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Manuel Reaño 1
Las amenazas contra el culto cristiano se pueden agrupar según sus participantes y los elementos que lo
componen.
Hay otros grandes males que señalan a la podredumbre que se nos ha metido en la iglesia, pero basten
esos para indicar que si comparamos la situación con la revelación (es decir, lo que hacemos vs lo que
Dios dice), podemos decir sin lugar a dudas ni temores que el principal enemigo, la principal gran
amenaza contra el culto cristiano tal como lo practicamos hoy en día puede ser Dios mismo, asqueado
y ofendido por una liturgia vacía, hipócrita y desligada del bien, de la justicia, de la defensa del
desvalido y usada para más bien oprimir, manipular, robar en nombre de Dios... usando su nombre no
solo en vano, sino para hacer el mal. Ese debe ser nuestro primer gran temor y de hecho, debería
causarnos terror el simple pensamiento de que Dios esté furioso con nuestro supuesto culto a él.
Pero no solo el Dios verdadero es una amenaza por su ira contra la corrupción del culto que se le ofrece
a él; los dioses falsos son también una amenaza muy real (por paradójico que suene). El becerro de oro
de los israelitas en el Sinaí fue un ídolo que se inventaron ellos en su intento de adorar a Jehová, pero
después de la conquista de Canaán, Baal, Moloc, Astarté y otros dioses cananenos y filisteos fueron
Amenazas contra el culto cristiano. Manuel Reaño 2
Hoy en día el pueblo de Dios también cae presa de cultos idolátricos a mansalva. Para nadie será una
sorpresa si mencionamos a Mamón, por ejemplo ¿verdad?... el dios falso favorito de los evangélicos. El
amor idolátrico al dinero entre las dirigencias y entre el pueblo raso en las iglesias evangélicas es
nauseabundo. Pero también está la idolatría que vemos en la adoración a los líderes de las iglesias. Con
la diabólica patraña de la “unción” especial de la que algunos sujetos dicen disfrutar, se nos quiere
hacer creer que el “ungido” es infalible, es intocable, es alguien que no debe ser criticado ni por lo que
dice ni por lo que hace... eso es idolatría, y de la peor especie; ese hombre es un dios falso. A manera
más general, esa misma forma de pensar nos lleva a una teología que nos enseña que el hombre es el
centro del universo, sus derechos, sus anhelos, su manera de ver las cosas, sus aspiraciones, sus
necesidades... todo eso toma lugar preferencial en nuestros cultos, mientras que Dios es una especie de
garante espiritual que corre detrás de nosotros para atender nuestras necesidades y nuestros caprichos,
un genio de la lámpara de Aladino cuya única razón de ser es la de hacernos felices... eso, mis
hermanos, es antropocentrismo y por lo tanto idolatría y por lo tanto abominación delante del Señor,
porque pone un dios ajeno delante del único y verdadero Dios... y así sucesivamente, vamos
construyendo templos fisicos, mentales y espirituales dentro de los cuales podamos adorar al idolito de
nuestra preferencia... y a eso le llamamos culto cristiano.
ejemplo cuando nos sentamos frente a un pueblo que exige ser entretenido, que brama porque se
declaren sobre él las bendiciones materiales que ha venido a buscar, que aulla de placer cuando se les
proclama que Dios les dará un carro, que les solucionará la vida o cualquier pendejada de esas, pero
que se queja amargamente o simplemente se retira y se aleja si se les predica la Palabra, con sus
llamados a dejar el pecado, al arrepentimiento, a tomar el camino angosto, a negarse a sí mismos, a
cargar la cruz y a seguirlo. Las grandes multitudes que tanto alegran el corazón de muchos falsos
pastores hoy en día no son sino una generación de víboras que demanda señal. Sus líderes les han
construido un becerro de oro al que han llamado Jehová y alrededor del cual danzan. Cuando se les
pregunta a los pastores que por qué hicieron eso, la respuesta es “ellos así lo pidieron”... aunque Dios lo
hubiera prohibido. Esa generación que adoró al becerro no vio y mucho menos pisó la tierra prometida.
Esas multitudes también son una amenaza al culto cristiano con sus demandas, sus preferencias, sus
exigencias, sus gustos y ellas hacen temblar a los pastores cuando amenazan con irse y llevar sus
diezmos y ofrendas a otro lado si no se les da lo que quieren... y entonces nosotros nos ponemos en el
plan de “lo que la gente de hoy en día pide... quiere es...” y eso les damos, no lo que Dios dice que
necesitan.
En la misma línea, esta generación ha abandonado los valores de la fidelidad y del compromiso a las
instituciones, empezando con la familia y de ahí en adelante, con lo que se ha convertido en un
“consumidor empoderado de servicios religiosos”. La multitud danza frenéticamente en una iglesia al
son de la música que produce una banda prodigiosa, salen corriendo y se va a escuchar por internet a un
predicador de su predilección que le dice lo que quiere oir, después busca consejería en otra iglesia
diferente donde nadie pueda aplicarle disciplina por su conducta pecaminosa sino solamente escucharlo
y darle la razón; si el consejero lo confronta o lo cuestiona, al tipo eso no le sirve y busca a otro hasta
que encuantra uno a su medida. ¿Es posible el crecimiento espiritual cristiano así? ¿Se puede formar de
esa manera a un discípulo de Cristo? NO.
Alabanza (música)
El elemento musical del culto carga encima una gran responsabilidad. Por un lado, debe mover a la
congregación a alabar y adorar a Dios, ayudándola a asumir una actitud reverente de adoración o
celebratoria o preparatoria para buscar y recibir de Dios lo que tenga para darnos. Nosotros en cambio,
la tenemos como una herramienta para alegrarnos, para llevar a la audiencia a estados de euforia, o de
“quebrantamiento” o de donde sea que los queramos tener... eso claro, cuando no es una manera de
matar tiempo mientras se preparan otros “actos”.
Por otro lado está el tema didáctico. Ninguna enseñanza se mete más en la mente de una persona que la
que se repite una y otra y otra vez... y nada se repite más que una canción pegajosa. La música, las
canciones, pueden ser una enorme bendición para eso, así como una terrible amenaza si lo que
cantamos es una falsedad, como tantas y tantas de las canciones tan de moda en nuestras iglesias.
¿La única razón de mi adoración eres tú mi Jesús?... ¿y qué de eso de que el Padre busca adoradores?
¿Jesús es mi Padre?... yo creo en un Padre, un Hijo (Jesús) y un Espíritu Santo.
¿Que Jesús no pereció... la tumba no triunfó? La segunda parte es verdad, pero Jesús sí pereció, sí
murió y después resucitó... no se desmayó.
¿Es necesario hablar de enamorarse de Cristo? Si él se encarnó como hombre... ¿podemos los hombres
cantar que nos enamoramos o nos queremos enamorar de él cuando la connotación de esa palabra en
español no permite esa acepción a menos que nos declaremos homosexuales? Yo no me enamoro de mi
padre, ni de mi hermano, ni de mi amigo ni de ningún otro hombre... ¿acaso no incluye eso a Jesús?
Y así ad infinitum... ¿quién revisa, quién controla... dejamos todo en manos de los músicos? ¿Y será
que ellos sí saben... sí pueden discernir?
Predicación:
Ya hemos dicho algo con respecto a esto cuando hablamos de los profetas mentirosos. Pero
necesitamos afinar conceptos, en especial dos: ¿A qué llamamos predicación? Y ¿Cómo formamos
predicadores? Muy pocos pastores están dispuestos a invertir esfuerzo y dinero en formar a quienes los
deben reemplazar en algún momento y mucho menos si después de que un muchacho pasa por un
seminario o un instituto serio le sale “respondón” y ya no puede ni quiere tragarse entero todo lo que
dice o enseña su viejo pastor. Nos da tanto miedo que el discípulo nos rebase que haremos lo que sea
por mantenerlo debajo de nosotros ¿verdad? Y la mejor manera de hacer eso es formando nuestros
líderes por el método de clonación. Entonces, si un potencial líder aprende a vestirse como yo, a hablar
como yo, a reirse como yo, a predicar (supuestamente) como yo y si ese muchacho mantiene su lugar y
responde a todo lo que yo diga con un “sí señor”, entonces ese es el que tiene futuro, el que se declara
sucesor, aquel a quien se le dan las oportunidades de predicar... ¿no somos una amenaza terrible para la
iglesia si pensamos así?
Claro que también está el super ortodoxo, el que nos duerme con lecciones de geografía insulsa, de
arqueología trasnochada, que nos envuelve con sus palabrejas en griego o en hebreo y sus sesudos
análisis de una realidad con la que nadie se puede relacionar... y a eso le llamamos predicación.
O por el contrario, el que nos habla de los sucesos de la semana, muy actualizado, con vídeos y todo y
clama por los derechos humanos, o el medio ambiente o la defensa del aborto o de los colectivos
LGTBI, o que la justicia social (en su versión marxista, por supuesto, no la versión bíblica) o quién
sabe qué otra causa de moda, porque él está “in”, él es progresista, él es moderno, él es capaz... sin
importar realmente lo que diga la Escritura... y a eso le llamamos predicación.
Como se darán cuenta, la pseudopredicación o la falsa predicación es una amenaza terrible para la
iglesia de hoy como lo ha sido desde que la iglesia existe. Por eso no cualquiera debe ser pastor.
Cualquiera es pastor hoy en día, pero no debería serlo. La responsabilidad de cuidar todos estos
elementos es grande, inmensa, e imposible de cumplir a cabalidad sin ayuda sobrenatural, pero
lamentablemente está la amenaza de la que nos advierte Pablo cuando le escribe a Timoteo y describe
los tiempos peligrosos que vendrán: (2 Tim 3:1-8). Evidentemente estamos plagados de esas bestias
hambrientas, descritas con mayor detalle en pasajes como Ezequiel 34, fieras feroces que se comen a
las ovejas aparentando pastorearlas... y cualquiera de nosotros se puede convertir en uno de esos, uno
de esos amadores de sí mismos que andan corriendo detrás de reconocimientos, que pagan para que los
declaren apóstoles o patriarcas o generales o lo que sea, porque el título de pastor les quedó chico y
anhelan andar como sus héroes en camionetas blindadas y en aviones privados... y hasta le venden el
alma al diablo para conseguir la fama, el reconocimiento, el poder y el dinero que todo eso conlleva.
Quise entonces hacer ese pequeño inventario de amenazas, para que nos animemos a pensar, a buscar
otras posibles amenazas en nuestro entorno particular, a hacer una honesta toma de conciencia para ver
hasta qué punto nosotros mismos, nuestra manera de pensar, nuestras actitudes y nuestras conductas
personales, congregacionales o denominacionales son o pueden llegar a ser una amenaza al culto
cristiano.
Manuel Reaño