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Además, tanto Mateo como Lucas aportaron dichos y hechos que no
aparecen en Marcos ni en la presunta fuente común. Es probable que Mateo
y Lucas se hayan completado antes del año 67. En realidad, Lucas escribió
una obra en dos partes: la primera es el Evangelio y la segunda el libro de
los Hechos de los Apóstoles, que finaliza con Pablo predicando en Roma, y
no menciona la muerte de este Apóstol ni la de Pedro, ocurrida en el tiempo
de Nerón.
Otros escritos del Nuevo Testamento, como las epístolas de Pedro y la
carta a los Hebreos, probablemente datan de la misma época. El Evangelio
de Juan, las cartas atribuidas a este apóstol y el Apocalipsis se habrían
escrito hacia fines del mismo siglo I.
En resumen, todo el Nuevo Testamento se escribió en un intervalo
de aproximadamente cinco décadas, cuando todavía existían testigos
presenciales de los dichos y hechos de Jesús de Nazareth. Quienes suponen
que el intervalo transcurrido entre el tiempo de Jesús y la redacción del
Nuevo Testamento fue excesivo y llevó a una falta de fidelidad histórica en
estas epístolas y relatos pasan por alto dos hechos importantes.
En primer lugar, que durante todo ese período, la memoria de los dichos y
hechos del Señor se conservó viva en las congregaciones cristianas en todo
el imperio, donde habían sido propagadas por los Apóstoles y sus discípulos,
y atesoradas por los creyentes.
En segundo lugar, que las pocas décadas transcurridas entre el ministerio
terrenal de Jesús y la redacción de los libros del Nuevo Testamento es un
intervalo muy breve, históricamente hablando Por ejemplo, incluso si hoy
no se tuvieran registros escritos o electrónicos de lo acontecido sobre el
golpe militar que hubo en la Argentina en 1976, los principales hechos
podrían reconstruirse muy aproximadamente a partir de testigos
presenciales. Esta ilustración no excluye que, como cristianos, creamos
también que los autores humanos del Nuevo Testamento fueron guiados por
el Espíritu Santo tal como Jesús mismo lo prometió.