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Las fiestas domingueñas

Para quienes tenemos memoria de la segunda mitad del siglo XX en


adelante, las fiestas de Santo Domingo estaban llenas de referencias que llegaban
a nosotros a través de abuelos, abuelas y el resto de familiares.
Siempre añorando la grandiosidad de aquellos festejos de finales del siglo
XIX,de inicios de siglo XX, e incluso, hasta ya cercanos los años 1950´s.
Los bailes, los grandiosos juegos de pólvora, los recurrentes partidos de
futbol en la plaza, en lo que hoy es el parque. En fin, tantas historias que se
contaban y se dejaron de contar.
Recordemos que estamos haciendo referencia a los festejos patronales, al
famoso día de Santo Domingo de Guzmán, en el que rigurosamente había que
estrenar vestuario para ir a misa, con el cuello engominado y los zapatos nuevos y
duros, como solían ser antes los zapatos. En aquellos años, en Santo Domingo, se
estrenaba en Navidad y en día del Santo Patrono. Para eso se ahorraba todo el año;
luego esa mudada, se convertía en la ropilla de dominguear por muchos meses.
Al ser una festividad religiosa, la figura del sacerdote, era muy relevante,
pues, era él quien debía aprobar y dirigir todo el evento, que duraba varios días.
Fueron los años, en que figuras como el Padre Benito Sáenz, el padre Francisco
Mendoza y el padre Ricardo Salas eran protagonistas. Quizá el último de aquellos
sacerdotes icónicos del pueblo domingueño, fue el muy apreciado padre Antonio
Sobrino.
Había turno, con casuchas hechas de tablones divididas, en donde habían
ventas de comidas, en las que las mejores cocineras del pueblo, ofrecían ollas de
su plato estrella, para ser vendido en porciones, a favor de la tesorería de la Iglesia.
Sopas, picadillos, ollas de carne, estofados, pozoles, pan casero, biscocho… y
muchos platos más, ofrecían un menú criollo exquisito. Ni gaseosas ni Mc
Donald´s, eran parte del menú. Por dulces, melcochitas y gofios.
En el turno, habían también juegos de fortuna, como bingos, rifas y premios
por algunas habilidades. Todo era muy simple, nada de Montañas rusas o Tagadas.
Eso llegó después. Con suerte, había un salón de espejos mágicos, en que nos
reíamos de nosotros mismos al vernos distorsionados por altos o por gordos.
Se organizaban carreras de cintas a caballo, en las que había que tener la
habilidad de insertar algún palito en una argolla diminuta. Juegos masculinos, que
le permitía a los jóvenes varones, lucir sus habilidades ante las damitas
domingueñas y algunas otras visitantes. Porque las fiestas, eran también la
oportunidad de conseguir novia o novio para muchos.
Se organizaban hermosos bailes, con reinados incluidos; en los que
participaban las muchachas de la sociedad pudiente. Las misas, eran también un
evento especial en esos días, pues, se llegaba a ellas con sus mejores galas.
Los juegos de pólvora eran memorables y un tema que siempre fue orgullo
de aquellos domingueños. Los pueblos vecinos, solían decir que en Santo
Domingo, todo lo celebraban con bombetas. A cargo del herediano Eusebio
Chaverri, la pirotecnia era uno de los eventos estrella.
Hace 100 años, durante los días de fiestas, llegaban a Santo Domingo trenes
expresos desde San José y Heredia, camiones y automóviles. Algunos incluso se
quedaban a dormir, en casas de amigos, familiares o en el Hotel de don Ramón
Bolaños.
Doce novillos bravos habían sido traídos desde la Hacienda Taboga de don
Julio Sánchez Lépiz, para las corridas de toros.
¿Y la música?… las bandas de Alajuela, Heredia y Cartago también se hacían
presentes, sumadas a las locales.
El 12 de agosto de 1922, por la noche, se anunciaba que en el Mercado habría
retreta, mascarada y cine. Terminado esto, pasarían luego al baile de la Colombina
en el establecimiento de don Domingo Chacón.
Una vieja nota de prensa de 1893, hace unos 129 años, decía que los festejos
domingueños tenían gran renombre y prestigio en el país; incluso para esa fecha,
con algo de tristeza se afirmaba, que ya no eran lo mismo.

Si…las fiestas de Santo Domingo eran memorables, de una u otra manera


todos participaban: embelleciendo sus casas, limpiando los jardines y haciéndose
un vestido para estrenar, comiéndose algo rico o sólo mirando el evento pasar.
Porque sería injusto, casi infame no mencionar, que una gran parte del
pueblo, fue sólo un espectador pasivo, detrás de alguna ventana o arrecostado a
algún árbol torcido.. También Santo Domingo fue un pueblo muy clasista en
aquellos años y por eso, las reinas de belleza, nunca fueron las hijas de alguna
familia humilde, aún cuando fueran más bonitas y agraciadas, que la que tenían
con qué vestirse mejor.
Con sus contrastes, entre el galmour de los bailes y algún borracho que
arruinaba la noche, que lo hubo y muchos… las fiestas eran esperadas por todos.
Hace 100 años, empezaban así:

¨Las fiestas han comenzado con entusiasmo indescriptible; todos nos proponemos
de esta vez gozar hasta que Dios nos lo permita.¨

Marta Zamora G.

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