Está en la página 1de 1

La noche en Bogotá era fría y opresiva.

En los cielos, una neblina negra se extendía como


una sombra ominosa. Las calles estaban desiertas, como si todos los habitantes se
hubieran ido. En medio del caos, un hombre caminaba despacio. Era un psicoanalista que
ofrecía terapia a domicilio. Llevaba una maleta de herramientas y una libreta con sus
notas. Tenía una misión: ayudar a las personas de Bogotá a lidiar con el miedo, la
ansiedad y la tristeza que la ciudad había desatado. Mientras caminaba, miraba los
edificios desmoronados y la destrucción que había dejado el apocalipsis. Las calles
estaban llenas de basura y escombros. El viento soplaba con fuerza, traído por el hedor
de la muerte. Pero incluso en medio de la desolación, el psicoanalista encontró una luz de
esperanza. Mientras caminaba, escuchó una voz familiar, una voz que le recordó que no
todos habían desaparecido.

Una Bogotá apocalíptica había sido creada a mediados del S. XXI, resultado del
inminente colapso del sistema capitalista. Las calles estaban desoladas, con edificios
derruidos y una niebla espesa que cubría la ciudad. Los escasos medios de transporte
que resistían, como el Transmilenio, eran usados por aquellos que trataban de huir del
caos. Un psicoanalista, que hacía uso de estos medios de transporte, recorría la ciudad y
observaba atónito el destino que les había tocado. Ciudadanos desesperados se
arrastraban por los escombros, preguntando si había alguna esperanza. El psicoanalista
quedaba conmocionado al ver que lo que había sido una ciudad moderna y próspera
había sido reducida a un paisaje de destrucción.

También podría gustarte