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Tema 5. IUS COMMUNE, II.

LA FORMACIÓN DEL DERECHO COMÚN


Y SU RECEPCIÓN EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Sumario. 1. Instrumentos o vehículos de penetración del Derecho común. 2.


Causas o circunstancias que estimulan o favorecen el despliegue del Derecho común en
la Península Ibérica. 3.1. Oposición popular y nobiliaria. 3.2. Oposición de los
territorios de honda tradición jurídica consuetudinaria. 4. Manifestaciones territoriales
de la recepción del Derecho común. 5. Manifestaciones de la Recepción del Derecho
común en el desarrollo de la vida jurídica. 5.1. Aplicación práctica en notarías o
escribanías. 5.2. Aplicación práctica en los tribunales de Justicia: jurisdicción secular
y jurisdicción eclesiástica. 5.3. La admisión de los nuevos derechos por vía legislativa.
5.4. La elaboración científica del Derecho Común. 6. El Derecho Común y su
contraposición con los Derechos nacionales en la Edad Moderna: el orden de prelación
de fuentes castellano. 6.1. Ordenamiento de Alcalá (1348). 6.2. Leyes de Toro (1505).
6.3. La recepción del Concilio de Trento. 6.4. La recopilación del Derecho real y de
Cortes. 7. La singularidad navarra. 7.1. El Fuero General de Navarra y sus
Amejoramientos. 7.2. Las recopilaciones.

1. Instrumentos o vehículos de penetración del Derecho común

La Recepción del Derecho común en la Península Ibérica presenta unas


características que no difieren sensiblemente de las ofrecidas en los demás territorios del
Occidente.

1) La notable afluencia advertida desde fines del siglo XII de estudiantes


hispanos a las universidades italianas, especialmente Bolonia, en la cual algunos de
aquellos llegaron incluso a ser profesores, como el famoso San Raimundo de Peñafort
(compilador de las Decretales de Gregorio IX), Poncio de Lérida, Bernardo
Compostelano. Más tarde, en el siglo XIV, Montpellier y Toulouse recibirían también,
aunque en menor escala, el aflujo de escolares hispanos, especialmente catalanes.

2) A mediados del siglo XIII comenzaron a fundarse las primeras


universidades en los reinos peninsulares (Palencia, Salamanca y Valladolid en
Castilla; más tarde Lleida en la Corona de Aragón), lo que supuso un considerable
impulso al cultivo y difusión de los derechos romano y canónico, únicos que eran objeto
de estudio de las respectivas facultades jurídicas. Consecuencia efectiva de esta obra
docente y científica de las universidades, extranjeras o hispanas, fue la formación de
una nueva clase o estamento profesional, el de los juristas, letrados o sabedores del
Derecho, integrado por los egresados de las mismas que, dada su superior preparación
en la ciencia jurídica, bien pronto ocuparían los altos cargos en la Corte, en las notarías
o escribanías y las funciones de jueces, árbitros o abogados en los diferentes tribunales
del país, desplazando a los antiguos jueces legos o populares. Con ello se abría el
camino para la progresiva irradiación y aplicación en la práctica del Derecho común,
marginando la de los ordenamientos locales o forales.

3) Difusión de la doctrina, recogida en los libros de Derecho, textos legales


romanos y canónicos y, sobre todo, summas y comentarios a los mismos, de glosadores
y postglosadores. Dado su carácter compendiado y abreviado, facilitaban el
conocimiento de aquellos, especialmente cuando lograban ser vertidos al romance. En

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esta línea deben colocarse también diversos tratados o monografías de autores italianos
que influyeron notablemente en la redacción de similares obras hispanas.

4) La amplia utilización de formularios notariales, de origen italiano,


favoreció la proyección del Derecho común en la práctica documental de los diversos
territorios peninsulares.

2. Causas o circunstancias que estimulan o favorecen el despliegue del


Derecho común en la Península Ibérica

Las causas o circunstancias que estimulan o favorecen el despliegue del


Derecho común en la Península Ibérica, no se diferencian de las que influyen en su
eclosión en el ámbito europeo.

1) Causas políticas: fundamentalmente la tendencia de los soberanos a la


afirmación de las monarquías absolutas, que se advierte tempranamente, desde los
comienzos de la Baja Edad Media; tendencia que justifica el Derecho romano, de
concepción cesarista y que encuentra su manifestación emblemática en el Sacro Imperio
romano-germánico y también en Castilla.

2) Motivaciones económicas: dado que el Derecho romano responde mejor


que lo más primarios derechos populares a la regulación de las necesidades surgidas de
la nueva economía dineraria, basada en el tráfico mercantil, en la contratación en gran
escala, que se estaba abriendo camino en los círculos económicos de la Baja Edad
Media, frente a la economía rural de los siglos precedentes.

3) Razones científicas o culturales, intrínsecas al mismo Derecho: el Derecho


común aparecía como un derecho superior en técnica, con un mayor nivel científico. Se
trataba de un derecho más justo y equitativo (hay que tener en cuenta además la entidad
de la idea de equidad en el ordenamiento canónico). Era –valga la redundancia– “más
Derecho” respecto de las concepciones populares y consuetudinarias altomedievales.

3. La oposición al Derecho común

Pero no todo va a ser positivo en la recepción del Derecho Común, y no se


puede ocultar “la otra cara de la moneda”. Es decir la presencia de una oposición cívica
a la aceptación de las nuevas concepciones jurídicas por parte de las diferentes capas de
la población.

3.1. Oposición popular y nobiliaria

Es claro que estas actuaciones de juristas y jueces suscitaron recelos y


protestas entre los estamentos populares y nobiliarios, por lo que consideraron una
aplicación abusiva de un derecho foráneo en perjuicio del derecho propio y tradicional.
Derecho propio que, en buena parte, era fruto de una actuación político-legislativa en la
que en ocasiones se hallaban comprometidos los diferentes estamentos de la comunidad
y su colaboración con las autoridades soberanas. El resultado de tales tensiones se
tradujo con el tiempo en actitudes vacilantes del poder político en relación con la
acogida del Derecho común en las diversas comunidades políticas hispánicas.

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Las clases populares, especialmente las más aferradas al Derecho
consuetudinario, de factura más sencilla y asequible a su mentalidad, mostraron una
hostilidad inicial a la aplicación de los nuevos principios y normas. La resistencia será
mayor en lo que respecta al desarrollo del procedimiento judicial, que en comparación
con el ordenamiento tradicional era extremamente complicado.

Esta oposición popular contra los juristas como clase profesional, en tanto que
mantenedores de un complicado sistema jurídico y procesal frente al que recelaba el
pueblo llano, llegó a echar hondas raíces en la literatura de la época, así en la de género
culto como en la de índole satírica o aforística.

Pero también el estamento nobiliario, la aristocracia señorial, manifestó su


hostilidad respecto de las nuevas concepciones políticas que, con el apoyo de la realeza,
restringían numerosos aspectos de los antiguos privilegios limitativos de la autoridad
soberana. De hecho el nuevo Derecho fue acogido de manera más favorable por las
clases medias, por la burguesía ciudadana y los profesionales, cuyos intereses estaban
mejor protegidos por las regulaciones del Derecho Común, con principios y normas más
adecuados para regir el complejo de relaciones contractuales en que se movían.

3.2. Oposición de los territorios de honda tradición jurídica consuetudinaria

La oposición al Ius commune se hizo sentir según el grado de arraigo de los


antiguos sistemas en los distintos territorios y por ello, apenas fue perceptible en los
nuevos reinos de Mallorca y Valencia, incorporadas al mundo cristiano ya bien entrado
el siglo XIII, y carentes por tanto de una organización jurídica anterior (al margen de la
islámica, que desaparece con la conquista). A la larga, sin embargo, y con dificultades y
contradicciones, el Derecho Común terminaría imponiéndose de una manera u otra,
aunque con distinta intensidad según los tiempos y lugares.

En general, cabe decir que en los primeros tiempos halló la nueva corriente un
ambiente poco propicio a su expansión, especialmente en los territorios que contaban
con una antigua tradición jurídica consuetudinaria popular más consolidada (Navarra,
Bizkaia, Castilla, Aragón, Cataluña Vieja...), en contraste con los de reciente
incorporación, como Mallorca o Valencia, carentes de un sistema anterior estabilizado.

4. Manifestaciones territoriales de la recepción del Derecho común

La romanización del Derecho se realizó progresivamente según ritmos


distintos en cada territorio: fue más rápida en Italia, y se dio con mayor lentitud en otros
lugares. Tras un período de lenta infiltración en los siglos XIII y XIV, el Derecho
romano fue reconocido como Derecho supletorio en el Imperio alemán y en los Países
Bajos en los siglos XV, XVI y XVII. En Francia no se produjo una verdadera recepción
del Derecho romano; al fin solamente fue admitido a título de “razón escrita”. Pese a
esta resistencia a la recepción del Derecho romano, el Derecho francés ha sufrido una
fuerte influencia; una buena parte del Código Civil francés es de inspiración romanista.

En el caso de la Península ibérica la influencia romanista fue muy temprana en


la legislación real castellana (Fuero Real y Partidas de Alfonso X el Sabio, del siglo
XIII) y en Cataluña y Valencia. No así en Navarra o Bizkaia.

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Siguiendo un itinerario cronológico y geográfico, cabe afirmar que Cataluña
es la pionera en la acogida de los nuevos Derechos, cuyas primicias se han fijado en
torno a la mitad del siglo XII. El hecho podría explicarse por la proximidad geográfica y
las intensas relaciones políticas y económicas habidas tradicionalmente entre los países
catalanes y el Mediodía francés y el norte y el centro de Italia; pero no van a faltar
también algunas dificultades y oposiciones.

El Derecho común llegará más tarde a Castilla y Portugal, bien entrado ya el


siglo XIII, con altibajos muy acentuados. En Castilla, al margen de la penetración
romanista en otros niveles, quedó excluida oficialmente desde el primer momento la
aplicación de los textos romanos y canónicos en la práctica de los tribunales.

Fue más tardía y superficial la introducción del Derecho romano-canónico en


el Reino de Aragón, donde no es posible hablar de unas fechas precisas en lo que
concierne a la trayectoria del fenómeno que estudiamos. Algo similar cabe decir de
Navarra, y fue Bizkaia el territorio donde más tardíamente se introdujo el Ius
commune, por la vía del Derecho castellano.

5. Manifestaciones de la Recepción del Derecho común en el desarrollo de


la vida jurídica

La plasmación efectiva de la influencia y de la acción del Derecho Común se


va a manifestar en las diferentes sedes de desarrollo de la vida jurídica. Respecto a ello
cabe tener presente las cuatro dimensiones fundamentales en las que de manera
genérica se despliega ordinariamente la dinámica del Derecho:
a) su aplicación práctica en notarías o escribanías
b) su aplicación práctica por vía contenciosa (actuación de los tribunales),
c) su creación o formulación mediante la fijación de unas normas (legales o
consuetudinarias)
d) su interpretación a partir del estudio científico o doctrina (comentarios,
elaboraciones doctrinales, etc.) a cargo de juristas intelectuales.

5.1. Aplicación práctica en notarías o escribanías

La manifestación más prematura y la más eficiente en todo tiempo de esta


recepción del Derecho común fue la proyectada en el plano de la aplicación efectiva del
Derecho en la práctica notarial.

La contratación privada discurrió progresivamente por los cauces de las


fórmulas romanistas.

5.2. Aplicación práctica en los tribunales de Justicia: jurisdicción secular y


jurisdicción eclesiástica

5.2.1. Jurisdicción secular

En la vía judicial era frecuente la invocación de leyes romanas y canónicas, así


como las alegaciones de textos de glosadores y comentaristas por parte de abogados y
de jueces en la tramitación y resolución de los asuntos en los diferentes tribunales.
Apoyaban esta práctica en la notoria insuficiencia de las normas contenidas en el

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Derecho propio del país, así consuetudinario como legal, cuyas lagunas sólo cabía llenar
con el recurso a las normas o principios de los nuevos Derechos. Pero también en parte
se daba, ya de entrada, una preterición de aquellas normas autóctonas por la natural
tendencia de los hombres de curia a servirse de estos últimos, en los que se habían
educado. Y, además, fue frecuente que las alegaciones a las obras de romanistas y
canonistas se verificaran incluso a modo de interpretación del propio Derecho oficial de
los monarcas y de sus códigos o adaptación del mismo a las nuevas circunstancias. A tal
punto llegaría esta inmoderada utilización de los textos del Derecho común y sus
comentaristas, sobre todo en la práctica de los tribunales, que ya desde mediados del
siglo XIII varios soberanos de diferentes reinos peninsulares se vieron obligados, bajo la
presión de diversos sectores sociales del país, a promulgar disposiciones prohibitivas o
restrictivas de este empleo del Derecho común en la práctica de los tribunales.

Son elocuentes en este sentido la Pragmática de 1243 y la Constitución de


Cortes de 1251, ambas de Jaime I para Cataluña, y la similar de su hijo Pedro el Grande
para Valencia de 1283, prohibiendo tajantemente formular alegaciones de tal índole en
causas civiles, llegando incluso a impedir la actuación de legistas (es decir, juristas
profesionales formados en la nueva corriente) en los tribunales seculares. De manera
análoga, más tardíamente, varios soberanos castellanos de los siglos XIV y XV y los
propios Reyes Católicos debieron promulgar sendas disposiciones tolerando, aunque de
manera muy limitada, la invocación forense de textos jurídicos de Derecho común y
obras de los comentaristas italianos.

Pero tales medidas represivas de los soberanos (que, en el fondo, más que una
oposición formal al nuevo Derecho aparecían como una celosa defensa de los
respectivos ordenamientos jurídicos nacionales) fueron ineficaces en la práctica (pues
no cortaron la proliferación de tales alegaciones forenses) y en algún modo hasta
contraproducentes. Así, las aludidas disposiciones de Jaime I y de Pedro III al ofrecer la
alternativa de recurrir al sensum naturalem (sentido común) o a la equidad o buena
razón, en defecto de leyes propias del país, brindaban a jueces y juristas el cauce
indirecto de invocar y aplicar las leyes romanas y canónicas y las doctrinas de los
autores, en tanto éstas eran estimadas por aquéllos como la expresión más acabada del
sentido común y la equidad. Y, en efecto, este recurso usual a las leyes romanas y
canónicas iría ganando terreno en la vida de los diferentes reinos, sobre todo en
Cataluña, durante los siglos XIII a XV, hasta tenerse ya dicha aplicación como
establecida por costumbre, según opinión de los más renombrados juristas de la época,
en consideración a su indiscutible cualidad de justas y equitativas. Con ello preparaban
el clima para el reconocimiento oficial del Derecho común como supletorio del propio
país, que se daría en varios reinos a fines de la Edad Media y principios de la Moderna.

La nueva Justicia, basada en textos legales y servida por jueces y técnicos


nombrados por el rey, debía ser aplicada en todos los ámbitos de la sociedad.

La presión de los juristas motivó que entrado el siglo XV algún soberano (Juan
II en 1427) permitió invocar en los tribunales castellanos las opiniones de solamente
cuatro acreditados glosadores italianos, dos romanistas y dos canonistas. En concreto,
prohibió alegar en los juicios doctrinas posteriores a Juan de Andrés en Derecho
Canónico y a Bártolo de Sassoferrato en Derecho Civil, lo que suponía el
reconocimiento de la posibilidad de citar doctrinas anteriores a ambos.

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No obstante, esta pequeña apertura quedó cerrada al final de la época con la
derogación expresa del permiso, en virtud de una Pragmática de los Reyes Católicos
(1499), confirmada posteriormente, que volvía al exclusivo reconocimiento de la
legislación del reino como derecho que había de regir en la práctica, sin ninguna
concesión a la jurisprudencia romano-canónica. Sólo se admitió la alegación en juicio
de Bártolo y, en su defecto, de Baldo de Ubaldo –en Derecho Civil– y del abad
Panormitano y Juan de Andrés en Derecho Canónico. Con ello, la justicia popular de
albredrío y fazañas tendió a reducirse, sobre todo en Castilla y Navarra, a favor de una
justicia real articulada en torno a la Corte (llamada Corte Mayor en Navarra), a los
territorios o comarcas (merindades y bailíos) y a las villas y ciudades (alcaldes del rey).

Consta sin embargo que en los siglos de la Edad Moderna, las opiniones de
juristas y comentaristas fueron ampliamente invocadas y valoradas en los ámbitos
judiciales.

Los tribunales superiores, además de interpretar y aplicar el Derecho vigente,


vinieron a integrar en algún caso con su jurisprudencia el ordenamiento jurídico. Esta
circunstancia dio lugar a la formación de colecciones oficiales de jurisprudencia, como
las Leyes de Estilo castellanas de finales del siglo XIII, que recogían las decisiones del
tribunal de la Corte. Su valor se vio acrecido por el interés práctico de conocer los
criterios de los tribunales por su posible incidencia en la resolución de casos análogos
futuros, interés forense incrementado en aquellos países en que los tribunales superiores
motivaban sus sentencias (Corona de Aragón en la Edad Moderna), origen de la
formación de importantes colecciones jurisprudenciales y de un género propio de la
literatura jurídica conocido con el nombre de decisionista.

En las Reales Audiencias de la Corona de Aragón, y muy especialmente en


Cataluña, esta jurisprudencia se destacó por su carácter de fijación del Derecho
respectivo, ilustrando las vías interpretativas de sus normas.

5.2.2. Jurisdicción eclesiástica

La jurisdicción eclesiástica tenía un largo recorrido histórico. Ya los primeros


cristianos encontraron en la enseñanza de Cristo algunos principios a seguir en el caso
en que se suscitaran diferencias entre ellos. Así en las Epístolas de San Pablo se
aconseja buscar la conciliación en caso de desacuerdo entre cristianos, y, en caso de
fracaso, recurrir al arbitraje de la comunidad cristiana. La sanción suprema es la
excomunión, es decir, la exclusión del miembro que no se somete a la decisión de la
comunidad. Al vivir en la semi-clandestinidad, los cristianos debían evitar la
intervención de los jueces romanos no cristianos; al mismo tiempo, debían someterse a
la autoridad disciplinaria de sus jefes religiosos, los sacerdotes y los obispos.

El poder jurisdiccional de la Iglesia tiene, por tanto, un origen doble, arbitral


y disciplinario. En el ámbito arbitral, tras el año 313 Constantino favoreció el
desarrollo de la jurisdicción del obispo y permitió a las partes la sumisión voluntaria a la
decisión de su obispo, es decir inter volentes, otorgando a la decisión episcopal el
mismo valor que el de un juicio. En cuanto a la disciplina, ésta se dio en materia penal.
Los emperadores romanos reconocieron la competencia de los obispos en todas las
infracciones puramente religiosas o espirituales, es decir, en todo aquello concerniente
a la fe, el dogma, los sacramentos, la disciplina en el seno de la Iglesia. Los canonistas

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hablarán más tarde de la materia a clavibus, la que tiene que ver con “las llaves” de la
Iglesia, conferidos por tanto a San Pedro.

Entre los siglos X y XIV las jurisdicciones laicas se hallan en plena


decadencia como consecuencia del debilitamiento del poder real por el feudalismo. En
su apogeo, la Iglesia pudo hacerse reconocer un poder jurisdiccional muy amplio,
incluso respecto de los laicos.

1). Competencia “ratione personae”

Los tribunales eclesiásticos eran competentes para juzgar a:


a) los eclesiásticos, tanto los clérigos regulares –los que siguen una regla
religiosa, es decir, frailes y monjas– como los seculares (privilegium fori);
b) los cruzados (aquéllos que tomaban la cruz, es decir, que iban a la Cruzada,
poseían el privilegium crucis o privilegio de la cruz).
c) los miembros de las Universidades (profesores y estudiantes), habida
cuenta que hasta el siglo XVI todas las universidades eran instituciones eclesiásticas.
d) las miserabiles personae (viudas y huérfanos), cuando piden la protección
de la Iglesia.

El privilegium fori era absoluto: los clérigos no podían renunciar a él; los
tribunales laicos debían declararse incompetentes. Este privilegio se extendía a lo penal
y a lo civil. Desde el momento en que un clérigo estaba de por medio, como demandado
o demandante, los tribunales eclesiásticos eran los únicos competentes, con apenas
algunas excepciones (singularmente en lo que concierne a posesiones feudales). Hubo
un número enorme de conflictos de jurisdicción y también numerosos abusos. Y puesto
que la prueba de que una persona pertenecía al estado eclesiástico se fundaba en algunos
elementos aparentes –hábito y tonsura–, se daba la picaresca, y a finales del siglo XIII
se ha calculado que había en Francia 20.000 falsos clérigos.

Las demás personas (cruzados, estudiantes, viudas, etc.) podían renunciar a la


competencia de los tribunales eclesiásticos.

2). Competencia “ratione materiae”

En algunas materias penales y civiles, los tribunales eclesiásticos juzgaban a


todas las personas, laicos y clérigos.

En materia penal juzgaban a todas las personas acusadas de cualquier


infracción contra la religión (herejía, apostasía, sacrilegio, brujería, etc.), y de algunas
otras infracciones constitutivas de ofensas a las reglas canónicas, como el adulterio y
de la usura (el simple préstamo con interés estaba prohibido por la Iglesia); sin
embargo, en estas materias había competencia concurrente con la jurisdicción laica, es
decir, que las instituciones seculares o estatales y las eclesiásticas podían juzgar sobre el
mismo pleito.

En materia civil, las jurisdicciones eclesiásticas conocían de las cuestiones


referentes a los beneficios eclesiásticos (rentas asignadas a un eclesiástico sobre los
bienes de la Iglesia para permitirle ejercer su misión), el matrimonio (en tanto que
sacramento) y todas sus materias conexas (esponsales, divorcio y separación de

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cuerpos, legitimación de los hijos, etc.), los testamentos (cuando contenían un “legado
piadoso” a favor de una institución eclesiástica), y la falta de ejecución de una promesa
hecha bajo juramento (porque faltaba a una promesa solemne hecha a Dios). Los
tribunales laicos contestaban a menudo la competencia de las jurisdicciones
eclesiásticas en estas dos últimas materias; pretendían tener al menos competencia
concurrente, con preferencia en favor del tribunal inicialmente elegido. A partir del
siglo XIV los tribunales eclesiásticos perdieron la competencia en estas materias. La
cuestión se arregló en ocasiones mediante acuerdos locales.

A partir del siglo XVI, el Derecho canónico cesó progresivamente de


desempeñar el papel que había tenido en la Edad Media. Su influencia se limita cada
vez más a las cuestiones religiosas. Las causas de esta decadencia son múltiples, tanto
internas como externas a la Iglesia. La Iglesia quedó desgarrada por la Reforma:
numerosos países –Inglaterra, las Provincias Unidas, los países escandinavos, la mayor
parte de Alemania–, cesaron de estar sometidos a la obediencia de Roma. Pero aun
incluso allí donde el catolicismo se mantuvo, el Estado se laicizó, rechazando la
intromisión de la Iglesia en la organización y el funcionamiento de sus órganos políticos
y judiciales.

Esto no ocurrió en los tribunales eclesiásticos de la Monarquía Universal


española, que, por haber asumido el Concilio tridentino, continuaron detentando las
competencias ya advertidas, lo que hizo, por ejemplo, que la jurisdicción eclesiástica
fuera la única competente en materia matrimonial hasta la Ley de matrimonio civil de
1870.

En el conjunto de Europa, en los siglos XIX y XX, los tribunales eclesiásticos


perdieron cualquier competencia exclusiva y aún concurrente, incluso respecto del
clero, salvo evidentemente en las materias disciplinarias internas de la Iglesia. Los
católicos continuaron, sin embargo, dirigiéndose a los tribunales eclesiásticos para
obtener la anulación de su matrimonio, con independencia de las decisiones de la
jurisdicción laica en materia de nulidad de matrimonio, de divorcio o de separación de
cuerpos.

3) Derecho de asilo eclesiástico

Cualquier perseguido por la justicia secular se podía acoger a asilo en sagrado,


es decir, acogerse a la protección de una iglesia, su cementerio, una ermita, un
monasterio, etc. Este Derecho fue ampliamente regulado tanto por el Derecho canónico
como por el Derecho secular desde la tardoantigüedad. Algunos ordenamientos
excluyeron del asilo los delitos más graves.

5.3. La admisión de los nuevos derechos por vía legislativa

Con independencia del cauce anterior de aplicación práctica del Derecho, las
nuevas corrientes del Derecho común se manifestaron también de manera efectiva en el
plano de la producción legislativa de los soberanos de la Baja Edad Media y, en general,
de la ordenación normativa de los diferentes círculos jurídicos, así regionales como
incluso locales. Los monarcas de los diferentes reinos peninsulares –pese a estas
actitudes esporádicas negativas a que acabamos de aludir– se inclinaron generalmente

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hacia los principios del Derecho romano y del canónico en la obra de renovación de sus
respectivos sistemas jurídicos.

5.3.1. Castilla

Como exponente más señero de este aspecto de la recepción bastaría citar las
obras legislativas de Alfonso X el Sabio, monarca de Castilla y León entre 1252 y
1284: el Fuero Real pero, sobre todo, el Código de las Partidas, versión castellana del
ius commune, como ha podido ser calificado justamente, dada su profunda inspiración
en el mismo según la interpretación de los comentaristas italianos. Su aplicación
efectiva se demoró casi un siglo, a causa de las resistencias populares ya comentadas.
En el Prólogo de las Partidas se dice que éstas son una síntesis de los principios
morales, religiosos y jurídicos de la época desde el punto de vista de los intereses del
rey. Hay una influencia predominante del Derecho Común, tanto del Derecho romano
recepcionado (compilación justinianea, doctrina de los glosadores), como del Derecho
canónico. Los preceptos van precedidos de una argumentación donde se señalan incluso
las influencias de la ley, característica que, para algunos autores, denota que fueron
diseñadas en principio como obra para el estudio del Derecho y no para su aplicación.

5.3.2. Corona de Aragón

También en los reinos mediterráneos es perceptible este influjo romano-


canónico en el nuevo Derecho oficial, como se advierte palmariamente en los Usatges
de Cataluña, o en las principales obras de Jaime I, así en el llamado Código de Valencia
(posteriormente Furs de Valencia) dado a esta capital y extendido progresivamente a su
reino, a raíz de su conquista (1240-1270), inspirado muy acusadamente en el Código de
Justiniano (o tal vez en alguna de las Summas del mismo) y también, aunque de manera
muy superficial, en el llamado Código de Huesca, es decir, la promulgación oficial de
los Fueros de Aragón (1247). Y en los siglos siguientes, la legislación particular de sus
sucesores, así personal como dada en Cortes, principalmente en Cataluña, reflejó la
adopción de normas del Derecho romano-canónico en la ordenación de aspectos
singulares del Derecho privado (sobre todo de familia y sucesiones).

5.3.3. Admisión global como Derecho supletorio

Otra vía de entrada oficial del Derecho Común es la admisión global; es decir,
de los mismos textos en bloque como un Derecho supletorio del propio del reino, ya
fuera el general del reino, ya el particular de algunas localidades, merced al
establecimiento por vía normativa de un orden de prelación con vistas a la
aplicación en los tribunales. Esto es lo que ocurrirá, por ejemplo, en Cataluña, Mallorca
y Navarra.

Se trata de una admisión oficial y solemne –en bloque, en conjunto– como


Derecho supletorio del sistema de fuentes del respectivo país. Esta elevación a rango
oficial se dio tan sólo en algunos de los reinos hispánicos, a finales de la época medieval
o principios de la moderna y llegó ciertamente como fruto maduro de aquella progresiva
aplicación práctica y usual que iban obteniendo las leyes romanas y canónicas por parte
de jueces, juristas, notarios, etc., en los siglos bajomedievales (al margen, en
determinados lugares, de unas iniciales medidas restrictivas de los soberanos). La
consolidación general de esta práctica, cada vez más acorde con la conformación y

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necesidades de la sociedad de la Baja Edad Media y la unánime convicción de los
juristas quebrantarían aquel recelo y oposición popular de los primeros tiempos y
conducirían sin dificultades hacia tales reconocimientos oficiales de supletoriedad del
Derecho común (integrándolo en el cuadro de las fuentes propias del respectivo sistema)
como culminación legal de una situación de hecho, generalizada ya en todos los
ambientes.

En Mallorca esta declaración se registra en un privilegio de Jaime II de 1299.


En Cataluña se proclama de modo expreso en las Cortes celebradas en 1409, bajo la
presidencia del rey Martín el Humano.

Y en Navarra también en Cortes, en 1576, precisamente para oponerse a la


tentativa de introducción del Derecho castellano como supletorio del navarro. Cabe
advertir que la tardanza navarra fue una probable reacción defensiva ante la temida
extensión del Derecho castellano, tras la incorporación del reino a la Corona de Castilla.

En todas estas declaraciones, destinadas a fijar el Derecho aplicable en los


tribunales reales, se acogía el ius commune como uno de los elementos o fuentes del
mismo, generalmente de modo explícito o implícito, como supletorio o subsidiario de
los textos, territoriales o locales, escritos o consuetudinarios del respectivo reino.

Ni en Aragón ni en Castilla, ni tampoco en Valencia, se dieron declaraciones


semejantes. En estos dos últimos reinos la existencia en su sistema de Derecho propio
de códigos completos tan profundamente romanizados, como eran las Partidas y los
Furs, respectivamente, hacía innecesaria la autorización oficial de este recurso a las
mismas fuentes legales romanas y canónicas. Ello no era perjuicio para que en la
práctica se invocaran también las doctrinas y opiniones de los comentaristas, como
interpretación de los textos oficiales.

En Portugal, los textos romano-canónicos junto con los comentarios y glosas


de los grandes tratadistas alcanzaron rango oficial, como Derecho supletorio integrador
del sistema jurídico portugués, en virtud de varias disposiciones regias de mediados del
siglo XV, posición que conservaría hasta el siglo XVIII.

5.4. La elaboración científica del Derecho Común

5.4.1. La doctrina medieval

Queda aún dar cuenta de la dimensión científica en la introducción del


Derecho Común, a la labor de los juristas, no en la práctica curial ya examinada sino en
su aspecto teórico, en sus obras doctrinales o de especulación. En este sentido su papel
fue fundamental, y cabría extenderse con mucho amplitud si la dimensión convencional
de una lección no lo impidiera. Así y todo, hay que dejar bien sentado que –tal como lo
han establecido autorizados estudiosos de este tema– la recepción, como gran
movimiento o corriente intelectual, refleja la definición de una nueva ciencia
jurídica, el proceso de elaboración científica del Derecho. Es decir, “el Derecho pasa
a ser cosa de juristas”, idea con la que se abandona una secular tradición de derecho
popular. El pensamiento jurídico adopta nuevos métodos, cumple nuevas funciones,
produce géneros literarios específicos. El Derecho Común constituyó una reelaboración
doctrinal del Derecho justinianeo, no es una simple reproducción de sus obras, con

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nuevos métodos, desconocidos hasta entonces y que han de llegar casi hasta nuestros
días: la glosa, el comentario, la communis opinio, etc.

Ahora bien, vamos a referirnos, auque sea de manera resumida, al


desenvolvimiento de la ciencia jurídica en los territorios hispánicos. Cabe decir que
los juristas medievales hispánicos tuvieron poca originalidad, a diferencia de la
creatividad de las escuelas de glosadores y posglosadores o comentaristas de las tierras
italianas. Son más relevantes los de la Edad Moderna.

En los diferentes reinos de la Península, tanto en Cataluña y Aragón como en


Castilla y Portugal (en Navarra no se produce esta actividad) los juristas se centran en
la obra de fijación, recopilación y glosa de los textos del Ius propium (textos
legislativos reales o de Cortes, textos consuetudinarios locales, etc.). Pero esta labor la
realizan ciertamente con una mentalidad romanística/canonística, fuertemente
inspirada en el Derecho Común, a cuya luz se esfuerzan a menudo en buscar una
explicación o interpretación del Derecho del país, o al menos, de eliminar o resolver las
antinomias entre ambos ordenamientos con objeto de armonizarlos. Como una
singularidad, cabe destacar la especial significación de algunos autores de tratados de
derecho procesal, que siguen primordialmente los esquemas del Derecho Común.

No tendría sentido hacer ahora una lista de los juristas hispánicos, pero a título
emblemático cabe dejar constancia de las figuras más destacadas en entre los
canonistas y los civilistas:

1) Entre los canonistas hay que destacar, de manera indiscutible, la


personalidad ya comentada antes de san Ramón de Peñafort (Penyafort en catalán),
confesor de reyes y papas, que, además de su gran obra de recopilación de las
Decretales pontificias (1234), por encargo del papa Gregorio IX, es autor de notables
tratados, que se han convertido en clásicos, como la Suma de Penitentia y la de
Matrimonio, sin contar un opúsculo menor, la Suma Iuris, verdadera introducción a la
teoría del derecho. En el siglo XVI destaca el canonista navarro Martín de Azpilcueta.

2) En la familia de los civilistas –más atentos al Derecho secular– destaca


especialmente la figura de Gregorio López, en el reino de Castilla. Aunque
cronológicamente corresponde a los tiempos modernos (vivió en el siglo XVI), cabe
incluirlo en la época medieval en razón de su magna obra y los comentarios al código de
las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, cuya aparición eclipsó los escritos anteriores
de otros juristas. Sus glosas puntuales a cada una de las disposiciones del texto
alfonsino constituyen luminosos dictámenes; algunos son verdaderas monografías sobre
los textos comentados. En todos se deja ver su sólida preparación romano-canónica.

Menos destacados, aunque no por ello despreciables, son los juristas


aragoneses y catalanes de la Baja Edad Media. Aragón cuenta con la figura del obispo
Vidal de Canellas (de origen catalán), recopilador de los Fueros de Aragón, el código
territorial de Jaime I (1247), y autor de una suma o tratado sobre este código (el Vidal
Maior) en el que desarrolla sus saberes romano-canónicos de origen boloñés. Y también
desempeñaron un buen papel los asesores de los Justicias de Aragón (Pérez de
Salanueva, Jaime del Hospital), que en sus colecciones de Observancias romanizaron el
Derecho aragonés, tan contrario a la recepción, mediante la interpretación dada a la
práctica curial de aquél.

11
Cataluña no se queda atrás en la elaboración medieval de la ciencia jurídica, y
ofrece la manifestación más importante de buenos juristas en los siglos XIV-XV, que ha
permitido que se la califique como la Escuela jurídica catalana. Se dedican al
comentario de los Usatges de Barcelona y de las Constitutions de Catalunya (Jaume
Callís, Jaume de Montjuïc, Jaume Guillem Vallseca, Jaume Marquilles). También
Tomás Mieres, elaborador de la doctrina del pactismo catalán. Todos ellos conocen bien
el Derecho Común, y no ahorran esfuerzos por conseguir la integración o armonización
de este derecho con el derecho tradicional catalán.

5.4.2. La época moderna: escaso peso del Humanismo jurídico y la


continuidad del “mos italicus”

El Usus modernus, propio del Humanismo jurídico, corriente implicada en


el avance hacia un modelo de pensamiento basado en la razón individual del jurista
(siglos XV-XVII), sentó las bases para la construcción de una nueva cultura jurídica
europea ya no basada en el Codex, y que será la base de los códigos del siglo XIX. Pero
el humanismo jurídico no tuvo mucha incidencia en España, donde imperaba la
cerrazón. La Contrarreforma influyó en la defensa de la ortodoxia ideológica. Coadyuvó
una Pragmática de Felipe II (noviembre de 1559), que prohibió a castellanos y navarros
salir a estudiar o a enseñar en Europa, con las excepciones de las universidades de
Coimbra, Bolonia, Roma y Nápoles. Esta disposición incluyó la amenaza de penas muy
duras ante su incumplimiento, aunque no impidió que los estudiantes continuaran
saliendo al exterior.

A pesar de esta realidad, el siglo XVI fue el más brillante para los estudios
universitarios y la producción doctrinal de los juristas. A pesar de lo señalado, se
conocen importantes humanistas españoles, destacando especialmente Diego de
Covarrubias, un jurista que ocupó altos cargos en la burocracia regia y llegó a ser
obispo de Ciudad Rodrigo. Es autor de varias obras de literatura jurídica y tuvo una
especial presencia en la Universidad de Salamanca. En el campo del Derecho Canónico
destacan autores como el aragonés Antonio Agustín. Otros autores destacados de este
período son: Pichardo, Vinuesa, Antonio y Francisco Ramos de Manzano.

El mos italicus continuó siendo la corriente doctrinal dominante en los


reinos peninsulares durante los siglos XVI y XVII, continuidad caracterizada por
algunas notas distintivas:

a) La pérdida de originalidad en los juristas. La vulgarización y tendencia a la


rutina del método, una línea de decadencia y deterioro que tiene como manifestación
más clara la abundancia de obras de síntesis que tiene como objeto facilitar la difusión
de la doctrina clásica sin necesidad de tener que leer las obras originales; son necesarias
también por la gran abundancia de libros y obras. Se atestigua también un abuso del
argumento de autoridad para reforzar el peso de la opinión propia, y el aumento en el
recurso de citar otros autores. En este sentido, el jurista con más prestigio en este
período es Bártolo. Este abuso en la cita hace que en los comentarios a las leyes, las
auctoritates sean especialmente relevantes.

b) El mayor interés por la práctica. En este período escriben obras de derecho


no sólo los profesores de Derecho, sino que son muy frecuentes también las firmadas

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por juristas prácticos. Es común que los docentes pasen luego a formar parte de la
burocracia regia. En los siglos XVI y XVII abunda un tipo de obras del género
denominado “literatura consiliar” o “dictaminadora”, escrito desde una perspectiva
práctica, del que destacamos las Alegationnes en Castilla y Navarra. En la Corona de
Aragón prolifera la “literatura decisionista”, que consiste en comentarios a las
sentencias judiciales. Este género no se desarrolla en Castilla, ya que aquí las sentencias
no dejaban lugar a comentarios puesto que no contenían los fundamentos del juez.
Dentro de estos géneros, destacan las obras del castellano Rodrigo Suárez (Alegationes
et Consilia) y de los catalanes Fontanella y Peguera. En Navarra el Archivo General del
reino conserva un códice titulado Allegaciones iuris, y que contiene una amplia
colección de alegaciones, informaciones y dictámenes jurídicos del siglo XVII.

c) La nacionalización del Derecho Común evoluciona adaptándose a las


particularidades de cada territorio. Se produce un mayor interés de los juristas hacia los
derechos específicos de cada uno de los reinos europeos y la tendencia a armonizar el
Derecho Común con el derecho propio se manifiesta en dos obras: 1. Los comentarios al
derecho patrio; y 2. La proliferación de un tipo de obras dirigidas a la armonización del
Derecho Común y los derechos propios, destacando los puntos en común. Dentro de
este género son importantes las Concordias y las Antinomias. En relación a estas
últimas destacan importantes juristas castellanos que comentan las Partidas (Glosa de
Gregorio López, 1555) o las Leyes de Toro de 1505 (Antonio Gómez, Juan López de
Palacios Rubios). También aparecieron importantes comentarios a diferentes
colecciones, como el realizado en la primera mitad del siglo XVI al Ordenamiento de
Montalvo, por Diego López de Salamanca; o los de Alfonso de Acebedo y los de Juan
Gutiérrez a las Recopilaciones.

d) En el siglo XVI, pero, sobre todo, en el XVII y XVIII se impondrá la


tendencia de traducir obras jurídicas del latín al castellano. Una manifestación del
fenómeno de nacionalización del derecho es la presencia del derecho patrio en las
enseñanzas universitarias. Incluso a finales del siglo XVI hay un especial empeño en la
Universidad de Salamanca por divulgar el derecho castellano.

e) El mos italicus también impulsa la especialización doctrinal. Aparecen


monografías sobre materias de derecho muy concretas. Desde finales del siglo XVI la
Escuela de Salamanca aborda cuestiones abstractas y generales, como las reflexiones
sobre la figura del príncipe o la conquista castellana de las Indias obra de autores como
Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Francisco Suárez, Luis de Molina o Juan de
Mariana. En el siglo XVII aparecen tratados de Derecho público confeccionados desde
el punto de vista de los intereses del rey, y también se desarrollan multitud de obras de
Derecho Penal y Procesal Penal caracterizadas por el interés en la práctica.

6. El Derecho Común y su contraposición con los Derechos nacionales en


la Edad Moderna: el orden de prelación de fuentes castellano

En la esfera del Derecho privado, penal y procesal, las innovaciones


legislativas introducidas en el siglo XVI fueron menores y de escaso relieve. A tenor de
la naturaleza, más estática y permanente de tales ordenamientos jurídicos, puede
afirmarse que no se introdujeron cambios fundamentales de orientación en los diferentes
sistemas configurados ya en la Baja Edad Media. A lo sumo cabría referirse a
determinadas modificaciones operadas en los mismos, algunas de cierta resonancia,

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como las introducidas en la legislación castellana por las Leyes de Toro (1505), más
bien con el propósito de resolver situaciones de confusión e incertidumbre en la misma;
otras de menor alcance, como algunas Constituciones de Cortes de Cataluña, relativas a
extremos de Derecho sucesorio. Pero debe afirmarse, también que, en la práctica, las
reformas no realizadas por la legislación en el campo del Derecho privado las
efectuaron los juristas por su cuenta, interpretando y reelaborando, en todas partes, el
Derecho nacional (de los respectivos reinos) a la luz del Derecho común, con frecuentes
deformaciones de su sentido originario, intentando encuadrar las instituciones
autóctonas dentro los esquemas conceptuales del Derecho romano. El fundamento,
vicisitudes, alcance y resultados de esta labor fueron distintos, con todo, en los
diferentes territorios, en razón al papel –oficial u oficioso– que venía desempeñando el
Derecho común.

6.1. Ordenamiento de Alcalá (1348)

Se trata de un conjunto de 58 leyes promulgadas por las Cortes reunidas por


Alfonso XI en Alcalá de Henares (1348). Además de sancionar nuevas leyes (sobre
contratos, testamentos, etc.), el Ordenamiento destaca por dos aspectos fundamentales:

a) El rey reivindica para sí la competencia legislativa del monarca y se


atribuye la facultad de corregir, interpretar, confirmar y enmendar fueros.

b) Se fija el orden de prelación de fuentes de Castilla, disponiéndose el orden


en que debían aplicarse en la práctica los elementos que formaban el Derecho en
Castilla:
1º. En primer término debía aplicarse el Ordenamiento de Alcalá (este
precepto se interpretó de modo amplio, y se entendió que en primer término debía
aplicarse el Derecho real).
2º. A falta de precepto aplicable en el Ordenamiento de Alcalá debía acudirse
a los fueros municipales (Fuero Juzgo, fueros locales), reconociendo así su vigencia
supletoria. Sin embargo, esta disposición fue acompañada por una serie de limitaciones
a su aplicación que a partir de 1348 disminuyen la vigencia del derecho tradicional: sólo
se aplicaría el derecho de los fueros cuando éste no fuese contrario a la razón y a Dios, y
la parte solicitante debía probar que la norma invocada se encontraba aún vigente.
3º. En caso de lagunas en los dos ordenamientos anteriores, debía acudirse a
las Partidas. Esta referencia se considera como la promulgación oficial de las mismas, y
la entrada legal en el sistema del Derecho Común contenido en ellas.
4º. En caso de duda o silencio de las anteriores disposiciones, debía acudirse al
rey para que dictase sentencia.

A pesar de lo dispuesto por Alfonso XI, el Derecho Común se impuso en la


práctica jurídica de los tribunales castellanos, y los juristas acudían a él en los juicios.
Frente a la aplicación del Derecho Común, los monarcas posteriores a Alfonso XI
mantuvieron una actitud variada, reconociendo implícitamente su vigencia pero
intentando evitar abusos del mismo que dieran lugar a protestas de los representantes de
las ciudades castellanas por la excesiva complicación y lentitud de los juicios.

6.2. Leyes de Toro (1505)

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Las Cortes de Toro de 1505 promulgaron 83 leyes sobre cuestiones de
Derecho civil, sucesorio, matrimonial, de obligaciones, procesal, penal, etc. Estas leyes
ordenan la aplicación jurídica y actualizaron el corpus legislativo de la Corona de
Castilla (Fuero Juzgo, Partidas, Ordenamiento de Alcalá, etc.). Las Leyes de Toro
fueron la base para la Nueva Recopilación, dictada por Felipe II en 1567, y la Novísima
Recopilación, elaborada ya en vísperas de la Edad contemporánea (1805).

Por las Leyes de Toro de 1505, puede afirmarse que la ordenación o tabla de
fuentes prevista en estas disposiciones se mantuvo sin alteración hasta las reformas del
siglo XIX.

A tenor de tal ordenación, el Derecho castellano debía integrarse por la


articulación jerarquizada de diversos grupos o categorías de textos, aplicables según el
siguiente orden de prelación:
a) Legislación real y de Cortes.
b) Fueros municipales, en tanto se probara su uso.
c) Partidas.
d) Y en su defecto, formulación de consulta al monarca para que procediera a
la resolución que estimare más oportuna.

6.3. La recepción del Concilio de Trento

En la recepción y cultivo del Derecho común, deben señalarse, como fuentes


especiales del Derecho canónico, aparte del conjunto de las compilaciones medievales
constitutivas del Corpus Iuris Canonici, otras nuevas de esta época, de especial
relevancia en la vida civil, cuáles fueron los Cánones del Concilio de Trento (1545-
1564). Fueron admitidos como leyes del reino por Felipe II en 1564, no sin formular
determinadas reservas respecto a la integridad de los derechos regios y, concretamente,
reteniendo para sí la facultad de su interpretación.

6.4. La recopilación del Derecho real y de Cortes

El problema de la falta de precisión del derecho y el conocimiento del mismo


se intentó solucionar mediante las recopilaciones, una característica fundamental de este
período. Eran colecciones normativas donde se recogía todo el derecho general de cada
territorio. Se recogía mayoritariamente derecho regio, pero no en forma exclusiva. La
recopilación es un fenómeno general que se da en todos los reinos peninsulares. Eran
textos que inicialmente no creaban derecho, sino que recogían y ordenaban el derecho
existente. Pero al realizar esta labor, los autores llevaban a cabo una tarea de selección y
síntesis del derecho existente, especialmente en territorios con abundancia de normas
(como Castilla o Navarra, que veremos más abajo). Así, la recopilación creaba un
derecho nuevo, por lo que solía acompañarse de una normal real que sancionaba su
validez.

Entre la tipología de las recopilaciones, solemos distinguir:


1. Según su autoría, pueden ser:
a) Oficiales. Se hacen por mandato expreso de la autoridad pública (el rey o las
Cortes) y van acompañadas de la sanción de la autoridad.
b) Privadas. Se realizan a iniciativa particular de un jurista. Son obras
doctrinales sin refrendo oficial.

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2. Según la forma o criterio de ordenación del contenido, se diferencian:
a) Sistemáticas. Las normas se ordenan en razón de la materia correspondiente.
Se clasifican en libros y títulos.
b) Cronológicas. Las normas están ordenadas por fecha de promulgación. Son
las primeras recopilaciones que aparecen dada la escasa dificultad que entraña su
elaboración.
3. Según la técnica utilizada al momento de recopilar las normas, pueden ser:
a) Literales. Respetan íntegramente la versión original de la norma. Se dan en
Navarra, Aragón y Cataluña, territorios donde no hay mucho material normativo.
b) Refundidos. Se sintetizan las normas dispersas sobre una misma materia
creando derecho nuevo. Exigen una norma regia que sancione su validez. Son propias
de Castilla. La técnica de la refundición es dificultosa, y en Castilla no fue utilizada con
habilidad.

La labor recopiladora de determinadas fuentes o textos está relacionada con la


profusión creciente de la aludida legislación real y de Cortes (y también de la del
Consejo de Castilla), que arrancaba ya de la Baja Edad Media y, sobre todo, su carácter
de legislación aislada, dispersa o desperdigada, dado su carácter esporádico de
aparición, su integración en reducidos cuadernos o capitulados, etc., hacía difícil e
incómodo su mismo conocimiento y utilización por parte de los profesionales del
Derecho (sobre todo para las fuentes medievales, contenidas en ejemplares
manuscritos). Se hacía preciso, por ello, una presentación de tales fuentes que las
reuniera en forma de agrupación ordenada y sistematizada, facilitando la consulta y
manejo de las mismas.

7. La singularidad navarra

7.1. El Fuero General de Navarra y sus Amejoramientos

En las fuentes del Derecho bajomedievales navarras apenas existe una


influencia del Derecho común, y destaca la fortaleza y vitalidad de los fueros
municipales, que se mantienen como textos vivos durante los últimos siglos
medievales. A partir de la segunda mitad del siglo XII los textos de los fueros
municipales más importantes fueron conociendo redacciones más extensas (Pamplona,
Estella, Tudela), y en el siglo XIII aparecieron los textos extensos de los fueros de la
Novenera y de Viguera-Val de Funes. Los fueros municipales se aplicaban con
prevalencia frente a cualquier otro ordenamiento.

En el siglo XIII, el ascenso al torno de Teobaldo I (1234), un monarca “de


extraño lugar y extraño lenguaje”, hizo que los nobles obligaran al rey a jurar los fueros
de Navarra, hasta entonces no recogidos por escrito. El rey nombró una comisión de
ricoshombres, caballeros y eclesiásticos para poner por escrito su estatuto jurídico. Se
redactó así el Fuero Antiguo o Fuero Viejo (1238). No se conserva el original, pero su
articulado pasó al Fuero General de Navarra. Se trata de un texto breve compuesto por
12 capítulos, precedidos por un prólogo.

A partir del mismo siglo XIII, se fueron añadiendo nuevos preceptos al texto
original, en un trabajo de acarreo normativo que culminó a finales del siglo XIV. El
Fuero General de Navarra nunca fue promulgado oficialmente, y algunos autores
consideran que éste carácter se obtuvo con su inclusión en la Recopilación de Chavier

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(1686). A pesar de ser una obra privada y anónima, y carente de promulgación oficial,
contenía la tradición foral del Derecho navarro que los reyes juraban guardar y, en su
caso, mejorar (“jurar los fueros y a no empeorar los derechos de los navarros”,
como recoge el propio FGN). Con el paso del tiempo se fue imponiendo en su papel
de Derecho general del reino. Escrito en romance navarro, es un texto arcaico tanto por
su lenguaje como por el Derecho e instituciones que regula, muchas de ellas
impermeables al Derecho romano.

Se trata de un texto de escasa técnica jurídica, poco depurado, obra de


prácticos y no de juristas. En cuanto al contenido, se trata de una colección heterogénea
de fuentes jurídicas que dan un panorama completo del Derecho público, privado, penal
y procesal del reino. Suelen distinguirse diversos elementos: capítulos del Fuero
Antiguo, sentencias, apuntes jurisprudenciales de jueces y juristas, disposiciones reales,
capítulos de fueros municipales, costumbres, prácticas administrativas –singularmente
sobre recaudación de impuestos– y privilegios.

En Navarra imperaba el principio del carácter pacticio de la legislación: el


Derecho no podía ser modificado unilateralmente por el rey, sino que era necesario el
acuerdo del rey y las Cortes. Esta institución apenas desarrolló una actividad legislativa
en los siglos medievales más allá de del primer Amejoramiento de 1330. Redactado
por una comisión integrada por gentes nombradas por el rey y comisionados del reino
(nombrados por las Cortes), consta de 34 capítulos que venían a corregir algunas
normas que estaban en desuso o se querían cambiar. Existió un segundo
Amejoramiento, del año 1418, que consta de 14 capítulos, aunque no hay certeza de si
llegó a ser incorporado al FGN; en su redacción intervinieron únicamente delegados del
rey.

Entre los muchos aspectos que regula el FGN, destacamos la adopción de unas
normas institucionales entre el monarca y los súbditos, el régimen familiar y sucesorio,
la regulación de los desafíos o retos entre los nobles, las relaciones entre señores y
campesinos, la convivencia entre las gentes de las tres religiones (cristianos,
musulmanes y judíos), la atención que presta a las cuestiones de procedimiento, o a la
resolución de conflictos entre dos partes, etc. Es un instrumento que los grupos
privilegiados del reino, especialmente los nobles (ricohombres y señores solariegos)
utilizan para imponer su modelo cultural y consolidar su propia hegemonía social frente
a los vasallos (campesinos pecheros, collazos, siervos).

La influencia del Derecho Común en Navarra se atestigua en la práctica


jurídica a partir del siglo XIII. Sin embargo, fuera del ámbito judicial, su recepción no
puede considerarse significativa hasta la Edad Moderna, cuando los navarros acuden al
Ius Commune como Derecho supletorio, evitando así tener que acudir al Derecho
castellano. En el año 1576, bajo el reinado de Felipe II, las Cortes de Pamplona
reconocieron expresamente que en defecto del Derecho del reino, se acudiría al Derecho
Común “como siempre se ha acostumbrado”.

7.2. Las recopilaciones

La necesidad de recopilar el Derecho navarro empieza a sentirse a partir de la


incorporación de Navarra a la Corona de Castilla en 1515, como una actitud defensiva,
cuando las Cortes de Navarra comienzan a legislar de manera abundante. Las

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características de todas las recopilaciones fueron los enfrentamientos entre el rey y las
Cortes sobre el contenido de las mismas. Esos conflictos tuvieron como consecuencia
que muchos de los intentos de recopilaciones se frustraron.

Solo hubo dos recopilaciones oficiales. La primera fue la Nueva


Recopilación de Navarra del licenciado Antonio de Chavier (1686). Como la
legislación posterior a la Recopilación de los Síndicos era abundante, las Cortes
encargaron a Antonio Chavier, abogado de los Reales Consejos de Castilla y Navarra, el
que hiciera una nueva recopilación. Finalizada ésta, en el año 1678, no fue impresa
hasta 1686. Es la primera recopilación con carácter oficial, pues, realizada a petición de
las Cortes, obtuvo la aprobación real. La obra consta de una introducción histórica del
propio Chavier, del Fuero General de Navarra –que se edita por primera vez– y el
Amejoramiento de 1330, así como de la recopilación de la legislación de Cortes desde
1512 a 1685 contenida defectuosamente y articulada en 96 títulos y 5 libros. Tanto el
Fuero General, como la Recopilación, van provistos de sus correspondientes índices de
títulos, alfabético de materias y alfabético de palabras oscuras con su significado. La
obra pretendía derogar todos los demás cuerpos legales. Al constatar los defectos que la
obra tenía en 1688, se ordenó que las disposiciones se cumplieran tal como estaban en
los originales.

La Novísima Recopilación de Joaquín de Elizondo (1735), se confeccionó a


la vista de los defectos de la recopilación de Chavier, las Cortes encomendaron una
nueva recopilación sistemática a Miguel de Ilarregui, proyecto proseguido por Joaquín
de Elizondo. Con el mismo estilo y sistemática que la Recopilación de los Síndicos, la
Recopilación de Elizondo recoge la legislación de Cortes desde 1512 a 1716 articulada
en 1838 leyes, 124 títulos, agrupados en 5 libros.

Para la elaboración de la lección se han adaptado y actualizado los textos,


entre otros, de:
Coronas González, Santos M., Estudios de historia del derecho público,
Valencia: Tirant lo Blanch, 1998.
Escudero, José Antonio, Curso de Historia del Derecho. Fuentes e
Instituciones político-administrativas, Madrid: edic. del autor, 1990 (1995, 2ª edic.).
García-Gallo, Alfonso, Manual de Historia del Derecho Español. I. El origen y
evolución del Derecho, Madrid: Ed. del autor, 1982, 9ª ed.
Gilissen, John, Introduction historique au Droit, Bruxelles: Bruylant, 1979.
Monreal Zia, Gregorio y Jimeno Aranguren, Roldán, Textos histórico-
jurídicos navarros. I. Historia Antigua y Medieval, Pamplona: Gobierno de Navarra,
2008.
-Textos histórico-jurídicos navarros. II. Historia Moderna, Colección Pro
libertate, núm. 18, Pamplona: Gobierno de Navarra, 2011.
Tomás y Valiente, Francisco, Manual de Historia del Derecho español,
Madrid, 1992, 4ª edición, 5ª reimpresión.

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