EQUINOCCIO OTOÑO: TIEMPO DE BARBECHO, CULTIVO INTERIOR
Naytiry/ 9627
La vida es cíclica, llena de procesos y transiciones. Después de un período de crisis,
pérdidas y duelos, viene tiempo de barbecho. El otoño, que se inicia durante el mes de Septiembre de cada año, cuando el Sol hace su ingreso a 0° grados de la constelación del séptimo signo la Balanza (Libra) la naturaleza nos brinda 88 días de transición hacia el invierno, favoreciéndonos con quietud, recogimiento, introspección, la mirada interior y la conexión con uno mismo. Carl Gustav Jung afirmaba que “quien mira hacia afuera sueña, quien mira hacia dentro, despierta”, y de eso trata el tiempo de barbecho: lo que se necesita para estar en paz, sanar y prepararse para una nueva relación íntima. Etapa regenerativa, auto-reguladora, propicia para cultivarse interiormente. Cuando la tierra se encuentra agotada de nutrientes necesita estar en barbecho; se la deja descansar para que se renueve, recupere sustentos y vuelva a estar en condiciones de generar nueva vida. Sin ese período está yerma, no puede dar. Así como la tierra necesita re-equilibrarse, descansar por uno o varios años, transformar los desechos en puro abono, eliminar las malas hierbas a fin de prepararse para un nuevo cultivo en el que vuelva a germinar vida, así los seres humanos necesitamos rendirnos para tornarnos fértiles, recuperarnos para volver a darnos. En otoño cambia la luz de la mañana y la luz del atardecer. Cambia el tiempo, los seres humanos cambiamos, y evolucionamos. La vida languidece, se transforma y fluye. Todo vibra en el Universo, en él todo es movimiento, vibración, y ello nos pide abrazar la impermanencia, instante a instante. Son ciclos de crecimiento, una espiral en la que vamos pasando, una y otra vez, por las diferentes estaciones, que nos brinda la oportunidad (si no nos apegamos ni rechazamos) de experimentarnos y manifestarnos como seres nuevos. Es sano volver la mirada a los vínculos que nos unen, observar las relaciones, ver si siguen estando vigentes, si se puede contar con ellas, si existe reciprocidad, valoración, amor y cuidado mutuo. Tomar conciencia de si hay una verdadera conexión, o son relaciones que dejaron hace tiempo de nutrir y de estar vivas; si podemos o no compartir lo que consideramos esencial, que es invisible a los ojos. A veces hay que dejar ir y soltar, como hacen las hojas de los árboles en otoño. Se puede dejar de perder el tiempo con aquellas que no poseen más que el valor simbólico de lo que fueron en el pasado, y no se pueden renovar por más que se intente. Así, soltar sin culpa ni remordimientos aquellas relaciones que no fluyen, no alimentan, no aportan, porque se secaron. Hablar es una necesidad, escuchar es un arte y el tiempo es oro; de ahí la importancia de ser conscientes, discernir con quién y cuándo compartimos nuestra existencia. En palabras de Jung: “Ignora a las personas que amenazan tu alegría. Ignóralos, literalmente”. Tiempo de cultivo interior, para sembrar relaciones auténticas, implicadas a la par libres, sin apegos, con confianza.