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NOTA ITALIANA1

Tal como se presenta, el grupo italiano tiene la ventaja de ser trípo­


de. Eso puede bastar para que uno se siente encima.
Para sitiar el discurso psicoanalítico, es tiempo de ponerlo a prueba,
el uso decidirá su equilibrio.
Que piense "con sus pies" es lo que está al alcance del ser hablante
desde que da vagidos.
Sin embargo haremos bien en dejar establecido, en el punto en el que
estamos, que voces a favor o en contra es lo que decide acerca de la pre­
ponderancia del pensamiento si los pies marcan tiempos de discordia.

ello de re'he debido hacer refundi­


ción de otro grupo, llamándolo por su nombre, EFP.
El analista llamado de la Escuela, AE, de ahora en adelante se reclu­
ta por someterse a la prueba llamada del pase, a la que sin embargo
nada lo obliga, puesto que, además, la Escuela delega en algunos que
no se ofrecen a ello el título de analista miembro de la Escuela, AME.
El grupo italiano, si quiere oírme, se atendrá a nombrar a aquellos
que postularán allí su entrada según el principio del pase, corriendo el
riesgo de que no los haya.
Ese principio es el siguiente, que he dicho en estos términos.
El analista no se autoriza sino por sí mismo, eso va de suyo. Poco le
importa una garantía que mi Escuela le da sin duda bajo la cifra irónica
de AME. No es con eso con lo que él opera. El grupo italiano no está en
condiciones de proporcionar esa garantía.

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JACQUES LACAN

Aquello por lo que tiene que velar es que, para autorizarse por sí
mismo, no haya sino analista.
Porque mi tesis, inaugurante por romper con la práctica por la cual
pretendidas Sociedades hacen del análisis un concurso de oposición, no
implica sin embargo que cualquiera sea analista.
Porque en lo que ella enuncia, es del analista de lo que se trata, ella
supone que lo haya.
Autorizarse no es auto-ri(tuali)zar.
Puesto que por otra parte he planteado que es del no-todo de donde
surge el analista.
No-todo ser que habla podría autorizarse a hacerse analista. Prueba
de ello es que el análisis es allí necesario, aunque no es suficiente.
Sólo el analista, es decir no cualquiera, se autoriza únicamente por
sí mismo.
Los hay, ahora hecho está: pero es porque ellos funcionan. Esta
función no vuelve sino probable la ex-sistencia del analista. Probabili­
dad suficiente para garantizar que los haya: que las posibilidades sean
grandes para cada uno las deja para todos insuficientes.
Si conviniera sin embargo que no funcionen sino analistas, tomarlo
como objetivo sería digno del trípode italiano.
Quisiera abrir aquí este camino si él quiere seguirlo.

Hace falta para eso (de allí que yo haya esperado para abrirlo), hace
falta para eso tener-en cuenta lo-rea!. Es decir, lo que resulta de nuestra -
experiencia de saber:
Hay saber en lo real. Aunque a este no sea el analista sino el científi­
co quien tiene que alojarlo.
El analista aloja otro saber, en otro lugar, pero que debe tener en
cuenta el saber en lo real. El científico produce el saber, del semblante
de hacerse su sujeto. Condición necesaria pero no suficiente. Si él no
seduce al amo velándole que es esa su ruina, ese saber permanecerá
enterrado, como lo estuvo durante los veinte siglos en los que el cien­
tífico se creyó sujeto,2 pero solo de disertación más o menos elocuente.
No vuelvo a algo demasiado conocido sino para recordar que el
análisis depende de eso, pero del mismo modo para él eso no basta.
Era preciso que se añadiera allí el clamor de una pretendida huma­
nidad para quien el saber no está hecho porque ella no lo desea.

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No hay analista si ese deseo no le adviene, es decir que ya por ello él


sea el desecho de la susodicha (humanidad).
Digo ya: está ahí la condición de la que, por algún lado de sus aven­
turas, el analista debe llevar la marca. A sus congéneres les toca "saber"
hallarla. Salta a la vista que esto supone otro saber anteriormente elabo­
rado, del que el saber científico brindó el modelo y por el cual le cabe la
responsabilidad. Es la misma que yo le imputo, la de haber transmitido
un deseo inédito solo a los desechos de la docta ignorancia. Que se trata
de verificar: para hacer analista. Sea lo que sea lo que la ciencia le debe a
la estructura histérica, la novela de Freud son sus amores con la verdad.
Es decir, el modelo del cual el analista, si es que hay uno, representa
la caída, el desecho he dicho, pero no cualquiera.
Creer que la ciencia es verdadera con el pretexto de que es transmi­
sible (matemáticamente) es una idea propiamente delirante que cada
uno de sus pasos refuta al relegar a épocas perimidas una primera for­
mulación. No hay por ese hecho ningún progreso que sea notable a
falta de saber su continuación. Hay únicamente el descubrimiento de
un saber en lo real. Orden que no tiene nada que ver con aquel imagi­
nado antes de la ciencia, pero que ninguna razón asegura que sea una
felicidad.3
El analista, si él se hace cargo del desecho que he dicho, es por, pre­
cisamente, vislumbrar que la humanidad se sitúa en la felicidad (es
donde ella nada, para ella solo hay felicidad), y en ese punto él debe
haber cernido la1causa-de-su horror, deTpropio, el suyo, separado dei
de todos, horror de saber.
Desde entonces, él sabrá ser un desecho. Es lo que el analista ha
debido al menos hacerle sentir. Si él no lo ha llevado al entusiasmo,
bien puede haber habido análisis, pero analista, ninguna probabilidad.
Es lo que mi "pase", muy reciente, ilustra a menudo: lo bastante como
para que los pasadores se deshonren allí al dejar la cosa incierta, a falta
de lo cual el caso cae bajo el golpe de una declinación cortés de su can­
didatura.
Esto tendrá otro alcance en el grupo italiano, si él me sigue en este
asunto. Porque en la Escuela de París, sin embargo, no se armó lío. El
analista, al no autorizarse sino por sí mismo, pasa su falta a los pasa­
dores, y la sesión continúa para la buena fortuna general, teñida sin
embargo de depresión.

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Lo que el grupo italiano ganaría al seguirme es un poco más serio


que lo que yo alcanzo con mi prudencia. Hace falta para eso que corra
un riesgo.

Articulo ahora las cosas para los que me entienden.


Hay el objeto a. Él ex-siste ahora, porque lo he construido. Supongo
que se conocen sus cuatro sustancias episódicas, que se sabe para qué
sirve, al envolverse con la pulsión por la cual cada uno apunta al cora­
zón y no lo alcanza sino con un tiro que falla.
Esto da soporte a las realizaciones más efectivas, y también a las
realidades más atrayentes.
Si es el fruto del análisis, reenvíen al susodicho sujeto a sus queridos
estudios. Él adornará con algunos potiches suplementarios el patrimo­
nio que supuestamente pone a Dios de buen humor. Que guste creerlo
o que eso indigne tigne el mismo valor para el árbol genealógico por el
que subsiste el inconsciente.
El tipo o la tipa en cuestión hacen allí relevo congruente.
Que él no se autorice a ser analista, porque jamás tendrá el tiempo
de contribuir al saber, sin lo cual no hay chance de que el análisis con­
tinúe siendo el mejor en el mercado, o sea: que el grupo italiano no esté
condenado a la extinción.
El saber en juego -he emitido su principio como el del punto ideal
que todo permite suponer cuando se tiene el sentido del plano- es que
no hay relación sexual, quiero decir, relación que pueda ponerse en
escritura.
Inútil a partir de allí intentar, se me dirá, ciertamente no ustedes,
pero sí sus candidatos, es uno más para replicar, por no tener ninguna
chance de contribuir al saber en el cual ustedes se extinguirán.
Sin intentar esa relación con la escritura, no hay medio en efecto de
llegar a lo que yo, al mismo tiempo que planteaba su inex-sistencia,
proponía como un fin por donde el psicoanálisis se igualaría a la cien­
cia: a saber, demostrar que esa relación es imposible de escribir, es decir,
que es en eso que él no es afirmable pero tampoco refutable: en nombre
de la verdad.
Con la consecuencia de que no hay verdad que pueda decirse toda,
incluso esta, porque a esta no se la dice ni mucho ni poco. La verdad no
sirve nada más que como el lugar en el que se denuncia ese saber.

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NOTA ITALIANA

Pero ese saber no es nada. Porque de lo que se trata es de que al


acceder a lo real él lo determina tan bien como el saber de la ciencia.
Naturalmente ese saber no está en absoluto cocido. Porque hay que
inventarlo.
Ni más ni menos, no descubrirlo, ya que la verdad es ahí nada más
que leña para el fuego, digo bien: la verdad tal como ella procede de la
/...frene (ortografía a comentar, no es la /...ferie).4
El saber por Freud designado del inconsciente es lo que inventa el
humus humano para su perennidad de una generación a otra, y hoy
que se lo há inventariado, se sabe que da pruebas de una falta de ima­
ginación terrible.
No se lo puede oír sino bajo el beneficio de este inventario: es decir,
dejar en suspenso la imaginación que es corta en ese punto, y recurrir
a lo simbólico y lo real que aquí lo imaginario anuda (es por lo que no
se lo puede dejar caer) e intentar, a partir de ellos, que de todos modos
han dado sus pruebas en el saber, agrandar los recursos gracias a los
cuales llegaríamos a prescindir de esa molesta relación, para hacer que
el amor sea más digno que la abundancia de parloteo, que constituye
hoy día -sicnt palea, decía el Santo Tomás al terminar su vida de monje-.
Encuéntreme un analista de este calibre, que conectaría el truco a algo
que no sea un organon esbozado.
Concluyo: el papel de los pasadores es el trípode mismo que lo ase­
gurará hasta nuevo aviso, porque el grupo no tiene sino esos tres pies.
Todo debe girar alrededor de escritos por aparecer.

1973

Notas

1. Traducción de Graciela Esperanza. Revisión de Graciela Esperanza y Guy


Trobas.
2. En francés, el término sujet significa tanto "sujeto" como "tema" (de
disertación). [N. de la T.]
3. "Felicidad" es la traducción del término francés bonheur. Sin embargo,
al escribirlo bon heur, Lacan enfatiza la vertiente de buena fortuna, de suerte
presente en el término heur. Es preciso tener en cuenta la homofonía con heure
(hora) y heart (toque). Lacan retoma esta escritura en la "Introducción a la edi­

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ción alemana de un primer volumen de los Escritos", en pág. 579, y en "Televi­


sión", en pág. 535, de este volumen. [N. de laT.]
4. Los dos sustantivos a los que Lacan alude son foutrerie y Jbuterie. El tér­
mino foutrerie retoma uno de los dos sentidos de fouterie, más precisamente el
que cayó en desuso: "tontería, sandez". El segundo sentido del término Jbuterie
admite otro uso, muy vulgar, que indica la acción de poseer sexualmente. La
elisión de la letra "r" con respecto a foutrerie en esta frase no le impide retomar
el uso vulgar del verbo foutre ("coger") del que derivan ambos. [N. de la T.]
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