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La indiferencia del peruano

Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)

Somos una sociedad visiblemente fragmentada, no sólo por ancestrales desigualdades


económicas y sociales. Si bien poseemos una variada riqueza en el fondo creemos que el éxito
de uno se hace, finalmente, a partir de la frustración de otro. Existe una visión individualista e
insolidaria en nuestra relación con el entorno.

El pueblo peruano se caracteriza por su debilidad institucional, desinterés en la suerte que


corren sus miembros y creciente enajenación respecto de los demás. Rehuimos apropiarnos
del medio porque no asociamos lo que nos rodea como propio. Es decir, no incorporamos a
la comunidad de la que formamos parte y, por cierto, procedemos como observadores y
agudos críticos de los dramas ajenos. Nada más!

La indiferencia es parte de nuestra forma de ser. Nos interesa poco nuestra historia, los
derechos constitucionales, la economía, la política, la literatura, entre otros múltiples
asuntos que estamos obligados a asumir para conocer, apreciar e identificarnos como
nación. Estamos sumergidos en un profundo “pozo” de atraso, incultura, ausencia de
valores y buenos modales, entre otros males. Pero, a nadie le importa.

Cada uno vive sus apuros y retos ante la supervivencia diaria. No buscamos alternativas
organizadas para enfrentar conflictos comunes, somos incapaces de mirar al vecino con
sentido solidario, tenemos una autoestima resquebrajada que impide defender nuestros
derechos y, además, practicamos ese deporte consistente en “diagnosticar” -cada vez que
estamos con unas copas en la mano- los problemas de la patria y evadimos convertirnos en
actores del cambio que demandamos.

Nuestro país ha tenido un progreso concentrado en su franja costera. De allí que el


habitante de esta zona ha vivido ignorando al Perú. El genial y soberbio dramaturgo,
narrador y poeta Abraham Valdelomar (1888-1919) afirmaba: “El Perú es Lima, Lima es el
Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais y el Palais Concert soy yo”. El Palais
Concert era un célebre café-cine-bar, inaugurado el 29 de febrero de 1913, ubicado en la
esquina del Jirón de la Unión y la avenida Emancipación (cercado de Lima) y aunque no
existe fuente escrita que sustente la existencia de esta expresión, su significado es claro: El
centralismo como uno de los males que dificulta entendernos.

Históricamente los ámbitos andinos han sido postergados y olvidados aún en los momentos
más dramáticos de la república. Recordemos la indiferencia con que se asumió la presencia
de Sendero Luminoso en estos lugares. El habitante limano (como se decía en la época
colonial) solo reaccionó -ante la violencia perpetrada por este grupo terrorista entre 1980 y
1992- cuando su accionar amenazaba la capital. Igual apatía mereció la comunidad
Asháninkas, víctimas de innumerables matanzas en aquellos años.

Por otra parte, hace un tiempo encontré en el libro “Rajes del oficio”, del periodista Pedro
Salinas, una reflexiva respuesta de Mario Vargas Llosa a la pregunta ¿Qué te enfurece más
del Perú?: “Me enfurece sus inmensos contrastes culturales, económicos. Me enfurece el
egoísmo y la ceguera de los peruanos privilegiados. Me entristece terriblemente la
incultura, la desinformación, y a veces los resentimientos y rencores de los peruanos en
general. Me entristece mucho la gran mediocridad de sus dirigencias políticas, la incultura
general de la sociedad peruana. Y la perseverancia en el error, que es una característica
nacional, en el campo político, económico y social”.

Interesante aseveración del Premio Nobel de Literatura (2010). “Perseveramos” en


equivocarnos y así lo dejamos notar al elegir a nuestras autoridades. Somos ineficientes
para replantear nuestro contexto y aceptarnos -con diferencias y complejidades- como
colectivo humano con un pasado común. No solo debiéramos alardear con determinados y
ocasionales “lauros” y “maravillas del mundo”. El orgullo tiene que reflejarse en nuestra
permanente e inequívoca actitud personal.

No poseemos una disposición triunfadora y tampoco alentamos nuevas realizaciones en los


demás. En pocas palabras, la victoria “divide”, mientras el fracaso “une”. Para el que se
cae, el éxito confirma las injusticias del sistema. Mientras para el triunfador, esto consagra
sus virtudes individuales. Esta mirada refleja conformismo y falta de seguridad en el futuro.
Requerimos sublevar el alma de los peruanos y sacudirnos de la sumisión, la apatía y la
resignación que alimenta nuestro día a día.

Cuando entenderemos que este comportamiento nos divide y debilita. Forjemos -en todos
los niveles- la solidaridad, la integración y el compromiso a fin de asumir el porvenir con
sentimientos esperanzadores. Esa tarea empieza en la educación familiar, escolar y
universitaria y, por cierto, en medios de comunicación y actores representativos de la
sociedad. Tengamos presente lo señalado por el escritor estadounidense Tom Clancy: “El
hombre es una criatura de esperanza e incentiva y ambas cualidades desmienten la idea de
que no es posible cambiar las cosas”.

(*) Docente, ambientalista, periodista, consultor en organización de eventos,


protocolo, imagen y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/

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