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Armonía, ética y amor

Dr. Roberto Rivadeneyra

Los males del mundo son causados por tres carencias: 1) falta de armonía, b) falta
de ética y c) falta de amor. Pienso que todo mal encuentra su raíz en alguna de
estas tres deficiencias. Algunos podrían pensar que sólo es por falta de ética y que
con resolver este problema se tiene la solución para todo lo demás. Otros más
seguro apostarán por la armonía, pensando que un mundo en armonía es un
mundo donde no hay mal. Finalmente, habrá quienes consideren al amor como la
solución final, la causa raíz, aquello que es necesario para que la gente busque
hacer el bien. Quiero enfatizar que cuando hablo de los males del mundo me
refiero estrictamente a los males causados por las personas. Todo lo demás no es
realmente un mal, sino acontecimientos del mundo natural.

Armonía
Es común escuchar que alguien diga sobre una persona que ésta está en armonía, o
que un matrimonio funciona en armonía, o en el trabajo se percibe un ambiente
armonioso, o que tal agrupación está en perfecta armonía. El concepto es
recurrente, pero ¿qué es lo que realmente buscamos comunicar al mentarlo? Por
armonía solemos entender a) consenso, b) sincronía, c) virtud, d) agradable y e) en
tiempo. Seguramente ya ustedes están pensando en algunas otras formas de
entenderla. No dudo que hasta algunos símbolos representativos ya están
imaginando. La armonía es un concepto escurridizo. Cuánto más lo decimos
pareciera que menos lo entendemos realmente.
La palabra armonía viene del griego ἁρμονία que significa, además de
concordancia entre sonidos, tensión justa. Esta idea de armonía es más cercana a lo
que actualmente entendemos por afinación. Tensión justa es lo que permite que
una cuerda dé la nota que debe dar. Si en una guitarra una cuerda está tensada de
más o de menos no dará la nota que debería dar y, por lo tanto, no podrá ejecutarse
ninguna pieza musical con ella, pues basta una mala afinación para que una
composición no suene a lo que debería sonar. La armonía auxilia en que las cosas
cumplan con su función y ejecuten su deber.
Esta tensión justa que permite la existencia de la armonía es fundamental
para el concepto completo de la armonía. Y, de hecho, es posible comenzar a
vislumbrar que esto guarda un parentesco muy cercano con la idea de equilibrio.
Esa tensión justa equilibra varios objetos para que no se caigan, a las personas para

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que sean virtuosas, a los matrimonios para que funcionen y a los equipos para que
nadie haga más de lo que le corresponde. Curiosamente, también así surge una de
las definiciones de justicia que tenían los filósofos griegos, específicamente Platón,
para quien la justicia consiste en que cada uno haga lo que le corresponde. Esta
noción de justicia, poco explorada, guarda una mayor conexión con la naturaleza
que la que actualmente circula en el mundo. La definición ofrecida por Platón
busca objetividad frente al darle a cada quien lo suyo que está repleta de
problemas.
La armonía como tensión justa nos ha llevado a comprender mejor dos
ideas: la del equilibrio y la de la justicia. La armonía no es ni equilibrio ni justicia,
pero abona a que se logren. Y es que la armonía juega un papel nuclear en el
individuo y en la sociedad. Al ser la armonía tensión justa, entonces habrá que
comprender qué es lo que debería tensar. Vemos si esto queda más claro con la
siguiente cita de Platón (Simposio, 187a4-b5), a propósito de cierta respuesta a un
fragmento de Heráclito (B51):

En efecto, dice: “lo uno, aunque es en sí mismo discordante,


concuerda consigo mismo, como la armonía del arco y la
lira”. Pero es sumamente absurdo sostener que la armonía es
discordante o que existe a partir de elementos todavía
discordantes. Aunque tal vez quería decir lo siguiente: “a
partir de elementos en un principio discordantes (lo agudo y
lo grave posteriormente concertados) se ha vuelto
concertante por obra del arte de la música”, pues la armonía
no podría darse en cosas aún discordantes, lo agudo y lo
grave, porque la armonía es una consonancia (συμφωνία) y
la consonancia, una cierta concertación.

Lo que aquí nos dice Platón son dos cosas: a) la armonía no puede ser
aquello que se da en la discordancia y b) que la armonía es aquello que logran unir
lo discordante. Si la armonía fuera discordancia dejaría de ser armonía, pues por
principio la discordancia es inharmónica. En cambio, el hallazgo que aquí hace el
filósofo griego es, como lo dice al final de la cita, que «la armonía es una
consonancia y la consonancia, una cierta concertación». De modo que la armonía
logra unir lo que naturalmente se encuentra polarizado: cuerpo y alma, razón y
pasiones, agudo y grave, rápido y lento. Todo aquello que es antagónico deja de
serlo mediante la armonía. La armonía es el resultado de tensar justamente lo que

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está polarizado y es discordante. Lo racional y lo irracional pueden convivir
cuando dicha convivencia se da a través de la armonía.
Cuando se tiene armonía lo que realmente se tiene es lo que anteriormente
había sido mencionado: balance y justicia. La persona que está en armonía logra en
sí misma un equilibrio consistente en tensar adecuadamente sus emociones con su
razón, no permitiendo que ni el uno ni el otro impongan su capricho, sino que
funcionen en comunidad. Al lograrlo, se obtiene, también, un estado de justicia
interno, pues cada una de las facultades humanas están haciendo lo que les
corresponde y no otra cosa. La razón manda y dirige, la voluntad obedece a la
razón y ordena los apetitos, mismos que se encargan de la supervivencia y sana
motivación.

Ética
La descripción recién hecha nos lleva hacia la ética. Lo que sucede cuando cada
facultad humana hace lo que le corresponde es la virtud. La virtud es un acto de
armonía y algo desarrollado por la ética. Esta ciencia humana no pretende otra
cosa sino entender cómo el ser humano puede ser feliz. Estudiará los actos
humanos y evaluará dichos actos en buenos o malos con la finalidad de saber qué
es lo que nos permite ser felices y qué lo que no. Todo ser humano quiere ser feliz.
En nuestra naturaleza está la incesante búsqueda por la felicidad. Como todos
sabemos, no siempre se logra.
Ser bueno o malo, justo o injusto es condición de posibilidad para la
felicidad. Naturalmente, uno de los temas que preocupan a la ética es el del bien.
¿Qué es lo bueno, el bien? ¿Existe un solo bien o muchos? Estas preguntas son
pertinentes y es necesario clarificarlas para poder llevar a cabo un estudio ético.
Actualmente, existe una moda relativista en el mundo. La gente, con poca
reflexión, anda afirmando que la verdad es relativa y que cada quien tiene su
propio bien. Si la verdad fuera relativa, como algunos creen, entonces también
sería relativa la proposición que sentencia que la verdad es relativa, pulverizando
así la relevancia de dicha afirmación. Si, en cambio, quien sentencia que la verdad
es relativa considera que está diciendo una verdad, entonces ésta es absoluta.
Porque la verdad o es absoluta o no es. Hoy ustedes están aquí, en un miércoles
por la mañana y esto que estoy diciendo es una verdad. Al serlo, lo es siempre y
bajo cualquier circunstancia. Si en algún momento alguien preguntase: «¿Cuándo
se dictó la conferencia “Armonía, ética y amor” en el CEEFA?», cualquiera aquí
presente podría indicarle que fue el miércoles 15 de diciembre de 2021 por la

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mañana. Porque la verdad es atemporal y absoluta. Existen tantas percepciones de
la verdad como seres humanos habitando el planeta, pero una sola verdad.
Asimismo, hay quienes piensan que es imposible hablar del bien sin ser
relativos, subjetivos y falsos. Ante el relativismo epistemológico se sigue el
relativismo moral. Si la verdad es relativa no hay manera de que el bien no lo sea.
Por lo que una vez que se puede pasar la página al relativismo epistemológico es
momento de encarar el problema del bien. Para quienes no han logrado un estado
de armonía como el antes descrito el bien puede fácilmente pasar por relativo. Son
los apetitos tomando el control de uno y dictando lo que consideran como bueno o
malo. Cuando esto sucede, la persona vive en un estado de disarmonía e injusticia,
pues los apetitos, a los que les corresponde mantenernos con vida y motivarnos,
pretenden mandar, algo propio de la razón. Se rompe la comunidad, se fractura a
la persona y se vive en una tensión constante que no logra armonizarse, sino que
lastima, hiere.
El bien, en cambio, es algo bastante fácil de comprender. De hecho, el bien
como un absoluto es algo que todos hemos experimentado y a partir de lo cual
todos hacemos lo que hacemos. Decía Aristóteles que el bien y la perfección
radican en la función propia de cada cosa. Así, por ejemplo, este proyector es un
buen proyector si cumple con su función, nuestros teléfonos son buenos cuando
siguen cumpliendo con su o sus funciones y la pluma con la que escribimos igual.
En la naturaleza hay una función propia para todo lo que existe. Así, la función de
una araña es mantener la población de mosquitos equilibrada; la función de las
cochinillas es ingerir los metales pesados de la tierra para evitar un
envenenamiento, así como devolver materia orgánica al suelo; la función de las
plantas es transformar en oxígeno el dióxido de carbono, etcétera. La función de
los pulmones es el intercambio de gases, donde ingresan oxígeno a la sangre y
expulsan el dióxido de carbono. No existe una sola cosa en el universo que no
tenga una función que cumplir. En la medida en que cada cosa cumple con su
función, se dice que es buena o que es mala, si no la cumple.
Para eso estudiamos tantos años, para conocer las funciones de las cosas en
el universo y así irnos conociendo un poco más. Inevitablemente, si uno pone
atención a lo que está sucediendo en la escuela, comienza a interrogarse por sí
mismo. ¿Quién soy, de qué estoy hecho y para qué estoy aquí? ¿Cuál es mi
función? Aquí es donde la ética puede brindar respuestas. Somos animales
racionales, hechos de cuerpo y alma para ser felices. Tomando en cuenta esto hay
que extraer la conclusión sobre nuestra función. En la definición clásica de ser
humano aquí dada, es decir, como animal racional, está la clave a nuestra función.

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Somos animales, como el perro, el gato, el tigre, el águila y todos los demás. ¿Qué
significa que somos animales? Que, como ellos, tenemos un aparato afectivo que
responde a estímulos externos, es decir, las emociones. Los animales tienen
emociones, el perro brinca de alegría cuando llegamos a casa, muerde a alguien
cuando está enojado y se mete debajo de la mesa cuando está triste. También, como
los animales, tenemos una percepción sensorial de la realidad y usamos la vista, el
oído o el olfato no sólo para conocer el mundo exterior, sino también para
ponernos a salvo. Y también como los animales, solemos tomar decisiones a partir
de nuestras emociones: comer esto o aquello no en función de la salud, sino del
antojo; dormir más o no en función del cansancio; cumplir o no con mi deber en
función de mi tristeza.
A todo esto, parece que lo animal habita en nosotros más de lo que
quisiéramos admitir. Y así es. Somos más animales de lo que nos damos crédito.
Difícilmente podremos ser seres humanos de bien al no reconocer y aceptar
nuestra animalidad. Porque entonces no sabremos para qué tenemos a la razón.
Aquí está el quid de la pregunta anteriormente hecha. ¿Cuál es nuestra función?
Nuestra función es ser racionales. Ser racional es conocer la verdad para que a
partir de ella podamos dar instrucciones, órdenes a nuestra voluntad para que
nuestros apetitos, de donde surgen las emociones, no se descontrolen. Para que
sepamos cómo entrar en equilibrio ante la turbulencia emocional en la que
vivimos. Cuando logramos ser racionales aparece algo que constantemente
buscamos: la virtud.
La virtud es el acto humano por excelencia, pues en ella están involucradas
las tres facultades cumpliendo con su función y, al hacerlo, perfeccionan a la
persona que así obra. Ser racional es ser virtuoso y ser virtuoso es buscar la
excelencia. La virtud brinda equilibrio al ser humano y le aporta seguridad. Una
persona virtuosa no se aflige ante las decisiones difíciles, pues sabe, conoce que
son las correctas. En cambio, alguien vicioso vive inseguro, incierto de sí y con
dudas de quién es. El virtuoso asciende en el autoconocimiento, mientras que el
vicioso se pone trabas para conocerse.
La ética termina siendo la ciencia que nos enseña a ser virtuoso, es decir, a
conocer nuestra función y a cumplirla. También nos enseña lo que sucede cuando
no la cumplimos y los problemas en los que nos metemos cuando pretendemos
algo distinto a la virtud. Comprendiendo cómo está hecha la persona es más fácil
comprender cómo actuar bien. Lo relevante de la ética no es tener herramientas
para juzgar los actos de los demás, sino aprender a cuestionarnos los propios para

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mejorar. Recordemos que la persona que carece de ética se aleja de la posibilidad
de ser feliz.

Amor
El tercer elemento que consideré necesario para acabar con los males del mundo es
el amor. Aquí vale la pena distinguir al amor del enamoramiento. Solemos hablar
de uno como si fuera el otro y confundir lo que es con lo que no es. Esta confusión
también ha dado un cierto relativismo que considera que el amor no es para
siempre, que el amor es una imposición de los demás, etcétera. Lo que sucede es
que se le está llamando amor al enamoramiento.
El enamoramiento es un proceso biológico muy claro que, como animales
que somos, todos hemos experimentado en algún momento. Llegada la
adolescencia se activan en nosotros unos receptores capaces de detectar y asimilar
las feromonas de las demás personas. Cuando una persona nos gusta y estamos
cerca de ella o vemos que se aproxima hacia nosotros la reacción física más común
es el nerviosismo, el cual a su vez provoca sudoración. La naturaleza no hace nada
en vano y esta sudoración tiene una explicación muy simple: a través del sudor
liberamos nuestras feromonas. En realidad, buscamos que la otra persona nos
huela y acepte la información química que le estamos enviando. Cuando hay una
aceptación, el cerebro produce un suero rico en varias hormonas. Esto nos lleva a
obsesionarnos con la otra persona al grado de perder la propia personalidad.
Generamos una ilusión perfecta. Sin embargo, al enamoramiento ser el producto
de una sustancia química, tiene fecha de caducidad. Y cuando llega ese momento
nos sentimos engañados, defraudados porque la otra persona no es tal y como la
veíamos meses antes. En realidad, la persona no cambió, sino los químicos en mi
cerebro que me hacían ver a la otra persona como yo quería y no como realmente
era.
Es común que cuando se termina el suero las relaciones también terminen
con él. En algunas ocasiones hay un momento de reflexión. Los meses o años que
haya durado el enamoramiento nos permiten conocer a la otra persona. La razón
que hay detrás de todo esto es que ahora estamos ante la posibilidad del siguiente
paso: el amor. El amor no es un sentimiento (eso es el enamoramiento); el amor es
una decisión, un acto que surge de la voluntad y de la razón, es una virtud. Amar
consiste en aceptar al otro tal y como es. Amar es buscar el bien del otro a partir de
la racionalidad. Amar jamás es condicionar al otro o pretender cambiarlo. Quien
piensa que la otra persona cambiará al estar en una relación con uno, realmente no
quiere a la persona por lo que es sino por las sensaciones que le provoca.

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Amar es aceptar que el otro es un universo completo que he de aceptar
como es. Ese universo completo complementa mi propio universo completo que
soy yo. En ambos casos estamos hablando de personas humanas, es decir, falibles,
con tendencia al error, imperfectas. Aquí es donde radica la dificultad y pureza del
amor, en poder aceptar al otro como un ser imperfecto. De no hacerlo, no es tanto
al otro al que no acepto como alguien imperfecto, sino que soy yo realmente quien
no logra aceptar su condición humana.
El amor inicia realmente en la amistad. Allí se puede hablar de una
aceptación del otro por el otro, sin importar sus defectos. El amigo verdadero
busca un par con el cual compartir cierto tipo de intimidad. La amistad, como el
amor, requiere reciprocidad; si ésta falta, no hay ni amor ni amistad. Esta
reciprocidad inicia en cada uno de nosotros cuando nos aceptamos tal y como
somos. Incluso, la virtud es un acto de amor propio, mientras que el vicio, todo
vicio, cualquier vicio, es siempre un acto de odio hacia uno mismo. El amor propio
es difícil sin el autoconocimiento. Sólo quien sabe quién es y por qué es quien es,
puede amarse profundamente y, consecuentemente, amar a los demás con
profundidad y desinteresadamente.
Aristóteles escribió que allí donde hay amistad la justicia es innecesaria. Si la
amistad es un acto de amor, lo que a este mundo le hace falta, parece claro, es esa
capacidad para amarnos los unos a los otros sin distinción de ningún tipo. Si
fuésemos capaces de ver al otro como un verdadero par, como un otro con
semejanzas y complementariedades a la propia persona, seguramente habría
mayor justicia en el mundo.
El amor, como aceptación, además logra la armonía que al inicio de esta
charla describíamos. Cuando soy capaz de amar todo lo que soy, puedo tensar y
unir armoniosamente mis deseos con mi voluntad y mi razón sin permitir que uno
sobresalga del otro o quiera meterse en la función del otro. El amor comprende que
el mejor bien es el que no se impone, sino el que se aconseja. Asimismo, puedo
tensar armoniosamente mi matrimonio, mi equipo de trabajo, mi condominio o a
mi familia.
Armonía, ética y amor parecen ser las claves para erradicar el mal en el
mundo, comenzando por querer erradicarlo de nosotros mismos. Muchas gracias.

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