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Teoría - General - Del - Acto - Jurídico - Sede Maipu
Teoría - General - Del - Acto - Jurídico - Sede Maipu
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA.
A. Manuales:
7. DUCCI CLARO, Carlos, Derecho Civil. Parte General., Editorial Jurídica de Chile,
Santiago, segunda edición, año 1984.
10. LEÓN HURTADO, Avelino, La Causa, Editorial Jurídica de Chile, Primera Edición,
1961.
11. RIPERT, Georges y BOULANGER, Jean, Las obligaciones. Tomo IV. Volumen I.
Traducción de García Daireaux, Delia, Editorial La ley, 1967.
12. VIAL DEL RÍO, Víctor, Teoría General del Acto Jurídico, Santiago de Chile,
Editorial Jurídica de Chile, 2006.
B. Apuntes:
C. Artículos de doctrina:
1. Conceptos generales.
Desde antiguo los juristas han procurado encontrar el elemento común o vinculante de las
diversas instituciones del derecho privado. Esta labor ha sido ardua, sobre todo si se
consideran las agudas diferencias que existen entre ciertas instituciones (por ejemplo, entre
un contrato y un testamento).
Lo único que relaciona a los mencionados actos es que surgen como consecuencia de la
voluntad de la persona humana.
Ahora bien, este aserto no es suficiente para construir una teoría que explique
adecuadamente el carácter vinculante de las instituciones de derecho privado; también debe
agregarse que tales manifestaciones de voluntad tienen un propósito determinado
(disposición de bienes en el testamento; necesidad de intercambiar bienes en la
compraventa) y que, además, producen efectos jurídicos, esto es, la adquisición,
modificación o extinción de una relación jurídica.
Los actos que tienen estas características (voluntad, propósito determinado y eficacia
jurídica) son los actos jurídicos, los que se encuentran regulados a lo largo de nuestro
ordenamiento jurídico, pero no de forma sistemática ni expresa.
En este contexto, la teoría del acto jurídico busca perfilar científicamente el conjunto de
reglas y principios aplicables a todo acto jurídico.
La teoría del acto jurídico tiene como base a la autonomía de la voluntad, la cual se puede
definir como la facultad de todo hombre, en el ejercicio de su libertad, de realizar los actos
que tiendan a satisfacer sus necesidades, con consecuencias jurídicas.
4. Hechos jurídicos.
En la doctrina civilista se entiende por hecho todo suceso o acontecimiento generado por la
naturaleza o por la acción del hombre. En el primer caso se habla de hechos naturales y, en
el segundo, de hechos humanos. Tanto los unos como los otros pueden tener o no efectos
jurídicos o, como también se dice, consecuencias jurídicas. Los que producen
consecuencias jurídicas se llaman hechos jurídicos, y los que no, reciben el nombre de
hechos materiales o jurídicamente irrelevantes.
Frente a los hechos jurídicos naturales, que cobran existencia sin el concurso del hombre,
están los hechos jurídicos humanos. Estos pueden definirse en un sentido amplio como los
hechos realizados por el hombre, por lo general en forma voluntaria, y a los cuales el
ordenamiento jurídico atribuye o reconoce consecuencias o efectos jurídicos.
Los hechos jurídicos humanos pueden clasificarse en hechos lícitos y hechos ilícitos.
Lícitos son los hechos jurídicos admitidos y protegidos por el ordenamiento jurídico;
ilícitos, en sentido estricto, son los hechos prohibidos por el ordenamiento jurídico o que
lesionan injustamente un interés ajeno (delitos, cuasidelitos).
Sin perjuicio de lo anterior, cabe advertir que la doctrina alemana e italiana distingue,
dentro de los hechos jurídicos humanos lícitos, los negocios jurídicos y los actos jurídicos.
El negocio jurídico se caracteriza porque los efectos por él producidos son los queridos por
su autor o por las partes, de tal modo que dichos efectos surgen como consecuencia
inmediata y directa de la voluntad. En cambio, en el simple acto jurídico los efectos que
éste produce no van necesariamente adheridos a la voluntad de los autores y, muchas veces,
son independiente de ella (vgr. la construcción de un edificio en terreno ajeno sin
conocimiento del dueño: el constructor ejecuta un acto voluntario que va a producir el
efecto jurídico consistente en que el dueño del terreno se hace dueño del edificio, efecto
que indudablemente no es el querido por el constructor y surge como independiente de su
voluntad).
Esta clasificación es ajena a nuestra legislación y a la doctrina tradicional.
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5. Supuesto jurídico.
Supuesto jurídico: Hecho que la norma legal prevé y al cual atribuye la producción de
efectos jurídicos. El hecho concreto debe poder subsumirse en el tipo construido por la
norma; de lo contrario, no se generarán efectos jurídicos.
Clasificación:
1.
a) Naturales: son producto de un hecho de la naturaleza. Son hechos de la naturaleza, por
ejemplo:
Nacimiento: la criatura adquiere la calidad de persona.
Muerte: pone fin a la existencia de la persona.
Demencia: priva de la capacidad.
Mayoría de edad: otorga capacidad de ejercicio.
Pérdida de la cosa: destrucción de la cosa debida a consecuencia de un caso fortuito o
fuerza mayor.
b) Voluntarios: son producidos por la intervención del ser humano.
Se critica a esta clasificación pues existen hechos en que participan la naturaleza y la
voluntad del hombre. No obstante, para calificar un hecho como natural o voluntario, el
criterio a utilizar es la trascendencia de la voluntad en los efectos del hecho.
2.
a) Positivos: importan la ocurrencia de un hecho.
b) Negativos: importan la no ocurrencia de un hecho. Para que un hecho negativo produzca
efectos jurídicos, se suele requerir adicionalmente la concurrencia de un hecho positivo
(supuesto complejo)
3.
a) Constitutivos: importan el nacimiento o creación de derechos
b) Extintivos: ponen fin a una relación jurídica.
c) Impeditivos: obsta a la eficacia de los hechos constitutivos y extintivos.
En principio, en atención a lo establecido en el artículo 1698 del Código Civil, quien alega
un hecho debe probarlo.
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Según Rodrigo Barcia, los efectos o consecuencias de un acto jurídico pueden consistir en
crear, modificar, transferir, transmitir o extinguir una relación jurídica.
Desde que se cumplen todos los requisitos previstos en el supuesto jurídico –por ejemplo,
para que una persona suceda a otra es necesaria su muerte; mientras no suceda eso, se
produce el estado de pendencia, ya que no se han verificado todos los supuestos-.
La regla general es que los hechos jurídicos producen sus efectos hacia el futuro. En
consecuencia, la retroactividad es excepcional y requiere una fuente.
Son aquellos hechos realizados por el hombre o aquellos en que la voluntad de éste tiene
una trascendencia determinante. Recordemos que los involuntarios se asimilan a los hechos
naturales.
1. a) Lícitos: son aquellos actos cuyos propósitos se conforman con el Derecho. Están
protegidos por el Derecho y producen los efectos queridos por su autor o las partes.
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b) Ilícitos: son aquellos cuyos propósitos son reprochados por el Derecho, ya sea
impidiendo que el acto produzca efectos, u ordenando reparar los daños.
Víctor Vial del Río define al acto jurídico como “manifestación de voluntad hecha con el
propósito de crear, modificar o extinguir derechos, y que produce los efectos queridos por
el autor o las partes, en virtud de que el derecho sanciona dicha manifestación de voluntad.”
c) La manifestación de voluntad produce los efectos queridos por el autor o por las partes
porque el derecho la sanciona. La causa eficiente de los efectos del acto jurídico o
antecedente generador de los mismos proviene de la voluntad y la ley: los efectos del acto
jurídico derivan en forma inmediata de la voluntad del autor o de las partes, y en forma
mediata de la ley, que permite la libertad jurídica, cuya expresión es el poder jurídico, la
facultad de los particulares para crear las relaciones jurídicas.
En la misma línea, Rodrigo Barcia, siguiendo a Henry Capitant, define el acto jurídico
como “la manifestación de voluntad formada con la intención de producir efectos
jurídicos”. Con todo, conviene recordar que para él los efectos pueden consistir en crear,
modificar, transferir, transmitir o extinguir una relación jurídica.
Clasificación:
Artículo 1444. “(…) Son de la esencia de un contrato aquellas cosas sin las cuales o no
produce efecto alguno, o degenera en otro contrato diferente;…”
En consecuencia, si se omite un elemento esencial general, el acto no produce ningún
efecto, es inexistente. En cambio, si se omite uno específico del acto, no se producen los
efectos de ese acto, pero se pueden producir los de otro acto diferente. Ej. si las partes
quieren celebrar un contrato de compraventa y el precio no consiste en dinero, sino en un
bien mueble o inmueble, la compraventa degenera en permuta.
Artículo 1445. “Para que una persona se obligue a otra por un acto o declaración de
voluntad es necesario:…”
De los requisitos enumerados por la disposición, sólo son esenciales la voluntad, el objeto y
la causa. Desde la perspectiva de Víctor Vial, la capacidad, la voluntad sin vicios, el objeto
lícito y la causa lícita no son esenciales, pues si faltan, el acto produce sus efectos, pero
puede ser anulado. La doctrina más contemporánea, liderada en esta materia por Lilian San
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Martín y Jorge Baraona, entienden que si un acto adolece de objeto ilícito, causa ilícita o es
celebrado por un incapaz absoluto, éste no produce efectos, pues en su visión la nulidad
absoluta opera de pleno derecho1.
No existen realmente elementos naturales del acto jurídico, sino efectos naturales. Por lo
demás, el Código Civil no dice “elementos”, sino “cosas”.
Artículo 1444. “(…) son de la naturaleza de un contrato las que no siendo esenciales en él,
se entienden pertenecerle, sin necesidad de una cláusula especial;…”
Las partes, en virtud de su autonomía privada, pueden eliminarlas sin alterar la esencia del
acto jurídico. Ej. En la compraventa, es de la naturaleza la obligación de saneamiento de la
evicción y de los vicios redhibitorios. En los contratos bilaterales, es de la naturaleza la
condición resolutoria tácita.
Con todo, si bien en teoría las partes pueden substraer del contenido de un acto jurídico las
cosas que son de naturaleza, tratándose de contratos de adhesión regidos por la ley 19.496
(LPDC) la substracción que realice el predisponente no puede ser contraria a la buena fe y
generar, en perjuicio del adherente, un desequilibrio importante, pues si así fuese se estaría
vulnerando el orden público de protección que establece tal ley y la cláusula en cuestión
sería nula por abusiva (art. 16 letra g) LPDC).
C) Elementos accidentales.
Las partes, en virtud de la autonomía privada, pueden agregarlas al acto jurídico sin alterar
su naturaleza. Pueden referirse a su existencia o eficacia. Ej. Que en un contrato de
compraventa se establezca expresamente un plazo para que el comprador pague el precio.
Con todo, al igual como en el caso anterior, tratándose de contratos de adhesión, la libertad
del predisponente para configurar el contenido del contrato encuentra un límite en el orden
público de protección establecido en la LPDC. Por ende, las agregaciones no pueden ser
contrarias a la buena fe y generar, en perjuicio del adherente, un desequilibrio importante,
so pena de nulidad de la cláusula respectiva por abusividad (art. 16 letra g) LPDC).
Artículo 1445. Para que una persona se obligue a otra por un acto o declaración de voluntad
es necesario:
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Este punto puede revisarse con mayor profundidad en la sección destinada al estudio de la nulidad absoluta.
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A) Requisitos de existencia.
Son requisitos de existencia aquellos indispensables para que el acto jurídico nazca a la
vida del Derecho. Si faltan el acto no produce efecto alguno, circunstancia que, para los
partidarios de la inexistencia, implica inexistencia, y, para quienes no creen que ésta
constituya una sanción de ineficacia, nulidad absoluta.
Son requisitos de existencia: la voluntad, el objeto, la causa y las solemnidades requeridas
para la existencia de acto. Los primeros tres son también elementos de la esencia comunes a
todo acto jurídico; las solemnidades, en cambio, son de derecho estricto y el legislador las
exige para ciertos actos.
B) Requisitos de validez.
Son necesarios para que el acto jurídico tenga una vida sana y produzca sus efectos en
forma estable. Según Vial, la omisión de requisitos de validez no impide que el acto nazca,
pero nace enfermo, con un vicio que lo expone a morir si es invalidado. Aunque no lo
declare expresamente, Vial identifica la nulidad con la anulabilidad, pues su formulación da
a entender que el acto es válido o se mira como válido mientras no se declare la nulidad por
sentencia judicial firme. Cierto sector incipiente de la doctrina, encabezado en esta materia
por Jorge Baraona y Lilian San Martín, critica esta manera de explicar el fenómeno
jurídico, arguyendo que debe distinguirse. En caso de objeto ilícito, causa ilícita,
incapacidad absoluta o la omisión de un requisito o formalidad que la ley exige para el
valor del acto según su especie o naturaleza, el acto se mirará automáticamente como nulo
absolutamente, pues esta sanción está dada por la ley, siendo la sentencia judicial que
eventualmente la constate meramente declarativa, no constitutiva. El acto, por tanto, es nulo
originaria y radicalmente, desde el momento mismo en que se ha omitido un requisito o
formalidad que la ley prescribe para su valor. En el caso de la nulidad relativa, en cambio,
en atención a que sólo está implicado el interés privado, tendría más sentido hablar de
anulabilidad, reputándose como válido el acto mientras no exista una sentencia que declare
lo contrario.
Son requisitos de validez: la voluntad exenta de vicios, el objeto lícito, la causa lícita, la
capacidad y, en ciertos casos, algunas formalidades (por ejemplo, la insinuación en la
donación o la presencia de testigos para el otorgamiento de un testamento).
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A) Atendiendo al número de partes cuya voluntad es necesaria para que el acto jurídico
se perfeccione:
Autor: persona cuya voluntad es necesaria para dar nacimiento al acto jurídico unilateral.
Partes: personas que teniendo intereses contrapuestos, se ponen de acuerdo para dar
nacimiento a un acto jurídico bilateral.
No deja de ser unilateral un acto jurídico por requerir en algunos casos, para producir sus
plenos efectos, la manifestación de voluntad de otra persona. Ej. En materia civil y
comercial, la oferta requiere de la aceptación para que produzca plenos efectos (en las
relaciones de consumo, en cambio, la oferta produce efectos desde que se emite, pues el
proveedor está obligado a respetarla. artículo 12 LPDC). Asimismo, en el testamento la sola
voluntad del testador basta para dar vida a dicho acto jurídico; sin embargo, para que ese
acto jurídico produzca la plenitud de sus efectos será necesario que el asignatario
testamentario, una vez muerto el causante, manifieste su voluntad de aceptar la herencia.
Los artículos 1437 y 1438 del Código Civil hacen sinónimos los términos convención y
contrato. Tradicionalmente, se ha criticado esta asimilación, pues se entiende que entre los
términos convención y contrato existe una relación de género a especie: la convención es
un acto jurídico bilateral que crea, modifica o extingue derechos y obligaciones, en tanto
que el contrato es una convención que crea derechos y obligaciones.
No obstante, Alejandro Guzmán Brito, Patricio Carvajal y otros profesores refutan esta
crítica, arguyendo que la teoría del acto jurídico se desarrolló con posterioridad al período
de la codificación, por lo que es improbable que Bello la haya conocido. Además, la
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B) Atendiendo a si el acto jurídico para producir sus efectos requiere o no la muerte del
autor o de una de las partes:
1. Entre vivos: no requieren naturalmente la muerte del autor o de una de sus partes.
Es la regla general de los actos jurídicos.
2. Por causa de muerte: requieren la muerte del autor o de una de sus partes. Ej. Testamento
(artículo 999), mandato destinado a ejecutarse después de la muerte del mandante (artículo
2169).
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Distinción que quedó plasmada en el artículo 1101 del Code: “El contrato es una convención por la cual
una o muchas personas se obligan, para con una o muchas otras, a dar, hacer o no hacer alguna cosa”.
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Modalidades: cláusulas que se incorporan a un acto jurídico con el fin de alterar sus efectos
normales. Las principales son la condición, el modo y el plazo. La doctrina agrega la
representación y la solidaridad.
1. De familia: atañen al estado de las personas o a las relaciones del individuo dentro
de la familia.
1. Principales: subsisten por sí mismos, sin necesidad de otro acto que les sirva de
sustento o apoyo.
2. Accesorios: para poder subsistir necesitan de un acto principal que les sirva de
sustento o apoyo, al cual acceden. Se clasifican en:
a) De garantía: Cauciones: se constituyen para asegurar el cumplimiento de una
obligación principal, de tal manera que no pueden subsistir sin ella (artículo 46). Ej. Prenda,
hipoteca, fianza.
b) Dependientes: no tienen por finalidad asegurar el cumplimiento de una obligación.
Ej. Capitulación matrimonial.
Los actos jurídicos accesorios no pueden subsistir sin un acto jurídico principal, pero
pueden tener existencia jurídica con anterioridad a éste. Faltando en definitiva el acto
jurídico principal, el accesorio caduca.
Con todo, en general suele ser concebirse como el querer interno de una persona.
Para que la voluntad produzca efectos jurídicos debe cumplir dos requisitos copulativos:
a) Manifestarse.
b) Ser seria.
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La claridad es un deber del declarante. Este principio es acogido por el Código Civil en las
reglas de interpretación de los contratos:
Artículo 1566. “(…) Pero las cláusulas ambiguas que hayan sido extendidas o dictadas por
una de las partes, sea acreedora o deudora, se interpretarán contra ella, siempre que la
ambigüedad provenga de la falta de una explicación que haya debido darse por ella.”
En el Código Civil, la manifestación expresa y la tácita tienen el mismo valor, al igual que
en el Código de Comercio (artículo 103 Código de Comercio).
19. El silencio.
En lo que sea aplicable, se sujeta a las mismas reglas que toda manifestación de voluntad.
Por ello, es posible que se encuentre viciado por error, fuerza o dolo.
Si existe un deber de información y éste no se cumple, tal infracción puede dar lugar a
indemnización de perjuicios u otras sanciones (ej. resolución derivada de acción
redhibitoria, rebaja del precio, etc.)
Conviene tener presente que de acuerdo al artículo 3 letra a de la ley 19.496, que establece
normas sobre protección de los derechos de los consumidores (en adelante LPDC), el
silencio de los consumidores no constituye aceptación en los actos de consumo.
La Teoría General del Acto jurídico descansa sobre dos pilares: libertad y voluntad.
El hombre es libre para vincularse con otros, y si decide obligarse, lo hará por su propia
voluntad.
Suponiendo que todos los hombres son iguales y libres, todo contrato libremente convenido
por las partes es necesariamente equitativo, por lo que cualquier traba implicaría una
injusticia.
En el campo de la economía, esto se traduce en el liberalismo. El comercio se basa en la
libertad ilimitada.
c) El hombre es libre para determinar el contenido de los actos jurídicos. Lo que los
particulares convengan (contenido del contrato) los obliga igual que una ley.
d) Cada vez que surjan dudas, debe indagarse por la intención o querer real de las
partes (artículo 1560).
Autonomía privada: facultad o poder que la ley reconoce a los particulares para
regular sus intereses, actuando según su propio juicio y responsabilizándose por las
consecuencias de su comportamiento.
a) Faculta a los particulares para disponer de sus propios intereses, no de los ajenos.
b) Es necesario que el acto o contrato se ajuste a los requisitos o condiciones que la ley
establece para su valor jurídico.
c) Hay materias respecto de las cuales los particulares no pueden crear actos jurídicos
distintos al tipo establecido por la ley. Esto ocurre en las materias en que está
comprometido el interés superior o público, o en las materias relativas a las relaciones de
familia.
El Código reconoce el valor de ley sólo a los contratos legalmente celebrados, y subordina
la eficacia de la voluntad al respeto a las leyes, las buenas costumbres y el orden público.
Se planteó que la voluntad es impotente para crear obligaciones por sí sola; la sociedad es
la única que tiene este poder.
Así, ha surgido el contrato dirigido: intervención del Estado en los contratos de los
particulares, a fin de evitar que una de las partes se aproveche de la inferioridad o debilidad
de la otra o de la desigualdad de condiciones en que contratan. Ej. Contrato de trabajo.
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Ahora bien, si entendemos la autonomía privada como “la facultad o poder que la ley
reconoce a los particulares para regular sus intereses, actuando según su propio juicio y
responsabilizándose por las consecuencias de su comportamiento”, debemos reconocer que
la libertad se encuentra intrínsecamente unida a la autonomía privada.
En razón de lo anterior, hoy en día es bastante discutible que la voluntad sea la fuente y
medida de las obligaciones contraídas, poniéndose en tela de juicio el dogma de la
autonomía de la voluntad; el contenido preciso y técnico de éstas no es necesariamente el
querido por ambas partes, sino más bien el querido por aquella parte que ha redactado
previamente las cláusulas del contrato. De ahí que la LPDC, con el propósito de fortalecer
la libertad –al menos la de conclusión- de los consumidores (art. 1 inc. 2 N°1), imponga a
los proveedores (art. 1 inc. 2 N°2) deberes de información. Tales deberes de información
deben cumplirse, sobre todo, en las tratativas preliminares, de manera de fortalecer la
autonomía privada de los consumidores y que éstos decidan contratar con aquellos
proveedores que les ofrecen las mejores condiciones.
Por lo demás, a fin de prevenir abusos de los proveedores y fortalecer la posición de los
consumidores, el artículo 16 de la misma ley establece, por razones de equidad, las
cláusulas que no producirán efecto alguno en los contratos de adhesión (conocidas
usualmente como cláusulas abusivas).
Asimismo, a fin de que los términos del contrato sean inteligibles para el consumidor, el
artículo 17 establece exigencias formales que deben cumplir los contratos de adhesión que
consten por escrito (únicamente los que consten por escrito), requisitos sin los cuales no se
producirá efecto alguno respecto del consumidor.
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30. El consentimiento.
El Código de Comercio dedica sus artículos 97 a 108 a normar dicho proceso. Sus reglas
tienen cabida también en materia civil, porque no obstante estar contenidas en un Código
especial, son por su naturaleza generales y deben, por lo tanto, tener una aplicación general,
conforme al principio según el cual el alcance de las disposiciones lo fija la propia
naturaleza de ellas y no la ubicación que las mismas tienen en un determinado Código o
ley, y, justamente, las reglas sobre la formación del consentimiento que establece nuestro
Código de Comercio son de naturaleza general, y no especial o excepcional. De la misma
manera lo entendió el Mensaje con que el Presidente de la República presentó el Proyecto
de Código de Comercio al Congreso Nacional. Ese documento que forma parte de la
historia de la ley, expresa que en lo relativo a la formación del consentimiento el Código de
Comercio viene a llenar un “sensible vacío de nuestra legislación comercial y civil”.
32. La oferta.
Oferta: Acto jurídico unilateral por el cual una persona propone a otra celebrar una
determinada convención.
Que sea completa significa que debe formularse en términos tales que baste con la simple
aquiescencia de la persona a quien la oferta se dirige para que la convención se perfeccione.
Si el contrato es nominado, es completa la oferta que contiene los elementos esenciales del
contrato propuesto.
Por otra parte, que la oferta sea seria significa que debe ser formulada por el proponente
con el ánimo de quedar vinculado por ella.
A) Oferta expresa:
B) Oferta tácita:
Es indiferente que la oferta emane del futuro acreedor o del futuro deudor.
B) Aceptación tácita:
D) Aceptación condicionada:
a) La intención del oferente era formular una oferta divisible: se entiende que ha hecho
varias ofertas, formándose el consentimiento respecto de aquellas que el destinatario
aceptó.
b) La intención del oferente era formular una oferta indivisible: la aceptación parcial
no es idónea para formar el consentimiento, siendo sólo una contraoferta.
37. Requisitos que debe reunir la aceptación para que se forme el consentimiento.
Debe manifestarse la aceptación dentro del plazo legal o dentro del plazo señalado por el
oferente. Si el oferente no ha señalado plazo, hay que distinguir:
(i) Si la oferta es verbal: la aceptación debe darse en el acto de ser conocida por el
destinatario (artículo 97 del Código de Comercio).
(ii) Si la oferta es escrita: hay que distinguir nuevamente (artículo 98 Código de Comercio):
(ii.i) Si el destinatario reside en el mismo lugar que el oferente: la oferta debe aceptarse
dentro del plazo de 24 horas.
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(ii.ii) Si el destinatario reside en un lugar distinto: debe aceptar “a vuelta de correo”. Si bien
la RAE entiende la expresión “a vuelta de correo” como “correo inmediato, sin perder día”,
lo cierto es que el legislador no ha dado una definición. Por ello, la Corte Suprema ha
declarado que debe quedar entregado a la prudente apreciación de los falladores de la
instancia resolver, en cada caso, si la propuesta hecha por escrito fue aceptada dentro de
aquel término. A este respecto, a fin de otorgar un criterio que permita al juez definir en
qué momento debe ser aceptada la oferta, la doctrina ha desarrollado la regla de la
inmediatez, conforme a la cual tan pronto se tenga conocimiento de la oferta, debe
pronunciarse la aceptación.
Vencidas estas oportunidades, la oferta se tiene por no hecha. Con todo, el oferente está
obligado a comunicar al aceptante que su aceptación ha sido extemporánea (artículo 98
Código de Comercio).
La aceptación no se presume, pero una vez probada, se presume que se ha dado dentro de
plazo, a menos que se pruebe lo contrario.
Debe tenerse presente que la doctrina y jurisprudencia consideran aplicable el artículo 97
cuando la oferta se hace por teléfono, radio u otro medio electrónico que permita
comunicación verbal inmediata, pues, aun sin estar oferente y destinatario físicamente
frente a frente, y pudiendo, inclusive, encontrarse en lugares muy distantes, el teléfono,
radio o medio electrónico permiten al destinatario pronunciarse sobre la oferta en el acto
mismo de ser conocida.
B) Teoría de la expedición:
C) Teoría de la recepción:
Es importante porque:
- El contrato se rige por la ley del lugar.
- El lugar determina la costumbre que se aplica a ciertos contratos.
- También determina, en ciertos casos, el tribunal competente.
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Como nos indican Reveco y Martinic, “los artículos 1445 y 1451 exigen no solo que exista
la voluntad de obligarse, sino también que dicha declaración de voluntad (consentimiento
en el caso de los contratos) no adolezca de vicios.”
Si bien el artículo 1451 habla de vicios del consentimiento, lo cierto es que más bien
debiese hablarse de vicios de la voluntad; en efecto, por un lado, los vicios pueden afectar
perfectamente a la voluntad del autor de actos jurídicos unilaterales; y, por el otro, incluso
en los actos jurídicos bilaterales, los vicios inciden en la voluntad de quien los experimenta
Los vicios de la voluntad pueden definirse como aquellas circunstancias o elementos que
impiden que la voluntad se manifieste de forma libre e informada.
Enseguida, la representación de la realidad material puede ser falsa, como en los casos de
error o dolo; en dichos casos la voluntad jurídica se manifestará sin un conocimiento
adecuado de la realidad. Por otra parte, si el sujeto no tiene un control de los hechos o actúa
determinado por un apremio ilegítimo, como en el caso de fuerza, su voluntad no se
manifestará de manera libre, pues no deseará realmente las consecuencias de su
declaración.
El acto en que falta la voluntad no producto efecto alguno. En cambio, el acto en que incide
un vicio de la voluntad, produce efectos, pero es susceptible de ser invalidado; como
señalan Reveco y Martinic, “los vicios de la voluntad afectan a la autonomía privada de que
están dotados los sujetos de Derecho, y por ello, el Derecho reconoce que surge un acto
“claudicante”, esto es, con validez provisoria.”
Toda vez que una voluntad válidamente exteriorizada presupone un conocimiento adecuado
de la realidad, la información de que dispongan las partes y que las determinen a la
celebración de un contrato debe ser adecuada y suficiente. En principio, en el contexto de
los actos jurídicos bilaterales, las partes deben, por sí mismos, proveerse esta información,
de manera que, si una de estas incurre en una falsa representación de la realidad por su
propia negligencia, no podría solicitar la declaración de nulidad. No obstante, ya sea razón
de un deber legal específico o del genérico deber de comportarse de buena fe, si una de las
partes se encuentra en una mejor posición, es decir, tiene un conocimiento más acabado
respecto a la naturaleza del negocio que se pretende celebrar o mayor acceso a ese
conocimiento, entonces ella deberá suministrar información suficiente a la otra parte a fin
de que ésta también conozca adecuadamente los alcances del negocio. De ahí que el
cumplimiento de los deberes de información que establezca la ley o que emanen de la
buena fe tienda a excluir hipótesis de error o dolo. Por el contrario, la no entrega de
información o la entrega de información deficiente, en aquellas hipótesis en que esta debe
ser suministrada por una de las partes, puede configurar, según los casos, una hipótesis de
error o dolo.
Las personas manifiestan su voluntad sobre la base del conocimiento que tienen de la
realidad. Existe, en consecuencia, un hecho psicológico de carácter positivo (representación
de la realidad) que determina a actuar y determina la voluntad. En ese contexto, si la
representación de la realidad es falsa, la voluntad no encuentra su base determinante en la
realidad material (pues ésta es distinta a la representada), tornándose difícil o imposible
cumplir el propósito que tal voluntad persigue.
De ahí que, cumpliéndose ciertos requisitos, se proteja a quien ha incurrido en tal error,
disponiéndose que su manifestación de voluntad no produzca válidamente sus efectos
propios.
En palabras de Reveco y Martinic, “para que una persona emita una declaración de
voluntad por la cual se obliga, se representa una determinada realidad, es decir, valora o
mide las circunstancias que le rodean. Lo general, será que la representación que ella
efectúa de la realidad sea la adecuada o la más cercana a dicha realidad, pero bien puede
ocurrir que su representación de la realidad no sea la correcta, es decir, que se equivoque, o
bien que ignore determinados hechos.”
Quien ignora algo no tiene noción de una cosa; quien se equivoca tiene una noción, pero
errada.
La duda excluye al error, pues en ella el sujeto tiene conciencia de que su representación de
la realidad puede ser falsa, y ella no lo inhibe para actuar. Sin embargo, según Vial del Río,
existen ciertos actos jurídicos en los cuales subyace una duda objetiva, la cual no excluye el
campo de aplicación del error. Así ocurriría, según el autor, tratándose de contratos que
versen sobre obras de arte, en que, aunque pueda comprobarse la realidad a través diversos
medios -como, por ejemplo, informes periciales-, subsiste un grado de incertidumbre,
inherente a la calidad de la cosa que constituye el objeto de la declaración.
No cabe aplicar la teoría del error respecto de cosas que al tiempo del contrato no existen.
Error de previsión: equivocación al proyectar una realidad futura que, en definitiva, no
llega a concretarse.
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Doctrinariamente, se han distinguido al menos tres requisitos para que el error vicie el
consentimiento: debe ser espontáneo, excusable y determinante.
a. Que sea espontáneo significa que no haya sido provocado intencionalmente por un
tercero o por la otra parte, pues en tal caso la falsa representación de la realidad sería obra
de maquinaciones fraudulentas y, por tanto, estaríamos ante una hipótesis de dolo.
b. Que sea excusable significa que no se debe a negligencia propia. Recordemos que, en
principio, el autor o las partes de un acto jurídico deben procurarse por sí mismos la
información suficiente y adecuada para que su manifestación de voluntad proteja realmente
sus intereses; si no actúan diligentemente y su falsa representación de la realidad se debe a
su propia torpeza, entonces no sería justo que pudiesen solicitar la declaración de nulidad
del acto.3 En este evento, quien ha sufrido error por su propia negligencia, debe soportar las
consecuencias jurídicas del acto o contrato; en otras palabras, si se trata de un contrato,
debe cumplirlo (artículo 1545).
El Código Civil no exige como requisito para alegar el error que éste sea excusable; no
obstante, según buena parte de la doctrina (Reveco y Martinic, De la Maza y Vidal, León
Hurtado, Domínguez), la exigencia de excusabilidad se desprende de una interpretación
analógica de los artículos 1683 y 706. El primero señala que no puede alegar nulidad
absoluta aquél que ha conocido o debido conocer el vicio; si bien la norma se refiere a la
nulidad absoluta, la ratio que subyace al artículo 1683 también podría predicarse respecto a
la nulidad relativa (recordemos que el error se sanciona con nulidad relativa). La segunda
disposición, ubicada a propósito de los requisitos de la posesión regular, establece que un
justo error en materia de hecho no se opone a la buena fe; que el error sea justo significa
que es excusable, esto es, que no se debe a propia negligencia.
Determinar cuándo un error es excusable o inexcusable es una cuestión de hecho, de modo
que serán los jueces del fondo los que deberán establecer, atendido el mérito de la actividad
probatoria, la existencia de este o no.
c. Que sea determinante implica que sin esa falsa representación de la realidad no se habría
celebrado el acto jurídico o se hubiese celebrado en condiciones mucho menos onerosas.
3
Ihering, en cambio, postula que, si se ha incurrido en error por negligencia propia, igualmente se puede
solicitar la declaración de nulidad, pero haciéndose responsable de los daños causados a la otra parte.
30
El error de derecho no vicia el consentimiento, lo que significa que no puede alegarse para
impedir las consecuencias jurídicas de los actos lícitos ni para exonerarse de
responsabilidad por los actos ilícitos, salvo en los casos expresamente exceptuados por la
ley.
Error de hecho: falsa representación que se tiene, por ignorancia o equivocación, de una
cosa, de un hecho o de una persona.
Sin embargo, en el error obstativo u obstáculo, no se produce esta discrepancia, sino que los
planteamientos de las partes son diametralmente opuestos e imposibles de conciliar (porque
no están de acuerdo en el contrato que se celebra o en el objeto del contrato): no hay
acuerdo de voluntades.
Parte de la doctrina (De la Maza y Vidal, Domínguez, Corral), objeta que esta distinción
sea aplicable en el derecho chileno. Se aduce que, en general, en las hipótesis de error
reguladas en el artículo 1453 (que supuestamente son hipótesis de error obstáculo), lo que
existe es una voluntad basada en una falsa representación de la realidad, tal como sucede en
toda otra hipótesis de error. De ahí que no se justifique un tratamiento distinto para el error
obstáculo.
Los artículos 1451 a 1455 reglamentan el error como vicio del consentimiento; los artículos
1057 y 1058 regulan los efectos del error en las asignaciones testamentarias; los artículos
676, 677 y 678 determinan los efectos del error en la tradición, y los artículos 2455, 2456,
2457 y 2458 reglamentan el error en la transacción.
Esto es consecuencia lógica de la ficción legal que supone que las normas jurídicas son
conocidas por todos (artículo 8). Más aún, el artículo 706 presume la mala fe de quien alega
error sobre un punto de derecho en materia posesoria.4
A) Situación del artículo 2297. “Se podrá repetir aun lo que se ha pagado por error de
derecho cuando el pago no tenía por fundamento ni aun una obligación puramente natural.”
B) Situación del artículo 2299. “Del que da lo que no debe, no se presume que lo dona,
a menos de probarse que tuvo perfecto conocimiento de lo que hacía, tanto en el hecho
como en el derecho.” Por lo tanto, si una persona da lo que no debe porque incurrió en un
error de derecho, ese error va a ser relevante: impide presumir la donación.
No obstante, las excepciones precitadas son aparentes, pues, si por error de derecho se
produce un pago de lo no debido, el tradens puede repetir, exigiendo la restitución de lo
entregado. De esta manera, la acción que asiste al tradens es la acción in rem verso, que
4
Hay autores que entienden que los artículos 8 y 1452 tienen ámbitos de aplicación separados, sin que sea
necesario relacionarlos. En derecho comparado, la ficción de conocimiento, que justifica la imperatividad de
la ley, no obsta a que un error sobre un punto de derecho pueda viciar la voluntad, pues dicho error no se
alega para substraerse a la imperatividad de la ley, sino para dejar sin efecto un acto jurídico en que la
voluntad se encuentra viciada. Con todo, dicho error deberá ser igualmente excusable, determinante y
espontáneo.
32
tiene por objeto corregir un enriquecimiento injusto. Si el error de derecho en este caso
viciara la voluntad, la acción que tendría el tradens sería una acción rescisoria, esto es, una
acción en que se persiga la declaración de la nulidad relativa.
Por lo demás, la acción in rem verso se funda en un enriquecimiento sin causa, por lo que el
problema en el pago de lo no debido se encuentra más bien en la causa, no en la voluntad.
En derecho comparado la tendencia ha sido admitir al error de derecho como vicio del
consentimiento, siempre y cuando sea excusable y determinante. Así, por ejemplo, el
Código Civil italiano de 1942, declara que el error de derecho vicia el consentimiento sólo
cuando ha sido la razón única, o, al menos la principal del contrato (art. 1429, Nº 4 Código
Civil Italiano).
En las hipótesis de error de hecho relevante, el legislador requiere no sólo que se den los
supuestos de hecho previstos en la norma, sino también que el error haya sido determinante
para la actuación del sujeto.
En el Código no se distingue entre error vicio y error obstáculo, pues considera a este
último un vicio del consentimiento.
Existen 3 interpretaciones:
a) Para quienes estiman que este error impide el acuerdo de voluntades, la convención
sería jurídicamente inexistente (falta la voluntad).
b) Otros estiman que la sanción es la nulidad absoluta, pues, pese a que el error impide
el consentimiento, la inexistencia no está considerada como sanción por el Código Civil.
(postura a la que parece adherir Reveco y Martinic)
c) Los demás creen que la sanción es la nulidad relativa, pues el artículo 1453 dice que
este error vicia el consentimiento, y de acuerdo con el artículo 1682 inc. final, cualquier
vicio que no esté configurado como causal de nulidad absoluta produce la nulidad relativa.
En la misma línea exegética, el artículo 1454 dice que “el error de hecho vicia asimismo el
consentimiento”, lo que refuerza la idea de que el artículo 1453, en las dos hipótesis que
contempla, regula al error como vicio del consentimiento. Además, se argumenta que este
33
El artículo 1454 inc. 1° regula la hipótesis en que la víctima del error atribuye a la cosa
objeto del acto o contrato una sustancia o calidad esencial que en realidad no tiene.
Sustancia: materia concreta que constituye una cosa, lo que supone un concepto
estrictamente objetivo y materialista.
No es pacífico en doctrina si acaso es posible formular una regla jurídica que permita
establecer en abstracto qué constituye la calidad esencial de una cosa.
Por un lado, hay quienes siguen un criterio objetivo (Avelino León Hurtado, Corte
Suprema), recurriendo al estándar de una persona media razonable; si, atendido este
estándar, puede exigirse que determinada cosa posea una calidad particular, entonces dicha
calidad es esencial y las demás, por exclusión, son todas accidentales. Lo anterior no obsta
a que el estándar de una persona media deba aplicarse considerando las circunstancias
particulares y las características del negocio; en otras palabras, que una calidad sea esencial
se aprecia en abstracto pero se determina en concreto.
Otro sector de la doctrina disiente de la conclusión anterior, arguyendo que para determinar
qué se entiende por calidad esencial habrá que atender siempre a la intención de las partes
(Vial del Río). El problema de esta tesis es que, dado que atiende a la intención de las
partes, permite una confusión entre calidad esencial y calidad accidental determinante
(artículo 1454 inciso 2). Además, atenta contra la seguridad jurídica.
Cualquiera sea la tesis que se siga, no es frecuente que las partes dejen expresamente
establecido qué constituye para ellas la calidad esencial, por lo que corresponde al juez
determinarla, atendiendo a las circunstancias del caso concreto.
Para saber cuáles son calidades accidentales en una cosa, es preciso determinar primero
cuáles son sus calidades esenciales; una vez determinadas las esenciales, todas las demás
son accidentales.
No vicia, por regla general, el consentimiento, a menos que la calidad accidental sea el
motivo principal que determinó a una de las partes a contratar y que la otra conozca dicho
motivo. Cuando vicia el consentimiento, la sanción es la nulidad relativa.
62. Labor del juez cuando se alegare por una de las partes en un contrato que ha
sido víctima de error sobre las calidades o cualidades de una cosa.
a) Debe deducir cuáles serían las cualidades de la cosa que la mayoría de las personas,
en esas mismas circunstancias, considerarían esenciales y determinantes para contratar, en
términos tales que, de conocer que faltaban, se habría abstenido de contratar.
b) Si se produce una coincidencia entre la apreciación que hace la víctima y la
deducción del juez, deberá rescindir el contrato, a menos que la parte en contra de la cual se
declare la rescisión pruebe que el error no fue determinante para su contraparte.
c) Del proceso deductivo surge, por exclusión, el concepto de calidad accidental,
respecto del cual existe una presunción contraria: no es, por regla general, el motivo
principal para contratar, por tanto, la víctima deberá probar que esa calidad no esencial fue
el principal motivo.
Como explica Juan Andrés Orrego, un caso no resuelto expresamente en las normas
relativas al error de hecho, es el que se refiere a la cantidad o número de cosas objeto del
35
contrato. No parece posible incluir esta hipótesis en el artículo 1453, pues el error no recae
en la identidad de una cosa específica, sino en el número de cosas de cierta clase, es decir,
determinadas sólo por su género. Podríamos entender, tentativamente, que este error
quedaría comprendido en el artículo 1454, si admitimos que una cualidad esencial de la
cosa es su cantidad o número, cuando las cosas están determinadas sólo por su género. Por
ello, también habría error substancial si una parte entendió comprar un caballo, y la otra
creyó que vendía 10 caballos. Al respecto, cabe recordar el ejemplo propuesto por Rudolf
von Ihering, al formular su teoría de la “culpa in contrahendo”: para fundamentar su tesis
de responsabilidad previa a un contrato, plantea el caso de una persona que solicita el envío
de 100 libras de una determinada mercancía, pero confunde el signo de libra (equivalente
aproximadamente a medio kilo) por el de quintal (equivalente a 46 kilos) y recibe por tanto
una cantidad muy superior a la pedida (un solo quintal habría satisfecho el total de lo
pedido, y se remiten 100). Como es obvio, el comerciante que había hecho el pedido
devuelve toda la mercancía que excede lo que realmente necesitaba. El contrato adolecería
de nulidad, por error substancial, pues resultaría innegable que la cantidad de las
mercancías es un aspecto esencial para cualquier comprador. Con todo, el tenor del citado
artículo 2216, en las normas del depósito, podría esgrimirse en contra de la tesis que admite
este error como sancionable con nulidad, cuando recae en el número o cantidad de cosas.
Ello porque en el precepto citado se distingue claramente entre “calidad” y “cantidad”. Si
no son lo mismo, resulta difícil incluir la segunda expresión dentro de la primera. Pero
también podría contra-argumentarse señalando que si el artículo se preocupó de dejar en
claro que el error en la cantidad de la cosa depositada no invalida el contrato de depósito, es
porque por regla general, un error de esta clase sí daría derecho a demandar la nulidad de
otro contrato, por ejemplo de compraventa.
De esta forma, volviendo al ejemplo de Ihering, podría sostenerse que el error no faculta al
comprador para demandar la nulidad, aunque sí para devolver el exceso de lo recibido,
rectificando los guarismos.
Quien sufre este error yerra en identidad de una persona o en alguna de sus cualidades
personales.
Este error es, por regla general, irrelevante (artículo 1455). Excepcionalmente, cuando el
acto se celebra en consideración a una persona determinada, es determinante y reviste
carácter esencial: actos intuitu personae. Esto es lo que sostiene la doctrina tradicional. Ej.
Actos de familia que se suponen celebrados en consideración a persona determinada. Los
actos patrimoniales, por regla general, no son intuitu personae, salvo en el caso de los
contratos gratuitos que se suponen celebrados en atención a persona determinada (como la
donación) y los onerosos que importan confianza en una persona específica (como el
mandato).
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La doctrina moderna es más amplia: será preciso demostrar en cada supuesto que el error
en la persona ha sido esencial y determinante del consentimiento. En los contratos basados
sustancialmente en el intuitu personae, normalmente no será necesario probar la
esencialidad, por la índole del contrato.
Tanto el error en la persona física como en sus cualidad personales son de gran importancia
en el matrimonio, como lo confirma el artículo 8 N° 2 de la Nueva Ley de Matrimonio
Civil, que establece: “Falta el consentimiento libre y espontáneo en los siguientes casos: 1º
Si ha habido error acerca de la identidad de la persona del otro contrayente; 2º Si ha habido
error acerca de alguna de sus cualidades personales que, atendida la naturaleza o los fines
del matrimonio, ha de ser estimada como determinante para otorgar el consentimiento”
Por regla general es irrelevante. Pero en los contratos en que la consideración de la persona
es la causa principal para contratar, el error vicia el consentimiento. Se sanciona con la
nulidad relativa.
Declarada la nulidad, la persona con que erradamente se contrató tiene derecho a demandar
indemnización de perjuicios, siempre que haya estado de buena fe. Así lo establece el
artículo 1455 inciso segundo del Código Civil, norma que según Reveco debe ser
interpretada extensivamente y aplicarse en todos aquellos casos en que se rescinda un
contrato por error.
Por regla general, el error puede invocarse como causal de anulación en todos los actos
jurídicos, incluso unilaterales, siempre que revista carácter de determinante.
Ej. La asignación que pareciere motivada por error de hecho, quedando claro que sin el
error no habría tenido lugar, se tendrá por no escrita (artículo 1058). El error en el nombre o
calidad del asignatario testamentario no vicia la disposición si no hubiera duda acerca de la
persona (artículo 1057). La aceptación de una herencia puede rescindirse por lesión, que
supone siempre un error: el aceptante debe ignorar que por disposiciones testamentarias de
que no tenía noticia al momento de la aceptación el valor de la asignación ha disminuido a
más de la mitad (artículo 1234).
Es el error compartido por todos los habitantes de una localidad o por la inmensa mayoría
de ellos. Cuando la voluntad o el consentimiento de las partes se encuentra determinado por
este error generalizado y concurren ciertos requisitos, el acto se mira como válido,
excluyéndose la procedencia de la nulidad. En efecto, el error común es invencible
(inevitable), por lo que el autor o partes de un acto jurídico en que tal error incida no
pueden substraerse de él; de ahí que, por razones de seguridad jurídica y protección de la
buena fe, el derecho proteja la apariencia de validez.
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El ejemplo clásico es el de los actos autorizados por un funcionario público nombrado con
infracción de algún requisito legal, o después de haber cesado en sus funciones o mientras
se hallaba suspendido. Los actos autorizados por dicho funcionario serían válidos, porque
las partes no tienen obligación de saber las causas que inhiben a un funcionario para
desempeñar su cargo ni es tarea suya averiguarlo; a ellos les basta confiarse en las
apariencias, esto es, que un funcionario que ejerce públicamente sus funciones, cumple con
todas las condiciones legales para ejercerlas, que es lo usual en la práctica.
A) Fundamento histórico:
B) Fundamento jurídico:
1. Tendencia del legislador de proteger la buena fe, la que se da incluso cuando el error
no es común, sino que individual, como ocurre en el matrimonio putativo.
2. La nulidad se impone como una sanción a quienes celebran un acto jurídico que no
cumple con los requisitos establecidos por la ley para su validez, lo que supone culpa o
negligencia, aunque sea mínima, en la persona que contrató pese a la existencia del vicio.
Sería injusto que se dieran las consecuencias de la nulidad en case de que, existiendo error
común, no concurra culpa.
Para que el error de que hablamos no vicie el consentimiento ni, por ende, invalide el acto
es necesario:
1) que sea compartido por todos o la inmensa mayoría de los habitantes de una localidad;
2) debe el error ser causado por un justo motivo (excusable), un fundamento lógico que
autorice a considerar verdadera una situación falsa, y;
3) debe existir buena fe de parte de quien invoca el error común. Concurriendo los tres
requisitos enunciados el error se reputa invencible: el o los autores del acto jurídico han
estado en la imposibilidad de sustraerse a él y, en consecuencia, el derecho debe proteger la
apariencia de validez.
70. Doctrina que rechaza el efecto validante del error común como principio
general.
b) No es efectivo que la nulidad sea una sanción que requiera la existencia de culpa o
negligencia, sino que constituye una sanción de carácter estrictamente objetivo. Por lo
demás, si siguiéramos la teoría de la culpa in contrahendo, quien ha obrado culpablemente
igual puede solicitar la declaración de nulidad con tal que se haga responsable de los
perjuicios causados
c) No es necesario recurrir a la máxima error communis facit ius, pues en la mayoría de los
casos en que se pretende aplicarla, el legislador, guiado por razones de justicia, equidad y
protección a la buena fe, expresamente ha contemplado disposiciones que le dan validez al
acto, las que son de carácter excepcional.
Nuestro Código Civil no establece norma alguna que, en general, declare que el error
común no vicia la voluntad o el consentimiento; pero contempla disposiciones que aparecen
inspiradas en este aserto. Por ejemplo, al hablar de las causales de inhabilidad de los
testigos en un testamento solemne otorgado en Chile, dice que si alguna de esas causas de
inhabilidad no se manifestare en el aspecto o comportamiento de un testigo, y se ignorare
generalmente en el lugar donde el testamento se otorga, fundándose la opinión contraria en
hechos positivos y públicos, no se invalidará el testamento por la inhabilidad real del
testigo. Pero la habilidad putativa no podrá servir sino a uno solo de los testigos (art. 1013).
Se ha preguntado si el error común debe considerarse sólo en los casos en que la ley se
refiere expresamente a él o en cualquiera otro en que concurran los requisitos que lo hagan
procedente. Algunos autores estiman que, salvo cuando lo ordene una norma excepcional y
necesariamente expresa, no es aplicable el principio tradicional error comunis facit ius (el
error común constituye derecho) porque si la ley tuvo necesidad de referirse expresamente
en cada caso a la procedencia del error común como excluyente de la invalidez de un acto,
es en razón de que no lo acoge en general. A juicio de otros los preceptos que en diversos
casos aplican el mencionado principio no hacen sino trasuntar la aceptación de una idea
general, por lo que la máxima de que el error común no invalida el acto en que concurre
debe aplicarse en todos los casos, aunque no sean de los contemplados expresamente por la
ley.
La fuerza o violencia consiste en los apremios físicos o morales que se ejercen sobre una
persona destinados a que preste su consentimiento para la celebración de un acto jurídico.
A diferencia del error y el dolo, que dicen relación con el conocimiento, la fuerza es un
vicio de la voluntad porque se opone a la libertad.
La declaración obtenida por fuerza moral corresponde a una voluntad negocial. Es decir, la
voluntad no falta, pero está viciada. La amenaza del mal opera como motivo en la
formación de la voluntad, por lo que hay un vicio de la voluntad y no falta de ella.
Aquella que influye de manera significativa en el ánimo de la víctima. Para ello se toma en
consideración un tipo medio de persona sensata, apreciando edad, sexo y otras condiciones.
El mal con que se amenaza debe ser ilegítimo, es decir, contrario a derecho; o bien, no
siendo en sí mismo ilícito, debe perseguir la consecución de una ventaja desproporcionada
e injusta.
En principio, la amenaza no es injusta cuando se tiene derecho a ejercerla. De esta manera,
el acreedor puede amenazar legítimamente al deudor moroso con demandarlo judicialmente
o pedir que se abra a su respecto un procedimiento concursal de liquidación (siempre y
cuando se cumpla alguna causal legal) si no paga la deuda de inmediato. Tal pago, si se
efectúa, es un acto jurídico plenamente válido, porque exigir el pago de la deuda es un
hecho a que faculta el crédito.
Sin perjuicio de lo anterior, la doctrina moderna también estima que la fuerza es injusta
cuando no siendo en sí mismo ilícito el mal amenazado, él se enlaza a la consecución de
una ventaja desproporcionada e injusta. Por ejemplo, que un acreedor amenace al deudor
con denunciar un delito cometido por éste con el único fin de obtener una ventaja sobre los
demás acreedores del mismo deudor.
40
Para la licitud de la amenaza no basta con que su objeto sea permitido, ni que constituya
una práctica jurídica, ni tampoco que el resultado perseguido sea lícito y susceptible de
coacción jurídica. Debe elegirse el justo medio encaminado a la consecución del resultado.
No hay violencia o fuerza cuando la víctima, por error, se autosugestiona con la impresión
de una amenaza inexistente.
Tampoco la hay en el temor reverencial: estado de sujeción en el que nos encontramos por
razones de obediencia, gratitud, respeto, admiración o devoción frente a otros.
Se encuentra regulada como vicio en los artículos 1456 y 1457 del Código Civil.
El artículo 1456 inc. 1° señala los requisitos que debe reunir la fuerza para viciar el
consentimiento.
Es aquella capaz de producir una impresión fuerte en una persona de sano juicio, tomando
en cuenta su edad, sexo y condición.
Se ha discutido si puede alegar la nulidad aquel sujeto que ha celebrado una convención
presionado por la amenaza de un tercero o de la otra parte de que, de no consentir, se
inferiría un mal irreparable y grave a otra persona que no es ninguna de las expresamente
41
enumeradas por el Código, pero que le es muy querida (novia, amigo cercano, etc.). La
doctrina ha entendido que sí, pues, si bien tratándose de las personas mencionadas en forma
textual por el Código hay una presunción legal, respecto de otras personas, si bien la
presunción legal no existe, ello no obsta a que el contratante pruebe que la amenaza de
perjudicar a esas otras personas le produjo el justo temor de que habla la disposición del
Código Civil.
El Código Civil no lo exige, pero hay consenso en la doctrina nacional en que el apremio
debe ser contrario a la ley o al derecho.
Conforme al artículo 1457 del Código Civil, es indiferente que la fuerza provenga de una
de las partes o de un tercero, pero debe provenir de una persona.
El artículo 1456 inc. 2° Código Civil define temor reverencial como “… el solo temor de
desagradar a las personas a quienes se debe sumisión y respeto…”. No vicia el
consentimiento.
El acto existe, pero con un vicio que lo expone a ser invalidado. La sanción es la nulidad
relativa.
Este sujeto no va a estar obligado a reparar los daños que produzca a terceros.
En caso de que el comportamiento afecte los intereses propios, el sujeto, entre dos males,
está escogiendo el que cree el menor. Si esta elección se traduce en la celebración de un
acto jurídico se produce una situación semejante a la fuerza; no obstante, pueden señalarse
las siguientes diferencias:
1. En el estado de necesidad, la coacción puede derivar de un hecho natural o humano,
en cambio en la fuerza, proviene necesariamente del hombre (salvo en el matrimonio).
2. En el estado de necesidad, el hecho no está encaminado a obtener una manifestación
de voluntad, en cambio en la fuerza, el apremio va directamente dirigido a obtener el
consentimiento.
El dolo está definido en el artículo 44 inciso final del Código Civil como la intención
positiva de inferir injuria a la persona o propiedad de otro.
Teoría unitaria del dolo: Se ha señalado que, independientemente de los campos en que
opere el dolo, éste es siempre el mismo. La mayoría de los autores, incluso el mismo
Ulpiano, han estimado que la base unitaria del dolo está en el engaño.
Así, por ejemplo, es evidente que toda maquinación fraudulenta dirigida a obtener el
consentimiento de otro para la celebración de un contrato implica un engaño. En el caso del
dolo como agravante de responsabilidad contractual, el engaño consistiría en hacer creer a
la otra parte que el contrato será cumplido.
No obstante, la teoría unitaria del dolo encuentra un problema tratándose de los delitos
civiles, pues, en estos casos, en realidad el elemento central no es el engaño, sino la
intención positiva de dañar. En efecto, en conformidad al artículo 2284 del Código Civil, lo
que califica a un hecho voluntario como delito es la intención de dañar; dicha intención
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puede tomar forma en un engaño o no, pero ello es indiferente para la calificación como
delito.
En razón de lo anterior, Barcia Lehmann rechaza la teoría unitaria del dolo y arguye que la
definición dada por el artículo 44 inciso final se corresponde más bien con el delito civil y
no tanto con el dolo como vicio de la voluntad ni como agravante de la responsabilidad
contractual.
Más allá de lo señalado anteriormente, la doctrina suele señalar que el dolo actúa en tres
campos diversos del Derecho Civil.
1) Como vicio del consentimiento. Se traduce en el empleo por parte de una persona de
trampas, maquinaciones, mentiras u otros artificios dirigidos hacia otra persona con el fin
de inducirla a otorgar un acto o celebrar un contrato que sin aquellas maniobras, ella no
habría efectuado.
3) Por último, el dolo es un elemento del delito civil. El delito civil es la comisión u
omisión de un hecho realizada con la intención de dañar la persona o bienes ajenos.
En el dolo también se produce una falsa representación de la realidad; pero, a diferencia del
error, ésta no surge en forma espontánea, sino que es consecuencia de las maquinaciones o
maniobras fraudulentas fraguadas por otras personas para inducir a error al sujeto.
Vial define al dolo como aquel vicio del consentimiento constituido por la maquinación
fraudulenta destinada a que una persona preste su consentimiento para la celebración de un
acto o contrato. Por su parte, Avelino León lo define como el vicio consistente en artificios
o acechanzas, destinados a inducir o a mantener en el error, para determinar a una persona a
consentir en el acto jurídico
El dolo es un engaño provocado, pero hay que tener presente que constituye un vicio
distinto del error. Aun cuando el error provocado por el dolo sea irrelevante para el derecho
-en el sentido de que no esté tipificado como una hipótesis de error que vicie la voluntad y
dé lugar a la nulidad relativa-, el acto en que incide va a ser ineficaz.
1. Dolo bueno: engaño menor, producto de las exageraciones que son normales en el
comercio. Es la jactancia o exageración de las cualidades o del valor de la cosa ofrecida. Es
un comportamiento lícito.
Doctrinariamente, para que el dolo vicie el consentimiento, debe reunir los siguientes
requisitos:
Para que el dolo vicie el consentimiento debe reunir dos requisitos copulativos: ser
determinante y ser obra de una de las partes (artículo 1458 inc. 1° Código Civil).
Esto se refiere a los actos jurídicos bilaterales, más concretamente a los contratos, pero la
voluntad puede también estar viciada en los actos jurídicos unilaterales. En este caso, basta
que el dolo sea determinante, pues el dolo provendrá necesariamente de un tercero, siendo
indiferente que ese tercero se beneficie o no.
El dolo produce un error, y aunque ese error sea irrelevante, el dolo se sanciona siempre.
Por tener un alcance tan amplio, el dolo se excluye del matrimonio.
Vicia la voluntad cuando es determinante y obra de una de las partes. Se sanciona con la
nulidad relativa.
2. Demandar a la persona que, sin haber fraguado el dolo, ha obtenido provecho de él,
hasta la concurrencia de dicho provecho.
El artículo 1459 del Código Civil establece que el dolo no se presume sino en los casos
especialmente previstos por la ley. En los demás debe probarse.
Son ejemplos de casos en que en dolo se presume:
1º Artículo 143, inciso 2º: presunción de derecho.
2º Artículo 706, inciso final: presunción de derecho.
3º Artículo 968 Nº 5: presunción simplemente legal.
4º Artículo 1301: presunción simplemente legal.
5º Artículo 2510 número 3: presunción simplemente legal;
6° Artículo 94, regla 6: presunción simplemente legal;
7° Artículo 974, inciso 2º: presunción de derecho;
8º Artículo 280 del Código de Procedimiento Civil, en las medidas prejudiciales:
presunción simplemente legal; quien obtuvo la medida, debe presentar su demanda en un
cierto plazo, presumiéndose dolosa su gestión en caso contrario; y
9º En la Ley de cuentas corrientes bancarias y cheques, se presume dolo al girar un cheque
contra una cuenta cerrada o carente de fondos (artículo 22 de la citada ley).
La doctrina y la jurisprudencia, sobre todo a propósito del “caso Inverlink”, han reconocido
una acción restitutoria dirigida en contra de los terceros que se han aprovechado del dolo
ajeno. Esta acción se funda en lo dispuesto en los artículos 1458 inc. 2 y 2316 inc. 2, pues
ambas normas permiten a la víctima de dolo dirigirse en contra de quienes se han
aprovechado de él a fin de que éstos reembolsen el valor de su provecho. Esta acción
presupone que un tercero, sin ser cómplice del dolo –por lo tanto, de buena fe-, haya
obtenido un provecho de una conducta dolosa, sea que dicha conducta tenga lugar en el
contexto de la celebración de un contrato (como vicio del consentimiento) o en la comisión
de un delito. En otras palabras, si quien ha cometido dolo posteriormente desplaza los
beneficios patrimoniales que ha obtenido a un tercero (generalmente mediante un contrato
traslaticio de dominio y la subsecuente tradición), aun cuando este tercero no tenga
conocimiento del dolo (de hecho, se estima como un requisito de la acción que el tercero no
tenga conocimiento del dolo o no sea cómplice en él), el legislador permite a la víctima
dirigirse en su contra. Si el tercero fuese cómplice del dolo, entonces la víctima podría
dirigirse en su contra por la totalidad de los perjuicios y ya no estaríamos en el contexto de
la acción por provecho de dolo ajeno.
prefiriendo su sanción antes que la protección a los terceros de buena fe. Hay quienes
entienden que su fundamento está en la reparación de un enriquecimiento injusto; no
obstante, los terceros que se aprovechan del dolo ajeno generalmente pueden justificar su
enriquecimiento en el contrato que ha servido de título o causa del provecho.
La doctrina discute la naturaleza jurídica de la acción. Por una parte, fundándose en el tenor
y contexto de los artículos 1458 inc. 2 y 2316 inc. 2, hay quienes creen que es una acción
de indemnización de perjuicios. No obstante, la mayoría estima que se trata de una acción
restitutoria, pues no exige culpa y su objeto es la restitución del provecho, el que puede ser
mayor o menor al daño efectivamente sufrido por la víctima.
La lesión se define como el perjuicio que experimenta una persona cuando ejecuta ciertos
actos jurídicos, y que resulta de la desigualdad existente entre la ventaja obtenida y el
sacrificio hecho para obtenerla.
Dado que la lesión implica una desigualdad entre las prestaciones de las partes, se restringe
su aplicación solamente a los contratos onerosos conmutativos.
A) Criterio subjetivo:
a) Si la lesión es una consecuencia del error, fuerza o dolo, no hay razones para
considerarla un vicio del consentimiento.
b) Parece antijurídico que cualquier persona pudiera pedir la nulidad del contrato que
considera desfavorable para sus intereses por la sola razón de haber consentido en él por la
imperiosa necesidad de dinero.
Este criterio debe desecharse para resguardar la seguridad y estabilidad de las relaciones
jurídicas. La necesidad puede obligar a contratar en condiciones desfavorables, pero no por
eso se pierde la voluntad de contratar; no coarta la libertad.
B) Criterio objetivo:
C) Criterio mixto:
La mayoría de la doctrina nacional sostiene que en nuestro derecho la lesión, al igual que
en el derecho francés, es un vicio objetivo, predominando, por sobre elementos subjetivos,
el elemento material del perjuicio experimentado. Siguiendo a Josserand, “la lesión
funciona automáticamente, mecánicamente, desde el momento que las condiciones
requeridas por la ley se encuentran reunidas, y con abstracción de toda consideración
derivada de la mentalidad de los contratantes, del fin perseguido por ellos”. No interesa por
tanto la intención o los móviles de los contratantes. La lesión se reduce a una pura cuestión
de cifras.
En nuestro Derecho, se dan las siguientes razones para aseverar que la lesión es un vicio
objetivo:
3º El tratamiento casuístico que la ley chilena da a la lesión: no hay más casos que aquellos
contemplados expresamente por la ley.
Apartándose del tratamiento general, Carlos Ducci trata de la lesión en el error, como un
caso de error en la magnitud de las prestaciones subsumible en el error en calidad esencial,
postulando su procedencia más allá de los casos expresamente regulados5.
Más allá de la discusión en cuanto a la naturaleza de la lesión, los casos de lesión enorme
en el Código Civil son los siguientes:
La compraventa puede rescindirse por lesión enorme (Art. 1888 Código Civil). Sólo cabe la
lesión en la compraventa voluntaria de bienes raíces (Art. 1891 Código Civil).
Efectos de la lesión: produce los efectos propios de la nulidad, a menos que la parte contra
quien se pronuncie la rescisión se allane a respetar el justo precio, restableciendo así el
equilibrio (Artículo 1890).
5
Los argumentos de Ducci son básicamente los siguientes:
a) A diferencia de lo que ocurre en Francia, no existe en nuestro Código Civil una norma que disponga
expresamente que la lesión no vicia la voluntad.
b) Una lectura conjunta de los incisos 1° y 2° del artículo 1348 da a entender que la lesión es una causa
general de nulidad en los contratos.
c) De acuerdo al artículo 1454, el error en calidad esencial del objeto vicia el consentimiento, y el objeto, de
acuerdo al artículo 1460, consiste en una o más cosas que se trata de dar, hacer o no hacer. Por ende, el objeto
consiste en la cosa o hecho que constituye la prestación y su magnitud, en el caso de los contratos
conmutativos (1441), es una calidad esencial.
d) El artículo 2458 ha tenido que señalar expresamente que el error de cálculo no anula la transacción, sino
que solamente da derecho a pedir la rectificación.
50
Cláusula penal enorme es aquella que excede los márgenes previstos para este efecto en la
ley. Para aquellos que miran a la cláusula penal como una avaluación anticipada de
perjuicios, la cláusula penal enorme es aquella que es excesiva o desmesurada, perdiendo,
en consecuencia, su carácter indemnizatorio y convirtiéndose en un lucro para el acreedor.
Según el artículo 1544 del Código Civil, el límite está dado por el doble de la cantidad que
se obliga a pagar el deudor en virtud del pacto principal. Todo lo que exceda de este duplo
puede ser rebajado.
Esta situación se refiere al asignatario que al aceptar la asignación creía que ésta tenía un
determinado valor, ignorando, al tiempo de aceptarla, que existían disposiciones
testamentarias del causante, en virtud de las cuales el valor de la asignación disminuye en
más de la mitad. En este caso, el asignatario puede pedir la rescisión de la aceptación
(Artículo 1234 del Código Civil).
G) Lesión en la anticresis:
6
Tratándose de operaciones de crédito de dinero, el artículo 6 inciso final de la ley 18.010 establece la forma
en que ha de calcularse el interés máximo convencional.
51
La anticresis es un contrato real por el que se entrega al acreedor una cosa raíz para que se
pague con sus frutos (artículo 2435 del Código Civil).
Los intereses que se pacten están sujetos, en caso de lesión enorme, a la misma reducción
que en caso de mutuo (Artículo 2443).
A diferencia de lo que ocurre con la lesión enorme, que supone la desproporción de las
prestaciones al momento de contratar, cabe preguntarse qué ocurre cuando tal
desproporción grave se origina con posterioridad a la celebración del contrato: estamos aquí
ante un caso de excesiva onerosidad sobreviniente, que, aclarado sea, no se vincula con la
validez del contrato, sino con los términos en que debe ejecutarse.
Con todo, los diversos argumentos para su admisión o rechazo los veremos
pormenorizadamente en el apunte de Contratos Parte General.
¿Qué debe primar? ¿Lo querido o lo declarado? ¿El querer interno o exteriorizado?
Conclusión:
Por una parte, la Teoría de la Voluntad se entromete en aspectos ajenos al Derecho y que
muchas veces sólo pueden ser conocidos (¡y a veces ni eso!) por la persona que efectúa la
declaración.
Conocer la voluntad real de una persona es quimérico. Por otra parte, la teoría de la
declaración otorga un lugar tan preponderante a las expresiones y palabras que no sirve
para explicar los vicios del consentimiento. Parece ser que la Teoría de la Responsabilidad
(Ihering) es la más ajustada a Derecho. No olvidar nunca que “en el acto jurídico deben
concurrir conjuntamente voluntad y declaración. Es preciso que exista una intención y que
pueda reconocerse mediante un acto; pero, así como la declaración en sí misma es un
esquema vacío, sin contenido, así la intención no revelada está todavía en el limbo del acto
jurídico”.
El artículo 1560 prescribe que “conocida claramente la intención de los contratantes, debe
estarse a ella más que a lo literal de las palabras” (ver coincidencia con el artículo 1069
sobre la interpretación del testamento). Existen 2 interpretaciones:
B. El Código invita al intérprete a hacer prevalecer la voluntad real, pero siempre que ésta
sea claramente conocida. Por tanto, ésta debe haber sido exteriorizada. No le corresponde al
juez o a las partes buscar la voluntad que se mantuvo en el fuero interno. La voluntad no
exteriorizada es irrelevante para el Derecho.
Cabe recordar que cierto sector de la doctrina agrega que si la divergencia entre la voluntad
real y lo declarado es por culpa o dolo del declarante, éste no debiera poder sustraerse de
los efectos del acto, alegando que su declaración no refleja su querer interno. El artículo
1683 del Código Civil contempla esta ratio, en tanto establece que no se puede alegar la
nulidad absoluta por aquella parte que ha conocido o debido conocer el vicio que invalida
el acto o contrato (si bien esta norma se regula a propósito de la nulidad absoluta, se
propone por parte de la doctrina una interpretación extensiva).
VI. LA SIMULACIÓN.
104. Conceptos generales.
A. Lícita o ilícita:
Licita: no se busca perjudicar a terceros. Si bien pueden existir actos que induzcan a error o
que pretendan el engaño, no existe intención de provocar daño (p. ej. Juan gana la lotería.
Todos sus familiares y conocidos lo molestan pidiéndole dinero. Juan simula donar o
vender todas las ganancias a otra persona, sólo con el fin de que dejen de hostigarlo).
55
Ilícita: sí busca perjudicar a terceros o violar un precepto legal (p. ej. Burlar a los
acreedores).
B. Absoluta o relativa:
Absoluta: Celebración de un acto jurídico que no tiene nada de real y que es ficticio en su
totalidad (p. ej. Juan simula vender su auto a Pedro; el auto nunca es traspasado a Pedro, ni
siquiera como donación)
A) Referida a la existencia del acto jurídico: las partes dan apariencia de realidad a un acto
que no existe.
B) Referida a la naturaleza del acto jurídico: las partes quieren celebrar determinado acto
jurídico pero lo encubren mediante otro de naturaleza diversa. Por ejemplo, a propósito de
la prenda, la ley prohíbe el pacto en virtud del cual el acreedor prendario se hace dueño de
la cosa dada en prenda en caso que el deudor no cumpla con la obligación principal. Antes
de la dictación del decreto ley 776, era usual en la práctica encubrir este negocio (y así
esconder la violación al precepto legal) mediante la celebración de un contrato compraventa
con pacto de retroventa. El artículo 1 inciso 2 del decreto ley precitado señala que se
comprenden en sus disposiciones toda clase de garantías sobre bienes muebles que se
entreguen a un acreedor, sea bajo la forma de una venta condicional, de un pacto de
retroventa o de otra manera, sin que valga estipulación alguna en contrario, debiendo
aplicarse el procedimiento de realización de prenda establecido en dicha ley.
C) Referida a las partes que intervienen en el acto jurídico: las partes quieren celebrar un
acto jurídico pero una de ellas es encubierta mediante un tercero.
Para algunos, la simulación se produce desde la celebración misma del acto simulado. Para
otros, desde que este acto se opone a terceros.
Con el acto en fraude a la ley se pretende eludir un precepto legal o hacer algo que la ley
prohíbe, mientras que con la simulación se pretende esconder u ocultar la violación de un
precepto legal.
Por el contrario, parece permitirla en determinados casos (ver artículo 1707 del Código
Civil).
En la simulación absoluta no hay nada detrás. Una vez declarada la simulación, se descubre
la no celebración del acto, que puede implicar la inexistencia o nulidad absoluta del acto
según la tesis que se siga. En la relativa el acto simulado desaparece, pero sí hay algo
detrás: el acto oculto o disimulado. Para saber la suerte de éste deben analizarse sus propios
requisitos de existencia y validez.
Es muy común dar apariencia de contrato oneroso a un contrato gratuito, a fin de evitar
determinadas formalidades. El ejemplo clásico es el de la donación que se simula como
compraventa. La compraventa es, por regla general, un contrato consensual, pero la
donación requiere la solemnidad de la insinuación, cuando supera los 2 centavos. Una vez
declarada la compraventa como simulada, se descubre la donación y analizando los
requisitos de validez de ésta notamos que no se ha procedido a la solemnidad de donación y
que por ende el acto es nulo absolutamente.
Puede ser con respecto al objeto, el precio, modalidades, pactos accesorios, etc.
La simulación en el contenido es propia de la simulación relativa.
Consiste en mencionar a personas con la calidad de partes sin serlo. También es propia de
la simulación relativa.
Entre las partes: siempre prima la voluntad real y no la voluntad simulada (la declaración).
Por ende, si se celebra una simulación relativa, el acto oculto surte plenos efectos entre las
partes. A mayor abundancia, cuando ésta es lícita, las partes comúnmente celebraran una
contraescritura en que conste la voluntad real, la cual primará siempre (p. ej. X e Y
celebran una compraventa de bienes raíces, para cubrirse de terceros en la Escritura Pública
declaran que el precio se encuentra pagado totalmente, lo que no es cierto, y por ende
celebran también una contraescritura privada en que consta que el precio no se ha pagado y
la forma de pago). Revisar artículo 1707 del Código Civil.
Con respecto a terceros: por regla general, los terceros no pueden ser afectados por el acto
oculto, sino sólo por el acto simulado. Por ende, respecto de ellos es este acto el que
produce efecto. Sin embargo, pueden existir terceros que prefieran revelar el acto oculto, ya
sea para que se apliquen a éste las eventuales sanciones (por ej, nulidad absoluta por falta
de observancia de formalidad) o estos terceros puedan hacer valer las acciones que
correspondan (por ej, en la acción pauliana contemplada en el artículo 2468 se establecen
requisitos menos exigentes si el acto que se pretende dejar sin efecto es gratuito, por lo que,
en caso que se haya disimulado una donación mediante una compraventa, los terceros
podrían preferir hacer valer la donación).
En consecuencia, hay dos tipos de terceros: por una parte, aquellos que quieren que
prevalezca la voluntad real, y, por otra, los que prefieren que prevalezca la voluntad
declarada.
Como ya señalamos, estos terceros prefieren revelar el acto oculto, ya sea para que se
apliquen a éste las eventuales sanciones o para que puedan hacer valer las acciones que
correspondan. Son terceros que impugnan la voluntad declarada, pues ésta encubre un acto
que les acarrea perjuicios y que quieren sea sancionado.
Puede ocurrir que exista conflicto entre ambos tipos de terceros. Nuestra legislación no
resuelve el problema, pero la doctrina es unánime: las consecuencias de la simulación
demandada por terceros no afectan a aquéllos que estaban de buena fe, y, por ende, solo
afectan a aquéllos que deberían haber sabido o tenido conocimiento, sin negligencia de su
parte, que sus derechos derivaban de un título simulado.
La vía penal tiene por objeto exigir el castigo de los que han celebrado dicho acto en
perjuicio de terceros (art. 471, Nº 2º del Código Penal).
En sede civil, la simulación puede entablarse como acción o excepción, cuyo objeto será
dejar sin efecto el acto simulado y obtener la correspondiente indemnización de perjuicios.
La acción de simulación puede ser ejercida tanto por las partes como por terceros.
Si es ejercida por terceros, ésta tendrá por objeto que el juez determine cuál es la voluntad
real de las partes, dejando sin efecto el acto simulado y condenando a la indemnización de
los perjuicios causados.
Los terceros sólo pueden ejercitar la acción de simulación si tienen interés en la declaración
de ésta, ya que es un principio que “sin interés no hay acción”. Y el plazo, según la doctrina
más moderna, se comienza a computar desde el momento en que tuvieron conocimiento del
acto disimulado u oculto.
Para que se entienda que un tercero tiene interés, se requiere que:
a) Sea titular de un derecho amenazado por el acto simulado.
b) Debe acreditar el daño.
Por otro lado, se presenta un problema en aquellos casos en que en el acto oculto no incide
vicio alguno, pues en estos casos no procede solicitar la nulidad absoluta de tal acto y no
habría referencia alguna para determinar el plazo de prescripción de la acción de
simulación. Ante esto, la solución doctrinaria supone la aplicación de las reglas generales,
pudiendo distinguirse dos opciones:
El artículo 1445 señala que “Para que una persona se obligue a otra por un acto o
declaración de voluntad es necesario: (…) 3º. Que recaiga sobre un objeto lícito”. Luego,
el artículo 1460 indica que “Toda declaración de voluntad debe tener por objeto una o más
cosas que se trata de dar, hacer o no hacer. El mero uso de la cosa o su tenencia puede ser
objeto de la declaración”. El artículo 1461, por su parte, dispone que “No sólo las cosas
que existen pueden ser objetos de una declaración de voluntad, sino las que se espera que
existan (…) Si el objeto es un hecho, es necesario que sea física y moralmente posible”.
Los artículos 1462 a 1466, según veremos, establecen los casos de objeto ilícito. El artículo
1468, en fin, advierte que “No podrá repetirse lo que se haya dado o pagado por un objeto
o causa ilícita a sabiendas”.
En principio, podemos señalar que el objeto es un requisito de existencia del acto jurídico.
De hecho, el Código chileno habla de un objeto de “un acto o declaración de voluntad”
(artículo 1445), es decir, de los actos jurídicos en general, y en este punto fue más preciso
que el Código francés, que se refirió al objeto del contrato o convención en el artículo 1108.
A) Para algunos el objeto está constituido por los derechos y obligaciones que el acto crea,
modifica o extingue, es decir, lo querido por el autor o las partes. En el caso de un contrato,
el objeto consistiría específicamente en la creación de derechos y obligaciones.
B) Para otros el objeto es la prestación, es decir, la conducta que debe ejecutarse respecto a
una cosa (darla o entregarla) o respecto a un hecho (ejecutarlo o abstenerse de ejecutarlo).
Desde esta perspectiva, serían una misma cosa el objeto del contrato y de la obligación.
60
C) Para otros el objeto se refiere específicamente a la cosa o hecho sobre la que versa la
prestación. Desde esta perspectiva, serían una misma cosa el objeto del contrato, el objeto
de la obligación y el objeto de la prestación. Esta es la perspectiva de Pothier.
Se ha sostenido que, si se trata de aludir al objeto del acto jurídico, debemos entender la
palabra “objeto” como sinónimo de finalidad. El objeto, desde esta visión, corresponde a
la acepción de la palabra que el Diccionario de la Lengua define como “Fin a que se dirige
una acción u operación”. En cambio, si nos referimos al objeto de la obligación,
entendemos la expresión “objeto” en su acepción de contenido, es decir, como la
prestación, la que a su vez tiene por objeto una cosa o hecho.
Nuestro Código Civil, tanto en el artículo 1438 como en el 1460, entiende que el objeto se
refiere a la cosa o hecho sobre la que versa la prestación. Por lo demás, si se atiende al
tenor del artículo 1445, en tanto exige que el acto o declaración recaiga en un objeto lícito,
y se revisan los casos de objeto ilícito, parece más patente que nuestro Código se refiere al
objeto como la cosa o hecho sobre la que versa la prestación.
Por lo demás, si bien la doctrina mayoritaria entiende que el objeto de un acto jurídico es la
creación, modificación o extinción de derechos y obligaciones, uno de sus mismos
exponentes (Velasco Letelier) reconoce que los derechos y obligaciones “no son
concebibles en el aire, no tienen razón de ser si no se aplican a una cosa o a un hecho;
deben necesariamente referirse a alguna finalidad material. En efecto, nadie puede tener
un derecho o una obligación en sí, sin que el derecho sea de exigir la dación o entrega de
una cosa, o la realización o abstención de un hecho, o sin que la obligación se refiera a
dar o a entregar esa cosa, o a realizar o no realizar ese hecho. Y esas cosas o esos hechos
–positivos o negativos- a que las obligaciones y derechos forzosamente deben referirse son,
precisamente, su objeto: el objeto de la obligación es la cosa o el hecho a que el derecho se
aplica”.
De esta manera, la conexión entre el objeto del contrato, el objeto de las obligaciones y el
objeto de la prestación es íntima e inseparable.
A) Debe ser determinado o, por lo menos, determinable (mediante métodos objetivos). Esta
determinación o determinabilidad debe estar presente al momento de la celebración del
contrato.
B) Debe ser posible, tanto en los hechos (físicamente posible) como en el derecho
(moralmente posible).
C) Debe ser lícito. Objeto lícito es aquel el que no es contrario a la ley, al orden público o a
las buenas costumbres. La doctrina ha entendido que el objeto que contraviene la ley es
ilegal; el que contraviene el orden público y las buenas costumbres es inmoral.
61
Al tratar el objeto el Código de Bello distingue entre COSAS y HECHOS (Artículo 1461).
(i) Si las partes manifiestan expresamente que la compraventa no se entiende hecha bajo esa
condición.
(ii) Si de la naturaleza del contrato aparece que lo que se compra es la suerte.
Por otro lado, el artículo 1814 establece que si se vende una cosa que al tiempo de
perfeccionarse el contrato se supone existente y, en realidad, no existe, la venta no
producirá efecto alguno (artículo 1814). El contrato será inexistente, pues no existe la cosa
objeto del mismo.
B) Cosa comerciable: La cosa debe ser susceptible de posesión o dominio privado. Existen
cosas fuera del comercio, sea por su naturaleza, como los bienes comunes a todos los
hombres (artículo 585), sea por su destinación, como los bienes nacionales de uso público
(artículo 589).
Hay un criterio generalizado por considerar incomerciables las cosas que se excluyen del
comercio por razones de orden público, o en resguardo de la moral y buenas costumbres.
En esta línea, se ha dicho comúnmente que las armas y drogas, entre otros, son cosas
incomerciables. Avelino León piensa que sí son comerciables, porque pueden ser
apropiadas bajo determinadas condiciones.
Los hechos objeto de los actos jurídicos deben ser determinados y posibles.
A) que sea determinado significa que el deudor debe saber qué hecho específico debe
ejecutar o de cuál debe abstenerse. Correlativamente, el acreedor debe saber qué hecho o
abstención puede exigirle al deudor.
Para la validez del acto jurídico el objeto debe ser lícito. El artículo 1445 así lo dispone,
pero no establece qué debe entenderse por licitud o ilicitud del objeto. Así las cosas, es la
doctrina la que ha dado diferentes conceptos de objeto ilícito:
A) Claro Solar entiende que el objeto lícito es el reconocido por la ley, que lo protege y
ampara. A contrario sensu, objeto ilícito es aquél que no se conforma con la ley, o bien
aquél que infringe la ley o contraviene el orden público o las buenas costumbres. Para esta
conclusión el autor se apoya en los artículos 1461 (respecto de los hechos moralmente
imposibles) y 1467 (éste último por analogía).
B) Eugenio Velasco Letelier entiende por objeto ilícito aquel que carece de cualquiera de
los requisitos que la ley señala al objeto, tanto cuando éste consiste en una cosa como en un
hecho.
C) Avelino León señala que objeto ilícito es el que versa sobre cosas incomerciables o
sobre hechos o contratos prohibidos por las leyes, o sobre hechos contrarios a las buenas
costumbres o al orden público. Se apoya en el tenor de los artículos 1464 N°1 y 1466.
63
D) Para Víctor Vial del Río las cosas no pueden ser lícitas o ilícitas en sí mismas, por lo
que el objeto es ilícito cuando consiste en la ejecución de un hecho ilícito, o en un acto o
contrato prohibido por las leyes (artículo 1466).
Vial señala que las cosas incomerciables no pueden ser consideradas objeto, pues en tal
caso, según su opinión, habría inexistencia. No obstante, el artículo 1464 N° 1
expresamente considera constitutiva de objeto ilícito la enajenación de cosas que no están
en el comercio.
Asimismo, son válidos los pactos de sumisión al derecho extranjero de los contratos
internacionales en que sea parte el Estado de Chile o sus organismos.
Finalmente, más allá del ejemplo señalado por el artículo 1462, cabe agregar que la
Constitución Política de la República también prohíbe los actos que contravienen el
derecho público chileno, al establecer en su artículo 7 que ninguna magistratura, persona o
grupo de personas pueden atribuirse, ni aun a pretexto de circunstancias extraordinarias,
64
otra autoridad o derechos que los que expresamente se les hayan conferido en virtud de la
Constitución o de las leyes.
El artículo 1463 establece que el derecho de suceder por causa de muerte a una persona
viva no puede ser objeto de contrato alguno, sea gratuito u oneroso.
Cabe señalar que son perfectamente válidas las convenciones relativas a derechos
sucesorios ya existentes, por haber muerto el causante.
La mayoría de la doctrina estima que debe tomarse en sentido amplio, pues la ratio
contenida en el artículo 1464 tiene sentido tanto para la transferencia de dominio como para
la constitución de cualquier otro derecho real. Un sector minoritario opina que la voz
enajenación debe ser interpretada en sentido estricto, pues cuando el Código ha querido
referirse a otros derechos reales lo ha hecho expresamente (por ejemplo, en el artículo
1491)
Así las cosas, la sola venta no constituye enajenación, y, a falta de norma expresa, sería
válido vender las cosas en cuestión.
No obstante, el artículo 1810 señala que pueden venderse todas las cosas corporales o
incorporales cuya enajenación no está prohibida por la ley. Si se relaciona esta norma con
el artículo 1466 (que señala que hay objeto ilícito en los contratos prohibidos por ley) es
razonable concluir que la venta de estas cosas sería nula.
65
Con todo, un sector importante de la doctrina (encabezada por Velasco Letelier) sostiene
que el acto prohibido es aquel que no puede ser realizado bajo ningún respecto; si el acto no
puede realizarse sino cumpliendo ciertos requisitos, no estamos frente a una prohibición,
sino frente a una norma imperativa de requisitos (una norma que manda observar
determinados requisitos para poder ejecutar una conducta).
Carlos Ducci, por su parte, estima que no puede venderse ninguna de las cosas
comprendidas en el artículo 1464. Afirma que al referirse el artículo 1810 a las cosas cuya
enajenación esté prohibida, ha significado que la enajenación no esté autorizada, no esté
permitida, pero en ningún momento ha querido exigir que la no enajenación esté
consignada en una disposición de carácter absolutamente prohibitivo. O sea, el artículo
1810 aludiría tanto a normas prohibitivas como a normas imperativas de requisito. Por lo
tanto, en su opinión, para vender alguna de las cosas señaladas en los números 3 y 4 del
artículo 1464, sería necesario cumplir previamente con los requisitos allí enunciados a
propósito de la enajenación.
Hemos dicho que dentro de los requisitos del objeto está que la cosa sea comerciable, por lo
que, si la cosa no está en el comercio, el acto no existe por falta de objeto (o es nulo
absolutamente, dependiendo de la tesis que se siga).
Sin embargo, el artículo 1464 N° 1 señala que la enajenación de cosa incomerciable
adolece de objeto ilícito, lo que supone que una cosa que está fuera del comercio puede ser
objeto de enajenación, y ésta se sanciona con la nulidad absoluta.
Vial opina que, desde un punto de vista técnico, la falta de este requisito del objeto hace
que el acto carezca de él, lo que apareja la inexistencia jurídica del acto. El legislador,
desde esta perspectiva, habría confundido los requisitos para la existencia del objeto con
aquellos para su validez.
Otros, en cambio, sostienen que sólo serían requisitos de existencia del objeto que la cosa
sea real y determinada; la comerciabilidad sería requisito de validez.
Replicando a lo anterior, Vial estima que tanto la absoluta indeterminación del objeto como
su incomerciabilidad revelan que no existe una intención seria de obligarse, pues el acto
carece de significación jurídica. Agrega, además, que si la comerciabilidad de la cosa fuera
66
requisito de validez, por muy incomerciable que ésta sea, podría sanearse la nulidad
absoluta con el transcurso del tiempo. De esta manera, una persona podría venderle el aire a
otra, y transcurrido el plazo de prescripción de la acción de nulidad absoluta, tal acto se
sanearía. Vial estima que, aún cuando la letra del Código Civil permita esto, la situación es
absurda y no resiste análisis.
Con todo, la opinión de Vial ha de considerarse con cuidado, pues ha de tenerse presente
que, incluso si se estimase saneado el acto, el accipiens jamás adquiriría el dominio del aire.
En efecto, por una parte, la tradición no tendría el efecto de transferir el dominio pues el
tradente nunca habría sido dueño del aire (es una cosa común a todos los hombres); y, por
la otra, aun asumiendo la errada premisa de que el accipiens entrase en posesión del aire7,
no podría adquirir su dominio por prescripción (relación de artículos 683 y 2498). En
realidad, transcurridos diez años desde la celebración del acto, el único efecto que derivaría
del saneamiento de la nulidad sería la imposibilidad para el comprador de exigir la
restitución del precio que (por su propia torpeza) ha pagado.
La mayoría de la doctrina civil y procesal entiende que cosa embargada no sólo es aquella
respecto de la cual se ha trabado embargo en un juicio ejecutivo, sino también la cosa
afectada por una medida precautoria de retención o de prohibición de celebrar actos y
contratos o de gravar y enajenar. El argumento de texto a favor de esta tesis se encuentra en
el artículo 1578 N°2, que equipara la retención con el embargo8. Por lo demás, la ratio
detrás de la norma debiese ser suficiente para comprender dentro de la voz embargo a las
demás medidas precautorias que afecten a una cosa.
A) Desde qué momento debe entenderse que una cosa se encuentra embargada:
7
El aire es una cosa indeterminada y, por tanto, no puede poseerse.
8
Aunque, no siendo clara la asimilación en la letra de la norma, el mismo artículo podría servir para distinguir
entre embargo y la retención.
67
Al momento de la enajenación.
Algunos autores (Claro Solar, Avelino León) piensan que esta enajenación sería válida,
pues lo que la ley prohíbe son las enajenaciones voluntarias. Desde un punto de vista
procesal, Maturana piensa en el mismo sentido.
Otros piensan que cualquier enajenación tiene objeto ilícito, pues el legislador no distingue.
Se arguye que esta interpretación es más acorde con los fines de la ley en cuanto a proteger
los intereses de los acreedores. De ahí que los tribunales, en el contexto de una subasta
pública, suelan solicitar autorización para proceder al remate a todos los demás tribunales
ante los cuales se encuentra embargada la misma cosa.
134. Enajenación de las especies cuya propiedad se litiga sin permiso del juez que
conoce del litigio.
Son especies cuya propiedad se litiga aquellos cuerpos ciertos, muebles o inmuebles, cuyo
dominio se discute en juicio.
No hay que confundir la enajenación de una especie cuya propiedad se litiga con la
enajenación de un derecho litigioso; esta última es válida. En la primera, el objeto es la cosa
misma. En la segunda, el objeto es el evento incierto de la litis; en el fondo, lo que se cede
es la suerte, la posibilidad de que se gane o pierda.
El artículo 296 Código de Procedimiento Civil agrega un requisito para que la enajenación
en cuestión tenga objeto ilícito: el juez debe decretar prohibición sobre los objetos. Si esta
prohibición recae sobre inmueble, debe inscribirse en el Registro de Interdicciones y
Prohibiciones de Enajenar del Conservador de Bienes Raíces, pues sin esta inscripción, no
68
produce efectos respecto de terceros (artículo 297 del Código de Procedimiento Civil). Si
recae sobre mueble, no se requiere inscripción; producirá efectos respecto de terceros que
tengan conocimiento al tiempo de la enajenación.
El Código Civil nada dice respecto a una posible autorización de la parte en cuyo beneficio
se ha dictado la prohibición, lo que induce a pensar que esa autorización sería irrelevante.
Pero se sostiene que los requisitos agregados por el Código de Procedimiento Civil
permiten equiparar la enajenación de una especie litigiosa con la de una cosa embargada,
pudiendo en ambos casos autorizar la enajenación la parte en cuyo beneficio se decretó la
prohibición. Por lo demás, la ratio del artículo 1464 N° 4 es justamente proteger los
intereses de la parte con quien se litiga sobre la propiedad de una especie. (Ojo: acá se
habla de parte, no de acreedor, pues no se está litigando sobre un derecho personal o
crédito, sino sobre la propiedad, que es un derecho real).
Por excepción, la ley permite ciertos juegos de azar. De hecho, la misma Constitución
señala que son materias de ley “las que regulen el funcionamiento de loterías, hipódromos y
apuestas en general” (art. 63 N° 19).
La regla general (y la que deben aprenderse a toda costa) es que hay objeto ilícito en todo
contrato prohibido por las leyes (artículo 1466).
En el derecho romano clásico, dado que los contratos eran típicos y se perfeccionaban por
la observancia de una formalidad o por la entrega de una cosa, el fundamento de la
obligatoriedad se encontraba justamente en la observancia de la formalidad o en la entrega
de la cosa. Por tal razón, si bien se utilizaba la expresión “causa”, referida justamente al
elemento formal o hecho material que hacía nacer la obligación, no se desarrolló en el
derecho romano una teoría de la causa en los términos en que la conocemos actualmente.
Durante el Derecho Canónico Medieval, en cambio, con la aceptación de los pactos
desnudos -cuyas bases se venían asentando ya en el derecho romano post-clásico-, se hizo
necesario perfilar una teoría que permitiese justificar la fuerza obligatoria de las
declaraciones de voluntad. De esta manera, comienza a plantearse que los pactos desnudos
son eficaces en la medida en que exista una causa y ésta sea justificada; en términos de
Baldo, si el pacto es nudum a solemnitate, no debe ser nudum a causa. El punto fue
posteriormente desarrollado en el antiguo derecho francés, principalmente por Domat y
Pothier, quienes generalizaron la necesidad de la causa, pasando posteriormente a la
codificación francesa y a la generalidad de los códigos de inspiración francesa (como el
nuestro). En la tradición germánica, en cambio, se prescindió de esta categoría, no siendo
reconocida por el BGB alemán.
Los causalistas, en términos generales, señalan que el acto jurídico requiere, como supuesto
esencial para su existencia, una causa. Y para que el acto jurídico sea válido, la causa debe
ser lícita.
En cambio, los anticausalistas postulan que para la existencia del acto jurídico bastan la
voluntad y el objeto.
Desde ya debe prevenirse que algunos causalistas hablan de la causa refiriéndose a la causa
de la obligación y otros a la causa del acto o contrato. Al respecto, anticipamos que
actualmente algunos aceptan la definición de causa ocasional como causa de los actos y
contratos, y la definición de causa final como causa de las obligaciones. Otros, en cambio,
mantienen una noción unitaria de causa, entendiéndola como el resultado final de la
ejecución de un contrato y la situación jurídica que lo ampara (en este sentido Lyon
70
Puelma) o, en términos más simples, como el interés económico y jurídico que se aspira
satisfacer con la ejecución del contrato (Capitant).
A) Causa eficiente:
Es el elemento generador del efecto. En este sentido, por ejemplo, las fuentes de las
obligaciones son su causa eficiente9. Según Ripert y Boulanger, en la expresión
“enriquecimiento sin causa” se sindica la ausencia de un acto (elemento generador) que
justifique el enriquecimiento (condicto sine causa).
B) Causa final:
Es el fin inmediato o invariable de un acto, o sea, el fin próximo que determina la voluntad
a obrar y que siempre es posible encontrar en la estructura misma del contrato. Es siempre
idéntica para todos los actos pertenecientes a la misma especie.
C) Causa ocasional:
La causa se trata desde el Derecho Canónico Medieval. En sus orígenes, tuvo por función
facultar al juez para indagar los móviles que determinan a las partes a contratar, cautelando
que la declaración de voluntad no persiga un fin reprobable o inmoral. Luego, Domat
postuló la doctrina clásica de la causa, centrada en la causa objetiva de la obligación.
Posteriormente esta teoría fue perfeccionada por Pothier. Actualmente conviven, en
general, la doctrina anticausalista y la causalista, dividida entre los objetivos (la doctrina
clásica y la doctrina italiana abstracta), y los subjetivos, que siguen la teoría del móvil.
Mención aparte y destacada merece la teoría neocausalista.
9
En el derecho romano, conforme a la fórmula de Gayo, las obligaciones pueden nacer ya “sea de un contrato
(ex contractu), sea de un maleficio (ex delicto), sea por causa de varias otras figuras (ex variis causarum
figuris)" (Digesto, libro 44, título 7, ley 1 principium).
71
Respecto a la licitud de la causa, Betti postula que si el acto jurídico que se celebra está
regulado por el derecho (acto nominado), se presume la licitud, pues el legislador lo ha
regulado expresamente por estimar beneficiosa su función económico-social. En cambio, si
se trata de un acto jurídico innominado, será el juez quien apreciará si la función
económico-social que cumple el acto merece o no tutela jurídica.
10
Ha de tenerse cuidado en este punto. Domat, que es en realidad el mayor exponente de la teoría francesa
clásica, efectivamente hablaba de los contratos sinalagmáticos (contratos bilaterales), mientras que Pothier de
los “contratos interesados”, es decir, de los contratos onerosos. Como sea, ambos autores planteaban que la
obligación de cada parte tiene por causa la obligación recíproca. En otras palabras, si bien Pothier hablaba de
“contratos interesados”, su fórmula presupone que tales contratos son bilaterales, siendo éste el factor que en
definitiva prepondera.
72
La causa es el móvil o motivo determinante que impulsa al autor o a las partes a celebrar un
acto jurídico. Esta doctrina rechaza la formulación de un concepto de causa abstracto.
Este móvil debe conformarse con el derecho, pues de lo contrario, el acto puede
invalidarse. En los contratos gratuitos, basta que el móvil ilícito exista en el autor de la
liberalidad para que pueda anularse. En los contratos onerosos, el móvil ilícito de una de las
partes debe ser compartido o al menos conocido por la otra para poder anularlo.
Planiol plantea que la noción de causa abstracta (teoría clásica) es falsa e inútil.
11
En esta crítica, la noción de causa que sigue Planiol es la de causa eficiente. Por esta razón, aun cuando la
crítica parezca poderosa y certera, no ataca realmente la noción de causa que sigue Domat, que es la de causa
final, conforme a la cual efectivamente las obligaciones podrían nacer al mismo tiempo y ser cada una causa
de la otra.
73
Desarrollada eminentemente por Capitant, los partidarios de esta tesis vinculan la causa con
el interés jurídico y económico que se aspira satisfacer con la ejecución del contrato. En
este sentido, en los contratos bilaterales, la causa de cada obligación no se explica tanto en
función de las obligaciones recíprocas, sino en relación con la situación jurídica que se
alcanza una vez que las obligaciones son cumplidas13. En el ámbito nacional, Lyon Puelma,
en una visión afín a esta perspectiva, señala que la causa es el resultado final que se deriva
de la ejecución de un contrato y la situación jurídica que ampara tal resultado. La causa se
requiere para el contrato (tal como señala el artículo 1467), y, como tal, sirve para justificar
la existencia de las obligaciones contraídas; mas, en sí misma, la causa es el punto de
referencia que se espera alcanzar una vez que las obligaciones nacidas del contrato se han
ejecutado completa y normalmente14.
En Francia, hasta hace muy poco tiempo, se sustentó una noción renovada de la causa,
acercándola a la de interés15. Como señala Rivera Restrepo, “Capitant observa, que para
sustraerse a las críticas del anticausalismo, se hace necesario reformular la teoría de la
causa del causalismo clásico, manteniendo de ella la idea de la unidad de la noción de
causa, que en su conjunto debe continuar entendiéndose en el indicado sentido de causa de
la obligación, pero redefiniendo este concepto a fin de que él pueda explicar la utilidad del
concepto no sólo a los fines del perfeccionamiento del contrato sino también su influencia
sobre la vida de la obligación”16. De esta manera, como viéramos recientemente, la causa
se presenta ante todo como un interés jurídico y económico que, en el contexto de los
contratos bilaterales, no consiste tanto en la existencia y exigibilidad de una obligación
recíproca, sino en el resultado que se alcanza con la ejecución de esta última. Como señala
Capitant, citado por Rivera Restrepo, “si la causa constituye el fin perseguido por el autor
12
Aunque, más modernamente, este punto se ha desmentido. La ilicitud del objeto reside en un contenido
dispositivo, pactado por las partes, contrario a la ley, el orden público o las buenas costumbres, sin que sea
necesario que la ilicitud resulte conocida por las partes; la ilicitud de la causa, en cambio, supone que el
motivo o el resultado que se aspira conseguir son los contrarios a la ley, el orden público o las buenas
costumbres, exigiéndose que exista consciencia de la ilicitud.
13
Es evidente la cercanía que existe entre la teoría neocausalista y la doctrina italiana de la causa concreta.
14
Así, por ejemplo, en el contrato de compraventa la causa que induce al comprador a la celebración del
contrato (y que justifica su obligación de pagar el precio) es el derecho de dominio que espera adquirir sobre
la cosa una vez que el vendedor realice en su favor la tradición, dominio que le permitirá usar, gozar y
disponer arbitrariamente de la cosa. En el contrato de arrendamiento de cosa, por su parte, la causa que induce
al arrendatario a la celebración del contrato (y que justifica su obligación de pagar la renta) es el derecho
personal de goce que adquirirá una vez que el arrendador le entregue la cosa y que le permite detentar y gozar
de la cosa a título de mera tenencia.
15
Sobre este tema, véase RIVERA (2011). pp. 336-337 y RIVERA (2010). pp. 180-185.
16
RIVERA (2010). pp. 181-182.
74
Esta noción de causa, que no atendió sólo a la formación del contrato sino también a su
ejecución, permitió en Francia el desarrollo doctrinario y jurisprudencial de diversas
teorías, como, por ejemplo, la teoría de la imprevisión.
Con todo, conviene tener presente que el año 2016 entró en vigor una ordenanza que
modificó el Código Civil francés, eliminándose la causa como requisito del acto jurídico.
Tampoco existen referencias a la causa en los instrumentos de derecho uniforme (Principios
de Derecho Europeo de los Contratos, Principios Unidroit, Principios Acquis, Draft
Common Frame of Reference, etc).
Artículo 1445: “Para que una persona se obligue a otra por un acto o declaración de
voluntad es necesario: (…) 4° que tenga una causa lícita.”
Artículo 1467: “No puede haber obligación sin una causa real y lícita; pero no es necesario
expresarla. La pura liberalidad o beneficencia es causa suficiente.
Se entiende por causa el motivo que induce al acto o contrato; y por causa ilícita la
prohibida por ley, o contraria a las buenas costumbres o al orden público.
Así la promesa de dar algo en pago de una deuda que no existe, carece de causa; y la
promesa de dar algo en recompensa de un crimen o de un hecho inmoral, tiene una causa
ilícita.”
Artículo 1468: “No podrá repetirse lo que se haya dado o pagado por un objeto o causa
ilícita a sabiendas.”
144. ¿Qué es lo que debe tener causa? ¿El acto o contrato o la obligación?
Para algunos autores, al Código le interesa la causa de la obligación, atendido que: (i) el
artículo 1467 indica que "no puede haber obligación sin una causa”; (ii) el artículo 1445
indica que la causa es un requisito “para que una persona se obligue a otra”; (iii) además, el
Código se dictó en pleno auge de la doctrina clásica, que precisamente se refiere a la causa
de la obligación y no del contrato.
Por su parte, quienes afirman que al Código le interesa la causa del acto o contrato
argumentan lo siguiente: (i) el artículo 1445 está requiriendo causa para que una persona se
obligue “por un acto o declaración de voluntad”; (ii) la definición legal de causa contenida
en el artículo 1467 es clara en señalar que la misma es el motivo que induce “la acto o
contrato”; (iii) El artículo 2057 se refiere a las sociedades nulas por ilicitud del objeto o la
causa, es decir, es el contrato el que tiene causa ilícita.
17
Ibíd. p. 184.
75
Para algunos, el Código siguió el criterio objetivo en razón de lo siguiente: (i) porque ése es
el criterio de la doctrina clásica, en la cual se habría inspirado Bello; (ii) el artículo 1467
exige que exista una causa “real”, admitiendo que es posible que las obligaciones no tengan
causa, cuestión que no admite el criterio subjetivo; (iii) el “motivo” a que se refiere la
definición de causa del art. 1467 no es de orden subjetivo, sino que jurídico o abstracto; (iv)
en la misma línea que el inciso primero del artículo 1467, el inciso final establece que la
promesa de dar algo en pago en razón de una obligación que no existe carece de causa; (v)
Además, al decir que la pura liberalidad es causa suficiente, transcribe casi textualmente el
pensamiento de Pothier.
Por su parte, quienes sostienen que el Código siguió un criterio subjetivo se fundan en lo
siguiente: (i) a diferencia del Código francés que siguió a la doctrina clásica, el Código
chileno la definió precisamente como el motivo que induce al acto o contrato; (ii) al
exigirse una causa real y lícita, se está facultando al juez para indagar por el motivo que
realmente determinó la celebración del acto o contrato; así, la “realidad” de la causa
significa que el motivo que se postula como causa sea el que concretamente ha inducido a
contratar; (iii) el concepto de causa-motivo existe desde la Edad Media, introducido por los
canonistas, y fue conocido por Bello; (iv) cuando se dice que la mera liberalidad es causa
suficiente, se está significando que en los actos gratuitos basta, como motivo, la intención
de efectuar una liberalidad; (v) la promesa de pago de una deuda que no existe carece de
causa no porque el prometiente no haya tenido un motivo, sino porque el motivo era errado;
(vi) respondiendo a los argumentos de la tesis contraria, desde el punto de vista de la teoría
clásica, la causa tampoco podría faltar, pues ésta sería objetiva y siempre la misma atendida
la naturaleza del acto jurídico.
En opinión de Vial, para determinar lo que constituye la causa se hace necesario distinguir,
previamente, entre causa del acto o contrato y causa de la obligación, pues tal distinción es
realizada, a lo menos implícitamente, por el Código Civil.
Últimamente algunos autores defienden una noción unitaria de causa que permita justificar
tanto la existencia como la validez del acto. En esta línea, Lyon Puelma señala que la causa
es el resultado final al que se aspira y la situación jurídica que lo ampara, siendo lícita
76
cuando tal resultado final y la situación jurídica que lo ampara no son contrarios a la ley, el
orden público o las buenas costumbres. En otras palabras, desde esta aproximación, la
causa sería ilícita cuando el resultado final proyectado y/o la situación jurídica que lo
ampara resultan contrarios a la ley, el orden público o las buenas costumbres.
A mayor abundamiento, la existencia de causa, que es la que lleva o motiva a celebrar el
acto o contrato, justifica la existencia de la obligación contraída.
La causa de que la víctima del error haya contratado es la creencia de que la cosa tenía una
determinada sustancia o cualidad, o la consideración de una persona determinada.
Error sobre los motivos: inexacta representación de las razones o móviles que inducen a
contratar.
La regla general es que el error sobre los motivos es irrelevante, salvo en ciertos actos,
como los gratuitos o de beneficencia. Vial estima que en la mayoría de los actos gratuitos
que la doctrina permite impugnar no existe, propiamente, error sobre los motivos, sino
sobre la persona. Existe realmente el motivo que induce al acto (que puede ser el
sentimiento de gratitud, de reconocimiento o admiración), pero la persona beneficiada con
el acto no tiene las condiciones que cree ver en él quien realiza la liberalidad. Este es un
error-motivo que vicia el consentimiento.
Según Vial, si la fuerza o el dolo constituyen el motivo principal o determinante del acto,
quiere decir que son la causa de este, y como esta causa no se conforma con el derecho, es
ilícita.
¿Por qué normas puede la víctima impugnar el acto? Es importante porque la sanción por
los vicios del consentimiento es la nulidad relativa, en cambio por causa ilícita es la nulidad
absoluta. Vial cree que priman las normas sobre vicios del consentimiento, que son
especiales.
No es necesario que el autor o las partes de un acto jurídico expresen la causa. La ley
presume que todo acto jurídico tiene una causa. Asimismo, la ley presume que el motivo es
lícito. Por tanto, la prueba de la falta o ilicitud de la causa corresponde al que la alega.
Es difícil que no exista un motivo, pero no imposible. Vial estima que falta la causa en dos
casos:
Existe un acto jurídico meramente aparente, que oculta lo que las partes quieren. Para esta
apariencia existe un motivo: el engaño de terceros. Pero no existe un motivo real que
induzca a la celebración del acto jurídico simulado; hay motivo para la simulación, pero no
para la celebración del contrato simulado. Por tanto, éste contrato es inexistente por falta de
causa (o nulo absolutamente para quienes no creen en la inexistencia).
B) Falta de causa en los actos que tienen como único motivo la creencia errada de que
existe una obligación:
Este es el caso del artículo 1467 inciso final. La declaración tiene, en este caso, una causa
falsa, lo que equivale a decir que carece de causa real, y por faltar este requisito, es
inexistente (o nulo absolutamente para quienes no creen en la inexistencia).
150. Labor del juez en relación con la determinación de la causa real y lícita.
Cada vez que se alegue la ilicitud de la causa, corresponde al juez indagar por el motivo
individual que indujo a celebrar el acto jurídico. Éste es el motivo real, que puede ser lícito
o ilícito, a diferencia del motivo presunto, que siempre es lícito.
Debe indagar por el motivo que verdaderamente impulsó a las partes a celebrar el acto
jurídico, para lo cual es necesario que se haya manifestado o exteriorizado de alguna forma,
pues el juez ha de atenerse a la prueba rendida en el marco del proceso.
Para los partidarios de la inexistencia, el acto jurídico en que falta la causa es inexistente.
Por el contrario, para los autores que niegan cabida a la inexistencia jurídica, el acto se
sanciona con la nulidad absoluta, abonando las siguientes razones:
A) El artículo 1682 del Código Civil dispone que hay nulidad absoluta si se omite “algún
requisito o formalidad que las leyes prescriben para el valor de ciertos actos o contratos
en consideración a la naturaleza de ellos, y no a la calidad o estado de las personas que
los ejecutan o acuerdan”, y entre tales requisitos está la causa.
C) A su vez, el artículo 1467 equipara la causa real a la causa lícita, de manera que la falta
de causa real debe tener igual sanción que la causa ilícita.
Según que la causa se tome en cuenta o no al constituirse los actos jurídicos, éstos se
clasifican en causales y abstractos.
Causales son los actos en cuyo perfeccionamiento debe concurrir como elemento esencial
la causa. Si ella falta o es ilícita, el acto adolece de nulidad absoluta y no produce efecto
alguno. Ejemplos de actos causales son la compraventa, el arrendamiento, el mutuo, el
comodato.
Actos abstractos son aquellos en cuyo perfeccionamiento, si bien existe una causa, esta no
se desempeña como elemento constitutivo. Se perfeccionan y funcionan separados o
abstraídos de la causa, desvinculados de ella. Por tanto, si falta la causa o es ilícita, el acto
queda válido y produce sus efectos.
Todo acto abstracto presupone una obligación o relación jurídica que aquél precisamente
tiende a satisfacer o reforzar. Esta relación se llama “fundamental” o “subyacente”:
fundamental, porque constituye el fundamento en que actúa el acto abstracto; y subyacente,
porque está como debajo de éste y cubierta por el mismo. La finalidad de una letra de
cambio puede ser, por ejemplo, pagar al beneficiario el precio de una compraventa; la
obligación de pagar el precio es la relación fundamental y subyacente del acto abstracto
llamado letra de cambio.
La falta o la ilicitud de causa del acto abstracto, que ha de analizarse a la luz de la relación
subyacente, solo puede hacerse valer entre las partes de dicha relación y frente a terceros de
mala fe; pero no puede alegarse respecto de terceros de buena fe, porque se vulneraría la
seguridad jurídica que el acto abstracto tiende a resguardar y que es su principal razón de
ser (ver artículo 28 de la Ley Nº 18.092 sobre Letras de Cambio y Pagarés).
79
1) Elemento objetivo: Acto o conjunto de actos en cuya virtud se elude lo dispuesto por la
ley.
Hay discusión acerca de que si deben o no verificarse estos dos elementos para que exista
fraude a la ley o no. Por ejemplo, existen casos en que, a través de actos voluntarios, pero
sin intención de hacerlo, se burla por medios lícitos las disposiciones legales. A juicio de
algunos, los mentados actos no constituirían fraude a la ley, pues es esencial en este que
exista una intención de defraudar. Desde esta perspectiva, el fraude a la ley configura causa
ilícita.
El fraude a la ley llevaría aparejada como sanción la nulidad absoluta, ya sea porque hay
causa ilícita o ya sea porque el fraude se entiende prohibido por la ley.
Las formalidades se definen como aquellos requisitos que dicen relación con la forma o
aspecto externo del acto jurídico, requeridos por la ley con objetivos diversos y cuya
omisión se sanciona en la forma prevista por el legislador.
Según el fin para el cual se exigen pueden distinguirse varias especias de formalidades y su
no observancia en los actos en que deben concurrir trae sanciones diversas para éstos. Son
especies de formalidades: a) las solemnidades, b) las formalidades habilitantes, c) las
formalidades de prueba y d) las medidas de publicidad.
Las formalidades pueden consistir en instrumentos públicos, instrumentos privados,
presencia de funcionarios públicos y/o de testigos, medidas de publicidad (aviso en los
diarios, inscripción en registros públicos), etc.
Son los requisitos externos que exige la ley para la celebración de ciertos actos jurídicos,
pasando a ser la solemnidad el único medio a través del cual el autor o las partes pueden
manifestar su voluntad.
Si bien en el derecho antiguo lo normal era la observancia de alguna formalidad para que
un acto jurídico produjera efectos, hoy en día la regla es la contraria y lo normal es que los
81
Las solemnidades no se presumen: sólo existen en virtud de texto expreso de la ley. Sin
embargo, los particulares pueden hacer solemne un acto meramente consensual. Así se
señala, por ejemplo, a propósito de la compraventa en el artículo 1802.
Con todo, el efecto de las formalidades convencionales no es otro que otorgar a las partes
un derecho de retracto, pues el contrato no se reputará perfecto sino desde la observancia de
la formalidad o desde que haya un principio de ejecución del contrato. De esta manera, una
formalidad convencional puede ser renunciada mediante la ejecución del contrato; en
cambio, una solemnidad legal no puede ser renunciada y el acto será inexistente o nulo
absolutamente según la tesis que se siga.
La ley exige la solemnidad sin que sea el único medio a través del cual se debe manifestar
la voluntad, siendo, eso sí, un requisito para la validez del acto.
Ejemplos: Presencia de testigos para el testamento o el trámite de la insinuación en el
contrato de donación.
Son aquellas que la ley las exige para completar la voluntad del incapaz o para protegerlo.
Algunos ejemplos de aquellos son la autorización del padre, madre o curador para los actos
de hijo o la autorización judicial, para gravar o hipotecar el bien raíz de un hijo.
Son aquellos requisitos externos de un acto jurídico que la ley exige para probar un acto no
solemne. Si bien el acto existe y es válido sin la observancia de una solemnidad, la ley
exige una formalidad para su prueba.
En cuanto a la sanción, si no se emplea la forma de prueba señalada por la ley, ésta priva al
acto de algún determinado medio de prueba, pero el acto es existente y válido. Así, por
ejemplo, los actos o contratos que contienen la entrega o promesa de una cosa cuyo valor es
superior a dos unidades tributarias deben constar por escrito; si no la ley no permite
82
probarlos por testigos (artículo 1709): quedan privados de este medio probatorio, salvo los
casos expresamente exceptuados por la ley (artículo 1711).
Son aquellas formalidades que tienen por objeto poner en conocimiento a terceros de
determinados actos jurídicos.
Pueden ser:
A) De simple noticia: Tienen como objeto que tanto el público en general como terceros
interesados tomen conocimiento de las relaciones jurídicas de otras personas, a fin de evitar
posibles perjuicios en el futuro.
Por ejemplo, la notificación al público por medio de tres avisos publicados en un periódico
de los decretos de interdicción provisoria o definitiva del demente y del disipador (artículos
447 y 461)
La omisión de estas formalidades tiene una sanción más severa: la ineficacia del acto
respecto de terceros, esto es, la inoponibilidad.
Acarrea, por regla general, la nulidad relativa, porque se omite una formalidad requerida
para el valor del acto no en consideración a su naturaleza o especie, sino en consideración a
la calidad o estado de las personas (artículo 1682).
167. Efectos que produce la omisión de una formalidad exigida por vía de prueba.
Siguiendo a la doctrina italiana, el fin perseguido por el autor o las partes de un acto
jurídico, al menos en forma inmediata, es un fin práctico, de contenido socioeconómico.
No obstante, la brecha entre los efectos (fines) que persiguen las partes y los que la ley
atribuye a los actos jurídicos no debiese ser muy pronunciada. En efecto, existe una
estrecha relación entre el fin perseguido por el autor o las partes de un acto jurídico y los
efectos que la ley asigna al mismo.
satisfacción de la necesidad del sujeto, y determina los efectos que producirá el tipo creado,
teniendo presente qué es lo que el sujeto persigue con él.
Los efectos del acto jurídico, entonces, son la visión que tiene el legislador del fin práctico.
Es la conversión de éste a un fin jurídico.
A) Efectos esenciales:
Son aquellos que determina la ley y que se producen como obligada consecuencia de su
celebración, de modo tal que las partes no pueden descartarlos ni sustraerse a ellos. Por
ejemplo, en la compraventa son efectos esenciales la obligación del vendedor de entregar la
cosa y la obligación del comprador de pagar el precio.
Son aquellos que estando establecidos por la ley pueden ser eliminados, siendo posible
sustraerse a su aplicación, sin que su omisión afecte a la existencia o validez del acto
jurídico. La ley los presupone porque estima que ésa es la voluntad del autor o de las partes.
Por ejemplo, en la compraventa es un efecto de la naturaleza la obligación de saneamiento
de la evicción y los vicios redhibitorios.
C) Efectos accidentales:
Son aquellos que las partes pueden, en virtud de la autonomía privada, incorporar a los
actos jurídicos. No están previstos por el legislador como consecuencia natural del acto, ni
tampoco se prohíbe su incorporación. Por ejemplo, en la compraventa las partes pueden
estipular un pacto comisorio.
Vial también clasifica los efectos de los actos jurídicos en atención a si se producen como
una consecuencia inmediata y directa de la celebración, o derivan más bien de las
relaciones jurídicas que estos mismos actos han creado.
Son aquellos que surgen como consecuencia inmediata y directa de la celebración del acto
jurídico. Por ejemplo, la obligación del arrendatario de pagar la renta.
personales entre los cónyuges; uno de estos efectos es el deber de socorro mutuo, del cual
se deriva la obligación de alimentos19.
Por regla general, en lo que atañe a los actos jurídicos bilaterales, los efectos se producen
entre las partes que lo celebraron, sin que puedan afectar a terceros. Este es el denominado
principio de la relatividad o efectos relativos de los actos jurídicos. En el caso específico
de los contratos, el efecto relativo es una expresión de la autonomía de la voluntad: las
obligaciones son fruto de la voluntad y sólo los que la manifiestan resultan vinculados.
Por eso es lógico que puedan determinar el contenido y alcance del acto jurídico, sustituirlo
por otro o dejarlo sin efecto.
Si el acto jurídico es unilateral, el acto mediante el cual el autor lo deja sin efecto se llama
revocación. Si es una convención (acto jurídico bilateral), las partes deben estar de acuerdo,
y el acto mediante el cual dejan sin efecto la convención se llama resciliación.
Excepcionalmente, la ley permite que en determinadas convenciones una sola de las partes,
de manera unilateral, pueda dejarlas sin efecto; así ocurre en la revocación por ingratitud
del donatario o en la revocación del mandato por voluntad del mandante.
La mayoría de la doctrina, fundándose en el adagio “las cosas en derecho se deshacen de la
misma manera en que se hacen”, entienden que la revocación y la resciliación deben
observar las mismas formalidades que los actos que se pretende dejar sin efecto.
La normal es que un acto jurídico produzca efectos para el autor o las partes, pues sólo
estas personas han manifestado su voluntad. Así fluye por lo demás del artículo 1545 del
Código Civil, en tanto establece que todo contrato legalmente celebrado es una ley para las
partes (no para terceros).
Cuando el acto jurídico está destinado a crear, modificar o extinguir una relación jurídica,
sus efectos no pueden, por regla general, radicarse exclusivamente en la persona del autor,
19
Esta tesis podría rebatirse en atención a que, desde un punto de vista estrictamente positivo, la obligación
de dar alimentos tiene por fuente a la ley (artículo 321, en relación con el artículo 1437). Lo que ocurre es que
el matrimonio –junto al estado de necesidad del alimentario y las facultades económicas suficientes del
alimentante- forma parte del supuesto complejo que ha de verificarse para que surja la obligación.
86
siendo necesario que alcancen a terceros. Se crea así una relación entre el autor y el
destinatario de los efectos.
Pero entre los terceros hay que distinguir los terceros absolutos y los terceros relativos.
A) Terceros absolutos
Son las personas extrañas a la formación del acto y que no están ni estarán en relaciones
jurídicas con las partes.
B) Terceros relativos
Son los terceros que están o estarán en relaciones jurídicas con las partes, sea por su propia
voluntad o la de la ley.
Suele señalarse que sólo se puede ser sucesor a título universal por causa de muerte y no
por acto entre vivos. No obstante, el derecho real de herencia (que según la mayoría de la
doctrina es una universalidad jurídica, pues se refiere justamente a totalidad de los derechos
y obligaciones transmisibles o a una cuota de éstos) puede ser vendido, y una vez hecha la
tradición, el comprador también sería una especie de sucesor a título universal.
En estricto rigor, los herederos son terceros en relación con los actos jurídicos que realizó el
causante en vida, los cuales pueden beneficiarles o perjudicarles, pero sólo una vez
producida la apertura de la sucesión.
Por otro lado, de acuerdo con nuestra legislación, los herederos representan al causante y
son los continuadores de su personalidad, por lo que, conforme algunos autores, no cabe
atribuirles la calidad de terceros, atendido que asumen jurídicamente la calidad de parte en
los actos y contratos que celebró el causante.
Los sucesores a título singular pueden ser afectados por los efectos de ciertos actos que
digan relación con el bien o derecho que previamente se les ha transmitido o transferido
(por ejemplo, la enajenación de un inmueble afecta a aquella persona en cuyo favor se
constituyó previamente un derecho real de hipoteca).
c) Los acreedores de las partes. Si bien son claramente terceros, pueden quedar afectados
por los actos que las partes realicen. Esta situación se da, por ejemplo, cuando un deudor
con muchos acreedores enajena uno de los pocos bienes que posee: en tal caso, la
enajenación afecta a los acreedores, quienes verán afectado el derecho de prenda general.
En razón de lo anterior, la ley le otorga a los acreedores los denominados “derechos
auxiliares”, que tienen por objeto mantener la integridad del patrimonio del deudor
(medidas conservativas, derecho legal de retención, acción pauliana, acción subrogatoria,
beneficio de separación).
No toda disconformidad del acto con el ordenamiento jurídico se sanciona con la ineficacia
de aquel. De hecho, ante disconformidades poco importantes o irrelevantes, la doctrina
88
moderna estima que debe prevalecer la eficacia (pues se presupone que los actos jurídicos
se celebran para que produzcan efectos). Por lo tanto, la regla general es que el acto
produzca sus efectos.
Vial explica que el acto jurídico es ineficaz cuando no produce efecto alguno o cuando sus
efectos se producen de modo efímero o caduco.
En términos más simples, la ineficacia puede definirse como la reacción del ordenamiento
jurídico que incide sobre la producción de los efectos del acto, eliminándolos o
reduciéndolos.
Como puede apreciarse, la ineficacia puede deberse a causas o defectos intrínsecos, a saber,
la omisión de requisitos exigidos para la existencia o validez del acto; o a causas o defectos
extrínsecos, esto es, hechos externos o ajenos a la estructura del acto jurídico (por ejemplo,
si bien la aceptación o notificación al deudor no constituyen un requisito de existencia ni de
validez de la cesión de derechos, en caso que no se observe dicha formalidad de publicidad
la cesión será inoponible al deudor).
Parte de la doctrina entiende que la omisión de un requisito de existencia impide que el acto
nazca a la vida del derecho y produzca efectos, siendo por tanto inexistente. La mayoría
entiende que la omisión de un requisito de existencia es una omisión comprendida en la
causal genérica de nulidad absoluta, esto es, la omisión de un requisito o formalidad que la
ley prescribe para el valor de un acto en atención a su especie o naturaleza.
Vial entiende que si se omite un requisito de validez el acto jurídico nace a la vida del
derecho, pero produce sus efectos de manera efímera o caduca, pues se arriesga a la
declaración judicial de la nulidad. En este sentido, Vial identifica nulidad con anulabilidad,
pues su formulación da a entender que el acto es válido mientras no se declare la nulidad
89
por sentencia judicial firme. Un sector incipiente de la doctrina, encabezado por Jorge
Baraona y Lilian San Martín, critica esta manera de explicar el fenómeno jurídico,
sosteniendo que al menos la nulidad absoluta es una sanción que está dada por la ley,
siendo la sentencia judicial meramente declarativa, no constitutiva. El acto, por tanto, es
nulo originaria y radicalmente, desde el momento mismo en que se ha omitido un requisito
o formalidad que la ley prescribe para su valor. En el caso de la nulidad relativa, en cambio,
en atención a que sólo está implicado el interés privado, tendría más sentido hablar de
anulabilidad. Esta distinción entre nulidad y anulabilidad –que proviene de la pandectística
alemana- es bastante pacífica en Alemania, Italia, España, Brasil, Perú, Paraguay, entre
otros sistemas.
179. Suspensión.
180. Resolución.
181. Revocación.
Hay actos que por su propia naturaleza son esencialmente revocables, como el testamento.
El desistimiento unilateral puede ser una facultad reconocida a una de las partes antes de
que el contrato haya comenzado a ejecutarse o después. De ordinario el aviso que debe
darse a la otra parte se exige que se haga con determinada anticipación, para que ella pueda
proveer con debido tiempo lo concerniente a la disolución de la relación.
A menudo se pacta una multa o arra penitencial como contraprestación del desistimiento.
183. Caducidad.
Con todo, no siempre la caducidad está referida a la pérdida de un derecho potestativo por
no haberse ejercido dentro de determinado plazo. Así, por ejemplo, los testamentos
privilegiados caducan sin necesidad de revocación, en los casos previstos por la ley
(artículo 1212 inc. 2°). Y así, el testamento verbal otorgado a bordo de un buque de guerra,
y que la ley autoriza en caso de peligro inminente, caduca si el testador sobrevive al peligro
(artículo 1053). Las donaciones revocables caducan por el mero hecho de morir el
donatario antes que el donante (artículo 1143).
184. Inoponibilidad.
Los terceros que pueden alegar la inoponibilidad son, por lo general, los llamados terceros
relativos, es decir, aquellos que no pueden estimarse como representantes de las partes y
que están o estarán en relaciones con éstas. En oposición a los terceros relativos se
encuentran los terceros absolutos, que son aquellos que no están ni estarán en relaciones
jurídicas con los autores o partes de un acto jurídico.
Se trata de terceros totalmente extraños. Sin embargo, alguno, por excepción puede hacer
valer la inoponibilidad, como es el caso de la venta de cosa ajena.
En nuestro ordenamiento jurídico, al igual que en los extranjeros, los principios generales
de la inoponibilidad no están regulados. Ni siquiera se emplea en el Código Civil la palabra
inoponibilidad; la referencia a la idea que ella implica se hace con frases como las de “no
valdrán respecto de”, “no producirán efectos contra terceros” y otras por el estilo.
En las leyes chilenas se empezó a usar el vocablo inoponibilidad sólo a partir de la segunda
mitad del presente siglo. En este sentido puede citarse, por ejemplo, la ley Nº 18.175, de 28
92
de octubre de 1982, sobre Quiebras (artículos. 72, 74, 76 y 80), hoy en día derogada por la
ley 20.720.
Hay formalidades que no se exigen para la constitución de un acto o contrato, sino para que
los efectos de éstos puedan hacerse valer, oponerse contra terceros. La omisión de dichas
formalidades es causal de las inoponibilidades de forma, que se reducen a dos:
inoponibilidades por omisión de formalidades de publicidad e inoponibilidad por falta de
fecha cierta.
Inoponibilidades de fondo son aquellas que se basan en los efectos de un acto que hieren
injustamente los derechos de terceros. Tales inoponibilidades son las siguientes: por falta
de concurrencia, por clandestinidad, por fraude, por lesión de los derechos adquiridos y por
lesión de las asignaciones forzosas.
A) Inoponibilidades de forma
Estas formalidades son aquellas destinadas a que los terceros interesados tomen
conocimiento de un acto o contrato celebrado por las partes, o de la ocurrencia de un hecho
de relevancia jurídica.
Casos de inoponibilidades por falta de publicidad:
c. La sentencia judicial que declara una prescripción hace las veces de escritura pública
para la propiedad de bienes raíces o de derechos reales constituidos en ellos; pero no vale
contra terceros sin la competente inscripción (artículo 2513).
93
Los instrumentos privados, cuya fecha es susceptible de ser alterada por las partes, no
hacen fe contra terceros en cuanto a la exactitud de ella, mientras no se produzca un hecho
que a los ojos de la ley dé certeza a la data.
En efecto, el Código Civil declara que “la fecha de un instrumento privado no se cuenta
respecto de terceros sino desde el fallecimiento de algunos de los que le han firmado, o
desde el día en que ha sido copiado en un registro público, o en que conste haberse
presentado en juicio, o en que haya tomado razón de él o le haya inventariado un
funcionario competente, en el carácter de tal” (artículo 1703). Además, según el artículo
419 del Código Orgánico de Tribunales la fecha de instrumento privado se cuenta respecto
de terceros desde su protocolización.
Tratándose de asuntos mercantiles, las escrituras privadas que guarden uniformidad con los
libros de los comerciantes hacen fe de su fecha respecto de terceros, aun fuera de los casos
que enumera el copiado artículo 1703 del Código Civil (artículo 127 del Código de
Comercio).
B) Inoponibilidades de fondo.
No pueden oponerse a los terceros los actos o contratos celebrados ocultamente, por la
imposibilidad de aquéllos de tomar conocimiento de éstos. Ejemplo clásico es el de las
escrituras privadas hechas por los contratantes para alterar lo pactado en escritura pública:
aquéllas no producen efectos contra terceros, les son inoponibles (artículo 1707 inc. 1º).
Son inoponibles por fraude los actos ejecutados en fraude de los derechos de terceros; la ley
da a éstos ciertos medios para que aquellos actos no los afecten. Está fundada en la causal
de fraude, por ejemplo, la llamada acción pauliana, acción que permite a los acreedores
perjudicados por actos realizados por el deudor solicitar la rescisión de éstos, cumpliéndose
además otros requisitos señalados por la ley (artículo 2468). También la ley declara nulo el
pago hecho al acreedor si se paga al deudor insolvente en fraude de los acreedores a cuyo
favor se ha abierto concurso (artículo 1578
Nº 3).
El fraude difiere del dolo porque éste tiene lugar entre las partes cuando una de ellas se vale
de engaño para perjudicar a la otra; en cambio, el fraude es una maniobra de mala fe
ejecutada por una o ambas partes dirigida a perjudicar a terceros.
Esta inoponibilidad comprende los casos en que los efectos de un acto no pueden hacerse
valer contra terceros que tienen derechos adquiridos sobre cosas a que el acto se refiere.
Así, por ejemplo, el decreto de posesión definitiva de los bienes del desaparecido otorgado
a favor de otros sujetos pueden rescindirse en beneficio del desaparecido si reapareciere,
recobrando sus bienes en el estado en que se hallaren, subsistiendo las enajenaciones, las
hipotecas y demás derechos reales constituidos legalmente en ellos (art. 94 Nº 4). Los
terceros que adquirieron legalmente estos derechos sobre los bienes del desaparecido que
reaparece podrían oponerle esta adquisición si él pretendiera recobrarlos en virtud de la
rescisión del decreto de posesión definitiva.
(v) Inoponibilidad por lesión de las asignaciones forzosas Estas asignaciones son aquellas
que el testador está obligado a hacer a ciertas personas determinadas por la ley, como, por
ejemplo, los hijos. Si en un caso dado el testador nada asigna a sus hijos, el testamento no
adolece de nulidad, es válido, pero inoponible a dichos hijos en cuanto los perjudica y ellos
pueden solicitar la reforma del testamento para salvar ese perjuicio (artículo 1216).
Hay casos excepcionales en que la nulidad de un acto o contrato no puede hacerse valer en
contra de terceros, los cuales tienen el derecho de que respecto de ellos el acto o contrato se
mire como perfectamente válido.
2058). Del mismo modo, la nulidad de la sociedad colectiva mercantil por falta de
solemnidades en su constitución no puede alegarse contra terceros interesados en su
existencia (artículo 356 inciso 3 del Código de Comercio).
Aunque, según estima buena parte de la doctrina, por regla general la resolución de los
actos jurídicos opera con efecto retroactivo, la resolución judicialmente declarada es
inoponible a los terceros de buena fe (artículos 1490 y 1491).
Tratándose del contrato de donación, el Código Civil establece que, salvo que concurran
ciertos supuestos expresamente señalados, la resolución, la rescisión y la revocación son
inoponibles en contra de terceros poseedores de los bienes donados (artículo 1432).
El juez no puede declarar de oficio la inoponibilidad; ésta debe ser alegada por el sujeto en
cuyo favor se encuentra establecida.
Generalmente, la inoponibilidad se deduce como excepción por el tercero en contra del cual
se pretende hacer valer el acto inoponible. En contados casos puede deducirse como acción;
así ocurre con la acción pauliana.
Entre la nulidad de los actos jurídicos y la inoponibilidad de los mismos hay diferencias
notorias.
(i) En primer lugar, la nulidad ataca la validez del acto mismo, privándolo de eficacia tanto
respecto de las partes como de los terceros; en cambio, la inoponibilidad sólo se dirige a
privar de efectos al acto respecto de terceros de buena fe.
(ii) En segundo lugar, la nulidad tiende a proteger a las partes del acto e incluso a los
terceros interesados en el caso de la nulidad absoluta; en cambio, la inoponibilidad, sólo a
los terceros.
(iii) En tercer lugar, la nulidad, sea absoluta o relativa, es una sanción de orden público, y
por ende, no puede renunciarse anticipadamente; pero sí puede serlo la inoponibilidad, que
es una sanción de orden privado establecida a favor de los terceros en referencia.
Como ya dijimos, la inexistencia es la sanción que tienen los actos jurídicos celebrados con
omisión de uno de los requisitos exigidos para su existencia jurídica. En otras palabras, el
acto es inexistente cuando falta el consentimiento, el objeto, la causa o las solemnidades
establecidas para la existencia del acto. Y, todavía, puede decirse que acto inexistente es
aquel que carece de un elemento esencial, de un órgano vital, de tal manera que no
96
corresponde a la definición genérica que para él da la ley. De esta manera, no puede haber
una compraventa sin precio, una sociedad sin que se ponga algo en común, etc.
La teoría de la inexistencia jurídica fue formulada a principios del siglo XIX por el
jurisconsulto alemán Zachariae, y la expuso a propósito del matrimonio. En este acto, los
autores se encontraron ante una regla que tenía contornos de axioma y según la cual en
materia de matrimonio no hay más nulidad que la que la ley expresamente establece. Ahora
bien, un matrimonio celebrado entre dos hombres o entre dos mujeres, ¿vale porque no hay
ley que lo declare nulo? La respuesta, de acuerdo con la regla de la nulidad expresa, habría
tenido que ser afirmativa, lo que hubiera sido contrario al más elemental sentido común y a
la conciencia de los individuos20. Entonces, los juristas razonaron así: Para que el
matrimonio exista, la ley supone necesariamente el acuerdo entre un hombre y una mujer,
de modo que, si el acuerdo es entre dos personas de idéntico sexo, el matrimonio no puede
existir y por esto, concluían, el legislador no necesitó siquiera declarar su falta de eficacia.
1) La nulidad debe ser declarada por los tribunales de justicia21; la inexistencia, no. Pero en
ambos casos debe recurrirse a los tribunales.
El objeto que se persigue con la declaración de nulidad es volver a las partes al estado en
que se hallaban antes de la celebración del acto. Para esto es necesario previamente obtener
la declaración de nulidad y en virtud de ella solicitar la vuelta al estado anterior. La
inexistencia, en cambio, autoriza de inmediato para exigir la vuelta al estado anterior a la
celebración del acto que a los ojos de la ley no existe. Ejemplo: en una venta que adolece
de nulidad, la parte interesada en obtener la devolución de la cosa deberá primero solicitar
la declaración de nulidad del contrato y sólo una vez obtenida ésta, y en su virtud, podrá
pedir la restitución de la cosa. En cambio, tratándose de una venta inexistente, por falta de
precio, pongamos por caso, el interesado podrá pedir de inmediato la restitución de la cosa,
ejerciendo la acción reivindicatoria, de la misma manera que el dueño de una cosa singular
cuya posesión le ha sido arrebatada.
20
Tal juicio-“hubiera sido contrario al más elemental sentido común y a la conciencia de los individuos”- no
representa para nada el pensamiento del autor. En este punto nos hemos limitado a exponer el curso histórico-
dogmático de la cuestión, sin indagar acerca de su corrección o incorrección.
21
Actualmente Lilian San Martín y Jorge Baraona afirman que la nulidad absoluta es originaria y radical, y
que opera de pleno derecho. La sentencia que la declara es justamente una sentencia declarativa, esto es, una
sentencia que se limita a reconocer una situación preexistente. En este sentido, el acto no es nulo
absolutamente porque así lo declare el juez, sino porque así lo establece la ley, limitándose el juez a constatar
el vicio y aplicar la ley.
97
2) El acto inexistente no produce efecto alguno; en cambio, el acto nulo, mientras su vicio
no se declara judicialmente, produce todos sus efectos.22
3) El acto inexistente no puede sanearse por el transcurso del tiempo; el nulo, sí.23
4) El acto inexistente no puede ratificarse por la voluntad de las partes, porque la nada no
puede, mediante la confirmación, devenir en existencia; la nada confirmada continúa siendo
la nada. La nulidad relativa puede sanearse por la ratificación de las partes (artículo 1684,
inciso 2º). Pero la nulidad absoluta, al igual que la inexistencia, no puede sanearse por la
ratificación de las partes. El motivo de la imposibilidad es distinto. Sabemos ya el de la
inexistencia; digamos ahora el de la nulidad absoluta; ésta no puede sanearse por la
ratificación porque es una institución de orden público que está establecida, no en interés de
las partes, sino en el de la moral y de la ley.
Para precisar cómo debe invocarse la excepción de inexistencia es menester distinguir dos
situaciones: a) el acto jurídico considerado inexistente no se ha cumplido, y b) el acto
inexistente aparece produciendo efectos, como si en la venta de un bien raíz hecha por
escritura privada o verbalmente, el inmueble hubiera sido materialmente entregado al que
22
San Martín y Baraona critican este entendimiento, pues el acto que adolece de un vicio de nulidad absoluta
es nulo absolutamente por así disponerlo la ley, no pudiendo en consecuencia generar efecto alguno. Vial
confundiría nulidad con anulabilidad, en circunstancias que la anulabilidad puede predicarse únicamente
respecto de la nulidad relativa, en que efectivamente las partes podrían perseverar en el acto rescindible
mediante la confirmación.
23
En varias legislaciones de derecho comparado la nulidad absoluta no se sanea ni aun por el transcurso del
tiempo. No obstante, Bello, inspirándose en esta materia en las enseñanzas de Delvincourt, innovó y
estableció para la nulidad absoluta un plazo de “saneamiento” de 10 años contados desde la celebración del
acto o contrato. Con todo, para la doctrina chilena más contemporánea, una vez transcurridos los 10 años, en
realidad el acto no se transforma en uno válido, sino que simplemente se extingue la acción para solicitar la
declaración judicial de la nulidad (mas no la excepción). La justificación que hay detrás del plazo de
saneamiento es consolidar los desplazamientos patrimoniales a que haya dado lugar el acto (por ejemplo,
entrega de una cosa) y generar, en razón de ello, seguridad jurídica. No es casual que el plazo coincida con el
de la prescripción adquisitiva extraordinaria. Desde la visión de San Martín y Baraona, sería un contrasentido
afirmar, como hace Vial, que el acto que adolece de un vicio de nulidad absoluta nace a la vida del derecho y
produce todos sus efectos mientras una sentencia no lo invalide. Ello, tratándose de actos prohibidos, sería
atentar contra el sentido común y contra el sentido del artículo 10 del CC.
Tratándose de la nulidad relativa, en cambio, sí tendría sentido que el acto produzca sus efectos, pues en este
caso la nulidad no opera de pleno derecho, sino que simplemente hay anulabilidad.
98
se dice comprador. En el primer caso, la parte interesada en la inexistencia del acto jurídico
de que se trata, deberá esperar que se pretenda obtener su cumplimiento, por la otra; una
vez perseguido dicho cumplimiento ante los tribunales, ha de sostener que el acto o
contrato no existe ni ha existido. En el segundo caso, el interesado deberá proceder en la
misma forma que lo haría si otro, no mediando contrato alguno, hubiere tomado posesión
material de su bien raíz: deduciendo la acción correspondiente que se dirija a obtener que
ese extraño sea desalojado de su dominio.
6) Una diferencia importante entre la inexistencia y la nulidad dice relación con las
personas que pueden alegar una y otra. Desde luego, la nulidad relativa no puede alegarse
sino por aquellos en cuyo beneficio la han establecido las leyes o por sus herederos o
cesionarios (artículo 1684, inciso 1º); la nulidad absoluta puede alegarse por todo el que
tenga interés en ello, excepto por el que ha ejecutado el acto o celebrado el contrato,
sabiendo o debiendo saber el vicio que lo invalidaba (artículo 1683); los socios, de acuerdo
con el artículo 360 del Código de Comercio, no pueden alegar la nulidad del contrato de
sociedad, ni por vía de acción, ni por vía de excepción, después de disuelta la sociedad de
hecho. Estas excepciones sólo pueden tener lugar tratándose de la nulidad y por su misma
naturaleza no pueden aplicarse a los casos de inexistencia.
En resumen: la nulidad relativa es la sanción que por menos personas puede invocarse; la
absoluta puede invocarse por casi todas las personas que tienen interés en ello, y la
inexistencia pueden alegarla absolutamente todos.
7) La nulidad, sea absoluta o relativa, una vez judicialmente declarada, produce efectos sólo
con relación a las partes en cuyo favor se ha decretado. Así lo dispone el artículo 1690, al
decir que “cuando dos o más personas han contratado con un tercero, la nulidad declarada a
favor de una de ellas no aprovechará a las otras”. Resulta evidente, afirma Baudry-
Lacantinerie, que esta disposición no podría extenderse a la inexistencia, la cual una vez
“constatada” judicialmente, permite a todo interesado aprovecharse de ella.
La conversión consiste en que ciertos actos pueden subsistir como válidos, pero con un
carácter diferente. Como ejemplo, podemos citar el caso contemplado en el inciso 2º del
artículo 1701, que expresa: “Fuera de los casos indicados en este artículo, el instrumento
defectuoso por incompetencia del funcionario o por otra falta en la forma, valdrá como
instrumento privado si estuviere firmado por las partes”. De acuerdo con esta disposición,
el instrumento público nulo por incompetencia del funcionario o por otro defecto en la
24
Desde una perspectiva diversa, que un acto nulo pueda convertirse en otro no implica que el primero haya
producido alguna vez efectos. Al contrario, si el acto es nulo absolutamente no ha producido efectos nunca; en
realidad, los efectos son producidos por el acto en que se ha convertido, el cual es válido y por ello es
merecedor de tutela jurídica.
99
forma, salvo los casos en que es exigido por vía de solemnidad, es válido como instrumento
privado si estuviere firmado por las partes. Ahora, si el instrumento no existe o no ha sido
firmado por las partes, circunstancia que respecto a éstas constituye verdadera inexistencia
del instrumento, no hay lugar a la conversión, porque la nada por sí misma no puede
transformarse en algo existencial.
Como vemos, algunas diferencias son rebatibles, otras no son muy claras y otras carecen de
relieve práctico.
Ésta es una típica pregunta de examen de grado. Como mínimo, les exigiremos aprenderse
de memoria los argumentos de Claro Solar, los de Alessandri y la réplica de Claro Solar.
No obstante, si aspiran a tener una buena calificación, deben aprenderse también los demás
argumentos o al menos una buena parte de ellos. Tengan en particular consideración el
tenor literal de las normas presentadas por los autores, pues cada uno intenta fundar su
postura en ese tenor y ése es el tenor que nosotros exigiremos.
Si falta una de las cosas esenciales a su existencia, el acto jurídico no puede existir, no
puede producir efecto alguno, es la nada, lo que es distinto de la nulidad. Nada: no
existencia. Nulidad: invalidez.
Esta distinción está formulada en el Código Civil:
1. Artículo 1444: si falta alguna de las cosas esenciales, el contrato “no produce efecto
alguno”. Los actos que tienen un vicio de nulidad producen todos sus efectos mientras no se
declare la nulidad.
2. Artículo 1701: la falta de instrumento público no puede suplirse por otra prueba en
los actos en que la ley requiere esa solemnidad, y “se mirarán como no ejecutados o
celebrados”, es decir, como inexistentes.
3. Artículo 1809: en cuanto a la determinación del precio en la compraventa, en caso
de no convenirse, “no habrá venta”.
permiten entender que se sanciona con nulidad absoluta la omisión tanto de requisitos de
existencia como de validez.
c) El mismo artículo sanciona con nulidad absoluta los actos de los absolutamente
incapaces, los cuales, doctrinariamente hablando, deberían ser inexistentes, pues falta la
voluntad.
El artículo 1444 señala que la omisión de una cosa de la esencia de un contrato impide que
produzca efecto alguno, lo que se vincula a los requisitos de existencia, pues el acto a que
falta un requisito de validez, produce efectos.
Por otro lado, Vial agrega un antecedente adicional: el artículo 6 de la ley 18.046 señala
que “no existe la sociedad en cuya constitución se haya omitido el otorgamiento de la
escritura social o la oportuna inscripción o publicación de su extracto…”, y agrega que las
omisiones en la escritura de constitución o en el extracto se sancionan con la nulidad
absoluta del pacto social. Se distingue claramente entre inexistencia y nulidad.
El término “nulidad de pleno derecho” es desconocido por el Código Civil, y esa sanción ni
siquiera puede inferirse de las normas del Código, a diferencia de la inexistencia.25
25
En el mensaje del CC se señala que “el contrato celebrado por un menor sin el consentimiento de un
guardador no es nulo ipso jure, aunque puede rescindirse”. La norma hace alusión a un vicio de nulidad
relativa, pues el menor adulto es un incapaz relativo. A contrario sensu, parte de la doctrina contemporánea ha
señalado la intención de Bello fue que la nulidad absoluta operase ipso iure, esto es, de pleno derecho. Así
emana del artículo 10 (al menos tratándose de actos prohibidos) y por lo demás, así lo entendieron antiguos
juristas nacionales como Alfredo Barros Errázuriz y José Clemente Fabres.
101
Es elemento de esencia específico de la S.A. la solemnidad prevista por la ley, de modo que
si falta, la sociedad es nula de pleno derecho, lo que significa que sin necesidad de una
sentencia judicial que declare la nulidad, la sociedad se mira como si nunca hubiera
existido, lo que justifica que no pueda sanearse.
Esto revela que la nulidad de pleno derecho es diferente a la nulidad del Código Civil, la
cual jamás opera ipso iure: antes de la declaración, el acto existe y produce sus efectos, lo
que justifica que pueda sanearse.26 Estas diferencias permiten asimilar la nulidad de pleno
derecho a la inexistencia, pues no requiere sentencia judicial que la declare.
1. Artículo 1814 del Código Civil: si la venta se refiere a una cosa que se supone
existente al momento del contrato y que, en realidad, no existe, esa venta “no produce
efecto alguno”.
2. Artículo 1801 inc. 1: la venta solamente “se reputa perfecta” desde que las partes
convienen en la cosa y el precio. Si no está perfecta, la venta no existe.
3. Artículo 1801 inc. 2: las ventas de bienes raíces, censos, servidumbres y derechos
hereditarios “no se reputan perfectas” mientras no se otorguen por escritura pública.
4. Artículo 1802: En el caso que las partes hayan pactado formalidades convencionales
sin las cuales la venta “no se repute perfecta”, se estará a su voluntad y habrá en el
intertanto derecho de retracto.
5. Artículo 2055 inc. 1: “No hay sociedad” si los socios no estipulan poner una cosa en
común.
6. Artículo 2055 inc. 2: “Tampoco hay sociedad” sin participación de beneficios.
7. Si la inexistencia no estuviese contemplada en el Código, entonces la omisión de
requisitos de existencia debiese sancionarse con nulidad relativa. Así lo exigiría la
taxatividad de las causales de nulidad absoluta y el señalado en el inciso final del artículo
1682.
8. Los incapaces absolutos tienen voluntad; lo que les falta es discernimiento.
9. La inexistencia sigue entendiéndose como la única sanción procedente ante la
omisión de requisitos de existencia en el matrimonio.
1. La nulidad absoluta es suficiente para enfrentar los problemas que genera la omisión
de requisitos de existencia, pues ésta opera con efecto retroactivo y da derecho a las partes
a ser restituidas “al mismo estado en que se hallarían si no hubiese existido el acto o
contrato nulo”. (Artículo 1687)
26
Nuevamente reiteramos que este entendimiento de Vial es fuertemente criticado hoy en día, pues, según
cierta doctrina, la nulidad absoluta opera de pleno derecho. La “necesidad” de declaración judicial (sentencia
meramente declarativa) se explica en los efectos restitutorios que genera la nulidad (artículo 1687 inciso 1 y
2).
102
La nulidad es la sanción para todo acto o contrato a que falta alguno de los requisitos que la
ley prescribe para el valor del mismo acto o contrato, según su especie o la calidad y estado
de las partes (artículo 1681 inc. 1°).
103
Siguiendo el esquema trazado por el Código Civil francés, la nulidad se encuentra regulada
en el título XX del libro IV de nuestro Código Civil, como uno más de los modos de
extinguir obligaciones. Por lo demás, su carácter de modo de extinguir aparece de la simple
lectura del artículo 1567 Nº8, en cuanto señala que "las obligaciones se extinguen, además,
en todo o en parte: N.° 8.º Por la declaración de nulidad o por la rescisión"
No obstante, ya desde el primer artículo del título se puede advertir que no sólo cumple el
rol de extinguir obligaciones; la nulidad, sobre todo, implica la ineficacia del acto o
contrato.
En efecto, el artículo 1681 inciso primero, sin distinguir expresamente entre nulidad
absoluta y relativa, establece que “Es nulo todo acto o contrato a que falta alguno de los
requisitos que la ley prescribe para el valor del mismo acto o contrato, según su especie y la
calidad o estado de las partes”.
La norma entiende que es nulo el “acto o contrato”. Este aserto guarda toda lógica en tanto
que, como el mismo tenor literal sugiere, la nulidad se establece como una sanción a la falta
de uno o más de los requisitos que la ley prescribe para el valor de los actos jurídicos.
El artículo 1682 reitera la idea en su inciso primero al señalar que “La nulidad producida
por un objeto o causa ilícita, y la nulidad producida por la omisión de algún requisito o
formalidad que las leyes prescriben para el valor de ciertos actos o contratos en
consideración a la naturaleza de ellos, y no a la calidad o estado de las personas que los
ejecutan o acuerdan, son nulidades absolutas.”.
De esta manera, la causal genérica de nulidad absoluta, esto es, “la omisión de algún
requisito o formalidad que las leyes prescriben para el valor de ciertos actos y contratos en
consideración a la naturaleza de ellos”, da cuenta de que este tipo de nulidad está regulada
no solo como un modo de extinguir obligaciones, sino como una auténtica sanción de
ineficacia del acto jurídico.
Por si fuera poco, el inciso segundo de la norma en comento insiste en la misma línea: “Hay
asimismo nulidad absoluta en los actos y contratos de personas absolutamente incapaces.”
Finalmente, respecto a la nulidad relativa, el inciso final del artículo 1682 concluye el
argumento al disponer que “Cualquiera otra especie de vicio produce nulidad relativa, y da
derecho a la rescisión del acto o contrato.”
En suma, tanto la nulidad absoluta como la relativa se alzan como sanciones de ineficacia
ante la falta de requisitos que la ley establece para el valor de un acto en atención o a su
especie o naturaleza, o al estado o calidad de las partes.
Alessandri Besa entiende que nuestro Código Civil, si bien ha seguido el paradigma
establecido en el Código Civil francés, hace una regulación mucho más pormenorizada y
depurada, donde la institución en comento aparece, sobre todo, como una sanción de
104
ineficacia del acto o contrato. En palabras del autor, “En esta materia, como en muchas
otras, el Código Civil chileno se inspiró en el Código Civil francés; pero sólo en cuanto a la
ubicación de las reglas relativas a la nulidad de los actos y contratos, considerándola como
uno de los medios de extinguir obligaciones, porque en lo que dice relación con las
disposiciones mismas, el nuestro es infinitamente superior, debido a que contiene la teoría
completa de las nulidades absoluta y relativa, una reglamentación completísima y una
sistematización de la materia muy perfecta.”
Luego agrega que “es evidente que la nulidad o la rescisión no son medios de extinguir
obligaciones en sí mismas, porque el efecto que producen es destruir la fuente de donde
proviene la obligación, o sea, el contrato, que es el acto jurídico que las genera; por lo
tanto, no destruye la obligación, que sólo desaparece como consecuencia de la destrucción
de su fuente”
Incluso, sostiene el autor, puede ocurrir que el acto no genere obligaciones, circunstancia
que contribuye incluso más a demostrar que la nulidad está regulada como una sanción de
ineficacia antes que como un modo de extinguir, ya que si el acto no genera obligaciones la
nulidad no operará en el sentido propuesto por el artículo 1567 Nº8; “Además, considerar a
la nulidad únicamente como un medio de extinguir obligaciones, es limitar su verdadero
campo de acción, que el mismo Código Civil le reconoce, y que abarca toda clase de actos
jurídicos, sean éstos contratos u otros actos bi o unilaterales, que bien pueden no generar
obligaciones, en cuyo caso la nulidad perdería el carácter que el Código Civil le da, porque
no habría obligaciones, y que su campo de acción se extiende más allá de lo contractual,
abarcando el campo de las declaraciones unilaterales de voluntad.”
Por estas y otras razones, Alessandri Besa concluye que “se puede sostener con mayor
propiedad que la nulidad, lejos de ser un medio de extinguir obligaciones, es "un medio de
invalidar los contratos y demás actos jurídicos", quedando comprendida entre "las causas
legales" de que habla el artículo 1545 del Código Civil; o sea, que antes que la nulidad sea
declarada, el contrato, u otra convención o acto unilateral, produce todos sus efectos, cuales
son, las obligaciones y derechos que de ellos nacen, o las modificaciones que en los que
existan puedan introducir; pero una vez anulado por la Justicia, desaparece, y con él, las
obligaciones, derechos u otros efectos que había generado, todo ello con efecto retroactivo,
según veremos en su oportunidad, considerándose al negocio-jurídico como si nunca se
hubiese celebrado.”
En la misma línea, Vial del Río entiende que “El Código Civil chileno, al igual que el
francés, reglamenta la nulidad como un modo de extinguir las obligaciones (Título XX del
Libro IV). Sin embargo, cabe hacer presente que la nulidad no extingue, propiamente, la
obligación, sino que destruye el acto o declaración de voluntad que engendró la obligación;
extinguiéndose ésta por consecuencia.”
Puede ser absoluta o relativa (artículo 1681 inc. 2°). Se diferencian por sus causales, las
personas que pueden impetrarla y su saneamiento. Los efectos son los mismos.
105
Es la sanción a todo acto o contrato a que falte alguno de los requisitos que la ley prescribe
para el valor del acto, según su especie o naturaleza (artículo 1681).
a) Objeto ilícito;
b) Causa ilícita;
c) Omisión de requisito que la ley prescribe para el valor del acto en consideración a
su especie o naturaleza (según Alessandri Besa, ésta es una causal genérica);
d) Incapacidad absoluta.
e) Falta de voluntad;
f) Falta de objeto;
g) Falta de causa;
h) Error esencial (con todo, recordemos que algunos estiman que la sanción es nulidad
relativa);
i) Falta de solemnidad requerida para la existencia del acto.
27
Este principio ha sido controvertido por Baraona y San Martín respecto a la nulidad absoluta, la que en su
visión operaría de pleno derecho, siendo declarativa la sentencia. Con todo, estos mismos autores reconocen
que, atendido lo establecido en el artículo 1687 del CC, la tutela restitutoria asociada a la nulidad requiere que
esta haya sido declarada por sentencia firme.
106
De ahí deriva que la nulidad absoluta no puede ser saneada por confirmación; puede ser
solicitada su declaración por el Ministerio Público (fiscalía judicial); que la acción en que
se persigue la declaración de la nulidad absoluta tenga un plazo de extinción más extenso
(aunque la ley no lo diga, la acción se extingue una vez que se produce el saneamiento por
el transcurso de 10 años. Artículo 1683).28
Lo dicho no significa que la nulidad relativa sea una sanción completamente de orden
privado; también resguarda en cierta medida el orden público, siendo prueba de ello su
irrenunciabilidad anticipada (artículo 1469). Lo que ocurre es que los intereses tutelados
por la nulidad relativa son predominantemente de orden privado, sin que exista una
vulneración significativa del orden público, lo que justifica que, pese a su irrenunciabilidad
anticipada, su régimen sea más flexible que el de la nulidad absoluta.
Según la doctrina más tradicional, para que un acto sea nulo es menester que una sentencia
judicial lo declare.
De acuerdo con el artículo 1683, las vías para que se declare la nulidad absoluta son:
a) Que una persona que tiene interés solicita al juez la declaración.
b) Que el ministerio público, en interés de la moral o la ley, solicita al juez la
declaración.
c) Que el propio juez la declara de oficio porque aparece de manifiesto en el acto.
Aquí se debe tener cuidado: una típica pregunta de examen de grado es: ¿quiénes pueden
alegar la nulidad absoluta? Y la respuesta correcta es que, sobre la base del artículo
precitado, solamente puede ser alegada por aquel que tenga interés en ella y por el
ministerio público en interés de la ley o la moral. El juez NO alega la nulidad absoluta; él
puede y debe declararla de oficio, esto es, sin necesidad de que haya sido alegada por
alguna de las partes. Ahora bien, el ejercicio de este poder-deber presupone que el juez esté
conociendo de un asunto en el que tenga conocimiento de un acto que adolezca
manifiestamente de un vicio de nulidad absoluta.
206. Declaración de nulidad absoluta a petición de una persona que tiene interés en
ello.
28
Como vimos en otra nota al pie, según cierto sector de la doctrina, el efecto del saneamiento es justamente
ése: la extinción de la acción para pedir la declaración. Se discute si el plazo de saneamiento corresponde a un
plazo de prescripción extintiva o de caducidad.
107
La ley no califica el interés que hace posible la petición, pero la doctrina y jurisprudencia
coinciden en que debe ser pecuniario y debe existir al momento de solicitarse la declaración
(actual).
Son personas interesadas el autor o las partes del acto, e incluso un tercero que no intervino
en él.
Sabiendo: conocimiento personal, real y efectivo del vicio. Debiendo saber: conocimiento
que debería tener el autor o la parte en atención a las circunstancias del acto o la condición
de quienes intervienen en él, no siendo posible considerar lógica o razonable la ignorancia
del vicio. Esto último dice relación con la excusabilidad o inexcusabilidad del
conocimiento del vicio.
A) Surge un problema con relación a los actos jurídicos celebrados por medio de
representantes. Si este sabía o debía saber el vicio que invalidaba el acto, pero no lo sabía
ni debía saberlo el representado, ¿puede el último alegar la nulidad absoluta o pierde, al
respecto, su legitimación? La |respuesta de la jurisprudencia ha sido contradictoria. De
acuerdo con una opinión, el representado no podría alegar la nulidad absoluta porque,
según la ley, lo hecho por el representante se estima hecho por el representado (artículo
1448). Conforme a otro parecer, el representado podría pedir la nulidad absoluta del acto
celebrado de mala fe por su representante, porque la mala fe es una determinación
personalísima de la voluntad y porque el representante sólo está autorizado para ejecutar
actos lícitos, y no ilícitos. El punto tampoco está zanjado en doctrina.
A favor de que los herederos pueden hacerlo se sostiene que la ley, al impedir alegar la
nulidad absoluta al que celebró el acto o contrato sabiendo o debiendo saber el vicio que lo
invalidaba, establece una verdadera inhabilidad y como tal, siendo una regla de excepción,
debe interpretarse restrictivamente, circunscribiéndose al único caso al que la ley
literalmente se refiere y, por lo tanto, si dentro de los términos literales de la ley no cabe
comprender a los herederos, legalmente no puede extenderse a ellos tal inhabilidad. Pero,
en sentido contrario y con el apoyo de la jurisprudencia mayoritaria, se ha respondido que
los herederos del causante no pueden alegar la nulidad absoluta por la sencilla razón de que
no han podido adquirir por sucesión por causa de muerte un derecho que su causante no
tenía y que mal podría transmitirles, y no solo no tenía ese derecho, sino que lo que es más
29
Nemo auditur propriam turpitudinem allegans: No se escucha a nadie (en juicio) que alega su propia
torpeza.
108
grave aún la ley expresamente le vedaba alegar la nulidad. Además, ha de tenerse presente
que, si el Código Civil prescribe que cuando el dolo es imputable a un incapaz no se
permite a él ni a sus herederos alegar la nulidad relativa (artículo 1685), con mayor razón
ha de defenderse que los herederos y cesionarios de una persona capaz no pueden alegar la
nulidad absoluta que su antecesor no podía alegar.
En una tercera opinión, Barriga y Domínguez Águila estiman que deben distinguirse dos
hipótesis: a) aquella en que el heredero solicita la declaración de nulidad absoluta
esgrimiendo el interés que tenía su causante, en el cual lo ha sucedido; b) aquella en que
solicita la declaración de la nulidad absoluta alegando un interés propio. En el primer caso,
si el causante celebró o ejecutó el acto o contrato conociendo o debiendo conocer el vicio
que lo afectaba, el heredero estará privado de legitimación activa. En el segundo, aun
cuando el causante haya celebrado o ejecutado el acto conociendo o debiendo conocer el
vicio, el heredero igualmente tendría legitimación activa. Ahora bien, Domínguez Águila
aclara que el interés personal no puede provenir del hecho mismo de ser heredero,
descartando entonces la legitimación en aquellos casos en el interés del heredero sea ver
aumentada su cuota hereditaria o prevenir la salida de algún bien de la comunidad
hereditaria.
Principio procesal general: en materia civil, el juez puede actuar sólo a petición de parte.
Una de las excepciones es la obligación de declarar la nulidad absoluta de oficio cuando el
vicio aparece de manifiesto.
Manifiesto: descubierto, patente, claro. De la simple lectura del instrumento en que consta
el acto, el juez advierte la existencia del vicio, sin necesidad de relacionarlo con ninguna
otra prueba o antecedente.
La ley impide que la voluntad de las partes valide un acto que adolece de un vicio de
nulidad absoluta, pues está establecida en el interés general.
Sólo puede sanearse por el transcurso del tiempo (artículo 1683). El plazo es de 10 años, los
cuales, según el entendimiento generalizado, se cuentan desde la fecha de celebración del
acto. Vial del Río estima que transcurrido el plazo de 10 años el acto mismo se sanea,
transformándose en uno válido.
Con todo, hacemos énfasis en que un sector incipiente de la doctrina, encabezado por
Baraona y San Martín, estima que el transcurso de 10 años no convierte en válido un acto
que la ley ha declarado nulo absolutamente; el único efecto del saneamiento es la extinción
de la acción para solicitar la declaración de la nulidad absoluta, permitiendo la
consolidación de los desplazamientos patrimoniales a que haya dado lugar el acto.
Según Baraona y San Martín, el saneamiento por transcurso del tiempo se fundamenta
justamente en la necesidad de consolidar los desplazamientos patrimoniales a que pudo
haber dado lugar el acto nulo. No es casual que el plazo coincida con el de la prescripción
adquisitiva extraordinaria (artículos 2510 y 2511). Con todo, más allá de la consolidación,
el acto jamás se mirará como válido, pues ello no sólo contraviene el sentido común (que el
mero lapso del tiempo transforme en lícito algo que la ley declara ilícito), sino el sentido
del artículo 10 del CC (al menos respecto a los actos prohibidos por la ley).
Nulidad relativa es la sanción legal impuesta a los actos celebrados con prescindencia de un
requisito exigido en atención a la calidad o estado de las partes.
El artículo 1682, luego de mencionar las causales de nulidad absoluta, dice que “cualquier
otra especie de vicio produce nulidad relativa…”.
30
Con todo, la doctrina más contemporánea entiende que la nulidad relativa no opera de pleno derecho
justamente en atención a que los intereses comprometidos son predominantemente privados. En ese sentido, si
un acto adolece de nulidad relativa, se justifica que solo exista anulabilidad y no nulidad ipso iure, pues el
propio particular afectado es quien sabe y debe decidir qué le conviene más. La posibilidad de saneamiento
por confirmación refuerza la idea de que los intereses comprometidos son predominantemente privados.
110
a) Incapacidad relativa;
b) Error sustancial o en calidad esencial;
c) Error en la calidad accidental cuando haya sido el principal motivo para contratar y
era conocido por la otra parte;
d) Error en la persona, cuando es relevante;
e) Fuerza moral grave, injusta y determinante;
f) Dolo determinante;
g) Omisión de requisito o formalidad que la ley prescribe para el valor del acto en
consideración a la calidad o estado de las partes;
h) Lesión, en ciertos casos31.
Buena parte de la doctrina, incluido Vial, considera que los términos nulidad relativa y
rescisión son sinónimos. De esta manera, en opinión de estos autores, siempre que el
Código habla de rescisión se está refiriendo a nulidad relativa y viceversa.
No puede ser declarada de oficio por el juez ni puede solicitarse por el ministerio público o
cualquier persona que tenga interés.
Pueden alegarla los herederos de la persona que, teniendo el derecho a pedirla, falleció sin
haberlo hecho.
31
Parte de la doctrina nacional entiende que la lesión da derecho a la rescisión, esto es, la facultad de dejar sin
efecto un acto jurídico y ser restituido al estado anterior. Según esta visión, la nulidad relativa no sería un
sinónimo de rescisión, sino sólo una causa de la misma. La lesión, en este sentido, sería una causa distinta.
111
Cesionarios: personas a quienes los beneficiados con la nulidad transfieren, por acto entre
vivos, los derechos que emanan del acto o contrato nulo, incluyéndose en esa cesión el
derecho a demandar la nulidad.
213. Situación excepcional del incapaz que no podría demandar la nulidad relativa.
La razón es que la parte que contrató con el incapaz lo hizo en la creencia de que este no
estaba afectado por ninguna incapacidad, incurriendo así en un error que fue provocado por
las maniobras dolosas del incapaz (nadie puede beneficiarse de su propio dolo).
El saneamiento tiene lugar una vez que la persona que tenía derecho a pedirla no lo hizo en
4 años.
Este plazo se cuenta:
Si no se pide en ese plazo, el vicio desaparece, entendiéndose que jamás existió, lo que se
explica fundamentalmente en que los vicios de nulidad relativa afectan intereses
predominantemente privados.
216. Situación que se produce cuando la persona que puede demandar la rescisión
muere.
Si el cuadrienio no ha empezado a correr, tendrán 4 años para pedir la nulidad del acto
celebrado por el causante, que se cuentan desde la muerte de este; si el cuadrienio ha
empezado a correr, pueden pedirla en el tiempo que falte para cumplir los 4 años (artículo
1692 inc. 1°).
Si el cuadrienio no ha empezado a correr, tienen los 4 años a contar del día en que lleguen a
mayoría edad; si el cuadrienio ha empezado a correr, tienen el residuo a contar de ese
mismo día (artículo 1692 inc. 2°).
Que el cuadrienio o el residuo no se computen en tanto los herederos sigan siendo menores
de edad constituye un beneficio de suspensión de la prescripción. En efecto, al igual que en
el caso de la nulidad absoluta, el transcurso del tiempo que la ley exige para que se entienda
saneada la nulidad relativa constituye a la vez el plazo de prescripción de la acción
mediante la cual se pretende su declaración32. Si este plazo no se computa mientras subsista
la minoría de edad del heredero, entonces hay una auténtica suspensión de la prescripción.
Con todo, el inciso final del artículo 1692 establece una salvedad: “(…) pero en este caso
no se podrá pedir la declaración de nulidad pasados 10 años de la celebración del acto o
contrato.”
La doctrina discute si el inciso final se aplica a todos los herederos o solo a los menores,
tesis esta última que implica limitar su posibilidad de acogerse al beneficio de la
suspensión.
El argumento para decir que se aplica a todos es que 10 años es el plazo máximo de
consolidación de las relaciones jurídicas, aserto que se refleja en un montón de
disposiciones establecidas en el Código (82, 1683, 2510, 2511, etc). El inciso final del
artículo 1692 debiese ser interpretado en el mismo sentido.
Vial cree que esta interpretación no se conforma con el artículo 1691: esta norma señala
desde cuándo se cuenta el plazo para demandar la nulidad relativa, y al decir que en caso de
fuerza o incapacidad se empieza a contar desde que esta cesa, no establece el plazo máximo
de 10 años. El plazo debe contarse desde que cesa, sin importar cuantos años hayan
transcurrido desde la celebración del acto. Además, la finalidad del inciso final del artículo
1692 es justamente limitar el beneficio de suspensión de la prescripción.
32
Con todo, no está absolutamente claro en doctrina si se trata de un plazo de prescripción o de caducidad. Al
menos tratándose de la acción rescisoria a que da origen la nulidad relativa, en tanto se contempla el beneficio
de la suspensión (beneficio improcedente en casos de caducidad), hay más pie para entender que se trata de un
plazo de prescripción.
113
El problema de esta interpretación, como reconoce el propio Vial, es que los herederos
menores de edad podrían quedar en una situación desmedrada en relación con los herederos
mayores de edad. Graficado en un ejemplo: si A, incapaz relativo, ha celebrado un contrato
de compraventa con B el año 2000, y A fallece el 2011, debiésemos concluir que los
herederos mayores de edad de A, en función del artículo 1691, todavía podrían demandar la
nulidad relativa; en cambio, los herederos menores de edad, en función del inciso final del
artículo 1692, no podrían hacerlo.
En razón de lo anterior, y considerando que el artículo 1692 tiene por objeto proteger a los
herederos menores de edad y no perjudicarlos, Vial estima que el beneficio de suspensión
de la prescripción es facultativo; de esta manera, los herederos menores de edad podrían no
acogerse al beneficio y demandar igualmente la nulidad relativa ateniéndose a las reglas
generales (dadas por el artículo 1691).
Con todo, los desplazamientos patrimoniales a que haya dado lugar el acto nulo usualmente
ya estarán firmes transcurridos 10 años desde su celebración, pues en la mayoría de los
casos, se habrán producido los efectos de la prescripción adquisitiva (véanse artículos 704
N° 3, 708, 2510 y 2511). De esta manera, la discusión y el punto de Vial del Río se tornan
un tanto bizantinos. De hecho, según una tercera doctrina -a la que adhiere Corral Talciani-
el plazo máximo de 10 años opera en todos los casos de nulidad relativa, haya o no muerto
quien tiene derecho a alegarla, pues sería absurdo que un incapaz o la víctima de fuerza
puedan solicitar la nulidad relativa en un plazo mayor a aquel que la ley contempla para
hacer valer la nulidad absoluta.
La doctrina señala que el Código Civil no debió haber hablado de ratificación, sino de
confirmación, pues la ratificación, desde un punto de vista técnico, opera como causal de
saneamiento de la inoponibilidad. En efecto, la ratificación es una declaración unilateral
voluntad mediante la cual un tercero reconoce los efectos de un acto jurídico que en
principio le es inoponible.
De esta manera, es correcto hablar de ratificación, por ejemplo, en el caso en que el
mandante aprueba lo obrado por el mandatario que actuó sin poder suficiente o
excediéndose de sus límites; o en aquel en que, vendiéndose una cosa ajena, el dueño
aprueba la venta.
Respecto de la nulidad, la forma voluntaria de saneamiento no se llama ratificación,
sino confirmación, y esta puede definirse como un acto jurídico unilateral por el cual la
parte que tiene el derecho de alegar la nulidad relativa renuncia a esta facultad, saneando el
vicio de que adolece el acto. El acto se transforma en plenamente válido.
Tanto la ratificación como la confirmación se fundamentan en el artículo 12 del
Código Civil, que permite renunciar a los derechos que miren al interés individual y cuya
renuncia no esté prohibida.
A) Confirmación expresa:
114
B) Confirmación tácita:
Para algunos, es la que se hace en forma libre y espontánea, con la voluntad exenta de
vicios.
Para otros, supone además el conocimiento del confirmante del motivo de anulabilidad.
La doctrina se pregunta qué ocurre si la parte que tiene derecho a alegar la nulidad relativa,
con conocimiento de ello, solicita a la otra parte un plazo para pagar la obligación.
Parte de la doctrina estima que solo cabe confirmación tácita por la ejecución voluntaria de
la obligación. Empero, en opinión de Vial, esto no obsta a que la conducta del sujeto
permita desprender, cuando no una confirmación, una renuncia tácita al derecho a alegar la
nulidad relativa. En concreto, Vial arguye que existe una manifiesta relación entre la
confirmación y la renuncia, pues toda confirmación involucra la renuncia al derecho a
alegar la nulidad relativa; empero, no toda renuncia confirma o convalida el acto. En tal
caso, para Vial, el acto podrá sanearse por una confirmación expresa o tácita posterior, o lo
que será más frecuente, por el transcurso del tiempo.
115
C) ¿Es necesario para que exista confirmación tácita que el acto se ejecute en su
totalidad o basta con la ejecución de una parte?
Esta pregunta es relevante en el caso que un contrato genere dos o más obligaciones para
quien puede demandar la nulidad relativa.
Vial sostiene que basta con el cumplimiento de una obligación, sin distinguir si la
obligación ejecutada implica cumplimiento del contrato en su totalidad o en una parte.
33
Para Alessandri Besa, este caso particular debe entenderse comprendido en la noción de “ejecución
voluntaria de la obligación”.
116
A) En relación con las personas que pueden pedir la declaración judicial de nulidad:
1. Absoluta: todo el que tenga interés (salvo el que lo ejecutó sabiendo o debiendo
saber el vicio), ministerio público.
2. Relativa: persona en cuyo beneficio la ha establecido la ley, sus herederos o
cesionarios.
A las diferencias anteriores puede añadirse que, según una doctrina incipiente (Baraona y
San Martín), la nulidad absoluta opera ipso iure, esto es, de pleno derecho, y la nulidad
relativa requiere siempre declaración judicial.
Con todo, para hacer efectivos los efectos patrimoniales derivados de la nulidad
(prestaciones mutuas principalmente) se requiere siempre declaración judicial de la nulidad
por sentencia firme, ya se trate de nulidad absoluta o relativa. En esto está conteste toda la
doctrina y así fluye con claridad del artículo 168734.
El vicio de nulidad puede afectar al acto jurídico en su conjunto o en una parte, razón por la
cual se clasifica en nulidad total y parcial.
34
En consecuencia, es distinguible, por una parte, la nulidad misma, esto es, la ineficacia del acto; y, por la
otra, las consecuencias patrimoniales de la misma, las cuales en todo caso requieren declaración judicial de la
nulidad (sentencia meramente declarativa). Esta distinción acerca bastante el entendimiento actual de la
nulidad civil al de la nulidad de derecho público.
117
Existe nulidad total cuando el vicio afecta todas las partes y cláusulas del acto jurídico.
Existe nulidad parcial, en cambio, cuando el vicio afecta sólo una parte o una cláusula del
acto jurídico; o cuando afecta a una parte o a un elemento de una cláusula.
Más allá del principio de conservación de los contratos –el cual constituye hoy en día el
fundamento prácticamente unánime de la nulidad parcial-, la doctrina suele postular la
aplicación de las siguientes reglas para determinar la forma en que opera la nulidad parcial:
a) La estipulación o cláusula inválida se separa del acto jurídico, quedando éste válido
en todo lo no afectado por el vicio.
b) La estipulación o elemento de la cláusula afectada se tiene por no existente y la
cláusula se reduce: reducción interna de la cláusula.
Estas reglas no se pueden aplicar si la parte del contrato no afectada por la invalidez es por
su naturaleza dependiente respecto a la inválida. Tampoco se aplican si se prueba que, sin
la estipulación o cláusula inválida, el acto jurídico no se habría realizado o que, sin esa
estipulación o elemento, la cláusula no se habría estipulado.
El inciso primero del artículo 1687 establece que: “La nulidad pronunciada en sentencia
que tiene la fuerza de cosa juzgada, da a las partes derecho para ser restituidas al mismo
estado en que se hallarían si no hubiese existido el acto o contrato nulo; sin perjuicio de lo
prevenido sobre el objeto o causa ilícita.”
119
A partir de esta norma, la doctrina nacional está conteste en el hecho de que la nulidad
opera con efecto retroactivo. El tenor es bastante claro en cuanto a que la declaración
judicial de la nulidad, una vez que está firme y produce efecto de cosa juzgada, da a las
partes el derecho de ser restituidas al estado anterior a la celebración del acto o contrato.
Incluso más: el tenor literal de la norma sugiere que las partes deben ser restituidas al
estado en que se hallarían si no hubiese existido nunca el acto o contrato declarado nulo.
En palabras de Vial, “el principio general que determina los efectos de la nulidad para las
partes del acto o contrato nulo se encuentra establecido en el inciso primero del artículo
1687 del Código Civil”.
No hay diferencias entre la nulidad absoluta y relativa en cuanto a los efectos de la nulidad
judicialmente declarada.
227. Forma en que nulidad produce sus efectos para las personas que celebraron el
acto o contrato nulo.
Como ya vimos, el principio general está establecido en el artículo 1687 inciso primero en
cuanto señala que la nulidad declarada por sentencia firme “…da a las partes derecho para
ser restituidas al mismo estado en que se hallarían si no hubiese existido el acto…”.
Ahora bien, para determinar la manera en que las partes son restituidas al estado anterior la
doctrina suele distinguir los siguientes escenarios:
1. El acto no engendró obligaciones (la nulidad sólo opera como sanción de ineficacia
del acto)
2. El acto sí engendró obligaciones:
a) No se han cumplido: la nulidad las extingue de acuerdo al artículo 1567 N° 8.
b) Sí se han cumplido por una o ambas partes: opera el artículo 1687 inciso segundo,
que obliga a efectuar prestaciones mutuas.
Vial, con mucha razón, señala que esta distinción tiene imprecisiones, pues es
insatisfactoria para los contratos reales. El autor se cuestiona qué ocurre si se ha declarado
la nulidad de un contrato real y la clásica obligación restitutoria se encuentra pendiente de
cumplimiento. Si la nulidad, de acuerdo con lo establecido en el artículo 1567 N°8, operara
como modo de extinguir obligaciones, se produciría en la especie un enriquecimiento
injusto.
Entonces, cabe concluir que, si el acto engendró obligaciones que no se han cumplido, estas
se extinguirán en la medida que ello permita volver al estado anterior. Si no es así, deberán
las partes efectuar prestaciones tendientes a restituir lo recibido.
De acuerdo con el artículo 1468, no puede repetirse lo que se haya dado o pagado por un
objeto o causa ilícita a sabiendas.
En base al artículo 907, el poseedor de buena fe no está obligado a restituir los frutos
naturales y civiles percibidos antes de la contestación de la demanda.
Si se declara nulo el contrato celebrado con una persona incapaz, el que contrató con ella
no puede pedir restitución o reembolso de lo pagado o gastado en virtud del contrato, sino
en cuanto probare haberse hecho más rica con ello la persona incapaz. Así lo establece el
artículo 1688.
La ley protege a los incapaces pues teme que, cuando actúan sin los requisitos exigidos por
ley, no den adecuada inversión a lo que obtengan del contrato. No obstante, este temor no
se da si el incapaz se hizo más rico. Además, si las cosas no le son necesarias y están en su
poder, es lógico que las restituya. Ahora, si no subsisten en su poder, se dan las condiciones
que justifican la protección.
La doctrina estima que esta regla sólo se aplica cuando el acto se anula precisamente por la
causal de incapacidad.
121
Dado que la declaración de nulidad por sentencia firme establece la invalidez no sólo del
acto jurídico o contrato, sino también de la tradición, quien haya recibido la cosa
(accipiens) no se ha hecho dueño jamás de ella.
No obstante, esto no impide que el accipiens haya comenzado a poseer la cosa. Recordemos
que la posesión exige solamente la tenencia de una cosa determinada con ánimo de señor y
dueño (artículo 700). Por lo demás, la posesión, según la mayoría de la doctrina, es un
hecho, y por más fuerte que sea el efecto retroactivo, entender que el accipiens no ha
entrado nunca en posesión de la cosa sería extender demasiado los efectos de la nulidad y la
ficción de retroactividad.
El Código ha sido sabio y ha entendido que efectivamente existe la posesión que deriva de
un título que adolece de algún vicio de nulidad (artículo 704 N° 3); pero tal posesión, que
es irregular en función del artículo 708, habilitará únicamente para la prescripción
extraordinaria.
Quien reivindica debe ser dueño de la cosa; al respecto recordemos que la tradición
realizada en virtud del contrato nulo no ha transferido el dominio, por lo que se estima que
el tradens no ha dejado nunca de ser dueño (será él quien intente la acción reivindicatoria).
A diferencia de lo que ocurre con los efectos de la resolución respecto a terceros (artículos
1490 y 1491), la regla no distingue si los terceros están de buena o mala fe35.
35
Según Jorge Baraona, la regla es sumamente radical, pudiendo discutirse su conveniencia práctica.
122
Según el numeral cuarto del artículo 94, la rescisión del decreto de posesión definitiva
permite que quien haya obtenido tal rescisión recobre los bienes en el estado en que se
encuentren, subsistiendo, no obstante, las enajenaciones, las hipotecas y los demás derechos
reales constituidos legalmente en ellos.
Tal como señala Corral Talciani, esta no es propiamente una excepción al artículo 1689,
pues no se trata realmente de una hipótesis de nulidad36.
A la luz del artículo 1432, la rescisión de una donación no confiere acción reivindicatoria
sino en las específicas hipótesis allí consignadas: a) cuando en la escritura pública de
donación (inscrita en el competente registro si se trata de bienes inmuebles) se ha prohibido
al donatario enajenarlas; b) cuando antes de la enajenación se ha notificado a los terceros
interesados que el donante u otra persona a su nombre se propone intentar la acción
rescisoria; c) cuando se ha procedido a la enajenación después de intentada la acción
rescisoria.
Tal como señala Corral Talciani, esta tampoco es una verdadera excepción al artículo 1689,
sobre todo si se observan las causales que permiten al donante solicitar la “rescisión” (1425
y 1426)37.
36
En rigor, lo que ocurre es que el decreto de posesión definitiva es revocable en tres hipótesis: cuando el
desaparecido reaparece; cuando aparecen legitimarios habidos durante el desaparecimiento; cuando
aparece cónyuge por matrimonio contraído durante el desaparecimiento (93). Corral señala que en estos
casos lo que existe es una revocación por un supuesto legal sobreviniente.
37
En rigor, el artículo 1187, al que se remite el artículo 1425, contempla una acción de inoponibilidad por
lesión a asignaciones forzosas y el artículo 1426 una acción resolutoria por incumplimiento de un modo.
123
Según Corral Talciani, esta tampoco es una verdadera excepción al artículo 1689. La
dignidad es un requisito para suceder (que ha de cumplir el heredero o legatario respectivo)
que opera incluso en la sucesión abintestato, por lo que, en principio, pareciera que la
declaración de indignidad no constituye realmente una declaración de nulidad. Con todo, si
también se concibe a la dignidad como un requisito para que una asignación por causa de
muerte sea válida, la declaración de indignidad acarrea la nulidad de dicha asignación.
Las enajenaciones o gravámenes que hubiera hecho el comprador sobre la cosa antes de que
se pronuncie la nulidad no quedan sin efecto como consecuencia de esta. En lugar de ello,
la ley establece sobre el comprador el deber de “purificar” la cosa antes de proceder a su
restitución (artículo 1895).
Este caso suele resultar confuso, pero se entiende mejor si se tiene en cuenta que, dado que
el comprador deberá restituir la cosa libre de todo gravamen u otros derechos reales al
vendedor, este último no tendrá necesidad alguna de ejercer la acción reivindicatoria. Es
por esta razón, y no por otra, que se contempla como una “excepción”. En definitiva, la
acción reivindicatoria se torna innecesaria para el vendedor.
38
Art. 889. La reivindicación o acción de dominio es la que tiene el dueño de una cosa singular, de que no
está en posesión, para que el poseedor de ella sea condenado a restituírsela.
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dejado de ser dueño, se expresa que la acción reivindicatoria puede intentarla contra
terceros poseedores.
Podría pensarse que, desde un punto de vista lógico, debiese entablarse primero la acción
personal de nulidad, y una vez declarada esta, la acción reivindicatoria contra el poseedor
de la cosa. No obstante, el Código de Procedimiento Civil, en su artículo 18, permite que en
el mismo juicio puedan intervenir como demandantes o demandados varias personas,
siempre que deduzcan la misma acción, o acciones que emanen directa o indirectamente de
un mismo hecho, o que se proceda conjuntamente por muchos o contra muchos en los casos
que autoriza la ley.
La demanda que se intente contendrá, en consecuencia, dos peticiones: la primera para que
se declare la nulidad del contrato, y la segunda para que el poseedor de la cosa sea obligado
a restituirla. Es cierto que al tiempo de entablarse la demanda todavía el contrato no se
habrá declarado nulo; pero el mismo Código de Procedimiento Civil autoriza la
interposición conjunta de ambas acciones (artículo 17), siendo la segunda una petición
condicional para el caso de que la primera tenga acogida.
Si bien este ha sido un tema poco desarrollado por la doctrina nacional, al menos existe
consenso entre los autores que se refieren al punto (entre otros, Alessandri Besa, Baraona
González, Barros Bourie, Domínguez Águila, Corral Talciani) en cuanto a que es posible
demandar conjuntamente la nulidad de un acto jurídico y la indemnización de los perjuicios
que ese acto ha provocado.
Al respecto conviene tener presente que, en tanto la nulidad opera con efecto retroactivo,
entendiéndose que el acto jurídico no ha existido, la responsabilidad necesariamente ha de
ser extracontractual. En palabras de Alessandri Rodríguez, "la responsabilidad a que puede
dar origen la nulidad de un contrato, cuando es declarada por un vicio imputable a dolo o
culpa de una de las partes, es extracontractual. No hay ningún vínculo preexistente entre el
autor del daño y la víctima; la fuente de la responsabilidad es el hecho ilícito ejecutado por
una de las partes y que produjo la nulidad. Se trata, pues, de una responsabilidad delictual o
cuasidelictual regida por los artículos 2314 y siguientes".
Alessandri Besa también es enfático al sostener que “al anularse el contrato, este se reputa
como si nunca hubiese existido; en consecuencia, la fuente de esa responsabilidad no es el
contrato, que no existe, sino el hecho ilícito del contratante de haber procedido a celebrarlo
en esas condiciones”.
Con todo, hay que tener cuidado, pues la indemnización no puede extenderse a aquellos
perjuicios que ya se hayan visto resarcidos mediante las prestaciones mutuas. Al respecto,
125
tal como señala Barros “la reparación de los perjuicios que se siguen de la nulidad
atribuible a dolo o negligencia de la contraparte tiene, como es obvio, un objeto
complementario y no acumulativo respecto de las prestaciones mutuas que deben hacerse
las partes a efectos de producir la restitutio in integrum que provoca la declaración de
nulidad (artículo 1687)”.
Se dice que hay conversión cuando un acto jurídico inválido como tal se utiliza para
producir los efectos de otro acto jurídico cuyos requisitos esenciales reúne.
Usualmente se define como un medio jurídico en virtud del cual un negocio se salva de la
nulidad convirtiéndose en otro distinto, que sustituye al primero, de manera de salvaguardar
en la medida de lo posible los fines perseguidos por las partes. En términos más simples,
Domínguez Águila la define como la transformación del negocio ineficaz por causa de
nulidad en otro distinto.
Para que esta sustitución opere es necesario que en el negocio nulo se contengan los
requisitos sustanciales y formales del negocio en que se convierte.
En general, suele esgrimirse que el fundamento de la conversión del acto nulo se encuentra
en el principio de conservación del negocio jurídico, que puja por otorgar efectos -aunque
sea distintos a los pretendidos- a una manifestación de voluntad, con tal que el propósito
perseguido sea satisfecho al menos en la medida de lo posible.
1. Que el acto nulo cumpla con los requisitos que se exigen para el acto diverso en que
se transforma.
2. Que las partes tengan conocimiento de la ineficacia del primer acto y que la
finalidad perseguida pueda ser satisfecha en una parte significativa por el acto en que aquel
se convierte.
Podría pensarse que lo permite el artículo 1444, al decir que la omisión de un elemento de
la esencia trae como consecuencia que el acto no produzca efecto alguno o degenere un uno
diferente. Pero esta última hipótesis no es una hipótesis de conversión.
acto verdaderamente celebrado el único que ha nacido a la vida del derecho, por lo que mal
podría decirse que este sustituye a otro anterior, que nunca ha producido efectos.
Según Vial del Río, sí podría extraerse mejor el principio de la conversión de:
2. Artículo 1138: las donaciones entre cónyuges valen como donaciones revocables.
Es decir, la donación ineficaz como irrevocable, se convierte en revocable.
Esta es la posición tradicional de la doctrina francesa, que estima que el error común sobre
la causa de nulidad valida al acto en que incidió el vicio.
Ya nos referimos antes al error común, por lo que nos remitimos a lo expuesto.
237. Conceptos.
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Con todo, el instrumento público y el instrumento privado, si bien pueden revistar la naturaleza de actos
jurídicos -como ocurre, por ejemplo, con una escritura pública- no son en sí mismos los negocios jurídicos en
que el autor o las partes están interesados, por lo que podría controvertirse que el artículo 1701 contenga una
hipótesis relevante de conversión. En rigor, la conversión se produce respecto al soporte formal del verdadero
negocio jurídico, el cual, a su turno, deberá cumplir con todos los requisitos de existencia y de validez para
ser plenamente eficaz.
127
El efecto de la aplicación de esta teoría es justamente la protección de los derechos que las
personas han adquirido en base a la legítima confianza de que la apariencia constituye la
realidad.
María Agnes Salah señala que la teoría de la apariencia está íntimamente relacionada con la
teoría del error común. En efecto, a partir del reconocimiento de esta última teoría en el
derecho romano, se sentó la base para el ulterior desarrollo de la teoría de la apariencia.
La diferencia entre una y otra teoría estriba en que en la teoría del error común se exige que
el error sea compartido por la totalidad o inmensa mayoría de habitantes de una comunidad;
en cambio, en la teoría de la apariencia basta con un sujeto haya confiado legítimamente en
la corrección de la apariencia.
239. Fundamento.
Si bien la doctrina no es pacífica a este respecto (hay quienes estiman que el fundamento
estriba en la seguridad jurídica), María Agnes Salah propone que la teoría de la apariencia
se fundamenta en la buena fe objetiva. La buena fe objetiva se corresponde con el estándar
de persona media razonable y, por tanto, permite discernir en qué casos es justo conceder
tutela jurídica.
A) artículo 1576: si se paga al tercero poseedor del crédito, y existe buena fe, el pago es
válido (se protege al deudor que ha obrado confiando en que el tercero es efectivamente el
acreedor).
B) artículo 704 N°4: el heredero a quien se ha concedido la posesión efectiva por decreto
judicial o administrativo puede adquirir el derecho real de herencia por prescripción de 5
años.
obligado respecto a dichos terceros (se protege a los terceros que de buena fe han creído en
los poderes del mandatario).
D) artículo 1739 inciso 4: se protege a los terceros de buena fe que han celebrado contratos
a título oneroso con uno de los cónyuges respecto a bienes muebles. Una vez realizada la
tradición, no se puede alegar a su respecto que los bienes muebles eran sociales o del otro
cónyuge.
E) artículo 2058: se protege a los terceros que de buena fe han celebrado contratos con una
sociedad de hecho.
F) artículo 1707: las contraescrituras no producirán efectos respecto de los terceros que de
buena fe hayan confiado en el acto simulado contenido en escritura pública.
241. Requisitos.
242. Conceptos.
La teoría de los actos propios puede definirse como aquella teoría que postula la
inadmisibilidad de una pretensión lícita pero evidentemente contradictoria a la propia
conducta pasada.
También es posible encontrar manifestaciones claras de la teoría de los actos propios en las
reglas sobre formación del consentimiento.
A) artículo 99 del Código de Comercio, que establece que no puede haber retractación de la
oferta en que el proponente se ha comprometido a esperar contestación o a no disponer de
la cosa sino transcurrido cierto plazo.
B) artículo 100 del Código de Comercio, en cuanto establece que la retractación tempestiva
hace responsable al oferente de los daños provocados al destinatario.
245. Fundamento.
246. Requisitos.
A) Existencia de una conducta por parte de un sujeto, la cual debe ser susceptible de influir
en terceros.
B) Existencia de una segunda conducta por parte del mismo sujeto, la que, si bien
generalmente se materializa en el ejercicio de un derecho subjetivo, es contradictoria con la
conducta anterior.
E) Los efectos jurídicos que produce la aplicación de una y otra doctrina: como se expuso,
el efecto principal de la teoría de la apariencia es la protección de los derechos adquiridos
originariamente en base a la apariencia; en la teoría de los actos propios, en cambio, el
efecto consiste en la inadmisibilidad de una pretensión contradictoria con una conducta
propia anterior.
Ambas teorías han tenido reconocimiento jurisprudencial.
A) Por una parte, el representante, quien celebra el acto jurídico a nombre o en lugar de
otra.
B) Por la otra, el representado, que es la persona en quien se radican los efectos del acto
ejecutado por el representante.
Para que una persona sea representante de otra se requiere poder de representación. El
poder de representación se define como la autorización que tiene una persona para
concertar negocios por cuenta de otra, obligando exclusiva y directamente al representado.
El apoderamiento consiste en el acto por el cual se le atribuye a una persona el poder para
representar a otra.
Con todo, si bien el apoderamiento es un acto jurídico unilateral, una vez que el
representante acepta ese apoderamiento y actúa a nombre del representado, está actuando
como mandatario. El mismo Vial reconoce que cada vez que se otorga a una persona poder
de representar, se le ofrece al mismo tiempo, al menos tácitamente, la celebración de un
mandato.
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En síntesis, no todo mandatario actúa como representante voluntario del mandante (pues el
mandatario puede actuar a su propio nombre), pero todo representante voluntario, una vez
que acepta el poder y actúa a nombre de quien lo ha autorizado, obra como mandatario.
252. Teorías.
Plantea que los efectos jurídicos de un acto ejecutado por el representante en nombre del
representado se radican en este último por una ficción legal que entiende que el
representado fue quien concurrió efectivamente con su voluntad.
Ambas teorías tienen como crítica que no logran explicar la representación legal. Además,
sería problemático sostener que la voluntad y el conocimiento del representado son lo único
decisivo, eliminándose del nexo contractual la voluntad y conocimiento del representante.
Los efectos del acto jurídico se radican en la persona del representado por la celebración de
dos contratos con el tercero.
Ambas voluntades concurren para la formación del acto. La voluntad del representante se
complementa con la del representado, y el apoderamiento es parte integrante del contrato
principal.
Crítica: cuando el apoderamiento se concibe en términos extraordinariamente acabados y
precisos, no cabe prácticamente al representante ninguna participación.
F) Teoría de la modalidad:
Los efectos de los contratos celebrados por una persona, se radican en otra persona, ya que
la representación es una modalidad que altera de esa forma los efectos propios de los actos
jurídicos.
¿Por qué es una modalidad? Porque lo normal es que los efectos de un acto jurídico se
radiquen en el patrimonio de la persona o las personas que los celebran. La representación
altera los efectos normales del acto, y es por eso que puede entenderse como una modalidad
(de hecho, las modalidades se definen como los elementos que alteran los efectos normales
de un acto jurídico o de una obligación). Esta es la tesis a la que adhiere la doctrina
mayoritaria.
Para Savigny, en tanto él estima que el representante solamente transporta la voluntad del
representado, solo el representado debe ser capaz. El representante poco y nada importa,
dado su rol de simple mensajero. No obstante, si estimamos que es el representante quien
manifiesta su voluntad, este debe ser capaz, tal como veremos a continuación:
Representación voluntaria: Puede ser incapaz. Al menos debe tener suficiente criterio,
juicio y discernimiento, para que obligue al representado frente a terceros, lo que restringe
su posible incapacidad únicamente a ser menor adulto (un disipador interdicto, en tanto no
administra bien sus propios negocios, no podría razonablemente ser representante. Ni
hablar de los dementes, impúberes y sordos o sordomudos que no se pueden dar a entender
claramente).
Como reflejo de lo que se viene diciendo, el artículo 2128 faculta al menor adulto para ser
mandatario sin autorización de su representante legal, y sus actos son válidos respecto de
terceros en cuanto obliguen a estos y al mandante. No obstante, en cuanto a las
obligaciones que el mandatario incapaz contraiga con el mandante o con terceros, se siguen
las reglas generales de capacidad.
El representante debe cumplir con las formalidades del acto, y también debe respetar las
formalidades que tengan por objeto proteger al incapaz (por ejemplo, autorización judicial
para enajenar el bien raíz de un menor sujeto a patria potestad).
a) El error del representante vicia el consentimiento siempre que sea relevante también para
el representado.
c) El error relevante del representado o la fuerza o dolo que se ejerza sobre él hace anulable
el poder y, por consiguiente, el acto.
135
El problema se origina en el dolo, pues este debe ser obra directa de una de las partes (por
ejemplo, el representante) o ser conocido por este. Vial cree que el dolo o la mala fe del
representante afectan al representado aun cuando este último haya estado de buena fe, lo
que constituye una consecuencia del reproche que el legislador hace a los desplazamientos
patrimoniales en los que ha incidido el dolo.
En caso de que el dolo o la mala fe existan en el representado, este deberá soportar sus
consecuencias, pues en él se radican los efectos del acto y no puede valerse de un tercero
para escapar a las sanciones de la mala fe. En otras palabras, si el dolo o mala fe proviene
del representado, se entiende que esta igualmente afecta la validez del acto. De esta manera,
Vial entiende que la mala fe del representado hace imposible que el representante, aun
estando de buena fe, adquiera la posesión regular. Esto porque el representado no podría
aprovecharse legítimamente de esta artimaña.
Con respecto a las impugnaciones de las enajenaciones hechas por el deudor representado,
si el representado comete fraude pauliano y el representante no lo sabía, los acreedores
pueden ejercer la acción pauliana. Si el representado no comparte el fraude pauliano que sí
existe en el representante, los acreedores también tienen acción pauliana y el deudor-
representado se ve afectado, ya que se protege más a los acreedores.
B) El representante lo haga en nombre y lugar de otro: Debe señalar que lo hace en nombre
y lugar de otra persona para que se obligue ésta y no él.
El representante tiene que manifestar, de alguna manera, que su declaración se refiere a otra
persona, a nombre de la cual está obrando. Si falta esta referencia, el acto jurídico va a
surtir efectos para el representante y no para el representado.
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El Código da reglas para el caso del mandatario que actúa excediendo los límites del poder
o faltando el mismo:
b) Cuando el mandato expira por una causa ignorada por el mandatario, lo que este
haya hecho en ejecución del mandato es válido y da derecho a terceros de buena fe contra
el mandante. Si el mandatario sabía la causa, el mandante también queda obligado ante
terceros de buena fe, pero tiene derecho a que el mandatario le indemnice (artículo 2173).
En consecuencia, el acto le será oponible siempre que el tercero esté de buena fe. Esto,
como ya vimos, es una manifestación de la teoría de la apariencia.
c) El mandatario que excede los límites del mandato solo es responsable ante el
mandante, y no ante terceros sino cuando:
(i) no les da suficiente conocimiento de sus poderes;
(ii) se obliga personalmente (artículo 2154). Esta es la regla general en lo relativo a la
representación con exceso o defecto de poder.
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d) El mandante es obligado por lo ejecutado fuera de los límites del mandato si ratifica
expresa o tácitamente cualquier obligación contraída a su nombre (artículo 2160 inc. 2°).
260. La ratificación.
El acto jurídico celebrado en exceso o defecto de poder no tiene un vicio de nulidad, pero
es un negocio con eficacia suspendida: será ineficaz si la persona a cuyo nombre se realiza
no lo ratifica, y será eficaz en caso contrario.
En este caso, la ratificación consistirá en el acto mediante el cual el interesado por sí hace
eficaz el acto que ha sido concluido en su nombre. Es un acto jurídico unilateral que debe
emanar del interesado o sus herederos. Además, es un acto jurídico irrevocable una vez que
la persona ante quien se otorga toma conocimiento de ella.
Se discute ante quién debe darse la ratificación: frente al que actuó como representante o
frente al que contrató con él. Vial opina que les interesa a los dos, por lo tanto, conocida
por cualquiera, la ratificación se vuelve irrevocable.