Está en la página 1de 9

Aspectos especialmente aprovechables de la doctrina francesa, a lo largo de su

evolución

Hay toda una línea en la doctrina francesa que ha profundizado, entiendo, con más

agudeza, en lo que sea la obligación real, donde pueden insertarse también observaciones de

los autores que hemos ido analizando. Línea que inician los exégetas en comentarios a

diversos artículos del Code civil relativos a la medianería, gastos de comunidad, a las obras

necesarias para el uso y conservación de la servidumbre.

Especialmente es notable, por ejemplo, la observación de LAURENT cuando,

comentando el art. 698 CCF, relativo a los gastos y obras necesarios para la conservación de

la servidumbre, que pueden quedar de cargo del titular del fundo sirviente por acuerdo en el

título constitutivo o posterior, dice primero que tal estipulación tiene carácter de «realidad»:

“la ley presume que la carga es real, pues decide que aquel a quien el título la impone puede

siempre liberarse abandonando el fundo sujeto al propietario de la heredad dominante”.

“Siendo la obligación de hacer las obras el accesorio de la servidumbre, el legislador

le atribuye el mismo carácter de realidad” Y después señala que “la carga es real, pero es

verdad que la realidad de una obligación que es personal por su naturaleza no es más que una

ficción, pues no es el fundo quien hace o paga, sino la persona”

Explica que la realidad de la obligación ha llevado a la Jurisprudencia a aplicarle

diversas consecuencias propias de los derechos reales, como la competencia del juez del lugar

del fundo. Pero se plantea un caso en que la jurisprudencia consagraba otra consecuencia de la

realidad de la carga que a LAURENT le parece dudosa, pues en definitiva se trata de una

obligación: en una partición, se había establecido una servidumbre con una obligación real de

trabajos a cargo del titular del fundo sirviente. El copartícipe al que correspondía el fundo
dominante tomó inscripción para el privilegio que le correspondía de crédito de compensación

de lotes, pero la Cour de Cassation declaró que tal privilegio sólo estaba establecido para

garantizar la ejecución de las obligaciones personales que la partición impone a los

copartícipes, no para las cargas reales que gravan el fundo y no tienen nada que ver con la

solvencia del detentador de la heredad. Es interesante, pero le parece dudoso a LAURENT, y

argumenta, para defender su carácter de crédito garantizable, que la obligación real es una

auténtica obligación personal, y lleva evidentemente consigo una cuestión de solvencia,

pudiéndose ver el acreedor perjudicado por la insolvencia del titular del fundo sirviente.

También contamos con las observaciones de BAUDRY-LACANTINERIE cuando,

asimismo refiriéndose a los arts. 698 y 699 CCF, dice que “no dejan duda alguna sobre la

realidad de la carga establecida en provecho de todos los detentadores del fundo dominante

respecto de todos los detentadores del predio sirviente; por ello se ha podido decir que esta

carga era una modalidad de la servidumbre. No convendría sin embargo exagerar esta idea,

como lo ha hecho la Cour de Cassation, al decidir que la carga impuesta en una partición no

estaba garantizada por el privilegio de los copartícipes porque se trataba de un derecho real y

no de crédito. Si se va al fondo de las cosas, este no es un verdadero derecho real; el

propietario del fundo dominante está obligado a dirigirse al detentador de la heredad sujeta; es

un derecho personal con un acreedor y un deudor, pero un derecho soldado a la servidumbre,

y que sigue todas sus fluctuaciones”.

En esta misma línea, hay que referirse a las aportaciones valiosas de BONNECASE, y

después, DE JUGLART, cuya definición de la obligación real manifiesta un aspecto de la

función que cumple: produce o construye una riqueza apropiable –o hace posible la

apropiación de la riqueza– a través de una cooperación que deben prestar aquellos que
participan de las riquezas apropiándoselas. Pero este autor adolece de cierta oscuridad en el

planteamiento, y ofrece, más en la explicación que en la ordenación de los supuestos, poca

preocupación por delimitar el terreno de la obligación real, lo que es decisivo. Por ello,

también es interesante la aportación de ABERKANE cuando trata de deslindar, entre las

diversas facetas de la vinculación de una obligación con una cosa, el encuadre en la

concurrencia de derechos reales y la vecindad. Antes, PLANIOL había hecho una observación

también aprovechable. Al tratar de «los acreedores con garantía restringida, se enfrenta a la

«obligación real» que habían dibujado MICHON y algunos exégetas y haciendo referencia a

la hipoteca y cargas reales, señala que “estas pretendidas deudas localizadas no son sino

cargas reales” (en el sentido de derechos reales), y esos pretendidos deudores “no son

deudores del todo”: Puede tratarse de una garantía, una carga real, o de una obligatio in rem

scripta, pero no hay una auténtica «obligación real». Entonces, PLANIOL encuentra, al lado

de estos supuestos, otras obligaciones que parecen las verdaderas obligaciones reales: a unas

las llama «semi-reales, obligaciones de vecindad –, intentando con ello no confundirlas con el

pati de un derecho real, como pasa con la doctrina del tercer detentador, y de otras –las

obligaciones accesorias de la servidumbre – se limita a decir que, en ellas, el propietario del

fundo sirviente no está obligado sino en su cualidad de detentador del bien gravado.

En especial, en la doctrina moderna. Goubeaux

En la doctrina más moderna se percibe mayor facilidad para reconocer la presencia de

la obligación real, y, particularmente en la obra de GOUBEAUX, una construcción certera del

concepto en su lugar adecuado. No es extraño que aparezca en la obra dedicada por este autor

a la idea de accesoriedad.
GOUBEAUX parte, es cierto, de la obligación, considerada una categoría cuya

naturaleza opone fuerte resistencia a la trasferencia como accesorio. El juego de la máxima

accesorim sequitur principale que, en otro ámbito, permite la inmovilización por destino de

bienes cuya naturaleza intrínseca –sin embargo– no cambia, cuando vincula una obligación a

un derecho real está sobrepasando las consecuencias lógicas de la relación de accesorio a

principal, porque, en este caso, lo accesorio no puede seguir la suerte de lo principal sin sufrir

una transformación.

Hace falta, por ello, que la regla accesorim sequitur principale se ponga en marcha

empujada por un motor, que es preciso encontrar y justificar. No basta manifestar de modo

arbitrario que un derecho de crédito se considera accesorio de la propiedad de una cosa para

obtener la transmisión al causahabiente a título particular. Se requiere justificar la existencia,

en el caso concreto, del «ambiente» necesario para que el mecanismo entre en

Aquí se evidencia que nuestro autor sigue considerando la obligación en sí misma,

concebida desde la óptica del derecho personal fruto de compromiso contractual

La naturaleza de las obligaciones, de las deudas, explica GOUBEAUX, opone a su

transmisión como accesorio una fuerte resistencia, derivada de razones más profundas que un

simple juego de reglas estrictamente técnicas697. Pero esta cuestión hay que separarla un

poco de la relativa a la obligación accesoria real. Y, en efecto, en el estudio de GOUBEAUX,

la panorámica general de la transmisión del derecho personal, y el aspecto concreto de la

obligación real, se encuentran en lugares distintos y distante.

La transmisión de los derechos y relaciones contractuales como accesorios

¿Es posible que con la transmisión de un bien se trasladen al adquirente las relaciones

de crédito establecidas por el transmisor en consideración al mismo? A pesar del principio de


relatividad de los contratos (art. 1165 CCF699), pudiera considerarse que en el ámbito del art.

1615 CCF (transmisión de los accesorios acompañando el objeto principal) tienen cabida

derechos de crédito, cuya trasferencia dependiente vendría facilitada por el art. 1122 (“On est

censé avoir stipulé pour soi ou pour ses héritiers et ayants-cause, à moins que le contraire soit

exprimé ou ne résulte de la nature de la convention”)

. Es un precepto muy amplio que, cuando se trata de un crédito considerado accesorio,

permite contar con una cobertura general para apoyar su transmisión con la cosa. Las

explicaciones del fenómeno pueden orientarse en sentido subjetivo (la accesoriedad sería un

criterio de interpretación de la voluntad de las partes) u objetivo (permitiría considerar la

transmisión como uno de los efectos del propio contrato, a través de las exigencias de la

buena fe, el uso o la ley –art. 1135 CCF–) o en fin, mixto, engarzando consideraciones

relativas al nexo entre el crédito y el bien, y otras atinentes a la voluntad tácita o presunta de

los contratantes. Estos criterios sirven también cuando el contrato celebrado, a la vez que

proporciona un enriquecimiento conexo al bien, lleva consigo, como es lógico, sus

contrapartidas

. Así, la Jurisprudencia ha admitido (todo esto lo hemos visto ya) la transmisión, al

adquirente, del beneficio de una cláusula de no concurrencia, de un contrato de seguro, de

trabajo, de créditos para la reparación... o, al subadquirente, de acciones para dirigirse contra

el vendedor inicial. Los fundamentos de las decisiones son variados, y, en ocasiones, poco

claros: se invoca la accesoriedad (aunque otras decisiones rechazan, en otros supuestos, que la

posible accesoriedad económica suponga una simétrica accesoriedad jurídica) el artículo 1122

CCF y su interpretación por AUBRY y RAU, la cesión tácita, la voluntad implícita, la

estipulación por otro..


. GOUBEAUX explica que, en este terreno, la idea de accesoriedad sólo es un criterio

de interpretación, no una regla técnica. Un principio de economía aconseja que los elementos

accesorios cuya utilidad opera en relación con el bien principal, le acompañen. Pero para que

esta consideración se ponga en marcha es necesario que intervenga la ley o la voluntad de las

partes702, la transmisión del crédito accesorio no se produce por la sola fuerza de atracción

del elemento principal –que actúa en la interpretación– si falta cierto apoyo de la ley o existe

voluntad contraria de las partes

Así pues, aunque una doctrina tradicional refería el art. 1122 CCF sólo a los herederos,

ha sido posible recuperar su aplicación para el causahabiente cuando se trata de crédito

accesorio. En AUBRY y RAU –lo hemos visto– esta idea tiene un sentido general, pero

utilizable si el accesorio se identifica, determina o integra de alguna manera el propio bien

transmitido. Así, cuando, contemplado como universalidad o bien complejo (empresa,

establecimiento comercial) agrupa alrededor de un elemento principal una serie de derechos

incorporales: el beneficio derivado de la cláusula de no concurrencia, contratos de trabajo,

suministro... LEPARGNEUR, más tarde, intenta profundizar en el nexo de accesoriedad.

Distingue los derechos personales inherentes al bien transmitido (que por naturaleza se

transmitirían), y los que se han establecido en consideración al mismo, transmisibles sacando

provecho del art. 1122 . Igual que el marco general presentado por AUBRY y RAU tiene

como uno de sus aspectos el ámbito de la obligación real, en esta distinción de

LEPARGNEUR se revela un deslinde de terrenos que tiene que ver con aquél ámbito. Pero,

sin más aclaración, enfocado el asunto desde la panorámica de la transmisión del contrato,

parece que la idea de accesoriedad y las distinciones adolecen de falta de claridad, porque un

derecho económicamente accesorio no tiene por qué funcionar así jurídicamente.


Por ello GARREAU DE LA MECHENIE intenta una teoría más audaz, enfocada

desde el punto de vista subjetivo. En realidad, dice, no se ha tenido en cuenta la sustancial

identidad entre heredero y causahabiente cuando la doctrina considera a este último como un

tercero, y, sin embargo, también él tiene una vocación (análoga a la sucesoria, aunque

limitada más estrictamente) tanto a los créditos como a las obligaciones de su antecesor. Todo

lo cual está muy bien, igualmente como criterio de interpretación, pero no justificaría siquiera

la transmisión de los créditos, si la «vocación» no resulta efectiva a partir de los datos legales

o la interpretación de la voluntad de las partes implicadas. Sin embargo, GARREAU DE LA

MECHENIE aplica esta doctrina a los créditos, los contratos y a las obligaciones.

La transmisión de éstas últimas como accesorios de un bien sí que ha encontrado en la

relatividad de los contratos un escollo formidable. La doctrina clásica acepta la aplicación del

art. 1122 y su interpretación por AUBRY y RAU para las «stipulations» (derechos de

crédito), pero no para las «promesses» (obligaciones). Aunque algunos se dan cuenta de que,

para los herederos, con relación al art. 1122 CCF nunca se hizo esa distinción. Otros

entienden «stipuler» como «contracter», y así se salva el problema de los contratos de crédito

accesorio con contraprestación712. Pero esto no es posible, señala WEILL, porque supondría

la transmisión de obligaciones713. Por ello, se duda si es adecuado aplicar el art. 1122 CCF a

los adquirentes. Sin embargo, GARREAU DE LA MECHENIE rechaza la interpretación y

distinción, y entiende que el art. 1122 refleja precisamente la vocación cuasi-sucesoria del

causahabiente. Sin embargo, GOUBEAUX puntualiza que el art. 1122 ofrece una base frágil

para la efectividad de tal vocación, su sentido, como se ve, ha sido muy controvertido, y la

jurisprudencia, en general, no lo ha admitido. Además, diversas disposiciones legislativas

concretas (en materia de arrendamiento, contrato de trabajo, seguros...) se han preocupado de


imponer la transmisión de las obligaciones, lo que hubiera sido innecesario si el art. 1122

consagrara tal principio.

Además, el propio GARREAU DE LA MECHENIE hace un curioso razonamiento:

igual que el heredero no puede asumir obligaciones a razón de la herencia sin su aceptación,

la vocación del causahabiente no excluye la necesidad de su consentimiento, por lo que, en

realidad, la teoría de GARREAU DE LA MECHENIE se orienta a facilitar el juego de la

aceptación tácita cuando, por tratarse de obligaciones o contratos accesorios del bien

transmitido, es conveniente que el adquirente los asuma.

Para este autor, el que la Jurisprudencia haya sido poco exigente para encontrar hechos

de los que resulte esa aceptación tácita revela una justificación más profunda –cifrada en la

vocación cuasisucesoria– de lo que otras veces ha tratado de justificarse, sin más, acudiendo a

otras nociones –derecho real sui generis, obligación accesoria u obligación real– de carácter

objetivo, insuficientes y peligrosas. En ocasiones, ambos tipos de argumentos están

entrelazados: Así cuando, ante la venta de una finca gravada con la limitación de no poderse

exigir daños y perjuicios derivados de la explotación de una mina, la Cour de Cassation utiliza

la interpretación de AUBRY y RAU del artículo 1122 CCF, obligación transmisible.

Para WEILL se ha vendido la cosa con una restricción: se acerca a la idea de derecho

real innominado o sui generis, que se ha utilizado también para las cláusulas de no

concurrencia. Y es uno de los ejemplos que propone DE JUGLART de obligación real,

accesoria, categoría independiente.

Sin embargo, explica GOUBEAUX, por razones de fondo vinculadas a la naturaleza

de la obligación, no basta constatar la relación de accesoriedad para demostrar que la

personalidad del contratante originario, del obligado, sea indiferente. La máxima accesorium
sequitur principale es sólo la expresión de un razonamiento, no un procedimiento técnico que

pueda paliar la ausencia de una organización general de la transmisión de contrato u

obligación accesorios.

Como se ha dicho, si la adquisición, como accesorio, de un crédito –por ejemplo, en el

marco de la transmisión de una empresa– lleva consigo una sucesión en un contrato, el

adquirente podrá exigir el cumplimiento al primitivo obligado, pero, lógicamente, habrá de

cumplir la contrapartida. Se trata de una atenuación a la intransmisibilidad total de las

obligaciones, aunque depende de la voluntad del adquirente de hacer valer el contrato en su

favor. Pero poco más allá se puede llegar aplicando las reglas generales

. Si se quiere ir más allá, será preciso hacerlo de la mano del legislador, que puede,

para la protección de determinados acreedores, organizar la transmisión vinculada a la

propiedad o la empresa, como ocurre con la legislación de arrendamientos, o en contrato de

trabajo.

Por tanto, si se trae a colación la noción de obligación real o se amplía el campo de

las prestaciones accesorias a la servidumbre para obtener libertad en esta materia, se están

soslayando principios y seguridades de importancia en el derecho positivo, y resulta

justificada la crítica posterior.

También podría gustarte