I. BEDUINOS, MONJES Y TESOROS La escena política palestina estaba dominada por los dolores de parto que desembocarían en el nacimiento del Estado de Israel, pero la vida de la tribu beduina Ta'amireh seguía su propio ritmo inalterable de trashumancia por sus territorios ancestrales del desierto de Judá al margen de las convulsiones que agitaban al país. Pero es muy incierto que Mohamed Adh-Dhib, el joven pastor que, persiguiendo a una cabra perdida, penetró en el interior de la que más tarde sería conocida como Cueva 1 atraído por el ruido de cascotes rotos producido por la piedra arrojada a su interior, pensara que había encontrado un gran tesoro. En aquella cueva, situada al noroeste del Mar Muerto y cerca de las ruinas conocidas con el nombre de Qumrán, no había ni oro, ni joyas, ni nada parecido, y lo único que pudo recuperar de su interior fueron unas pieles viejas envueltas en harapos y depositadas en unas grandes jarras. . Kando se quedó con los primeros rollos, y a su tienda fue igualmente a parar parte del resultado de una segunda visita de los beduinos a la Cueva a mediados de 1947. En total, Kando recuperó así cuatro de los rollos encontrados. Otros tres terminaron en manos de Faidi Salahi, un anticuario de Belén. Kando era un cristiano sirio y, después de un cierto tiempo, decidió consultar a los miembros más sabios de su comunidad, los monjes del monasterio sirio de San Marcos de Jerusalén, a los que finalmente vendió los cuatro rollos en su poder [una copia completa de Isaías (IQIsa"), la Regla de la Comunidad (1QS), el Pesher de Habacuc (IQpHab) y el Génesis apócrifo (IQapGen)].