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La indiferencia es parte de nuestra forma de ser. Nos interesa poco nuestra historia, los
derechos constitucionales, la economía, la política, la literatura, entre otros múltiples
asuntos que estamos obligados a asumir para conocer, apreciar e identificarnos como
nación. Estamos sumergidos en un profundo “pozo” de atraso, incultura, ausencia de
valores y buenos modales, entre otros males. Pero, a nadie le importa.
Cada uno vive sus apuros y retos ante la supervivencia diaria. No buscamos alternativas
organizadas para enfrentar conflictos comunes, somos incapaces de mirar al vecino con
sentido solidario, tenemos una autoestima resquebrajada que impide defender nuestros
derechos y, además, practicamos ese deporte consistente en “diagnosticar” -cada vez que
estamos con unas copas en la mano- los problemas de la patria y evadimos convertirnos en
actores del cambio que demandamos.
Históricamente los ámbitos andinos han sido postergados y olvidados aún en los momentos
más dramáticos de la república. Recordemos la indiferencia con que se asumió la presencia
de Sendero Luminoso en estos lugares. El habitante limano (como se decía en la época
colonial) solo reaccionó -ante la violencia perpetrada por este grupo terrorista entre 1980 y
1992- cuando su accionar amenazaba la capital. Igual apatía mereció la comunidad
Asháninkas, víctimas de innumerables matanzas en aquellos años.
Por otra parte, hace un tiempo encontré en el libro “Rajes del oficio”, del periodista Pedro
Salinas, una reflexiva respuesta de Mario Vargas Llosa a la pregunta ¿Qué te enfurece más
del Perú?: “Me enfurece sus inmensos contrastes culturales, económicos. Me enfurece el
egoísmo y la ceguera de los peruanos privilegiados. Me entristece terriblemente la
incultura, la desinformación, y a veces los resentimientos y rencores de los peruanos en
general. Me entristece mucho la gran mediocridad de sus dirigencias políticas, la incultura
general de la sociedad peruana. Y la perseverancia en el error, que es una característica
nacional, en el campo político, económico y social”.
Cuando entenderemos que este comportamiento nos divide y debilita. Forjemos -en todos
los niveles- la solidaridad, la integración y el compromiso a fin de asumir el porvenir con
sentimientos esperanzadores. Esa tarea empieza en la educación familiar, escolar y
universitaria y, por cierto, en medios de comunicación y actores representativos de la
sociedad. Tengamos presente lo señalado por el escritor estadounidense Tom Clancy: “El
hombre es una criatura de esperanza e incentiva y ambas cualidades desmienten la idea de
que no es posible cambiar las cosas”.