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“Eventos y descripciones, verdad y correspondencia”

En este trabajo quiero proponer algunas consideraciones,


provisionales y fragmentarias, acerca de ciertos tópicos relevantes para
la cuestión del realismo y una postura realista acerca de la verdad.
Dado que mi intención principal es desarrollar una defensa de una
concepción realista de la verdad y esta se asocia habitualmente con una
concepción de la verdad como correspondencia, voy a comenzar
ocupándome de ésta última. Los intentos de sostener que la verdad es
una correspondencia entre el enunciado y el hecho, se han enfrentado
con dos dificultades fundamentales, a saber: ¿cuál es el carácter de esa
correspondencia? y ¿qué es un hecho?
Voy a comenzar por la segunda cuestión. Por un lado parecería que los
hechos, en tanto que aquello con lo que el enunciado se corresponde,
son parte del mundo y como tales independientes del lenguaje. Es
precisamente esa realidad independiente que asignamos a los hechos,
la que otorga a la teoría de la verdad como correspondencia,
importancia decisiva para el realismo. Pero por otro lado parece
también indiscutible que el modo que tenemos de caracterizar hechos
es a través de los enunciados. Así por ejemplo, ¿es un hecho que el gato
está sobre la alfombra? Lo es, si es verdad que el gato está sobre la
alfombra, o mejor el gato está sobre el alfombra es un hecho si y sólo si
el enunciado "el gato está sobre la alfombra" es verdadero. Así, en el
momento de caracterizar los hechos debo recurrir a dos expedientes, los
enunciados y la verdad.1 El que deba recurrir a la verdad parece otorgar
cierta circularidad al intento de definir a esta última como
correspondencia con los hechos; el que tenga que recurrir a los
enunciados, como modo de identificarlos, arroja cierta sombra sobre su
pretendida independencia respecto del lenguaje. Y esta sombra se hace
más pronunciada a partir de las tesis de Quine de la inescrutabilidad de
la referencia e indeterminación de la traducción. Porque obsérvese que,
si cuando un sujeto profiere "Gavagai", puede estar diciendo "Ahí hay
un conejo", o "Ahí hay una parte no separada de conejo", sin que
ninguna observación adicional permita dirimir la cuestión, no tenemos
modo de saber a qué hecho se refiere el sujeto. Entonces, podría
suceder que lo que para mí es el hecho de que hay un conejo allí, para
el hablante nativo sea el hecho de que ahí hay una parte no separada
de conejo. Y como un conejo no es lo mismo que una parte no separada
de conejo, el nativo y yo estamos señalando hechos distintos. Si ahora
decimos con el primer Wittgenstein que el mundo es la totalidad de los

1
Si bien esto es discutible, (véase por ejemplo J. L Austin “Unfair to Facts”) no me voy a detener
en este punto.
2

hechos, entonces el nativo y yo habitamos en mundos diferentes. Y esta


última afirmación ya se ha transformado en un clásico de la filosofía
contemporánea. Pero como esta conclusión ofende al sentido común,
creo que algo debe estar mal en todo esto. El problema es saber qué.
Como hay que empezar por algún lado, voy a considerar algunas de las
cosas que las tesis de la indeterminación de Quine suponen. Una de
esas cosas es que hay eventos a los cuales acceden el hablante nativo y
el traductor.2 Otra, que hay similitudes y diferencias entre esos
eventos.3 Que ambos son supuestos de las tesis de indeterminación
resulta del hecho de que solo puedo decir que hay indeterminación en
la traducción de un término, o un enunciado de un lenguaje, si no
existe ninguna situación en la que una de sus traducciones se aplique y
la otra no. Porque si pudiera darse esta última situación la
indeterminación desaparecería. La cuestión es simple, si hay alguna
situación la que se aplique el término "gavagai" y en la cual funcione el
término "conejo” y no funcione “parte no separada de conejo”, entonces
la inescrutabilidad desaparece y puede sostenerse sin temor a
equivocarse que “gavagai” significa “conejo”. Pero obsérvese que para
poder reconocer una situación como una en la que se aplicaría un
determinado término, tengo que poder acceder a ella de un modo
directo y debo además reconocer que otras situaciones son lo
suficientemente parecidas a ésta como para que se aplique el mismo
término.
Pues bien, parece que aún cuando aceptemos las tesis de
indeterminación de Quine, podemos preservar nuestras creencias en un
mundo objetivo públicamente accesible, que exhibe similitudes y
diferencias. Es cierto que de acuerdo con estas tesis no tenemos acceso
al modo en que el nativo articula ese mundo y por lo tanto, en palabras
de Quine, a la ontología de su sistema de creencias. Pero sí tengo
acceso a lo mismo que él tiene acceso, aún cuando pueda no
conceptualizarlo como él lo hace. Y al decir esto me he introducido de
lleno en la doctrina del esquematismo conceptual, otro de los campos
propicios para el relativismo. Según esta doctrina, los esquemas
conceptuales recortan el mundo, esquemas conceptuales distintos
recortan el mundo de modos diferentes. Un modo de hacer inteligible la
noción de esquema conceptual, es considerándola como una parte del
lenguaje, en particular esa parte que consiste de enunciado-
intermedios, que al decir de Coffa4, son empíricos o fácticos, pero no
2
Dice Quine en Word and object, pág. 29 “The utterances first and most surely translated in such a case are ones keyed to present
events that are conspicuous to the linguist and his informant.”
3
Dice Quine en “Géneros naturales” en La relatividad ontológica y otros ensayos, pág. 150 "...el aprendizaje del uso de una palabra
depende de un doble parecido, primero, de un parecido entre las circunstancias presentes y pasadas en que es usada la palabra, y
segundo, en el parecido fonético entre la presente emisión de la palabra y las pasadas emisiones de ella." Las cursivas son nuestras.
4
J. A. Coffa "La filosofía de la ciencia después de Kuhn", Cuadernos de filosofía, Año XXII Número 35, Mayo de 1991, Buenos
Aires, Argentina.
3

meramente empíricos. El carácter peculiar de esos enunciados se hace


patente cuando los usamos para formular preguntas. Así preguntar
¿esto es un conejo? o ¿esto es una parte no separada de conejo? sería al
decir de Norwood Russell Hanson5 diferente de preguntar ¿tiene este
conejo la nariz larga?; ya que responderíamos a esta última observando
el conejo para ver si en efecto tiene la nariz larga, mientras que las
respuestas a las preguntas del primer tipo no pueden ser respondidas
de ese modo. A diferencia de las preguntas del segundo tipo, no hay
respecto de las primeras, como debería quedar claro a partir de las tesis
de Quine, ninguna cuestión empírica que permita dirimir la cuestión.
Por otra parte, las preguntas del primer tipo deben ser respondidas
antes de que tenga sentido plantear las del segundo; con lo cual juegan
un papel fundamental en lo que puede decirse con sentido respecto del
mundo. Como señala Coffa6 “la característica más importante de estas
preguntas es que la respuesta a ellas no está determinada por los
hechos; o para decirlo de otra manera, aún cuando estas preguntas
son, en cierto sentido acerca del mundo, éste no determina que
respuesta a ellas es correcta. Por cierto que la idea de una respuesta
correcta carece de sentido en este contexto, puesto que si hay una
respuesta correcta, hay muchas respuestas correctas en conflicto...”.
Una clásica pregunta de este tipo es la que se presenta a propósito
de la figura ambigua Pato-Conejo. Frente a dicha figura, las preguntas
¿esto es un pato? o ¿esto es un conejo? no pueden ser respondidas por
la mera observación de la figura. Sin embargo cual sea la respuesta que
se adopte tendrá consecuencias respecto de la experiencia futura.
Ciertos relativistas son muy adeptos a recurrir a la idea de las gestalt
ambiguas, como ésta del famoso pato-conejo, para hacer intuible su
propuesta; el problema es que cuando pretendemos ir un poco más allá
de la ilustración metafórica, el ejemplo no parece tan convincente.
Porque obsérvese que la fuerza de estas figuras ambiguas reside
precisamente en que nos limitamos a la consideración de las mismas y
nada más. Claro, parece muy convincente que dada una figura ambigua
de este tipo, por ejemplo el pato-conejo, alguien pueda considerarla un
pato y otro un conejo. Si esas figuras fuesen el mundo, esas personas
vivirían por cierto en mundos diferentes, aunque en mundos, es forzoso
reconocerlo, bastante poco poblados. Pero esta metáfora deja de ser
convincente cuando aumentamos el mundo. Alcanza con salir de la
imagen ambigua para que, al ver poner huevos al conejo comprendamos
o bien que quien decía que era un conejo estaba equivocado o
simplemente llamaba conejos a los patos. El punto aquí parece
5
Cf. Coffa, J.A. , Op. Cit
6
ídem, Pág. 13.
4

depender de qué porción del mundo y del lenguaje estamos tomando en


cuenta. Para porciones suficientes amplias del mundo y del lenguaje,
como para resultar interesantes, la metáfora de la gestalt ambigua ya
no funciona. Por cierto que siguen funcionado los conejos y sus partes
no separadas de Quine, pero no los conejos y los patos. La razón es
sencilla, mientras que todo evento que consiste en la presencia de un
conejo, es un evento que consiste de la presencia de partes no
separadas de conejos, no todo evento que consista en la presencia de
un conejo consiste en la presencia de un pato. Entonces o bien las
discrepancias se deben a un fallo de percepción de uno de los hablantes
discrepantes, fallo que se arregla una vez que se reiteran situaciones no
ambiguas, o la famosa discrepancia se reduce a que uno usa el término
"conejo" para referir a conejos y el otro para referirse a patos. Creo que
no debemos exagerar las diferencias a las que nos enfrentan las tesis de
la indeterminación de Quine, y por cierto no habilitan a estos cambios
dramáticos de gestalt. Es más, que el traductor admita como posibles
dos traducciones alternativas de "gavagai" implica que el traductor
reconoce que ambas alternativas se aplicarían en forma correcta para
referir un aspecto del evento. Precisamente lo que hace convincente la
tesis de Quine es que todos aceptamos de buen grado que siempre que
hay conejos, hay partes no separadas de conejo. Claro que el adoptar
una de las dos traducciones obliga a hacer opciones entre hipótesis
analíticas alternativas. Así, si opto por "conejo", deberé interpretar un
cierto enunciado del nativo como afirmando que este conejo es el mismo
que este, y si adopto "parte no separada de conejo" deberé interpretar el
mismo enunciado como afirmando que esta parte no separada de conejo
está conectada con esta parte no separada de conejo. Pero ello es así
porque reconozco que se trata de dos enunciados verdaderos en la
misma situación.7 De modo que cuando Quine habla de manuales de
traducción incompatibles entre sí, pero ambos compatibles con la
totalidad de las disposiciones del habla, hay que entender esta
incompatibilidad en su justa medida. No se trata, como podría
suponerse, de que ambos enunciados no puedan ser verdaderos en la
misma situación. Podríamos decir que "conejo" y "parte no separada de
conejo" son incompatibles como versiones de "gavagai" en el sentido de
que no podemos asignarles ambos significados a la vez a dicho término,
pero no lo son en el sentido de que uno se aplique precisamente en las
situaciones en que el otro no lo hace y viceversa. Porque precisamente,
lo interesante de los ejemplos de Quine es que brindan varias
descripciones posibles del mismo evento en el lenguaje del traductor;
cual resulte más natural para él dependerá de su forma de ver el
mundo, determinado en gran parte por sus intereses. Una consecuencia
7
En este caso la situación incluye también el acto ostensivo que presumiblemente acompañe el uso de "éste".
5

a sacar de esto es que el traductor admite que es posible describir el


mundo de diversos modos, aún cuando él acuda con mayor frecuencia,
o exclusivamente, a una de esas descripciones. Tal vez el marciano de
Putnam optará por otra. De acuerdo con esto vivir en mundos distintos
valdría tanto como preferir una descripción a otra. Pero, y esto es lo
importante, esa elección no le impide al traductor de Quine acceder a
esos “otros mundos”; e incluso a reconocer que son formas plausibles
de describir las cosas, si bien se adapta mejor a sus intereses su modo
de describirlas. Así parece que podríamos decir que dos manuales
distintos de traducción proponen dos descripciones diferentes de un
mismo evento.
Si estas consideraciones no están equivocadas parecería que las
tesis quineanas de la indeterminación suponen la aceptación de los
eventos aunque no así la de los hechos. Por otra parte, no cabe duda
que los eventos son entidades más propicias a la filosófica aceptación
que los hechos.
Ahora bien, hasta ahora hemos hablado de los eventos y sus
distintas descripciones y hemos señalado que parecen ser supuestos de
las tesis quineanas de la indeterminación. Pero esta distinción va a
jugar un rol más marcado en uno de sus discípulos, Donald Davidson;
en particular en su teoría de la acción. Y Davidson no sólo va a
desarrollar su teoría de la acción apoyado en esta distinción, sino que
además va a desarrollar un elaborado argumento a favor de los eventos
como una forma de desarrollar una teoría de los adverbios y los
enunciados causales. En su teoría la forma lógica de los enunciados
causales y los enunciados que contienen clausulas adverbiales deben
incluir variables para eventos. Y la cuantificación sobre dichas variables
nos comprometerá, vía el criterio de compromiso ontológico de Quine,
con los eventos como entidades. Lo que resulta interesante a su vez,
para nuestros propósitos, es que en tanto desarrolla un argumentos a
favor de los eventos, argumenta en contra de los hechos. El argumento
explícito contra los hechos, al menos en tanto hacerdores de verdad de
los enunciados, es el conocido como “Slignshot” o argumento del tiro de
honda. Sin embargo podemos ver un argumento indirecto contra los
hechos en su desarrollo de los argumentos a favor de los evnetos.
Porque el argumento a favor de los eventos sigue la línea de aceptar
aquellas entidades que deben ser valores de nuestra variables de
cuantificación para que los enunciados de nustra teoría sean
verdaderos. Y si bien los eventos deben estar entre diuchos valores,
parecería que los hechos no. Veamos entonces la distinción entre
hechos y eventos que permitían aclarar en parte porque unos son
necesarios y otros no.
Consideremos el predicado:
6

1) Murió (Cesar, x)
que podría leerse como “x es un morir de Cesar”.
A partir del mismo podemos construir la oración cerrada:
2) (Ǝx) (Murió (Cesar, x))
que afirma la existencia de un evento que es un morir de Cesar; o un
término singular:
3) (ιx) (Murió (Cesar, x)).
La oración 2) afirma la existencia de un evento de determinado tipo. El
término singular 3) denota un único evento de ese tipo.
Si siguiendo a Ramsey, consideramos que
a) Cesar murió,
es un enunciado existencial que afirma la existencia de un evento de cierto
tipo, entonces podemos reescribir a) como 2).
Si consideramos, a partir de esto, la diferencia entre hechos y eventos,
deberíamos decir que, mientras que 2) describe (o se corresponde o no con) un
hecho, sólo una parte de él denota un evento, a saber la variable ligada x.
Así podríamos decir que la existencia de un evento del tipo indicado es
condición para la verdad de 2). Sin embargo, el evento que debe existir para que
2) sea verdadero no debe confundirse con el denotado por 3). Claro que si 3)
denota, 2) es verdadero; pero 2) puede ser verdadero aunque 3) no denote
(porque haya más de un evento de ese tipo). Esto quedará más claro si
consideramos el siguiente enunciado:
b) Michael Phelps es medalla de oro en los juegos olímpicos.
Si b) es verdadero, entonces:
b’) (Ǝx) (Ganar la medalla de oro en los juegos olímpicos (Phelps, x)).
Pero como Phelps ganó más de una medalla de oro en los juegos olímpicos
b’’) (ιx) (Ganar la medalla de oro en los juegos olímpicos (Phelps, x)
no denota ningún evento.
Así tenemos:
(Ǝx) (Murió (Cesar, x))

evento

Hecho

Así, no debemos confundir eventos con hechos y los argumentos respecto


del compromiso ontológico con los eventos no pueden trasladarse a los hechos.
7

La verdad de 2) nos compromete con eventos pero no con hechos.


Lo que si podemos decir es que
“Cesar murió” es verdadero ≡ existe un evento que es un morir de Cesar.
Con ello damos las condiciones de verdad de “Cesar murió”, y hacemos
explícito que la verdad del mismo depende de la existencia de un evento de
cierto tipo. El tipo del evento que debe existir para que el enunciado sea
verdadero depende del enunciado. Así, en el caso del enunciado “Cesar murió”,
el tipo de evento debe ser “un morir de Cesar”.
Así tendríamos que de acuerdo con la propuesta de Ramsey y el criterio
quineano de compromiso ontológico, un enunciado nos compromete con
aquellos eventos que debes ser el valor de sus variables de eventos para que el
enunciado sea verdadero.
A su vez, como señalamos, un evento puede admitir distintas
descripciones, y cual sea la descripción del evento que hacer verdadero al
enunciado, dependerá precisamente el enunciado mismo. Así, por ejemplo
a) Cesar murió
y
c) Cesar fue asesinado
serían formulables en la propuesta de Ramsey como
a’) (Ǝx) (Murió (Cesar, x))
y
c’) (Ǝx) (Asesinar (Cesar, x)),
los cuales nos comprometen respectivamente con los eventos descritos
como
a’’) un morir de Cesar
y
c’’) un ser asesinado de César.
Que ambos eventos sean uno y el mismo, es una cuestión histórica, pera
nada en a’’) indica que se trate del mismo evento que c’’). Así, el evento que
debe existir para que a) sea verdadero es de un tipo distinto del que debe existir
para que c) lo sea. Y ello porque a) y c) tienen condiciones de verdad distintas.
Pero lo que es claro es que bajo qué descripción debe caer el evento para que el
enunciado sea verdadero está dado precisamente por dicho enunciado. Así
podríamos decir que un enunciado describe un evento de un modo
determinado, y es verdadero si el evento así descrito existe.
En la formulación clásica de la verdad como correspondencia se sostiene
8

que un enunciado es verdadero si hay un hecho con el cual el enunciado se


corresponde. Así diríamos que “César murió” es verdadero porque se
corresponde con el hecho de que Cesar murió. Los hechos cumplían en esta
caracterización con el rol de hacedores de verdad de los enunciados y eran a su
vez la contribución del mundo necesaria para la objetividad de la verdad. Sin
embargo esta concepción de la verdad resultaba poco satisfactoria en virtud de
la dificultad para caracterizar los hechos como parte del mundo y la de
caracterizar la correspondencia como relación. Con todo creo que lo
determinante para mantener el espíritu de la correspondencia es que la verdad
depende de la relación que el enunciado tiene con el mundo. Y creo que esta
relación es recogida por la determinación de un evento que debe existir para
que el enunciado sea verdadero. Es decir, no se trata de que un enunciado sea
verdadero porque existe un correlato ontológico del enunciado (el hecho), sino
porque existe un evento que es denotado por sus variables para eventos.
A seguir trabajando
(Pensar si esto permite mantener la idea de correspondencia dejando de lado los hechos y
asumiendo en su lugar los eventos. ¿Si los eventos pueden ser los hacedores de verdad de las
oraciones?)
Qué argumentos habría contra los hechos:
1) El criterio de compromiso ontológico quineano (que no incidiría contra la
correspondencia si la caracterización derivada funciona.
2) el Slingshot (ver críticas de Chateaubriand)

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