cerciorarse de que le hacía una pregunta
seria, me respondió.

—Claro que sí. Aunque hay mujeres lo suficientemente inteligentes para


hacerte creer que son vírgenes cuando no. Y, existen hombres lo
suficientemente imbéciles como para creerles.

—¿Y tú de cuáles eres? —inquirí y sonrió de medio lado.

—No tomaré eso como ofensa —señaló y me reí.

—No lo es, aunque sonó así —acepté y me levanté hasta sentarme a un lado de
él en la cama.

Sentí una pequeña molestia en mi entrepierna y me cubrí con la sábana para


que no viera mi cuerpo desnudo. Izan se puso de lado y se burló de mi acto,
puesto que lo cubrí también a él.
Oliver no se equivocó al intuir el tamaño de ese paquete.

—Essie, si recuerdas que acabo de verte desnuda y completamente abierta


para mí, ¿cierto? —habló con ironía y le di una palmada para que no se
concentrara en mi vergüenza al recordar todas esas…formas en las que me
puso.

—No abuses de tu suerte —le advertí y chillé cuando se lanzó sobre mí hasta
tumbarme y meterse en medio de mis piernas.

—¿Por qué esa pregunta? —quiso saber mientras comenzó a besarme el


cuello.

—Tengo curiosidad de saber si mi primera vez fue contigo —dije antes de que
sus besos me nublaran la mente.

Izan estaba recargado en sus manos y, salió de mi cuello para mirarme a la


cara, sorprendido de lo que dije.

Tenía el cabello revuelto y la mirada soñolienta y me pregunté cuándo tendría


la oportunidad de verlo un tanto feo, porque de momento solo podía verlo
como la perfección hecha hombre y más cuando hacía ese gesto serio que le
quitaba un poco de dulzura para dejar su dureza varonil. Y esa vez no pensaba
en la de su entrepierna.

—Sé que no quiero ni me importa recordar mi pasado, pero admito que ese
pequeño detalle sí es importante para mí o más que importante, es una
pequeña obsesión —me apresuré a explicarme y él asintió comprensivo.

—Sí, Essie Black —concedió, pero alcé una ceja al no entender si ese sí era de
comprensión o aceptación—. Tu primera vez ha sido mía…conmigo —afirmó.

Solté el aire que no sabía que contuve, sintiendo paz al confirmar que al menos
eso no lo olvidé porque en realidad no pasó antes.

Izan me estaba viendo con vehemencia al responder, tan seguro de sus


palabras que no me quedó ninguna duda.

—Creí que dolía más —confesé y frunció el ceño en un gesto confundido—.


Me habían dicho que tener sexo por primera vez era doloroso y sangrabas, a
veces.

—Ah, no te dolió porque te lo hice bien —se mofó con un orgullo igual de
grande que su…— y sí sangraste, pero poco, lo noté solo yo. Tienes suerte de
haber caído en manos de este experto —añadió con arrogancia.

—Es una suerte que tu pene sea tan grande como tu ego —solté.

Ambos nos reímos porque sin pretenderlo, aumenté su orgullo de macho.


Y ya no toqué más ese tema, dejó de importarme en el instante que aseguró
que le entregué mi primera vez a él y que, tras besar mi cuello se concentró en
quitarme la sábana para besar mi abdomen.

Lo dicho antes, él era como un gatito juguetón, pero al llegar cerca de mis
piernas se convirtió en león.

____****____

A la mañana siguiente despertamos hechos una maraña de brazos y piernas. Y


mi cama no era pequeña, pero Izan la hacía ver así con su enorme cuerpo.
Hubo un momento que hasta me puse a comparar nuestros muslos y me reí
porque los míos daban pena al lado de él.

Y me desperté temprano para ducharme e irme al trabajo, sin embargo y como


lo preví, amanecí bastante doliente por la faena de la noche anterior. Izan se
percató de mi molestia y terminó convenciéndome de que no fuera a trabajar y
mejor me quedara con él en la cama, alegando que yo era la favorita del jefe,
así que no perdería mi trabajo y si me portaba bien, hasta me ganaría bonos
extras.

Él se ganó un buen golpe por decirme eso.

Pero incluso con mi maltrato prometió portarse bien y solo mimarme hasta
que el dolor pasara, algo que le fue muy difícil de cumplir cuando se metió a la
ducha junto a mí y lavó todos los restos de nuestra primera vez y las que le
siguieron hasta que sus preservativos se terminaron.

Y ni siquiera me atreví a contar cuántos había en la tira que sacó de su


billetera.

—¿Quieres que te unte cremita para que el escozor se calme? —ronroneó en


mi oído cuando me encontraba preparando el desayuno para ambos.

Rio y se apartó de mí en el momento que alcé la toalla de cocina en mi mano y


amenacé con golpearlo.

—¡Idiota! —le dije, pero me reí también por las locuras que soltaba.

Estaba solo en pantalón y descalzo, recostó las caderas en la isla y cogió la taza
de café a su lado. Todavía tenía el cabello húmedo y su barba incipiente le
hacía un poco más de sombra en la mandíbula esa mañana al no haberse
afeitado.

Y lo habría hecho si no le hubiese quitado de las manos mi maquinilla de


afeitar, tras hacerle la broma de que se afeitara con ella con la estúpida idea de
que no sería capaz.
Qué equivocada estaba.

Y si Izan no usó mi cepillo de dientes fue solo porque tenía uno nuevo
guardado por ahí.

Lo miré tras darle el insulto y noté que el bulto en su pantalón no era


provocado por la tela, sino más bien porque en serio propuso lo de la crema e
imaginé que no pensaba untármela con los dedos.

—En serio te he castigado, eh —me burlé y luego de dar un sorbo a su café lo


dejó en la isla y me cogió de la mano para acercarme a él hasta envolver sus
brazos en mi cintura.

En la posición que estaba tuve que abrir las piernas y pasarla por encima de
una de las suyas para pegarme a su cuerpo. Quedaba un poco más bajo que su
estatura normal, pero aun así seguía sacándome una cabeza de diferencia.

—Pero incluso si accedieras a hacer el amor conmigo de nuevo ahora mismo,


no te tocaría, Essie. Ya anoche me propasé y si estoy así de empalmado es solo
porque con solo pensarte reacciono.

—¿Y te emocionas tanto? —inquirí y él entendió la razón de mi pregunta.

Tenía las manos en su pecho y sentí el palpitar acelerado de su corazón en mi


palma derecha.

—No te aproveches de ello —pidió y me besó en la nariz.

Su móvil comenzó a vibrar en uno de los bolsillos delanteros de su pantalón y


me aparté para que lo tomara, vi en la pantalla un número cincuenta y uno e
Izan de inmediato declinó la llamada.

Enseguida otra llamada entró, pero esa vez leí «Conte».

—Vuelvo enseguida —avisó y, aunque me dio un beso casto, noté la frialdad


en su rostro.

Asentí como respuesta y me acerqué a la estufa para revolver la comida, pero


miré por dónde se fue y alcancé a escuchar su voz molesta cuando dijo: «si
tienes algo qué decirme me llamas tú, pero no vuelvas a darle mi número de
móvil a ningún numerale, Conte. Que sea la primera y la última vez», tras eso
salió de mi apartamento sin importarle alborotar las hormonas de mis vecinas
con su torso desnudo, descalzo y recién duchado.

No obstante, su tono gélido provocó un escalofrío en mi espina dorsal. Ese no


era mi chico dulce y menos el jefe educado que, aunque no tuviera una sonrisa
para sus empleados, sí un saludo cordial. El tipo que respondió esa llamada era
más bien el borde que Dalia describió y no quise ser su receptora en ese
momento, ya que la conversación, si es que se le podía llamar así, no habría
terminado bien.
Me concentré en cocinar sin embargo y tomé mi móvil cuando recibí una
videollamada de Oliver.

—Dime por favor que valió la pena, que no me vine a dormir solo a mi casa
pensando en Arthur…espera, ¿estás en tu apartamento? —preguntó dejando de
lado su parloteo y dándose cuenta de que no me encontraba en mis minutos de
descanso.

—Así de dura fue mi noche —me limité a responder y mi amigo me regaló una
sonrisa amplia y depravada.

—¿Porque se sabe mover o porque la tiene grande?

—¡Oliver! —advertí.

—Responde, amor. Es de vida o muerte —suplicó haciéndome reír.

—Se sabe mover y no creo que en tu vida hayas visto algo de ese tamaño —
concedí y su boca se abrió con exageración.

Por supuesto que me pidió detalles y solo le di unos bastante vagos, ya que no
estaba dispuesta a ventilar mi intimidad por mucha confianza que le tuviera,
pero a él pareció bastarle y pegó grititos de emoción al relatarle parte de mi
noche. Terminé de cocinar con él acompañándome a través de la pantalla y
serví dos platos. Izan se estaba tardando con su llamada y a cada momento
veía hacia la puerta de entrada.

—¿Por qué sirves dos platos?

—No te importa, Oli —respondí fingiendo aburrimiento, pero mi sonrisa me


delató.

—¡Joder! ¿Así de intenso estuvo? Cari…

Oliver calló en el momento que Izan llegó detrás de mí y me besó el cuello,


luego miró al móvil y le guiñó un ojo al rubio que estaba pasmado viéndonos.

—Intenso y adictivo. Y solo estoy dejando que se recupere para continuar —


habló Izan por mí, dándole a mi amigo una respuesta más que satisfactoria y
tan concisa que Oliver se inventó una excusa para colgar de inmediato.

Miré a Izan con los ojos entrecerrados y negué.

Lo invité a que tomara asiento y comimos mientras le hacía preguntas sobre la


cena con sus padres, pero cambié de tema cuando noté que él solo me daba
respuestas vagas. Era como si no quisiera hablarme de nada relacionado con
su familia y de alguna manera me incomodó, ya que yo no era así referente a la
mía, sin embargo, no podía reclamarle porque Izan no me pedía que le hablara
de mis padres, así que no me atrevía e exigirle lo mismo.
—¿Está todo bien? —inquirí cuando recibió otra llamada y la declinó.

—Sí, es solo que me molesta que me interrumpan cuando saben que estoy
ocupado —dijo y forzó una sonrisa para luego tomarme la mano y besarme los
nudillos.

Ya habíamos terminado de comer y solo bebíamos el zumo de naranja.

—Por mí no hay problema si quieres responder, igual es día de trabajo y nos lo


saltamos por perezosos —le recordé y sonrió.

—No, Essie. Ha sido porque nos merecíamos este día para nosotros solos
después de la follada que nos hemos dado.

Carraspeé y sentí las mejillas calientes, así que tomé un sorbo de jugo para
apaciguar la pena.

—Tengo un plan loco y quiero que me apoyes —dijo y tuve miedo de


preguntarle de qué se trataba, así que solo lo observé incitándolo a que
siguiera— ¿Confías en mí?

—No —respondí de inmediato y sonrió de lado, me gustaba cuando me miraba


como en ese instante, con los ojos entrecerrados, como un niño travieso que
no se daba por vencido y me mordí el labio para que creyera que respondí en
serio.

—Hieres mis sentimientos, Essie Black, pero voy a continuar —avisó


fingiendo que tenía el orgullo herido y no pude contener la sonrisa—. Tengo
una pequeña casa en Castle Combe que me gustaría que conocieras, es un
pueblo pequeño y pintoresco de Wiltshire. Es un secreto, mi lugar de escape
cuando quiero desaparecer del mundo y sé que te encantará, además de que
allí vive mi mejor amiga.

Fruncí el ceño al parecerme extraño lo último, ya que una vez mencionó que
no tenía mejores amigos.

—¿Vive sola en tu casa?

—No, vive con Joanne. La señora que cuida mi casa y de ella —Volví a fruncir
el ceño e Izan rio de mis gestos sorpresivos—. Ven conmigo y entenderás todo
—propuso.

—¿Cuándo nos vamos? —pregunté aceptando de una. La idea de conocer algo


tan suyo me gustó, me ilusionó, hasta que respondió.

—Ahora mismo.

—¡Wow! A menos que el pueblo esté cerca y quieras hacer un viaje del día,
entenderé tu prisa, vaquero —dije y se bajó del taburete de la isla para llegar
hasta mí.
Con agilidad me giró en el asiento y abrió mis piernas para meterse en el
medio y, me dio un beso casto antes de cogerme de los lados del cuello.

—Quiero que nos vayamos toda la semana, que nos olvidemos del trabajo y del
mundo por unos días, Essie Black.

—Izan, tú eres el jefe, pero yo soy una trabajadora que debe ser responsable.
No puedo irme solo así —razoné y lo cogí de las muñecas.

—He querido tenerte solo para mí desde que te conocí, Essie. No me lo niegues
—pidió y fui capaz de ver en sus ojos una súplica que no pudo vocalizar.

Ya antes me había insinuado que deseaba escaparse conmigo unos días a un


lugar donde fuéramos solo nosotros dos, sin tecnología de por medio para que
no nos interrumpieran, pero nunca esperé que me lo pidiera así de pronto y
menos cuando sus padres estaban en la ciudad.

—¿Quieres estar conmigo o escapar de algo? —inquirí entonces,


demostrándole que no era ninguna tonta y solo callaba por respeto a su
privacidad.
9- PARTE 2
{Segunda Parte}

Izan no pudo ocultar su sorpresa, aunque lo intentó y sonrió de lado entre


molesto e irónico. Presionó la mandíbula y podía asegurar que hasta raspó sus
dientes entre sí. Se contenía demasiado y cuando soltó mi cuello no lo dejé ir y
entrelacé nuestros dedos, aunque solo con una mano, pues la otra la ocupé
para trazar sus tatuajes.

—Sabes que sí confío en ti, Izan Gambino, pero me gustaría que tú también
confiaras en mí —le dije y besé su barbilla.

Su respiración se había acelerado un poco, pero fue su corazón el que me


indicó que su desesperación por huir unos días no era solo para estar conmigo.
Y, aunque no era la manera de estar a solas, me gustó que no me dejara atrás.

—Ven conmigo, Essie Black y prometo que al sentirme más relajado te


concederé algunas respuestas —dijo y presioné la mano en su pecho tratando
de apaciguar su acelerado corazón.

Aunque no pasé desapercibida la clave en su súplica: algunas respuestas, pero


eso era peor que nada.

Y ahí íbamos una hora más tarde, en su lujoso Lamborghini, rumbo a un


pueblo mágico que quedaba a dos horas aproximadamente de Londres. Ya lo
había visitado en el pasado con Dalia y Oliver, así que conocía la belleza y el
encanto de aquel lugar que decidió estancarse en lo más bello de su pasado.

Izan vestía el mismo atuendo de la noche anterior y solo me dio el tiempo


suficiente para coger un poco de ropa para los días que estaría fuera de casa —
él no necesitaba, ya que íbamos para su lugar de escape y tenía allí—. Le envié
un mensaje de texto a Oliver y a Dalia para avisarles que me iría de viaje con mi
novio y les prometí que luego les contaría todo. También le escribí a William
para notificarle que no me sentía bien y me tomaría esa semana, confiando en
que mis días de enfermedad estaban intactos y podía hacer uso de ellos como
comodín.

—Dime —respondió Izan tras besar mi mano, la cual llevaba entrelazada con
la suya y con la otra sostenía el volante, y aceptar una llamada. En la pantalla
de su coche apareció un número privado.

—Tu madre está hecha una furia —Escuché que le dijo un tipo con acento
italiano.

—¿Y cuándo no lo ha estado? —inquirió el pelinegro con burla y me regaló una


sonrisa para luego besar mi mano de nuevo y concentrarse en la carretera.
Y ni siquiera me soltó cuando tuvo que hacer un cambio de velocidad, ya que
en su coche los manipulaba desde el volante.

—Izan…—El hombre comenzó a hablar en su idioma y me quedé perdida.

Había escuchado a los gemelos Aiden y Daemon junto a Abigail —mis


primos— hablar ese idioma, pero nunca comprendí nada de lo que se decían,
según mis padres, era el idioma natal de los chicos, ya que nacieron y
crecieron en Italia. Eso me hizo pensar en que ellos tenían un acento distinto,
en cambio Izan sonaba más americano para ser italiano.

Anoté ese punto en mi lista mental para investigar y me di cuenta que ya iba
creciendo mucho.

El hombre con el que Izan hablaba sonaba molesto, él en cambio le respondió


tranquilo y sin darle importancia a nada. Algunas veces habló en inglés y otras
en italiano.

—Dile a mis padres que no se preocupen por mí, me desconectaré del mundo
por unos días y que no se molesten en buscarme porque no me encontrarán.

—Joder, Izan. No me hagas esto.

—Hasta luego, Filippo —dijo Izan y cortó la llamada.

Miré las calles para no concentrarme en él, puesto que tenía muchas
preguntas, pero no iba a presionarlo, dejaría que Izan escogiera el momento
para hablarme de lo que quisiera.

—Perdón por lo del idioma, a la hora de discutir Filippo prefiere usar una
lengua que maneje a la perfección —dijo Izan minutos después atrayendo mi
atención.

Lo miré, su perfil era delicado incluso con sus rasgos varoniles, iba serio, pero
no molesto, es más, su gesto era como si tuviese una sonrisa orgullosa
escondida y pensé que a lo mejor se debía a que haría lo que él quisiera y no lo
que le impusieran.

—¿Es tu amigo? —pregunté.

—Digamos que sí, su padre era el abogado de mi familia así que nos criamos
juntos porque donde sea que Flaviano Torrisi estuviera, encontrabas a Filippo.
Y Flaviano siempre estaba en casa —recordó con humor—. Ahora Filippo
tomó el lugar de su padre, el viejo murió hace dos años, pero se encargó de
dejarnos a un excelente sustituto —añadió y noté que habló con estima.

—Estaba molesto contigo —señalé y sonrió.

—Siempre lo está. Según él, soy el niño de la familia y en lugar de abogado,


parece mi niñero.
—¿Y es así? —inquirí.

Aunque no lo volví a ver para que no sintiera que lo estaba interrogando, en


lugar de eso me deleité con la maravillosa vista cuando pasamos sobre el
pequeño puente que dividía a Castle Combe del río Bybrook. Las casas ahí se
veían antiguas, con ladrillos terrosos, una a la par de la otra, con tejados
oscuros y llenos de hierba. Y todas se parecían, del mismo color viejo y
chimeneas ahumadas. Adornadas con flores en las entradas. Pero ese era el
encanto del lugar a parte de sus calles empedradas a excepción de la principal,
por la que nos conducíamos.

Estar ahí era como entrar a una película de época, esas donde las parejas se
cortejaban con poemas, donde se enviaban cartas. Miré a Izan
imaginándomelo como un chico de siglos pasados y sonreí. Él era demasiado
rebelde para esos años y tratar de verlo sin tatuajes era como desnudarlo.

—A veces —aceptó respondiendo a mi pregunta—. Mi hermano nació para ser


la cabeza de una familia siciliana, tiene el porte y carece de sentimientos, por
eso Filippo no se complica con él —dijo y admito que me tomó por sorpresa
que hablara por primera vez de alguien de su familia, y sobre todo que fuera de
su hermano—. En cambio yo, soy el renegado, el que sueña y desea más de lo
que Italia puede darle y si acepto ayudarlos es porque también valoro a mi
familia como un tesoro, Essie. Un tesoro que encontré y no deseo perder,
incluso cuando los Gambino pueden ser difíciles y tenga que huir a veces para
poder respirar —finalizó y quise pedirle que no parara, que siguiera
confiándome su vida personal.

Y fue impactante que describiera a su hermano como un tipo sin sentimientos


porque de hecho, Izan parecía ser igual, no conmigo, pero sí con las demás
personas. Y que existiera alguien más intenso que él me provocó cierto miedo,
pero tampoco dudé de lo que me dijo, sobre todo tras lo que Dalia me confesó.

—¿Tu hermano y tú son unidos? —me atreví a preguntar.

Me miró serio justo cuando aparcó el coche.

—Hemos llegado —avisó sin la intención de responder.

Sentí una punzada en el pecho, pero la ignoré y miré hacia la casa frente a la
que se estacionó.

Era de dos plantas, con paredes de ladrillos desiguales y terrosos. Una pared de
la segunda planta era blanca y el techo estaba cubierto de hiedra con hojas
color oro y fuego. Vi algunas flores plantadas enfrente y me quedé embobada
por la belleza antigua. Fue tanto mi asombro que ni siquiera sentí cuando Izan
salió del coche y llegó a mi puerta para abrirla.

Le tomé la mano cuando la extendió y al salir y ver su Lamborghini deportivo y


lujoso aparcado frente a una casa tan majestuosa, lo miré rogándole que
escondiera ese coche porque le quitaba la magia a un lugar que debería ser
sagrado.

—Joanne me mira de la misma manera que tú cuando me ve llegar —dijo con


una sonrisa divertida, aunque la cambió a traviesa con lo que añadió a
continuación—, pero no le brillan con deseo, solo es el reproche por dañar el
lugar con mi auto.

—Eres demasiado pretencioso, Izan Gambino —dije y me besó el cuello.

A veces creía que lo hacía para demostrarme que no se equivocaba.

—Y nunca había escuchado una verdad tan absoluta —dijo una señora de
cabello blanco y rellenita.

Salió de la casa a recibirnos, vestida con una falda color Vinotinto que le
llegaba abajo de las rodillas y un suéter de lana blanco muy adecuado para el
clima fresco. Usaba medias y zapatos bajos. Tenía quizá sesenta y cinco años y
su rostro adornado por arrugas denotaba la sabiduría que la acompañaba.

—Essie, te presento a Joanne Wilson. Joanne, ella es mi novia Essie Black —La
sorpresa de la señora Wilson fue palpable cuando Izan hizo esa presentación.

Pero la sonrisa cálida que me regaló fue suficiente para hacerme saber lo feliz
que le sentó la noticia.

—¡Aleluya! Al fin te atraparon, muchacho —dijo ella.

—¡Carajo, Joanne! Con esa expresión le harás creer a mi chica que soy todo un
cabrón —se quejó Izan.

—Y sabrá que todavía recibes nalgadas si sigues con ese vocabulario —le
advirtió ella con un amor innegable.

Sonreí en respuesta y acepté encantada el abrazo que me regaló.

No conocía a la familia de Izan, pero entendía porqué huía a esa casa cuando el
estrés lo ahogaba. Y lo antiguo del lugar solo era una fachada, ya que al entrar
noté el lujo que esperaba de un chico como él, sin embargo, supo adecuar todo
para que siguiera manteniendo la magia del pueblo. Y la paz que respiré era
tan deliciosa que deseé quedarme ahí para siempre.

—¡Oh Dios mío! —exclamé cuando vi bajar por los escalones de madera oscura
a un gato blanco con ojos bicolor.

Era grande, con un pelaje esponjoso y de un blanco tan impoluto que parecía
un sueño. Tenía un ojo celeste y el otro marrón y mi mayor sorpresa fue
cuando se lanzó a los brazos de Izan en busca de sus mimos.
—Hola, preciosa —ronroneó él y lo miré embobada cuando la besó y rascó su
cabeza.

La gata —que descubrí que lo era gracias a Izan— maulló feliz de recibir los
mimos de ese chico y la comprendí a la perfección.

—Essie Black, te presento a mi mejor amiga Nube —Juro que no quería


reírme, pero lo hice al escuchar el nombre.

O sea, Izan era un chico tan frío y serio que nadie creería que le pusiera un
nombre tan… ¿inocente? A una gata, así que me fue imposible no reírme.

—¿En serio se llama Nube? —dije cuando me miró con el ceño fruncido por mi
risa. Me acerqué a ellos y acaricié a la gatita.

Era más suave de lo que se veía.

—Créeme que también me reí con ese nombre y me gané que me impusieran la
ley del hielo por más de una semana por eso, así que si no quieres correr con la
misma suerte, no te rías —advirtió, pero lo hice incluso más que antes.

—¿Quién se lo puso? —inquirí mordiéndome el labio para no reírme más.

—Helena —respondió perdiendo la diversión y bajó a la gata.

Ella estaba feliz de verlo así que se encorvó y se acarició a sí misma en la


pantorrilla de Izan.

Yo lo miré dejando de reírme también.

—¿Helena de Esparta? —pregunté intentando bromear de nuevo e Izan me


regaló una sonrisa de labios cerrados.

—O de Troya, pero Helena, escrita con hache —respondió y le regalé una


sonrisa comprensiva.

—¿Helena es…tu exnovia? —Me aventuré a preguntar, arriesgándome a que


me dejara sin respuesta de nuevo.

—Quiero mostrarte la casa antes de que comamos algo —dijo y perdí el buen
humor, él lo notó.
9- PARTE 3
{Tercera Parte}

A Izan no le importó mi cambio de humor y en lugar de eso me tomó de la


mano y me llevó escaleras arriba y casi se lo reprocho, mas no pude porque
nos encontramos con la señora Wilson y ella muy feliz nos mostró las
habitaciones —por si acaso yo quería una para mí— hasta llevarnos a la
principal luego de que Izan dejara claro que dormiríamos juntos.

Tenía una cama gigante con dosel, un escritorio pequeño con una
computadora bastante sofisticada, libreros y muebles de madera para guardar
la ropa pequeña. Entre lo antiguo también vi modernidad, sobre todo en el
enorme closet con puertas de espejo. El suelo estaba alfombrado y todo olía a
Izan.

Mi bolso con ropa yacía en una silla acolchonada y en la ventana noté la hiedra
que adornaba el techo.

Joanne me invitó a dar un paseo por la casa mientras Izan se cambiaba de ropa
y Nube me siguió y se puso muy feliz cuando la cogí en brazos, tenía un collar
en el cuello que no noté antes por su pelaje y vi que decía Noche, lo cual me
confundió puesto que esperaba su nombre, aunque supuse que eso era algo de
la dichosa Helena y después de la reacción de Izan, opté por no preguntar
nada.

Nube era una gata muy hermosa y mimada al igual que mi Luna.

Horas más tarde estábamos comiendo un platillo exquisito que la señora


Wilson preparó y cuando terminamos Izan se disculpó conmigo para meterse
en una pequeña oficina de la casa. Ese fue el único lugar que Joanne no me
mostró en nuestro recorrido y no le tomé importancia.

Izan me explicó que Filippo le había pedido un favor para dejarlo tranquilo
toda la semana y se lo haría porque se lo prometió.

—No te imaginas lo feliz que me siento de conocerte y no te creas lo del


comentario de Izan cuando recién llegaron. Ese chico nunca ha traído a nadie
aquí y fue una sorpresa muy grata que no llegara solo esta vez —dijo la señora
Wilson cuando me fui para una especie de terraza en el patio trasero.

Nube había congeniado conmigo, ya que no me dejó sola en ningún momento.


Y le sonreí agradecida a la señora cuando me sirvió un poco de té.

—¿Hace mucho que lo conoce? —quise saber.


—Desde hace dos años, cuando compró esta casa. Yo la cuidaba para los
antiguos dueños y él fue muy bueno conmigo al no quitarme mi trabajo —
respondió y asentí.

—¿Viene mucho?

—No como él quisiera. Se desespera mucho por su gata, pero el trabajo lo


consume y es una lástima que siendo tan joven, también tenga una vida
cargada de estrés. Incluso cuando viene a descansar se encierra en esa oficina
por horas y no deja que nadie entre ni siquiera para limpiar —dijo y noté que
se reprendió ella misma por decir lo último.

Fruncí el ceño, pero no le pregunté nada porque noté que no quería


comprometerse y yo no la metería en problemas. Sin embargo, cuando se
disculpó para marcharse y dio unos pasos, no pude callarme.

—¿Señora Wilson? —la llamé.

—Dime solo Joanne, nada de señora —pidió amable y asentí.

—¿Izan alguna vez trajo a su exnovia aquí? —pregunté sin rodeos y sus ojos
azules se abrieron más.

—No creo que debas preocuparte por eso —recomendó, pero vio algo en mi
rostro, a lo mejor la necesidad que le mostré por saber la respuesta a esa
pregunta—. De una manera u otra, él siempre la lleva a sus lugares especiales
—concedió y se dio la vuelta dejándome más confundida que antes.

Y muy celosa.

Al principio le tuve miedo al pasado de Izan, pero con los días dejé de temerle
porque él me hizo sentir segura, sin embargo, unas dos semanas antes el
temor volvió al darme cuenta de que callaba algunas cosas e incluso sentía
como si me quisiera ocultar.

Y vamos, no pretendía que expusiera nuestra relación al mundo entero y hasta


yo lo callaba en el trabajo para evitarme problemas o comentarios venenosos,
pero comenzaba a creer que Izan lo estaba llevando al extremo y que escondía
nuestro noviazgo por razones muy distintas a las que me hacía creer.

La cabeza me daba vueltas y la jaqueca no se hizo esperar tras pensar en una u


otra razón por la cual mi novio actuaba misterioso, algunas me lastimaban y
otras me esperanzaban. En otras palabras, me estaba dañando a mí misma y al
entenderlo decidí mejor subir a la habitación y beber mis medicamentos,
minutos después volví con la intención de buscar a Izan para que habláramos,
le toqué la puerta de la oficina, pero no me abrió y eso me sentó mal incluso
cuando pensé que a lo mejor había salido.

De un rato a otro sentí que me estaba asfixiando en esa casa tan bella y sin
consideración alguna por Joanne caminé a la puerta principal y salí con la
intención de dar un paseo y pensar bien lo que estaba pasando. Las hermosas
calles de piedra y tierra me distrajeron durante varias cuadras, también las
majestuosas casas, pero lo más increíble de mi caminata fue encontrar un
bosque y lamenté no ir con el calzado o la ropa adecuada para adentrarme en
él, así que me conformé con acercarme a un enorme árbol y sentarme sobre el
pasto. Saqué el móvil para llamar a mis padres y maldije cuando vi que ya
estaba a punto de apagarse.

Resignada me recosté en el árbol y miré la hermosa vista. Ese pueblo era ideal
para inspirarse y escribir sagas completas, lastimosamente era de las que
prefería leer antes de ponerme a imaginar escenarios, aunque no tenía
problema en crear películas en mi cabeza con respecto a Izan y todo lo que lo
rodeaba.

Dos horas después cuando me sentí más relajada decidí volver a la casa de
Izan, pero en el camino me di cuenta de que me había alejado bastante, ya que
estaba oscuro cuando estuve en la puerta principal y me quedé con la mano
alzada a punto de golpearla en el instante que se abrió y encontré a chico con
el ceño fruncido y la mirada molesta.

—¿Tan rápido te ha asfixiado estar conmigo? —preguntó molesto.

Vi a Joanne detrás de él haciendo un gesto de cruz sobre su rostro y pecho,


aliviada al verme llegar y me sentí un poco culpable por preocuparla. Con Izan
en cambio me sentí molesta por su tono severo y la acusación absurda.

—Para asfixiarme primero debería pasar contigo —dije sardónica y pasé por
su lado para subir los escalones e irme a la habitación.

Nube salió a encontrarme y tuve que ignorarla, ya que no quería discutir con
Izan donde Joanne pudiera escucharnos y menos que la señora se sintiera
culpable por lo que me dijo.

—¿¡Essie!? —me llamó Izan y no le hice caso.

Estando en el bosque analicé lo que debía hablar con él de una vez por todas y
hasta pensé en hacerlo esa noche de manera tranquila, pero con ese
recibimiento que me dio entendí que no sería posible.

—¿¡Qué demonios sucede contigo!? —espetó cuando se metió a la habitación


detrás de mí y cerró la puerta— Te vas sin decir a dónde y encima no
respondes el puto móvil —me riñó mientras yo sacaba el cargador de mi bolso
y lo conecté a la corriente.

—Me quedé sin pila y te busqué para que habláramos, pero llamé a tu oficina y
no abriste. Joanne tampoco estaba a la vista así que me fui sin avisar por esa
razón y sí, Izan, quería respirar un poco porque sentí que me estaba ahogando,
pero no por tu presencia sino por la falta de ella —espeté cuando dejé mi móvil
cargando.
—Te dije que haría algo para Filippo y no escuché porque tenía los audífonos
puestos.

—¡No hablo de hoy! —bufé— Hablo de todas esas veces en las que has estado
conmigo solo cuando te conviene y cuando no, huyes y te cierras. Me refiero a
tu manera de excluirme y hacerme sentir que no soy tan importante o que me
escondes, a cuando callas en preguntas sencillas aun cuando yo te confié una
parte de mi vida muy importante con la idea de que eso serviría para que
tuviéramos algo real, sincero —le reproché y lo vi maldecir.

—¡No es tan fácil, Essie! —se defendió.

—¿Qué no es fácil para ti? ¿Dejarla ir? ¿Aceptar que tienes a otra novia? —dije
con la voz quebrada, porque decirlo en voz alta dolía más que pensarlo.

—¡Joder! No, amor —dijo y se acercó a mí con la intención de tocarme y lo


detuve.

—¡No quiero sentir que compito con una muerta, joder! —exclamé frustrada,
alzando la voz y sus ojos se abrieron con sorpresa— Primero era María y ahora
es tu ex, Izan.

—¡Mierda! Cállate, Essie. No digas eso —exigió y me tomó del rostro sin
importarle que lo apartara de mí.

—No, sí lo diré —bufé y odié que se me salieran las lágrimas—. Me estás


haciendo pensar que no te importo, que no soy merecedora de tu confianza —
largué y lo empujé para que me soltara, pero no lo permitió—. Todo comenzó
perfecto, pero desde hace dos semanas actúas como si por momentos te
arrepintieras de haberme pedido que fuera tu novia y no tienes las suficientes
bolas para cortar conmigo.

—¿Te estás escuchando, Essie Black? —inquirió irónico, incrédulo.

—¡Perfectamente! Tú en cambio te haces como si no.

—No seas tonta, mujer —pidió y me besó con fuerza—. Jamás en mi puta vida
me arrepentiré de pedirte que seas mi novia —aseguró sobre mis labios—. Que
pusieras tus ojos en mí es lo mejor que me ha pasado desde que Helena murió
—siguió y me alejó para que me encontrara con su mirada, mi corazón se
volvió loco— y escúchame bien, Essie —exigió—. No te escondo, nena, jamás
lo haría —susurró en tono suplicante y la sangre comenzó a correrme
helada—. Solo quiero protegerte de mi mundo, ya que en el pasado perdí un
amor por creer que mi familia no la dañaría.

—¿Dime de qué me proteges? —supliqué y negó.

Tenía una lucha interna y sus ojos lo demostraban, él quería decirme mucho,
pero la inseguridad o el miedo no se lo permitían.
—Confía en mí, Izan, por favor —dije y lo tomé también del rostro, me miró
debatiéndose en qué hacer—. Te juro que sabré callar —aseguré.

—¡Maldición, Essie! —se quejó.

Pero me tomó de la cintura y caminó hacia atrás hasta sentarse en el banco


largo acolchado a los pies de la cama y no dejó que me colocara a su lado sino
en su regazo. Usaba un pantalón deportivo oscuro y así no lo quisiera me era
difícil no sentir su entrepierna, ya que incluso sin estar excitado Izan era
grande.

—Mi familia es una de las más poderosas de Turín, Italia —comenzó y tragué
con dificultad—. Son sicilianos de nacimiento, herederos de la Cosa Nostra —
añadió y mis latidos se aceleraron de una manera que creí que mi corazón se
iba a detener.

El peligro que Izan tenía grabado en el aura iba más allá de lo que pude haber
imaginado.
CAPÍTULO 10 {1}
{Primera Parte}

La Cosa Nostra, la mafia original. Una de las organizaciones criminales más


antiguas de Italia y a nivel mundial, los actores intelectuales de miles de
asesinatos, violaciones, secuestros y adicciones. Nacidos en Sicilia y
expandidos a toda Italia —hasta hacerla sangrar— y luego por todo el mundo.

Un cáncer mundial, una organización basada en clanes familiares que se


encargaba de infectar cada vez más a las naciones y que no tenía nada de
admirable y mucho menos era parecida a como lo narran en El Padrino, que a
pesar de ser una obra maestra, creó una imagen idealizada y hasta romántica
de algo que solo debería significar sufrimiento y muerte.

Y ahí estaba yo, sobre el regazo de uno de sus miembros, todavía incrédula de
lo que me estaba confesando.

—Nos basamos en tres conceptos y uno de ellos es la omertà… —dijo y tragué


con dificultad al recordar a Dalia mencionando esa palabra.

Entré en un lapso donde los engranajes de mi cerebro comenzaron a encajar,


haciendo clic al recordar las palabras de mi amiga, su miedo y advertencias. A
Izan y a María con sus negocios extracurriculares y me sentí como una tonta.

—…Que es un pacto de silencio donde se nos prohíbe hablar externamente


sobre cualquier asunto relacionado con un tema de la organización. Un
concepto sagrado para la Cosa Nostra —añadió y me bajé de su regazo de
inmediato.

Izan me lo permitió.

—¿Qué pasa si alguien se entera de que has hablado de esto conmigo? —


pregunté con la voz queda por la falta de aire.

—Soy parte de la mafia porque mi familia lo es, pero no he hecho mi


juramento con ellos. De haberlo hecho y ahora estar violando la omertà
contigo, sería castigado con la muerte, aunque antes me harían sufrir dañando
a mi familia. Y de alguna manera si alguien se entera, siempre me castigarían,
sin embargo, el castigo en este caso vendría de la mano de mi padre o mi
hermano —explicó y sonrió sin gracia.

—¿Qué tan implicada está tu familia con la mafia? Digo, aparte de que
pertenecen a ella porque nacieron dentro de la organización —dije y me miró.

Yo no lo hice, aunque de soslayo lo noté.


—Tan implicado como significa estarlo al ser hijo de un Don de la mafia —
soltó y giré el rostro con tanta rapidez, que era posible que luego sufriría una
tortícolis.

Y me tuve que poner de pie para comenzar a caminar de un lado a otro, puesto
que sentí que el aire comenzó a faltarme y la taquicardia que me atacó era muy
parecida a como cuando estaba entrando en un ataque de pánico.

O sea, que Izan fuera parte de la mafia ya era jodido, pero que también fuera el
hijo de un Don lo llevaba a niveles de jodido que nunca creí conocer. Sin
embargo, traté de respirar profundo para calmarme porque fui yo la que pedí
que fuera sincero conmigo.

—He tratado de mantenerme al margen, Essie, pero como comprenderás, es


difícil cuando tu familia está así de implicada. Y durante años he sido
considerado la oveja negra por eso —continuó y escuchar tremenda estupidez
no ayudó con mi respiración—. Lo he logrado un poco porque no me crie con
ellos, viví en Norteamérica la mayor parte de mi vida, hasta que a los quince
años mis padres se mudaron un tiempo conmigo y a los dieciocho nos
instalamos en Turín, Italia.

Comprendí entonces la diferencia de su acento.

—¿Entonces lo que hacías para Filippo no era nada de Joddy’s Healthy Food?
Espera… —lo detuve antes de que me respondiera— Dime por favor que no
estoy trabajando para lavar dinero —supliqué y me sentí incluso más estúpida.

Estaba trabajando en la compañía de unos mafiosos, ¡carajo!

—Lo que hacía para Filippo fue un seguimiento y, aunque no lo creas y sea
difícil incluso de intentar creerlo, no, Essie, no estamos lavando dinero con la
compañía. Nada donde yo me encuentre es ilícito, digamos que es mi regla
personal para colaborar con ciertos asuntos de la Cosa Nostra.

—¿Asuntos como cuáles? —me atreví a preguntar.

—No he asesinado si es lo que imaginas, al menos no directamente —Lo


último lo dijo con vergüenza, pero no hablé y solo esperé a que continuara—.
Soy ingeniero en sistemas con diplomado en cibernética, así que me encargo
de rastrear…literalmente soy el sabueso de la familia —dijo con una risa
irónica.

—Rastreas personas —afirmé, entendiendo porqué dijo que nunca había


asesinado de forma directa.

—Entre otras cosas —admitió.

Me fui hacia la ventana y la abrí, necesitaba aire con urgencia antes de que mi
presión arterial me hiciera caer.
Izan aseguró que nada de donde él se encontraba era ilícito, pero recordé que
siempre lo vi rodeado de computadoras de más de un monitor, la que estaba en
el escritorio de la habitación era la única solo de uno, sin embargo, lucía tan
sofisticada que ni siquiera me atreví a mirarla.

Pegué un respingo cuando lo sentí llegar detrás de mí y si no me aparté fue


solo porque necesitaba su apoyo, ya que sentía que me iba a desvanecer.

—¿Tu ex supo esto de ti? —inquirí con miedo.

Dalia me había dicho que fue el hermano de Izan quien la asesinó y tras saber
la verdad detrás de ese chico, mi mente se llenó con escenarios macabros del
porqué la chica corrió con esa suerte.

—Nunca pude decirle, Essie. Helena murió el día que yo me enteré de la verdad
detrás de mi familia —aseguró con dolor y me aparté para verlo—. Y no tienes
idea de cuánto odié a mis padres durante años por lo que me escondieron. A mi
hermano sobre todo, ya que yo lo vi siempre como mi héroe, como el tipo más
grandioso del mundo —Su voz se quebró y se mordió el interior de la mejilla
cuando sus ojos se volvieron brillosos.

Vi dolor y odio en sus ojos oscuros, pero también miedo.

—Esa noche presentí que algo estaba mal, ¿sabes? Había pasado todo el día en
comunicación con Helena y de repente no respondió más mis mensajes y
tampoco mi hermano cuando le llamé para que me llevara a buscarla. Mis
padres se habían mantenido inquietos, mi padre se encerró en su oficina y se
la pasó recibiendo y haciendo llamadas. Le pregunté a mi madre qué pasaba y
me dijo que no era momento para explicarme nada.

» Seguí intentando comunicarme con mi hermano y seguía sin responderme. Y


la opresión que comencé a sentir en mi pecho entonces fue horrible porque,
era como si la vida me estaba avisando que una parte de mi maldito corazón
acababa de dejar de funcionar y no me equivoqué, Essie.

Para ese momento Izan dejó de retener sus lágrimas y yo dejé caer las mías
junto a las suyas, ya que logré sentir el dolor de ese hombre, el sufrimiento que
cargaba en el alma por haber perdido a la mujer que amó.

—¡Maldita sea que no me equivoqué! —soltó dejando escapar un sollozo y fue


demasiado impactante para mí verlo caer al suelo, llorando como un niño
herido— Fue mi hermano, Essie —enfatizó con un dolor que jamás creí ver en
la vida. Se sentó con la espalda apoyada en la pared bajo la ventana y se llevó
las manos al rostro—. Mi puto héroe, mi mejor amigo, el tipo al que amaba
más que a mis padres fue quien me la arrebató. Asesinó a mi Helena y ni
siquiera tuvo las bolas para decírmelo, me dejó en el limbo durante una
semana, ya que le pidió a mis padres que me sacaran del país y me enteré por
la putas noticias, ¡joder! —gritó.
Lo hizo cargado de impotencia de culpa, porque, aunque sabía que fue su
hermano quien acabó con la vida de la chica, estaba consciente que si no
hubiera sido por su relación, su familia nunca hubiese puesto los ojos en ella.

Me puse en cuclillas hasta meterme entre sus piernas y lo abracé al verlo tan
destruido, pero mi abrazo lo desarmó de una forma increíble y sin vergüenza
alguna comenzó a llorar en silencio.

Sus palabras al decirme que quería proteger su interés personal de su familia


no fueron exageradas. Izan tenía miedo de volver a vivir lo mismo y entendí
que cayera en depresión tras perder a su novia. Una mujer a la que amó y que
todavía amaba y supe que nunca dejaría de amarla.

Y no, no era unido a su hermano, definitivamente jamás volvería a verlo de la


misma manera, pero el chico tenía una gran corazón, ya que me confesó que
un año después del asesinato de Helena, le dio la oportunidad a su hermano de
explicarse, puesto que él juraba que fue obligado a actuar como lo hizo e
intentó perdonarlo cuando el tipo le pidió perdón, sin embargo, entre ellos se
abrió una brecha que jamás se volvería a cerrar por más que lo intentaran.

Y de alguna manera perder a Helena le sirvió a Izan para que sus padres lo
dejaran tranquilo y no lo obligaran a meterse en la mafia más de lleno, ya que
según él, era su herencia ser el Sottocapo de la familia Gambino, un rango que
su hermano se ganó después de asesinar a una inocente.

Y sentí asco de ese hombre sin siquiera conocerlo.

—Nunca fue mi intención hacerte sentir que no me importabas, pequeño Ónix


—dijo limpiando mis lágrimas con sus pulgares cuando su llanto había
cesado—. Y créeme que lo que más quisiera es alardear de la hermosa novia
que tengo, pero eso significa ponerte en peligro y si te pierdo, ahora sí que no
habría clínica que me salvara del abismo —aclaró con una sinceridad que me
cohibió.

—No hay manera de que lo de nosotros sea una relación normal ¿cierto? —dije
y me sentí terrible al volver a poner miedo en sus ojos, pero me fue inevitable.

Tenía que ser sincera conmigo misma y con él, ya que estar con el hijo de un
Don significaba correr peligro siempre y más si Izan se involucraba en cosas
de la mafia así fuera de lejos y, dudaba que eso fuera algo que se pudiera evitar.

—Essie… —me llamó y calló de inmediato cuando negué.

—No quiero tener que huir y tampoco ser una prueba más para que tu
hermano escale en la organización —confesé sincera e Izan cerró los ojos con
impotencia—. Y sé que tampoco puedo pedirte que no te involucres en nada
que tenga que ver con la Cosa Nostra, no soy una estúpida romántica con
sueños de libro —admití y lo vi sonreír con dolor, pero también comprensivo.
Era como si de alguna manera él supiera que yo reaccionaría así al saber su
verdad, pero le agradecí que no me lo ocultara hasta que ya fuera tarde para
mí.

—Vas a dejarme —susurró irónico y sentí que mi corazón se oprimió.

Me puse de pie y me alejé, dejándolo sentado en el suelo, con las piernas


flexionadas y los codos recargados en sus rodillas. Izan me miró desde su
posición con mucho dolor, sin jactarse de que era un chico pecaminosamente
hermoso, que podía hacer caer a sus pies a la que quisiera y aparte de eso,
también poderoso. Sin embargo, no vi vergüenza en él al mostrarme que podía
tener a la mujer que quisiera y aun así, con su mirada me rogaba a mí para que
me quedara.

—Lo siento —susurré y me mordí el labio para contener un sollozo—, voy a


irme a otra habitación, necesito estar sola —confesé y lo vi sonreír con dolor y
mirar hacia el suelo.

No dijimos más y caminé hasta la silla donde estaba mi bolso para cogerlo y
salir de esa habitación en la que la tensión y el dolor me estaban ahogando.

Salí sin mirar atrás porque sabía que flaquearía al verlo en el suelo y no
necesitaba eso. Quería pensar las cosas a solas, sin verme inducida a tomar
una decisión por su dolor y la bruma del momento. Necesitaba ser sensata más
por mi bien y no por el gusto de nadie más, así que no me importó dónde me
metería a dormir esa noche, solo el espacio que podía hacer mío.

La habitación era más pequeña que la suya, pero muy bien acomodada, con el
espacio suficiente para estar cómodos. Y tras cerrar la puerta me quedé unos
minutos con la espalda presionada en ella, tratando de que mi corazón se
calmara, pero también asegurándome de que no me hubiera seguido.

No lo hizo.

Tiré el bolso en el suelo y luego me tumbé bocabajo sobre la cama, llorando sin
control alguno porque mi cuento estaba a punto de acabar y no tendría un final
feliz como los otros. Y no sé si era justo para Izan o no, pero debía pensar en
mí y en lo que me convenía y nunca me vi envuelta con un mafioso e Izan lo
era por muy alejado que quisiera estar de eso.

¿Qué pasaría si seguíamos juntos y en algún momento cometía un error con lo


que sea que hiciera para la organización criminal a la que pertenecía? ¿Huiría y
lo perdería? ¿O me pediría que huyera con él? Obligándome a esconderme para
siempre al ser salpicada en un daño colateral.

Hui de casa para tener un nuevo comienzo, pero no uno donde tendría que huir
para siempre.

Me metí al baño a tomar una ducha cuando mi llanto se hizo más fuerte y me
quedé por casi dos horas sentada bajo la regadera. Quería llamar a mamá para
que me aconsejara, o Oliver, pero no podía, esa vez iba a tener que callar, ya
que hablar era exponer a mi chico y no lo arriesgaría por más que necesitara la
opinión de un tercero.

Mi chico.

Ni siquiera tenía idea de si Izan lo seguiría siendo después de dejarlo en su


habitación y de hecho, salí de allí pensando en que no podíamos continuar
más, no así con su verdadera vida. Pero mientras me ponía mi pijama y metía
en la cama pensé en cómo serían mis días sin su presencia… ¡Mierda! Le pedí
que no callara más, que me incluyera, que no me hiciera sentir como si no le
importaba y cuando me complació, ¿qué hice? Salí huyendo como una cobarde
que corrió ante el primer obstáculo de nuestra relación, lo dejé herido en el
suelo cumpliéndole su mayor temor: lo estaba abandonando, rompiéndole el
corazón.

—¿No…No tienes miedo a que te rompan el corazón de nuevo? —me recordé


diciéndole en la fiesta de Arthur.

—Hasta la médula —aceptó—, tengo el mismo miedo que tú. Pero cuando te conocí
y me miraste a los ojos, supe que debía arriesgarme una vez más, incluso si tú me lo
rompes luego peor que ella.

—¡Joder, Izan! —me quejé y en ese instante fui yo quien presionó la frente a la de él
y recargué las manos en sus anchos hombros.

—Arriésgate conmigo, pequeño Ónix —pidió con emoción.

Y acepté.

Esa noche en mi interior acepté arriesgarme con él porque lo que me hacía


sentir era demasiado intenso y se lo adjudiqué a que eran las sensaciones que
me estaba despertando por primera vez, sin embargo, al ser capaz de contarle
mi pasado incluso cuando no se lo había dicho a nadie más ni hablé
abiertamente de eso aun con mi madre, entendí que lo que me pasaba con Izan
iba más a allá de vivirlo todo por primera vez.

Y que en ese instante sintiera más miedo de perderlo que de vivir una vida
peligrosa a su lado, me hizo al fin comprender mis sentimientos hacia él.

Me había enamorado de Izan en solo unas semanas y estaba segura de que mis
sentimientos iban más allá del primer amor, tan intensos que me daba miedo
decirlo en voz alta, pero que me otorgaron el valor para salir de la cama y
caminar de regreso a la habitación de ese chico pelinegro.
Respiré profundo para controlar los efectos de mi llanto y con las manos
temblorosas toqué con suavidad al ver que por la rendija de abajo la luz
interior se filtraba, pero no hubo respuesta alguna ni la primera o la segunda
vez que toqué.

Ni siquiera en la tercera.

Apreté los labios para ocultar un puchero y cerré los ojos dejando que mis
lágrimas cayeran. Me lo merecía, me gané que no quisiera verme tras dejarlo
con su dolor y pensando en que me iba a rendir con nosotros, así que no insistí
más y me di la vuelta.

Nunca debí haber vuelto.


10- PARTE 2
{Segunda Parte}

Pero también era cierto que nunca debí haber salido de esa habitación en
primer lugar y, si sobreviví a una bala en la cabeza no era por ser débil. Viví
por valiente, porque no dejé que la muerte me llevara así me convirtiera en
otra persona y no huiría más, aunque Izan me echara de su habitación.

Así que me giré y tomé el pomo rogando para que la puerta no tuviera llave,
temblé y mi corazón se alocó cuando el clic sonó suave, abrí con lentitud y la
luz de la habitación me cegó un poco al haber estado en el pasillo oscuro por
mucho tiempo.

Debía ser la media noche y rogué para que la señora Wilson estuviera dormida.

Lo primero que noté al entrar fue la cama vacía y un reguero de píldoras


tiradas por todos lados, había un bote pequeño de plástico cerca de la puerta e
imaginé que Izan lo lanzó en su arranque de decepción por lo que hice. En otro
momento me hubiera agachado para tomarlo y saber qué clase de
medicamentos tiró por los aires, mas en ese instante encontrarlo en la silla
amplia de su escritorio me atascó la respiración.

Tenía la cabeza echada hacia atrás, recargada en el final del respaldo de su


silla, con el cabello revuelto y unos audífonos Beats inalámbricos con un
volumen increíble. Al parecer se había duchado también, pero él optó por
quedarse solo en un bóxer rojo oscuro, entre sentado y recostado, con las
piernas abiertas y la respiración tranquila, pero su ceño fruncido me indicaba
que sufría con la canción que escuchaba.

Me atreví a dar esos pasos que me separaban de él cerrando con cuidado la


puerta, esquivé algunas píldoras y lo contemplé más de cerca. Izan era el tipo
de chico que muchas mujeres creíamos que nunca podríamos tener por esa
belleza de la que era poseedor y podía hacerlo inalcanzable, sin embargo,
dejábamos de lado que bajo esa piel tatuada, músculos grandiosos y belleza
oscura, existían sentimientos y un corazón frágil.

Tenía el cabello húmedo, la nariz roja y los ojos un poco hinchados, así que
confirmé que no la pasó mejor que yo al irme, el desastre en su habitación ya
me lo había hecho saber, pero su aspecto y el vaso con alguna bebida
alcohólica en el escritorio me lo confirmó. Levanté la mano para zafar uno de
los auriculares y grité cuando me cogió de la muñeca con fuerzas, dañándome
hasta que abrió los ojos y se percató de que era yo, aflojando su agarre de
inmediato.

El alivio en sus orbes marrones casi me hizo llorar de nuevo, era como si
agradeciera que yo estuviera ahí de nuevo, pero no se lo terminaba de creer.
Nos miramos por unos segundos que me parecieron eternos y cuando mi
cerebro decidió funcionar de nuevo, le ordenó a mi brazo que se zafara de su
agarre y continuara con su misión, así que obedecí hasta llegar al auricular y
cogerlo para ponerlo en mi oído.

Dan Reynolds y su agrupación Imagine Dragons me inundaron con su canción


«Wrecked». Estaba finalizando, pero en seguida se volvió a reproducir, como
si Izan lo hizo para torturarse de esa manera. Se puso de pie y di un paso hacia
el escritorio al ver que la distancia no era mucha, sin embargo, él me siguió
demostrándome que buscaba más cercanía.

Pasan los días, mis ojos se secan y pienso que estoy bien.

Hasta que termino dentro de una conversación desvaneciéndome.

La manera en que sonríes, la manera en que caminas, el tiempo que te tomó


enseñarme todo lo que habías aprendido.

Dime, ¿cómo se supone que voy a seguir adelante?

Últimamente me he convertido en todo aquello que odio, deseando que estuvieras


aquí, pero ya es demasiado tarde.

Mi mente es un sitio en el que no puedo escapar de tu fantasma…

Miré a Izan al ser consciente del trasfondo de esa canción y me estremecí


cuando acarició la línea de mi mandíbula, sobre todo con la siguiente estrofa
que continuó.

Soy un desastre sin ti aquí, sí, soy un desastre desde que te fuiste.

Intenté dejarlo todo atrás… creo que siempre he sido un desastre.

La verdad es que no logré comprender cómo es que mi corazón seguía


funcionando con ese palpitar tan acelerado y, que mi presión arterial no me
hubiese tumbado ya con el cúmulo de emociones que estaba experimentando.

—¿Piensas en ella con esta canción? —me atreví a preguntar y me miró a los
ojos.

Estaba serio, frío, pero juraba que por dentro eran un volcán a punto de hacer
erupción.

—No pienso en ella desde que estoy contigo —dijo con voz ronca y sentí su
aliento alcoholizado. También la verdad en sus palabras.

Su olor a jabón de baño era intenso y muy afrodisíaco según la manera en la


que mis hormonas se alborotaron al tenerlo cerca y sintiéndolo tan fresco
contra mi cuerpo cálido.
—Me dejaste, Essie Black —señaló con voz dura y me cogió entre la nuca y la
parte de atrás de la cabeza para hacerme verlo a la cara—. Huiste de mí al
saber que soy un monstruo y parte de la peor mierda del mundo.

—Izan… —jadeé cuando me subió sobre el escritorio.

—Temías que te rompiera el corazón y tú me lo rompiste a mí luego de


pedirme la verdad —acusó con dolor.

Algunas veces quisiera poder desear que todo desaparezca.

Pero no puedo.

Otro día lluvioso sin ti.

Sus palabras y las estrofas de esa canción me estaban rompiendo en mil


pedazos, dándome cuenta que le hice lo que tanto temía que me hiciera para
luego darme cuenta de que no podía perderlo, que me aterró la idea de seguir
sin él y no porque lo necesitara, sino porque con Izan vivía, lo hacía de verdad.

—¿Por qué volviste? —preguntó y lo miré con miedo de lo que estaba


entendiendo en ese instante— Respóndeme, Essie Black Stone —exigió y di
un respingo cuando alzó la voz— ¿Quieres rematarme?

—¿Crees que sea muy pronto? —pregunté en lugar de responderle y me miró


sin entender— Me hiciste sentir demasiado en muy poco tiempo, Izan
Gambino y sí, me acojonó saber del mundo al que perteneces, me aterró la
idea, pero ¿sabes qué me horrorizó más al irme de aquí? —inquirí y vi su pecho
subir y bajar muy rápido. No me respondió— Me enloqueció la idea de
perderte y me acobarda que sea demasiado pronto.

—¿Demasiado pronto para qué? —quiso saber con la voz ronca y me tomó del
cuello, viéndome al rostro, cada detalle de él hasta concentrarse en mis
labios— ¡Respóndeme, joder!

—¡Para amarte! —exclamé, impulsada por el miedo y también el enojo.

Sus ojos se abrieron con total sorpresa, dándome a entender que jamás esperó
que dijera esas palabras y supe que lo asusté, lo hice más de lo que él me asustó
a mí con su verdad.

—Es pronto, lo sé. Pero no me culpes, Izan. Y no sé si debe a que estoy


viviendo todo por primera vez contigo, no tengo ni la más mínima idea. Lo
único que sé es que al salir de esta habitación y pensar en todos los motivos
que tengo para alejarme de ti, busqué así sea uno para quedarme y no perderte.
Y no me importa si tu familia es el peor cáncer del mundo, estoy siendo egoísta
al importarme un carajo que tú también lo seas y ahora entiendo por qué y no
me importa si es demasiado rápido, solo sé que he vuelto porque te amo, Izan
Gambino, te a…
Su boca golpeó la mía con una fuerza que creí que pudo haberme dañado, pero
no en ese momento, no cuando abrí la mía para recibir gustosa ese beso bruto,
pero cargado de pasión. Parecía que Izan quisiera consumirme el alma a través
de ese gesto y gemí en el instante que el embrujo hizo su efecto en mí,
deseando más de lo que ese hombre me daba, ansiando tatuarme en su piel y
que él se tatuara en la mía.

—No es pronto, Essie —dijo sobre mi boca y solo se separó para sacarme la
camisa de tirantes delgados que hacía juego con mi short de algodón,
dejándome desnuda al no usar sostén. Volvió a unir su boca a la mía en un beso
casto y seco y me cogió de la cintura hasta enganchar mis piernas a la suya—.
No puede ser pronto cuando yo también siento lo mismo —aseguró.

Mi corazón enloqueció al escucharlo y lo cogí de la nuca cuando me cargó


hasta moverse hacia la cama conmigo aferrada a su cintura. Su boca llegó a mi
cuello y gemí porque de inmediato bajó a uno de mis pechos y se lo metió a la
boca, succionándolo con suavidad y acariciándolo con la lengua.

—Izan —lo llamé cuando me dejó en la cama y me sacó el short.

No usaba ropa interior, solo me coloqué el pijama sin pensar en que volvería a
esa habitación por él.

—Yo también te amo, Essie Black —susurró en mi boca y bajó sus besos
húmedos a mi cuello.

Quise llorar de nuevo, pero ya no de dolor o tristeza, todo cambió en minutos a


la adrenalina de los nervios y la felicidad al comprobar que no me estaba
apresurando con Izan y si lo hacía, él me acompañaba.

Quizás ambos estábamos locos por caer tan pronto en las garras del amor,
pero justo en ese instante, con sus besos bajando por mi abdomen luego de
que me halara a la orilla de la cama, no me importó. Simplemente dejé que me
abriera las piernas y besara el interior de ella hasta que llegó a centímetros de
mi sexo.

—Te amo —susurró viéndome a la cara y luego se enterró en el sur de mi


cuerpo, besándome ahí en lugar de mi boca para sellar esa promesa de amor
que me hacía.

Eché la cabeza hacia atrás en respuesta y gemí diciendo su nombre entre


jadeos, olvidando que esa mañana amanecí adolorida y que prometimos que
íbamos a esperar a recuperarme, sintiéndome lista para no dormir una noche
más.

Esa lengua diestra bailó con mi manojo de nervios y me humedeció hasta que
le supliqué con las caderas que hiciera más fricción porque quería explotar, sin
importar que el pueblo escuchara su nombre dicho de una manera
pecaminosa. Y me lo concedió, Izan Gambino con dos de sus dedos arrastrados
a mi interior me hizo estallar de una forma que tuve que coger la almohada y
morderla con fuerzas para ahogar mi grito cuando lo llamé.

Y solo me la quité cuando él volvió a besarme desde el sur hasta mi boca y me


jaló hasta sacar mi trasero de la cama.

La cama era alta y en esa posición quedaba justo a la altura de su pelvis, así
que con la respiración todavía acelerada vi cuando se quitó el bóxer y de la
mesita de noche sacó un preservativo y se lo colocó esparciendo el líquido en la
punta. Tenía la boca brillosa por mi culpa y se la limpió con el dorso de la
mano.

—Dímelo de nuevo, por favor —pidió, esa voz de barítono se había


enronquecido. Y, tomándome de los tobillos puso mis talones en sus hombros
y con las manos me abrió las piernas, dejándome en una posición muy
expuesta.

Se tomó la longitud con la mano y con la otra abrió mis pliegues para
acariciarme de esa manera.

Gemí y me moví rogándole que volviera a hacerlo.

—¿Essie? —me llamó y nos miramos a los ojos.

No sé cómo lo lograba, pero Izan podía tener la mirada dulce mientras sus
gestos se mantenían seductores y lo amé más por eso.

—Te amo —dije con menos miedo, pero con más pasión y jadeé cuando se
introdujo al menos tres pulgadas. Hacían falta dos tercios y poco más para que
estuviera completo.

Se salió un poco y volvió a introducirse, aunque en ese momento jugó con su


pulgar en mi manojo de nervios expuesto y la respiración se me cortó, ya que
el siguiente empuje lo llevó a otro nivel.

—No es pronto, Essie —volvió a asegurar y dio otro empuje. Mi humedad lo


cubrió—. Es en el momento justo —aseguró entre dientes y supe que se estaba
conteniendo, esperando paciente para que me acostumbrara a tu tamaño
hasta que estuvo por completo en mí y se detuvo—. Prométeme que no me vas
a dejar —suplicó y se apretó haciendo que mi piel se erizara—. Dime que vas a
estar conmigo, amor y yo te juro que nunca te pondré en peligro.

—¡Dios, Izan! —exclamé cuando se salió y volvió a meterse— Estar contigo ya


es un peligro —aclaré, pero miré a donde estábamos unidos, sacándole una
sonrisa petulante, una de esas que me había enamorado ya.

—Essie Black, soy un desastre sin no te tengo conmigo —aseguró y me erguí


bajando los pies de sus hombros para cogerlo de la cintura y no dejar que se
saliera.
Esa declaración hizo estragos en mí que no esperaba, que me convirtió en otra,
en una chica más atrevida.

Lo cogí de la nuca y reclamé su boca como ya él antes lo hizo conmigo, pero


ambos gemimos en el instante que moví las caderas para obligarlo a que me
embistiera. Y no paramos de hacerlo mientras enterraba los dedos en su
cabello y restregaba mi pecho en el suyo, motivándolo a que no parara de
arremeter de esa forma bruta, porque me encantaba que fuera rudo conmigo
sabiendo que también había amor en ese acto.

—No volveré a dejarte —dije en sus labios y gruñó al envolver sus brazos en
mis caderas y con las palmas en mi coxis me restregó de una forma deliciosa.

Lo sentía por todo el cuerpo y no solo porque era grande sino también porque
esas vez ambos nos tomábamos habiéndonos declarado el amor que ya
sentíamos el uno hacia el otro. El sudor que nos recubrió ayudó a que la
fricción de cuerpos fuera placentera y no paramos hasta que enterré ambas
manos en su cabello y lo besé gritando en su boca, explotando en un orgasmo
que se lo llevó conmigo, acompañándome con sus gruñidos de placer y ambos
jurándonos que nos amábamos.

Prometiéndonos en silencio que así fuera complicado, yo lo protegería a él e


Izan me protegería a mí, ya que si había vuelto a su habitación fue porque
decidí ser egoísta con el mundo para hacerme feliz a mí.

Y mi felicidad en ese momento estaba entre los brazos de ese guapo pelinegro
que no tuvo miedo de declararme su amor y confiarme sus secretos más
peligrosos. Incluso cuando era posible que lo dejara.

Izan se arriesgó por mí y yo me arriesgaría por él.


CAPÍTULO 11
Las veces en las que pensé cómo era hacer el amor, siempre me imaginé
escenarios cursis, con pétalos de rosas por toda la cama, velas, la bañera lista y
aromatizada, pero sobre todo, con un hombre que escurriera miel y me tratara
como una damisela delicada, una chica a la que le diera miedo romper.

Sin embargo, al estar ahí, sobre el cuerpo de Izan luego de que me enseñara
cómo montarlo, ambos sudando y jadeando, me reí. Y lo hice con una carcajada
sonora.

—¿Soy así de chistoso estando debajo de tu cuerpo? —preguntó con una


sonrisa ladina y negué.

Todavía estaba dentro de mí, duro y listo a pesar de haberse corrido.

Entrelacé mis manos con las suyas para que me sirvieran de apoyo y admiré la
combinación de su piel lechosa con la mía dorada. Lo oscuro de la tinta de sus
tatuajes lograba que se viera incluso más blanco y ese cabello negro
alborotado lucía único.

¡Carajo! Al parecer estaba más enamorada de él de lo que imaginé.

—Creo que durante todo este tiempo he estado leyendo los libros equivocados
y viendo películas para adolescentes —dije y chillé cuando me cogió de la
cintura y me tumbó en la cama sin salirse de mí.

Lo hizo hasta minutos después para sacarse el preservativo.

—¿No soy cómo tus chicos literarios? —preguntó y negué, viendo embobada
todos sus movimientos.

La longitud entre sus piernas tenía más venas que sus brazos y me pregunté si
también la ejercitaba en el gimnasio, pero omití preguntar eso para no parecer
tan tonta.

Había una descripción muy precisa en los libros que sí se apegaba a él: su
cuerpo sí tuvo que haber sido esculpido por los dioses, y por uno goloso. Ya
que, esa espalda ancha y cintura delgada junto a esos brazos definidos, ya
lucían sexis, pero que se los combinaran con ese trasero y piernas gruesas…
¡Joder! Izan tenía que ser el favorito de ese dios y sobre todo al darle ese rostro
angelical que muchas veces lo hacía parecer inocente, pero bastaba estar a
solas con él para que se quitara el glamour inocuo y mostrara uno lujurioso.

Uno que me provocaba cosquillas y no precisamente en el estómago.

—Sí y no —respondí cuando dejé de comérmelo con la mirada.


Tiró el preservativo al basurero cercano y luego cogió su camisa y comenzó a
limpiarme. Dando besos en mi rodilla derecha y parte del muslo en el proceso.
Me regaló una sonrisa maliciosa y astuta y me perdí en sus ojos adormilados
en ese instante.

—Me explicas —susurró y suspiré.

—Sí lo eres por detalles como este —Señalé con la barbilla lo que hacía, pues
estaba limpiando con cuidado los estragos de nuestro desenfreno— o por tus
palabras tan exactas en el momento indicado. Y no, ya que, a pesar de que eres
delicado conmigo, me follas en lugar de hacerme el amor —le expliqué lo
mejor que pude y bufó una sonrisa.

Tras eso dejó la camisa a un lado y me tendió la mano para que me sentara y
quedara más cerca de él.

—Te equivocas en lo último, hermoso Ónix —dijo y me tomó de la nuca para


luego besarme.

Primero me dio un beso de labios apretados sin cerrar los ojos y cuando se
separó me miró con delirio y sonrió efusivo para luego volver a besarme.

Sus labios eran tiernos, delicados, volviendo el beso una caricia suave, fuerte y
poderosa que me cortó la respiración y se me metió en los poros. Era como si
Izan me estuviera venerando y tocando el alma, convirtiendo mi sangre en
lava corriendo desaforada por mi torrente sanguíneo. Un beso que se me
impregnó más que los tatuajes en su piel, que se me grabó hasta en el tuétano
de los huesos.

Un beso cargado de una ternura más intensa que la más fuerte de las
tormentas. Y que pudo haber durado segundos, pero que lo recordaría
eternamente.

—Ves cómo te puedo hacer el amor sin que haya sexo de por medio —susurró
venéreo en mis labios y lo miré a los ojos. Mi corazón era raudo y no creí que
pudiera respirar más—. Y, aunque no lo creas, soy delicado contigo, amor, ya
que todavía no te follo como quisiera, pero ya me lo pedirás tú. Vamos a tu
ritmo —aseguró y con una sonrisa socarrona volvió a apoderarse de mi boca.

—Perdóname por haberte dejado —dije de pronto entre el beso, con la urgente
necesidad de sacar eso de mi sistema.

Izan negó, pero me subí a su regazo y lo cogí de las mejillas haciendo que me
viera a los ojos. Los suyos eran pequeños, pero esas cejas de cazador le daban
el aire misterioso y peligroso que me cautivó desde que lo conocí.

—Me dolió que lo hicieras, pero también te comprendo, Essie. Así que no pidas
perdón por eso, solo no vuelvas a irte —suplicó.
—No, Izan. Después de esta noche te he aceptado con todo lo que arrastras, así
que no volveré a huir, te lo prometo —dije y vi el brillo agradecido en su
mirada.

—Te amo, Essie Black —aseguró y volver a escucharlo me impactó.

Era más increíble para mí escucharlo decirme eso que sentir el amor que
sentía por él.

—No más que yo a ti —aclaré cuando me recompuse y sonrió.

Y tras eso volvió a besarme, demostrando lo diestro que era haciéndome el


amor de esa manera, pero como ya se estaba haciendo costumbre entre
nosotros, los besos terminaron activando nuestras hormonas y pronto nos
volvimos una maraña de brazos y piernas.

Sin embargo, esa vez Izan me demostró lo encantador que era siendo delicado
y que la fiereza no solo residía en él sino también en mí, ya que terminé
suplicándole porque me tomara con rudeza y comprobé que prefería que me
hiciera el amor de otras maneras.

Amaba ser el ángel entre sus brazos y el demonio cuando lo tenía entre mis
piernas.

____****____

Desde esa noche que denominé noche de la verdad, nuestros días mejoraron y
se volvieron perfectos. Izan terminó por contarme que la familia de Dalia era
asociada de la Cosa Nostra y que mi amiga nunca me lo dijo porque debían
respetar la omertà y, ya estaba metida en muchos problemas como para seguir
violando las reglas y de paso ponerme en peligro.

María era un miembro activo también —igual que su hermano— de la Cosa


Nostra que fungía como una especie de consigliere para Izan, por lo mismo se la
pasaban juntos cuando debían hacer cosas que no tenía nada que ver
con Joddy’s Healthy Food. Y como me lo aseguró antes, la compañía era lícita y
lo único malo que allí se hacía es que de vez en cuando él usaba su oficina para
hacer ciertos rastreos que le pedían.

Izan vio mi preocupación por Dalia cuando hablamos de ella y tras comentarle
lo que mi amiga medio me insinuó, me confesó que una de las razones por las
que Dalia y él se llevaban mejor, era porque pudo salvarla de un castigo que la
española se ganó por hurgar donde no debía, al creer que su padre no estaba
tan implicado con la mafia.
Saber cosas de organizaciones criminales no me sentaba bien, pero me
ayudaba a conocer dónde me estaba metiendo y dónde no podía hurgar. Y noté
el miedo de Izan al responder cada pregunta que le hice, pero él no tenía idea
de cuánto valoraba que fuera sincero conmigo a pesar de los riesgos.

Y de que traté de abandonarlo por ser quien era.

Sin embargo, me hizo ver que no me lo diría todo, ya que existían cosas que
prefería guardárselas, puesto que en su mundo el conocimiento no siempre
salvaba vidas y la ignorancia sí. También me prometió —otra vez— que no me
pondría en peligro y que prefería mi odio por ausentarse o callar, antes que
arriesgarme de alguna manera.

Y así, los días fueron transcurriendo más rápido de lo que deseaba e Izan se
portó a la altura como un excelente anfitrión y amante, me llevó a conocer el
pueblo y hasta tuvimos una caminata en el bosque cercano a su casa. Y
confieso que ese momento fue uno de los mejores en mi experiencia, ya que a
mi chico le encantaba la adrenalina y me mostró lo mejor de ella cuando al
entrar a una zona casi inexplorada, me hizo el amor a lo salvaje, empotrada a
un árbol, demostrándome que se le daba perfecto ser un cazador sexi.

Pero también me dio lo cálido y romántico, sobre todo en esas tardes que en
lugar de salir se quedó conmigo, ambos acostados en un sofá grande, con Nube
echada a nuestro lado y recibiendo mimos mientras yo leía algún libro. Izan se
rio una vez cuando vio que había escogido uno de mafia, aunque ya luego me
explicó lo que era solo ficción y lo que se asemejaba un poco a la realidad.

Igual tuvimos momentos traviesos, sobre todo uno cuando aseguró que me iba
a enseñar a conducir y que de preferencia tenía que aprender con un coche
mecánico. Le dije que no podía hacer eso, ya que su Lamborghini llevaba la
palanca de cambios en el volante y no donde normalmente debía ir, así que
tuvo la excusa perfecta para llevarme a la habitación y enseñarme a hacer los
cambios en su palanca. Terminé sonrojada y caliente al ver lo desvergonzado
que era y le aseguré que con esa voz ronca, mirada oscura y rostro
pecaminoso, en lugar de meter la primera velocidad me iría de una vez por la
quinta o sexta.

Pero me convenció fácil para jugar su juego y guiada por su mano lo tomé de la
corona de su erección e hice lo que tendría que hacer con una palanca de
verdad —y admito que la suya era más grande que la de un coche antiguo, o al
menos así la veía yo—. Sin embargo, con cada velocidad que simulaba, él se
iba quitando una prenda de su ropa y una de la mía, mi calor se volvió
asfixiante y me urgía cambiarme de bragas. La clase terminó con un choque
esa tarde.

Uno delicioso donde sus caderas y las mías fueron las únicas implicadas.

Y tan insaciable me había vuelto que, una tarde cuando se encerró en su


oficina gracias a la insistencia del famoso Filippo, me fui a la habitación a
esperarlo y cuando las horas pasaron y él no volvía, decidí ponerme ropa
interior sexi y de rodillas en el banco a los pies de la cama, me tomé una
fotografía captándome desde atrás con el móvil a través del espejo grande en
las puertas del clóset. Mi culo era de tamaño normal y lucía grandioso en la
imagen, así que no dudé en enviársela con un mensaje muy explícito.

Tan aburrida me siento, que estoy considerando tocarme y comprobar si me doy el


mismo placer que tú me das, ya que mi anfitrión ha decidido abandonarme.

Me reí al enviarlo y ver que las dos palomitas se pusieron azules, sobre todo al
notar que solo estuvo en línea para leerme y enseguida se desconectó,
segundos después escuché pasos rápidos subiendo los escalones y solo rogué
porque no fuera Joanne la que entrara por la puerta de la habitación.

Para mi suerte no era ella, pero el cazador que apareció en su lugar me provocó
más nervios y hasta temor, no obstante, mi cuerpo actuó reconociéndolo y en
lugar de bajarme del banco ancho y acolchado, tomé una posición más sexi:
encorvé la espalda, recosté los pechos en la cama y separé las piernas,
dejándole ver el camino que estaba tomando mi mano izquierda.

—Espero que no necesites de juegos previos esta vez —dijo y llegó a la mesita
de noche para sacar un preservativo—, porque yo estoy a punto de correrme
con esta vista —aseguró.

Me sorprendió haber perdido el pudor con tan poco tiempo y que sin
vergüenza alguna le respondí llevándome la mano dentro de las bragas,
tocándome por primera vez para un fin erótico.

—¡Mierda! Estoy a punto de correrme también —gemí exagerando un poco


solo porque verlo tan enardecido me hizo perder la razón. Y mi humedad lo
confirmaba.

—¿Qué quieres de mí, Essie Black?... No dejes de tocarte —preguntó y exigió


cuando iba a sacar la mano de mis bragas.

Me puso nerviosa la demanda, aunque el desliz de mi propio dedo me apaciguó


y encendió más a la vez.

—¿Qué quieres de mí? —volvió a preguntar enronquecido y gemí cuando


esparcí la humedad en mi entrepierna.

—Quiero que te pongas detrás de mí, bajes mis bragas y te deslices poco a poco
—concedí.

Y pude haberme corrido solo con esa sonrisa de satisfacción que me regaló. Y
que sin dejar de verme con los ojos entrecerrados y mirada febril, rompió el
paquete plateado y se colocó el condón, sacando su erección por encima de la
cinturilla elástica de su pantalón deportivo, pero antes de eso me mostró —
jugando con su dedo en la punta— que no estaba más seco que yo y juro que
nunca me había provocado tanto ver a un hombre jugando con ese líquido
viscoso y transparente, como me provocó él.

Gemí y no solo por mi toque sino también por lo erótico de sus gestos cuando
caminó detrás de mí y acarició mi espalda hasta llegar a mis bragas y bajarlas.
Se colocó en mi entrada teniendo la suerte de ser alto y que incluso conmigo de
rodillas en el banco, quedara justo a la altura de su pelvis.

—¡Jodida mierda! —gruñó cuando se deslizó y los balanceos de mis caderas


hicieron que no fuera tan despacio después de todo— Estás empapada.

—Te deseaba, Izan. Te deseo siempre —confesé viéndolo sobre mi hombro y


dejé de tocarme para apoyarme con las manos en la cama.

—Sabes que me tienes, ¿cierto? —inquirió hablando bajo, haciendo que su


tono adquiriera una ronquera ardiente que acarició mis tímpanos,
envolviéndome como un canto erótico.

—¡Carajo, Izan! —gemí y el apoyo de mis manos en la cama hicieron que


encontrara sus embestidas.

—Esta vez me correré rápido, Essie Black —advirtió dejando lo suave y


volviéndose intenso—. No tienes ni la más puta de idea de cuánto me pones,
¿cierto? —Negué en respuesta.

El ¡plap! De nuestra carne chocando me hipnotizó y pronto el sudor nos cubrió


a ambos. Izan llevó su mano a mi centro y acarició mi botón creyendo que así
podía adelantar lo que ya tenía a punto de explotar y, lo tomé de la muñeca
para que me permitiera gozar un poco más.

Vi que le excitaba verme tomar el control y exigir lo que deseaba de él, por lo
mismo estaba luchando para no correrse antes que yo. Me tomó del cuello y
me obligó a echar la cabeza hasta atrás, mi estatura y la suya permitió que me
besara desde esa posición y gemí en su boca justo cuando no logré contenerme
por más tiempo.

Ebullí ante el choque de sus caderas, el toque de sus manos en mis pechos y su
lengua dentro de mi boca y, segundos después regresé a mi posición inicial
hasta enterrar el rostro en la cama y grité de placer cuando el orgasmo me
arrasó, provocando también el de Izan.

Un orgasmo que me hizo sentir poderosa, que me demostró cuánto podía


tomar el control y hasta dónde lograba llevar a Izan.

Y me gustó más de lo que pude haber imaginado.

Y luego de eso Izan no se fue más a atender lo que sea que Filippo le pidió, se
quedó conmigo, consintiéndome y dejándose consentir, hasta que horas
después decidimos ducharnos por separado y así poder estar listos para
cuando Joanne llegara a avisarnos que la cena estaba lista.

—¡Ya, Izan! Apresúrate —lo regañé cuando salí del cuarto de baño.

—¡Oh perfecto! Como ya te aprovechaste de mí ya no me quieres cerca —


refunfuñó y me reí. Había querido persuadirme para que continuáramos con
nuestras travesuras de pie frente al lavabo.

—Seguiremos en unas horas —prometí y sonreí a la vez que negué al ver que
él se mordió el labio y me miró lascivo, satisfecho por mi respuesta.

Lo dejé en el baño y me fui a buscar la ropa que usaría, riéndome aún de las
cosas que ese chico me alentaba a hacer. Escuché cuando abrió la ducha y
minutos después el sonido se apaciguó en su cuerpo. Revisé mi móvil al estar
lista y le respondí un mensaje a papá, también le envié uno a mis amigos para
reportarme. Oliver pidió una actualización y solo le respondí con un
emoticono de cara sensual a lo que me devolvió otro con los ojos en blanco.

De pronto vi que el móvil de Izan comenzó a vibrar con una llamada entrante y
leí Línea Principal, pero lo dejé estar, ya que mi chico había sido claro con que
no respondería más, alegando que era Filippo el que le llamaba. Sin embargo,
me puse nerviosa porque tras una llamada llegaba otra e imaginé que algo
importante estaba pasando y por eso necesitaban contactarlo con tanta
urgencia.

—¡Izan, apresúrate porque tienes muchas llamadas! —dije, mas no respondió.

De nuevo Línea Principal apareció en la pantalla y cogí el móvil para responder


y pedir que esperaran un poco.

—¡Joder contigo, Izan! —Escuché que dijo una voz ronca, varonil y bastante
molesta.

—Lo siento, no soy Izan. Pero él ya viene —me apresuré a decir y hubo
silencio total del otro lado de la línea— ¿Hola? —dije y solo escuché una
respiración pesada.

—¿Quién eres? —quiso saber el hombre.

No iba a decirle mi nombre, aunque tampoco pude responder, puesto que me


arrebataron el móvil y al girarme encontré a Izan con la respiración pesada y el
rostro bañado de furia. Se llevó el teléfono a la oreja y temía que lo fuera a
explotar por la fuerza que ejerció al tomarlo.

—Si no te respondo es porque no quiero hablar. ¿¡Tan difícil de entender es!?


—bufó con odio y no dejó de mirarme.

—¿Con quién estás? —Alcancé a escuchar a su receptor.


—Con nadie que te importe —largó Izan y juré que se iba a explotar las muelas
por la presión que ejerció en la mandíbula.

El rostro angelical y pícaro había desaparecido y supe que cometí un grave


error al responder esa llamada por la ira que lo volvió lívido.

—¿Nadie que me importe o nadie importante? —lo hostigó el tipo y tragué con
dificultad.

Era bastante claro que quería sacar Izan de sus casillas, que de cierta manera
disfrutaba eso y sin saberlo ayudé a que lo consiguiera.

Así que avergonzada me aparté de Izan y caminé hacia la puerta. No tenía caso
que me quedara, lo obligué a responderle a alguien que no quería y tenía que
enfrentarse a eso.

—Nadie importante —dijo Izan entre dientes y sentí una punzada de dolor en
el pecho que me cortó la respiración obligándome a detener el paso—. Ahora
dime lo que putas quieres y me dejas tranquilo —exigió.

Reanudé mi paso hacia la salida y respiré profundo.

Algo en mi interior me dijo que Izan se obligó a responder de esa manera y, me


aferré a la idea de que solo me estaba protegiendo y por lo mismo tenía que
demostrar que yo no era importante para él. Así me doliera como una
cuchillada cruel lo que acaba de decir.

Porque me dolió y mucho.

Tanto, que cuando bajé todavía iba sin respirar hasta que me encontré con
Joanne y me saludó amable, avisándome que estaba a punto de subir para
pedirnos que fuéramos al comedor, ya que la cena estaba servida. Nube iba
detrás de ella y me acurruqué para cogerla en brazos.

—Intuyo que Izan bajará en un momento, así que voy a esperarlo. Mientras
iré afuera por un poco de aire fresco —avisé y ella asintió con una sonrisa
cálida.

—¿Te pasa algo? —preguntó con suavidad antes de que me diera la vuelta,
medio giré el torso para verla y me escondí un poco entre el cuerpo de Nube—
Luces pálida y como si estuvieras a punto de vomitar. Te puedo preparar un té
si lo necesitas —ofreció y negué.

—Solo necesito un poco de aire fresco, pero gracias por tu ofrecimiento —


respondí agradecida y asintió.

Me fui con Nube hacia la terraza y trabajé en mi respiración, ya que me sentía a


punto de llorar y no quería eso, tenía que entender que no debí coger esa
llamada por mucho que insistieran, puesto que Izan tenía una razón para
evitarla, así que su reacción por esa vez era fundamentada, así me doliera que
dijera que no era nadie importante.

Y no sé cuánto tiempo estuve ahí afuera, con Nube entre mis brazos como si se
tratara de un gato de felpa, acariciándola y acariciándome con su pelaje en mis
mejillas y ni siquiera me importó lo fría que se volvió la noche, creo que era
más congelante pensar en lo fácil que se podía romper una burbuja tan
perfecta.

—¿Essie? —me llamó Izan y me giré para verlo— Tenemos que irnos —avisó
y lo miré con el ceño fruncido.

—¿Pasó algo? —pregunté al verlo entre molesto y preocupado.

Íbamos a volver a Londres hasta el día siguiente y ya habíamos planeado algo


especial para nuestra última noche en Castle Combe, así que irnos antes, en la
noche, no me dio buena espina.

—Se presentaron algunos inconvenientes con mis padres y debo volver —


explicó y asentí.

—¿El tipo que te llamó quería avisarte eso? —inquirí con la esperanza de no
haber cometido un grave error.

—El tipo que me llamó solo quería joder, se trataba de mi hermano —explicó y
comprendí mejor su enojo y odio—. Y no, no me avisó él sino María —añadió y
asentí.

—Voy por mis cosas —comuniqué entonces al ver la necesidad que tenía de
marcharse y pasé por su lado, pero me detuvo tomando mi brazo cuando
estuve cerca.

—Tuve que decir eso, pequeño Ónix —explicó y tragué con dificultad cuando
puso una mano entre mi nuca y cuello, luego besó mi frente y asentí.

—Lo imaginé —dije—, aun así dolió, pero lo comprendí —añadí.

—Créeme que me sentí como una mierda cuando lo escuchaste —admitió y


tragué con dificultad—, pero no es necesario que nadie más en mi mundo sepa
de ti.

—Me basta con que no me ocultes porque tienes una prometida por allí —
intenté bromear.

Izan me tomó con ambas manos entre el cuello y la barbilla y me hizo verlo.

—Jamás, Essie Black. No digas eso ni jugando —exigió y sonreí—. Recuerda


bien lo que te dije antes, tú no naciste para ser la segunda opción de nadie y
menos en mi vida —Lo besé al terminar de decir eso y me correspondió con
intensidad.
Izan me besó diciéndome con ese gesto que no mentía, que en realidad era
importante para él incluso sí tenía que negarlo solo por protegerme y, con eso
me bastó para tener claro que su hermano era más peligroso de lo que
imaginé.

Y esto que asesinar a la prometida de su hermano ya dejaba claro la clase de


escoria que era.

—Perdóname por decir lo que dije —susurró en mis labios y asentí.

—Luego te lo haré pagar —aseguré con picardía y me encantó hacerlo sonreír.

Nube maulló en mis brazos y le exigió atención, así que la puse en los suyos y
me fui a recoger mis cosas.

Diez minutos después íbamos pasando por el puente del río Bybrook, Joanne
lamentó que nos fuéramos así y nos preparó la comida en unos depósitos
plásticos para que comiéramos en el camino si nos daba hambre. Nube se puso
triste al quedarse sola y deseé llevarla conmigo, pero omití decirlo en voz alta
porque si fue un regalo de Helena para Izan, no sería correcto prácticamente
adueñarme de ella.

Al entrar a la carretera principal Izan recibió una llamada de su madre y


respondió de inmediato, pero no entendí nada, ya que hablaron en italiano. Mi
chico a veces respondía en inglés, no obstante, su madre al parecer no
comprendía mucho y volvían a su idioma natal. La escuché preocupada,
incluso hasta sollozando, lo que me indicó que nuestra partida temprana se
debía a algo más grave de lo que Izan aparentaba.

—¿Puedo ayudarte en algo? —le dije cuando terminó de hablar y su mirada se


volvió gélida y sus gestos tensos.

—Solo ruega para que mi destino no cambie —espetó entre dientes y presionó
el volante con demasiada fuerza, tanto, que sus nudillos de blancos cambiaron
a morados.

—Me asustas —confesé y al escuchar el temor en mi voz me observó por unos


segundos y buscó mi mano.

Entrelazó nuestro dedos y me depositó un beso en cada nudillo, aunque sus


labios se quedaron en el último por más tiempo del necesario.

—Nuestros enemigos han hecho ciertos movimientos y todo apunta a que es


mi culpa —susurró sobre mi mano y quise zafarme, pero no me lo permitió—.
Calma, amor —suplicó y lo miré incrédula.

—¡Joder! ¿¡Cómo me pides eso cuando ambos sabemos, y tú más que yo, que
no estamos hablando de la competencia de una compañía de comida!? —
satiricé molesta.
Su calma en esos momentos no me hacía gracia y menos me tranquilizaba. No
sé si se debía a que conocía menos su mundo que él, pero me imaginé los
peores escenarios y más tras haberme pasado toda una tarde por la web,
leyendo cada artículo sobre Italia y sus mafias e incluso buscando libros sobre
eso.

Y por todo ello supe que si lo culpaban de algo, el castigo no se podía tomar a la
ligera y odié verlo con esa tranquilidad fingida, ya que sabía que por dentro él
también esperaba lo peor.

—Te prometo que voy a… —Se quedó en silencio de pronto y miró por el
retrovisor.

Creo que fue el instinto quien me dijo que esa mirada no fue solo como medida
de seguridad del código de conductor y mi piel se erizó, puesto que íbamos en
una carretera sola —a excepción del coche frente a nosotros—, en la oscuridad
de la noche.

—¡Oh, mi Dios! —exclamé asustada cuando Izan puso una mano en mi pecho
para retenerme contra el asiento en el momento que un coche nos impactó por
atrás.

Al mismo tiempo encendieron una luz cegadora y grité cuando Izan aceleró y
golpeó al coche de enfrente, haciendo el espacio suficiente para que le
permitiera meterse al otro carril de sentido contrario.

El corazón casi se me salió por la boca al encontrar de frente a tres


motociclistas conduciendo uno al lado del otro y no sé cómo Izan logró tal
hazaña, pero me sentí en una película justo cuando mi asiento se corrió hasta
atrás y quedé acostada.

—¡Mierda! —espetó cuando una bala impactó mi ventana y la hizo añicos.

Por puro instinto me cubrí el rostro y me congelé justo al ver que un tipo chocó
contra el parabrisas.

Izan acababa de arrollar a alguien y pude jurar que se trataba de uno de los
motociclistas.

Estaba haciendo trizas su lujoso coche, pero por supuesto que eso no le
importó y lo vi tomar el volante con más fuerza, presionando el embrague a
cada instante y haciendo los cambios a la vez.

—¿¡Essie, estás bien!? —gritó y no pude responderle.

Pero me obligué a hacerlo porque sentí su necesidad de saber de mí, la misma


que tenía de acelerar más a fondo sin descuidarse de la carretera.

—¿¡Qué está pasando, Izan!? —grité y mi estómago se revolvió ante los


movimientos del coche cuando iba en línea recta y luego se curvaba.
Metiéndose y saliéndose del carril cada dos segundos.

—¡Estos hijos de puta saben que si llego a Londres voy a defenderme porque
no soy un maldito pentito! ¡Y quieren evitarlo a toda costa! —largó y supe de
qué me hablaba solo porque fue lo último que investigué.

Pentito era un arrepentido, un vendido, un colaborador de la policía y al


juzgarlo así era como manchar su honor y el de su familia, poniéndoles una
etiqueta que ante la mafia era peor que ser traidor.

Volví a gritar cuando otro impacto llegó, Izan logró bajar la cabeza y con
horror vi el proyectil atravesar el respaldo de la cabeza del asiento. Me quedé
observando ese agujero y sentí ganas de vomitar.

—¿¡Izan!? —grité con horror.

—¡Joder, amor! ¡Lo siento! ¡Lo siento! —repitió angustiado y quise sentarme,
pero me detuvo de inmediato— ¡Quédate ahí, Essie, por favor!

El siguiente movimiento que hizo me subió el estómago a la garganta y si


retuve el contenido de él fue por puro milagro. Ese coche parecía un cohete e
Izan, o sabía manejar al estilo de un corredor de NASCAR o no era la primera
que se veía en una situación como esa.

—¡Marca el número de Filippo, activa la ubicación y ponlo en altavoz! —pidió


entregándome su móvil.

Tenía las manos con sangre al cogerlo y me di cuenta que los vidrios de la
ventana se me habían incrustado, pero no me importó y solo maldije porque
estaba temblando demasiado y no encontraba el maldito nombre, ya que
ese Línea Principal ocupaba todo el registro reciente.

—¡Hijo de puta! —gritó Izan y pegué tremendo respingo.

Hizo un giro que podía lucir fantástico en las películas, pero no se sentía así.

—¡Izan! —Escuchamos al otro lado de la línea cuando logré encontrar a


Filippo e hice la llamada.

El tipo respondió al primer tono.

—¡Me están atacando y persiguiendo, Filippo! ¡Joder, hombre! ¡Deja que me


defienda! —le exigió Izan desesperado.

—¡Merda! ¡No somos nosotros, Izan! —le explicó él— ¿¡Dónde estás!?

—¡En la M4! ¡Mi ubicación está activada!

—¡Te estoy enviando refuerzos! ¡Aguanta, hermano! —suplicó el tipo.


El móvil cayó de mis manos justo cuando otro coche nos impactó, Izan logró
estabilizarse y apreté su mano en mi pecho. El pobre intentaba contenerme y
contener el Lamborghini, pero ambos éramos conscientes de que no serviría de
nada y que yo en lugar de ayuda estaba siendo una carga para él. Y me sentí
impotente, incluso más que cuando no podía valerme por mí misma.

—¡Eso, amor! ¡Ves que sí puedes! —Recordé a mi padre gritarme efusivo.

Fue unos meses antes de mudarme a Londres. Él se propuso enseñarme a disparar


de nuevo y mostró su orgullo cuando después de tres clases, mis tiros comenzaron a
ir directos al punto negro en la cabeza de la figura.

También me enseñó algunos golpes de defensa personal, pero mi energía parecía


estar estancada y nomás no daba para eso. Mi padre optó por enseñarme a disparar
y le agradecí que evitara hablar de que la Essie de antes era buena en eso, aunque
ya lo sabía por Aiden.

Pero de nada me servía saber disparar cuando no tenía el valor suficiente para
atacar algo que no fuera de cartón o madera y menos lo lograría en
movimiento.

Pensé en papá y rogué por volver a verlo, también a mi madre y a mi hermano,


prometiéndome a mí misma que si lo lograba, dejaría que me enseñaran todo
lo que quisieran, por muy aburrido o cansado que me pareciera.

Aunque mis esperanzas se esfumaron cuando Izan abrió el depósito en medio


del coche, sacó un arma y tras cargarla hizo un giro y detuvo el coche.

Vi la muerte llamándome y lloré porque no quería morir.

¡Joder! No había sobrevivido a un disparo en la cabeza para morir tan pronto y


menos sin haber disfrutado más del amor, de mis padres, de mi hermano, de
mis amigos…de la vida y sus complicaciones.

—¡Quédate abajo, Essie Black! —suplicó Izan y golpeé con el pie la guantera
frente a mí haciendo que se abriera y revelara otra pistola.

Mi respiración era un fiasco, mi presión arterial se había ido a las nubes y todo
el cuerpo me temblaba, pero tomé el arma sin dudar justo cuando dos
motocicletas nos acotaron.
CAPÍTULO 12
Izan me observó con sorpresa, impotencia y también con ira, pero supe que lo
último no iba dirigido a mí. Mi pobre chico se sentía en un dilema porque
ansiaba defenderme, defenderse y deshacerse de esos idiotas que nos
amenazaban. Aguantar hasta que los refuerzos que prometió Filippo llegaran.

Pero yo no me sentía dispuesta a esperar por nadie y menos cuando el pánico


estaba terminando de apoderarse de mí.

—No te detengas —le supliqué.

Su coche le rogaba porque acelerara un poco más, diciéndole así que podía
aguantar lo que se nos venía encima.

—Necesito deshacerme de estos hijos de puta —dijo entre dientes y vi que el


tipo de mi lado aceleró su motocicleta sin moverse de su lugar, solo
provocando una humareda mientras el otro sacó una metralleta y nos apuntó
para amenazarnos.

Por lo que entendí, no pretendía matarnos, pero sí llevarnos hacia algún lugar
y por lo mismo no disparó teniendo la oportunidad.

—Tú sabes manejar, yo sé disparar. Así que déjamelo a mí y acelera por favor
—supliqué hablando bajo y le extendí la mano sobre la pierna para que me
entregara su arma.

No vi inseguridad en sus ojos, con la mirada me demostró que confiaba en mí,


pero estaba aterrorizado.

—Si haces esto no habrá vuelta atrás, Essie. Tengo que asesinarlos, no puedo
permitir que se vayan con vida, no cuando te han visto y avisarán que eres mi
debilidad. Te pondrán una diana sabiendo que así me controlarán —dijo y una
línea de sangre comenzó a descender de su sien derecha y me asustó más que
estar siendo amenazada con una metralleta, pero no me podía dar el lujo de
saber cómo estaba— y no quiero que estés en peligro. Prometí que no te
expondría y pienso cumplir mi palabra —aseveró.

—Somos una pareja, Izan Gambino. Tú me cuidas, yo te cuido. Así que sácame
de aquí mientras protejo tu espalda —supliqué y vi el orgullo que le causaron
mis palabras a pesar del miedo que sentía.

Suspiré profundamente cuando me la entregó y asintió.

—Te sacaré de aquí.

—Acelera cuando grite fuego —susurré en respuesta.


En el pasado defendí a mi primo con mi cuerpo y sin ninguna duda lo haría
también con Izan, pero no creí que correría con la misma suerte esa vez, así
que sabía lo que debía hacer.

Imaginé a esos tipos como blancos de tiro porque era la única manera que me
atrevería a dispararles.

—¡Fuego! —grité con todas mis fuerzas y la piel se me erizó.

Papá me había dicho que siempre que quisiera confundir a alguien y pedir
ayuda, que gritara esa palabra. No importaba si solo éramos mi victimario y
yo, de alguna manera escucharme lo confundiría o asustaría y ambas
reacciones me salvarían la vida o me darían la oportunidad de sobrevivir.

No se equivocó.

Apunté primero al del lado de Izan, metiendo la mano con el arma detrás de la
nuca de mi chico y disparé sin dudar directo a su casco. El impacto no lo
mataría porque el objeto parecía blindado, pero resquebrajaría el vidrio y eso
le impediría ver.

No me equivoqué.

Izan aprovechó el momento —a pesar de su aturdimiento por mi disparo—


para acelerar con todo lo que el coche le permitió y giró hasta que quedó a la
par del otro motociclista. Y supe que nunca olvidaría en mi vida cuando me
reflejé en el vidrio de su casco, apuntándole directo al cuello y disparé antes de
arrepentirme.

El primer proyectil impactó en su yugular, el segundo en su pecho y el tercero


en el tanque de la gasolina. El hombre cayó al suelo retorciéndose y las
lágrimas bañaron mi rostro. Pero no tuve tiempo de seguirme lamentando, ya
que su compañero se había arrancado el casco. Era un hombre de
aproximadamente cincuenta años, barbado y de cabello oscuro.

Si hubiera sido inteligente, se habría marchado con el casco roto, pero cometió
un error que le costaría la vida, ya que sin dudarlo saqué el torso del coche para
asegurarme de que nadie me pusiera una diana en el trasero.

No sería más la debilidad de nadie.

—¡No dejes que me mate! —le grité a Izan.

—¡Antes moriría yo! —aseguró.

El viento me dio en la cara de golpe, pero apartó el cabello de mi frente.


Recargué el codo sobre la carrocería del coche y miré justo a donde el tipo iba
persiguiéndonos, queriendo usar con una sola mano un arma que requería de
ambas y de mucha concentración a diferencia de lo que se veía en las películas.
Respiré profundo y apunté.

«—Cuando tu talento es nato, no importa nada, amor. Podrás creer que lo habrás
olvidado, podrás estar en las peores tempestades o en la oscuridad más profunda y
justo allí, entenderás que no siempre lo controlas tú, hay momentos en que él
también te controla».

Las palabras de mi padre se reprodujeron en mi mente y fue casi como si me lo


estuviese susurrando en el oído. Ni el movimiento que Izan hizo logró que
perdiera el enfoque. Fue casi como si mi mirada tuviera láser y mi mano lo
siguiera tal cual imán, solté el aire poco a poco y apreté el dedo índice en el
gatillo.

Disparé impactando la bala justo en la cabeza de aquel tipo, el aire siguió


saliendo de mis pulmones y miré cuando mi victimario cayó, rodó por el
camino, la motocicleta se arrastró por el asfalto soltando chispas de fuego y
luego de segundos en que mi corazón estuvo calmado, se aceleró como loco.
Pensé en que una vez fui yo la que se desplomó con un disparo en la cabeza y
me pregunté si el ladrón de mis recuerdos sintió lo mismo que yo estaba
sintiendo en ese instante.

Nada.

Pero era solo porque entré en shock y ni siquiera podía asimilar lo que acababa
de hacer. Actué en automático cuando Izan me suplicó que entrara de nuevo al
coche y aminoró la velocidad para tomarme de una pierna. Subió el respaldo
del asiento en cuanto me senté en él y habló, mas no lo escuché.

Había soltado una de las armas cuando saqué el torso para deshacerme del
otro tipo, así que solo una yacía en mi mano ensangrentada. Las imágenes de
lo que hice continuaban reproduciéndose una y otra vez y me dejé abrazar por
Izan cuando me haló hacia él.

No eran de madera.

No eran blancos de tiro.

Eran hombres vivos y los acababa de asesinar casi a sangre fría.

—¡Joder, amor! Perdóname por ponerte en esta situación —Escuché a Izan


decir a lo lejos y no respondí.

Me quedé en su costado y no cerré los ojos solo porque cuando lo hacía las
imágenes eran más vividas, pero ni siquiera me percaté de que Izan había
tomado otro camino y entramos a una residencia muy lujosa y cuando me bajé
ayudada por él, vi que otros coches nos escoltaban y solo pensé en que ya era
tarde, de nada servía.

Yo ya me había condenado para toda la vida.

«Jamás hagas lo que no quieres que te hagan a ti» dijo la voz de mi padre en mis
pensamientos. No le obedecí, puesto que no quería que nadie me volviera a
disparar en la cabeza, pero yo sí le disparé a dos personas esa noche hasta
robarles la vida, no los recuerdos.

Miré el Lamborghini, tenía abolladuras y raspones por todos lados, también


había perdido algunas partes, pero Izan logró proteger lo importante para que
nunca dejara de acelerar.

—¡Izan! —Vi a un tipo salir de la casa a la que Izan me dirigía y gritó el


nombre de él con demasiado alivio— ¿¡Están bien!?

Era más bajo que Izan, rubio y de tez blanca, tal vez unos pocos años mayor
que él. Vestía formal y lucía atlético. Me observó con sorpresa, yo ni siquiera lo
saludé, seguía actuando en automático.

—¿Dime que sabes quiénes han estado detrás de esto? —exigió Izan entre
dientes sin responderle a su pregunta. Sentí que el tipo me siguió observando
sin poderse creer que una extraña estuviese ahí, siendo testigo de lo que eran y
hacían— ¡Filippo! —gritó el pelinegro.

—Se lo adjudican… —Filippo carraspeó— a la mafia de Calabria —explicó con


un acento italiano muy marcado.

—¡No! No han sido ellos, eso es estúpido y lo sabes —espetó Izan.

Abrió una puerta grande de madera y me hizo entrar junto con él.

—Lo sé, pero tampoco tenemos pruebas —explicó Filippo, nuestras miradas
se cruzaron solo por un instante y lo vi apretar los labios, como si quisiera
sonreír sabiendo que no era el momento para socializar.

—Ya las tendremos —aseguró Izan obligándolo a que pusiera su atención de


nuevo en él—. Ahora déjame solo.

El tono que Izan usó con él fue apático, pero imaginé que la situación lo
ameritaba.

—Signorina, sé que es un mal momento para las presentaciones, pero si


necesitas cualquier cosa, aquí estaré también para ti —dijo hacia mí y asentí
en agradecimiento.

—Arma el equipo —le pidió Izan entonces y puso una mano en mi espalda
para hacerme caminar.
Me hizo subir unos escalones que se encontraban junto a la entrada y me guio
hasta una habitación grande y moderna, muy distinta a la acogedora que tenía
en Castle Combe.

—¿Dónde estamos? —susurré cuando entramos y estuvimos solos.

—En mi casa —respondió.

Era irónico que en nuestro tiempo juntos nunca hubiera conocido su casa
hasta que la situación lo demandó, pero después de lo que me enteré de él,
supe por qué me ocultó tantas cosas y evitó otras.

Izan me llevó hasta el banco al final de la cama y me sentó en él, lo vi alejarse y


rebuscar algo en su armario y al encontrarlo volvió enseguida. Llevaba un
botiquín con él y sin decir nada comenzó a limpiar las heridas en mis manos,
justo como el primer día que nos conocimos en la compañía.

Siseé cuando el desinfectante tocó mi piel, el ardor y dolor logró desactivar el


modo automático con el que llegué y pronto las lágrimas me invadieron. Izan
notó que no lloraba por lo que me hacía sino por lo que hice.

—No diré nada porque no habrá palabras que te hagan sentir mejor —dijo y se
sentó a mi lado—, pero sí necesito que me perdones, Essie —añadió y lo miré
sin entender—. Esta noche al fin he entendido que mi amor te dañará siempre
y por más que desee evitarlo.

—¿Qué…qué quieres decir? —inquirí, sintiendo el sabor salado de mis


lágrimas entrando a mi boca.

—Que soy igual o más tóxico y mortal para ti, que la mierda que mi familia
distribuye —explicó—. Y ahora con ese ataque he descubierto que es cuestión
de tiempo para que la mafia y mis enemigos te persigan.

—Eso ya lo sé, Izan —bufé soltando más lágrimas, porque vi en sus ojos el
amor que decía sentir por mí, pero también el miedo de perderme y la
desesperación por protegerme—. Yo no regresé a tu habitación en Castle
Combe creyendo que lo nuestro será un cuento de hadas, que esa magia nos
alcanzará y nos librará de peligros reales —Jadeé para coger aire, ya que el
llanto me lo estaba robando—. Volví a ti sabiendo que puedo convertirme en tu
talón de Aquiles así como tú eres el mío, mas no me pienso dar por vencida…
¡Acabo de asesinar por ti, joder! —exclamé permitiendo que el llanto se
apoderara de mí y vi sus lágrimas caer— Y tú me confiaste tu vida incluso sin
estar seguro de que yo sabía usar esas armas.

—Yo te confiaría a ti todo, Essie, incluso mi corazón dañado —aseguró y me


lancé sobre su regazo para luego apoderarme de su boca.

Ambos lloramos y por primera vez descubrí que un beso salado también podía
ser dulce. Besé a ese hombre con una desesperación devastadora, queriendo
impregnarle mi amor, tatuarme en su piel y convertirme en la marca más bella
de su cuerpo.

Y ahí entre sus brazos me hizo olvidar lo que acababa de hacer, me obligó a
entender que por él yo iba a ser capaz de volver a matar.

Acepté que por Izan sería capaz de convertirme en la más despreciable de las
asesinas sin llegar a sentir culpa por robar vidas. Porque ya estaba perdida de
amor por él y me perdí también en su cuerpo.

Izan Gambino era mi perdición y todavía no me creía que todo hubiera pasado
tan rápido.

____****____

Eran las tres de la madrugada cuando el móvil de Izan comenzó a vibrar con
demasiada insistencia. Me había logrado dormir tras darnos una ducha luego
de hacer el amor y solo abrazada a él dejé de darle vueltas a lo sucedido.

Izan había querido aclarar algunas cosas sobre esa noche, pero se lo impedí
porque me sentí incapaz de volver a revivir todo, así que calló y optó por
abrazarme por la espalda y sobar mi cabello hasta que el sueño me venció. No
obstante, todo llegó de golpe a mi mente en el instante que mis ojos se
abrieron; tenía el corazón acelerado gracias al susto que me dio ese aparato.

—Mamá, cálmate —pidió tras responder y sentarse en la cama.

El silencio de la noche me permitió escuchar a la señora Gambino, estaba


llorando con desconsuelo y me senté en la cama alcanzando la playera de Izan
para cubrirme, mi mente me gritó que nada bueno estaba sucediendo porque,
aunque no supiera el idioma, su tono decía dolor por todas partes.

—Voy para ahí ahora mismo —dijo Izan tras unos minutos y cortó la llamada,
pero no se salió de la cama, solo recargó los codos sobre sus rodillas y miró al
suelo.

La luz de la ventana me permitió ver su silueta y percibí su derrota.

—¿Izan? —lo llamé, negó y no respondió— ¿Iza…?

—¡Joder! —gritó y chillé dando un respingo cuando lanzó el móvil hacia el


frente.
Me apresuré a encender la luz de la mesita de noche y lo encontré llorando,
caminando de un lado a otro, como un león enjaulado y desesperado por huir.
Con la luz tenue su cuerpo cubierto solo con bóxer lucía lleno de sombras, casi
como una ilustración perfecta y dolorosa.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté preocupada y me miró con los ojos cargados
de brillo y de pronto se haló el cabello para luego caer al suelo de rodillas y
presionarse el pecho con una mano, luchando también por respirar.

Corrí hacia él, cayéndome por poco y lo tomé del rostro para que me viera,
pero negó y me abrazó con fuerzas.

Mi primera reacción fue abrazarlo y besarlo en la sien, como si así iba a


quitarle lo que sentía. Tras eso le pedí que me hablara, que me dijera qué
sucedía y cómo podía ayudarlo.

—Mi padre, Essie —dijo entre lágrimas y me rompió el alma escucharlo así.

—¡Izan, por Dios! ¿Qué ha pasado? —inquirí con agonía.

—¡Está muerto, Estrellita! —rugió con dolor profundo y no sé qué me impactó


más, si escuchar lo de su padre o que me llamara de esa manera.

Justo en ese momento no podía recordar que le hubiese mencionado que mi


familia me llamaba así, pero si lo hice o no, él jamás usó ese apodo conmigo
hasta en ese instante.

—¡Ha muerto, joder! —agregó llorando y me congelé— ¡Me han quitado la


oportunidad de verlo con vida, me han arrebatado la jodida dicha de
despedirme de él! —bufó con ira.

Verlo sufrir de esa manera me superó de una forma inimaginable.

—¡Izan! —gritaron desde afuera de la habitación y reconocí a Filippo.

—¡Danos un momento! —pedí yo e Izan se sentó recostándose en la cama.

Gruñó y estiró el brazo izquierdo abriendo y cerrando la mano, su gesto de


dolor fue notorio y entonces otra preocupación llegó a mí.

—¿Amor, qué pasa? —le pregunté cuando alzó la cabeza y vio al techo, luego
cerró los ojos con fuerza y comenzó a respirar profundo.

—Solo…solo es un ataque de pánico —logró explicar y me aparté de él de


inmediato.

Había escuchado de mi doctor que los ataques de pánico muchas veces se


presentaban como si se tratara de un paro cardiaco, con dolor en el pecho y en
el brazo. Yo jamás los experimenté así, por eso temí que no fuera eso al verlo.
Recordé en ese instante que en el baño vi aceite de lavanda cuando nos
duchamos, así que corrí a traerlo y de inmediato comencé a frotar en el pecho
y el cuello.

—Concéntrate en mí —pedí, él seguía respirando profundo y con los ojos


cerrados—, siente mis manos, Izan, disfruta de cómo te toco —supliqué sin
morbo.

Solo necesitaba que él entendiera que yo era su realidad, que estaba ahí frente
a él para que saliera de ese momento horrible que estaba atravesando.

Eso me ayudó a mí siempre, los toques de mamá me mantuvieron con los pies
sobre la tierra cuando un ataque me llegaba y la lavanda me relajaba, así que
esperé a que fuera igual con Izan. Necesitaba traerlo de regreso porque así la
realidad en ese instante fuera jodida, al menos era mejor que la fantasía en la
que el pánico lo había introducido.

—Me han traicionado, Essie —dijo cuando comenzó a calmarse—. No sé


quién, pero me ha jodido bien, te puso en peligro a ti, te obligó a hacer algo que
jamás debiste hacer y me arrebató a mi padre —soltó con dolor e ira.

—Cálmate —supliqué y negó.

Sus ojos ya no estaban rojos por las lágrimas sino también por la furia que lo
embargaba y eso me asustó demasiado.

—Han hecho creer a la mafia que me vendí con la policía y eso desencadenó un
paro cardiaco en mi padre. Le enviaron a la policía una información que solo
yo manejaba y eso los llevó a incautar dos buques de carga, perdiendo en el
proceso millones de euros. Pero no es eso lo que mató a mi padre, sino el creer
que yo los traicioné… ¡Mierda! ¡Padre murió creyendo que los jodí, Essie! ¡Se
fue creyéndome un arrepentido! —gritó llorando a mares.

Yo lo hacía con él, porque logré ver su dolor y no solo por perder a su padre
sino porque el señor Gambino se fuera sin saber la verdad.

—Nos emboscaron para deshacerse de mí antes de que pudiera defenderme y


me acorralaron en esta casa para que no lo viera más.

—¡Dios mío! —susurré y me llevé las manos a la boca— ¿Quiénes te han


acorralado aquí? —inquirí.

—La mafia siciliana, mi gente —ironizó y vi que el ataque de pánico comenzó a


cesar cuando la ira se apoderó más de él.

—Entonces no puedes salir de aquí —le dije y negó.

—Mi madre me necesita y sé que me van a seguir, pero debo estar con ella —
aseguró.
—¡Carajo, Izan! Si la mafia a la que perteneces cree que eres un arrepentido,
serán ellos los que querrán joderte y no solo tus rivales —reflexioné.

Con lo poco que estudié en esos días aprendí algo de ellos y sabía que la misma
mafia lo castigaría sin darle la oportunidad de defenderse, de probar que no
fue él quien los vendió.

—¡Izan! ¡Te han conseguido la tregua! —gritó Filippo y tocó la puerta con
insistencia.

Izan se puso de pie de inmediato y cogió un pantalón de chándal que dejó en el


banco al final de la cama.

—¡Izan, tengo miedo por ti! —le dije al seguirlo hasta el armario.

Cogió una camisa blanca y lisa y se la colocó para luego buscar una gorra y una
sudadera.

—Essie, escúchame bien —pidió y me cogió del rostro—. Necesito que vayas a
Estados Unidos un par de semanas —soltó y mi cuerpo se volvió un témpano
de hielo.

—¿¡Qué!? ¡No, Izan! —dije y lo cogí de las muñecas— Quiero estar contigo.

—Y yo quiero que estés conmigo, pero con esto que ha pasado solo confío en
tu familia para que te cuide. Deberé viajar a Italia y si alguno de los hombres
que te ha visto aquí habla, entonces querrán dañarte y no lo permitiré —
aseguró.

—Izan, no…

Me calló dándome un beso largo y profundo que me supo a despedida y en


lugar de sentirme más tranquila, comencé a llorar. No quería separarme de él,
pero también sabía que tenía razón y ya debía lidiar con muchas cosas como
para también convertirme en su carga.

—Te llevaré a casa de Dalia, su padre me ayudará a sacarte de Londres porque


no confío en que vuelvas a tu apartamento y te quedes sola —zanjó.

—Si llego a casa así de pronto, mis padres sospecharán —avisé.

Izan me haló hacia su pecho y me abrazó con fuerzas.

—Diles que te rompí el corazón y te fuiste para no tener que verme porque no
me soportas en este instante —dijo y negué. Era muy tonto de mi parte irme
por algo así y mis padres me conocían.

Además, si les decía el nombre de Izan papá sería capaz de investigarlo y tras
lo que descubrí, no deseaba que lo hicieran porque entonces me exigirían que
me alejara de él y, aunque tendrían razón, yo ya no podía estar lejos de ese
chico.

—¡Izan! —gritó Filippo de nuevo.

Besé a mi chico cuando lo vi dispuesto a marcharse y tras eso me vestí rápido.

No había vuelta atrás, debía dejarlo marcharse porque entendía que quisiera
estar con su madre. Ya le habían quitado la oportunidad de ver con vida a su
padre y así me aterrara lo que haría, supe que hubiese actuado igual en su
lugar. Así que tomada de su mano lo dejé guiarme y minutos más tarde estaba
dejándome en manos de Paulo Montés, el padre de Dalia.

—Ten cuidado —le dije a Izan luego de que me diera un último beso—. Y por
favor no tardes —le supliqué.

—Te amo, Essie Black —aseguró y el nudo en mi garganta se hizo más


grande—. No…

—¡No te despidas! —le pedí dejando caer las lágrimas.

Me miró unos segundos y asintió, luego se acercó para besar mis mejillas
mojadas y no dejó de hacerlo hasta secarme las lágrimas con sus labios.

Pero verlo partir me provocó más.

Dalia llegó a recibirme y me abrazó consciente de todo lo que estaba


sucediendo. Su padre trató de tranquilizarme y me prometió que nada me
pasaría, se lo agradecí, aunque no me sentí mejor, ya que quería que Izan
estuviera bien y eso no podía asegurarlo.

Horas más tarde estaba acostada en la cama de mi amiga, con el móvil en la


mano con la esperanza de saber de Izan y solo pude dormir un poco cuando me
avisó que había llegado al hospital y prometió que mientras estuviera con su
madre nadie lo tocaría.

«Que jodida era esa vida», pensé.

A la mañana siguiente me desperté un poco tarde, lo primero que hice fue


enviarle un mensaje a Izan y no obtuve respuesta. Dalia vio mi preocupación y
me ayudó con eso, pidiéndole a su padre que averiguara si sabían algo del
menor de los Gambino; el señor Montés gracias al cielo logró llevarme buenas
noticias y solo así respiré mejor.

—Así que… la ley de la omertà —le dije a Dalia cuando terminamos de


desayunar y volvimos a su habitación.
Su padre le pidió no ir al trabajo para que se quedara conmigo y ella aseguró
que no había necesidad de pedirlo, ya que ya había decidido no ir. Estaría en
casa de los Montés al menos dos días más y mientras prepararía el terreno con
mis padres para no llegar a casa de sorpresa.

—Una ley bastante jodida —afirmó y asentí de acuerdo.

—¿Puedes hablarme un poco de lo que sucedió para que Izan te ayudara? —


inquirí.

—Puedo, pero solo por encima. —explicó y asentí. Dio un suspiro antes de
continuar—. Hubo una cena a la que fuimos como invitados de honor, era para
celebrar el cumpleaños de un socio de papá. En ese momento no quería creer
que él estaba tan inmiscuido en este mundo, así que salí a caminar con la
excusa de tomar un poco de aire fresco cuando lo vi salir a él de esa casa junto
a otro tipo y dirigirse hacia un establo —El corazón se me aceleró al intuir por
dónde iba la cosa.

» Nunca debí hacer eso, pero ya me conoces, soy bastante imprudente. Así que
continué mi camino hasta llegar al establo. Me paralicé al escuchar súplicas, al
oír a papá pidiendo clemencia y me asomé demasiado asustada al pensar que
él estaba en peligro. No fue así. Mi padre solo intercedía por otra persona, no
obstante, el tipo con el que salió de la cena no obedeció y cumplió su cometido.

» Vi todo, Essie. Y fue tanta mi impresión, que lloré y me escucharon. Corrí al


percatarme, pero ya era tarde; ese hombre se fue detrás de mí y al alcanzarme
trató de asegurarse de que jamás diría lo que vi. Por supuesto que mi padre me
defendió y suplicó porque lo castigaran por mi imprudencia.

» Mi padre es un associato de… ya sabes quienes, entonces el tipo consideró


eso. Me dejaron en vilo asegurando que el castigo lo recibiría yo, no otra
persona. Y días después la resolución fue que debía casarme con Rinaldo
Conte, que fue a quien vi haciendo algo atroz. Te imaginarás mi terror.

Le limpié las lágrimas y limpié las mías. También recordé a Izan mencionando
ese apodo y el tono altivo que utilizó con él, demostrándome solo con eso que
no le era grato.

—Rinaldo es un capitán de la mafia, Essie. Despiadado y despreciable.


Aprovechó mi error para querer convertirme en su puta y, debido a que era eso
o morir, papá cedió y admito que yo también —confesó y rio sin gracia—. Fui
una tonta en ese momento al creer que eso era mejor que morir, pero…estaba
aterrada —siguió—. El hijo de puta quiso lucirme como trofeo cuando cedí a
casarme con él y me obligó a acompañarlo a una cena importante donde
estarían presentes Alonzo y Joddy Gambino, también estuvo Izan y no tienes
idea de la vergüenza que sentí al verlo.

» Pero Izan notó que yo no era feliz al lado de Rinaldo, vio mi agonía y a pesar
de todos los encontronazos que habíamos tenido porque lo juzgué sin
conocerlo, usó sus influencias como hijo del Don de su familia y logró que su
padre le exigiera a Rinaldo que me dejara en paz, asegurando que yo no
hablaría puesto que de hacerlo, me convertiría en una pentita y mi familia
pagaría las consecuencias.

—¡Mierda! —bufé y ella sonrió.

—No escogí esta vida, amiga. Mi padre pertenece a ella desde antes de que yo
naciera, así que me condenó. Tía María lo disfruta, mi madre y yo nunca —
juró y la abracé al saber que ambas necesitábamos de eso.

—Izan tampoco lo escogió —aseguré.

—Lo sé, cari. Los hijos no escogemos esto, aunque a algunos sí les guste —
señaló y me separé de ella para verla.

—Lo dices por el hermano de Izan —aseguré y asintió.

—No te diré que Izan es una santa paloma, Essie, el tío tiene su lado oscuro y
ha hecho cosas terribles también, pero ahora sí te puedo asegurar que lo ha
hecho porque le ha tocado hacerlo. Su hermano en cambio nació para disfrutar
la maldad y si tu chico es terrible, te juro que su hermano es despreciable —
soltó con asco y pensé en lo que le hizo a Helena.

—¿Tú conociste a Helena? —le pregunté.

—Yo no, pero tía Mari sí —aseguró.

Quise preguntarle algo más, pero en ese instante mi móvil sonó y respondí de
inmediato al ver que era Izan.

—¿Estás bien? —dije y me arrepentí de inmediato— Digo… ¡Mierda! —me


quejé al no saber cómo arreglar mi estupidez y lo escuché reír.

—Entiendo lo que quieres decirme —aseguró para tranquilizarme—. Mi madre


está devastada y yo sigo vivo. Me darán una tregua que aprovecharé para encontrar
pruebas de que fui traicionado mientras acompaño a mamá. Trasladarán el cuerpo
de papá a Italia para que sea sepultado allá —informó y fui capaz de sentir su
dolor.

—Siento tanto lo que estás pasando, Izan —le dije—. Quisiera estar ahí
contigo, no separarme de tu lado y ser tu apoyo en un momento tan duro.

—Eres mi mayor apoyo así no estés físicamente conmigo, pequeño Ónix —aseguró
y sonreí, aunque no me viese.

Hablamos unos minutos más y tras eso cortó para llevar a su madre a firmar
unos documentos y que así les dieran el cuerpo de su padre. Avisándome
también que Filippo estaría pendiente de mí por si necesitaba algo.
El miedo de que algo malo le pasara seguía, sin embargo, que hubiera una
tregua me tranquilizaba un poco.

Pasé el resto del día hablando con Dalia y nos pusimos al corriente sobre todo
lo que estaba pasando y no nos pudimos contar antes, hablé también con mis
padres y por supuesto que notaron mi tristeza; les comenté que las cosas no
andaban bien con mi relación y mentí con que creía que mi novio me estaba
siendo infiel. Papá me puso las cosas fáciles cuando me pidió que fuera a
verlos y les dije que lo pensaría solo para no ser tan obvia.

Por la noche cené con los padres de Dalia y ella, María nos acompañó a pesar
de que dijo que estaba bastante ocupada con ciertos asuntos que debía resolver
lo antes posible e imaginé de qué se trataba. Filippo también se nos unió,
aunque no por mucho tiempo, llegó más bien para asegurarme de que todo
estaba bien dentro de lo que cabía y que estaría para mí en lo que necesitara.

—Siento mucho habernos conocido en esta situación —dijo cuando lo


acompañé al patio delantero de la casa Montés.

Dalia nos acompañaba y noté cierta complicidad entre ellos.

—Yo también, pero espero que podamos hacerlo mejor cuando esto se calme
—dije con esperanza.

Él tenía las manos metidas en los bolsillos de su pantalón casual e hizo una
mueca que aparentaba ser sonrisa. Iba a ir hacia el hospital y me prometió que
Izan estaba protegido.

—Yo también espero eso —aseguró—. Seguiré pendiente de ti, Essie —añadió
como despedida y asentí—. Y también de ti si lo necesitas —dijo hacia Dalia y
vi con sorpresa que mi amiga se puso nerviosa.

Carraspeé para que espabilara, luego de eso le dije que me adelantaría hacia
dentro de la casa porque necesitaba agua. Filippo sonrió entendiendo mi
objetivo y Dalia me miró entrecerrando los ojos, pero solo me encogí de
hombros y me marché enseguida.

Caminé a la cocina y busqué agua, ya que no mentí. Al llegar ahí vi a María


despidiéndose de alguien por el móvil.

—Voy a tomar un poco de agua —avisé abriendo el refrigerador.

—Siéntete como en casa, cariño —dijo poniendo una mano en mi hombro


cuando se acercó a mí.

—¿Puedo hacerte una pregunta imprudente? —le dije sin rodeos y me miró
con sorpresa.
Tal vez no debía preguntar nada y menos sobre el pasado amoroso de Izan, ya
que no era mi asunto ni sucedió en mi presencia, pero la curiosidad me
mataba.

—Puedes, pero no prometo que yo pueda responder —dijo sincera y asentí.

—¿Conociste a la exnovia de Izan? —inquirí entonces y alzó las cejas.

Se quedó en silencio unos segundos y luego sonrió.

—Sí, Essie, pero no debes preocuparte por ella. No existe la posibilidad de que
interfiera en vuestra relación —aseguró con humor oscuro y no me atreví
reír—. Se parecía mucho a ti, por cierto —añadió y entonces fui yo la que se
sorprendió —. Y te confieso que al principio pensé que Izan solo se fijó en ti
por eso, por el parecido que tienes con ella y todavía lo tengo a prueba, eh —
soltó y las manos se me pusieron heladas.

Incluso me temblaron cuando cogí el agua.

—¡Qué dices, Mari! —exclamé y sonó a pregunta.

—Es solo mi opinión, Essie. No tienes por qué ponerle atención —aseguró y
negué. Me apresuré a abrir la botella y le di un trago al sentir la garganta
seca—, pero te pareces demasiado a Helena y temo que Izan no esté
enamorado en serio de ti sino del recuerdo que le provocas, de que vea a su
chica en ti y por lo mismo se ha obsesionado contigo —añadió y la respiración
se me dificultó.

—Yo…no creo que sea así —dije y ella sonrió con dulzura y pena.

—¿No te parece que todo avanzó muy rápido entre vosotros? —cuestionó y
tragué con dificultad— Y entiendo que eso pueda pasar, cariño, pero lleváis
juntos dos meses o poco más y él te trata como si tuvierais una vida y hasta te
puedo jurar que ya te habrá dicho que te ama y es eso lo que no veo bien,
porque Izan ve en ti al amor de su vida, al verdadero, a la chica que le
arrebataron y si me atrevo a ser tan directa es porque él me confesó que verte a
ti es como tener a Helena de nuevo y le dejé claro que no considero justo que
haga eso. Porque él ama al recuerdo que le provocas, no a la grandiosa mujer
que eres —zanjó—. En cambio tú te has enamorado de él sin inmiscuir tu
pasado, se nota que lo amas.

No supe cómo reaccionar.

O sea, estaba segura de que yo lo amaba y temía que fuera muy rápido, pero
Izan me trató siempre de una manera muy especial y creí que por eso mis
sentimientos por él se desarrollaron muy pronto y, que María dijera eso me
dolía porque también tenía mucha lógica.

—¿Qué…qué te dijo él cuando le dijiste eso? —dije para rematarme.


—Que no me metiera, que lo dejara amar a Helena a través de ti —aseguró y
sonreí para no llorar.

Al final no le había mentido a mis padres del todo.


CAPÍTULO 13
{Izan}

Mi mirada se quedó fija en el ataúd de madera oscura y fina mientras a lo lejos


escuchaba las palabras que el sacerdote ofrecía en honor a la persona que yacía
dentro de aquel sarcófago, mi madre estaba a mi lado derecho y mi hermano al
otro lado de ella. Filippo ocupó un lugar a mi lado izquierdo y así, las personas
de más confianza y leales a mi familia se posicionaron en lugares estratégicos,
protegiéndonos o protegiéndome para ser más exacto.

Sicilia me daba la bienvenida una vez más y confieso que jamás quise volver y
menos para una ocasión como esa. La muerte de Alonzo Gambino, el Don de la
familia, un hombre que a pesar de todo me amó y me protegió a su manera.

El cementerio de la familia se encontraba a unos cuatro acres de la mansión


Gambino, una especie de hacienda que también poseía su propia capilla.
Debido a la situación a la que nos enfrentábamos los presentes en el sepelio de
mi padre fueron limitados, dejando ser partícipes solo a las personas que
considerábamos de más confianza.

—No tardes —pidió Filippo cuando les informé que me quedaría unos
minutos más, luego de que mi padre terminara de ser sepultado y nuestros
acompañantes comenzaran a irse.

Entendí que de cierta manera nadie quería estar más tiempo del debido en la
mansión, puesto que temían que en cualquier momento llegaran a
reclamarme para darme el castigo que merecía por lo que según ellos hice, ya
que ni siquiera les importaba el dinero que perdieron si no la traición que
cometí y la forma en la los expuse.

Me quedé mirando de nuevo la tierra fresca, mi padres eran tan tradicionales


que ni siquiera esperaban lujos en el último lugar donde descansarían por toda
la eternidad, simplemente pedían una lápida de cemento gris y flores frescas
cada semana.

Madre se había adelantado porque creyó que iba a desvanecerse y mi hermano


la acompañó a casa para que descansara. El nuevo Don de los Gambino tenía
que velar por el bienestar de todos.

Sonreí de lado con ironía y negué. A pesar de que mis padres nos amaban por
igual, padre siempre soñó con que yo ocupara su lugar y su mirada
decepcionada cuando le dije que jamás lo haría, todavía la recordaba. Sin
embargo, aceptó mi decisión, demostrándome que siempre sería más
importante para él que cualquier otra cosa.
—Me duele como nunca sabrás, el perderte y que te hayas ido creyéndome un
arrepentido —susurré a la nada.

Ni siquiera hablamos por última vez, no tuve la oportunidad de decirle que así
odiara esta vida, jamás sería capaz de traicionarlo… ¡Mierda! Ni siquiera era
capaz de traicionar a mi hermano incluso después de lo que me hizo.

—¿Estás listo para que la esencia Gambino se apodere de ti? —preguntó de


pronto Graziana Mancuso, la nueva Lady N’dragheta.

Se paró a mi lado y miró las rosas rojas que adornaban la sepultura de papá.

Era una mujer calabresa bastante hermosa, la perdición de Adriano Mancuso,


uno de los capos de la mafia de Calabria que recientemente había sido
apresado. Grazia me había pedido ayuda para encontrar a los traidores que
facilitaron el arresto de su marido y lo hice tal cual pidió, logrando con eso que
ella demostrara su capacidad para estar al frente de su familia, mostrando ese
lado sanguinario que los caracterizaba.

—Todo depende de lo que tengas que decirme —dije y la miré, me sonrió de


lado de una forma perversa y asintió.

—Quien te traicionó está aquí, dándote el pésame por la muerte de tu padre,


fingiendo que le importas y que te ayudará siempre en todo lo que desees —
confesó y bufé una risa sin gracia, regresé la mirada a la tumba de mi padre y
negué—. Me encanta la facilidad que tienes para captar las cosas —halagó.

En efecto, capté de inmediato de quién me hablaba y con el rostro inexpresivo


pensé de nuevo en que papá se fue creyéndome un traidor, madre dudaba de
mí y tenía a toda la mafia tras mi culo. Pero acepto que al final lo que más me
enervaba es que por culpa de esa persona puse en peligro a Essie y la obligué a
hacer algo que nunca debió.

Su rostro de terror no me dejaba tranquilo por las noches y me odié por no


poderle evitar nada de eso.

—La mafia confunde tu tranquilidad con debilidad, Izan Gambino —siguió—


y por lo mismo creen que es fácil joderte, eres el candidato perfecto para
enviar a los leones y que así el camino quede libre para otros depredadores —
Sonreí de lado, aunque sé que solo fue un gesto altanero casi imperceptible—.
Ahora tengo una petición más para ti —soltó y asentí para que hablara—. Esa
persona que te traicionó también es la última en mi lista que me hace falta por
hacerle pagar el que mi marido haya caído.

—Así que también jugó con los N’dragheta —dije y reí irónico—. Sabes,
Grazia —comenté y la miré—. Mi tranquilidad es debido a que no me importa
colaborar con la mafia y si lo hago con mi familia es solo porque la valoro, así
estemos jodidos por dentro —expliqué y ella asintió, sabiendo que era
consciente de que no me llevaba bien con mi hermano—. Pero cometen un
grave error al subestimarme y sobre todo, al tocar a la única persona que me
importa incluso más que mis padres o mi jodido hermano.

—¿La chica que te acompañaba durante el atentado? —inquirió y callé. Grazia


entendió con mi silencio— Te debo mucho, Izan y sabré devolver todo lo que
me has ayudado, es por eso que eliminé a mi propia gente, esa a la que
consideré que no callarían lo que vieron en Londres.

—Me alegra que sepas calcular tus pasos y entiendas hasta dónde puedes
llegar conmigo —dije y sonrió entre divertida y sorprendida.

—El cachorrito saca las garras —murmuró.

—El cachorrito —repetí con una risa burlona y me giré un poco para acercar
mi rostro a ella y hablarle en el oído—. El cachorrito sabe usar las garras
cuando tocan lo que no deben —admití, pero también fue una advertencia.

—Entendido —dijo y volvió a reír—. Ahora a lo importante del momento —La


miré pidiéndole así que continuara—. Mi gente tiene vigilado al traidor y basta
tu consentimiento para que le atrapen y le traigan aquí. Ya que la mansión
Gambino queda perfecta para lo que se hará. Eso sí, Geronnimo Fusco,
Maurizio Ferrara y mi consigliere deberán estar presentes para que quede
registrado que no eres ningún pentito —informó, mencionando al consigliere
de mi padre y al de Santino Costello, el capo de capos.

—Imagino que ya le informaste a mi hermano —deduje y negó.

—A diferencia de los demás, yo sé respetar la inteligencia y la capacidad de


mis iguales, Izan. Y este trato lo hice contigo, así que lo sabes solo tú —
admitió y la miré con respeto— y sé que tanto tú como Aleph son inteligentes
y ambos merecen ser la cabeza de esta familia, sin embargo, se la pusiste fácil
a tu hermano al no querer intervenir. Pero ese es problema de ustedes.

—Así es —concordé tajante.

—Ahora, si me aceptas un consejo, te diría que te reúnas antes con tu traidor,


ya que es posible que intente confesar ciertas cosas personales que sé que no
quieres que se sepan y de ser así, considérame para ayudarte a mantenerle en
silencio —pidió.

Volví la mirada hacia la tumba de papá y pensé en mi siguiente paso solo por
unos segundos.

—Lleva a esa persona a los establos y avisa a los demás para que estén
presentes. Te quedarás cerca de mí, Grazia y si intuyes que hablará con todos
los presentes entonces evítalo hasta que puedas cortarle la lengua —demandé
y sentí su mirada sorprendida.

—¿Me das órdenes? —preguntó incrédula y reí a la vez que negué.


—No, solo te estoy dando una oportunidad para que puedas usarme cuando lo
necesites —dije y asintió encantada.

No hubo doble sentido en mis palabras y menos con ella. Grazia también
entendió eso, ya que me conocía de años y sabía que, a pesar de mi fama, no
era de los hombres que se acostaba con una y con otra al estar en una relación
seria. Y lo mío con Essie iba más allá de eso.

Se despidió de mí para poner en marcha el plan y aproveché que me quedé solo


de nuevo para llamarle a Essie. Ya estaba con sus padres, pero tenía dos días de
estar muy rara y temía que ya se estuviera arrepintiendo de estar conmigo,
aunque la comprendía. Era una mujer valiente, capaz de todo por amor, mas
no era fácil el estrés de vivir en peligro casi a cada instante.

—¿Ha terminado el sepelio? —preguntó y sonreí con solo escucharla.

—Hace un momento —respondí y la escuché suspirar— ¿Cómo estás?

—¿Cómo estás tú? —inquirió en respuesta.

—No está siendo fácil —confesé mirando a donde estaba sepultado mi padre.

—¡Izan! —me llamó Filippo y lo busqué con la mirada— Te necesitan en casa


—avisó al imaginar con quién hablaba.

—Ve tranquilo y hablemos luego —pidió Essie al escuchar todo.

—Espero verte pronto, pequeño Ónix —dije—. Te…

—Hablemos luego, Izan. Cuídate —pidió interrumpiéndome y miré el móvil al


percatarme que me había colgado.

Fruncí el ceño incrédulo, era la tercera vez que hacía eso y luego de hablar con
Grazia comencé a sospechar la razón y eso me bastó para perder los
escrúpulos que seguía teniendo.

Caminé para reunirme con Filippo y me informó que mi hermano estaba


reunido con Donato Vaccaro, su consigliere. El hombre había llegado con
noticias de movimientos sospechosos por parte de los N’dragheta y le pedía
interferir.

Decidí llamar a Aleph antes de que girara sus órdenes y le pedí que esperara
por mí.

Al llegar a casa me encontré con Lorenza Costello a punto de marcharse, al


verme se detuvo antes de subir al coche y caminó a mi encuentro. Era una
mujer de veintiséis años, hermosa de pies a cabeza, iba vestida con un vestido
oscuro pegado al cuerpo y su cabello negro, largo y lacio lo llevaba en una
coleta pegada a la nuca, cubierto por un sombrero ancho a juego con su
vestimenta y unas gafas grandes de diseñador.
Ella derrochaba el lujo que el dinero de su familia le permitía.

Pero no era solo una mujer hermosa, también manejaba un poder que todos en
la mafia deseaban. Un puente que todo hombre poderoso que me rodeaba
necesitaba, pues era la sobrina consentida del capo de capos en la Cosa Nostra,
pero también la nieta del capo de la mafia calabresa. Con Lorenza se abrían
con facilidad las puertas de dos mundos y por lo que sospechaba, alguien ya
había conseguido lo que ella podía dar.

—Me alegra verte, Izan —dijo y me abrazó para luego darme un beso en cada
mejilla.

—Lo mismo digo —comenté serio, pero sincero.

—Siento mucho lo que está sucediendo, pero te prometo que todo se


solucionará pronto —aseguró—. Aleph está haciendo todo lo que está en sus
manos para limpiar el nombre de la familia y no te dejaré solo en esto, te lo
prometo.

—Gracias, Lorenza. Pero no será necesario que se esfuercen tanto, también he


movido mis piezas y ya tengo todo para que los Gambino queden libres de
cualquier acusación falsa —aseguré y sonrió aliviada.

—¿Por eso mi abuelo está mandando a su consigliere? —inquirió y asentí.

—Y también tu tío —añadí.

—Bien, entonces te dejo seguir con tu camino, pero cualquier cosa que
necesites no dudes en decirme, estaré encantada de ayudar a mi familia —dijo
y la miré alzando una ceja, ella sonrió tímida en respuesta y tras eso bufé una
sonrisa y negué.

—Te veo luego, Lorenza —me despedí sin decir más y me incliné para besar
sus mejillas de nuevo.

—No vuelvas a Londres sin decir adiós —pidió y asentí.

Subí los escalones que me llevarían a la puerta principal, Filippo me esperaba


para entrar junto conmigo. Acomodé mi blazzer negro y halé un poco el cuello
alto de mi camisa del mismo color sintiendo que el aire dentro de casa me
ahogaba.

Esa mansión se convirtió en una especie de prisión para mí años atrás, en ella
viví mis peores momentos y los continuaba viviendo según comprobaba.
Filippo abrió la puerta de madera de la oficina que perteneció a padre y respiré
profundo antes de entrar.

—No cierres —le pedí a Filippo luego de entrar y ver su intención de cerrar.
Aleph se encontraba en un extremo de la mesa larga que sirvió para que padre
se reuniera con sus colegas cuando estaba vivo, su vestimenta negra era
similar a la mía, con la diferencia que su camisa dejaba al descubierto su cuello
y los tatuajes en él.

—¿Todavía te ahoga que respiremos el mismo aire? —preguntó burlón y reí


sin gracia.

—Por los siglos de los siglos —dije.

—Amén entonces —respondió irónico.

Me hizo una seña con la mano para que me sentara en el extremo opuesto de la
mesa y opté por quedarme de pie y cruzar los brazos a la altura de mi pecho.
Sonrió de lado al ver mi desafío y negó.

—Hagámoslo a tu manera —concedió.

Aleph no cedía solo por considerarme, sino porque aceptaba mi desprecio


como un castigo que se auto imponía por lo que me hizo. Era su manera de
torturarse y no olvidar que aquella noche ambos sufrimos una gran pérdida.

Yo por el amor de mi vida y él por su hermano.

—Los N’dragheta se están moviendo por mí —avisé.

Estaba sentado, así que se había llevado una mano a la barbilla y cuando me
escuchó alzó las cejas sin poder creer lo que le decía.

—Lorenza no me dijo nada —comentó.

—Ella no es la única que puede mover ese lado de la mafia ni tú el único con
conexiones en Calabria —dije y sonrió de lado al entender lo que quise
insinuar.

—Me gusta cuando hablas como un Gambino, ya sabes, cuando sacas ese lado
tuyo al que te niegas a ceder —dijo y Donato nos miró sin entender.

Filippo en cambio contuvo una sonrisa y se alejó al recibir una llamada.

—Pocas personas me obligan a ceder, Aleph. No seas tú uno de ellos porque no


te gustará —dije y alzó las manos.

—Se hará a tu manera —concedió y Donato lo miró en desacuerdo con él.

—Izan, es hora —avisó Filippo y asentí hacia él.

Aleph estaba observándome con curiosidad y ganas de saber lo que me traía


entre manos.
—Grazia Mancuso acaba de traerme a la persona detrás mi ataque, a la
culpable de la muerte de padre —dije y tanto Aleph como Donato se pusieron
de pie.

—Explícate mejor —pidió Aleph.

—Tanto el consigliere de Santino como el de padre estarán presentes en este


ajuste, también algunos de los N’dragheta, ya que se vieron implicados.
Ustedes también están invitados —añadí sonriendo con ironía.

—Vaya, gracias por eso —largó Aleph— ¡Mierda, Izan! No sé por qué insistes
en hacerme de lado cuando solo busco ayudarte.

—¿Hablas en serio? —bufé sarcástico y lo vi maldecir— Agradezco tu


intención, Aleph, pero esta vez me correspondía a mí hacer esto —expliqué,
tratando de dejar de lado nuestras diferencias así fuera solo por esa vez.

Aleph asintió entendiendo mi punto.

—Está bien, pero recuerda que Alonzo también era mi padre, así que cédeme
cinco minutos con ese hijo de puta —pidió.

—Por supuesto que los tendrás, sobre todo cuando es tu maldita culpa que
estuviera cerca de mí —solté y su sorpresa fue grande al entenderme.

—Izan…

—Recibe a los otros consiglieres por mí mientras yo obtengo mis cinco


minutos —pedí cortando lo que fuera a decirme y tras unos segundos asintió.

Asentí en respuesta y salí de la oficina seguido por Filippo, en el camino me


avisó que me dirigiera al lado este de los establos y lo hice tal cual, quitándome
el blazzer justo al llegar y arremangando las mangas de mi camisa.

Grazia ya se encontraba ahí, iba vestida de negro, pero ya no con un vestido


como cuando estuvimos en el cementerio, sino con ropa cómoda que le
permitía hacer sus fechorías a su antojo. Su cabello rubio platino iba en una
coleta y fruncí el ceño al verlo salpicado de sangre.

—Lo siento, fue solo una bofetada pequeña —dijo y medio sonreí.

Escuché quejidos cuando comencé a entrar al establo, algunos caballos lucían


inquietos, pero Federico Serra, uno de los numerales de la familia ya estaba
calmándolos. Miré a Grazia que iba caminando a mi lado, diciéndole que los
animales no se ponían así solo una bofetada pequeña. Ella se encogió de
hombros y sonrió de lado.

—¡Izan! ¡Izan, gracias al cielo! ¡Esto es un error, te lo juro! —dijo María al


verme llegar.
La gente de Grazia la tenía de rodillas, con las manos amarradas hacia atrás.
Su bonito rostro lucía con cortes y golpes gracias a la Lady N’dragheta.

Me metí las manos en los bolsillos delanteros del pantalón y solté el aire
viendo hacia el techo, recordando cada paso que di con ella, cada consejo que
seguí creyendo que porque mi hermano la puso a mi lado como mi consigliere,
me respetaría tanto como yo a ella. Pero ahí estábamos, con mi padre muerto,
Essie con un trauma por lo que se vio obligada a hacer y yo como
un pentito ante la mafia.

—Sabes lo que me molesta más, María —dije y negó llorando—. Es que me


creyeras un estúpido solo por ser nuevo en esto —confesé y caminé hacia ella
hasta ponerme en cuclillas y cogerla con fuerza de la mandíbula.

—Tú no eres así, Izan —lloró y me reí en su cara.

—Otro error que cometiste —murmuré.

—Sé que eres un tío bondadoso —siguió y reí de nuevo.

—Lo soy, pero mi bondad termina cuando sobrepasan mi límite y solo tengo
uno, María —dije y me miró con terror— y Aleph ha sido el único en cruzarlo
antes de ti cuando me arrebató a Helena —añadí y sin reparo presioné más su
barbilla haciéndola chillar. No me importó su dolor y la halé hasta poder
susurrar en su oído—. Te hubiera perdonado todo, menos que te metieras con
Essie —solté.

Y no sé qué cara puse, pero sí vi la suya y su terror me regocijó.


CAPÍTULO 14
{Izan}

Cuando solté a María lo hice con tanta brusquedad, que cayó al


suelo y me observó incrédula, ya que era obvio que tenía frente a
ella a un completo hijo de puta sin respeto alguno, todo lo
contrario a lo que siempre le demostré ser. Pero no le mentí
cuando le dije que sobrepasó el único límite que tenía en mi vida.

El único que me hacía actuar como un canalla de primera.

—¿Qué le dijiste? —cuestioné frío, demostrándole que lo que le


había pasado ya, era nada comparado con lo que le esperaba.

—¿En serio te importa más lo que le dije a ella? —preguntó


incrédula y volvió a ponerse de rodillas, sentándose sobre sus
talones.

Todavía vestía con el vestido negro que usó en el sepelio de mi


padre y solo usaba un zapato.

Le hice una seña con la cabeza a Grazia para que la castigara por
mí, la calabresa sonrió feliz y se acercó con toda la intención de
golpearla en el rostro con una de sus botas que parecía bastante
pesada.

—¡Espera, espera! —pidió María y cogí a Grazia del brazo para


que se detuviera, ya que no lo haría por voluntad propia— Solo
está molesta porque le dije que la amas debido a que te recuerda a
Helena —soltó.

—Qué hija de puta eres —bufé con una risa irónica.

Comprendí entonces la molestia de Essie y su distanciamiento


conmigo. María de verdad me estaba obligando a actuar como un
cobarde sin tener la más mínima idea de que cuando me
obligaban, podía ser el peor de todos.

Peor que Aleph incluso.

—Solo le dije la verdad —se defendió.


—Tú maldita verdad, no la mía —aseveré y tuvo la osadía de
sonreír burlona.

Solté a Grazia entonces y cogí mi mandíbula al sentir el golpe que


le dio a María casi en carne propia.

La española gruñó de dolor y Grazia no se conformó solo con ese


golpe, la cogió del cabello y comenzó a darle puñetazos. María
tenía las manos amarradas, así que a duras penas lograba cubrirse
en vano. Y me hubiera sentido como un cobarde antes, mas no en
ese instante, no después de perder a papá y definitivamente no
después de exponer a Essie hasta verme obligado a pedirle que se
fuera con sus padres. Los únicos que la protegerían mejor que yo
en ese instante.

—¡Cógela! —pidió Grazia a uno de sus hombres.

El tipo llegó a ella de inmediato y Filippo vio con horror lo que la


calabresa haría, yo en cambio no me inmuté ni siquiera con el
grito de dolor que dio María, ya que con lo que Grazia estaba
haciendo, se aseguraba de cuidar mis secretos.

—Esto es para que dejes de tirar tu puto veneno —gruñó Grazia.

—¡Joder! ¿¡Pero qué demonios!? —dijo Aleph al llegar.

Me miró incrédulo por lo que estaba presenciando, por verme ahí


de pie sin hacer nada mientras Grazia molía a golpes y hería a una
mujer que en ese instante estaba indefensa. Y no es que él fuera
mejor que yo en eso, para nada. Aleph no tenía escrúpulos y era de
los que hacía las cosas de forma personal, sin importar géneros.
Simplemente su sorpresa se debía a que yo no era así, jamás lo fui
hasta ese instante.

—María también fue la causante de que Adriano cayera en prisión,


así que Grazia solo se está desahogando —le dije gélido y sus ojos
se abrieron demás.

—Deténganla —ordenó Aleph a la gente de Grazia y ellos se


acercaron a ella con precaución.

Pero no fue necesario que la quitaran de nadie, Grazia la dejó en el


instante que María perdió el conocimiento y se giró hacia nosotros
con las manos empuñadas y llenas de sangre.
—Tengo todas las pruebas… que confirman lo que esta zorra hizo,
así que no creo que sea necesario que se defienda —soltó Grazia
entre jadeos y sonreí divertido—. Entrega los documentos —
ordenó a uno de sus hombres y este obedeció de inmediato.

Tanto los N’dragheta como la Cosa Nostra estaban presentes a


través de sus consiglieres, así que el tipo le dio una carpeta a cada
uno, incluido Aleph, dejando de lado a María. Algunos observaron
con sorpresa el contenido de ellas, otros simplemente actuaron
como que ya se lo esperaban. Con un gesto de mano pedí al
hombre que me diera uno a mí y descubrí documentos y
fotografías, así como una tarjeta de memoria.

—Entonces la tipa conspiraba con la Camorra y la policía a la vez


—dijo Donato.

El hombre era mayor que Aleph por dos años, pero a sus treinta ya
se le conocía como un tipo duro y astuto, así que no me extrañaba
que se llevara tan bien con mi hermano como para convertirse en
su hombre de confianza.

—Le permitiste hacer ese negocio incluso cuando yo me negué —


le dije a Aleph frente a todos.

Él, Donato, Filippo, Grazia y yo éramos los más jóvenes del grupo,
los demás eran personas ya mayores y con bastante experiencia.

Aleph supo de inmediato de lo que hablaba, María había decidido


por mí meterse en el mundo de la moda italiana, ofreciéndose a
elaborar ciertas piezas de ropa exclusiva y luego transportarlas a
Londres, pero yo era consciente que ese lado del negocio lo
manejaban mejor los de la Camorra, ya que tenían a Nápoles como
parte de su territorio y a muchos chinos que les ayudaban con la
manufactura barata.

Y ciertamente la Cosa Nostra podía hacerlo si quería, sin embargo,


eso implicaba meterse en territorio que no nos convenía pisar
cuando la mafia tenía cosas más grandes entre manos. Y yo fui
claro con Aleph y padre: no me metería en problemas por ellos, les
ayudaría, por supuesto, pero no me salpicaría más de su mierda y
me ganaría enemigos adrede. Aunque como siempre, Aleph quiso
imponer su voluntad, tomando mi negativa como personal y
dándose cuenta que al final tenía razón.
—La zorra tenía un año dándole información a la Camorra y seis
meses con la policía, en esa tarjeta de memoria están las
conversaciones telefónicas que logramos conseguir, son las que
hizo con ambas partes, también en los documentos van copias
de emails que se envió con ellos, usando la dirección IP de la
compañía de tu madre en Londres para que creyeran que tu
hermano estaba detrás. Así que aprovechó la confianza que le diste
y supo beneficiarse de la falta de cooperación de Izan para usarlo
como conejillo de indias —dijo Grazia hacia Aleph—. Mi marido
sufrió su parte y ahora exijo que me la entreguen para castigarla a
mi manera —pidió tajante.

—No, a esta perra la castigaré yo —sentenció Aleph y, aunque me


quedé inexpresivo, con la mirada le dije a Grazia que insistiera, ya
que sabía que María podía hablar con él con tal de joderme más
antes de morir.

Aleph lucía fúrico a pesar de quererse contener, entendiendo en


parte mi razón de quedarme de brazos cruzados ante el ataque de
furia de Graziana.

—Tenemos que confirmar si todos los Montés han sido parte de


esto —dijo Maurizio, el consigliere y representante de Santino— y
aprovechar que se encuentran en el país para que también reciban
su castigo por pentitos —añadió.

Filippo no dijo nada, pero yo noté que tal cosa le preocupó.

Desde que conoció a Dalia lo había visto muy interesado en ella,


así que entendí su aflicción. Además de que tampoco creía que ella
o sus padres supieran lo que María hizo. No eran tan estúpidos
como la mujer con el rostro deformado tirada sobre el heno en la
caballeriza donde estábamos.

—He hecho el trabajo de investigación por ustedes y puedo


asegurar que ni Paulo, su mujer o su hija saben lo que María hizo
—confirmó Grazia y vi el gesto esperanzador de Filippo—, pero
igual pueden hacer el suyo y confirmarlo —añadió.

—Puedo colaborar con eso —dije entonces viendo a Aleph.

—Hazlo —aceptó de inmediato— y tú le ayudarás, Filippo —


demandó y mi amigo asintió—. Desde ahora en adelante también
administrarás la compañía de madre mientras ella se recompone
un poco y la convenzo para que se vaya un tiempo a Londres.

—¿Y tú ya no irás? —preguntó Donato y miré a Aleph con


sorpresa, ya que desconocía que tuviese planeado viajar a Londres.

—No mientras Izan esté allá, él es capaz de hacerse cargo de


Joddy’s y también de Casa Gambino —aseguró y me observó
sincero.

Simplemente asentí en respuesta.

—Entonces, creo que ya hicimos aquí lo que debíamos y hemos


comprobado que Izan no ha traicionado la omertà —dijo
Geronnimo y me observó.

El viejo fue un gran amigo de padre, no solo su consigliere y de


cierta manera me sentí mejor al ver su mirada aprobatoria. Era
como si Alonzo Gambino me dijera a través de él que no me
torturara más, que me creían y podía caminar sin la preocupación
de que ellos fueran detrás de mí.

—Te puedo conceder unos minutos con ella, pero definitivamente


es mi derecho llevarme a esta zorra a mi territorio —dijo Grazia
hacia Aleph cuando los mayores se fueron.

Yo me quedé con el rostro y pose iracunda, demostrando que


hicieran lo que hicieran, no me importaba, pero sabiendo que al
salir de las caballerizas tenía que prepararme para el contraataque
que de seguro se me vendría encima.

—¿Qué dices, Izan? —inquirió Aleph con desafío y alcé la barbilla


para verlo a los ojos.

Sabía lo que hacía y lo que buscaba en mi mirada. Y a pesar de mi


gesto vacuo, reconocí que el latir acelerado de mi maldito corazón,
me daría más problemas que dejar a María a solas con Aleph. Giré
el cuello hacia los lados para aliviar un poco la presión que me
corrió del pecho a la mandíbula y traté de respirar profundo
cuando el aire comenzó a faltarme.

—Tómate los minutos que quieras, solo deja algo para Grazia, es
su derecho —dije y me di la vuelta para salir de ahí cuando sentí
un sudor frío en la frente.
Caminé a paso rápido fuera de ahí y al coger el blazzer saqué el
móvil para hacer esa llamada a la que tanto me negué, pero que ya
era más que necesaria y mientras esperaba a que me respondieran
respiré profundo, rogando para no desvanecerme.

—¡Izan! —gritó Filippo y llegó a mí de inmediato— Graziana le


arrancó la lengua a María —dijo y lo miré con sorpresa.

Vi cuando le abrió la boca, pero no creí que lograra tanto, por eso
me sentí inquieto cuando Aleph decidió quedarse con ella.

—Voy para ahí ahora mismo —dije a mi móvil cuando me


respondieron y corté de inmediato—. Llévame con Bianco, que lo
que Aleph y Graziana hagan de aquí en adelante ya no me interesa
—pedí a Filippo y este asintió preocupado.

Sabiendo al igual que yo, que mi peor maldición estaba de regreso


y temía que esa vez se quedara conmigo acompañándome hasta
mi último día.

____****____

Estaba en mi habitación descansando, escuchando música con los


audífonos puestos, pensando y analizando todo lo que se me venía
encima a partir de ese día. Había hablado con Essie minutos antes
y esa vez fui yo el que ignoró que estaba molesta por lo que María
le dijo. Hablaríamos cuando estuviéramos frente a frente, en ese
instante solo quise actuar como si nada pasara, tragándome su
indiferencia y aprovechando cada minuto que pudiera tener con
ella así fuera en la distancia.

Alcé la mirada hacia la puerta cuando esta se abrió y vi a Aleph


asomarse.

—He tocado varias veces, pero no atendiste —dijo cuando me


saqué uno de los auriculares de la oreja, explicando que entrara a
la habitación sin mi permiso.

—¿Qué necesitas? —inquirí.

—Me informaron que fuiste a ver a Bianco —señaló y bufé.


Antes podía mantener ciertas cosas solo para mí, pero al
convertirse Aleph en el nuevo Don de la familia, la situación había
cambiado según veía.

—Solo lo extrañaba —ironicé y me miró serio— ¿Necesitas saber


algo más? —cuestioné demostrándole que quería mi privacidad.

—Sal a la terraza —pidió volviendo a tener su actitud fría y se


adelantó sin que yo lo invitara a entrar a mi habitación.

Pero no me importó, simplemente cogí una playera y me la puse,


ya que me había metido a la cama solo en pantalón de chándal,
luego de llegar a casa y estar con madre un rato.

La pobre seguía inconsolable y solo con calmantes podía dejar de


llorar y dormir un poco sin que la pérdida de papá le afectara. Ya
Geronnimo le había informado que pude limpiar mi nombre y el
apellido de la familia y juró que ella jamás dudó de mí, asegurando
que padre tampoco lo hizo, pero sí se preocupó porque sabía lo que
se nos venía encima sino me daban la oportunidad de defenderme.

De cierta manera, escuchar eso de su boca alivió un poco mi pena


junto con la confianza que el consigliere de padre me demostró.

Cuando salí a la terraza encontré a Aleph con las manos


sosteniendo el pasamano de cemento, en una de ellas tenía un
cigarrillo electrónico que olía a menta y frutas y de inmediato me
transporté a años atrás. Tenía quince entonces, él se encerró en la
oficina con padre y dejó el aparato en una mesita de la sala; tuve
mucha curiosidad de saber a qué sabía el humo y lo cogí
llevándomelo conmigo a mi habitación.

Tosí como un imbécil con cada calada que di y cuando Aleph me


descubrió, se rio de mí, explicándome que lo hacía mal y
enseñándome la manera correcta de hacerlo. Y admito que lo que
me sorprendió más de esa vez fue que él en lugar de llamarme la
atención por lo que hice, me enseñó a hacerlo bien.

—¿Por qué no te has molestado conmigo? —le pregunté en ese


momento.
—Por supuesto que me he molestado —aseguró y lo miré con el ceño
fruncido—, pero no estoy aquí para juzgarte, Izan. Simplemente
quiero enseñarte a hacer las cosas bien, incluso las malas. Eso sí, no
vuelvas a hacer esto porque entonces me conocerás —advirtió
severo—. Solo quise que saciaras tu curiosidad conmigo cerca, ya que
no te induciré a que lo vuelvas a hacer y tú no tendrás la oportunidad
de nuevo de decirme que hiciste esto solo por saber qué se siente o, a
qué sabe —explicó y asentí.

No volví a fumar y él durante un tiempo no descuidó su cigarrillo


hasta que entendió que eso era algo que no me llamaba la
atención.

—¿Viste lo que Graziana le hizo a María? —inquirió Aleph


sacándome de mis pensamientos.

Lo miré por unos segundos al entender de qué me hablaba y tras


eso asentí.

—Ella se aseguró de tener toda la información que implicaba a


María con la policía y la Camorra antes de hacer eso, así que no me
importó cómo quisiera castigarla —expliqué lacónico y se irguió
en toda su estatura.

Aleph era unos centímetros más bajo que yo, su cabello rubio
oscuro cuando el mío era negro como la noche y sus ojos claros a
la par de los míos marrones. Éramos agua y aceite, sin embargo,
durante un tiempo nos complementamos como los mejores
compañeros, amigos y hermanos.

—Cuando María despertó y me vio frente a ella quiso hablarme,


decirme algo, pero no pudo, ¿sabes? —explicó Aleph y sonreí de
lado. Lo hice porque sabía que Aleph me estaba probando—. Iba a
quedarme con ella más tiempo con tal de que me escribiera, si era
posible, lo que fuera que me quería decir, pero esa calabresa puede
ser tan molesta como un grano en el culo y no me lo permitió
porque aseguró que le diste tu palabra para que se la llevara.

—Y la palabra de un Gambino pesa más que un contrato —le


recordé sardónico.
No me sorprendió para nada que Aleph me tomara del hombro
hasta dejarme frente a él y así poder poner una mano en mi pecho
y lo miré incluso más divertido y él comprendió la razón.

—¡Joder, Izan! Todavía sigo cuidando tu espalda —me dijo


frustrado y mi sonrisa se borró—. No soy tu enemigo, no tienes
por qué ocultarme nada —pidió y me alejé de él—. Soy tu
hermano, tu amigo y así me odies te juro que siempre te apoyaré
en todo y te protegeré.

—Me dijiste lo mismo años atrás —le recordé y palideció— y


terminé perdiendo a la mujer que amaba gracias a ti —añadí.

Aleph se alejó de mí y negó.

—Sabes cómo sucedieron las cosas —se defendió.

—Y por lo mismo no permitiré que la historia se repita —solté de


pronto y su rostro se giró hacia mí con sorpresa.

Vi en sus ojos miles de dudas y un montón de pensamientos


revolucionándole el cerebro.

—¿De qué hablas? —quiso saber.

—De que ya no soy aquel chico de dieciocho años, Aleph Gambino


—ironicé— y sé que tarde o temprano te vas a enterar, así que
mejor te lo diré yo directo a la cara —Decidí y lo vi tragar con
dificultad—. El día de la muerte de padre, el día que me atacaron,
yo no estaba solo, iba con mi novia y Graziana le arrancó la lengua
a María para proteger ese secreto —solté y por primera vez en
años, vi que mi hermano volvió a perder el color— y te juro por mi
jodida vida que si alguien vuelve a ponerla en peligro, entonces ya
no necesitaré de la calabresa para deshacerme del hijo de puta que
se atreva a ponerle una mano encima —zanjé tan seguro de mis
palabras, que Aleph tragó con dificultad.

—Así que esta chica al fin ha superado a Helena —dijo


tanteándome y me reí en su cara.

—Sí, Aleph. Essie Black Stone ha superado a Helena con creces —


confesé.
Y en ese momento fui yo quien le puso una mano a él en el pecho,
justo del lado de su corazón y me reí como un completo cabrón.
CAPÍTULO 15
No fue fácil estar en casa y tener que mentirles a mis padres, pero esperaba
haber hecho mi mejor actuación para no preocuparlos. Aunque, que tuviera el
corazón roto siempre sería motivo de alarma para ellos. Papá me quiso
convencer de no regresar a Londres luego de tres semanas que pasé en casa,
sin embargo, me apoyaron en mi decisión y me ayudaron a tener todo listo
para que Luna viajara esa vez conmigo.

—Iremos a verte pronto —aseguró papá al despedirnos.

—Cuéntame si decides darte otra oportunidad con ese chico —susurró


mamá en mi oído y le sonreí en respuesta.

Estando juntas me había hecho contarle todo sobre mi relación y lo hice


tal cual, solo omitiendo la última vez que estuve con Izan y el ataque al que nos
enfrentamos. Pero hablar con ella fue la mejor terapia, incluso decirle que a lo
mejor él solo veía en mí a su ex chica.

Dormir no fue tan fácil sin embargo, ya que por las noches las pesadillas
llegaban a mí, recordándome una y otra vez lo que tuve que hacer para salir
con vida y proteger a Izan mientras él me cuidaba a mí.

«Fue necesario», me repetí una y otra vez, aunque no me lo terminaba de creer


y me resultó bastante complicado acompañar a papá cuando me pidió que
fuéramos a tirar juntos, ya que cada vez que disparaba, siempre me imaginaba
a aquellos dos tipos.

Con Izan las cosas no marchaban tan bien y a mi regreso, sabía que debía
enfrentarlo de una vez por todas, ya que no quise hacerlo por teléfono y quería
respetar su luto además.

—¡Joder! Amo a este gato y su nombre —confesó Oliver, Luna estaba


echado en sus piernas, disfrutando de las caricias que mi amigo le hacía.

Había llegado al siguiente día de enterarse de que estaba de regreso en


Londres y se enamoró de Luna en cuanto lo vio, riéndose en el proceso por el
nombre que mi pasada yo le puso.

—No recuerdo por qué le puse así —dije riéndome.

Mi amigo lo hizo chiste, sin saber lo que iba implícito en esa confesión.

Dalia le había dicho que me marché en un arranque de enojo que tuve con
Izan, para castigarlo y no ponerle fácil que nos reconciliáramos y por supuesto
que Oliver me llamó para pedirme una explicación. En teoría tomé a bien
manejar el hecho de que Izan viera a su ex en mí, en la práctica me dolía que
eso fuera real.
—¿Invitaste a alguien más? —preguntó Oliver cuando el timbre de casa
sonó.

—No —aseguré.

—¿Y si es ese ejemplar italiano maravilloso? —inquirió con picardía y


rodé los ojos.

No lo creía, Izan todavía estaba en Italia.

Me apresuré a abrir la puerta al comprobar por la mirilla de que se trataba


de Dalia y me asusté al verla con los ojos hinchados y rojos igual que su nariz.

—¿Cariño, qué ha pasado? —dije y ella se lanzó a mis brazos.

Comenzó a llorar con desconsuelo y Oliver llegó a nosotras preocupado.

Terminamos de entrar y la llevamos al sofá para que tomara asiento,


Oliver corrió a la cocina a prepararle un té y yo me quedé con ella, dejando que
se desahogara como quisiera y dándole el tiempo para que pudiera hablar en
cuanto se sintiera lista.

—Tía Mari ha desaparecido —soltó y tanto Oliver como yo jadeamos con


sorpresa.

—¡Joder! ¿Pero cómo que ha desaparecido, amor? ¿Han ido ya a poner la


denuncia? —preguntó Oliver y ella comenzó a llorar de nuevo.

Como yo estaba a su lado me abrazó y sollozó en mi cuello y no sé si lo que


presentí fue debido a lo que viví con Izan o a saber que los Montés pertenecían
a la mafia, pero no me dio buena espina que María desapareciera.

—Viajamos a Italia para el velorio de Alonzo Gambino y quedamos de


reunirnos en el aeropuerto para volver a Londres, pero ella jamás llegó. Solo
nos envió un mensaje de texto pidiéndonos que nos adelantáramos, que ella
tomaría el siguiente vuelo y desde entonces ya no supimos más.

—¿Cómo que el velorio de Alonzo Gambino? ¿Hablas de los mismos


Gambino de la familia de Izan? —preguntó Oliver y yo asentí por Dalia— ¿Por
qué no sabía eso, Essie? —cuestionó preocupado y maldije.

—Cariño, prometo explicarte eso luego —le dije y señalé a Dalia,


diciéndole así que no era el momento adecuado para eso—¿Han avisado a las
autoridades? —le pregunté a nuestra amiga y volvió a sentarse bien para
poder vernos.

—Sí y papá ha viajado esta mañana a Italia, pero tengo miedo, Essie —
confesó y entendí la razón.
Sin embargo, se negó a hablar frente a Oliver y la comprendí. Los negocios
en los que su familia estaba implicada no eran algo de lo que se podía estar
hablando así sin más y fingió desconocer mucho de la situación para que
nuestro amigo no preguntara nada. Así que con él nos dedicamos a atenderla y
consolarla, hasta que le pedí que se fuera a mi cama y se quedara a dormir
conmigo.

Cuando logramos que se durmiera Oliver me interrogó sobre Izan y la


muerte de su padre y como ya se me estaba haciendo costumbre, le mentí
diciéndole que entre todo mi dolor por lo que me pasaba con mi chico, se me
pasó mencionarle tal cosa.

—Sé que hay algo más detrás de todo esto, no me creas tonto, amor —me dijo
luego de avisar que se marcharía, pero que estaría pendiente de nosotras.

—Oli, yo…

—¡Shss! No me digas nada —pidió—. Solo tómate tu tiempo y cuando


estés preparada sabes que estaré aquí para escucharte —aseguró y lo abracé,
agradecida con él por no presionarme.

Lo acompañé hasta la puerta y tras despedirlo fui a prepararme un té para


mí, ya que la noticia de la desaparición de María me puso con los nervios de
punta. No éramos unidas, pero creía que no era una mala mujer, incluso
cuando mamá me pidió que tuviera cuidado con ella luego de comentarle que
fue quien me dijo lo de Izan y Helena.

—Te acabas de ir y ya me extrañas —le dije a Oliver cuando acepté su


llamada.

—No es solo eso, necesito comentarte algo, pero no te alarmes, solo quiero que
tengas cuidado con esto —dijo y fruncí el ceño.

—Dime —pedí.

—Vi a un hombre frente al edificio de tu apartamento cuando llegué y ahora


que acabo de salir, está en el mismo lugar y no sé, con lo que ha pasado con María
sentí la necesidad de comunicártelo —soltó y mi cuerpo se puso rígido.

¿Era posible que la gente que nos atacó con Izan supieran ya de mí?

¡Puf! Era tonto de mi parte si quiera hacer esa pregunta.

Me acerqué de inmediato a la ventana y con cuidado vi hacia abajo,


buscando el lugar que Oliver me indicó y sí, comprobé que en efecto allí se
encontraba un tipo al cual logré reconocer de inmediato y, aunque el miedo
mermó, me preocupé igual.

—Gracias por avisarme. Estaré pendiente —fue todo lo que le dije a Oliver
y colgué.
Tras eso me fui a ver a la habitación para asegurarme de que Dalia seguía
dormida y en seguida le llamé a papá.

—Estrellita, me encanta cuando me hablas directo a mí y no solo a mamá —


dijo cuando aceptó mi videollamada.

—¡Jum! Te llamo tan seguido como a ella, papá —le recordé y me sonrió.

Estaba corriendo en su máquina de ejercicios y paró para coger una toalla


y secarse el sudor.

—A veces me gusta hacerte escenas de celos —confesó y me reí.

—Mejor guárdalas para mamá —recomendé.

—¡Puf! Mi amor, no sabes lo que estás pidiendo —señaló y me reí.

—Papá, iré directo al grano. —le dije luego y asintió— ¿Por qué uno de los
tipos que trabaja para ti está aquí abajo, cuidando mi apartamento como un
centinela? —inquirí y, ya que estaba bebiendo agua, se atragantó con ella.

—¡Mierda! —siseó y lo miré con los ojos entrecerrados— ¿Cómo lo


descubriste? Le pedí al imbécil que se escondiera bien

Aunque no me veía, me puse una mano en la cintura y esperé a que


respondiera.

Si bien era cierto, el tipo no es que estaba a la deriva, pero Oliver tenía un
buen ojo con los extraños y yo lo reconocí en cuanto mi amigo me dijo dónde
buscar.

—¿Qué pasa, papá? ¿Por qué pones a alguien para que me cuide? —quise
saber.

—Bien, Estrellita mía. Iré al grano igual que tú conmigo —dijo y me preparé
para lo que diría—. A pesar de todo eres mi hija y así tú nos reconozcas desde hace
poco tiempo, yo te conozco de toda la vida y hay muchas cosas en ti que no han
cambiado y sé que tu visita no se debió solo a que tienes el corazón roto —soltó y
suspiré.

—Aproveché la pelea con mi novio para ir a verlos y de paso traer a Luna


—dije y sonrió, no burlón sino más comprensivo.

—Y yo solo estoy cuidando a mi nena —aseguró y no alegué porque no era


justo.

Yo protegía a Izan con mi silencio y papá me protegía a mí al poner a uno


de sus hombres a vigilarme, así que estábamos mano a mano.
—Solo pídele que no se pegue a mí y que respete mi privacidad —le dije
entonces y me sonrió de lado.

—Te amo, cariño —dijo.

—Y yo a ti, papá —aseguré y corté la llamada.

Me senté en el sofá y Luna aprovechó para subirse en mis piernas. Pensé


en lo que estaba pasando y que tenía a un guardaespaldas que era más que
claro que le informaría a papá cada paso que diera. Eso me hizo plantearme
muchas cosas en mi vida e inevitablemente pensé en los hombres a los que
asesiné con tal de sobrevivir.

Tengo un guardaespaldas.

Le escribí a Izan tras segundos pensándolo.

Lo sé.

Fue su respuesta y me reí sintiéndome tonta, pensando en que ese chico


tenía más poder del que demostraba.

—¿Essie? —me llamó Dalia y me puse de pie para ir a la habitación.

La encontré sentada y llorando de nuevo.

—¡Joder, amiga! —dije y me senté a su lado para abrazarla.

—Fueron los N’dragheta —soltó llorando con desconsuelo y la miré sin


entenderle—. ¡Joder, Essie! Torturaron a Mari hasta asesinarla —confesó y me
quedé en shock.

Pero la escuché confesarme que me hablaba de una mafia de Calabria


reconocidos por ser sanguinarios a la hora de asesinar o castigar. Habían
interceptado a Mari justo cuando se conducía al aeropuerto y de allí se la
llevaron para torturarla hasta matarla, arrancándole la lengua y
desmembrándola para que no la encontraran fácilmente.

—¿Pero por qué le hicieron algo tan atroz? —pregunté sin poder entender
los alcances de ese mundo.

—No lo sé, cariño, eso es lo que papá está tratando de averiguar en Italia
—dijo sorbiéndose la nariz.

—Entonces… ¿Ya han recuperado el cuerpo? —cuestioné tratando de ser


cuidadosa.

—Sí, mamá viajará a España mañana para preparar el funeral y… —Se


llevó las manos al rostro y comenzó a llorar de nuevo.
Lloré junto a ella, consolándonos mutuamente, lamentando que María
hubiese tenido ese final. No se lo merecía, no era justo incluso cuando la mujer
sabía que estar en ese mundo implicaba correr ciertos riesgos.

Esa noche no pude dormir por pensar tantas cosas y analizar muchas
otras. Estaba viviendo situaciones para las que creí que estaba preparada, pero
tras asesinar a aquellos hombres y dudar del amor de Izan, me estaba
replanteando circunstancias en mi vida que no creí que eran necesarias hasta
que la muerte tan cruel de María me hizo tocar fondo.

Así que a la mañana siguiente me levanté con una decisión tomada.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Dalia, seguía triste, pero más


calmada que la noche anterior.

—Muy segura —respondí y asintió.

Tras eso llamé a William para avisarle que no podía presentarme más al
trabajo debido a que tuve que viajar a mi país y no volvería pronto. Obviamente
Izan había dejado todo arreglado para que no tuviera problemas al regresar,
pero dado que papá decidió ponerme un guardaespaldas, lo sucedido con
María y el ataque que sufrí con el pelinegro, consideré que lo mejor era poner
distancia con lo que tuviera que ver con la mafia.

Incluso si alejarme del mayor peligro era algo casi imposible para mí de
hacer.

Además, estaba protegiendo a Izan con esa decisión, puesto que si me


presentaba en Joddy´s Healthy Food, papá investigaría la compañía y con eso
descubriría que mi novio tenía una dudosa procedencia según sus estándares.

Y por supuesto que Izan me llamó cuando le notificaron mi renuncia, pero


me negué a responderle. Simplemente en ese momento quería estar en paz y
creer que lo que hice fue lo mejor para todos. Y deseaba acompañar a Dalia y a
su mamá también, pero con ella sucedería lo mismo que con Izan, papá la
investigaría y no quería exponerla de ninguna manera.

Así que aprovechando mi día libre fui a la escuela culinaria, un mes atrás
había pospuesto mi curso y era momento de retomarlo para volver a la
normalidad que no extrañaba, pero que necesitaba en ese instante.

—¡Lo siento! —exclamé junto con otro chico al unísono.

Iba tan distraída cuando llegué al Café de Oliver, luego de hacer lo que
tenía que hacer en la escuela, que no me di cuenta que justo cuando crucé para
entrar por la puerta, él iba saliendo y fue muy amable al sostenerme a mí, en
lugar de aferrarse al vaso de café que llevaba en su mano y que lo hice tirar con
mi descuido.
—Perdóname, en serio —dije avergonzada, llevándome una mano a la
boca porque a pesar de la situación, me dio risa.

—No te preocupes, es solo un café —dijo y negué.

Era una suerte que no se lo haya tirado sobre la ropa.

—Créeme, para mí no es solo un café. Y pienso que yo sí hubiera


reaccionado mal si tú me hubieses hecho tirar el mío —dije y medio sonrió.

Era un hombre bastante rudo, pero su sonrisa era cálida.

—¿Tanto así amas el café que no perdonarías un accidente? —inquirió y


asentí dándole una sonrisa divertida.

—Tanto así —confirmé. Alzó una ceja y me miró con diversión— ¿Me
permites reponerlo? —pedí y vi su intención de negar— Por favor, el dueño
del Café es mi amigo, así que no pienses que lo pagaré —dije.

Usaba gafas de sol, así que noté que miró al suelo solo porque inclinó la
cabeza, luego regresó su mirada hacia mí y bufó una sonrisa.

—Está bien —aceptó y medio aplaudí en un gesto de victoria, cosa que lo


hizo reír de verdad en ese momento, borrando todo rastro de frialdad en su
rostro.

Parecía de la edad de Oliver o de mi hermano, estaba barbado y tenía una


cicatriz en su labio superior que le quedaba muy bien, aunque la manera en la
que se la hizo hubiera sido dolorosa.

Era alto y delgado, pero atlético según lo que su suéter de lana y cuello alto me
dejó ver y cuando abrió la puerta para mí, noté tatuajes en sus manos.

—¿Puedo pedir por ti? —inquirí cuando entramos al Café.

Descubrí unos ojos claros viéndome cuando se quitó las gafas.

—Adelante —me animó y me acerqué al mostrador.

La chica detrás de él me sonrió y saludó amablemente, ya me conocía y


sabía que era la mejor amiga de su jefe, también era consciente de lo que me
gustaba tomar y le pedí que esa vez me preparara dos.

—Para llevar, ¿cierto? —pregunté al chico y él asintió—. Bien, dame


entonces uno para llevar y otro para beber aquí —dije a la chica.

El chico acomodó un poco su cabello rubio oscuro, desordenándolo más


que ordenándolo y sonreí en mi interior. Los hombres tenían bastante suerte
al no necesitar peinarse a diferencia de uno.
—¿Eres de por aquí? —cuestionó de pronto y no supe en realidad a qué se
refería, pero tampoco quise aclarar, solo me limité a darle una respuesta
general.

—No, en realidad, ¿y tú?

—Tampoco —dijo y asentí.

—¿Seguirás confiando en mi gusto por el café? —pregunté cuando la


chica llevó nuestro pedido.

—Por supuesto —aseguró y bajo su atenta mirada le quité la tapa a su


vaso y puse en su café una pizca de nuez moscada en polvo.

Oliver la había agregado en su menú gracias a mí y descubrió que muchos


eran fan del café con una pizca de esa especie. El desconocido frunció el ceño al
verme hacer eso, pero luego de eso negó y rio.

—Te prometo que te encantará —le dije y le entregué su vaso listo.

—No lo dudo si la recomendación viene de una amante del café —aseguró.

—De nuevo, perdón por lo del choque —dije y negó.

—Perdóname tú a mí —pidió, aunque lo dijo con una seriedad que me


resultó extraña—. Y gracias por reponerlo —añadió y alzó el vaso.

—Cuídate —dije a modo de despedida cuando lo vi con la intención de


marcharse.

Asintió en respuesta y dio unos pasos alejándose de mí, yo me giré hacia


mi café para prepararlo igual que como se lo preparé a él.

—¿Disculpa? —Lo escuché decir cuando iba llegando a la puerta y giré el


rostro para verlo— ¿Cómo dijiste que te llamabas? —preguntó usando una
táctica para conseguir mi nombre muy básica, aunque graciosa.

—Jamás te lo dije —respondí y le sonreí diciéndole así que tampoco se lo


diría en ese instante.

—Bien jugado —aceptó y sonrió para luego continuar con su camino.

Lo vi marcharse y no dejé de sonreír, ya que ese extraño sin proponérselo,


me ayudó a despejar mi mente de un momento bastante complicado por el que
estaba atravesando. Y mientras levantaba mi taza de café para dar un sorbo,
pensé en que a veces había personas que tenían el mismo efecto de un café
caliente y bien cargado por las mañanas.

Te recargaban de energías.
CAPÍTULO 16
Me la pasé el resto del día en el Café de Oliver, incluso le ayudé a
preparar algunos platillos y le enseñé a hacer otros nuevos.
Estando en la cocina recordé por qué elegí dedicarme a eso:
cocinar me calmaba la mente, me relajaba de una forma
inexplicable.

Sentía paz, la que necesitaba en un momento de caos como


ese.

Incluso pude soportar que Oliver hablara de lo que pasaba con


María y lidié con su preocupación hacia nuestra amiga. Y,
aprovechamos un descanso para hablar con ella y lloramos juntos
cuando decidió confesarle a Oli que habían encontrado el cuerpo
de su tía, y que esa noche viajaría a España con su madre para
darle pronta sepultura.

María no se merecía un final como ese y me dolió pensar en que, a


pesar de que tuve celos de ella en su momento y me lastimó lo que
me confesó de Izan, me dolía más su muerte.

Y por supuesto que Oliver decidió aprovecharse también de mi


compañía para interrogarme sobre lo que pasaba con Izan, le dije
lo de la muerte de su padre, aunque mentí con las circunstancias
que nos llevaron a separarnos. Amaba a mi amigo y confiaba en él,
pero había cosas que superan la confianza y por lo mismo decidí
callar.

—¿Y pudiste ver al tipo que te mencioné ayer? —dijo mientras


yo salteaba unos espárragos.

—Ajá, es un guardaespaldas que mis padres me han puesto —


solté y escuché que dejó unos platos sobre el lavabo con mucha
brusquedad.

—¿Cómo que guardaespaldas? ¿De quién carajos eres hija? —


preguntó con dramatismo y me reí.

—Mis padres son empresarios, Oliver. Papá maneja una


cadena de clubes a nivel nacional en Estados Unidos y mamá es
muy famosa en el mundo de la floricultura internacional, pero
sabes en qué son más famosos ambos… en la paranoia —le
expliqué tras unos segundos para darle énfasis a lo que diría y me
reí de su cara—. No me han puesto guardaespaldas por nada en
especial, solo quieren evitar que cualquier cosa me pase y deseo
hacerlos felices así que, mientras ese tipo no se meta con mi
privacidad y espacio personal, puede cuidarme de las moscas si así
mis padres van a estar tranquilos —señalé y lo vi más conforme.

—Eres una cajita de sorpresas, amor —comentó y me tensé.


Ya que, que dijera eso me hizo pensar en el atentado que sufrí con
Izan semanas atrás.

Cuando la noche llegó Oliver se encargó de llevarme a mi


apartamento. Mi intención no era estar todo el día fuera, pero
estando en el Café comprendí que necesitaba desconectarme de
todo y perderme en la cocina me ayudó con eso.

Mi teléfono había estado en modo avión todo el día y solo lo


activé para hablar con mis padres, obviando la cantidad de
mensajes que recibí en el momento que me puse en línea. Y tras
despedirme de Oliver y caminar hacia mi apartamento volví a
activarlo y solté el aire cuando las notificaciones volvieron a llegar
como ráfagas.

Estaba haciendo sufrir a Izan y no me sentía una buena


persona con eso, era injusto de mi parte perderme sin darle una
explicación, pero juro que cuando me levanté esa mañana no
podía y sabía que diría o haría cosas injustas para ambos en ese
momento, así que lo mejor era esperar.

Al entrar a mi apartamento Luna corrió a recibirme y así no


pudiera hablarme o le diera lo mismo si estaba o no en casa, le
pedí disculpas como si se tratara de un bebé al cual abandoné
durante todo el día. Estuve sin él por mucho tiempo, así que debía
volver a acostumbrarme y a recordar que ya no era solo yo y tenía
que ser más cuidadosa y no dejarlo solo.

—Mami es mala, ¿cierto? —le dije hablándole con voz


chiquita y rascándole justo por debajo de su dije de media luna.

—Muy mala —respondieron detrás de mí y chillé al girarme


haciendo que Luna huyera y dándome cuenta de que no cerré la
puerta.
Pero más me sorprendí al encontrar a Izan bajo el marco,
vestido con ropa deportiva negra, con los brazos cruzados a la
altura del pecho y apoyado en la madera con uno de sus bíceps,
usaba una gorra con la parte delantera hacia atrás y sonreía
divertido. Imaginé que escuchó todo lo que dije a Luna para que
me perdonara y por eso se burlaba de mí.

Me llevé las manos al pecho tratando de calmar mi corazón y


no solo por el susto que acababa de darme sino también por la
emoción que me provocó verlo de nuevo, sano, a salvo y sonriendo
con esa picardía que lo caracterizaba, dejando de lado para mí su
postura de chico malo y deleitándome con la ternura que me hizo
enamorarme de él.

Tenía tres semanas de saber de él solo por mensajes de texto o


llamadas, sin poder verlo o tocarlo, teniendo dudas sobre el rumbo
que estaba tomando nuestra relación y lamentándome porque yo
lo amaba, pero él solo amaba el recuerdo que le provocaba sobre
su difunta novia. No obstante, al tenerlo a dos pasos de distancia,
sentí que el aire me faltaba y así mi sangre corriera caliente, las
manos se me congelaron.

¡Jesús! Izan me provocaba una adrenalina que amenazaba con


detener mi corazón en cualquier momento.

—Estás más delgado —dije, siendo lo único que pude


procesar y me sonrió sin mostrar los dientes.

Sí, estaba más delgado, pero no perdió músculo, quizá solo


grasa e intuí que la culpable era la tristeza por la que atravesaba al
perder a su padre sin poder demostrarle que jamás lo traicionó y
que contrario a eso, fueron a ellos a quienes los traicionaron.

—Y tú más hermosa, aunque hueles a comida —señaló y cerré los


ojos, riéndome, negando y queriendo llorar.

—¡Carajo, Izan! Cómo te he extrañado —le dije cediendo en


ese instante.

Y noté que eso era todo lo que él necesitaba para entrar a mi


apartamento, cerrar la puerta y dar esos pasos que nos estaban
separando.
Me mordí los labios e hice un gesto lastimero, aunque no
perdí la sonrisa, solo alcé la cabeza para poder verlo cuando
estuvimos a milímetros.

—¿De verdad lo has hecho? —inquirió y me tomó de la


barbilla con delicadeza.

Olía fantástico e inspiré para embriagarme con su aroma.

—Demasiado para mi gusto y muy poco para tu ego —


aseguré.

—¡Joder, Essie! —exclamó y gemí cuando unió su boca a la


mía.

En el instante que nuestros labios se juntaron, sentí una


punzada en el pecho, pero no era ningún ataque cardíaco, aunque
lo pareciera, era más bien la adrenalina queriendo explotar en mi
interior, los nervios que Izan me provocaba y esas mariposas
alocadas volando de un lado a otro en mí. Sentir su calidez era
único, su lengua buscando la mía algo inefable.

Yo sabía que necesitaba de sus besos, pero nunca imaginé que


fuera con tanta urgencia. Y teníamos que hablar, aclarar muchas
cosas y decidir otras, aunque con tal de seguir probándolo de esa
manera, no me importó dejarlo para después. Así que llevé las
manos a su nuca y tomé el control de ese beso, lamiendo y
mordiendo esos labios suaves y carnosos; succioné su lengua
imaginando cómo sería hacerlo en otra parte de su cuerpo y jadeé
en cuanto mi mente me hizo verme desnuda con él en la cama,
perdiéndonos en nuestros cuerpos y demostrándonos el fuego que
éramos capaces de crear juntos.

—Te amo a ti, Essie —dijo de pronto sobre mis labios y traté
de alejarme, pero Izan volvió a besarme sin querer darme
tregua—. Quiero que lo tengas claro siempre —añadió y llevé las
manos a su pecho para separarlo de mí.

—¿Por qué me dices esto? —pregunté y jadeé intentando


recuperar el aire que me robó con ese beso.

—Porque sé lo que te dijo María —confesó y lo miré con


sorpresa— y no te voy a negar que al principio busqué a Helena en
ti, porque así te lastime, prefiero hacerlo con la verdad y no con
mentiras o permitiendo que imagines lo que no es —siguió.

Y vaya que tenía razón, porque sí me dolió que aceptara tal


cosa, aunque también admiré que tuviera los cojones de aceptarlo
sin temor a lo que pensara o le dijera.

—Pero me enamoré de ti, Essie Black, de quién eres y te juro


por mi vida que así volvieras a nacer de nuevo, me tendrías a tus
pies siempre —Tragué con dificultad y no supe qué decirle.

Durante esas semanas pensé en terminar con nuestra


relación, ya que no me sentía cómoda después de lo que María
dijo. Y no me acobardó saber quién era él en realidad o lo que hacía
su familia, sino más bien quise darme por vencida porque no
estaba dispuesta a luchar contra un fantasma del pasado, puesto
que sería difícil intentar superar a alguien que lo marcó y lo dejó
porque los obligaron, no porque dejaran de amarse.

—¿Entonces no amas lo que tengo de Helena? —dije sin estar


segura de haber formulado bien esa pregunta.

Izan me acarició los labios y luego sonrió negando y


besándome en la frente.

—Tú no tienes nada de Helena —aseguró— y ahora mismo


no sé si sentirme como un cretino por estar feliz de eso y amarte
de esta manera, Essie Black —aseguró.

Alcé la mirada para verlo a los ojos y juro que me perdí en él.

—Eres todo lo que nunca esperé, Izan Gambino —confesé.

Y en ese momento fui yo la que busqué su boca,


prometiéndome que después de hacer el amor con él, hablaríamos
lo que hacía falta aclarar entre nosotros, mas en ese instante solo
quería que recuperáramos el tiempo que nos robaron.

Y por su acción supe que Izan también buscaba eso, ya que de


inmediato me cogió de donde se unían mis piernas con las pompas
y me hizo engancharme a su cintura, pero ambos estábamos
urgidos, puesto que ni siquiera llegamos a la habitación, sino que
nos quedamos en la sala y agradecí que esa mañana decidí usar
una falda y eso me permitió solo quitarme la blusa.
Izan se sentó en el sofá grande acomodándome a horcajadas
sobre él, bajó una copa de mi sostén y yo le quité la gorra para
enterrar los dedos en su cabello y gemir al sentir su lengua
jugando con mi pezón, me restregué en su pelvis sintiendo su gran
erección rozándome donde tanto lo necesitaba y aliviada de que su
pantalón de chándal fuera oscuro, puesto que no dudaba que mi
humedad fuera a quedar expuesta en su ropa.

—Dejemos los juegos para después —suplicó y me mordí el


labio al verlo desde mi posición.

¡Mierda! En ese instante descubrí que ese hombre me


calentaba solo con sus gestos seductores, pues me fascinaba la
manera que tenía de poder lucir tan tierno y sexi a la vez.

—Por favor —concedí y a duras penas logró sacar su billetera


y de ahí un preservativo.

Bajó la cinturilla elástica de su pantalón junto con el bóxer para


liberar su falo y por mero instinto me lamí los labios. Con Izan mi
timidez huía y se exponía una lujuria que no creí tener; me levanté
un poco para permitirle colocarse el preservativo y un arranque de
excitación me recorrió el cuerpo entero cuando hizo a un lado mis
bragas y me humedeció más con su saliva.

—¡Joder! —exclamé sintiéndome poseída y le mordí el labio,


halándoselo y chupándoselo a la vez, luego cogí su falo y lo
acomodé en mi entrada.

Penetrarme con eso no era cosa fácil, pero sí demasiado


placentero y, aunque me tocaba ir lento para acostumbrarme a su
tamaño, sentirme completamente llena de él activaba mi frenesí.

—¡Jodida mierda, Essie! —gruñó cuando lo saqué unos


centímetros y luego volví a meterlo en mí.

—¿¡Qué demonios me haces!? —le pregunté porque ni yo me


conocía cuando estábamos así.

—Solo te acoplo a mí —explicó y no lo dudé.

Pues Izan solo me tomó de las caderas y eso me bastó para


saber qué hacer. Me moví de adelante hacia atrás, arrancándole
gruñidos y ni siquiera ver a Luna acercarse por la cocina bajó esa
calentura que tenía. Izan medio se rio de mí cuando cogí mi blusa
y se lancé a mi gato para que huyera de ahí.

—No te rías —le dije, pero yo lo estaba haciendo también.

—¡Mierda, sigue así! —pidió de pronto cuando comencé a


moverme de arriba hacia abajo.

Lo cogí de la nuca y juntos olvidamos la interrupción de Luna,


metiéndonos en un vaivén sincronizado en el instante que Izan se
balanceó con sus piernas para ir a mi encuentro.

Gemí fuerte en el instante que su mano se fue hacia mis


nalgas y subió la falda hasta mi cintura, corriéndome un poco más
las bragas para así acariciarme atrás con su dedo. Me mordí el
labio para no gritar, me fascinaba esa manera suya de hacerme el
amor y follarme a la vez. Era como si ese hombre me conociera tan
bien y supiera a la perfección cuándo ser dulce conmigo y cuándo
volverse perverso.

—Te encanta, ¿cierto? —inquirió todo socarrón sabiendo que


mis gestos le daban una respuesta más clara.

Presioné mi frente a la suya y cambié los movimientos


volviendo a hacerlo de adelante hacia atrás, empalándome hasta
la empuñadura con su falo y con su dedo a la vez. Abrí la boca
sobre la suya, tragándome su aliento y tragándose él el mío; lo que
me estaba provocando era tan increíble, tan intenso, que ni
siquiera podía emitir sonido alguno.

—¡Puta madre, Izan! —gruñí con el placer concentrándose


todo en mi vientre.

—Necesitas otro, amor —aseguró y solo pude abrir la boca sin


emitir palabra cuando otro dedo se unió al que ya tenía dentro de
mí.

Mis movimientos se intensificaron junto con el placer, el


sudor ya nos recubría a ambos y cuando Izan aligeró esos
movimientos atrás de mí y me empaló con más fuerzas, me fue
imposible seguirme conteniendo y grité su nombre una y otra vez.

Corriéndome con un orgasmo que me pareció interminable


hasta que él también lo hizo, abrazándome con más fuerza e
intentando impregnarme en su piel. Y no estoy segura si esa
intensidad que experimentamos se debía solo al orgasmo o
también al hecho de que nos estábamos reencontrando y a que creí
fervientemente en sus palabras sobre que me amaba a mí y no a
ningún recuerdo.

____****____

Era justo la una de la madrugada cuando tanto Izan como yo


terminamos exhaustos, habíamos tomado una ducha juntos y
estando en el baño le pedí que me dejara probarlo. Recordar sus
gruñidos de placer y sus duros pero hermosos gestos de gozo
todavía me seguían poniendo de una manera increíble y comprobé
que en definitiva, ya era adicta a ese hombre porque me fascinaba
todo lo suyo.

—¿Tienes sueño? —preguntó en voz baja, su tono tendía a


enronquecer cuando me hablaba así y ese sonido tocaba cada
partícula de mi cuerpo, encendiéndome en un santiamén.

—¿Me quieres seguir follando? —pregunté.

—¡Joder! ¿¡Qué hiciste con mi chica tímida!? —preguntó con


diversión y, ya que estábamos sobre nuestros costados, viéndonos
frente a frente, me mordí el labio y cogí su erección.

—Pregúntale a él, creo que se la comió —dije y escuchar su


carcajada fue como música relajante para mis oídos.

Me reí cuando me haló hacia él y lo abracé de la cintura en


cuanto se tumbó sobre su espalda y me metió en su costado.

En ese instante pensé en que no había estado respirando bien


mientras estuvimos separados y yo con mis confusiones, ya que
en ese momento me era más fácil hacerlo y disfrutaba de cada
exhalación como si estuviese inspirando aire puro.

—¿Ladrón de recuerdos? —dijo de pronto y lo vi tomar el


libro que estaba en mi mesita de noche.
—Hasta hoy, mi libro favorito —expliqué.

—¿Termina bien?

—No lo sé, depende. Si eres de los que se pone triste con las
pelis románticas, entonces creo que el final te destrozaría —me
burlé.

Me reí cuando me tumbó en la cama y se colocó sobre mí. Puse las


manos en su pecho para apartarlo y me llamó la atención que casi
siempre que estaba conmigo o que estábamos en esa posición, el
corazón de Izan se sentía muy acelerado.

—¿Estás nervioso? —le pregunté todavía riéndome y me miró


frunciendo el ceño— Tu corazón late como si acabaras de correr
una maratón —expliqué y volvió a acostarse, llevándome a su
pecho.

—¿Sería muy cursi decirte que solo se pone así cuando te


tengo cerca? —inquirió y pegué una carcajada.

—Demasiado cursi y lamentaría que pierdas frente a mí tu


imagen de chico cabrón —lo chinché y vi su pecho subir y bajar
cuando se rio de lo que dije.

Luego de eso ambos nos quedamos en silencio y nos sumimos


en nuestros pensamientos hasta que lo sentí suspirar.

—Te he necesitado como no tienes una idea, pequeño Ónix —


me dijo y tuve miedo de que la magia que estábamos
experimentando se acabara.

—Hubiera querido estar a tu lado en el sepelio de tu padre y


acompañarte en todo lo que has tenido que hacer —le dije y bufó.

—No, amor, yo no te quiero ni querré a mi lado en momentos


como esos —confesó y busqué su rostro para verlo y que me
explicara bien eso antes de imaginarme otras cosas.

—¿Siempre será así? ¿Solo podré estar contigo en los buenos


momentos, pero no en los malos? —dije y me senté en la cama.

Al parecer sí era hora de dejar la magia que nos había estado


envolviendo.
Lo vi ponerse de pie y buscar su bóxer, tras eso se lo puso,
pero durante todo ese tiempo mantuvo su ceño fruncido y
pensativo; era como si se debatiera entre seguir hablando con la
verdad o comenzar a mentir para que dejara de joderlo con ciertos
temas.

—Essie, te juro que mientras pueda, te hablaré siempre con la


verdad sin llegar a exponerte —comenzó a decir y volvió a la
cama, pero se quedó sentado, acomodando la espalda en el
respaldar.

—¿Tan malo eres o es lo que hiciste en tu estadía en Italia? —


pregunté y mientras sonrió lacónico, también negó.

—Puedo ser bastante cabrón cuando saben llevarme a mi


límite, Essie Black —aseguró y no sé por qué razón mi corazón se
aceleró al escucharlo.

«No te diré que Izan es una santa paloma, Essie, el tío tiene su
lado oscuro y ha hecho cosas terribles también, pero ahora sí te puedo
asegurar que lo ha hecho porque le ha tocado hacerlo. Su hermano en
cambio nació para disfrutar la maldad y si tu chico es terrible, te juro
que su hermano es despreciable».

Las palabras de Dalia llegaron a mi cabeza de inmediato y me


estremecí. Eso era algo en lo que no quise pensar porque me
resultaba más fácil seguir recordando al Izan dulce que mostraba
frente a mí, pero no podía seguir tapando el sol con un dedo.

—Diste con la persona que te traicionó —le dije, recordando


que me lo confirmó en una llamada que tuvimos— ¿Qué hiciste
con ella? —me atreví a preguntar.

Había estado viendo hacia abajo, pero justo al terminar de


hacer esa pregunta me miró a mí de una forma oscura y bastante
siniestra para ese rostro tierno.

—Se hizo lo que se hace con cualquier pentito, Essie. Hice lo


que hubieran hecho conmigo sino me hubiese podido defender —
aseguró y tragué con dificultad.

Y de pronto mi cabeza se vio inundada con los recuerdos de


conversaciones pasadas que me erizaron la piel y me hicieron
tragar con dificultad.
«Tía Mari ha desaparecido».

«Viajamos a Italia para el velorio de Alonzo Gambino y quedamos


de reunirnos en el aeropuerto para volver a Londres, pero ella jamás
llegó. Solo nos envió un mensaje de texto pidiéndonos que nos
adelantáramos, que ella tomaría el siguiente vuelo y desde entonces
ya no supimos más».

«¡Joder, Essie! Torturaron a Mari hasta asesinarla».

«¿Pero por qué le hicieron algo tan atroz?»

«No lo sé, cariño, eso es lo que papá está tratando de averiguar en


Italia».

«Te amo a ti, Essie. Quiero que lo tengas claro siempre».

«¿Por qué me dices esto?»

«Porque sé lo que te dijo María».

Me bajé de la cama de inmediato y comencé a negar sin


importarme mi desnudez, mi cuerpo se volvió helado y no sabía ni
cómo pronunciar palabra alguna hasta que me golpeé la cabeza
con una palmada en un gesto de desesperación y luego me cubrí la
boca.

—No fueron los N’dragheta —dije llorando y con la voz


amortiguada por mis manos.

Negué incrédula cuando Izan se quedó en silencio, serio y sin


una pizca de arrepentimiento en ese rostro que ya no era más
dulce, pero sí muy frío.

—¿Asesinaste a Mari? —pregunté con voz lastimera.


CAPÍTULO 17
La verdad es que no sé ni por qué razón hice esa pregunta cuando todo estaba
más que claro. A lo mejor fue la necesidad de comprobar si Izan me diría la
verdad incluso sabiendo que lo nuestro podía irse al carajo o, mi última
esperanza de comprobar que él no era como Dalia dijo.

—No la asesiné —aseguró y la sinceridad en sus palabras la sentí en cada


poro de mi piel—, pero eso no significa que no estuve implicado en su
desaparición o que desconozca qué o quiénes hicieron lo que le hicieron —
añadió con tranquilidad, como si estuviéramos hablando de un objeto y no de
una persona.

—Pero María era tu amiga —dije tratando de buscar alguna pizca de


arrepentimiento en él.

No hubo nada de eso.

—No, Essie. Yo no tengo amigos y ella era una traidora que merecía cada
cosa que le sucedió —aseguró y lo desconocí totalmente—. Ya que no solo me
falló a mí y te puso en peligro a ti, sino que jugó a la inteligente vendiéndole
información nuestra a la Camorra y a la policía y, gracias eso mi padre murió,
me vi obligado a exponerte y consiguió que un capo de los N’dragheta fuera
apresado —aseguró—. María sufriría el mismo destino por mi mano o por la
de otra persona.

Me quedé sin palabras, pensando en todo y nada a la vez.

Busqué una bata de satén para cubrirme y traté de respirar con control
porque saber todo eso era algo que no esperaba.

E Izan fue muy inteligente al quedarse en silencio mientras yo procesaba


todo y me senté en la silla de mi escritorio, negando y recordando a María.
Luna entró a la recámara y vi cuando buscó a Izan en la cama, él lo acarició y
miró con detalle su dije, luego de eso se salió de la cama con mi gato en brazos
y lo sacó de la habitación para luego cerrar la puerta y a continuación llegar
hasta donde me encontraba.

—Odio que me veas así, Essie, pero te prometo que así me duela, no voy a
mentirte y prefiero que me ames o me dejes, mas siendo quien soy, no
fingiendo ser alguien totalmente diferente contigo solo para que me aceptes
—aclaró.

—Pero eres tierno conmigo, dulce e inocente. Alguien totalmente


diferente al hombre que es capaz de torturar y desmembrar a una mujer
porque así no lo hayas hecho con tus propias manos, lo hiciste solo con estar
de acuerdo —le dije y le permití que me tomara del rostro.
—Soy así contigo sin ocultarte cómo soy con otras personas, Essie. Tú no
ignoras esa parte de mí y lo sabes porque te lo digo a la cara, amore. Soy el hijo
de un Don de la Cosa Nostra, el rastreador de la mafia. Asesino sin piedad a
quien se lo merece y no me arrepiento y lo haré una y otra vez si es para
protegerte a ti y no me importa que me creas un cretino por eso —sentenció y
tragué con dificultad—. María se aprovechó de mi bondad, me traicionó, mató
a mi padre con sus mentiras, te expuso al punto que tuviste que asesinar y de
paso te dijo cosas sobre mí para poner en duda mi amor por ti y si no la maté
con mis propias manos, fue porque le debía eso a alguien más, pero lo habría
hecho sin ningún problema —aseguró y me puse de pie para apartarme de él.

Qué idiota fui al pensar que alguien que fuera parte de la mafia pudiera ser
un inocente.

—¿Qué pasará con Dalia y su familia? —inquirí caminando de un lado a


otro y lo vi erguirse en toda su altura.

—Los estamos investigando y si resultan ser parte del boicot que inició
María, correrán el mismo destino —soltó sin más y negué.

—Dalia es mi mejor amiga, no voy a permitir que la dañes —aseguré y lo


vi buscar su ropa para vestirse.

—Lo siento por ti, pero no cederemos en esto y así yo lo haga por
complacerte, ni mi familia o los N’dragheta les dejarán pasar la traición. La
mafia no se maneja así, Essie. Aquí no existe la clemencia y menos las
segundas oportunidades.

—¿Cómo voy a ver a Dalia o a consolarla sabiendo lo que sé? —pregunté


desesperada y se encogió de hombros.

—Piensa en que solo hice lo que hice para limpiar mi nombre y así poder
ser libre para verte y amarte sin impedimentos —explicó y me mordí el labio
cuando el llanto me obligó a hacer un puchero— y te juro por mi vida que
llegaré al fondo de todo para comprobar que ni tu amiga ni su padre tienen
algo que ver con lo que hizo María, mientras tanto estará a salvo —añadió y
me alejé cuando se acercó a mí.

Me llevé las manos a la cabeza y enterré los dedos en mi cabello, frustrada


y desesperada. Habló de asesinar a mi amiga con el rostro frío y no lo soporté.

—Dejé el trabajo en la fábrica porque sé que mis padres van a investigar


todo de ella y darán contigo —le expliqué.

—Lo sé, pero no era necesario que lo hicieras. Tu padre ya me está


investigando, Essie —confesó y lo miré con sorpresa—. No me gané mi título
solo por ser hijo de una familia influyente —aclaró y reí irónica—. Sé muy bien
quién es Darius Black, quién es su hermana y el poder que manejan—confesó y
eso me asustó—. He hecho mis matemáticas así como ellos hacen las suyas y
ahora mismo tus padres ya saben que tu novio te ha buscado y por el tiempo
que llevo aquí, imaginarán que nos hemos reconciliado —añadió y tuve miedo
de él.

—Necesito que te vayas de aquí —pedí y me miró sin comprenderme del


todo—. Necesito que nos demos un tiempo, Izan.

—¿¡Qué!? —inquirió asustado y alcé las manos para que no me tocara.

—Sé que me has dicho todo lo de María, Dalia y su familia porque confías
en mí y sabes bien que no voy a fallarte en eso —aclaré y negó—, pero acabo
de descubrir que hay verdades que es mejor no saberlas y las tuyas son unas de
esas —solté y vi la tristeza que opacó sus hermosos rasgos.

—¿Me estás terminando porque te he sido sincero? —inquirió sardónico,


con dolor y vi que sus ojos se pusieron brillosos.

—Te estoy terminando porque no puedo con tus verdades en este instante
—confesé y sin vergüenza alguna dejó escapar sus lágrimas.

—¡Joder! No puedo creerlo —dijo herido y cerré los ojos dejando que mis
lágrimas siguieran corriendo libres.

Se quedó en silencio unos segundos, a lo mejor esperando a que me retractara,


pero no lo hice ni lo haría en ese momento.

—Bien, será a tu manera entonces —concedió—. La única satisfacción que me


queda es que no te pierdo porque sea un puto mentiroso, Essie Black —zanjó y
se limpió las lágrimas con brusquedad—. Eres demasiado importante para mí
como para mentirte, Estrellita y te juro que puedo comprenderte, pero no voy
a esperar a que me sigas dañando con tus inseguridades—soltó y cerré los ojos
con fuerza cuando se de dio la vuelta, tomó sus zapatos y salió de la
habitación.

Y desee correr detrás de él para detenerlo, pero en ese momento mis pies
no me respondieron y me anclé en mi lugar, llorando y pensando en todo lo
que me había dicho, deseando que alguien me dijera si estaba haciendo bien o
errando al dejarlo marcharse.

—Izan —susurré cuando escuché el portazo de la puerta principal y me


cubrí el rostro, cayendo de rodillas al suelo.

Lo amaba como nunca amé a nadie, pero había entrado en un momento de


mi vida donde todo me abrumó.

¡Joder! Era la primera vez que me enamoraba y no había tenido novio


antes, así que pensaba en que hubiera sido más fácil para mí vivir mi primer
amor con alguien normal, pero no, todo me llegó de golpe, rápido e intenso.
Pues me enamoré muy pronto de un chico que me enloqueció con su rostro
dulce, mirada tierna, sonrisa pícara y acciones perversas.
Un hombre que el peligro no lo llevaba solo en el aura, no. Izan Gambino
era peligro real, de ese que torturaba, asesinaba y despedazaba si lo llevaban a
su límite como me aseguró. Era en efecto, un lobo vestido de oveja.

—Maldita sea, Luna —le dije a mi gato cuando entró a mi habitación y


corrió a mis piernas al verme en el suelo.

Lo cogí en brazos y lo abracé, diciéndole todos mis miedos, explicándole


que no quería dejar a Izan, pero que tuve miedo de él en cuanto me dejó ver su
verdadera esencia y no supe cómo reaccionar, sabiendo a ciencia cierta que me
arrepentiría de lo que hice, mas ya no habría vuelta atrás.

____****____

Una semana después de mi reencuentro y despedida con Izan me sentía como


una zombi. Y trataba de mantenerme ocupada para no pensar en él, pero
incluso haciendo lo que tanto amaba como cocinar, el pelinegro no salía de mi
cabeza por más que me esforzara en sacarlo.

Dos días después de pedirle tiempo me arrepentí, pero no lo busqué


porque no iba a jugar con él de esa manera, ya que la verdad es que estaba en
un momento donde ni yo sabía lo que quería y no arrastraría a nadie conmigo
y mis inseguridades.

A veces me metía a nuestro chat y comenzaba a escribirle que lo


extrañaba, que necesitaba verlo y perderme en sus brazos, pero de inmediato
borraba aquello y me salía de las conversaciones con él al verlo en línea. Me
sentía como si me observaba y me daba vergüenza.

Las clases en mi nuevo curso habían dado inicio y me reencontré con


compañeros que me hicieron un poco más fácil el día a día y cuando terminaba
ahí, me refugiaba en el Café de Oliver, al pobre hasta le daba vergüenza, ya que
prácticamente estaba trabajando para él, pero sin devengar un sueldo.

—Essie, ven un momento —me pidió Oliver.

Estaba enseñándole a la chica de cocina una manera más fácil de cocer los
huevos para los emparedados y me lavé las manos para seguir a mi amigo
hacia el mostrador del Café.

Lo encontré hablando con un señor que lucía bastante elegante para un


lugar tan modesto y normal como el Café A Little Peace, pero él lucía bastante
cómodo y amable al hablar con mi amigo.

—Al fin, señor Llanerch. Le presento a la causante de su orgasmo oral —


Mis ojos se abrieron enormes al escuchar a Oliver decir tal cosa y me sonrojé
con vergüenza ajena—. Ella es mi mejor amiga Essie Black, la creadora de ese
platillo que lo tiene loco.

—¡Dios! Perdónelo por eso —supliqué al tenderle la mano y el señor se


puso de pie tomándola en el proceso.

—Él lo dijo, no yo. Así que deja de regañarme, amor —pidió Oliver y
sonreí avergonzada.

—No te miente, así que tranquila —pidió él con diversión—. Soy Erick
Llanerch y es un placer conocer a semejante chef tan talentosa —halagó y
sentí cierto orgullo cuando se refirió a mí de esa manera.

—Se apellida como mi escuela —comenté.

—Así que te graduaste en Eckington Llanerch —dedujo y asentí—. Con


razón posees ese gran don.

—Déjeme adivinar… usted o su familia son parte de la escuela culinaria —


inquirí y me sonrió.

Parecía tener la edad de papá y lucía bastante cuidado y guapo como mi


progenitor.

—La fundaron mis abuelos, pero, aunque estudié y me gradué de ella, me


desligué un poco del negocio familiar y busqué mi propio rumbo —informó.

El señor Llanerch comenzó a contarnos un poco de su historia familiar y el


rumbo tan exitoso que tomó por su cuenta. Aunque era obvio que su apellido
pesaba en el mundo culinario, no obstante, él logró hacerse de sus propios
méritos y confesó que se encontraba en el Café porque por experiencia propia
sabía que muchas veces los platillos cinco estrellas se encontraban en lugares
tan acogedores como ese y aseguró no haberse equivocado al probar mi
comida.

Demás está decir el orgullo y satisfacción que sentí al ser elogiada de esa
manera por un chef tan importante y juro que casi me muero de alegría
cuando me pidió trabajar de su mano en el restaurante que tenía en la ciudad.
Un lugar que rivalizaba en excelencia con Casa Gambino y experimenté
sensaciones agridulces cuando tocó ese tema por mera coincidencia del caso y
el mundo culinario.

Y por supuesto que acepté la oportunidad que me brindó, ya que me


quedaba bastante accesible y comprendió que tenía que compartir mi horario
entre el trabajo y el curso en el que estaba. Así que esa tarde celebré junto a
Oliver que pasé a ser parte de uno de los restaurantes más famosos de Londres
y también se lo comuniqué a mis padres, quienes demostraron lo orgullosos
que se sentían de mí.
—Si tanto quieres contárselo, por qué te privas, cariño —inquirió Oliver al
verme con el móvil y el chat con Izan activo.

Lo miré un tanto triste, le había dicho que terminamos la relación porque


no nos estábamos comprendiendo en muchas cosas y debido a que me estaba
enfrentando a mis inseguridades y estuvo ahí para mí sin juzgarme.

Dalia seguía en España y había evitado hablar con ella porque no sabía
cómo actuar después de saber lo que Izan me confesó, pero sí le envié algunos
mensajes de texto, ya que me era fácil apoyarla de esa manera, aunque me
sentía hipócrita y a veces culpaba a Izan por obligarme a serlo.

Tonto de mi parte, tal vez.

—Izan me ha demostrado que me ama, Oliver y no considero justo jugar


con él así —le repetí.

Y no mentía, estaba totalmente segura del amor que Izan me demostró, lo


sentí en cada sonrisa que me dedicó, en cada palabra, en cada gesto, en cada
caricia y cada vez que me hizo el amor a su manera. Incluso lo demostró al
hablarme con la verdad, simplemente yo no pude con ella y aceptaba que él
tenía razón al señalar que solo lo dañaba con mis inseguridades.

—Sabes, Essie. Me es difícil entender a veces a algunas personas, a las


mujeres sobre todo —dijo Oli y se sentó a mi lado—. Hay chicas que se
enamoran de la mentira que algunos hombres les muestran y se ciegan cuando
les quieren quitar la venda de los ojos, hay otras que se vuelven locas por
personas prohibidas y no les importa ser la segunda opción o que las denigren
de esa manera al dejarlas siempre como eso, una opción y no la elección que
los hace felices. Y luego están las chicas como tú, que le temen al amor real, a
ese amor crudo que se muestra ante ti con sus virtudes y sus defectos. Al que
devasta como un huracán y destruye todos tus ideales como un terremoto y
sabes por qué… simplemente porque es un amor que no va a cambiar a lo que
tú deseas sino un amor que te propondrá que te acoples, mas no te lo exigirá
porque ante todo, te respetará así le duelan tus decisiones.

Me limpié las lágrimas cuando mi amigo dejó de hablar, pero no pude


dejar de llorar porque incluso sin decirle todo lo que me estaba sucediendo,
con sus palabras dio justo en el clavo.

—No le temas, amiga de mi vida —pidió y depositó un beso en mi sien— y


no busques ese amor cuando ya sea tarde —recomendó y tras eso me dejó sola.

Pero Oliver se aseguró de dejarme con una confusión peor en la cabeza.

Sin darme cuenta en esa semana había vuelto a aquellos días de mi vida en
donde no sabía ni quién era o qué quería, en donde las horas pasaban y las
desperdiciaba porque no las estaba viviendo.
Mis noches volvieron a ser oscuras y solitarias, sentía que de nuevo no
encajaba y ya nada me estaba alegrando. Me estaba volviendo a perder y me
aterroricé de eso, pero me daba más horror sentir que dependía demasiado de
Izan y por lo mismo prefería enfrentarme sola a nuestra ruptura hasta que
lograra encontrarme de nuevo conmigo misma por mi cuenta.

Sin dañarlo más con mis inseguridades.

Sé que no mereces esto de mi parte, pero me encantaría poder charlar contigo, no


como amigo, aunque sí como la única persona con la que puedo hablar sin
ocultarme. Deseo poder explicarte lo que siento, por qué tomé esa decisión,
expresarte mis miedos, confesarte mis sueños y celebrar a tu lado mis logros.

Estás en todo tu derecho de ignorarme, Izan y te juro que lo comprenderé si te


niegas.

No respondas por favor, solo ve esta noche al restaurante donde te confesé quién
soy y lo que atravesé, si todavía crees que algún día me perdonarás por ser tan
insegura.

Si no llegas, te prometo que no volveré a molestarte más y te juro que no te odiaré,


solo comprenderé y aceptaré tu decisión.

Estaré allí a las ocho esperando por ti.

Con cariño: Tu pequeño Ónix.

Leí muchas veces ese mensaje tan largo y cuando cogí el valor suficiente lo
envié.

Y no me haría ilusiones porque Oliver me dijo algo muy cierto, podía ser
tarde y, aunque no tenía la intención de darle a Izan o darme falsas
esperanzas, sí quería hablar con él y aclararle muchas cosas, ya que el amor
que le tenía me hacía difícil dejarlo de lado así de fácil.

Justo a las siete estaba terminando de vestirme, había pedido un Uber para
las siete treinta así que todavía me quedaba un poco de tiempo, el mismo que
ocupé para mimar a Luna y contarle lo que pensaba hacer esa noche.

Faltando diez a las ocho estaba entrando al restaurante, siendo guiada por
la recepcionista a la mesa, las manos me sudaban y el corazón me latía como
loco con la expectativa de lo que iba a suceder. A las ocho treinta le pedí a la
mesera una copa de vino y vi el móvil con la esperanza de recibir algún
mensaje, a las nueve me avergoncé porque la mesera llegó a preguntarme si
todavía iba a ordenar algo.

A las nueve con diez minutos decidí salir a la terraza de vidrió, con la
garganta seca y ardiente, con un dolor en el pecho y la mente perdida. Quince
minutos después me concentré en las estrellas y pensé en lo que Oliver me
había dicho esa tarde y justo a las diez de la noche volví a ver a mi espalda.
Izan, mi pelinegro, el hombre del que me enamoré como loca y al cual
desprecié por no decirme la verdad, no estaba ahí.

No llegó.

Era tarde.

Él tomó su decisión y con eso me laceró el corazón.


SEGUNDA PARTE

Él.

“Cuando se abren las puertas del pasado, el futuro puede cambiar. ˮ

—Desconocido—
CAPÍTULO 18
Tenía un mes exacto trabajando en A Piece of Heaven, el restaurante de Erick
Llanerch. Y fue la mejor decisión que pude haber tomado; entre la escuela
culinaria y el trabajo con él mis días estaban volviendo a la normalidad y poco
a poco sentía que respiraba más tranquila y por mí misma, para mí sobre todo.
Sola y sin depender emocionalmente de otra persona para sentirme feliz.

Pero no había sido fácil, hubo días después de mi ruptura con Izan en los
que me tiré a llorar por toda la noche, deseando escribirle y decirle que,
aunque lo entendiera, también odiaba que no hubiese llegado aquella noche. Y
no lo odiaba a él, me odiaba a mí por jugar de esa manera con él. Luego de eso
comencé a ser consciente de la lección que me dio, pues el chico me demostró
que así me amara como me amó, porque de eso no tenía ninguna duda, ya que
me lo demostró de todas las maneras habidas y por haber, supo elegirse así
mismo antes que a una chica insegura que solo lo estaba haciendo sufrir con
sus indecisiones, incluso amándolo.

Así que le aplaudí, incluso con lágrimas en los ojos lo hice, porque me
enseñó que cuando se tomaba una decisión se debía mantener sin importar lo
que doliera, porque era mejor eso que vivir con alguien que te hiciera perder la
estabilidad emocional con la duda de ahora sí y mañana no.

—Bendigo el día que decidí ir al Café de tu amigo —comentó Erick y reí.

Acabábamos de terminar una nueva receta y al probarla ambos nos


deleitamos con el sabor que hizo que nuestras papilas gustativas explotaran de
gusto.

—¡Mmmm! Un verdadero orgasmo oral —comenté tras sacarme la


cuchara de la boca, haciéndolo reír.

Después de unos días con él me acostumbré a que se expresara así de las


comidas que le fascinaban y de hecho, todos mis compañeros usaban la misma
expresión —gracias a él— cuando algo les salía exquisito, así que ya no me
sentía como una depravada al decirlo.

—Tengo excelentes compañeros, Essie, pero definitivamente tú llegaste


para hacerme la vida más fácil —halagó en un susurro y lo miré agradecida.

—Eres un excelente maestro —le dije y negó.

—No, tú aprendes rápido, querida. Solo te digo las cosas una vez y es
como si te conectaras a mi mente de inmediato —señaló y negué divertida.

Erick era un hombre muy respetuoso que nos trataba a todos como sus
iguales, sus compañeros y no como sus trabajadores. Y era muy bonito de su
parte cuando halagaba en público, pero era sumamente cuidadoso si diría
algún comentario personal para que nadie se sintiera celoso o se tomara como
que en realidad medía nuestras capacidades.

—Entonces, ¿pasamos la prueba? —inquirí.

—¡Por supuesto! Mis clientes especiales soñarán por la noche con este
platillo —aseguró feliz y orgulloso.

Habíamos estado perfeccionando ese platillo precisamente por los


clientes que llegarían esa noche al restaurante para una cena de negocios.
Según Erick estaban cerrando un trato muy jugoso económicamente y querían
celebrarlo a lo grande.

—Siempre había tenido la idea de que estas personas celebraban este tipo
de cosas en los clubes —mencioné al recordar cuando papá comentaba sobre
que tenía que cerrar alguno de sus clubes por celebraciones especiales de
personas influyentes.

—No, Essie. Hay cierto tipo de personas influyentes que no pueden poner
sus pies en clubes. Eso los denigraría —explicó y lo miré con el ceño fruncido.

—¡Erick, es hora! —dijo una de las recepcionistas al llegar a nuestra área.

—Toma unos minutos de descanso porque pronto iniciaremos el


verdadero trabajo —recomendó Erick hacia mí y asentí.

Ya antes me había comentado que él personalmente se encargaría de


preparar todo para el arribo de sus clientes y hasta llegué a pensar de que se
trataba del presidente o alguien de la realeza por las molestias que se estaba
tomando, mas no quise preguntarle nada. Así que deduje que para eso llegaron
a llamarlo.

Aproveché el descanso que me dio para revisar mi móvil y descubrí que


tenía un mensaje de Dalia donde me proponía ir a cenar juntas.

Suspiré al verlo y negué.

Desde que volvió de España solo nos habíamos visto dos o tres veces
gracias a las reuniones de Oliver y Arthur. De lo contrario trataba de evitarla a
toda costa usando como excusa mi trabajo o el curso, ya que no me sentía
cómoda al estar con ella sabiendo lo que sabía y sin poder decirle nada. Aunque
sí le escribía mucho, sobre todo cuando me ganaba la desesperación por saber
si se encontraba bien.

Por mensaje de texto era más fácil comunicarme con mi amiga sin sentir que
mi amor por ella me traicionaría, ya que el que seguía sintiendo por Izan era
más fuerte.

Y de hecho cuando ella se enteró de mi ruptura con Izan corrió hacia mí


queriendo saber si debía asesinarlo por hacerme sufrir y me reí de eso,
diciéndole que a la que tenía que asesinar era a mí porque yo lo dañé a él con
mis inseguridades, algo que no podía creer, pero en cuanto le comenté que no
era fácil saber su vida y lo que tenía que hacer, me comprendió, puesto que le
pasaba lo mismo con su padre y fue lo que la llevó a meterse en problemas.

—Tengo unos minutos libres y quería escucharte —le dije cuando respondió
mi llamada.

—¡Al fin, cari! Joder, ese tipo parece que te explota —se quejó y me reí.

—¿Cómo estás? —le pregunté.

La extrañaba, no mentiría en eso. Dalia podía ser difícil y su lengua bífida


muchas veces me amargaba la sangre, pero siempre fue leal conmigo y desde
que nos convertimos en amigas me había apoyado en todo. Teníamos nuestras
diferencias como todas, nos queríamos ahorcar unos días y éramos como
novias recién reconciliadas en otros, mas nunca nos separamos o dejamos de
vernos como después de que a mi vida llegara Izan Gambino.

—Emocionada, amiga —soltó y por su tono no lo dudé— ¿Recuerdas a


Filippo? —preguntó y me tensé.

Por supuesto que lo recordaba y no solo eso sino también las


circunstancias en la que lo conocí. También pensé en para quién trabajaba y el
miedo se apoderó de mí, la preocupación cruda por mi amiga volvió y quise
correr hacia donde sea que se encontrara para protegerla o para suplicar que
no le hicieran nada.

—¿¡Qué pasa con él!? ¿¡Qué te ha hecho!? ¿¡Dónde estás, Dalia!? —le pregunté
con el corazón en la garganta.

—¡Jopetas, Essie! No sé si halagarme o preocuparme con tu reacción y


demostración de que aún me amas—dijo ella tranquila y me di un golpe en la
cabeza con la palma—. Pero primero cálmate, cariño —pidió y negué, aunque
no me viera.

Había días en los que me sentía tranquila y confiada, pensando en que ya


Dalia estaba fuera de peligro, que pasó la prueba a la que los Gambino la
sometieron sin que se diera cuenta, pero luego estaban esos otros días, en los
que solo podía pensar que la calma que vivía era la misma que precedía antes a
un huracán.

—Lo siento, he tenido mucho trabajo y el estrés ya me está ganando la


batalla —me excusé.

—Ni que lo digas, Essie —concordó y respiré profundo—, pero bien. A lo que
quiero llegar es a que Filippo ha estado cerca de mí últimamente y hace unas horas
me invitó a salir —confesó emocionada.
Yo me quedé en silencio, sin poder procesar un pensamiento coherente, ya
que todo lo que imaginé fue que podía ser posible que esa solo fuera una
táctica de Filippo para estar más cerca de ella y así investigarla mejor y odié
que la usara de esa manera, porque Dalia se escuchaba emocionada y me dolía
que solo fueran a jugar con sus sentimientos de ser así.

—Te escucho muy entusiasmada —señalé— y sé que no harás caso a


ninguno de los consejos que te dé en este instante, así que solo te pediré que
tengas mucho cuidado —recomendé.

—Estoy demasiado emocionada, amiga. Vengo deseando esto desde hace


mucho —aseguró y me contuve de decir ciertas cosas porque de hacerlo, sería
para que Dalia me pidiera explicaciones que no le podría dar.

Y rogué en mi interior para que solo fuera la paranoia apoderándose de


mí, la que me hiciera pensar lo peor de Filippo.

Una de mis compañeras llegó frente a mí y se tocó el reloj en su muñeca


para indicarme que era hora de volver a mis labores y asentí. Tenía que confiar
en la tranquilidad que había estado viviendo y seguir rogando para que ningún
huracán arrasara con ella.

—Me alegra que al fin se cumpliera entonces, Dalia —dije sincera—.


Ahora tengo que volver al trabajo, pero espero que me cuentes luego cómo te
fue en tu cita —avisé.

—Por supuesto que lo haré —prometió.

—Te quiero, Dalia y siento mucho no poder cenar contigo.

—Ya me estoy acostumbrando a tus desplantes —fingió reproche, pero sabía


que no estaba molesta—. Y yo también te quiero, cariño mío —se despidió y un
sentimiento de tristeza me invadió.

Vi mi móvil con la intención de escribirle a Izan por primera vez en un


mes, pero me contuve recordando lo claro que fue conmigo la última vez que
nos vimos: yo no podría detener nada si resultaba que Dalia también estuvo
implicada en lo que hizo María. La mafia no daba segundas oportunidades dijo
seguro y pensé que también se aplicaba a la relaciones después de que me
dejara plantada.

Segundos después me fui hacia mi área en la cocina, esa vez sería la


encargada de dirigir a mis compañeros y solo pondría el sazón o el toque final
en los platillos, ya que la receta solo la sabíamos Erick y yo. Él llegó rato más
tarde para ayudarme antes de convertirse en el anfitrión de la velada y me
sentí muy satisfecha con el trabajo en equipo que hacíamos, comprendiendo la
razón de que el jefe estudiara bien a los chef antes de contratarlos, ya que no
quería perder la armonía que se vivía en su cocina.
—El jefe está feliz —comentó uno de mis compañeros, él era el mesero
estrella—. Sus invitados están hablando maravillas de la comida y a él le
encanta alardear con eso —comentó y nos reímos de eso al imaginarnos a
Erick.

La noche corrió bastante ajetreada, a pesar de que el restaurante se había


cerrado para el público, pero tener que cocinar tratando de que todo saliera
perfecto no siempre era fácil, puesto que cada entrada, plato fuerte o postre
tenía que hacerse con más pasión y sumo cuidado del que teníamos la mayor
parte del tiempo.

—Essie, Erick pide que vayas a cambiarte la Filipina por una limpia y te
arregles un poco, ya que los invitados piden conocer a la chef que le ayudó esta
noche —me avisó, Diane.

Era la misma chica que llegó a llamar a Erick horas antes para que se
encargara de preparar la zona donde estarían esas personas importante. Y me
puse muy nerviosa con esa solicitud, pero obedecí de inmediato. Corrí hacia
los vestidores del restaurante y cogí una Filipina limpia entendiendo a la
perfección la razón de que Erick recomendara tal cosa, pues no daría buena
impresión si llegaba frente a esas personas oliendo a comida y sucia de harina.

—Estás más delgado.

—Y tú más hermosa, aunque hueles a comida.

—¡Carajo, Izan! Cómo te he extrañado.

La última vez que estuve con Izan llegó a mi cabeza de inmediato,


recordando que a él no le importó que oliera a comida cuando nos
reencontramos, al contrario, me hizo el amor como si acababa de salir de la
ducha y oliendo al exfoliante de fruta que a él tanto le encantaba.

—Controlate, Essie. Este momento no es el indicado para volver a sentirte


así de triste —me dije al verme en el espejo tras lavarme bien las manos y
acomodarme un poco el cabello después de quitarme el gorro.

Respiré profundo y terminé de prepararme, poniéndome un poco de


fragancia sin excederme para no oler tan fuerte. Solo necesitaba un olor
delicado que me quitara un poco el de la comida.

—¡Essie! Erick quiere que vayas ya a la zona ejecutiva —pidió Diane


llegando a los vestidores y asentí.

Caminé detrás de ella un poco nerviosa, que los comensales quisieran


conocerte tras degustar tu comida y que les encantara, siempre sería un buen
motivo para emocionarme al punto de experimentar la misma sensación que
cuando ibas en camino a reunirte con esa persona que era capaz de poner tu
mundo de cabeza.

Izan llegó a mi cabeza ante ese pensamiento y negué.

—Querida, ven aquí —me llamó Erick con emoción al verme entrar en la
zona ejecutiva.

Habían retirado las demás mesas, dejando solo una circular que decoraron
de una forma sutil pero elegante, Erick estaba de pie cuando lo vi, charlando y
riendo con los seis hombres en esa mesa, dos de ellos me daban la espalda.

—Buenas noches —saludé a todos al acercarme a mi jefe, él puso una


mano cerca de mi omóplato.

—Caballeros, aquí tienen a la encargada de que su celebración haya estado


a la altura, mi compañera, Essie Black —me presentó Erick y los vi ponerse de
pie con educación.

—Ya decía yo que tanta perfección no podía venir de ti —mencionó uno de


los hombres y les sonreí, tomando la mano de él cuando me la extendió.

—Fue un trabajo en equipo —les aclaré.

—Y aparte de perfecta es modesta —dijo una voz que me pareció conocida


y cuando lo busqué me sorprendí demasiado.

Era el hombre del Café de Oliver, con el que choqué y a quien terminé
preparándole mi café especial.

Le sonreí al reconocerlo, esa noche estaba vestido con la elegancia básica,


nada que ver con la vestimenta de aquella casualidad; Iba de pantalón negro y
camisa blanca, con el cabello bien peinado, pero era de esos hombres que
incluso en momentos tan formales, lograban mantener su estilo, pues el arete
en una de sus orejas dejaba entrever que entre todos esos hombres, él era el
rebelde del grupo.

—Gracias —le dije y tomé su mano.

Él a diferencia de su compañero, llevó mi mano hacia su boca y se inclinó


un poco, depositando un beso en el dorso y sonriéndome al verme desde esa
posición. Sus ojos verdes relucieron con un brillo increíble.

Y di gracias al cielo por haberme lavado bien y ponerme fragancia también


en las manos.

—Es un placer conocerte, Essie. Soy Aleph Vander Werf —se presentó y
asentí.
—Bien por ti, Erick. Al parecer ahora sí serás una competencia —comentó
otro de los hombres que parecía ser de la misma edad de Aleph y se presentó
conmigo. Ellos eran a los que vi de espalda en cuanto entré.

Y todos eran muy educados y para nada pretenciosos, algo que agradecí.

Siguieron halagándome y gastándole bromas a Erick, así que confirmé que


se conocían de mucho tiempo atrás y cuando el momento del postre llegó, le
ayudé a mi jefe a servirlo, quedándome solo porque él me pidió, ya que así esas
personas fueran agradables, no me sentía del todo cómoda.

Mi fuerte era estar detrás de las bambalinas y no frente al show principal.

—Ha sido un placer conocerlos y espero que sigan disfrutando de lo que les
queda de la velada —les dije cuando Erick me autorizó para marcharme y tras
sus respuestas me di la vuelta agradecida de poder volver a la cocina.

Me sentía rendida, así que rogué para que no se quedaran por mucho tiempo,
ya que quería volver a mi apartamento lo más pronto posible, puesto que ese
día había resultado ser uno lleno con sensaciones agridulces.

—¿Te irás dejando tu trabajo a medias? —preguntaron a mis espaldas y


me detuve.

Cuando me giré encontré a Aleph de pie a unos pasos de mí y sonrió al ver


mi gesto desconcertado por no entender lo que quiso decirme.

—¿Qué me ha hecho falta? —inquirí.

—Bueno, resulta que desde hace un mes el café normal me sabe un poco
insípido —confesó y al entenderlo todo me hizo sonreír a mí—. Y este
restaurante está a punto de perder una estrella por no ofrecérmelo tal cual
espero —añadió fingiendo una exigencia altanera que me hizo negar.

—No mientras yo esté aquí —le aseguré.

Aleph sonrió de lado, perdiendo su pose fría.

Y viéndolo con detalle, él parecía un hombre peligroso a simple vista, con


sus rasgos duros y actitud condescendiente. Lo noté cuando estaba con los
otros hombres, ya que mantuvo una pose de poder, como diciéndole a los
demás que solo era necesario mover uno de sus dedos para acabar con ellos y
al contrario de lo que a mí me ensañaron, con Aleph era como si los mayores
debían respetarlo a él y no al contrario.

Pero al estar ahí frente a mí, recordando mi café y soltando una amenaza
vacía contra el restaurante, solo me hizo verlo como un hombre común y
corriente buscando una excusa para entablar una amistad conmigo.
—¿Quieres acompañarme a la barra? —ofrecí e hice un gesto con mi
barbilla para indicarle por dónde estaba.

Allí también había una máquina de expresos.

—Por supuesto que quiero —aceptó y tras sonreírle me di la vuelta para que
me siguiera.

Comprobándome a mí misma que no me era desagradable tenerlo cerca de


mí.
CAPÍTULO 19
Le pedí a Aleph que me esperara unos segundos mientras iba a la cocina por un
poco de mi ingrediente especial y cuando volví le preparé ese café —que lo
hizo alejarse de los demás— bajo su atenta mirada. Lucía como un niño viendo
a su personaje famoso favorito realizando solo para él lo que lo hacía
admirarlo y me divertí con su expresión de asombro.

—Listo, señor Vander Werf, su café tal cual lo pidió —dije al poner la taza
frente a él luego de formar, con un molde y la nuez moscada, un trébol de
cuatro hojas y sonrió de lado.

Había notado que tenía una mirada bastante característica, pues así
tuviera el rostro medio inclinado hacia abajo, solo alzaba la mirada, logrando
parecer peligroso o pícaro según el caso lo mereciera.

—¿No me acompañarás con uno? —inquirió.

—¿Afecta eso con la estrella que desea quitarle al restaurante? —lo evadí
y bufó divertido.

—Demasiado, todo está en tus manos —aseguró y cogí una taza para
servir un café para mí.

—En ese caso me sacrificaré —señalé y entonces rio de verdad.

Su risa fue contagiosa y terminé haciéndolo también con él y negué, tras


eso me ofrecí a ir por un pedazo de postre para que acompañara su café, pero
pasó de eso alegando que con la compañía que tenía era más que suficiente.

—¿Crees que tus compañeros no se molestarán por tu desplante? —


pregunté y negó satírico.

—Para nada. Ellos ya obtuvieron de mí lo que deseaban —confesó.

—Así que fue a ti al que arrastraron aquí para celebrar que te embaucaron
en alguno de sus negocios —inquirí en tono de broma.

—¡Eh! Algo así. —respondió de la misma manera— ¿Puedo pedirte algo?


—añadió enseguida y asentí— Siéntate aquí a mi lado. No quiero que te quedes
ahí detrás de la barra y actúes solo como la chef estrella que me atiende
personalmente.

Reí y negué por la forma en que demostró sentirse, pero concedí su


petición y rodeé la barra para sentarme en un taburete a su lado.

—¿Mejor así? ¿Ya no soy solo la chef estrella? —bromeé.


—Mucho mejor. Ahora solo eres la chica hermosa que no ha salido de mi
cabeza desde que la conocí —soltó sin reparo y alcé las cejas con sorpresa.

—Así que no buscabas solo un café —señalé irónica y él se mordió el labio


para contener una sonrisa.

—Espero no molestarte al ser tan directo —deseó y carraspeé antes de


responderle.

—No, para nada. Aunque si te soy sincera y directa, igual o más que tú, lo
único que espero es no estarte dando una idea equivocada al aceptar estar aquí
y acompañarte con un café —dije y le sonreí sarcástica—. Porque en serio no
es mi intención, Aleph —señalé.

Me miró más divertido que molesto o avergonzado, era como si en serio


esperaba esa reacción de mi parte y no otra. Cosa que no entendí.

—No, Essie. Me da la impresión de que solo eres amable y tuviste lástima


de mí.

—¿Lástima por qué? —inquirí mientras me reía por eso.

Agradecida también de que no se imaginara algo totalmente distinto de


mí, ya que en ningún momento le hablé con coquetería ni nada por el estilo. La
verdad era que no buscaba interactuar así con nadie, al contrario, quería
aprender a ser feliz sola y recuperarme de mi reciente fracaso amoroso por mi
cuenta.

—No sé…de que haya salido a buscarte con la excusa del café y de que
hayas notado que solo quería escapar —comentó encogiéndose de hombros y
negué.

—Bien, ni lástima ni ideas equivocadas entonces —dije y alcé la taza de


mi café ofreciéndole que hiciéramos un brindis por ese nuevo comienzo.

Aleph miró mi gesto alzando una ceja y negó riendo, pero segundos
después cogió su taza y brindó conmigo.

Lo admiré por unos segundos notando que cuando sonreía sus ojos se
cerraban y se le formaban unas pequeñas arrugas en los rabillos, borrando de
su expresión la rudeza y haciéndolo lucir como un tipo joven que era capaz de
disfrutar los pequeños detalles de la vida, incluido un café.

Y en efecto, no me equivoqué al deducir que tenía la edad de mi hermano,


solo era dos meses mayor que Dasher y cumplirían sus veintinueve pronto.
Aunque en algo sí eran iguales, pues ambos eran hombres exitosos incluso
siendo jóvenes: mi hermano al ser socio de una compañía de remodelación
muy famosa en Virginia y Aleph al ser dueño de una naviera que heredó de su
padre cuando este murió.
—A ver…quiero saber si estoy entendiendo bien todo —le dije cuando
terminó de contarme un poco sobre su vida—. Eres guapo y exitoso, pero estás
y te sientes solo. Ni novio ni novia —dije y fingí quedarme pensativa al
llevarme un dedo a la barbilla—, ¿no será que me estás escondiendo algún
defecto o secreto oscuro, Aleph Vander Werf? O deberías reconsiderar un poco
si no has puesto tus expectativas demasiado inalcanzables —bromeé y rio.

Ya me había explicado que llevaba una vida bastante solitaria debido a sus
viajes constantes.

—Gracias por los halagos y consejos tan desinteresados —señaló y me encogí


de hombros—. Y bueno, para ser sincero contigo sí, he tenido muchos
amoríos, pero ningún amor —aseguró— y no sé si es porque el amor huye de
mí o yo de él, ya que he descubierto que la vida es más fácil así como la llevo —
añadió.

Me sumergí en mis pensamientos por unos segundos y tras todo lo que


había experimentado últimamente fui capaz de concordar con él.

—Te ahorras muchas complicaciones —comenté sin pensar y eso hizo


que me observara más de la cuenta.

—¿Y tú, Essie? ¿Cómo te va con eso? —quiso saber y negué.

Solté tremendo suspiro cuando volví a mis días con Izan, pensando en su
sonrisa traviesa, sus palabras subidas de tono y sus toques pecaminosos, pero
quise llorar cuando también viajé a su mirada fría y su capacidad de asesinar
sin sentir remordimiento alguno.

Y sé que yo también me vi obligada a asesinar, pero lo hice para sobrevivir.

—¿Así de duro ha sido? —inquirió tras escucharme y reí a la vez que


negué.

—Más que duro, doloroso —confesé—. Hace poco corté con mi chico y no
ha sido fácil, Aleph. Lo amo y lo extraño como loca, pero también pienso en
que separarnos es lo mejor —acepté con tanta facilidad, que me sorprendí.

Pero una vez más comprendí lo que pensé la primera vez que me crucé con
Aleph, él me hacía sentir de alguna manera llena de energía y una tranquilidad
que solo se lograba tener con una persona a la que ya tenías años de conocer y
ni yo entendía cómo logré eso con ese hombre cuando siempre era cuidadosa
con las personas que dejaba que se acercaran así a mí.

—Háblame de eso si deseas. A veces es bueno desahogarse con un extraño


—señaló.

Y no entendía, en serio que no, lo que ese hombre tenía que me hacía
confiarle cosas que jamás le hubiera confesado a un extraño, pero Aleph lo
conseguía fácil. Así que le hablé un poco de lo que pasé con Izan, omitiendo su
nombre y muchas otras cosas, modificando lo que vivimos con el pelinegro
para que pudiera ser una historia contable sin arriesgar nada o exponer a
alguien.

—A mi punto de vista, creo que tomaste una buena decisión al ya no


volver a buscarlo tras su desplante —dijo cuando llegué al final—. Pienso que
fue bueno que te tomaras el tiempo para madurar un poco más y entender que
debes vivir por ti y no por nadie más. Además, él tampoco merecía sufrir tus
inseguridades. Los dos hicieron bien al ponerle un paro a todo antes de llegar a
creer que no se amaban —opinó.

—Trato de convencerme de eso día a día, pero no deja de doler —expliqué


y miré la taza vacía entre mis manos—. Y si te soy completamente sincera,
Aleph. A veces me da tristeza pensar en que solo seré un mal recuerdo en la
vida de mi…ex —Solté todo el aire al llamar así a Izan.

¡Joder! En serio, no es que imaginara una boda, hijos o mascotas con él,
pero sí pensé en que lo nuestro sería duradero y romperíamos las reglas
juntos, demostrando que no se necesitaba tiempo de convivencia para que
nuestro amor fuera verdadero.

Pegué un respingo leve cuando Aleph me tomó de la mano y lo miré con


sorpresa, nunca lo esperé, aunque tampoco lo sentí como un gesto malicioso,
fue más como de apoyo o consuelo. Su mano tatuada estaba cálida y era
grande, así que cubrió la mía en su totalidad.

—No te tortures así, Essie Black —pidió y quise llorar cuando me llamó
así.

¡Carajo!

Era mi nombre, pero Izan lo hizo tan suyo al llamarme de esa manera
cuando estuvimos juntos, que escucharlo de otro hombre y de una forma tan
íntima no se sintió bien.

—Si él te ama como dices, nunca serás un mal recuerdo —aseguró—.


Ambos han sido una enseñanza mutua en sus vidas y te puedo jurar que ese
chico sufre tanto como tú esta ruptura —añadió.

—Gracias por tus palabras, Aleph —dije sincera y me puse de pie al ver la
hora en mi reloj.

Ya casi era la media noche.

—No agradezcas, pienso que ambos necesitábamos de una charla como


esta —comentó y asentí de acuerdo.

—Bien, espero que el restaurante siga manteniendo sus cinco estrellas


entonces —señalé y sonrió.
Él también se puso de pie, a mi lado era mucho más alto, obviamente,
pero vestido de esa manera noté una elegancia y poder que pasé desapercibido
la primera vez que lo vi. Pero no me intimidaba e intuí que era porque Aleph
así lo quería, tenía experiencia manejándose con las personas y deduje que era
él quien decidía cómo quería que se sintieran a su alrededor.

Y yo me sentía cómoda.

—Todo gracias a ti, Essie Black —bromeó y mi diversión murió, Aleph lo


notó— ¿Dije algo malo? —inquirió enseguida y negué.

—Solo dime Essie —pedí con amabilidad—. Me gusta más cómo suena mi
nombre a secas —añadí y me miró comprensivo.

—De acuerdo —concedió.

—Hasta luego, Aleph —me despedí y le ofrecí la mano.

Él la tomó y repitió la misma acción de cuando nos reencontramos en la cena


con los demás. Pero esa vez fue más personal y sus labios duraron unos
minutos más en el dorso de mi mano.

—Hasta pronto, Essie —dijo al erguirse en toda su estatura y con sutileza


retraje mi mano de la suya.

Asintió e hice lo mismo y enseguida me marché de ahí. Pensando en todo


lo que compartimos en ese rato y lo fácil que era conversar con él, sintiendo la
sensación de que no sería la última vez que nos veríamos y tratando de
adivinar qué jugada usaría el destino para que nos reencontráramos de nuevo.

Volví a ver hacia atrás cuando sentí la sensación en mi nuca de que alguien
me observaba y no me equivoqué, Aleph seguía de pie donde lo dejé, viéndome
y cuando se percató de que lo caché, sonrió e hizo una despedida hacia mí muy
única de su parte, pues se llevó dos dedos a la sien derecha con la palma al
frente y el brazo en posición perpendicular al suelo, muy al estilo militar,
aunque sin ponerse firme, y negué en respuesta para luego sonreírle.

Tras eso continué mi camino sintiéndome un poco más liviana.

____****____

No era de mi agrado servir de mal tercio con nadie, pero Oliver insistió como
nunca hasta el punto de ir a mi apartamento a sacarme a rastras para que fuera
a cenar con él y Arthur. Su chico había conseguido que le montaran una
exposición en uno de los museos importantes de Londres y querían celebrarlo
yendo a un restaurante de lujo y, casi asesiné a mi amigo cuando vi que la
reservación la tenían en The Shard, el rascacielos que solo con dos visitas se
convirtió para mí en lo mejor y peor de la ciudad.

—No lo hice a propósito, amor, te lo juro. Es solo que aquí está el


restaurante chino que Arthur ama y quise complacerlo —me explicó y negué,
alzando una mano para restarle importancia.

Tampoco me podría en esas.

Ya habían pasado dos semanas desde mi charla con Aleph y tres días
después Erick me comentó que el chico le había pedido ayuda para conseguir
mi número telefónico, añadiendo también que le dijo que me preguntara a mí
si no había problemas con que se lo diera y no lo vi ni lo tomé a mal, así que le
di mi permiso para que se lo pasara si volvía pedírselo.

Erick también se ofreció a darme el de Aleph si lo quería, pero le dije que


no era necesario, pues lo obtendría si algún día el chico me escribía y si no,
tampoco me quitaba el sueño. Las cosas se darían si el destino así lo que quería
no yo.

Cuando llegamos al piso correspondiente del restaurante noté una


enorme fila para entrar en él y agradecí que nosotros no tuviéramos que
esperar tanto gracias a la reservación. El lugar era muy acogedor, con
decoraciones de bambú por todos lados, una fuente con peces Koi de todos
colores y música taoísta de flautas y arpas tradicionales de China, sonando de
fondo y con el volumen adecuado, algo que me hizo sentir en armonía y paz.

Nuestro anfitrión nos llevó a la mesa correspondiente y tras eso una


mesera llegó a servirnos té en unos vasos negros. El restaurante era más
grande de como lucía por fuera y las mesas estaban divididas por una especie
de cubículos hechos con bambú delgado, ramas y hojas de este, pero tenía la
vista suficiente para ver a los demás.

Hicimos nuestra orden y luego nos sumimos en una charla amena


mientras esperábamos. Arthur estaba feliz de su exhibición y Oliver lucía
orgulloso de su chico, yo me sentía plena por ambos y por el amor que se
profesaban incluso cuando sus muestras de afecto me traumaban al ser
bastantes descarados.

—¿Ese es Izan? —dijo Arthur de pronto y me tensé.

Yo estaba frente a ellos, así que daba la espalda a donde sea que Arthur
señaló, pero apreté los palillos entre mis manos solo con la simple mención
del nombre del pelinegro.

—¡Jodida mierda! —espetó Oliver al comprobar lo que su chico dijo y el


corazón comenzó a latirme frenético.

Tenía un mes y medio de no verlo y comencé a sudar helado gracias al


nerviosismo que me atacó. Ni siquiera había dejado que Dalia me comentara
nada sobre él, me negué a saber cualquier cosa del pelinegro y la única vez que
me permití hablar sobre el chico en voz alta fue cuando estuve con Aleph y
desde entonces me prometí a no volver a hacerlo porque descubrí que me
hacía daño, pero justo ese día teníamos que estar tan cerca y tomé el vaso de té
sin importarme que estuviera caliente, ya que necesitaba bajarme el nudo que
se formó en mi garganta.

No estaba preparada para verlo, para enfrentarme una vez más al


recuerdo de lo que me dolió su desplante o pensar en el que yo le provoqué.

—Mira, la chica que lo acompaña tiene rasgos parecidos a Essie —


comentó Arthur y olvidé cómo respirar.

—¡Carajo, Arthur! ¿¡Es en serio!? —se quejó mi amigo de su chico y negué.

—No, no…no discutan por favor —supliqué y me llevé las manos a la boca
como si estuviera rezando y Oliver me observó apenado.

Yo solo rogué para que bajaran la voz y no hicieran que Izan se percatara
de su presencia y con ellos también de la mía. Y menos si estaba acompañado.

—Cariño, en serio lo siento. Esto ha sido inesperado —explicó Oliver y lo


tomé de las manos negando.

—No te preocupes, yo lo entiendo. Solo ha sido una mala jugada del


destino —le dije y él me siguió viendo con vergüenza.

—Podemos irnos si deseas, Essie —propuso Arthur y negué.

—No, esta es una cena muy importante, Arthur y te mereces esta


celebración, así que ni pienses en eso. Solo discúlpame por no poder ser parte
de ella y entiéndeme —le dije—. Tú también, Oli.

—¿Te irás? —inquirió mi amigo y asentí.

—Y ustedes se quedarán —advertí cuando lo vi con la intención de


alegar—. Porque en primer lugar, me obligaste a venir aquí, así que tengo la
excusa perfecta para volver a casa —le dije tratando de bromear y mi amigo
negó.

—Déjanos llevarte a tu apartamento si quiera —pidió y Arthur y volví a


negar.

—No iré a mi apartamento, visitaré a alguien —mentí y tomé mis cosas.


Agradecida de que una de las salidas me quedara inmediata.

Y Oliver quiso seguir alegando, mas no se lo permití, solo me puse de pie y sin
volver a ver detrás de mí los besé y comencé a irme. Alcanzando los escalones
de inmediato, ya que estábamos en el segundo piso dentro del restaurante,
pero justo cuando giré para tomarme del pasamano, la mirada me traicionó y
miré hacia donde Arthur había señalado antes.

Y sí, era Izan quien estaba en unas mesas atrás, acompañado de una
pelinegra que le tomaba la mano en ese momento mientras él le limpiaba algo
de la mejilla y si mi corazón se había hecho pedazos antes, en ese instante esos
pedazos explotaron al imaginar que a lo mejor la vida le jugó una mala pasada,
o su hermano, y Helena vivía en realidad y volvió a los brazos de su amado en
cuanto tuvo la oportunidad.

Helena, la mujer a quien Izan amaba de verdad.

La misma que se convirtió en mi pesadilla luego de lo que María aseguró.


CAPÍTULO 20
Cuando salí del rascacielos y estuve en la calle ni siquiera sabía para dónde
dirigirme, me sentía desorientada, con ganas de llorar, gritar o perderme por
un buen tiempo en un lugar donde no me conocieran. Quería usar la misma
táctica que con mi familia al sentir que no encajaba y me preocupé porque eso
significaba que tenía un problema más grande de lo que imaginé, ya que no era
posible que pensara solo en huir en el momento que las cosas se me
complicaran.

—Lo siento —dije a un hombre al chocar con él justo cuando decidí ir a la


derecha estando en la salida de The Shard.

El tipo solo asintió en respuesta. Parecía como un matón peligroso, pero


bien vestido, aunque ni así dejaba de dar miedo.

Miré una vez más para todos lados y comencé a caminar, no quería llegar
a mi apartamento porque sabía que al encerrarme sería para pensar más en lo
que vi y necesitaba dejar de sentir ese dolor que me quemaba el pecho, así que
deambulé por todas las calles aledañas al rascacielos, dándole toda mi
atención a las tiendas, galerías o restaurantes, aunque por más que lo
intentaba, la imagen de Izan con esa chica me torturaba a fuego lento.

Y ni siquiera podía comprobar si era Helena u otra persona, tampoco debía


asegurar que ellos tuvieran algo así la situación en la que los vi fuera bastante
comprometedora, simplemente mi cabeza no podía procesar las cosas con
coherencia, ya que mi corazón roto era el que mandaba en ese instante.

—¿Hola? —dije cuando mi móvil sonó con una llamada entrante de un


número que no tenía registrado ni conocía.

—Hola, Essie. Es Aleph —me respondieron de inmediato y negué. No era un


buen momento para hablar con él—. Tengo una semana desde que Erick me dio
tu número, pero no sabía si era bueno llamarte o no y justo esta noche me he
atrevido —explicó y sonreí sin ganas, aunque no me viera.

—Para estar grandecito y ser todo un rompecorazones, te comportas


bastante tímido —señalé y lo escuché reírse.

—¡Auch! —se quejó y entonces sonreí de verdad para suspirar


luego— ¿Estás bien? —preguntó al escucharme.

—No y para ser sincera contigo, no me llamas en un buen momento —dije


con voz lastimera y miré hacia un coche elegante que ralentizó su marcha
cuando iba pasando a mi lado.

Tenía los vidrios tintados y subidos, así que solo me vi a mí reflejada en


ellos. Era parecido a los que usaban mis padres y me sentí observada, cosa que
no me gustó.
—¿Puedo ayudarte en algo? —inquirió.

—No, Iz… —Abrí los ojos enormes al darme cuenta de lo que diría, de
cómo lo llamaría y sentí tremenda vergüenza— No te preocupes —me
apresuré a decir y me di un golpe en la cabeza, Aleph solo se quedó en silencio
escuchándome—, la verdad es que solo necesito estar sola para pensar un
poco.

—Vale, Essie. Lo entiendo, ya he estado en esos días —aseguró hablándome


como si no se dio cuenta que estuve a punto de llamarlo con otro nombre y
rogué para fuera así—, pero si cambias de opinión y necesitas compañia o solo a
alguien que te escuche, ya tienes mi número telefónico. Marca en cualquier
momento, no importa la hora, yo estaré encantado de apoyarte —se ofreció
seguro y me sentí terrible.

Aleph solo estaba siendo amable y yo muy pesada al querer deshacerme de


él con rapidez, pero en ese instante preferí ser sincera antes de que imaginara
que me molestaba que me hubiese llamado, cuando solo lo hizo en un mal
momento.

—Gracias, Aleph. Créeme que lo tomaré en cuenta —aseguré sincera.

—Cuídate —se despidió, murmuré un gracias y tras ello corté.

Me presioné la frente cuando el dolor de cabeza comenzó y decidí cruzar la


calle para sentarme en una banca ubicada en la plaza principal de una iglesia.
La noche era fresca y el aire me ayudaría a no sofocarme y así evitar entrar en
un ataque de pánico estando sola.

—¡Dios mío! —murmuré y me llevé las manos a la cabeza apoyando los


codos en mis rodillas.

¡Carajo! No me sentía bien, tener el corazón roto era una completa…


desgracia y quería dejar de sentir ese dolor en mi pecho porque se estaba
volviendo insoportable, me estaba ahogando al presionarme los pulmones así
de fuerte. Miré mi móvil pensando en llamar a mamá, pero tampoco quería
preocuparla; no era justo hacerle cargar con mis penas, no quería ponerla en
esa situación.

—¡Dasher! —exclamé al responder su llamada. Lo hice como si se tratara


mi salvavidas.

—¡Joder, Estrellita! Que bonito se siente que me respondas con tanta


emoción —señaló y cuando quise reír comencé a llorar.

Definitivamente no podía más, ya no soportaba seguirme haciendo la


fuerte.
—Escuches lo que escuches por favor promete que no le dirás a nuestros
padres —supliqué al contener un sollozo y de inmediato vi que la llamada
cambió a videollamada y negué.

Pero me limpié las lágrimas y respondí porque si no lo hacía, entonces sí


que llamaría a nuestros padres y harían una tormenta de lo que me sucedía y
ya suficiente tenía con la que estaba haciendo yo.

—¿Essie, qué está pasando? —exigió saber y negué.

—No te asustes, Dash, es solo una tontería —aseguré.

—No, cariño. Nada que te ponga así puede ser una tontería —zanjó y negué.
Miré para otro lado y traté de respirar porque en serio no deseaba montar un
espectáculo—. Háblame, Estrellita. No me dejes de lado, soy tu hermano y quiero
estar para ti cuando más me necesites. Te prometo que no le diré nada a nuestros
padres —pidió y prometió a la vez.

Respiré profundo.

Dasher una vez me dijo que tenía un corazón de piedra porque así me doliera
lo que me pasaba, nunca soltaba más allá de unas cuantas lágrimas y me reí al
pensar en que sí lloraba a mares y lo comprobé con Izan.

—Estuve con un chico y por más que me lo niegue a mí o a alguien más o,


incluso por más que me lo repita como un mantra, yo sí me imaginé teniendo
hijos con él, incluso una boda como la de los cuentos de hadas, con perros y
gatos por todos lados —acepté al fin y las lágrimas comenzaron a bañarme las
mejillas.

—¡Mierda, Essie! —bufó.

—Lo dejé, Dasher…corté con él por ciertas cosas que no supe manejar ni
entender, por situaciones que se salieron de mis manos. Eso pasó hace un mes
y poco más, pero no me había dado la oportunidad de sufrir esta ruptura como
en este instante porque de cierta manera mantuve una esperanza —dije y lo vi
llevarse una mano a la frente para masajearse.

—¿Qué te quitó esa esperanza? —inquirió con la voz ronca y me quedé viendo a
un punto en específico en la calle hasta que mi mirada se volvió borrosa.

—Lo acabo de ver con otra chica y ni siquiera sé si son algo o solo son amigos,
o es una prima, tía, que se yo… —me quejé.

—Sé lo que estás sintiendo, nena y no te voy a mentir con que ya pasará, porque
según entiendo, ese hijo de puta no solo ha sido tu primer amor sino también el que
creías tu indicado y solo te vi as… —Se quedó en silencio de pronto y lo miré con
sorpresa—. Olvídalo —pidió y negué.
—Por supuesto que no, Dasher. Termina de hablar —exigí y negó— ¡Dasher!
—advertí.

—No quiero hablarte de antes, cariño —zanjó y negué—. Porque cuando abres las
puertas del pasado, el futuro puede cambiar —Lo miré incrédula—. Y tú te fuiste a
Londres precisamente porque no querías a nadie hablándote de lo que sucedió y ya
no recuerdas, solo estoy respetando tus deseos.

—¡Carajo, Dasher Black! Ahora mismo mi deseo es que termines de decir lo


que dirías —exigí y las lágrimas se esfumaron con el coraje que ese rubio tonto
me estaba provocando—. Está bien —acepté—, no me hables del pasado si no
quieres, solo respóndeme algo —pedí.

—Tus preguntas me dan miedo —confesó y lo miré con ganas de sacarlo por la
pantalla y ahorcarlo, cosa que lo hizo reír.

—¿Estuve enamorada antes? —solté entonces y su risa murió— Responde por


favor —supliqué y soltó el aire.

—Sí, Essie. Lo estuviste y ese cabrón también te hizo llorar como estás llorando
ahora por este otro —aseguró y la sorpresa me dejó helada.

Mamá nunca me habló de ningún chico y tampoco recibí la visita de alguno


cuando reaccioné. Incluso, cuando recuperé la capacidad de pensar y analizar
les pregunté sobre algo relacionado con novios y todo eso, pero jamás
confirmaron que hubiera estado enamorada, cosa que me extrañó porque
estaba segura de que mamá no me ocultaría nada como eso.

—Pero…mamá nunca me dijo nada —le dije.

—Es porque nunca se lo confesaste, incluso cuando te vio llorar por ese cabrón —
aseguró y me pareció increíble, ya que mamá era la persona en quien más
confiaba—. De hecho, esa vez fue la primera en la que confiaste en mí. No sé si
porque te amenacé con ir a tu escuela y darle una paliza a cada chico que fuera
cercano a ti o porque en realidad querías contármelo, pero me obligaste a hacerte
un juramento de sangre antes de confesármelo, Estrellita —soltó y me reí, lo hice
de verdad, disfrutando por primera vez de que me hablaran de quién fui.

—¿Te dije cómo lo conocí? —pregunté y suspiré un poco más aliviada y


entretenida.

—Sí, nos hicimos más cercanos después de eso y tras demostrarte que jamás
traicionaría tu confianza —aseguró.

—Háblame de él —supliqué y Dasher sonrió al ver mi interés.

—Con gusto, nena. Pero vete a casa y te voy contando todo —Asentí de acuerdo y
tomé un taxi justo cuando uno iba por donde me encontraba y cuando Dasher
se aseguró de que me subí y me hizo mandarle mi ubicación, comenzó a
hablarme de mi primer amor del pasado.
Lo conocí cuando solo tenía trece años, justo cuando entró a mi escuela y,
aunque no íbamos al mismo salón sí coincidimos en el equipo de matemáticas;
según Dasher, le confesé que mi conexión con ese chico fue instantánea, pero
nos mantuvimos como amigos durante dos años, los mejores amigos para ser
exacta.

Aunque casi al cumplir mis quince yo ya sentía algo más por él, sin embargo,
viví el amor cliché de los libros, ese donde los mejores amigos se aman, mas
no se dicen nada por temor a joder la amistad y me reí porque lo que para mí
era tierno, lindo y mágico, para mi hermano fue su peor pesadilla.

—Lo amabas en secreto y él a ti, pero no se decían nada para no perderse de


ninguna manera. Sin embargo, él trató de continuar su vida resignado a que tú solo
podías ser su amiga y entonces, por cuestiones de la vida lo encontraste con otra
chica cuando él estaba en una situación que odié que me confesaras —Me reí al
bajarme del taxi y tras pagarle a conductor subí a mi apartamento.

—Por favor, Dasher. No me digas que lo encontré en la cama con otra —dije
divertida.

—¡Puf! Hubiera querido que reaccionaras así entonces, Essie. Porque en ese
momento te rompiste y esto que él no te debía nada —comentó y negué—. Lo
peor de todo es que después de eso, en lugar de alejarte de él le permitiste que te
explicara cómo se sentía y terminaron siendo novios. Sin embargo…—La voz de mi
hermano cambió de pronto a una triste y fruncí el ceño.

—Sigue, Dash —pedí y soltó el aire de nuevo.

—Estabas muy enamorada de él, Essie, locamente enamorada como se está a esa
edad. Él era tu primer amor y tú el suyo, pero ambos dependían de sus padres y los
de él decidieron mudarse de país. Yo ya vivía acá en Virginia Beach cuando te
confesó que se iría y en tu arranque de enojo le pediste a nuestros padres que te
dejaran venir a visitarme para aprovechar las vacaciones. Ellos no supieron la
verdadera razón de que quisieras venir y yo te dejé sola en un momento duro para
ti —soltó y su voz se quebró.

Estaba sentada en el sofá para ese instante y Luna se encontraba en mis


piernas.

Dasher soltó un sollozo y yo solo apreté los ojos para que mis lágrimas cayeran
libres sabiendo lo que no se atrevía a decirme y viendo su dolor cuando
comenzó a llorar.

—Perdóname, hermanita —suplicó con la voz quebrada y comencé a llorar


junto a él—. Me perdí tanto en mis asuntos que me descuidé de ti, de ti que eres lo
más importante de mi vida. El regalo que tanto le pedí a Dios para mamá y te dejé
sola, Essie.
—¿Por eso te has culpado siempre de lo que me pasó? —dije entre el llanto y él
sollozó más— Porque nos atacaron justo cuando fui a verte gracias a que me
sentía triste porque mi novio me dejaría —añadí con la voz entrecortada.

Siempre escuché a escondidas que mis padres decían que Dasher cambió
mucho desde que pasó lo del atentado donde perdí la memoria, que veían que
él se echaba la culpa de todo y se lo adjudicaron a que sucedió cuando estuve
bajo su cuidado. Yo nunca le encontré la lógica a eso porque nadie era más
culpable que el malnacido que disparó esa arma y me robó la vida, pero justo
en ese instante entendí el verdadero trasfondo de que mi hermano se sintiera
así.

—Jamás me alcanzará la vida para pagar por lo que te sucedió —aseguró y


negué—. Por eso, aunque me dolía el alma, aceptaba tu odio cuando recuperaste la
conciencia —aceptó.

—Tú no fuiste el hijo de puta que me disparó, Dasher —aseveré entre el


llanto— y jamás te odiaré como lo odio a él. A ti te amo, hermano, y no tengo
nada que perdonarte porque tú solo vivías como lo hacía yo y estoy segura de
que te pondrías en mi lugar si retrocediéramos el tiempo.

—Lo haría sin ninguna duda —aseguró y sonreí porque no lo dudaba.

—No te culpes más por algo que no hiciste, Dasher y piensa que si ese día nos
hubieras acompañado como Aiden planeó, a lo mejor nuestros padres habrían
llorado la muerte de dos hijos y eso no sería justo.

—Lo sé, Essie y te juro que si ese hijo de puta que te dañó siguiera con vida, me
dedicaría día y noche a encontrarlo para hacerle pagar el que te robara los
sueños —juró y lo miré con sorpresa.

—¿Está muerto? —inquirí y asintió.

—Papá lo asesinó hace unos años —confesó y me quedé sin habla por varios
minutos.

Nunca había querido saber de mi pasado y sin esperarlo Dasher me contó


mucho esa noche. Me habló de algo lindo para pasarse a una confesión triste y
de pronto soltó algo satisfactorio.

—¿Essie? ¿Acaso te sientes mal por ese imbécil? —dijo mi hermano.

Él y el maullido de Luna me sacaron de mis pensamientos. Acaricié a mi gato y


negué a Dasher.

—No, Dasher. Solo me siento mal por la satisfacción que siento al saber eso —
confesé—. El gozo que me provoca darme cuenta de que papá asesinó a ese
malnacido no debe ser normal —añadí.
—Lo es para la chica que merecía que la vengaran —señaló con convicción y le
creí.

—¿Cómo se llamaba? —pregunté tomándolo por sorpresa y calló unos


segundos.

—Demian Sellers —respondió con asco.

Y por alguna razón que no entendí, ese nombre resonó en mi cabeza hasta
provocarme jaqueca.
CAPÍTULO 21
Corté la llamada con mi hermano y me fui directo a la cocina por un vaso con
agua y en busca de mis medicamentos, me apreté la cabeza luego de beberlos y
cerré los ojos con fuerza tratando de respirar profundo y rogando para que el
dolor disminuyera, pero me preocupé cuando en lugar de eso el aire comenzó a
faltarme y el dolor de cabeza aumentó. Sentí que la saliva se me estaba
poniendo rala y tragué con dificultad.

—¡Carajo! Esto no me puede estar pasando —dije y caminé hacia el baño.

Luna maulló con dolor en cuanto lo pisé y le pedí perdón, pero lo dejé ahí
sin poder mimarlo, ya que me urgía llegar a la habitación y conseguir el aceite
de lavanda.

—Cálmate, Essie. Esto no es real, no es real, te lo prometo, respira,


quédate aquí —me repetí una y otra vez cuando salí del baño y me senté en la
cama.

«Demian Sellers, Demian Sellers, Demian Sellers, Demian Sellers, Demian


Sellers, Demian Sellers».

Ese nombre me lo decían una y otra vez en mi cabeza, era mi voz. Miré
para todos lados tratando de enfocarme en algo, intentando aferrarme a la
realidad. Logré poner un poco de aceite en mi mano y lo restregué en mi
pecho, cuello y cerca de mis orejas. Vi mi libro de Ladrón de Recuerdos en la
mesita de noche y lo tomé para ojearlo y encontrar mi parte favorita.

—Demian Sellers, Demian Sellers, Demian Sellers, Demian Sellers —


repetí sin quererlo y la respiración comenzó a faltarme— ¡Dios mío, no! —
grité cuando sentí una sensación en la cabeza como si me la llenaban de aire y
luego lo sacaban dejándome aturdida.

Mi vista comenzó a oscurecerse y se volvió borrosa, me mareé con


brusquedad y sentí náuseas.

Necesitaba ayuda, ese ataque de pánico no lo podría enfrentar sola por


más fuerte que me quisiera sentir.

Apreté el libro en mi pecho y comencé a caminar de regreso a la cocina,


teniendo la leve noción de que dejé mi móvil allí. Me tomé de las paredes para
no caer al suelo y me encogí de hombros con cada paso que di cuando una voz
me gritó el nombre de ese hombre en mi oído, arrastrándome a un túnel
oscuro y sintiendo que me tapaban la boca y la nariz para que no pudiera
respirar.

—¡No, no, no, no! ¡Déjame por favor! —supliqué cuando sentí que me
agarraron de los hombros y me arrastraron dos pasos.
Me aferré a mi libro, era mi cable y no quería soltarlo. Luna maulló de
nuevo de forma intensa y traté de concentrarme en él.

—¡Dios no! —grité al verme frente a un hombre sin rostro presionando el


cañón de un arma en mi frente.

Apreté los ojos con fuerza y choqué con la isla dejando caer el libro y
buscando a tientas el móvil y cuando lo encontré me recosté en la pared más
cercana y comencé a arrastrarme hasta llegar al suelo.

Activé el móvil y a duras penas logré ver el nombre de Dasher, presioné mi


dedo y me lo llevé a la oreja; respondieron en el primer tono.

—¡Essie!

—Está aquí, Demian Sellers está aquí. Ayúdame por favor, me va a


disparar de nuevo, me va a disparar de nuevo —supliqué hablando en voz baja,
como si alguien peligroso fuera a escucharme.

—No, no, no, nena. Escúchame, concéntrate en mí —pidió.

Su voz era ronca y preocupada, no sonaba como mi hermano.

—¿Demian? —le dije— Por favor no, no lo hagas. No me robes mis


recuerdos —supliqué y comencé a llorar.

—¡Joder, Essie! No, no hay ningún Demian. Escúchame, nena. Estás en casa,
voy para ahí. Solo concéntrate en mí, ¿sí? —suplicó.

—Me apunta con su arma, me arrastra a la oscuridad. No quiero más


noches oscuras, por favor, por favor, por favor. No quiero perderme, no puedo
respirar.

—¿Qué te gusta hacer, Essie? —me preguntó.

Su voz se perdió por unos segundos y al fondo, a lo lejos lo escuché


ordenar algo, luego maldecir y de pronto exigir que se dieran prisa.

—¿Essie, qué te gusta hacer? Cuéntamelo, cariño —volvió a pedir con súplica
y apreté los ojos.

—Me gusta cocinar, Aiden me enseñó. Amo cocinar, me da paz.

—Eso es, Essie. Así, respira conmigo —pidió y comencé a oír los golpes de
sus respiraciones profundas—. Ves qué fácil es… eso, nena, así. Lo haces bien,
continúa —me animó al escucharme.

—Aprendí a leer con las recetas de cocina —confesé— y a escribirlas


también.
—Aprendiste con lo que amas hacer. Me gusta eso. Eres una chica muy
inteligente y bella además —añadió.

—Demian Sellers, Demian Sellers, Demian Sellers, Demian Sellers —


comencé a repetir de nuevo y sacudí la cabeza con frustración.

—No, Essie. No digas ese nombre. Mejor háblame de la receta que más difícil
ha sido para ti —pidió.

—¿Eres el ladrón de mis recuerdos? —pregunté y me abracé las piernas,


presionando la cabeza en ellas— Esto no es real, esto no es real, esto no es real
¡No, no, no! —grité cuando escuché que intentaban abrir la puerta.

—Cálmate, cariño. Soy yo, quiero ayudarte —dijeron en mi oído.

Vi el móvil y lo tiré.

—Demian Sellers, Demian Sellers. No, no, no, no. No me robes mis
recuerdos, por favor —lloré—. No quiero oscuridad, no quiero oscuridad. Por
favor, te lo suplico, no me lo robes —dije una y otra vez.

Luna maulló más fuerte y sentí que rozó mis piernas. Veía todo oscuro,
borroso.

—¿¡Essie!? —me gritaron. Luna maulló más fuerte y no me dejó.

—Demian, no. Demian, no. No me los robes. No te lleves mis recuerdos —


supliqué en susurros— ¡No! —grité.

Lo hice justo cuando me tomaron de los brazos y comencé a golpear el


pecho de alguien, me cogieron de las manos con delicadeza y luego me
aferraron entre unos brazos.

—¡Ya, nena! ¡Ya! Respira, por favor, respira. Aférrate a mí —Era la misma
voz del teléfono—. Hazlo conmigo —pidió y sentí su pecho subir y bajar.

Su fragancia era con especies, notas cítricas y también mentoladas.


Inspiré profundamente para llenarme de ellas y mi corazón comenzó a
calmarse.

—Eso, así es. Continúa así —me animó y con cada respiración que daba
más me llenaba los pulmones de ese olor tan rico que usaba.

Mi vista comenzó a aclararse, el corazón estaba volviendo a su ritmo


normal y logré ver dónde cayó mi libro. También vi a Luna merodeando a mi
lado y poco a poco fui más consciente de esos brazos que me sostenían y esas
manos que sobaban mi espalda. El dolor de cabeza no había mermado, pero ya
la presión en mis pulmones no estaba.

Había vuelto a la realidad y solté el aire al comprobarlo.


—¿Te sientes mejor? —preguntaron con un susurro en mi oído y me
estremecí.

Me separé de él y me atreví a verlo a los ojos.

—¿Aleph? —exclamé sorprendida y me sonrió.

Me sentía como si acababa de despertar de una pesadilla, de esas que te


han aterrorizado al punto de un paro cardiaco, pero que en el momento que
abres los ojos todo es borroso y no recuerdas nada a excepción de ciertos
retazos que son confusos. Y la vergüenza me embargó al ver a ese hombre
frente a mí, auxiliándome en un momento que solo mi familia había
experimentado.

—Sí, Essie. Soy Aleph —respondió aliviado y salí de sus brazos.

Estaba sentado sobre el suelo, con las piernas flexionadas y de alguna


manera me metió entre ellas para poder abrazarme y no supe qué decirle. La
pena me embargó, porque de todas las personas que podían ayudarme en un
ataque de pánico, era alguien a quien recién había conocido el que estaba ahí.

—¡Dios mío! ¿Cómo has terminado aquí? —pregunté y me puse de


rodillas frente a él.

Iba en pijama, con una bata masculina de rayas y con el cabello


alborotado. Vi dos tatuajes en su cuello y más en sus brazos cuando las mangas
de la bata se le subieron y por supuesto que no usaba zapatos, pero sí
pantuflas.

—Me llamaste, Essie. Estabas aterrada y decías cosas que no entendí, pero
imaginé que habías entrado en un ataque de pánico. Mientras hablábamos le
pedí a Erick tu dirección y me la dio cuando le dije que algo te pasaba y
necesitaba venir a ayudarte —explicó y sin pensarlo puse las manos en sus
rodillas.

—Lo siento tanto —le dije y negó.

—A mí en cambio me alegra mucho que tomaras mi palabra y me llamaras


sin importar la hora o la razón —señaló y sentí que el rostro se me puso rojo.

—¡Carajo, Aleph! No voy a mentirte, te llamé por error. En realidad quería


llamar a mi hermano —le expliqué siendo sincera y sonrió con diversión.

Lucía de su edad vestido así y sonriendo de esa manera y me gustaba


mucho ver que no lo lastimaba o avergonzaba con mi sinceridad sino al
contrario, parecía disfrutarla.

—Bien, me voy entonces —dijo y presioné las manos en sus rodillas para
no permitir que se pusiera de pie.
—No, Aleph. Te llamé por error y me da mucha vergüenza haberte sacado
de la cama en esas fachas tan indignas para un empresario como tú —dije en
broma y se mordió el labio inferior mientras reía. Negando, con la cabeza
echada hacia atrás y presionada a la pared—. Pero me alegra que seas tú quien
esté aquí —acepté y me miró.

Cuando recién lo reconocí mientras salía de mi ataque, su mirada era


tormentosa, asustada, llena de dolor. En ese instante sus ojos soñolientos
lucían aterrados, pero también ilusionados. Sus pestañas eran espesas y le
daban unas sombras muy bonitas a sus párpados.

—¿Quieres acompañarme con un té? —le ofrecí siendo eso lo menos que
podía hacer después de que me apoyara en una situación bastante difícil.

—Dime dónde tienes todo y yo lo preparé para ambos —se ofreció y


negué—. Por favor, Essie. Déjame hacer por ti —pidió.

—Ya has hecho mucho por mí, Aleph —le dije y negó.

Pero accedí y tras decirle dónde estaba todo se puso de pie y me ayudó a
mí a hacerlo. Me mareé un poco por el dolor de cabeza que sentía y con su
apoyo me senté en uno de los taburetes de la isla, recargué los codos ahí y me
llevé las manos al rostro para restregarlo y buscar el alivio de alguna manera.

—¿Te pasa seguido? —preguntó Aleph y negué sin verlo.

—No tenía un ataque desde hace mucho. Dos o tres años quizá, ya no lo
recuerdo bien —comenté y escuché cuando tomó la tetera, encendió la estufa
y luego la llenó de agua.

—¿Lo desencadenó este tipo que mencionabas? —preguntó siendo


cuidadoso y me destapé la cara para verlo.

Se encontraba cogiendo unas tazas y las puso en la isla para luego


mirarme.

—Perdona mi vocabulario, Aleph, pero ese tipo que mencionaba


desencadenó toda la mierda en mi vida —confesé y me tomé el tabique de la
nariz cerrando los ojos en el proceso—. Gracias a él conozco el odio, maldigo
su vida, el día en que nació y el instante en que se cruzó o me crucé en su
camino.

—Calma, Essie. No te alteres —pidió y me tomó de la mano que tenía


libre.

Miré su agarre y muchas cosas pasaron por mi cabeza, analicé que a lo


mejor mis padres nunca me mencionaron nada sobre ese tipo porque temían
lo que me sucedería y no se equivocaron. Ese nombre me estaba torturando y
no me importaba que el imbécil ya estuviera hecho polvo o tres metros bajo
tierra, aunque de seguro se encontraba bailando de felicidad en el infierno
porque incluso muerto me jodía la vida con la sola mención de su nombre.

—Me… —Aleph carraspeó y eso me hizo mirarlo— Me permites hacer


algo para aliviar un poco tu dolor —pidió y en sus ojos vi mucha contradicción.

—¿Qué dolor? ¿El de mi corazón o el de mi cabeza? —inquirí.

—Probemos con el de tu cabeza de momento —dijo y le sonreí.

—Está bien —acepté.

Lo vi rodear la isla y tras eso se colocó detrás de mí. El ataque de pánico


todavía me tenía aturdida así que solo noté que incluso sentada en ese taburete
alto, Aleph seguía siendo más alto, y ni siquiera le presté atención a la cercanía
a la que nos vimos expuestos.

Mi cabello estaba suelto y sin poder evitarlo gemí cuando metió sus dedos
entre las hebras y comenzó a masajear con la presión justa… ¡Dios! Se sentía
demasiado bien y sus movimientos aliviaban el dolor de inmediato.

—¡Oh mi Dios! —dije y aferré las manos a la orilla de la isla, la piel se me


erizó y un escalofrío me sacudió el cuerpo completo.

—Ni siquiera voy a preguntar si te gusta —dijo él y sonreí.

—Tienes unas manos mágicas —halagué, pero mi voz sonó como si


estuviéramos haciendo otra cosa y entonces sí me avergoncé—. Aleph, siento
mucho sonar así, no es mi intención —aclaré.

—Lo sé, Essie. No te preocupes —me tranquilizó—. Y si lo deseas puedes


recostarte en mí, te prometo que no pensaré nada equivocado y te pido que
tampoco tú lo pienses de mí —ofreció—. Te juro que no estoy aquí para
aprovecharme de nada, te veo solo como una chica con la que fácilmente
puedo formar una amistad —aseguró y me sentí más aliviada.

Sin pensarlo más me recosté en su pecho, mi cabeza quedó cerca de su


cuello y cerré los ojos cuando su fragancia inundó mis fosas actuando como un
relajante ayudado por ese masaje.

—¿Puedo decirte algo? —murmuré en voz baja.

—Lo que quieras —dijo y me estremecí cuando habló cerca de mi oído.

—Me tranquilizas, Aleph Vander Werf. Eres todo lo contrario a Oliver,


comenzando porque no eres gay —dije y sentí su pecho moverse con
brusquedad al comenzar a reírse—. A lo que me refiero es a que acabo de
conocerte, pero siento que puedo confiar en ti como si fuéramos amigos desde
hace años. Y Oli me inquieta, aun así lo amo, sin embargo, él es como un
torbellino en mis momentos de paz, tú en cambio eres como la paz en mis
momentos de tempestad.

—Me halagas, ya que siempre he sido destrucción en la paz de las


personas que me han rodeado —dijo y negué.

—No para mí —aseguré.

—No para ti, Essie. Lo sé —aseguró y di un respiro tan largo, que ni


siquiera me enteré si solté ese aire.

Porque no pude abrir más los ojos, me quedé ahí disfrutando de las
atenciones de mi nuevo amigo y me entregué de lleno a los brazos de Morfeo.
CAPÍTULO 22
Me desperté tarde a la mañana siguiente y todo gracias a la llamada insistente
de Oliver. Tenía puesta la ropa de la noche anterior y las mejillas se me
sonrojaron porque lo único que recordaba era a Aleph dándome un masaje y yo
perdiendo la conciencia en su pecho.

¡Perfecto!

Entraría tarde al trabajo, las clases del curso de ese día ya las había
perdido por la hora en la que reaccioné, así que mejor ni me quejaba. De hecho,
Oliver me llamó porque no me vio pasar por su Café y eso lo preocupó, sobre
todo por la manera en la que me fui la noche anterior y por no haberle
respondido ni sus mensajes ni llamadas.

Me debes un té.

Leí en la pantalla de mi móvil por parte de un número que todavía no


registraba y sonreí.

Decidí marcarle para darle las gracias por lo que hizo por mí y también
para saber cómo llegué a la cama, cosa que imaginaba, pero igual necesitaba
escucharlo de su boca para avergonzarme, preocuparme y asegurarme de que
no volviera a pasar.

—¿Me cargaste hasta mi cama? —inquirí saltándome el saludo y lo escuché


reír.

—No, tu gato me ayudó. Él te cogió de las piernas y yo de los brazos. Fue una tarea
bastante complicada —aseguró y me reí.

—Ja, ja, ja —ironicé, aunque de seguro escuchó mi risa.

—¿Te sientes mejor? —preguntó enseguida y suspiré.

—Me estoy riendo de las estupideces que pregunto y las que tú me respondes,
así que imagino que sí —dije sincera y se quedó en silencio tras reír, así que
continué—. Ya no pude decirte nada anoche, pero en serio muchas gracias,
Aleph. Ahora mismo soy muy feliz por haberte llamado a ti y no a mi hermano.
Con lo exagerado que es, el pobre se habría muerto de la preocupación por no
poder ayudarme —informé.

—A mí me alegra que así fuera por error, me hayas llamado para poder
ayudarte —aseguró.

—Te debo un té esta vez y espero poder pagártelo pronto —dije.

—¿Qué te parece la otra semana, el viernes para ser exactos? —propuso y


continuó antes de que le respondiera— Hay una feria ese día y tengo una amiga
loca por los libros a la cual le prometí que la acompañaría y anoche vi que tenías
uno cerca de ti. Averigüé sobre él y me enteré de que tendrán copias exclusivas
firmadas por el autor —informó y abrí los ojos demás por la sorpresa.

—Ladrón de Recuerdos —mencioné cruzando los dedos.

—Ese mismo —confirmó y me hizo mucha ilusión el poder obtener un


ejemplar firmado.

—¿Crees que a tu amiga no le incomode que los acompañe? —inquirí,


pensando que a lo mejor era una cita especial, una amiga con la que pretendía
más que amistad y ya suficiente tenía con ser el mal tercio de Oliver y Arthur
como para convertirme también en el de Aleph.

—De hecho, creo que se pondrá feliz. Le ha tocado crecer solo con chicos y se sigue
rodeando solo de ellos, así que, hacer una amiga de su mismo sexo le vendrá como
aire fresco —aseguró.

—Nos veremos el próximo viernes entonces —acepté.

—Perfecto, Essie —se despidió y corté la llamada.

En serio me sentía cómoda con él y hasta en ese instante pensé en lo mucho


que necesitaba hacer nuevas amistades, rodearme de otros aires y no
enfocarme solo en lo que ya no podía solucionar.

Me metí al baño rato después y cuando me lavé el cabello recordé a Aleph, y su


masaje, y volví a avergonzarme por la situación en la que acabamos gracias un
imbécil que ni siquiera conocí y en el cual evité pensar porque no permitiría
que me siguiera dañando la existencia. Y tras prepararme para ir a mi trabajo
mimé a Luna y le pedí perdón por el susto que le di. Y no era el primer ataque
que pasaba conmigo, ya había tenido que sufrir otros y mamá se sorprendía de
lo protector que ese gato era conmigo, puesto que muchas veces fue Luna
quien le avisó que algo no andaba bien.

—¿Por qué te habré llamado así? —le pregunté y maulló.

Esa era otra incógnita de mi vida.

—¿Conociste a mi primer amor? —seguí con mis preguntas como si me fuera


a responder y luego me reí.

Hubo una ocasión en la que Dasher me dijo que era raro que hablara tanto con
mi gato y hasta me ofreció llevarme un diario para que mejor escribiera en él
como una chica normal. Me reí de su comentario y negué, era un tonto en
muchas ocasiones.

Cuando la hora llegó me fui a mi trabajo y me concentré en él, pero mientras


cocinaba o hacía otras cosas que eran parte de mis labores, no dejé de pensar
en lo que Dasher me confesó acerca de que sí estuve enamorada. Mi Essie
pasada a pesar de no conocerla me estaba dando una lección, ya que me
enfrenté a una situación difícil siendo adolescente y la superé, así que me
propuse a seguir adelante y ya no sufrir por amor.

Oliver me había dicho en un momento de mi miseria que no me agobiara ni me


sintiera mal, mamá en un principio me pidió no tener miedo a lo que sentía
incluso si consideraba que era pronto, puesto que a pesar de mi edad, estaba
viviendo todo por primera vez y aseguró que todas las adolescentes se
enamoraban de golpe y, aunque yo ya no lo era, sí estaba pasando por esa
etapa después de renacer.

Así que tras analizarlo mucho y pegar un fuerte suspiro, me prometí que no
me agobiaría más por haber amado con tanta intensidad y tan rápido, a un
chico que perdí de manera fugaz tal cual llegó.

Todos en algún momento de nuestras vidas éramos fugaces y debíamos


aprender de ello.

—¿Dalia? —dije cuando me bajé del Uber que me llevó a casa y la encontré
fuera del edificio de mi apartamento.

—¡Dios, amiga! Creí que no llegarías nunca —dijo y corrió hasta abrazarme.

Correspondí a su abrazo y me aferré a ella no queriendo soltarla más, era mi


amiga y la había extrañado demasiado, incluso me hacían falta sus
comentarios venenosos y ya con eso decía mucho.

—¡Por Dios! Cómo te he extrañado —le dije con la voz ahogada.

—Si es en serio esto que me estás diciendo, entonces ve a cambiarte de ropa


porque ahora sí irás a cenar conmigo —demandó y me reí.

Comenzó a darme besos en las mejillas y la aparté como pude. Ella bien sabía
que le huía a sus mimos, pero con más razón me los daba, y ya teniéndola ahí
frente a mí no pude negarme a su invitación. Esa tarde había analizado más
que mi situación amorosa y entendí que era tiempo de dejar de esconderme.

Me cambié de ropa y mientras lo hacía, Dalia cargó a Luna y lo llenó de besos.


Era amante de los animales al igual que yo y sobre todo de los gatos. Una hora
después íbamos de camino hacia un restaurante cercano y al llegar y
acomodarnos en nuestra mesa decidimos que era momento de ponernos al día
sobre algunas cosas.

—¿Cómo vas con Filippo? —le dije y su carita ilusionada me lo dijo todo.

—¡Joder, cariño! Ese tipo me tiene flipando, te lo juro. Es tan rudo y tierno a la
vez… ¡Ostias! Tiene esa combinación perfecta que nos vuelve locas —aseguró y
me reí.

—¿Nos vuelve? —inquirí satírica.


—No te hagas, amiga, que bien sabes lo mucho que te encantaba eso de… —
Calló de golpe al darse cuenta lo que diría y negué.

—De Izan —terminé por ella.

—Essie, lo siento, en serio. No quise hacer que lo recordaras —aseguró y le


creí.

—No te preocupes, Dal. Tampoco es mi Voldemort —señalé—. Y sí, me


encantaba eso de él, que fuera tan rudo con los demás, tan gilipollas como
dices tú, pero tierno conmigo. Era como un león ante el mundo, pero un gatito
entre mis brazos —le dije y me miró con sorpresa.

Me fue inevitable no perderme por unos segundos entre mis recuerdos con él.

«Voy a volverte un ángel entre mis brazos y un demonio cuando me coloque


entre tus piernas».

Cerré las piernas de forma instintiva cuando ese recuerdo llegó a mi cabeza y
negué.

—Essie, yo…

—Dejemos ese tema de lado —pedí antes de dejarla terminar y asintió.

—Cuéntame entonces cómo te va en ese restaurante explotador —pidió y me


reí.

Pero le conté sobre mis días entre esas cocinas y sobre algunas anécdotas
divertidas que tenía con mis compañeros. Ella me habló de cómo marchaban
las cosas en Joddy’s sin mencionar a los dueños y me dijo que algunos
compañeros me enviaban sus saludos, ya que sabían que éramos amigas.

—¿No te molesta si le digo a Filippo dónde estamos para que se nos una? Es
que me está preguntando —informó tras ver su móvil y la vi con los ojos
entrecerrados— Por favor, cariño. Me gustaría que compartieras con él para
que lo conozcas mejor, ya que la otra vez no fue…no fueron las mejores
circunstancias —dijo y me quedé seria.

No quería recordar nada de esa vez y estando ahí con Dalia me di cuenta de que
también por eso la había evitado, porque verla me hacía pensar en situaciones
que me dañaron.

«Sigue adelante, Essie. Deja el pasado atrás como ya lo hiciste antes», me dije
y respiré profundo.

—Cuando se abren las puertas del pasado, el futuro puede cambiar.


Me había dicho mi hermano y cuánta razón tenía, solo que no lo puede
analizar como en ese momento.

—No estarás pensando en propiciar un encuentro inesperado, ¿cierto? —


inquirí lacónica y Dalia me miró un tanto herida.

—Jamás te haría eso, Essie. Sé lo mucho que te sigue doliendo la situación con
Izan, yo solo busco hacerte parte de mi felicidad —explicó y me sentí mal por
haberla acusado así.

—Bien, lo siento y olvidemos lo que dije. Invita a Filippo si deseas —la animé y
de inmediato se puso de pie para llegar a mí y abrazarme.

Negué y tras eso la vi teclear en su móvil con una rapidez increíble, luego
seguimos charlando de cosas triviales hasta que veinte minutos después la vi
saludar a alguien a lo lejos. Ni siquiera me giré para saber de quién se trataba,
solo alcé la mirada cuando aquel chico rubio llegó a nuestra mesa y saludó a mi
amiga con un beso de pico.

Un escalofrío me recorrió al verlo, sentí unos nervios que me hicieron temblar


y me provocaron un frío irracional al tener a Filippo tan de cerca y sentí que
me cohibí cuando buscó mi mirada.

Sentí el peligro en él, algo que ignoré en el pasado tanto de él como de su


amigo.

—Essie, es un placer volver a verte —me saludó amablemente y le sonreí sin


ganas.

Pero correspondí al beso que dio en cada una de mis mejillas.

Se unió a nosotros de inmediato, su mirada era cálida y su trato bastante


educado y mientras charlábamos también lo estudié. Si bien pude haberme
equivocado antes, en ese momento me sentía capaz de identificar si solo
estaba usando a mi amiga o no, ya que Dalia se estaba entregando a él con la
misma emoción y pasión con la que yo me entregué a Izan y eso le impediría
ver el trasfondo de su reciente relación.

—En serio creí que no te vería hoy —comentó Dalia cuando estábamos
comiendo.

—Lo sé, yo también lo creí. Imaginé que saldría más tarde del hangar, pero el
jet ya estaba listo cuando llegamos, así que Izan y su acompañante pudieron
irse pronto —informó él y tomé el vaso de mi bebida para dar un trago antes
de atragantarme con la comida.

Dalia abrió los ojos en reproche hacia él y en otra ocasión me hubiera reído de
lo cómico que ambos se vieron con los gestos que compartieron.
—Izan y la chica pelinegra bastante guapa que lo acompañaba anoche en un
restaurante chino —les dije a ambos y mi pobre amiga no alcanzó a beber nada
para poder bajarse la comida.

Filippo por su parte solo carraspeó y se limpió los labios con su servilleta.

—¿¡Cómo sabes eso!? —inquirió Dalia y le sonreí con suficiencia.

—Bueno, resulta que fui a ese restaurante con Oli y Arthur y tuve la dicha de
verlos, aunque no creo que ellos me vieran a mí —les dije. Filippo miró hacia
otro lado sintiéndose incómodo y me compadecí de él—. Pero bien, eso ya no
importa. No estamos aquí para hablar de otras personas —los animé y con eso
Dalia entendió que estaba dando por zanjada esa conversación—. Mejor
cuéntame qué te parece Londres, Filippo. ¿Te gusta o preferirías estar en
Italia?

Dalia se vio agradecida con mi cambio de actitud y le sonreí. Filippo también se


mostró aliviado de que fuera yo quien decidiera tomar otro rumbo luego de su
comentario.

—Extraño mi tierra, pero ahora mismo me siento mejor aquí —Por el


movimiento que hizo con su brazo intuí que había puesto su mano en la pierna
de mi amiga para que ella entendiera la razón de sentirse bien en Londres e
hice un amago de sonrisa cuando me miró.

Seguimos hablando sobre lo que opinaba de Londres y me enteré que estaba


trabajando en la compañía de los Gambino y gracias al cielo no volvieron a
mencionar ni por error nada que tuviera que ver con la vida personal de Izan.
Pero incluso con lo amable que él se comportó, no cedí en mi manera de verlo
y analizarlo y sé que Filippo lo sintió.

Me lo dejó claro en cuanto Dalia se disculpó para ir al baño. Mi amiga trató de


arrastrarme con ella, pero me negué, ya que quería un momento a solas con su
chico.

—La primera vez que nos conocimos no sentí que te cayera tan mal —me dijo
tan pronto como Dalia se nos perdió de vista.

—Es porque no estabas aquí para investigar a mi amiga y comprobar si merece


morir o no —dije siendo directa y noté su sorpresa—. Sé lo que piensan de ella
y su familia, Filippo y gracias a eso no he sido capaz de verla como quisiera
porque no me gusta jugar a la hipócrita con las personas que amo, así que no
esperes que sea amable contigo cuando sé que estás aquí sosteniendo la diana
que los Gambino han puesto en la cabeza de ella.

—Así que Izan te lo dijo todo —dedujo sorprendido y miré en dirección del
baño para asegurarme de que Dalia no nos sorprendiera.
—Lo hizo y odio lo que estás haciendo, Filippo. Mi amiga no se merece que
juegues con sus ilusiones así. No es necesario que la enamores para
investigarla —espeté en voz baja.

—Ahora entiendo por qué Izan su… —Lo vi apretar la mandíbula antes de
terminar lo que sea que iba a decir y negó con fastidio— Me caes bien, Essie, te
lo juro que sí y admiro que seas tan directa y no te vayas por las ramas, pero
ten cuidado con tus deducciones porque no te imaginas el daño que puedes
causar con una palabra equivocada que sueltes —señaló y lo miré sin
entender.

—No me voy a callar si mi amiga corre peligro, ya suficiente le oculté por


respetar la confianza que tu amigo tuvo en mí —aclaré.

—No estoy con Dalia por investigar nada, Essie. Me gusta de verdad y no le
pedí que saliéramos hasta que toda la situación se aclarara precisamente para
evitar estas acusaciones —confesó y, aunque me tomó por sorpresa, también
sentí tremendo alivio.

—Entonces Dalia no corre… —Me quedé en silencio y él negó.

—Solo fue María la pentita, ni Paulo ni Dalia ni los demás Montés tienen idea
de lo que esa escoria hizo —aseguró con asco y por inercia me recosté en mi
silla, cerré los ojos y solté el aire que ni yo sabía que estaba reteniendo.

—¡Joder! He pasado todas estas semanas con el alma en un hilo creyendo que
en cualquier momento me avisarían que mi amiga había desaparecido y luego
la encontrarían desmembrada en algún lugar —confesé.

Filippo negó y sonrió de lado con sarcasmo.

—Hubieras podido averiguarlo solo con una llamada, Essie o con un mensaje
—señaló y lo miré entendiendo lo no dijo— y te habrías y nos habrías
ahorrado muchas angustias —añadió y tragué con dificultad.

Sintiendo que el corazón me dolió y se me aceleró como loco sin saber bien la
razón o presintiendo que Filippo quiso decirme algo importante, pero se lo
tragó por respeto a su amistad con Izan.
CAPÍTULO 23
Negué, cerré los ojos solo por unos segundos y respiré profundamente. Esa
sensación que me provocaba Izan cada vez que lo veía, cuando escuchaba
hablar de él o se me mencionaba, era arrasadora y no siempre la soportaba.

No cuando se mezclaba con dolor.

—Amo a tu amigo, lo sigo haciendo a pesar del tiempo que tenemos separados
y de que posiblemente él ya está feliz con alguien más, pero créeme cuando te
digo que no soy de las que vuelve por una humillación una segunda vez,
Filippo —zanjé con el corazón desbocado.

—¿A qué te refieres exactamente? —inquirió mordaz y lo miré irónica,


luego bufé.

—¡Joder con esos baños! Por poco y me he mojado el culo —espetó Dalia
llegando de pronto.

Filippo me miró con una ceja rubia alzada, esperando a que le respondiera
y negué. Era momento de zanjar ese tema y evitar tantas taquicardias.

Dalia notó nuestra expresión y preguntó qué pasaba, pero les dije a ambos
que me sentía feliz de verlos a ellos felices, porque sí, se les notaba que
estaban ilusionados el uno con el otro, sin embargo, si seguíamos
compartiendo quería que fuera por la amistad que tenía con Dalia y con él por
ser su chico, no más.

Les dejé claro que buscaba un nuevo comienzo y necesitaba cerrar ciertos
ciclos, así que estaría agradecida con ellos si colaboraban. Filippo negó y
sonrió irónico, pero fue mi momento de observarlo con una ceja alzada y
segundos después asintió de acuerdo. Dalia por supuesto que me apoyaba y me
alentó a tirarme a todos los tíos de la ciudad si eso quería. Me reí por la cara de
sorpresa de Filippo al escuchar tal cosa y más lo hice cuando le preguntó si ella
haría eso si las cosas entre ellos se torcían y mi amiga sin temor a nada asintió.

Era bueno que el tipo supiera lo que tenía entre manos.

Rato más tarde Dalia pidió que fuéramos a un club, ya que tenía mucho
tiempo que no iba a uno a bailar y alegó que en serio necesitaba hacerlo, pero
Filippo nos dejó claro que no podía acompañarnos y, aunque yo no entendí la
razón, mi amiga sí, así que con eso me bastó.

Terminé en mi apartamento viendo series y hablando como loca con


Luna, pensando seriamente en comprarme un diario porque comencé a darle
la razón a mi hermano. No podía ser normal que hablara de esa manera con mi
mascota como si fuera a entender o a responder. Y donde lo hiciera era seguro
que terminaría en un psiquiátrico, con un paro, o en una iglesia rogando por
un exorcismo.
Mi semana continuó entre el trabajo y estudios, el fin de semana
acompañé a Oliver y Arthur a preparar todo lo necesario para su exposición.
Hablé casi a diario con mis padres y un poco más de lo normal con Dasher. Y de
nuevo acepté una cena con Dalia, esa vez solo las dos y terminamos bebiendo
algunos tragos demás; yo me controlaba con la bebida por la cantidad de
medicamentos que tenía que ingerir, mi amiga en cambio cogió un pedo
increíble que la obligó a medio dormir cerca del váter de mi baño.

Extrañaba a su tía, así que la tuve que ver llorar y lo hice junto a ella. Tal
vez María se ganó su muerte y podía verlo y entenderlo después de semanas,
jugó con la mafia sabiendo las consecuencias y no le importó arriesgar a su
familia.

Pero no lamenté esa muerte por María, lo hice por el daño y pérdidas que
ocasionó tras ella.

Pasaremos por ti a las cuatro de la tarde.

Leí en la pantalla de mi móvil. Ya había registrado el número de Aleph y el


viernes había llegado al fin. Me sentía emocionada por ir a esa feria literaria,
incluso sabiendo que no conocería a mi escritor favorito, el simple hecho de
poder conseguir un ejemplar firmado con su puño y letra me bastaba.

No es necesario, envíame la dirección y nos encontraremos allí.

Le respondí cuando salí de la ducha.

Quiero ser un caballero contigo y para eso sería recomendable ir por usted,
bella dama.

Reí y negué con su respuesta.

Aleph, no es necesario que finjas conmigo. Te aceptaré como mi amigo incluso


siendo tosco.

Me mordí el labio mientras enviaba ese mensaje y esperé paciente a que


respondiera al ver que estaba en línea, sonriendo al imaginarlo a él negando y
bufando una risa por lo que leía de mí.

¡Auch! Eso me dolió, pero me alegra que me aceptes así. Igual pasaremos por ti a
las cuatro.

Espero que también me aceptes siendo un mandón.

Alcé una ceja incrédula pero también divertida por lo que acababa de
responderme y negué. No me esperaba eso para ser sincera.

—Bien, Aleph. Será a tu manera esta vez, pero no te acostumbres —murmuré


y escribí a la vez.
Tras eso tiré el móvil en mi cama y comencé a buscar la ropa que usaría.

El día estaba siendo fresco, así que intuí que por la tarde se volvería más frío y
decidí vestirme un poco más formal de cómo estaba acostumbrada, terminé
alaciándome el cabello y noté que ya me había crecido un poco más abajo de
los hombros.

Me debatí en si dejarlo así o hacer una cita pronto en la peluquería para no


permitir que creciera más. Me gustaba cómo me veía así.

Justo a las cuatro de la tarde me encontraba bajando los escalones tras un


mensaje de Aleph donde me avisaba que estaban afuera, al llegar a la acera del
edificio vi un flamante coche negro, Aleph estaba afuera de él, hablando con
una chica de cabello corto y rubio, esbelta y casi de mi estatura, quien usaba un
abrigo blanco pegado al cuerpo que llegaba a la mitad de sus piernas, con
medias del color de su piel y botas a juego con su abrigo.

Aleph fue el primero en verme —ya que ella me daba la espalda— y le dijo algo
a la chica señalándome a la vez con su barbilla para que me observara.

Ella volvió a verme y me regaló una enorme y hermosa sonrisa mostrando


todos sus dientes. Era preciosa y tenía un brillo tan especial que logró que me
sintiera iluminada.

—¡Demonios, Essie! Eres más preciosa de lo que Aleph me dijo —soltó de


pronto y corrió hacia mí para abrazarme como si me conociera de años.

Me quedé impactada por su acción y por lo mismo no pude ni corresponder a


su arrebato. Solo sentí que abrí los ojos demás y miré a Aleph pidiéndole ayuda
o que al menos me explicara algo que me hiciera entender el cariño que esa
chica me estaba mostrando.

Aleph rio y se mordió el labio, negando bastante divertido por la actitud de su


amiga.

—¿¡Eh!? ¿¡Hola!? —le dije cuando se separó de mí.

Ella seguía riendo, incluso con sus ojos verdes. Tenía unos labios gruesos
pintados de rojo, la nariz respingona y un lunar cerca de la comisura derecha
de su boca.

—¡Madre mía! Perdona mi emoción —dijo todavía riendo lo que me hizo reír a
mí— Soy Renee —se presentó y me tendió la mano queriendo controlar así su
euforia.

—Es un verdadero placer, Renee —dije y tomé su mano.

—No dirás lo mismo cuando la conozcas bien —advirtió Aleph acercándose a


nosotras.
—¡Que te den, idiota! —refunfuñó ella sin ningún enojo.

—Hola —me saludó Aleph ignorándola y me tendió la mano con evidente


diversión.

—Hola —le respondí y me mordí el labio para luego negar.

Renee nos apuró para subir al coche luego de eso, alegando que su escritora
favorita estaría en la feria y quería ser de las primeras en llegar para poder
tomarse muchas fotos con ella.

Ella y Aleph parecían hermanos. Él, el hermano mayor obligado por sus padres
a llevar a su hermanita a la feria y ella una hermanita bastante caprichosa con
tal de sacarlo de quicio.

Me reí en serio al verlos gastarse bromas, aunque admito que también sentí
nostalgia al pensar en Dasher; me habría encantado recordar mi infancia con
él, ya que la diferencia de nuestras edades era igual a la de Renee y Aleph.

—Te lo juro, Essie. Tienes que leerla, sé que te encantará su nuevo libro y
quisiera decirte de qué se trata, pero no quiero hacerte spoiler. Merece la pena
que sufras, rías, grites y llores con cada una de sus páginas —explicó
mostrándome que en serio era fan de esa escritora.

Íbamos de camino, a punto de llegar a la feria. Ella iba como copiloto, aunque
sentada de lado para poder verme. Aleph era el conductor y en varios
momentos lo caché viéndome por el retrovisor, era una mirada de disculpas
por su amiga, pero también de diversión.

Al llegar a la feria Renee fue quien abrió mi puerta como toda una dama y
Aleph la miró rendido y negando. La pobre de verdad demostraba una emoción
que me parecía increíble.

—En serio, perdónala —pidió él rascándose la cabeza. Renee corrió


al stand donde sabía que se encontraba la dichosa escritora y nos dejó hasta
atrás, disculpándose por no esperarnos—. A veces pienso que se quedó
estancada en los quince años porque no se comporta como de veintidós —
señaló y negué.

—No seas tonto, no se trata de la edad sino de la pasión que los escritores
logran despertar en nosotros. —le dije y me miró un tanto avergonzado—
¿Has leído alguna vez? —inquirí.

—Hace años y porque me obligaron —aceptó y lo miré con los ojos


entrecerrados— ¡Ya! No me mires así, no es mi culpa que me parezca aburrido
—se defendió.

—¿Así que le has hablado a Renee de mí? —solté entonces y carraspeó


sorprendido, ya que no se esperaba que dijera eso.
Mis cambios de tema tan bruscos me caracterizaban según mencionó Aiden
una vez.

Aleph miró hacia algunos stands que nos rodeaban y sonreí en mi interior.
Había muchas personas comprando sus libros, Renee ya estaba en la fila
esperando su turno y yo me dejé guiar por él, ya que era quien sabía en dónde
estaba el stand destinado para mi libro favorito.

—Bueno, le dije que te invitaría a venir con nosotros —explicó.

—¿Y para eso era necesario decirle que soy hermosa? —cuestioné y tosió.

—¡Mierda! Vienes dispuesta a tirar a matar hoy, eh —inquirió él y me reí.

Rio conmigo, pero no respondió.

Caminamos un poco más dentro de la plaza donde dispusieron la feria hasta


que de lejos logré identificar aquellos estantes llenos del libro Ladrón de
Recuerdos. Contuve las ganas de correr solo para no darle un motivo a Aleph de
que se burlara también de mí y cuando llegamos me deleité acariciando casi
todos los ejemplares y abriendo la cubierta para comparar aquella firma.

Todos tenían una dedicatoria y descubrí cinco diferentes. La chica que nos
atendió dijo que podía escoger la que más me gustara y pensé en que lo habría
hecho así, aunque no me lo dijera.

Sobre todo cuando tenía en mis manos uno con una dedicatoria que me
estremeció.

“El orden de los recuerdos, no altera el olvido.”

Leí y tragué con dificultad.

Sin poder evitarlo llevé el libro a mi pecho y cerré los ojos tratando de respirar
pausado y así evitar que mis lágrimas salieran.

—¿Todo está bien? —preguntó Aleph de pronto y di un respingo cuando puso


la mano en mi espalda baja.

—¿Eh? ¡Sí! —me apresuré a decir e intenté sonreírle.

—Ya he pagado por el libro. Si gustas vamos a otros stands o en busca de Renee
antes de que vuelva loca a esa pobre mujer —aconsejó y asentí.

—Te daré lo que pagaste —avisé y negó.

—Ya me lo has pagado —aseguró y alcé una ceja sin entenderle— ¿Me dejarás
ver tu dedicatoria? —preguntó ignorándome y le di el libro para que leyera.
No sé si mi reacción fue tan impactante como la de él, pero fui capaz de sentir
su dolor, una agonía que mostraban sus ojos incluso cuando sonreía. Y era la
misma que muchas veces vi también en los de Izan.

—¿Ya has olvidado a alguien o te han olvidado? —me atreví a preguntarle y


me miró con tristeza.

—Para ser sincero contigo, me han olvidado más veces de las que te imaginas
—confesó—. He sido bastante… fugaz en la vida de muchas personas. Creo que
nací para eso.

—¿Para ser fugaz? —inquirí.

—Más bien para ser olvidado —respondió como si ya estuviera tan


acostumbrado a eso, que comenzaba a dejar de dolerle.

Me entregó el libro y comencé a caminar cuando me animó con un gesto de


mano. Su respuesta me dejó pensando en muchas cosas, en qué pensaría si le
hablaba de mi historia, pero no pretendía decirle nada, puesto que así me
sintiera tranquila y confiada con él, no era capaz de hablarle de eso.

De forma inevitable Izan llegó a mi cabeza, ese pelinegro llegó a mi vida para
desestructurar todo el orden de las cosas. Era casi como si desde que recuperé
la memoria me hubieran formado para vivir todo de nuevo de forma ordenada,
paso a paso. En secuencia de los números.

Primero el uno, luego el dos, el tres, el cuatro, el cinco y así sucesivamente.

Pero cuando conocí a Izan fue como si del uno me salté al cinco de una vez,
luego al diez y después al veinte. Viví con él un amor tórrido, apasionado,
impactante, apremiado y lleno de una adrenalina que me abrumó porque me
hizo experimentar todas esas cosas de una vez, sin darme pausa.

Por lo mismo tuve una confianza increíble de decirle todo cuando apenas lo
conocía e incluso sin estar juntos, pensaba en que seguía siendo capaz de
confesarle mis secretos sin temor a que los usara en mi contra y sé que él
también conmigo, me lo demostró al hablarme del mundo al que pertenecía,
aun sabiendo que yo podía huir, se arriesgó y no se equivocó.

Porque hui.

Aleph en ese momento era como Oliver o Dalia, confiaba en ellos, pero había
algo que no me dejaba entregarme a ojos cerrados y a lo mejor era porque en
lugar de desestructurar, mantenían mi vida estructurada.

En orden, en calma.

—En serio, gracias por todo, chicos. Me he divertido demasiado con ustedes —
Le dije a Aleph y Renee cuando me bajé del coche.
Habíamos ido a cenar luego de dar muchas vueltas por la feria, cuando con
Renee nos compadecimos del aburrimiento evidente de Aleph. Por momentos
él se alejó de nosotras para tomar algunas llamadas y en esos instantes
aprovechaba para conocer más de su amiga.

Acababa de terminar la carrera de mercadeo, aunque tenía dos años


trabajando con Aleph y su naviera.

Llegó a la compañía Vander Werf gracias a su hermano, quien falleció tiempo


atrás, pero antes de eso la dejó conectada con Aleph para que pudiera hacerse
cargo de su madre. Noté en sus gestos que no le era fácil hablar de su ser
querido y tampoco le fue fácil acoplarse a una vida que no conocía luego de
vivir rodeada de las comodidades que su hermano le había dado a ella y a su
madre.

Sin embargo, supo salir adelante y encontró en Aleph a un hermano,


agradecida de eso después de haber perdido al suyo.

Por esa razón se sintió emocionada de conocerme, su vida era entre hombres y
tener amigas le resultaba bastante difícil con el poco tiempo que tenía para
ella.

—Por favor, dime que esta no será la última vez que nos veremos. En serio
necesito una amiga y no es fácil que cualquier chica me caiga tan bien como tú
—dijo Renee y negué—. Te prometo que no me sentiré mal si me pones un
paro porque soy muy cansona.

—Y cuenta con que te lo tendrá que poner muchas veces —le dijo Aleph y ella
lo miró mal.

Renee se había quedado en el coche y Aleph salió para acompañarme hasta la


puerta del edificio.

—Ya tienes mi número telefónico, así que llámame y quedamos para salir
luego —le dije y ella sonrió feliz.

Caminé con Aleph a mi lado y me sorprendí cuando siguió conmigo hasta que
llegué a la puerta de mi apartamento.

—Todavía me debes un té —me dijo y me reí.

—Tú también tienes mi número de móvil, así que llama cuando tu agenda
tenga un chance libre para eso —le dije.

—Será pronto —advirtió y opté por abrir la puerta para no verlo al rostro.

—Muy bien, entonces nuevamente gracias por todo, por mi libro incluido —
añadí y dio un paso hacia atrás para comenzar a irse.
—No era necesario decirle a Renee que eres hermosa, Essie. Lo hice solo
porque quise recalcar esa verdad —respondió al fin mi pregunta y bufé una
risa—. Hasta pronto.

—Hasta que llegue el día del té —me despedí.

Reí y negué al verlo levantar la mano derecha y así como lo hizo en el


restaurante, llevó dos dedos a su sien para hacer de nuevo ese saludo militar.

Aunque mi risa se borró en cuanto la manga de su chaqueta de cuero se subió y


me dejó ver el puño de la camisa que usaba por dentro.

Toda la orilla del lado de adentro de su muñeca estaba roja, un rojo pálido
parecido al de la sangre.

—¿Sucede algo? —preguntó al ver mi reacción.

—Tienes sangre —le dije y alzó las cejas con sorpresa.


CAPÍTULO 24
Aleph miró hacia donde le señalé y tras actuar con sorpresa lo hizo con mucha
tranquilidad. Luego de eso me explicó que la sangre era suya y se subió más la
manga para que viera un corte que según él se hizo en uno de sus
entrenamientos, ya que le gustaba todo lo que tenía que ver con kickboxing,
artes marciales y cosas por el estilo. Ese día había entrenado con armas y
terminó teniendo un pequeño accidente.

La tenía protegida con gasas, pero hizo un mal movimiento y eso provocó
que volviera a sangrar. Me ofrecí a limpiarlo y ponerle gasas limpias, aunque
se negó diciendo que tenía que irse porque todavía debía resolver algunos
asuntos con respecto a su trabajo.

Le sonreí y le dije que tuviera más cuidado, luego nos despedimos, pero al
entrar en mi apartamento mantuve una espinita que no me dejó estar
tranquila hasta que abrí mi laptop y tecleé su nombre.

No encontré nada.

Lo único que me salía era información sobre una empresa naviera con su
apellido, era bastante famosa e importante, pero solo daban la información
básica, la dirección dónde se encontraba, teléfonos y datos históricos como
cuándo se fundó y cosas así.

Decidí dejar la paranoia entonces y me concentré en mi vida.

Días después y con sorpresa me di cuenta que ya habían pasado tres


semanas y ni lo noté. La vida iba corriendo cuando solo quería que caminara.

Algunas noches me las pasé acompañando a Oliver y Arthur, la exposición de


este último fue muy bella y me sentí feliz y orgullosa de acompañarlo en un día
tan importante. También compartí más con Dalia y me divertí con las historias
de su relación con Filippo.

Esos dos parecían sacados de un libro y Filippo era como el cabrón que al
fin había encontrado su karma en mi amiga.

—Hola, Renee —dije al responder mi móvil y ver que se trataba de ella.

—No tienes idea de la ansiedad que he vivido, soportando las ganas de


hablarte a diario —respondió y me reí.

—No entiendo por qué las has soportado —señalé y bufó.

—Porque Aleph me advirtió que no te agobiara con mi intensidad.

—Aleph es un tonto —aclaré.


—¿¡Cierto!? ¡Dios! Hubiera querido grabarte para que él compruebe que no soy
la única que piensa eso —exclamó y me reí.

—¿Y qué? ¿Quieres que salgamos a comer algo? —propuse.

—Me encantaría, pero no puedo salir. ¡Carajo! Estoy que me tiro de los pelos
por la desesperación que me provoca este encierro —se quejó y fruncí el ceño.

—¿Y por qué has estado encerrada? —cuestioné con curiosidad y la


escuché carraspear.

—Demasiado trabajo en la naviera y muchos negocios que había que resolver


de inmediato —explicó.

—Bueno, lo siento, Renee. Así es a veces con el trabajo. Pero cuando


quieras podríamos hacernos una videollamada y ver series mientras nos
hablamos para imaginar que estamos juntas. Hago eso con mamá cuando me
siento muy sola —confesé y la escuché reír, aunque no con burla.

—¿Y si vienes a casa y hacemos nuestra propia fiesta? —propuso de


pronto— Estoy con Aleph por unos días, ya que tuve un problema con mi
apartamento, pero él está de viaje y no vuelve hasta dentro de dos días —informó.

—¿Crees que no tendrás problemas con él porque me invites? —inquirí.

—Por supuesto que no, Essie —aseguró.

—Bien, envíame la dirección y nos vemos ahí en un rato —acepté y Renee


gritó emocionada.

La verdad era que la chica me caía muy bien y de cierta manera sentía que
su vida era un poco como la mía y no solo en lo solitario.

Me sorprendí cuando puse la dirección en el mapa y vi que me conducía a


un edificio bastante exclusivo. Había escuchado rumores sobre que no
cualquiera entraba en ese lugar e incluso los trabajadores eran muy bien
estudiados y firmaban un contrato de confidencialidad antes de ser aceptados.

Renee agregó en el mensaje de texto que me envió junto a la dirección, que no


tendría ningún problema, puesto que ella ya había avisado que yo llegaría, solo
pidió que le enviara un mensaje para confirmarle cuando estuviera afuera y
admito que me sentí un poco nerviosa luego de todo lo que oí sobre ese lugar.
Pero también me embargó la curiosidad y tras tomar una ducha y estar lista,
pedí un Uber y este me llevó a mi destino.

Treinta minutos después me encontraba a punto de entrar a un edificio de


paredes de vidrio negro, con el corazón acelerado sintiendo que a lo mejor no
fue buena idea ir. Pero ya estaba ahí y le envié un mensaje a Renee para
avisarle, ella me respondió con una clave y me pidió que se la diera a los
hombres de seguridad que me recibieron.
Uno de ellos me guio a unos ascensores y en el camino me deleité con los lujos
del lugar. Y no me sorprendía de lo que el dinero podía hacer, ya que lo había
comprobado de primera mano con mis padres y toda mi familia, pero sí me
abrumaba estar en un mundo donde muchas veces la superficialidad mandaba.

—Es aquí, señorita Black —dijo el hombre y lo miré con sorpresa cuando me
llamó por mi apellido, aunque no debía mostrarme así sabiendo que Renee
tuvo que decirles.

Habíamos parado en una especie de ático y cuando el hombre abrió la puerta


encontré a Renee detrás, emocionada al verme y así como lo hizo la primera
vez, me abrazó eufórica.

Estaba vestida con un short de mezclilla negro, roto hasta dejarle ver las bolsas
y una camisa azul marino. Usaba el cabello suelto y natural y no tenía zapatos
puestos, lo que me permitió ver sus pies blancos y sus uñas pintadas de negro.

—¡Ay! No lo puedo creer —chilló feliz y me reí.

—¡Dios, Renee! Actúas como si estás frente a tu actriz favorita o tu escritora


—señalé y vi sus mejillas sonrojarse.

—Lo siento por eso —dijo y negué—. Ven —pidió y me tomó de la mano.

Tras eso cogió mi bolso y lo dejó en una mesa delgada del recibidor y me
condujo a la sala donde había arreglado la mesa de centro con frutas, jamones,
quesos, bebidas, frituras, de todo. Tenía música suave y me invitó a sentarme
en un sofá grande junto con ella.

—Sé que soy muy exagerada, Essie, pero no creas que actúo de esta manera
con todo el mundo y de hecho, soy bastante reservada y hasta seria. A muchas
personas les caigo mal porque les parezco tosca o engreída y la verdad no me
importa, ya que se merecen que sea así con ellos. Pero contigo soy así de…
linda o intensa como quieras verlo, porque no sé, a veces siento como si te
conociera desde hace mucho tiempo, como si fuimos amigas en vidas pasadas
—explicó y me reí.

—Supongo que Aleph tiene razón al decirme que te rodeas solo de chicos y por
lo mismo adoptas esa postura engreída —le dije y asintió.

—La mayoría de hombres se creen superiores a las mujeres y piensan que


cuando una chica es hermosa solo se mide por eso y no por su inteligencia,
sobre todo si es rubia —se quejó.

—Me cuesta creer que en este tiempo todavía existan personas que midan la
inteligencia de una mujer por el color de cabello o las curvas —bufé.

—A mí me rodean muchos así —confesó y arrugó la nariz con desagrado— y


de hecho, creen que solo soy una especie de puta para Aleph y por lo mismo
estoy donde estoy —confesó y se acercó a la mesa para servir dos copas de
vino. Me entregó una y le di un trago—. Y no te voy a mentir que cuando recién
lo conocí me gustó mucho… ¡Carajo! Es que a quién no le gustaría ese hombre
con ese porte de poder y maldad que maneja, a parte del físico —Fruncí el ceño
cuando lo describió de esa manera—, pero desde el minuto uno me trató como
a una pequeña hermanita y créeme, no soy de las que mendiga ni obliga a
nada, así que por las buenas entendí que ese tipo nació para ser mi amigo, no
más. Y ahora es como mi hermano.

—Cuando lo conocí no vi ni maldad ni poder en él —dije y me miró con una


ceja alzada—. Solo a un tipo común y corriente, guapo por supuesto, pero
hasta ahí. Así que me describes a una persona muy diferente a la que yo veo —
Renee cogió un palito de queso y luego uno de jamón para llevárselo a la boca.

—Es… porque lo conocimos en circunstancias distintas —explicó con la boca


llena—. Me contó que se chocaron en un Café, o sea, viste al tipo común, y
Aleph en su compañía tiene que mantener una forma de ser como la que yo te
describo para que sea respetado.

Asentí de acuerdo recordando también que ya había conocido a una persona


similar meses atrás, quien conmigo fue como un chico bromista, cariñoso y
pasional mientras que ante el mundo era engreído y hasta letal.

Seguimos hablando con Renee de muchas cosas y bebiendo a la vez. Ella era
tan apasionada como yo por los libros y muy sola además. Por eso mismo me
confesó que le encantaba perderse entre historias ficticias, ya que con ellas
conseguía la libertad que no tenía en la realidad.

Rato más tarde nos habíamos terminado dos botellas de vino y me encontraba
descalza y bailando junto a ella cuando salió una canción que nos gustaba a
ambas. Renee parecía comenzar a relajarse entre copas de vino y luego buscó
algo más fuerte, robando de la colección de Aleph una bebida que parecía
hecha de alcohol puro.

Pasé de eso e hice cara de asco solo con el olor. No me sentía borracha ni
achispada, solo relajada y bastante divertida con las tonterías que soltaba
Renee. En un momento dando terminó besándose con una manzana,
jurándome que ya había olvidado cómo hacerlo porque no había estado con un
chico desde hacía mucho tiempo.

—¡Maldición! Extraño ir a un club y perderme bailando entre la multitud. —


confesó— ¡Vamos, cariño! —me alentó y me tomó de las manos para que
bailara con ella.

Me reí y con torpeza le seguí el ritmo. Renee era muy energética, espontánea y
hasta sencilla. Una mujer golpeada por la vida, pero que aun así seguía
viéndole el lado bueno y disfrutando de los pequeños momentos.

Animada por la chica terminé moviendo las caderas, recordando cuando Abby
me enseñó a hacerlo, y bailándole mientras ella estaba sentada en el sofá
riendo, gritándome piropos y aplaudiendo. Con Renee estaba divirtiéndome
demasiado, dejando atrás muchas cuestiones de mi vida y gozando como debía
hacerlo una chica de mi edad.

Pero me quedé de piedra en cuanto me di la vuelta y encontré a Aleph


recargado en un pilar central del ático con los brazos cruzados y sonriendo al
ver nuestras locuras. Renee se sorprendió de mi reacción y cuando se giró para
ver hacia donde yo lo hacía, literalmente se fue de culo.

—¡Mierda! —bufé por lo bajo muy avergonzada.

—¡Puta madre, Aleph! ¿¡No se suponía que llegabas hasta dentro de dos días!?
—bufó ella y Aleph la miró con una ceja alzada.

Negó y se sorprendió con la reacción de su amiga, pero se notaba que eso le


divertía.

—Parece como si hubiera llegado de pronto a tu casa y no a la mía —dijo él con


ironía y comenzó a caminar hacia nosotras con las manos metidas dentro de
los bolsillos de su pantalón—. Por cierto, hola, Essie. Te mueves muy bien —
halagó.

—¡Madre mía! —dije, pero me reí sin poderlo evitar—Siento mucho haber
irrumpido en tu casa —añadí.

—Por hoy no es mi casa según veo sino de esta loca —dijo y señaló a Renee.

—¿Quieres un trago? —ofreció ella.

—Doble, por favor —aceptó él.

Nos miramos por unos segundos y nos volvimos a sonreír, luego tomé mi copa
y me senté en el sofá al lado de Renee, comenzamos a charlar y a reírnos. Yo
paré de beber y solo vi cómo poco a poco la rubia iba achispándose cada vez
hasta ponerse borracha.

De vez en cuando buscaba a Aleph con la mirada y lo notaba un poco perdido y


me atrevía a decir que hasta preocupado. Renee lo conocía muy bien y vi su
intención de animarlo, a tal punto que lo tomó de las manos hasta hacerlo que
se pusiera de pie y lo hizo bailar. En ese momento me reí de verdad porque ese
hombre no sabía lo que hacía.

—A ver, enséñame tú y no solo te rías —dijo de pronto y me tomó de la mano.

Negué divertida y comprobé que sin zapatos yo era todavía más baja que él.

—Donde llegues a pisarme te irá muy mal —advertí.

Renee bailaba junto a nosotros y se burlaba de su amigo, pero minutos más


tarde nos dejó solos porque le urgía ir al baño. Como un chiste del destino en
ese instante una canción más lenta comenzó a sonar y negué al ver la ceja
alzada de Aleph al notarlo también.

—Creo que me sé manejar con esta —dijo y me tomó de las manos para que las
pusiera en sus hombros mientras él llevó las suyas a mi cintura, manteniendo
una distancia prudente para no pisarme.

«You were good to me», sonaba con su melodía tan pausada pero delicada.

Una canción muy triste, pero de alguna manera también certera.

—¿Estás bien? —me atreví a preguntarle y lo miré a los ojos— Te he notado


un poco distante y preocupado, a pesar de que intentas estar aquí y compartir
nuestras locuras —añadí.

—Hace años perdí a alguien importante, Essie y… temo estarle perdiendo de


nuevo —confesó y la tristeza en su voz fue palpable—. Y es gracioso que me
duela tanto o más que la primera vez.

—¿Sirve si te digo que todo va a estar bien? —inquirí y negó.

—No va a estar bien si esa persona no quiere y me frustra que se comporte así
—bufó y sus ojos se volvieron brillosos—. Y sabes qué es lo más gracioso de
todo esto… —Callé para que hablara— Que puedo obligar al mundo a que haga
lo que se me antoje menos a… menos a esa persona —Tragué con dificultad
cuando dejó escapar una lágrima.

Fue solo una, pero suficiente para estremecerme de pies a cabeza porque me
hizo sentir su impotencia, su tristeza y dolor.

—No te des por vencido, Aleph. Ten fe en que esa persona será capaz de
reaccionar a tiempo.

—Es que tiempo es lo que menos hay, Essie y esto me supera porque he sido
un hijo de puta, un egoísta, la peor mierda que existe y lo seguiría siendo con
tal de ver bien a los míos. Pero pesan más mis errores y seré condenado por
eso siempre —alegó.

Y sería sincera conmigo misma, solo él sabía de lo que hablaba y lo que yo


conocía era poco, así que tampoco podía opinar mucho, pero si me basaba en
lo que veía en ese instante, sabía que Aleph sufría más de lo que alcanzaba a
demostrar.

—¿Esa persona alguna vez ha visto al hombre que me dejas ver a mí? —quise
saber y asintió.

Sin detenerme a pensar en las consecuencias quité una mano de su hombro y


la llevé a su mejilla. Aleph me miró un poco sorprendido por mi gesto y me
tomó de la muñeca para detenerme, pero no para quitarme. Cogí aire al ver que
se la llevó a la boca y dio un beso en cada uno de mis dedos, tardándose un
poco más al besar la yema de mi pulgar.

—Me muero por besarte, Essie —susurró de pronto.

Dejó mi mano para acariciar mi labio inferior y los entreabrí disfrutando de


ese toque.

Nunca se me había acelerado el corazón con él, pero en ese momento lo hizo y
me dio miedo soltar el aire retenido porque si lo hacía tendría que volver a
respirar y eso significa inspirar su fragancia, algo que no me convenía.

—¿Qué…qué te detiene? —solté y abrí los ojos un poco más por la sorpresa que
me causó mi propia pregunta.

—No sería correcto —aseguró, pero se acercó más hasta que sentí que su nariz
rozó la mía.

El vientre se me contrajo por los nervios, puse una mano en su pecho y la que
todavía tenía en su hombro la apreté.

—No lo sería si yo no te lo permitiera, Aleph —aseguré.

Y ni yo me reconocí en ese instante, de alguna manera ya no me sentía tan


inocente como meses atrás y no culparía a las copas que ingerí porque no
fueron muchas, era solo yo deseando probar sus labios.

—¡Joder! No me lo pongas así de difícil —pidió él y sonreí porque nuestros


labios se rozaron.

Ladeé un poco la cabeza y lo vi a los ojos, luego me mordí el labio.

—¿Vas a hacerlo? —pregunté y negó.

—No puedo —aseguró, pero su voz salió lastimera, demostrándome que no


podía y no porque no quería.

—Yo sí, Aleph —le dije.

Tragó con dificultad cuando me escuchó y me puse en puntas para cerrar la


distancia entre nosotros, pero solo para darle un beso casto que detuve al
mismo tiempo que él detuvo sus labios en mi dedo.

Ninguno cerró los ojos y cuando me separé nos vimos de una forma diferente a
cómo nos habíamos estado viendo en el tiempo que llevábamos
conociéndonos, o al menos yo lo hice.

—¡Mierda, Essie! —se quejó y me asusté cuando se alejó de mí y me dio la


espalda.
Se llevó las manos a la cabeza en señal de frustración y me sentí como una
abusadora.

—Aleph, lo siento —me apresuré a decirle y me miró incrédulo.

—No, Essie. Yo sí que lo siento, porque después de esto mandaré todo a la


mierda —sentenció y antes de poderle preguntar a qué se refería, caminó de
nuevo hacia mí y me cogió del cuello sin hacerme daño para luego encontrar
mi boca.

Aleph no buscaba darme solo un beso casto.


CAPÍTULO 25
Cogí los brazos de Aleph aferrándome a ellos y así no permitir que ese cúmulo
de emociones me llevara al suelo. Pero su boca cargada de experiencia
amenazó con hacerme desvanecer sin piedad alguna. Gemí cuando mordió mi
labio y él se aprovechó de eso para meter su lengua y acariciar la mía de esa
manera.

Sabía a alcohol y a menta, una mezcla que ayudó a que las sensaciones que
me estaba provocando me embriagaran.

Y le correspondí, no al principio porque como tonta no esperaba un beso


como ese, sin embargo, me dejé llevar por ese momento y me permití saber
qué se sentía probar otra boca y, a pesar de que Aleph no era un hombre que
me volvía loca por las emociones que experimentaba estando cerca de él,
confieso que su beso fue capaz de despertar en mí cosas que no creí sentir en
un buen tiempo.

El hombre era voraz, diestro y decidido. Sabía bien a dónde me quería


llevar y cómo, así que cuando me hizo caminar hacia atrás hasta empotrarme
al pilar, me entregué por completo a nuestro beso y le mostré que yo no sabía
dar solo besos castos, también podía regalarle uno cargado de pasión y en
cuanto gruñó porque chupé su lengua, supe que lo había comprobado.

—Joder, pequeña —bufó sobre mis labios y me reí.

—¿Pequeña? —dije y le di un beso casto para luego tirar de su labio


inferior con mis dientes— Solo de estatura —aseguré.

Me reí porque para ese momento él se aferraba a mi cintura y sentí la


presión que hizo para soportar mi arrebato. Rocé mi pecho al suyo y envolví
los brazos en su cuello. Pegó su frente a la mía y nos vimos a los ojos unos
segundos, abriendo nuestras bocas, jadeando por el aire que nuestro arranque
nos robó y deseando volver a unirnos pronto.

—Esto… esto no es correcto —dijo, pero me mordió el labio mientras


tanto.

—¿Y por eso sabe así de bien? —inquirí.

—Sí, Essie. Sabes a cielo para mí, algo que podré probar solo en tu boca —
aseguró y me reí, mordiéndome el labio en el proceso.

Aleph dejó mi cintura y volvió a mi rostro para acunarlo, soltando con su


pulgar mi labio para que no siguiera mordiéndolo, me miró con intensidad
unos segundos y luego volvió a besarme, pero esa vez fue suave, delicado
como si entre sus manos tuviera a alguien hecha de porcelana y temiera
dejarla caer y lo que me provocó en ese instante no me gustó.
Si bien me dejé llevar por el momento, no quería nada que me complicara
la vida de nuevo.

—¡Chicos! ¿¡Dónde se metieron!? —Nos separamos cuando Renee gritó.

El pilar era ancho y nos cubría al estar detrás de él, así que no nos vio
juntos y con lo borracha que estaba ni se enteró de que nos sorprendió. La
chica solo se puso a bailar al vernos y con Aleph nos reímos.

Renee era graciosa y espontánea en sus cinco sentidos, pero borracha era
todo un caso, insoportablemente linda, empalagosa y muy sincera. Seguimos
disfrutando y las miradas con Aleph se volvieron más intensas y constantes, él
era muy fácil de leer y a leguas se notaba que quería volver a besarme.

Pero traté de no concentrarme mucho en eso y me dediqué a Renee, a sus


quejas y a sus movimientos graciosos. Y disfruté de los reproches que le hacía
a su amigo por ser un gruñón y quererla mantener encerrada como si fuera
una niña que no sabía cuidarse sola. Eso me llamó la atención, aunque ambos
supieron explicar por qué la chica decía tal cosa.

—Cuidado con su cabeza —advertí a Aleph cuando llevaba a Renee en


brazos para la habitación.

Al fin había caído dormida después de ponerse un pedo que la haría


maldecir al día siguiente y Aleph como buen hermano la llevó a la cama para
que no amaneciera con una tortícolis que le empeorara todo.

Al dejarla cómoda me fui a la sala para ponerme los zapatos dispuesta a


marcharme, ya que casi iba a ser la media noche y ya no era correcto que
siguiera ahí con Renee dormida.

—Gracias por todo —le dije a Aleph al verlo llegar detrás de mí.

Me miraba serio pero no molesto. Era más como si fuera una bestia
estudiando a su presa.

—Puedes quedarte, Essie. Hay habitaciones disponibles para ti —ofreció y


negué.

—Prefiero dormir en mi cama.

—Entonces déjame llevarte a tu apartamento —siguió y volví a negar—.


No creas que te dejaré ir en un taxi a esta hora —advirtió.

—Bueno, la decisión es mía, no tuya —señalé y tras bufar una sonrisa se


acercó a mí hasta que solo las puntas de nuestros zapatos nos separaban.

—Sé que eres una mujer independiente, capaz de tomar sus decisiones,
pero no te arriesgues por dejar claro un punto. Porque créeme que lo entiendo
y no trato de imponerme, Essie —aseguró y me acarició la mejilla—, solo
quiero asegurarme de que llegues bien —susurró y cerré los ojos ante su
caricia.

Odié lo que pensé al escucharlo hablándome bajo, porque Aleph no se lo


merecía.

—Si te quedarás más tranquilo, acepto que alguien de los que trabaja para
ti me lleve a casa —dije y alzó una ceja.

—¿Alguien de los que trabaja para mí? —inquirió satírico.

—No soy una pequeña tonta, Aleph Vander Werf —respondí con el mismo
tono irónico que él usó antes— y puedo pasar por alto muchas cosas, pero he
notado a la gente que te sigue cuando nos hemos visto antes, así que sé que no
caminas solo —declaré y en ese momento sonrió con orgullo.

—Bien, puedo enviar a alguien de mi gente para que te lleve a tu


apartamento, pero quiero saber por qué ahora no quieres estar conmigo
después de que propiciaste ese beso que nos dimos —cuestionó y di un paso
hacia atrás—. Me decepcionará comprobar que eres de las que tira la piedra y
luego esconde la mano —se burló y negué.

Lo miré por unos segundos y decidí ser sincera con él.

—No sé cómo me verás después de esto, pero mereces que sea sincera
contigo, ya que odio que me mientan en la cara y no haré lo mismo con nadie
—sentencié y apretó la mandíbula borrando todo rastro de diversión en su
rostro—. El primer beso que nos dimos me encantó y me hizo sentir cosas que
no creí que fuera capaz de sentir por nadie más que mi ex, sin embargo, la
segunda vez que me besaste lo hiciste con delicadeza, como si estuvieras
implicando sentimientos y no estoy dispuesta a que creas que puedes ir por
ese camino conmigo.

—Lo dices porque sigues amando a tu ex —señaló seguro.

Negué y respiré profundamente antes de responderle.

—Mira, puede parecer tonto de mi parte, ya que terminamos hace poco


más de dos meses y según parece, él ha continuado con su vida —Alzó una ceja
al escuchar eso, pero no dijo nada—. Además, no ha muerto como para que le
guarde luto y no tengo por qué dejar de vivir y estancarme en algo que no pudo
ser. Mi vida debe continuar y la viviré como quiera, eso sí, sin ilusionar a nadie
y para ser totalmente sincera contigo, no te besé porque busco una relación, lo
hice porque se me antojó y prefiero aclarártelo ahora mismo, antes de que las
cosas se confundan.

Aleph me miró un poco en shock cuando terminé de hablar, no sé si porque


no se lo esperaba de mí o porque en serio buscaba algo más, pero si me iba a
odiar, que lo hiciera porque dejé las cosas claras y no por mentirle.
—No sé por qué me sorprende tu sinceridad —dijo y lo miré sin entender
su comentario—, si a leguas se nota que eres de las que dice las cosas en la
cara.

—No te molesta lo que dije —señalé.

—Para nada y tampoco te veo diferente por querer vivir a tu manera, al


contrario, me decepcionaría si fuera distinto —aseguró y jadeé cuando me
tomó de la cintura y me presionó a su pecho haciendo que flexionara una
pierna y la llevara hacia atrás como si se tratara de una película.

Pero en lugar de reaccionar así por un beso, lo hice por su agarre.

—¿Qué haces? —inquirí y tragué con dificultad cuando metió el rostro en


mi cuello y lo olió.

Arrastró la nariz por toda mi piel y puse las manos en su pecho,


apoyándome para soportar la sensación que me provocó. Inspiró
profundamente y gruñó, embriagándose con mi aroma y tratando de
controlarse a la vez.

—¿Me dejas convencerte de quedarte aquí? —susurró en mi oído y apreté


los labios para no jadear.

—Aleph… —supliqué y me calló con su boca.

De nuevo estaba siendo voraz y en ese momento más pasional, así que me
vi correspondiéndole en un santiamén. Sus labios medianamente gruesos eran
suaves, fuertes sin ser brutales y pesados. Nos devoramos el uno al otro hasta
que no pudimos controlar las embestidas de nuestras lenguas y los toques de
nuestras manos; estábamos perdiendo contra nuestros deseos y dejándonos
llevar por el frenesí que nos provocábamos. Tanto así, que permití que tocara
mis piernas y que viajara dentro de mi vestido hasta acercarse a mis nalgas.

Mi vientre se apretó y mis pezones se endurecieron, rogando por ser


tocados y consentidos.

«Voy a convertirte en un ángel entre mis brazos y un demonio cuando esté


entre tus piernas». Escuché que susurraban en mi cabeza y me asusté de los
pensamientos tan vividos que arrasaron con la bruma de mi mente.

—Izan… —jadeé sin poder contenerme y me alejé, pero para ese momento
Aleph ya se estaba apartando de mí como si hubiésemos hecho un
cortocircuito— ¡Oh mierda! —chillé avergonzada y aterrorizada.

Me cubrí la boca incrédula y totalmente en shock.

—¡Demonios! —bufó Aleph y se restregó el rostro.


Me dio la espalda y lo vi respirar de forma arrebatada, como si tratara de
contenerse, yo seguía congelada en mi lugar y no me cabía en la cabeza cómo
pude llamar a otro hombre estando con él.

Me desconocí y me odié porque Aleph no se lo merecía.

Yo no merecía ser torturada así con los recuerdos de un hombre que había
dejado de ser parte de mi vida y al cual intentaba olvidar. No era justo ni para
mí ni para nadie que quisiera acercarse a mí.

—Aleph, yo… —Se llevó las manos a la nuca y miró hacia el techo,
negando.

¿Qué iba a decirle? Que sin quererlo o proponérmelo pensé en mi ex mientras


me besaba. Eso era patético y me sentía tan estúpida en ese instante que no me
atrevía ni a hablar más.

—Pediré a alguien de mi confianza que te lleve a tu apartamento —dijo


con la voz ronca y solo callé.

Segundos después comenzó a caminar hacia los escalones que lo llevaban


a un segundo piso, se marchó sin decir más y minutos más tarde la puerta
principal se abrió y me dejó ver al mismo hombre que me escoltó hacia el ático.
Tomé mi bolso al pasar por la mesa del recibidor y ni siquiera fui capaz de ver
hacia el frente cuando subí al ascensor.

—Me cago en la puta —espeté para mí en voz baja y me restregué el rostro


con desesperación.

Había cometido la peor cagada y no me lo perdonaría jamás.

____****____

No dormí en toda la noche, di vueltas y vueltas sintiéndome como una mierda;


el remordimiento era cruel, pero la vergüenza podía ser letal y lo estaba
comprobando. Justo a las diez de la mañana decidí salir de la cama y al tomar
mi móvil vi que tenía un mensaje de Renee donde me invitaba a que fuéramos
a tomarnos un café y a comer algo. Acepté solo porque de alguna manera
quería estar cerca de alguien que fuera cercano a Aleph y así medir las
consecuencias de mis actos.

—¿A qué se debe esta sorpresa? —dijo Oliver.

—Lo mismo me pregunto yo —respondió Dalia luego de que ambos


aceptaran la videollamada que les hice— Y joder, cari. Dónde te has metido
anoche que luces como si te pasó una estampida encima —añadió mi amiga y
medio sonreí.

Me dolía la cabeza por no haber dormido, me hice un moño en el cabello


que parecía más desarreglado que mi vida y tenía unas ojeras de espanto.

—Cometí una cagada y no sé qué pensar de mí —les dije y solté el aire.

Comencé a contarles del chico que conocí en el Café meses atrás y cómo lo
encontré de nuevo en el restaurante de Erick, les hablé de Renee y de que
habíamos ido a una feria de libros —cosa que los puso celosos cuando
mencioné la palabra nueva amiga— y lo que me llevó a terminar en la casa de
ese chico la noche anterior.

Les fui totalmente sincera al decirles que no sentí atracción por Aleph
hasta lo que despertó en mí estando en su ático y no negué que desde un
principio me pareció un hombre guapo e interesante, pero nada más. Y cuando
llegué al punto de lo que hicimos y cómo lo llamé, me maldije por no haberles
tomado un pantallazo para inmortalizar sus reacciones.

La de Oliver sobre todo.

—¡Me. Cago. En. La. Puta, tía! —fraseó Dalia y me tapé el rostro.

—Lo sé, sé que soy una maldita por eso —me reproché y Oliver negó.

—No, amor. Cometiste una cagada, sí y no vamos a negarlo. Pero no eres una
maldita, simplemente todas estas emociones siguen siendo nuevas para ti y
acostumbrarse a ellas no es fácil. ¡Mierda! Si yo cometo errores con Arthur y mira el
tiempo que tenemos juntos.

—¡Oh, vamos hombre! Que no se niega que tú cometes errores, pero no vas
llamado a Arthur con el nombre de otro tío, que esa es la peor cagada del mundo
¡Joder! —alegó Dalia y me mordí el labio para no hacer un puchero.

—No sé ni cómo te tolero, maldita víbora —bufó él.

—Ya, chicos. No se peleen. Yo acepto mi error y me siento fatal —les dije.

—Cariño, tampoco te tortures así. Sí, la cagaste mogollones y eso no se niega…

—¡Mejor no hables, arpilla! —espetó Oliver a Dalia interrumpiéndola.

Mi amiga lo ignoró.

—A lo que voy es, a que te estás estancando con un tío que, no te diré que ya
deberías haber superado, pero no merece la pena que sigas recordando. Cortaron,
Essie. Su relación acabó y no eras ni su esposa ni él está muerto, aún, como para
que le guardes luto.
—¿Cómo que aún? Eso estuvo demás —se quejó Oliver y asentí de acuerdo—
, pero la víbora tiene razón, amor. Ya vimos que Izan siguió con su vida, así que no
es justo que sigas guardándote para él. Eres joven, mereces vivir, dejar ir y
experimentar lo que deseas. Pero sobre todo, tienes que llamar a ese hombre
misterioso y pedirle disculpas. Y si sabe lo que aún pasas por tu ex, te entenderá.

—¿Tú crees?

—¡Obvio, cariño! Y más si quiere follarte —señaló Dalia y negué.

—¡Puta madre, Dalia! ¡Te odio, maldita! Pero esta vez tienes razón —
concedió Oliver y, ya que estaba en la isla, crucé mis brazos por encima de la
superficie y recosté la cabeza en ellos para no verlos.

Siguieron discutiendo, aconsejándome y animándome. Y así fueran raros


e insoportables a veces, también me ayudaron a entender muchas cosas y a
decidirme por otras, llegando a la conclusión de que debía hablar con Aleph lo
más pronto posible.

Me despedí de ellos prometiéndoles que nos los cambiaría por mi nueva


amiga y justo cuando decidí ir hacia el baño para tomar una ducha, el timbre
del apartamento sonó y cuando vi por la mirilla para saber de quién se trataba,
no supe si gritar, llorar o tirarme por la ventana.

Pero no era una cobarde, así que tras respirar profundo y medio acomodarme
el cabello, abrí la puerta y encontré a Aleph detrás de ella. Iba recién duchado y
con su fragancia fresca y especiada un poco más intensa en ese momento, me
observó serio y yo con vergüenza.

—¿Podemos hablar? —preguntó y asentí, haciéndome a un lado para


dejarlo pasar.

Cerré la puerta quedándome detrás de él y con la mano lo invité a que


pasara a la sala y se acomodara.

La tensión era palpable entre ambos y me maldije porque todo era mi


culpa y nunca quise eso entre nosotros. Jamás debí cruzar la línea que salté la
noche anterior.

—¿Quieres un té, café, jugo o agua? —Ofrecí cuando tomó asiento.

—Agua, por favor —aceptó.

Le sonreí tímida y cuando comencé a ir hacia la cocina su móvil sonó y él


respondió, pero no escuché nada porque en ese instante volvieron a timbrar en
mi apartamento y fruncí el ceño, ya que no esperaba a nadie.

—Essie… —me llamó Aleph y le alcé una mano para que esperara.
—¡Puta madre! —bufé en un susurro y me giré hacia Aleph
completamente pálida luego de ver por la mirilla de quién se trataba.

Me llevé las manos al pecho tratando de que mi corazón no latiera tan rápido y
me delatara, negando y esa vez creyendo que iba a morirme de un paro.

—Es mi hermano… ¡Joder! —dije hacia Aleph.

Y no supe quién de los dos perdió más color en ese momento.


CAPÍTULO 26
El timbre volvió a sonar y di tremendo respingo, maldiciendo y despotricando
en silencio. No sé ni por qué negué al ver a Aleph y él se encogió de hombros
sin saber qué hacer.

—Ven, escóndete en mi closet —le dije y lo tomé de la mano.

—¡Mierda! ¿¡Es en serio!? —inquirió dejándose guiar por mí.

—Aleph, sé que esto no es maduro de mi parte, pero créeme que después


de lo que pasó anoche entre nosotros, no me siento capaz para darle
explicaciones a nadie y, aunque no lo creas, mi hermano me trata como a su
hermanita adolescente y no estará feliz de encontrar a un hombre en mi casa,
a solas conmigo, sobre todo —expliqué cuando estuvimos en mi habitación.

—Jodida mierda —dijo y rio—. Solo tú me podrías meter en una situación


como esta —señaló, pero estaba divertido y recuperando el color que había
perdido antes.

Me llevé las manos unidas hacia la boca, como si fuera a rezar, y traté de
no reírme, pero me fue imposible, aunque dejé de hacerlo cuando el timbre
volvió a sonar.

—Perdóname, Aleph y lo digo por todo. Te prometo que si te escondes en


el closet, te lo recompensaré luego. Voy a recibir a mi hermano y saldré de aquí
con él para que puedas marcharte tranquilo —supliqué y se mordió el labio,
negando y sonriendo.

Me gustó mucho esa imagen de él.

—Ahora me tratas como a un niño que se deja embaucar por un dulce —


comentó.

—Por favor —pedí moviendo las manos cerca de mi boca para que viera la
súplica.

—Está bien, Essie, pero esto me lo pagarás caro —señaló y lo miré con
sorpresa—. Por favor, muéstrame en dónde me esconderás —pidió irónico
antes de que le dijera algo y con la mano le señalé el closet.

Me fue imposible no reírme al verlo meterse ahí y negar, menos mal mi


apartamento tenía un walking closet en la habitación principal y eso le dio un
espacio decente para esperar. Aleph me miró con una clara promesa en los ojos
de hacerme pagar por lo que le estaba haciendo.

Caminé de inmediato hacia el baño y me eché agua en el rostro para tener


una excusa de por qué me tardé y luego me fui hacia la puerta justo cuando mi
móvil comenzó a sonar con una llamada entrante de Dasher. No le respondí y
abrí la puerta enseguida, demostrándole la sorpresa que sentí al verlo ahí.

—¡Dasher! —grité fingiendo un poco más de la cuenta.

—¡Joder, Estrellita! Me estabas comenzando a preocupar —me reprochó y


me lancé sobre él para abrazarlo.

Estaba más alto y musculoso de lo que recordaba y su abrazo cálido me


hizo sentir como en casa. Cuando estuve en Estados Unidos no pude verlo
como deseé, ya que el trabajo lo tenía consumido y luego tuvo que salir de
viaje, así que sentí como si llevaba años sin verlo.

—¿Pero qué haces aquí? ¿Por qué no me avisaste que vendrías? ¿Dónde
está Abby? —cuestioné al separarme de él e invitarlo a pasar.

Miró todo el apartamento, como buscando algo y al no encontrarlo, dejó


su bolso de viaje en el suelo junto a una maleta.

—Bueno, nena. En realidad, Turquía está más cerca de Londres que de


Virginia, así que, ya que no pudimos pasar mucho tiempo juntos cuando fuiste
de visita a casa de nuestros padres, decidí desviarme y venir a visitarte un par
de días y quería que fuera una sorpresa, así que obviamente no iba a decirte —
Lo volví a abrazar cuando me explicó todo—. Y Abby se fue directo a casa,
tenemos mucho trabajo y ella adelantará lo que yo no podré —informó y le
sonreí—. Aunque ya la conoces, intuyo que también tomará su propio desvío
—añadió y me guiñó un ojo.

Negué sarcástica porque en efecto, conocía a nuestra prima.

Cuando hablamos unas noches atrás me comentó que viajarían a Turquía


por cuestiones de negocio. Él era un arquitecto de renombre en nuestra ciudad
natal y había formado su propia empresa junto a Aiden y otro amigo, así que
habían comenzado a hacer negociaciones con personas turcas que tenían los
mejores muebles de la ciudad, mismos que ellos ocupaban para las
remodelaciones que hacían.

—¿Por qué te tardaste tanto? —preguntó y le sonreí avergonzada.

—Anoche estuve de fiesta con una amiga y ya me dormí a altas horas de la


noche, así que apenas escuché el timbre me metí al baño para asearme antes
de abrir —le expliqué.

—¡Jum! No me gusta ese tipo de amigas que te hacen trasnochar —dijo y


lo vi con los ojos entrecerrados.

—No te gusta que tenga amigas que me hagan vivir cosas que tú ya
viviste, hermanito —señalé y negó— ¿Sabes qué? En lugar de meternos en una
conversación que nos hará discutir antes de siquiera disfrutar de nuestro
reencuentro, mejor vamos a desayunar que muero de hambre y no he tenido
tiempo de comprar nada —pedí.

No quería que Aleph estuviera tanto tiempo escondido, así que era mejor
irnos pronto.

—Está bien, ve a ponerte algo adecuado y nos vamos porque yo también


muero de hambre —me alentó y asentí.

—Acomódate en la habitación de siempre —lo alenté.

Lo vi tomar sus cosas y luego meterse en la habitación de invitados, así que


corrí a buscar algo que ponerme.

Cuando abrí el closet contuve una sonrisa al encontrar a Aleph entretenido


en su móvil y negó con advertencia al ver mi intención. Apreté los labios para
no hacerlo y tomé algo de ropa sin detenerme a ver si combinaría o no.

Necesitaba salir del apartamento lo más pronto posible.

—Luna, vete para la sala —regañé a mi gato cuando llegó a sentarse


frente al closet y negué.

Me metí al baño, me vestí de inmediato y admiré la rapidez con la que


estuve lista esa vez. Al salir de la habitación Dasher ya estaba en esperándome
en la sala y alzó una ceja sorprendido.

—¡Joder, Essie! ¿O tienes mucha hambre o te urge salir de aquí? —señaló


y me asusté— Ya que normalmente no eres tan rápida para estar lista.

—Tengo mucha hambre, Dash. Y también ya sabes que debo tomar mis
medicamentos a la hora indicada y no puedo hacerlo sin comer —expliqué.

—Bien, piensa en eso la próxima vez que te vayas de fiesta con esas
amigas —dijo irónico y rodé los ojos.

Pero ambos nos reímos y salí antes que él del apartamento cuando abrió la
puerta para mí.

Solo cuando estuve afuera del edificio sentí que respiré tranquila y
entrelacé mi brazo con el de mi hermano para dejarme guiar por él hacia un
coche que estaba aparcado al otro lado de la calle, imaginando que lo alquiló
para esos días que estaría conmigo. Abrí la puerta para meterme, pero me
quedé mirándolo con el ceño fruncido cuando detuvo de abrir la suya y se
quedó mirando hacia otro coche cercano.

Me asusté al reconocer que era de Aleph, pero me obligué a fingir que todo
estaba bien, dejando de lado a mi paranoia jugándome mal.

—¿Sucede algo? —inquirí haciendo que me viera.


—Nada, no me hagas caso —dijo y asentí.

Terminé de subir al coche y él lo hizo enseguida, tras eso se puso en


marcha y me llevó a uno de los restaurantes que se había convertido en
nuestro favorito cada vez que llegaba de visita. Los dos amábamos los waffles,
así que no perdimos la oportunidad de atragantarnos con varios de ellos y
cantidades espantosas de jarabe de maple. Mientras comíamos también nos
pusimos al día con algunas de nuestras cosas y nos reímos por las locuras que
hablábamos.

—¡Carajo! —dije al ver mi móvil tras recibir un mensaje de Renee.

—¿Qué sucede? —quiso saber él y chasqueé con la lengua.

—Quedé de ir a comer algo con una amiga y lo olvidé —expliqué.

—¿La misma de anoche? —Asentí a su pregunta.

—¿Te molestaría si la invito a que se una a nosotros acá? —dije y él


negó— Bien, gracias. Solo te pido que cuides tus comentarios cuando ella
llegue, ya que es un poquitín especial y no quiero que la abrumes con esa
seriedad que te caracteriza a veces —advertí y me reí cuando blanqueó los
ojos.

Le envié el mensaje a Renee con la dirección de donde estábamos y de


paso le avisé que me acompañaba mi hermano para que no se sorprendiera al
vernos. Y diez minutos más tarde la rubia iba entrando al restaurante, con el
cabello alborotado, ya que parecía que se bañó, pero no se peinó y con unas
gafas oscuras y enormes.

—¡Jum! Parece que la fiesta se descontroló un poco —murmuró Dasher al


ver el estado de mi amiga cuando le indiqué que era ella.

—No como te imaginas y recuerda lo que te pedí —advertí antes de que


Renee llegara, justo después que levanté la mano para que nos viera.

—¡Hola, chicos! —saludó cuando llegó a nuestra mesa con un tono


bastante alegre, nada que ver con las fachas que mostraba— ¡Maldición, Essie!
Mi cabeza va a explotar —añadió al darme un beso apretado y escandaloso en
la mejilla.

Traté de no reírme al ver la sorpresa de Dasher.

—Hola a ti, rubio guapo —le dijo a él y sonreí divertida cuando con toda la
confianza del mundo, Renee llegó al lado de mi hermano y le dio un beso igual
que el mío.

Pero creo que fue un poco más escandaloso, ya que Dash tuvo que poner el
dedo índice en su oreja y moverlo para aliviar el dolor que le provocó el
arrebato de mi amiga.
—¡Mierda! Para estar tan cruda como pareces, soportas bien este tipo de
sonidos —se quejó él y mi amiga lo miró con el ceño fruncido cuando se sentó
en la silla libre a su lado.

—¡Ups! Lo siento —dijo ella muy fresca, sin sentirlo en realidad.

—Dasher, te presento a Renee. Renee, él es mi hermano Dasher —Hice la


presentación correspondiente.

—Es un placer conocerte, Dasher.

—¡Espera! —La detuvo mi hermano cuando ella intentó besarlo de nuevo.

Me estaba divirtiendo de lo lindo con esos dos.

—Si sabes que los besos de saludo solo es tocarse las mejillas y soltar el
beso al aire, ¿cierto? —inquirió mi hermano y Renee apretó los labios para no
reírse al ver la seriedad con la que Dasher le intentaba explicar eso— Y con un
sonido suave, Renee. Nada de ensordecerlo a uno —siguió Dasher

. Me cubrí la boca porque no soportaba más.

—¡Joder! Que bien me cae el estirado de tu hermano, amiga —señaló


Renee abriendo más los ojos de forma cómica y señalando a Dasher con el
dedo.

Mi hermano la miró con el ceño fruncido, sin poder creer que le soltara un
insulto sin pena ni gloria.

—Renee, por favor —le dije sin poder aguantar más la risa y Dasher me
miró incrédulo y negando.

—Ya, hombre. Lo siento, Dasher. La verdad es que para mí esos besos son
muy hipócritas, entonces yo soy de las que, o besa bien o no besa. Y cuando
suenan más fuerte es cuando más me gustan porque me hacen sentir que me
los dan con ganas —explicó ella e hizo cada gesto que pudo para demostrar
también con ellos lo que decía—. Así que trato de que sientan lo mismo —
añadió.

—Yo solo siento que no te puedo escuchar bien porque me has dejado
hecho mierda el tímpano —se quejó Dasher molesto y estallé en carcajadas.

No podía más y sobre todo al ver a Renee indignada por lo que le dijo mi
hermano.

Desde un principio supe que tener a esos dos juntos no sería buena idea,
algo que también me sucedía con Dalia, puesto que mi hermano era muy serio
y hasta gruñón cuando se veía rodeado de personas muy directas y
espontáneas como Dalia o demasiado locas, extrovertidas y sin miedo a las
consecuencias como Renee. Pero ahí estábamos, compartiendo con mi nueva
amiga y riéndonos a escondidas por la cara de pocos amigos de Dasher.

Tres horas más tarde estábamos de regreso en mi apartamento, Dasher se


sentó en el sofá y echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y respirando
pausado y profundo. Luna lo buscó para que le diera mimos y yo fruncí el ceño
al verlo así.

—¿Estás bien? —pregunté y negó sin abrir los ojos.

—¡Maldición! No quiero ser pesado, Essie, pero no entiendo cómo


soportas a esa chica —murmuró y comencé a reírme en silencio.

Y no lo juzgaba, en serio había que tener paciencia con Renee, pero


tampoco negaba que esa chica me daba vida. Me hacía reír y avergonzarme en
partes iguales, era una mujer sencilla, fácil de tratar. Con la que no se tenía que
fingir en nada y me gustaba mucho eso. Aunque era obvio que mi hermano se
sintiera así de aturdido, sobre todo cuando se veía obligado a comportarse
como el hombre mayor que era y al pasar buena parte de su tiempo rodeado de
personas serias.

Y no me refería a sus socios.

—Ya, yo sé que Renee es especial, Dash. Pero tampoco exageres que, el


que tú ya vayas encaminado para una vejez aburrida no significa que todos los
que te rodeamos tengamos que ser tan… estirados —dije y entonces sí que
abrió los ojos y me miró incrédulo.

—¿Vejez aburrida? —dijo y me encogí de hombros— Así que también


piensas que soy estirado —añadió y me hice la seria.

Pero los dos terminamos riéndonos de eso.

Y no, no es que él fuera así siempre. De hecho tenía sus momentos


divertidos, sabía ser bromista y todo eso, pero era obvio que la mayor parte de
su vida le exigía seriedad, así que como dijo Renee, tendía a ser estirado sin
llegar a molestar.

Al menos no a mí.

____****____

Dos días más tarde me encontraba despidiendo a mi hermano, estar con él me


sentó superbien y únicamente tuve que prometerle que solo seríamos los dos,
sin chicas extrovertidas de por medio, para disfrutar nuestra compañía mutua
y lo hicimos tal cual, asegurándonos que nos veríamos pronto.
Y un día después de su partida decidí escribirle a Aleph, era momento para
que habláramos y estar separada de él y mi rutina diaria me ayudó a pensar
mejor las cosas y el rumbo que le quería dar a mi vida. Además, necesitaba
pedirle disculpas y no solo por cómo lo llamé sino también por obligarlo a
esconderse en mi closet.

—¡Hola, cariño! —me saludó Dalia muy eufórica cuando llegó a mi


apartamento— ¡Madre mía! ¿Para dónde vas tan guapa? —preguntó y me reí
cuando me tomó de la mano y me hizo dar una vuelta.

—¡Tonta! Pasa —le dije y nos fuimos para mi habitación.

Ya me había vestido, pero todavía estaba maquillándome y ella me miró


intrigada.

—Te sentó bien estar con tu hermano, te veo más relajada —señaló y le
sonreí.

—Siéntate, te tengo que contar lo que pasó cuando recién llegó —le dije y
obedeció de inmediato.

Dalia negó y se descoció de la risa por todo lo que le estaba diciendo y por
supuesto que su humor negro la hizo jugarme bromas que me dieron ganas de
tirarle de los pelos, pero al final terminé riéndome con ella.

—¡Joder, cari! Es que en serio, ese tipo debe traerte muchas ganas como
para soportar que luego de que lo llames por el nombre de Izan, lo escondas en
tu armario. Amiga, te negabas tanto a las relaciones que cuando decidiste dar
ese paso, fuiste a arrasar con todo —celebró y negué.

—¡Ya! No digas nada más sobre eso porque me muero de pena y no quiero
encontrarme con él hoy y recordar eso.

—¡Ah! Así que por eso te estás poniendo tan bella —señaló y sonreí tímida
viéndola por el espejo.

—Solo quiero hablar con él —le dije.

—Ajá, así como yo quiero que Filippo me invite a su casa solo para ver
pelis. —ironizó e hice un gesto de derrota ante ella— ¿Dónde se verán?

Pensé mucho antes de responderle, pero no tenía caso mentirle.

—En su casa —solté y me puse de pie para ir al baño antes de que me


dijera algo, pero la escuché reírse de mí.

—¡Essie! Es que te amo, amiga, en serio —dijo sarcástica—. Y bueno, ya


que estamos en estás al menos dime cómo se llama y envíame la dirección de
su casa para estar más tranquila. Ya sabes que no me gusta que actúes tan
misteriosa y menos después de… —Se quedó en silencio y agradecí estar en el
baño cuando dijo eso.

Sabía a lo que se refería y también le di la razón.

—Se llama Aleph Vander Werf y vive en el edificio místico del centro de
Londres —le dije.

Esperé a que me dijera algo, pero se quedó en silencio. Minutos después


salí del baño y la miré con el ceño fruncido.

—¿Estás bien? —le pregunté al verla teclear en su móvil con rapidez—


¡Dalia! —la llamé y me miró de inmediato.

—Lo siento, es solo que Filippo me pide que nos veamos —dijo y la miré
extrañada.

—Eso tendría que ser bueno —comenté y asintió.

—¿Me dijiste que se llama Aleph Vander Werf? ¿El heredero de la naviera?
—preguntó y asentí con una sonrisa— ¿Has estado antes en su casa?

—Sí, Dal. Fue cuando lo llamé por el nombre de Izan. Te lo dije antes, a ti y
a Oli —le recordé.

—Bien… eh, por favor, cariño, llámame o envíame un mensaje de texto


cuando llegues al edificio —suplicó y se puso de pie—. Y sobre todo, llámame
cuando vuelvas a casa —añadió y me dio un beso en cada mejilla.

—¿Qué te pasa, Dal? —le dije y negó.

—Solo necesito verme con Filippo, creo que le pasa algo importante y
quiere decírmelo —explicó—. Cuídate, amiga y avísame por favor —repitió y
fruncí el ceño.

Dalia estaba actuando rara y esperé que no pasara nada grave con Filippo,
sobre todo al verla marcharse como alma en pena.
CAPÍTULO 27
El edificio místico, ubicado en una zona exclusiva, uno de los lugares más
misteriosos del centro de Londres y no hablaba de terror ni nada de eso, me
refería más a los rumores que existían sobre él. Había personas que decían que
ahí vivía parte de la familia real, otros que también indicaban que albergaban a
políticos y famosos, por lo mismo la seguridad era tan extrema como la que
existían en la casa blanca de Estados Unidos.

Y no cualquiera entraba sin previa autorización.

Así que jamás me imaginé volviendo a ese edificio y esa vez con los nervios a
flor de piel.

—Señorita Black, por aquí por favor —me pidió el mismo hombre de la otra
vez.

Y no necesité claves.

Nunca experimenté la claustrofobia, pero en ese instante cuando me metí al


ascensor, a pesar de que era al menos para unas quince personas, sentí que el
aire comenzó a faltarme y que el corazón se me saldría por la garganta.

Apreté los puños cuando un tin avisó que habíamos llegado al piso indicado y
un escalofrío me recorrió el cuerpo entero.

—Adelante —dijo el hombre y con la mano me indicó que saliera.

—Gra… —Carraspeé— gracias —dije y me sonrió amable.

Di dos pasos en el recibidor y cuando miré hacia el frente encontré a Aleph al


final, vestía con un pantalón gris claro junto a una camisa blanca de manga
larga; la típica vestimenta de un hombre de negocios. Sonrió al verme y se
llevó a la boca el vaso corto de vidrio con líquido marrón que tenía en una
mano y le dio un trago.

—Hola —lo saludé.

—Bienvenida a mi casa otra vez —dijo y asentí agradecida—. Y si gustas,


pasemos al comedor, ya que muero de hambre —añadió tratándome como el
hombre que conocí meses atrás y le sonreí.

Él había propuesto que cenáramos en su ático cuando lo invité a ir a comer a


algún lugar y luego hablar, alegando que no saldría a tiempo de su trabajo y
prefería que tuviéramos más privacidad. Acepté, ya que le debía una charla,
aunque pensé en que estar en su casa no era buena idea si de verdad quería
solo platicar con él y disculparme.
Pero ahí estaba, dejando que me tomara de la mano y me llevara hacia un
comedor bastante grande para una sola persona.

—¿Recibes muchas visitas? —pregunté para cortar la tensión.

—Demasiadas para mi gusto —admitió.

La mesa ya estaba servida y tiró de la silla para que me acomodara en ella,


actuando como un caballero, tras eso se sentó a mi lado y con la mano me
animó a que levantara el cloche que mantenía la comida a una temperatura
adecuada.

—Parece como si hubiese servido alguien de A piece of Heaven —le dije con
una sonrisa al ver que la forma en la que adecuaron cada cosa en el plato era
tal cual como Erick exigía.

—Digamos que el chef principal me debía un favor y decidí cobrárselo hoy —


explicó él y alcé una ceja con diversión.

—¿Tanto poder tiene, señor Vander Werf? —inquirí burlona y Aleph sonrió
haciendo un ademán con la mano para que comiera.

—Disfrute la comida, señorita Essie Black —me animó ignorando mi pregunta


y solo reí y negué con la cabeza.

Pero hice lo que me pidió y comenzamos a comer, hablando de cosas


cotidianas y contándole cómo la pasé con mi hermano, añadiendo también
nuestro encuentro con Renee y la impresión que causó en Dasher, algo que lo
hizo reír.

—Mi amiga Dalia se rio igual que tú cuando le conté sobre eso, aunque
también al añadir que tuve que esconderte en mi closet para que Dasher no te
viera —añadí y me miró con una ceja alzada.

Estábamos bebiendo vino y comiendo un poco de postre luego de haber


terminado con el plato principal.

—No hay secretos entre tú y ella, según parece —dijo con tranquilidad y,
aunque asentí, pensé que sí le guardaba algunos.

—No los hay, a pesar de que a veces quiero matarla por sus opiniones tan
directas —admití.

—¿Y le has dicho mi nombre? —inquirió y lo miré en el instante que dio un


trago a su vino.

—Lo hice esta tarde, a veces me gusta mantener ciertas cosas solo para mí, de
alguna manera siento que de esa forma controlo mi vida como quiero y no
como otros quieren, pero bueno… me dio una explicación muy válida para que
le hablara un poco de ti, aunque tampoco le dije tanto, solo tu nombre y dónde
vives, ya que luego su novio le pidió que se vieran y no pudimos seguir
hablando.

—Interesante —murmuró y lo miré sin entender.

—¿Qué es interesante? —cuestioné.

—Que ya merezca que le hables de mí a tus amigos —explicó y reí.

—Podría hacerlo solo por lástima o porque tuve remordimiento por


cómo…terminaron las cosas entre nosotros la otra vez —expliqué y eso hizo
que Aleph riera de verdad.

Negando a la vez como si estuviera incrédulo.

—Vaya manera que tienes de bajarle el ego a un hombre, Essie. Eres única —
aseguró, pero ese única fue entonado de una forma tan especial, que sentí que
pudo acariciarme solo con unas palabras.

Y no quería que él pensara que estaba haciendo las cosas por lástima, porque
no era así, pero desde que pasó lo que pasó con Aleph y luego de tener que
esconderlo en mi closet, algo cambió en mi forma de verlo. Ya no era más ese
amigo con el que me sentía tranquila sino más bien un hombre interesante que
estaba logrando despertar en mí cosas que creí imposibles.

—No me siento para nada orgullosa de lo que hice la primera vez que estuve
aquí —admití de pronto y fui capaz de escuchar cuando él soltó el aire,
sabiendo que había llegado el momento de hablar.

Jugué con la cuchara y el postre sin nada de ganas de seguir comiendo y


escuché a Aleph carraspear.

—¿Te arrepientes de haber permitido que te besara? —inquirió y lo miré.

Cerré los ojos solo un segundo y fui capaz de vernos de nuevo devorándonos la
boca como si no hubiera un mañana.

—En realidad, me arrepiento de haberte llamado por otro nombre.

—Essie, no…

—Escúchame —le pedí y lo tomé de la mano—. No te confundí con él, Aleph,


ni los comparé ni nada de eso, es solo que… ese hombre fue… —Me quedé en
silencio unos minutos y negué, luego respiré profundo—. A ver, me enamoré
por primera vez cuando lo conocí, me hizo sentir de golpe cosas que nunca
había experimentado y por lo mismo me consumieron en un santiamén. Lo
amé rápido, pero lo amé bien, nada de sentimientos fugaces, aunque él lo
fuera en mi vida. Y esa noche mientras nos besábamos contigo pensé en algo
que él una vez me dijo y fue tan vivido, que lo llamé sin pensar.
—Entonces no me besaste imaginando que era él con quien lo hacías. —
inquirió y negué de inmediato— ¿Lo sigues amando? ¿Sigues queriendo estar
con él? —Lo miré.

No esperaba ese tipo de preguntas, pero lo entendía muy bien.

—Lo sigo amando y creo que de alguna manera lo amaré siempre como se ama
al primer amor, pero, aunque quisiera estar con él, no podemos y te
agradecería que no preguntes la razón —advertí con súplica—. Simplemente
quiero seguir adelante, Aleph, merezco vivir mi vida y experimentar lo que
quiera sin que los fantasmas de mi pasado se interpongan.

Aleph no tenía idea de que en serio los míos sí eran fantasmas del pasado, ya
que solo me quedó eso y no recuerdos, pero tampoco iba a explicárselo.

—Ven conmigo —pidió al ponerse de pie y me tendió la mano, la tomé y de


paso también mi copa cuando él hizo lo mismo con la suya.

Me llevó hacia una de las paredes de vidrio tintado y me dejó ver la ciudad.
Lucía preciosa con todas las luces encendidas, casi como si estuviera viendo un
cielo estrellado del lado contrario.

Hacia abajo en lugar de ver hacia arriba.

—Yo también lucho con mis propios demonios, Essie. Me privo de lo que deseo
por pensar en alguien más y aún así soy juzgado de egoísta —confesó y
recordé el momento del beso, cuando me dijo que no era correcto lo que hacía.

—¿Por qué no era correcto para ti besarme? —pregunté y me miró.

Ambos estábamos uno al lado del otro y en ese momento se giró para quedar
de frente y lo imité.

—Porque sabía que no me conformaría solo con un beso, Essie, porque tiendo
a querer, a desear lo que no es para mí y en tus ojos siempre he visto que
sigues amando a otro. Así que no deseaba arriesgarme de esa manera, pero lo
hice y no me equivoqué —Contuve la respiración cuando me acarició la
barbilla con un solo dedo—. Te besé y ahora quiero volver a hacerlo, necesito
hacerte el amor y demostrarte que también puedes encenderte de pasión en
los brazos de otro y no me importa si eso me hace un hijo de puta —Me mordí
el labio y fruncí el ceño en el instante que se acercó a mí y me alzó la barbilla—
. Me he cansado de dejar lo mejor para los demás y conformarme con lo que
toca y no con lo que de verdad quiero —añadió hablando sobre mi boca.

Ese roce logró que mis labios se entreabrieran y puse una mano en su pecho
sin saber si quería alejarlo o terminarlo de unir a mí.

—Aleph… —jadeé y nos miramos a los ojos— No quiero hacer el amor contigo
—le dije y antes de que pensara otra cosa seguí hablando—, en realidad, no
quiero mezclar sentimientos, pero sí deseo que me hagas arder entre tus
brazos —admití y su mirada se volvió voraz, como si se tratara de un cazador.

—¿Quieres follar, pequeña? —preguntó usando un tono diferente esa vez.

—¡Ah! —gemí cuando llevó una mano a mi nuca y enterró los dedos en mi
cabello, tomando un poco de él sin provocar daño y haciendo que echara la
cabeza hacia atrás.

—Dime que sí, Essie —suplicó y me mordió el labio inferior, tirando de él con
fuerza y provocándome un pinchazo que en lugar de dolerme ahí, me dolió en
la entrepierna.

—Sí, Aleph —respondí segura.

Él sonrió como todo un cabrón logrando su deseo y segundos después me besó


con arrebato haciendo que mi copa cayera al suelo y luego la suya cuando la
tiró a propósito para así tener libre la otra mano y llevarla a mi cuello.
Respondí a su beso, con torpeza al principio, pero ya luego mi instinto salió a
la luz y le comí la boca como deseaba. Con su cuerpo me hizo dar un par de
pasos hacia atrás hasta que mi trasero chocó con la mesa y entonces llevó las
manos a mi cintura para alzarme y sentarme en ella.

Estábamos perdiendo ante el frenesí que nos provocábamos.

Mis manos acariciaron su pecho y al encontrarnos a la misma altura en ese


momento, decidí tomarlo también del rostro, haciéndome con el control de
nuestras bocas, metiendo mi lengua y acariciando la suya como si se tratara de
la corona de su polla. Aleph gruñó en respuesta y sonreí en medio del beso.

Me estaba gustando mucho hacerme con el control y comprobando que podía


parecer inocente, pero en los brazos correctos me volvía perversa.

Gemí cuando metió las manos dentro de la falda de mi vestido y acarició mis
piernas hasta arrastrarse cerca de mi centro.

—No pares —le exigí cuando dejó de besarme y me observó como dándome la
última oportunidad para retractarme.

Eché el torso hacia atrás y me apoyé con las manos en la mesa para verlo.
Aleph subió más el vestido hasta dejarlo en mi cintura y se lamió los labios al
ver mi braguita de encaje negro.

—¡Hmm! ¡Joder! —susurré, cerrando los ojos, mordiendo mis labios y girando
un poco el cuello al deleitarme con las sensaciones que me provocó el roce de
su dedo pulgar sobre mi coño.

—Me vuelven loco tus gestos —aseguró él y abrí los ojos para verlo, sonriendo
de lado de paso.
—Si haces a un lado mis bragas y tocas directamente, te volveré más loco con
los que me provocarás —dije y sonrió.

Lo hizo con sorpresa y gozo.

—¿Así? —preguntó cuando tiró de las bragas y al dejarlas a un lado, acomodó


cuatro dedos sobre mi monte venus e introdujo el pulgar en mi raja para
esparcir la humedad que ya me había provocado con la tensión entre nosotros
y luego el beso.

—¡Mierda! Así —confirmé y gemí cuando subió de arriba hacia abajo y luego
en círculos.

Mi corazón latió frenético al sentir todo eso después de tanto tiempo y


comprobé que así fuera único follar con amor, también resultaba placentero y
pasional hacerlo sin sentimientos de por medio, solo por complacer las ganas.

Mis caderas comenzaron a buscar los roces de aquel dedo y pronto necesité de
más fricción, sobre todo cuando Aleph bajó las copas de mi vestido con la
mano libre y acarició mis pechos dándome doble placer.

—Me correría solo con lo que me provocan tus gestos —admitió y lo miré con
intensidad.

Busqué más fricción, pero también su boca, tiré de su camisa para que llegara
más cerca y lo besé con ímpetu, jadeando en sus labios y demostrándole
cuánto me gustaba lo que hacía. Y no pude controlar mis gemidos cuando se
metió una de mis tetas a la boca y chupó el pezón con destreza, siendo suave
pero intenso, moviendo la lengua de forma perfecta.

—Creo que voy a correrme así —avisé y me miró.

—No, Essie. Ese primer orgasmo me lo voy a tragar completo —fue todo lo
que dijo y enseguida bajó hasta apoyarse en una rodilla y meter el rostro en
mis piernas para encontrar mi coño.

—Puta madre —bufé y lo cogí del pelo cuando con la punta de la lengua buscó
mi clítoris sin abrir mis labios.

Gemí fuerte cuando lo chupó y ayudado por sus dedos abrió mis labios para
tener un mejor acceso, grité cuando mamó mi botón con fuerza y con cuidado
introdujo un dedo en mi vagina. Me descontrolé por completo y abrí las
piernas dándole mayor comodidad, cogiendo su cabeza a la vez y suplicándole
así que no dejara de hacer lo que hacía porque estaba a punto de explotar en mi
clímax.

Nunca pensé que necesitara tanto del sexo como en ese instante, al tener a ese
hombre comiéndome el coño como si se tratara del mejor platillo del mundo.
—¡Para, Aleph! —supliqué y me miró sin entender— Para, por favor. No
quiero correrme así por muy placentero que sea. Te necesito dentro de mí —
exigí y lo cogí de la camisa para encontrarme con su boca.

Me sentía perdida en ese momento, envuelta en un frenesí que me hacía


desconocerme a mí misma, ya que solo pensaba en cumplir nuestros deseos
lujuriosos y sobre todo al sentirme en sus labios, convirtiendo ese beso de
pasional a perverso.

Y solo me separé de él para abrir su camisa, descubriendo algunos tatuajes en


su pecho. Aleph tenía un cuerpo delgado y atlético, adornado con músculos
sutiles y nos miramos con intensidad al dejarlo desnudo del torso y en el
instante que arrastré las manos palpando su piel caliente.

—Me necesitas dentro de ti —repitió con la voz ronca y ambos tragamos con
dificultad cuando llevé las manos a su cinturón y lo desabroché junto al
pantalón para luego meter la mano dentro del bóxer y sentir su erección.

Mi boca estaba abierta y sin vergüenza alguna me mordí los labios en un gesto
descarado que le indicó lo que sentí al palparlo.

—Corrección —dije y gruñó cuando tomé su longitud y subí la piel de su falo


bombeando y sintiendo su líquido preseminal—. Necesito tu polla dentro de
mí —añadí y sonrió como todo un cabrón para luego morderme el labio.

Sacó su billetera y de ella un preservativo, le ayudé bajando su pantalón hasta


dejarlo a media cadera y liberando su erección, gruesa y perfecta en tamaño.
Aleph sacó el condón de la bolsa plateada y miró hacia abajo para colocárselo,
luego alzó la mirada y sonrió.

—Esto va a suceder —dijo como si todavía no se lo creyera y asentí.

Lo tomé del rostro y lo hice verme.

—Penétrame para que termines de creértelo —dije y ambos reímos.

Me abrí de piernas para darle más acceso y apoyé un pie en la silla cercana para
tener otro apoyo. Aleph me tomó de la cintura y tiró de mí hacia la orilla de la
mesa, con una mano guio su polla a mi entrada y no dejó de observarme
mientras se introducía en mí.

—¡Hmm! —gemí.

Su saliva y mis fluidos me tenían húmeda, aun así fue delicado y se introdujo
con cuidado hasta que llegó al fondo.

—Te tengo y no puedo creérmelo —aseguró y me tomó de la barbilla, me jaló


hacia él y presionó su frente con la mía.

—¡Oh Dios! —blasfemé cuando salió un poco y volvió a meterse.


Me apoyé con las manos en la mesa y moví las caderas para buscar sus
embistes.

—Me encantas, pequeña —dijo él mientras me embestía con más rapidez—.


Eres mi sueño hecho realidad.

—¡Joder, Aleph! —grité cuando comenzó a ser más potente.

De un segundo a otro fuimos gritos de pasión y choques de placer, nos


besamos y nos tragamos nuestros gemidos, uniéndonos y separándonos en el
vaivén más perfecto que existía. Estábamos medio vestidos, desnudos y
unidos en los lugares correctos, demostrándonos que ni yo era pequeña ni él
tan tierno como parecía.

En ese instante yo me quitaba la máscara de inocencia y él la de amabilidad,


siendo solo dos personas con ganas de follar hasta que el corazón y las piernas
nos permitieran, teniendo claro que a partir de esa noche iniciaríamos con
algo que nos destruiría o reconstruiría.

—Córrete para mí, pequeña perversa —pidió y envolví las piernas en sus
caderas, impidiendo que saliera más de lo debido.

Envolví los brazos en su cuello y lo besé con intensidad.

—Mierda, no dejes de hacer eso —supliqué cuando giró las caderas.

—¡Joder! No voy a aguantar más tiempo —admitió.

—Ni yo —respondí justo cuando comencé a repetir su nombre.

Y me corrí llamándolo a él, a Aleph, mientras lo veía y me deshacía con el


placer que me estaba provocando.

Estaba hecho, probé a otro hombre y no me arrepentía.


CAPÍTULO 28
Admito que me gustaba vivir sin complicaciones, tener con quien follar sin
necesidad de sentimientos, no me resultaba nada mal después de pasar
algunos días sintiéndome como una mujer frívola y pensando en que solo
usaba a alguien de la manera que nunca quise que me usarán a mí, pero al ser
todo mutuo, decidí no desgastarme pensando en algo que no cambiaría. Ya que
me gustaba estar con ese hombre incluso después de un par de semanas en las
que comencé a sentir que me trataba con delicadeza.

—¿Quieres que vayamos a comer algo? —ofreció Aleph tras salir del
cuarto de baño y negué.

Me encontraba en su cama, envuelta en sábanas blancas, retozando luego


de una de nuestras sesiones maratónicas de sexo.

—Mejor vuelve a la cama, descansa un poco y luego si me da hambre te


comeré a ti —le dije y negó con diversión, pero volvió conmigo de inmediato.

Me instó a que me recostara en su costado y le di ese gusto. Nadie sabía


que nos estábamos viendo de esa manera, ni siquiera Renee con quien ya había
entablado una amistad muy bonita y divertida. Dalia me preguntaba de vez en
cuando cómo iba con el heredero de la naviera y en algún momento intuí que
no estaba de acuerdo con mi relación con él, pero no me decía nada e imagino
que ayudaba el que me viera a mí actuando normal, sin suspirar en cada
esquina o quedarme congelada pensando en el hombre que me follaba cada
vez que teníamos oportunidad.

Eso le daba la seguridad de que no estábamos en nada serio.

—Esta noche iré a cenar con mis amigos y sus parejas, ¿te gustaría unirte?
—propuse y sentí su sorpresa.

—¿En serio me quieres llevar a una cena de ese tipo? —dijo y lo miré con
el ceño fruncido.

—No tiene nada de malo, Aleph. Que ellos vayan con sus parejas
sentimentales no significa que yo me vea forzada a llevar una, simplemente
pensé en tener compañía para cuando a ellos les dé por darse mimos y yo no
sepa qué hacer —expliqué y contuvo una risa.

—¿Y qué tal si mejor pasas de cenas aburridas y te quedas conmigo? —


propuso y blanqueé los ojos.

—Veo que le huyes a las salidas públicas —señalé con una ceja alzada y
negó.

No era la primera vez que se negaba y de hecho, cuando habíamos salido


juntos a comer o solo a tomarnos un café, siempre fue a sitios bastante
exclusivos que también lucían solitarios y nunca le dije, pero me parecía
extraño.

—Salir me aburre, me divierto más cuando te tengo solo para mí —


confesó y me tomó de las caderas para que me subiera en su regazo.

—Después no te quejes porque solo te uso como mi juguete sexual —


advertí y metió el cabello detrás de mi oreja cuando este se me fue a la cara en
el instante que recargué las manos a los lados de él.

—¿Cuándo me he quejado de eso? —preguntó y me tomó de la nuca para


rozar nuestros labios— ¿Hmm? —siguió y llevó una mano a mi trasero para
acariciarlo.

La primera vez que lo hicimos en su mesa, semanas atrás, nos dejamos


ganar por las ganas que ambos nos teníamos, pero después de ese momento
me demostró lo bien que se desempeñaba en ese ámbito. Aleph podía ser
perverso y tenía una experiencia que muchas veces me hacía decir no más, ya
que se encargaba de dejarme saciada hasta el punto que mi cuerpo no
soportaba sus toques sexuales por la sensibilidad.

Arqueé la espalda en ese instante y levanté más las pompas para que se
sacara el bóxer, rocé mi nariz con la suya y jugué con sus labios. Me
encontraba desnuda, así que solo era necesario que se pusiera el preservativo
para comenzar a balancearme en esa parte de su anatomía que se estaba
convirtiendo en mi favorita.

—Invitaré a Renee —le avisé mientras me penetraba con su falo.

Abrí la boca sin emitir sonido y me deleité con el desliz de nuestros


cuerpos conectándose.

—Así que prefieres irte con tus amigos antes que quedarte conmigo. —
dijo y gimió al final cuando me senté por completo en su erección y me moví
de adelante hacia atrás— ¡Mierda! —bufó y sonreí de lado.

Arrastró las manos de mis nalgas hacia mis caderas y las posó luego en mi
cintura para tratar de controlar mis movimientos. Me mordí el labio con
picardía y usando mis piernas como palanca seguí con el deslizamiento de
adelante hacia atrás. Jadeando y gimiendo de vez en cuando para demostrarle
que no solo lo torturaba a él de esa manera tan deliciosa.

—Sí, porque ahora mismo me estás dando todo lo que quiero de ti —


respondí al fin y gemí fuerte cuando acunó mis tetas con las manos y las
amasó con delicadeza.

Puse mis manos sobre la suyas y miré hacia el techo, estirando mi cuello
para darle acceso cuando lo tomó sin dañarme. Flexionó sus piernas y
comenzó a tomar el control de los movimientos, cambiándolos a su manera y
penetrándome con pericia hasta la empuñadura.
—Joder, Essie. Follas de maravilla —confesó cuando logró sentarse y
comenzó a besar mi cuello, mamando también pezones mientras yo me
empalaba a mi antojo.

Sonreí con orgullo cuando gruñó por el placer que le daba.

Y él también follaba de maravilla, incluso cuando dejaba que la delicadeza


lo dominara y me trataba como lo más preciado que tenía en la vida.

Con Aleph de alguna manera me sentía como una princesa siendo adorada por
su príncipe, era casi como si él me hubiera desflorado y me estuviera
enseñando todo sobre el sexo. A veces se comportaba así, como si entre sus
brazos tuviera a una niña inexperta y no a una mujer que le gustaba que la
follaran duro. Imagino que como decía él, mi carita inocente no dejaba ver a la
chica perversa en mi interior.

—Me encantas, pequeña —dijo y sonrió satisfecho al verme perdida con


el placer que me daba.

—Y tú a mí —admití por primera vez.

____****____

Justo a las siete de la noche estábamos entrando a un restaurante muy bonito


con Renee, era la primera vez que la rubia interactuaría con mis amigos y
rogaba para que todo saliera bien y que ni Oliver ni Dalia dejaran salir sus
celos. Cuando llegamos a la mesa, mi amigo y Arthur se pusieron de pie para
saludarla y me divertí con la emoción de Oli en cuanto Renee comenzó a
decirle lo mucho que le gustaban sus cejas.

Luego de eso le reclamó a Arthur porque él no había notado el cambio de


estilo en las cejas de Oliver, pues antes las usaba menos arqueadas que en ese
momento.

—Es un placer conocerles, chicos. Essie habla maravillas de sus amigos —


mintió Renee y me reí.

—A ver, tía. No comiences con mentiras que bien sabemos que esta pillina
con suerte y nos menciona —señaló Dalia y ambas rieron.

En efecto, yo no era una mujer que se la pasara hablando con otras


personas sobre mis intereses amorosos y menos de mis amigos. Y no era por
ser mala amiga, sino más bien porque la privacidad también era sana.

Filippo se puso de pie cuando Renee se le acercó y fue muy frío con ella,
pero a Renee le dio igual y minutos más tarde todos nos habíamos metido en
una charla muy amena. La rubia se acoplaba de maravilla a las locuras de Oli y
Dalia, así que dejé de preocuparme por eso. Con el italiano las cosas se nos
daban bien después de todo y le agradecía que dejara de lado cómo y por quién
nos conocimos, para concentrarse en un nuevo comienzo conmigo gracias a
mi amiga.

Esa vez Dalia había escogido un restaurante en el que ciertos días también
funcionaba como una pista de baile, y dado que Filippo se negaba a ir a los
clubes, ese lugar le quedó como anillo al dedo.

—Joder, amore. Déjame descansar cinco minutos —pidió Filippo a Dalia


tras bailar varias canciones con ella y que mi amiga no diera por donde
sentarse.

Renee se encontraba bailando con Arthur y Oliver se había quedado


conmigo en la mesa para que charláramos un rato, pero Dalia llegó hasta él y
se lo llevó luego de refunfuñar porque Filippo se cansara tan pronto. Reí y
negué con la cabeza, mi amiga amaba bailar y yo fui su víctima en muchas
ocasiones.

—Creí que vendrías a la cena con tu… ¿novio? —inquirió Filippo al


quedarnos solo y lo miré con ironía.

—No tengo novio —aclaré.

—Con tu nuevo amigo entonces —dijo y miré hacia donde Dalia bailaba
con Oliver.

Luego tendría que hablar con ella, ya que Filippo podía ser su novio, pero
eso no significaba que tenía que decirle los secretos que yo le confiaba.

—No pudo —mentí y lo vi reír irónico.

—Es raro que Aleph Vander Werf no pueda hacer un espacio para la
diversión, cuando es el dueño del tiempo y puede disponer de él cómo mejor le
place —dijo sarcástico y lo miré con el ceño fruncido.

—No considero que seas un hombre que se vaya por las ramas, Filippo. Así
que si deseas decirme algo, solo hazlo y ya. Ya que veo que conoces mucho de
Aleph —zanjé y negó.

En ese momento pensé en todas las preguntas que Dalia me hizo antes
sobre Aleph y comencé a intuir que a lo mejor no fueron por simple curiosidad
y sí porque Filippo le pidió que las hiciera. Aunque no lograba entender la
razón, ya que estaba descartado que lo hiciera solo por informarle a Izan o
algo por el estilo.

—Cometí un error, Essie —dijo de pronto y lo miré con interés—. Y me


costará caro, ya que después de eso pensaste cosas que no son.
Fruncí el ceño y con la mirada le exigí que hablara.

—Ley de la omertà, recuérdalo —señaló cuando vio mi intención de


reprochar.

—De ninguna manera, Filippo. Si vas a decir algo, dilo bien y no a medias —le
exigí y negó viendo hacia donde Dalia bailaba con Oliver.

—Solo puedo decirte que por órdenes superiores me vi en la obligación de


provocar un cortocircuito en todos los móviles de los miembros de la Cosa
Nostra —Mi corazón comenzó a latir frenético.

Tomé el vaso de mi bebida y di un sorbo cuando se me hizo un nudo en la


garganta al sospechar lo que quería decirme.

—Izan es un puto hacker, Essie, pero me ha enseñado algunos trucos y


con la ayuda de otros ingenieros en sistemas pudimos limpiar también las
nubes de datos, ya que nos vimos amenazados después de lo que hizo María —
Negué y me tomé el tabique de la nariz—. Los vi a ambos en línea por medio de
un programa y bloqueé la señal sin esperar, justo cuando comenzaron a
escribirse. Tras eso liberamos el virus que destruyó las nubes y en seguida
provoqué el cortocircuito.

—Qué hijo de puta —susurré conteniendo las lágrimas y recordando todo lo


que pasé después de enviar aquel mensaje.

Filippo tragó dificultad y continuó hablando.

—No alcancé a ver lo que ninguno escribió, pero luego de lo que me dijiste
la otra noche, persuadí a Dalia para que me lo contara. Izan no llegó a donde lo
citaste porque jamás recibió tu mensaje, como tú tampoco recibiste el suyo.

Me reí, lo hice para no llorar, miré a mis amigos bailando divertidos,


disfrutando de la noche, siendo ajenos a mi dolor y tomé la decisión de irme
sin decirles nada. Ni siquiera a Filippo, ya que en ese momento no pensaba con
coherencia.

Así que tomé mi bolso y me marché. Mi mente estaba nublada y odié que
todo lo que me planteé después de ese día comenzara a derrumbarse; sentía
como si Filippo acababa de destruir todas mis metas y arruinó lo que ya había
logrado, decepcionándome de mí misma al pensar que no avancé porque quise
sino porque me obligaron a hacerlo y no era justo.

No después de todo lo que ya había conseguido.

Al estar en la calle lo escuché llamarme y cuando me giré para enfrentarlo lo


primero que hice fue darle un tortazo que salió con toda la furia que mi
corazón sentía en ese instante. El hombre gruñó de dolor y se cogió la quijada
para observarme sin poder creer lo que acababa de hacer. Pero se lo merecía,
se había ganado eso y más.
—¡Pasé noches enteras llorando por ese desplante de Izan, Filippo! —le
grité— ¡Lo odié a pesar de querer comprenderlo porque lo decepcioné! ¡Pero
fue demasiado duro para mí sentirme así de rechazada! ¡Y ahora resulta que él
ni siquiera recibió mi mensaje! ¡Joder, Filippo! ¡Después de pasar meses
tratando de superarlo y ahora que sentía que lo había logrado vienes a decirme
esto! ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!? —exigí saber y negó.

—Él no sabe lo que hice y si ahora te lo estoy diciendo a ti es porque


presiento que me manipularon para mentirle a mi amigo y en este momento
Izan no está en su mejor etapa para que le suelte esto, y menos sin tener
pruebas concretas —admitió y lo miré sin entender—. Solo puedo decirte que
siento mucho lo que provoqué y que en cuanto obtenga lo que busco, hablaré
con Izan para confesarle lo que desencadené.

—¡Grandioso! —ironicé— Cuando puedas, Filippo, está bien. Total, lo


hecho, hecho está, ¿cierto? —seguí y él rio sin gracia.

—Dime algo, Essie. ¿Esa noche querías verlo para tratar de solucionar
algo entre o ustedes o solo para dejar claro que no querías seguir de novia de
un mafioso? —preguntó y me tomó por sorpresa.

Recordé que en ese momento solo quería explicarle mis miedos a Izan,
que nos comprendiéramos sin tener que odiarnos o creernos lo peor el uno
para el otro, pero no pensaba en que volviéramos a ser novios, ya que me
sentía demasiado apegada a él y me dio miedo.

Temí crear una dependencia con Izan a tal punto de perderme a mí


misma.

Filippo negó al leer mi reacción y luego bufó.

—Después de todo, no lo hice mal, Essie. Porque no tienes ni idea de lo


que habrías provocado —zanjó.

—No es tan fácil como piensas —le dije—. En ese momento se me vino
todo encima, Filippo. Me enamoré de él con una rapidez increíble, me enteré
de lo que su familia es y luego me tocó asesinar para poder sobrevivir y de
pronto Izan llegó con la noticia de que estaba implicado en la muerte de… —
Me quedé en silenció y con brusquedad me limpié una lágrima que se me
escapó— Tú y él nacieron en este mundo, Dalia igual, así que no pretendas que
alguien que lo conoce de pronto entienda y vea todo como lo ven ustedes,
porque esto no es como descubrir que tu novio es parte de la realeza o algún
actor famoso. Así que no te atrevas a juzgarme por haber tenido miedo —le
exigí y lo vi con la intención de decirme algo.

Pero no pudo porque nos interrumpieron.

—¡Chicos! ¿¡Pero qué está pasando!? —dijo Dalia saliendo del restaurante
y Renee la seguía.
Con Filippo nos miramos por unos largos segundos. Ninguno de los dos se
atrevía a dar una explicación.

—Me voy —les avisé al considerar que ya había sido suficiente por esa
noche—. No me siento bien y quiero irme a casa.

—Vale, cariño, pero dime qué sucede. ¿Qué os ha pasado para que luzcáis
así? —Filippo endureció la mandíbula y yo negué ante la pregunta de mi
amiga.

—Que te lo explique Filippo —ironicé y ella miró a su novio con sorpresa.

Él negó con fastidio.

—Nos vemos luego. Despídeme de Oli y Arthur —le dije a mi amiga y


negó.

—Me voy contigo —avisó Renee.

—Essie —me llamó Dalia y solo negué.

Renee me miró con preocupación cuando comenzó a caminar a mi lado,


pero no dijo nada. Solo me acompañó y me aseguró que todo estaría bien, no
importaba de qué se tratara. Le sonreí agradecida y negué. Las cosas no
estarían bien en un tiempo y la cabeza comenzó a dolerme cuando los
pensamientos me atacaron.

No podía retroceder después de haber avanzado tanto y odié que Filippo


me confesara lo que hizo, debió quedarse callado porque para ser honesta, me
estaba dañando más con lo que pudo ser, que con lo que era.

—¿Quieres que me quede contigo esta noche? —se ofreció Renee cuando nos
subimos al Uber y negué.

El conductor ya tenía la dirección a la que me llevaría.

—No te preocupes, me iré hacia… —Callé al recordar que Renee no sabía


nada de lo que pasaba entre su amigo y yo y tras unos segundos solté el aire
que estaba reteniendo— A ver, Renee, voy a decirte algo y solo te pido que por
esta noche te reserves tu opinión porque en serio que no estoy de humor. Ya
luego me dices lo que quieras —pedí.

—Me asustas, Essie —confesó.

—Me he estado acostando con Aleph desde hace un par de semanas, así
que me dirijo a su ático, ya que no tengo ganas de ir a casa y darme la
oportunidad de pensar en cosas que no quiero —solté y ella se quedó pálida al
escucharme.
Y durante un par de minutos no pudo decir nada y creo que tampoco
estaba respirando.

—Jodida mierda —susurró de pronto.

—Por favor, Renee. No digas nada —volví a pedirle y solo tragó con
dificultad.

Mientras esperábamos por el Uber le había enviado un mensaje a Aleph


para preguntarle si podía ir a su casa y de inmediato respondió que sí, tras eso
le pedí a Oli que se diera una vuelta en mi apartamento para chequear a Luna
—ya que tenía una copia de mi llave— y le avisé a dónde me quedaría para que
no se preocupara. A él también le supliqué que no preguntara nada, añadiendo
que ya luego le explicaría todo.

Obviamente no sería todo, pero sí lo suficiente para que estuviera


tranquilo.

—Gracias por darme mi espacio —le dije a Renee antes de bajarme del
coche y ella asintió.

Todavía lucía en shock, pero respetó mi súplica y lo valoré en serio. Ella se


marcharía en el mismo Uber hacia su apartamento, así que se quedó en el
interior del coche.

—¡Essie! —me llamó bajando el vidrio de la ventana y me giré para


observarla— Quiero a Aleph como mi hermano, pero por favor cuídate. No te
conviene enamorarte de él —advirtió y la miré con sorpresa—. Me caes
demasiado bien, amiga y así como tú me pediste que no te dijera nada por hoy,
te pido lo mismo conmigo. Solo cuídate —repitió y le sonreí considerando que
era justo.

—Gracias y no te preocupes —la tranquilicé y sonrió.

Tras eso cerró la ventana y yo emprendí mi camino hacia dentro del


edificio donde ya Niccolo me esperaba. Al fin me había aprendido su nombre
después de tantos recibimientos de su parte y había descubierto que a pesar
del porte frío y rudo que su posición le exigía, también era un hombre muy
amable.

—Buenas noches, Niccolo —le dije a manera de despedida cuando me


invitó a entrar al ático y asintió con una sonrisa amable.

Recorrí el pasillo del recibidor hasta entrar en la sala y justo cuando llegué
ahí vi a Aleph bajando los escalones desde la segunda planta. Usaba un
pantalón de pijama y una camisa blanca y lisa, iba descalzo y lucía muy
relajado. Me gustaba verlo así y no solo como el hombre de negocios que
siempre me mostraba.

«No te conviene enamorarte de él», recordé a Renee decirme y negué.


—¿Está todo bien? —preguntó Aleph y cuando llegó frente a mí me cogió
de la barbilla y unió su boca a la mía.

Mi corazón estaba acelerado desde lo que Filippo me dijo y ese gesto por
parte de Aleph me puso peor.

—Sí, es solo que… no quería estar sola en mi apartamento esta noche —


admití y me sonrió.

Sus ojos verdes lucían soñolientos y cuando sonrió me hizo verlo de una
forma que no lo hice antes, aunque quise gritar de furia en cuanto en mi mente
sus ojos se volvieron marrones y sus cejas rubias de color negro.

—Pues me hace sentir afortunado que pensaras en mí para hacerte


compañía —aseguró.

Segundos después volvió a besarme y rato más tarde me encontraba en su


habitación. Uniéndonos como tanto nos gustaba y en los lugares correctos, sin
dejar que los sentimientos interfieran. Y cuando la madrugada nos encontró,
me vestí con una de sus camisas y me dormí a su lado.

Esa era la primera vez que me quedaba en su casa a dormir, ya que nunca
me lo permití en otras ocasiones, dejando claro de esa manera que nada de lo
que pasara entre nosotros era debido a algo sentimental. Pero esa noche
quería demostrarme a mí misma que podía seguir adelante sin importar lo que
pudo, o no, haber pasado si Filippo hubiera hablado a tiempo.

Después de todo, no me acosté con Aleph por demostrar nada la primera


vez, lo hice porque lo quise y lo seguí haciendo porque me daba la gana.

—Por ningún motivo lo dejes pasar, Niccolo. O me lo pagarás con tu vida


—Escuché a Aleph susurrar.

El sol ya había salido y estaba en su punto más alto, así que imaginé que ya
eran al menos las diez de la mañana.

Me hice la dormida cuando sentí a Aleph salir de la cama, lo escuché


maldecir y luego hablando con Niccolo por el móvil.

—Jodida mierda —espetó y se fue de inmediato de la habitación.

Me asustó su reacción y decidí saber qué sucedía, pero cuando salí de la cama
y me acerqué a la puerta escuché que golpeaban la principal en el piso de abajo.
Lo hicieron con violencia y miré hacia toda la recámara para encontrar algo
con qué defenderme en caso de ser necesario.

Solo encontré una especie de estatuilla muy pesada y la cogí de inmediato


cuando escuché gritos abajo y de repente los sonidos de vidrios rotos y
gruñidos enfurecidos. Las manos comenzaron a temblarme y un escalofrío de
terror me recorrió el cuerpo completo al imaginarme que una vez más me
vería envuelta en una situación peligrosa.

—¡Te lo advertí, hijo de puta! —dijeron y sentí que esas palabras me


paralizaron.

Pero no por miedo sino más bien por la sorpresa al reconocer aquella voz.

—Esto no puede ser —me dije a mí misma.

—¡Quédense atrás! —exigió Aleph.

—¡Sí, obedezcan a su Don o si no correrán el mismo destino que él! —


advirtió de nuevo esa voz y sentí una punzada en el pecho y que el aire
comenzaría a faltarme.

Sin pesarlo más salí de la habitación y corrí por el pasillo hasta alcanzar
los escalones. Varios hombres se encontraban abajo con sus armas
desenfundadas y no me importó ni siquiera la poca ropa que usaba o el peligro
al que iba a enfrentarme, necesitaba llegar abajo y ver con mis propios ojos si
mis oídos o mi mente se equivocaron.

Cinco escalones me hacían falta para llegar cuando encontré a Izan


tirando a Aleph sobre la mesa de vidrio de la sala haciéndola añicos en un
santiamén.

Me llevé las manos a la boca sin poder creer lo que estaba viviendo. La
respiración se me cortó al ver a aquel chico después de tanto tiempo, vestía
todo de negro, estaba solo un poco más delgado y su piel más blanca. Pero su
corte de cabello era el mismo, su aura era exactamente como la recordaba, sin
embargo, su semblante no era la del tipo bromista o pícaro que yo conocí.

No, en ese momento tenía frente a mí al león enfurecido.

—¿¡Izan!? —grité sin contenerme y de inmediato giró el rostro en busca


de mi voz.

Se quedó en shock al verme y me cohibí cuando me miró de los pies a


cabeza, negando con dolor en el momento que nuestras miradas se
conectaron.

—Esto no puede estar pasando, Essie —dijo permitiendo que sus lágrimas
salieran y me rompió el corazón de nuevo—. Dime por favor que no te
atreviste a tanto, hijo de puta —suplicó viendo a Aleph.

Este último se había puesto de pie y lo miró con dolor.

—¿¡Dime que no fuiste tan miserable, imbécil de mierda!? —le gritó.

—Lo siento, Izan —fue todo lo que dijo Aleph.


No sentí cuando me moví, solo supe que corrí en el instante que Izan sacó
un arma y la apuntó directo a Aleph. Y no tenía idea de lo que estaba
sucediendo, pero trataría de evitar una tragedia arriesgándome a ser el escudo
de alguien una vez más.

Y no me importaron las consecuencias.


CAPÍTULO 29
Mi terror se incrementó porque al correr, vi a los hombres en la
sala apuntar a Izan. Alcancé a escuchar que Niccolo gritó mi
nombre, pero no me detuve. Necesitaba llegar a esos dos e impedir
a toda costa que se mataran entre ellos. Aleph vio mi intención y
negó, tras eso corrió hacia mí sin importarle que Izan lo estuviera
apuntando, eso llamó la atención del pelinegro quien observó los
movimientos de Aleph y vio incrédulo cuando este último me
tomó en sus brazos y me protegió con su cuerpo. Aunque como
pude logré girarnos a los dos y quedé frente Izan de nuevo.

—¡No lo hagas! —le supliqué abriendo los brazos en un vano


intento por cubrir a Aleph.

Izan se quedó en shock y negó frenético, era como si quisiera


arrancarse los ojos para no tener que verme frente a Aleph,
tratando de que no lo matara.

—Mierda, Essie. No hagas esto —rogó Aleph detrás de mí.


Escuché el dolor en su voz y también la vergüenza.

Los ojos de Izan se volvieron brillosos por las lágrimas, pero


no soltó ninguna y solo siguió negando, tras eso bajó el arma al
darse cuenta de que no me quitaría del frente. No quería dañarlo y
que pensara algo que no era, ya que solo buscaba evitar una
tragedia y me hubiera puesto frente a él si el caso hubiese sido lo
contrario.

Sin embargo, Izan lo estaba viendo como una declaración de amor


y me dolió.

—No tienes ni puta idea de quién es el malnacido detrás de ti,


Essie —escupió con asco y me mordí el labio para contener el
temblor en él.

—¿Qué está pasando, Izan? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué actúas
así? —pregunté, negándome a creer que fuera del tipo posesivo
que no permitían que una chica que estuvo con ellos antes, hiciera
su vida con alguien más.

—¿¡Qué pasa!? ¿¡Me lo preguntas en serio!? —inquirió fútil,


pero logré sentir el dolor detrás de su frialdad.
Miró a Aleph y rio sarcástico.

—¡Izan! Me conoces, sabes que no estaría preguntándote


nada si supiera por qué actúas así —aclaré llamando su atención.

—No, Essie. No te conozco ni una mierda, no logro entender


por qué putas me mandaste al carajo al descubrir que soy parte de
la mafia, pero no tuviste ningún problema en acostarte con el
nuevo Don de mi familia —largó y fruncí el ceño.

—¿¡Qué!? No, Izan. Te estás confundiendo, esto no puede ser


—le dije y me miró con sorpresa.

En ese momento me vi tragada por un espiral de recuerdos a


su lado y una frialdad me recorrió de pies a cabeza. Negué
frenética, eso no podía estar pasando.

—Essie…

Alcé las manos y me giré en el momento que Aleph habló,


muchas cosas en mi cabeza comenzaron a conectarse, pero otras
me dejaron blanco en ese instante.

—No te atrevas —le dije a Aleph cuando intentó llegar a mí.

Me llevé las manos a la cabeza y me la tomé con fuerzas,


entendiendo el dolor de Izan al verme bajando de aquellos
escalones solo con la camisa de Aleph puesta.

—Él es Aleph Vander Werf, el heredero de la naviera —le dije


a Izan aferrándome a una pequeña esperanza y negó dándome una
sonrisa fría—. Dime por favor que no me equivoco —supliqué
sintiendo que el estómago se me estaba revolviendo.

—Que te lo diga él, imagino que tiene las bolas para hablarte
con la verdad antes de que tú encajes todo —retó a Aleph y este
negó.

—No te mentí, Essie —aseguró Aleph.

—Pero… —ironizó Izan y miró a Aleph con diversión fingida.

Tragué con dificultad y esperé a que Aleph continuara.


—Vander Werf es nuestro apellido materno —explicó.

Mi reacción inmediata fue reír con burla, una dirigida a mí y


tras eso comencé a negar frenética.

—Aleph Gambino. —dije tras escuchar la palabra nuestro y me


cubrí la boca sin poder aterrizar en la realidad— ¡Puta madre! —
exclamé y me llevé una mano a la cabeza, cerrando los ojos unos
segundos para poder asimilar todo— Eres su hermano. —deduje y
la ira se apoderó de mí— ¡Eres su maldito hermano y te importó
una mierda! —grité y me fui sobre él.

Lo golpeé en el pecho y lo puteé como nunca había ofendido a


nadie, seguí haciéndolo hasta que lo obligué a retroceder, pero no
me detuvo. Permitió que lo abofeteara, que lo ultrajara y solo paré
cuando Izan me tomó de la cintura y tiró de mi cuerpo hasta que
mi espalda quedó presionada a su pecho.

—¡Hijo de puta! —le grité a Aleph y se limpió un hilo de


sangre que le provoqué al lastimarle la comisura de la boca.

Me removí entre los brazos de Izan para que me soltara, pero


no lo permitió. Lo miré enfurecida y negó.

—Mátalo si quieres, pero ten cuidado por dónde caminas si


vas descalza —espetó y noté los vidrios rotos que estuve a punto
de pisar.

Me puso sobre el suelo cuando vio que ya no había peligro y


me giré hacia él, vi el rechazo en sus ojos y no lo culpé, aunque me
dolió.

—No quise ser parte de esto —aseguré.

—Eso ya no importa —dijo derrotado.

—¡Izan! —lo llamé y negó, alzando la mano para que me callara.

—No digas nada, Essie —sentenció y negué, pero me ignoró para


ver a su maldito hermano— Ahora mismo lo que más me enfurece
es que actuaste sin importarte lo que ibas a desencadenar —soltó
para Aleph y caminó hacia él.
Me seguía ignorando, dejando claro que no quería ni buscaba una
explicación de mi parte.

—Te aprovechaste de mi debilidad, malnacido.

—Nunca pensé en llegar a esto, Izan. Entiéndelo, joder —


aseguró Aleph y negué satírica al escucharlo—. Cuando me
acerqué a ti no fue porque quería llevarte a la cama, Essie y bien
sabes que jamás te insinué nada. Las cosas se dieron entre
nosotros.

—No, Aleph, provocaste todo el acercamiento con ella y


aprovechaste que dio el primer paso, ¿no? —bufó Izan— Essie no
sabía que eras mi hermano, tú sí sabías que ella había sido mi
novia, pero igual que con Helena, eso te vino importando una
mierda, ¿cierto, hermano? —le reclamó con ironía.

Izan estaba en ese instante muy cerca de Aleph, el pelinegro


era unos centímetros más alto, pero ambos lucían igual de
poderosos. Sus hombros se tocaban, Izan miraba a Aleph y él me
miraba a mí.

—No te usé como estás imaginando, Pequeña. Las cosas se


dieron y no me pude contener. Pero no pienses ni por un segundo
que fuiste una venganza o mis ganas por joder a Izan.

—Lo único que pienso es que eres un asco de persona —zanjé


y vi el dolor en sus ojos, pero no me importó.

—Y no fueron tus ganas de joderme, Aleph, sino las ganas de


probar que tienes tanto poder ahora, que hasta puedes quedarte
con quien yo amo, ¿cierto? —ironizó Izan y quise llorar en ese
instante con su declaración— Por cierto, Lorenza está conmigo,
descansando en mi penthouse. Así que espero que te des cuenta de
la cagada que has cometido y que por tu culpa me he visto
obligado a hacer cosas que no quería —añadió.

El rostro de Aleph se volvió blanco al escuchar ese nombre.

—¿Quién es ella? —le pregunté a Izan y él solo medio giró el


rostro para verme.

—Eso no me corresponde a mí explicártelo —apostilló.


Miré a Aleph y me reí cuando después de unos minutos, no fue
capaz de decirme nada.

—Tal cual lo imaginé —se burló Izan al ver a su hermano y


comenzó a caminar directo a la salida.

Apreté los labios para no llorar, y sin importarme cómo iba


vestida, decidí que era hora de irme también. No seguiría en ese
lugar con el asco que sentía.

—¡No te atrevas, imbécil de mierda! —le grité a Aleph cuando


intentó cogerme del brazo al pasar a su lado.

—Necesitamos hablar, Essie—aclaró.

—¡No! Lo que necesito es que desaparezcas de mi puta vida


antes de que sea yo la que termine el trabajo que le impedí hacer a
tu hermano —espeté y me miró con dolor—. Qué puto asco me
das, Aleph Gambino —escupí.

Me di la vuelta y corrí para alcanzar el ascensor tomando mi


bolso de la mesa del recibidor.

Ni siquiera pensé en lo incómodo que sería encerrarme ahí


junto a Izan, él tampoco me impidió entrar, pero cuando aquellas
puertas de metal se cerraron y alcancé a ver a Aleph negando con
desesperación, tuve que irme hasta el fondo del ascensor para no
tener que enfrentarme a la presencia de Izan, ya que sentía
vergüenza de mí misma por haberme acostado con su hermano y
sobre todo, porque él me hubiera encontrado en su casa, vistiendo
solo una camisa de él.

—Izan… —Alzó la mano para callarme y negó.

Un golpe habría dolido menos.

El interior del ascensor tenía espejos, así que vi su semblante


derrotado y no fui capaz de decir algo más o de insistirle, lo
recordé en aquel restaurante acompañado de otra chica y el dolor
que sentí al imaginarlo con ella de otras maneras. Así que no podía
ser tan cínica como para pretender que él me entendiera después
de saber lo mío con su hermano y de encontrarme vistiendo su
ropa.
—Te vi con una chica en el restaurante chino de The Shard
hace unas semanas, así que imaginé que habías continuado con tu
vida —le dije a pesar de que no quería escucharme y por el espejo
lo vi cerrar los ojos y negar.

—No… —Se quedó en silencio luego de girar un poco el rostro


para verme y cuando nuestras miradas se conectaron el cuerpo
entero me tembló.

Por inercia retrocedí un paso cuando detuvo la marcha del


ascensor y luego se giró para encararme. Tragué con dificultad y
alcé la mirada para verlo.

—No sé a qué vida te refieres —susurró y jadeé avergonzada


cuando el tono de su voz logró que mis pezones se erizaran.

Y apreté los puños en el instante que alzó la mano con la


intención de tocarme, pero se detuvo a centímetros de mi rostro.

—Necesito odiarte, Essie Black —susurró y mi mirada se


volvió borrosa—, pero me odio más a mí mismo por no poder
hacerlo incluso cuando vistes la camisa de ese cabrón, sabiendo
que le has entregado lo que deseé que solo fuera para mí —zanjó y
no pude emitir ningún

Presionó de nuevo el botón que impedía la marcha del ascensor y


las puertas se abrieron de inmediato tres pisos más abajo del ático.
Izan no dudó ni un segundo para darme la espalda de nuevo y
comenzar a caminar, salió sin mirar atrás, como si yo solo fuera
una desconocida que no sumaba ni restaba en su vida.

Jadeé soltando el aire que retuve ante su cercanía y luego me


obligué a contenerlo de nuevo en lo que me quedaba por
descender, ya que su aroma se impregnó tanto a mi alrededor, que
me fue imposible no soltar lágrimas.

«Necesito odiarte», se repitió una y otra vez en mi cabeza.

____****____
Cuando llegué a mi apartamento, descalza y vistiendo solo una
camisa que apenas me cubría el culo, me tiré sobre la cama y me
permití llorar para liberar las emociones que se me acumularon en
el camino. El recuerdo de Izan golpeando a Aleph y luego
apuntándole dispuesto a matarlo no me abandonaba, pero más
pensé en lo que fui capaz de hacer para impedirlo.

Me puse frente a Aleph dispuesta a recibir una bala por él y sé que


lo habría hecho por Izan si los papeles se hubieran invertido, pero
no era eso precisamente lo que me tenía pensando tanto sino el
hecho de que me arriesgué a morir de nuevo, ya que no creía que
esa vez mi cerebro soportara el daño de otra bala.

Pensé en mis padres y mi hermano, en mi familia entera y en el


dolor que los hubiera hecho vivir otra vez si Izan no se hubiese
detenido. Era injusto de mi parte hacerlos atravesar por la misma
situación y sufrimiento dos veces y sobre todo por una persona
que solo buscaba dañar sin importarle los demás.

Tras lamerme las heridas por eso y por las palabras de Izan en el
ascensor y su dolor, decidí que ya no me lamentaría más porque
analicé que no era mi culpa estar en el medio de los Gambino, al
contrario, fui solo una víctima más de sus mierdas y sin
pretenderlo me vi envuelta en sus malditos juegos. Así que ni
siquiera le preguntaría a Dalia o Renee por ellos, no seguiría más
por esa línea.

Aunque la vida tuviera otros planes conmigo.

—¿Quieres pasar por casa hoy? —ofreció Oliver cuando estaba


en su café luego de mis clases. Esa tarde no iría al restaurante—
Invité a Dalia, pero no sé qué le pasó a su chico y dijo que iría a
cuidarlo.

Me tomó por sorpresa eso, pero no se lo demostré y después


de lo que pasó con Izan y Aleph, no dudé en que el pelinegro
hubiera descubierto lo que hizo Filippo y fuera por su causa que
Dalia tenía que cuidar de su novio. Y para ser sincera, tampoco lo
lamenté.

—Claro que sí, llegaré a las siete de la noche —le dije y le


lancé un beso para marcharme.
Tres días habían pasado ya desde que estuve en casa de Aleph y
hasta yo me sorprendía de la frialdad con la que estaba
enfrentando todo, y admito que cada vez me convencía más de
hablar con mis padres y contarles lo que había estado pasando de
una vez por todas.

Y cómo se lo prometí a Oliver, esa noche la pasé en su casa y


regresé a mi apartamento a altas horas de la madrugada. Al
siguiente día entraría a trabajar tarde así que no me importó
trasnochar un poco, aunque a la mañana siguiente lo lamenté y
sobre todo cuando mi móvil me despertó muy temprano con una
llamada de Renee.

—Me he enterado de todo, Essie y quiero que sepas que yo no sabía


sobre el hermano de Aleph. O sea, no tenía idea de que fuiste su novia
antes y cuando te dije que te cuidaras de mi amigo fue solo porque sé
quién es.

Sonreí, aunque no me viera y negué.

—El Don de la familia Gambino, de la mafia siciliana —ironicé.

—Essie, perdóname… No podía decirte eso, pero te juro que nada de


mí fue fingido. Me caes muy bien, eres mi amiga y no deseo
perderte —aseguró.

—No te preocupes, no me voy a seguir complicando con ellos —le


dije.

Hablé un rato más con ella y le aseguré que no dejaría de hablarle


por nada de lo que pasaba con los Gambino.

Esa tarde me fui a mi trabajo como ya era costumbre y me sumergí


en mi pasión dejando de lado mi vida fuera de ese restaurante.
En A piece of Heaven solo era una chef y con ella nada tenía que ver
Essie Black, una chica que sin buscarlo se complicó la vida por
enamorarse de la persona equivocada y luego, al caer en las garras
de un hombre egoísta.

—¡Joder! Erick está como loco porque han llegado comensales


importantes sin previo aviso —avisó Juliana, una de mis
compañeras.
—Bueno que aplique su regla entonces: nadie sin reservación
entra al restaurante —ironicé y ella rio.

—Le dije lo mismo y chica, temo que estoy despedida —bromeó y


reímos.

Minutos después de que Juliana me avisara sobre esos invitados, la


cocina se volvió una locura y me reí cuando nos pidieron que
preparáramos un platillo italiano muy importante, todo gracias a
la petición de uno de esos invitados que llegaron de forma
inesperada. Mientras dejaba en su punto una salsa marinara
analicé en lo irónica que podía ser la vida, pues no quería saber
nada de italianos por un buen tiempo y resultaba que el país se me
aparecía hasta en la comida.

Pero dejé eso de lado y me concentré en lo mío, pensando que así


llegaran sin una reservación, debían llevarse una buena impresión
del restaurante.

—Por favor, dime que ya se han ido —le supliqué a Juliana horas
más tarde.

Quería irme a mi apartamento, mi horario había acabado, pero


Erick llegó antes a la cocina y me pidió que cubriera el área para
que él pudiera atender personalmente a esos invitados y me fue
imposible negarme al verlo tan desesperado, sin embargo, ya
habían pasado demasiadas horas y ellos no daban por donde irse.

—Lo siento, Essie, creo que debemos esperar un rato más —Bufé
en respuesta y tiré la toalla de manos sobre la enorme isla.

Tras eso le avisé a Juliana que iría al baño porque no soportaba las
ganas de orinar y al encontrar ocupado el del personal del
restaurante, decidí irme al de los clientes. A duras penas alcancé a
llegar sin mearme en el pantalón y me prometí que hablaría con
Erick para que no volviera a contar conmigo en algo inesperado,
ya que lo consideré un abuso.

Respiré profundamente aliviada al salir del cubículo y me fui a los


lavabos, viéndome de paso en el espejo, mi cabello estaba muy
bien peinado y para haber tenido una noche de locos, no lucía para
dar vergüenza.
Dejé de observar mi reflejo cuando de pronto escuché que dejaron
ir el agua en un váter y enseguida una pelinegra muy elegante
salió del cubículo. Traté de contener la sorpresa al reconocerla y
me lavé las manos con rapidez para salir del baño de inmediato.

—¡Ciao! —me saludó amablemente cuando llegó a mi lado.

Había escuchado a Filippo antes dar ese saludo así que sabía que
me decía hola, asentí con una sonrisa y carraspeé antes de hablar.

—Hola —le dije.

Era la chica que estaba con Izan semanas atrás y de cerca se veía
más hermosa. Llevaba el cabello negro en una coleta alta muy
estirada y brillaba de una forma increíble por lo lacio que lo tenía.

«Pequeño Ónix», recordé.

Izan decía que me llamaba así por mi cabello, pero justo en ese
momento lo dudé. El mío no lucía tan brillante como el de ella.

—Me pareces conocida —dijo con un acento italiano más marcado


que el de Filippo.

—¿En serio? Es extraño, porque no te conozco de ninguna parte —


mentí y tomé una servilleta para secarme las manos en el
momento que ella hizo lo mismo.

—Veo que trabajas aquí, me encanta la comida, por cierto. Antes


cuando venía a Londres solo me la pasaba en el restaurante de mi
novio, en ese momento, pero justo hoy me enteré que Erick había
abierto su propio lugar y quise venir —informó alegre y traté de
no darle importancia a lo de su novio.

—Nos alegra mucho que te gustara todo lo que has probado —dije
siendo cortés y me dio una enorme sonrisa.

—La verdad es que sí y te confieso que quise probar a Erick y le


pedí un plato especial creyendo que no lo harían bien, ya que
incluso en Casa Gambino no logran darle la sazón adecuada, pero
chica, me ha fascinado.
Me reí por la espontaneidad de esa mujer, lucía demasiado
elegante y hasta un poco altanera con su porte de poder, pero me
estaba pareciendo muy sencilla al charlar conmigo.

—Bueno, gracias por darme más trabajo —ironicé y me reí cuando


me miró con los ojos demasiado abiertos.

—¡Ains! No me digas que tú eres la chef —dijo apenada y negué a


la vez que seguí riéndome.

—No te preocupes por eso, es mi trabajo complacer a los


comensales exigentes —bromeé y me sonrió tímida.

¡Joder! Si Izan estaba con ella lo entendía muy bien.

—Soy Lorenza Costello —dijo extendiendo su mano hacia mí y se


la tomé—, bueno en realidad son Lorenza Gambino, pero todavía
no me acostumbro.

La sonrisa se me borró y tragué con dificultad al escucharla e


ignoré el pinchazo en mi pecho.

Me vi de nuevo días atrás con Izan y Aleph, el primero diciéndole


al segundo que Lorenza estaba en su penthouse y que se obligó a
hacer cosas que no quería. Y también recordé la sorpresa de Aleph
al escuchar ese nombre.

«Una víctima más», pensé.

—Es un placer, Lorenza Gambino. Soy Essie Black —me presenté


y sonrió.

—Tienes que venir conmigo —dijo de pronto y no soltó mi mano.

—¿A dónde? —quise saber cuando me hizo caminar con ella.

—Erick está alardeando con un plato que hiciste tú, así que
necesito que todos te conozcan.

—No —zanjé de inmediato.

—Por favor, Essie. Ven —suplicó y no dejó de tirar de mi mano.


Negué porque no quería estar frente a Izan si resultaba que era por
él que Lorenza tenía su apellido. Pero cuando quise soltarme ya
era muy tarde.

Erick se puso pálido al verme llegar, estaba de pie frente a una


mesa grande que era rodeada por varios hombres y en la mesa
había tres más sentados junto a otras dos señoras igual de
elegantes que Lorenza.

—Famiglia, devo presentarvi colui che ha fatto sì che la nostra cena ci


facesse sentire a casa[1] —habló emocionada, pero no entendí lo
que dijo—. Ella es Essie Black, la chef que nos deleitó con su
exquisita comida —me presentó.

Reconocí a Aleph y a Izan cuando Lorenza se paró conmigo frente


a ellos. Ambos hombres se sorprendieron más que Erick al verme
ahí, pero más que sorpresa noté aflicción.

El otro era mayor y los imitó, una de las señoras me sonrió y la


otra parecía como si estuviera viendo a un fantasma.

—Amor, tienes que robarle esta chef a Erick —dijo Lorenza hacia
Aleph y me quedé en shock.

¡Mierda!

O sea, imaginar que Lorenza era la novia de Izan me dolió, pero


comprobar que en realidad se trataba de la esposa del hombre con
el que me estuve acostando, me provocó un asco más grande que
descubrir que era hermano de Izan.

—Señor Costello, esta chica es…

—Essie no solo es la grandiosa chef de este restaurante —


interrumpió Izan a uno de los tipos que rodeaba la mesa e intentó
decirle algo al señor que los acompañaba. Mi corazón acelerado
me dijo que algo se acababa de torcer en ese instante—. También
es mi novia, Lorenza. La chica de la que estuve hablando estas
semanas —soltó.

Ambas señoras se sorprendieron cuando el pelinegro se atrevió a


decir eso, una de ellas demostró desagrado de inmediato, pero se
obligó a sonreír. Lorenza en cambio mostró su emoción ante las
palabras de Izan.
Y quise alegar y desmentir lo que acababa de decir, ya que no
estaba dispuesta a seguir con sus juegos estúpidos, pero él llegó de
inmediato a mí y me besó en la sien.

—Sígueme el juego y después te explico todo —susurró y lo miré


frunciendo el ceño.

Sus ojos marrones me dijeron que eso de juego no tenía nada.

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____________

[1] Familia, tengo que presentarles a la causante de que nuestra


cena nos hiciera sentir como en casa.
CAPÍTULO 30
El señor que los acompañaba nos regaló una sonrisa satírica, aunque no sentí
burla de su parte en comparación a lo que me demostró una de las señoras.
Aleph por su lado apretó la mandíbula con fuerza y miró a Izan con ganas de
asesinarlo, algo que sí me hizo reír a mí.

Y yo sí que lo hice con burla, era un maldito sinvergüenza.

—¿Tu novia? ¿Hablas en serio? —preguntó la señora que mostraba el


desagrado y al menos agradecí que no hablara en italiano.

—Sí, madre. Mi novia —zanjó Izan y carraspeé cuando me tomó de la


cintura.

Le cogí esa mano con la que me tomaba, pero le ensarté las uñas con
fuerza y le di una sonrisa fingida a los presentes.

Izan me miró y tuvo el descaro de sonreír divertido.

—Bueno, Essie. Ya que eres novia de Izan y por lo tanto, supongo que también
de confianza, me presento ante ti, mi nombre es Santino Costello —dijo el
señor de forma educada y se acercó a mí para tomar mi mano y besar el dorso
de ella.

Izan no se apartó de mi lado en ningún momento y no entendí si lo hacía para


protegerme o para dejarle claro algo a su hermano y juro que tenía ganas de
gritarles mierdas a esos dos frente a esas personas, pero no era tan estúpida y
sabía que esos hombres rodeándolos no estaban ahí solo por gusto. Cuidaban a
alguien y no creí que fuera a Aleph, ya que incluso siendo el Don, nunca hubo
tantos guardaespaldas a su alrededor.

—Es un placer, señor Costello —le dije y él asintió.

—Y si eres novia de mi hijo, ¿por qué te presenta hasta ahora con la familia? —
preguntó a quien ya reconocía como Joddy y miré a Izan con ironía— ¿Será
que eres solo un pasatiempo?

—Madre, ten más respeto por Essie —se apresuró a decir Izan y yo me limité a
sonreír y negué.

—Según lo que me explicó su hijo, la familia Gambino es bastante


entrometida, así que quiso mantenerme lo más alejada posible de ustedes —
solté e Izan me miró con una ceja alzada.

—Me encanta cuando eres así de sincera, amore —dijo él con ironía y le sonreí
sin gracia.

Ambos escuchamos cuando Lorenza carraspeó y llamó la atención de todos.


—Bueno, lo importante aquí es que ya te conocemos y te confieso que yo
moría por hacerlo. Izan habla solo maravillas de ti —dijo.

—Aleph también te puede contarte algunas —solté comportándome como una


perra y sentí a Izan apretar mi cadera en advertencia.

Y juro que no quería dañar a Lorenza porque al verla ahí tan amable y tratando
de ser neutral, comprobé que solo era una víctima más, pero odiaba que esos
dos quisieran seguir manipulando todo a su antojo, así que de alguna manera
traté de hacerles sentir lo que yo sentía.

La vergüenza y el enojo sobre todo.

—¿A qué te refieres con eso? —espetó la señora Gambino.

Y me refería a Joddy.

—A que tuve el placer de conocerla antes aquí, madre. En una cena de


negocios, ¿cierto, Erick? —explicó Aleph y me vi en la necesidad de tomar la
mano de Izan y apretarlo con furia.

—Así es, mi señora. Essie se refiere a las maravillas que hace en la cocina. A
veces le encanta jactarse de eso —explicó el susodicho y negué.

Pero me obligué a fingir empatía cuando Lorenza me miró y luego sonrió.

—Bien, creo que ya estoy sintiendo cierto drama en esto y saben lo mucho que
me molesta —dijo el señor Santino y todos se pusieron serios—. Essie, en
serio me encanta haberte conocido y, ya que los presentes se están olvidando
de algunos modales, quiero tener el honor de presentarte a mi esposa Acilia
Costello —dijo y la otra señora que lucía más amable me dio un asentimiento
como saludo—. Ya conociste a Lorenza, nuestra sobrina y esposa de Aleph —
señaló y le sonreí a la chica.

Pero de paso miré a Aleph con burla y desprecio.

—Y bueno, ella es tu futura suegra, Joddy Gambino, si es que lo tuyo con Izan
sigue tan serio como lo vemos —A la señora Gambino le regalé una sonrisa
amplia y sé que ella sí vio mi burla implícita.

Y siempre respeté a las personas, sobre todo a las mayores, pero si había algo
que mamá me heredó en mis dos vidas, es que no podía contenerme cuando
sentía que me querían tratar con la punta del pie.

—Y espero que de ahora en adelante no permitas que tu novia falte a nuestras


reuniones, Izan. Ya sabes que no toleramos esas faltas de respeto hacia las
mujeres que queremos que nos acompañen por el resto de nuestras vidas —le
dijo al pelinegro y logré sentir la advertencia en sus palabras.

Pero Izan no se amedrentó, únicamente asintió.


—Y, ya que será así. No puedes quedarte en nuestro viaje, Essie —avisó
Lorenza y fruncí el ceño—. Nos vamos mañana a primera hora hacia Venecia y
vas a tener que acompañarnos porque Izan no puede irse sin su pareja.

—No lo creo —dije irónica.

—¡Créelo! Mis tíos van juntos, yo voy con Aleph e Izan no se puede ir solo, a
parte. Joddy no podrá acompañarnos y mientras nuestros hombres están en
reuniones de negocios, nosotras podemos conocernos más —alegó
emocionada.

—Cariño, si ella no quiere ir. No tenemos por qué obligarla —le susurró Aleph.

Bufé burlona y miré a Izan, en serio me estaba costando mucho no decir todo
lo que picaba en mi lengua.

—Vas a tener que extrañarme, amore. Porque tengo mucho trabajo y no puedo
acompañarte por más que desee —le dije a Izan.

—Por supuesto que puedes, Erick no tendrá ningún problema con eso. ¿Cierto,
Erick? —zanjó el señor Costello y apreté mis molares entre sí, estrujándole los
dedos a Izan de paso.

—¡Claro! Por mí no hay problema, Essie merece vacaciones después de todo.

—¡Dios! Pero qué intensos son ustedes, no hay ningún problema en que no
vaya —bufé tratando de controlar la molestia.

El señor Santino alzó una ceja y luego miró a Izan.

—Eh, creo que esto se está saliendo de control. Así que voy a retirarme con mi
novia —avisó Izan y me miró pidiéndome que lo siguiera.

—Ha sido un placer —mentí.

—También para nosotros, Essie. Nos vemos mañana —dijo Santino y ya ni


siquiera le sonreí.

Solo me di la vuelta y marché hacia mi casillero para tomar mis cosas y por
supuesto que Izan me siguió, pero traté de contener todo lo que deseaba
gritarle hasta que estuvimos solos.

—De ninguna manera voy a seguir este juego, Izan. Tú y tu hermano me


tienen asqueada —le dije.

—Toma tus cosas y vamos a tu apartamento, Essie. No hablaremos de esto


aquí —zanjó.

—No hablaremos de esto ni aquí ni en ninguna otra parte porque me voy sola
—aclaré y bufó.
—O tomas tus cosas y caminas por tu propio pie o te cargo, Essie Black. No me
tientes en este momento porque no creas que es de mi agrado meterte en esta
mierda —bufó.

—No me vas a poner una mano encima —advertí.

—Muévete, Essie —fue todo lo que dijo y dio un paso hacia mí.

Estaba furioso, pero lo encaré sabiendo que así se muriera de la ira, no me


forzaría a nada. Él no era así y sabía reconocerlo. Sin embargo, tampoco se
daría por vencido y ya me sentía muy cansada como para seguir con eso. Así
que con brusquedad abrí mi casillero y tomé mis cosas para luego comenzar a
caminar sin esperarlo, pero cuando salimos al exterior me tomó del brazo sin
hacerme daño y me condujo hacia su coche.

Me negué a hablar con él durante todo el camino y solo pensé una y otra vez en
lo que acababa de pasar. En cómo fingimos, en ese hombre que trató de decir
algo y en la frialdad que Santino quería ocultar con su rostro y palabras
amables. También pensé en la emoción de Lorenza y en el descaro de Aleph.

—Si pones un pie de nuevo dentro de mi casa, que sea porque me vas a hablar
con la verdad, Izan. Si no piensas hacerlo, por favor vete a la mierda y déjame
en paz —pedí antes de bajar de su coche cuando llegamos al edificio de mi
apartamento.

Lo escuché bufar, pero también oí cuando cerró la puerta del coche y caminó
detrás de mí. Y por muy cabrones que creyera a los hermanos Gambino, al
menos tenía la certeza de que Izan siempre me fue sincero con las cuestiones
de su familia.

—Santino Costello es el capo de capos, Essie. Eso significa que es quien


maneja todo el poder en la mafia —comenzó a decir cuando entró a mi
apartamento.

Ni siquiera lo invité a sentarse, solo me crucé de brazos y esperé a que cerrara


la puerta para que comenzara a hablar.

—Dos semanas después de que mi padre murió Aleph se comprometió con


Lorenza, ella está loca por él y me voy a reservar todo lo que pienso de mi
hermano porque no quiero que lo tomes como si solo buscó hacerlo quedar
mal contigo —advirtió y le concedí eso—. Y creo que el tipo que estuvo a punto
de hablar en el restaurante sabe algo de lo que sucedió entre ustedes y espero
que Aleph tome cartas en el asunto antes de que suelte cualquier cosa, porque
en la mafia no se acepta la traición.

» La infidelidad es una falta grave para la Cosa Nostra, Essie, porque se


considera que si la persona que duerme a tu lado no merece tu respeto y no
puede confiar en ti, entonces tampoco serás capaz de respetar y serle fiel a la
mafia. Y si Santino o alguien más se entera de lo que pasó entre tú o Aleph, el
castigo no será en nada comparado a lo que sucedió con María, ya que el
malnacido de mi hermano ha dañado con eso a la única mujer que tiene en sus
manos el poder de dos imperios.

Me tensé cuando mencionó eso y negué.

—Bien, por mí que se enteren y así que le den su merecido a Aleph, ya que me
importa una mierda la falta que cometió ante la mafia, pero me repugna que
me usara como lo hizo —largué y rio sin gracia.

—¡Ese es el puto problema, Essie! ¡Que el castigo no será solo para Aleph, van
a querer dañarte a ti porque el hijo de puta no pudo contenerse! —espetó con
ironía.

—¡Yo no sabía que él era casado! No tienen por qué dañarme —grité.

—Te lastimarán para dañarlo a él y castigarlo de esa manera, Essie. Así que
siento mucho haber tenido que fingir que éramos novios, pero en ese
momento fue lo único que se me ocurrió.

—¡Ja! Qué conveniente, ¿no? —inquirí y negó.

—Mira… Esto ya ha dejado de ser el resultado de mis problemas con Aleph y


créeme que mi intención no es seguir contigo solo para dejarle claro al Don de
mi familia que yo sí puedo tenerte y él no —zanjó y alcé la barbilla—. Santino
no es ningún imbécil y sé que intuye que algo raro sucede, así que la
insistencia en que nos acompañes al viaje no es solo por ser cortés. Te ha
puesto un ojo encima y no va a descansar hasta asegurarse de que Aleph no ha
traicionado a Lorenza, así que… o sigues fingiendo que eres mi novia o te vas
ahora mismo para Estados Unidos.

Mis ojos se desorbitaron cuando dijo lo último y negué. Me parecía inaudito


que me pusiera condiciones y menos esas.

—Tú no vas a decidir por mí —espeté—. Además, no le tengo miedo a la


maldita mafia. Sabes que mis padres tienen a alguien para que me cuide, así
que no voy a dejar de vivir mi vida solo porque a ustedes se les antojó hacerme
parte de sus malditos juegos.

—¡Tus padres pueden tener poder, Essie, pero nosotros somos la maldita
mafia, entiéndelo! ¡Joder! —gritó— Ese puto guardaespaldas es un vendido
por eso los Black no tienen una jodida idea de con quién te has estado
revolcando.

Le giré el rostro de una bofetada cuando me gritó lo último con asco y hasta yo
me asusté de mi reacción, pero también me aterroricé cuando me confesó tal
cosa.

—No me reproches lo que hice con tu hermano porque yo no sabía quién era,
tú y yo terminamos, Izan, te fuiste y créeme que siento mucho haber follado
con Aleph, pero no porque creo que estuvo mal sino por el engaño en el que fui
envuelta —aclaré y me tomé la cabeza porque me sentía frustrada, pero
también asustada.

—Tienes razón en eso —concedió—. No me debías nada, así que no tengo por
qué tocar ese tema contigo, lastimosamente te quise alejar de toda mi mierda
y no pude. Y nunca te he mentido con respecto a mi familia o a la mafia. Así
que te suplico que si no piensas irte, entonces ayúdame a demostrar que no
tienes ni tuviste nada con Aleph. Y no lo hago por él, lo hago por ti —aclaró
más tranquilo—. Y no te confundas con eso de que yo te hice parte de mi
maldito juego, porque bien sabes que no es así.

Negué harta de eso, pero tenía razón. Al fin y al cabo Izan se fue luego de que
termináramos y no me buscó más.

—Puedo hablar con mis padres y decirle que ese imbécil los ha traicionado —
señalé refiriéndome al guardaespaldas.

—El problema ahora mismo es que Costello está aquí y eso significa que hay
más personas de la mafia a nuestro alrededor, tus padres no alcanzarían a
hacer nada antes de que te dañen —explicó.

En ese momento me fui hacia el sofá y me senté tratando de procesar en lo que


estaba metida.

—Essie, acepta viajar conmigo y fingir. Tu padre te monitorea y ahora mismo


está confiando en ese vendido, pero le llamará la atención lo que harás y eso le
creará sospechas y lo llevará a que investigue a fondo.

—¿Por qué me dices todo esto? —quise saber y lo miré.

Él seguía de pie.

—Porque nunca he querido pertenecer a la mafia, pero tampoco soy un


vendido y he aceptado que esta es mi vida, sin embargo, Aleph llevó lejos todo
esto y ahora mismo mi única manera de protegerte es que tu padre intervenga.
Y si lo pienso bien, si te vas ahora para Estados Unidos, las sospechas de
Costello se confirmarán y no dejará que llegues a tu destino.

—¡Mierda! —bufé— Nunca debí cruzarme en tu camino —solté minutos


después.

—Lo sé y lo siento mucho —aceptó derrotado.

Ambos miramos a Luna cuando maulló y llegó cerca de nosotros, luego vimos
atentos la comodidad que encontró en el sofá individual. Mi gato era ajeno a lo
que pasaba, vivía en su mundo sin preocuparse más que de tener comida y
agua, o leche.

—¿A qué hora es el vuelo? —pregunté al fin, creyendo que era mi mejor
jugada.
—Prepara tu maleta y te irás conmigo ahora mismo a mi penthouse —Lo miré
y al ver que estaba hablando en serio solo negué.

—Ya que —espeté y me puse de pie para hacer lo que pidió.

____****____

Luna viajó conmigo, al principio pensé en dejarlo con Oliver, pero Izan insistió
en que lo llevara a su penthouse aprovechando que Nube estaba allí junto con
Joanne y sentí emoción al volver a ver a la ama de llaves junto a la gata. Como
al principio, viajamos en silencio, aunque en ese momento analicé mejor las
cosas y sentí escalofríos al estar de nuevo en aquel coche que nos defendió de
los asesinos que la mafia utilizó para deshacerse de Izan.

Era obvio que había enviado a reparar el coche entero, ya que lucía como si
jamás sufrimos ningún atentado, pero incluso así llegó un momento en que
deseé hacerle preguntas estúpidas sobre las reparaciones solo para
deshacerme del silencio incómodo que nos embargó.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté cuando llegamos frente al edificio


místico.

—Después del atentado vendí la casa en Castle Combe, ya que dejó de ser
mi secreto. Cuando padre murió nos heredó un ático y un penthouse en este
edificio. El ático era para mí, pero Aleph y Lorenza… —Se quedó en silencio al
analizar lo que diría y sonreí irónica.

—Dime las cosas como son, Izan. No te detengas solo porque piensas que me
vas a dañar —le pedí y me miró durante unos segundos.

—Aleph y Lorenza se casaron, así que les cedí el ático como regalo de
bodas, ya que es más espacioso y yo no necesitaba de un lugar tan grande.
El penthouse me quedó perfecto —explicó y asentí.

—¿Por qué el día que llegaste al ático, Lorenza no estaba contigo? —quise
saber.

—Descubrí algo que hizo Aleph, a parte de que se acercó a ti y estaban… ya


sabes —Sonreí sin gracia cuando evitó la palabra follar—. Así que le pedí a
Lorenza que me dejara hablar con él antes de que le diera la sorpresa de que
había viajado conmigo —explicó y negué.

—Así que no solo engañó a su esposa y a mí sino que también tuvo el


descaro de acostarse conmigo en la cama que ocupa con ella —escupí.
Izan no dijo nada, solo siguió hacia el estacionamiento subterráneo del
edificio y cuando aparcó donde le correspondía, salió del coche y se fue para el
maletero a sacar mis cosas. Yo cogí a Luna, quien iba metido en su jaula de
viaje y caminé siguiendo a Izan cuando él se condujo hasta el ascensor.

De nuevo nos sumimos en el silencio y solo miré a Izan cuando lo noté


distraído.

En efecto, estaba un poco más delgado, pero eso hacía sus facciones más
marcadas y maduras, aunque sus labios no estaban tan rosados como los
recordaba, sin embargo, seguía siendo el tipo… Sacudí la cabeza antes de
seguir en esa línea y agradecí llegar pronto al piso donde estaba su penthouse.

Y como me lo dijo antes, era más pequeño, pero igual de elegante que el ático
de Aleph.

Saqué a Luna en cuanto entramos y sonreí cuando Nube apareció de la nada,


estaba preciosa y tan blanca como la recordaba y vi con sorpresa cómo ella y
Luna se acoplaron como si ya se conocían y corrieron juntos quién sabía hacia
dónde.

—¡Jo! Esto me ha tomado por sorpresa —le dije a Izan y solo asintió serio.

Lo entendía, pero no terminaba de acoplarme a que fuera así de frío conmigo.


Y conocí ese lado suyo, aunque fue de lejos, ya que nunca se comportó de esa
manera cuando estuvimos juntos.

—¡Por Dios! ¡Essie, qué maravilla verte de nuevo! —saludó Joanne saliendo de
la cocina.

Le sonreí feliz y divertida al verla ya con su pijama y el cabello suelto. Nada


tenía que ver con la señora seria y muy ordenada que me mostró en Castle
Combe.

—Me alegra mucho volver a verte, Joanne —dije correspondiendo a su abrazo.

—Llevaré tus cosas a la habitación de invitados —avisó Izan y ni siquiera


esperó respuesta.

Joanne alzó una ceja y yo solo me encogí de hombros restándole importancia


para que ella hiciera lo mismo. La acompañé a la cocina y juntas compartimos
un té mientras nos poníamos al día sobre cosas triviales que nos habían
sucedido.

Ella era la única persona del entorno de Izan que me hacía sentir como alguien
normal y lo necesitaba mucho en ese momento.

Rato más tarde la vi cansada y le pedí que se fuera a la cama, ya que no era
necesario que se quedara conmigo, al principio se negó, pero insistí mucho y
terminó por obedecerme. Yo me quedé sentada en el taburete de la isla,
pensando y mirando el fondo de mi taza ya vacía.

—Deberías descansar, Essie. Nos iremos a las cuatro de la madrugada —Di un


pequeño respingo al escuchar a Izan detrás de mí y toda mi piel se erizó tras
un escalofrío.

Llevé la taza al lavabo y decidí que era mejor encerrarme en la habitación,


sobre todo cuando vi a Izan recostado en el marco de la puerta con los brazos
cruzados. Estaba recién duchado y vestido como si saldría de nuevo.

—Te mostraré dónde está tu habitación —avisó y lo seguí cuando caminó


delante de mí.

El penthouse también tenía dos pisos, pero a diferencia del ático, la planta de
arriba solo mostraba tres habitaciones y desde la sala se veía el barandal de
protección y las puertas de cada una.

—¿Vas a salir? —me atreví a preguntarle antes de que subiera los escalones y
se detuvo.

—Sí, tengo algunas cosas que hacer antes de irnos mañana —respondió.

—Desde aquí puedes indicarme qué habitación es y así te ahorras subir los
escalones —le dije y subí uno de ellos solo para no sentirme tan pequeña
frente a él.

—Es el último —dijo señalando con la mano y miré hacia donde indicó—. Te
veré en la madrugada —añadió hablando bajo, pero lo sentí más cerca de mí y
sin pretenderlo cerré los ojos.

Había algo en ese tono que usaba que era capaz de ponerme muy nerviosa y me
maldije por no controlarme, pero a Izan no le importó, ya que cuando volví a
abrirlos se había ido y solo escuché la puerta cerrarse.

Ese viaje no sería fácil.


CAPÍTULO 31

No dormí nada, me la pasé dando vueltas en la cama y cuando me aburrí de


eso, deambulé por todo el penthouse, incluso me atreví a acercarme a la
habitación de Izan y pegué el oído a la puerta para tratar de escuchar algo,
pero todo estaba en silencio. Eran las dos de la madrugada y cuando el reloj
marcó las tres, decidí tomar una ducha para comenzar a prepararme. Y la
curiosidad por saber a dónde se había metido ese hombre me picó mucho,
aunque traté de ignorarla.

Justo a las tres y media decidí bajar a la cocina para beber otro té y
calmarme. Sufriría de una tremenda jaqueca por no dormir, pero esa fue
misión imposible.

Mi corazón se aceleró y deseé regresar a la habitación cuando ya iba


llegando al penúltimo escalón y la puerta de entrada se abrió. Pero no actuaría
como ladrona y menos como tímida, así que me quedé de pie al ver a Izan
entrando, llegó con el cabello desordenado y la camisa medio abotonada, el
cinturón ni se molestó en abrocharlo.

—Tomaré una ducha rápida y nos vamos —fue todo lo que dijo al verme
con mi bolsa de viaje en el hombro.

La maleta la habíamos dejado en su coche para no tener que regresarla al


irnos hacia el hangar. Y simplemente asentí en respuesta y me eché a un lado
cuando comenzó a subir los escalones, olía a humo mentolado y a algo más
que no identifiqué, pero luego decidí contener la respiración para ignorar si
también llegó oliendo a perfume femenino.

Dejé el bolso en el piso, cerca de los escalones y busqué a Luna mientras


esperaba por Izan, lo encontré en una cama para gatos que estaba al lado de la
Nube, ambos dormían cerca y sonreí cuando los dos medio abrieron los ojos al
escuchar mis pasos, pero volvieron a dormirse al percatarse de que se trataba
de mí.

—Par de perezosos —murmuré y continué mi camino hacia la cocina.

Al estar ahí busqué lo que necesitaba para mi té y también unos vasos


térmicos, decidiendo a último momento hacerle un té también a Izan, ya que
lucía como si hubiese tenido una noche movida.

Tragué con dificultad al pensar en eso y negué.

«No me importa, no me importa, no me importa», me repetí como un


mantra.

—Vamos en camino, Donato, deja de joder —Escuché a Izan decir


minutos más tarde.
Iba con los auriculares inalámbricos en las orejas, así que imaginé que
estaba en una llamada con alguien. Con la cabeza me indicó que lo siguiera y
rápidamente le di un beso a Luna y Nube. Llevaba ambos vasos en las manos y
agradecí que así estuviera siendo frío conmigo, Izan hubiera tenido la
amabilidad en ese instante de coger mi bolso del suelo y lo cargara junto con
su maleta.

—Te preparé un té, por si necesitas relajarte —le dije cuando íbamos en el
ascensor.

El idiota olía delicioso como siempre y a diferencia de mí, lucía como si


hubiera dormido toda la noche.

—Gracias —fue todo lo que dijo.

Negué y decidí no decir nada porque era muy temprano para comenzar a
discutir, aunque me vi tentada a lanzarle el té caliente por idiota. Lo escuché
bufar y por el espejo también lo vi tratando de esconder una sonrisa burlona.

—¿Te atreverías? —inquirió e imaginé que leyó mis intenciones.

Le respondí tal cuál él lo hizo al ver mi deseo: bufé y sonreí. Algo que lo
hizo alzar una ceja y negar, pero no siguió averiguando nada.

Seguimos en silencio hasta que llegamos al coche y nos metimos en él,


puse mi té en el portavasos y le entregué a él suyo cuando salimos a la calle.
Nuestros dedos se rozaron y solo me mordí el labio tratando de no darle más
importancia de la que merecía un simple toque.

—Prepárate para las malas caras que verás porque los hemos hecho
retrasarse —dijo y vi que ya eran las cuatro y treinta.

—Que se jodan, yo no quería ir y ellos insistieron —bufé y lo vi dar un


trago a su té.

—En este viaje vamos a tener que hacer cosas que no nos agradarán,
Essie, así que desde ya discúlpame por si tengo que estar muy cerca de ti —dijo
y me puse nerviosa.

—¿Estuviste con alguien hace unas horas? —solté y me miró con sorpresa
por unos segundos.

Bien, no tenía que preguntar eso y tampoco debía importarme, pero me


estuve muriendo de ansiedad y si no la saciaba, actuaría muy mal.

—Imagino que la pregunta correcta es si estuve follando con alguien —


inquirió.

Respiré hondo y tomé mi té para darle un sorbo.


—¿Lo hiciste? —cuestioné.

—¿Tendría algo de malo? —quiso saber y no sé qué carajos sucedió


conmigo en ese instante, pero me vi tirándole el té encima.

Volví a respirar hondo y solté el aire con lentitud para no cometer esa
locura.

—No, Izan. Eres libre, es tu vida y puedes estar con quién quieras y
perdona la pregunta, no es de mi incumbencia.

Y no dijo nada, solo calló el resto del camino hasta que llegamos al hangar
donde ya los señores Costello y los recién casados nos esperaban, junto a otro
grupo de hombres y el personal del jet privado.

Al salir del coche me fui al maletero para tomar mis cosas, aunque Izan solo
me dejó coger el bolso de viaje, alegando que él llevaría lo demás.

—Hora de fingir, pequeño Ónix —susurró en mi oído al echarme el brazo


en el cuello y luego sonreír como si acabara de decir algo gracioso.

Bufé, ya que no podía corresponder a ese gesto suyo, aunque le sonreí


amable al hombre que llegó para coger nuestras cosas.

Un tipo alto y que lucía de la edad de Aleph estaba en las escaleras


del jet, de pie y chequeando su reloj; negó al vernos y bufó para luego darse la
vuelta y entrar. En serio se veía exasperado y si no dijo nada fue solo porque
sabía que recuperaría el tiempo que les hicimos perder.

—Buenos días —saludé en general.

El tipo de antes estaba sentado junto a otro en los asientos delanteros,


atrás de ellos vi a Santino y su esposa, en el medio había una mesa con
documentos esparcidos y en los asientos frente al señor Costello estaban
Aleph y Lorenza.

Lorenza me saludó con emoción.

—Es extraño que te hayas tardado tanto en llegar, Izan, justo cuando uno
de mis hombres ha desaparecido —soltó el señor Costello como saludo.

Tragué con dificultad y pensé en el hombre que Izan dijo que


posiblemente sabía de lo mío con Aleph.

La señora Acilia solo me sonrió. Lorenza observó a su tío asustada y Aleph


endureció la mandíbula. Izan por su lado me miró y sonrió con picardía,
comenzando con el show que montaríamos desde ese instante.

—Bueno, Santino. No podría decirte nada de lo que pasa con tu gente, ya


que si lo ignoras tú, menos voy a saberlo yo. Pero si te interesa saber en dónde
he estado toda la noche, considero que es suficiente decirte que tenía mucho
tiempo ya sin ver a mi chica.

Carraspeé muy avergonzada con lo que dijo sutilmente y le di una sonrisa


de labios apretados al pelinegro cuando besó mi sien.

—Eh, no sé si ustedes están acostumbrados a decirse estas cosas de


manera tan abierta, pero, amor… no creo que sea necesario que les expliques
qué tanto hicimos para dormirnos muy noche —le dije.

—Y rendidos —añadió el cabrón y lo abracé por la cintura para pellizcar


sus costillas—. Bien, ya… Essie tiene razón, no es muy educado hablar de esto
ante las damas —comentó con burla.

—¡Por Dios, Izan! Sí, somos damas, pero hacemos lo mismo con nuestros
esposos, ¿cierto, tía? —dijo Lorenza cortando la tensión que se formó.

—Cariño, Essie tiene razón, no hay por qué ventilar las intimidades —
comentó Acilia y le agradecí.

A ella se le dificultaba hablar el inglés, pero le entendimos.

Santino nos miró serio por unos segundos, midiéndonos. Luego de eso
con la barbilla nos pidió que nos sentáramos en los asientos de al lado.

Me metí al de la ventanilla e Izan se colocó a mi lado. Miré a Lorenza y


sonrió feliz de verme ahí y también ilusionada. Aleph por su lado se concentró
en su móvil y solo medio sonrió cuando su esposa le dio un beso en la mejilla.

Imbécil insensible.

Santino comenzó a hablar en italiano y no entendí nada, pero por el tono y


la sonrisa socarrona de Izan, intuí que no fue nada agradable para el pelinegro.
Aleph le respondió al capo de capos y se sumieron en una conversación que
pronto se convirtió en risas.

El mayor de los Gambino trataba de parecer frío, sin embargo, su cuerpo


delataba la tensión que sentía.

—Hay una habitación en el jet, ¿quieres que vayamos a ella? —ofreció


Izan cuando despegamos y lo miré con sorpresa— Luces muy cansada, Essie y
la verdad es que no creo que ninguno de ellos vaya a ocuparla —aseguró.

En ese instante sentí que nos observaban y por puro instinto alcé la vista y
encontré a Aleph viéndonos, su mirada gélida y expresión ruda me dio a
entender que escuchó lo que su hermano propuso. Lorenza iba recostada en su
hombro y lucía igual de cansada que yo.

Irónico.
—Esto es muy incómodo —susurré regresando mi atención a Izan.

Él en lugar de responderme habló en italiano para Santino y cuando el


viejo asintió, entendí que le estaba pidiendo autorización para irnos hacia a la
habitación o preguntando si podíamos usarla en caso de que alguien más
quisiera irse hacia ella.

—¿Vamos? Y así dormimos un poco —ofreció hacia mí y asentí.

No quería estar a solas con él con la frialdad que me trataba cuando nadie
nos veía, pero la toleraba más que la incomodidad de estar rodeada de esas
personas. Y volví a sentir la mirada de Aleph en nosotros, era casi como dagas
clavándose en nuestras espaldas y más cuando caminé de la mano de Izan,
pero lo ignoré.

Aunque no pude hacerlo en el instante que entré a la habitación, me senté


en la cama y vi a Izan darme la espalda para cerrar la puerta. La mirada de
Aleph cambió a una asesina en ese momento al vernos a ambos y negué por lo
cínico que era.

—Puedo jurar que le acabas de sonreír como un total cabrón —le dije a Izan en
un susurro y se giró.

Estaba serio y negó. Tras eso caminó hacia mí y se puso en cuclillas para
que quedáramos a la misma altura.

Puso las manos a los lados de mis piernas y se acercó a mi oído.

—Que él te haga sentir de su propiedad con sus miradas no significa que


yo voy a seguir la línea, Essie. No necesito dejarle claro nada y nunca has sido
un trofeo para mí y Aleph lo sabe —susurró y mi piel se erizó.

Tragué y lo miré a los ojos.

Entendí por qué estaba hablando así y miré a mi alrededor, notando justo
en una esquina una luz roja titilando. Era una cámara bastante sofisticada y la
conocí solo porque vi una igual en casa de mis padres.

Nos estaban vigilando tal cual advirtió Izan y con sutileza asintió para
confirmarme que no me equivocaba.

Sin que se lo esperara lo abracé y enterré el rostro en su cuello, buscaba


hablarle en el oído, pero me embriagó con su aroma y me detuve solo unos
segundos demás oliéndolo. Izan dejó las manos donde las tenía dejando muy
clara su posición.

—¿Lo asesinaste? —susurré.

Me aparté entonces y solo me miró serio, él sabía por quién preguntaba.


—Descansemos un poco, amore. La noche que tuvimos fue dura y a ambos
se nos nota que no hemos pegado el ojo —Tragué con dificultad y negué.

Odiaba con mi vida saberlo un asesino, pero más me odié a mí por


comenzar a comprenderlo, ya que si hizo eso, fue solo por protegerme y de
paso, estaba cuidando la espalda de su hermano.

Incluso cuando Aleph lo apuñaló por la espalda.

____****____

A pesar de mis pensamientos y el temor por no saber en dónde me había


metido, logré dormir un rato; me acosté al lado de Izan y le di la espalda, él se
quedó tumbado boca arriba y con las manos metidas detrás de la cabeza, pero
al despertar lo hice en su pecho, con el sonido de su corazón acelerado.

—Lo siento —murmuré al verlo con su móvil, solo esperando a que yo


despertara.

—No pasa nada —me dijo.

Me levanté y giré el cuello al sentirlo estresado por la posición en la que


estuve y segundos después escuché unos toques en la puerta. Izan se puso de
pie y abrió para ver de quién se trataba. El tipo mal encarado estaba del otro
lado y le dijo algo en italiano. Luego se marchó.

—Vamos a aterrizar en unos minutos, pero si necesitas ir al baño antes


puedes hacerlo. Está ahí —señaló y asentí.

El jet era como un apartamento lujoso y de hecho, la cama en la que


estuvimos era tamaño King y la habitación no carecía de nada. La elegancia y la
riqueza se notaba por doquier.

Caminé hacia el baño y me lavé el rostro, viendo en el espejo las manchas


oscuras bajo mis ojos. Dormí poco tiempo, pero estar a solas, así fuera con ese
chico frío, me sentó mejor que tener que compartir la cabina con otras
personas.

Cuando salí del baño Izan estaba esperándome y respiré hondo tras
asegurarle que estaba lista para salir. Los ojos de nuestros acompañantes
estuvieron puestos en nosotros en cuanto nos vieron llegar y solo me limité a
sonreírle a Lorenza cuando nos vimos. Al estar en nuestros asientos nos
pusimos los cinturones y minutos más tarde el jet comenzó a descender.

—¿Nos quedaremos en algún hotel? —le pregunté a Izan.


—Sí, es propiedad de Santino —susurró y asentí. Contuve la respiración
cuando me echó el brazo por los hombros y me acercó a él.

Parecía como si Izan estuviera tan feliz de tenerme con él, que no quería
apartarse de mí, aunque solo los dos sabíamos, bueno también Aleph, que
estábamos fingiendo.

—Al quedarte sola, Lorenza te buscará. Algo me dice que tiene sus
sospechas, así que cuida muy bien lo que dirás —susurró en mi oído. Lo hizo
como si estuviera diciéndome algo pícaro y me obligué a morderme el labio.

Obviamente estábamos siendo estudiados y los dos sentimos las miradas


puestas en nosotros.

Gracias al cielo aterrizamos enseguida en el hangar más cercano a la


ciudad del agua y desde ahí nos condujeron en coche hacia una especie de
puerto marítimo privado donde nos subimos a un catamarán igual del lujoso
que el jet. Estando todos en el mismo espacio Lorenza aprovechó para
acercarse a mí mientras Izan hablaba con el tipo malencarado.

—Él es Donato Vaccaro, uno de los hombres de confianza de Aleph —dijo


y miré al malencarado.

«Su consigliere», pensé, aunque no dije nada.

—Parece que le cae mal todo el mundo —comenté y ella rio.

—No es eso, lo que pasa es que Izan en serio lo hace trabajar doble. Aquí
entre nosotras, tu chico es el rebelde de la familia y no sigue… ciertas reglas
que debería —me dijo.

«Tampoco tu esposo, querida», pensé y solo le di una sonrisa de labios


apretados.

—¿En serio estuvo contigo anoche? —inquirió de pronto y agradecí no


haberle dado el trago a mi bebida, ya que era seguro que se la hubiera escupido
encima.

—¿En serio quieres saber eso? —devolví, tratando de parecer descarada


con el tema.

—Es que Izan me comentó que no estaban pasando por un buen


momento, entonces… que te presentara así de pronto me pareció extraño —
dijo sincera y asentí.

—Estábamos mal, Lorenza. Sin embargo, volver a vernos nos hizo


entender a ambos que no podemos estar el uno sin el otro y pues… ya sabes
como son las reconciliaciones. Y no me gusta ventilar mi vida privada, pero en
serio no dormimos nada poniéndonos al día —le dije, alzando una ceja y
sonriéndole de lado con picardía.
—Te entiendo, Essie. Nos pasó lo mismo con Aleph —confesó y, aunque
no perdí la sonrisa, carraspeé—. Estamos recién casados, aun así las cosas no
han sido fáciles después de la muerte de Alonzo y por lo mismo hemos tenido
que estar separados, pero tengo la esperanza de que ya todo comience a
encarrilar como debe —deseó esperanzada y me sentí como una mierda.

Si bien yo no sabía nada de ella, me sentí muy mal porque entendí que su
marido no la tenía alejada solo por lo difícil que se volvieron las cosas después
de la muerte de su padre. Lo hizo por estarse revolcando conmigo.

—De verdad espero que sí, Lorenza. Es muy cruel por parte de tu esposo
que te tenga alejada estando recién casados —comenté.

—Amore, vieni —dijo de pronto y me tensé cuando extendió la mano para


llamar a alguien detrás de mí.

Escuché a Aleph carraspear, pero llegó hacia su esposa. En ese momento


sentí la respiración acelerada y miré hacia donde se encontraba Izan, y quizá
me sintió, ya que me buscó y solo asintió a lo que sea que Donato le decía.

—Estoy hablando con Essie de lo cansada que han sido nuestras noches —
le dijo con picardía y vi que el imbécil se tensó, yo solo me obligué a sonreír y
tras eso le di un trago a mi vino—, pero también de lo bien que comienzan a
marchar las cosas, así que se me ocurrió que podríamos ir a una cena de
cuatro.

—No…

Tanto Aleph como yo nos quedamos en silencio luego de hablar al


unísono. Yo miré hacia Izan de nuevo rogándole porque me sacara de ese
embrollo. Lorenza en cambió nos miró extrañada.

«Cuida muy bien lo que dirás», recordé a Izan decirme.

—Lorenza, no creo que sea prudente hacer esto. Ya que sabes que las
cosas con Izan no están bien y no quiero ocasionar ningún problema estando
aquí —dijo Aleph.

—Además, no es por ser pesada ni nada de eso, pero a mí en lo personal


me gustaría estar más a solas con Izan. Ya sabes, pasamos mucho tiempo
separados y necesito recuperar un poco —le dije, manteniendo mi actitud
descarada con referencia a mi relación.

—Concédeme esto así sea una vez —le pidió ella a Aleph y este negó—. A
lo mejor no lo sabes, Essie, pero Aleph e Izan fueron muy unidos antes y deseo
que vuelva a ser así.

—No creo que una cena de cuatro ayude a eso, créeme —le dije sin pensar
y Aleph alzó una ceja.
¡Mierda!

—¿Por qué lo dices? —preguntó.

—Aleph, Lorenza. Vengan por favor —pidió de pronto Donato y quise ir a


abrazarlo.

¡Joder! Me repugnaba estar en esa situación, pero tenía que controlar más
lo que diría, ya que no me convenía insinuar nada que a la larga solo me
acarrearía problemas a mí.

Lorenza se disculpó por la interrupción y Aleph me miró serio, pero en su


mirada leí que deseaba decirme un par de cosas y alcé la barbilla para que se
atreviera.

—Como lo pensé —le susurré sardónica segundos después cuando


Lorenza se había adelantado y él solo negó.

—Tú y yo hablaremos pronto, Essie —prometió.

Mi corazón se aceleró dos palmos al escuchar su tono, ya que en nada se


comparaba al amigable que usó conmigo antes.

O al seductor.
CAPÍTULO 32
Estaba incrédula por su tono exigente. Podía ser el Don de su familia, un capo
de la mafia siciliana y manejar mucho poder, pero para mí seguía siendo un
bastardo sin vergüenza y sin respeto alguno. Un maldito egoísta que quería
hacer todo a su antojo, sin importarle a quién dañaba o a quién usaba.

Así que bufé varias maldiciones cuando se fue y bebí mi vino de un sorbo
para luego coger otra copa de la charola que habían dejado en una mesita. Salí
hasta llegar a uno de los bordes del catamarán y admiré la vista del océano.
Venecia era una de las ciudades de Italia que siempre deseé conocer, pero
cuando pensaba en hacer un viaje hacia allí, me imaginé haciéndolo en plan
romántico o con mi madre en una aventura solo de chicas como ella solía decir
cuando nos poníamos a soñar despiertas.

Y no es que no pudiéramos cumplir esos sueños sino más bien las


situaciones que nos obligaron a esperar.

—Todavía no hemos llegado al hotel y ya piensas en tirarte al agua y


nadar de regreso al puerto.

Me giré hacia Izan y negué, aunque no me pareció una mala idea en


cuanto lo dijo y me sorprendió que me lanzara una broma después del trato
que daba. Y no es que fuera malo o irrespetuoso, era frío y después de todo lo
que vivimos estando juntos, su frialdad dolía.

—Ganas me sobran. Apenas hemos comenzado y ya quiero rendirme —


confesé y caminó hasta pararse a mi lado.

Lo miré cuando respiró hondo y luego soltó el aire.

Vestía todo de blanco, con una camisa que dejaba transparentar los
tatuajes de su pecho y brazos; usaba unas gafas negras para protegerse del sol,
el cabello se le desordenaba de un lado a otro a causa de la velocidad, pero todo
eso le dio un toque irreal.

El de un tipo bueno fingiendo ser malo.

Un hombre tan guapo y sexy, como peligroso.

—Lorenza está proponiendo una cena de cuatro y prepárate porque está a


punto de convencer a Aleph —avisó y negué.

—De ninguna manera —advertí.

Me miró y sonrió de lado, pero lo hizo sin gracia, demostrándome que a él


tampoco le agradaba la idea y si cedía, sería solo por mantener la farsa entre
nosotros.
—Vamos a tener que mantenernos ocupados como pareja entonces. Así
tendremos una excusa válida —señaló con un tono oscuro pero irónico a la
vez.

Miré hacia el frente y tragué con dificultad cuando mi mente se fue por
otro lado, como si Izan me hubiera propuesto algo indecente, pero sabía que
no era así. Él me estaba demostrando y dejando muy claro que no buscaba
nada de intimidad conmigo después de comprobar que estuve con su
hermano.

«Le has entregado lo que deseé que solo fuera para mí».

Me dijo días atrás en el ascensor. Y la ira y desagrado que mostró al decir


esas palabras me hirieron más de lo que alguna vez aceptaría en voz alta.

—¿Lo soportarás? —inquirí dejando de lado el camino que estaban


tomando mis pensamientos y me miró sin entender la pregunta— Pasar tanto
tiempo a solas conmigo, ¿podrás? —aclaré.

Miró hacia al frente, su expresión era ruda, ya no había vuelto a ver la


dulzura que lo caracterizó desde que lo conocí.

Desde que volvimos a encontrarnos había sido así, era como si el chico del
que me enamoré solo hubiese sido un espejismo o, como si lo asesiné el día
que decidí dejarlo por pertenecer a la mafia en el instante que me mostró la
clase de asesino que podía ser.

Y el karma me dio un buen revés al hacerme caer en la cama de un Don


luego de dejar al chico que amaba solo porque no me quería ver envuelta en
esa vida. Y ahí estaba, más metida en problemas de los que esperé y rogando
por salir bien librada, ya que ese Don no solo era más peligroso que Izan, sino
que también tenía una esposa con poder y eso me estremeció de pies a cabeza
al analizarlo en ese momento.

—Lo soportaremos —aseguró Izan, respondiendo a mi pregunta en el


instante que me sentí perdida, y asentí para luego respirar hondo.

Y menos mal el viaje no fue muy largo esa vez, ya que estaba descubriendo
que el estómago se me revolvía al navegar o solo eran las náuseas que me
seguía provocando verme en esa situación.

Me deleité con la magia de Venecia en cuanto llegamos al puerto donde ya


nos esperaban por parte del hotel. Los puentes, los canales, las calles, todo
lucía de ensueño. Era lo que imaginé y más; y fue tanta mi emoción que hasta
me olvidé de la compañía desagradable y me concentré en disfrutar de mi
entorno.

—Dicen que la magia de este lugar te envuelve tanto, que, o te enamoras


más de tu pareja o te reconcilias con ella si las cosas no marchan bien —
comentó Lorenza tomándome por sorpresa.
Izan me tendió la mano y nos miramos por unos segundos cuando se la
tomé.

—Y sé que Aleph cree en el romanticismo, aunque parezca rudo. Ya que en


el primer viaje que hicimos como novios me trajo aquí por unos días —siguió
Lorenza y fingí interés.

Y nunca dejé la mano de Izan, caminamos agarrados de ellas, escuchando


las anécdotas felices de su cuñada junto a su amado esposo.

«Tú y yo hablaremos pronto, Essie».

Advirtió y bufé con desagrado al recordarlo.

Y no dudé de nada de lo que Lorenza contó, ya que así lo mío con Aleph hubiese
sido solo sexo, también noté que era un tipo romántico. Me lo demostró en los
momentos tranquilos después de nuestros encuentros o incluso en los
instantes en los que me tomó con delicadeza.

Aleph Gambino jugó conmigo de una manera peligrosa y odiaba recordarme


en su cama, lo maldije por haberme follado en un lugar que debió respetar y no
solo por Lorenza sino también por mí, ya que, yo nunca quise meterlo a mi
cama precisamente porque no fui capaz de tenerlo en un lugar donde antes
estuve con Izan.

Lo hice por él y por su hermano.

Pero no podía ser tan ingenua y pretender que los demás actuaran y
respetaran como trataba de hacerlo yo.

—Te quiero listo a las siete en punto de la noche, ya que irás con Donato a
resolver algo —dijo Aleph cuando estábamos en la recepción del hotel
recibiendo las tarjetas de nuestras habitaciones.

Me tensé ante eso porque no quería quedarme sola y se lo demostré a Izan


con una mirada, aunque este ya veía a su hermano con advertencia.

—No vine aquí para hacerte los mandados, así que no cuentes conmigo —
zanjó Izan y agradecí que Lorenza estuviera en ese momento con Acilia.

—No me harás ningún puto mandado a mí, Izan. Irás a terminar de


limpiar la cagada que hiciste anoche, ya que esa puta que creíste asesinar, está
viva y dispuesta a decir lo que vio.

Di un paso atrás de ellos y jadeé sin poderlo evitar, el cuerpo me comenzó


a temblar y deseé salir corriendo, pero tarde me di cuenta que estaba atrapada
en ese viaje.

Y mi mente viajó en un nanosegundo a esa madrugada, cuando Izan llegó


al apartamento, con el cinturón medio abrochado, la ropa desordenada y
oliendo a humo y a alcohol, pero en ese momento pensé que no fue bebida
alcohólica lo que alcancé a percibir, fue un olor más fuerte y parecido a algún
otro químico.

—Pues entonces con más razón ve y resuélvelo tú, ya que anoche solo
estaba tratando de limpiar la cagada que tú hiciste, Aleph —largó Izan entre
dientes.

—Tú no sabes manejar a Santino, Izan. Puedo limpiar mis cagadas solo,
pero, aunque te crezca el ego con lo que diré, solo confío en ti para que te
ocupes de esto mientras yo entretengo a Costello y que así no se entere del
paradero de su soldato.

—¡Y una mierda con mi ego, imbécil! No habría hecho nada de esto si no
te hubieras metido con…

—¡Joder! Ya basta los dos —bufé harta y ambos me miraron. Me asustaba


mucho que armaran un espectáculo y que los demás pusieran demasiada
atención—. Está bien si para ustedes es normal hablar de matar, deshacerse de
alguien o de limpiar sus cagadas, pero tengan un poco de respeto por las
personas que no somos como ustedes —zanjé furiosa.

Le arrebaté la tarjeta a Izan de las manos y me fui para el ascensor sin


esperarlo.

No quería escuchar nada de lo que fueran a decir o cómo lo resolverían,


únicamente necesitaba encerrarme y aguantar hasta que papá descubriera que
algo no andaba bien. Y juro que me vi tentada a tomar el móvil y llamarles,
pero para ese momento ya era más que seguro que hubieran intervenido mis
llamadas.

Izan llegó hasta rato más tarde, no nos dirigimos la palabra porque era
claro que no estábamos en el mejor de nuestros momentos, pero al verlo
prepararse y vestirse de negro intuí que al final de todo, iría con Donato a
hacer lo que sea con esa mujer.

—Entonces… ¿La follaste y luego trataste de asesinarla? —le dije.

Yo me había duchado antes de que llegara, pero solo me quedé con una
bata puesta. En ese instante estaba en la cama, viendo sus movimientos.

Menos mal él tuvo la decencia de vestirse en el baño.

Pero mientras estábamos ahí en silencio, pensé de nuevo en cómo llegó esa
madrugada, en la acusación de Santino Costello y en que Izan me usó como
tapadera para cubrir lo que en realidad estaba haciendo. También analicé sus
palabras cargadas de desdén cuando le pregunté si había estado follando con
alguien.
Dalia me dejó claro que Izan no era ninguna blanca paloma, incluso él mismo
lo hizo la noche que me confesó lo de María, pero me era difícil o mejor dicho
imposible, ver al verdadero Izan Gambino.

—Solo le pagué para que hiciera un show privado para mí y el soldato de


Santino, obviamente la chica jugó con ambos, Essie —admitió y apreté los
puños—. La drogué para que se quedara dormida mientras yo me deshacía de
ese tipo que en efecto, sabía lo que estaba pasando entre Aleph y tú. Pero no
quise asesinarla creyendo que no vio nada. Ya sabes que me equivoqué —soltó
irónico.

Me puse de pie en ese momento y llegué frente a él y detuve los movimientos


de sus manos para que dejara su cinturón y me viera a la cara.

Odiaba que hablara así, me dolía que fuera tan frío y no solo conmigo sino en
la forma de expresarse hacia los demás.

Pero ese era Izan Gambino y sería mejor para mí si lo aceptaba de una buena
vez.

Estábamos en lo oscuro, iluminados solo por unas lámparas de lava de todos


colores, aunque el rojo predominaba y con la expresión fría que Izan tenía en
ese momento, esa luz reflejada en su piel le dio un toque perverso.

—No es necesario que la mates, posiblemente la chica solo quiere huir lejos y
olvidarse de todo —le dije y sonrió sin gracia, haciéndome sentir como una
ingenua.

Y lo era en realidad, ya que estaba siendo tonto de mi parte pedirle a un


mafioso que tuviera piedad.

—¿Te diste cuenta de que Donato también sabe? —inquirió y mi respiración se


aceleró entendiendo lo implícito en esa pregunta.

Ya corría peligro con las sospechas y mientras más personas sabían, más me
acercaba al conteo final de mi existencia y eso me aterró.

—Créeme que no estamos para ser blandos con nadie, Essie y ahora mismo
corres tanto peligro, que la única manera de ponerte a salvo es matar a
Donato, pegarle un tiro al hijo de puta de Aleph y luego darme uno yo —soltó
con furia y no pude contener las lágrimas—. No me voy a detener con esa chica
y no me importa si esto solo me hace quedar más como un monstruo
despreciable frente a tus ojos —zanjó.

—Cuando pasó lo de María, ¿también fue por mí? —me atreví a preguntar—
¿O fue solo porque los traicionó?

—A María no la asesiné con mis propias manos porque le prometí esa dicha a
una amiga, pero si te sirve para que me odies de una buena vez y te sea más
fácil digerir lo que soy, nunca me vi en la necesidad de matar a nadie yo mismo
hasta que llegaste a mi vida —confesó y contuve la respiración.

—¿Y qué te asegura que Lorenza no sepa ya lo que pasó y solo está jugando
conmigo a ser la amiga dulce? —le dije— ¿La matarás también a ella? —quise
saber y se alejó para tomar una chaqueta de cuero.

—Matar a Lorenza sería como cometer un suicidio, Essie —aseguró.

—¿Cuál es el poder que ella maneja? —quise saber.

Me miró y sin decir nada llegó a su maleta y sacó un especie de USB, una luz
verde ya titilaba del aparato y lo vi mover algo que hizo que el parpadeo
aumentara.

—Esto bloquea la señal de cualquier micrófono —informó y caminó de nuevo


hacia mí.

Chillé cuando me tomó de la cintura y me subió a la mesa del tocador, se metió


entre mis piernas y me abrió un poco la bata.

Jadeé y lo miré con sorpresa, lo último que esperaba es que quisiera estar de
esa manera conmigo o que yo aceptara si quería estarlo.

—Hay cámaras, Essie, recuérdalo. Tú no estás aquí solo porque dije que eras
mi novia —susurró en mi oído cuando me tomó del cuello.

—¿Y es necesario estar así? —pregunté con la voz entrecortada.

—Es solo para que imaginen que estamos jugando y así no lean mis labios —
aseguró.

—Eres muy inteligente, Izan y, aunque acepto tu punto, no me creas idiota —


le dije y lo escuché bufar con diversión.

—Lorenza Costello es hija del hermano de Santino, pero su madre era la hija
del capo de los N’dragheta —confesó dejando de lado su maniobra y recordé
que esa era la mafia calabresa.

Los implicados en la muerte de María.

—¡Joder! —dije cuando me tomó de la cintura y arrastró una mano hasta


dejarla cerca de mi pecho.

Fue insoportable lo que me estaba haciendo sentir en ese momento con sus
toques y confesiones.

—Así que Aleph está con la única mujer que es capaz de mantener la paz entre
ambas organizaciones, Essie. Ya que después de la muerte de sus padres, la
existencia de Lorenza logró que ambos capos cedieran y trabajaran de la
mano, pero incluso así ha habido ciertos altercados que solo se consiguen
controlar gracias a la intercesión de mi dulce cuñada —ironizó.

—Por eso dijiste que ella posee el poder de dos imperios —recordé y gimió un
sí que me estremeció de la cabeza hasta los pies.

—Dañar a Lorenza de cualquier manera no es solo dañar a la mafia siciliana


sino también a los calabreses. Aleph será castigado por la Cosa Nostra si lo de
ustedes se sabe y ellos podrían entender que tú solo fuiste una víctima, pero
los N’dragheta no, Essie y yo no tengo poder en la Calabria para protegerte, así
que mi única opción es deshacerme de los testigos —confesó y lo abracé
hundiendo el rostro en su cuello.

Comencé a llorar por el terror que sentí.

—Pero yo no sabía, Izan. No es justo —lloré.

—Shhh, calma, pequeño Ónix —me consoló—. Por esto mismo es que estoy
consiguiendo el tiempo necesario para que Darius se entere de una buena vez
que algo raro pasa contigo —admitió y me quedé estupefacta cuando habló de
mi padre.

—¿Por qué no respetas la omertà conmigo, Izan? —inquirí de pronto.

Ni Dalia ni Renee y menos Filippo se atrevieron a decirme nada de lo que


sabían, pero Izan lo hacía sin temor y, aunque pensé que era por la confianza,
también me daba miedo que estuviera haciéndolo solo por vengarse de Aleph.

Y para ser completamente sincera conmigo misma, por mucho que odiara a
Aleph por lo que me hizo, tampoco quería que corriera peligro de muerte.

—Porque a estas alturas, los únicos que pueden ayudarme a protegerte son tus
padres, Essie y créeme cuando te digo que Aleph corre menos peligro con ellos,
que con la mafia. Y así pienses lo contrario en este momento, por mucho que
odie a ese hijo de puta, no lo dejaré caer —aseguró y lo miré con sorpresa.

—Lo estás protegiendo también a él —aseguré.

—Pero solo porque no me gusta deber favores —admitió y negué incrédula—.


Además, si le mencionas a Aleph lo que estoy haciendo, él no lo verá como que
busco protegerlo —añadió.

Fruncí el ceño y lo miré con la intención de que me dijera algo más, pero en ese
momento tocaron la puerta y vi el reloj de números grandes en la mesita de
noche, eran las siete exactas y se me hizo un nudo en la garganta porque me
daba miedo lo que Izan haría.

Pero no lo detuve y él ni siquiera dijo adiós cuando se fue a abrir la puerta y la


cerró enseguida.
Se fue para hacer el trabajo sucio de su hermano.

Y yo me quedé ahí con un nudo en la garganta que no me permitía tragar.


Deambulé por la habitación, prendí la tele, miré por la ventana para
deleitarme con el paisaje y no me sirvió de nada; mi agonía continuó y me
aburrí de ver el móvil cada cinco minutos para confirmar la hora.

Eran las once de la noche y me quedé viendo a la puerta, rogando para que Izan
volviera sin problemas y no me atreví a salir solo para que pudiera ser creíble
que estaba con él si alguien preguntaba.

Y pegué tremendo respingo cuando tocaron justo a las once y media, corrí
hasta la puerta para abrir, aunque me detuve en seco cuando encontré detrás
de ella al otro Gambino.

Jodido sinvergüenza y descarado.

—Izan no ha vuelto —mascullé.

—No lo busco a él —aseguró.

—Entonces vete a la mierda —bufé y quise cerrarle la puerta en la cara, pero la


detuvo sin problema.

—Te dije que hablaríamos, pequeña y ha llegado el momento de hacerlo —


zanjó y entró a la suite sin ser invitado.

Pero solo cuando cerró la puerta detrás de él comencé a ponerme nerviosa.

—Ya nos has metido en suficientes problemas, Aleph. No busques más porque
no te perdonaré que me pusieras en esta situación —me atreví a decirle y
negó.

—Jamás quise esto, Essie y no tienes idea de cuánto me contuve contigo. Yo


nunca te quise ver con deseo, te lo juro, para mí siempre fuiste la novia de mi
hermano, mi cuñada listilla —admitió y fruncí el ceño—. Pero volví a verte en
el restaurante de Erick y me abrumó tu manera de tratarme.

—No lo hice con malicia —le recordé.

—Y lo sé, créeme que sí —aseguró y caminó hacia mí.

Retrocedí hasta que me topé con la pared.

—Pero luego se dio todo lo demás, tu ataque de pánico, el viaje a la feria con
Renee, tu visita a casa y tu beso —susurró y me acunó el rostro.

—Tú sabías que yo fui la novia de tu hermano —le reclamé y aparté sus manos
de mi rostro.
Traté de zafarme de su agarre, pero me cogió de la cintura para retenerme.

—Sí, Essie. Lo sabía y sabes qué es lo peor y lo que me hace más hijo de puta —
zanjó y se pegó a mí.

—¿Puedes serlo incluso más? —satiricé y sonrió con maldad.

—Oh, pequeña, créeme que sí —soltó burlón y puse la manos en su muñecas


para que me soltara—. Supe que estabas en Londres gracias a él y su estúpida
advertencia —dijo y abrí los ojos demás.

—Qué puto descaro, Aleph. —dije con asco— ¿Acaso no te bastó con matar a
Helena? —pregunté con odio y lo golpeé en el pecho.

Se alejó de mí como si mi cuerpo se hubiera prendido en fuego y me miró con


terror.

—¿Él te dijo que yo la maté? —preguntó incrédulo y sus ojos se llenaron de


lágrimas.

Su reacción me asustó más que cuando Izan me confesó tal cosa.

—Sí —dije con temor y negó.

—Helena no murió —dijo y sentí que mi corazón se detuvo.


CAPÍTULO 33
Izan

Me urgía llegar a la suite y tomar otra ducha, me sentía asqueroso y necesitaba


deshacerme de esa ropa lo más pronto posible.

Con Donato nos habíamos detenido en un hotel para ducharnos y cambiarnos,


pero la sensación de tener a la muerte encima no me dejaba en paz, así que,
requería de otro baño y otro cambio de ropa. Aunque mis planes se truncaron
en el instante que recibí un mensaje por parte de Lorenza donde me pedía que
nos viéramos con urgencia en su habitación.

No me gustó esa propuesta porque eso significaba que estaba sola y que el
cabrón de Aleph había aprovechado el tiempo que me fui para buscar a Essie, y
juré que si era así, no tendría más consideraciones con él porque ya me había
hartado.

En los último días había asesinado a sangre fría, me peleé con mi mejor
amigo hasta el punto de enviarlo a un hospital y me estaba deshaciendo de
personas inocentes solo por proteger el culo de Aleph y para librar a Essie de
un destino que no merecía, ya que por muy herido que me sintiera de haber
descubierto que se estaba acostando con mi hermano, era capaz de entender
que no me debía fidelidad y que ella nunca supo en la cama de quién se metió
hasta que yo se lo dije.

Aleph en cambio cruzó un límite conmigo que jamás debió y nunca se lo


perdonaría por muy arrepentido que se mostrara, ya que si le advertí de Essie
fue para que me ayudara a mantenerla a salvo, no para que la buscara y se
revolcara con ella. Y lo más bajo fue que lo hizo en uno de mis peores
momentos.

—¿Qué haces tú aquí? —le pregunté a Rinaldo Conte.

—Solo cubro por un momento a Dionisio —explicó y lo miré con altanería


tal cual él a mí.

Era el caporégime de la familia, pero desde que sucedió lo de su obsesión


por Dalia y mi intromisión con padre para que el malnacido desistiera de joder
a la española, no confié más en él y Rinaldo lo sabía.

En ese momento estaba afuera de la suite de Lorenza y toqué para que


abriera y me dijera la urgencia que tenía. Alcé las cejas y me preocupé al verla
con los ojos rojos, me metí de inmediato a la habitación y cerré para que nadie
más se diera cuenta de su estado.

—¿Dónde está Aleph? —quise saber.


—En este momento desearía ignorar su paradero, pero después de lo que
he recibido, estoy imaginando dónde puede estar y te juro, Izan que si no he
dicho nada es solo porque quiero saber qué opinas tú —espetó y apreté los
puños.

—¿De qué hablas? —inquirí.

Había soltado algunas lágrimas al decirme todo aquello, así que se limpió
con brusquedad y caminó hacia una mesita lateral del sofá, cogió un folder
amarillo y me lo entregó. Negué y maldije en mi interior presintiendo que todo
se acababa de ir a la mierda.

Y no me equivoqué.

Al abrir el archivo encontré fotografías de Essie y Aleph en una feria de


libros, luego otras de él saliendo del apartamento de la pelinegra y algunas de
ella entrando al edificio de Londres donde estaba el penthouse.

Pero la que más me preocupó fue una donde Essie estaba saliendo del edificio,
vestida solo con la camisa de aquel hijo de puta justo el día que la encontré con
él. Mi expresión le dijo todo a Lorenza y la escuché maldecir.

—Lleva puesta la camisa que le regalé al cabrón de tu hermano el día de


nuestra cena de compromiso —escupió con furia y la miré.

—¿Cómo sabes, si es solo una camisa blanca? —le dije y me arrebató la


fotografía.

—Porque es la única que Aleph tiene con diseño de cuadros en el interior


del cuello y en los puños, así que no quieras hacerme ver como una idiota y
menos te hagas tú —espetó llorando y negué.

Con su uña larga señaló justo el diseño de la puta camisa y negué.

—¡Mierda! —gruñí y me llevé las manos a la cabeza luego de dejar el


archivo en la mesita— ¿Quién te ha hecho llegar ese archivo? ¿Lo mandaste a
seguir? —inquirí y me miró dolida ante lo último.

—Debí mandarlo a seguir desde que me propuso matrimonio para no caer


como una imbécil con Aleph, Izan —bufó—. Yo sabía que ese hijo de puta
podía aprovecharse de mi amor por él, pero fue demasiado convincente
cuando me susurró que me amaba y me subestimó como jamás debió hacerlo.

En ese momento no me estaba hablando como mi amiga y menos como la


dulce cuñada que siempre era. En ese instante estaba mostrando los genes que
corrían por su cuerpo y me asusté en serio.

—Lorenza, sé lo que sientes, créeme que sí —le dije entre dientes y


comencé a caminar de un lado a otro tratando de respirar hondo.
—Así que ya sabías que esa zorra estuvo con tu hermano y lo pasaste por
alto, ¿¡Por qué, Izan!? —exigió saber.

—Jamás te mentí con lo que pasó entre Essie y yo, estábamos separados,
lo estuvimos durante un par de meses y fue cuando se cruzó con Aleph, pero
ella no sabía quién era él y menos que estaba casado, te lo juro —le expliqué
desesperado y ella negó asqueada.

—Pero ahora lo sabe y me ha visto a la cara fingiendo que solo es tu novia —


bramó indignada.

—No te ha dicho nada porque conoce nuestro mundo, Lorenza y sabe que
de nada le servirá ser sincera contigo. La culparán por meterse en la cama de
un hombre casado y la castigarán incluso cuando solo es una víctima más —
aclaré.

Ella negó y yo comencé a desesperarme porque estaba sucediendo lo que


tanto temía.

—Lo siento por los Gambino, pero no dejaré que ese malnacido juegue así
conmigo. Aleph se metió con la mujer equivocada y no me refiero a la tuya.

—Lorenza, piénsalo bien por favor —pedí.

Di un respiro largo y moví mi hombro izquierdo.

No me podía estar pasando eso de nuevo, no enfrente de ella y menos en ese


momento donde necesitaba estar alerta y más fuerte que nunca.

—No me puedes pedir que lo piense, Izan —me reprochó dándose cuenta de
mi estado—. Has estado a punto de morir y he estado a tu lado rogando para
que sobrevivieras un día más mientras tu maldito hermano se revolcaba con
esa puta.

—¿¡Y que acaso crees que no lo sé!? ¿¡Que no me duele!? —pregunté


desesperado e hice una mueca de dolor.

—¡Entonces déjame vengarnos! ¡Esos bastardos no merecen nuestra


misericordia! —largó entre dientes y me senté en el sofá.

—Estás en todo tu derecho de hacer lo que quieras, pero me vas a dañar a mí


cuando sabes que yo te veo como a mi hermana —susurré y no le mentí—. Tú
y yo nos hemos apoyado siempre, no hagas esto.

—Porque nos hemos apoyado y porque no te quiero dañar es que estoy aquí
hablando contigo y no con mi tío para pedirle que haga pedazos a ese par de
traidores —zanjó herida.
—Te juro que Essie ha querido alejarse de nosotros, pero tu tío nos obligó a
traerla. Ella no quiere saber nada de Aleph y está igual de asqueada que tú por
lo que hizo —expliqué y me llevé una mano al pecho.

Me miró con odio, pero sabía que no estaba dirigido hacia mí.

—Cálmate —pidió al ver que eché la cabeza hacia atrás y llegó hasta mí.

Negué cuando me puso una mano en la frente y se la tomé agarrándola con


más fuerza de la necesaria de la muñeca.

—Dame agua —le pedí.

Corrió para conseguir lo que le pedí y saqué del bolsillo de mi pantalón una
pequeña bolsa de píldoras para coger dos y metérmelas a la boca. Últimamente
tenía que cargarlas para emergencias como esas.

Lorenza me entregó el agua y di un buen sorbo de inmediato. Odiaba estar en


medio de ese tipo de ataques, pero al ver el efecto que estaba surtiendo en ella
lo agradecí.

—Cálmate, cariño. Respira profundo —pidió.

—No me la arrebates —le dije y me miró indignada.

—Nos engañaron, Izan —me recordó.

—Aleph lo hizo, no ella —le aclaré.

—Entonces hablaré con mi abuelo y mi tío de inmediato para que lo destituyan


y lo castiguen como el traidor que es y solo porque esa tipa te importa la dejaré
fuera, pero llévatela lejos de mí lo más pronto posible —decidió y negué.

¡Jodida mierda! Me odiaba y me odiaría más por lo que diría a continuación,


pero no guardaría ningún cargo de conciencia por culpa de Aleph.

—Amas a Aleph, Lorenza. Lo veo en tus ojos y en el dolor que me demuestras


por lo que has descubierto —le dije y solté el aire que había estado
reteniendo—. Y sé que él te ama.

—Y una mierda que me ama —reprochó irónica—. Para él solo soy la mujer
que le da el poder que tanto ha deseado. Aleph no es más que una persona
avara a quien le importo un carajo y me está haciendo lo único que le pedí que
no me hiciera, Izan —Lloró y maldije—. Solo le pedí que no me usara, que no
se aprovechara de mi amor por él y míranos… mírame —sollozó y tiré de su
mano para abrazarla.

Mi gesto solo hizo que llorara más, pero también comprendí que lo necesitaba.
Por mucho tiempo Lorenza se negó a las relaciones sabiendo que su posición
la hacía el blanco fácil de los tipos que querían dominar el poder de la Cosa
Nostra y los N’dragheta, y tuvo la suerte de que ni su tío ni su abuelo la
obligaron a casarse con alguien que ellos le impusieran con la condición de que
supiera escoger a su marido. Y era testigo de su ilusión cuando conoció a Aleph
y más cuando él comenzó a cortejarla y que tanto Santino como Orazio
estuvieran satisfechos con su relación.

Así que no la juzgaba por querer lo peor para ese traidor, ya que tuvo la
oportunidad de retractarse si no estaba seguro de seguir con Lorenza, pero su
ambición lo cegó.

—Me dañó incluso sabiendo lo que esto significaba para mí —siguió


sollozando en mi cuello y negué.

—No puedo justificarlo de ninguna manera y me siento como un imbécil al


decirte esto, pero dale una oportunidad, sé que él te ama, solo se confundió y
se dejó ganar por la vulnerabilidad que le provocó la muerte de mi padre —
susurré y deseé morderme la lengua.

Pero era de la única manera que podría salvar a Essie y conseguirle una última
oportunidad a ese cabrón de mierda que a la vida se le antojó ponerme como
hermano.

—En efecto, eres un imbécil —dijo y salió de mi abrazo, pero estaba sonriendo
y le limpié las mejillas.

Al menos yo ya me sentía mejor.

—Todos la cagamos en algún momento, Lorenza, Aleph más —dije y rio—.


Solo te pido que pienses en todos los momentos buenos que te ha dado, no te
ciegues por este error que ha cometido porque así me sienta herido de que se
haya acostado con mi chica, también soy testigo de que antes jamás te falló —
aseguré.

Y, aunque no lo dije con palabras, sé que en ese momento ambos sabíamos la


razón.

Nunca lo hizo por amor hacia ella, sino por amor, respeto y fidelidad hacia la
mafia, ya que eso era todo lo que a Aleph siempre le importó.

—Está bien, le daré un beneficio que no se merece solo por ti —aceptó y,


aunque me sentí aliviado, no me confié—. Ahora solo te pido que saques a esa
chica de Venecia.

—Prométeme que no dirás nada sobre ella —pedí y se puso de pie.

—No diré nada sobre Essie, pero no te prometo lo mismo para tu hermano a
menos que él me convenza de que no volverá a fallarme. Y créeme cuando te
digo que esta vez no se enfrentará a la tonta enamorada —aseguró y me puse
de pie.

Jamás vi a una mujer con tanta seguridad como la que manejaba Lorenza en
ese momento y sabía que no mentía. Ella siempre fue una mujer de armas
tomar que solo cedió ante el amor y la ilusión que le provocó el mismo cabrón
que la estaba haciendo sufrir y sentirse miserable en ese instante.

—¿Qué pasará si Santino pregunta la razón de irme con Essie así de pronto?

—No te preocupes por eso, yo sé manejar a mi tío, después de todo, soy la


única que logra que él haga lo que a ustedes les conviene, ¿no? —se jactó.

Y, aunque lo hizo con ironía, no dijo ninguna mentira.

Me fui de su suite sin decir nada más, Rinaldo seguía afuera y solo nos
miramos con seriedad. El imbécil tenía la misma sonrisa de suficiencia para mí
que cuando entré, era como si de esa manera me prometía que se vengaría por
lo que le hice, pero siempre le demostré que no le sería fácil. Imagino que se
regodeaba por la confianza que Aleph le tenía, misma que creía que no era para
mí solo porque no nos llevábamos bien desde hacía unos años.

No obstante, así odiara a Aleph, sabía que confiaba más en mí que en otra
persona, incluso cuando siempre le dije a la cara que en el momento que
tuviera la oportunidad, lo haría pagar por todo el daño que me hizo y me
seguía haciendo.

Pero en ese momento no estaba para pensar en nada de eso, simplemente traté
de confiar en la palabra de Lorenza y, aunque quería creerle porque nunca me
falló, era consciente de que desde ese instante tendría que actuar con rapidez.

Aunque una vez más, al entrar a la suite en la que me quedaba con Essie, deseé
tener las bolas suficientes para deshacerme de Aleph yo mismo.

—¿Qué mierda contigo? —fue todo lo que dije antes de irme sobre él.
CAPÍTULO 34
Miré a Aleph asustada y negué, era posible que tanto él como Izan intentaran
decirme las cosas como más les convenía, pero odiaba que me vieran de idiota.
Aleph incluso más después de cómo me mintió y ocultó que era casado.

Sin embargo, que me dijera que Helena no murió me estaba superando, ya


que me esperaba todo, menos eso. Aunque a esas alturas era muy tonto de mi
parte.

—Explícate y déjate ya de tonterías, Aleph, porque estoy harta de verme


envuelta en tus mierdas —exigí cogiendo valor y él negó.

—Yo también estoy harto de vivir así, Essie. Por mucho tiempo solo deseé
ser un hombre poderoso, salir de las sombras de los hijos de puta que creyeron
que solo nací para estar bajo el mando de alguien más y lo conseguí hasta que
tú llegaste —zanjó hablándome con orgullo e impotencia en ese momento.

—¡Claro! Y sobre todo al casarte con Lorenza, ¿no? —ironicé y negó—


¿Qué pasa con las reglas de la mafia, Aleph? Has luchado tanto por ser quién
eres y decidiste mandarlo a la mierda como un maldito inmaduro que no sabe
lo que quiere en realidad —espeté—. Y me llevaste contigo en esta cagada y
tienes el valor de insinuar que es mi culpa que estés a punto de perderlo todo.

—No me digas nada de eso, que yo mejor que nadie sé lo que tengo en
juego y lo que perderé por haberme acostado contigo —gruñó—. Pero me
besaste aquella vez, Essie y te convertiste en mi caída en ese instante —añadió
y alcé la barbilla.

De ninguna manera me haría sentir culpable.

—A diferencia de ti, yo jamás te mentí con respecto a mi vida personal,


Aleph. Sabías que acababa de salir de una relación, que sufría por ella e incluso
por error te llamé con el nombre de tu hermano. Pudiste decirme en ese
momento que eras casado y no te habría juzgado, al contrario, hubiera
aplaudido que tuvieras las bolas para rechazarme, ya que hubiese visto que
respetabas a tu esposa, ¿pero qué hiciste en cambio? —le reproché y toqué su
pecho con mi dedo índice—. Cediste ante mí ocultándome no solo que tenías
mujer sino también que eras hermano de Izan.

—Porque te me metiste hasta en los huesos, ¡Joder! —gritó y me tomó de


la muñeca— Descubrí que ya no eres una niña, te probé y no pude parar
incluso cuando me dejaste claro que solo querías follar conmigo —largó y nos
miramos a los ojos.

Los míos estaban cargados de reproche y los suyos de impotencia.


—Esa no es excusa —gruñí—. El que te guste cómo follamos no te da el
derecho de lastimarme ni de lastimar a una mujer que confía en ti —zanjé con
furia y maldijo.

—Essie, no he arriesgado todo solo porque me gustó cómo follas, lo he hecho


porque me enamoré de ti —soltó de pronto y jadeé.

Negué y como pude me aparté de él, viéndolo como si tenía frente a mí a


un loco.

—¿Cómo puedes ser tan cínico? —le reproché— Tú no amas más que tu
poder, Aleph. Te casaste con Lorenza y por lo que veo únicamente la estás
usando cuando a leguas se nota que ella te ama. Y tienes el descaro de decir que
te has enamorado de mí —me burlé—. Tan Don, tan poderoso, tan hijo de puta
y cometió la estupidez de enamorarse como un adolescente de la ex de su
hermano, la chica que solo lo hará caer incluso cuando yo caiga contigo —
seguí.

—Búrlate todo lo que quieras —apostilló y me tomó del rostro—, me lo


merezco por imbécil, pero jamás pongas en duda que si me arriesgo es solo por
ti, Estrellita —soltó y lo miré asustada.

—¿Qué demonios? ¿Por qué me llamas así? —inquirí de inmediato y me


soltó de nuevo sabiendo la cagada que acababa de cometer.

El aire comenzó a faltarme en ese instante porque, que él me llamara así no


era cuestión de coincidencias. Con Izan no le di importancia, ya que en algún
momento me escuchó hablar con mis padres e incluso yo misma le conté
anécdotas que tenía con mi familia, pero con Aleph jamás llegamos a esa
intimidad, todo se redujo siempre a una relación sexual, no más.

—Aleph, responde —exigí y lo golpeé en el pecho para que espabilara—


¿Quién eres en realidad? ¿Por qué me llamas por ese apodo? —seguí y él negó.

Sus ojos brillaban con lágrimas en ese momento.

—Essie, yo…lo siento —dijo.

«Descubrí que ya no eres una niña», me acababa de decir y al pensarlo en


ese instante mi piel se erizó y comencé a negar.

Eso no podía ser así, de ninguna manera sería así.

—¿Me conociste antes? —pregunté sin embargo en un susurro y lo vi


tragar con dificultad.

Todo lo que vivimos desde que chocamos en el Café comenzó a


reproducirse en mi cabeza, su forma de mirarme y de tratarme, la tranquilidad
que siempre me hizo sentir era como si lo conocía de años y en ese instante
con su manera de llamarme me estaba dando pautas para creer que no fue solo
una coincidencia sentirme así.

—¿¡Qué mierda contigo!? —Escuché gritar a Izan de pronto.

Entró a la suite y su rostro se llenó de ira al ver a Aleph tan cerca de mí y


no dejó que dijera nada, se fue sobre él y comenzaron a golpearse como dos
locos poseídos.

Y, aunque me asusté, el shock no me dejó gritar, solo los vi y deseé que se


mataran entre ellos para acabar de una vez por todas con esa situación. Pero
minutos después reaccioné y cerré la puerta para que nadie de afuera viera lo
que sucedía en la suite. Izan y Aleph se golpeaban como enemigos a muerte y
no sabía ni cómo hacer para detenerlos hasta que Izan sacó un arma y la
apuntó directo a su hermano.

—Izan, por Dios no vayas a cometer una locura —supliqué.

Me apresuré a llegar en medio de ellos y Aleph me tomó de la cintura, yo


me solté de inmediato de su agarre.

—Lo estás haciendo de nuevo —me reprochó Izan.

Tenía un labio partido y le salía sangre de la nariz.

—No estoy defendiéndolo, solo necesito que pares —aclaré al saber que se
refería a eso.

—Lorenza ha descubierto lo de ustedes y este hijo de puta solo sirve para


seguir jediéndolo todo —espetó y lo miré aterrorizada.

—¿Qué carajos estás diciendo, Izan? ¿Acaso te atreviste a decírselo? —


preguntó Aleph y me giré hacia él con los ojos muy abiertos.

Él también estaba golpeado y su rostro lo reflejaba.

—¡No digas estupideces! Cómo le voy a decir yo sabiendo que a quien


castigarán es a Essie —se defendió Izan—. Tengo que sacarla ya de Venecia,
imbécil y tú deberías huir también, ya que así Lorenza me haya prometido
darte una oportunidad para que te defiendas, no estoy seguro de que esta vez
la puedas convencer de que la amas para que no hable de lo que le has hecho y
sobre todo si se entera que has estado aquí —puntualizó y negué.

—¿Qué va a pasar? ¿Cómo vamos a salir de aquí sin que sospechen? —


quise saber.

Tomé de la muñeca a Izan y le hice que bajara el arma. No estábamos para


la rivalidades en ese instante.
—He llamado a nuestro contacto en Estados Unidos —soltó Izan viendo a
Aleph.

No entendí a qué se refería, pero Aleph sí.

—¿¡Que has hecho qué, hijo de puta!? —rugió Aleph y me encogí.

Me fui sobre él para detenerlo en el instante que trató de llegar a Izan y


negué frenética.

—Cuando te dije que Essie estaba en Londres, fue para que me ayudaras a
protegerla y contrario a eso la expusiste, Aleph. Así que no me reproches nada,
porque no me dejaste otra opción.

—Me has vendido, Izan —le reprochó Aleph y dejó caer sus lágrimas. Me
alejé de él solo cuando estuve segura de que no intentaría nada—. Lo has
hecho cuando yo solo he buscado protegerte y entiendo que estés herido por
haberme acostado con Essie, pero joder…

—¿Me has protegido? ¿Lo dices en serio? —gritó Izan— ¿Así que solo
cuidabas de mi chica mientras yo luchaba por mi vida en un puto hospital? ¿Es
eso lo que hacías? —ironizó.

—¿De qué estás hablando, Izan? ¿Cuándo estuviste en el hospital? —


pregunté con miedo y él me miró horrorizado.

Vi en sus ojos que nunca pretendió que yo supiera tal cosa.

—Así que Essie no sabe de tu mal. —notó Aleph y lo miré para que
comprobara que no— ¿Nunca te ha dicho que puede ser un hijo de puta
asesino y arrebatar vidas sin remordimiento, pero no es capaz de robar un
corazón para él?

—Cállate —le exigió Izan y volvió a levantar el arma contra su hermano—


. Podré ser un puto asesino solo porque me he visto en la necesidad de limpiar
tus mierdas, pero bien sabes que jamás quise quitarle la vida a nadie, Aleph. Tú
y papá me obligaron a entregarles las localizaciones de sus víctimas y solo me
manché las manos hasta que cogiste a mi novia.

—¡Estoy aquí, joder! No hables de mí como si solo fuera un juguete que tu


hermano usó sin tu permiso —le exigí.

—Bien sabes que no te veo así y lo que quiero decir —se defendió él—.
Nunca me manché las manos con la sangre de nadie hasta que este imbécil se
cruzó en tu camino de nuevo.

—¿De nuevo? —inquirí y los vi a ambos— ¿Y por qué estuviste en un


hospital? —exigí saber.
Él y Aleph se miraron con un reto en los ojos, Izan negó antes de que su
hermano hablara otra vez.

—Matamos, hacemos cosas atroces, pero mi hermanito tiene límites,


Essie. Así que así se esté muriendo no es capaz ni de conseguir y menos
aceptar un corazón cuando sabe que el suyo es una mierda —escupió Aleph sin
temor a que Izan le volara los sesos.

Miré a Izan y él negó. Aleph no solo habló con reproche sino también con
dolor.

—¿De qué habla?

—De nada —aseguró Izan.

«Yo te confiaría a ti todo, Essie, incluso mi corazón dañado».

Sus palabras llegaron a mi cabeza de inmediato y negué. Nunca las


entendí, las tomé solo como una declaración de amor y jamás pensé en lo
acelerado que siempre estaba su corazón hasta ese momento.

Sin pensarlo más llegué a él y puse una mano en su pecho.

Jadeé, porque el corazón le iba a mil y podía ser que se debiera a la


adrenalina, pero luego de lo que dijo Aleph no lo asocié con eso. Además, Izan
había vuelto más delgado, con los labios pálidos y Filippo mencionó cosas que
hasta en ese instante hicieron clic en mi cabeza.

—Tú me confiarías tu corazón dañado —susurré y alcé la mirada para


verlo.

—No hagas eso —pidió cuando comencé a desabotonar su camisa y no me


importó.

Tragué con dificultad al ver su pecho, justo debajo del pectoral izquierdo
encontré una incisión pequeña y fina que ya estaba cicatrizando, pero que me
confirmó todo.

—No, no, no, no —susurré.

Lo miré a los ojos, él solo tenía la mandíbula apretada y la derrota en sus


facciones. No fue un ataque de pánico lo que sufrió luego del atentado al nos
enfrentamos, no era su corazón acelerado por la adrenalina o la emoción como
aseguró en su momento.

Su corazón estaba dañado y nunca me lo dijo.

—Necesita un trasplante porque ya los tratamientos que ha tomado no


están funcionando, pero para conseguirlo cómo quiere, debe estar en una lista
de espera y todos aquí sabemos que pasarán años o incluso morirá, antes de
conseguirlo por la buenas —dijo Aleph.

—¿Y qué le has ofrecido tú? —pregunté sin dejar de mirar a Izan y este
negó satírico.

—Pagarle a la familia del paciente que sigue en la lista o conseguirlo de


alguien más que lo tenga de sobra —soltó con frialdad y mi piel se erizó.

Pagarle a esa familia significaba que dejaran morir a su ser amado y que
escogieran el dinero antes que la vida de esa persona. Y conseguirlo de alguien
que le sobrara era robarlo del cuerpo de ese pobre diablo que no estaba
dispuesto a venderlo por las buenas.

Tragué con dificultad al comprender todo.

Nunca vi a Aleph asesinar ni menos lo vi actuando como un monstruo. Al


contrario de eso, el único que me estaba demostrando que podía ser cruel era
Izan hasta que escuché a su hermano decirme todo eso como si estuviera
hablando de que Izan necesitara un trasplante de cabello y no de corazón.

Dalia siempre tuvo razón.

Con unas cuantas palabras de Aleph lo descubrí y eso me bastó para


entender que mientras Izan luchaba por una esperanza, yo me estaba
revolcando con el diablo.

Y aprendí de él.

—Acéptalo —le dije a Izan y sus ojos se desorbitaron.

—¿Qué? —susurró él.

—Si es la única manera de que vivas, acéptalo —repetí y negó incrédulo.

—No puedes estar hablando en serio —dijo.

—Ella solo está viendo lo mismo que yo, Izan y escogiéndote a ti —


aseguró Aleph con amargura.

Izan se apartó de nosotros y negó.

—Este no es momento para hablar de lo que me pasa —dijo entonces y


quise reprochárselo, pero alzó la mano para callarme—. Y no te he vendido
con nadie, Aleph, simplemente decidí jugar mi mejor partida y si todavía
razonas, sabrás que era lo único que podía hacer en un momento como este —
le explicó volviendo al punto.

—¿Te respondieron? —quiso saber él e Izan asintió.


—Necesito salir de aquí con Essie y llegar a Florencia, Filippo va a
ayudarme.

—Florencia es donde vivieron mis tíos —les dije y ambos asintieron.

Bufé irónica. Era obvio que lo sabían.

—Le pediré a Donato que los ayude, salgan como si solo fueran a dar un
paseo —dijo Aleph aceptando todo y el cuerpo me comenzó a temblar.

—Escapa, Aleph. Lorenza te ama, pero está herida —le advirtió Izan a su
hermano y lo miré.

Izan tenía razón y me sorprendía que después de todo, le hiciera esa


recomendación a Aleph.

—Si escapo en este momento voy a truncar tus planes y no estoy


dispuesto a cometer otro error.

—Vaya, gracias por eso —ironicé y él me sonrió.

—Voy a hablar con Lorenza, la conozco y sé que no me echará de cabeza


sin antes hacerme pagar a su manera, así que todavía tengo tiempo —aseguró.

Alcé la barbilla y lo miré seria.

—No mentí en mi razones para arriesgarlo todo, Essie y te lo digo frente a


Izan, la cagué y lo siento mucho porque te herí de nuevo y peor que la primera
vez —dijo también para su hermano y tragué con dificultad—. Nunca fue mi
intención enamorarme de tu novia, no buscaba eso, solo un poco de redención.

—Que puto descaro, Aleph —bufó Izan.

—Mejor te lo digo ya a la cara por si no vuelvo a verte —aseguró y me tensé—.


Váyanse ya de aquí —dijo de pronto y se limpió la sien al sentir el hilillo de
sangre que le corría luego de los golpes de Izan— y dile a tu contacto que cuide
de mi peón —soltó con burla y caminó hacia la puerta.

—Tan hijo de puta como siempre —bufó Izan y sonrió satírico.

Aleph me miró antes de marcharse y no pude descifrar lo que quisieron


decirme sus ojos, pero sí reconocí el miedo y el nerviosismo en mi cuerpo,
sobre todo cuando me quedé a solas con el pelinegro.

—Ve a ponerte ropa adecuada, Essie y prepárate para lo que se viene porque
desde el momento en que lleguemos al aeropuerto de Marco Polo, van a
cazarnos y tendremos que sobrevivir hasta llegar a Florencia.

—¿Crees que sabrán la razón de marcharnos? —pregunté con miedo.


—Si Lorenza calla tendremos el beneficio de la duda, sin embargo, Santino
querrá saber nuestras razones y eso será suficiente para que nos mandé a
buscar —explicó.

—¿Izan? ¿Con quién nos reuniremos en Florencia? —pregunté y supe que no


quería responder, pero vio mi miedo y cedió.

—Con una vieja amiga, Essie, lo entenderás cuando la veamos.

Esa fue toda su respuesta y no supe si temer o sentirme tranquila.


CAPÍTULO 35
Cuando salimos del hotel mis nervios eran tan intensos, que las manos me
temblaban e Izan lo notó, ya que solo me tomó con fuerzas y me miró tratando
de tranquilizarme, pero no lo logró porque incluso él sabía que lo que
estábamos a punto de hacer también podía ser un suicidio.

—Filippo está movilizándose para llegar lo más cerca posible de Marco Polo y
Donato está preparando todo para que tengamos un yate a nuestra disposición
en unas horas —dijo cuando estábamos afuera y comenzamos a caminar por
las calles como si solo éramos una pareja en excursión conociendo la belleza
que poseía Venecia.

Asentí en respuesta y sentí su mirada.

Mi cabeza era un caos y no solo por pensar en los problemas en los que estaba
metida sino también por todas las cosas inconclusas que me rodeaban. La
enfermedad de Izan, las palabras de Aleph y la duda de que fuera parte de mi
pasado me tenían muy mal y si callaba era solo porque necesitaba sentirme a
salvo para poder enfrentarme a todo ello y no quería preocuparme por eso en
ese instante y que me distrajera.

Izan me llevó a un restaurante pequeño para que bebiéramos algo,


explicándome que era mejor entretenernos un poco por si acaso nos estaban
siguiendo y eso solo me puso peor, pero traté de no demostrárselo y actué con
la valentía que no tenía. Simplemente fingí tranquilidad e interés por lo que
veía a mi alrededor.

—Essie, necesito preguntarte algo y sé que no es un buen momento para esto,


pero de verdad quiero saberlo —me dijo Izan cuando estábamos sentados en
una mesa para dos y lo miré.

Nuestras rodillas se rozaban un poco y él me puso una mano en la pierna para


detener el movimiento incesante que hacía a causa del estrés emocional y el
nerviosismo que por momentos me traicionaba.

—Trata de respirar profundo y calmarte, Essie. Te prometo que voy a sacarte


de aquí y te pondré a salvo —aseguró y lo tomé de las manos.

Las mías estaban heladas, pero no me importó que lo sintiera.

—¿Crees que lo logremos? —susurré y comenzó a hacer círculos con su dedo


pulgar en el dorso de mi mano.

—He comenzado un juego peligroso, pero ya lo he jugado antes y logré ganar


—aseguró y me obligué a creerle.

—¿Qué quieres preguntarme? —le dije y respiró hondo.


Vi miedo en sus ojos, pero también necesidad.

—¿Te enamoraste de Aleph? —soltó y quise zafarme de su agarre, mas no me


lo permitió— No tengas miedo de decirme la verdad, no te voy a juzgar, te lo
prometo. Solo quiero saber si sientes algo más que atracción por él.

Si me acosté con Aleph fue porque sentí atracción física hacia él y si lo seguí
haciendo fue porque me gustó y no solo su manera de follarme sino también
cómo me trató y la paz que me hizo sentir, pero todo eso se esfumó cuando
descubrí el infierno que cargaba a sus espaldas.

—También siento repugnancia por lo que me hizo —le dije con seguridad y
nos miramos a los ojos por unos segundos.

Minutos después se puso de pie y me llevó con él sin soltarme de la mano.

Y no le mentí, le dije exactamente lo que sentía. Aleph me falló, me mintió y


me metió en un embrollo que no le perdonaría jamás y solo esperaba no volver
a verlo después de esa noche. No hablamos más de ese tema, solo
deambulamos por las calles y tomamos un paseo en bote hasta que poco a
poco nos alejamos y llegamos al puerto donde ya un yate pequeño nos
esperaba.

—Me encantaría perderme contigo un rato —dijo Izan en tono pícaro y alcé
las cejas, pero al ver a parte de la tripulación entendí por qué lo hizo.

Comenzó a actuar normal, juguetón y hasta bromista y traté de seguirle el


juego hasta que terminó por pedirle a las demás personas que se bajaran,
insinuando que quería privacidad conmigo y cumplirme cierta fantasía que
tenía en medio del océano, a la luz de la luna y con las estrellas como
compañía.

Solo en ese instante reí de verdad.

Respiré hondo y pausado al sentir que sufriría un ataque de pánico en cuanto


Izan se puso en marcha y solo fingí emoción hasta que ya nos habíamos
alejado lo suficiente del puerto, en ese instante llegué al borde del yate, me
agarré fuerte de los barrotes de protección y comencé a vomitar.

Y no era el viaje en el agua lo que me revolvía el estómago, sino las


sensaciones acumuladas de todo lo que estaba viviendo y tuve que tragarme.

Izan maldijo al verme en ese estado y sobre todo porque no podía ayudarme,
ya que era quien tripulaba, pero no le di importancia y cuando el vómito cesó
me fui hacia el baño para lavarme la boca y di gracias al cielo el encontrar
pasta dental. Tras eso rebusqué algo de beber en el pequeño refrigerador de la
cocina y cogí dos botellas con agua para llevarle una a Izan.

—Lo siento por lo de mi pequeño espectáculo —le dije al llegar a su lado y él


negó.
—Sé por lo que pasas, Essie. He estado viviendo de esa manera en los últimos
días —dijo tratando de alentarme y negué.

Lo hice porque imaginé a qué se refería y todavía me costaba asimilar que


ambos nos hubiéramos convertido en unos asesinos, él por cuidarme a mí y yo
a él.

—¿Desde cuándo sabes lo de tu enfermedad? —me atreví a preguntarle para


no seguir tocando temas de asesinatos ni nada de eso y vi cómo apretó el
volante.

Me senté a su lado y esperé paciente a que respondiera, él sabía que no cedería


y que teníamos el tiempo suficiente para invertirlo en hablarnos claro.

—Desde niño —dijo de pronto y lo miré con sorpresa—. Desarrollé


miocardiopatía dilatada cuando solo tenía meses de nacido y por lo tanto he
crecido con esta maldición. He pasado de tratamiento en tratamiento y me
habían funcionado hasta que me vi expuesto en un ataque y fui herido de bala.

Tragué con dificultad y mi piel se erizó cuando dijo eso. Izan lucía tan sano y
fuerte que nunca imaginé que estuviera pasando por algo así.

—Tuve que buscar otras alternativas hasta que cuando viajé a Italia por la
muerte de papá, me enfrenté a algunas complicaciones que me hicieron ir al
hospital —Recordé su ataque luego del atentado que sufrimos y me estremecí
al pensar que pudo haber muerto en ese momento—. Mi médico de cabecera
propuso algo y lo intenté, aunque lo que pasó con nosotros al volver a Londres
influyó de cierta manera para que mi cuerpo rechazara el aparato que usaron
en mí. Y con esto no trato de decir que seas culpable de nada, Essie,
simplemente intento explicarte mi proceso —aclaró y asentí.

Tampoco sentí que lo hiciera con el afán de reclamar y menos de hacerme


sentir responsable de su mal estado de salud.

—Regresé a Italia y el doctor descubrió que su último método no estaba


funcionando como debía. Fue entonces que me sometí a una operación y luego
de eso me propuso lo del trasplante, asegurando que es la única manera de que
me libre de esta maldición —Soltó el aire que había retenido y se quedó en
silencio.

Yo también, porque por unos minutos solo pude pensar en la propuesta de


Aleph y su forma tan fría de querer conseguir el corazón que su hermano
necesitaba. Y volví a sorprenderme porque seguía apoyándolo.

—Sigo apoyando lo que propone Aleph —dije y bufó para luego sonreír con
ironía.

—Si fueras tú la que necesitara ese corazón, te juro por mi vida que se lo
arrancaría con mis propias manos a alguien —declaró y la respiración se me
aceleró igual que mis latidos— o pagaría todo lo que tengo para que nadie se
negara a que tomaras el lugar de la persona que sigue en esa lista de espera,
Essie, pero no soy capaz de hacerlo por mí y lo que dije antes es cierto, nunca
quise asesinar a nadie. Me obligaron o me vi en la necesidad, sin embargo, no
es algo que he hecho por placer.

Me tragué las lágrimas al escucharlo y lo odié por pensar así, por ser tan
egoísta cuando se trataba de él, pero también lo entendí porque estando en mi
lugar, no me importaba quien tuviera que morir para que Izan siguiera
viviendo, aunque era consciente de que jamás le arrebataría la oportunidad a
alguien para que siguiera viviendo si fuera yo la que necesitara de un corazón.

—¿Por qué nunca me dijiste lo que tenías? —quise saber rato más tarde de
sumirnos en un silencio que si bien no era incómodo, sí se volvió doloroso.

Muchas veces sentí su corazón acelerado y cuando le pregunté la


razón siempre supo evadirme con sus respuestas listillas y después de la
confianza que yo le tuve al contarle mi historia, me dolió que él no la tuviera
hacia mí. No obstante, tenía claro que si le dije sobre mi amnesia fue porque
quise, Izan jamás me lo pidió, así que no podía exigirle o reclamarle que no me
hubiera entregado lo mismo que yo le di.

—Me he tenido que enfrentar a muchos rechazos durante la mayor parte de mi


vida por esto, Essie, así que no es algo de lo que quiera hablar. Mi propia madre
me rechazó, me abandonó, me dejó solo y, aunque ahora sea capaz de
entender su miedo o la razón por la que hizo lo que hizo, durante años sufrí su
falta de amor.

—¿Tu madre? —inquirí.

Cuando conocí a Joddy la vi como una mujer seria y hasta petulante, pero
también noté el amor por sus hijos, así que me extrañó mucho que se refiriera
a ella como la persona que lo hizo sufrir el mayor rechazo de su vida.

—¡Joder, Essie! Creí que te diría esto en otras circunstancias, porque te juro
que pensé en hacerlo, pero no así.

—Dime lo que sea, Izan, por favor. Porque te aseguro que estoy a punto de
volverme loca con todos los misterios que te envuelven a ti y a tu hermano —
supliqué.

En ese momento se atrevió a tomarme de la mano y besó el torso de ella,


provocando que un escalofrío recorriera mi espina dorsal y que mi piel se
erizara.

—Nací en Canadá, Essie. Por mis venas no corre la sangre de Alonzo y Joddy
Gambino, ellos no son mis padres biológicos —confesó y mi rostro fue bañado
por la sorpresa.
Sí, noté que su acento no era italiano, pero lo relacioné siempre a que se crio
lejos de Italia, no porque no tenía nada que ver con ese país, así que, que me
confesara eso me provocó una sensación que no podía explicar.

Las cosas con ellos eran más turbias de lo que imaginé.

—Así que te estoy hablando de mi madre biológica. Joddy en realidad fue la


primera mujer que me aceptó incluso con mis defectos y tanto ella como
Alonzo se convirtieron en los padres con los que siempre soñé. Me apoyaron y
buscaron para mí las mejores alternativas para que tuviera una vida sana y es
por ellos que una vez te dije que valoraba a mi familia como un tesoro, ya que
así sean parte de la mafia siciliana, me dieron lo que una vez se me negó.

«Valoro a mi familia como un tesoro, Essie. Un tesoro que encontré y no deseo


perder, incluso cuando los Gambino pueden ser difíciles y tenga que huir a
veces para poder respirar».

Sus palabras llegaron a mi cabeza como si acababa de decírmelas y pensé en


que a su manera, Izan siempre me dejó las pistas para que yo encajara todo,
pero fui muy despistada y no les di la atención necesaria hasta que lo necesité.

—Así que, no te dije nada porque no quiero que me veas con lástima y menos
que te obligues hacer cosas que no quieres solo porque crees que ya voy a
morir, pequeño Ónix —señaló y sonreí.

Y si bien me dolía lo que le pasaba, también entendí su punto.

—Hemos llegado —avisó de pronto y el corazón volvió a latirme frenético.

Detuvo el yate y me ayudó a bajar de él.

Cuando pusimos un pie en el puerto sentí la necesidad de correr y solo me


aferré a su mano para no desvanecerme.

Pronto nos estábamos subiendo en una camioneta y cuando estuvimos en


marcha de nuevo saqué mi móvil con la intención de llamarle a mis padres y
me asusté al ver que no tenía señal.

—Mi móvil no funciona —susurré.

Izan sacó de inmediato el suyo y maldijo al verlo.

—¡Me cago en la puta! —espetó— El mío tampoco tiene, pero calmémonos y


avancemos un poco más, ya que puede ser posible que sea por el lugar que
tenemos mala recepción.

Quise creerle, pero algo en mi interior me dijo que no era la mala recepción e
inevitablemente pensé en Aleph.

—¡Joder! —bufé.
Me llevé las manos a la cabeza y negué.

Quería matar a ese cabrón por todo lo que me hizo, pero quería hacerlo yo
misma y no que otra persona lo hiciera y menos si su destino iba a ser igual
que el de María. Y nada tenía que ver el que sintiera algo por él sino en la
empatía.

Fue un vil mentiroso que me usó, que no le importó dañar a su hermano


sabiendo por lo que él pasaba y tampoco pensó en su esposa y en el dolor que
le iba a provocar y merecía sufrir, claro que sí, pero no en manos de la mafia,
no cayendo ante personas crueles y era tonto de mi parte, ya que él era una de
esas personas.

—Vamos a llegar pronto a una estación de gas, cuando estemos ahí le pediré a
alguien que me preste el móvil si el nuestro aún no funciona y avisaremos para
que nos encuentren pronto.

—Tenemos que llamar a papá —le dije tras lo que me avisó y él asintió.

—Sí, Essie, vas a llamar a tu padre —juró.

El camino se me hizo interminable y tenebroso, sobre todo cuando entramos a


zonas arboladas donde la luz era opaca. Noté que Izan miraba a cada instante
por el retrovisor y supe la razón, transportándome de inmediato a cuando
fuimos atacados cerca de Castle Combe.

—Dime que traes armas —supliqué.

—Revisa en la guantera y aquí —pidió tocando el depósito en medio de


nuestros asientos—. Mira también debajo de los asientos, Donato tuvo que
haberme dejado una portátil.

Rebusqué como loca donde me dijo y quise gritar al no encontrar nada.

—¡Joder, Izan! —chillé y comenzó a maldecir como loco.

—Ese hijo de la gran puta nos ha vendido —gruñó y si no lloré fue solo porque
no era el momento para eso—. Vamos a tener que abandonar este coche —
avisó.

Justo íbamos pasando por una zona donde se veía más población y cuando
encontramos un pequeño restaurante, Izan no dudó en detenerse. Revisamos
nuestros móviles y comprobamos que estaban muertos.

—Déjalo aquí —pidió Izan y sabiendo que no nos servían para nada y que
posiblemente nos rastrearían por medio de ellos, lo lancé sobre el tablero.

Nos bajamos del coche y casi corrimos al interior del restaurante, Izan me
pidió actuar normal e hice todo lo posible para conseguirlo. Pero no me estaba
resultando fácil y veía con desconfianza a las personas que estaban ahí. Izan le
dijo algo en italiano a una mesera y ella muy amable sacó su móvil.

Logré ver el temblor en su mano cuando cogió el aparato y buscó en la pantalla


táctil el teclado y supe que así luciera tranquilo, Izan estaba igual o más
asustado que yo.

—Filippo, soy Izan. Dime qué carajos está pasando porque mi móvil no
funciona —Se quedó en silencio y noté que perdió el color del rostro.

Me alejé solo un paso de él y miré hacia todos lados sintiéndome aterrorizada


y como si nos estuvieran vigilando.

—¡Mierda! —bufó Izan y sentí que iba a comenzar a llorar— Métete al sistema
de mi móvil y encuentra un número telefónico registrado con las letras PDA,
dile que llamas de mi parte y que hemos sido descubiertos. Voy a tener que
conseguir otro coche y trataré de acercarme lo más que pueda al punto donde
acordamos —dijo y cortó la llamada.

Luego de eso le dijo algo a la chica y después de la insistencia de Izan y de


demostrarle que estaba desesperado, ella asintió e Izan sacó dinero de su
billetera.

Cuando me tomó de la mano y no le devolvió el móvil, capté lo que había


estado haciendo.

—¿Qué ha pasado? —le dije cuando estábamos afuera.

—Según Filippo, todo se ha ido a la mierda. Lorenza no dijo nada, pero Rinaldo
escuchó todo y le informó a Santino —soltó.

Me llevé las manos a la cabeza y negué.

—¿Tienen a Aleph? —pregunté.

—Sí, Essie. Él está con ellos —declaró.

Enterré los dedos en mi cabello y cerré los ojos.

Eso fue todo lo que puse hacer en ese momento.


CAPÍTULO 36
{Aleph}

Hijo de puta era un adjetivo que me quedaba corto, por supuesto que sí. Y de
hecho, con el pasar de los años solo me fui ganando ese y más apelativos que
constataban lo despreciable que era. Y no me sentía orgulloso de ello, pero era
mi realidad y ya había aprendido a sobrellevarla y no me lamentaría de nada.

Fue suficiente el tiempo que pasé renegando por la vida y educación que
me tocó desde que era niño, como para seguir en lo mismo. Quejarse era de
perdedores y yo dejé de ser uno desde el instante en que sobreviví a mi propio
infierno.

Y sí, la cagué al enamorarme de la novia de mi hermano, pero me fue


imposible no caer ante esa chiquilla de rostro inocente e intenciones
perversas. Lo hice como un puberto que no pensó en las consecuencias, uno
que solo quería vivir el momento y no más. No obstante, jamás conté con que
Essie Black se colaría debajo de mi piel y me calaría hasta llegar al tuétano de
los huesos.

La pequeña una vez más demostró que podía cambiar mis objetivos
personales a su antojo.

Aunque esta vez pequé de imbécil, me confié de mi poder creyendo que


por ser el rey de mi mundo nada malo pasaría, pero me olvidé que había
escogido a una mujer poderosa para que fuera mi reina y lo pagaría caro.

Ya que sí, Lorenza Costello era la reina de dos mundos, una mujer
hermosa de pies a cabeza que me cautivó como nadie más lo hizo antes de ella,
pero no se debió solo a la atracción física lo que me llevó a convertirla en mi
esposa sino también a lo que representaba para mí, para la mafia siciliana y mi
posición como sottocapo.

Una posición que me gané por estrategia y no por herencia.

Y al principio quise convencerme de que la llegaría a amar, pues no solo


era excelente en la cama sino también en su manera de tratarme, intenté
conformarme con que mi amor por el poder me ayudaría a aceptar mi unión
con ella, pero las cosas no funcionaban así y me di cuenta de ello muy tarde.

—¡Si no me amabas debiste ser hombre para admitirlo antes de


proponerme matrimonio! —me gritó cuando estaba en la suite con ella—
¡Pero te cegó tu ambición, maldito imbécil!

No le negué nada de lo que me acusó, no seguiría de cínico cuando


Lorenza tenía las pruebas de mi traición.
—Para ser sincero contigo…

—¡Puf! Gracias por eso —ironizó.

—Lorenza, tú eras la única mujer que me importaba y no quería a nadie


más a mi lado —aseguré.

—¡Por supuesto que no! Sobre todo porque yo soy la única que te daría lo
que tanto anhelabas, ¿no?

—Te quiero, Lorenza, me gustas y era fácil para mí estar contigo. Jamás
fuiste un sacrificio si es lo que estás pensando —aclaré.

—Pero por lo visto esa zorra te cautivó más que el poder que tanto
deseabas, ¿cierto? —zanjó y respiré hondo. No le diría nada por tratar así a
Essie.

Era obvio que estaba herida y no iba a pretender que la halagara.

—¡Joder! Te embrujó tanto que ni siquiera te importó dañar a la única persona


que has demostrado que es importante para ti, incluso más que el poder.

Negué y apreté la mandíbula. No rebatiría eso y creo que es lo único que


me hacía sentir como una mierda.

No me hizo sentir una escoria el engañar a una mujer que me amaba y menos
mentirle a la chiquilla que como Lorenza lo dijo, me embrujó. Ninguna de ellas
tenía nada que ver con el remordimiento en mi interior, ya que ese solo era a
causa de haberle fallado a mi hermano cuando le prometí que nunca volvería a
dañarlo después de arrebatarle a la niña que amaba.

Y volví a arrebatársela y esa vez de la peor manera.

—¿Te arrepientes? —preguntó Lorenza y no lo hizo con burla en ese


momento.

Y no sé qué expresión tenía para que dudara, pero me observó


sorprendida.

—Sé que te he fallado, Lorenza —le dije—, te he ocultado cosas, pero no


te mentí el día que te pedí que te casaras conmigo. Tú y yo estamos destinados
y no importa si es por amor o poder, nunca me voy a arrepentir de haberte
hecho mi esposa.

—Eres un maldito despreciable —dijo llorando, pero dejó que me acercara


a ella.

Limpié sus mejillas y la hice verme a los ojos.


Me había enamorado de Essie y fui un imbécil al creer que podía hacer una
vida con ella, que seríamos libres para amarnos y felices por el resto de
nuestras vidas. Soñé cuando la tuve entre mis brazos y por primera vez en
años, pensé en cambiar y ser una mejor persona, pero era hora de poner los
pies sobre la tierra e intentar salvarla porque mi amor solo la destruiría como
destruía todo lo que mis manos tocaban y Lorenza era una prueba de ello.

—Maldigo el día que te cruzaste en mi camino —dijo entre dientes y


sonreí.

Nos cruzamos en una cena de cumpleaños de Santino Costello, todos los


hombres solteros e invitados a la celebración rogaban porque esa bella italiana
los volteara a ver y les regalara una sonrisa siquiera y sí, en el momento que
apareció enfundada en un vestido negro que se pegaba a su piel y brillaba
como si se hubiera arropado con el firmamento, admiré su belleza y deseé
tenerla desnuda debajo de mi cuerpo y lo conseguí.

Lo hice porque esa noche ella se había vestido tan perfecta para mí sabiendo
que estaría presente y solo fue necesario invitarla a una copa y a dar un paseo
en el jardín para que ambos termináramos confesándonos todo lo que
queríamos hacernos y decidimos no esperar más incluso cuando Lorenza
quería evitar que la creyera fácil.

Y nunca la creí así en realidad, simplemente esa noche me demostró que


era una mujer que no temía entregarse a la persona que consideraba que
merecía un poco de su atención y fui el afortunado.

Después de esa noche comenzamos a frecuentarnos más, lo hicimos sin


etiquetas hasta que ella confesó estar enamorada de mí, al principio me tomó
por sorpresa y hasta pensé en alejarme, pero luego analicé mejor las cosas y
me enamoré del poder que pondría en mis manos al convertirla en mi novia y
luego en mi prometida hasta que el final la hice la señora Gambino.

La convertí en mi esposa cuando ya sabía que Essie estaba en la ciudad,


luego de que el mismo Izan me lo confesara.

—Así que esta chica al fin ha superado a Helena —le dije a Izan en nuestra
plática luego de que sospechara que algo me ocultaba con el trato que hizo con
Graziana Mancuso.

Él se rio en mi cara en ese momento sabiendo lo que me soltaría a continuación.

—Sí, Aleph. Essie Black Stone ha superado a Helena con creces —confesó y
sentí que me ahogaría con mi propia saliva al escuchar claro el nombre de la chica.

En ese instante fue Izan quien puso una mano en mi pecho tal cual yo lo hice antes
con él.
Y a diferencia de su corazón que vivía acelerado por su enfermedad, el mío lo hizo
por escuchar sobre Essie y eso logró que Izan se riera como un cabrón sabiendo que
reaccionaría tal cual lo imaginó.

Y no hablamos más después de eso hasta el día de mi boda con Lorenza, el


mismo día en el que Izan salió del hospital luego de someterse a un nuevo
tratamiento.

—¿Por qué me dijiste sobre Essie el otro día? —inquirí luego de que nos
quedáramos solos en la mesa especial que decoraron para la familia en la fiesta de
mi boda.

Lorenza bailaba en ese instante con Orazio, su abuelo materno, el capo de los
N’dragheta y Santino lo hacía con Joddy.

—Porque ella iba conmigo el día que me emboscaron. Hice un trato con
Graziana para que me ayudara a ocultar su identidad y que nadie se enterara de
que estaba en la ciudad. Pero mi maldito corazón comenzó a darme problemas de
nuevo y si tenía que ausentarme de Londres por un tiempo, esperaba que supieras
esconder mi secreto para que no la dañaran.

Lo miré con sorpresa, aunque no debía porque sabía que Izan haría todo lo que
estuviera en sus manos para proteger a esa chica, incluso confiármela a mí.

—Sabes bien que no puedo acercarme a ella —le recordé.

—Y no quiero que lo hagas, Aleph, solo busco que te encargues de deshacerte


de quién sea que intente dañarla —aclaró y asentí.

Pero no pude contenerme, tenía que verla y terminé haciendo más que
eso.

—Maldigo amarte como te amo —siguió Lorenza y la besé en la frente.

—Dicen que amar al malo no es un pecado, pero supongo que depende el


caso y entiendo que me maldigas así, Lorenza. Así como también entenderé si
quieres hacerle saber a tu familia lo que he hecho. Solo quiero asegurarte que
esto es mi culpa y nadie más tiene por qué pagar por mis errores —le dije.

Lorenza podía estar dolida y odiándome, pero en nuestro tiempo juntos


aprendí a conocerla, la estudié muy bien y sabía que no era una persona que
dañaría adrede a nadie. No, ella buscaría al verdadero merecedor de su furia y
me tenía en sus manos, me puse en ellas para que se desquitara conmigo y
dejara fuera a Essie.
—A pesar de que sabes lo que sucederá, buscas protegerla —susurró con
dolor y cuando bajó la mirada la tomé de la barbilla para que me viera a los
ojos.

—No es solo porque se trate de ella, lo haría también por ti si fuera el caso
—aseguré.

—Sí, lo harías porque si fuera el caso estarías enamorado de mí, Aleph y


eso es lo que me duele, que esa maldita tenga tu amor cuando yo siempre lo he
deseado —señaló e hizo un puchero cuando el llanto se apoderó de ella.

Cerré la distancia entre nosotros y le di un beso casto en la boca.

—Tú me tienes a mí, Lorenza, no ella y jamás me tendrá incluso si tú me


dejaras por las buenas —aseguré.

—¿Por qué? —quiso saber.

Me alejé de ella y caminé hacia la mesa donde estaban las bebidas y me


serví un trago. Di un sorbo largo y dejé que el alcohol quemara mi garganta.

—¿Aleph? ¿Quién es Essie en realidad? —preguntó con temor y negué


riendo como un completo lunático.

—¿Recuerdas la historia de Helena? —inquirí con ironía y la escuché jadear.

La miré entonces, estaba pálida y negando con frenetismo.

—No, Aleph…dime por favor que ella no es…

—¿Que Essie Black Stone no es Helena? —satiricé y sonreí.

—Ella es Helena.

—¡Carajo! ¡No me llames así, Izan! Si no quieres que ahora mismo te dé tu


merecido.

—¿No es tu nombre?

—No, es solo un apodo que tu hermano me puso por lo mucho que me molesta
que me compare con la mujer que supuestamente hizo caer a Troya.

—¿Y no la hizo caer?

—¡No! No fue por ella y les aconsejo a ambos que lean bien antes de sacar esas
conclusiones.
—¡Bien! No te molestes, me voy a corregir. Hermano, te presento a Essie Black
Stone, mi Helena.

Aquella conversación llegó a mi cabeza de inmediato y negué. Esa fue la


primera vez que la vi. Solo era una niña y yo como siempre, un hijo de puta
desde esos tiempos, aunque confieso que esa vez jamás la vi con los ojos que la
miraba en ese momento.

—No, Lorenza, no es Helena —mentí.

Le mentí en la cara por primera vez.


CAPÍTULO 37
En ese momento quise preguntarle muchas cosas a Izan, pero ambos éramos
conscientes de que primero debíamos ponernos a salvo antes de querer saber
de alguien más. Y vi su agonía, era su hermano a pesar de todo y algo me decía
que muy en el fondo, Izan podía odiar a Aleph por todas las cosas que le había
hecho, sin embargo, como me lo dijo antes, era su familia y los valoraba
incluso sin que se lo merecieran.

Al menos Aleph no se merecía la lealtad de su hermano, eso era seguro.

Corrí tomada de su mano cuando me guio hasta los coches más lejanos del
restaurante y en cuanto me di cuenta de lo que haría, cuidé de que nadie nos
viera para que abriera y pusiera en marcha el auto que estábamos robando,
puesto que el que Donato dejó para nosotros era seguro que sería rastreado por
medio del GPS que tenía.

—Vaya habilidad la tuya —me burlé y a pesar del mal momento sonrió.

—Cuando era adolescente aprendí ciertos trucos gracias a las amistades que
conseguí —explicó y negué—. No vamos a poder avanzar mucho en este
coche, Essie, porque el dueño lo reportará en cuanto no lo encuentre, así que
tendremos que parar en otro restaurante para hacer un cambio —satirizó.

—¡Mierda! En qué momento pasé de ser la chica aburrida que sufría por su
amnesia a una que se convirtió en la novia de un mafioso, terminó en la cama
de un Don para al final tener que robar coches para sobrevivir y esto sin
agregar que también me volví asesina —ironicé.

—Desde el día en que me crucé en tu camino, Essie —respondió Izan y negué.

No diría en voz alta lo que era obvio, pero agradecí que él también lo notara.

¡Joder!

Siempre me consideré una mujer que podía estar con el hombre que quisiera,
pero no una que ocasionara tantos desastres. Ya que así no lo haya buscado, fui
la causante de que de nuevo, dos hermanos se enemistaran y de que una mujer
sufriera, puesto que era consciente que Lorenza me odiaría, maldeciría mi vida
y me desearía todo el mal del mundo incluso al ser sabedora de que era su
esposo el que nos mintió a ambas, quien nos usó de la manera más vil que
existe.

Su esposo.

¡Dios mío! Qué incómodo era pensar que durante semanas me convertí en la
otra, en el segundo plato de un hombre que me trató como si fuera el primero
y que en su momento me hizo sentir como única.
«Qué bien fingías, Aleph», pensé y negué a la vez.

—¿Crees que Filippo en realidad nos va a ayudar? —pregunté, dejando de lado


la razón por la que estaba en esa situación.

Y a lo mejor no era momento para ser negativa, pero tampoco para seguir
confiando después de cometer tantos errores por creer que todas las personas
que se acercaban a mí eran leales. Aunque seguía creyendo en Izan y esperaba
no estar cometiendo un error con ello porque en ese instante mi vida estaba en
sus manos.

—Sé que es difícil saber quién es tu aliado en este momento, Essie, pero en lo
personal soy de los que confía en pocas personas y Filippo es una de ellas —
aseguró y asentí.

Me ponía muy nerviosa verlo observar a cada instante por el retrovisor,


aunque entendía que era necesario.

—Creí que no confiarías más en él después de lo que hizo —comenté.

No nos miramos, pero la tensión era palpable y hasta visible en ese momento.

—No voy a negar que quise matarlo, pero también comprendo que lo hiciera.
Él solo cumplía órdenes y decidió evitarme cualquier cosa que me afectara más
en ese momento —explicó.

Pensé en Filippo la noche en la que salimos todos y él terminó diciéndome lo


que hizo, también en la manera en la que se refería a Aleph. El italiano era
consciente de lo sinvergüenza que era uno de sus jefes, mas no podía
decírmelo sin perder la cabeza por vendido.

—¿Fue Aleph quien ordenó echar abajo los servidores de los móviles? —
pregunté, aunque la respuesta fuera obvia.

—Sí y para ser sincero contigo, no sé si lo hizo por protección o por conseguir
algo para su beneficio, ya que según lo que me explicó Filippo, tú y yo nos
estábamos escribiendo en ese instante y a menos que Aleph tenga algún tipo
de poder, él no podía saber que nos escribiríamos —explicó y asentí de
acuerdo.

—Me sorprende que después de todo, no lo culpes por eso sin analizar nada
antes —dije y rio.

—Yo sé de las cosas que es capaz, Aleph, Essie, pero tampoco lo voy a culpar
porque llueva o deje de llover —aseguró.

Admiré eso, porque había personas que no sabíamos analizar o no le dábamos


el beneficio de la duda a nadie que nos hubiera dañado antes y me incluía
porque para mí Aleph era un mentiroso y ya.
—Hora de nuestra siguiente hazaña, Bonnie Parker —me dijo de pronto.

—Ja, ja, ja —bufé cuando se metió al estacionamiento de una especie de


centro comercial—. Odio tu humor negro, Clyde —ironicé.

Lo vi riendo cuando me bajé del coche y solo negué.

Pero al final la comparación no estuvo tan fuera de lugar incluso cuando los
motivos que tuvimos y teníamos para actuar como esa pareja de asesinos
famosos, eran muy distintos a los de ellos.

—¿Qué color quieres esta vez? ¿Azul, negro, rojo o… rosado? —inquirió,
señalando los coches aparcados en el estacionamiento.

Negué incrédula. Sobre todo por ironizar cuando señaló el auto rosado.

Un Volkswagen muy mono.

—Debería decirte el rosado solo porque tú lo conducirás y sería interesante


verte, pero llamarás demasiado la atención —apostillé y rio.

—¿Entonces?

—Ya, Izan. Deja de jugar porque no es un buen momento —lo regañé y me


miró con una ceja alzada—. Bien, ve por el negro —bufé.

Se apresuró cuando dije eso y así como antes, me quedé vigilando para avisarle
si alguien se acercaba. El corazón se me iba a salir por la garganta y rogaba en
mi interior para que no nos descubrieran y permitieran que llegáramos a
Florencia antes de que la gente de Santino nos alcanzara.

Minutos después íbamos en el coche negro y, aunque Izan fuera capaz de


gastarse bromas en un momento como ese, también notaba que cuando no
hablábamos se perdía en sus pensamientos y me dejaba ver su temor.

—Sé que me dijiste que eres adoptado, pero cuando me hablaste de tu historia
con Aleph, pude intuir que antes tú y él tuvieron una buena relación, ¿siempre
se vieron como hermanos de sangre? —me atreví a preguntar.

Izan no me miró, siguió concentrado en la carretera y suspiré profundo


intuyendo que toqué un tema sensible en un muuy mal momento, pero lo
cierto era que prefería hablar con él y no pensar en lo que podía pasarnos o en
lo que podía pasarle al Don de los Gambino.

—Me crié en una casa hogar, Essie. Mi madre me dejó allí al no poder conmigo
y menos cuando supo de mi enfermedad —dijo al fin y tras ellos cogió aire.

Era como si pensar en eso le doliera aún y lo entendía. No debía ser fácil crecer
sabiendo que tu propia madre te abandonó, incluso si ella pensó que era lo
mejor.
—Mi crianza fue buena, jamás diré lo contrario. Me cuidaron y educaron, pero,
aunque me sentía bien, veía a otros niños ser adoptados y llegué a querer eso.
Deseé experimentar la emoción y la felicidad de que una familia me quisiera
como su hijo. Sin embargo, nadie quería a un chico con un enorme problema
en el pecho. Así que fui rechazado por varias parejas gracias a mi padecimiento
—Quise hundirme en el asiento por la vergüenza que sentí al hacerlo hablar de
eso.

Mi curiosidad me estaba jugando una mala pasada y negué lamentando haber


hablado.

Imaginar a un pequeño pelinegro ilusionado y deseando tener una familia,


para ser rechazado por algo que nunca decidió padecer, hizo que las lágrimas
picaran en mis ojos, pero las contuve por respeto a él y para que no pensara
que estaba sintiendo lástima.

—Pasé años con esa ilusión, pero cuando cumplí trece la rebeldía de la
adolescencia llegó a mi vida y me obligué a pensar que no necesitaba a
ningunos padres adoptivos para que me amaran y velaran por mí. Comencé a
creerme autosuficiente y hasta le pedí a mis tutores que ya no me ofrecieran
para ser hijo de nadie y solo les supliqué que no me sacarán de la casa hogar
hasta que pudiera valerme por mí mismo.

Sonrió con burla hacia sí mismo.

Yo en cambio miré hacia la oscura carretera por mi ventana y con disimulo me


limpié una lágrima.

—Mi tutora legal me dio un golpe en la cabeza, no lo hizo con la intención de


dañar sino de hacerme ver que estaba diciéndole un disparate, asegurando que
yo era su hijo favorito y que no me dejaría ir hasta que fuera adulto y su marido
se sintiera celoso de mí por creer que era mi sugar mommy.

—¡Oh, por Dios! —exclamé y me reí junto a él por esa anécdota, pero de
inmediato mamá llegó a mi cabeza.

Me era muy fácil imaginarla diciéndole algo así a alguno de sus chicos
en Pequeño Ángel.

—En ese momento no entendí qué era eso, Essie, aunque fui feliz por la
seguridad que me hizo sentir. Luego de eso comencé a ir a una escuela normal,
pero sufrí de mucho bullying cuando mis compañeros se enteraron de que era
huérfano y vivía en una casa hogar. Ya sabes lo cruel que podemos ser a veces
en esa etapa —Negué cuando excusó a sus agresores.

—No todos, y lo sabes —aseguré.

Tomó aire y continuó hablando.


—A lo que quiero llegar es, que conocí a… a Aleph un día cuando salí de la
escuela y algunos de los chicos comenzaron con sus típicos ataques. Yo no me
defendía porque llegué a creer que era mejor ignorarlos, pero Aleph no lo
creyó así y terminó defendiéndome al comprobar que yo no lo haría.

» En ese momento no se lo agradecí porque pensé en que solo me creó un


problema mayor, ya que estaba seguro de que al siguiente día aquellos chicos
no solo me joderían por ser un rechazado sino también por lo que Aleph les
hizo. Ya que los golpeó, Essie. No fue fuerte, pero los agredió y créeme que
hasta yo me cagué de miedo.

Abrí los ojos demás cuando me confesó lo último. Y no era difícil creer que
Aleph hiciera algo así, pero igual sorprendía comprobarlo.

—Al siguiente día Aleph volvió. Lo hizo porque él también sabía que los chicos
querrían vengarse de mí y quiso dejarles claro que no se desharían de él tan
fácil si seguían jodiéndome. Tenía dieciocho años entonces y durante dos
semanas se dedicó a cuidar a un niño de trece.

Carraspeé sin saber qué decir, pero entendiendo que esos dos sí se veían como
hermanos de sangre a pesar de no serlo e incluso luego de tantas cosas turbias
que habían pasado entre ellos.

—Nos hicimos amigos y con el pasar de los días le confesé que era huérfano y
vivía en una casa hogar. Y creí que iba a rechazarme como lo hacían los demás,
pero fue todo lo contrario. Me dijo que en muchas cosas le recordaba a él y que
no me abandonaría como creía. Y me prometió que haría todo lo que estuviera
en sus manos para sacarme de la casa hogar y darme una familia.

—Y lo cumplió —aseguré.

Durante toda su historia me planteó a Aleph como un chico poderoso incluso


siendo joven, así que no me fue difícil asegurar que había cumplido su palabra.

—Lo hizo dos años después de dedicarse a ser mi hermano mayor —


confirmó—. Alonzo y Joddy eran una pareja que siempre deseó hijos, pero
Joddy no nació para procrear —confesó y fruncí el ceño, deduciendo a la vez
que Aleph podía ser hijo solo de Alonzo—. Aunque no me hice ilusiones
cuando se interesaron en mí porque sabía que en cuanto supieran de mi mal,
se retractarían, mas no lo hicieron, Essie y fui el chico más feliz en ese
momento.

Sonreí y quise tomarlo de la mano, abrazarlo y demostrarle que compartía esa


felicidad, pero me contuve.

—Y no sabía que Aleph había tenido algo que ver, ya que fingió no saber nada
cuando le conté que había una pareja interesada en mí. Simplemente me deseó
suerte y desapareció por unos días.
» El día que salí de la casa hogar tuve sensaciones agridulces porque pasé años
allí y ya los veía a todos como mi familia, pero me animaron a que viviera y
disfrutara de mi nuevo comienzo y no mirara hacia atrás. Les obedecí y me
marché con mis nuevos padres quienes organizaron una cena de bienvenida a
su hogar y me encontré en su casa con la mayor sorpresa… Aleph era el
invitado especial esa noche, no yo y fue en ese momento que comprobé que me
había cumplido su promesa.

—¡Dios! —susurré soltando el aire y no pude contener las lágrimas.

«Mi puto héroe, mi mejor amigo», me había dicho entre llantos en Castle
Combe.

Y al fin entendía por qué lo consideraba así.

—Aleph fue el hermano que la vida me dio y por esa razón una vez te dije que
lo amaba más que a mis padres y lo seguiría haciendo si nada de lo de Helena
hubiera pasado.

Tragué con dificultad cuando tocó ese tema y pensé en lo que Aleph me dijo en
la suite.

—Entiendo que lo que hizo con tu novia fue cruel, pero después de saber tu
historia me es inaudito pensar que una relación tan bella como la de ustedes,
se haya jodido así por una chica —solté tanteándolo y lo vi sonreír irónico.

—No estás hablando de cualquier chica —aseguró y lo miré—. Essie… —Lo vi


tragar con dificultad y negar enseguida.

—¿Qué sucede, Izan? —pregunté con la esperanza de que me dijera la verdad,


pero negó.

Mi corazón se volvió loco y no entendí la razón. Sobre todo cuando Izan soltó
el aire que había retenido.

—¿Qué te dijo Aleph cuando llegó a la suite? —preguntó y mi pecho subió y


bajó con brusquedad a causa de mi respiración acelerada.

«Dímelo», rogué en mi mente.

—Muchas cosas, algunas que me decepciona recordar y otras que todavía no


comprendo —acepté.

Hablar con Aleph me dejó con muchas dudas referente a Helena y si no le había
dicho nada a Izan es porque el momento no lo permitió hasta en ese instante.

—Me llamó Estrellita —solté cuando el recuerdo llegó a mi cabeza en ese


instante.
Izan apretó el volante y endureció la mandíbula mostrando cómo la tensión se
apoderó de él.

—Y tú también me llamaste así y durante días he tratado de rememorar si


alguna vez te mencioné ese apodo con el que me llama mi familia, pero no lo
recuerdo —aseguré y esperé unos segundos a que hablara, mas no lo hizo así
que seguí—. También me dijo que Helena no murió —confesé.

Se mordió el labio con fuerza y negó con ironía.

—Helena sí murió, Essie, pero no la persona a la que llamamos así —confesó y


lo miré confundida—. Y tú nunca me dijiste que te llamaban Estrellita, pero
siempre escuché cuando tus padres se referían a ti de esa manera —siguió y el
aire comenzó a faltarme.

—¿Estuve enamorada antes? Responde por favor.

—Sí, Essie. Lo estuviste y ese cabrón también te hizo llorar como estás llorando
ahora por este otro.

—Pero…mamá nunca me dijo nada.

—Es porque nunca se lo confesaste, incluso cuando te vio llorar por ese cabrón. De
hecho, esa vez fue la primera en la que confiaste en mí. No sé si porque te amenacé
con ir a tu escuela y darle una paliza a cada chico que fuera cercano a ti o porque en
realidad querías contármelo, pero me obligaste a hacerte un juramento de sangre
antes de confesármelo, Estrellita.

—¿Te dije cómo lo conocí?

—Sí, nos hicimos más cercanos después de eso y tras demostrarte que jamás
traicionaría tu confianza —aseguró Dasher.

—Háblame de él —supliqué.

—Con gusto, nena. Lo amabas en secreto y él a ti, pero no se decían nada para no
perderse de ninguna manera. Sin embargo, él trató de continuar su vida resignado
a que tú solo podías ser su amiga y entonces, por cuestiones de la vida lo
encontraste con otra chica cuando él estaba en una situación que odié que me
confesaras.

—Por favor, Dasher. No me digas que lo encontré en la cama con otra.

—¡Puf! Hubiera querido que reaccionaras así entonces, Essie. Porque en ese
momento te rompiste y esto que él no te debía nada. Lo peor de todo es que después
de eso, en lugar de alejarte de él le permitiste que te explicara cómo se sentía y
terminaron siendo novios. Sin embargo…
—Sigue, Dash.

—Estabas muy enamorada de él, Essie, locamente enamorada como se está a esa
edad. Él era tu primer amor y tú el suyo, pero ambos dependían de sus padres y los
de él decidieron mudarse de país.

No sé por qué razón la conversación con mi hermano llegó a mi cabeza en ese


momento, pero miré a Izan y negué.

—¿Helena sabía que eres adoptado? —pregunté entre titubeos y al ver su


tensión supe que entendía el motivo de mi pregunta.

—Lo supo luego de que nos hicimos amigos en la escuela a la que inscribieron
los Gambino, mejores amigos en realidad —aceptó y mi piel se erizó tras el
escalofrío que me recorrió la espina dorsal.

—Naciste en Canadá, ¿pero te criaste allí? —seguí y negó— ¡Joder, Izan! —


dije con voz lastimera y él tragó con dificultad al escucharme sollozar—
¿Cómo se llama la casa hogar en la que creciste?

—Essie…

—¡Responde, Izan! —exigí y negó en respuesta y juro que mi corazón se


detuvo.

—¿Qué piensas al estar aquí?

—En que soy capaz de dominarlo todo si me lo propongo, pero fácilmente puedo
caer al abismo si doy un paso en falso.

—¿Y no sientes miedo?

—Tengo pánico, Essie Black. Las alturas son mi debilidad…junto al olvido.

Sacudí la cabeza y me limpié las lágrimas con fuerza al recordar nuestra cena
en The Shard.

Los recuerdos estaban llegando a mi cabeza como ráfagas.

—Tengo curiosidad de saber si mi primera vez fue contigo. Sé que no quiero ni me


importa recordar mi pasado, pero admito que ese pequeño detalle sí es importante
para mí o más que importante, es una pequeña obsesión.
—Sí, Essie Black. Tu primera vez ha sido mía…conmigo.

—Tú eres mi Helena, Essie —respondió Izan al fin y juro que ya no estaba
respirando en ese momento.

Él era parte de mi pasado y de pronto su sorpresa por la primera vez que nos
vimos, su dolor al ver mis cicatrices, la historia de Helena y su sufrimiento por
ella así como la rapidez con la que dijo amarme tuvo sentido.

Para Izan fue fácil enamorarse de mí porque yo siempre fui la mujer que amó,
yo…era Helena y si era así entonces…

—¡Oh por Dios! —grité justo en el instante que choqué contra el tablero del
coche y escuchamos una explosión en la parte de atrás.

—¡Joder, joder, joder! —gritó Izan tratando de controlar el coche y no pudo—


¡Mierda, no! —siguió cuando comenzamos a detenernos.

Yo me enmudecí en el instante que vi el fuego en la parte de atrás del coche y


cuando varios autos nos rodearon. Se detuvieron y varios tipos se bajaron de
ellos y se esparcieron por todos lados con bazucas, metralletas y pistolas.

Ni siquiera sentí cuando Izan me quitó el cinturón. Solo quería correr y por
donde quiera que veía encontraba a hombres encañonándonos e Izan estaba
desesperado por sacarme al ver que las llamas ya nos estaban alcanzando.

—¡Mierda, amor! ¡Perdóname! —rogó— ¡Déjala! —gritó desesperado en el


instante que arrancaron la puerta de mi lado y me sacaron con brusquedad.

Grité cuando me tiraron del cabello y luché por zafarme de los tipos que me
apresaron hasta que vi casi en cámara lenta a varios de ellos llegar a Izan y lo
cogieron en cuanto intentó llegar a mí y lo golpearon con garrotes policiales.

—¡Izan! —grité desesperada al ver que los malditos lo cogieron de los brazos y
comenzaron a darle puñetazos en el pecho— ¡Izan! ¡No! —seguí tratando de
zafarme.

Me cogieron del cabello de nuevo y me obligaron a ponerme de rodillas. Los


quejidos de Izan me torturaban, esos malnacidos debían de saber que su
corazón era su debilidad, ya que no pararon de golpearlo con furia.

Eran seis contra él.

—Al fin podré hacerte pagar, maldito bastardo —le dijo un hombre que
reconocí como Rinaldo.

Vi horrorizada que los labios de Izan se estaban volviendo púrpuras.


—¡Izan! —grité de nuevo y al intentar correr hacia él me regresaron con
fuerza del cabello y me lanzaron lejos.

—¡Essie! —alcanzó a gritar, pero no escuché más porque justo en ese


momento otro tipo llegó a mí y me propinó un puñetazo que me noqueó en un
santiamén.

Estaba a punto de conocer el castigo de la mafia.


CAPÍTULO 38
«Helena no murió».

«Tú eres mi Helena, Essie».

Me había despertado minutos atrás. Tenía una bolsa de tela en la cabeza que
no me dejaba ver más que manchas a mi alrededor y me ahogaba con mi
propia respiración, sobre todo con el miedo que no me abandonaba.

Estaba sentada en una silla de metal, con un pie amarrado en cada pata de ella
y las manos en los apoyabrazos. Mi sentido del oído se intensificó tratando de
escuchar cada ruido por muy mínimo que fuera y la piel se me volvió más
sensible, ya que el roce de mis amarres se sentía como si me rajaran la piel con
hojas de afeitar. Me encontraba alerta a todo a mi alrededor, pero a la vez
intentaba perderme para no ser consciente de que posiblemente estaba
viviendo los últimos minutos de mi vida, aunque concentrarme en esas
oraciones no me resultaba mejor.

Se repetían en mi cabeza a cada instante e incluso era capaz de escuchar las


voces e imaginaba a los dueños de ellas.

«Izan, Izan, Izan».

Su nombre llegaba a mi mente después de las declaraciones que él y Aleph me


hicieron. Lo imaginaba gimiendo del dolor y con los labios púrpuras,
pensamiento que hacía que mis ojos se llenaran de lágrimas porque no quería
que le pasara nada malo y me aterrorizaba la idea de que estuviera mal
después de los golpes que recibió.

Rinaldo parecía dispuesto a hacerlo sufrir, quería vengarse porque Izan le


impidió hacer lo que quería con Dalia. Lo de ese hombre no era hacerlo pagar
porque el pelinegro me sacara de Venecia y desobedecieran a sus jefes, era
personal.

De pronto escuché pasos acercándose y el sonido de algo más que no reconocí


junto a unos chillidos. Traté de calmarme y no demostrar que había
despertado, con la esperanza de que me dejaran tranquila, pero pegué un
respingo cuando abrieron una puerta con brusquedad y me removí en cuanto
un hombre comenzó a reírse con burla y habló en italiano. Identifiqué sus
reproches y malhumor y hasta una maldición que logré entender porque
escuché a Filippo decirla en muchas ocasiones.

—¡Oh por Dios! —jadeé cuando abrió algo más y de inmediato los chillidos se
hicieron más intensos junto a unos siseos que me daba miedo llegar a
identificar.

Volví a gritar cuando sentí cosas peludas por mis pies y otras resbalosas.
—¡Dios mío! ¿¡Qué has hecho!? —le pregunté al hombre en cuanto volvió a
cerrar la puerta.

Volvió a reírse con burla y de repente me hizo gemir al arrancar con


brusquedad la bolsa de tela de mi cabeza y apreté los ojos en cuanto la luz me
cegó y lastimó mis retinas. Ahogué un gemido de pavor cuando fui capaz de
ver dónde me tenía y me descubrí en una especie de jaula; estaba sellada del
suelo hasta dos metros hacia arriba y desde ahí comenzaban barrotes de
metal.

El tipo caminó hacia un lado para que lo viera y luego dirigió su vista al suelo
dentro de la jaula donde yo me encontraba. Grité al ver muchísimas tarántulas
y ratones, pero más lo hice en cuanto identifiqué a las víboras peleando entre
ellas para cazar su comida. Los otros animales luchaban por sobrevivir
mientras las serpientes se movían de un lado a otro para poder comer.

Los ratones se escondían por mis pies y chillé frenética cuando las víboras
llegaban cerca para atraparlos. Me removí como loca intentando huir, cosa que
hizo que el tipo riera a carcajadas.

—Ahora sí tienes miedo, pero no lo tuviste cuando te revolcaste con un


hombre casado —dijo el tipo sin parar de reírse de mí.

—¡No lo sabía! ¡Joder! ¡No sabía que estaba casado! —grité— ¡Mierda! —solté
en cuanto me fui hacia atrás con la silla y esta quedó empotrada a los barrotes.

Lo hice al querer huir cuando una víbora saltó hacia mí siguiendo a un ratón.

—Eso dicen todas cuando ya se ven descubiertas —bramó el hombre y negué.

No iba a creerme jamás, para la mafia yo era una vil traidora sin respeto
alguno por la familia y lloré de impotencia porque no merecía ser castigada así
cuando también fui una víctima de las mentiras. Pero perdería mi tiempo al
insistir y se reirían más al asegurar que solo lo negaba por miedo a mi castigo.

—Mira cómo juegan mis mascotas —alabó eufórico y señaló a las serpientes.

Grité de nuevo al ver a una acercándose justo cuando el ratón se escondió por
mis pies en el momento que la silla regresó a su lugar y me obligó a tocar el
suelo con las plantas de ellos.

—¡Joder, no! —chillé con todas mis fuerzas cuando se lanzó a mí como la
depredadora que era y gemí al sentir sus colmillos clavados en mi pie.

El hombre rio como si le hubieran contado el mejor chiste del mundo y yo me


mordí los labios al sentir el dolor comenzar a recorrerme el pie y subir a mi
tobillo. Menos mal la serpiente huyó en busca del ratón, pero negué al ver que
las tarántulas comenzaban a buscarme.
De repente el hombre dejó de reír y escuché un ruido estruendoso, busqué de
dónde provenía y lo encontré tirando de una cadena que pendía del techo y me
lamenté cuando vi lo que estaba bajando.

—¡Oh mi Dios! —susurré.

El corazón se me iba a paralizar, la respiración se me cortó y deseé quedarme


ciega también para no presenciar semejante atrocidad.

El tipo estaba bajando un cuerpo enrollado con la cadena y mis ojos se


desorbitaron al ver que se trataba de un hombre y ya ni pude reaccionar al
percatarme de que tenía algo metido en la boca que aún escurría sangre,
aunque deseé quemarme las retinas al recorrer con la mirada el cadáver y
notar que no tenía el pene y su pelvis soltaba más sangre.

Entonces grité y negué al ser consciente de qué tenía metido en la boca ese
hombre.

—Así pagan los infieles en nuestra familia —se regodeó el tipo y gozó al
verme llorar.

No reconocía al hombre porque tenía la piel magullada y el rostro hinchado


por los golpes que le dieron, pero pensé en lo peor.

Solo supimos que Aleph se había quedado con los Costello y que nos
descubrieron antes de poder llegar a Florencia, así que al ver a ese cadáver y
tras la declaración de ese tipo solo pude pensar en él y comencé a llorar.

¡Jodida mierda!

Me usó, me mintió, fue un cobarde, pero no merecía ese final. Tenía que pagar,
estaba de acuerdo con eso y deseé verlo miserable por poco hombre, mas
nunca quise que terminara así. ¡Dios mío! Aleph no podía acabar de esa
manera.

—Y tú también vas a pagar por la falta que has cometido —aseguró.

Lloré y vi cuando volvió a subir el cadáver al techo —me rehusaba a


reconocerlo o ponerle nombre— y fue tan cabrón que al llevarlo a lo alto lo
corrió por la viga de la que pendía la cadena hasta dejarlo justo sobre mí. La
sangre comenzó a salpicar y me retorcí sintiendo el dolor más fuerte subiendo
por mi pierna.

—¡Basta! ¡Déjame! —le grité al tipo cuando llegó detrás de mí por la parte de
atrás de la jaula.

Había metido la mano por los barrotes y me cogió del pelo para obligarme a
ver hacia arriba.
La sangre cayó de lleno en mi rostro al estar en esa posición, las gotas eran tan
espesas que dolían cuando me golpeaban. Los animales a mis pies se
inquietaron y lucharon entre ellos con más fiereza hasta que me mordieron de
nuevo y las tarántulas comenzaron a subir por mi cuerpo.

Grité y seguí retorciéndome, me estaban bañando en sangre humana,


exponiéndome a esos animales y castigándome como a la peor de las
traicioneras.

Utilicé todas mis fuerzas para lograr que ese maldito me soltara y justo cuando
lo logré me dejó caer al suelo. Gruñí de dolor, pero más de terror en cuanto
más tarántulas me buscaron y solo pude cerrar la boca para que no se metieran
en ella. Estaba en una pesadilla y sentí en mi pecho el ataque de pánico que
comenzó a apoderarse de mí y esa vez no iba a lograr contenerlo con
respiraciones pausadas ni la fragancia a lavanda.

Al contrario, en ese momento me atacaría con más potencia porque no me


haría sumirme en alucinaciones, ya que la realidad era más espantosa y en
lugar de lavanda el hedor de la sangre me consumía y esa vez los toques de mi
madre fueron suplantados por las patas de las tarántulas y sus picaduras.

Y cuando al fin mi corazón no dio para más, rogué para no volver a despertar.

____****____

—Por- por fa- favor no más! —dije con la voz entrecortada.

Me desmayé luego de que el ataque de pánico se apoderara de mí y no sé


cuánto tiempo estuve inconsciente, pero intuí que mucho, ya que el lugar
donde me tenían apestaba a muerte y no fui capaz de comprobar si el cadáver
seguía colgado en el techo.

Los animales ya no estaban, pero dejaron su marca en mí. Lo noté en mis


piernas y brazos mordidos e hinchados por la ponzoña que me inyectaron. Y al
seguir viva imaginé que debieron suministrarme el o los antídotos necesarios
para que el veneno no me matara antes de lo que pretendían.

Minutos después de haber reaccionado dos tipos llegaron a la jaula y me


levantaron del suelo, gemí por el dolor y ellos hicieron cara de asco al estar
cerca de mí para liberarme de los amarres, así que deduje que mi aspecto era
una mierda contando con que la sangre que cayó sobre mi cuerpo ya se había
secado y el hedor era intenso.

Me quejé cuando me obligaron a ponerme de pie y caí al suelo porque las


piernas no me respondieron y no solo por lo hinchadas que estaban y el dolor
que pulsaba en ellas, sino también porque no tenía idea desde cuando no las
movía, pero por mi reacción imaginé que era mucho.

Los tipos me arrastraron hasta sacarme de la jaula y solo me removí e


intenté alejarme de ellos en cuanto comenzaron a despojarme de mi ropa,
dejándome solo en sostén y bragas, y tras ello me lanzaron lejos y con una
manguera gruesa me echaron agua logrando que gritara y jadeara y no solo
porque parecía que tenía hielo sino también porque me dolía cuando
impactaba en mi piel.

Jadeé por la falta de aire que la frialdad del agua me robaba y solo pude
encogerme para protegerme un poco. La piel se me estaba poniendo roja y los
huesos comenzaron a dolerme incluso más de lo que ya me dolían por las
mordeduras y picaduras de las víboras y tarántulas. Lo peor de todo es que a
esos tipos no les importaban mis ruegos. Esos cabrones no pararían, al
contrario, escuchar que me quejaba solo los inspiraba a seguir dañándome, así
que opté por acurrucarme y rogué para que el dolor de cabeza que me provocó
el agua hielo y el golpe de ella, me desvaneciera de nuevo.

Pero no lo hizo y durante un largo rato vi cómo el agua destilaba roja por mi
cuerpo, hasta que el temblor me hizo sucumbir en el suelo y no sentí más mis
extremidades.

Y ni siquiera suspiré agradecida cuando se cansaron de mojarme. Solo los


escuché hablar en su idioma y al no obedecerles me cogieron por la fuerza
haciéndome llorar en silencio por el dolor que me recorrió de pies a cabeza; me
hicieron caminar hacia quién sabía dónde y juro que dar cada paso me hizo
sentir como si me despedazara.

Literalmente me sentía congelada y ellos me obligaron a quebrarme.

Me llevaron hacia unas celdas y me golpeé de lleno el rostro al no poder ni


meter las manos cuando me lanzaron dentro. Solo en ese instante se me
quebró el alma y comencé a llorar rogando porque me mataran de una vez.

A duras penas logré tirar de la sábana que colgaba de una cama pequeña y
contuve las ganas de vomitar cuando el hedor a orines que desprendía me
inundó la fosas nasales. En ese momento solo me importaba arroparme con
algo seco y calmar mi frío. Me mecí y me abracé a mí misma, pensando en todo
y nada a la vez. Los espasmos me sacudían y por momentos rogaba en voz alta
para que papá me encontrara y en otros pedía morir con rapidez.

Pasé así un buen rato hasta que logré dormirme y desperté cuando de
nuevo unas voces se acercaron y estuve a punto de llorar hasta que una de ellas
llamó mi atención. Era femenina y la reconocí de inmediato.

—¡Merda! Mírate, ¿dónde está la chica hermosa que conocí en el


restaurante? —dijo.
Estaba tirada en el suelo, viendo hacia afuera, así que noté su rostro de
satisfacción.

—¿Vienes a burlarte? Porque…

—¿Así como tú te burlaste de mí? —inquirió cortando lo que iba a decirle.

Bufé y vi cuando con un gesto de cabeza le pidió a los hombres que se


fueran.

Yo saqué la poca voluntad y fuerza que tenía y me senté, cubriéndome con


la sábana pestilente y agradeciendo que ya había dejado de temblar.

Sorprendida del orgullo que todavía me quedaba, me obligué a


acomodarme en la cama y cerré los ojos para esperar que el mareo pasara. Tras
eso me quité la sábana porque estaba húmeda y no me importó quedarme solo
en ropa interior.

—Ahora mismo me importa una mierda lo que creas de mí, Lorenza, pero
incluso así te digo que jamás fue mi intención meterme con tu marido. Desde
el momento en que supe que Aleph me mintió me alejé de él y no fue por
descubrir que era casado sino por saber que era hermano de Izan, así que es
obvio que si desde un principio hubiera sabido que era tu esposo o el de
cualquier otra mujer, lo habría mandado al carajo porque no soy ese tipo de
mujer.

—Perfecto, eres una mujer leal. —dijo y comenzó a aplaudir con burla.
Apreté mis molares y la miré con odio— ¿Pero qué pasó cuando me conociste,
Essie? Porque me viste de idiota en ese momento al decidir callar.

Me puse de pie y agradecía que la ira que me estaba provocando en ese


instante barriera con mi dolor físico y los estragos de la hipotermia que sufrí.
Me acerqué a ella y no me importó que viera con altanería.

—¿Qué hubiese pasado si el día que te conocí en el restaurante te hubiera


gritado en la cara que tu esposo se estuvo acostando conmigo? —inquirí y alzó
la barbilla— ¿Habría cambiado el resultado? ¿Habrías creído en mi palabra al
decirte que yo no sabía el estado civil de Aleph? ¿Me hubieras defendido? —
grité y cogí los barrotes con fuerza.

—La infidelidad en mi familia es más grave de lo que imaginas —trató de


excusarse y negué.

—Y por lo visto también la estupidez —le grité.

Fue rápida al cogerme del cuello, pero se acercó demasiado a mí y con


agilidad la tomé de la nuca y la hice golpearse contra los barrotes, logrando
con eso que me soltara de inmediato.
—Tú conoces mejor que yo al hombre con el que te casaste, Lorenza —
escupí cuando me miró furiosa. De la frente comenzó a salirle sangre y sentí
satisfacción de devolverle así fuera una milésima de lo que me había hecho
sufrir—. Sabes al diablo que metiste en tu cama, yo no, a mí me mintió desde
el primer minuto que se cruzó en mi camino y créeme que me moría de ganas
por desenmascararlo ante ti, pero me advirtieron que la única perjudicada
sería yo y no se equivocaron —zanjé.

—Y por lo mismo ha pagado caro —soltó.

Traté de controlarme al recordar aquel cuerpo colgado de la cadena, con el


miembro metido en la boca y bañándome con su sangre. Y tragué con
dificultad respirando profundo cuando las lágrimas picaron en mis ojos.

Lorenza sonrió con malicia, vestía de negro y tenía el cabello recogido en


una coleta alta. Iba maquillada, pero se le notaba que había pasado llorando y
eso me asustó más de lo que ya me sentía.

—Te duele —aseguró.

—No, como te duele a ti. Lo mío es empatía, lo tuyo es amor —señalé.

Su rostro cambió en ese instante, mostrándose como la chica que conocí,


aunque dolida en ese momento.

—Yo no dije nada —susurró y permitió que sus lágrimas cayeran—. De


hecho, decidí darle una oportunidad porque fue claro conmigo esa vez. Aleph
pudo acostarse contigo, pero ante la ley era mío y lo seguiría siendo hasta la
muerte incluso así estuviera enamorado de ti y antes de que digas algo, no me
considero poca cosa, Essie. Pero en la mafia hay ciertas cuestiones que no
entenderías y una de ellas es el poder que deseamos manejar y, así él se
enamorara de otra, nos condenamos el día que nos casamos, aunque todo
sería más fácil si ambos nos apoyábamos —Fruncí el ceño.

Como mujer me indignaba que pensara de esa manera, pero cada quien se
mataba como quería y ese ya no era mi problema.

—Los traicionó Rinaldo —dije recordando las palabras de Izan.

—Sí y con eso me vi obligada a cooperar porque si se enteraban de que los


iba a cubrir, entonces yo también pagaría, así que Aleph me obligó a
entregarlo —lloró.

Me mordí el labio al ser capaz de sentir su dolor.

—Y con él tuve que entregarte a ti y a Izan. Y créeme que, aunque quiera


odiarte porque me ganaste el amor del único hombre que yo he amado, soy
capaz de entender que también fuiste una víctima —soltó y la miré con
sorpresa—. Y no, Essie, las cosas no habrían cambiado si me decías la verdad,
hubieran sido peores —aseguró.
—Entonces no pienses que te vi de idiota, Lorenza, simplemente traté de
sobrevivir —aseguré.

La miré con sorpresa cuando sacó una llave de sus tetas y comenzó a
caminar hacia la puerta de la celda. No supe qué pensar y me preparé por si su
intención era entrar para terminar con mi vida.

—Le prometí a Izan que no permitiría que te siguieran dañando —


aseguró y tragué con dificultad—, él es como mi hermano, lo amo como tal y
voy a cumplirle.

—¿Está bien? —pregunté.

—Dentro de lo que cabe, sí —aseguró y sentí una tranquilidad


tremenda—. Solo hay una persona en la que confío en esta vida, Essie y es
quien me ha ayudado a entrar aquí. He logrado dormir a todos los hombres que
te custodiaban, pero no voy a salir de este lugar contigo —explicó y mis ojos se
desorbitaron.

Sobre todo cuando abrió la puerta de la celda. Mis ojos nublaron por las
lágrimas al saborear la libertad y me contuve solo porque ella podía estar
jugando conmigo y torturándome de esa manera, así que di dos pasos hacia
atrás en cuanto entró.

—Corre todo este pasillo, llegarás a un tope, abre la puerta negra de la


izquierda y sigue corriendo recto, luego cruza a la derecha y pon este anillo en
la pantalla que encontrarás en la puerta de metal —dijo y me tendió un aro con
piedra negra.

Mi mano tembló cuando la alcé y lo tomé.

—¿Qué pasará contigo? —pregunté sabiendo que estaba cometiendo una


traición.

—Tendrás que dejarme fuera de juego.

—¡Mierda! Me lo hubieras pedido cuando me cogiste del cuello —le dije y


medio sonrió.

—Hazlo ahora, es de la única manera en que creerán que todo fue parte de
tu hazaña, ayudada por Izan, quien te espera a unas cuadras de este almacén.

Mi corazón se aceleró cuando lo mencionó y comencé a creer que me


estaba hablando en serio.

—Apresúrate —pidió.

—Voy a estrangularte —advertí.


—¿Puedes ser la segunda persona en la pueda confiar? —inquirió y mi
corazón acelerado me impidió responder, así que solo asentí.

Asintió alentándome a hacerlo y tras colocarme el anillo alcé ambas


manos a su cuello y tragué con dificultad al ver que dejó que la tomara. Apreté
con todas mis fuerzas recordando la táctica que papá me enseñó y la hice
recostarse en la cama, me tomó de las muñecas cuando el aire comenzó a
faltarle y apreté los ojos para que las lágrimas salieran y me dejaran verla.

—Gracias —le dije y pataleó debajo de mi cuerpo cuando me subí en ella.

Comencé a contar el tiempo calculando cuando quedara inconsciente y


antes de que se perdiera hice una pregunta que no me atreví a hacer antes
porque me daba miedo la respuesta, pero no quería irme sin saberlo.

—¿Era Aleph el tipo con el que me torturaron? —quise saber y ella solo
sonrió en respuesta.

Pero se desmayó y dejé de apretar justo en ese momento.

—¡Dios mío! —exclamé apartándome de ella.

Me llevé las manos a la cabeza y luego hacia la boca al verla inerte y no


haber entendido su sonrisa.

Pero corrí fuera de la celda al saber que el tiempo se podía terminar y no


miré atrás.

Seguí las indicaciones que me dio y con cada paso apresurado recordé todo
lo que viví en ese lugar, volví a sentir el terror y el dolor, así como el asco, pero
no me detuve y no me importó ir semidesnuda. Quería mi libertad y la estaba
consiguiendo, así que no paré hasta que llegué a la puerta de metal y en cuanto
se abrió la luz del sol me cegó.

Segundos después entendí que nada podía ser tan fácil y menos con la mafia,
lo hice justo cuando varios coches se estacionaron afuera del lugar y varios
hombres salieron al verme a punto de escapar. Corrí sin pensar en las
secuencias y alcancé a esconderme detrás de un basurero en cuanto más
coches llegaron e iniciaron una balacera.

Alcancé a ver a Izan y a Aleph saliendo de uno de ellos y nunca en mi vida


creí que alguna vez llegaría a sentir amor, odio y alivio al mismo tiempo, pero
justo en ese momento no le di importancia a mis sentimientos y solo rogué
porque esa vez las cosas se alinearan a nuestro favor.
CAPÍTULO 39 (PENÚLTIMO)
Me hice un ovillo y me cubrí los oídos cuando las detonaciones de las armas
retumbaron como si estuviéramos en medio de una celebración del día de la
independencia. Y sabía que la gente de los Costello vieron hacia dónde corrí,
pero no lograban llegar para cogerme de nuevo gracias a las personas que
llegaron con los hermanos Gambino.

La adrenalina se había apoderado de mi cuerpo y mente desde que tuve


que dejar inconsciente a Lorenza, y por momentos deseaba seguir corriendo
hasta poner suficiente distancia con esos mafiosos, pero iba semidesnuda y
descalza, y no es que la ropa o zapatos me protegieran de las balas, mas no me
sentía segura, así que estar detrás del basurero era mi mejor opción.

—¡Llega a Essie, joder! —Escuché gritar a Izan con desesperación, pero


no supe a quién le pidió tal cosa.

Y no me atrevía ni a gritar para no llamar la atención de los enemigos y


por un instante llegué a pensar que antes de volver al encierro y a la tortura a
la que me estaban sometiendo, prefería ponerme en medio de la balacera
porque me resultaba una mejor opción la idea de morir a causa de los disparos,
que volver a estar en manos de la mafia.

—¡Carajo! —grité cuando un tipo cayó frente a mí.

Tenía un disparo en la cabeza y en cuanto busqué al causante encontré a


Izan detrás de un contenedor grande de metal.

«Toma su arma», leí en sus labios.

Él también evitaba gritar para no descubrir su posición, ya que le estaba


resultando muy buena y le daba la facilidad para deshacerse de los enemigos.

Con cuidado evalué el cuerpo del tipo y maldije al ver que tenía que
exponerme mucho para alcanzar su arma. Pero respiré hondo tratando de
obtener el valor suficiente con el aire, ya que así tuviera que arriesgarme, era
mejor tener algo con que defenderme a estar solo escondida y esperando
porque llegaran a protegerme.

—¡Puta madre! —chillé y retrocedí cuando un proyectil impactó cerca de


mi mano.

Me escondí detrás del basurero de inmediato entendiendo que era mi zona


segura y negué porque la impotencia comenzó a hacerse presente.

—¡Essie! —Giré el rostro al escuchar a Aleph gritando mi nombre.


Había logrado llegar cerca de mí y se cubría detrás de un coche
destartalado, tenía puesto un chaleco antibalas y vi que comenzó a quitárselo
de inmediato.

—Necesito que te pongas esto y corras hacia mí en el momento que te


diga —pidió.

Me asusté porque tenía que correr al menos unos diez pasos y él debía
tener una excelente puntería para hacerme llegar el chaleco sin que tuviera
que exponerme de nuevo.

—¡Van a matarme, Aleph! ¡Y créeme que no soporté tanto para perecer a


punto de llegar a mi meta! —dije y negó.

No se lo dije, pero él sabía que era el único culpable de que estuviera


pasando por eso y así haya sufrido creyendo que era el tipo con el que me
torturaron, todavía quería hacerlo pagar por haber sido tan cobarde.

—¡Voy a cubrirte, Essie! —aseguró y negué— ¡Confí…!

—¡Ni te atrevas a terminar eso, maldito cabrón! —lo corté, sacando con él
el miedo y la frustración que sentía en ese instante.

—¡Me cago en la puta, Essie! —espetó— ¡Luego te desquitas esa furia


conmigo si es lo que necesitas, pero ahora mismo quiero que me obedezcas,
joder! —zanjó.

No me dejó replicarle nada y solo lanzó el chaleco hacia mí con potencia,


haciéndolo llegar por la cabeza del tipo muerto y enseguida de eso comenzó a
disparar con un subfusil que me hubiera emocionado ver en otro momento.

—¡Cógelo ahora! —avisó y se expuso para que nuestros atacantes se


concentraran en él y no en mí.

Me dio el tiempo suficiente y aguanté la respiración como si fuera a


meterme debajo del agua y tras eso me lancé por ese chaleco. Izan notó lo que
estaba pasando, así que apoyó a su hermano, pero expuso su escondite y
maldije cuando vi que uno de los atacantes lo descubrió.

—¡Izan, arriba! —grité.

Pero sabía que no tendría el tiempo para protegerse a él mismo, así que
con el chaleco cogí también el arma del tipo y disparé.

—¡Puta madre! —repetí una y otra vez mientras me apoyé en una rodilla y
comencé a disparar a todo aquel imbécil que se atrevió a subirse al contenedor
para atacar a Izan desde arriba.
Era irónico que mientras él apoyaba a su hermano, yo cubría su punto
ciego y agradecí que cuando me terminé todas las balas del cargador, Izan ya
era consciente que lo habían descubierto y debía protegerse así mismo.

El pelinegro me miró orgulloso y yo solo tiré el arma y cogí el chaleco que


pesaba más de lo que alguna vez cargué en mi vida, pero saqué fortaleza y me
lo puse de inmediato. Tras asegurarlo bien miré hacia Aleph y negué. Eran diez
pasos que no creí que lograría dar entre la lluvia de balas.

Aleph se cubrió al notar que comenzaron a dispararle de otro lado y me


miró. Estaba en un lugar donde podríamos protegernos y avanzar a la vez,
pero dejar mi zona de confort nunca me resultó tan difícil como cuando mi
vida estaba en juego.

—¡A la cuenta de tres, Essie! —advirtió y negué— ¡Uno! —comenzó y me miró


mostrándome seguridad— ¡Dos! Vamos, tú puedes.

—¡Mierda! —bufé y me puse en cuclillas.

—¡Tres! —finalizó y salió de nuevo comenzando a disparar.

Grité tratando de liberar la tensión y corrí dispuesta a morir en el intento.

Decían que en el momento en que dejas de pensar en lo que puede pasar,


comenzabas a disfrutar de lo que estaba pasando y por fin entendí cuándo
aplicar ese pensamiento. Jamás debía hacerlo si mi vida corría riesgo.

Esos diez pasos eran los más difíciles que di en mi vida, incluso peores que
cuando aprendí a caminar de nuevo o decidí vivir sola, pero en cuanto
arranqué supe que ya no había vuelta atrás y solo seguí hasta que alcancé a
Aleph y me tiré sobre él para meterlo detrás del coche.

—¡Joder, joder, joder! —grité y cuando me sintió sobre él me abrazó con


fuerzas.

—¡Lo hiciste, pequeña! —alabó y me cogió del rostro para que lo viera—
¡Vamos a salir de aquí, Essie! ¡Te vamos a sacar de aquí! —aseguró.

—Lorenza está adentro, tenemos que ayudarla —recordé y negó.

Lo miré incrédula.

—Vine aquí por ti, Essie. Lorenza estará bien si hiciste tu trabajo con ella.
—aseguró y quise replicar— ¡Estará bien, Essie, te lo prometo! ¡Lorenza está
con su gente, nosotros no, debemos salir de aquí y ponerte a salvo, entiéndelo!

—¡Es tu mujer, tu esposa, Aleph! ¡No puedes irte y dejarla aquí! —me
indigné.
—¿¡Quieres odiarme más de lo que ya lo haces!? Te daré otro motivo: vine
aquí por ti no por Lorenza y me iré contigo, Essie. Así que más vale que lo
tengas claro porque solo me expuse a que me corten la polla y me la metan en
la boca por ti, pequeña —zanjó desesperado y me solté de su agarre con
molestia.

Recordar el cadáver de aquel hombre hizo que mi piel se erizara y un


escalofrío me recorriera.

—Te odio —le dije entre dientes.

—Lo sé y pretendo que sigas viviendo sin importarme que sea solo para
odiarme, así que piensa en eso, en vivir para maldecirme por el resto de
nuestras vidas y salgamos de aquí —ordenó.

Me quité de su cuerpo y me preparé para lo que seguía, ya que teníamos


que continuar hasta lograr llegar al coche que nos sacaría de ese lugar; Aleph
tomó el subfusil de nuevo y comenzó a hablar por un pinganillo que llevaba en
la oreja izquierda, avisando que comenzaría con la extracción y necesitaba que
lo cubrieran.

—El contenedor donde está Izan es nuestra meta, Essie. Tenemos que
alcanzar a llegar hasta allí —dijo y miré con horror hacia donde el pelinegro
estaba.

Era mucho por recorrer, nos expondríamos demasiado y no creí que lo


lograríamos.

—Nos van a matar, Aleph —le dije y negó.

—No, nena, te juro que vas a vivir —Negué frenética y comencé a llorar.

¡Mierda! El terror me estaba ganando en ese instante.

Diez pasos fueron arriesgados, veinte metros eran suicidio y no estaba


para creer en las promesas de nadie en ese momento. Me remitía a la realidad,
nos encontrábamos en medio de una lluvia de disparos y poco a poco los
hombres de ambos bandos iban cayendo, así que pronto necesitaríamos de un
milagro para poder sobrevivir.

—Mírame, Essie. —pidió de pronto y solo negué— ¡Mírame, mírame! —


repitió y me cogió de la barbilla con fuerza— Sé que te fallé y no merezco tu
perdón por lo que te he hecho vivir, pero no volví para hacer que te maten
cuando estamos a punto de salir de aquí, Essie Black Stone. En este momento
yo debería estar volando hacia donde nadie jamás me encontraría, mas no
puedo ser egoísta contigo. Soy un hijo de puta para el mundo, una mierda
nacida de una mierda y no me importa nadie más que tú, así que te juro que,
aunque muera en el intento, voy a sacarte de aquí —dijo con tanta convicción
que me abrumó.
«Una mierda nacida de una mierda».

Eso se repitió en mi cabeza sin que lo pudiera evitar.

—Van a matarnos —repetí.

—Cúbrannos ahora —dijo Aleph.

Ni siquiera me dejó analizar sus palabras, solo me tomó de la mano y tiró


de mí para que comenzáramos a correr.

Corrí con la cabeza agachada, tratando de encogerme y sin mirar hacia


otro lado. Fui capaz de sentir el aire de las balas cuando pasaron por nuestro
lado y escuché a Aleph gruñir y gritar mientras disparaba su subfusil. Y solo
me soltó en el instante que tuvo que cambiar el cargador y me adelanté
cubriéndome la cabeza con las manos.

Aun así fui capaz de ver cuando una bala impactó en la pierna de Aleph y
luego otra en el brazo donde sostenía el subfusil y cayó al suelo. Intenté
detenerme y vi hacia atrás con horror porque no podía levantarse y la tortura
que recibí por su culpa llegó a mi cabeza de inmediato.

—¡Corre, Essie! —me alentó él— ¡Sálvate, pequeña! —pidió.

Decidí hacerlo, corrí con los ojos llenos de lágrimas, pero luego sentí que el
tiempo se detuvo y cometí el error de ver hacia atrás. Aleph estaba tratando de
coger el subfusil para defenderse, pero no podía y rio irónico sabiendo que
había llegado su final.

—¡Essie, no! —rogó Izan al verme y lloré incluso más de lo que ya lo


hacía.

—¡No me dejes morir! —le supliqué y me di la vuelta.

Y no lo escuché más, solo hice lo que jamás se debía hacer en la vida que
era retroceder.

Aleph negó y miró incrédulo lo que estaba haciendo, pero no tuvo tiempo
de decirme nada, ya que solo llegué a él, me tiré a horcajadas sobre su cuerpo y
tomé el subfusil presionando el cargador que no pudo terminar de poner.

—Recuérdame que voy a arrepentirme el resto de mi vida por volver por ti


—le dije.

—Apostaste por mí —susurró incrédulo.

—Y estoy a punto también de matar por ti, maldito imbécil. —fue todo lo
que dije en el momento que coloqué el soporte del subfusil en mi hombro y
apunté a mi primera víctima— Fuego —susurré y sentí a Aleph tomarme de la
cintura para estabilizarme.
La adrenalina hizo su último efecto en mi cuerpo y me llenó tanto, que
tras el primer disparo siguieron otros. Me metí de lleno en mi papel, dejando
que el instinto me guiara y solo busqué uno a uno a mis objetivos.

Yo no disparaba al azar, lo hacía teniendo claro mis objetivos y me deshice


de cada uno de ellos sin sentir lástima alguna. Sobre todo al ver que más y más
llegaban. Izan lo notó, pero incluso así siguió cuidándome, ya que de reojo vi
cuando se acercó ganando terreno hasta que se posicionó a mi lado.

—¡Jodida mierda! —gritó Aleph de pronto.

—Te dije que no vinieras, hijo de puta —bramó Izan.

No entendí de lo que hablaban hasta que más disparos comenzaron a


sonar, esa vez no eran contra nosotros si no en apoyo y al girarme para ver a
mis espaldas me quedé anonadada al reconocer a mi padre matando a diestra y
siniestra. A su lado se encontraban su hermana Isabella junto al esposo de ella,
Elijah Pride, pero no fue hasta que vi a Aiden, mi primo, y Sadashi —su
esposa— que me quedé petrificada.

—¿¡Qué demonios!? —dije.

—¿Recuerdas a mi vieja amiga? —dijo Izan y lo miré estupefacta— Es la


asiática demente y esposa de tu primo —confesó.

—¡Mierda! —dije y alcé el subfusil cuando un imbécil intentó


aprovecharse de nuestro descuido.

Lo hice caer antes de que lograra dispararle a Izan.

Más personas llegaron y vi de un lado a otro, quitándome del cuerpo de


Aleph. Mi primo y su esposa peleaban como si uno era la extensión del otro, tía
Isabella y tío Elijah lo hacían como si fueran uno solo y al lado de papá
encontré a Dasher, ambos protegiéndose y no supe si reír o llorar porque me
sentí a salvo.

Justo en ese momento me sentí protegida solo con verlos y deseé correr
para abrazar a papá.

—¡Essie! —Me giré como loca en busca de esa voz.

—¡Mamá! —la llamé y la vi corriendo hacia mí.

Iba con los zapatos en la mano y no podía creer que estuviera en medio de
esa locura, Filippo iba detrás de ella, con su arma en mano cuidando de su
espalda.

—¡Mamá! —repetí al ver que no estaba en una alucinación y me puse de


pie para encontrarla.
Todo a nuestro alrededor era un caos, los disparos aún no cesaban,
aunque eran pocos y justo cuando abracé a mi madre, gemí de dolor y caí al
suelo junto con ella.

—¡Essie! ¡No, no, no! —gritó mamá y negué.

—¡Cálmate! —pedí.

Logré sentir a Izan y Filippo detrás de mí y nos escudaron.

Nos habían disparado, me dieron en la espalda, pero el chaleco me


protegió y con ello protegí a mamá.

Papá nos llamó desesperado y se volvió loco junto a Dasher, mi hermano


corrió para apoyar a Izan y Filippo y durante unos minutos que me parecieron
eternos, solo abracé a mamá mientras ambas llorábamos de felicidad por
poder reencontrarnos hasta que todo cesó.

—¡Mi amor, mi chiquita! —dijo mamá.

—Mamita, perdóname —le supliqué y negó.

Me puse de rodillas y gruñí de dolor, pero lo dejé de lado y la ayudé a que


se sentara.

—Temí perderte de nuevo, Estrellita —dijo y negué.

—¿Cómo supieron que estaba aquí? —quise saber.

—Tu padre y su hermana vienen de una familia con poder, tanto bueno
como malo, amor, pero esta vez tuvimos que recurrir a otros recursos —soltó
y la miré sin entender.

—¿Mamá, Essie? ¿Están bien? —preguntó Dasher.

—Ahora sí, Dash —le dije y me tiré sobre él para abrazarlo.

—¡Joder, Essie! —dijo con voz lastimera y entendí la razón.

De inmediato se quitó la chaqueta que usaba y me la puso en los brazos.

—¡Essie! —Papá se abrió camino entre todos y lo abracé en cuanto estuvo


cerca de mí.

—¡Dios mío! ¡Papá! —dije en su cuello.

«Hogar», eso fue todo lo que imaginé al estar entre sus brazos.

Comencé a temblar e hipar porque el llanto se apoderó de mí y sabía que él


también lloraba, lo hacía con terror y agradecimiento porque estuvimos a
punto de perdernos. Casi morí en manos de la mafia, juré que no iba a volver a
verlos y estaban ahí. Mis padres y mi hermano habían llegado por mí.

—¿Estás bien? —preguntó y asentí.

No lo estaba, pasé por mucho, pero ya me encontraba a salvo, así que con
eso tenía suficiente.

—Perdóname, papá —le dije.

—No tengo nada que perdonarte, amor —aseguró y me metió entre sus
brazos de nuevo.

Y solo al escuchar unos gruñidos nos separamos.

Papá me dejó al ver que Dasher se había ido hacia Aleph y alcancé a ver
cuándo mi hermano lo levantó de la camisa dispuesto a golpearlo. Izan llegó a
defenderlo y mi padre lo cogió y comenzó a golpearlo.

—¿¡Qué está pasando!? —dije e intenté correr hacia ellos, pero un hombre
me detuvo.

—¡Hijo de puta! ¡Malnacido! —gritó mamá hacia Aleph y lo golpeó


mientras Dasher lo sostenía— Te voy a matar con mis propias manos, te voy a
despedazar y te arrepentirás de haber vuelto, bastardo de mierda.

Donato llegó de pronto tratando de detener a mamá y Dasher se fue contra


él entonces.

Miré cómo loca de un lado a otro. Papá golpeando a Izan y mamá a Aleph.

Mis tíos llegaron cuando se aseguraron que ya no había gente de los


Costello y solo observaron lo que sucedía, tía Isabella miraba incrédula a Aleph
y tío Elijah junto a Aiden la escudaba a ella y a Sadashi en cuanto los bandos se
dividieron de nuevo.

La gente que estaba con mi familia era menos en comparación a los que
estaban con los Gambino y temí que otra masacre se desatara. Sobre todo
cuando papá dejó de golpear a Izan y otro tipo retuvo a Aleph.

—¿Qué está pasando? —repetí sin entender nada.

Vi en cámara lenta lo que se desarrollaba frente a mis ojos, jamás lo


imaginé y nunca esperé ser parte de una escena como esa. Papá estaba vuelto
loco y mamá ni se diga.

Todo lo que vi en ella siempre fueron risas y bromas, pero nunca esperé que de
su boca saliera una amenaza mortal, y no estaba jugando. Incluso amenazando
con un taco sabía que nada en ella era una broma.
¿Qué estaba pasando? ¿Cómo mi vida se fue por la borda en cuestión de
segundos? No lo sabía.

Mentira, sí lo sabía.

Mi mundo se cayó desde el día en que dejé entrar en mi vida a un Gambino, el


peligro lo llevaban grabado en la frente, pero me cegué, me negué a verlo.

—Papá ¿qué está sucediendo? —pregunté asustada y no respondió.

Él encañonaba a Izan y mamá le lanzó su zapato de taco alto a Aleph, este


último giró el rostro para que el objeto no lo dañara, pero no intentó zafarse
del tipo que lo retenía y menos el arremeter contra ella. Tuve la intención de
dar un paso, aunque no lo logré, ya que otro hombre de los que llegó con mi
padre me lo impidió.

—¡Maldito hijo de puta! No te alcanzará la vida para que pagues lo que has
hecho —gritó mamá.

Quise acercarme a ellos, pero el hombre de antes hizo más fuerte su agarre en
mí. Lo que mi madre acababa de decir me hizo pensar en que ya sabían todo, el
por qué dejé de hablarles o la razón por la que estuve desaparecida tanto
tiempo y me aterré. Era absurdo, ya que tomé la decisión de decírselos yo
misma para que lo entendieran y supieran de mi boca, mas debí imaginar que
siendo papá quien era y teniendo la familia que tenía, era cuestión de tiempo
para que descubrieran en todo lo que me vi envuelta.

—¿Izan, qué pasa? —volví a cuestionar asustada, con la esperanza de que él sí


me respondiera, pero solo me miró y negó con decepción, tristeza y aflicción.

—Pasa que estos dos se van a arrepentir de haberse acercado a ti —dijo papá al
fin y mi corazón se detuvo cuando le quitó el seguro a su arma.

—¡No! —grité.

Lo hice fuerte y desesperada al ver que papá no se tentó el corazón para


disparar.

Y no sé cómo carajos hizo Aleph para zafarse, pero logró desviar el disparo que
iba para su hermano.

—¡Tu problema es conmigo, Darius! —gritó Aleph.

¡Jodida mierda! Ese infierno no acabaría nunca y menos cuando papá apuntó a
Aleph y de pronto más gente llegó.

Corrí hacia mis padres, mis tíos, mi hermano, Aiden y Sadashi nos rodearon,
pero Donato y Filippo estaban cerca y ellos apuntaron a papá.

—¡Puta madre! ¿¡Qué está pasando!? —grité.


Una mujer de cabello rubio platino se plantó frente a todos y alzó la mano en
una señal de espera.

—¡Díselo, hijo de la gran puta! —exigió papá a Aleph y este lo miró negando—
¡Díselo! —repitió y lo vi llorar.

Papá lloraba con impotencia y mamá me tomó de la mano.

—Aleph ¿qué pasa?

—¿Aleph? —dijo mamá viéndome indignada— Este bastardo no nació con ese
nombre —soltó con asco.

«Helena no murió».

«Tú eres mi Helena».

Jadeé cuando aquello volvió a mi cabeza y negué al conectarlo. Antes no pensé


más en ello por la tortura a la que fui sometida, pero justo en ese momento
todo se aclaró como si hubiera recuperado la memoria.

—No, no, no, no, de ninguna manera —dije y miré a Izan—. Dime que no es
cierto —supliqué y solo lo vi apretar la mandíbula.

—¿Essie? —dijo Aleph y negué.

Mi primer pensamiento fue huir y el segundo, irme contra él.

Opté por el segundo.

Le arrebaté el arma a mi padre y con toda la fuerza del mundo me fui sobre
Aleph hasta hacerlo caer al suelo y cuando estuve sobre él puse la pistola en su
cabeza, justo en el mismo lugar donde yo tenía la cicatriz.

—Dime que no es cierto —le exigí entre lágrimas y sus ojos se inundaron con
las suyas— ¡Dime que eres Aleph Gambino! —rogué.

—Lo siento, pequeña —lloró y negué.

—Aleph —rogué.

—No soy Aleph —confirmó y jadeé—, soy el ladrón de tus recuerdos —


aseguró llorando.

—¡No! ¡No, no, no! —lloré y presioné con fuerza el arma en su frente.

—Soy Demian Sellers —soltó.

Justo en ese instante grité y comencé a temblar con pavor.


CAPÍTULO 40 (FINAL)
El cuerpo completo me comenzó a temblar al punto que me dolieron los
huesos, y el pecho por los sollozos contenidos. La garganta me ardía como si
me estuvieran obligando a respirar fuego y me estremecí hasta el punto de
colapsar. Incluso me ensordecí y ni siquiera me inmuté cuando me apartaron
del cuerpo de ese hombre.

Las sienes me punzaron y un dolor se cruzó por mi frente como si fuera


electricidad hasta terminar en la parte de atrás de mi cabeza, volviéndose una
molestia pesada que me hizo gemir sin querer.

Y solo supe que fue papá quien me arrancó de ese tipo hasta que me metió
entre sus brazos y me abrazó fuerte con la intención de borrar mi dolor. Deseé
con todo mi corazón que fuera así de fácil, que mi pesadilla terminara con el
gesto protector de mi padre, pero era imposible.

Sentirlo solo me hizo comenzar a llorar por la impotencia más cruel que
alguna vez experimenté y ni la tortura logró quebrarme con tanta magnitud
como me quebré en ese momento.

«Soy el ladrón de tus recuerdos».

«Soy Demian Sellers».

Toda mi vida, desde que volví a tener uso de razón, se reprodujo en mi


mente. Reviví el dolor de mis padres cuando se dieron cuenta de que su Essie
de antes había muerto, recordé la lucha de Dasher para recuperar a su
hermana y los intentos de mis primos y tíos para integrarme sin hacerme
sentir mal o fuera de lugar. Pensé en lo duro que fue mi renacimiento, en la
depresión y ansiedad en la que me sumí, en mis noches oscuras y mis días
nublados.

Grité en el pecho de papá al verme de nuevo tirada en aquella camilla,


llorando aterrada porque no reconocía a nadie, porque no podía hablar ni
defenderme, porque no soportaba ni tener a mamá conmigo. Fui capaz de
transportarme a los días en los que me veía en un espejo y no conocía ni mi
propio reflejo. No sabía quién era, perdí mi identidad, dejé de sentirme una
Black Stone y tuve que huir para reencontrarme.

Y todo eso gracias al tipo que no le bastó con joderme la vida y


arrebatarme mis recuerdos sino que también tuvo que volver como Aleph
Gambino, el Don de su familia, para darme el golpe de gracia y en esta ocasión
por poco y me mata.

—Essie —Lo escuché llamarme y negué.

—¡No te atrevas! —advirtió papá.


Salí de sus brazos y me limpié las lágrimas con brusquedad, viéndolo con
el odio más puro que precisamente él me hizo conocer.

—Maldito seas, Demian —escupí sintiendo que su nombre ardió en mi


lengua como si me hubiesen puesto un carbón encendido—. Maldito y mil
veces maldito —rugí desde el fondo de mi corazón y alcancé a empujarlo hasta
hacerlo que se apoyara en las manos para no caer.

Seguíamos en el suelo, yo de rodillas y él sentado, con la ropa manchada


de sangre por los disparos que recibió y solo conteniendo la hemorragia con
unos torniquetes que alguien le hizo. Negó al ser capaz de sentir el asco en mis
palabras y no le importó que lo vieran llorar.

—¡Te odio! —le grité y cogí polvo y piedras pequeñas del suelo para
lanzárselas al pecho y el rostro— ¡Te odio, te odio por haberme matado aquel
día! ¡Por haberme arrebatado todo lo que fui! ¡Te odio por arrancarme la vida!
¡Los sueños! ¡Mis metas! ¡Todo! ¡Te odio, maldita mierda nacida de la mierda!
—grité con tanta furia que supe en ese momento que nunca fue necesario
apuntarlo con un arma.

En ese instante me miró incrédulo y se mordió el labio para contener el


sollozo que le provocaron mis palabras y me reí en su cara, lo hice soltando
también mis lágrimas.

—Que bien finges, bastardo —ironicé, usando el insulto que mis padres
utilizaron contra él y negó.

—Estrellita —me llamó papá y me hizo verlo, negó y no entendí por qué.

—Pequeña, yo no…

—¡Pequeña y una mierda! ¡No le hables a mi hija! —exigió mamá y Dasher


la contuvo para que no se fuera sobre Demian después de interrumpirlo— ¡No
te bastó con arrebatármela una vez, malnacido! ¡Tenías que volver y hacerla
pasar por un infierno distinto! ¿¡Cierto!? —zanjó— ¿¡Y tú cómo pudiste
ayudarle, Ethan!? —soltó hacia Izan y lo miré con burla.

Ya no me sorprendía descubrir más mentiras.

—Nunca le ayudé, Laurel —aseguró él y me miró negando—. Lo quise


alejar de ti, Essie y lo sabes. Y antes de que pienses otra cosa, soy Izan
Gambino, nací con otro nombre, sí, pero no soy más ese chico, él también
murió el día que…

—El día que esta mierda mató a tu novia —terminé por él cuando se
quedó en silencio.

—Nunca quise esto —Nos interrumpió Demian y me reí por lo patético


que era—. Jamás pretendí volver a dañarla y ustedes lo saben —aseguró para
todos—. Me conformé con saber que había reaccionado.
—Entonces por qué la buscaste, hijo de puta —inquirió Aiden metiéndose
por primera vez y lo miré anonadada.

—¿Por qué hablan como si para ustedes no es sorpresa ver a este imbécil?
—preguntó Dasher y todos lo observaron.

Vi a Sadashi maldecir y Aiden solo miró a mi hermano con una clara


disculpa. Tío Elijah y tía Isabella negaron. Aleph, o Demian como en realidad
se llamaba, trató de ponerse de pie y Donato se acercó para ayudarlo. Papá se
puso de pie conmigo y lo miré con súplica.

Él negó y cerró los ojos para que sus lágrimas cayeran y no le estorbaran para
mirarme.

—No es solo culpa de este cabrón el que hayas pasado por todo esto —dijo
y lo miré sin entender.

—¿Darius? ¿De qué hablas? —cuestionó mamá con advertencia y él negó.

Me miró de nuevo y su ceño se frunció, mordió su labio y no pudo contener


más las lágrimas.

—¿De qué estás hablando, padre? —dijo Dasher.

Papá tragó con dificultad y me acarició una mejilla limpiándome de paso


las lágrimas, tras eso abrió la boca y exhaló, negando y llorando con culpa y
frustración.

—Hace cuatro años nos vimos envueltos en una situación que puso en
peligro a Daemon y Rahsia —comenzó a decir papá, mencionando al hermano
gemelo de Aiden y a su novia—. Y para protegerlos y deshacernos de los
enemigos que tanto nos habían jodido la vida, tuvimos que aliarnos con
nuestra peor pesadilla —confesó y con la barbilla señaló hacia donde estaba
Demian.

—Sí y todos dijeron que en ese enfrentamiento tú habías matado a este


cabrón —largó Dasher y logré sentir la decepción en sus palabras.

Su impotencia sobre todo.

—Solo Sadashi y yo teníamos la duda de que logró sobrevivir a los


disparos de tu padre —confesó Aiden y escuché a mamá maldecir.

—No quisimos decirle nada a nadie hasta asegurarnos de si estaba vivo o


no —añadió Sadashi y mis tíos la vieron con enojo—. Lo monitoreamos por
años, pero el cabrón siempre tuvo con él a un escudo impenetrable que lo
escondió de forma magistral —dijo lacónica y miró a Izan ante lo último—.
Así que imaginamos que sí estaba muerto y que alguien de su gente sacó su
cuerpo aquel día solo para que no lo quemáramos con la demás basura.
Entonces decidimos dejarlo de lado —finalizó.
—Un error que estamos pagando caro —admitió Aiden y me miró con
vergüenza.

—Tu padre se divirtió conmigo aquel día, créeme que sí —aseguró


Demian.

—Debí matarte, bastardo —escupió papá con un claro arrepentimiento—


y rogué para que murieras, supliqué por haber fallado con mis tiros esa vez —
zanjó.

Papá era excelente en su puntería, así que entendí que a lo que se refirió en
realidad fue a que deseó haber fallado por primera vez hacia donde dio y no a
donde apuntó.

—Y casi lo logras, pero debiste rogar más —ironizó Demian—. Debiste


disparar directo a mi puto corazón, Darius y te di la oportunidad para que lo
hicieras. Te dije que te vengaras y me entregué a la muerte de buena fe para
que ustedes al fin se libraran de mí y la mierda de mi familia, sin embargo,
optaste por dispararme donde sabías que no había puntos vitales —confesó y
mamá jadeó incrédula.

Dasher estaba sin poder creerlo también.

—¡Sí, debí! ¡Pero no soy tan mierda como tú, hijo de puta! —se defendió
papá—. Lo hice así porque le dejé la opción a la vida de llevarte al fin al
infierno o darte una segunda oportunidad y qué imbécil fui.

—El peor de todos —le reprochó tío Elijah, demostrando que era la
primera vez que escuchaba tal cosa.

Tía Isabella en cambio, miraba a su hermano entendiéndolo. Era como si


de esa manera le estuviera diciendo que a pesar de su error, ella también
hubiera hecho lo mismo.

—Claro que opinas así. Lo haces porque siempre has sido un hijo de puta
amado por sus papis —se burló Demian de él.

Tío Elijah llegó de inmediato a Demian y lo cogió de la camisa sin


importarle que Donato lo encañonó con su arma. Vi que la mujer rubia detuvo
a la gente que llegó con ella cuando intentaron apoyar a Donato mientras
Aiden, Sadashi y tía Isabella apuntaron al consigliere de Demian.

—Debí sacarte yo mismo del vientre de la perra de tu madre y deshacerme


de ti desde que te concibió como estorbo —rugió tío y lo miré con sorpresa.

En otro momento me hubiera dolido lo que dijo, pero no en ese.

—Lo hubieras hecho, LuzBel y te aseguro que me habrías ahorrado


muchas cosas y te hubieras salvado de otras —dijo Demian entre dientes.
—Todavía puedo corregir ese error —aseguró tío.

—¿De qué carajos están hablando? —pregunté mirando a mis padres.

—Te prometo que hablaremos largo y tendido después, amor. Ahora


mismo solo deseo que tu tío corrija su error —largó mamá y miró a papá con
decepción.

—Laurel…

—Ahora no, Darius —zanjó ella y me asusté.

Nunca los vi así y no se hablaron mal, fue la mirada de decepción de mamá


y la tristeza de papá lo que me aterró.

—Para ti es muy fácil criticar, LuzBel, ya que naciste en una cuna de oro y
desconoces el infierno en el que tus cuñados nacimos —siguió hablando
Demian con burla y negué.

—¡Bien! Aunque el espectáculo que están montando es muy entretenido,


les recuerdo que seguimos en territorio de los Costello —dijo la chica rubia,
dejando entrever su acento marcado.

—Tienes toda la razón, llegó la hora de acabar con toda la mierda —dijo tío
Elijah y con agilidad sacó un arma.

Pero para ese instante Demian también tenía una y ambos se


encañonaron.

—¿Qué parte de que estás frente a un Don no has entendido, cuñadito? —


soltó Demian y mis ojos se desorbitaron.

Sobre todo porque cualquier indicio de tristeza se había esfumado de su


rostro.

Miré a mi alrededor totalmente anonadada. Las personas que llegaron con


la rubia también habían desenfundado sus armas y en ese momento nos
rodearon dispuestos a acabar con nosotros.

—Está vez te encuentras en mi terreno de juego y lastimosamente dejaste


escapar tu oportunidad cuando pudiste deshacerte de mí sin que metiera un
solo dedo para defenderme.

—Aleph —dijo Izan con advertencia.

—Su nombre es Demian Bastardo Sellers —zanjó Dasher hacia el


pelinegro y este último lo miró con burla.

—No, mi nombre es Aleph Gambino —aclaró él con seguridad—. Añádele


bastardo si quieres o hijo de puta, a ambos insultos les he cogido cariño —se
burló y vi a Aiden medio sonreír con ironía—. Eso sí, que te quede claro que a
Demian Sellers lo asesinaron ustedes junto a David Black el día que te ayudé a
ganar tu partida de ajedrez —soltó hacía Aiden—. Una partida que también
logré jugar a mi manera para darles un jaque mate, ¿cierto, Sadashi?

—Tienes suerte de que sea una mujer de palabra, maldito cabrón —gruñó
ella.

Aleph sonrió de lado con altanería y bajó el arma, demostrándole a mi tío


lo seguro que se sentía de que él no se atrevería a disparar con todas las
personas que nos rodeaban.

—Les aconsejo que comiencen a hacerse la idea de que aquí solo se han
encontrado con un Don de la mafia, ¿capisci? —siguió Aleph hablando con
burla y miró a tía Isabella con diversión— ¿Qué crees que diría Enoc? Su
consentida liderando el lado bueno y su bastardo conquistando el mundo
oscuro —Jadeé al escuchar eso y busqué a Dasher con la mirada.

—Adoro quando entra in modalità figlio di puttana —dijo la rubia.

—Graziana —advirtió Izan y ella se encogió de hombros y le guiñó un ojo.

Me concentré en Dasher quien lucía frustrado y apretaba los puños con


ganas de irse sobre Aleph y negué al darme cuenta de que la gente de mi
pasado me guardó más secretos de los que creí que me ocultaron los Gambino.
Pero no podía culparlos cuando fui yo la que se negó a que me mostraran lo
que fue el mundo de Essie antes de que le robaran los recuerdos.

—Sensei —murmuró Sadashi con cautela hacia tía Isabella en cuanto la


vio con intenciones de halar el gatillo de su arma.

Sadashi negó hacia ella y con una leve señal de barbilla le indicó que
mirara a nuestro alrededor. Estaban llegando más personas y al ver que
todavía no habían comenzado a disparar, intuí que eran parte de la mafia que
apoyaba a Aleph.

—Te sientes demasiado grande, hijo de puta —zanjó tío y me sorprendí


cuando decidió bajar su arma también.

Todos los demás lo hicieron y presioné los brazos a mi cuerpo para


contener el temblor que me recorría.

—No me siento, soy demasiado grande, LuzBel. Y solo porque has llegado
aquí para apoyar a tu familia te irás vivo —largó.

—No solo vine a apoyar a mi familia, imbécil. Tenía que venir a rescatar a
mi sobrina de la mierda en la que la metiste.
—Y te lo agradezco y en este momento no te lo digo con burla. Cometí un
error con ella y me arrepiento de muchas cosas, menos de volver a acercarme
y…

—¡Qué puto descaro tienes! —lo cortó mamá— Y agradece que estamos
aquí, porque si estuvieras fuera de tu campo de juegos, yo misma te haría pagar
por lo que le has hecho a mi hija.

—Ya pagué lo que tenía que pagar, Laurel —aseguró él y me reí de eso—.
Hicimos un trato con Aiden, tu marido tuvo la oportunidad de acabar con mi
vida y no lo hizo, así que tomé mi oportunidad y me alejé de todos porque así
como ustedes me aborrecen, yo no tenía la intención de seguirlos jodiendo con
mi existencia. Les hice una promesa y traté de cumplirla desde entonces y no
tienen ni una puta idea de cómo me torturé noche a noche pensando en que
solo debía conformarme con saber que reaccionó.

—No cumpliste con tu parte, Demian —soltó Sadashi y él apretó la


mandíbula—. Y eso significa que el día en que te cruces en nuestro territorio,
serás hombre muerto —aseguró.

—Cumplí, Sadashi y lo sabes. Nuestro trato fue que les ayudaría a


deshacerse de sus enemigos y solo pedí a cambio que me dijeran si Essie
reaccionaba a su última operación o no —confesó y miré a papá. Él no dejaba
de ver a Aleph—. Acepté traicionar a mi familia y tus malditas condiciones
incluso cuando dejaron claro que en el último ataque ustedes no me
defenderían y estaría por mi cuenta. Únicamente les pedí respetar a Izan y les
dejé hacer conmigo lo que se les diera la gana, así que no me vengas con
mierdas si bien sabes que respeté los términos.

—¿¡Entonces por qué demonios te acercaste a Essie de nuevo!? —exigió


papá.

—Porque me dejé seducir por el destino cuando me crucé con ella de nuevo
solo para torturarme un poco más y te has dado cuenta —le dijo—. Solo quise
verla una vez más de cerca, solo quería asegurarme que no me verías con odio
así fuera porque no me conocías —señaló hacia mí y negué—. Y el diablo sabe
cuanto me quise alejar luego de verte en la cafetería, pero el hijo de puta jugó
conmigo y me hizo volver a tenerte cerca en el restaurante de Llanerch.

—¡Aleph! Más gente de Costello está llegando, tenemos que salir de aquí
—dijo la rubia a la que Izan se refirió como Graziana y todos nos alertamos.

—Algún día espero poder contarte mi versión —me dijo entonces y negué.

—Le ruego a ese mismo destino que te cruzó conmigo, que te aleje para
siempre de mí, Demian. Porque así te haya conocido como Aleph, sigues
siendo el ladrón de mi recuerdos y por ti conocí el odio y solo tú te lo mereces.
Así que por mí, muérete imbécil —dije.

Y odié llorar mientras le soltaba cada palabra.


Después de mostrarse altanero, dejó que el dolor cambiara sus facciones y solo
negó.

—No debiste volver por mí, pequeña —me recordó con tristeza y lloré.

Mamá me tomó entre sus brazos y me apretó.

—Aleph —advirtió Graziana de nuevo.

—Bien, aunque ha sido un gusto volver a verlos, familia. Ha llegado el


momento de separarnos de nuevo —dijo él volviendo a su actitud cabrona y
toda la gente comenzó a dispersarse—. Gracias, Aiden por tu gran lección. —le
dijo a mi primo y este negó— «El arte del engaño y la brecha tan corta entre
engañar y ser engañado». Marcaste mi vida con eso y por lo mismo sobreviví
fuera de su radar.

—Pero has vuelto a ponerte en él de nuevo y esta vez no habrá tregua. Te


lo prometo —aseguró Aiden.

—¡Essie! —Escuché que me gritó Izan.

Papá y Dasher lo detuvieron cuando intentó acercarse a mí y tragué con


dificultad.

Izan me mintió y fue el primero en ponerme en peligro, pero había algo


con lo que siempre estuve segura de él y por lo que más me dolió ese
momento: él me amaba incluso más de lo que yo lo amé.

—Nube tuvo su compañero y no era Luna, se llamaba Noche —gritó al ver


que no lo dejarían llegar a mí.

Mamá me cogió del brazo y me hizo caminar con ella.

—Te lo regalé cuando cumpliste quince años —siguió y sentí una punzada
más fuerte en la cabeza que casi me envió al suelo.

—¡Essie! —dijo mamá.

Miré a Izan, no podía dejar de hacerlo.

—¡Eres mi Helena! —Alcancé a escucharlo.

—¡Odio que me llames así!

—Pero eres una Helena preciosa.


—¡Mamá! —grité y me cogí la cabeza.

—Mi chiquita, ¿qué te pasa? —dijo afligida.

—¡Mamá! ¡Ahhh! —grité al sentir que el dolor de cabeza se estaba


volviendo insoportable.

—¡Darius! —gritó mamá y caí al suelo.

Ella apenas contuvo mi golpe.

El aire me estaba faltando, el dolor en mi cabeza aumentaba cada vez más


y cuando miré a mi alrededor logré ver a Izan y a Aleph viéndome asustados,
pero ni Aiden, Dasher y tío Elijah los dejaban llegar a mí.

—Ella es Helena.

—¡Carajo! ¡No me llames así, Izan! Si no quieres que ahora mismo te dé tu


merecido.

—¿No es tu nombre?

—No, es solo un apodo que tu hermano me puso por lo mucho que me molesta
que me compare con la mujer que supuestamente hizo caer a Troya.

—¿Y no la hizo caer?

—¡No! No fue por ella y les aconsejo a ambos que lean bien antes de sacar esas
conclusiones.

—¡Bien! No te molestes, me voy a corregir. Hermano, te presento a Essie Black


Stone, mi Helena.

—¡Arg! Eres insoportable.

—Ya, Essie, no lo mates. Para mí tampoco eres Helena.

—Gracias por eso.

—Es un placer conocerte, al fin, soy Demian.

—¡Está convulsionando! —gritó mamá aterrada, yo solo sentí que mi cuerpo


daba espasmos insoportables, mi cabeza se giró y vi a Izan y a Aleph ser
contenidos.
—Sé que no suplantará tu pérdida, pero también es alguien a quien puedes amar.

—Lo sé.

—¿Cómo lo llamarás?

—Luna.

—¿Luna?

—¡Sí! Y no te burles.

—No me burlo, me gusta.

—¡Darius! ¡Haz algo! —suplicó mamá y sentí algo comenzar a salir de mi


boca.

—¡Essie! —gritaron aquellos dos.

—Tú me diste a Luna —logré decir mientras los veía y tras eso me desvanecí.

_______________________________

Adoro quando entra in modalità figlio di puttana: Amo cuando se pone en modo
hijo de puta
EPÍLOGO
{Aleph}

Años atrás…

No tenía idea de lo que había después de la muerte, aunque imaginaba que


para algunas personas habría descanso eterno y para otras una condenación
total al sufrimiento por el resto de la eternidad. Y después de todo lo que hice
en mi vida, me esperaba lo último para mí.

Sufrimiento total y el castigo que merecía por las mierdas que hice. Pero sobre
todo por el peor pecado que cometí en mi vida: provocar lágrimas y agonía en
un rostro que me regaló sus mejores sonrisas.

Aunque cuando abrí los ojos y vi esa luz blanca y cegadora, y escuché el
molesto bip de las máquinas conectadas a mi pecho, intuí que mi castigo me lo
darían en vida.

—¡Cariño! Al fin despiertas —dijo Joddy Gambino y se acercó a mí para


acariciar mi frente.

Fruncí el ceño al no entender nada, pues lo último que recordaba era haber
servido de escudo para David Black.

«¡Ha despertado!»

«Mi Estrellita ha reaccionado bien a la operación, ha despertado. También


cumplo mis promesas».

—Ess… —Traté de decir al recordar las últimas palabras de Darius antes de


dispararme.

El bip de la máquina se hizo más constante y molesto, vi a Joddy negar y correr


hacia afuera, gritando para que alguien llegara. En minutos una enfermera
entró a donde me tenían y tras regular algo en el tubo de mi intravenosa,
inyectó un líquido que me hizo sentir más tranquilo.

¡Joder! Yo no tenía que estar vivo, recibí demasiados disparos y el dolor en


todo mi cuerpo lo indicaba así, pero estaba ahí, sin saber dónde, pensando en
las últimas palabras de Darius Black y rogando para que fueran ciertas. Esa
niña tenía que estar bien… ¡mierda! Necesitaba que al fin hubiera reaccionado
y no me importaba que fuera solo para que ella misma se deshiciera de mí.
Y juro que iba a ser el hombre más feliz del planeta si era Essie Black quien me
mandara al infierno. Me lo merecía después de condenarla a un calvario en
vida tras dispararle a su primo y ser ella quien recibiera el impacto de la bala.

Recordar ese día me iba a torturar por el resto de mi miserable vida.

El odio que me enfundaron hacia mi familia paterna fue como un veneno que
recorrió cada célula de mi cuerpo hasta pudrirme incluso el alma y siempre
busqué las maneras de dañarlos, esa era la misión de mi vida, la razón por la
que mi madre me parió y sabía que no podía parar hasta conseguir lo que mi
progenitora deseaba, pero conocer a Izan fue el principio de mi caída, ya que
en cuanto ese chico llegó a mi existencia descubrí que cuidar de otra persona
que me necesitaba requería de más valentía de la que usaba para tirar del
gatillo y matar a alguien.

Pero no fue hasta que me presentó a la chiquilla que lo tenía loco, que mi
camino tomó otro rumbo.

Cuando la conocí y supe de quién era hija vi una oportunidad para joder a los
que creía mis enemigos, pero ver a Izan tan feliz y entusiasmado con ella me
hizo conocerla mejor y descubrir que solo era una inocente que se ganaba con
facilidad a cualquiera que la tratara. Mi cuñadita listilla como la apodé y la
miraba así, ya que desde un principio Izan le dijo que éramos hermanos.

Izan Gambino, gracias a que Alonzo y Joddy lo adoptaron por petición mía, se
convirtió en una especie de luz en mi vida, lo veía como a mi propio hermano,
de hecho, había muchas cosas en él que me recordaban a mí. Ser despreciado
por su propia madre sobre todo. Aunque de alguna manera el chico corrió con
mejor suerte al ser abandonado en una casa hogar donde tuvo aprecio a pesar
de todo, yo en cambio viví con la esperanza de que algún día mi madre me
amara, pero contrario a eso, me odió cada vez más.

No obstante, ya no estaba para quejarme y lo entendí en el momento que la vi


morir frente a mis ojos. En el instante que sentí dolor, agonía y tristeza,
aunque también una liberación que no esperaba.

Era como si las cadenas de la miseria que siempre me retuvieron al lado de los
Black se hubieran roto y me liberaran de algo que me negué a ser liberado por
mucho tiempo al creer que no era correcto ni justo. Al pensar que no podía ser
malagradecido con las personas que me criaron y educaron a su manera.

—Vives para morir y después de esta vida no hay devoluciones, así que disfruta de
todo lo que puedas y ama hasta que te quedes sin corazón —Sonreí al escuchar a
Essie decirme eso.

Era una niña de dieciséis años en ese momento, dándole consejos a un tipo de
veintitrés y me causó mucha gracia. Ambos nos encontrábamos esperando a Izan
mientras él nos compraba un helado. Y no era inteligente de mi parte dejarme ver
con ellos, pero ambos podían volverse un dolor de trasero cuando se proponían algo
y querían pasar tiempo en familia.

Algo irónico para mí siendo sincero, pero de vez en cuando me gustaba ceder a los
caprichos de esos dos.

—A ver, pequeña sabionda. No puedo amar si no tengo corazón —le dije y negó
mostrando su desacuerdo.

Habíamos llegado a ese tema luego de joderla porque la escuché suspirar como una
completa y loca enamorada de Izan cuando lo vio irse hacia el local de los helados.
Tras eso se metió en una de sus charlas que parecían como de una psicóloga o una
persona que ya había recorrido mucho camino y hablaba desde su experiencia.

«Dicen que soy un alma vieja», me había dicho una vez y a veces lo creía.

—Física y lógicamente, todos tenemos corazón porque fuimos creados con uno —
aseguró y me embobé con su rostro inocente. Fruncía la nariz cuando se
concentraba mucho y se ponía un dedo en la sien, como si eso le ayudara a pensar
mejor.

Y no la miraba con malicia, era muy bella y no lo negaría, pero era una niña y no
tenía nada de atractivo a mi manera de verla, además de que hubiese sido enfermo
de mi parte fijarme de esa manera en una chiquilla que a parte de ser menor de
edad, era la novia de mi hermano.

—Metafóricamente, perdemos ese corazón cuando lo entregamos por la persona


que amamos.

—¡Mierda! Entonces no amaré nunca —le dije haciendo que rodara los ojos.

Comenzó a regañarme, era costumbre en ella hacerlo y me reí de eso.

Pasar el rato con Essie e Izan me hacía sentir como una persona normal y con ellos
entendí lo que Alonzo siempre me dijo: los Black y Sellers solo me usaban para su
beneficio, me criaron como una máquina de ejecución que solo merecía golpecitos
en la cabeza como un puto perro cuando hacía las cosas tal cual lo querían y
cuando no, me daban patadas en el costado y demostraban su asco hacia mí.

Y solo cuando Izan me miraba como si fuera su puto héroe es que creía en
realidad que nací para liderar, no para ser el subordinado de nadie, pero decidí
tomar las riendas de mi vida cuando fue muy tarde; cuando la cagué como el
peor de los miserables y destruí a las únicas dos personas que me importaban
en la vida.

Mi cuñadita listilla y mi hermanito.


Dañé a un ser inocente que confió en mí a ciegas y su mirada de decepción
cuando me descubrió en el secuestro de su primo me torturaba más que el
momento en que la vi caer al suelo con un disparo en la cabeza que yo mismo
propicié.

Esa noche no solo perdí a mi pequeña sabionda sino también a la única


persona que me veía como lo mejor que le pasó en la vida y me hacía sentir
como tal. Perdí a mi hermano, el que yo escogí y no el que la vida me impuso.

Después de esa noche comenzó mi condenación, lo que me llevó a cometer


error tras error hasta volverme una piltrafa del monstruo que una vez fui. Pero
supe ocultarlo y seguí actuando como una mierda sin esperanzas hasta que
Sadashi Pride, una asiática bastante despreciable, supo cogerme de los huevos
para usarme a su manera.

Se aprovechó de mi necesidad y desesperación por saber de la evolución de


Essie para así poder darle una esperanza a Izan, quien había caído en una
depresión profunda gracias a mí.

Lo empujé al abismo y jamás me lo perdonaría.

—¡Hijo! ¡Al fin! —exclamó Alonzo Gambino cuando entró a la habitación junto
a su esposa y me sacó de mi miseria.

Eran mis padrinos y no porque mi madre los haya escogido o David Black, el
hombre que sirvió como única figura paterna en mi vida, pero que en lugar de
enseñarme a jugar a la pelota, me instruyó desde los once años para que fuera
su mayor ejecutor en la asociación delictiva que lideró junto a su hermano
Lucius Black hasta que este último fue asesinado.

Y junto a él también Derek Black Sellers, hijo de David y un verdadero orgullo


para mi madre, el hijo que deseó siempre y no el que le tocó.

—Tuve que haberte abortado, es que en serio no sirves para nada, pedazo de
mierda —me gritaba mi madre mientras me golpeaba.

Solo tenía ocho años en ese momento y llegué golpeado a casa luego de que unos
niños molestaran a una compañera y yo me metiera a defenderla. Uno de ellos me
empujó, pero no fue nada grave para mí y me sentí satisfecho al ver que no
siguieron jodiéndola. Sin embargo, cuando llegué a casa vi que mi mejilla tenía un
morado, me lo hice al chocar en el casillero donde me tiraron aquellos chicos,
madre me lo vio y cuando traté de explicarle la razón, solo le importó y molestó que
no me hubiera defendido.

—Mami, pero dejaron de molestar a mi amiguita —le dije, creyendo que ese era
motivo suficiente para que se sintiera orgullosa de mí.
—Me importa un carajo esa chiquilla. Lo que necesito es que dejes de ser un
imbécil, chiquillo bastardo. Demuestra que no te parí por gusto —exigió y solo me
encogí en mi lugar cuando alzó una regla de madera que usaba para castigarme.

En ese momento no entendía por qué si hacía cosas buenas, según yo, ella siempre
me castigaba. Lo hizo así siempre y los cardenales en mi cuerpo se convirtieron en
mis primeros tatuajes, ya que siempre mantenía uno que otro en mi cuerpo.

—¡Demian! ¿Qué te pasó, cariño? —me preguntó Joddy días después. Habían
llegado de visita a casa de David.

Eran mis padrinos porque así lo quisieron ellos al conocerme cuando solo tenía
cinco años y mi madre junto a David Black lo permitieron, ya que Alonzo era uno de
sus socios más poderosos y les convenía complacerlo en todo.

Mamá me miró de lejos cuando escuchó la pregunta de Joddy y de esa manera me


advirtió que si hablaba demás, esa noche dormiría junto a nuestro perro, ya que sí,
ese era otro de sus castigos favoritos y la cama del can no era tan cómoda, así que
opté por mentir y lo hice muy bien, puesto que mi madrina no hizo más preguntas.

Sin embargo, esa noche le sugirieron a David que me llevara con él un tiempo; no
entendí por qué, pero el viejo obedeció. En su casa no me trataron mejor, a
excepción de Bianka, mi tía materna, aunque su marido le pidió que dejara los
buenos tratos conmigo porque me echaría a perder. La mujer obedeció y solo me
consentía a escondidas, según los demás.

A mi mente de niño le costaba entender por qué me castigaban tanto si me portaba


bien, según nos educaban en la escuela y no fue hasta que cumplí once años que la
vida me comenzó a sonreír tras algo que me traumó noches seguidas.

Me encontraba en una hacienda de David, jugaba a las escondidas con unas


primas —Yuliya y Danik— y me metí a una habitación repleta de armas. Era un
chico curioso, así que tomé una y mientras no descubrían mi escondite comencé a
jugar solo, apuntando como veía que lo hacían en las pelis.

—¡Joder, chaval! ¿¡Qué mierdas haces aquí!? —preguntó uno de los hombres de
David y me asusté.

Bajé el arma y miré al suelo.

—Solo me escondía de las chicas —expliqué.

El tipo era bastante despreciable y las chicas le tenían miedo, pues cada vez que lo
veían huían de él como si se tratara de un fantasma. Yuliya sobre todo.

—Ya verás cómo querrás haberte escondido mejor ahora que le diga al jefe dónde
te he encontrado —se burló y negué asustado.
Él y todos los demás sabían que si daban una queja de mí sería para que me
destrozaran la espalda a golpes y al parecer ese tipo era el que más lo disfrutaba.
Así que sin saber que el arma estaba cargada la alcé y la apunté hacia su cabeza.

—No te muevas —le advertí y él solo se rio de mí.

—Ni que tuvieras las bolas para tirar de ese gatillo —se burló y las manos me
comenzaron a temblar al ver que seguiría su camino—. Y ya verás lo que pasará
luego de que el jefe te castigue —me amenazó.

Grité antes de tirar del gatillo y grité aún más al verlo caer al suelo. Le había dado
en la cabeza y cuando cayó debajo de él comenzó a formarse un charco de sangre
espesa.

Mis gritos fueron escandalosos, tanto, que más hombres llegaron y maldijeron al
ver a su compañero tirado. Las chicas buscaron mis gritos y ambas se abrazaron al
ver la escena y comenzaron a llorar en silencio. Yo también soltaba mis lágrimas,
aunque mi respiración acelerada no me permitía llorar con sollozos.

—¡Llamen al jefe! —Escuché a un tipo gritar.

Comencé a temblar porque sabía que mi castigo sería peor, me lo merecía. No


quería dañar a ese hombre, solo deseaba evitar que dijera dónde me encontró
porque tío David me golpearía y ya estaba cansado de eso.

No buscaba portarme mal, simplemente jugaba mientras las chicas me


encontraban y si mamá se enteraba me dejaría de querer y yo solo deseaba volver a
casa para estar a su lado y ayudarle a hacer las cosas que ella no podía por estar
postrada en una silla de ruedas.

Solo quería a mi familia de nuevo y si ese hombre hablaba se irían al diablo mis
planes. Pero no quería matarlo, eso jamás.

—¿¡Qué mierda ha pasado!? —gritó David al llegar y pegué un respingo.

Tenía el arma en mi mano, así que era obvio lo que había pasado, aun así me
obligó a decirle lo que hice y por qué. Me esperaba lo peor porque lo merecía, esa
vez sí cometí algo por lo que me gané todos los golpes del mundo, pero me quedé de
piedra al ver que solo comenzó a reírse y me felicitó.

¡Diablos! No entendí nada.

¿Por qué me felicitaba si acababa de asesinar a uno de sus hombres? Hubiese sido
accidente o no, le quité la vida a alguien y David me lo celebraba.

Sin embargo, así haya pasado por noches de traumas a causa de eso, conseguí lo
que menos imaginé: mamá al fin se sintió orgullosa de mí y todavía recordaba el
abrazo que me dio, el beso que depositó en mi mejilla y lo bien que me trató luego
de eso.
Entonces mi mente infantil lo comprendió todo al revés, ya que lo que me
enseñaban en la escuela que era bueno, en realidad era malo para mi familia. Y a
mí me importaba mi madre y tío David, no la escuela.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿O por qué sigo vivo? —pregunté en


susurros al volver al presente.

Odiaba cuando los recuerdos de mi pasado volvían a mi cabeza, detestaba


sentir la necesidad de lamerme las heridas después de todo.

Joddy se acercó a mí y acarició mi mano, ella siempre se comportó más como


mi madre que la propia Charlotte Sellers, la mujer que solo me parió porque la
obligaron y porque le prometieron que algo bueno sacaría de mí.

Y vaya decepción la que se llevó al comprobar que solo fui un traidor que cayó
en lo más despreciable para ella: el amor.

Y me refería al amor de hermanos.

—Estás en New York, a salvo y recuperándote —dijo ella.

—Rony trabaja para mí, Demian, siempre ha sido así —aseguró Alonzo y lo
miré con sorpresa.

Rony era el tipo que según pensé, se cambió a mi bando en el momento que vio
que las cosas se pusieron color mierda tras un complot en el que participé,
pero en ese instante intuí que no fue solo por eso.

—Él logró escapar tras el ataque, pero volvió porque le ordené que se
asegurara de que tú salieras del almacén, te encontró tirado sobre el cuerpo de
David, recibiste diez disparos, pero aún tenías pulso así que te sacó de allí y
ayudado por más de mi gente lograron llevarte a un hospital y estabilizarte
hasta que te pudimos trasladar a mi territorio —confesó y lo miré con ironía.

—Me mantuviste con vida solo para deshacerte de mí con tus propias manos
—le dije y él sonrió.

Lo cierto era que, me convertí en un puto traidor desde el instante en que


decidí aceptar la oferta de Sadashi y con esa traición también jodí a Alonzo, así
que imaginé que solo me mantuvo vivo el tiempo suficiente para hacerme
pagar.

Y sabía que el castigo de ese italiano me haría desear la muerte más miserable
antes que su tortura.

—Podrías dejarme a solas con él, amor mío —le pidió Alonzo a su esposa,
hablándole en su idioma natal.
Ella asintió y nos dejó de inmediato, no sin antes darme un beso en la mejilla.
Y admito que me cohibía siempre que Joddy actuaba así conmigo. De alguna
manera me hacía sentir débil y como un completo marica.

—Sé por qué has hecho esto —dijo Alonzo cuando estuvimos solos y lo miré—
y como siempre te lo he dicho, lejos de decepcionarme me enorgulleces,
Demian. Eres el hijo que siempre he deseado y, aunque ame a Izan, él nunca
accederá a ser el Don de mi familia y menos después de lo que pasó con esa
chiquilla —confesó y negué cuando habló de Essie.

—He traicionado a mi familia y no creo que tú, siendo tan tradicional y un


hombre que pertenece a la Cosa Nostra, le enorgullezca lo que más aborrece —
dije y él negó.

—Me sorprende más que le llames familia a los Black, mi querido ahijado, a
que los hayas traicionado —soltó—. Y como te repito, sé que te aliaste con los
Grigori y Sigilosos solo por reivindicarte con Izan, tu verdadera familia —
soltó.

No se equivocaba, aunque tampoco sabía todo lo que me hizo caer con esos
imbéciles y esperaba que no se hubiera enterado de que Izan también nos
ayudó, ya que lo puse en peligro al permitir que me ayudara con su magia
tecnológica y con eso dejé que Sadashi supiera de él.

—E imagino que lo hiciste bien para que te dejaran vivir —añadió Alonzo y reí
irónico.

No creía ni por un segundo que Darius me había dejado vivir y menos al


asestarme diez disparos, pero no le reprochaba eso; el hombre merecía su
venganza después de todo y de alguna manera yo necesitaba pagar el
sufrimiento que le ocasioné a su Estrellita.

—Sé que no suplantará a Noche, pero igual puedes amarlo —le dije a Essie cuando
le regalé a ese gato negro.

Por accidente atropellé a su gato llamado Noche y lo maté. ¡Mierda! Sentí más pena
por ese animal que por las personas que asesiné a lo largo de mi vida y odié verla
llorar tan desconsolada.

Izan había comprado a una pareja de gatitos para el cumpleaños quince de Essie, él
se quedó con la hembra y ella cogió al macho, pero escogió el nombre de ambos:
Nube y Noche. Y la chica entendió que nunca quise deshacerme del felino, aunque
igual me miró con odio y lo que me hizo sentir fue lo más horrible que experimenté
alguna vez.

Incluso peor de lo que me hacía sentir mi madre con sus desprecios.


Así que en mi desesperación decidí conseguirle otro gato y cuando se lo llevé me
sentí estúpido, ya que era como si pretendía borrar su dolor con otro animalito que
nada tenía que ver con lo que significaba Noche para ella.

—Lo sé —susurró mientras acunaba al pequeño felino y lo besaba.

—De verdad lo siento, pequeña. Nunca quise dañar a Noche —aseguré y suspiró
profundo.

Ya habían pasado tres semanas de lo sucedido. Izan casi me mató y todavía no me


hablaba, así que fue una suerte tener el número telefónico de Essie para poder
comunicarme con ella de forma directa y así vernos en un parque para entregarle al
felino.

—También lo sé, Demian. Más bien perdóname tú por cómo te traté ese día —dijo
y negué.

—No tienes por qué pedirme perdón —aseguré—. Merecía más que eso, de
hecho —añadí y negó.

El alivio que sentí cuando ya no la vi ni sentí molesta conmigo me asustó, ya que


para ese momento estaba más metido en recuperar algo que su familia me había
quitado. Y estuve tratando de que nada de lo que Essie tenía con Izan interfiriera, o
que mi manera de verla influyera, pero estaba fallando y no me podía dar ese lujo.

—¿Cómo se llamará? —le pregunté y miró al gatito.

Sonreí porque era como si estuviera comunicándose con el animalito y


preguntándole cómo quería llamarse.

—Luna, se llama Luna —respondió al fin y fruncí el ceño.

—Pero es macho —señalé alzando una ceja.

—¿Y? —inquirió con ironía.

Me senté a su lado y negué.

—¿Cómo que, y? Es macho, Essie y le estás poniendo un nombre de hembra —


señalé lo obvio.

—O sea que si tu madre te hubiera puesto Damiana, ¿te quitaría la hombría?


¿Dejarías de ser hombre por eso?

—Jodida mierda, qué bueno que en eso mi madre no pensó como tú y hubiera sido
Demiana en todo caso —señalé y comenzó a reírse al verme anonadado al
imaginarme con ese nombre.
Y entendí su punto, de verdad que sí, pero seguía agradeciendo el tener un nombre
masculino, aunque llamarme Damiana no me hubiese quitado la hombría. Pero sí
que hubiera crecido más traumado de lo que ya estaba.

Y su risa me contagió, así que negué y la acompañé. Esa chica en serio que era
única y comprendí mejor por qué Izan se empeñó en hacerme conocerla.

—Yo soy tu Luna, Demian —dijo de pronto y dejé de reírme.

No entendí por qué carajos me decía eso.

—Explícate mejor, porque si así como escoges nombres les das significado,
entonces no sé si quiero que seas mi Luna —le dije y sonrió divertida.

—¿Alguna vez Izan te ha dicho por qué le puse Nube a su gatita? —preguntó y
negué— Una vez en el descanso entre clases nos fuimos hacia el campo de fútbol
porque él tenía un entrenamiento luego —comenzó a explicar y la miré atento—
, el sol estaba tan brillante que dañaba al punto de lo desesperante y a parte de eso
hacía un calor insoportable, entonces de pronto una enorme nube cubrió al sol y
sentimos un alivio tremendo que hasta jadeamos de gozo. Izan me dijo que yo le
causaba el mismo efecto que esa nube. Aseguró que estar conmigo lo protegía de
sus días agobiantes, ya que muchas veces se sentía como si estuviera expuesto a la
luz del sol, una tan dañina, que solo quería encontrar protección y yo se la daba.

—Creí que le escogiste ese nombre por el color —dije al recordar a la gata blanca.

Pero a pesar de querer hacerme el gracioso, su respuesta me abrumó mucho. Ella se


rio de mí y me miró diciéndome así que era un tonto.

—Mi gatito se llamaba Noche porque era negro como el cabello de tu hermano,
pero también porque la noche es mi tiempo preferido después del otoño. No te
puedo explicar con palabras lo que siento cuando el sol se oculta porque es algo
inefable, pero sí puedo decirte que, aunque sé que puede ser peligroso, también la
noche se asocia con la pasión.

Me removí un poco incómodo cuando dijo eso último y carraspeé. Pero la chiquilla
no le dio importancia y siguió.

—Uno de mis mejores momentos para concentrarme es cuando anochece, para


hacer lo que me gusta como estar con mi familia, compartiendo buenos momentos
mientras vemos una peli. Buscas la noche para tener una cena especial, todo lo
importante lo celebras cuando se oscurece y tu hermano me hace sentir lo que me
provoca mi momento favorito.

—Te tiene completamente loca —le dije al escucharla hablar con tanta pasión
sobre Izan.

Y también para no sentirme tan mierda por haberle arrebatado a ese gato que
significaba tanto para ella. Sin embargo, lo que me explicó que significaban esos
nombres de verdad me abrumó y por primera vez en la vida no tuve el valor
suficiente para preguntar por qué escogió el nombre de Luna.

—Así que te aculillas —dijo y la miré sin entender, pero se rio de mí—. No tienes
valor de preguntarme por qué Luna y por qué yo soy tu Luna —siguió y tragué con
dificultad—. O bueno, lo somos junto a Izan —se corrigió.

—¿Por qué? —susurré y miré al frente, pero sentí su mirada en mí.

—Vives en una noche constante, Demian. Y a diferencia de lo que significa para mí,
sé que para ti solo es el momento en que tus demonios aprovechan para atacarte y
odias eso, aunque lo afrontas porque también eres valiente y no quieres que el
miedo te venza y solo cuando estás conmigo e Izan, te sientes iluminado. Somos
como la luna que ilumina un poco tu camino.

—No sigas —le pedí, pero con Essie era imposible.

Dejó que el gatito se subiera a mis piernas y me tomó de la mano.

—No te niegues a aceptar que somos esa luna que te guía al camino que sabes que
es el correcto. No tengas miedo —susurró y con toda la confianza del mundo se
recostó en mi hombro.

Por un momento pensé en lo que estaba haciendo, lo que estaba planeando y me


estremecí al sentir que flaquearía.

—Tengo más miedo de ser como un lobo y que la luna solo se convierta en mi
debilidad —admití y eso logró que me viera a los ojos.

Ya era tarde para mí.

Y días después de eso mi mayor miedo se convirtió en realidad, pues asesiné a mi


luna. Y convertí su vida en una noche oscura.

Igual o peor que la mía.

—Sabemos que Darius Black posee un tiro preciso, Demian —dijo Alonzo y lo
miré—, así que te disparó en puntos donde sabía que tendrías una posibilidad
para sobrevivir y no se equivocó, te ha dado una oportunidad para que
renazcas y espero que la tomes, pero esta vez siendo más inteligente —añadió.

—Los Vigilantes han desaparecido al fin, padrino y es seguro que los socios de
David ya saben que todo es gracias a mi traición. Así que si no terminas tú con
mi renacimiento, lo hará alguien más, ya que jodí muchos planes —le recordé y
lo vi sonreír.

—A los Vigilantes los manejaba yo, hijo —se jactó—. Así que nadie a parte de
Rony, tú o yo sabemos lo que hiciste. Y bueno, lo saben también los Grigori y
Sigilosos, pero sé que ellos no hablarán de esto. Su misión era acabar al fin con
sus mayores enemigos y les has ayudado, así que es momento de aprovechar
tu muerte —dijo y lo miré sin entender.

—¿Qué propones? —le dije.

—Que te conviertas en mi hijo y tomes el lugar como Sottocapo de mi familia


—soltó y lo miré como si estuviera viendo a un loco.

—Ya estoy mayor para que me adoptes, padrino —señalé y se rio de mí.

—No sería adopción, Demian. Solo te ofrezco un nuevo comienzo como parte
de mi familia. Un cambio de identidad, un apellido de poder y un imperio que
estoy dispuesto a poner a tus pies. Únicamente te ofrezco la oportunidad de
obtener el lugar que siempre mereciste —añadió.

Su propuesta me dejó fuera de juego, ya que no me estaba ofreciendo solo


sacarme del país, me ofrecía su poder, el que manejaba siendo un capo de la
mafia y por primera vez sentí que me había despertado en un sueño.

—¿Por qué haces esto? —inquirí, sintiendo como si había un truco en su


proposición.

—Porque siempre te hemos visto como un hijo, uno al que tuvimos que dejar
en manos de unos ineptos e imbéciles solo porque legalmente tenían más
derecho sobre ti que nosotros —me recordó y no lo dudé.

Él y Joddy siempre me trataron mejor que David o Charlotte, incluso me


ofrecieron irme con ellos cuando tuve la mayoría de edad, pero como un
completo imbécil escogí seguir al lado de una mujer que nunca me amó.
Aunque imagino que todo fue gracias a aquel niño inocente que todavía vivía
en mi interior y mantenía la esperanza de que algún día su madre recapacitara
y le daría el amor que tanto anhelaba.

—Y porque soy agradecido con las personas que son fieles a mí como tú,
Demian, ya que si todavía mantengo mi poder y sigo siendo un capo de la Cosa
Nostra y el Don de los Gambino, es gracias a ti —añadió y me tensé.

Yuliya llegó a mi cabeza en ese momento, la primera mujer por la que caí bajo
y por la que irónicamente, también ascendería como nunca imaginé.

—Entonces, ¿qué propones? —pregunté, decidiendo tomar la oportunidad que


el destino me estaba dando.

Alonzo sonrió complacido.

—Que te conviertas en Aleph Gambino, mi hijo, mi Sottocapo y mi sucesor —


soltó y descubrí que ya tenía todo planeado.

Alonzo solo esperaba una oportunidad y la estaba tomando también.


—¿Por qué Aleph? —dije y lo miré a los ojos.

—Porque eres un líder, hijo —respondió Joddy entrando a la habitación— y


porque es el nombre que siempre deseé ponerle a mi primogénito. Y, aunque
quise usarlo con Izan, algo en mi interior me dijo que esperara y ahora
entiendo la razón.

Tragué con dificultad y los miré a ambos cuando Alonzo abrazó a su mujer.

—Acepta renacer en nuestra familia y mi imperio será tuyo y de tu hermano,


ya que así Izan te odie en este momento, también notamos que solo si tú estás
a su lado, él aceptará ser parte de la Cosa Nostra.

—No esperen que los llame como padre o madre —dije tras unos minutos y
ambos sonrieron.

En ese momento dejé de ser Demian Sellers, un pobre diablo que creció lleno
de envidias y odio. Un subordinado al que el mundo trató como perro.

Y dejé que naciera Aleph Gambino, un líder que afianzó su propio poder, un
miserable que logró hacer y deshacer a su antojo; un hijo de puta que
conseguía todo lo que se proponía y que se creyó invencible y poderoso,
olvidándose que en su interior seguía habitando un lobo.

Y cuando su Luna volvió para iluminar sus noches oscuras, descubrió que esa
vez ya no era una niña que lo haría flaquear. Al contrario, se encontró con una
Helena renacida de la oscuridad que con una simple sonrisa lo hizo perder su
imperio más codiciado.

Una mujer que no se conformaría solo con hacerlo caer como el ladrón más
buscado, sino también una que le haría entregar su corazón como una ofrenda
para obtener su perdón.

Demian Sellers una vez tuvo a su Luna. Aleph Gambino en cambio encontró a
una Helena tan sensual como peligrosa.

La única mujer que fue capaz de destruir su fidelidad y hermandad.

Continuará…

Final

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