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Lista de supermercado

Cuando vio su imagen en el espejo, no le gustó. Si, tal vez, un poco más de esto y
menos de aquello… Pensó que el problema era el cuerpo. Hizo cardio, spinning, yoga y
pilates; hizo dieta, asistió a sesiones de belleza capilar y cuidado para la piel, algunas
cirugías y reconstrucciones orgánico-plásticas, algunos detalles aquí y allá; los ojos, la
nariz, la morfología de las orejas. Volvió a la imagen y esta vez pensó que el problema era
la mente. Entonces hizo una brillante carrera en la universidad y la política. Estudió y leyó
filosofía, literatura clásica, arte, historia, arquitectura, teoría del caos y la complejidad,
visitó museos y galerías; incluso escribió —a veces— para satisfacer sus esporádicas
curiosidades intelectuales. Volvió al espejo y no supo decir si estaba mejor. Se le ocurrió
que era un asunto del espíritu; entonces se ocupó del entendimiento, el autodescubrimiento
y la fe, conoció al amor de su vida, se enamoró, se casó, tuvo hijos y una descendencia en
este mundo, viajó y rezó: catolicismo, ateísmo, protestantismo, comunismo, budismo y de
nuevo catolicismo. Hizo bien a la humanidad, buscó el sentido de la vida, lo encontró y lo
realizó. Volvió a verse y pensó que lo que buscaba se encontraba en el absurdo de los
detalles; el vino, los perfumes, las gafas de sol, los gatos finos, el color del cubrelecho, los
conciertos, las drogas suaves, las fiestas y los amigos, el sexo, la masturbación, uno y
muchos amantes —más jóvenes—, el tiempo y su disfrute despreocupado, el tiempo y su
irremediable desperdicio.

Una vez más volvió a verse y pensó que el problema era el espejo. Quiso cambiarlo y
conseguir uno mejor, pero era ya tarde, pues su tiempo había pasado.

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