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El Fundamento Evangélico de La Vida
El Fundamento Evangélico de La Vida
De todos modos es un ideal al que no se llega jamás. El cristiano, movido por el Espíritu
del Señor Jesús, está siempre en marcha hacia el perfeccionamiento que, en su persona,
lleva a cabo la obra del Espíritu (Flp 3, 12-15). Esta tensión y situación de búsqueda
define su condición de cristiano estrictamente tal. No hay perfección reservada a un
pequeño grupo escogido. El evangelio, implantado en la vida del hombre por la fe y el
bautismo, exige una respuesta radical apoyada en la gracia de Dios. Esta ley, explícita
en Pablo (1 Cor 6, 1-19; Flp 3, 1-21), aparece también en la afirmación de Mateo:
"Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48). En
esta misma línea, y situándose en la óptica de la crítica que Lutero hace al monaquismo,
Bonhoeffer habla con razón de la "gracia que cuesta" y escribe: "Seguir el camino de la
obediencia a Jesús no es la proeza aislada de algunos, sino un mandamiento divino
dirigido a todos los cristianos" 1 . Vivir evangélicamente significa vivir en el hoy y el
ahora abierto a la voluntad santificante de Dios, vivir en un "sí" radical que compromete
a la persona entera.
El joven rico
A primera vista parece ser fundada la interpretación más corriente que ve en este texto
el punto de apoyo para la distinción entre dos modos de llamada del Señor: una dirigida
a cualquiera que desee ent rar en el Reino, otra propuesta a los que tienden hacia algo
más.
La estructura progresiva del relato en tres etapas, parece favorecer esta interpretación,
que fue seguida en su conjunto por la tradición patrística y aceptada totalmente por la
teología clásica. Con todo, la exégesis moderna, estudiando el texto sobre nuevas bases,
ha llegado a distinta conclusión. Simón Légasse 2 después de un estudio detalladísimo
respecto a la identidad entre "bueno" (agathón) y "perfecto" (téleios) en la tradición
bíblica y, por tanto, de la identidad entre agathón poiein y téleios eínai, llega a la
conclusión de que se pueden leer en paralelo las dos grandes secciones de la perícopa.
Las dos respuestas de Jesús a las dos preguntas del joven rico se hallan mutuamente
implicadas (Mt 19, 17-21), enunciando la última una aplicación concreta del
cumplimiento de la perfección evangélica. Es cierto que el joven rico había cumplido ya
todo aquello que según el sermón del monte es lo esencial de la perfección (cfr. Mt 5,
20-47), pero el hombre precisamente por la unidad profunda de su ser evangélico puede
encontrarse con que en algunos momentos la fidelidad total le obliga a actos brutales,
desgarradores. Mateo habla tajantemente de la amputación del miembro que causa
escándalo (Mt 5, 2930; 18, 8-9). En circunstancias paralelas -y este sería el caso del
joven rico- es necesario saber despojarse sin piedad de los bienes, desposeimiento que
puede llegar a ser obligatorio para todo aquel que por causa de sus bienes
comprometiese su entrada en el Reino.
Lo dicho viene confirmado por el sentido exacto de la expresión el théleis "si quieres"
(Mt 19, 21). No puede verse en ella la posibilidad de una elección libre, sino que debe
entenderse así: "para ser perfecto, y esta es la ley de tu vocación cristiana, debes hacer
esto". Del mismo modo en el v 17 leemos: "si quieres (ei théleis) entrar en la vida
guarda los mandamientos"; es decir: "no tienes elección: para entrar en el Reino es
preciso...". La repetición de estos dos el théleis expresa lo mismo a dos niveles.
Nos parece que el contexto de todo Mt 19 va en esta línea y apoya la interpretación que
acabamos de presentar. Sugiere ante todo una radicalización de las exigencias de la ley,
y la perícopa sobre el matrimonio y los eunucos, en lugar de oponer el uno a los otros
insinúa una categoría especial de "más perfectos" en el seno del nuevo pueblo de Dios.
Consiguientemente el medio propuesto al hombre rico no es un consejo sino un
mandato: se impone a todo cristiano cada vez que la perfección querida por el
evangelio, y en la que todos los cristianos se deben comprometer, lo exige.
Descartada la perícopa del joven rico, en la que los Padres y la gran tradición se basaban
para relacionar con el Señor Jesús los dos grandes caminos hacia la perfección única
propuesta a todos, nuestra búsqueda se dirige a otros textos de la escritura en los que se
pueda leer la realidad de los "consejos" en el sentido técnico del término: "camino
facultativo ofrecido a la libertad para mejor y más fácilmente tender a la perfección".
JEAN-MARIE TILLARD, O.P.
1) Pobreza evangélica
Es inútil que nos detengamos más en el "consejo de pobreza". Aunque Marcos (10, 17-
22) y Lucas (18, 23) sean menos absolutos que Mateo, y aunque en ellos el abandono de
los bienes parezca más una recomendación urgente que una obligación estricta, el
contexto nos prohíbe considerarlo como un consejo en el sentido clásico de la palabra.
Debemos indicar lo mismo respecto al gesto de los apóstoles dejándolo todo para seguir
a Jesús (Mc 10, 28 ss). Por más que se pueda hablar aquí de una cierta prefiguración de
algo que la tradición explicitará, nos parece exagerado interpretarlo como "consejo de
pobreza voluntaria".
2) Obediencia cristiana
La obediencia del Señor Jesús, íntimamente relacionada con el núcleo mismo del acto
de la salvación (cfr. Flp 2, 6-11; Heb 5, 8; 10, 7; Jn 4, 34; 6, 38-40; 17, 4), se propone a
cada cristiano como lugar y modelo de la obediencia radical exigida por el evangelio.
Pero de ordinario no se trata de esta obediencia cuando se habla del "consejo de
obediencia". Este consejo no se refiere a la relación hombre-Dios, sino a la relación
hombre-autoridad humana. Es cierto que la escritura habla también de esta última:
obediencia cívica, doméstica, conyugal, filial, eclesiástica, pero en estos casos lo hace
de modo que vale para todos los cristianos que se encuentran en tal situación
determinada. Por todo lo dicho creemos poder concluir que la letra de la escritura,
interpretada rigurosamente, no menciona el "consejo de obediencia".
Nos queda por considerar un último "consejo en sentido estricto", que recibe
actualmente el nombre de "celibato por el Reino". A primera vista, puede parecer que
aquí pisamos terreno seguro; y en la actualidad no faltan teólogos (Daniélou, Max
Thurian, Matura, Schillebeeckx... ) que afirmen que el celibato libremente elegido por el
Reino de los cielos es el único consejo dado por el Señor, el elemento propio y
específico de la vida religiosa, su fundamento bíblico.
Los textos de 1 Cor 7, 25ss, donde Pablo distingue entre "consejo" y "precepto", y el de
Mt 19, 10-12, parecerían ser un serio fundamento bíblico para la llamada "vida según
los consejos", pero un estudio más exacto de dichos textos lleva a otras conclusiones.
En primer lugar, parece que podemos decir con seguridad: para el apóstol, la renuncia al
matrimonio no representa en sí la mejor posibilidad de un amor perfecto de Dios, como
si el mero hecho de negarse al amor nupcial asegurase un mayor amor de Dios. Por el
contrario, Pablo insiste en la diversidad de los carismas (cfr. 1 Cor 7, 8). En Ef 5, 21-23
mostrará que el carisma del amor nupcial tiene una profundidad tal que le hace imagen
del misterio de los desposorios entre Cristo y la Iglesia. Con todo, advierte en el celibato
JEAN-MARIE TILLARD, O.P.
un estado que, supuesta la dificultad sentida por el cristiano casado para cumplir la
plena integración del amor a Dios y a los hombres, le parece más apto para superar la
tensión que podría traer consigo la división del corazón, en un mundo cuyas estructuras
sociales están a punto de desaparecer.
El texto de Mt sobre los eunucos (19, 10-12) leído en todo su contexto parece enseñar
no una llamada al celibato o una aprobación de éste, sino la dura afirmación de la
exigencia evangélica sobre la unión indisoluble del hombre y la mujer. Nos parece que
no podemos seguir la lectura tradicional ya que se da un cambio súbito de pensamiento:
Jesús aceptaría la posición de los apóstoles y empezaría a enseñar que, de hecho, es
mejor no casarse. Por el contrario, el paralelo de esta perícopa con el episodio del joven
rico -que también se fundamenta en una palabra dura del Señor (19, 25) y se termina
con la afirmación de que es imposible para los hombres, pero no para Dios (19, 26)-nos
lleva a una lectura seguida de todo el episodio con la consecuencia arriba apuntada.
Conclusión
Así pues, podemos decir que los textos bíblicos no nos hablan de una institución
inmediata por Jesús de la vida religiosa. Creemos empobrecedor empeñarse en buscar el
fundamento único de la vida religiosa en el "consejo de celibato". Por significativo que
éste sea es tan solo un elemento de un proyecto de consagración total de sí al Señor de
la existencia. Pero ¿querrá decir todo esto que la vida religiosa no tiene ningún
fundamento evangélico?
En efecto, en el conjunto del hecho evangélico encontramos una serie de elementos que
se complementan e interfieren para dibujar un modo categórico del "seguimiento de
Cristo". Los documentos evangélicos, dirigidos a todos los cristianos, muestran en
muchos lugares como una tensión hacia una forma absoluta de vivir la vocación común.
Hemos dicho que todo cristiano, en ciertas ocasiones, se verá obligado a la elección del
absoluto. Poco a poco fueron surgiendo en la Iglesia cristianos que en todas las
ocasiones, y no sólo cuando lo exigía la situación, optaban por el absoluto.
Esta manera de "seguir a Jesús" no puede ser reducida a sus aspectos materiales.
Alcanza una significación profunda: proclama existencialmente la relación absoluta que
el evangelio tiene con el ser hombre, la decisión total que la Palabra de Dios, revelada
en Jesús, ejerce sobre el hombre. Precisamente por esto el grupo apostólico se convierte
en núcleo de la Iglesia, en cuanto que ésta se funda en la aceptación incondicionada de
la fe. Así podemos comprender por qué Jesús no propone a este grupo otras exigencias
morales que las impuestas a todos aquellos que en el pueblo de Dios quieren creer en ÉI
y vivir de su palabra: en ellos y por ellos debe significarse la vida misma del Reino. Y
por otra parte, se puede descubrir la misión privilegiada que debe jugar en esta
significación la dimensión de radicalidad y absoluto, propia del estatuto existencial en
que libremente aceptan situarse para responder a su llamada.
Si es cierto lo que venimos diciendo, creemos poder afirmar que, aunque la vida
religiosa no tiene un fundamento inmediato y explícito en la letra de la escritura, con
todo brota de ella. Todavía más: la vida religiosa no brota de la periferia sino del centro
del evangelio, ya que representa un proyecto de existencia cristiana que pretende
transportar a la situación actual de la Iglesia el género de existencia radical vivido por la
comunidad de los que "seguían a Jesús".
Llegados a este punto podemos comprender mejor la relación exacta que existe entre las
grandes decisiones radicales que introducen al creyente en e s t e "seguimiento de
Cristo" (y que corresponden, más o menos atinadamente, a lo que llamamos "consejos")
y la totalidad del proyecto denominado "vida religiosa". La gran tradición religiosa,
tanto de oriente como de occidente, es consciente de que su única regla es el evangelio
de Jesucristo, y de que los votos son hechos en orden a vivir el evangelio de un modo
radical. El proyecto religioso como tal se relaciona formalmente con el evangelio, y lo
pretende vivir de un modo absoluto, interpretando absolutamente los textos revelados.
Sin embargo, la elección de medidas radicales -expresadas en las decisiones de pobreza,
JEAN-MARIE TILLARD, O.P.
abandono de la vida ordinaria, ruptura de las relaciones comunes del mundo, celibato,
obediencia, penitencia-, no quiere ser una selección en el interior de la totalidad
evangélica o una reducción de ésta. Se trata de otro plano, que pretende poner al
creyente en una situación tal que le permitirá vivir todo el evangelio de un modo
especial. Esta elección determina un modo, no un contenido.
Dos son los centros, alrededor de los cuales se construye esta comunidad pentecostal: la
koinónía con el Señor y el servicio del evangelio, cumplido ya sea por el testimonio de
la comunidad, ya por el anuncio de la buena nueva más especialmente confiado a
algunos (cfr. Act 2, 42-27; 4, 32-35; 5, 12-16).
postpascual, lo que era en tiempo de Jesús el grupo de los que "seguían a Jesús": signo
del Reino en su forma radical, en su estado de violencia (cfr. Mt 11, 12).
La historia muestra que la vida religiosa desea religarse, al nacer o renovarse, con este
ideal comunitario de los sumarios de los Hechos. Pero no lo hace de un modo ingenuo,
pues sabe que su tipo de existencia no puede aplicarse universalmente y no quiere, en
modo alguno, rehusar el título de "discípulos de Cristo" a aquellos que no abracen este
modo.
Son abundantes los testimonios explícitos de esta intención de religarse con la forma de
vida de los Hechos y se perfilan ya en la vocación de Antonio, Pacomio, Basilio,
Casiano y Agustín, y todo el monaquismo medieval es consciente de lo que en 1096
declaraba el concilio de Nimes: "los monjes viven según la regla de los apóstoles, cuyos
pasos siguen por la práctica de la vida común, según lo que está escrito en el libro de los
Hechos: tenían un solo corazón y una sola alma, todo lo tenían en común" 3 .
En Santo Domingo se perfila un nuevo matiz de esta vida común y nace la Orden de
Predicadores: en su deseo de transposición de la vida apostólica, los predicadores irán
por los caminos anunc iando como los doce la buena nueva. Ahora bien, al insistir en
que esta evangelización debe surgir de una vida de koinònía, se prolonga la otra
dimensión: vivir juntos, sin bienes propios, en comunión, a la escucha del Señor. La
expresión "vida apostólica" alcanza entonces toda su densidad: la vida es "apostólica"
no sólo porque se vive en una comunidad de fe y de amor, ni simplemente porque se
centra en un apostolado, sino porque vive -en el hoy de la historia-, el modo integral de
existencia que hizo de al célula apostólica el modelo profético y el fermento de la
Iglesia.
Es muy importante advertir que las tentativas de renovación, que desde hace algunos
años se dan en numerosas comunidades, cristalizan en su mayor parte en la creación de
pequeñas comunidades de comunión real y de total puesta en común, en una pobreza
vivida sin interpretación. En el momento en que los Institutos seculares proponen una
forma de servicio al Señor más libre respecto al ideal comunitario, y cuando los
Institutos clásicos sienten la tentación de redefinirse en esta línea, surge una búsqueda
nueva de "fraternidades" que lleva en sí la nostalgia del ideal de los Hechos. Un deseo
nuevo, muy diferente del de las grandes fundaciones del pasado siglo, anima hoy al
mundo de los religiosos, incluso en el seno de los institutos llamados "apostólicos",
deseo que se acerca, bajo muchos puntos de vista, al ideal de las comunidades de
Pacomio. Y es significativo que esta búsqueda haya nacido no de unos imperativos
exteriores, sino de la misma savia de la vida eclesial, en el impulso que conduce a toda
la Iglesia hacia la autenticidad. Y es de todos sabido que las mismas Iglesias de la
Reforma experimentan hoy la necesidad de volver a entrar en contacto con este tipo de
experiencia religiosa evangélica.
INTENTO DE SÍNTESIS
Este sondeo en las etapas clave de la historia de la vida religiosa parece manifestar que
ésta ha buscado siempre sus raíces en una cierta comprensión de la totalidad del dato
evangélico. La vida religiosa pretende descubrir lo que las escrituras presentan como
tipo de vida radical. Vivida primero por el grupo de los que "seguían a Jesús", que se
convertían así en signos de la absolutez del Reino abierto a los creyentes, transferida
JEAN-MARIE TILLARD, O.P.
Si el religioso piensa vivir todo esto a causa de una llamada del Espíritu enraizada en un
cierto temperamento espiritual, no lo hace para situarse por encima de la condición del
pueblo de Dios. Simplemente quiere dar forma a una tensión que vive en éste. Hemos
repetido una y otra vez en estas páginas que el evangelio lleva consigo una exigencia de
absoluto, impresa en su misma naturaleza, y dirigida a todos los creyentes, pero que
normalmente no encuentra su realización máxima más que en casos extremos. El
religioso, libremente, elige centrar su existencia en esta exigencia de absoluto, en una
opción que se convierte así en una proclamación de la fe de toda la Iglesia. De este
modo es posible que se dejen de lado otros valores buenos, necesarios para el
crecimiento total del Reino. Otros cristianos, en el poder del Espíritu de Dios, tienen por
función ponerlos de relieve y cumplirlos.
Notas:
1
«El precio de la gracia». Ed. Sígueme. Salamanca 1969, p 23 (N. del A.).
2
«L'appel du riche, contribution á l'étude des fondements scripturaires de l'état
religieux», Paris. 1966 (N. del A.).
3
Dada la imposibilidad de transcribir en una condensación todas las citas aportadas y
comentadas por J - M. Tillard remitimos al lector al artículo original (N. del E.).