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LAS

ESTRELLAS
ASCENDEN
ASCENDENTES
(60 Compañeros del
Profeta Muḥammad s)

Dr. ʿAbdu
Abdur-Rah
Rahmān Ra
Raʿfat

Traducción
ʿAbdur-Razzāq Pérez Fernández
ÍNDICE

Capítulo página

1. Saʿīd ibn ʿĀmir al-Ŷumaḥī 1


2. Abū ʿUbaida ibn al-Ŷarrāḥ 7
3. Jabbāb ibn al-Aratt 13
4. Aṭ-Ṭufail ibn ʿAmr ad-Dausī 19
5. Abū Ḏarr al-Guifārī 24
6. Umm Salama 29
7. ʿAbdullāh ibn Umm Maktūm 35
8. ʿUmair ibn Wahb 40
9. Abū Ayyūb al-Anṣārī 45
10. Salmān al-Farsi 50
11. ʿAmr ibn al-Ŷamūḥ 56
12. ʿAbdullāh ibn Masʿūd 61
13. ʿIkrima ibn Abī Ŷahl 67
14. Al-Barāʿ ibn Mālik al-Anṣārī 73
15. Asmāʾ bint Abū Bakr 77
16. ʿAbdullāh ibn Ḥuḏāfa as-Sahmī 83
17. ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš 89
18. Muʿāḏ ibn Ŷabal 94
19. Ṯumāma ibn Aṯal 98
20. Zayd al-Jair 103
21. Baraka 109
22. ʿUmair ibn Saʿd al-Anṣārī 117
23. Ḥuḏaifa ibn al-Yamān 126
24. Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib 135
25. Abū Sufyān ibn al-Ḥāriṯ 144
26. Ḥakīm ibn Ḥazm 151
27. Suhail ibn ʿAmr 156
28. Zayd ibn Ṯābit 164
29. ʿAbdullāh ibn ʿAbbās 169
30. Ramla bint Abī Sufyān 177
31. ʿAbdullāh ibn Sal·lām 182
32. Muḥammad ibn Maslama 186
Capítulo página

33. Nuʿaim ibn Masʿūd 196


34. ʿAbbād ibn Bišr 206
35. Ḥabīb ibn Zayd al-Anṣārī 211
36. Rabīʿa ibn Kaʿb 216
37. Abu ‘l-ʿĀṣ ibn ar-Rabīʿa 222
38. Rumaisa bint Milhan 228
39. Ṭalḥa ibn ʿUbaidullāh 234
40. ʿUqba ibn ʿĀmir 242
41. Muṣʿab ibn ʿUmair 249
42. Fāṭima bint Muḥammad 260
43. Ṣuhaib ar-Rūmī 274
44. Abu ‘d-Dardāʾ 280
45. ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf 287
46. Saʿīd ibn Zayd 294
47. Ubaiy ibn Kaʿb 301
48. Sālim, maula de Abū Ḥuḏaifa 306
49. Abū Huraira 312
50. ʿAdīy ibn Ḥātim 319
51. An-Nuʿmān ibn Muqarrin 325
52. ʿUtba ibn Gazwān 332
53. Abū Mūsā al-Ašʿarī 338
54. Saʿd ibn Abī Waqqāṣ 347
55. An-Nuʿaiman ibn ʿAmr 356
56. Ŷulaibib 362
57. Ṯābit ibn Qais 367
58. Fairūz ad-Dailamī 371
59. ʿAbdullāh ibn ʿUmar 378
60. ʿĀʾiša bint Abī Bakr 383

GLOSARIO 391
CRONOLOGÍA 401
Mapas 404

2
Introducción
LOS EPISODIOS narrados en este libro representan, en su con-
junto, una de las épocas más luminosas de las que la humani-
dad tiene noticia, fruto de la intensidad de Luz Divina que se
derramó sobre los corazones de las gentes que fueron testi-
gos del descenso de la revelación a los hombres. No podía ser
de otro modo: la irrupción de la Verdad en una sociedad so-
mete a todos sus individuos a las pruebas más extremas; unos
son conscientes de ello y otros no, pero ninguno escapa...
Los capítulos presentan viñetas entrelazadas cuyo propó-
sito no es biográfico sino el de ilustrar el escenario profético.
Lo más valioso de este testimonio, en contraposición con
episodios similares en la historia de la conciencia religiosa de
la humanidad, es que en este caso, los episodios están docu-
mentados por testimonios de primera mano que han sido
autentificados con la máxima escrupulosidad, manteniéndo-
los en el terreno de lo humano y sin atisbos de santería ni de
excesiva veneración, dado que aunque se trata de personas
muchas de las cuales, en la cultura cristiano-occidental, pod-
ían ser consideradas santas, sus vidas permanecen reconoci-
bles y próximas a la condición humana, y eso hace que sus
virtudes nos sirvan de inspiración y ejemplo.
Es sabido que el Islam rechaza la veneración exagerada de
los santos que vemos por ejemplo en el cristianismo. La razón
de esto es que su función de servir de ejemplo a generaciones
posteriores y como modelos de rectitud, abnegación y cum-
plimiento de los deberes para con Dios, inspira inevitable-
mente en las gentes una adoración ciega que degenera pron-
to en idolatría. Pues, de ser considerados como algo más que
meros hombres y mujeres, pasan a ser vistos, por razón de su
excelencia, como allegados a Dios y tomados por intermedia-
rios entre Él y los hombres. De ello existen pruebas claras en
otras religiones, y esto es algo claramente repugnante y
ofensivo a la omnipotencia de Dios, ‘que conoce todo lo que
hay en los corazones de los hombres’ y no necesita, por tan-
to, de ningún mediador entre Él y los hombres.
Uno de los aspectos más interesantes en estas viñetas es el
de la conversión, la aceptación como verdad de la reformula-
ción de la doctrina eterna del mensaje de los profetas. El
Corán se refiere a los pueblos árabes como gentes cuyos an-
tepasados no habían sido advertidos y que por ello vivían
ignorantes del bien y el mal. La época anterior a la Profecía
de Muḥammad s se conoce como la era de la ignorancia, un
tiempo de tinieblas e idolatría. El impacto de la Revelación en
esa sociedad fue tremendo, separando a padres e hijos, espo-
sos y hermanos, y sometiendo al tejido social a fuertes ten-
siones en las que aparecen los comportamientos más extre-
mos: la vileza más brutal y execrable y el heroísmo más su-
blime. Este proceso purificador decanta los elementos a su
estado esencial, eliminando la escoria que sale a la superficie
en el crisol del enfrentamiento con el Criterio divino del bien
y el mal. Todo aquello que era considerado sagrado hasta
entonces en el legado transmitido de las generaciones ante-
riores y que no soporta la prueba de esta confrontación que-
da de manifiesto como un añadido humano producto de la
innovación y el compromiso temerario.
Una de las funciones esenciales de la Revelación es aclarar
aquello en lo que los hombres discrepan acerca de las cues-
tiones primordiales de la condición humana: la Unidad de
Dios, Su Revelación a los Profetas, el propósito de la vida y de
la creación, la realidad del Más Allá, la responsabilidad por
las propias acciones, la rendición de cuentas, la recompensa y
el castigo, etc. En ausencia de un criterio divino que las acla-
re, todas estas cuestiones quedan expuestas al trasiego de la
opinión y la especulación, y al fin y al cabo, a la discrepancia
y la confusión que las diluye hasta tal punto que son conside-
radas insolubles, y finalmente son apartadas del discurso
humano en aras de las cuestiones más urgentes del día a día.
En resumen, los ejemplos incluidos aquí son representati-
vos de una comunidad que Dios Altísimo describe en el Corán
como: Sois, ciertamente, la mejor comunidad que jamás se haya

ii
suscitado para [el bien de] la humanidad: ordenáis la conducta re-
cta, prohibís la conducta inmoral y creéis en Dios.
(Corán, 3:110)

iii
1. SAʿĪD IBN ʿĀMIR AL-ŶUMAḤ
UMAḤĪ

SAʿĪD IBN ʿĀMIR al-Ŷumāḥī fue una de las miles de personas que
acudieron a la zona de Tanʿim, en las afueras de Meca, invita-
das por los jefes de Quraiš para presenciar la ejecución de
Jubaib ibn ʿAdīy, uno de los Compañeros del Profeta -la paz y
las bendiciones de Dios sean con él-, al que habían capturado
a traición.
Con su exuberante juventud y vigor, Saʿīd se abrió paso
entre la multitud hasta llegar a la altura de los jefes de
Quraiš, hombres como Abū Sufyān ibn Ḥarb y Ṣafwān ibn
Umayya, que encabezaban la procesión.
Podía ver ahora al prisionero de Quraiš, sujeto con cade-
nas, y cómo las mujeres y los niños le empujaban, llevándolo
hacia el lugar fijado para su ejecución. La muerte de Jubaib
sería una venganza de Quraiš por sus caídos en la batalla de
Badr.
Cuando la muchedumbre congregada llegó con el prisio-
nero hasta el lugar señalado, Saʿīd ibn ʿĀmir se colocó en una
posición que estaba directamente encima de Jubaib mientras
éste se iba acercando a la cruz de madera. Desde allí pudo oír
la voz firme y tranquila de Jubaib en medio del bullicio de las
mujeres y los niños.
‘Quisiera rezar dos rakʿas antes de morir.’
Los Quraiš accedieron a su deseo.
Saʿīd miró a Jubaib mientras éste se situaba en dirección a
la Kaʿba, en Meca, y rezaba. ¡Qué hermosos y reposados le
parecieron aquellos dos rakʿas!
Vio luego cómo Jubaib se encaraba con los jefes de Quraiš.
‘¡Por Dios! Si creéis que os he pedido que me dejarais rezar
por miedo a la muerte, consideraría que mi oración no ha
valido nada,’ dijo.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Saʿīd presenció entonces cómo su gente empezó a des-


cuartizar el cuerpo de Jubaib mientras éste seguía aún vivo, y
se mofaban de él, diciendo cosas como:
‘¿Te gustaría que Muḥammad s estuviera en tu lugar y tú
fueras libre?’
Mientras sangraba abundantemente, replicó: ‘Por Dios,
que no quisiera estar a salvo entre los míos mientras
Muḥammad s sufre siquiera el pinchazo de una espina.’
La gente agitaba los puños en el aire y el griterío se hizo
ensordecedor.
‘¡Matadle ya, matadle!’
Saʿīd vio como Jubaib alzaba los ojos al cielo sobre la cruz
de madera.
‘¡Cuéntalos a todos, oh Señor!,’ -dijo. ‘Destrúyelos a todos,
y no dejes que escape ninguno.’
Mas tarde, Saʿīd no podía recordar cuántas espadas y lan-
zas se hundieron en el cuerpo de Jubaib.
Los Quraiš regresaron a Meca, y en los azarosos días si-
guientes olvidaron a Jubaib y su muerte. Pero el recuerdo de
Jubaib no se apartaría ya de la mente de Saʿīd, que estaba a
punto de alcanzar la mayoría de edad. Saʿīd le veía en sueños,
y despierto recordaba la imagen de Jubaib ante él, rezando
sus dos rakʿas, tranquilo y feliz, junto a la cruz de madera. Y
oía la voz de Jubaib pidiendo a Dios que castigase a los Quraiš.
En esos momentos temía que un rayo del cielo o alguna otra
calamidad cayera sobre él.
Con su muerte, Jubaib había enseñado a Saʿīd algo que no
había sabido antes: que la verdadera vida estaba en la fe, en la
convicción y en la lucha por la causa de la fe, aunque fuese
hasta la muerte. Le enseñó también que una fe firmemente
arraigada en una persona obra prodigios y realiza milagros.
Le enseñó además otra cosa: que un hombre cuyos compañe-
ros le amaban con un amor como el de Jubaib no podía ser
sino un profeta que contaba con el apoyo divino.
Esto fue lo que abrió el corazón de Saʿīd al Islam. Se le-
vantó en medio de una asamblea de Quraiš y se declaró ino-
cente de los pecados de estos y de sus culpas. Renunció a sus

2
SAʿĪD IBN ʿĀMIR AL-ŶUMAḤĪ

ídolos y a sus supersticiones y anunció que aceptaba la reli-


gión de Dios.
Saʿīd ibn ʿĀmir emigró a Medina y vivió apegado al Profe-
ta. Tomó parte junto al Profeta s en la campaña de Jaibar y
en otras batallas posteriores. Después de la muerte de Profe-
ta, Saʿīd sirvió activamente a sus dos sucesores, Abū Bakr y
ʿUmar. Vivió la vida excepcional y ejemplar del creyente que
adquiere el Más Allá a cambio de esta vida. Se esforzó por
conseguir la complacencia y las bendiciones de Dios por en-
cima de los deseos egoístas y los placeres físicos.
Tanto Abū Bakr como ʿUmar conocían bien la honestidad
y la piedad de Saʿīd. Escuchaban sus opiniones sobre los asun-
tos más diversos y seguían sus consejos. En una ocasión, al
comienzo del califato de ʿUmar, se presentó ante él y le dijo:
‘Te exhorto a que temas a Dios en tus tratos con la gente y
a no temer a la gente en tus deberes con Dios. No permitas
que tus acciones se desvíen de tus palabras, pues la mejor de
las palabras es la que está confirmada por la acción. Conside-
ra a aquellos que han sido nombrados para regir los asuntos
de los musulmanes, tanto lejos como cerca. Elige para ellos lo
mismo que quieres para ti y para tu familia y evítales lo que
apartas de ti y de tu familia. Supera cualquier obstáculo en tu
camino a la Verdad y no temas la crítica de los que critican
asuntos ordenados por Dios.’
‘¿Quién puede ser capaz de tanto, Saʿīd?’ -preguntó ʿUmar.
‘Un hombre como tú, uno de los que Dios ha nombrado
para regir los asuntos de la Umma de Muḥammad s y que se
siente responsable sólo ante Dios,’ respondió Saʿīd.
‘Saʿīd,’ dijo ʿUmar, ‘te nombro gobernador de Ḥoms (en Si-
ria).’
‘ʿUmar,’ suplicó Saʿīd, ‘te pido por Dios que no hagas que
me extravíe obligándome a atender asuntos mundanales.’
ʿUmar se enfadó y dijo: ‘Tú me impones la responsabilidad
del Califato y ahora me abandonas.’
‘Por Dios, no te abandonaré,’ respondió Saʿīd rápidamente.
ʿUmar le nombró gobernador de Ḥoms y le ofreció una
gratificación.

3
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

‘¿Para qué la quiero, oh Amīr al-muʾminīn?’ -preguntó Saʿīd.


‘El salario del Bait al-Māl bastará para cubrir todas mis nece-
sidades.’ Habiendo dicho esto, emprendió viaje a Ḥoms.
Poco tiempo después, una delegación de Ḥoms formada
por gente a los que ʿUmar consideraba dignos de confianza le
visitó en Medina. Les pidió una lista con los nombres de los
pobres de su ciudad para que pudiera aliviar su pobreza. Le
entregaron una lista en la que aparecía el nombre de Saʿīd ibn
ʿĀmir.
‘¿Quién es este Saʿīd ibn ʿĀmir?’ -preguntó ʿUmar.
‘Nuestro emir,’ respondieron.
‘¿Vuestro emir es pobre?’ -dijo ʿUmar, sorprendido.
‘Sí,’ afirmaron. ‘Por Dios, a veces pasan varios días sin que
se encienda fuego en su casa.’
ʿUmar se enterneció mucho y lloró. Tomó mil dinares, los
puso en una bolsa y dijo: ‘Dadle mis saludos y decidle que el
Amīr al-muʾminīn le envía este dinero para ayudarle en sus
necesidades.’
La delegación se presentó ante Saʿīd con la bolsa. Cuando
vio que contenía dinero, empezó a apartarlo de sí, diciendo:
‘De Dios somos y a Él ciertamente hemos de volver.’
Lo dijo de tal forma que era como si hubiera sucedido al-
guna desgracia. Su mujer, alarmada, acudió a su lado y le
preguntó: ‘¿Qué ha ocurrido, Saʿīd? ¿Ha muerto el califa?’
‘Algo mucho peor que eso.’
‘¿Han sido derrotados los musulmanes en alguna batalla?’
‘Algo mucho peor que eso. El mundo ha caído sobre mí pa-
ra corromper mi posteridad y crear desorden en mi casa.’
‘Desazte de ello, pues,’ dijo ella, sin saber nada de los dina-
res.
‘¿Estás dispuesta a ayudarme?’ -preguntó él.
Ella asintió. Entonces cogió él los dinares, los puso en bol-
sas y los distribuyó entre los musulmanes pobres.
Algún tiempo después, ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb visitó Siria pa-
ra inspeccionar la situación del país. Al llegar a Ḥoms, que era
conocida como la pequeña Kūfa porque, al igual que en Kūfa,
sus habitantes se quejaban mucho de sus dirigentes, pre-

4
SAʿĪD IBN ʿĀMIR AL-ŶUMAḤĪ

guntó qué opinión les merecía su emir. Se quejaron de él


mencionando cuatro acciones suyas, cada una más grave que
la anterior.
‘Os someteré a un careo con él-,’ dijo ʿUmar. ‘Y pido a Dios
que esto no dañe la opinión que tengo de él. Siempre he con-
fiado en él.’
Una vez reunidos todos, ʿUmar les invitó a presentar sus
quejas contra él.
‘Sólo sale a encontrarse con nosotros cuando el sol está ya
alto,’ dijeron.
‘¿Qué tienes que decir a eso, Saʿīd?’ -preguntó ʿUmar.
Saʿīd se quedó callado por un momento, y luego dijo: ‘Por
Dios, no quería que esto se supiese, pero ya no hay más re-
medio. En mi casa no hay criados, así que tengo que levan-
tarme cada mañana y preparar la masa para hacer el pan.
Espero un poco hasta que sube y luego horneo el pan para mi
familia. Entonces hago wuḍūʾ y salgo a encontrarme con la
gente.’
‘¿Cuál es vuestra segunda queja?’ -preguntó ʿUmar.
‘Nunca responde a una llamada durante la noche,’ dijeron.
A esto Saʿīd respondió con reticencia: ‘Por Dios, realmente
no quería que esto se supiese tampoco, pero he reservado el
día para ellos y la noche para Dios, el Inmenso, el Sublime.’
‘Y cuál es vuestra última queja?’ -preguntó ʿUmar.
‘Hay un día del mes en que no sale de casa,’ dijeron.
A esto Saʿīd respondió: ‘No tengo criados en la casa, oh
Amīr al-muʾminīn y no tengo más ropa que la que llevo puesta.
La lavo una vez al mes y espero a que seque. Luego salgo en el
último tercio del día.’
‘¿Tenéis alguna otra queja de él?’ -preguntó ʿUmar.
‘A veces sufre desmayos en las reuniones,’ dijeron.
A esto Saʿīd respondió: ‘Cuando era mušrik fui testigo de la
ejecución de Jubaib ibn ʿAdīy. Vi cómo los Quraiš lo descuar-
tizaban y le decían: ‘¿Te gustaría que Muḥammad s ocupase
tu lugar,’ -y Jubaib respondió: ‘No quisiera estar a salvo con
los míos mientras Muḥammad s sufre el pinchazo de una
espina.’ Por Dios, cada vez que recuerdo ese día y cómo me

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LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

quedé allí mirando sin prestarle ayuda, pienso sólo que Dios
jamás me perdonará y entonces me desmayo.’
ʿUmar dijo entonces: ‘¡Alabado sea Dios! Mi opinión de él
ha salido intacta.’ Más tarde envió mil dinares a Saʿīd para
aliviar su necesidad. Cuando su esposa vio tal cantidad de
monedas, dijo: ‘¡Alabado sea Dios que nos ha enriquecido y te
ha librado de tener que servir a la gente. Compra provisiones
para nosotros y consigue a alguien que nos ayude en la casa.’
‘¿Hay alguna forma mejor de gastarlos?’ -preguntó Saʿīd.
‘Gastémoslos en aquellos que acuden a nosotros buscando
ayuda y así conseguiremos algo mejor dedicándoselo a Dios.’
‘Eso es mejor,’ convino ella.
Saʿīd dividió los dinares en pequeñas bolsas y le dijo a un
miembro de su familia: ‘Llévale esto a la viuda de fulano, y a
los huérfanos de tal persona, a los necesitados de esa otra
familia, a los indigentes de aquella otra familia.’
Saʿīd ibn ʿĀmir al-Ŷumāḥī fue en verdad uno de esos que
rehúsan ayuda aun estando afligidos por una pobreza extre-
ma.

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2. ABŪ ʿUBAIDA IBN AL-ŶARRĀ
ARRĀḤ

SU ASPECTO era impresionante. Era alto y delgado. Su rostro


era luminoso y su barba escasa. Era agradable de ver y refres-
cante conversar con él. Era extremadamente cortés y humil-
de, y también bastante tímido. Sin embargo, en situaciones
difíciles se volvía extremadamente serio y alerta, y parecía
como la resplandeciente hoja de una espada en su severidad
y agudeza.
Era conocido como el “Amīn”, o Digno de Confianza, de la
comunidad de Muḥammad s. Su nombre completo era ʿĀmir
ibn ʿAbdullāh ibn al-Ŷarrāḥ, pero le llamaban Abū ʿUbaida. De
él dijo ʿAbdullāh ibn ʿUmar, uno de los Compañeros del Profe-
ta:
‘Había tres personas de Quraiš que eran los más eminen-
tes, de mejor carácter y eran también los más humildes. Si
hablaban contigo, no te engañaban y si hablabas con ellos, no
te acusaban de mentiroso: Abū Bakr as-Ṣiddīq, ʿUṯmān ibn
ʿAffān y Abū ʿUbaida ibn al-Ŷarrāḥ.’
Abū ʿUbaida fue uno de las primeros en aceptar el Islam.
Se hizo musulmán un día después que Abū Bakr. En realidad
se hizo musulmán a través de Abū Bakr. Abū Bakr les llevó a
él, a ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf, ʿUṯmān ibn Maẓʿūn y Al-Arqam
ibn Abī al-Arqam a la presencia del Profeta s, y juntos decla-
raron su aceptación de la Verdad. Fueron así los primeros
pilares sobre los que se levantó el gran edificio del Islam.
Abū ʿUbaida vivió toda la dura experiencia que atravesa-
ron los primeros musulmanes en Meca, de principio a fin.
Junto a ellos, sufrió los insultos y la violencia, el dolor y el
pesar de esa experiencia. En todas las pruebas y dificultades
se mantuvo firme y constante en su fe en Dios y en Su Profeta
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

s. Una de las experiencias más desgarradoras que tuvo que


vivir ocurrió durante la batalla de Badr.
Abū ʿUbaida se encontraba en la vanguardia de las tropas
musulmanas, luchando denodadamente como quien no tiene
el menor miedo a la muerte. La caballería de los Quraiš era
extremadamente cautelosa con él y evitaban enfrentarse cara
a cara con él. No obstante, había un hombre en particular que
insistía en perseguir a Abū ʿUbaida constantemente y Abū
ʿUbaida hacía lo imposible por mantenerse alejado de él y no
tener que vérselas con él.
El hombre finalmente le alcanzó. Abū ʿUbaida trató deses-
peradamente de esquivarle. Al final, este hombre consiguió
cerrar el paso a Abū ʿUbaida y se colocó como una barrera
entre él y los Quraiš. Ahora se encontraban frente a frente.
Abū ʿUbaida no pudo contenerse más. Descargó un golpe so-
bre la cabeza del otro, y el hombre cayó al suelo y murió al
instante.
No tratéis de adivinar quién era aquel hombre. Esta fue,
como ya dijimos, una de las experiencias más desgarradoras
por las que Abū ʿUbaida tuvo que atravesar, tan desgarradora
que es casi imposible de imaginar. ¡Aquel hombre era en rea-
lidad ʿAbdullāh ibn al-Ŷarrāḥ, el padre de Abū ʿUbaida!
Abū ʿUbaida evidentemente no quería matar a su padre,
pero en la batalla real entre la fe en Dios y el paganismo, la
elección a la que se enfrentaba era profundamente perturba-
dora, pero clara. Podría decirse que de alguna forma no había
matado a su padre –había matado sólo al paganismo en la
persona de su padre.
Acerca de este suceso, Dios reveló los versículos siguientes
en el Corán:
“No hallarás a nadie que crea [de verdad] en Dios y en el Último
Día, que [al mismo tiempo] ame a quien se opone a Dios y a Su En-
viado –aunque se trate de sus padres, sus hijos varones, sus herma-
nos o [demás] familiares suyos.
“Ésos –en sus corazones ha inscrito Él la fe, y les ha fortalecido
con una inspiración venida de Él, y [en su momento] les hará entrar
en jardines por los que corren arroyos, en los que morarán. Dios está

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ABŪ ʿUBAIDA IBN AL-ŶARRĀḤ

complacido de ellos y ellos están complacidos con Él. Esos son los
partidarios de Dios: ¡sí, en verdad, son ellos, los partidarios de Dios,
los que alcanzarán la felicidad!” (Corán, 58:22)
La reacción de Abū ʿUbaida en Badr, al verse confrontado
por su padre, no fue una sorpresa. Había alcanzado una forta-
leza en su fe en Dios, en su entrega a la religión y un grado de
inquietud por la Umma de Muḥammad s que muchos de-
seaban para sí.
Muḥammad ibn Ŷaʿfar, uno de los Compañeros del Profeta
s, relató que una delegación de cristianos acudió al Profeta y
le dijeron: ‘Oh Abū ‘l-Qasim, envía con nosotros a uno de tus
Compañeros, alguien con quien tú estés complacido, para que
juzgue entre nosotros en ciertas cuestiones de propiedad en
las que nosotros discrepamos. Tenemos una elevada opinión
de vosotros, los musulmanes.’
‘Volved esta tarde,’ respondió el Profeta s, ‘y os reco-
mendaré a alguien que es fuerte y digno de toda confianza.’
ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb oyó decir esto al Profeta y dijo después:
‘Fui a la oración de ḏuhr (mediodía) esperando ser yo
quien se ajustase a la descripción del Profeta s. Cuando el
Profeta hubo acabado la oración, empezó a mirar a derecha e
izquierda, y yo levanté la cabeza para que pudiera verme.
Pero siguió buscando entre nosotros hasta dar con Abū
ʿUbaida ibn al-Ŷarrāḥ. Le llamó y dijo: “Ve con ellos y juzga
con la verdad en eso en lo que discrepan.” Y fue Abū ʿUbaida
el escogido para aquella misión.’
Abū ʿUbaida no era sólo digno de confianza. Daba mues-
tras también de gran energía en el desempeño de las tareas
que le eran asignadas. Demostró esta fortaleza en varias oca-
siones.
Un día el Profeta s envió a un grupo de sus ṣaḥāba a in-
terceptar una caravana de los Quraiš. Nombró a Abū ʿUbaida
emir (jefe) del grupo y les entregó una bolsa de dátiles como
provisiones y nada más. Abū ʿUbaida daba sólo un dátil diario
a cada uno de los hombres bajo su mando. Estos chupaban el
dátil como un niño chupa el pecho de su madre. Luego bebían
un poco de agua y esto era suficiente para todo el día.

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LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

En el día de la batalla de Uḥud, cuando los musulmanes


estaban siendo derrotados, uno de los mušrikūn empezó a
gritar: ‘¡Señaladme a Muḥammad! ¡Señaladme a Muḥammad!’
Abū ʿUbaida estaba entre un grupo de diez musulmanes que
habían formado un círculo alrededor del Profeta s, para pro-
tegerle de las lanzas de los mušrikūn.
Terminada la batalla, se supo que una de las muelas del
Profeta s estaba partida; que había recibido un golpe en la
frente y dos eslabones de su casco se habían incrustado en su
mejilla. Abū Bakr se adelantó con intención de extraer esos
eslabones, pero Abū ʿUbaida dijo: ‘Por favor, deja que lo haga
yo.’
Abū ʿUbaida temía causar daño al Profeta s si extraía los
eslabones con la mano. Mordió entonces uno de ellos con
fuerza y consiguió extraerlo pero en el proceso uno de sus
incisivos cayó al suelo. Con el otro incisivo, extrajo el otro
eslabón pero también perdió ese diente. Abū Bakr diría más
tarde: ‘¡Abū ʿUbaida es el mejor hombre rompiéndose los in-
cisivos!’
Abū ʿUbaida siguió desempeñando un papel destacado en
todos los principales acontecimientos de la vida del Profeta
s. Después de la muerte del amado Profeta, los Compañeros
se reunieron en la Ṣaquifa, o lugar de asamblea, de los Banū
Sāʿida para elegir a un sucesor. Ese día se conoce en la histo-
ria como el Día de Ṣaquifa. Ese día, ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb le dijo
a Abū ʿUbaida: ‘Dame tu mano para que te jure fidelidad, pues
oí decir al Profeta -la paz sea con él: “Cada Umma tiene un
amīn (custodio) y tú eres el amīn de esta Umma”.’
‘No seré yo el candidato,’ declaró Abū ʿUbaida, ‘antes que
un hombre al que el Profeta -la paz sea sobre él, ordenó diri-
gir la oración y que fue nuestro imām hasta la muerte del
Profeta.’ Entonces le dio el bayʿa (el juramento de fidelidad) a
Abū Bakr as-Ṣiddīq. En adelante fue consejero de Abū Bakr y
un fuerte apoyo para él en la causa de la Verdad y el bien.
Luego vino el califato de ʿUmar, y Abū ʿUbaida le obedeció y
apoyó siempre. No le desobedeció en ningún asunto, excepto
en una ocasión.

10
ABŪ ʿUBAIDA IBN AL-ŶARRĀḤ

El incidente ocurrió cuando Abū ʿUbaida conducía a las


tropas musulmanas en Siria de victoria en victoria hasta que
todo el territorio sirio estuvo bajo control de los musulma-
nes. A su derecha estaba el río Éufrates y a su izquierda Asia
Menor.
Fue entonces cuando se declaró una plaga que asoló la tie-
rra de Siria con un rigor que la gente no había experimenta-
do antes. Estaba diezmando a la población. ʿUmar envió un
mensajero a Abū ʿUbaida con una carta que decía:
‘Te necesito urgentemente a mi lado. Si mi carta te llega
de noche te ordeno que partas antes del amanecer. Si esta
carta te llega de día, te ordeno que partas antes del atardecer
y que te dirijas hacia aquí a toda prisa.’
Cuando Abū ʿUbaida recibió la carta de ʿUmar, dijo: ‘Sé por
qué el Amir al-muʾminīn me necesita. Quiere asegurarse la
supervivencia de alguien que sin embargo no es inmortal.’
Así pues, escribió a ʿUmar:
‘Sé que me necesitas, pero estoy con un ejército de mu-
sulmanes y no quiero ponerme a salvo de lo que ahora les
aflige. No quiero apartarme de ellos sino hasta que Dios quie-
ra. Así pues, cuando te llegue mi carta, libérame de tu orden y
déjame seguir aquí.’
Cuando ʿUmar leyó esta carta sus ojos se llenaron de
lágrimas y los que estaban con él preguntaron: ‘¿Ha muerto
Abū ʿUbaida, oh Amīr al-muʾminīn?’
‘No,’ dijo, ‘pero la muerte le pisa los talones.’
La intuición de ʿUmar no iba descaminada. Poco después,
Abū ʿUbaida cayó enfermo de la peste. Mientras la muerte se
cernía sobre él, se dirigió a su ejército:
‘Permitidme que os dé un consejo que os ayudará a man-
teneros siempre en el camino del bien.’
‘Estableced la oración. Ayunad el mes de Ramadán. Dad
limosna. Haced el Ḥaŷŷ y la ʿUmra. Manteneos unidos y apo-
yaos mutuamente. Sed sinceros con vuestros jefes y no les
ocultéis nada. No permitáis que el mundo os destruya, por-
que aunque un hombre viva mil años al final encontrará el
destino que ahora veis ante mí.

11
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

‘La paz y la misericordia de Dios sean con vosotros.’


Abū ʿUbaida se volvió entonces a Muʿāḏ ibn Ŷabal y dijo:
‘Oh Muʿāḏ, haz la oración con la gente (sé su jefe).’ A conti-
nuación, su alma pura partió.
Muʿāḏ se levantó y dijo: ‘Oh gentes, habéis sufrido la
pérdida de un hombre. Por Dios, no creo haber conocido a un
hombre con un corazón más recto, más alejado de todo mal y
que fuera más leal con la gente que él. Pedid a Dios que de-
rrame Su misericordia sobre él y Dios tendrá misericordia de
vosotros.’

12
3. JABBĀ
ABBĀB IBN AL-ARATT

UNA MUJER LLAMADA Umm Anmār, que pertenecía a la tribu


Juzāʿa de Meca acudió al mercado de esclavos de la ciudad.
Quería comprar un joven para sus tareas domésticas y para
explotar su trabajo y obtener beneficios económicos. Mien-
tras observaba los rostros de los que estaban en venta, sus
ojos se posaron en un muchacho que no era aún adolescente.
Vio que era fuerte y saludable, y que en su rostro había sig-
nos claros de inteligencia. No necesitó más incentivos para
comprarlo. Pagó y se fue con su reciente adquisición.
Camino de casa, Umm Anmār se volvió al muchacho y le
preguntó:
‘¿Cómo te llamas, muchacho?’
‘Jabbāb.’
‘¿Y cómo se llama tu padre?’
‘Al-Aratt.’
‘¿De dónde eres?’
‘De Naŷd.’
‘¡Entonces, eres árabe!’
‘Sí, de los Banū Tamīm.’
‘¿Cómo has llegado, pues, a manos de los mercaderes de
esclavos de Meca?’
‘Una de las tribus árabes atacó nuestro territorio. Se lleva-
ron nuestro ganado y capturaron a las mujeres y a los niños.
Yo era uno de los jóvenes. Fui pasando de unos a otros hasta
acabar en Meca...’
Umm Anmār colocó al joven de aprendiz con uno de los
herreros de Meca, para que aprendiese el arte de hacer espa-
das. El muchacho aprendió rápidamente y pronto fue experto
en su oficio. Cuando se hizo lo bastante fuerte, Umm Anmār
montó un taller para él con todas las herramientas y el equi-
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

po necesario para fabricar espadas. En poco tiempo se hizo


famoso en Meca por su gran habilidad. Además, a la gente le
gustaba tratar con él por su integridad y honestidad. Umm
Anmār obtuvo grandes beneficios de él y explotó al máximo
sus talentos.
A pesar de su juventud, Jabbāb mostraba una inteligencia
y sabiduría únicas. A menudo, cuando había terminado su
jornada de trabajo y estaba a solas, meditaba profundamente
sobre el estado de la sociedad en Arabia que se encontraba
sumida totalmente en la corrupción. Estaba aterrado por la
falta de guía espiritual, por la ignorancia y la tiranía que veía.
Él mismo era una de las víctimas de esa tiranía y se decía a sí
mismo:
‘Después de esta noche oscura tiene que haber un amane-
cer.’ Y esperaba vivir lo suficiente para ver la desaparición de
las tinieblas y el resplandor firme y brillante de la nueva luz.
Jabbāb no tuvo que esperar mucho. Tuvo la suerte de estar
en Meca cuando los primeros rayos de la luz del Islam pene-
traron en la ciudad. Brotaba de los labios de Muḥammad ibn
ʿAbdullāh s, cuando anunciaba que nadie merece ser adorado
excepto el Creador y Sustentador del universo. Llamaba a
acabar con la injusticia y la opresión, y criticaba severamente
las prácticas de los ricos que acumulaban riquezas a expensas
de los pobres y los desgraciados. Denunciaba los privilegios y
actitudes de los aristócratas, reclamando un orden nuevo
basado en el respeto por la dignidad humana y la compasión
hacia los menos privilegiados, incluidos los huérfanos, los
viajeros y los necesitados.
Para Jabbāb, las enseñanzas de Muḥammad s eran como
una luz poderosa que disipaba la oscuridad de la ignorancia.
Fue a escuchar estas enseñanzas directamente de él. Sin la
menor vacilación tendió su mano al Profeta jurándole lealtad
y testificando que ‘No hay más dios que Dios y Muḥammad es
Su Siervo y Su Enviado.’ Fue uno de los diez primeros en
aceptar el Islam.
Jabbāb no ocultó a nadie su conversión al Islam. Cuando
Umm Anmār supo que se había hecho musulmán, se puso

14
JABBĀB IBN AL-ARATT

furiosa. Fue a pedir ayuda a su hermano Sibāʿa ibn ʿAbd al-


ʿUzzā, y éste reunió a un grupo de jóvenes de la tribu Juzāʿa y
juntos fueron en busca de Jabbāb. Lo encontraron en su taller
concentrado en su trabajo. Sibāʿa fue hacia él y le dijo:
‘Hemos oído algo de ti que no podemos creer.’
‘¿Qué es?’ -preguntó Jabbāb.
‘Nos han dicho que has renunciado a tu religión y sigues
ahora a ese hombre de los Banū Hāšim.’
‘No he renunciado a mi religión,’ -repuso Jabbāb con sere-
nidad. ‘Creo sólo en un Único Dios que no tiene asociados.
Rechazo vuestros ídolos y creo que Muḥammad s es el sier-
vo de Dios y Su Enviado.’
Tan pronto como Jabbāb terminó de decir estas palabras,
Sibāʿa y su banda cayeron sobre él. Le golpearon con los pu-
ños y con barras de hierro, y le dieron patadas hasta que cayó
al suelo inconsciente, sangrando por las heridas que había
recibido.
Las noticias de lo ocurrido entre Jabbāb y su ama se ex-
tendieron por toda Meca como el fuego. La gente estaba
asombrada de la osadía de Jabbāb. No habían oído de nadie
que siguiera a Muḥammad s y que hubiera tenido la audacia
de anunciar el hecho con tanta franqueza y confianza en sí
mismo.
El caso de Jabbāb fue una sacudida para los jefes de Quraiš.
No esperaban que un herrero, un esclavo perteneciente a
Umm Anmār, que no contaba con un clan en Meca que le
protegiera, ni ʿasabīya (solidaridad tribal) que le defendiese
de una agresión, pudiera ser tan atrevido como para desafiar
la autoridad de su ama, denunciar a los ídolos de ésta y re-
chazar la religión de sus antepasados. Enseguida se dieron
cuenta de que esto era sólo el comienzo...
Los Quraiš no se equivocaban en sus temores. La valentía
de Jabbāb impresionó a muchos de sus amigos y les animó a
hacer pública su conversión al Islam. Uno tras otro empeza-
ron a anunciar públicamente el mensaje de la Verdad.
Los jefes de Quraiš convocaron una asamblea en el recinto
del Ḥāram, junto a la Kaʿba, para discutir el problema de

15
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Muḥammad s. Entre ellos estaban Abū Sufyān ibn Ḥarb, al-


Walīd ibn al-Muguīra y Abū Ŷahl ibn Hišām. Manifestaron
que Muḥammad s se iba haciendo cada día más fuerte y que
el número de sus seguidores aumentaba cada día, de hecho
cada hora. Para ellos era como una terrible plaga y decidieron
ponerle coto antes de que se les escapara de las manos. Deci-
dieron que cada una de las tribus debía coger a uno de sus
miembros que fuera seguidor de Muḥammad y castigarle
hasta que renunciase a su fe o muriese.
Sobre Sibāʿa ibn ʿAbd al-ʿUzzā y su gente recayó la tarea de
castigar más severamente a Jabbāb. Empezaron a sacarle re-
gularmente a un descampado de la ciudad cuando el sol esta-
ba en lo alto y la tierra estaba más ardiente. Le despojaban de
sus ropas, le colocaban una armadura de hierro y lo echaban
sobre el suelo. Con el intenso calor, su piel se resquebrajaba y
su cuerpo quedaba inerte. Cuando parecía que todas sus fuer-
zas le habían abandonado, venían y le desafiaban:
‘¿Qué tienes que decir de Muḥammad?’
‘¡Que es el siervo de Dios y Su Enviado! Que ha venido con
la religión de la guía recta y de la Verdad, para llevarnos de la
oscuridad a la luz.’
Al oír esto se enfurecían aún más y aumentaban su casti-
go. Le preguntaban sobre al-Lāt y al-ʿUzzā y él contestaba con
firmeza:
‘Dos ídolos, sordos y mudos, que no pueden causar daño
alguno ni traer beneficio...’
Esto los exasperaba aún más y agarraban entonces una
enorme piedra caliente y se la ponían sobre la espalda. El
dolor y la angustia de Jabbāb eran atroces pero no se desdecía.
La crueldad de Umm Anmār con Jabbāb no era menor que
la de su hermano. Una vez vio al Profeta s hablando con
Jabbāb en su taller y se puso hecha una furia. Después de eso,
fue al taller de Jabbāb varios días seguidos y le torturaba po-
niéndole un hierro al rojo sobre la cabeza. La agonía era in-
soportable y a menudo Jabbāb se desmayaba.
Jabbāb sufrió esta tortura durante mucho tiempo y su
único recurso era rezar. Rezaba porque Umm Anmār y su

16
JABBĀB IBN AL-ARATT

hermano fueran castigados. Su liberación del dolor y el su-


frimiento llegó sólo cuando el Profeta -la paz sea sobre él-,
dio permiso a sus seguidores para emigrar a Medina. Para
entonces, Umm Anmār no estaba ya en situación de evitar
que se fuera. Estaba aquejada de una terrible enfermedad de
la que nadie había oído hasta entonces. Se comportaba como
si sufriera ataques de rabia. Sus dolores de cabeza eran horri-
bles. Sus hijos buscaron ayuda médica por todas partes hasta
que al final les dijeron que la única cura era cauterizarle la
cabeza. Así lo hicieron. El tratamiento, llevado a cabo con un
hierro al rojo vivo, fue más terrible que todos los dolores de
cabeza que había padecido.
En Medina, en medio de los generosos y hospitalarios
Anṣār, Jabbāb experimentó un estado de bienestar y sosiego
que no había conocido en mucho tiempo. Estaba encantado
de estar cerca del Profeta -la paz sea con él-, sin que nadie le
molestase ni perturbase su felicidad.
Luchó al lado del Profeta s en la batalla de Badr. Parti-
cipó en la batalla de Uḥud, donde tuvo la satisfacción de ver
como Sibāʿa ibn al-ʿUzzā moría a manos de Hamza ibn ʿAbd
al-Muṭṭalib, tío del Profeta.
Jabbāb vivió bastante como para presenciar la gran ex-
pansión del Islam bajo el gobierno de los cuatro Julafāʾ ar-
Rašidūn –Abū Bakr, ʿUmar, ʿUṯmān y ʿAlī. En una ocasión vi-
sitó a ʿUmar durante su califato. ʿUmar se levantó –estaba en
medio de una reunión—y saludó a Jabbāb con estas palabras:
‘Nadie merece estar en esta reunión más que vosotros sal-
vo Jabbāb.
Preguntó a Jabbāb acerca de la tortura y la persecución
que había sufrido a manos de los mušrikūn. Jabbāb hizo una
descripción bastante detallada de ello, porque a pesar del
tiempo transcurrido seguía aún muy vívido en su mente.
Luego descubrió su espalda y hasta ʿUmar se quedó horrori-
zado de lo que vio.
En la última fase de su vida, Jabbāb fue bendecido con ma-
yores riquezas de las nunca pudo haber soñado. Sin embargo,
era bien conocido por su generosidad. Llegaba a decirse que

17
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

dejaba sus dirhams y sus dinares en una parte de la casa que


los pobres y necesitados conocían bien. No protegía su dinero
en lo más mínimo y los que pasaban necesidad venían y cogían
lo que necesitaban sin pedir permiso ni contestar preguntas.
A pesar de ello, siempre tenía miedo de su responsabilidad
ante Dios por la forma en que usaba su riqueza. Un grupo de
Compañeros relataron que visitaron a Jabbāb estando éste
enfermo y les dijo:
‘En este lugar hay ochenta mil dirhams. Por Dios, que
jamás he protegido ese dinero de ninguna manera ni he ce-
rrado el paso a nadie que lo necesitase.’
Rompió entonces a llorar y ellos le preguntaron por qué
lloraba.
‘Lloro,’ dijo, ‘porque mis compañeros han muerto sin ob-
tener una recompensa así en este mundo. Yo, sin embargo,
sigo vivo y he obtenido esta riqueza y temo que esta sea mi
única recompensa por mis acciones.’
Poco después murió. El Califa ʿAlī ibn Abī Ṭālib, que Dios
esté complacido de él, dijo ante su tumba:
‘Que Dios tenga misericordia de Jabbāb. Aceptó el Islam
con todo su corazón. Realizó la hégira de buen grado. Vivió
como un muŷāhid y Dios no negará su recompensa a quien ha
hecho el bien.’

18
4. AṬ-ṬUFAIL IBN
IBN ʿAMR AD-DAUSĪ

Aṭ-ṬUFAIL IBN ʿAMR era jefe de la tribu Daus antes de la llegada


del Islam, y un distinguido noble árabe, famoso por sus vir-
tudes viriles y sus buenas obras.
Daba de comer a los hambrientos, consolaba a los afligidos
y daba asilo a los refugiados. Estaba además muy interesado
en la literatura y era asimismo un poeta perspicaz y sensible,
capaz de expresar las emociones más delicadas.
Ṭufail dejó los hogares de su pueblo en Tihāma, en el sur
de la península Arábiga, y emprendió viaje hacia Meca. El
conflicto entre el noble Profeta y los paganos de Quraiš había
alcanzado ya su punto más alto. Ambas partes querían con-
seguir apoyo para su causa y ganar adeptos. El Profeta -la paz
y las bendiciones de Dios sean con él-, buscaba la ayuda de su
Señor. Sus armas eran la fe y la Verdad. Los paganos de
Quraiš se oponían a su mensaje con todas sus fuerzas, e in-
tentaban apartar de él a cuantos podían con todos los medios
a su alcance.
Ṭufail se vio de pronto inmerso en aquella batalla sin pre-
paración alguna, ni aviso. No había venido a Meca a interve-
nir en ella. En realidad, ni siquiera sabía de esta lucha que se
estaba produciendo.
Dejemos que sea el propio Ṭufail quien tome el hilo de la
historia en este punto:
‘Iba aproximándome a Meca. Tan pronto como me vieron
los jefes de Quraiš, se adelantaron a recibirme, me dieron una
bienvenida muy cordial y me alojaron en una mansión. Sus
jefes y gentes principales se reunieron conmigo y me dijeron:
“¡Oh Ṭufail! Has venido a nuestra ciudad. Este hombre que
dice ser un Profeta ha debilitado nuestra autoridad y está
destruyendo nuestra comunidad. Estamos preocupados de
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

que llegue a minar también tu autoridad entre tu gente como


ha hecho con nosotros. No hables con él. No escuches nada
de lo que quiera decirte. Tiene lengua de hechicero, y causa
la división entre padres e hijos, entre hermano y hermano,
entre marido y mujer.”
‘Siguieron contándome las historias más fantásticas y
consiguieron alarmarme con sus cuentos sobre sus increíbles
hazañas. Decidí entonces no acercarme a aquel hombre ni
hablar con él o escuchar lo que decía.
‘A la mañana siguiente fui a la Mezquita Sagrada a hacer
ṭawāf alrededor de la Kaʿba como acto de adoración a los ído-
los a los que peregrinábamos y alabábamos. Me puse un poco
de algodón en los oídos por miedo a que alguna de las pala-
bras de Muḥammad s llegaran a ellos. Nada más entrar en la
Mezquita, le vi de pie cerca de la Kaʿba. Estaba rezando de una
forma distinta a la de nuestras oraciones. Su forma de adora-
ción era completamente distinta. La escena me cautivó. Su
oración me hizo temblar y me sentía atraído hacia él, en contra
de mi voluntad, hasta que llegué a estar muy cerca de él.
‘A pesar de todas mis precauciones, Dios quiso que algo de
lo que decía llegase a mis oídos, y escuché entonces palabras
tan hermosas que me dije a mí mismo: “¿Qué estás haciendo,
Ṭufail? Tú eres un poeta perspicaz: puedes distinguir entre lo
que es bueno y malo en poesía. ¿Qué te impide escuchar lo
que este hombre está diciendo? Si sus palabras son buenas,
acéptalas, y si son malas, recházalas.”
‘Permanecí allí hasta que el Profeta s se marchó a su ca-
sa. Entonces le seguí, y cuando entró en su casa, entré yo
también, y le dije: “Oh Muḥammad, tu gente me ha dicho
algunas cosas acerca de ti. Por Dios, que estuvieron atemo-
rizándome para alejarme de tu mensaje hasta el punto de que
me tapé los oídos para no oír tus palabras. A pesar de ello,
Dios quiso que oyera algo y encontré que era bueno. Cuénta-
me, pues, más acerca de tu misión.”
‘El Profeta -la paz sea con él-, lo hizo así y me recitó el Su-
ra al-Ijlāṣ y el Sura al-Falaq. Juro por Dios, que jamás había
oído palabras tan hermosas. Jamás me había sido descrita

20
AṬ-ṬUFAIL IBN ʿAMR AD-DAUSĪ

una misión más noble y justa. Entonces, extendí mi mano


hacia él en señal de fidelidad y declaré que no hay más dios
que Dios y que Muḥammad s es el Enviado de Dios. Así fue
como me hice musulmán.
‘Me quedé entonces en Meca por un tiempo, aprendiendo
las enseñanzas del Islam y memorizando algunas partes del
Corán. Cuando decidí regresar con mi gente, dije: “Oh
Rasūlullāh, soy un hombre obedecido en mi tribu. Voy a vol-
ver a ellos y les invitaré a entrar en el Islam...”
‘Cuando volví a mi gente, mi padre –que era ya bastante
anciano—, vino a visitarme y le dije: “Oh padre, deja que te
cuente mis noticias. Ya no soy de los tuyos ni tú eres de los
míos.”
“¿Cómo es eso, hijo mío?” -preguntó él.
“He aceptado el Islam y sigo ahora la religión de
Muḥammad -la paz y las bendiciones de Dios sean sobre él,”
le respondí.
“Hijo mío,” dijo, “tu religión es mi religión.”
“Entonces, ve y lávate, y limpia tus vestiduras,” dije.
“Luego, ven para que te enseñe lo que he aprendido.”
El anciano lo hizo y yo le expliqué el Islam y él se hizo mu-
sulmán.
‘Luego vino mi mujer y le dije: “Deja que te cuente mis no-
ticias. Ya no soy tuyo ni tu eres mía.”
“¡Santo Cielo! ¿Y eso por qué?” -exclamó ella.
“El Islam nos ha separado,” le expliqué. “Me he hecho mu-
sulmán y sigo la religión de Muḥammad s.”
“Tu religión es mi religión,” respondió ella.
“Ve, pues, y purifícate, pero no con el agua de Dū Šara (el
ídolo de los Daus), sino con agua pura de la montaña.”
“¡Válgame Dios! ¿Temes algo de Dū Šara?”
“¡Al cuerno con Dū Šara! Ya te lo he dicho: ve y lávate allí,
lejos de la gente. Te garantizo que esta piedra tonta no te
hará nada.”
‘Fue y se lavó, y yo le expuse el Islam y ella se hizo mu-
sulmana. Luego invité al resto de los Daus a que se hicieran
musulmanes. Fueron muy lentos en responder, excepto Abū

21
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Huraira, que fue el más rápido en responder a la llamada del


Islam.
‘La próxima vez que fui a Meca, Abū Huraira vino conmigo.
“¿Qué has dejado allí?” -me preguntó el Profeta s.
“Corazones con velos que les impiden ver la Verdad, y un
paganismo obstinado. El pecado y la desobediencia han
hecho presa en los Daus.”
‘Entonces el Profeta se levantó, hizo wuḍūʾ e imploró a
Dios con las manos alzadas hacia el cielo. Abū Huraira co-
mentaría más tarde: “Cuando vi que el Profeta s hacía esto,
temí que fuera a pedir un castigo para mi pueblo y que serían
destruidos.”
‘Pero el Profeta -la paz sea con él-, imploró: “Oh Señor, gu-
ía a los Daus, guía a los Daus, guía a los Daus.” Luego se volvió
a mí y dijo: “Vuelve con tu gente, hazte su amigo, trátales
amablemente e invítales a aceptar el Islam.”
‘Permanecí en el territorio de los Daus, invitándoles al Is-
lam, hasta después de la hégira del Profeta s a Medina y has-
ta después de librarse las batallas de Badr, Uḥud y Jandaq.
Luego fui a reunirme con el Profeta. Conmigo venían ochenta
familias que se habían hecho musulmanas y eran fuertes en
su fe. El Profeta se mostró complacido de nosotros y nos dio
una parte del botín después de la batalla de Jaibar. Le dijimos
entonces: “Oh Rasūlullāh, haznos el ala derecha de tu ejército
en todas las batallas y haz que nuestros esfuerzos sean acep-
tables [a Dios]”.’
Ṭufail permaneció con el Profeta hasta la liberación de
Meca. Después de la destrucción de los ídolos que había alre-
dedor de la Kaʿba, Ṭufail pidió al Profeta que le enviara a po-
ner fin a la adoración de Ḏu ‘l-Kafain, el principal ídolo de su
gente. El Profeta le dio permiso.
De vuelta en Tihāma entre los Daus, los hombres, mujeres
y niños de la tribu se habían reunido y se mostraban inquie-
tos porque su ídolo iba a ser quemado. Estaban expectantes
para ver si le ocurría algún mal a Ṭufail por atreverse a hacer
daño a Ḏu ‘l-Kafain. Ṭufail se acercó a los ídolos y los paganos

22
AṬ-ṬUFAIL IBN ʿAMR AD-DAUSĪ

estaban alrededor de ellos. Mientras le prendía fuego, ex-


clamó:
“Oh Ḏu ‘l-Kafain, uno de tus adoradores ciertamente no soy.
Fuego he insertado en tu corazón.”
El paganismo que quedaba en la tribu de Daus se consu-
mió en las llamas que destruyeron al ídolo y toda la tribu
entró en el Islam.
Ṭufail siguió siendo uno de los lugartenientes del Profeta
s hasta que el noble enviado murió. Ṭufail se puso entonces
al servicio del Califa Abū Bakr, el sucesor del Profeta. Durante
las guerras de Ridda, dirigió un destacamento de su pueblo
contra el impostor Musailima.
En la batalla de al-Yamāma, el querido compañero del
Profeta, Ṭufail ibn ʿAmr, luchó esforzadamente pero final-
mente cayó mártir en el campo de batalla.

23
5. ABŪ ḎARR AL-GUIFĀ
IFĀRĪ

EN EL VALLE DE WADDĀN, que conecta Meca con el mundo exte-


rior, vivía la tribu de Guifār. Los Guifār subsistían con las es-
casas contribuciones de las caravanas comerciales de Quraiš
que circulaban entre Siria y Meca. Es probable que vivieran
también de atacar a esas mismas caravanas, cuando no les
daban suficiente para cubrir sus necesidades.
Ŷundub ibn Ŷunada –de sobrenombre Abū Ḏarr-, era uno
de los miembros de esa tribu.
Era conocido por su valentía, su serenidad y su perspica-
cia, y también por la repugnancia que sentía hacia los ídolos
que adoraba su pueblo. Rechazaba las creencias religiosas y la
corrupción religiosa en la que estaban inmersos los árabes.
Mientras Abū Ḏarr vivía en el desierto de Waddān, le lle-
garon noticias de que en Meca había aparecido un nuevo Pro-
feta. Esperaba realmente que su venida ayudase a cambiar los
corazones y las mentes de la gente y que les apartase de las
tinieblas de la superstición. Sin perder tiempo, llamó a su
hermano Anis y le dijo:
“Ve a Meca y consigue toda información que puedas acer-
ca de este hombre que dice ser un Profeta y que la revelación
le llega de los cielos. Escucha lo que dice y vuelve aquí para
contármelo.”
Anis fue a Meca y encontró al Profeta -la paz y las bendi-
ciones de Dios sean sobre él. Escuchó lo que decía y se volvió
al desierto de Waddān. Abū Ḏarr fue a su encuentro y le pre-
guntó con gran interés por sus noticias del Profeta.
“He visto a un hombre,” le informó Anis, “que llama a la
gente a la virtud y la nobleza, y lo que dice no es mera poesía.”
“¿Qué dice la gente de él?” -preguntó Abū Ḏarr.
“Dicen que es un brujo, un adivino y un poeta.”
ABŪ ḎARR AL-GUIFĀRĪ

“Mi curiosidad no está satisfecha. No he acabado con este


asunto. ¿Quieres cuidar de mi familia mientras voy a indagar
por mí mismo sobre la misión de este Profeta?”
“Sí, pero ten cuidado con la gente de Meca.”
A su llegada a Meca, Abū Ḏarr sintió enseguida gran
aprensión y decidió ser muy cauteloso. Los Quraiš estaban
claramente enfadados por los ataques contra sus dioses. Abū
Ḏarr supo de la terrible violencia que estaban infligiendo a
los seguidores del Profeta, pero esto era de esperar. Así pues,
evitó hacer preguntas a la gente sobre Muḥammad s ya que
no sabía si esa persona era un seguidor o un enemigo suyo.
Al anochecer, fue a echarse en el suelo de la Mezquita Sa-
grada. ʿAlī ibn Abī Ṭālib pasó por su lado y al ver que era ex-
tranjero, le invitó a su casa. Abū Ḏarr pasó allí la noche y a la
mañana siguiente recogió su odre de agua y la bolsa con sus
provisiones y volvió a la Mezquita. No había hecho preguntas
ni se las habían hecho a él.
Abū Ḏarr pasó el día siguiente sin llegar a conocer al Pro-
feta s. Al atardecer fue a la Mezquita para dormir y ʿAlī pasó
de nuevo a su lado y le dijo:
“¿No va siendo hora de que un hombre conozca su casa?”
Abū Ḏarr se fue con él y pasó la segunda noche como invi-
tado suyo. Como en la noche anterior, ninguno de los dos
hizo preguntas.
A la tercera noche, sin embargo, ʿAlī le preguntó: “¿No vas
a decirme a qué has venido a Meca?”
“Sólo si prometes guiarme a lo que vengo buscando.”
ʿAlī aceptó y Abū Ḏarr dijo:
“He venido a Meca de un lugar lejano buscando al nuevo
Profeta para escuchar algo de lo que dice.”
El rostro de ʿAlī se iluminó de felicidad mientras decía:
“¡Por Dios! Él es en verdad el Enviado de Dios s,” y siguió
hablando a Abū Ḏarr del Profeta y de sus enseñanzas. Al final
dijo:
“Cuando nos levantemos por la mañana, sígueme a donde
yo vaya. Si veo algo que me haga temer por ti, me detendré

25
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

como si fuera a orinar. Si continúo, sígueme y entra donde yo


entre.”
Abū Ḏarr no pudo dormir nada el resto de la noche, por su
intenso anhelo de ver al Profeta s y escuchar las palabras de
la revelación. A la mañana siguiente, siguió de cerca a ʿAlī
hasta que estuvieron delante del Profeta.
“As-salamu ʿalaika, yā Rasūlullāh (la paz sea contigo, oh En-
viado de Dios),” fueron las palabras de saludo de Abū Ḏarr.
“Wa ʿalaika salamullāhi wa barakatuhu (y contigo sea la paz
de Dios, Su misericordia y Sus bendiciones),” respondió el
Profeta.
Abū Ḏarr fue pues la primera persona que saludó al Profe-
ta con el saludo del Islam. Después de eso, el saludo se exten-
dió y se hizo de uso general.
El Profeta -la paz sea con él-, dio la bienvenida a Abū Ḏarr
y le invitó a aceptar el Islam. Recitó para él algo del Corán.
Poco después, Abū Ḏarr pronunció allí mismo la Šahāda, con
lo que entró a formar parte de la nueva religión (sin haber
abandonado su asiento). Fue uno de los primeros en aceptar
el Islam.
Dejemos que sea Abū Ḏarr quien continúe su propia histo-
ria...
“Después de eso, me quedé con el Profeta s en Meca y él
me enseñó a recitar el Corán. Luego me dijo: ‘No le cuentes a
nadie en Meca que te has hecho musulmán. Temo que te ma-
ten...’
“‘Por Aquel en cuyas manos está mi alma, no he de aban-
donar Meca hasta entrar en la Mezquita Sagrada y proclamar
la llamada a la Verdad en medio de los Quraiš,’ prometió Abū
Ḏarr.
“El Profeta se quedó callado. Me dirigí a la Mezquita. Los
Quraiš estaban sentados, charlando. Me coloqué en medio de
ellos y grité con toda mi fuerza: ‘Oh gentes de Quraiš, atesti-
güo que no hay más dios que Dios y que Muḥammad es el
Enviado de Dios.’
“Mis palabras causaron un efecto inmediato en ellos. Se
levantaron de repente y dijeron: ‘Coged a este que ha aban-

26
ABŪ ḎARR AL-GUIFĀRĪ

donado su religión.’ Saltaron entonces sobre mi y empezaron


a golpearme sin piedad. Tenían claramente la intención de
matarme. Pero ʿAbbās ibn ʿAbd al-Muṭṭalib, el tío del Profeta,
me reconoció. Se inclinó sobre mí y me protegió de ellos.
Luego dijo:
“‘¡Ay de vosotros! ¿Vais a matar a un hombre de Guifār
cuando vuestras caravanas pasan por sus territorios?’
“Entonces me soltaron.
“Volví a donde estaba el Profeta -la paz sea con él-, y
cuando me vio en aquel estado, dijo: ‘¿No te dije que no
anunciases tu conversión al Islam?’
“‘¡Oh Enviado de Dios!’ –dije; ‘Era un impulso que surgió
en mi alma y tenía que satisfacerlo.’
“‘Vuelve con tu gente,’ me ordenó, ‘y diles todo lo que has
visto y oído. Llámales a Dios. Puede que Dios les favorezca por
medio de ti y te recompense a ti a través de ellos. Y cuando
oigas que estoy anunciando el Islam abiertamente, ven a mí.’
“Me fui de Meca y regresé con mi gente. Mi hermano salió
a recibirme y me preguntó: ‘¿Qué has hecho?’ Le conté que
me había hecho musulmán y que creía en las enseñanzas de
Muḥammad s.
“‘No soy contrario a tu religión,’ dijo. ‘En realidad, yo
también soy ahora musulmán y creyente.’
“Ambos fuimos entonces a ver a nuestra madre y la invi-
tamos a aceptar el Islam.
“‘No me desagrada vuestra religión. Acepto también el Is-
lam,’ dijo.
Desde ese día esta familia de creyentes se mostró incansa-
ble en llamar a los Guifār a Dios y no se apartaron de su
propósito. Con el tiempo, gran número de ellos se convirtieron
al Islam y se estableció entre ellos la oración en congregación.
Abū Ḏarr siguió viviendo en su hogar en el desierto hasta
que el Profeta s hubo emigrado a Medina y se libraron las
batallas de Badr, Uḥud y Jandaq. En Medina pidió estar al
servicio personal del Profeta. El Profeta aceptó y se mostró
complacido de su compañía y su servicio. A veces mostraba
su predilección por Abū Ḏarr por encima de otros y cada vez

27
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

que se encontraba con él le daba golpes en la espalda y mos-


traba su alegría.
Después de la muerte del Profeta s, Abū Ḏarr no pudo so-
portar seguir en Medina debido a su dolor por la pérdida de
su compañía y su guía. Así que se marchó al desierto de Siria
y allí permaneció durante los califatos de Abū Bakr y ʿUmar.
Durante el califato de ʿUṯmān, vivió en Damasco y vio la
preocupación de los musulmanes por la vida de este mundo y
su afán de lujo. Todo ello le entristecía y le causaba repug-
nancia. Entonces ʿUṯman le pidió que viniera a Medina. En
Medina se mostraba crítico con la gente porque buscaban los
bienes y los placeres de este mundo y ellos le criticaban a su
vez por esta denuncia suya. ʿUṯman le ordenó entonces que
se retirara a Rubda, un pequeño pueblo próximo a Medina.
Allí vivió alejado de la gente, apartado de su afán por las ri-
quezas mundanales; aferrándose al legado del Profeta y de
sus Compañeros, que buscaban la morada eterna del Más Allá
prefiriéndola a este mundo pasajero.
Una vez un hombre vino a visitarle y viendo su casa to-
talmente vacía de posesiones, preguntó a Abū Ḏarr:
“¿Dónde están tus posesiones?”
“Tenemos una casa allá atrás (queriendo indicar el Más
Allá),” dijo Abū Ḏarr, “a la que hemos enviado lo mejor de
nuestras posesiones.”
El hombre entendió lo que quería decir, y dijo:
“Pero debéis tener algunas posesiones mientras viváis en
esta morada.”
“El dueño de esta morada no nos dejaría vivir en ella,”
respondió Abū Ḏarr.
Abū Ḏarr continuó con esta vida frugal y simple hasta el
final. Una vez el emir de Siria le envió trescientos dinares
para satisfacer sus necesidades. Abū Ḏarr devolvió el dinero,
diciendo: “¿No encuentra el emir de Siria a nadie más mere-
cedor de eso que yo?”
En el año 32 de la Hégira, el abnegado Abū Ḏarr murió. El
Profeta -la paz sea con él-, había dicho de él:

28
ABŪ ḎARR AL-GUIFĀRĪ

“No soporta la tierra ni cubren los cielos a un hombre más


veraz y fiel que Abū Ḏarr.”

29
6. UMM SALAMA
¡UMM SALAMA! ¡Qué extraordinaria vida la suya! Su verdadero
nombre era Hind. Era hija de uno de los nobles del clan
Majzūm, conocido como ‘Zād ar-Rākib’, por su espléndida y
famosa generosidad con los viajeros. El marido de Umm Sa-
lama era ʿAbdullāh ibn ʿAbdulasad y ambos fueron de los
primeros conversos al Islam. Sólo Abū Bakr y unos pocos
más, que pueden contarse con los dedos de una mano, se
hicieron musulmanes antes que ellos.
Tan pronto como se extendió la noticia de que se habían
hecho musulmanes, los Quraiš reaccionaron con furia. Empe-
zaron a hostigar y a perseguir a Umm Salama y a su marido.
Pero la pareja no vaciló ni desesperó y ambos se mantuvieron
firmes en su nueva fe.
La persecución se hizo cada día más intensa. La vida en
Meca se volvió insoportable para muchos de aquellos nuevos
musulmanes. El Profeta -la paz sea con él-, les dio entonces
permiso para emigrar a Abisinia. Umm Salama y su marido
estuvieron a la vanguardia de estos muhāŷirūn, refugiados en
una tierra extraña. Para Umm Salama significó abandonar su
espaciosa casa y renunciar a los tradicionales vínculos de
linaje y honor por algo nuevo –la esperanza de obtener la
complacencia y la recompensa de Dios.
A pesar de la protección que Umm Salama y sus compañe-
ros recibieron del gobernante de Abisinia, el deseo de regre-
sar a Meca, de estar cerca del Profeta s y de la fuente de la
revelación y la guía persistían.
Pasado un tiempo, les llegaron noticias de que el número
de musulmanes en Meca había aumentado. Entre ellos esta-
ban Hamza ibn ʿAbd al-Muṭṭalib y ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb. Su fe
había fortalecido grandemente la comunidad y, según habían
UMM SALAMA

oído, los Quraiš habían relajado algo su persecución. Así pues,


un grupo de los muhāŷirūn, impulsados por un profundo an-
helo en sus corazones, decidieron a regresar a Meca.
La relajación de la persecución fue algo pasajero, como los
retornados pudieron comprobar bien pronto. El impresio-
nante aumento en el número de musulmanes que siguió a las
conversiones de Hamza y ʿUmar sólo había conseguido enfu-
recer aún más a los Quraiš. Intensificaron entonces su perse-
cución y su tortura hasta un grado de intensidad antes des-
conocido. Así las cosas, el Profeta s dio permiso a sus Com-
pañeros para que emigrasen a Medina. Umm Salama y su
marido fueron de los primeros en partir.
La hégira de Umm Salama y su marido no fue sin embargo
tan fácil como habían imaginado. De hecho, fue una expe-
riencia amarga y difícil, y especialmente angustiosa para ella.
Dejemos que sea Umm Salama quien nos cuente su histo-
ria...
“Cuando Abū Salama (mi marido) decidió partir para Me-
dina, preparó un camello para mí, me subió a él y puso a
nuestro hijo Salama en mi regazo. Mi marido cogió entonces
las riendas y se puso en camino sin detenerse ni esperar na-
da. Antes de que pudiéramos salir de Meca, sin embargo, un
grupo de hombres de mi clan nos detuvo y le dijeron a mi
marido:
“‘Aunque tú eres libre de hacer lo que quieras con tu per-
sona, no tienes potestad sobre tu esposa. Ella es nuestra her-
mana. ¿Piensas que vamos a dejarte que te la lleves lejos de
nosotros?’
“Cayeron entonces sobre él y nos separaron. El clan de mi
marido, los Banū ʿAbdulasad, vieron cómo nos llevaban a mí y
a mi hijo y se encendieron de furia.
“¡No! ¡Por Dios!” -gritaron, “no abandonaremos al mucha-
cho. Es hijo nuestro y tenemos prioridad sobre él.”
“Le agarraron de la mano y lo separaron de mí. De repen-
te, en unos pocos segundos, me vi sola y abandonada. Mi ma-
rido partió solo hacia Medina y su clan se había llevado a mi

31
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

hijo. Mi propio clan, los Banū Majzūm, me obligaron a per-


manecer con ellos.
“Desde el día en que mi marido y mi hijo fueron separados
de mí, iba todos los días a aquel valle hacia el mediodía y me
sentaba en el lugar donde había ocurrido la tragedia. Recor-
daba aquellos terribles momentos y lloraba hasta que ano-
checía.
“Así seguí durante un año más o menos, hasta que un
hombre de los Banū Umayya pasó a mi lado y me vio en aquel
estado. Fue a hablar con mi clan y les dijo:
“¿Por qué no dejáis libre a esta pobre mujer? Habéis
hecho que su marido y su hijo le sean arrebatados.”
“Siguió hablándoles, tratando de enternecer sus corazo-
nes y sus emociones. Al final me dijeron: “Puedes irte con tu
marido si quieres.”
“Pero, ¿cómo podía reunirme con mi marido en Medina y
dejar a mi hijo, una parte de mi carne y mi sangre, en Meca,
entre los Banū ʿAbdelasad? ¿Cómo podría librarme de aquella
angustia y librar a mis ojos de las lágrimas si alcanzaba la meta
de la hégira sin saber nada de mi hijito que quedaba en Meca?
“Algunos comprendían lo que estaba atravesando y sus
corazones se solidarizaron conmigo. Intercedieron ante los
Banū ʿAbdelasad por mí y consiguieron que se compadecie-
ran y me devolvieran a mi hijo.
“Ahora no quería quedarme en Meca, ni siquiera a esperar
a alguien que me acompañara en el viaje, por temor a que
ocurriese algo que me retrasara o me impidiera reunirme con
mi marido. Preparé enseguida mi camello, coloqué a mi hijo
en el regazo y partí para Medina.
“Nada más llegar a Tanʿīm (a unos cinco kilómetros de
Meca) encontré a ʿUṯmān ibn Ṭalḥa. (Era uno de los guardia-
nes de la Kaʿba en tiempos pre-islámicos y aún no era mu-
sulmán.)
“¿A dónde vas, hija de Zād ar-Rākib?” -me preguntó.
“Voy a reunirme con mi marido en Medina.”
“¿Y no va nadie contigo?”
“No, por Dios. Excepto Dios y mi hijito.”

32
UMM SALAMA

“Por Dios, que no te abandonaré hasta que llegues a Medi-


na,” prometió.
“Cogió entonces las riendas de mi camello y nos pusimos
en camino. Por Dios, que no he conocido a un árabe más ge-
neroso y noble que él. Cuando nos deteníamos para descan-
sar, hacía que mi camello se arrodillase, esperaba a que yo
desmontase, cogía las riendas del camello y lo ataba a un
árbol. Luego se iba a la sombra de otro árbol. Cuando había-
mos descansado, preparaba el camello y proseguíamos nues-
tro viaje.
“Hizo esto todos los días hasta que llegamos a Medina. Al
llegar a un poblado cerca de Qubāʾ (a unos cuatro kilómetros
de Medina) que pertenecía a los Banū ʿAmr ibn ʿAuf, dijo: “Tu
marido está en este poblado. Entra en él con la bendición de
Dios.”
“Entonces se dio la vuelta y se dirigió a Meca.”

SUS CAMINOS finalmente se encontraban después de la larga


separación. Umm Salama no cabía en sí de gozo de ver a su
marido y él de ver a su esposa y a su hijo.
Grandes e importantes acontecimientos se sucedían uno
tras otro. Se libró la batalla de Badr en la que combatió Abū
Salama. Los musulmanes regresaron victoriosos y fortaleci-
dos. Luego se produjo la batalla de Uḥud en la que los mu-
sulmanes fueron seriamente probados. Abū Salama resultó
gravemente herido. Al principio parecía responder bien al
tratamiento, pero sus heridas nunca curaron del todo y
quedó postrado en su lecho.
En una ocasión, mientras Umm Salama le atendía, le dijo:
“Oí decir al Enviado de Dios s que cuando una calamidad
aflige a alguien debe decir: ‘Ciertamente, de Dios somos y a Él
habremos de retornar.’ Y solía rezar diciendo: ‘Oh Señor, da-
me a cambio algún bien que sólo Tú, el Altísimo, el Poderoso,
puedes dar.’”
Abū Salama permaneció enfermo en cama durante varios
días. Una mañana el Profeta s vino a visitarle. La visita se
prolongó más de lo habitual. Cuando el Profeta estaba todav-

33
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ía junto a él Abū Salama murió. Con sus manos bendecidas, el


Profeta cerró los ojos de su Compañero muerto. Luego alzó
esas manos al cielo y rezó:
“¡Oh Señor, perdona a Abū Salama. Elévale entre los que
están próximos a Ti. Protege y cuida a su familia en todo
momento. Perdónanos a nosotros y a él, oh Señor del Univer-
so. Ensancha su tumba y haz que sea leve para él.”
Umm Salama recordó la oración del Profeta que su marido
había mencionado en su lecho de muerte y empezó a repetir-
la: “Oh Señor, a Ti me encomiendo en esta difícil situación
mía...” Pero no se atrevía a añadir... “Oh Señor, dame algún
bien a cambio,” porque se repetía a sí misma: “¿Quién podría
ser mejor que Abū Salama?” Pero no habría de pasar mucho
tiempo antes de que se cumpliera su súplica.
Los musulmanes sentían gran tristeza por las dificultades
de Umm Salama. Llegó a ser conocida como “Ayyin al-ʿArab”
–la que había perdido a su esposo. No tenía familia propia en
Medina excepto sus hijos pequeños, como una gallina sin
plumas.
Tanto los Muhāŷirūn como los Anṣār sentían que tenían
un deber para con Umm Salama. Cuando hubo terminado su
ʿidda (tres meses y diez días), Abū Bakr le propuso matrimo-
nio, pero ella rehusó. Luego ʿUmar la pidió en matrimonio,
pero también rehusó su proposición. El Profeta s entonces
hizo su petición de mano y ella respondió:
“Oh Enviado de Dios, tengo tres peculiaridades. Soy una
mujer extremadamente celosa y tengo miedo de que veas en
mí algo que te enoje conmigo y que haga que Dios me casti-
gue. Soy una mujer entrada en años y soy una mujer con car-
gas familiares.”
El Profeta contestó:
“En cuanto a los celos que has mencionado, pido a Dios, el
Todopoderoso, que los aparte de ti. En cuando a la cuestión
de la edad que has mencionado, me aflige el mismo problema
que a ti. En cuanto a lo que mencionas de la familia que de-
pende de ti, tu familia es mi familia.”

34
UMM SALAMA

Contrajeron matrimonio y así fue como Dios respondió a


la oración de Umm Salama y le dio a alguien mejor que Abū
Salama. Desde ese día Hind al-Majzūmīya dejó de ser sólo la
madre de Salama y se convirtió en madre de todos los cre-
yentes –Umm al-muʾminīn.

35
7. ʿABDULLĀH IBN UMM MAKTŪ
BDULLĀ AKTŪM

ʿABDULLĀH IBN UMM MAKTŪM era primo de Jadīŷa bint Juwailid,


‘Madre de los Creyentes’ -que Dios esté complacido de ella. Su
padre fue Qais ibn Zaid y su madre ʿĀtika bint ʿAbdullāh. Era
conocida como Umm Maktūm (Madre del Velado) porque dio
a luz a un hijo ciego.
ʿAbdullāh fue testigo del nacimiento del Islam en Meca.
Fue de los primeros en aceptar el Islam. Conoció toda la per-
secución de los musulmanes, y sufrió lo mismo que habían
experimentado todos los demás musulmanes. Su actitud,
como la de todos ellos, fue de firmeza, tenaz resistencia y
sacrificio. Ni su entrega ni su fe se vieron debilitadas por la
violencia del ataque de los Quraiš. De hecho, todo ello no hizo
sino aumentar su determinación de aferrarse a la religión de
Dios, y su devoción por Su enviado.
ʿAbdullāh seguía las indicaciones del noble Profeta s y
sentía tantos deseos de memorizar el Corán que no dejaba
pasar ninguna oportunidad de conseguir el anhelo de su co-
razón. En verdad, su insistencia y su tenacidad podían resul-
tar a veces irritantes porque, sin darse cuenta, acaparaba la
atención del Profeta.
En este período, el Profeta -la paz sea con él-, estaba con-
centrando sus esfuerzos en convencer a los notables de
Quraiš y deseaba que se hicieran musulmanes. Un día en con-
creto, se encontró con ʿUtba ibn Rabīʿa, su hermano Šaiba,
ʿAmr ibn Hišām -más conocido como Abū Ŷahl-, Umayya ibn
Jalaf y Walīd ibn al-Muguīra, el padre de Jālid ibn al-Walīd, el
que más tarde sería conocido como Saif Allāh o ‘la espada de
Dios.’ Había empezado a hablar y a negociar con ellos y a in-
formarles acerca del Islam. Deseaba con fuerza que respon-
ʿABDULLĀH IBN UMM MAKTŪM

diesen positivamente a su llamada y aceptasen el Islam o al


menos suspendieran su persecución contra sus Compañeros.
Mientras estaba inmerso en esto, llegó ʿAbdullāh ibn Umm
Maktūm y le pidió que le recitase un versículo del Corán.
“¡Oh Enviado de Dios,” dijo, “enséñame algo de lo que Dios
te ha enseñado.”
El Profeta frunció el ceño y se apartó de él. Se volvió en-
tonces hacia el grupo de personas distinguidas de Quraiš, con
la esperanza de que se hicieran musulmanes y mediante su
conversión engrandecieran la religión de Dios y fortalecieran
su misión. Nada más acabar de hablar con ellos y dejar su
compañía, sintió de repente que se volvía medio ciego y tam-
bién un fuerte dolor punzante en la cabeza. Entonces le llegó
la siguiente revelación:
“¡Frunció el ceño y volvió la espalda porque el ciego se acercó a
él! Pero que tú sepas [oh Muḥammad,] quizá podría haber crecido en
pureza, o haber sido advertido [de la verdad], y haberse beneficiado
de esta advertencia.
“En cambio, a quien se cree autosuficiente –a ése le das toda tu
atención, aunque tú no eres responsable si no se purifica; pero al que
acudió a ti lleno de fervor y con temor [de Dios] --¡a ése no le prestas
atención!
“¡No! En verdad, estos [mensajes] son un recordatorio –que quien
quiera, pues, Le recuerde—[contenido] en revelaciones enaltecidas,
sublimes y puras, [portadas] en manos de mensajeros nobles y vir-
tuosos.” (Corán, 80:1-16)
Estos son los dieciséis versículos revelados al Profeta
acerca del incidente de ʿAbdullāh ibn Umm Maktūm –
dieciséis versículos que han sido recitados desde entonces
hasta nuestros días y que seguirán siendo recitados.
Desde ese día, el Profeta s se mostró siempre generoso
con ʿAbdullāh ibn Umm Maktūm: le preguntaba acerca de sus
asuntos, satisfacía sus necesidades y le hacía un lugar en su
asamblea cada vez que acudía allí. Esto no resulta extraño.
¿Acaso no había sido censurado por Dios severamente por
causa de ʿAbdullāh? Tanto es así, que en adelante saludaba a
menudo a Ibn Umm Maktūm con estas palabras de humildad:

37
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Bienvenido aquel por cuya causa Mi Señor me ha censu-


rado.”
Cuando los Quraiš intensificaron su persecución contra el
Profeta s y los que con él creían, Dios les dio permiso para
emigrar. La respuesta de ʿAbdullāh fue rápida. Él y Muṣʿab ibn
ʿUmair fueron los primeros de los Compañeros en llegar a
Medina.
Tan pronto como llegaron a Yaṯrib, él y Muṣʿab empeza-
ron a entablar conversaciones con la gente, a recitarles el
Corán y enseñarles la religión de Dios. Cuando el Profeta -la
paz sea con él-, llegó a Medina, nombró a ʿAbdullāh y a Bilāl
ibn Rabah almuédanos de los musulmanes, para que procla-
masen la Unidad de Dios cinco veces al día, llamando a la
gente a la mejor de las acciones e invitándoles a la felicidad
suprema.
Bilāl daba el aḏān y ʿAbdullāh pronunciaba el iqāma para la
Oración. A veces se tornaban los papeles. Durante Ramadán,
seguían un procedimiento especial. Uno de ellos daba el ad-
han para despertar a la gente y que comieran antes de co-
menzar el ayuno. El otro daba el adhan para anunciar el alba
y el comienzo del ayuno. Bilāl era quien despertaba a la gente
y ʿAbdullāh ibn Umm Maktūm quien anunciaba el principio
del alba.
Una de las tareas que el Profeta s confió a ʿAbdullāh ibn
Umm Maktūm fue ponerle al cargo de Medina durante su
ausencia. Esto ocurrió en más de diez ocasiones, una de ellas
cuando se ausentó para la liberación de Meca.
Poco después de la batalla de Badr, el Profeta recibió una
revelación de Dios elevando el rango de los muŷāhidīn y prefi-
riéndoles sobre los qaʿidūn (los que se quedan inactivos en sus
casas). Esto era para animar aún más al muyahid e incitar al
qa’id a que abandonase su inactividad. Esta revelación afectó
profundamente a Ibn Umm Maktūm. Le dolía verse vedado
así de un rango superior, y dijo:
“Oh Enviado de Dios. Si pudiera ir al ŷihād ciertamente ir-
ía.” El Profeta imploró a Dios una revelación acerca de este

38
ʿABDULLĀH IBN UMM MAKTŪM

caso particular y el de aquellos que como él no podían unirse


a las expediciones militares dada su invalidez.
Su oración fue respondida. Se reveló al Profeta s una fra-
se adicional que exceptuaba a los discapacitados del sentido
general del versículo. El āya completo quedó así:
“Los creyentes que permanecen inactivos –a excepción de los in-
válidos-, no pueden ser considerados iguales que aquellos que se
esfuerzan por la causa de Dios con sus bienes y sus personas...”
(Corán, 4:95)
A pesar de haber sido así eximido del ŷihād, el alma de
ʿAbdullāh ibn Umm Maktūm se negaba a contentarse con
quedarse con los que habían optado por quedarse en casa
durante una campaña militar. Las almas grandes se niegan a
permanecer ajenas a los asuntos de gran importancia. Se
prometió a sí mismo que no se perdería ninguna campaña. Se
fijó una tarea en el campo de batalla. Decía: “Situadme entre
dos filas y dadme el estandarte. Yo lo llevaré y lo protegeré,
porque siendo ciego no puedo huir.”

EN EL AÑO CATORCE de la hégira, ʿUmar decidió emprender una


gran ofensiva contra los persas para destruir su estado y de-
jar libre el paso a los ejércitos musulmanes. Así pues, escribió
a sus gobernadores:
“Enviad a todo aquel que posea un arma o un caballo, o
que pueda serme de alguna ayuda. Y daos prisa.”
Los musulmanes acudieron en masa de todas direcciones
en respuesta a la llamada de ʿUmar y se congregaron en Me-
dina. Entre ellos estaba el muŷāhid ciego, ʿAbdullāh ibn Umm
Maktūm.
ʿUmar nombró a Saʿd ibn Abū Waqqāṣ jefe del ejército, le
dio sus instrucciones y se despidió de él. Cuando el ejército
llegó a Qādisīya, ʿAbdullāh ibn Umm Maktūm se encontraba
en la vanguardia, vestido con una cota de malla y totalmente
preparado. Había prometido portar el estandarte de los mu-
sulmanes y protegerlo o morir en el campo de batalla.
Los ejércitos se encontraron y la batalla se prolongó du-
rante tres días. Fue uno de los combates más violentos y fe-

39
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

roces de la historia de la conquista musulmana. Al tercer día,


los musulmanes consiguieron una famosa victoria y uno de
los más grandes imperios del mundo se derrumbó, y uno de
los tronos más seguros desapareció. El estandarte del Tauḥīd
se alzó sobre una tierra idólatra. El precio de esta clara victo-
ria fueron cientos de mártires. Entre ellos estaba ʿAbdullāh
ibn Umm Maktūm. Fue hallado muerto en el campo de bata-
lla, aferrado a la bandera de los musulmanes.

40
8. ʿUMAIR IBN WAHB
ʿUMAIR IBN WAHB al-Ŷumāḥī regresó ileso de la batalla de Badr.
Su hijo Wahb fue hecho prisionero y quedó en manos de los
musulmanes. ʿUmair temía que los musulmanes castigaran al
joven severamente en represalia por la persecución a que él
había sometido al Profeta s y la tortura que había infligido a
sus Compañeros.
Una mañana ʿUmair fue a la Mezquita Sagrada a hacer
ṭawāf alrededor de la Kaʿba y adorar a sus ídolos. Se encontró
allí a Ṣafwān ibn Umayya sentado cerca de la Kaʿba, se acercó
a él y le dijo:
“Im sabaḥan (Buenos días), jefe de los Quraiš.”
“Im sabaḥan, Ibn Wahb,” respondió Ṣafwān. “Hablemos un
poco. El tiempo pasa mejor en conversación.”
ʿUmair se sentó a su lado. Los dos hombres empezaron re-
cordando Badr, la gran derrota que habían sufrido y contaron
los prisioneros que habían caído en manos de Muḥammad s
y sus Compañeros. Se sintieron consternados por el gran
número de grandes hombres de Quraiš que habían caído bajo
las espadas de los musulmanes y habían sido enterrados en la
fosa común de al-Qalib, en Badr.
Ṣafwān ibn Umayya sacudió la cabeza y suspiró: “Por Dios,
no habrá nadie mejor para ocupar su lugar.”
“Tienes razón,” declaró ʿUmair. Luego se quedó en silen-
cio por un rato y después dijo: “Por el Dios de la Kaʿba, si no
tuviera deudas ni una familia que temo dejar desamparada,
iría a ver a Muḥammad y lo mataría, acabaría con su misión y
pondría fin a su mal.” Y prosiguió con voz tenue y apagada:
“Además, como tienen en su poder a mi hijo Wahb, mi viaje a
Yaṯrib no despertaría sospechas.”
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Ṣafwān escuchaba atentamente las palabras de ʿUmair y


no quiso dejar pasar esta oportunidad. Se volvió a él y le dijo:
“ʿUmair deja en mis manos tu deuda que yo me haré cargo
de ella, cualquiera que sea la cantidad. En cuanto a tu familia,
me ocuparé de ellos como si fueran mi propia familia y les
daré todo lo que necesiten. Tengo riqueza suficiente para
asegurarles una vida confortable.”
“De acuerdo,” dijo ʿUmair. “Pero mantén esta conversa-
ción nuestra en secreto y no hables de ella con nadie.”
“Así lo haré,” dijo Ṣafwān.
ʿUmair salió del Masŷid al-Ḥāram con el fuego del odio
contra Muḥammad ardiendo en su corazón. Empezó a reunir
todo lo que necesitaba para la tarea que se había propuesto.
Sabía que podía contar con el pleno apoyo y la confianza de
los Quraiš que tenían a miembros de su familia prisioneros en
Medina.
ʿUmair afiló su espada y la roció de veneno. Su camello es-
taba ensillado y preparado para el viaje. Montó en él y ca-
balgó en dirección a Medina con el corazón rebosando planes
malvados.
ʿUmair llegó a Medina y fue directamente a la mezquita en
busca del Profeta s. Desmontó cerca de la puerta de la mez-
quita y ató a su camello.
En ese momento, ʿUmar estaba sentado cerca de la puerta
de la Mezquita junto con algunos Ṣaḥāba, recordando los
tiempos de Badr, el número de prisioneros que habían captu-
rado y el número de Quraiš que habían matado. Recordaban
también los actos de heroísmo protagonizados por los mu-
sulmanes, tanto de los Muhāŷirūn como de los Anṣār, y da-
ban gracias a Dios por la gran victoria que les había dado.
En ese preciso momento ʿUmar se volvió y vio cómo
ʿUmair ibn Wahb desmontaba de su camello y se dirigía hacia
la Mezquita con la espada en la mano. Alarmado, se levantó
de un salto y gritó: “Ese es el perro, ʿUmair ibn Wahb, el ene-
migo de Dios. Por Dios, que no ha venido sino a hacer algún
mal. Era el cabecilla de los mušrikūn cuando nos perseguían
en Meca y fue espía suyo contra nosotros poco antes de Badr.

42
ʿUMAIR IBN WAHB

Reuníos con el Enviado de Dios, situaos en torno a él y avisad-


le de que este sucio traidor viene a por él.”
ʿUmar fue rápidamente a hablar con el Profeta y le dijo:
“Oh Rasūlullāh, este enemigo de Dios, ʿUmair ibn Wahb, ha
venido espada en mano y creo que sólo trae malas intencio-
nes.”
“Déjale pasar,” dijo el Profeta.
ʿUmar se acercó a ʿUmair, le agarró por el borde de sus
vestiduras, le colocó el canto de su espada contra el cuello y
lo llevó ante el Profeta.
Cuando el Profeta s vio a ʿUmair en aquel estado le dijo a
ʿUmar:
“Suéltale.” Luego se volvió a ʿUmair y le dijo:
“Acércate.”
ʿUmair se acercó y dijo: “An im sabaḥan (el saludo árabe de
los tiempos de Ŷahilīya).”
Dios nos ha dado un saludo mejor que ese, ʿUmair,” dijo el
Profeta s. “Dios nos ha dado el saludo de paz –que es el salu-
do de la gente del Paraíso.”
“¿A qué has venido?” -continuó el Profeta.
“He venido con la esperanza de que sueltes al prisionero
que tienes en tus manos. Hazme pues ese favor.”
“Y, ¿para qué esa espada que llevas colgada del cuello?” -
inquirió el Profeta s. “Dime la verdad. ¿A qué has venido,
ʿUmair?” -le acosó el Profeta.
“No he venido sino a conseguir la liberación del prisione-
ro,” insistió ʿUmair.
“No. Tú y Ṣafwān ibn Umayya estabais sentados cerca de
la Kaʿba recordando a vuestros compañeros que yacen sepul-
tados en al-Qalib y entonces tú dijiste: ‘Si no tuviera deudas
ni familia, ciertamente iría a matar a Muḥammad.’ Ṣafwān se
hizo cargo de tu deuda y prometió ocuparse de tu familia a
cambio de que te comprometieses a matarme. Pero Dios es
una barrera entre tú y el cumplimiento de tu propósito.”
ʿUmair se quedó atónito por un momento, luego dijo:
“Atestigüo que eres el Enviado de Dios.”

43
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Acostumbrábamos a rechazar,” continuó ʿUmair, “el bien


que nos traías, oh Enviado de Dios, y toda la revelación que te
llegaba. Pero mi conversación con Ṣafwān ibn Umayya no era
conocida por nadie más. Por Dios, que estoy seguro de que
sólo Dios pudo haberte dado a conocer eso. Alabado sea Dios
que me ha conducido hasta ti para guiarme al Islam.” Enton-
ces declaró que no hay más dios que Dios y que Muḥammad
es el enviado de Dios y se hizo musulmán. A continuación, el
Profeta s ordenó a sus Compañeros:
“Instruid a vuestro hermano en su religión. Enseñadle el
Corán y liberad a su prisionero.”
Los musulmanes se sintieron muy felices de la conversión
de ʿUmair al Islam. Hasta ʿUmar, que en una ocasión había
dicho de él: “Un cerdo me resulta más grato que ʿUmair ibn
Wahb,” se acercó al Profeta s y exclamó: “Hoy es más queri-
do para mí que algunos de mis hijos.”
En adelante, ʿUmair pasó mucho tiempo aumentando su
conocimiento del Islam y llenando su corazón de la luz del
Corán. Allí, en Medina, pasó los días más dulces y plenos de
su existencia, lejos de todo lo que había conocido en Meca.
Mientras tanto en Meca, Ṣafwān estaba lleno de esperan-
zas y solía decir a los Quraiš: “Pronto os daré grandes noticias
que os harán olvidar los sucesos de Badr.”
Ṣafwān esperó mucho tiempo, pero luego cayó gradual-
mente en una desesperación cada día mayor. En ese estado,
solía salir a los caminos y preguntar a los viajeros por las no-
ticias que tuvieran de ʿUmair ibn Wahb pero ninguno pudo
darle una respuesta satisfactoria. Un día, sin embargo, llegó
un jinete y le dijo: “ʿUmair se ha hecho musulmán.”
Esta noticia cayó sobre Ṣafwān como un rayo. Estaba se-
guro de que ʿUmair no podía hacerse musulmán, y si él se
convertía, entonces todo el mundo sobre la faz de la tierra se
haría musulmán también. “Jamás volveré a dirigirle la pala-
bra ni haré nada por él,” dijo.
ʿUmair, mientras tanto, siguió esforzándose por compren-
der mejor su religión y memorizar todo lo que podía de las

44
ʿUMAIR IBN WAHB

palabras de Dios. Cuando sintió que había conseguido cierto


grado de confianza, fue a ver al Profeta s y le dijo:
“Oh Rasūlullāh, ha pasado mucho tiempo desde que quer-
ía apagar la luz de Dios y torturaba cruelmente a cualquiera
que estuviera en el camino del Islam. Ahora deseo que me des
permiso para ir a Meca e invitar a los Quraiš al camino de
Dios y Su Enviado s. Si aceptan lo que les presento, será
bueno. Y si me rechazan y se enfrentan a mí, les hostigaré
como solía hostigar a los Compañeros del Profeta.”
El Profeta s dio su consentimiento y ʿUmair se marchó a
Meca. Una vez allí, fue directamente a casa de Ṣafwān ibn
Umayya y le dijo:
“Ṣafwān, tú eres uno de los jefes de Meca y unos de los
hombres más inteligentes de Quraiš. ¿Piensas, acaso, que
estas piedras que adoras y a las que haces sacrificios merecen
ser la base de tu religión? En cuanto a mí, declaro que no hay
más dios que Dios y que Muḥammad es el Enviado de Dios.”
A través de ʿUmair, muchos habitantes de Meca se hicie-
ron musulmanes, pero no Ṣafwān.
Más tarde, durante la liberación de Meca, Ṣafwān ibn
Umayya intentó huir del ejército musulmán. ʿUmair, sin em-
bargo, obtuvo del Profeta s una amnistía para él y también
se hizo musulmán, distinguiéndose luego al servicio del Is-
lam.

45
9. ABŪ AYYŪB
YYŪB AL-ANṢĀRĪ

JĀLID IBN SAʿĪD ibn Kulaib de la tribu Naŷŷār fue un Compañero


eminente y muy cercano al Profeta s. Era conocido como
Abū Ayyūb (el padre de Ayyūb) y gozó de un privilegio que
muchos de los Anṣār de Medina hubieran querido poseer.
Cuando el Profeta -la paz y las bendiciones de Dios sean
con él-, llegó a Medina tras la hégira desde Meca, fue recibido
con entusiasmo por los Anṣār de Medina. Sus corazones le
dieron la bienvenida y sus ojos le seguían con devoción y
amor. Querían darle el más generoso recibimiento que al-
guien pudiese recibir.
El Profeta s se detuvo primero en Qubā, en las afueras de
Medina y allí permaneció durante varios días. Lo primero que
hizo fue construir la mezquita que el Corán describe como la
“mezquita fundada sobre la conciencia de Dios (at-taqwā).” (Corán,
9:108)
El Profeta s entró en Medina montado en su camello. Los
jefes de la ciudad se habían situado a lo largo de su camino,
buscando cada uno de ellos el honor de que el Profeta des-
cendiera y se alojase en su casa. Uno tras otro fueron
plantándose delante del camello, suplicando: “Quédate con
nosotros, oh Rasūlullāh.”
“Dejad suelto al camello,” decía el Profeta. “Está bajo el
mandato.”
El camello prosiguió su marcha, seguido de cerca por los
ojos y los corazones de la gente de Yaṯrib. Cuando pasaba de
largo una casa, su dueño se sentía triste y rechazado, y al
mismo tiempo renacía la esperanza en los corazones de los
que aún quedaban en su camino.
El camello siguió andando así, con la gente detrás de él,
hasta que pareció vacilar en un descampado frente a la casa
ABŪ AYYŪB AL-ANṢĀRĪ

de Abū Ayyūb al-Anṣārī. El Profeta, sin embargo -la paz sea


con él-, no desmontó. Poco después, el camello reemprendió
la marcha y el Profeta soltó las riendas. Tras unos instantes,
sin embargo, volvió sobre sus pasos y se detuvo en el mismo
lugar de antes. El corazón de Abū Ayyūb rebosaba felicidad.
Salió a recibir al Profeta y le saludó con gran efusión. Cogió
en sus manos el equipaje del Profeta y sentía estar transpor-
tando el tesoro más preciado del mundo.
La casa de Abū Ayyūb tenía dos plantas. Vació pues el piso
de arriba de sus cosas y las de su familia para que el Profeta
pudiera quedarse allí. Pero el Profeta -la paz sea con él-, pre-
fería quedarse en el piso bajo.
Llegó la noche y el Profeta s se retiró a descansar. Abū
Ayyūb subió al piso de arriba. Pero cuando hubieron cerrado
la puerta, Abū Ayyūb se volvió a su mujer y dijo:
“¡Ay de nosotros! ¿Qué hemos hecho? ¡El Enviado de Dios
está abajo y nosotros encima de él! ¿Vamos a caminar sobre
la cabeza del enviado de Dios? ¿Nos interpondremos entre la
Revelación (Waḥī) y él? Si así fuera, estaríamos perdidos.”
El matrimonio estaba muy preocupado porque no sabían
qué hacer. Sólo consiguieron tranquilizarse cuando se des-
plazaron al lado de la vivienda que no estaba justo encima del
Profeta s. Andaban con cuidado también, usando sólo las
partes laterales del piso y evitando el centro.
Por la mañana, Abū Ayyūb le dijo al Profeta:
“Por Dios, no hemos podido dormir en absoluto, ni yo ni
Umm Ayyūb.”
“¿Y eso por qué, Abū Ayyūb?” -preguntó el Profeta.
Abū Ayyūb le explicó lo mal que se habían sentido de estar
arriba mientras que el Profeta estaba debajo de ellos y que
podrían interrumpir la Revelación.
“No te preocupes, Abū Ayyūb,” dijo el Profeta. “Preferi-
mos el piso de abajo por la cantidad de gente que viene a visi-
tarnos.”
“Nos avinimos a los deseos del Profeta s,” solía contar
Abū Ayyūb-, “hasta que una fría noche una de nuestras vasi-
jas se rompió y el agua se derramó por el piso de arriba. Umm

47
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Ayyūb y yo nos quedamos mirando el agua derramada. Sólo


teníamos un pedazo de terciopelo que usábamos como man-
ta. Con él secamos el suelo por miedo a que se filtrase y caye-
se sobre el Profeta. A la mañana siguiente fui a ver al Profeta
y le dije: ‘No me gusta estar encima de ti,’ y le contó lo que
había ocurrido. Él entonces aceptó mi deseo y cambiamos de
piso.”
El Profeta se quedó en la casa de Abū Ayyūb casi siete me-
ses hasta que se acabó de construir su mezquita en el des-
campado en que se había detenido su camello. Se trasladó
entonces a las habitaciones que habían sido construidas alre-
dedor de la mezquita para él y para su familia. Así se convir-
tió en vecino de Abū Ayyūb. ¡Y qué noble vecino!
El Profeta y Abū Ayyūb mantuvieron siempre una relación
extremadamente cordial. No existía formalismo entre ellos.
El Profeta s siguió considerando como suya la casa de Abū
Ayyūb. La siguiente anécdota dice mucho acerca de la rela-
ción entre ellos.
Abū Bakr, que Dios esté complacido de él, salió una vez de
su casa en pleno calor del mediodía y fue a la mezquita.
ʿUmar le vio y le preguntó: “Abū Bakr, ¿qué te ha sacado de
casa a esta hora?” Abū Bakr dijo que había dejado su casa
porque sentía un hambre terrible y ʿUmar dijo que él había
dejado la suya por la misma razón. El Profeta s se encontró
con ellos y les preguntó: “¿Qué os ha hecho salir de casa a
esta hora?” Se lo confesaron y él dijo: “Por Aquel en cuyas
manos está mi alma, sólo el hambre me ha hecho salir a mí
también. Venid conmigo.”
Fueron juntos a la casa de Abū Ayyūb al-Anṣārī. Su mujer
abrió la puerta y dijo: “Bienvenido sea el Profeta y quien vie-
ne con él.”
“¿Dónde está Abū Ayyūb?” -preguntó el Profeta. Abū
Ayyūb, que estaba trabajando en un huerto de palmeras al
lado de la casa, oyó la voz del Profeta y vino enseguida.
“Bienvenido sea el Profeta s y quien viene con él-,” dijo,
y prosiguió: “Oh Profeta de Dios, esta no es la hora en que
sueles venir.” (Abū Ayyūb solía guardar algo de comida para

48
ABŪ AYYŪB AL-ANṢĀRĪ

el Profeta todos los días. Si el Profeta no venía pasado un


tiempo, se la daba a su familia.)
“Tienes razón,” asintió el Profeta.
Abū Ayyūb salió y cortó un racimo de dátiles en el que
había algunos maduros y otros a medio madurar.
“No quería que cortases esto,” dijo el Profeta. “¿No podías
haber traído sólo dátiles maduros?”
“Oh Rasūlullāh, por favor come de las dos clases de dáti-
les, los maduros (ruṭab) y los medio maduros (busr). Sacrifi-
caré también un animal para vosotros.”
“Si vas a hacerlo, entonces no mates uno que dé leche,” le
advirtió el Profeta.
Abū Ayyūb mató un cabrito, coció la mitad y asó la otra
mitad. Le pidió también a su mujer que cociera pan porque,
según dijo, ella lo hacía mejor.
Cuando estuvo preparada la comida, la sirvió ante el Pro-
feta y sus dos compañeros. El Profeta cogió un trozo de carne,
lo puso sobre un pan y dijo: “Abū Ayyūb, lleva esto a Fāṭima.
No ha probado nada como esto en mucho tiempo.”
Cuando hubieron acabado de comer y estaban satisfechos,
el Profeta dijo pensativo:
“¡Pan y carne, con busr y ruṭab!” Las lágrimas empezaron a
caer de sus ojos mientras proseguía:
“Esta es una abundante bendición de la que tendréis que
dar cuenta en el Día del Juicio. Cuando os encontréis ante
algo así, tomad de ello y decid: ‘Bismillāh’ (En el nombre de
Dios) y cuando hayáis terminado, decid: ‘Alḥamdu lillāhi al·laḏī
huwa ašbaʿna wa anʿama ʿalaina.’ (Alabado sea Dios que nos ha
dado suficiente y nos ha bendecido con Su favor). Esto es lo
mejor.”
Estos son episodios de la vida de Abū Ayyūb en tiempos de
paz. Pero también tuvo una distinguida carrera militar. Pasó
gran parte de su tiempo guerreando, hasta que llegó a decirse
de él: “No estuvo ausente de ninguna batalla que los musul-
manes libraron desde el tiempo del Profeta hasta el tiempo
de Muʿāwiya excepto si en ese momento estaba en otra.”

49
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

La última campaña en la que participó fue la organizada


por Muʿāwiya contra Constantinopla, dirigida por su hijo
Yazīd. Abū Ayyūb era entonces un hombre muy anciano,
pues contaba casi ochenta años de edad. Pero eso no le impi-
dió unirse al ejército y cruzar el mar como gāzi por la causa
de Dios. Después de participar brevemente en la batalla, Abū
Ayyūb cayó enfermo y tuvo que retirarse del combate. Yazīd
vino a verle y preguntó:
“¿Necesitas algo, Abū Ayyūb?”
“Transmite mis saludos al ejército de los musulmanes y
diles:
‘Abū Ayyūb os insta a que penetréis profundamente en te-
rritorio enemigo hasta donde podáis, que le llevéis con voso-
tros y que le enterréis bajo vuestros pies, junto a las murallas
de Constantinopla.’” Entonces exhaló su último aliento.
El ejército musulmán cumplió el deseo del Compañero del
Enviado de Dios s. Lanzando un ataque tras otro, hicieron
retroceder a las fuerzas del enemigo hasta llegar a las mura-
llas de Constantinopla, donde le dieron sepultura.
(Los musulmanes sitiaron la ciudad durante cuatro años,
pero al final tuvieron que retirarse después de sufrir un gran
número de bajas.)

50
10.
10. SALMĀ
ALMĀN AL-FARSI

ESTA ES LA HISTORIA de un buscador de la Verdad: la historia de


Salmān el persa. Empezaremos recogiendo sus propias pala-
bras:
“Me crié en la ciudad de Isfahān, en Persia, en el pueblo de
Ŷaiyān. Mi padre era el Dihqān o jefe del pueblo. Era el hom-
bre más rico del lugar y tenía la casa más grande.
“Desde pequeño, mi padre me quería más que a nadie. Con
el paso del tiempo, este amor llegó a hacerse tan fuerte y
dominante que temía perderme o que me ocurriera algo. Por
eso me mantenía encerrado en la casa, como un auténtico
prisionero, de la misma forma en que se guardaba a las niñas.
“Yo era tan devoto de la religión de Zoroastro que llegué a
alcanzar el puesto de guardián del fuego que adorábamos. Mi
tarea era asegurar que las llamas del fuego ardieran constan-
temente, sin apagarse nunca, ni de día ni de noche.
“Mi padre tenía muchas tierras que producían gran varie-
dad de cosechas. Él mismo se ocupaba de administrarlas y de
las cosechas. Una día estaba muy ocupado con sus deberes
como dihqān del pueblo y me dijo:
“‘Hijo mío, hoy estoy, como ves, muy ocupado para ir a la
finca. Ve tú y ocúpate de ello por mí.’
“De camino a la finca, pasé junto a una iglesia cristiana y
las voces de la oración atrajeron mi atención. No sabía nada
del cristianismo ni de los seguidores de ninguna otra reli-
gión, porque mi padre me mantenía siempre dentro de casa,
alejado de la gente. Al oír las voces de los cristianos, entré en
la iglesia para ver lo que estaban haciendo.
“Quedé impresionado por su forma de rezar y me sentí
atraído por su religión. ‘Por Dios,’ me dije, ‘esta religión es
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

mejor que la nuestra. No saldré de aquí hasta que el sol se


ponga.’
“Cuando les pregunté me dijeron que la religión cristiana
provenía de aš-Šām (La Gran Siria). No fui a la finca de mi
padre ese día y por la noche regresé a casa. Al verme, mi pa-
dre me preguntó qué había hecho. Le conté mi encuentro con
los cristianos y la impresión que me había causado su reli-
gión. Se sintió consternado y me dijo:
“‘Hijo mío, no hay nada bueno en esa religión. Tu religión
y la religión de tus antepasados es mejor.’
“‘No, su religión es mejor que la nuestra,’ insistí yo.
“Mi padre se enfadó y temía que yo fuera a abandonar
nuestra religión. Por eso, me encerró en la casa y me ató los
pies con una cadena. No obstante conseguí enviar un mensa-
je a los cristianos pidiéndoles que me informasen de alguna
caravana que se dirigiera a Siria. Poco después se pusieron en
contacto conmigo y me dijeron que una caravana iba a partir
para Siria. Conseguí quitarme los grilletes y vestido con un
disfraz me uní a la caravana y llegué a Siria. Una vez allí, pre-
gunté quién era el jefe de la comunidad cristiana, y me envia-
ron al obispo de la Iglesia. Fui entonces a verle y le dije:
“‘Quiero hacerme cristiano y entrar a tu servicio, apren-
der de ti y rezar contigo.’
“El obispo aceptó y yo entré al servicio de la Iglesia. Pron-
to descubrí, sin embargo, que aquel hombre estaba corrom-
pido. Ordenaba a sus seguidores que dieran limosnas con la
promesa de que recibirían una gran bendición. Pero cuando
daban algo para que fuera gastado en la causa de Dios, se lo
guardaba y no daba nada a los pobres ni a los necesitados. De
esta forma, logró amasar una gran cantidad de oro. Cuando
este obispo murió y los cristianos se reunieron para darle
sepultura, les conté sus hábitos corruptos y, ante su insisten-
cia, les mostré el lugar donde guardaba sus donativos. Al ver
las grandes vasijas llenas de oro y plata, dijeron:
“‘Por Dios, que no le daremos sepultura.’ Lo clavaron en-
tonces en una cruz y lo apedrearon.

52
SALMĀN AL-FARSI

“Yo seguí al servicio de la persona que le sustituyó. El


nuevo obispo era un asceta que anhelaba el Más Allá y vivía
entregado a la adoración de noche y de día. Yo me sentía muy
apegado a él y pasaba mucho tiempo en su compañía.”
(Después de su muerte, Salmān estuvo al servicio de varias
personalidades religiosas cristianas de gran rectitud y piedad
en Mosul, Nasibín, Ammuriya y en otros lugares. El último de
ellos le habló de la venida de un Profeta en tierras de los ára-
bes, que sería un hombre de estricta honestidad, que acepta-
ba un regalo pero nunca tomaba para sí nada que le fuera
entregado como ṣadaqa (limosna). Salmān prosigue su relato).
“Un grupo de árabes de la tribu Kalb pasó por Ammuriya y
les pedí que me llevasen a la tierra de los árabes a cambio del
dinero de que disponía. Aceptaron mi proposición y les en-
tregué el dinero. Cuando llegamos a Wādi al-Qurā (un lugar a
medio camino entre Siria y Medina), rompieron el trato y me
vendieron como esclavo a un judío. Trabajé para él como
criado pero al final me vendió a un sobrino suyo de la tribu
de Banū Quraiẓa. Este sobrino suyo me llevó con él a Yaṯrib,
‘la ciudad entre palmerales,’ que resultó ser como el obispo
cristiano de Ammuriya la había descrito.
“Por aquel tiempo, el Profeta estaba en Meca llamando a
su gente al Islam, pero yo no sabía nada de eso por las duras
cargas que la esclavitud me imponía.
“Cuando el Profeta s llegó a Yaṯrib, después de su hégira
desde Meca, yo me encontraba subido a la copa de una pal-
mera de mi amo, trabajando. Mi amo estaba sentado debajo
del árbol cuando un sobrino suyo vino y le dijo:
“‘¡Que Dios destruya a los Aus y los Jazraŷ (los dos tribus
árabes principales de Yaṯrib). Por Dios, que están ahora re-
unidos en Qubā dando la bienvenida a un hombre que ha ve-
nido hoy de Meca y que dice ser un Profeta!’
“Al oír aquellas palabras, me entraron unos fuertes sudo-
res y me puse a temblar de tal modo que temí caerme sobre
mi amo. Rápidamente, bajé del árbol y me dirigí al sobrino de
mi amo:
“‘¿Qué es eso que has dicho? Repítemelo.’

53
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Mi amo estaba muy enfadado y me dio un golpe terrible.


‘¿A ti qué te importa eso? Vuelve a lo que estabas haciendo,’
gritó.
“Esa noche, cogí algunos dátiles que había recogido y
acudí al lugar donde se había hospedado el Profeta s. Llegué
hasta donde estaba y le dije:
“‘He sabido que eres un hombre recto y que tienes com-
pañeros que son recién llegados aquí y están necesitados.
Recibe esto como ṣadaqa. Veo que sois más merecedores de
ello que otros.’
“El Profeta s ordenó a sus Compañeros que comieran, pe-
ro él no los probó.
“Reuní algunos dátiles más y cuando el Profeta s dejó
Qubā para ir a Medina, fui a verle y le dije: ‘Vi que no comiste
de la ṣadaqa que te di. Esto sin embargo es un regalo para ti.’
De este regalo de dátiles comieron tanto él como sus Compa-
ñeros.”

LA ESTRICTA HONESTIDAD del Profeta s fue una de las carac-


terísticas que impulsaron a Salmān a creer en él y aceptar el
Islam.
Salmān fue liberado de la esclavitud por el Profeta s,
quien pagó a su dueño el precio estipulado y plantó con sus
manos un número acordado de palmeras para conseguir su
manumisión. Después de su conversión al Islam, Salmān res-
pondía cuando le preguntaban de quién era hijo:
“Soy Salmān, hijo del Islam, de la descendencia de Adán.”
Salmān desempeñaría un papel importante en las vicisi-
tudes del naciente Estado Islámico. En la batalla de Jandaq,
demostró ser un innovador en estrategia militar. Sugirió que
se cavara una zanja, o jandaq, alrededor de Medina para cor-
tar el paso al ejército de los Quraiš. Cuando Abū Sufyān, el
jefe de los mequíes, vio la zanja, dijo: “Esta estratagema no ha
sido utilizada antes por los árabes.”
Salmān llegó a ser conocido como “Salmān el Bueno.” Era
un sabio que vivía una vida dura y ascética. Tenía sólo el
manto que llevaba puesto y con él dormía. No buscaba refu-

54
SALMĀN AL-FARSI

gio bajo un techo sino que se quedaba debajo de un árbol o


junto a un muro. Un hombre le dijo en una ocasión:
“¿No quieres que te construya una casa donde vivir?”
“No necesito una casa,” respondió.
El hombre insistió y dijo: “Sé el tipo de casa que te con-
viene.”
“Descríbemela,” dijo Salmān.
“Te construiré una casa en la que si te pones de pie, tu ca-
beza dará contra el techo, y si estiras las piernas darán contra
la pared.”
Más adelante, fue nombrado gobernador de al-Madaʾin
(Tesifonte), cerca de Bagdad. Salmān tenía asignado entonces
un salario de cinco mil dirhams que distribuía como ṣadaqa.
Vivía del trabajo de sus manos. Cuando una gente vino a
Madāʾin y le vieron trabajando en los palmerales, dijeron:
“¡Tú, que eres el emir de este lugar, con un salario asignado
para tu manutención, haces este trabajo!”
“Me gusta comer del trabajo de mis manos,” respondió él.
Salmān, sin embargo, no llevaba su ascetismo a extremos.
Se cuenta que en una ocasión visitó a Abū ‘d-Dardāʾ, con el
cual el Profeta le había unido en hermandad. Encontró a la
mujer de Abū ‘d-Dardāʾ en un estado lamentable y le pre-
guntó: “¿Qué te pasa?”
“Tu hermano no tiene necesidad de nada en este mundo,”
respondió ella.
Cuando llegó Abū ‘d-Dardāʾ, dio la bienvenida a Salmān y
le sirvió algo de comer. Salmān le dijo que comiera pero Abū
‘d-Dardāʾ dijo: “Estoy ayunando.”
“Juro que no comeré hasta que tú comas también.”
Salmān pasó también la noche allí. En medio de la noche,
Abū ‘d-Dardāʾ se levantó pero Salmān le cogió y le dijo:
“Oh Abū ‘d-Dardāʾ, tu Señor tiene derechos sobre ti. Tu
familia tiene derechos sobre ti y tu cuerpo tiene derechos
sobre ti. Dale a cada uno su derecho.”
Por la mañana, rezaron juntos y luego fueron a ver al Pro-
feta -la paz sea con él-, y éste confirmó lo que Salmān había
dicho.

55
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Como erudito, Salmān era famoso por su gran conoci-


miento y sabiduría. ʿAlī dijo de él que era como Luqmān, el
Sabio. Y Kaʿb al-Ahbar dijo: “Salmān rebosa conocimiento y
sabiduría –es un océano que jamás se seca.” Salmān poseía
conocimientos tanto de las escrituras cristianas como del
Corán, además de sus conocimientos previos de la religión
zoroastriana. Salmān llegó de hecho a traducir fragmentos
del Corán al persa en vida del Profeta s. Fue, pues, el primer
traductor del Corán a una lengua extranjera.
Dada la influyente familia de la que descendía, Salmān
podía fácilmente haber sido una personalidad destacada en el
extenso Imperio Persa de su tiempo. Sin embargo, su bús-
queda de la Verdad le llevó, aún antes de la aparición del Pro-
feta s, a renunciar a esa vida de lujo y comodidad y hasta a
sufrir la ignominia de la esclavitud. Según las fuentes más
fiables, murió en Tesifonte en el año 35 de la hégira, durante
el califato de ʿUṯmān.

56
11.
11. ʿAMR IBN AL-ŶAMŪ
AMŪḤ

ʿAMR IBN AL-ŶAMŪḤ era uno de los dirigentes de Yaṯrib en


tiempos de Ŷahilīya. Era el jefe de los Banū Salama y gozaba
de gran renombre como una de las personas más generosas y
valientes de su ciudad.
Uno de los privilegios de los jefes de la ciudad era tener un
ídolo personal en su casa. Se esperaba que este ídolo bendije-
ra al jefe en todo lo que hacía. ʿAmr debía ofrecerle sacrificios
en ocasiones especiales y pedir su ayuda en tiempos de aflic-
ción. El ídolo de ʿAmr era conocido como Manāt. Lo había
hecho tallar en la madera más costosa. Invertía mucho tiem-
po, dinero y atención cuidando de él y ungiéndolo con los
perfumes más exquisitos.
ʿAmr tenía ya casi sesenta años cuando los primeros rayos
de la luz del Islam empezaron a penetrar en los hogares de
Yaṯrib. Casa tras casa eran informadas de la nueva fe por me-
dio de Muṣʿab ibn ʿUmair, el primer misionero enviado a
Yaṯrib antes de la hégira. Fue a través de él como los tres
hijos de ʿAmr –Muʿawwad, Muʿāḏ y Jal·lād-, se hicieron mu-
sulmanes. Uno de sus contemporáneos era el famoso Muʿāḏ
ibn Ŷabal. La mujer de ʿAmr, Hind, se convirtió también al
Islam junto con sus tres hijos, pero el propio ʿAmr no tenía
conocimiento de todo esto.
Hind veía cómo la gente de Yaṯrib eran ganados para el Is-
lam y que ninguno de los dirigentes de la ciudad seguía en el
širk excepto su marido y unos pocos individuos. Quería mu-
cho a su marido y estaba orgullosa de él pero le preocupaba
que llegase a morir en estado de kufr y acabara en el Fuego.
Durante este tiempo, ʿAmr empezaba a sentirse inquieto.
Tenía miedo de que sus hijos abandonasen la religión de sus
antepasados y siguieran las enseñanzas de Muṣʿab ibn ʿUmair,
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

el cual había logrado en un breve espacio de tiempo que mu-


chos abandonasen la idolatría y entrasen en la religión de
Muḥammad s. Así pues, ʿAmr dijo a su mujer:
“Cuida de que tus hijos no se acerquen a ese hombre (es
decir, Muṣʿab ibn ʿUmair) antes de que nos pronunciemos
acerca de él.”
“Oigo y obedezco,” respondió ella. “¿Pero no querrías es-
cuchar lo que tu hijo Muʿāḏ tiene que decir de este hombre?”
“¡Pobre de ti! ¿Ha abandonado Muʿāḏ su religión sin que
yo lo sepa?”
La buena mujer sintió pena por el anciano y dijo:
“No, qué va. Pero ha asistido a alguna de las reuniones de
ese misionero y ha memorizado algunas de las cosas que en-
seña.”
“Dile que venga aquí,” dijo.
Cuando Muʿāḏ llegó, le ordenó:
“Repíteme algo de lo que predica este hombre.” Muʿāḏ re-
citó entonces el Fātiḥa (el Capítulo Inicial del Corán):
“En el nombre de Dios, el Más Misericordioso, el Dispensador de
Gracia. ¡La alabanza es debida por entero a Dios, el Sustentador de
todos los mundos, el Más Misericordioso, el Dispensador de Gracia,
Señor del Día del Juicio.
“A Ti solo adoramos y de Ti solo imploramos ayuda.
“¡Guíanos por el camino recto –el camino de aquellos sobre los
que has derramado Tus bendiciones, no el de aquellos que han sido
condenados [por Ti], ni el de aquellos que andan extraviados!”
“¡Qué excelentes son estas palabras, y qué hermosas!” -
exclamó el padre. “¿Es así todo lo que dice?”
“Así es, padre. ¿Quieres jurarle fidelidad? Toda tu gente lo
ha hecho ya,” le apremió Muʿāḏ.
El anciano se quedó en silencio un momento y luego dijo:
“No lo haré hasta haber consultado con Manāt y ver lo que
dice.”
“¡Qué va a decir Manāt, padre! Es sólo un trozo de madera.
No puede pensar ni hablar.”
El anciano replicó ásperamente: “Ya te lo he dicho. No
haré nada sin contar con él.”

58
ʿAMR IBN AL-ŶAMŪḤ

Ese mismo día, ʿAmr acudió ante Manāt. La costumbre de


los idólatras era situar a una anciana detrás del ídolo cuando
querían hablar con él. Ella respondía de parte del ídolo, arti-
culando, según decían, lo que el ídolo le inspiraba. ʿAmr se
situó delante a su ídolo, sobrecogido, y le dirigió abundantes
alabanzas. Luego dijo:
“Oh Manāt, sin duda sabes que este misionero que nos ha
sido enviado de Meca no desea mal a nadie excepto a ti. Ha
venido sólo para que dejemos de adorarte. No quiero jurarle
fidelidad a pesar de las hermosas palabras que he oído de él. He
venido, pues, a escuchar tu consejo. Por favor, aconséjame.”
Manāt no le dio respuesta alguna, y ʿAmr prosiguió:
“Quizá estés enfadada. Pero no he hecho hasta ahora nada
que te perjudique... Está bien, dejaré pasar unos días hasta
que se te vaya el enfado.”
Los hijos de ʿAmr sabían hasta qué punto éste dependía de
Manāt y cómo con el tiempo había llegado a ser parte de él.
Veían también, sin embargo, que la posición del ídolo en su
corazón se estaba debilitando y querían ayudarle a dešacerse
de Manāt. Ese sería su camino a la fe en Dios.
Una noche, los hijos de ʿAmr fueron adonde estaba Manāt,
acompañados de Muʿāḏ ibn Ŷabal, sacaron al ídolo de su ni-
cho y lo arrojaron a un basurero de los Banū Salama. Luego
regresaron a sus casas sin que nadie más supiera lo que hab-
ían hecho. Cuando ʿAmr se levantó por la mañana, acudió con
serena reverencia a rendir culto a su ídolo, pero no pudo en-
contrarlo.
“¡Maldición!,” gritó. “¿Quién ha atacado a nuestro ídolo
esta noche?”
Nadie le respondió. Empezó entonces a buscar al ídolo,
lleno de furia y amenazando a los responsables de aquel cri-
men. Al final, encontró al ídolo cabeza abajo en el hoyo del
basurero. Lo lavó y lo perfumó, y lo volvió a poner en su sitio
habitual, diciendo:
“Si doy con el que hizo esto, le impondré un castigo humi-
llante.”

59
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

A la noche siguiente los muchachos hicieron lo mismo con


el ídolo. El anciano lo recobró, lo lavó y lo perfumó como
había hecho antes y lo devolvió a su lugar. Esto ocurrió varias
veces hasta que una noche ʿAmr colgó una espada alrededor
del cuello del ídolo y le dijo:
“¡Oh Manāt, no sé quién está haciendo esto contigo. Si hay
poder en ti, defiéndete de esta ofensa. Aquí tienes una espada.”
Los muchachos esperaron a que ʿAmr estuviera totalmen-
te dormido. Quitaron la espada del cuello del ídolo y lo arro-
jaron al foso. ʿAmr encontró al ídolo tirado boca abajo en el
foso del basurero y la espada había desaparecido. Por fin se
convenció de que el ídolo no tenía poder en absoluto y que
no merecía ser adorado. Poco tiempo después se hizo mu-
sulmán.
ʿAmr saboreó pronto la dulzura del imān, o fe, en el Único
y Verdadero Dios. Al mismo tiempo sentía gran pesar dentro
de sí pensando en el tiempo que había pasado inmerso en el
širk. Su aceptación de la nueva religión fue total y se puso a sí
mismo, su riqueza y sus hijos al servicio de Dios y de Su Pro-
feta s.
Durante la batalla de Uḥud tuvo ocasión de demostrar la
profundidad de su devoción. ʿAmr vio cómo sus tres hijos se
preparaban para la batalla. Contempló a los tres decididos
jóvenes enardecidos por el deseo de alcanzar el martirio, el
éxito y la complacencia de Dios. La escena tuvo un gran efec-
to en él y tomó la decisión de salir con ellos a combatir en
ŷihād bajo el estandarte del Enviado de Dios s. Los jóvenes,
sin embargo, estaban en contra de que su padre llevara a la
práctica su decisión. Era muy anciano y estaba muy débil.
“Padre,” dijeron, “seguro que Dios te ha eximido de esto.
¿Por qué, pues, insistes en tomar esta carga sobre ti?”
El anciano se puso bastante furioso y fue a ver al Profeta
s para quejarse de sus hijos:
“¡Oh Rasūlullāh! Mis hijos, aquí presentes, quieren apar-
tarme de esta fuente de bien, argumentando que soy un an-
ciano decrépito. Por Dios, anhelo obtener el Paraíso de esta
forma, aunque sea viejo y débil.”

60
ʿAMR IBN AL-ŶAMŪḤ

“Dejadle,” dijo el Profeta a sus hijos. “Puede que Dios, el


Poderoso, el Grande, le conceda el martirio.”
Pronto llegó el momento de salir a combatir. ʿAmr se des-
pidió de su esposa, se volvió hacia la qibla y rezó:
“Oh Señor, concédeme el martirio y no me dejes regresar
a mi familia con mis esperanzas frustradas.”
Se puso en camino en compañía de sus tres hijos y un gran
contingente de su tribu, los Banū Salama.
En el medio del ardor de la batalla, podía verse a ʿAmr mo-
viéndose entre las filas más avanzadas, y saltando con su
pierna buena (estaba parcialmente cojo de la otra), mientras
gritaba:
“¡Deseo el Paraíso! ¡Deseo el Paraíso!”
Su hijo Jal·lād se mantenía cerca de él y ambos lucharon
con valor defendiendo al Profeta s cuando muchos otros
musulmanes desertaron buscando el botín. Padre e hijo caye-
ron en el campo de batalla, muriendo con pocos minutos de
diferencia.

61
12.
12. ʿABDULLĀH IBN MASʿŪD
BDULLĀ

SIENDO AÚN MUY JOVEN, antes de salir de la pubertad, ʿAbdullāh


solía recorrer los caminos agrestes de Meca lejos de la gente,
guardando los rebaños de un jefe de Quraiš, ʿUqba ibn Muʿaiṭ.
La gente le llamaba “Ibn Umm ʿAbd” –el hijo de la madre de
un esclavo. Su verdadero nombre era ʿAbdullāh y el de su
padre Masʿūd.
El joven había escuchado las noticias del Profeta que había
aparecido entre su gente, pero no le concedió ninguna im-
portancia dada su edad y porque generalmente se encontraba
lejos de la ciudad de Meca. Acostumbraba a salir con el reba-
ño de ʿUqba muy temprano por la mañana y no regresaba
hasta el anochecer.
Un día, mientras guardaba los rebaños, ʿAbdullāh vio a lo
lejos a dos hombres de edad madura y aspecto honorable, que
venían hacia él. Se veía que estaban muy cansados. Estaban
también muy sedientos hasta el punto de que sus labios y su
garganta estaban bastante secos. Cuando llegaron a su lado,
le saludaron y dijeron: “Muchacho, ordeña una de esas ovejas
para que podamos beber y saciar nuestra sed y reponer fuer-
zas.”
“No puedo,” respondió el joven. “Las ovejas no son mías.
Yo sólo me ocupo de guardarlas.”
Los dos hombres no discutieron con él. En realidad, a pe-
sar de estar muy sedientos, les agradó mucho aquella res-
puesta honesta. Su alegría estaba patente en sus rostros...
Aquellos dos hombres eran en realidad el santo Profeta s
y su compañero, Abū Bakr aṣ-Ṣiddīq. Habían salido aquel día
a las montañas de Meca para escapar de la violenta persecu-
ción de los Quraiš.
ʿABDULLĀH IBN MASʿŪD

El muchacho quedó a su vez muy impresionado por el


Profeta s y su acompañante y pronto se hizo muy amigo de
ellos.
No habría de pasar mucho tiempo hasta que ʿAbdullāh ibn
Masʿūd se hizo musulmán y ofreció sus servicios al Profeta
s. El Profeta aceptó y desde ese día el afortunado ʿAbdullāh
ibn Masʿūd dejó de guardar ovejas para atender a las necesi-
dades del santo Profeta.
ʿAbdullāh ibn Masʿūd se mantuvo siempre próximo al Pro-
feta s. Atendía a sus necesidades dentro y fuera de su casa.
Solía acompañarle en sus viajes y expediciones. Le desperta-
ba cuando dormía. Le cubría mientras se lavaba. Llevaba su
vara y su siwak (un trozo de raíz para limpiar los dientes) y
atendía a sus otras necesidades personales.
ʿAbdullāh recibió una educación única en la casa del Pro-
feta s. Estuvo bajo la guía del Profeta, adoptó sus hábitos y
copiaba todos sus gestos hasta que llegó a decirse de él: “Era
el más próximo al Profeta en carácter.”
ʿAbdullāh fue educado en la ‘escuela’ del Profeta s. Era el
mejor recitador de Corán entre los Compañeros, y lo entendía
mejor que todos ellos. Era por tanto el más sabio en cuestio-
nes de Šarīʿa. Nada ilustra mejor esto que la historia del hom-
bre que vino a ver a ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb cuando éste estaba en
la llanura de Arafat y le dijo:
“He venido, oh Amīr al-muʾminīn, desde Kūfa donde dejé a
un hombre escribiendo copias del Corán de memoria.”
ʿUmar se enfadó mucho y se puso a pasear arriba y abajo
junto a su camello, furioso.
“¿De quién se trata?” -preguntó.
“De ʿAbdullāh ibn Masʿūd,” respondió el hombre.
La ira de ʿUmar se aplacó y recuperó su compostura.
“¡Infeliz!” -le dijo al hombre. “Por Dios, no conozco a na-
die más conocedor en esa materia que él. Deja que te cuente
algo...”
ʿUmar continuó:
“Una noche el Enviado de Dios -la paz sea con él-, manten-
ía una conversación con Abū Bakr sobre la situación de los

63
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

musulmanes. Yo estaba con ellos. Cuando el Profeta se fue, yo


me fui con él y cuando atravesábamos la mezquita, vimos a
un hombre en oración al que no pudimos reconocer. El Profe-
ta se detuvo a escucharle, luego se volvió hacia nosotros y
dijo: ‘Quien quiera recitar el Corán con la frescura con que
fue revelado, que lo recite con la recitación de Ibn Umm
ʿAbd.’
Terminada la oración, y mientras ʿAbdullāh estaba senta-
do haciendo sus súplicas, el Profeta -la paz sea con él-, dijo:
“Pide y te será dado. Pide y te será dado.”
ʿUmar prosiguió:
“Me dije a mí mismo –voy a contarle enseguida a ʿAb-
dullāh ibn Masʿūd la buena nueva de que el Profeta s ha di-
cho que sus súplicas serán aceptadas. Fui dispuesto a hacerlo,
pero encontré que Abū Bakr se me había adelantado y se lo
había dicho ya. Por Dios, nunca he ganado a Abū Bakr en
hacer un bien.”
ʿAbdullāh ibn Masʿūd obtuvo tal conocimiento del Corán
que solía decir: “Por Aquel aparte del cual no hay dios, no ha
sido revelado ningún versículo del Corán que no sepa yo
dónde fue revelado y las circunstancias de su revelación. Por
Dios, si supiera que existe alguien con más conocimiento del
Libro de Dios que yo haría cuanto estuviera en mi mano por
estar con él.”
ʿAbdullāh no exageraba en lo que decía de sí mismo. Una
vez ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb, siendo califa, se cruzó con una cara-
vana en uno de sus viajes. Era una noche oscura y no podía
verse claramente a la otra caravana. ʿUmar ordenó a alguien
que llamara a la caravana. Por casualidad ʿAbdullāh ibn
Masʿūd iba en ella.
“¿De dónde venís?” -preguntó ʿUmar.
“De un valle profundo,” fue la respuesta. (La expresión
utilizada fue faŷ ʿamīq –valle profundo—una expresión corá-
nica).
“¿Y a dónde os dirigís?” -preguntó ʿUmar.

64
ʿABDULLĀH IBN MASʿŪD

“A la Casa Ancestral,” fue la respuesta. (La expresión utili-


zada fue al-bait al-ʿatīq –la casa ancestral—otra expresión
coránica).
“Hay un erudito (ʿālim) entre vosotros,” dijo ʿUmar y or-
denó que alguien le preguntara a esa persona:
“¿Qué parte del Corán es la más grande?”
“Dios—no hay más deidad que Él, el Viviente, la Fuente Autosub-
sistente de Todo Ser. Ni la somnolencia ni el sueño se apoderan de
Él...” -respondió la persona aludida, citando el Āyatu ‘l-Kursī
(el ‘Versículo del Escabel’). (Corán, 2:255)
“¿Qué parte del Corán es más clara sobre la justicia?”
“Ciertamente, Dios ordena la equidad, hacer el bien, y la genero-
sidad con el prójimo...” (16:90) -fue la respuesta.
Preguntó ʿUmar: “¿Cuál es la declaración más universal
del Corán?”
ʿAbdullāh contestó: “Y, entonces, quien haya hecho el peso de
un átomo de bien, lo verá; y quien haya hecho el peso de un átomo
de mal, lo verá.” (99:7-8)
“¿Qué parte del Corán infunde mayor temor?”
“Puede que no coincida con vuestras ilusiones –ni con las ilusio-
nes de los seguidores de revelaciones anteriores—[que] quien obre
mal será retribuido por ello y no hallará quién le proteja de Dios, ni
nadie que le auxilie.” (4:123)
“¿Qué parte del Corán infunde mayor esperanza?”
“Di: ‘¡Oh siervos Míos que habéis transgredido contra vosotros
mismos! ¡No desesperéis de la misericordia de Dios: ciertamente,
Dios perdona todos los pecados –pues, en verdad, sólo Él es indulgen-
te, dispensador de gracia!” (39:53)
Entonces, ʿUmar preguntó:
“¿Está entre vosotros ʿAbdullāh ibn Masʿūd?”
“¡Por Dios que sí!” -respondieron los hombres de la cara-
vana.
ʿAbdullāh ibn Masʿūd no era sólo un recitador del Corán,
un hombre sabio y un ferviente devoto. Era además un gue-
rrero fuerte y valeroso, que podía ser extremadamente serio
cuando la situación lo requería.

65
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Los Compañeros del Profeta estaban reunidos un día en


Meca. Eran todavía pocos en número, débiles y oprimidos.
Dijeron: “Los Quraiš no han escuchado aún el Corán recitado
en público y en voz alta. ¿Quién es el hombre que puede re-
citárselo así?”
“Yo lo recitaré,” se ofreció ʿAbdullāh ibn Masʿūd.
“Tememos lo que pueda ocurrirte,” dijeron. “Preferiría-
mos a alguien que contara con un clan que le protegiera de
ellos.”
“Dejadme a mí,” insistió ʿAbdullāh ibn Masʿūd, “Dios me
protegerá y apartará de mí su mal.” Entonces, se dirigió a la
mezquita hasta llegar el Maqām de Abraham (a pocos metros
de la Kaʿba). Estaba amaneciendo y los Quraiš se encontraban
sentados alrededor de la Kaʿba. ʿAbdullāh se detuvo en el
Maqām y empezó a recitar:
“Bismil·lāhir-Raḥmānir-Raḥīm. Ar-Raḥmān. ʿAl·lama ‘l-Qurʾān.
Jalaqa ‘l-insān. ʿAl·lamahu ‘l-bayān... (En el nombre de Dios, el Más
Misericordioso, el Dispensador de Gracia. El Más Misericordioso. Ha
impartido este Corán [al hombre]. Ha creado al hombre: le ha impar-
tido el pensamiento y el lenguaje... )” (Corán, 55:1-4)
Y siguió recitando. Los Quraiš le miraban atentamente y
algunos de ellos preguntaron:
“¿Qué está diciendo Ibn Umm ʿAbd?”
“¡Maldito sea! ¡Está recitando algo de lo que Muḥammad
ha traído!” -comprendieron al fin.
Cayeron, entonces, sobre él y empezaron a golpearle en la
cara mientras seguía recitando. Cuando volvió a sus compa-
ñeros, tenía la cara llena de sangre.
“Esto es lo que temíamos que te ocurriera,” dijeron.
“¡Por Dios,” respondió ʿAbdullāh, “los enemigos de Dios no
están más confortables que yo en este momento! Si queréis,
mañana lo volveré a hacer.”
“Ya has hecho bastante,” dijeron. “Les has hecho escuchar
lo que no querían oír.”

66
ʿABDULLĀH IBN MASʿŪD

ʿABDULLĀH IBN MASʿŪD vivió hasta la época del califa ʿUṯmān -


Dios esté complacido de él. Cuando estaba enfermo en su
lecho de muerte, ʿUṯmān vino a visitarle y le dijo:
“¿Qué mal te aqueja?”
“Mis pecados.”
“¿Y qué deseas?”
“La misericordia de mi Señor.”
“¿Quieres que te dé el salario que has rehusado todos es-
tos años?”
“No lo necesito.”
“Bueno, pues que sea para tus hijas cuando tú no estés.”
“¿Temes, acaso, que mis hijos se vean afligidos por la po-
breza? Les he ordenado que reciten Sura Al-Wāqiʿa (56) cada
noche, pues oí decir al Profeta -la paz sea con él: ‘Quien recite
“Al-Wāqiʿa” cada noche no se verá afligido jamás por la po-
breza.’”
Esa noche, ʿAbdullāh ibn Masʿūd entregó su alma a su Se-
ñor, mientras su lengua rebosaba con el recuerdo de Dios y la
recitación de los versículos de Su Libro.

67
13.
13. ʿIKRIMA IBN ABĪ ŶAHL
ESTABA CERCA de cumplir treinta años cuando el Profeta s
hizo público su llamamiento a la guía y la Verdad. Era tenido
en gran estima por los Quraiš por su riqueza y su noble linaje.
Otros como él, entre ellos Saʿd ibn Abī Waqqāṣ, Muṣʿab ibn
ʿUmair y otros hijos de familias nobles de Meca se habían
hecho musulmanes. También él hubiera seguido su ejemplo
de no haber sido por su padre. Su padre era Abū Ŷahl: el ma-
yor defensor del širk y uno de los grandes tiranos de Meca.
Mediante la tortura, había probado dolorosamente la fe de
los primeros creyentes, pero ellos se habían mantenido fir-
mes. Empleó todas las estratagemas para que se rindieran,
pero ellos siguieron afirmando la Verdad.
ʿIkrima defendía el liderazgo y la autoridad de su padre en
su enfrentamiento contra el Profeta s. Su hostilidad hacia el
Profeta, su persecución de sus seguidores y sus intentos por
detener el avance del Islam y los musulmanes le granjearon
la admiración de su padre.
En Badr, Abū Ŷahl dirigió el ejército de los politeístas de
Meca en su batalla contra los musulmanes. Juró por al-Lāt y
al-ʿUzzā que no regresaría a Meca si no conseguía derrotar a
Muḥammad s. En Badr sacrificó tres camellos a esas diosas.
Bebió vino y utilizó la música de las cantantes para espolear a
los Quraiš en su lucha.
Abū Ŷahl fue uno de los primeros en caer en la batalla. Su
hijo vio cómo las lanzas atravesaban su cuerpo y escuchó su
último grito de agonía. ʿIkrima regresó a Meca dejando atrás
el cadáver del cabecilla de Quraiš, su padre. Hubiera querido
enterrarle en Meca pero la aplastante derrota sufrida hizo
esto imposible.
ʿIKRIMA IBN ABĪ ŶAHL

Desde ese día, el fuego del odio ardió más violentamente


aún en su corazón. Otros, cuyos padres habían muerto tam-
bién en la batalla, se volvieron asimismo más hostiles hacia
Muḥammad s y sus seguidores. Esto condujo finalmente a la
batalla de Uḥud.
En Uḥud, ʿIkrima venía acompañado de su mujer, Umm
Ḥakīm. Ella y otras mujeres se colocaron tras las líneas de com-
bate, batiendo sus panderos, animando a los Quraiš en la batalla
e insultando a cualquier jinete que se sintiera tentado a huir.
A la cabeza del flanco derecho de los Quraiš marchaba
Jālid ibn al-Walīd. En el flanco izquierdo iba ʿIkrima ibn Abī
Ŷahl. Los Quraiš causaron serias bajas a los musulmanes y
sintieron que habían vengado así la derrota de Badr. Este no
fue, sin embargo, el fin del conflicto.
En la batalla del Foso, los paganos de Quraiš sitiaron Me-
dina. Fue un asedio prolongado. Los recursos y la paciencia
de los mušrikūn se estaban agotando. ʿIkrima, sintiendo ya la
tensión del asedio, encontró un lugar en el que la zanja que
los musulmanes habían excavado era relativamente estrecha.
Con un esfuerzo gigantesco, consiguió cruzarla. Un pequeño
grupo de Quraiš le siguió. Fue una acción temeraria y desespe-
rada. Uno de ellos fue muerto inmediatamente, y sólo dando
rápidamente la vuelta consiguió ʿIkrima salir de allí con vida.
Nueve años después de la hégira, el Profeta s regresó con
miles de Compañeros a Meca. Los Quraiš que les vieron
aproximarse decidieron retirarse porque sabían que el Profe-
ta había dado instrucciones a sus capitanes de no iniciar las
hostilidades. ʿIkrima y algunos otros, sin embargo, fueron en
contra del consenso de los Quraiš e intentaron detener el
avance del ejército musulmán. Jālid ibn al-Walīd, que enton-
ces era ya musulmán, se enfrentó a ellos y los derrotó en una
pequeña escaramuza durante la cual algunos de los hombres
de ʿIkrima fueron muertos y los que pudieron salieron
huyendo. Entre los huidos estaba el propio ʿIkrima.
El prestigio e influencia que ʿIkrima había tenido hasta en-
tonces quedó completamente destruido. El Profeta -la paz sea
con él-, entró en Meca y concedió una amnistía general y

69
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

perdón para todos los Quraiš que se refugiaran en la Mezqui-


ta Sagrada, o que se quedaran en sus casas, o que fueran a la
casa de Abū Sufyān, el jefe supremo de Quraiš. No obstante, se
negó a conceder amnistía a unos pocos individuos que
nombró. Dio órdenes de que fueran matados aunque se les en-
contrase escondidos bajo los cortinajes de la Kaʿba. El primero
en esa lista era ʿIkrima ibn Abī Ŷahl. Cuando ʿIkrima se enteró
de esto, escapó de Meca disfrazado y se dirigió al Yemen.
Umm Ḥakīm, la esposa de ʿIkrima, acudió entonces al
campamento del Profeta s. Venía acompañándola Hind bint
ʿUtba, la esposa de Abū Sufyān y madre de Muʿāwiya, y de una
decena de mujeres que querían jurar fidelidad al Profeta. En
el campamento se encontraban a dos de las esposas de éste,
su hija Fātima y algunas mujeres del clan de ʿAbdul-Muṭṭālib.
Hind fue la primera en hablar. Iba cubierta por un velo y se
mostraba avergonzada por lo que había hecho a Hamza, el tío
del Profeta, en la batalla de Uḥud.
“Oh Enviado de Dios,” dijo, “alabado sea Dios que ha
hecho triunfar la religión que Él ha escogido. Te ruego por
nuestros lazos de parentesco que me trates bien. Soy ahora
una creyente que afirma la verdad de tu misión.” Entonces se
despojó del velo y dijo:
“Soy Hind, la hija de ʿUtba, oh Enviado de Dios.”
“Bienvenida seas,” respondió el Profeta -la paz sea con él.
“Por Dios, oh Profeta,” –siguió diciendo Hind, “no existía
otra casa sobre la tierra que yo quisiera destruir más que la
tuya. Ahora, no existe casa sobre la tierra que no desee hon-
rar y ensalzar más que la tuya.”
Umm Ḥakīm se levantó entonces y declaró su fe en el Is-
lam, y dijo:
“Oh Enviado de Dios, ʿIkrima ha huido de ti al Yemen, por
miedo a que le matases. Dale salvoconducto y Dios te dará a ti
salvoconducto.”
“Será perdonado,” prometió el Profeta.
Umm Ḥakīm partió enseguida en busca de ʿIkrima. Iba
acompañada por un esclavo griego. Cuando habían viajado ya
cierta distancia, él intentó abusar de ella pero ella consiguió

70
ʿIKRIMA IBN ABĪ ŶAHL

darle largas hasta que llegaron a un campamento de árabes.


Allí les pidió que la ayudasen. Cogieron al esclavo, lo ataron y
lo encerraron. Umm Ḥakīm prosiguió su camino hasta que
por fin dio con ʿIkrima en la costa del mar Rojo, en la región
de Tihāma. Estaba en tratos con un marinero musulmán que
le decía:
“Sé puro y sincero y te llevaré.”
“¿Cómo puedo hacerme puro?” -preguntó ʿIkrima.
“Di: ‘Atestigüo que no hay más dios que Dios y que
Muḥammad es el Enviado de Dios.’”
“De eso mismo vengo huyendo,” dijo ʿIkrima.
En ese momento llegó Umm Ḥakīm y le dijo a ʿIkrima:
“Oh primo, tengo para ti noticias del más generoso de los
hombres, el más recto, el mejor de ellos... de Muḥammad ibn
ʿAbdullāh s. Le pedí que te concediera una amnistía y te la
ha concedido. No te destruyas a ti mismo.”
“¿Has hablado con él?”
“Sí, he hablado con él y te dado amnistía,” le aseguró ella,
y entonces él se volvió con ella. Le contó entonces el intento
del esclavo griego de deshonrarla e ʿIkrima fue directamente al
campamento de los árabes en donde estaba preso y lo mató.
En una de las paradas durante su viaje de regreso, ʿIkrima
quiso acostarse con su mujer pero ella se negó tajantemente
y le dijo:
“Yo soy musulmana ahora y tú eres aún un mušrik.”
ʿIkrima se quedó estupefacto y dijo: “Vivir sin ti y sin que
duermas conmigo es una situación imposible.”
Mientras ʿIkrima se iba acercando a Meca, el Profeta -la
paz sea con él-, dijo a sus Compañeros:
“ʿIkrima va a venir a vosotros como creyente y muhāŷir
(refugiado). No insultéis a su padre. Insultar a los muertos
apena a los vivos y no afecta en nada a los difuntos.”
ʿIkrima y su mujer se presentaron ante el Profeta s. El
Profeta se levantó y le saludó efusivamente.
“Muḥammad,” dijo ʿIkrima, “Umm Ḥakīm me ha dicho
que me has concedido amnistía.”
“Así es,” dijo el Profeta. “Estás a salvo.”

71
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“¿Qué es eso a lo que llamas?” -preguntó ʿIkrima.


“Te invito a que atestigües que no hay más dios que Dios y
que yo soy el siervo de Dios y Su Enviado, que hagas la Ora-
ción y pagues el zakā y cumplas con las demás obligaciones
del Islam.”
“Por Dios,” respondió ʿIkrima, “sólo llamas a lo que es
verdadero y ordenas sólo lo que es bueno. Vivías entre noso-
tros antes del comienzo de tu misión y eras ya el más veraz
en tus palabras y el más honesto de todos nosotros.” Exten-
diendo su mano, dijo: “Atestigüo que no hay más dios que
Dios y que Muḥammad es Su siervo y Su Enviado.” El Profeta
s le pidió entonces que dijera: “Pido a Dios y a los presentes
que sean testigos de que soy un musulmán que es muŷāhid y
muḥāyir.” ʿIkrima repitió estas palabras y luego dijo:
“Te ruego que pidas perdón por mí a Dios por toda la hos-
tilidad que te he mostrado y por todos los insultos que te
dirigí en tu presencia y a tus espaldas.” El Profeta s respon-
dió con la oración:
“Oh Dios, perdónale toda la animosidad que mostró hacia
mí y todas las veces que me combatió deseando apagar Tu
luz. Perdónale todo lo que haya dicho o hecho en mi presen-
cia o a mis espaldas, a fin de deshonrarme.”
El rostro de ʿIkrima estaba radiante de felicidad.
“Por Dios, oh Enviado de Dios, prometo que aunque he
gastado mucho en obstruir el camino de Dios, he de gastar el
doble por Su causa, y que aunque he luchado muchas batallas
contra la causa de Dios, lucharé el doble por Su causa.”
De ahí en adelante, ʿIkrima demostró su fidelidad a la cau-
sa del Islam como un valiente jinete en el campo de batalla y
como un piadoso devoto que solía pasar mucho tiempo en las
mezquitas leyendo el libro de Dios. A menudo se colocaba el
muṣḥaf sobre la cara y decía: “El Libro de mi Señor, las pala-
bras de mi Señor,” y lloraba movido de temor a Dios.
ʿIkrima permaneció fiel a su compromiso con el Profeta
s. Desde entonces participó en todas las batallas que lucha-
ron los musulmanes y estuvo siempre en la vanguardia del
ejército. En la batalla de Yarmūk se arrojó al combate como

72
ʿIKRIMA IBN ABĪ ŶAHL

una persona sedienta hacia el agua fresca en un día caluroso.


En un encuentro en el que los musulmanes sufrían bajo un
violento ataque del enemigo, ʿIkrima se abrió paso en las filas
de los bizantinos. Jālid ibn al-Walīd fue tras de él y le dijo:
“No sigas, ʿIkrima. Tu muerte sería un duro golpe para los
musulmanes.”
“Sigamos adelante, Jālid,” dijo ʿIkrima, lleno ahora de en-
tusiasmo. “Tú has tenido la suerte de luchar antes junto el
Enviado de Dios en otras batallas. Pero yo y mi padre estába-
mos entre sus enemigos más feroces. Deja que expíe lo que he
hecho en el pasado. Luché contra el Profeta en muchas oca-
siones. ¿Acaso voy a huir ahora de los bizantinos? Ni hablar.”
Entonces gritó, dirigiéndose a los musulmanes: “¿Quién se
compromete conmigo a luchar hasta la muerte?”
Cuatrocientos musulmanes, entre los que estaban Al-Ḥāriṯ
ibn Hišām y ʿAyyāš ibn Abī Rabīʿa, respondieron a su llamada.
Se arrojaron con él al fragor de la batalla y lucharon heroi-
camente sin el liderato de Jālid ibn al-Walīd. Su osado ataque
preparó el camino para lo que sería una victoria decisiva de
los musulmanes.
Acabada la batalla, los cuerpos de tres muŷāhidūn yacían
heridos sobre el campo de batalla: Al-Ḥāriṯ ibn Hišām, ʿAyyāš
ibn Abī Rabīʿa e ʿIkrima ibn Abī Ŷahl. Al-Ḥāriṯ pidió de beber
y le trajeron un poco de agua. Cuando se la iban a dar, ʿAyyāš
le miró y Al-Ḥāriṯ dijo:
“Dádsela a ʿAyyāš.” Cuando llegaron a ʿAyyāš, éste acababa
de morir. Cuando acudieron de nuevo a donde estaban tendi-
dos Al-Ḥāriṯ e ʿIkrima, encontraron que ellos también habían
muerto.
Los Compañeros pidieron a Dios que estuviera complacido
de ellos y les diera de beber de la fuente de Kauzar en el Pa-
raíso, una bebida refrescante que sacia la sed para siempre.

73
14.
14. AL-BARĀ
ARĀʿ IBN MĀLIK AL-ANṢĀRĪ

IBA DESGREÑADO y su aspecto general era desaliñado. Era del-


gado y nervudo, y tan seco de carnes que resultaba doloroso
mirarle. No obstante, en combate cuerpo a cuerpo derrotó y
mató a muchos adversarios, y en medio de la batalla era un
combatiente extraordinario contra los mušrikūn. Era tan va-
liente y osado que en una ocasión ʿUmar escribió a sus go-
bernadores de todo el Estado Islámico que no debían ponerle
al frente de ningún ejército por temor a que los llevara a una
muerte segura con sus osadas hazañas. Este hombre era Al-
Barāʿ ibn Mālik al-Anṣārī, el hermano de Anas ibn Mālik, asis-
tente personal del Profeta s.
Si las historias del heroísmo de Barāʿ se narrasen en detalle,
podrían llenar páginas y páginas. Pero bastará un ejemplo.
Esta historia comienza sólo unas pocas horas después de
la muerte del noble Profeta s, cuando muchas tribus árabes
empezaron a desertar la religión de Dios en masa, tal como
habían entrado en ella en masa. En un breve espacio de tiem-
po, sólo la gente de Meca, Medina y Ṭāʾif y pequeñas comuni-
dades dispersas, cuya lealtad al Islam era inamovible, se man-
tuvieron fieles a su religión.
Abū Bakr aṣ-Ṣiddīq, sucesor del Profeta s, se mantuvo
firme frente a este movimiento ciego y destructivo. Echando
mano de los Muhāŷirūn y los Anṣār, movilizó once ejércitos
cada uno de ellos al mando de un comandante, y los despachó
a distintas zonas de la península Arábiga. Su propósito era
que los apostatas volvieran al camino de la guía y la verdad y
plantar cara a los jefes de la rebelión.
El grupo más fuerte de los apostatas y el más numeroso
eran los Banū Ḥanīfa, encabezados por el impostor Musaili-
ma, que decía ser profeta. Musailima consiguió movilizar a
AL-BARĀʿ IBN MĀLIK AL-ANṢĀRĪ

cuarenta mil de los mejores combatientes de su gente. Sin


embargo, la mayoría de ellos le seguían sólo por ʿasabīya, o
lealtad tribal, y no porque creyeran en él. De hecho, uno de
ellos afirmó: “Atestigüo que Musailima es un impostor y que
Muḥammad s es verdadero, pero el impostor de Rabīʿa (Mu-
sailima) nos es más querido que el hombre veraz de Muḍar
(Muḥammad).”
Musailima consiguió derrotar al primer ejército enviado
contra él al mando de ʿIkrima ibn Abī Ŷahl. Abū Bakr des-
pachó otro ejército contra Musailima, esta vez bajo el mando
de Jālid ibn al-Walīd. Este ejército incluía la crema de los
Ṣaḥāba, tanto de los Anṣār como de los Muhāŷirūn. En las
primeras filas de este ejército estaba Al-Barāʿ ibn Mālik y un
grupo de los musulmanes más aguerridos.
Los dos ejércitos se encontraron en territorio de los Banū
Ḥanīfa en Yamāma, en el Naŷd. Pronto, la balanza de la bata-
lla se inclinó a favor de Musailima y sus fuerzas. Las tropas
musulmanas empezaron a retroceder de sus posiciones. Las
fuerzas de Musailima llegaron a arrasar la tienda de Jālid ibn
al-Walīd, expulsándole de su posición. A punto estuvieron de
matar a su esposa si uno de ellos no la hubiese puesto bajo su
protección.
En ese punto, los musulmanes comprendieron el peligro
en el que se encontraban. Eran conscientes también del
hecho de que si fueran aniquilados por Musailima, el Islam
no podría mantenerse como religión, y Dios –el Dios Único
que no tiene asociado—no sería adorado en la península Ará-
biga después de eso.
Jālid reunió otra vez a sus fuerzas y empezó a organizar-
las. Separó a los Muhāŷirūn y a los Anṣār y los reagrupó
según sus tribus. Cada grupo fue puesto bajo el mando de uno
de sus miembros a fin de que pudieran conocerse las pérdi-
das de cada uno de los grupos en la batalla.
La batalla se reanudó con fuerza. Hubo gran destrucción y
muerte. Los musulmanes no habían conocido nada parecido
en todas las guerras que habían luchado con anterioridad.
Los hombres de Musailima se mantuvieron firmes en medio

75
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

del tumulto, firmes como montañas a pesar de sus numerosas


bajas.
Los musulmanes dieron muestras de gran heroísmo. Ṯābit
ibn Qays, el portaestandarte de los Anṣār, cavó un foso y se
plantó en él y luchó hasta caer muerto. El foso que había ca-
vado se convirtió en su tumba. Zayd ibn al-Jaṭṭāb, hermano
de ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb -Dios esté complacido de ambos-, gritó
a los musulmanes: “¡Hombres, apretad las mandíbulas, gol-
pead al enemigo y avanzad. Por Dios, que no hablaré a nin-
guno de vosotros después de esto hasta que Musailima sea
derrotado o yo vaya al encuentro de mi Señor!” Luego se
lanzó contra el enemigo y siguió luchando hasta caer muerto.
Salīm, el maula de Abū Ḥuḏaifa y portaestandarte de los
Muhāŷirūn mostró un valor inusitado. Su gente temía que
fuera a mostrarse débil o demasiado atemorizado para lu-
char. Les dijo: “Si sois capaces de adelantarme, ¡qué miserable
portador del Corán sería en adelante!” Entonces, se arrojó va-
lientemente contra las filas del enemigo y al final cayó mártir.
La valentía de todos ellos palidece, sin embargo, ante el
heroísmo de Al-Barāʿ ibn Mālik -Dios esté complacido de él y
con todos ellos.
A medida que la batalla iba creciendo en intensidad, Jālid
se volvió a Al-Barāʿ y dijo: “¡Cargad, hombres de los Anṣār!”
Al-Barāʿ se volvió a sus hombres y les dijo: “¡Oh Anṣār, que
ninguno de vosotros piense en regresar a Medina. No existe
Medina después de este día. Sólo está Dios y luego el Paraíso!”
Él y los Anṣār lanzaron entonces su ataque contra los
mušrikūn, destrozando sus formaciones y asestándoles golpes
tan terribles que finalmente empezaron a retroceder. En su
retirada, fueron a refugiarse a un gran huerto cercado que
más tarde sería conocido como el Huerto de la Muerte por el
gran número de combatientes que murieron en él aquel día.
El huerto estaba rodeado de altos muros. Musailima y miles
de sus hombres entraron en él, cerraron las puertas y se
atrincheraron dentro. Desde sus nuevas posiciones empeza-
ron a lanzar una lluvia de flechas sobre los musulmanes.

76
AL-BARĀʿ IBN MĀLIK AL-ANṢĀRĪ

El valeroso Barāʿ se adelantó y se dirigió a su compañía:


“Ponedme sobre un escudo. Levantad el escudo sobre vues-
tras lanzas y arrojadme dentro del huerto cerca de la puerta.
O bien caigo muerto o conseguiré abriros la puerta.”
El delgado y nervudo Al-Barāʿ se colocó enseguida sobre el
escudo. Con varias lanzas consiguieron levantar el escudo y
le arrojaron al interior del Huerto de la Muerte, en medio de
la multitud de hombres de Musailima. Cayó sobre ellos como
un rayo y siguió luchando con ellos delante de la puerta. Mu-
chos cayeron víctimas de sus golpes de espada y él también
recibió numerosas heridas antes de conseguir abrir la puerta.
Los musulmanes irrumpieron entonces en el Huerto de la
Muerte por la puerta y saltando los muros. La lucha fue en-
conada, cuerpo a cuerpo, y cientos de combatientes murie-
ron. Finalmente, los musulmanes consiguieron llegar hasta
Musailima y le mataron.
Al-Barāʿ fue transportado en una litera hasta Medina. Jālid
ibn al-Walīd pasó un mes atendiéndole y curando sus heri-
das. Con el tiempo su estado de salud mejoró. Por medio de él
los musulmanes habían logrado vencer a Musailima.
A pesar de haberse recuperado de sus heridas, Al-Barāʿ si-
guió anhelando el martirio que le había esquivado en el
Huerto de la Muerte. Continuó luchando en una batalla tras
otra esperando lograr su propósito. Este llegaría en la batalla
por Tustar, en Persia.
En Tustar, los persas estaban sitiados en una de sus desa-
fiantes fortalezas. El asedio fue largo y cuando sus efectos se
hicieron insoportables, recurrieron a una nueva táctica. Des-
de lo alto de las murallas empezaron a lanzar cadenas con
garfios al rojo vivo en sus extremos. Los musulmanes que
eran agarrados por los garfios, eran izados muertos o agoni-
zantes.
Uno de esos garfios enganchó a Anas ibn Mālik, el herma-
no de Al-Barāʿ. Tan pronto como Al-Barāʿ vio esto, escaló el
muro de la fortaleza y agarró la cadena de la que colgaba su
hermano y empezó a desenganchar el garfio de su cuerpo. Su

77
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

mano empezaba a quemarse pero no la soltó hasta conseguir


desenganchar a su hermano.
El propio Al-Barāʿ moriría durante esta batalla. Había ro-
gado a Dios que le concediera el martirio.

78
15.
15. ASMĀ
SMĀʾ BINT ABŪ BAKR

ASMĀʾ BINT ABŪ BAKR pertenecía a una distinguida familia de


musulmanes. Su padre, Abū Bakr, era el amigo íntimo del
Profeta s y el primer Califa después de su muerte. Su media
hermana, ʿĀʾiša, fue la esposa del Profeta s y una de las Um-
mahāt al-muʾminīn. Su marido, Zubair ibn al-ʿAwwām, fue
uno de los asistentes personales del Profeta. Su hijo,
ʿAbdullāh ibn az-Zubair, se hizo famoso por su honestidad y
su inamovible devoción a la Verdad.
La propia Asmāʾ fue una de las primeras personas en acep-
tar el Islam. Sólo otras diecisiete personas, entre hombres y
mujeres, aceptaron el Islam antes que ella. Más tarde sería
conocida con el sobrenombre de Ḏat an-Nitaqain (‘La de los
Dos Cinturones’) a causa de un incidente relacionado con la
huida del Profeta s y de su padre, Abū Bakr, de Meca en su
histórica hégira a Medina.
Asmāʾ era una de las pocas personas que conocían el plan
del Profeta s para marcharse a Medina. Había que mantener
un estricto secreto dados los planes de Quraiš de matar al
Profeta. La noche de su partida, Asmāʾ fue la encargada de
preparar una bolsa con comida y un odre de agua para el via-
je. Pero no podía encontrar nada con qué atar los odres y
decidió usar su cinturón, o nitaq. Abū Bakr le sugirió que lo
dividiera en dos. Ella lo hizo y el Profeta elogió su acción. Desde
entonces fue conocida como “La de los Dos Cinturones.”
Cuando se produjo la emigración definitiva de Meca a Me-
dina, poco después de la hégira del Profeta, Asmāʾ estaba em-
barazada. Ni su avanzado estado de gestación ni la idea de un
viaje largo y arduo la disuadieron de ponerse en camino. Na-
da más llegar a Qubā, en las afueras de Medina, dio a luz un
hijo, ʿAbdullāh. Los musulmanes gritaron Allāhu Akbar (Dios
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

es el Más Grande) y Lā ilāha il·lā Allāh (No hay más dios que
Dios) de felicidad y agradecimiento porque este era el primer
niño nacido a los Muhāŷirūn en Medina.
Asmāʾ adquirió fama por su sensibilidad, nobles cualida-
des y la agudeza de su inteligencia. Era una persona extre-
madamente generosa. Su hijo ʿAbdullāh dijo en una ocasión
de ella: “No he conocido dos mujeres más generosas que mi
tía ʿĀʾiša y mi madre Asmāʾ. Pero la generosidad de ambas se
expresaba de formas distintas. Mi tía acumulaba cosas, una
tras otra, hasta que sentía que era suficiente y luego lo distri-
buía entre los necesitados. Mi madre, por otra parte, no
guardaba nada, ni siquiera para el día siguiente.”
La fortaleza de ánimo de Asmāʾ en circunstancias difíciles
era extraordinaria. Cuando su padre se fue de Meca, se llevó
con él toda su fortuna, que se elevaba a unos seis mil dir-
hams, y no dejó nada para su familia. Cuando el padre de Abū
Bakr, Abū Quḥāfa (que era aún mušrik) supo de su partida, fue
a su casa y dijo a Asmāʾ:
“Veo que os dejado sin dinero, además de abandonaros.”
“No, abuelo,” respondió Asmāʾ, “de hecho nos ha dejado
mucho dinero.” Cogió algunas piedrecillas y las puso en un
nicho en la pared donde solían guardar el dinero. Puso enci-
ma un trozo de tela y cogió la mano de su abuelo –que era
ciego—y dijo: “Mira cuánto dinero nos ha dejado.”
Mediante esta estratagema, Asmāʾ pretendía tranquilizar
al anciano y evitar así que les diera de su dinero. Esto era
porque le desagradaba recibir ayuda de un mušrik aunque
fuese su propio abuelo.
Esa misma actitud adoptaba con su madre y no permitían
que su fe y su honor quedaran en entredicho. Su madre, Qu-
taila, vino una vez a visitarla en Medina. No era musulmana y
se había divorciado de su padre antes del Islam. Su madre
trajo para ella algunos regalos: uvas pasas, mantequilla clari-
ficada y qaraz (vainas de una especie de árbol). Al principio
Asmāʾ no quería dejarla entrar en su casa ni aceptar sus rega-
los. Envió entonces a ʿĀʾiša para que preguntase al Profeta -la
paz sea con él-, acerca de su actitud con su madre y él res-

80
ASMĀʾ BINT ABŪ BAKR

pondió que desde luego tenía que dejarla entrar en su casa y


aceptar los regalos. En esta ocasión, el Profeta recibió la si-
guiente revelación:
“En cuanto a aquellos que no os combaten por causa de [vuestra]
religión, ni os expulsan de vuestros hogares, Dios no os prohíbe que
seáis amables y equitativos con ellos: pues, realmente, Dios ama a
quienes son equitativos.
“Dios sólo os prohíbe que toméis por amigos a aquellos que os
persiguen por causa de [vuestra] religión, y que os expulsan de
vuestros hogares, o que ayudan [a otros] a expulsaros: y quienes [de
vosotros] los tomen por amigos --¡ésos, precisamente, son los verda-
deros malhechores!” (Corán, 60:8-9)
Para muchos musulmanes y también para Asmāʾ, la vida
fue al principio muy difícil en Medina. Su marido era bastan-
te pobre y su única posesión era un caballo que había com-
prado para trabajar. La propia Asmāʾ describe esas primeras
dificultades:
“Solía traer forraje para el caballo, le daba de beber y lo
arreglaba. Molía el grano y hacía la masa, pero no sabía cocer
bien el pan. Las mujeres de los Anṣār solían cocerlo por mí.
Eran realmente buenas mujeres. Solía llevar el grano sobre
mi cabeza desde la parcela que el Profeta s había asignado a
Az-Zubair para que la cultivase. Estaba a unos tres farsaj
(ocho kilómetros) del centro de la ciudad. Un día estaba de
camino llevando el grano sobre mi cabeza cuando me en-
contré con el Profeta y un grupo de los Ṣaḥāba. Me llamó y
detuvo su camello para que pudiese subirme detrás de él. Me
avergonzaba de viajar junto al Profeta s y recordé también
lo celoso que era Az-Zubair –era el más celoso de los hom-
bres. El Profeta se dio cuenta de que me sentía avergonzada y
siguió su camino.”
Luego Asmāʾ le contó a Az-Zubair exactamente lo que hab-
ía ocurrido y él dijo: “Por Dios, que cargases con el grano me
duele más que el que hubieses montado [con el Profeta].”
Asmāʾ era pues, obviamente, una persona de gran sensibi-
lidad y devoción. Ella y su marido trabajaban muy duro jun-
tos hasta que su situación de extrema pobreza mejoró gra-

81
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

dualmente. A veces, sin embargo, Az-Zubair la trataba con


brusquedad. Una vez ella fue a quejarse a su padre de él. Su
respuesta fue: “Hija mía, ten paciencia, que si una mujer tie-
ne un marido recto y él muere y ella no se casa de nuevo,
ambos serán reunidos en el Paraíso.”
Az-Zubair llegó a ser con el paso del tiempo uno de los
hombres más ricos de los Ṣaḥāba, pero Asmāʾ no dejó que
esto corrompiera sus principios. Su hijo, Al-Munḏir, le envió
una vez desde Iraq un vestido elegante hecho de una tela fina
y costosa. Asmāʾ era ya entonces ciega. Tocó el tejido y dijo:
“Es horrible. Mandádselo de vuelta.”
Al-Munḏir se enfadó y dijo: “Madre, no es transparente.”
“Puede que no sea transparente,” replicó ella, “pero es
demasiado ajustado y muestra el contorno del cuerpo.”
Al-Munḏir compró otro vestido que obtuvo la aprobación
de su madre y ésta lo aceptó.
Si estos incidentes y aspectos de la vida de Asmāʾ pueden
ser fácilmente olvidados, el último encuentro con su hijo,
ʿAbdullāh, es ciertamente uno de los momentos más inolvi-
dables de los primeros tiempos del Islam. En aquel encuentro
mostró la agudeza de su inteligencia, su decisión y la fuerza
de su fe.
ʿAbdullāh era uno de los candidatos al Califato después de
la muerte de Yazīd ibn Muʿāwiya. Las poblaciones del Ḥiŷāz,
Egipto, Iraq, Jorasán y gran parte de Siria eran partidarias de
él y le reconocían como califa. Los Omeyas, sin embargo, si-
guieron disputándole el Califato y despacharon un enorme
ejército bajo el mando de Al-Ḥaŷŷāŷ ibn Yūsuf aṯ-Ṯaqāfi. Los
dos ejércitos se enfrentaron en una guerra sin cuartel en la
cual ʿAbdullāh ibn az-Zubair dio muestras de gran valentía y
heroísmo. Muchos de sus partidarios no pudieron soportar,
sin embargo, el continuo desgaste de la guerra y gradualmen-
te empezaron a abandonarle. Finalmente, buscó refugio en la
Mezquita Sagrada de Meca. Fue entonces cuando acudió a su
madre, que era entonces una mujer anciana y ciega, y le dijo:
“La paz sea contigo, madre, y la misericordia y las bendi-
ciones de Dios.”

82
ASMĀʾ BINT ABŪ BAKR

“Y contigo, ʿAbdullāh,” respondió ella. “¿Qué es lo que te


trae aquí en esta hora, cuando las catapultas de Ḥaŷŷāŷ arro-
jan rocas sobre tus soldados en el Ḥāram, haciendo temblar
las casas de Meca?”
“He venido a buscar tu consejo,” dijo.
“¡Mi consejo!” -exclamó ella asombrada. “¿Sobre qué?”
“La gente me ha abandonado por temor a Ḥaŷŷāŷ o tenta-
dos por lo que él les ofrece. Cuento ahora sólo con un puñado
de hombres y por muy fuertes y firmes que sean no podrán
resistir más de una hora o dos. Los enviados de Banū Umayya
(los Omeyas) están negociando conmigo y me ofrecen todas
las posesiones que quiera, con tal que deponga las armas y
jure lealtad a ʿAbdul Mālik ibn Marwān. ¿Qué piensas que
debo hacer?”
Levantando la voz, respondió:
“Es asunto tuyo, ʿAbdullāh, y tú sabrás mejor qué debes
hacer. Si piensas que tienes razón y que defiendes la Verdad,
entonces persevera y sigue luchando, como perseveraron
aquellos de tus compañeros que murieron bajo tu bandera. Si,
aún así, deseases este mundo, qué miserable serías. Te habrías
destruido a ti mismo y habrías destruido a tus hombres.”
“Pero moriré hoy, no hay la menor duda.”
“Eso es mejor para ti que rendirte voluntariamente a
Ḥaŷŷāŷ y que algunos esbirros de los Banū Umayya jueguen
con tu cabeza.”
“No tengo miedo a la muerte. Sólo temo que me mutilen.”
“No hay nada después de la muerte que un hombre deba
temer. La ovejas muertas no sufren al ser desolladas.”
El rostro de ʿAbdullāh resplandecía cuando dijo:
“¡Qué madre bendita! ¡Benditas sean tus nobles cualida-
des! He venido a ti en esta hora a escuchar lo que he oído.
Dios sabe que no me he debilitado ni estoy desesperado. Él es
mi testigo de que no he luchado por amor a las riquezas de
este mundo y sus bienes sino enojado por causa de Dios. Sus
límites han sido transgredidos. Aquí estoy, dispuesto a hacer
lo que a ti te agrada. Así pues, si caigo muerto no te lamentes
por mí y encomiéndame a Dios.”

83
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Sólo lamentaría tu pérdida,” dijo la anciana pero decidi-


da Asmāʾ, “si cayeras luchando por una causa vana e injusta.”
“Ten por seguro que tu hijo no ha apoyado ninguna causa
injusta, ni ha cometido ningún acto deshonroso, ni ha hecho
injusticia a ningún musulmán o ḏimmī, y que no hay nada
más valioso para él que la complacencia de Dios, el Todopo-
deroso, el Grande. No digo esto para exculparme. Dios sabe
que lo digo sólo para que tu corazón esté seguro.”
“Alabado sea Dios, que te ha hecho obrar conforme a lo
que Él prefiere y conforme a lo que yo prefiero. Acércate a
mí, hijo mío, para que pueda oler y sentir tu cuerpo porque
este podría ser mi último encuentro contigo.”
ʿAbdullāh se arrodilló delante de ella. Ella le abrazó y le
llenó de besos la cabeza, la cara y el cuello. Sus manos empe-
zaron a apretar su cuerpo cuando de repente las retiró y pre-
guntó:
“¿Qué es lo que llevas puesto, ʿAbdullāh?”
“Mi coraza.”
“Hijo mío, ese no el vestido de quien desea el martirio.
Quítatela. Así tus movimientos serán más ligeros y rápidos.
Ponte en su lugar el sirwāl (una túnica larga) para que, si te
matan, tus partes pudendas no queden expuestas a la vista.”
ʿAbdullāh se quitó la coraza y se puso el sirwāl. Cuando se
marchaba hacia el Ḥāram a incorporarse a la lucha, dijo:
“Madre, no me prives de tus oraciones.”
Ella, alzando sus manos al cielo, oró:
“Oh Señor, ten misericordia en sus largas vigilias y su in-
vocación en la oscuridad de la noche mientras la gente
duerme...
“Oh Señor, ten misericordia de su hambre y su sed en sus
viajes entre Medina y Meca mientras estaba ayunando...
“Oh Señor, bendice su rectitud con su madre y su padre...
“Oh Señor, le encomiendo a Tu causa y estoy complacida
con lo que decretes para él. Y concédeme para él la recom-
pensa de los que son pacientes y perseveran.”
Al atardecer, ʿAbdullāh estaba muerto. Sólo diez días des-
pués su madre se reunió con él. Contaba cien años de edad. La

84
ASMĀʾ BINT ABŪ BAKR

edad no la había vuelto senil ni había embotado la agudeza de


su mente.

85
16.
16. ʿABDULLĀH IBN ḤUḎĀFA AS-SAHMĪ
BDULLĀ AHMĪ

LA HISTORIA HUBIERA pasado de largo a este hombre como pasó


de largo a miles de árabes antes de él. Como todos ellos, no
habría merecido la menor atención o fama. La grandeza del
Islam, sin embargo, dio a ʿAbdullāh ibn Ḥuḏāfa la oportuni-
dad de encontrarse con dos de los grandes potentados de su
tiempo –Cosroes Parvez, rey de Persia y Heraclio, emperador
de Bizancio.
El episodio de su encuentro con Cosroes se originó en el
año 6 de la hégira, cuando el Profeta s decidió enviar a algu-
nos de sus Compañeros como portadores de cartas para los
gobernantes de los territorios fronterizos con la península
Arábiga, invitándoles al Islam.
El Profeta consideraba de suma importancia esta iniciati-
va. Sus emisarios se disponían a internarse en países lejanos
con los cuales no existían tratados ni acuerdos. Ignoraban la
lengua de esos países así como todo lo relativo a los usos y el
carácter de sus gobernantes. Tenían que invitar a estos go-
bernantes a que abandonasen su religión, renunciaran a su
poder y gloria y entrasen en la religión de un pueblo que poco
antes había sido súbdito suyo. La misión era sin duda peligrosa.
El Profeta convocó a sus Compañeros para anunciar su
plan y hablarles. Empezó alabando a Dios y dándole gracias.
Luego, recitó la Šahāda y prosiguió:
“Quiero enviar a algunos de vosotros a tierras extranjeras,
pero no disputéis conmigo como los israelitas disputaron con
Jesús, el hijo de María.”
“Oh Profeta de Dios, ejecutaremos lo que ordenes,” res-
pondieron. “Envíanos a donde tú quieras.”
El Profeta s encargó a seis de sus Ṣaḥāba que llevasen
cartas suyas a gobernantes árabes y extranjeros. Uno de esos
ʿABDULLĀH IBN ḤUḎĀFA AS-SAHMĪ

fue ʿAbdullāh ibn Ḥuḏāfa, que fue elegido para llevar la carta
del Profeta a Cosroes Parvez, rey de Persia.
ʿAbdullāh preparó su camello y se despidió de su esposa e
hijo. Se puso entonces en camino solo y atravesó montañas y
valles hasta llegar a la tierra de los persas.
Pidió permiso para acceder a la presencia del rey, infor-
mando a su guardia de que traía una carta para él. Cosroes
ordenó entonces que se dispusiera su cámara de audiencias y
convocó a sus consejeros principales. Cuando se hubieron
reunido, dio permiso para que entrase ʿAbdullāh.
ʿAbdullāh hizo su entrada y vio al potentado persa vestido
con ropas delicadas y elegantes y tocado con un turbante
grande y bien plegado. ʿAbdullāh vestía las ropas toscas y
simples del beduino. Llevaba, sin embargo, erguida la cabeza
y sus pasos eran firmes. El honor del Islam ardía con fuerza
en su pecho y el poder de la fe latía en su corazón.
Tan pronto como Cosroes le vio acercarse, indicó a uno de
sus hombres que recogiera la carta de sus manos.
“No,” dijo ʿAbdullāh. “El Profeta me ordenó entregarte es-
ta carta personalmente a ti y no iré en contra de una orden
del Enviado de Dios s.”
“Dejad que se acerque,” dijo Cosroes a su guardia y
ʿAbdullāh se adelantó y entregó la carta. Cosroes llamó en-
tonces a un secretario árabe, procedente de Ḥīra, y le ordenó
que abriera la carta en su presencia y leyera lo que decía.
Empezó su lectura:
“En el nombre de Dios, el Más Misericordioso, el Dispen-
sador de Gracia.
De Muḥammad, el Enviado de Dios, a Cosroes, gobernador
de Persia.
Paz sobre quien siga la guía... “
Cosroes escuchó sólo este comienzo de la carta y el fuego
de la ira estalló en su corazón. Su rostro en encendió y co-
menzó a sudar alrededor del cuello. Cogió la carta de manos
del secretario y empezó a romperla en pedazos sin esperar a
saber qué más decía, y gritó: “¡Se atreve a escribirme así, al-
guien que es esclavo mío!” Estaba irritado de que el Profeta

87
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

s no le hubiera dado precedencia en su carta. Luego ordenó


que ʿAbdullāh fuese expulsado de su presencia.
ʿAbdullāh fue sacado de allí sin saber lo que podía ocurrir-
le. ¿Iban a matarle o le dejarían en libertad? Pero no quería
esperar a averiguarlo. Dijo: “Por Dios, no me importa lo que
me ocurra conmigo después de ver que la carta del Profeta ha
sido hecha pedazos.” Consiguió llegar hasta su camello y salió
de allí.
Cuando se hubo aplacado la ira de Cosroes, ordenó que
trajeran a ʿAbdullāh a su presencia. Pero ʿAbdullāh había des-
aparecido. Le buscaron por todo el camino hasta la península
Arábiga pero comprobaron que se les había adelantado.
De vuelta en Medina, ʿAbdullāh contó al Profeta s cómo
Cosroes había roto en pedazos su carta y la única respuesta
del Profeta fue: “Que Dios haga pedazos su reino.”
Mientras tanto, Cosroes escribió a Bāḏān, su virrey en el
Yemen, para que enviase dos hombres fuertes a “ese hombre
que ha aparecido en el Ḥiŷāz,” con órdenes expresas de traer-
lo a Persia
Bāḏān despachó a dos de sus hombres más fuertes al Pro-
feta s y les dio una carta en la que se le ordenaba que acom-
pañase a esos dos hombres y se presentara ante Cosroes sin
dilación. Bāḏān ordenaba asimismo a sus hombres que reco-
gieran toda la información que pudieran acerca del Profeta y
que estudiasen atentamente su mensaje.
Los hombres se pusieron en camino, viajando con rapidez.
En Ṭāʾif se encontraron con algunos comerciantes de Quraiš y
les preguntaron acerca de Muḥammad s. “Está en Yaṯrib,”
dijeron y prosiguieron su camino hacia Meca sintiéndose
muy felices. Estas eran buenas noticias para los Quraiš y fue-
ron a decirles a sus paisanos: “Esto os alegrará. Cosroes va
tras de Muḥammad y os veréis libres de su mal.”
Los dos hombres mientras tanto se dirigieron directamen-
te a Medina donde se entrevistaron con el Profeta s, le en-
tregaron la carta de Bāḏān y le dijeron: “El rey de reyes, Cos-
roes, ha escrito a nuestro gobernante Bāḏān para que envíe a
su ejército a capturarte. Hemos venido a llevarte con nosotros.

88
ʿABDULLĀH IBN ḤUḎĀFA AS-SAHMĪ

Si vienes por las buenas, Cosroes ha dicho que será mejor para
ti y no serás castigado. Pero si te niegas, conocerás el rigor de
su castigo. Tiene poder para destruirte a ti y a tu pueblo.”
El Profeta s sonrió y les dijo: “Volved a vuestras montu-
ras y regresad mañana.”
Al día siguiente, acudieron al Profeta y le dijeron: “¿Estás
preparado para venir con nosotros a presentarte ante Cosro-
es?”
“No volveréis a ver a Cosroes después de hoy,” respondió
el Profeta s. “Dios le ha dado muerte y su hijo Šīrawaih ha
ocupado su trono en tal día de tal mes.”
Los dos hombres contemplaron atónitos el rostro del Pro-
feta. Estaban totalmente desencajados.
“¿Sabes lo que estás diciendo?” -le preguntaron. “¿Quieres
que escribamos a Bāḏān contándole lo que has dicho?”
“Sí,” respondió el Profeta, “y decidle que mi religión me
ha informado de lo ocurrido con el reino de Cosroes y que si
se hace musulmán, le nombraré gobernador de lo que ahora
gobierna.”
Los dos hombres regresaron al Yemen y contaron a Bāḏān
lo que había ocurrido. Bāḏān dijo: “Si lo que Muḥammad ha
dicho es cierto, entonces es un Profeta. Si no, sabremos lo
que le espera.”
Poco después, Bāḏān recibió una carta de Šīrawaih en la
que le decía: “Maté a Cosroes por su tiranía con la gente. Con-
sideraba lícito matar a los dirigentes, capturar a sus mujeres
y apropiarse de sus bienes. Cuando te llegue esta carta, toma
juramento de lealtad de quien esté contigo en mi nombre.”
Tan pronto como Bāḏān leyó la carta de Šīrawaih, la arrojó
a un lado y anunció su entrada en el Islam. Los persas que esta-
ban con él en Yemen se hicieron también musulmanes.
Esta es la historia del encuentro de ʿAbdullāh ibn Ḥuḏāfa
con el rey de Persia. Su encuentro con el emperador de Bi-
zancio se produjo durante el califato de ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb y
es también una historia asombrosa.
En el año diecinueve de la hégira, ʿUmar despachó un
ejército para luchar contra los bizantinos. En él iba ʿAbdullāh

89
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ibn Ḥuḏāfa. Las noticias del ejército musulmán llegaron al


emperador bizantino. Había oído de la sinceridad de su fe, y
de su deseo de sacrificar sus vidas por la causa de Dios y Su
Profeta s. Dio órdenes de traer a su presencia a cualquier
musulmán que fuese capturado vivo.
Dios quiso que ʿAbdullāh ibn Ḥuḏāfa cayera prisionero de
los bizantinos y fue llevado ante el emperador. El emperador
observó a ʿAbdullāh durante un largo rato. De pronto dijo:
“Te haré una proposición.”
“¿De qué se trata?” -preguntó ʿAbdullāh.
“Te propongo que te hagas cristiano. Si lo haces te dejaré
en libertad y te proporcionaré un refugió seguro.”
La reacción del prisionero fue de furia: “Prefiero mil veces
la muerte a lo que me propones.”
“Veo que eres un hombre decidido. Sin embargo, si acep-
tas lo que te propongo, te daré parte en mi autoridad y pres-
tarás juramento como ayudante mío.”
El prisionero, cargado de cadenas, sonrió y dijo: “Por Dios,
si me dieras todo lo que posees y todo lo que poseen los ára-
bes a cambio de renegar de la religión de Muḥammad s, no
lo haría.”
“Entonces, te mataré.”
“Haz lo que quieras,” -respondió ʿAbdullāh.
El emperador hizo entonces que le pusieran en una cruz y
ordenó a sus soldados que le arrojaron sus lanzas, primero
cerca de las manos y luego cerca de los pies, al tiempo que le
decía que aceptase el cristianismo y renegase de su religión.
Una y otra vez se negó a ello.
El emperador hizo entonces que lo bajaran de la cruz. Or-
denó que dispusieran una gran olla. La llenaron de aceite y
luego lo calentaron sobre un fuego ardiente. Hizo traer en-
tonces a otros dos prisioneros musulmanes e hizo arrojar a uno
de ellos en el aceite hirviendo. La carne del prisionero borbo-
teó y pronto podían verse sus huesos. El emperador se volvió
entonces a ʿAbdullāh y le invitó a aceptar el cristianismo.
Esta fue la prueba más terrible que ʿAbdullāh había tenido
que soportar hasta ese momento. Pero se mantuvo firme y el

90
ʿABDULLĀH IBN ḤUḎĀFA AS-SAHMĪ

emperador se cansó de intentarlo. Entonces ordenó que


ʿAbdullāh fuese también arrojado en la olla. Mientras lo lle-
vaban empezó a derramar lágrimas. El emperador pensó que
al fin se había desmoralizado e hizo que lo llevaran ante él.
De nuevo le sugirió que se hiciera cristiano pero, para asom-
bro suyo, ʿAbdullāh rehusó.
“¡Maldita sea! ¿Por qué lloras entonces?” -gritó el empe-
rador.
“Lloraba,” dijo ʿAbdullāh, “porque me decía a mí mismo:
‘Vas a ser arrojado dentro de esta olla y tu alma partirá.’ Lo
que realmente deseaba entonces era tener tantas almas como
pelos hay en mi cuerpo y que todas ellas fueran arrojadas en
esa olla por la causa de Dios.”
El tirano dijo entonces: “¿Besarías mi cabeza? Si lo hicie-
ras te dejaría en libertad.”
“¿Y a los demás prisioneros también?” -preguntó ʿAbdullāh.
El emperador aceptó y ʿAbdullāh se dijo a sí mismo: “¡Es
uno de los enemigos de Dios! Si beso su cabeza me dejará en
libertad y también a los demás prisioneros musulmanes. Na-
die podrá reprocharme nada por ello.” Entonces se acercó al
emperador y le besó en la frente. Los prisioneros musulma-
nes fueron todos liberados y entregados a ʿAbdullāh.
ʿAbdullāh ibn Ḥuḏāfa regresó finalmente ante ʿUmar ibn
al-Jaṭṭāb y le contó lo que había ocurrido. ʿUmar se mostró
muy complacido y cuando miró a los prisioneros dijo: “Todo
musulmán tiene el deber de besar la cabeza de ʿAbdullāh ibn
Ḥuḏāfa y empezaré yo mismo.”
ʿUmar entonces se levantó y beso la cabeza de ʿAbdullāh
ibn Ḥuḏāfa.

91
17.
17. ʿABDULLĀH IBN ŶAḤŠ
BDULLĀ

ʿABDULLĀH IBN ŶAḤŠ era primo del Profeta s, y su hermana


Zainab bint Ŷaḥš fue una de las esposas del Profeta. Fue el
primero en encabezar un grupo de musulmanes en una ex-
pedición militar y por ello fue el primero en ser llamado
“Amīr al-muʾminīn” –Jefe de los creyentes.
ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš se hizo musulmán antes de que el Pro-
feta s entrase en la Casa de Al-Arqam, que sería en adelante
el lugar de encuentro, escuela y lugar de refugio de los prime-
ros musulmanes. Fue pues uno de los primeros musulmanes.
Cuando el Profeta s dio permiso a sus Compañeros para
que emigrasen a Medina y evitar así la persecución de los
Quraiš, ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš fue el segundo en partir, precedi-
do sólo de Abū Salama. La emigración no era una experiencia
nueva para ʿAbdullāh. Había emigrado ya junto a algunos
miembros de su familia a Abisinia. Esta vez, sin embargo, sus
emigración fue a una escala mucho mayor. Su familia y pa-
rientes –hombres, mujeres y niños, emigraron con él. De
hecho, todos los miembros de su clan se habían hecho mu-
sulmanes y le acompañaron.
Un aire de desolación se adueñó de Meca tras su partida.
Sus casas parecían tristes y desoladas, como si nunca hubiera
vivido nadie allí. Ningún sonido de conversación salía de
detrás de aquellos muros silenciosos.
El clan de ʿAbdullāh hacía poco que se había marchado
cuando los jefes de Quraiš, alertados, salieron a hacer sus
rondas por los barrios de Meca para saber qué musulmanes
habían partido y cuáles seguían allí. Entre esos jefes estaban
Abū Ŷahl y ʿUtba ibn Rabīʿa. ʿUtba miró hacia las casas de los
Banū Ŷaḥš por las cuales soplaban los vientos polvorientos.
Golpeó en las puertas y gritó:
ʿABDULLĀH IBN ŶAḤŠ

“Las casas de los Banū Ŷaḥš han quedado vacías y lloran


por sus ocupantes.”
“Quiénes eran esos,” dijo Abū Ŷahl burlonamente, “para
que unas casas lloren por ellos.” Reclamó entonces para sí la
casa de ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš que era la más hermosa y costosa
de todas. Empezó a disponer libremente de lo que había en
ella como un rey que administra sus posesiones.
Más tarde, cuando ʿAbdullāh supo lo que Abū Ŷahl había
hecho con su casa, se lo mencionó al Profeta -la paz sea con
él-, quien le dijo:
“¿No estás satisfecho, oh ʿAbdullāh, con lo que Dios te ha
dado a cambio –una casa en el Paraíso?”
“Sí, enviado de Dios,” respondió, y se tranquilizó y quedó
plenamente satisfecho.
ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš apenas había acabado de asentarse en
Medina cuando tuvo que vivir una de las experiencias más
abrumadoras. Estaba por entonces empezando a disfrutar
algo de la vida descansada y grata bajo la protección de los
Anṣār –después de sufrir persecución a manos de los Quraiš-,
cuando se vio ante la prueba más severa que había conocido
en su vida y tuvo que acometer la misión más difícil desde
que se había hecho musulmán.
El Profeta -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-,
encargó a ocho de sus Compañeros que llevaran a cabo la
primera misión militar en la historia del Islam. Entre ellos
estaban ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš y Saʿd ibn Abū Waqqāṣ.
“Nombro como jefe vuestro a quien mejor sabe combatir
el hambre y la sed,” dijo el Profeta s, y entregó el banderín a
ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš. Fue por tanto el primero en ser nombra-
do emir de un contingente de creyentes.
El Profeta s le dio instrucciones precisas sobre la ruta
que debía seguir en la expedición y le entregó una carta. Or-
denó a ʿAbdullāh que leyese la carta sólo después de dos días
de marcha.
Cuando la expedición llevaba dos días de camino,
ʿAbdullāh leyó lo que decía la carta. Decía: “Cuando hayas
leído esta carta, sigue marchando hasta llegar a un lugar lla-

93
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

mado Najla, entre Ṭāʾif y Meca. Desde allí observa a los Quraiš
y recoge toda la información que puedas sobre ellos.”
“A tus órdenes, oh Profeta de Dios,” exclamó ʿAbdullāh
nada más acabar de leer la carta. Luego se dirigió a sus com-
pañeros:
“El Profeta s me ha ordenado seguir hasta Najla, obser-
var a los Quraiš y recoger información de ellos. Me ordena
también no seguir adelante con cualquiera de vosotros que
esté en contra del propósito de esta expedición. Así pues,
quien desee el martirio y esté en total acuerdo con esta expe-
dición podrá acompañarme. Quien no esté de acuerdo, puede
regresar sin reproche.”
“A tus órdenes, oh enviado de Dios,” respondieron todos.
“Iremos contigo, ʿAbdullāh, allí donde el Profeta de Dios s ha
ordenado.”
El grupo siguió su camino hasta llegar a Najla y empeza-
ron a internarse por los pasos de montaña buscando infor-
mación sobre los movimientos de Quraiš. Mientras estaban
ocupados en esto, vieron a lo lejos una caravana de Quraiš.
Había cuatro hombres en la caravana –ʿAmr ibn al-Ḥaḍramī,
Ḥukm ibn Kaisān, ʿUṯmān ibn ʿAbdullāh y su hermano
Muguīra. Transportaban mercancías para los Quraiš –pieles,
pasas y otros productos usuales de su comercio.
Los Ṣaḥāba se reunieron en consejo. Era el último día de
los meses sagrados. “Si los matásemos,” convinieron, “los
habríamos matado en uno de los meses inviolables. De hacer-
lo, habríamos violado la santidad de este mes y incurriríamos
en la ira de todos los árabes. Si los dejamos seguir otro día
para que se cumpla el fin de mes, habrán entrado ya en el
recinto sagrado de Meca y estarán a salvo de nosotros.”
Siguieron con sus consultas hasta que al fin se pusieron de
acuerdo en atacar a la caravana y coger toda la mercancía
que pudieran como botín. En la pequeña escaramuza que
siguió, dos de los hombres fueron capturados y uno muerto;
el cuarto consiguió huir.
ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš y sus hombres se llevaron a los dos
prisioneros y la caravana a Medina. Fueron a ver al Profeta -

94
ʿABDULLĀH IBN ŶAḤŠ

la paz sea con él-, y le informaron de lo que habían hecho. El


Profeta s se mostró muy contrariado y condenó fuertemen-
te su acción.
“Por Dios, no os envié a combatir. Os ordené sólo recoger
información sobre los Quraiš y observar sus movimientos.”
Concedió una prórroga a los dos prisioneros y se desentendió
de la caravana, sin tomar nada de ella.
ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš y sus hombres supieron entonces que
habían caído en desgracia y estaban seguros de su ruina por
haber desobedecido la orden del Profeta s. Empezaron a
sentir la presión cuando sus hermanos musulmanes les cen-
suraban y les evitaban cuando se cruzaban en su camino. Y
decían: “Estos desobedecieron la orden del Profeta.”
Su frustración aumentó al saber que los Quraiš habían
tomado el incidente como excusa para desacreditar al Profeta
s y denunciarle ante las tribus. Los Quraiš iban diciendo:
“Muḥammad ha profanado el mes sagrado. Ha derramado
sangre, saqueado bienes y capturado hombres.”
Imaginaos la tremenda tristeza que ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš y
sus hombres sentían por lo ocurrido, sobre todo por la ver-
güenza que estaban haciendo pasar al Profeta s.
Estaban abrumados y la agonía pesaba sobre ellos como
una losa. Entonces llegó la buena nueva de que Dios –
glorificado sea—estaba complacido de lo que habían hecho y
había enviado una revelación a Su Profeta s acerca del asun-
to. ¡Imaginaos su felicidad! La gente vino a abrazarles, feli-
citándoles por la buena nueva y recitándoles lo que había
sido revelado del Sagrado Corán acerca de su acción.
“Te preguntarán acerca de combatir en el mes sagrado. Di:
‘Combatir en él es algo muy grave; pero [que se impida el acceso a]
la Casa Inviolable de Adoración y expulsar de ella a su gente es aún
más grave a los ojos de Dios, pues la opresión es más grave que ma-
tar.’” (Corán, 2:217)
Cuando estos versículos sagrados fueron revelados, la
mente del Profeta s se tranquilizó. Tomó la caravana e im-
puso un rescate por los prisioneros. Se reconcilió con
ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš y sus hombres. Su expedición fue cierta-

95
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

mente un suceso importante en la historia de la naciente


comunidad musulmana...
A esto siguió la batalla de Badr. ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš luchó
en ella y se vio sometido a una gran prueba, pero su fe le hizo
salir victorioso de ella.
Luego vino la batalla de Uḥud. Hay una historia inolvida-
ble protagonizada por él y su amigo Saʿd ibn Abī Waqqāṣ en
torno a un incidente que tuvo lugar durante la batalla de
Uḥud. Dejemos que sea Saʿd quien nos narre la historia:
‘Durante la batalla, ʿAbdullāh se acercó a mí y me dijo:
“¿No vas a hacer una súplica a Dios?”
“Sí,” dije yo. Entonces nos apartamos y yo supliqué: “Oh
Señor, cuando me enfrente al enemigo, haz que luche contra
un hombre de enorme poder y furia. Dame entonces la victo-
ria sobre él para que le mate y adquiera botín de él.” A esta
oración mía, ʿAbdullāh dijo ‘Amén’ -y luego rezó él:
“Haz que me enfrente a un hombre poderoso y enfureci-
do. Y que luche contra él por Ti, oh Señor, y él luche contra
mí. Y que me venza y me corte la nariz y las orejas, y cuando
me encuentre contigo mañana Tú digas: “¿Cómo es que te
han cortado la nariz y las orejas?” Y yo responda: “Fue lu-
chando por Tu causa y por Tu Profeta.” Y entonces Tú dirás:
“Has dicho la verdad...”’
Saʿd continua la historia:
“La oración de ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš fue mejor que la mía.
Pude verle al final de la batalla. Estaba muerto y había sido
mutilado y de hecho su nariz y sus orejas pendían de un árbol
por un hilo.”
Dios aceptó la oración de ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš y le bendijo
con el martirio, igual que bendijo a su tío, el Líder de los Márti-
res, Hamza ibn ʿAbd al-Muṭṭalib. El noble Profeta s los enterró
juntos en la misma tumba. Sus lágrimas puras humedecieron la
tierra –una tierra ungida con la fragancia del martirio.

96
18.
18. MUʿĀḎ IBN ŶABAL
MUʿĀḎ IBN ŶABAL era un joven de Yaṯrib cuando la luz de la
guía y de la Verdad empezaba a extenderse por la península
Arábiga. Era apuesto e impresionante, de ojos negros y pelo
rizado, y causaba una impresión inmediata en cuantos se
encontraban con él. Destacaba entre los jóvenes de su edad
por la agudeza de su intelecto.
El joven Muʿāḏ se hizo musulmán con Muṣʿab ibn ʿUmair,
el daʿī (misionero) enviado por el Profeta s a Yaṯrib antes de
la hégira. Muʿāḏ fue uno de los setenta y dos musulmanes de
Yaṯrib que viajaron a Meca un año antes de la hégira y se en-
contraron con el Profeta en su casa y más tarde en el valle de
Minā, fuera de Meca, en ʿAqaba. Allí se realizó el segundo
Juramento de ʿAqaba, en el que los nuevos musulmanes de
Yaṯrib, incluidas algunas mujeres, se comprometieron a apo-
yar y defender al Profeta s a toda costa. Muʿāḏ estaba entre
los que entusiásticamente dieron la mano al Profeta y le jura-
ron lealtad.
Tan pronto como Muʿāḏ regresó de Meca a Medina, formó
un grupo junto con otros muchachos de su edad para sacar y
destruir los ídolos que había en las casas de los mušrikūn de
Yaṯrib. Uno de los efectos de esta campaña fue que un hom-
bre prominente de la ciudad, ʿAmr ibn al-Ŷamūḥ, se hizo mu-
sulmán.
Cuando el noble Profeta s llegó a Medina, Muʿāḏ ibn
Ŷabal le acompañaba siempre que podía. Estudió el Corán y
las leyes del Islam hasta llegar a ser uno de los mejor informa-
dos sobre la religión del Islam entre todos los Compañeros.
Allí donde Muʿāḏ iba, la gente acudía a él en busca de jui-
cios legales sobre asuntos en los que discrepaban. Esto no era
extraño porque había sido instruido por el propio Profeta s
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

y aprendió de él todo lo que pudo. Fue el mejor estudiante del


mejor maestro. Su conocimiento tenía el sello de la autenti-
cidad. El mejor diploma que podía haber recibido lo obtuvo
del propio Profeta, cuando dijo:
“El más sabio de mi Umma en asuntos de lo halāl y lo
ḥarām es Muʿāḏ ibn Ŷabal.”
Una de las mayores contribuciones de Muʿāḏ a la Umma
de Muḥammad s fue su labor en el grupo de seis Compañe-
ros que recopilaron el Corán en vida del Profeta -la paz sea
con él. Siempre que un grupo de Compañeros se reunía y
Muʿāḏ estaba entre ellos, le miraban con respeto y venera-
ción a causa de su conocimiento. El Profeta y sus dos Califas
después de él pusieron este extraordinario talento y capaci-
dad al servicio del Islam.
Después de la liberación de Meca, los Quraiš se hicieron
musulmanes en masa. El Profeta s vio inmediatamente que
los nuevos musulmanes necesitaban profesores que les ense-
ñaran las bases del Islam y les hicieran entender realmente el
espíritu y la letra de sus leyes. Nombró delegado suyo en Me-
ca a ʿAttāb ibn Usayd y pidió a Muʿāḏ ibn Ŷabal que permane-
ciera con él y enseñase a la gente el Corán y les instruyese en
su religión.
Poco después de que el Profeta s regresara a Medina, lle-
garon emisarios de los reyes del Yemen para anunciarle que
ellos y la gente del Yemen se habían hecho musulmanes. Pi-
dieron que les fueran enviados maestros para enseñar el Is-
lam a la gente. El Profeta encargó esta tarea a un grupo de
duʿāt (misioneros) competentes y nombró a Muʿāḏ ibn Ŷabal
su emir. Entonces hizo la siguiente pregunta a Muʿāḏ:
“¿Cómo vas a juzgar?”
“Conforme al Libro de Dios,” respondió Muʿāḏ.
“¿Y si no encuentras en él cómo hacerlo?”
“Entonces, conforme a la sunna del Profeta de Dios.”
“¿Y si no encuentras en ella lo que buscas?”
“Entonces, me esforzaré (haré iŷtihād) para llegar a mi
propia decisión.”
El Profeta s quedó satisfecho con esta respuesta y dijo:

98
MUʿĀḎ IBN ŶABAL

“Alabado sea Dios, que ha guiado al emisario del Profeta a


lo que agrada al Profeta.”
El Profeta s despidió personalmente a esta delegación de
guía y de luz y caminó un trecho junto a Muʿāḏ mientras éste
se alejaba de la ciudad. Finalmente, le dijo:
“Oh Muʿāḏ, puede que no vuelvas a encontrarme después
de este año. Quizá cuando regreses encuentres sólo mi mez-
quita y mi tumba.”
Muʿāḏ se echó a llorar. Los que iban con él lloraron tam-
bién. Un sentimiento de tristeza y desolación le sobrevino al
separarse de su amado Profeta -la paz y las bendiciones de
Dios sean con él.
La premonición del Profeta fue acertada. Los ojos de
Muʿāḏ nunca volvieron a ver al Profeta s después de ese
momento. El Profeta murió antes de que Muʿāḏ regresara del
Yemen. Sin duda Muʿāḏ lloró cuando regresó a Medina y en-
contró que no contaba ya con la compañía del bendito Profeta.

DURANTE el califato de ʿUmar, Muʿāḏ fue enviado a los Banū


Kilāb para distribuir sus estipendios y repartir entre los po-
bres la ṣadaqa de sus gentes más ricas. Cumplido su deber,
regresó a su casa con la manta de la silla alrededor del cuello
y con las manos vacías, y su mujer le preguntó:
“¿Dónde están los regalos que los comisionados traen
cuando vuelven a sus familias?”
“Tenía a un Supervisor atento vigilándome,” respondió él.
“Eras persona de confianza para el Enviado de Dios y para
Abū Bakr. ¡Y entonces vino ʿUmar y puso a un supervisor
para que te vigilase!” -exclamó ella. Habló de esto con las
mujeres de la casa de ʿUmar y se quejó a ellas por esto. Su
queja acabó llegando a oídos de ʿUmar, quien mandó llamar a
Muʿāḏ y le dijo:
“¿Acaso envié un supervisor para que te vigilase?”
“No, Amīr al-muʾminīn,” dijo, “pero esa fue la única razón
que pude darle.” ʿUmar se rió y le dio un regalo, diciendo:
“Espero que te guste.”

99
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

TAMBIÉN durante el califato de ʿUmar, el gobernador de Siria,


Yazīd ibn Abī Sufyān, envió un mensaje que decía:
“¡Oh Amīr al-muʾminīn! La gente de Siria es muy numero-
sa. Llenan las ciudades. Tienen necesidad de gente que les
enseñe el Corán y les instruya en su religión.”
ʿUmar llamó entonces a cinco personas que habían recopi-
lado en Corán en vida del Profeta -la paz sea con él. Eran
Muʿāḏ ibn Ŷabal, ʿUbāda ibn aṣ-Ṣāmit, Abū Ayyūb al-Anṣārī,
Ubaiy ibn Kaʿb y Abū ‘d-Dardāʾ. Les dijo:
“Vuestros hermanos en Siria me han pedido que les ayude
enviando a aquellos que puedan enseñarles el Corán e ins-
truirles en la religión. Escoged, pues, a tres de entre vosotros
para esta tarea y que Dios os bendiga. Puedo seleccionar yo
mismo a tres de vosotros si no queréis someterlo a voto.”
“¿Por qué habríamos de votar?” -preguntaron. “Abū
Ayyūb es muy mayor y Ubaiy está enfermo. Eso nos deja a
nosotros tres.”
“Id los tres primero a Ḥoms. Si estáis satisfechos de la condi-
ción de la gente en esa ciudad, uno de vosotros deberá permane-
cer allí, otro deberá ir a Damasco y el tercero a Palestina.”
Así fue como ʿUbāda ibn aṣ-Ṣāmit se quedó en Ḥoms, Abū
‘d-Dardāʾ fue a Damasco y Muʿāḏ a Palestina. Allí, Muʿāḏ cayó
enfermo de una enfermedad infecciosa. Al sentir próxima la
muerte, se giró en dirección a la Kaʿba y repitió la frase:
“¡Bienvenida, Muerte, bienvenida!
Un visitante que llega después de una larga ausencia...”
Y levantando la vista al cielo, dijo:
“Oh Señor, Tú sabes que no deseaba el mundo ni prolon-
gar mi estancia en él... Oh Señor, acepta mi alma con bondad,
como aceptarías un alma creyente...”
Entonces falleció, lejos de su familia y de su clan, como
daʿī al servicio de Dios y muhāŷir en Su camino.

100
19.
19. ṮUMĀ
UMĀMA IBN AṮAL

EN EL AÑO SEXTO de la hégira, el Profeta -las bendiciones de


Dios sean con él-, decidió ampliar el alcance de su misión.
Envió cartas a ocho gobernantes de la península Arábiga y
áreas vecinas, invitándoles al Islam. Uno de esos dirigentes
era Ṯumāma ibn Aṯal.
Ṯumāma era uno de los jefes árabes más poderosos en los
tiempos pre-islámicos. Esto no es sorprendente, pues era el jefe
de los Banū Ḥanīfa y uno de los gobernantes de al-Yamāma,
cuya palabra nadie se atrevía a desafiar ni desobedecer.
Cuando Ṯumāma recibió la carta del Profeta s, montó en
cólera y la rechazó. Rehusó escuchar la llamada a la Verdad y
a la bondad. Más aún, sintió grandes deseos de matar al Pro-
feta y de enterrar su misión con él.
Ṯumāma esperó y esperó por la ocasión más propicia para
llevar a cabo su plan contra el Profeta s, hasta que finalmente
el olvido hizo que perdiera interés. Uno de sus tíos, sin embar-
go, le recordó su plan, alabando lo que se había propuesto.
Como parte de su malvado proyecto contra el Profeta s,
Ṯumāma se enfrentó y mató a un grupo de los Compañeros
del Profeta. Entonces, éste le declaró un proscrito que podía
ser matado donde quiera que fuese encontrado.
Poco después, Ṯumāma decidió realizar la ʿumra. Quería
hacer ṭawāf alrededor de la Kaʿba y sacrificar ofrendas a sus
ídolos. Así pues, salió de al-Yamāma camino de Meca, y cuan-
do pasaba cerca de Medina, ocurrió un incidente imprevisto.
Grupos de musulmanes patrullaban los alrededores de
Medina para prevenir que algún extranjero u otro intentase
provocar disturbios. Uno de esos grupos se encontró con
Ṯumāma y le capturó sin saber de quién se trataba. Lo condu-
jeron a Medina y lo ataron a una de las columnas de la mez-
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

quita. Aguardaron entonces a que el Profeta mismo interro-


gara a aquel hombre y decidiera qué había que hacer con él.
Cuando el Profeta s estaba a punto de entrar a la mezqui-
ta, vio a Ṯumāma y les preguntó a sus compañeros: “¿Sabéis a
quién habéis capturado?”
“No, Enviado de Dios,” respondieron.
“Este es Ṯumāma ibn Aṯal al-Ḥanafī,” dijo. “Habéis hecho
bien capturándole.”
El Profeta s regresó a su casa y le dijo a su familia: “Con-
seguid la comida que podáis y enviadla a Ṯumāma ibn Aṯal.”
Ordenó también que ordeñaran su camella y le llevaran la
leche. Todo esto se hizo antes de que se entrevistara con
Ṯumama o que hubiese hablado con él.
El Profeta s se reunió entonces con Ṯumāma con la espe-
ranza de animarle a que se hiciera musulmán. “¿Qué tienes
que decir en tu defensa?” -le preguntó.
“Si quieres matar en represalia,” dijo Ṯumāma, “tienes a
alguien de sangre noble a quien matar. Si, movido por la ge-
nerosidad, quieres perdonar, estaré en deuda de gratitud
contigo. Si quieres dinero como compensación, te daré la
cantidad que pidas.”
El Profeta s le dejó durante dos días, pero aun así le en-
viaba personalmente comida, bebida y leche de su camella. El
Profeta fue a verle de nuevo y le preguntó: “¿Qué tienes que
decir en tu defensa?” Ṯumāma repitió lo que había dicho an-
teriormente. El Profeta se fue y volvió al día siguiente. “¿Qué
tienes que decir en tu defensa?” -le preguntó de nuevo, y
Ṯumāma repitió lo que ya había dicho. Entonces, el Profeta se
volvió a sus Compañeros y les dijo: “Dejadle en libertad.”
Ṯumāma salió de la mezquita y cabalgó hasta llegar a un
palmeral en las afueras de Medina, cerca de al-Baqīʿ (un lugar
de vegetación exuberante que más tarde sería un cementerio,
y en el que se encuentran las tumbas de muchos de los Com-
pañeros del Profeta s). Dio de beber a su camello y se lavó
bien. Luego volvió y se dirigió a la mezquita del Profeta. Una
vez allí, se levantó en medio de la congregación de musulma-
nes y dijo:

102
ṮUMĀMA IBN AṮAL

“Atestigüo que no hay deidad sino Dios y que Muḥammad


es Su siervo y Su Enviado.”
Luego se acercó al Profeta -la paz sea con él-, y dijo:
“Oh Muḥammad, por Dios, no había rostro sobre la tierra
más detestable para mí que el tuyo. Ahora, no existe otro
rostro más querido para mí.”
“He matado a algunos de tus hombres,” prosiguió, “estoy
a merced tuya. ¿Qué crees que debes hacer conmigo?”
“No hay nada contra ti, Ṯumāma,” respondió el Profeta.
“Hacerse musulmán borra las acciones pasadas y marca un
nuevo comienzo.”
Ṯumāma se sintió profundamente aliviado. Su rostro mos-
traba su sorpresa y alegría, y prometió: “Por Dios, pongo mi
persona, mi espada, y a todos aquellos que obedecen mi auto-
ridad a tu servicio y al servicio de tu religión.”
“Oh Rasūlullāh,” prosiguió, “cuando tus jinetes me captu-
raron iba camino de realizar la ʿumra. ¿Qué crees que debería
hacer ahora?”
“Cumple tu intención y realiza tu ʿumra,” respondió el
Profeta s, “pero realízala de acuerdo con las leyes de Dios y
Su Enviado.” El Profeta le enseñó entonces cómo realizar la
ʿumra según las normas islámicas.
Ṯumāma partió a cumplir su propósito. Cuando llegó al
valle de Meca, empezó a gritar con una voz fuerte y sonora:
“Labbaika, Allāhumma labbaik.
Labbaika, la šarika laka labbaik.
Inna ‘l-ḥamda wa ’n-niʿamata laka wa ’l mulk.
La šarīka lak.
(Aquí estoy a Tus órdenes, oh Señor, Aquí estoy.
Aquí estoy. No tienes asociado. Aquí estoy.
La alabanza, el favor y el dominio te pertenecen.
No tienes asociado.”)
Así pues fue el primer musulmán sobre la faz de la tierra
en entrar en Meca entonando la talbīya.
Los Quraiš oyeron el sonido de la talbīya y sintieron rabia e
inquietud. Con las espadas desenvainadas, acudieron hacia la
voz para castigar a aquel que irrumpía así en su territorio. A

103
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

medida que se acercaban, Ṯumāma elevó aún más su voz en


su recitación de la talbīya mientras les contemplaba orgullosa
y desafiantemente. Uno de los jóvenes de Quraiš estaba espe-
cialmente enfurecido y estuvo a punto de disparar una flecha
contra Ṯumāma, pero los otros le agarraron el brazo y le dije-
ron:
“¡Cuidado! ¿Sabes quién es ese? Es Ṯumāma ibn Aṯal, el
gobernante de al-Yamāma. Por Dios, si le haces daño su gente
nos cortará los suministros y nos costará caro.”
Las espadas volvieron a sus vainas, mientras los Quraiš se
acercaban a Ṯumāma y le decían:
“¿Qué te ocurre, Ṯumāma? ¿Has renegado, abandonando
tu religión y la religión de tus antepasados?”
“No he renegado,” respondió, “sino que he decidido seguir
la mejor de las religiones. Sigo la religión de Muḥammad.”
Y luego prosiguió:
“Os juro por el Señor de esta Casa que una vez que regrese
a al-Yamāma, no os llegará un grano de trigo ni nada de sus
cosechas hasta que sigáis a Muḥammad.”
Bajo la miraba vigilante de los Quraiš, Ṯumāma realizó la
ʿumra como le había instruido el Profeta -la paz sea con él. Su
sacrificio fue dedicado exclusivamente a Dios.
Ṯumāma regresó a su tierra y ordenó a su gente cortar los
suministros a los Quraiš. El boicot empezó gradualmente a
surtir efecto y fue haciéndose cada día más severo. Los pre-
cios empezaron a subir. El hambre empezó a sentirse y había
miedo a la muerte entre los Quraiš. Entonces, estos escribie-
ron al Profeta s, diciendo:
“Nuestro pacto contigo (el tratado de Ḥudaibīya) estipula
mantener los vínculos de vecindad, pero los habéis infringi-
do. Habéis cortado los lazos de vecindad. Habéis matado y
causado la muerte por medio del hambre. Ṯumāma ha corta-
do nuestros suministros y nos ha causado grandes perjuicios.
Quizá veas conveniente ordenarle que reanude el envío de lo
que necesitamos.”

104
ṮUMĀMA IBN AṮAL

El Profeta s despachó inmediatamente un emisario a


Ṯumāma, informándole de que debía levantar el boicot y rea-
nudar sus suministros a los Quraiš. Ṯumāma cumplió la orden.
Ṯumāma pasó el resto de su vida al servicio de su religión,
cumpliendo el compromiso que había hecho ante el Profeta
s. Cuando el Profeta murió, muchos árabes empezaron a de-
sertar de la religión de Dios en masa. Musailima, el impostor,
empezó a llamar a los Banū Ḥanīfa a que creyeran en él como
el nuevo profeta. Ṯumāma se enfrentó a él y dijo a su gente:
“Oh Banū Ḥanīfa, guardaos de este grave asunto. No hay
luz ni guía en ello. Por Dios, que sólo traerá penalidades y
sufrimiento a los que apoyen este movimiento, y desgracia
aún a aquellos que no se unan a él.
“Oh Banū Ḥanīfa, dos profetas nunca vienen en una mis-
ma época y no habrá ningún Profeta después de Muḥammad
s, ni tampoco otro profeta que comparta su misión.”
Luego, les recitó los siguientes versículos del Corán:
“Ḥā. Mīm. La revelación de esta escritura divina procede de Dios,
el Todopoderoso, el Omnisciente, que perdona los pecados y acepta
el arrepentimiento, es severo dando escarmiento, y posee una gene-
rosidad inmensa.
No hay deidad sino Él: Él es el destino final de todo.” (Corán,
40:1-3)
“¿Podéis comparar estas palabras de Dios con lo que dice
Musailima?” -preguntó Ṯumāma.
Reunió entonces en torno a él a los que se habían mante-
nido fieles al Islam y empezó a combatir en ŷihād a los apos-
tatas y a afirmar la superioridad de las palabras de Dios. Los
musulmanes leales de Banū Ḥanīfa necesitaron ayuda adicio-
nal para enfrentarse a los ejércitos de Musailima, tarea en la
que recibieron la ayuda de los ejércitos enviados por Abū
Bakr, aunque la victoria se cobraría numerosas bajas entre
los musulmanes.

105
20.
20. ZAYD AL-JAIR
“LA GENTE está compuesta de cualidades o ‘metales’ básicos.
Los mejores de ellos en Ŷahilīya son también los mejores en
el Islam,” -afirma el ḥadīṯ del Profeta s.
Lo que sigue son dos estampas de la vida de un noble
compañero –una de su vida en Ŷahilīya y la otra después de
hacerse musulmán.
En la Ŷahilīya, este ṣaḥābi era conocido como Zayd al-Jail.
Cuando se hizo musulmán, el Profeta s cambió su nombre
por el de Zayd al-Jair.
La tribu de ʿAmr se vio afligida un año por una grave sequ-
ía que destruyó las cosechas y causó la muerte de gran parte
de su ganado. Fue un año tan malo que un hombre dejó su
tribu junto con su familia y se fue a Ḥīra. Allí se separó de su
familia con las palabras: “Esperad aquí hasta que yo regrese.”
Se juró no volver hasta haber ganado algo de dinero para
ellos o morir en el intento.
El hombre se llevó consigo algunas provisiones y caminó
todo el día en busca de algo que llevar a su familia. Al llegar la
noche, se encontró frente a una tienda. Junto a ella había un
caballo atado y se dijo a sí mismo:
“Este es mi primer botín.” Fue hacia el caballo, lo desató y
estaba a punto de montarlo cuando oyó una voz que le decía:
“Déjalo y llévate tu vida como botín.” Dejó el caballo y se
alejó de allí aprisa.
Durante siete días siguió caminando hasta llegar a un lu-
gar donde había un pastizal para camellos. Cerca de allí había
una tienda enorme con una cúpula de cuero, signos de gran
riqueza y abundancia. El hombre se dijo a sí mismo:
“Sin duda, este pastizal tiene camellos y sin duda esta
tienda tiene ocupantes.” El sol estaba a punto de ponerse. El
ZAYD AL-JAIR

hombre examinó el interior de la tienda y vio a un hombre


muy anciano en el centro de ella. Se sentó detrás del anciano
sin que éste se diera cuenta de su presencia.
Pronto se puso el sol. Un jinete, impresionante y bien
proporcionado, se acercó. Montaba erecto sobre su caballo.
Dos criados le acompañaban, uno a la derecha y otro a su
izquierda. Con él venían casi un centenar de camellas y de-
lante de ellas un enorme camello. Era claro que se trataba de
un hombre acaudalado. Le dijo a uno de los criados, señalan-
do a una camella cebada:
“Ordeña ésta y dale de beber al anciano.” El šeij bebió uno
o dos tragos del cuenco lleno que le habían traído y dejó el
resto. El viajero se acercó a él furtivamente y bebió el resto
de la leche que quedaba. El criado regresó, cogió el cuenco y
dijo:
“Señor, la ha bebido toda.” El jinete se alegró de ello y or-
denó que ordeñara otra camella. El anciano bebió sólo un
poco y el viajero bebió la mitad de lo que quedaba para no
despertar las sospechas del jinete. El jinete ordenó entonces a
su segundo criado que matase una oveja. Asaron parte de la
carne y el jinete dio de comer al šeij hasta que quedó satisfe-
cho. Entonces comieron él y sus dos criados. Después, todos
ellos durmieron profundamente; sus ronquidos llenaban la
tienda.
El viajero se dirigió entonces al camello, lo desató y montó
en él. Salió cabalgando y las camellas lo siguieron. Cabalgó
durante toda la noche. Al amanecer miró a su alrededor, pero
no vio a nadie que le siguiese. Siguió cabalgando hasta que el
sol estuvo sobre su cabeza. Miró a su alrededor y vio de pron-
to a lo lejos algo como un águila o un gran pájaro que venía
hacia él. Se iba acercando rápidamente y pronto vio que era
el jinete en su caballo.
El viajero desmontó y ató el camello. Sacó una flecha, la
puso en su arco y se plantó delante del resto de los camellos.
El jinete se detuvo a cierta distancia y grito:
“Desata el camello.” El hombre se negó diciendo que había
dejado en Ḥīra a una familia hambrienta y había jurado no

107
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

regresar hasta que les trajera algo de dinero o morir en el


intento.
“Estás muerto si no desatas al camello,” dijo el jinete. El
viajero rehusó hacerlo. El jinete volvió a amenazarle y dijo:
“Coge la rienda del camello. En ella hay tres nudos. Dime
en cual de ellos quieres que ponga mi flecha.” El hombre se-
ñaló el de enmedio y el jinete metió una flecha en el centro
como si la hubiera clavado con la mano. Hizo lo mismo con el
segundo y el tercero de los nudos. Al ver esto, el hombre de-
volvió tranquilamente su flecha al carcaj y se entregó. El jine-
te le quitó la espada y el arco, y le dijo:
“Cabalga detrás de mí.” El hombre estaba seguro de que le
aguardaba la peor de las suertes. Estaba completamente a
merced del jinete, que le dijo:
“¿Crees que te haría daño después de haber compartido
anoche con Muhalhil (su anciano padre) su bebida y su comi-
da?”
Cuando el hombre escuchó el nombre de Muhalhil, se
quedó atónito y preguntó:
“¿Eres tú Zayd al-Jail?”
“Así es,” dijo el jinete.
“Sé generoso conmigo,” suplicó el hombre.
“No te preocupes,” respondió Zayd al-Jail tranquilamente.
“Si estos camellos fuesen míos, te los habría dado. Pero per-
tenecen a una de mis hermanas. Pero quédate unos días
conmigo. Estoy a punto de realizar una incursión.”
Tres días después atacó a los Banū Numair y capturó casi
un centenar de camellos como botín. Se los entregó al hom-
bre y envió con él a algunos de sus hombres como escolta
hasta que se reuniera con su familia en Ḥīra.
Esta es una historia de Zayd al-Jail que refleja su carácter
en tiempos de Ŷahilīya, y que ha sido narrada por el historia-
dor aš-Šaibānī. Los libros de Sīra presentan otra estampa de
cómo era Zayd al-Jail siendo musulmán...

CUANDO ZAYD AL-JAIL tuvo noticias del Profeta -la paz sea con
él-, hizo sus propias averiguaciones y después decidió acudir

108
ZAYD AL-JAIR

a Medina a encontrarse con el Profeta s. Le acompañaba una


nutrida delegación de su gente, entre los que estaban Zurr
ibn Sudūs, Mālik ibn Yubair, ʿĀmir ibn Duwain y otros.
Cuando llegaron a Medina, fueron directamente a la Mez-
quita del Profeta y ataron sus monturas a la entrada. Dio la
casualidad de que cuando entraron, el Profeta s estaba sobre
el mimbar hablando a los musulmanes. Su discurso causó una
viva impresión en Zayd y sus acompañantes, y les sorprendió
también la intensa atención de todos los presentes y el efecto
de las palabras del Profeta en ellos. El Profeta s estaba di-
ciendo:
“Soy mejor para vosotros que al-ʿUzzā (uno de los princi-
pales ídolos de los árabes en Ŷahilīya) y todo lo demás que
adoráis. Soy mejor que el camello negro que adoráis en lugar
de Dios.”
Las palabras del Profeta s tuvieron dos efectos dispares
en Zayd al-Jail y los que le acompañaban. Algunos respondie-
ron positivamente a la Verdad y la aceptaron. Otros le dieron
la espalda y la rechazaron. Uno de estos fue Zurr ibn Sudūs.
Al ver la devoción de los creyentes por Muḥammad s, su
corazón se llenó de envidia y temor, y dijo a los que estaban
con él:
“Veo ante nosotros a un hombre capaz de cautivar a todos
los árabes y de someterlos a su dominio. No dejaré que me
controle a mí.” Se dirigió entonces hacia Siria donde se dice
que se afeitó la cabeza (como acostumbraban a hacer algunos
monjes) y se hizo cristiano.
La reacción de Zayd y los demás fue distinta. Cuando el
Profeta s acabó de hablar, Zayd se levantó en medio de los
musulmanes, con su figura alta e impresionante, y dijo con
una voz clara y sonora:
“Oh Muḥammad, atestigüo que no hay más dios que Dios y
que tú eres el Enviado de Dios.”
El Profeta se acercó a él y le preguntó: “¿Quién eres?”
“Soy Zayd al-Jail, hijo de Muhalhil.”
“De hoy en adelante te llamarás Zayd al-Jair, no Zayd al-
Jail,” dijo el Profeta. “Alabado sea Dios que te ha traído de las

109
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

colinas y valles de tu tierra natal y ha inclinado tu corazón al


Islam.” En adelante fue conocido como Zayd al-Jair (Zayd el
Bueno).
El Profeta le llevó entonces a su casa. Con él estaban
ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb y algunos otros Compañeros. El Profeta s
le dio un cojín para que sentase, pero se sentía muy incómo-
do reclinado así en presencia del Profeta y devolvió el cojín.
El Profeta volvió a dárselo y él volvió a devolvérselo. Esto se
repitió tres veces. Al final, cuando estuvieron todos sentados,
el Profeta dijo a Zayd al-Jair:
“Oh Zayd, ningún hombre me ha sido descrito y cuando
me encuentro con él no se ajusta en absoluto a la descripción
excepto tú. Tienes dos cualidades que son agradables a Dios y
a Su Profeta.”
“¿Cuáles son?” -preguntó Zayd.
“Perseverancia y sagacidad,” respondió el Profeta.
“Alabado sea Dios,” dijo Zayd, “que me ha concedido lo
que Él y Su Profeta aprueban.” Entonces se dirigió al Profeta
y le dijo:
“Oh Enviado de Dios, dame trescientos jinetes y con ellos
te prometo conquistar territorio a los bizantinos.”
El Profeta s elogió su fervor y dijo: “¡Qué hombre extra-
ordinario!”
Durante esta visita, todos los que se quedaron con Zayd se
hicieron musulmanes. Luego sintieron que debían regresar a
sus hogares en Naŷd y el Profeta se despidió de ellos. Sin em-
bargo, el gran deseo de Zayd al-Jair de trabajar y luchar por la
causa del Islam no llegaría a cumplirse.
Había en aquel tiempo en Medina al-Munawwara una epi-
demia de fiebres, y Zayd al-Jair cayó enfermo y les dijo a los
que estaban con él: “Llevadme con vosotros lejos de la tierra
de Qays. Tengo la fiebre de la viruela. Por Dios, no lucharé
como musulmán antes de encontrar a Dios, el Poderoso, el
Grande.”
Zayd emprendió camino de regreso a su familia en Naŷd, a
pesar de que la fiebre era cada día más intensa y entorpecía
su marcha. Esperaba al menos poder volver junto a su gente y

110
ZAYD AL-JAIR

que se hicieran musulmanes por medio de él, por la gracia de


Dios. Luchó por superar la fiebre pero acabó venciéndole y
expiró en el camino antes de alcanzar Naŷd. Entre su acepta-
ción del Islam y su muerte, sin embargo, no hubo tiempo de
que cayera en pecado.

111
21.
21. BARAKA
NO SABEMOS EXACTAMENTE cómo esta joven abisinia acabó en el
mercado de esclavos de Meca. No conocemos sus ‘raíces’, ni
quién fue su madre, su padre, o sus antepasados. Hubo mu-
chos como ella, muchachos y muchachas, árabes y no árabes,
que eran capturados y traídos al mercado de esclavos de la
ciudad para ser vendidos.
Un destino terrible aguardaba a algunos de los que acaba-
ban en manos de amos y amas crueles, que explotaban su
trabajo al máximo y les trataban con la mayor dureza.
Unos pocos en ese entorno inhumano fueron, sin embar-
go, bastante más afortunados, porque entraron a servir en
casas de gente más amable y bondadosa.
Baraka, la muchacha abisinia, fue una de las más afortu-
nadas, ya que fue rescatada por ʿAbdullāh, el generoso y
amable hijo de ʿAbd al-Muṭṭalib. Se convirtió en la única sir-
viente de su casa y cuando él se casó con la señora Āmina, se
ocupó eficientemente de sus necesidades.
Dos semanas después de su matrimonio, según cuenta Ba-
raka, el padre de ʿAbdullāh vino a su casa y ordenó a su hijo
acompañarle en una caravana comercial que partía hacia
Siria. Āmina estaba profundamente consternada y gritaba:
“¡Qué extraño! ¡Qué extraño! ¡Cómo es posible que mi ma-
rido se vaya a Siria en viaje de negocios siendo yo recién ca-
sada y mis manos muestren aún las huellas de la henna!”
La partida de ʿAbdullāh resultó desoladora para ella. Ven-
cida por la angustia, Āmina se desmayó. Poco después de su
marcha, Baraka dijo:
“Cuando vi a Āmina inconsciente, grité de dolor y de deso-
lación: ‘¡Oh, mi ama!’ Āmina abrió los ojos y me miró con
BARAKA

lágrimas que caían por su rostro. Conteniendo un gemido,


dijo: ‘Llévame a la cama, Baraka.’
“Āmina permaneció postrada en su lecho durante mucho
tiempo. No hablaba con nadie, ni miraba a nadie de los que
acudían a visitarla, excepto a ʿAbd al-Muṭṭalib, aquel noble y
amable anciano.
“Dos meses después de la partida de ʿAbdullāh, Āmina me
llamó una mañana al amanecer y, con el rostro resplande-
ciente de alegría, me dijo:
‘¡Oh Baraka! He tenido un sueño muy extraño.’
‘Algo bueno, mi ama,’ dije yo.
‘He visto luces que salían de mi abdomen y que ilumina-
ban las montañas, los cerros y los valles alrededor de Meca.’
‘¿Siente que está embarazada, mi ama?’
‘Sí, Baraka,’ respondió. ‘Pero no siento ninguna de las mo-
lestias que sienten las demás mujeres.’
‘Darás a luz un hijo bendecido que traerá bien,’ le dije.’”
Durante la ausencia de ʿAbdullāh, Āmina estuvo triste y
melancólica. Baraka permaneció a su lado tratando de conso-
larla y darle ánimo; hablando con ella y contándole historias.
Āmina se sintió, sin embargo, consternada cuando ʿAbd al-
Muṭṭalib vino a decirle que tenía que abandonar su casa e irse
a las montañas como el resto de la gente de Meca porque el
gobernador del Yemen, un hombre llamado Abraha, planeaba
un ataque inminente contra la ciudad. Āmina le dijo que es-
taba demasiado apenada y débil para irse a las montañas e
insistió en que Abraha jamás entraría en Meca ni destruiría la
Kaʿba porque estaba protegida por el Señor. ʿAbd al-Muṭṭalib
se mostró muy inquieto pero no pudo discernir el menor sig-
no de miedo en el rostro de Āmina. Su confianza en que la
Kaʿba no recibiría daño alguno estaba bien fundada. El ejérci-
to de Abraha con un elefante al frente fue destruido antes de
que pudiera llegar a Meca.
Baraka permaneció día y noche junto a Āmina. Dijo: “Yo
dormía al pie de su cama y oía sus gemidos durante la noche
llamando a su marido ausente. Su llanto me despertaba y yo
trataba entonces de consolarla y darle ánimos.”

113
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

El primer grupo de la caravana de Siria regresó y fue reci-


bido con manifestaciones de júbilo por las familias de comer-
ciantes de Meca. Baraka fue secretamente a la casa de ʿAbd al-
Muṭṭalib para averiguar algo acerca de ʿAbdullāh pero no
tuvo noticias de él. Regresó enseguida al lado de Āmina pero
no le contó lo que había visto u oído para no preocuparla.
Finalmente, regresó el resto de la caravana pero no
ʿAbdullāh.
Días más tarde, cuando Baraka se encontraba en casa de
ʿAbd al-Muṭṭalib llegaron noticias de Yaṯrib de que ʿAbdullāh
había muerto. Dijo ella:
“Grite al oír la noticia. No sé lo que hice después de eso
excepto que corrí hacia la casa de Āmina gritando y profi-
riendo lamentaciones por el difunto que nunca regresaría;
lamentando al amado que tanto tiempo habíamos esperado;
lamentando la muerte del joven más apuesto de Meca, de
ʿAbdullāh, el orgullo de Quraiš.
“Cuando Āmina supo la dolorosa noticia, se desmayó y yo
permanecí junto a su lecho mientras ella estaba en un estado
entre la vida y la muerte. No había nadie más que yo en la
casa de Āmina. Cuidé de ella y la atendí durante el día y en las
largas noches hasta que dio a luz a su hijo, “Muḥammad”, en
una noche en la que los cielos resplandecieron con la luz de
Dios.”
Cuando Muḥammad s nació, Baraka fue la primera en
sostenerle en sus brazos. Su abuelo vino después y lo llevó a
la Kaʿba y celebró su nacimiento junto con toda Meca.
Baraka se quedó con Āmina en Meca cuando Muḥammad
s fue enviado al badiya con Ḥalīma, que sería su ama de cría
y cuidaría de él en la saludable atmósfera del desierto. Pasa-
dos cinco años, fue devuelto a Meca y Āmina lo recibió con
ternura y amor. Baraka le dio la bienvenida “llena de alegría,
anhelo y admiración.”
Cuando Muḥammad s tenía seis años, su madre decidió
visitar la tumba de su esposo, ʿAbdullāh, en Yaṯrib. Baraka y
ʿAbd al-Muṭṭalib trataron de disuadirla. Āmina, sin embargo,
estaba decidida. Una mañana, pues, partieron los tres –

114
BARAKA

Āmina, Muḥammad y Baraka—apiñados en un pequeño


haudaŷ montado sobre un enorme camello, formando parte
de una gran caravana que iba camino de Siria. Para evitar al
pequeño cualquier dolor o ansiedad, Āmina no le dijo a
Muḥammad que iba a visitar la tumba de su padre.
La caravana marchaba a paso rápido. Baraka intentaba
consolar a Āmina para que su hijo no se entristeciera y gran
parte del camino el pequeño Muḥammad s durmió con sus
brazos alrededor del cuello de Baraka.
La caravana invirtió diez días en llegar a Yaṯrib. El peque-
ño quedó al cuidado de sus tíos maternos de los Banū Naŷŷār
mientras Āmina fue a visitar la tumba de ʿAbdullāh. Durante
algunas semanas visitó diariamente la tumba. Estaba desolada.
Cuando iban de regreso a Meca, Āmina cayó enferma con
fiebre. A mitad de camino entre Yaṯrib y Meca, en un lugar
llamado al-Abwāʾ, se detuvieron. La salud de Āmina empeo-
raba rápidamente. En medio de una noche totalmente oscura,
su temperatura era muy alta. La fiebre se le subió a la cabeza
y llamó a Baraka con voz entrecortada.
Baraka nos lo cuenta: “Me susurró al oído: ‘Oh Baraka,
pronto abandonaré este mundo. Te entrego a mi hijo a tu
cuidado. Perdió a su padre mientras estaba en mi vientre.
Ahora está a punto de perder a su madre ante sus propios
ojos. Sé una madre para él, Baraka. Y nunca le abandones.’
“Mi corazón estaba destrozado y empecé a gemir y lamen-
tarme. El niño se angustiaba por mis lamentos y empezó a
llorar. Se arrojó en brazos de su madre y se aferró a su cuello.
Ella emitió un último gemido y luego calló para siempre.”
Baraka lloró. Lloró amargamente. Con sus propias manos
cavó una tumba en la arena y enterró a Āmina, humedecien-
do la tumba con las lágrimas que quedaban en su corazón.
Baraka regresó a Meca con el huérfano y lo dejó al cuidado
de su abuelo. Ella se quedó en la casa para cuidar del niño.
Cuando ʿAbd al-Muṭṭalib murió, dos años después, acompañó
al niño a la casa de su tío Abū Ṭālib y allí siguió atendiendo a
sus necesidades hasta que se hizo un hombre y se casó con
Jadīŷa.

115
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Baraka entonces se quedó a vivir con Muḥammad s y


Jadīŷa en la casa de ésta.
“Nunca le abandoné y él nunca me abandonó a mí,” dijo
ella.
Un día Muḥammad, que Dios le bendiga y le dé paz, la
llamó y le dijo:
“¡Yā Umma!” (siempre la llamaba “Madre.”) “Soy ahora
un hombre casado, y tú aún estás soltera. ¿Qué pensarías si
viene alguien y te pide en matrimonio?”
Baraka miró a Muḥammad s y le dijo:
“Nunca te abandonaré. ¿Acaso una madre abandona a su
hijo?”
Muḥammad sonrió y la besó en la frente. Miró a su esposa
Jadīŷa y le dijo:
“Esta es Baraka. Esta es mi madre después de mi madre. Es
toda la familia que tengo.”
Baraka miró a Jadīŷa y esta le dijo:
“Baraka, sacrificaste tu juventud por el bien de
Muḥammad s. Ahora él quiere descargar parte de sus obli-
gaciones hacia ti. Por mí y por él, acepta este matrimonio
antes de que te alcance la vejez.”
“¿Con quién he de casarme, mi ama?” -preguntó Baraka.
“Ha venido Ubaiy ibn Zayd, de la tribu Jazraŷ de Yaṯrib. Ha
venido a vernos para pedir tu mano en matrimonio. Hazlo
por mí; no le rechaces.”
Baraka aceptó. Se casó con Ubaiy ibn Zayd y se fue con él a
Yaṯrib. Allí dio a luz a un hijo al que dio el nombre de Aiman
y desde ese momento fue conocida como “Umm Aiman” –la
madre de Aiman.
Su matrimonio, sin embargo, no duró mucho tiempo. Su
marido murió, y ella regresó de nuevo a Meca para vivir junto
a su “hijo” Muḥammad s en la casa de Jadīŷa. Por aquel
tiempo vivían también en esa casa ʿAlī ibn Abī Ṭālib, Hind
(hija de Jadīŷa de su primer matrimonio), y Zayd ibn Ḥāriṯa.
Zayd era un árabe de la tribu Kalb que había sido captura-
do siendo un muchacho y traído a Meca para ser vendido en
el mercado de esclavos. Fue comprado por el sobrino de

116
BARAKA

Jadīŷa y entró a servir en casa de ella. En la casa de Jadīŷa,


Zayd se apegó a Muḥammad s, dedicándose a su servicio. Su
relación era la de un hijo con su padre. Tanto era así, que
cuando el padre de Zayd vino a Meca a reclamarlo,
Muḥammad le dio a elegir entre irse con su padre y quedarse
con él. La respuesta de Zayd a su padre fue:
“Jamás abandonaré a este hombre. Me ha tratado con no-
bleza, como un padre trataría a su propio hijo. Ni un solo día
he sentido que soy un esclavo. Ha cuidado bien de mí. Es
amable y cariñoso conmigo y se esfuerza por verme contento
y feliz. Es el más noble de los hombres y la mejor persona del
mundo. ¿Cómo podría dejarle e irme contigo?... Jamás le
abandonaré.”
Poco después, Muḥammad s declaró en público la liber-
tad de Zayd. No obstante, Zayd siguió viviendo con él como
parte de su casa y dedicado a su servicio.
Cuando Muḥammad s fue bendecido con la Profecía, Ba-
raka y Zayd fueron de los primeros en creer en el mensaje
que anunciaba. Junto con los primeros musulmanes, soporta-
ron la persecución de los Quraiš.
Baraka y Zayd prestaron servicios inestimables a la misión
del Profeta s. Formaron parte de un servicio de inteligencia,
exponiéndose a la persecución y al castigo de los Quraiš y
arriesgando sus vidas para conseguir información acerca de
los planes y las intrigas de los mušrikūn.
Una noche, los mušrikūn bloquearon los caminos que con-
ducían a la Casa de al-Arqam, donde el Profeta reunía a sus
Compañeros regularmente para instruirles en las enseñanzas
del Islam. Baraka tenía una información urgente de Jadīŷa
que debía entregar a Muḥammad s. Ella arriesgó su vida
tratando de llegar hasta la Casa de al-Arqam. Cuando llegó
allí y transmitió el mensaje al Profeta, éste sonrió y le dijo:
“Bendita seas, Umm Aiman. Sin duda tienes un lugar en el
Paraíso.”
Cuando Umm Aiman se fue, el Profeta miró a sus Compa-
ñeros y preguntó:

117
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Si alguno de vosotros quiere casarse con una mujer de la


gente del Paraíso, que se case con Umm Aiman.”
Todos los Compañeros se quedaron callados y no dijeron
nada. Umm Aiman no era hermosa ni atractiva. Tendría en-
tonces unos cincuenta años y parecía frágil. Zayd ibn Ḥāriṯa,
sin embargo, se levantó y dijo:
“Enviado de Dios, yo me casaré con Umm Aiman. Por Dios,
que es mejor que otras mujeres que tienen gracia y belleza.”
Zayd y Umm Aiman se casaron y fueron bendecidos con
un hijo al que pusieron por nombre Usāma. El Profeta, que
Dios le bendiga y le dé paz, amó a Usāma como si fuera su
propio hijo. A menudo jugaba con él-, le besaba y le daba de
comer con sus propias manos. Los musulmanes solían decir:
“Es el hijo amado del amado.” Desde una edad temprana,
Usāma se distinguió en el servicio del Islam, y más tarde le
fueron impuestas grandes responsabilidades por parte del
Profeta.
Cuando el Profeta s emigró a Yaṯrib, conocida en adelan-
te como ‘al-Madina’, dejó a Umm Aiman en Meca encargada
de atender ciertas cuestiones especiales relacionadas con la
casa. Finalmente pudo emigrar sola a Medina. Hizo el largo y
difícil viaje a pie por el terreno desierto y montañoso. El calor
era abrasador y las tormentas oscurecían el camino, pero ella
persistió, animada por su profundo amor y apego a
Muḥammad -Dios le bendiga y le dé paz. Cuando llegó a Me-
dina, sus pies estaban doloridos e hinchados, y su rostro es-
taba cubierto de arena y polvo.
“¡Yā Umm Aiman! ¡Yā Ummī! (¡Oh madre de Aiman! ¡Oh
madre mía!) ¡Sin duda tienes reservado un lugar en el Paraí-
so!” -exclamó el Profeta al ver sus pies. Lavó su rostro y sus
manos, le dio un masaje en los pies y frotó sus hombros con
sus manos suaves y bendecidas.
En Medina, Umm Aiman colaboró intensamente en los
asuntos de los musulmanes. En Uḥud llevó agua a los sedien-
tos y atendió a los heridos. Acompañó al Profeta en varias
expediciones, como Jaibar y Ḥunain.

118
BARAKA

Su hijo Aiman, fiel compañero del Profeta s, murió


mártir en la batalla de Ḥunain, en el año ocho de la hégira.
Zayd, el marido de Baraka, cayó muerto en la batalla de Muʾta
en Siria, tras una vida de servicios distinguidos al Profeta y al
Islam. Baraka contaba entonces setenta años de edad y pasa-
ba gran parte de su tiempo en casa. El Profeta la visitaba con
frecuencia en compañía de Abū Bakr y ʿUmar, y le preguntaba:
“¡Yā Ummī! ¿Estás bien?” -y ella respondía:
“Estoy bien, oh Enviado de Dios, mientras el Islam esté
bien.”
Después de la muerte del Profeta -Dios le bendiga y le dé
paz-, la gente a menudo encontraba a Baraka con lágrimas en
los ojos. En una ocasión le preguntaron: “¿Por qué lloras?” -y
ella respondió:
“Por Dios, sabía que el Enviado habría de morir pero ahora
lloro porque la revelación divina ha llegado a su fin para no-
sotros.”
Baraka era extraordinaria por ser la única que estuvo
siempre tan cerca del Profeta s durante toda su vida, desde
su nacimiento hasta su muerte. Su vida fue una continua en-
trega abnegada dentro de la familia del Profeta. Permaneció
siempre profundamente apegada a la persona del noble, ca-
riñoso y amable Profeta. Sobre todo, su devoción por la reli-
gión del Islam era fuerte e inamovible. Murió durante el cali-
fato de ʿUṯmān. Sus raíces eran desconocidas pero su destino
en el Paraíso había sido confirmado.

119
22.
22. ʿUMAIR IBN SAʿD AL-ANṢĀRĪ
ʿUMAIR IBN SAʿD quedó huérfano siendo muy pequeño. Su pa-
dre murió dejándole a él y a su madre pobres y desampara-
dos. Su madre acabó casándose de nuevo, con uno de los
hombres más ricos de Medina. Su nombre era Ŷulās ibn Su-
waid y pertenecía a la poderosa tribu de Aus.
Ŷulās cuidaba bien de ʿUmair y éste le quería como un hijo
quiere a su padre. Tanto es así que empezó a olvidarse de que
era huérfano. A medida que ʿUmair fue creciendo, creció
también el apego y el amor de Ŷulās hacia él. Ŷulās estaba
asombrado de la inteligencia que mostraba en todo lo que
hacía, y de la honestidad y seriedad que caracterizaban su
conducta.
Cuando apenas tenía diez años, ʿUmair se hizo musulmán.
La fe encontró en su tierno corazón un nicho seguro y pe-
netró hondamente en su ser. A pesar de sus pocos años, ja-
más se retrasaba en hacer el ṣalā detrás del noble Profeta s.
A menudo se le veía en la primera fila de la congregación,
esperando recibir el ṯawāb prometido a los que acuden tem-
prano a las mezquitas y se sientan en las primeras filas. Su
madre estaba especialmente complacida de verle ir y venir de
la mezquita, a veces con su marido y otras solo.
La vida de ʿUmair transcurría de esta forma sin contra-
tiempos importantes que alterasen su calma y su satisfac-
ción. Este estado idílico, sin embargo, no podía durar para
siempre. ʿUmair tuvo pronto que enfrentarse a una prueba
durísima para un muchacho de su edad, una prueba que sa-
cudió la atmósfera serena y amorosa de su casa y puso a
prueba la firmeza de su fe.
En el noveno año de la hégira, el Profeta -la paz y las ben-
diciones de Dios sean con él-, hizo pública su intención de
ʿUMAIR IBN SAʿD AL-ANṢĀRĪ

dirigir una expedición a Tabūk a enfrentarse a los ejércitos


bizantinos. Ordenó a los musulmanes que se aprestasen y
hiciesen todos los preparativos necesarios.
Por lo general, siempre que el Profeta s preparaba una
expedición militar, no daba detalles precisos de su objetivo, o
se ponía en marcha en una dirección opuesta al destino
anunciado. Esto era por razones de seguridad y para confun-
dir a los espías del enemigo. Sin embargo, en el caso de Tabūk
no actuó así. Quizá fuera por la gran distancia que había de
Tabūk a Medina, las grandes dificultades que impondría y la
inmensa superioridad de las fuerzas del enemigo.
Los preparativos necesarios para esta expedición debieron
ser ingentes. A pesar de que había llegado el verano y el in-
tenso calor producía languidez y adormecimiento, y a pesar
del hecho de que la cosecha de dátiles tenía que ser recogida,
los musulmanes respondieron entusiásticamente a la llamada
del Profeta s y se ocuparon con los preparativos de la ardua
campaña que les esperaba.
Existía sin embargo un grupo de munāfiqūn o hipócritas
que públicamente habían declarado su aceptación del Islam
pero que en su interior no creían en él. Se mostraron críticos
con la expedición e intentaron debilitar el propósito de los
musulmanes. Llegaron incluso a ridiculizar al Profeta s en
sus reuniones privadas. La incredulidad y el odio seguían en
sus corazones.
Un día, poco antes de la fecha señalada para la partida del
ejército, el joven ʿUmair ibn Saʿd regresó a casa después de
hacer el ṣalā en la mezquita. Venía lleno de entusiasmo. Aca-
baba de presenciar la gran generosidad y el espíritu espontá-
neo de sacrificio de que daban muestra los musulmanes en la
preparación de la expedición. Había visto a mujeres de los
Muhāŷirūn y de los Anṣār donando sus joyas y adornos para
la compra de provisiones y equipos para el ejército. Había
visto a ʿUṯmān ibn ʿAffān entregando al Profeta s una bolsa
con mil dinares de oro y a ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf llevar
sobre sus hombros doscientos auqiyya de oro y entregárselos

121
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

al noble Profeta s. Había visto incluso a un hombre que in-


tentaba vender su cama para comprarse una espada.
En casa, recordó esos momentos emocionantes e inspira-
dores. Le sorprendió, sin embargo, que Ŷulās se mostrase tan
lento en prepararse para la expedición con el Profeta y su
tardanza en contribuir económicamente, especialmente
cuando era bastante rico y podía permitirse dar con genero-
sidad. ʿUmair sintió que debía animarle y estimular su senti-
do de la generosidad y de la hombría. Le relató, entonces, con
gran entusiasmo todo lo que había visto y oído en la mezqui-
ta, en especial el caso de unos creyentes que, con gran fervor,
habían venido a alistarse al ejército y fueron rechazados por
el Profeta s por falta de medios de transporte. Le habló de la
tristeza y frustración de esas gentes por no poder cumplir su
deseo de salir a luchar en ŷihād y de sacrificarse por el Islam.
La respuesta de Ŷulās fue áspera y chocante.
“Si Muḥammad es veraz al decir que es un Profeta,” ex-
clamó airado, “entonces todos nosotros somos peores que
burros.”
ʿUmair se quedó estupefacto. No podía creer lo que acaba-
ba de oír. No podía pensar que un hombre tan inteligente
como Ŷulās pudiera haber pronunciado aquellas palabras,
unas palabras que le excluían automáticamente del ámbito
de la fe.
Una infinidad de preguntas se agolpaban en su mente e
inmediatamente empezó a considerar la acción que debía
tomar. Veía en el silencio de Ŷulās y en su tardanza en res-
ponder a la llamada del Profeta s, signos claros de un traidor
a Dios y a Su Profeta; alguien que quería el mal para el Islam,
igual que los munāfiqūn que estaban conspirando y haciendo
planes contra el Profeta. Al mismo tiempo veía al hombre que
le había tratado como un padre y que se mostraba amable y
generoso con él; que le había acogido cuando era huérfano y
le había salvado de la pobreza.
ʿUmair tenía que elegir entre conservar su relación de
proximidad con Ŷulās por un lado y actuar en contra de su

122
ʿUMAIR IBN SAʿD AL-ANṢĀRĪ

traición e hipocresía por el otro. La elección fue dolorosa


pero su decisión fue rápida. Se volvió a Ŷulās y le dijo:
“Por Dios, oh Ŷulās, no existe sobre la faz de la tierra na-
die más querido para mí que tú, después de Muḥammad ibn
ʿAbdullāh s. Eres el hombre más próximo a mí y has sido
muy generoso conmigo. Pero acabas de pronunciar palabras
que si las mencionara te pondrían en evidencia ante la gente
y te humillarían. Sin embargo, si las ocultase sería un traidor
a mi conciencia y me destruiría a mí mismo y a mi religión.
Por tanto, iré al Enviado de Dios -la paz sea sobre él-, y le diré
lo que has dicho. De ti dependerá luego aclarar tu situación.”
El joven ʿUmair fue a la mezquita y repitió ante el Profeta
lo que había oído decir a Ŷulās. El Profeta le pidió que se que-
dara con él y envió a uno de sus compañeros para que hiciera
venir a Ŷulās.
Ŷulās acudió, saludó al Profeta y se sentó frente a él. El
Profeta -la paz sea con él-, le preguntó directamente:
“¿Qué es eso que dijiste y que ʿUmair ibn Saʿd oyó?” -y re-
pitió lo que ʿUmair le había mencionado.
“Ha mentido para hacerme daño, oh Enviado de Dios: es
una invención suya. No he dicho tal cosa,” declaró Ŷulās.
Los compañeros del Profeta miraban alternativamente a
Ŷulās y a ʿUmair, esperando detectar en sus rostros lo que sus
corazones ocultaban. Empezaron a susurrar entre ellos. Uno
de aquellos cuyo corazón estaba enfermo por la hipocresía
declaró:
“Ese muchacho es un incordio. Está empeñado en difamar
a alguien que ha sido bueno con él.”
Otros repusieron:
“¡Nada de eso! Es un joven que ha crecido dando muestras
de total obediencia a Dios. La expresión de su rostro da fe de
su veracidad.”
El Profeta -la paz sea con él-, se volvió a ʿUmair y vio su
cara sonrojada y lágrimas que caían por sus mejillas. ʿUmair
suplicó:
“Oh Señor, haz descender una revelación sobre Tu Profeta
que confirme lo que le he dicho.”

123
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Mientras tanto Ŷulās seguía defendiendo lo que había di-


cho:
“Lo que te he dicho, oh Enviado de Dios, es ciertamente la
verdad. Si quieres, haz que hagamos un juramento ante ti.
Juro por Dios que no he dicho nada parecido a lo que ʿUmair
afirma que he dicho.”
Cuando los compañeros se volvieron hacia ʿUmair para es-
cuchar lo que tenía que decir, vieron que el Profeta s entra-
ba en un estado especial de serenidad y comprendieron que
estaba recibiendo la inspiración. Inmediatamente se produjo
un profundo silencio mientras todos miraban atentamente al
Profeta llenos de expectación.
En ese momento, el miedo y el terror se apoderaron de
Ŷulās, que empezó a mirar alarmado a ʿUmair. El Profeta s,
una vez recibida la revelación, recitó las palabras de Dios:
“[Los hipócritas] juran por Dios que no han dicho nada [impro-
pio]; pero ciertamente han pronunciado palabras que equivalen a
un rechazo de la verdad, y han rechazado [así] la verdad después de
[haber declarado] su autosometimiento a Dios: pues aspiraban a
algo que estaba fuera de su alcance. ¡Y nada pueden objetar [a la Fe]
excepto que Dios les ha enriquecido y [ha hecho que] Su Enviado [les
enriquezca] de Su favor!
“Así pues, si se arrepienten, será por su propio bien; pero si se
apartan, Dios hará que sufran un castigo doloroso en esta vida y en
la Otra, y no encontrarán en la tierra quien les ayude, ni nadie que
[les] preste auxilio.” (Corán, 9:74)
Ŷulās temblaba de temor ante lo que acababa de oír y ven-
cido por la angustia apenas podía articular palabra. Final-
mente, se volvió hacia el Profeta s y dijo:
“En verdad, me arrepiento, oh Enviado de Dios. En verdad,
me arrepiento. ʿUmair dijo la verdad y yo mentí. Ruego a Dios
que acepte mi arrepentimiento...”
El Profeta se volvió al joven ʿUmair. Lágrimas de alegría
corrían por su joven rostro, que estaba radiante con la luz de
la fe. Con su noble mano, el Profeta le cogió tiernamente de la
oreja y dijo:

124
ʿUMAIR IBN SAʿD AL-ANṢĀRĪ

“Joven, tu oído ha sido fiel en lo que oyó y tu Señor ha


confirmado lo que dijiste.”
Ŷulās regresó al camino del Islam y en adelante fue un
musulmán fiel. Los compañeros comprendieron que se había
reformado gracias a su generosidad y buen trato hacia
ʿUmair. Siempre que el nombre de ʿUmair era mencionado en
su presencia, Ŷulās solía decir:
“¡Dios recompense a ʿUmair con bien por lo que hizo
conmigo. Ciertamente, me salvó del kufr y me libró del fuego
del Infierno.”
ʿUmair creció y se distinguió en los años siguientes con la
misma devoción y firmeza que había mostrado en su juventud.
Durante el califato de ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb, la gente de
Ḥoms, en Siria, se quejaban amargamente de los gobernado-
res nombrados para su ciudad, a pesar de que ʿUmar solía
prestar especial atención al tipo de hombres que elegía para
gobernadores de las provincias. Al elegir un gobernador,
ʿUmar solía decir:
“Quiero un hombre que cuando se encuentre entre la gen-
te y no sea su emir, se comporte como si lo fuera; y cuando
esté entre ellos como emir, se comporte como uno de ellos.
“Quiero un gobernador que no pueda ser distinguido de su
gente por las ropas que viste, ni por la comida que come ni
por la casa en que vive.
“Quiero un gobernador que establezca el ṣalā entre la gen-
te, que les trate con equidad y con justicia, y que no cierre su
puerta cuando acudan a él movidos por la necesidad.”
En vista de las quejas de la gente de Ḥoms y siendo fiel a
su criterio al elegir un buen gobernador, ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb
decidió nombrar a ʿUmair ibn Saʿd como gobernador de la
región. Y lo hizo a pesar de que ʿUmair era por entonces el
jefe de un ejército musulmán que atravesaba la península
Arábiga y la región de la gran Siria, liberando ciudades, des-
truyendo fortificaciones enemigas, pacificando a las tribus y
edificando mezquitas allí donde iba. ʿUmair aceptó el nom-
bramiento de gobernador de Ḥoms con algunos reparos por-
que prefería sobre todas las cosas el ŷihād por la causa de

125
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Dios. Era todavía bastante joven, pues contaba poco más de


veinte años.
Cuando ʿUmair llegó a Ḥoms, convocó a sus ciudadanos a
una gran oración en congregación. Acabada la oración, les
dirigió la palabra. Comenzó alabando a Dios y dándole gra-
cias, y luego invocó la paz y las bendiciones de Dios sobre Su
Profeta Muḥammad s. Después les dijo:
“¡Oh gentes! El Islam es una poderosa fortaleza y una
puerta robusta. La fortaleza del Islam es la justicia y su puer-
ta es la verdad. Si destruís la fortaleza y echáis abajo la puer-
ta, habréis debilitado las defensas de esta religión.
“El Islam se mantendrá fuerte mientras el Sultán, o la au-
toridad central, sean fuertes. La fuerza del Sultán no provie-
ne del castigo del látigo, ni de la ejecución con la espada, sino
de gobernar con justicia y aferrarse a la verdad.”
ʿUmair pasó un año entero en Ḥoms durante el cual, se
cuenta que no escribió una sola carta al Amīr al-muʾminīn.
Tampoco envió impuestos al tesoro central en Medina: ni un
dirham ni un dinar.
ʿUmar se preocupaba constantemente de la labor desem-
peñada por sus gobernadores y temía que la posición de au-
toridad les corrompiese. Para él, nadie estaba libre de pecado
y de influencias corruptoras salvo el noble Profeta -la paz sea
con él.
Llamó entonces a su secretario y le dijo:
“Escribe una carta a ʿUmair ibn Saʿd y dile: “Cuando te lle-
gue la carta del Amīr al-muʾminīn, sal de Ḥoms y ven a presen-
tarte ante él, y trae contigo los impuestos que hayas recolec-
tado de los musulmanes.”
ʿUmair leyó la carta, recogió su morral y se echó al hom-
bro los utensilios que usaba para comer, beber y lavarse. Co-
gió su lanza y dejó tras de sí Ḥoms y el puesto de gobernador.
Emprendió a pie el camino hacia Medina.
Cuando ʿUmair se aproximaba a Medina, su aspecto era
demacrado: estaba quemado por el sol y su pelo era excesi-
vamente largo. Su apariencia mostraba todos los signos de un
largo y penoso viaje. Al verle, ʿUmar quedó estupefacto.

126
ʿUMAIR IBN SAʿD AL-ANṢĀRĪ

“¿Te ocurre algo, ʿUmair?,” preguntó preocupado.


“No me ocurre nada, oh Amīr al-muʾminīn,” respondió
ʿUmair. Estoy bien de salud, gracias a Dios, y traigo conmigo
todos mis bienes materiales.”
“¿Y qué bienes materiales posees?” -preguntó ʿUmar, pen-
sando que era portador del dinero para el Bait al-māl, la
hacienda de los musulmanes.”
“Tengo mi morral en el que guardo mis provisiones. Ten-
go un cuenco en el que como y que uso para lavarme el pelo y
la ropa. Y tengo este vaso para hacer wuḍūʾ y para beber...”
“¿Has venido a pie?” -preguntó ʿUmar.
“Sí, oh Amīr al-muʿminīn.”
“¿Tu puesto de gobernador no te daba derecho a una ca-
balgadura?”
“No me fue dada y no la reclamé.”
“¿Y dónde está el dinero que has traído para el Bait al-
māl?”
“No he traído nada.”
“¿Por qué no?”
“Cuando llegué a Ḥoms,” dijo ʿUmair, “convoqué a una
reunión a las personas rectas de la ciudad y les di la respon-
sabilidad de recolectar los impuestos. Cada vez que recogían
alguna cantidad de dinero, les pedía consejo y lo distribuía
[todo] entre los más necesitados.”
En ese momento, ʿUmar se volvió a su secretario y le dijo:
“Renueva el nombramiento de ʿUmair como gobernador
de Ḥoms.”
“Oh no, por favor,” protestó ʿUmair, “eso es algo que no
deseo. No seré gobernador tuyo ni de ningún otro después de
ti, oh Amīr al-muʾminīn.”
“Juro que tú eres uno de esos que se imponen la dificultad
aunque vivan en necesidad extrema.” Y ordenó que le fueran
entregados un camello cargado con alimentos y dos vestidu-
ras para ʿUmair, el cual protestó:
“En cuanto a la comida, no la necesitamos, oh Amīr al-
muʾminīn. He dejado a mi familia dos saʿas de cebada y en
cuanto los acabemos, Allāh –el Grande, el Excelso-, nos pro-

127
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

veerá. En cuanto a las vestiduras, las aceptaré [para mi espo-


sa]. Su ropa está destrozada y va casi desnuda.”
Poco después de ese encuentro con ʿUmar al-Farūq,
ʿUmair ibn Saʿd fue a reunirse con su Señor. No se había ocu-
pado con las cargas y preocupaciones de este mundo y sí de
proveer ampliamente para el Más Allá. ʿUmar recibió la noti-
cia de su muerte con pesadumbre y dijo presa de la congoja:
“Siempre he deseado contar con hombres como ʿUmair
ibn Saʿd para que me ayudasen a resolver los asuntos de los
musulmanes.”

128
23.
23. ḤUḎAIFA IBN AL-YAMĀ
AMĀN

“SI LO PREFIERES, puedes considerarte uno de los Muhāŷirūn o,


si quieres, puedes considerarte un Anṣārī. Elige la opción que
te sea más querida.”
Con estas palabras, el Profeta -la paz y las bendiciones de
Dios sean sobre él-, se dirigió a Ḥuḏaifa ibn al-Yamān en su
primer encuentro en Meca.
¿Cómo es que Ḥuḏaifa podía hacer esta elección?
Su padre, al-Yamān, era de Meca y pertenecía a la tribu de
ʿAbs. Por haber matado a alguien, se vio obligado a abando-
nar Meca. Se había asentado en Medina, convirtiéndose en
aliado (ḥalif) de los Banū al-Ašhal y casándose con una mujer
de esa tribu. Luego tuvo un hijo cuyo nombre era Ḥuḏaifa.
Cuando, pasado el tiempo, las restricciones de regresar a Me-
ca fueron levantadas, dividía su tiempo entre Meca y Yaṯrib,
pero se quedaba más tiempo en Yaṯrib, pues sentía un mayor
apego por esta ciudad.
Así era cómo Ḥuḏaifa provenía de Meca pero se había
criado en Yaṯrib. Cuando los rayos del Islam comenzaron a
irradiar sobre la península Arábiga, una delegación de la tri-
bu de Aus, entre los que estaba al-Yamān, acudió a entrevis-
tarse con el Profeta s y anunció su aceptación del Islam. Esto
ocurrió antes de que el Profeta emigrase a Yaṯrib.
Ḥuḏaifa creció en un hogar musulmán y fue educado por
su madre y su padre que fueron de las primeras personas en
aceptar la religión de Dios. Por tanto, era ya musulmán antes
de conocer el Profeta -la paz y las bendiciones de Dios sean
sobre él.
Ḥuḏaifa deseaba conocer al Profeta s. Desde una edad
muy temprana, se interesaba por las noticias que llegaban
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

sobre él. Cuanto más sabía de él, más afecto sentía por el Pro-
feta y mayor era su anhelo de conocerle personalmente.
Finalmente, tuvo ocasión de viajar a Meca, y al encontrar-
se con el Profeta, le preguntó: “¿Qué soy yo, muhāŷir o anṣārī,
oh Rasūlullāh?”
“Si lo prefieres, puedes considerarte uno de los
Muhāŷirūn o, si quieres, puedes considerarte un Anṣārī. Elige
la opción que te sea más querida,” le respondió el Profeta.
“Entonces, soy un anṣārī, oh Rasūlullāh,” decidió Ḥuḏaifa.
En Medina, después de la hégira, Ḥuḏaifa se hizo muy asi-
duo del Profeta s. Participó en todas las campañas militares
excepto en Badr. Al explicar su ausencia de la batalla de Badr,
decía:
“No hubiera faltado a Badr si mi padre y yo no hubiéra-
mos estado fuera de Medina. Los incrédulos de Quraiš se to-
paron con nosotros y nos preguntaron adónde íbamos. Les
dijimos que íbamos a Medina, y ellos nos preguntaron si ten-
íamos intención de encontrarnos con Muḥammad s. Les
dijimos que sólo queríamos ir a Medina. No nos dejaron ir
hasta hacernos jurar que no ayudaríamos a Muḥammad en
contra de ellos ni lucharíamos de su parte.
“Cuando nos encontramos con el Profeta s, le hablamos
del juramento a los Quraiš y le preguntamos qué debíamos
hacer. Nos dijo que ignorásemos aquel juramento y que
buscásemos la ayuda de Dios en contra de ellos.”
Ḥuḏaifa participó en la batalla de Uḥud junto a su padre.
La presión sobre Ḥuḏaifa durante la batalla fue muy grande,
pero supo responder bien y salió sano y salvo. Un destino
distinto, sin embargo, aguardaba a su padre.
Antes de la batalla, el Profeta -la paz sea con él-, dejó a al-
Yamān, el padre de Ḥuḏaifa, y a Ṯābit ibn Waḥš al cargo de
otros no combatientes, incluidos mujeres y niños. Esto se
debía a que ambos eran bastante ancianos. Cuando el comba-
te se hizo más intenso, al-Yamān le dijo a su amigo:
“Tú no tienes padre (es decir, no tienes de qué preocupar-
te). ¿A qué estamos esperando? A ambos nos resta poco de
vida. ¿Por qué no cogemos nuestras espadas y nos unimos al

130
ḤUḎAIFA IBN AL-YAMĀN

Enviado de Dios -la paz sea con él? Puede que Dios nos con-
ceda el martirio junto a Su Profeta.”
Rápidamente se prepararon para la batalla y pronto esta-
ban inmersos en el fragor del combate. Ṯābit ibn Waḥš fue
bendecido con la šahāda a manos de los mušrikūn. El padre de
Ḥuḏaifa, sin embargo, fue atacado por un grupo de musul-
manes que no le reconocieron. Mientras le abatían con sus
espadas, Ḥuḏaifa gritaba:
“¡Mi padre! ¡Mi padre! ¡Es mi padre!”
Nadie le oyó. El anciano cayó al suelo, abatido por error
por las espadas de sus propios hermanos en la fe. Estos se
sintieron llenos de dolor y remordimiento. A pesar de su de-
solación, Ḥuḏaifa les dijo:
“Que Dios os perdone, pues Él es el más Misericordioso de
los misericordiosos.”
El Profeta -la paz sea con él-, exigió que se le pagase el diya
(compensación) a Ḥuḏaifa por la muerte de su padre, pero
Ḥuḏaifa dijo:
“Sólo buscaba el martirio y lo consiguió. Oh Dios, sé testi-
go de que entrego la compensación por él a los musulmanes.”
A causa de esta actitud, la valía de Ḥuḏaifa creció a los ojos
del Profeta -la paz sea con él.
Ḥuḏaifa poseía tres cualidades que impresionaron espe-
cialmente al Profeta s: su excepcional inteligencia, que usa-
ba para resolver situaciones difíciles, su rápido ingenio y su
respuesta espontánea a un llamamiento a la acción, y su ca-
pacidad para guardar un secreto aunque fuera sometido a un
interrogatorio persistente.
Una práctica notable del Profeta s era descubrir y hacer
uso de las cualidades y talentos especiales de cada uno de sus
Compañeros. Al encomendar una misión a uno de sus com-
pañeros, se cuidaba de escoger al mejor hombre para cada
tarea. Esto fue lo que hizo en el caso de Ḥuḏaifa, con excelen-
tes resultados.
Uno de los problemas más serios de los musulmanes en
Medina era enfrentarse a la presencia de hipócritas
(munāfiqūn) que vivían entre ellos, en especial los judíos y sus

131
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

aliados. A pesar de que muchos de ellos habían declarado ser


musulmanes, el cambio era sólo superficial y siguieron cons-
pirando contra el Profeta y los musulmanes.
Dada la capacidad de Ḥuḏaifa para guardar un secreto, el
Profeta -la paz sea con él-, le confió los nombres de los
munāfiqūn. Era un secreto importante que el Profeta no des-
veló a ningún otro de sus Compañeros. Encomendó a Ḥuḏaifa
la tarea de vigilar los movimientos de los munāfiqūn, observar
sus actividades, y proteger a los musulmanes del grave peli-
gro que representaban. Era una tremenda responsabilidad.
Los munāfiqūn, al actuar secretamente y estar al corriente de
los planes y actividades de los musulmanes desde dentro,
representaban una amenaza mayor para la comunidad que la
abierta hostilidad de los kuffār.
Desde ese momento, Ḥuḏaifa fue conocido como “El Guar-
dián del Secreto del Enviado de Dios.” Durante toda su vida se
mantuvo fiel a esta promesa de no desvelar los nombres de
los hipócritas. Después de la muerte del Profeta s, el Califa a
menudo pedía su consejo acerca de sus movimientos y acti-
vidades, pero él siempre se mantuvo callado y cauteloso.
ʿUmar sólo consiguió saber indirectamente quiénes eran
los hipócritas. Si moría alguien entre los musulmanes, ʿUmar
preguntaba:
“¿Ha acudido Ḥuḏaifa al funeral?”
Si la respuesta era ‘sí’, dirigía la oración. Si la respuesta
era ‘no’, concebía dudas acerca de esa persona y no realizaba
la oración de funeral por él.
Una vez, ʿUmar preguntó a Ḥuḏaifa:
“¿Hay algún munāfiq entre mis gobernadores?”
“Sí, hay uno,” respondió Ḥuḏaifa.
“Dime quien es,” le ordenó ʿUmar.
“Eso no lo haré,” respondió Ḥuḏaifa, quien más tarde diría
que poco tiempo después de su conversación ʿUmar destituyó a
esa persona como si hubiera sido guiado en su identificación.
Las cualidades especiales de Ḥuḏaifa fueron empleadas
por el Profeta -la paz sea con él-, en diversas ocasiones. Una
de las más arriesgadas, que requería el uso de la inteligencia

132
ḤUḎAIFA IBN AL-YAMĀN

de Ḥuḏaifa y su presencia de ánimo, ocurrió durante la Bata-


lla del Foso. Los musulmanes se encontraban en aquella oca-
sión rodeados de enemigos. El asedio al que estaban someti-
dos se prolongaba. Los musulmanes sufrían serias dificulta-
des y penalidades. El esfuerzo les habían agotado y estaban
prácticamente extenuados. Tan intensa era la presión que
algunos llegaron a desesperar.
Los Quraiš y sus aliados, por su parte, no estaban en mu-
cho mejor situación. Su fuerza y su determinación decrecían
por momentos. Un viento huracanado arrancaba sus tiendas,
apagaba sus hogueras y arrojaba un vendaval de arena y pol-
vo contra sus rostros.
En tales momentos decisivos de la historia de las guerras,
el lado perdedor es el que se desespera antes y el ganador es
el que se mantiene firme por más tiempo. En tales situacio-
nes, la labor del espionaje militar resulta a menudo un factor
decisivo, que decide el resultado de la batalla.
En ese momento de la contienda, el Profeta -la paz sea con
él-, pensó en echar mano de los talentos especiales y la expe-
riencia de Ḥuḏaifa ibn al-Yamān. Tomó la decisión de enviar
a Ḥuḏaifa en medio de las posiciones enemigas, al amparo de
la oscuridad, para que consiguiera información sobre su si-
tuación y moral antes de decidir el próximo movimiento.
Pero dejemos que sea el propio Ḥuḏaifa quien nos relate
qué ocurrió en esta misión que le expuso a serios peligros y
aún al riesgo de morir.
“Esa noche, nos encontrábamos sentados en filas. Abū
Sufyān y sus hombres –los mušrikūn de Meca—estaban frente
a nosotros. La tribu judía de Banū Quraiẓa se encontraba a
nuestras espaldas y sentíamos temor de ellos por causa de
nuestras mujeres e hijos. Era una noche totalmente oscura.
Jamás había conocido una noche tan negra y un viento tan
furioso. Tan oscura era la noche que no podíamos ver nues-
tros dedos al extender la mano y la furia del vendaval era
como el estruendo del trueno.
“Los hipócritas empezaron a pedirle al Profeta s permiso
para retirarse, diciendo: ‘Nuestras casas están expuestas a un

133
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ataque enemigo.’ Todo aquel que pedía permiso al Profeta era


autorizado a irse. Así, muchos se escaparon hasta que sólo
quedamos unos trescientos hombres.
“El Profeta s entonces realizó una ronda de inspección
de todos nosotros, uno por uno, hasta que llegó a mí. Yo no
tenía nada para protegerme del frío salvo una manta de mi
mujer que apenas me cubría las rodillas. Se acercó más a mí
mientras estaba en cuclillas en el suelo y preguntó:
‘¿Quién es éste?’
‘Ḥuḏaifa,’ respondí.
‘¿Ḥuḏaifa?’ -inquirió, mientras yo me acurrucaba aún más
al suelo temeroso de levantarme por el intenso hambre y el
frío que sentía.
‘Sí, oh Enviado de Dios,’ respondí.
‘Está pasando algo entre la gente (es decir, entre las fuer-
zas de Abū Sufyān). Infíltrate en su campamento y tráeme
noticias de lo que está ocurriendo,’ me ordenó el Profeta.
“Me puse en marcha. En aquel momento era la persona
más aterrorizada de todos y estaba aterido de frío. El Profeta
-la paz sea con él-, oró por mí:
‘Oh Señor, protégele por delante y por detrás, por su dere-
cha y por su izquierda, por encima y por debajo.’
“Por Dios, que nada más terminar el Profeta -la paz sea
con él-, su oración Dios eliminó de mi estómago todo rastro
de temor y todo aquel horrible frío de mi cuerpo. Cuando me
alejaba, el Profeta me llamó de nuevo y me dijo:
‘Ḥuḏaifa, no hagas nada entre la gente (las fuerzas enemi-
gas) y vuelve inmediatamente a informarme.’
‘Así lo haré,’ respondí.
“Me alejé, abriéndome paso en la oscuridad hasta pene-
trar en medio del campamento de los mušrikūn y hacerme
uno más entre ellos. Poco después, Abū Sufyān se levantó y
habló a sus hombres:
‘Oh hombres de Quraiš, voy a haceros una declaración que
temería que llegase a oídos de Muḥammad. Por tanto, que
cada hombre de vosotros mire bien y se asegure de quien
tiene al lado...’

134
ḤUḎAIFA IBN AL-YAMĀN

“Al oír esto, inmediatamente cogí la mano del hombre que


tenía a mi lado y le pregunté: ‘¿Quién eres tú?’ (para así po-
nerle a la defensiva y justificarme yo).
“Abū Sufyān prosiguió:
“Oh hombres de Quraiš, por Dios que no os encontráis en
un lugar seguro. Nuestros caballos y camellos se están mu-
riendo. Los Banū Quraiẓa han desertado y hemos recibido
noticias desagradables de ellos. Estamos siendo azotados por
este viento helado. Nuestras hogueras no nos calientan y
nuestras tiendas derribadas no ofrecen protección. Así que
poneos en marcha. Yo desde luego me voy.’
“Se fue hacia su camello, lo desató y montó en él. Golpeó
entonces al animal y este se levantó. Si el Enviado de Dios s
no me hubiese ordenado no hacer nada hasta volver junto a
él, habría matado entonces a Abū Sufyān de un flechazo.
“Regresé al Profeta s y le encontré de pie sobre una man-
ta haciendo la oración. En cuanto me reconoció, me acercó a
sus piernas y echó un extremo de la manta sobre mí. Le in-
formé entonces de lo que había ocurrido. Se mostró extre-
madamente contento y feliz, y dio gracias a Dios y Le en-
salzó.”

ḤUḎAIFA vivía en constante temor a las influencias perversas


y corruptoras. Sentía que la bondad y las fuentes del bien en
esta vida eran fáciles de reconocer para aquellos que desea-
ban el bien. Sin embargo, el mal era engañoso y a menudo era
difícil de percibir y de combatir.
Llegó a ser una especie de gran filósofo moral. Advertía
siempre a la gente de que luchasen contra el mal con todas
sus facultades –con su corazón, sus manos y su lengua. Con-
sideraba que aquellos que se oponían al mal sólo con sus co-
razones y sus lenguas, y no lo hacían con sus manos, habían
abandonado una parte de la verdad. Aquellos que odiaban el
mal sólo con sus corazones pero no lo combatían con sus len-
guas y sus manos renunciaban a dos partes de la verdad, y
aquellos que no detestaban ni combatían el mal con sus cora-

135
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

zones, sus lenguas y sus manos los consideraba como vivos


físicamente pero moralmente muertos.
Hablando de los ‘corazones’ y de su relación con la guía y
el error, dijo en una ocasión:
“Existen cuatro clases de corazones.
“El corazón que está cerrado o atrofiado. Ese es el corazón
del kāfir, el incrédulo ingrato.
“El corazón que está conformado en capas delgadas. Ese es
el corazón del munāfiq o hipócrita.
“El corazón que está abierto y desnudo y en el que brilla
una luz radiante. Ese es el corazón del muʾmin o creyente.
“Finalmente, está el corazón en el que hay hipocresía y
también fe. La fe es como un árbol regado con buen agua, y la
hipocresía es como un tumor que crece en medio del pus y la
sangre. El que más crezca de los dos, ya sea el árbol de la fe o
el tumor de la hipocresía, acabará controlando el corazón.”
La experiencia de Ḥuḏaifa con la hipocresía y sus esfuer-
zos por combatirla dieron a su lengua un toque de dureza y
severidad. Él mismo se daba cuenta de ello y lo admitía con
noble valentía:
“Fui a hablar con el Profeta -la paz sea con él-, y le dije:
‘Oh Enviado de Dios, tengo una lengua afilada y cortante con
mi familia y temo que esto me conduzca al castigo del infier-
no.’ Y el Profeta -la paz sea con él-, me dijo: ‘¿Qué haces con
respecto al istigfār –la petición de perdón a Dios? Yo pido
perdón a Dios cien veces al día.’”
Podía no esperarse de un hombre pensativo como Ḥuḏaifa
-alguien inclinado al pensamiento, al conocimiento y la re-
flexión-, destacase en actos de heroísmo en el campo de bata-
lla. Sin embargo, Ḥuḏaifa fue de hecho uno de los más desta-
cados jefes militares de los musulmanes durante la expansión
del Islam en tierras de Iraq. Se distinguió especialmente en
Hamadān, ar-Ray, ad-Dainawar, y en la famosa batalla de
Nihavand.
En el choque de Nihavand contra las tropas persas,
Ḥuḏaifa fue nombrado sub-comandante de todo el ejército
musulmán, formado por unos treinta mil combatientes. Las

136
ḤUḎAIFA IBN AL-YAMĀN

fuerzas persas eran cinco veces superiores a ellos en número,


contando con un total de ciento cincuenta mil hombres. El
comandante del ejército musulmán era an-Nuʿmān ibn
Maqrān, que cayó muerto al comienzo de la batalla. Ḥuḏaifa,
que era el segundo en la cadena de mando, se hizo inmedia-
tamente cargo de la situación, dando instrucciones de que la
muerte de an-Nuʿmān no fuese divulgada. Bajo el mando ins-
pirador y valiente de Ḥuḏaifa, los musulmanes consiguieron
una victoria decisiva a pesar de la diferencia numérica entre
las tropas combatientes.
Ḥuḏaifa fue nombrado gobernador de capitales importan-
tes, como Kūfa y Tesifonte (al-Madaʾin). Cuando la noticia de
su nombramiento como gobernador de Tesifonte llegó a oí-
dos de sus habitantes, la multitud salió a recibirle y saludar a
este famoso compañero del Profeta s, de cuya piedad y rec-
titud habían oído tanto. Su gran contribución a las conquis-
tas de Persia era ya una leyenda.
Mientras el comité de bienvenida aguardaba, apareció un
hombre delgado y algo descuidado, cuyas piernas colgaban
sobre los ijares del burro que montaba. En su mano llevaba
un barra de pan y algo de sal e iba comiendo por el camino.
Cuando el hombre estaba ya en medio de ellos, se dieron
cuenta de que se trataba de Ḥuḏaifa, el gobernador que esta-
ban esperando. Su sorpresa no tenía límites. ¡Qué clase de
hombre era éste! Podía perdonárseles que no le reconociesen,
sin embargo, acostumbrados como estaban al estilo ceremo-
nioso y a la grandiosidad de los gobernantes persas.
Ḥuḏaifa siguió avanzando y la gente se arremolinó en tor-
no a él. Comprendió que esperaban que les hablase y por unos
momentos les miró con ojos escrutadores. Finalmente, dijo:
“Cuidaos de los lugares de fitna (sedición) y de intrigas.”
“¿Y cuáles son,” preguntaron, “esos lugares de intrigas?”
Respondió:
“Las puertas de los gobernantes, a donde acude cierta
gente a intentar que el gobernante crea sus mentiras y a ala-
barle por cualidades que no posee.”

137
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Estas palabras advirtieron a la gente de la clase de hombre


que era su nuevo gobernador. Supieron al instante que nada
había en el mundo que él despreciase más que la hipocresía.

138
24.
24. ŶAʿFAR IBN ABĪ ṬĀLIB
A PESAR DE SU NOBLE ascendencia entre los Quraiš, Abū Ṭālib, el
tío del Profeta s, era bastante pobre. Tenía una familia nu-
merosa y no contaba con suficientes medios para cubrir ade-
cuadamente sus necesidades. Su situación de pobreza empe-
oró cuando una fuerte sequía asoló la península Arábiga. La
sequía destruyó la vegetación y el ganado murió y, se dice
que la gente llegó a comer huesos para mantenerse con vida.
Fue durante esta sequía cuando Muḥammad s, que aún
no había recibido la llamada a la Profecía, le dijo a su tío al-
ʿAbbās:
“Tu hermano Abū Ṭālib tiene una familia muy numerosa.
La gente está, como ves, afligida por esta terrible sequía y
sufren la hambruna. Vayamos a Abū Ṭālib y hagámonos car-
go de parte de su familia. Yo me haré cargo de uno de sus
hijos y tú puedes coger a otro y los criaremos nosotros.”
“Lo que me sugieres es ciertamente justo y loable,” res-
pondió al-ʿAbbās, y juntos fueron a hablar con Abū Ṭālib y le
dijeron:
“Queremos aligerarte la carga de tu familia hasta que pase
este período de dificultad.”
Abū Ṭālib estuvo de acuerdo.
“Si me permitís quedarme con ʿAqīl (uno de sus hijos, ma-
yor que ʿAlī), podéis hacer lo que queráis,” dijo.
Así fue como Muḥammad s se llevó a vivir con él a ʿAlī y
al-ʿAbbās se hizo cargo de Ŷaʿfar.
Ŷaʿfar se parecía mucho en su aspecto al Profeta. Se dice
que había cinco hombres del clan de Hāšim que se parecían
tanto al Profeta que la gente a menudo los confundía con él.
Estos eran: Abū Sufyān ibn al-Ḥāriṯ y Quḍam ibn al-ʿAbbās –
que eran ambos primos suyos; As-Saʾib ibn ʿUbaid, abuelo del
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Imām aš-Šafiʿ; al-Ḥasan ibn ʿAlī, nieto del Profeta, que era el
más parecido a él; y Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib.
Ŷaʿfar permaneció con su tío, al-ʿAbbās, hasta su mocedad.
Entonces se casó con Asmāʾ bint ʿUmais, hermana de Maimū-
na que más tarde se convertiría en esposa del Profeta s. Tras
su matrimonio, Ŷaʿfar se fue a vivir por su cuenta. Él y su es-
posa fueron de los primeros en aceptar el Islam. Se hizo mu-
sulmán con Abū Bakr aṣ-Ṣiddīq -Dios esté complacido de él.
El joven Ŷaʿfar y su esposa fueron seguidores devotos del
Islam. Tuvieron que soportar el trato inhumano y la persecu-
ción de los Quraiš con paciencia y firmeza porque ambos sab-
ían que el camino al Paraíso estaba sembrado de espinas y era
un camino de dolor y penalidades.
Los Quraiš les hacían la vida imposible a ellos dos y a sus
hermanos en la fe. Obstaculizaban su cumplimiento de las
obligaciones y los ritos del Islam. Les impedían disfrutar ple-
namente de la dulzura de la adoración sin trabas. Los Quraiš
les acechaban a cada paso y restringían duramente su liber-
tad de movimientos.
Ŷaʿfar finalmente fue a ver al Profeta s, y le pidió permi-
so para que él, su mujer y un pequeño grupo de ṣaḥāba hicie-
ran hiŷra al país de Abisinia. Con gran tristeza, el Profeta les
dio su permiso. Le dolía que esas almas puras y rectas se vie-
sen forzadas a abandonar sus hogares y los escenarios y re-
cuerdos queridos y familiares de su infancia y juventud, no
por haber cometido un crimen sino sólo por decir: “Nuestro
Señor es Uno. Dios es nuestro Señor.”
El grupo de muhāŷirūn abandonó Meca camino de las tie-
rras de Abisinia. Su jefe era Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib. Pronto con-
siguieron establecerse en esta nueva tierra bajo la protección
del Negus, el justo y recto dirigente de Abisinia. Por primera
vez desde que eran musulmanes, saborearon la libertad y la
seguridad, y disfrutaron la dulzura de la adoración sin ser
molestados.
Cuando los Quraiš se enteraron de la emigración del pe-
queño grupo de musulmanes y de la tranquila vida que dis-
frutaban bajo la protección del Negus, hicieron planes para

140
ŶAʿFAR IBN ABĪ ṬĀLIB

conseguir su extradición y su regreso a la gran prisión que


era Meca. Enviaron a dos de sus hombres más temibles, ʿAmr
ibn al-ʿAṣ y ʿAbdullāh ibn Abī Rabīʿa, para cumplir esta misión
y les cargaron de regalos valiosos y deseables para el Negus y
sus obispos.
En Abisinia, los dos emisarios de Quraiš presentaron prime-
ro sus regalos a los obispos y les fueron diciendo uno a uno:
“Hay un grupo de jóvenes malvados que se mueven con
libertad por las tierras de vuestro Rey. Han corrompido la
religión de sus antepasados y han causado discordias entre su
gente. Cuando hablemos ante el Rey acerca de ellos, aconse-
jadle que nos los entregue sin que hacerles preguntas acerca
de su religión. Los jefes respetados de su propio pueblo los
conocen mejor y saben bien en lo que creen.”
Los obispos estuvieron de acuerdo.
ʿAmr y ʿAbdullāh fueron después a ver al propio Negus y le
entregaron regalos que éste admiró complacido. Entonces le
dijeron:
“Oh Rey, hay un grupo de malvados entre nuestros jóve-
nes que han escapado a tu reino. Practican una religión que
nosotros y tú desconocemos. Han abandonado nuestra reli-
gión y no han aceptado la tuya. Los jefes respetados de su
pueblo –entre los que se cuentan sus propios padres y tíos, y
otros de su clan—, nos han enviado para pediros que nos sean
devueltos. Ellos saben mejor el daño que han causado.”
El Negus se volvió hacia sus obispos, los cuales dijeron:
“Dicen la verdad, oh Rey. Su propia gente los conoce me-
jor y están más al corriente de lo que han hecho. Devuélvese-
los para que ellos los juzguen.”
El Negus se mostró enfadado ante esta sugerencia y dijo:
“No, por Dios. No se los entregaré a nadie sin antes hacer-
les venir y preguntarles acerca de la acusación que se les
hace. Si lo que estos dos hombres dicen es la verdad, les serán
entregados. Si, por el contrario, no es así, les protegeré todo
el tiempo que deseen permanecer bajo mi protección.”
El Negus hizo venir entonces a los musulmanes a su pre-
sencia. Estos, antes de acudir, se consultaron mutuamente en

141
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

grupo y acordaron que Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib, y sólo él, hablase
en su nombre.
En la corte del Negus, los obispos, vestidos con casullas
verdes y vistosas mitras, estaban sentados a su derecha y a su
izquierda. Los emisarios de Quraiš estaban también sentados
cuando los musulmanes entraron y tomaron asiento. El Ne-
gus se volvió hacia ellos y les preguntó:
“¿Qué es esta religión que habéis introducido y que ha
cortado vuestros lazos con la religión de vuestro pueblo?
Tampoco habéis entrado en mi religión ni en la religión de
ninguna otra comunidad.”
Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib se adelantó entonces y pronunció un
discurso emocionante y elocuente que se conserva como una
de las más brillantes presentaciones del Islam, de la invita-
ción del noble Profeta s y de las condiciones de la sociedad
de Meca en aquellos momentos. Dijo:
“Oh Rey, éramos un pueblo hundido en la ignorancia y la
inmoralidad; que adoraba ídolos y comía carroña; que comet-
ía toda clase de abominaciones y actos obscenos, cortando los
lazos del parentesco, tratando mal a los huéspedes, y entre
nosotros el fuerte abusaba del débil.
“Permanecimos en ese estado hasta que Dios nos envió un
Profeta: uno de nuestra propia gente, cuyo linaje, veracidad e
integridad nos eran bien conocidos.
“Él nos llamó a adorar a Dios solo y a renunciar a las pie-
dras y a los ídolos que nosotros y nuestros antepasados sol-
íamos adorar en vez de Dios.
“Nos ordenó decir la verdad, honrar nuestras promesas,
ser amables con nuestros familiares, ayudar a nuestros veci-
nos, abandonar todos los actos prohibidos, abstenernos de
derramar sangre, huir de las obscenidades y los falsos testi-
monios, no apropiarnos los bienes de los huérfanos ni ca-
lumniar a mujeres honestas.
“Nos ordenó adorar a Dios solo y no asociar nada con él-,
establecer la oración, dar limosnas y ayunar durante el mes
de Ramadán.

142
ŶAʿFAR IBN ABĪ ṬĀLIB

“Creímos en él y en lo que nos ha traído de Dios y le se-


guimos en lo que nos ha pedido que hagamos y nos aparta-
mos de aquello que nos ha prohibido hacer.
“Por esto, oh Rey, nuestro pueblo nos ha atacado, hacien-
do caer sobre nosotros los más duros castigos para obligarnos
a renunciar a nuestra religión y devolvernos a la vieja inmo-
ralidad y a la adoración de los ídolos.
“Nos han perseguido, han hecho intolerables nuestras vi-
das y nos han impedido la práctica de nuestra religión. Por
eso dejamos nuestra tierra, escogiéndote a ti sobre cualquier
otro, deseosos de obtener vuestra protección y con la espe-
ranza de vivir en justicia y en paz entre vosotros.”
El Negus quedó muy impresionado y deseaba saber más
cosas. Preguntó entonces a Ŷaʿfar:
“¿Tenéis con vosotros algo de lo que vuestro Profeta ha
traído acerca de Dios?”
“Sí,” respondió Ŷaʿfar.
“Recítamelo pues,” pidió el Negus.
Ŷaʿfar, con su voz melodiosa y varonil le recitó la primera
parte del sura Maryam, que trata de la historia de Jesús y su
madre María.
Al escuchar las palabras de Corán, el Negus no pudo con-
tener las lágrimas. Dijo entonces a los musulmanes:
“El mensaje de vuestro Profeta y el de Jesús proceden de
una misma fuente...”
Dirigiéndose a ʿAmr y a su compañero, les dijo:
“Marchaos. Por Dios, que no os los entregaré.”
El asunto, sin embargo, no acabó ahí. El astuto ʿAmr deci-
dió acudir al Rey al día siguiente “a fin de mencionarle algo
sobre las creencias de los musulmanes que ciertamente lle-
naría su corazón de ira y le haría aborrecerles.” A la mañana
siguiente, ʿAmr fue a ver al Negus y le dijo:
“Oh Rey, estas gentes a las que has dado tu protección
afirman algo terrible acerca de Jesús hijo de María (es decir,
que es un siervo). Hazles venir y pregúntales sobre lo que
dicen de él.”

143
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

El Negus volvió a llamar a los musulmanes y Ŷaʿfar fue de


nuevo su portavoz. El Negus le hizo una pregunta:
“¿Qué decís vosotros de Jesús hijo de María?”
“Acerca de él, decimos sólo lo que ha sido revelado a nues-
tro Profeta,” respondió Ŷaʿfar.
“¿Y qué es?”
“Nuestro Profeta s dice que Jesús es el siervo de Dios y Su
Profeta, Su Espíritu y Su Palabra que Él puso en María, la Vir-
gen.”
“Por Dios, que Jesús hijo de María fue exactamente como
vuestro Profeta le ha descrito.”
Los obispos que rodeaban al Negus gruñeron en desacuer-
do por lo que acababan de oír y fueron reprendidos por el
Negus. Este se volvió a los musulmanes y les dijo:
“Podéis marcharos, pues entre nosotros viviréis tranqui-
los y seguros. Aquel que os ponga trabas pagará por ello, y
quien se oponga a vosotros será castigado. Por Dios, que pre-
feriría perder una montaña de oro a que cualquiera de voso-
tros sufriese algún daño.”
Volviéndose entonces hacia ʿAmr y su compañero, ordenó
a sus ayudantes:
“Devolved sus regalos a estos dos hombres. No tengo ne-
cesidad de ellos.”
ʿAmr y su compañero se marcharon abatidos y frustrados.
Los musulmanes siguieron viviendo en el país del Negus, que
dio muestras de ser muy generoso y amable con sus huéspedes.
Ŷaʿfar y su esposa Asmāʾ vivieron unos diez años en Abisi-
nia, que se convirtió en una segunda patria para ellos. Asmāʾ
dio a luz allí a tres hijos a los que pusieron por nombre
ʿAbdullāh, Muḥammad y ʿAun. Su segundo hijo fue quizá el
primer niño de la historia de la Umma islámica en recibir el
nombre de Muḥammad, por el nombre del noble Profeta -la
paz y las bendiciones de Dios sean con él.
En el séptimo año de la hégira, Ŷaʿfar y su familia abando-
naron Abisinia con un grupo de musulmanes y se dirigieron a
Medina. Su llegada coincidió con el regreso del Profeta s de

144
ŶAʿFAR IBN ABĪ ṬĀLIB

la victoriosa conquista de Jaibar. Se alegró tanto de la llegada


de Ŷaʿfar que exclamó:
“¡No sé qué me llena de mayor felicidad, si la conquista de
Jaibar o el regreso de Ŷaʿfar!”
Los musulmanes en general y especialmente los pobres de
entre ellos se sintieron igual de contentos que el Profeta con
el retorno de Ŷaʿfar. Ŷaʿfar fue conocido pronto como una
persona preocupada por el bienestar de los pobres y los indi-
gentes. Por esto, recibió el apelativo de “Padre de los Pobres”.
Abū Huraira dijo de él:
“El mejor hombre con nosotros, los indigentes, era Ŷaʿfar
ibn Abī Ṭālib. Si pasaba a nuestro lado camino de su casa nos
daba la comida que llevaba consigo. Aunque su familia estu-
viese necesitada, solía mandarnos una olla en la que había
puesto algo de mantequilla y nada más. Nosotros la abríamos
y la rebañábamos hasta dejarla limpia...”
La estancia de Ŷaʿfar en Medina no duraría mucho. A co-
mienzos del octavo año de la hégira, el Profeta s movilizó un
ejército para castigar a las fuerzas bizantinas en Siria, porque
uno de sus emisarios enviado en son de paz había sido asesi-
nado a traición por un gobernador bizantino. Puso a Zayd ibn
Ḥāriṯa al frente del ejército y dio estas instrucciones:
“Si Zayd muere o resulta herido, Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib to-
mará el mando. Si Ŷaʿfar muere o resulta herido, entonces
vuestro jefe será ʿAbdullāh ibn Rawāḥa. Si ʿAbdullāh ibn
Rawāḥa muriese, entonces que los musulmanes elijan entre
ellos un jefe.”
El Profeta s nunca antes había dado tales instrucciones a
un ejército, y los musulmanes lo tomaron como una indica-
ción de que esperaba que la batalla sería dura y sufrirían gra-
ves pérdidas.
Cuando el ejército musulmán llegó a Muʾta, una pequeña
aldea de Jordania situada entre colinas, descubrieron que los
bizantinos había reunido cien mil hombres apoyados por
gran número de árabes cristianos de las tribus de Lajm,
Ŷuḏām, Quḍāʿa y otras. El ejército musulmán constaba sólo
de tres mil combatientes.

145
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

A pesar de la gran diferencia numérica, los musulmanes


entraron en la batalla contra los bizantinos. Zayd ibn Ḥāriṯa,
el amado compañero del Profeta s, fue uno de los primeros
en caer. Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib asumió entonces el mando. Mon-
tado en su caballo alazán, se internó en medio de las filas
bizantinas. Mientras espoleaba a su caballo, exclamaba:
“¡Qué hermoso es el Paraíso cuando se aproxima!
¡Qué agradable y fresca es su bebida!
¡El castigo de los bizantinos no está lejos!”
Ŷaʿfar siguió luchando bravamente pero al final fue abati-
do. El tercero en el orden de mando, ʿAbdullāh ibn Rawāḥa,
también cayó muerto. Jālid ibn al-Walīd, el veterano guerrero
que recientemente había aceptado el Islam, fue elegido en-
tonces como jefe. Ordenó entonces una retirada táctica, reor-
ganizó las fuerzas de los musulmanes y volvió al ataque por
varias direcciones. Al final, la mayor parte de las fuerzas bi-
zantinas huyeron en desbandada.
La noticia de la muerte de sus tres comandantes le llegó al
Profeta s estando en Medina. El dolor y el pesar que sintió
fue muy intenso. Fue a casa de Ŷaʿfar y se encontró con
Asmāʾ. Esta se preparaba para recibir a su marido ausente.
Había preparado la masa de pan y había bañado y vestido a
los niños. Asmāʾ dijo:
“Cuando el Enviado de Dios s iba acercándose a nosotros,
vi un velo de tristeza que cubría su noble rostro y sentí gran
aprensión. Sin embargo, no me atreví a preguntarle por
Ŷaʿfar por temor a oír noticias desagradables. Nos saludó y
preguntó: ‘¿Dónde están los hijos de Ŷaʿfar?’ Los llamé para
que salieran a saludarle, y ellos vinieron y le rodearon felices,
cada uno de ellos reclamándole para sí. Él se inclinó y les
abrazó mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.
‘Oh Enviado de Dios,’ pregunté, ‘¿por qué lloras? ¿Has sa-
bido algo de Ŷaʿfar y sus dos compañeros?’
‘Así es,’ respondió. ‘Han obtenido el martirio.’
Las sonrisas y la alegría se desvanecieron de los rostros de
los pequeños al oír a su madre llorar y lamentarse. Algunas
mujeres acudieron y rodearon a Asmāʾ.

146
ŶAʿFAR IBN ABĪ ṬĀLIB

“Oh Asmāʾ,” dijo el Profeta, “no digas nada impropio ni te


golpees el pecho.” Luego rezó y pidió a Dios que protegiese y
proveyese a la familia de Ŷaʿfar y les aseguró que había en-
trado en el Paraíso.
El Profeta s salió de la casa de Asmāʾ y fue a ver a su hija
Fāṭima a la que encontró también llorando. A ella le dijo:
“Por alguien como Ŷaʿfar, puedes (fácilmente) llorar hasta
la muerte. Prepara algo de comida para la familia de Ŷaʿfar
porque hoy están desechos de dolor.”

147
25. ABŪ SUFYĀN
UFYĀN IBN AL-ḤĀRIṮ
RIṮ

POCAS VECES podrá hallarse un vínculo tan estrecho entre dos


personas como el que había entre Muḥammad s, el hijo de
ʿAbdullāh, y Abū Sufyān, el hijo de al-Ḥāriṯ. (Por supuesto,
este Abū Sufyān no es el mismo que Abū Sufyān ibn Ḥarb, el
poderoso dirigente de Quraiš).
Abū Sufyān ibn al-Ḥāriṯ nació casi al mismo tiempo que el
Profeta Muḥammad -la paz sea con él. Ambos se parecían
mucho. Se criaron juntos y durante algún tiempo vivieron en
la misma casa. Abū Sufyān era primo del Profeta. Su padre,
al-Ḥāriṯ, era hermano de ʿAbdullāh y ambos eran hijos de
ʿAbd al-Mutṭṭalib.
Abū Sufyān era también hermano de leche del Profeta s.
Durante un corto tiempo fue amamantado por Ḥalīma, la
nodriza que crió de niño a Muḥammad en la dura y saludable
atmósfera del desierto.
Durante su infancia y juventud, Abū Sufyān y Muḥammad
fueron amigos íntimos. Tan próximos estaban que se espera-
ba naturalmente que Abū Sufyān sería uno de los primeros
en responder al llamamiento del Profeta -la paz sea con él-, y
seguiría con total entrega la religión de la verdad. Pero no fue
así, al menos durante muchos, muchos años.
Desde el momento en que Muḥammad s hizo público su
llamamiento al Islam y empezó a advertir a los miembros de
su clan acerca de los peligros de seguir en su estado de incre-
dulidad, injusticia e inmoralidad, el fuego de la envidia y el
odio ardió en el pecho de Abū Sufyān. Los lazos de parentesco
se rompieron. Donde antes había habido amor y amistad,
ahora había rechazo y odio. Donde antes había habido her-
mandad, ahora había resistencia y oposición.
ABŪ SUFIĀN IBN AL-ḤĀRIṮ

Abū Sufyān, que era entonces famoso como uno de los


mejores guerreros y jinetes de Quraiš y uno de sus más hábi-
les poetas, usaría en adelante su espada y su lengua en la ba-
talla contra el Profeta s y su misión. Todas sus energías se
movilizaron para combatir al Islam y perseguir a los musul-
manes. Abū Sufyān participó en todas las batallas que Quraiš
luchó contra el Profeta y en todas las torturas infligidas a los
musulmanes. Compuso y recitó poemas en los que atacaba e
insultaba al Profeta s.
Durante veinte años este rencor casi consumió su alma.
Sus tres hermanos –Naufal, Rabīʿa y ʿAbdullāh– habían acep-
tado el Islam, pero él se negaba a hacerlo.
En el octavo año de la hégira, sin embargo, poco antes de
la liberación de Meca por los musulmanes, la posición de Abū
Sufyān empezó a cambiar, como él mismo explica:
“Cuando el movimiento del Islam adquirió fuerza y se es-
tableció firmemente, y llegaron noticias del avance del Profe-
ta para liberar Meca, la tierra se hundió bajo mis pies. Me
sentí atrapado.
‘¿A dónde iré?,’ me preguntaba a mí mismo. ‘¿Y con
quién?’
A mi esposa e hijos les dije:
‘Preparaos para abandonar Meca. La llegada de
Muḥammad es inminente. Seguramente me matarán. Si los
musulmanes me reconocen, no tendrán piedad de mí.’
‘Ahora debes comprender’ -respondió mi familia, ‘que los
árabes y los no árabes han jurado obediencia a Muḥammad
s y han aceptado su religión. Tú sigues empeñado en opo-
nerte a él, cuando podías haber sido el primero en apoyarle y
ayudarle.’
Siguieron tratando de influenciarme para que reconside-
rase mi actitud hacia la religión de Muḥammad y despertar
en mí el afecto hacia él. Finalmente, Dios abrió mi corazón al
Islam. Me levanté y le dije a mi criado Madkūr:
‘Prepara un camello y un caballo para nosotros.’
Me llevé conmigo a mi hijo Ŷaʿfar y galopamos a gran ve-
locidad hacia al-Abwāʾ, que está entre Meca y Medina. Había

149
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

sabido que Muḥammad s estaba acampado allí. Mientras me


aproximaba al lugar, me cubrí la cara para que nadie me re-
conociese y me matase antes de poder presentarme al Profeta
y declarar ante él mi aceptación del Islam.
Lentamente, avancé a pie mientras grupos adelantados de
los musulmanes se dirigían hacia Meca. Evité cruzarme en su
camino por miedo a que alguno de los compañeros del Profe-
ta me reconociese. Seguí así hasta ver al Profeta sobre su
montura. Entonces, salí directamente a su encuentro y des-
cubrí mi rostro. Él me miró y me reconoció. Pero entonces
volvió su rostro. Yo me puse otra vez delante de él. Él evitaba
mirarme y de nuevo apartó su rostro. Esto ocurrió varias veces.
Había estado convencido hasta ese momento –en que me
encontraba delante del Profeta-, de que le complacería mi
aceptación del Islam y de que sus compañeros se alegrarían
por su felicidad. Sin embargo, cuando los musulmanes vieron
al Profeta -la paz sea con él-, tratando de evitarme, me mira-
ron y también me evitaron. Abū Bakr, al verme, se apartó
también bruscamente de mí. Miré a ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb con
ojos que imploraban su compasión, pero su reacción fue aún
más violenta que la de Abū Bakr. De hecho, ʿUmar llegó a in-
citar a uno de los anṣāris contra mí.
‘Oh enemigo de Dios,’ me imprecó el anṣārī-, ‘tú eres el que
persiguió al Enviado de Dios -la paz sea con él-, y torturó a
sus compañeros. Llevaste tu hostilidad contra el Profeta has-
ta los confines de la tierra.’
El anṣārī siguió censurándome en voz alta mientras los
demás musulmanes me miraban con odio. En ese momento,
vi a mi tío al-ʿAbbās, y busque refugio en él.
“Oh tío,’ le dije. ‘Esperaba que el Profeta -la paz sea con él-
, se alegraría de mi aceptación del Islam por mi parentesco
con él y por mi posición de honor entre mi gente. Has visto,
sin embargo, cuál ha sido su reacción. Háblale en mi favor
para que esté complacido conmigo.’
‘No lo haré, por Dios,’ repuso mi tío. ‘No le hablaré des-
pués de haberle visto apartarse de ti, a no ser que se presente

150
ABŪ SUFIĀN IBN AL-ḤĀRIṮ

una ocasión. Respeto al Profeta -la paz y las bendiciones de


Dios sean con él-, y temo su respuesta.’
‘Oh tío, ¿a quién pues me abandonarás?’ -le imploré.
‘No tengo nada más que decirte excepto lo que has oído,’
me dijo.
La ansiedad y el pesar se apoderaron de mí. Vi a ʿAlī ibn
Abī Ṭālib poco después y le hablé de mi caso. Me respondió lo
mismo que mi tío.
Volví a hablar con mi tío y le dije:
‘Oh tío, si tú no puedes ablandar el corazón del Profeta
hacia mí, al menos haz que ese hombre deje de imprecarme y
de incitar a los otros contra mí.’
‘Dime quién es,’ dijo mi tío. Yo se lo describí y él dijo:
‘Es Nuʿayman ibn al-Ḥāriṯ an-Naŷŷarī.’ Hizo llamar a Nu-
ʿayman y le dijo:
‘¡Oh Nuʿayman! Abū Sufyān es primo del Profeta s y so-
brino mío. Si el Profeta está enfadado con él hoy, estará com-
placido de él otro día. Déjale pues...’ Mi tío siguió intentando
aplacar a Nuʿayman hasta que éste cedió y dijo:
‘Está bien. Dejaré de expresarle mi desprecio.’
“Cuando el Profeta s llegó a al-Ŷaḥfa (a unos cuatro días
de viaje de Meca), me fui a sentar a la puerta de su tienda. Mi
hijo Ŷaʿfar estaba de pie a mi lado. Nada más salir de su tien-
da, el Profeta me vio y apartó el rostro. No obstante, no des-
esperé de que llegara a aceptarme. Cuando acampaba en un
lugar, me sentaba a su puerta y mi hijo Ŷaʿfar se quedaba de
pie delante de mí... Seguí actuando de esta forma por algún
tiempo, pero la situación se hizo demasiado humillante para
mí y entré en una depresión. Me dije a mi mismo:
‘Por Dios, o el Profeta -la paz sea con él-, se muestra com-
placido conmigo o cogeré a mi hijo y vagaré por la tierra has-
ta que ambos muramos de hambre y de sed.’
Cuando el Profeta supo esto, cedió y al salir de su tienda
nos miró con más amabilidad que antes. Yo esperaba ardien-
temente que nos sonriese.”

151
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

FINALMENTE, el Profeta cedió y le dijo a Abū Sufyān: “Ya no


hay reproche contra ti.” Confió al nuevo musulmán a ʿAlī ibn
Abī Ṭālib y le dijo:
“Enseña a tu primo a hacer wuḍūʾ y acerca de la Sunna.
Luego tráemelo de nuevo.” Cuando ʿAlī regresó, el Profeta
dijo:
“Dile a la gente que el Enviado de Dios está complacido de
Abū Sufyān y que ellos deben también mostrarse complaci-
dos con él.”

ABŪ SUFYĀN prosigue su relato:


“El Profeta s entró entonces en Meca y yo entré con su
séquito. Se dirigió a la Mezquita Sagrada y yo fui también,
haciendo todo lo posible por mantenerme en su presencia y
no separarme de él para nada...
“Más adelante, durante la Batalla de Ḥunain, los árabes
reunieron un ejército de proporciones desconocidas hasta
entonces para combatir al Profeta -la paz sea con él... Venían
decididos a asestar un golpe mortal al Islam y a los musulma-
nes.
“El Profeta salió a enfrentarse con ellos con gran número
de sus compañeros. Yo partí con él y cuando vi la gran multi-
tud de los mušrikūn, me dije:
‘Por Dios, hoy compensaré por toda mi hostilidad pasada
en contra del Profeta -la paz sea con él-, y ciertamente él verá
en mí lo que agrada a Dios y le agrada a él.’
“Cuando los dos ejércitos se encontraron, la presión de los
mušrikūn sobre los musulmanes era enorme y los musulma-
nes empezaron a descorazonarse. Algunos hasta empezaron a
desertar y temimos una terrible derrota. Sin embargo, el Pro-
feta s se mantuvo firme en medio del fragor de la batalla
montado sobre su mula ‘aš-Šabha’ como si fuese una enorme
montaña, blandiendo su espada y luchando y defendiéndose
a sí mismo y a los que le rodeaban...
“Yo desmonté de mi caballo y luché a su lado. Dios sabe
que deseaba encontrar el martirio junto al Enviado de Dios
s. Mi tío al-ʿAbbās, sujetó las riendas de la mula del Profeta y

152
ABŪ SUFIĀN IBN AL-ḤĀRIṮ

se colocó a su lado. Con mi mano derecha rechazaba ataques


dirigidos contra el Profeta y con la izquierda sujetaba mi
montura.
“Cuando el Profeta vio mis golpes devastadores sobre el
enemigo, preguntó a mi tío:
‘¿Quién es ese?’
‘Es tu hermano y primo, Abū Sufyān ibn al-Ḥāriṯ. Quiera
Dios que encuentre favor a tus ojos, oh Enviado de Dios.’
‘Desde luego que sí, y Dios le ha perdonado toda la hostili-
dad que ha dirigido contra mí.’
“Mi corazón rebosó de alegría. Besé entonces sus pies en
el estribo y rompí a llorar. Él se volvió hacia mí y me dijo:
‘¡Hermano mío! ¡Por mi vida! ¡Avanza y golpea con tu es-
pada!’
“Las palabras del Profeta s me espolearon aún más y nos
arrojamos contra las posiciones de los mušrikūn hasta que
salieron huyendo derrotados en todas direcciones.”
Después de Ḥunain, Abū Sufyān ibn al-Ḥāriṯ siguió disfru-
tando de la complacencia del Profeta s y de la satisfacción
de verse en su noble compañía. Pero nunca miraba al Profeta
directamente a los ojos, ni enfocaba su mirada sobre su ros-
tro, de vergüenza y remordimiento por su pasada hostilidad
contra de él.
Abū Sufyān siguió sintiendo un intenso remordimiento
por los numerosos días de tinieblas que había vivido empe-
ñado en extinguir la luz de Dios y negándose a seguir Su
mensaje. De ahí en adelante, pasaba los días y las noches reci-
tando los versículos del Corán; tratando de comprender y
seguir sus leyes y beneficiarse así de sus enseñanzas. Se
apartó del mundo y sus goces y se volvió a Dios con todas las
fibras de su ser. En una ocasión, el Profeta -la paz sea con él-,
le vio entrar en la mezquita y preguntó a su esposa:
“¿Sabes quién es ese, ʿĀʾiša?”
“No, oh Enviado de Dios,” respondió ella.
“Es mi primo, Abū Sufyān ibn al-Ḥāriṯ. Es el primero en
entrar en el masŷid y el último en salir. Sus ojos no se apartan
de las correas de sus sandalias.”

153
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Cuando falleció el Profeta -la paz sea con él-, Abū Sufyān
sintió un intenso pesar y lloró amargamente.
Durante el califato de ʿUmar -Dios esté complacido de él-,
Abū Sufyān sintió cerca su fin. Un día, la gente le vio en al-
Baqīʿ -el cementerio que está junto a la mezquita del Profeta
y en el que están enterrados muchos de los Ṣaḥāba. Le vieron
cavando una tumba y quedaron sorprendidos. Tres días des-
pués, Abū Sufyān yacía en su casa. Su familia le rodeaba llo-
rando, pero él les dijo:
“No lloréis por mí. Por Dios, que no he cometido ninguna
falta desde que acepté el Islam.”
Después de estas palabras, falleció.

154
26. ḤAKĪ
AKĪM IBN ḤAZM

LA HISTORIA da testimonio de que fue la única persona nacida


dentro de la Kaʿba.
Su madre había entrado con un grupo de amigos en la an-
tigua Casa de Dios para inspeccionarla. Ese día estaba abierta
por tratarse de un día festivo. Ella estaba embarazada y los
dolores del parto le llegaron de repente. Se sintió entonces
incapaz de dejar la Kaʿba. Colocaron en el suelo una alfombra
de piel para que se echase y allí dio a luz. Al niño le pusieron
por nombre Ḥakīm. Su padre era Ḥazm, hijo de Juwailid.
Ḥakīm era por tanto sobrino de Jadīŷa (la esposa del Profeta),
que era hija de Juwailid -que Dios esté complacido de ella.
Ḥakīm creció en el seno de una familia noble y rica que
gozaba de gran prestigio en la sociedad de Meca. Era asimis-
mo una persona inteligente y educada, y la gente le respeta-
ba. Era tenido en tal estima que se le confió la responsabili-
dad de la rifada, que consistía en dar asistencia a los necesita-
dos y a los que habían perdido algo durante el tiempo de la
peregrinación. Él se tomaba esta responsabilidad muy en
serio y llegaba a ayudar a los peregrinos necesitados con sus
propios recursos.
Ḥakīm era amigo íntimo del Profeta -la paz sea con él-, an-
tes de que éste fuese llamado a la Profecía. Aún siendo cinco
años mayor que el Profeta, solía pasar mucho tiempo hablan-
do con él y disfrutando de su agradable compañía.
Muḥammad s por su parte sentía gran afecto por Ḥakīm.
Su relación se hizo aún más fuerte al casarse el Profeta
con su tía, Jadīŷa bint Juwailid.
Lo que resulta realmente sorprendente es que, a pesar de
la cercanía de Ḥakīm al Profeta s, Ḥakīm no se hizo mu-
sulmán sino hasta la conquista de Meca, más de veinte años
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

después del inicio de la misión del Profeta. Cabría pensar que


alguien como Ḥakīm, a quien Dios había agraciado con una
clara inteligencia y que mantenía una excelente amistad con
el Profeta, fuese de los primeros en creer en él y seguir la
guía que él había traído.
Pero no fue así.
Igual que nos sorprende a nosotros esta tardanza en acep-
tar el Islam por parte de Ḥakīm, también Ḥakīm se mostraba
sorprendido durante su vida como musulmán. De hecho, na-
da más aceptar el Islam y empezar a saborear la dulzura del
imān (fe), empezó a sentir remordimientos por cada momen-
to de su vida como mušrik y negador de la religión de Dios y
de Su Profeta s.
Su hijo lo encontró un día llorando, después de haber
aceptado el Islam y le preguntó:
“¿Por qué llora, padre?”
“Hay muchas cosas que me hacen llorar, querido hijo. La
más grave de todas es el tiempo que tardé en hacerme mu-
sulmán. La aceptación del Islam me habría dado tantas opor-
tunidades de hacer el bien, que aunque ahora gastase la tie-
rra llena de oro no sería comparable. Salí con vida de la bata-
lla de Badr y también de la batalla de Uḥud. Después de
Uḥud, me dije a mí mismo que no ayudaría a los Quraiš en
contra de Muḥammad, -la paz y las bendiciones de Dios sean
con él-, y que no saldría de Meca. Luego, cuando pensaba en
aceptar el Islam, miraba a otros hombres de Quraiš, hombres
poderosos y maduros, que se mantenían firmemente apega-
dos a los usos y ideas de Ŷahilīya, y me mantenía con ellos y
con sus vecinos... ¡Oh, cómo desearía no hacerlo hecho! Nada
nos ha destruido sino el seguimiento ciego de nuestros ante-
pasados y de nuestros mayores. ¿Cómo no habría de llorar,
hijo mío?”
El Profeta s tampoco salía de su asombro. Un hombre sa-
gaz e inteligente como Ḥakīm ibn Ḥazm -¿cómo podía el Is-
lam pasar ‘desapercibido’ para él? Durante mucho tiempo, el
Profeta deseó ardientemente que él y un grupo de personas
como él tomasen la iniciativa y se hiciesen musulmanes. La

156
ḤAKĪM IBN ḤAZM

noche antes de la liberación de Meca, les dijo a sus compañe-


ros:
“Hay cuatro personas en Meca a las que considero ajenas
al širk y que me gustaría mucho que aceptasen el Islam.”
“¿Quiénes son, oh Enviado de Dios?” -le preguntaron los
compañeros.
“ʿAttāb ibn Usaid, Ŷubair ibn Muṭʿim, Ḥakīm ibn Ḥazm y
Suhail ibn ʿAmr,” respondió el Profeta.
Por la gracia de Dios, todos ellos se hicieron musulmanes.
Cuando el Profeta -la paz de Dios sea con él-, entró en Me-
ca para liberar la ciudad del politeísmo, la ignorancia y la
inmoralidad, ordenó a su portavoz que anunciase:
“Todo aquel que declare que no hay deidad sino Dios, sin
asociado, y que Muḥammad es Su siervo y Su Enviado, estará
a salvo...
“Todo aquel que se siente junto a la Kaʿba y tire sus armas,
estará a salvo. Quien entre en casa de Abū Sufyān estará a
salvo.
“Todo aquel que entre en casa de Ḥakīm ibn Ḥazm, estará
a salvo...”
La casa de Abū Sufyān estaba en la parte alta de Meca y la
de Ḥakīm en la parte baja de la ciudad. Al declarar estas dos
casas como lugares de santuario, el Profeta otorgaba sabia-
mente su reconocimiento a Abū Sufyān y a Ḥakīm, debilitan-
do así cualquier idea que pudieran tener de resistirse, y faci-
litándoles una actitud más favorable hacia él y hacia su misión.
Ḥakīm abrazó el Islam sin reservas. Se juró a sí mismo que
expiaría todo lo que había hecho durante sus días de Ŷahilīya
y que las cantidades de dinero que había gastado en oponerse
al Profeta s, las gastaría ahora por la causa del Islam.
Era dueño del Dār an-Nadwa, un edificio importante e
histórico de Meca, en el que los Quraiš celebraban sus asam-
bleas durante los tiempos de Ŷahilīya. En este edificio los
líderes y cabecillas de Quraiš se reunían para conspirar con-
tra el Profeta.
Ḥakīm decidió deshacerse de este edificio y cortar con sus
asociaciones pasadas que tan dolorosas le resultaban ahora.

157
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Vendió el edificio en cien mil dirhams. Un joven de Quraiš


exclamó delante de él:
“Acabas de vender algo de gran valor histórico y motivo
de orgullo para los Quraiš.”
“No es así, hijo mío,” respondió Ḥakīm. “Todo orgullo y
vanagloria se han esfumado ahora y lo único que queda de
valor es la taqwā –la conciencia de Dios. He vendido el edificio
para adquirir una casa en el Paraíso. Te juro que he dado el
importe de la venta para que sea gastado en la causa de Dios
Todopoderoso.”
Ḥakīm ibn Ḥazm realizó el Ḥaŷŷ después de hacerse mu-
sulmán. Llevó consigo cien magníficos camellos y los sacri-
ficó todos para buscar la cercanía a Dios. En el Ḥaŷŷ siguien-
te, se encontraba también en ʿArafa: con él había cien escla-
vos. A cada uno de ellos le había dado un colgante de plata en
el que estaba grabado: “Liberado por la causa de Dios Todo-
poderoso por Ḥakīm ibn Ḥazm.” En el tercer Ḥaŷŷ, llevó con-
sigo mil ovejas –sí, mil ovejas-, y las sacrificó en Minā para
alimentar a los musulmanes necesitados a fin de obtener cer-
canía a Dios.
Pero aunque Ḥakīm era generoso en sus gastos por la cau-
sa de Dios, también le gustaba poseer grandes riquezas. Des-
pués de la batalla de Ḥunain, le pidió al Profeta s una parte
del botín que el Profeta distribuía. Luego le pidió más y el
Profeta le dio más. Ḥakīm era nuevo en el Islam y el Profeta
era especialmente generoso con los nuevos musulmanes a fin
de reconciliar sus corazones con el Islam. Ḥakīm se hizo con
una gran porción del botín. Pero el Profeta -la paz sea con él-,
le dijo:
“¡Oh Ḥakīm! Esta riqueza es sin duda dulce y atractiva.
Quien la coja y esté satisfecho será bendecido por ella, y
quien la tome por codicia no será bendecido. Será como al-
guien que come pero nunca queda saciado. La mano de arriba
es mejor que la de abajo (es decir, es mejor dar que recibir).”
Las amables palabras de consejo tuvieron un efecto pro-
fundo e inmediato sobre Ḥakīm. Sintió remordimientos y le
dijo al Profeta:

158
ḤAKĪM IBN ḤAZM

“¡Oh Enviado de Dios! Por Aquel que te ha enviado con la


verdad, en adelante no pediré nada a nadie.”
Durante el califato de Abū Bakr, Ḥakīm fue llamado repe-
tidas veces para que recogiese su salario del Bait al-Māl pero
se negó a recoger su dinero. Lo mismo hizo durante el califa-
to de ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb, por lo que ʿUmar se dirigió a los
musulmanes:
“Doy fe ante vosotros, oh musulmanes, de que he llamado
a Ḥakīm para darle su estipendio pero se niega a tomarlo.”
Ḥakīm se mantuvo fiel a su palabra. No tomó nada de na-
die hasta que falleció. Había aprendido del Profeta la lección
de que la satisfacción con lo que se tiene es una riqueza que
no tiene comparación.

159
27. SUHAIL IBN ʿAMR
EN LA BATALLA DE BADR, cuando Suhail cayó prisionero de los
musulmanes, ʿUmar ibn al-Jatṭāb se presentó ante el Profeta
s y le dijo:
“¡Enviado de Dios! Deja que le arranque los incisivos a Su-
hail ibn ʿAmr para que no pueda levantarse más y hablar con-
tra ti después de este día.”
“Desde luego que no, ʿUmar,” le advirtió el Profeta s. “No
mutilaré a nadie, no sea que Dios me mutile a mí aún siendo un
Profeta.” Y atrayendo hacia sí a ʿUmar, el noble Profeta le dijo:
“ʿUmar, quizá Suhail haga en el futuro algo de lo que estés
complacido.”
Suhail ibn ʿAmr era un personaje prominente entre los
Quraiš. Era listo y elocuente, y su opinión tenía gran peso
entre su gente. Era conocido como al-jaṭīb -el portavoz y ora-
dor de los Quraiš-, y habría de desempeñar un importante
papel en la firma del famoso tratado de Ḥudaibīya.
A finales del año sexto de la hégira, el Profeta y unos mil
quinientos de sus Ṣaḥāba salieron de Medina hacia Meca con
intención de realizar la ʿumra. Para proclamar que iban en
son de paz, los musulmanes no llevaban armas de batalla y
sólo portaban sus espadas de viaje. Llevaban asimismo ani-
males para el sacrificio para dejar claro que venían en pere-
grinación.
Los Quraiš supieron de su avance e inmediatamente se
prepararon para la batalla. Se juraron a sí mismos que nunca
permitirían a los musulmanes entrar en Meca. Jālid ibn al-
Walīd fue enviado a la cabeza de un destacamento de caba-
llería de Quraiš para cortar el avance de los musulmanes. El
ejército de Jālid se quedó esperándoles en un lugar llamado
Kurāʾu ‘l-Gamīm.
SUHAIL IBN ʿAMR

El Profeta s conoció anticipadamente la posición que


ocupaba Jālid. Aunque estaba decidido a combatirles por to-
dos los medios, de momento no deseaba tener un encuentro
con las fuerzas de Quraiš. Entonces preguntó:
“¿Sabría alguien llevarnos (a Meca) por un camino distin-
to a fin de evitar a los Quraiš?”
Un hombre de la tribu Aslam dijo que él conocía uno y
condujo a los musulmanes a través del abrupto territorio de
Waʿra y luego en jornadas más fáciles hasta que finalmente se
acercaron a Meca por el sur. Jālid comprendió entonces lo que
los musulmanes habían hecho y regresó frustrado a Meca.
El Profeta s acampó cerca de Ḥudaibīya e hizo saber que
si los Quraiš hacían alguna sugerencia de querer pactar, por
respeto a lo sagrado del tiempo y el lugar, él respondería po-
sitivamente. Los Quraiš enviaron a Budail ibn Warqāʾ con un
grupo de hombres de la tribu Juzāʿa para averiguar la razón
de la venida de los musulmanes. Budail se entrevistó con el
Profeta y cuando regresó e informó a los Quraiš de las inten-
ciones pacíficas del Profeta y sus compañeros, no le creyeron
porque decían que era de los Juzāʿa que eran aliados de
Muḥammad. “¿No se propondrá Muḥammad,” –preguntaron-
, “cogernos por sorpresa haciendo que sus soldados vengan
(vestidos de peregrinos) a realizar la ʿumra? Los árabes sabrán
que avanzó contra nosotros y entró en Meca por la fuerza
cuando existe un estado de guerra entre nosotros. Por Dios
que esto no ha de ocurrir con nuestro consentimiento.”
Los Quraiš enviaron luego a Ḥulais ibn ʿAlqama, el jefe de
los Aḥābīš, que eran aliados de Quraiš. Cuando el Profeta -la
paz sea con él-, vio a Hulais, dijo: “Este proviene de una gente
que estima en mucho el sacrificio de animales. Haced que los
animales de sacrificio desfilen delante de él para que los vea.
Así se hizo y Hulais fue saludado por los musulmanes que
coreaban la talbīya: “Labbaika Allāhumma Labbaik.” A su regre-
so, Hulais exclamó:
“Subḥana Allāh – Gloria a Dios. No debería impedirse a esta
gente la entrada en Meca. ¿Acaso no pueden hacer el ḥaŷŷ los
leprosos y los burros mientras al hijo de al-Muṭṭalib

161
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

(Muḥammad) se le impide (visitar) la Casa de Dios? ¡Por el


Señor de la Kaʿba! ¡Que los Quraiš sean destruidos! Esta gente
ha venido a hacer ʿumra.”
Cuando los Quraiš oyeron estas palabras, se burlaron de él:
“¡Siéntate! No eres más que un beduino. No sabes nada de
intrigas y conspiraciones.”
ʿUrwa ibn Masʿūd, el jefe Ṯaqāfī de Tāʾif, fue enviado en-
tonces a evaluar la situación.
Le dijo al Profeta:
“¡Oh Muḥammad! Has reunido a toda esta gente y has ve-
nido a tu lugar de origen. Los Quraiš han reunido un ejército
y han jurado por Dios que no entrarás en Meca por la fuerza.
Por Dios, que puede ser que toda esta gente te abandone.” Al
oír esto, Abū Bakr se dirigió a ʿUrwa y le dijo con desprecio:
“¿Que le abandonaremos? ¡Pobre infeliz!”
Mientras seguía hablando, tocó con su mano la barba del Pro-
feta s y Muguīra ibn Šuʿba le golpeó en la mano, diciéndole:
“Quita la mano,” y ʿUrwa respondió:
“¡Pobre de ti! ¡Qué grosero y vulgar eres!”
El Profeta sonreía.
“¿Quién es este hombre, oh Muḥammad?” -preguntó ʿUrwa.
“Es tu primo, Al-Muguīra ibn Šuʿba.”
“¡Qué perfidia!” -masculló ʿUrwa a Al-Muguīra y siguió in-
sultándole.
ʿUrwa examinó entonces a los compañeros del Profeta s.
Vio que cada vez que les daba una orden, se apresuraban a
cumplirla. Cuando hacía sus abluciones competían entre sí
por ayudarle. Cuando hablaban en su presencia, bajaban la
voz, y no le miraban a los ojos por respeto.
Al volver con los Quraiš, ʿUrwa les hizo saber que estaba
evidentemente impresionado:
“Por Dios, gente de Quraiš, he visitado a Cosroes en su re-
ino, y he visto al Cesar, el emperador de Bizancio en la cima
de su poder, pero jamás he visto a un rey entre su gente co-
mo Muḥammad entre sus compañeros. He visto a una gente
que no le abandonará por nada. Reconsiderad vuestra posi-
ción. Os está ofreciendo la guía recta. Aceptad lo que os ofre-

162
SUHAIL IBN ʿAMR

ce. Os aconsejo sinceramente... Temo que jamás habréis de


obtener la victoria sobre él.”
“No hables así,” dijeron los Quraiš. “Le obligaremos a vol-
verse este año y el próximo podrá regresar.”
Mientras tanto, el Profeta llamó a ʿUṯmān ibn ʿAffān y le
envió a entrevistarse con los líderes de Quraiš, para infor-
marles de su propósito al venir a Meca y pedirles permiso
para que los musulmanes visitasen a sus parientes. ʿUṯmān
debía también dar ánimo a los mustaḍʿafūn –los musulmanes
que vivían oprimidos en Meca, e informarles de que su libe-
ración no tardaría ya mucho...
ʿUṯmān entregó el mensaje del Profeta s a los Quraiš y
ellos insistieron en su determinación de no permitir que el
Profeta entrase en Meca. Invitaron a ʿUṯmān a que hiciese
ṭawāf alrededor de la Kaʿba pero él respondió que no haría
ṭawāf mientras se le impedía hacerlo al Enviado de Dios. Enton-
ces encerraron a ʿUṯmān y se extendió el rumor de que había
sido asesinado. Cuando el Profeta supo esto, su actitud cambió.
“No nos iremos sin luchar,” dijo. Reunió a los musulmanes
para que diesen el bayʿa –un juramento de lealtad-, de comba-
tir. El pregonero anunció:
“Oh gentes, al-bayʿa, al-bayʿa.” Los compañeros se arremo-
linaron en torno al Profeta s que estaba sentado bajo un
árbol, y le juraron lealtad de que lucharían. Poco después, sin
embargo, el Profeta supo con certeza que el rumor era falso.
Fue entonces cuando los Quraiš enviaron a Suhail ibn
ʿAmr al Enviado s, con instrucciones de negociar y persuadir
al Profeta de que regresase a Medina sin entrar en Meca. Su-
hail fue escogido sin duda por sus dotes de persuasión, su
temple y su inteligencia despierta –que son cualidades im-
portantes para cualquier negociador. Cuando el Profeta vio
que acercarse a Suhail, adivinó inmediatamente el cambio de
posición de los Quraiš.
“La gente quiere reconciliación. Por eso han enviado a es-
te hombre.”
Las conversaciones entre el Profeta s y Suhail se prolon-
garon por algún tiempo hasta que finalmente se alcanzó un

163
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

acuerdo de principio. ʿUmar y otros se mostraron contraria-


dos por los términos del acuerdo, que consideraban perjudi-
cial para la causa del Islam y una derrota para los musulma-
nes. El Profeta les aseguró que no era así y que él jamás iría
contra el mandamiento de Dios y que Dios no le abandonaría.
Llamó a ʿAlī ibn Abī Ṭālib para que pusiese por escrito los
términos del pacto:
“Escribe: Bismillāhir-Raḥmānir-Raḥīm.”
“No conozco esta (frase),” exclamó Suhail. “Escribe en su
lugar: ‘Bismika Allāhumma – En Tu Nombre, oh Allāh.’”
El Profeta estuvo conforme y ordenó a ʿAlī que escribiese
‘Bismika Allāhumma’. Luego dijo: “Escribe: ‘Esto ha sido acor-
dado entre Muḥammad, el Enviado de Dios y Suhail ibn
ʿAmr.’…”
Al oír esto, Suhail objetó: “Si yo aceptase que tú eres el
Enviado de Dios, no lucharía contra ti. Escribe en su lugar tu
nombre y el nombre de tu padre.” De nuevo el Profeta aceptó
esto y ordenó a ʿAlī que escribiese: ‘Esto ha sido acordado
entre Muḥammad, hijo de ʿAbdullāh, y Suhail ibn ʿAmr. Han
acordado un tratado de paz durante diez años en los que la
gente podrá disfrutar de seguridad, y se comprometen a no
atacarse. Asimismo, todo aquel miembro de Quraiš que se
vaya con Muḥammad sin permiso de su walī (tutor legal),
Muḥammad lo devolverá a Quraiš, y si alguien que esté con
Muḥammad se pasa a los Quraiš, estos no estarán obligados a
devolverlo.’
Suhail había conseguido salvar el honor de los Quraiš de
Meca. Había intentado conseguir, y había logrado, un máxi-
mo de concesiones para los Quraiš en las negociaciones. Para
ello había contado, sin embargo, con la noble tolerancia del
Profeta s.
En los dos años siguientes a la firma del Tratado de
Ḥudaibīya los musulmanes disfrutaron de un respiro del aco-
so de Quraiš y pudieron concentrarse en otros asuntos. En el
año octavo de la hégira, sin embargo, los Quraiš rompieron
los términos del pacto al apoyar a los Banū Bakr en una san-

164
SUHAIL IBN ʿAMR

grienta agresión contra los Juzāʿa que habían elegido unirse


al Profeta como aliados.
El Profeta s tomó esta oportunidad para avanzar sobre
Meca, pero su objetivo no era la venganza. Diez mil musul-
manes convergieron hacia Meca, a donde llegaron en el mes
de Ramadán. Los Quraiš comprendieron que no podían ofre-
cer resistencia al ejército musulmán y menos aún derrotarle.
Se encontraban completamente a merced del Profeta. ¿Cuál
sería ahora su destino, ellos que habían perseguido y oprimi-
do a los musulmanes; que los habían torturado y boicoteado;
que los habían expulsado de sus hogares y tierras, y que hab-
ían incitado a otros en su contra y les habían combatido?
La ciudad se rindió al Profeta s. Éste recibió a los jefes de
Quraiš con espíritu de tolerancia y magnanimidad. Con una
voz llena de compasión y ternura, les preguntó:
“¡Oh gentes de Quraiš! ¿Qué creéis que voy a hacer con vo-
sotros?”
Entonces, el antiguo adversario del Islam, Suhail ibn ʿAmr,
respondió:
“Creemos [que nos tratarás] bien, noble hermano, hijo de
un noble hermano.”
“Una sonrisa radiante se dibujó en los labios del amado de
Dios s mientras decía: “Idhabū... wa antum aṭ-ṭulaqā – Mar-
chaos, pues, sois libres.”
En este momento de incomparable compasión, nobleza y
grandeza, todas las emociones de Suhail ibn ʿAmr se desbor-
daron y anunció su aceptación del Islam, o sumisión a Dios, el
Señor de todos los mundos. Su conversión al Islam en ese
momento concreto no era la aceptación de un hombre derro-
tado que pasivamente se rinde a su destino. Fue más bien,
como más tarde demostraría, el Islam de un hombre al que
habían cautivado la grandeza de Muḥammad s y la grandeza
de la religión que anunciaba.
Los que se hicieron musulmanes en el día de la liberación
de Meca fueron conocidos en adelante como “Aṭ-Ṭulaqā,” o
sea, los liberados. Sabían lo afortunados que habían sido y
muchos de ellos se dedicaron sincera y devotamente a la reli-

165
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

gión que habían combatido durante tantos años. Entre los


más destacados de esos estuvo Suhail ibn ʿAmr.
El Islam le dio nueva forma. Todos sus talentos de antaño
fueron ahora bruñidos hasta alcanzar la excelencia. A esos
talentos añadió otros nuevos y los puso todos al servicio de la
verdad, la bondad y la fe. Las cualidades y la conducta por las
que llegaría a hacerse famoso pueden describirse con pocas
palabras: amabilidad, generosidad, ṣalā frecuente, ayuno,
recitación del Corán y llanto por temor de Dios. Esta fue la
grandeza de Suhail. A pesar de su tardía conversión al Islam,
se vio transformado en un devoto fiel y un fidaʾi, un comba-
tiente por la causa de Dios.
Cuando murió el Profeta, -Dios le bendiga y le dé paz-, la
noticia llegó rápidamente a Meca, donde Suhail residía aún.
Los musulmanes se vieron arrastrados a un estado de confu-
sión y descorazonamiento igual que había ocurrido en Medi-
na. En Medina, Abū Bakr, -Dios esté complacido de él-, serenó
la confusión con sus decisivas palabras:
“Quien adore a Muḥammad, que sepa que Muḥammad s
ha muerto. Pero quien adora a Dios, sepa que Dios es cierta-
mente el Viviente y nunca morirá.”
En Meca, Suhail realizó la misma función, consiguiendo
disipar las vanas ideas que algunos musulmanes habían con-
cebido y dirigirles a las verdades eternas del Islam. Congregó
a los musulmanes y con su brillante y sensato estilo les con-
firmó que Muḥammad s era ciertamente el Enviado de Dios
y que no había muerto sin antes haber cumplido su misión y
haber difundido el mensaje, y que el deber de todos los cre-
yentes después de su muerte era dedicarse intensamente a
seguir su ejemplo y su modo de vida.
Ese día más que ningún otro, brillaron las palabras profé-
ticas del Enviado. ¿No le había dicho el Profeta a ʿUmar,
cuando éste le había pedido permiso para arrancarle los inci-
sivos a Suhail en Badr:
“Déjaselos, pues quizá un día haga algo de lo que estés
complacido”?

166
SUHAIL IBN ʿAMR

Cuando la noticia de la acción de Suhail en Meca llegó a


los musulmanes en Medina, y oyeron sus persuasivas pala-
bras y cómo reforzaron la fe en los corazones de los creyen-
tes, ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb recordó las palabras del Profeta s.
Había llegado el día en que el Islam se beneficiase de los incisi-
vos de Suhail, los mismos que ʿUmar había querido arrancar.
Cuando Suhail se hizo musulmán hizo un voto que podría
resumirse en estas palabras: esforzarse y gastar por la causa
de Dios al menos tanto como había gastado por la causa de
los mušrikūn. Junto a los mušrikūn, había pasado muchas
horas frente a sus ídolos. Ahora permanecía muchas horas
con los musulmanes en la presencia del Dios Uno y único,
rezando y ayunando.
Antes había colaborado con los mušrikūn y había tomado
parte en muchos actos de agresión y guerra contra el Islam.
Ahora ocupaba un lugar en las filas del ejército musulmán,
luchando valerosamente, enfrentándose al fuego de Persia y
a la injusticia y opresión del imperio bizantino.
Con este ánimo partió a Siria con los ejércitos musulma-
nes y participó en la Batalla de Yarmūk contra de los bizanti-
nos, una batalla que fue especialmente feroz en su intensidad.
Suhail era una persona que amaba profundamente su lu-
gar de nacimiento. A pesar de ello, se negó a regresar a Meca
después de la victoria de los musulmanes en Siria. Decía:
“Oí decir al Enviado de Dios -la paz sea con él: ‘La salida de
uno de vosotros durante una hora por la causa de Dios es
mejor para él que todos los trabajos de su vida entre los su-
yos.’” Sabiendo esto, se prometió: “Seré un murābit en la sen-
da de Dios hasta que muera y no regresaré a Meca.”
Durante el resto de su vida, Suhail se mantuvo fiel a su
promesa. Murió en Palestina, en la pequeña aldea de ʿAmawas,
cerca de Jerusalén.

167
28. ZAYD IBN ṮĀBIT
ESTAMOS EN EL SEGUNDO año de la hégira. Medina, la ciudad del
Profeta s, bulle de actividad mientras los musulmanes se
preparan para la larga marcha hacia el sur, hacia Badr.
El noble Profeta s realiza una última inspección del pri-
mer ejército en ser movilizado bajo su liderato para empren-
der el ŷihād en contra de los que habían perseguido a los mu-
sulmanes durante muchos años y que seguían aún empeña-
dos en acabar con su misión.
Un joven, que aún no habría alcanzado los trece años,
acudió dispuesto a unirse a las filas. Era un muchacho des-
pierto y seguro de sí. Sostenía en sus manos una espada que
era tan larga o posiblemente algo mayor que su propia esta-
tura. Se dirigió al Profeta -la paz y las bendiciones de Dios
sean con él-, y le dijo:
“Me entrego a tu servicio, oh Enviado de Dios. Déjame sa-
lir contigo y combatir a los enemigos de Dios bajo tu estan-
darte.”
El noble Profeta s le miró con admiración y le dio unos
golpecitos en el hombro con ternura. Elogió su valentía pero
rehusó enlistarle por considerarle aún demasiado joven.
El muchacho, Zayd ibn Ṯābit, dio media vuelta y se
marchó, abatido y triste. Mientras se iba, caminando con pa-
sos lentos y medidos, clavó la espada en la tierra como signo
de su enfado. Se le negaba el honor de acompañar al Profeta
s en su primera campaña. Detrás de él, se encontraba su
madre, an-Nuwar bint Mālik. Ella también se sentía abatida y
triste. Había deseado ver a su joven hijo salir con el ejército
de muŷāhidūn para que estuviese con el Profeta en aquel mo-
mento crítico.
ZAYD IBN ṮĀBIT

Un año después, mientras se realizaban preparativos para


el segundo encuentro con los Quraiš, que se produjo en
Uḥud, un grupo de muchachos que portaban diversas armas
–espadas, lanzas, arcos y flechas y escudos-, se dirigieron al
Profeta s. Querían alistarse para cualquier labor dentro de
las filas musulmanas. Algunos de ellos, como Rāfiʿ ibn Jadīŷ y
Samūra ibn Ŷundub, que pese a su edad demostraron ser
fuertes y hábiles en la lucha y el manejo de armas, fueron
admitidos por el Profeta en las filas de los musulmanes.
Otros, como ʿAbdullāh, el hijo de ʿUmar y Zayd ibn Ṯābit fue-
ron considerados por el Profeta demasiado jóvenes e inma-
duros todavía para combatir. Prometió, no obstante, tenerlos
en cuenta para una campaña posterior. No fue hasta la Bata-
lla del Foso, cuando Zayd contaba ya dieciséis años, cuando
por fin se le permitió tomar las armas en defensa de la comu-
nidad musulmana.
Aunque Zayd desease ardientemente participar en las ba-
tallas, no es como guerrero por lo que es conocido principal-
mente. Tras ser rechazado para la campaña de Badr, se re-
signó al hecho de que era demasiado joven para luchar en
grandes batallas. Su mente despierta buscó otros campos de
servicio, que no estuvieran relacionados con la edad y que
pudieran acercarle al Profeta -la paz sea con él. Pensó en el
campo del conocimiento y en particular en la memorización
del Corán. Mencionó esta idea a su madre y ella se mostró
encantada e inmediatamente le prestó su ayuda a que lograse
su ambición. An-Nuwar habló con algunos hombres de los
Anṣār sobre el anhelo de su hijo y éstos a su vez le menciona-
ron el asunto al Profeta, diciéndole:
“Oh Enviado de Dios, nuestro hijo Zayd ibn Ṯābit ha me-
morizado diecisiete suras del Libro de Dios y las recita exac-
tamente como te fueron reveladas. Además lee y escribe bien.
Es en este campo de servicio en el que desea estar cerca de ti.
Escúchale si te parece bien.”
El Profeta -la paz sea con él-, escucho recitar a Zayd algu-
nos de los suras que había memorizado. Su recitación era
clara y hermosa, y sus paradas y pausas mostraban claramen-

169
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

te que entendía bien lo que leía. El Profeta s se mostró com-


placido. De hecho vio que la habilidad de Zayd excedía las
recomendaciones que habían hecho sus parientes. El Profeta
le encomendó entonces una tarea que requería inteligencia,
pericia y persistencia.
“Zayd, aprende la escritura de los judíos,” ordenó el Profeta.
“A tus órdenes, Enviado de Dios,” repuso Zayd y se puso a
estudiar hebreo con entusiasmo. Adquirió gran pericia en
ello y escribía en esta lengua los documentos del Profeta
cuando éste quería comunicarse con los judíos. Zayd asimis-
mo leía y traducía los documentos en hebreo cuando los jud-
íos escribían al Profeta s. El Profeta le ordenó que aprendie-
se también siríaco, lo que también hizo. Zayd llegó así a des-
empeñar la importante función de interprete del Profeta en
sus relaciones con pueblos no árabes.
El entusiasmo y pericia de Zayd eran evidentes. Cuando el
Profeta s llegó a confiar en su fidelidad en el cumplimiento
de sus deberes y el cuidado, precisión y entendimiento con
los que realizaba sus tareas, confió a Zayd la pesada respon-
sabilidad de poner por escrito la revelación divina.
Cada vez que una porción del Corán era revelada al Profe-
ta, solía llamar a Zayd y le ordenaba que trajese consigo sus
materiales de escritura, “el pergamino, el tintero y la escápu-
la,” y que pusiese por escrito la revelación.
Zayd no era el único escriba del Profeta s. Una fuente
enumera cuarenta y ocho personas que solían escribir para
él. Zayd destacaba sobre todos ellos. No sólo escribía sino que
durante la vida del Profeta recopiló porciones del Corán es-
critas por otros y las ordenó bajo la supervisión del Profeta.
Se dice que solía afirmar:
“Acostumbrábamos a recopilar el Corán de pequeños ma-
nuscritos en presencia del Profeta.”
De esta forma, Zayd experimentó el Corán directamente
del propio Profeta. Podía decirse que creció con los versículos
del Corán, comprendiendo bien las circunstancias que rodea-
ron el descenso de cada revelación. De esta forma, llegó a
familiarizarse a fondo con los secretos de la Šarīʿa y desde

170
ZAYD IBN ṮĀBIT

muy joven consiguió una merecida reputación como un des-


tacado erudito entre los compañeros del Profeta.
Después de la muerte del Profeta, -Dios le bendiga y le dé
paz-, recayó sobre este joven afortunado que se había espe-
cializado en el Corán la tarea de autentificar la primera y más
importante referencia de la umma de Muḥammad s. Esta se
hizo una tarea urgente después de las guerras contra la apos-
tasía y la Batalla de Yamāma en particular, en la que murie-
ron muchos de los que habían memorizado el Corán.
ʿUmar convenció al califa Abū Bakr de que a menos que el
Corán fuese recopilado en un manuscrito, se corría el peligro
de que gran parte de él se perdiese. Abū Bakr llamó a Zayd
ibn Ṯābit y le dijo:
“Eres un joven inteligente y no hay sospechas de ti [de
que mientas o sufras olvidos] y solías escribir la revelación
divina para el Enviado de Dios s. Recoge pues [todos los
fragmentos de] el Corán y reúnelo en un manuscrito.”
Zayd comprendió inmediatamente la pesada responsabili-
dad que se le encomendaba. Más tarde diría:
“Por Dios, si [Abū Bakr] me hubiese ordenado mover una
montaña de su sitio, no lo hubiera considerado más difícil
que lo que me ordenaba sobre la recopilación del Corán.”
Zayd finalmente aceptó la tarea y, según su testimonio:
“empecé a localizar el material coránico y a recopilarlo de
pergaminos, omóplatos de animales, hojas de palmera y del
recuerdo de las gentes [que lo habían memorizado].”
Era una tarea minuciosa y Zayd tuvo cuidado de que
ningún error, por pequeño que fuese, se deslizase en su tra-
bajo. Cuando Zayd hubo terminado su trabajo, entregó las
ṣuḥuf, o hojas finales, a Abū Bakr. Antes de morir, Abū Bakr
confió estas ṣuḥuf a ʿUmar, quien a su vez las dejó a su hija
Ḥafṣa. Ḥafṣa, Umm Salama y ʿĀʾiša eran esposas del Profeta, -
Dios esté complacido de ellas-, que habían memorizado el
Corán.
En tiempos de ʿUṯmān, cuando el Islam se había extendido
ya en todas direcciones, se hicieron evidentes algunas dife-
rencias en la lectura del Corán. Un grupo de compañeros del

171
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Profeta s, encabezados por Ḥuḏaifa ibn al-Yamān, que se


encontraba por entonces destacado en Iraq, acudieron a
ʿUṯmān y le instaron a que “salvara a la umma musulmana
antes de que empezase a diferir acerca del Corán.”
ʿUṯmān pidió el manuscrito del Corán a Ḥafṣa y de nuevo
llamó a su máxima autoridad, Zayd ibn Ṯābit, y a otros com-
pañeros expertos para que hiciesen copias exactas del mis-
mo. A Zayd se le encomendó la dirección de esta operación, y
cumplió con su labor con la misma escrupulosidad con la que
había recopilado las ṣuḥuf originales en tiempos de Abū Bakr.
Zayd y sus ayudantes realizaron muchas copias. ʿUṯmān
envió una de ellas a cada provincia musulmana con órdenes
de que el resto de los materiales que contuviesen fragmentos
o manuscritos completos fuesen quemados. Esto era impor-
tante para eliminar cualquier diferencia o discrepancia fren-
te al texto normalizado del Corán. ʿUṯmān se reservó un
ejemplar para sí y devolvió el manuscrito original a Ḥafṣa.
Zayd ibn Ṯābit se convirtió así en una de las autoridades
más destacadas sobre el Corán. ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb dirigió a
los musulmanes en una ocasión estas palabras:
“Oh gentes, quien quiera preguntar algo sobre el Corán,
que acuda a Zayd ibn Ṯābit.”
Por esto, los buscadores de conocimiento entre los com-
pañeros del Profeta s y de la generación que les sucedió,
llamados los ‘tābiʿūn’, acudieron de todos los lugares para
beneficiarse de su conocimiento. Cuando Zayd murió, Abū
Huraira dijo:
“Hoy ha muerto el sabio de la umma.”
Cuando un musulmán sostiene el Corán en sus manos y lo
recita, o escucha su recitación, sura tras sura, āya tras āya,
debería saber que tiene una enorme deuda de gratitud y de
reconocimiento con un compañero del Profeta s realmente
grande, Zayd ibn Ṯābit, por su labor de preservar para tiem-
pos futuros el Libro de la Sabiduría Eterna. En verdad, Dios,
glorificado y ensalzado sea, dijo:
“Ciertamente, somos Nosotros quienes hemos hecho descender,
gradualmente, este recordatorio: y, ciertamente somos Nosotros

172
ZAYD IBN ṮĀBIT

quienes lo protegeremos en verdad [de cualquier alteración].”


(Corán, 15:9)

173
29.
29. ʿABDULLĀH IBN ʿABBĀ
BDULLĀ BBĀS

ʿABDULLĀH era hijo de ʿAbbās, tío del noble Profeta s. Nació


sólo tres años antes de la hégira. Por tanto, cuando el Profeta
murió, ʿAbdullāh contaba sólo trece años.
Al nacer, su madre le llevó al Profeta s quien puso algo
de saliva en la lengua del bebé aún antes de que empezase a
mamar. Este fue el comienzo de un vínculo íntimo y cercano
entre ʿAbbās y el Profeta, que se convertiría en un amor y
devoción duraderos.
Cuando ʿAbdullāh alcanzó la adolescencia, se puso al ser-
vicio del Profeta s. Se encargaba de traerle el agua cuando
éste quería hacer wuḍūʾ. Durante el ṣalā, se situaba detrás del
Profeta en la oración y cuando el Profeta emprendía un viaje
o una expedición, le seguía siempre detrás. ʿAbdullāh se con-
virtió así en la sombra del Profeta, acompañándole a todas
partes.
En todas esas situaciones, se mostraba atento y despierto
a todo lo que el Profeta s hacía o decía. Su corazón estaba
lleno de entusiasmo y su joven mente, pura y ágil, memori-
zaba las palabras del Profeta con la capacidad y precisión de
un instrumento de grabación. De esta forma y mediante sus
continuas investigaciones posteriores -como luego veremos-,
ʿAbdullāh se convirtió en uno de los mayores sabios entre los
compañeros del Profeta, conservando para generaciones pos-
teriores de musulmanes, las preciosas palabras del Enviado
de Dios s. Se dice que consiguió memorizar cerca de mil
seiscientos sesenta dichos del Profeta que se encuentran re-
unidos y autentificados en las recopilaciones de al-Bujārī y
Muslim.
El Profeta s a menudo solía atraer hacia sí al niño
ʿAbdullāh, darle palmaditas en el hombro y rezar:
ʿABDULLĀH IBN ʿABBĀS

“Oh Señor, haz que adquiera una profunda comprensión


de la religión del Islam e instrúyele en el significado y la in-
terpretación de las cosas.”
En numerosas ocasiones el Profeta repitió este duʿāʾ, o ple-
garia, por su primo y pronto ʿAbdullāh ibn ʿAbbās compren-
dió que su vida debía dedicarse al estudio y a la búsqueda de
conocimiento.
El Profeta además rezó para que no sólo le fuera concedi-
do conocimiento y comprensión sino también sabiduría.
ʿAbdullāh relataba el siguiente incidente acerca de sí mismo:
“En una ocasión, el Profeta -la paz sea con él-, se disponía
a hacer wuḍūʾ. Me apresuré entonces a traerle agua. Se
mostró complacido de lo que yo hacía y cuando se preparaba
para empezar el ṣalā, me indicó que me situase a su lado. Yo,
sin embargo, me coloqué detrás de él. Cuando acabó el ṣalā, se
volvió y me dijo:
“¿Por qué no te pusiste a mi lado, oh ʿAbdullāh?”
‘Usted es demasiado respetable y grande en mi parecer
para que yo me sitúe a su lado,’ repuse.
Entonces, elevando sus manos a los cielos, el Profeta s
imploró:
‘Oh Señor, concédele sabiduría.’”
Indudablemente, la plegaria del Profeta s fue aceptada,
pues el joven ʿAbdullāh habría de demostrar una y otra vez
que poseía una sabiduría que excedía sus pocos años. Pero
esta sabiduría le llegaba sólo con la devoción y con su persis-
tente búsqueda de conocimiento, tanto en vida del Profeta
como después de su muerte.
Mientras el Profeta vivía, ʿAbdullāh no se perdía ninguna
de las reuniones y memorizaba todo lo que decía. Después del
fallecimiento del Profeta s, acudía a visitar a todos los com-
pañeros que podía, especialmente aquellos que más habían
tratado al Profeta, y aprendía de ellos lo que el Profeta les
había enseñado. Cuando se enteraba de que alguien conocía
un ḥadīṯ del Profeta s que él mismo desconocía, iba rápida-
mente a visitarle y lo memorizaba. Sometía a un estricto es-
crutinio todo lo que oía y lo comparaba con otras informa-

175
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ciones. Llegó a acudir hasta a treinta compañeros para verifi-


car una sola cuestión.
ʿAbdullāh relataba lo que hizo una vez al escuchar que un
compañero del Profeta s sabía un ḥadīṯ que le era desconoci-
do:
“Fui a verle durante la siesta y extendí mi manto frente a
su puerta. El viento me arrojaba el polvo a la cara [mientras
esperaba por él]. Si hubiera querido podía haberle pedido
permiso para entrar y sin duda me lo hubiera dado. Pero pre-
ferí esperarle para dejarle descansar en paz. Al salir de su
casa y verme en aquel estado, me dijo:
‘¡Oh primo del Profeta! ¿Por qué haces esto? Si me hubie-
ses mandado llamar hubiese acudido a verte.’
‘Soy yo quien debe venir a visitarte, pues el conocimiento
se busca –no viene por sí solo,’ le dije. Le pregunté entonces
acerca del ḥadīṯ y lo aprendí de él.”
Con esta dedicación a su tarea, ʿAbdullāh preguntaba a
unos y otros y persistía en sus indagaciones. Luego examina-
ba y filtraba la información que había recogido con su mente
aguda y meticulosa.
Pero ʿAbdullāh no sólo se especializó en la recopilación de
aḥādīṯ. Se dedicó también a adquirir conocimiento en muchos
otros campos. Sentía gran admiración por gentes como Zayd
ibn Ṯābit, el compilador de la revelación, juez supremo y ju-
risconsulto de Medina, experto en las leyes de la herencia y
en la lectura del Corán. Cuando Zayd se disponía a salir de
viaje, el joven ʿAbdullāh se situaba humildemente a su lado y
cogiendo las riendas de su montura adoptaba la actitud de un
humilde criado en presencia de su amo. Zayd le decía entonces:
“No lo hagas, oh primo del Profeta.”
“Así se nos ordena tratar a los sabios entre nosotros,” sol-
ía decir ʿAbdullāh.
Y Zayd le decía a su vez:
“Déjame ver tu mano.” ʿAbdullāh le extendía la mano y
Zayd, la cogía y la besaba y le decía:
“Así se nos ordena tratar a los ahl al-bait –los miembros de
la familia del Profeta s.”

176
ʿABDULLĀH IBN ʿABBĀS

ʿAbdullāh creció en conocimiento y en apostura. Masrūq


ibn al-Ayda dijo de él:
“Cada vez que veía a Ibn ʿAbbās me decía: Es el más apues-
to de los hombres; cuando hablaba, me decía: Es el hombre
más elocuente; y cuando mantenía una conversación, me de-
cía: Es el hombre con más conocimiento de los que conozco.”
El Califa ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb buscaba a menudo su consejo
en asuntos importantes de gobierno y solía describirle como
“un joven lleno de madurez.”
Saʿd ibn Abī Waqqāṣ le describió con estas palabras:
“No he conocido a nadie con una comprensión tan rápida,
que posea más conocimiento y mayor sabiduría que Ibn
ʿAbbās. He visto cómo ʿUmar le hacía llamar para discutir
problemas difíciles en presencia de los veteranos de Badr
entre los Muhāŷirūn y los Anṣār. Cuando Ibn ʿAbbās hablaba,
ʿUmar siempre tenía en cuenta su opinión.”
Son estas cualidades las que hicieron que ʿAbdullāh ibn
ʿAbbās fuera conocido como “el sabio de esta Umma.”
ʿAbdullāh ibn ʿAbbās no se contentaba con acumular co-
nocimientos. Sentía que era su deber hacia la umma el educar
a los que buscaban conocimiento y a las masas de la comuni-
dad musulmana. Se dedicó a la enseñanza y su casa se convir-
tió en una universidad –sí, una universidad en el sentido ple-
no de la palabra; una universidad de enseñanza especializada
pero con la diferencia de que tenía un solo profesor:
ʿAbdullāh ibn ʿUmar.
Se produjo una respuesta entusiasta a las clases imparti-
das por ʿAbdullāh. Uno de sus compañeros describe una es-
cena típica frente a su casa:
“Vi a una gente que convergía por las calles que iban
hacia su casa hasta que apenas quedaba sitio frente a su casa.
Entré en ella y le conté lo de la muchedumbre en su puerta y
me dijo:
‘Tráeme agua para hacer wuḍūʾ.’
Hizo wuḍūʾ y, habiéndose sentado, dijo:
‘Sal y diles: Quien quiera preguntar acerca del Corán y su
lectura, que entre.’

177
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Así lo hice y la gente entró hasta que la casa se llenó. En


todo lo que le preguntaron, ʿAbdullāh fue capaz de elucidar y
aún dar información adicional más allá de lo que se le pedía.
Luego dijo [a los presentes]:
‘Haced sitio a vuestros hermanos.’
Después me dijo: ‘Sal y di: Quien quiera preguntar acerca
del Corán y su interpretación, que entre.’
De nuevo la casa se llenó y ʿAbdullāh elucidó las cuestio-
nes y dio más información de la que se le pedía.”
Y así prosiguió con otros grupos de gente que querían
aclarar cuestiones sobre fiqh (jurisprudencia), lo ḥalāl y lo
ḥarām (lo lícito y lo prohibido en el Islam), las leyes de la
herencia, la lengua árabe, poesía y etimología.
A fin de evitar la aglomeración de los numerosos grupos
de gente que venían a plantear distintos temas en un mismo
día, ʿAbdullāh decidió dedicar un día exclusivamente a cada
disciplina particular. Un día enseñaba sólo exégesis coránica,
mientras que en otro trataba sólo de fiqh (jurisprudencia).
Asignó asimismo días especiales a las magāzi, o campañas
bélicas del Profeta s, a la poesía y a la historia de los árabes
antes del Islam.
ʿAbdullāh ibn ʿAbbās demostraba en sus enseñanzas una
poderosa memoria y un intelecto formidable. Sus explicacio-
nes eran precisas, claras y lógicas. Sus argumentos eran per-
suasivos y estaban apoyados en pruebas textuales y hechos
históricos.
Una ocasión en la que brillaron sus extraordinarias dotes
de persuasión ocurrió durante el califato de ʿAlī. Un numero-
so grupo de partidarios de ʿAlī en su enfrentamiento con
Muʿāwiya acababan de abandonarle. ʿAbdullāh ibn ʿAbbās fue
a ver a ʿAlī y le pidió permiso para hablar con ellos. ʿAlī duda-
ba por temor a que ʿAbdullāh se pusiera en una situación pe-
ligrosa, pero finalmente cedió ante el optimismo de ʿAbdullāh
de que nada anormal ocurriría.
ʿAbdullāh fue a entrevistarse con el grupo. Los encontró
entregados a la oración. Algunos de ellos no querían dejarle
hablar, pero otros estaban dispuestos a escucharle.

178
ʿABDULLĀH IBN ʿABBĀS

“Decidme,” les preguntó ʿAbdullāh, “¿cuáles son vuestras


quejas contra el primo del Profeta s, el marido de su hija y el
primero de los que creyeron en él?”
“Los hombres empezaron a relatarle sus tres quejas prin-
cipales contra ʿAlī. Primero, que había nombrado a unos
hombres para que juzgasen en asuntos relativos a la religión
de Dios –es decir, que ʿAlī había aceptado el arbitraje de Abū
Mūsā al-Ašʿarī y de ʿAmr ibn al-ʿĀṣ en la disputa frente a
Muʿāwiya. Segundo, que combatió y no tomó botín ni prisio-
neros de guerra. Tercero, que no había insistido en asumir el
título de Amīr al-muʾminīn durante el proceso de arbitraje, a
pesar de que los musulmanes le habían jurado lealtad a él y
de que era su legítimo Emir. Para ellos todo esto era signo de
debilidad y una señal de que ʿAlī aceptaba que su legítima
posición como Amir al-muʾminīn fuese deshonrada.
En respuesta a esto, ʿAbdullāh les preguntó si cuando él
les citase versículos del Qur’ān y dichos del Profeta s ante
los que ellos no tuviesen objeción y que respondían a sus
críticas, ellos estarían dispuestos a cambiar de opinión. Res-
pondieron que así lo harían, y entonces ʿAbdullāh prosiguió:
“En cuanto a vuestra declaración de que ʿAlī ha nombrado
a unos hombres para que juzguen acerca de asuntos relativos
a la religión de Dios, Dios, glorificado y ensalzado sea, dice:
“¡Oh vosotros que habéis llegado a creer! No matéis caza mientras
estéis de peregrinación. Y quien de vosotros la mate intencionada-
mente, [deberá ofrecer] una compensación en ganado equivalente a
lo que mató –a juicio de dos personas justas de entre vosotros-, que
será entregada como ofrenda a la Kaʿba.” (Corán, 5:95)
“¡Os pregunto, por Dios! ¿No es acaso el juicio de unos
hombres en asuntos relativos a la salvaguarda de su sangre y
de sus vidas, y hacer las paces entre ellos, más digno de aten-
ción que el juicio sobre un conejo cuyo valor no excede un
cuarto de dirham?”
Su respuesta fue que desde luego el arbitraje era más im-
portante en el caso de preservar las vidas de los musulmanes
y restaurar la paz entre ellos que sobre la caza en el recinto

179
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

sagrado para la cual Dios había previsto el arbitraje de los


hombres.
“¿Hemos concluido, pues, con ese punto?” -preguntó
ʿAbdullāh y su respuesta fue:
“Allāhumma, naʿam – ¡Oh Dios, sí!”
ʿAbdullāh prosiguió:
“En cuanto a vuestra declaración de que ʿAlī luchó y no
tomó prisioneros de guerra como hizo el Profeta -¿deseáis
realmente tomar a vuestra ‘madre’ ʿĀʾiša por prisionera y
tratarla con la libertad con que suele tratarse a los cautivos?
Si vuestra respuesta es ‘Sí’, habréis caído en kufr (increduli-
dad). Y si decís que no es vuestra ‘madre’, habréis caído tam-
bién en kufr, pues Dios, glorificado y ensalzado sea, ha dicho:
“El Profeta tiene mayor derecho sobre los creyentes que ellos so-
bre sí mismos, y sus esposas son sus madres.” (Corán, 33:6)
“Escoged lo que prefiráis,” dijo ʿAbdullāh, y luego les pre-
guntó:
“¿Hemos acabado ya con este punto?” -y de nuevo su res-
puesta fue:
“Allāhumma, naʿam – ¡Oh Dios, sí!”
ʿAbdullāh prosiguió:
“En cuanto a la afirmación de que ʿAlī ha abandonado el
título de Amīr al-muʾminīn, (recordad que) el propio Profeta -
la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, con ocasión del
pacto de Ḥudaibīya, exigió que los mušrikūn escribieran en el
documento que se disponía a firmar con ellos: ‘Esto es lo que
Enviado de Dios ha acordado...’ -y ellos objetaron: ‘Si creyé-
semos que eres el Enviado de Dios no te habríamos impedido
la entrada a la Kaʿba ni te habríamos combatido. Escribe más
bien: ‘Muḥammad, hijo de ʿAbdullāh.’ El Profeta s aceptó su
exigencia diciendo: ‘Por Dios, yo soy el Enviado de Dios aun-
que me rechacen.’”
Entonces, ʿAbdullāh ibn ʿAbbās preguntó a los disidentes:
“¿Hemos acabado pues con este punto?” -y su respuesta
fue otra vez:
“Allāhumma, naʿam – ¡Oh Dios, sí!”

180
ʿABDULLĀH IBN ʿABBĀS

Uno de los frutos de esta confrontación verbal en la que


ʿAbdullāh desplegó su profundo conocimiento del Corán y de
la sīra del Profeta s, así como sus notables dotes persuasivas
y de argumentación, fue que la mayoría de los disidentes,
unos veinte mil, volvieron a las filas de ʿAlī. Unos cuatro mil,
sin embargo, siguieron recalcitrantes en su posición. Estos
recibirían luego el nombre de Jariŷíes.
En esta ocasión y en muchas otras, el valeroso ʿAbdullāh
mostró que prefería la paz a la guerra, y la lógica a la violen-
cia y el uso de la fuerza. Sin embargo, no sólo era conocido
por su coraje, su agudeza intelectual y su vasto conocimien-
to. También era conocido por su gran generosidad y hospita-
lidad. Algunos de sus contemporáneos dijeron de su casa:
“No hemos conocido una casa que ofrezca más bebida re-
frescante, fruta y conocimiento que la casa de Ibn ʿAbbās.”
Sentía una constante y genuina preocupación por la gen-
te. Era considerado y amable. En una ocasión dijo:
“Cuando comprendo la importancia de un versículo del Li-
bro de Dios, quisiera que todo el mundo supiera lo que yo sé.
“Cuando oigo hablar de un gobernante musulmán que go-
bierna con equidad y trata justamente a la gente, me siento
feliz por él y rezo por su alma...
“Cuando llega a mis oídos que la lluvia cae en tierras de
musulmanes, me lleno de felicidad....”
ʿAbdullāh ibn ʿAbbās era constante en sus devociones.
Realizaba regularmente ayunos voluntarios y a menudo se
mantenía en oración durante la noche. Solía llorar mientras
rezaba o leía el Corán. Y cuando leía versículos que trataban
sobre la muerte, la resurrección y la vida en el Más Allá, su
voz sonaba grave por su profundo llanto.
Falleció a la edad de setenta y un años en la montañosa
ciudad de Ṭāʾif.

181
30. RAMLA BINT ABĪ SUFYĀN
UFYĀN

ABŪ SUFYĀN IBN ḤARB no podía concebir que nadie entre los
Quraiš se atreviese a desafiar su autoridad u oponerse a sus
órdenes. Después de todo, él era el sayyid o jefe de Meca, y
debía ser obedecido y seguido.
Su hija Ramla, conocida como Umm Ḥabība, se atrevió sin
embargo a desafiar su autoridad al rechazar a las deidades de
Quraiš y sus prácticas idólatras. Junto con su marido,
ʿUbaidullāh ibn Ŷahš, puso su fe en Allāh solo y aceptó el
mensaje de Su Profeta, Muḥammad ibn ʿAbdullāh s.
Abū Sufyān usó de todos los medios y fuerza de que dis-
ponía para devolver a su hija y a su marido a su religión, a la
religión de sus antepasados, pero fue inútil. La fe que había
arraigado en el corazón de Ramla era demasiado fuerte para
ser desalojada por los vendavales de la furia de Abū Sufyān.
Abū Sufyān se sentía profundamente preocupado y ape-
nado de que su hija se hubiese convertido al Islam. No sabía
cómo presentarse ante los Quraiš después de que ella contra-
riase su voluntad, y se sentía impotente para evitar que si-
guiese a Muḥammad s. Cuando los Quraiš, sin embargo,
comprendieron que Abū Sufyān estaba enfadado con Ramla y
su esposo, se envalentonaron y empezaron a tratarles con
dureza. Desataron contra ellos toda la ferocidad de su perse-
cución hasta tal punto que su vida en Meca se hizo insopor-
table.
En el quinto año de su misión, el Profeta s dio permiso a
los musulmanes para que emigrasen a Abisinia. Ramla, su
pequeña hija Ḥabība, y su esposo marcharon entre los emi-
grantes.
Abū Sufyān y los jefes de Quraiš no podían aceptar que un
grupo de musulmanes hubiera escapado a su red de persecu-
RAMLA BINT ABĪ SUFIĀN

ción y disfrutasen de libertad para vivir según sus creencias y


practicar su religión en el país del Negus. Por ello, enviaron
mensajeros al Negus para que éste concediese su extradición.
Los mensajeros trataron de envenenar la mente del Negus en
contra de los musulmanes, pero éste, después de examinar
las creencias de los musulmanes y escuchar la recitación del
Corán, dictaminó:
“Lo que ha sido revelado a vuestro Profeta Muḥammad y lo
que Jesús hijo de María predicó vienen de la misma fuente.”
El propio Negus declaró su fe en el Dios Único y su acepta-
ción de la Profecía de Muḥammad -la paz sea con él. Anunció
asimismo su determinación de proteger a los musulmanes
emigrados en su país.
La larga marcha por el camino de las dificultades y pena-
lidades había desembocado finalmente en un oasis de sereni-
dad. Así se sentía Umm Ḥabība. Pero ella no sabía que su
nueva libertad y su sensación de paz iban a verse amenaza-
das. Habría de superar aún una prueba realmente dura y per-
turbadora.
Se cuenta que una noche, mientras Umm Ḥabība dormía
tuvo una visión en la que veía a su marido en medio de un
profundo océano cubierto por nubarrones de tinieblas. Esta-
ba en una situación extremadamente peligrosa. Se despertó
atemorizada. Sin embargo, no quiso contar a su marido ni a
nadie lo que había soñado.
No había transcurrido el día después de aquella noche si-
niestra cuando ʿUbaidullāh ibn Ŷahš declaró que rechazaba el
Islam y se convertía al cristianismo. ¡Qué golpe tan terrible!
La paz que Ramla había sentido se desmoronó. No esperaba
esto de su marido, el cual le dio a elegir entre el divorcio o su
conversión al cristianismo.
Umm Ḥabība tenía tres opciones. Podía quedarse con su
marido y aceptar su invitación a convertirse al cristianismo,
en cuyo caso cometería apostasía ella también y –Dios no lo
quiera-, se haría merecedora de la ignominia en este mundo y
en la Otra Vida. Decidió que jamás elegiría esto aunque fuese
sometida a la más horrible de las torturas. O bien, podía re-

183
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

gresar a la casa de su padre en Meca –aunque sabía que segu-


ía siendo una fortaleza de širk y se vería obligada a vivir bajo
su autoridad, sometida y obligada a ocultar su fe. O podía
quedarse sola en el país del Negus como refugiada –sin pa-
tria, sin familia y sin protector.
Tomó la decisión que consideró la más agradable a Dios.
Decidió quedarse en Abisinia hasta que Dios le ofreciese una
salida. Se divorció de su marido, el cual falleció poco después
de hacerse cristiano. Le había dado por frecuentar las taber-
nas y abusar del alcohol, ‘madre de todos los males’, y esto
contribuyó sin duda a su destrucción.
Umm Ḥabība permaneció en Abisinia unos diez años.
Hacia el final de este período, llegaron el alivio y la felicidad.
Le llegó de donde menos podía esperarlos.
Una brillante mañana muy temprano alguien llamó con
fuerza a su puerta. Era Abraha, la sirviente personal del Ne-
gus. Abraha se mostró resplandeciente de alegría al saludar a
Umm Ḥabība y le dijo:
“El Negus te manda saludos y te anuncia que Muḥammad,
el Enviado de Dios s, quiere que te cases con él y le ha en-
viado una carta en la que le nombra su wakīl para realizar el
contrato de matrimonio entre tú y él. Si aceptas, debes nom-
brar un wakīl para que actúe en tu nombre.”
Umm Ḥabība se sentía en las nubes de tanta felicidad. Se
gritó a sí misma:
“Dios te envía buenas nuevas. Dios te envía buenas nue-
vas.” Se quitó las joyas –su collar y sus pulseras—y se los dio a
Abraha. Se quitó también sus anillos y se los dio. Y, en ver-
dad, si hubiera poseído todos los tesoros de la tierra, se los
habría dado a Abraha en aquel momento de intensa dicha.
Finalmente, le dijo a Abraha:
“Nombraré a Jālid ibn Saʿīd ibn al-ʿĀṣ como mi wakīl, pues
es la persona más próxima a mí.”
En el palacio del Negus, situado entre hermosos jardines y
una frondosa vegetación, el grupo de musulmanes residentes
en Abisinia se congregó en uno de sus brillantes salones, lu-
josamente decorado y amueblado con suntuosidad. Entre

184
RAMLA BINT ABĪ SUFIĀN

ellos estaban Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib, Jālid ibn Saʿīd, ʿAbdullāh
ibn Ḥuḏāfa as-Sahmī y otros. Se habían reunido para presen-
ciar la firma del contrato matrimonial entre Umm Ḥabība,
hija de Abū Sufyān, y Muḥammad, el Enviado de Dios s. Al
finalizar la ceremonia, el Negus se dirigió a los allí reunidos:
“Glorifico a Dios, el Santo, y declaro que no hay deidad sino
Allāh y que Muḥammad es Su Siervo y Su Enviado, y que
transmitió la buena nueva [el Evangelio] a Jesús hijo de María.
“El Enviado de Dios -la paz sea con él-, me ha pedido que
formalice el contrato matrimonial entre él y Umm Ḥabība, la
hija de Abū Sufyān. Acepto lo que me ha pedido y en su nom-
bre le hago entrega de un mahr, o dote, de cuatrocientos di-
nares de oro.” Entregó esta cantidad a Jālid ibn Saʿīd, el cual
se puso en pie y dijo:
“Alabado sea Dios. Le glorifico y solicito Su ayuda y Su
perdón y a Él me vuelvo en arrepentimiento. Declaro que
Muḥammad es Su Siervo y Enviado s, a quien Él ha enviado
con la religión de la recta guía y la verdad para que prevalez-
ca sobre todas las demás formas de religión, aunque esto dis-
guste a los incrédulos.
“He aceptado hacer lo que el Profeta -la paz sea con él-, ha
pedido y actúo como wakil en representación de Umm
Ḥabība, hija de Abū Sufyān. Que Dios bendiga a Su Enviado y
a su esposa.
“Mis felicitaciones a Umm Ḥabība por el bien que Dios ha
ordenado para ella.”
Jālid recogió el mahr y se lo entregó a Umm Ḥabība. En-
tonces los Ṣaḥāba se levantaron para irse, pero el Negus les
dijo:
“Sentaos, pues es costumbre de los profetas servir comida
en las bodas.”
Hubo regocijo general en la corte del Negus mientras los
huéspedes se sentaron de nuevo para comer y celebrar una
ocasión tan dichosa. Umm Ḥabība, especialmente, apenas
podía creerse su enorme fortuna y más tarde describiría lo
deseosa que estaba entonces de compartir su dicha. Dijo:

185
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Cuando recibí el dinero del mahr, envié cincuenta meti-


cales de oro a Abraha, por haberme traído la buena noticia, y
le dije:
‘Lo que te di cuando me trajiste la feliz noticia fue sólo
porque entonces no tenía dinero.’
“Al poco tiempo, Abraha volvió a verme y me devolvió el
dinero. Traía también un estuche que contenía el collar que
yo le había dado y me lo devolvió diciendo:
‘El Rey me ha ordenado que no acepte ningún regalo tuyo
y ha ordenado también a las mujeres de su casa que te rega-
len perfumes.’
“Al día siguiente, me trajo ambergris, azafrán y aloe, y me
dijo:
‘Quiero pedirte un favor.’
“¿De qué se trata?’ -le pregunté.
‘Me he convertido al Islam,’ me dijo, ‘y ahora sigo la reli-
gión de Muḥammad. Transmítele mis saludos de paz y dile
que creo en Allāh y en Su Profeta. Por favor, no lo olvides.’
Luego me ayudó a preparar mi viaje a reunirme con el Profe-
ta s.
“Cuando me encontré con el Profeta -la paz sea con él-, le
conté todos los preparativos que se habían hecho para la bo-
da y sobre mi relación con Abraha. Le dije que se había hecho
musulmana y le transmití sus saludos de paz. Él se alegró
mucho por la noticia y dijo:
‘Wa ʿalaiha as-salam wa raḥmatullāhi wa barakatuhu – y con
ella sea la paz, la misericordia y las bendiciones de Dios.’”

186
31. ʿABDULLĀH IBN SAL·LĀM
BDULLĀ

AL-ḤUSAIN IBN SAL·LĀM era un rabino judío de Yaṯrib muy res-


petado y honrado por la gente de la ciudad, hasta por aque-
llos que no eran judíos. Era famoso por su piedad y bondad,
su conducta recta y su veracidad.
Al-Ḥusain vivía una existencia tranquila y despreocupada,
pero era un hombre serio, decidido y organizado en la forma
en que usaba el tiempo. Cada día dedicaba un período de
tiempo a la oración, a enseñar y a predicar en el templo. Lue-
go pasaba un tiempo en su huerto, cuidando de las palmeras,
podando y polinizando. Luego, a fin de aumentar su com-
prensión y conocimiento de su religión, se dedicaba al estu-
dio de la Tora.
Se dice que, durante sus estudios, se sentía especialmente
impresionado por algunos versículos de la Tora que hacían
alusión a la llegada de un Profeta que completaría la misión
de los Profetas anteriores. Por esa razón, Al-Ḥusain se sintió
inmediatamente interesado al escuchar informaciones de la
aparición de un Profeta en Meca. Decía:
“Cuando escuché las noticias de la venida del Enviado de
Dios -la paz sea con él-, empecé a hacer indagaciones acerca
de su nombre, su genealogía, sus características, su tiempo y
lugar, y comparé toda esa información con lo que decían
nuestros libros. Por estas indagaciones, llegué al convenci-
miento de la autenticidad de su Profecía y me afirmé en la
veracidad de su misión. Sin embargo, oculté mis conclusiones
a los judíos. Contuve mi lengua...
“Luego, llegó el día en que el Profeta -la paz sea con él-,
abandonó Meca y vino a Yaṯrib. Cuando llegó a Yaṯrib y se
detuvo en Qubāʾ, un hombre entró corriendo en la ciudad,
llamando a la gente y anunciando la llegada del Profeta. En
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ese momento, yo me encontraba trabajando en lo alto de una


palmera. Mi tía, Jālida bint al-Ḥāriṯ, estaba sentada debajo de
un árbol. Al escuchar la noticia, grité:
‘¡Allāhu Akbar! ¡Allāhu Akbar! (¡Dios es Grande! ¡Dios es
Grande!)’
Cuando mi tía oyó mi takbīr, me recriminó:
‘¡Qué Dios te castigue...! Por Dios, si hubieras oído que
venía Moisés no te habrías alegrado tanto.’
¡Tía, por Dios, él es realmente el ‘hermano’ de Moisés y si-
gue su misma religión. Ha sido enviado con la misma misión
que Moisés.’
Ella se quedó en silencio un momento y luego dijo:
‘¿Es él el Profeta del que nos has hablado, el que vendrá a
confirmar la verdad predicada por los anteriores [Profetas] y
completar el mensaje de su Señor?’
‘Sí, es él,’ respondí.
Sin dudarlo un instante, fui inmediatamente a ver al Pro-
feta s. Encontré a una multitud ante su puerta. Atravesé la
muchedumbre hasta acercarme a él. Las primeras palabras
que le oí pronunciar fueron:
‘¡Oh gentes! Mantened la paz entre vosotros... Compartid
vuestra comida... Orad durante la noche mientras la gente
[normalmente] duerme... y entraréis en el Paraíso en paz...’
Le miré con detenimiento. Le examiné atentamente y tuve
el convencimiento de que su rostro no era el de un impostor.
Me acerqué aún más a él y pronuncié mi declaración de fe de
que no hay más deidad que Dios y que Muḥammad es el En-
viado de Dios.
El Profeta s se volvió a mí y preguntó:
‘¿Cómo te llamas?’
‘Al-Ḥusain ibn Sal·lām,’ respondí.
‘Desde hoy te llamarás ʿAbdullāh ibn Sal·lām,’ me dijo
(dándome un nuevo nombre).
‘De acuerdo,’ asentí yo. ‘ʿAbdullāh ibn Sal·lam [seré en ade-
lante]. Por Aquel que te ha enviado con la Verdad, no deseo
tener otro nombre desde ahora.’

188
ʿABDULLĀH IBN SAL·LĀM

Regresé a mi casa y les presenté el Islam a mi esposa, a mis


hijos y al resto de mi familia. Todos ellos se convirtieron,
incluida mi tía Jālida que era ya una señora mayor. Les acon-
sejé, no obstante, que ocultasen nuestra conversión al Islam a
los judíos hasta que yo les diese permiso, y estuvieron de
acuerdo.
Más adelante, fui a ver al Profeta -la paz sea con él-, y le
dije:
‘¡Oh Enviado de Dios! Los judíos son gente [inclinada a] la
calumnia y a la mentira. Quiero que invites a los más promi-
nentes entre ellos para que vengan a verte. [Durante su visi-
ta,] me mantendrás oculto de ellos en una de tus habitacio-
nes. Pregúntales acerca de mi posición entre ellos antes de
que sepan mi conversión al Islam. Luego invítales a que se
conviertan. Si supieran que me he hecho musulmán me ca-
lumniarían y me acusarían de las peores cosas.’
El Profeta s me escondió en una de sus habitaciones e in-
vitó a las personalidades más destacadas de los judíos a que
vinieran a verle. El les presentó el Islam y les instó a que tu-
vieran fe en Dios... Ellos entonces empezaron a disputar con
él y a contradecirle acerca de la Verdad. Cuando vio que no
estaban dispuestos a aceptar el Islam, les hizo una pregunta:
‘¿Cuál es la posición de Al-Ḥusain ibn Sal·lām entre voso-
tros?’
‘Es nuestro sayyid (jefe) e hijo de nuestro sayyid. Es nues-
tro rabino y nuestro ʿālim (sabio), el hijo de nuestro rabino y
ʿālim.’
‘Si supierais que se ha hecho musulmán, ¿aceptaríais vo-
sotros también el Islam?’ -les preguntó el Profeta.
‘¡Dios no lo quiera! Él jamás aceptaría el Islam. ¡Qué Dios le
proteja de hacerse musulmán!,’ dijeron [horrorizados].
Llegados a este punto, me presenté ante ellos y declaré:
‘¡Oh judíos! Sed conscientes de Dios y aceptad lo que
Muḥammad ha traído. Por Dios, ciertamente sabéis que es el
Enviado de Dios y podéis hallar las profecías acerca de él y su
nombre y descripción mencionados en vuestra Tora. En

189
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

cuanto a mí, declaro que es el Enviado de Dios. Creo en él y


doy testimonio de que es veraz. Le conozco.’
‘Eres un mentiroso,’ le gritaron. ‘Por Dios, eres un malva-
do y un ignorante, hijo de una persona malvada e ignorante.’
Y continuaron profiriendo toda clase de insultos contra mí...”
ʿAbdullāh ibn Sal·lām llegó al Islam con el alma sedienta de
conocimiento. Se dedicó devotamente al estudio del Corán y
pasaba largas horas recitando y estudiando sus hermosos y
sublimes versículos. Estaba profundamente ligado al Profeta
y frecuentaba su compañía.
Pasaba gran parte de su tiempo en la mezquita, ocupado
en la oración, aprendiendo y enseñando. Era famoso por su
dulce, emotiva y eficaz manera de enseñar a los círculos de
Ṣaḥāba que se reunían regularmente en la mezquita del Pro-
feta.
ʿAbdullāh ibn Sal·lām era conocido entre los Ṣaḥāba como
‘un hombre de Ahl al-Ŷanna’ –la gente del Paraíso. Esto era
debido a su práctica del consejo del Profeta s de aferrarse
con firmeza al ‘asidero más firme’, es decir, a la creencia y la
sumisión total a Dios.

190
32. MUḤAMMAD IBN MASLAMA
NEGRO, ALTO Y ROBUSTO, Muḥammad ibn Maslama destacaba
por encima de sus contemporáneos. Era un gigante entre los
compañeros del Profeta s, un gigante en cuerpo y un gigan-
te en acciones.
Es curioso que su nombre fuera ya Muḥammad antes de
hacerse musulmán. Parece como si este nombre fuera en sí
una indicación de que iba a ser uno de los primeros entre los
habitantes de Yaṯrib en hacerse musulmán y en seguir las
enseñanzas del gran Profeta s. (El nombre Muḥammad era
prácticamente desconocido entonces, pero desde que el Pro-
feta animó a los musulmanes a usarlo, se ha convertido en
uno de los nombres más utilizados en el mundo.)
Muḥammad ibn Maslama era ḥalif, o aliado, de la tribu Aus
de Medina, lo que indica que no era árabe. Se convirtió al
Islam con Muṣʿab ibn ʿUmair, el primer misionero enviado
por el Profeta de Meca a Medina. Se hizo musulmán antes
aún que Usaid ibn Ḥuḍair y Saʿd ibn Muʿāḏ que eran hombres
influyentes en la ciudad.
Cuando el Profeta -la paz sea con él-, emigró a Medina,
utilizó un método único para fortalecer los lazos de herman-
dad entre los Muhāŷirūn y los Anṣār. Emparejó a cada
Muhāŷir con un Anṣār. Esta relación contribuyó también a
aliviar las necesidades inmediatas de los Muhāŷirūn en cuan-
to a vivienda y comida, y creó una comunidad de creyentes
integrada.
El Profeta s era un agudo observador del carácter y el
temperamento y procuró siempre emparejar en hermandad a
personas de actitudes y gustos similares. Hermanó a
Muḥammad ibn Maslama con Abū ʿUbaida ibn al-Ŷarrāḥ. Al
igual que Abū ʿUbaida, Muḥammad ibn Maslama era tranqui-
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

lo y reflexivo y poseía un marcado sentido de la fidelidad y la


abnegación. Era asimismo valiente y decidido en la acción.
Era un notable jinete que realizó gestas de heroísmo y sacri-
ficio en servicio del Islam.
Muḥammad ibn Maslama participó en todas las campañas
militares del Profeta excepto en la expedición a Tabūk. En
aquella ocasión, él y ʿAlī se quedaron al mando del ejército
encargado de defender Medina. En años posteriores, solía
relatar escenas de esas batallas a sus diez hijos.
Existen muchos episodios en la vida de Muḥammad ibn
Maslama que muestran su carácter fiable y digno de confian-
za. Antes del comienzo de las hostilidades en la Batalla de
Uḥud, el Profeta y un destacamento de musulmanes que su-
maría unas setecientas personas pasaron la noche a campo
abierto. El Profeta s puso a cincuenta hombres bajo el man-
do de Muḥammad ibn Maslama con la misión de patrullar el
campamento durante toda la noche. En la batalla misma,
después del desastroso revés infligido a los musulmanes por
los Quraiš, durante el cual unos setenta musulmanes perdie-
ron la vida y muchos otros huyeron en desbandada, un pe-
queño grupo de creyentes defendieron valientemente al Pro-
feta hasta que cambió la suerte de la batalla. Muḥammad ibn
Maslama fue uno de ellos.
Muḥammad ibn Maslama estaba siempre dispuesto a res-
ponder a una llamada a la acción. En una ocasión escuchó al
Profeta s hablar a los musulmanes acerca de los propósitos
de los jefes judíos de la región.
Al comienzo de su estancia en Medina, el Profeta s había
firmado un pacto con los judíos de la ciudad que declaraba en
algunos de sus artículos:
“Los judíos que se adhieran a nuestra comunidad de in-
tereses estarán protegidos de cualquier ofensa y agresión.
Tendrán los mismos derechos a nuestra ayuda que nuestra
propia gente... Se unirán a los musulmanes en la defensa de
Medina contra cualquier enemigo... No lucharán contra los
musulmanes ni entrarán en ningún pacto o tratado en contra
de ellos.”

192
MUḤAMMAD IBN MASLAMA

Los jefes judíos habían violado este tratado al animar a los


Quraiš y a las tribus de los alrededores de Medina en sus pla-
nes contra el Estado Islámico. Estaban asimismo empeñados
en crear discordia entre la gente de Medina para así debilitar
la influencia del Islam.
Después de la sonada victoria de los musulmanes sobre los
Quraiš en la Batalla de Badr, uno de los tres grupos judíos
principales de Medina, los Banū Qainuqāʿ, se mostró espe-
cialmente enfurecido y dirigió un petulante desafío al Profeta
s. Le dijeron:
“¡Oh Muḥammad! ¿Piensas acaso que somos como tu gen-
te [los Quraiš]? No te engañes. Te has enfrentado a una gente
que no tiene experiencia de la guerra y aprovechaste una
oportunidad para derrotarles. Si luchases contra nosotros
sabrías lo que son hombres de verdad.”
De esta forma renunciaron a su acuerdo con el Profeta s
y le desafiaron abiertamente a luchar. Los Qainuqāʿ, sin em-
bargo, eran orfebres que dominaban el mercado de Medina.
Confiaban en sus aliados, los Jazraŷ, para que les ayudasen en
la guerra que habían iniciado. Pero los Jazraŷ se negaron. El
Profeta puso cerco al barrio de los Banū Qainuqāʿ durante
quince noches. Amedrentados, los Qainuqāʿ finalmente deci-
dieron rendirse y pidieron salvoconducto al Profeta para
abandonar Medina.
El Profeta s les permitió irse, y toda la tribu –hombres,
mujeres y niños-, abandonó Medina sin sufrir daño. Tuvieron
que renunciar a sus armas y a sus herramientas de orfebrería.
Finalmente, se asentaron en Aḏraʿat, en Siria.
La partida de los Qainuqāʿ no acabó con los sentimientos
de animosidad de los judíos hacia el Profeta s, aun existien-
do un tratado de no-agresión en vigor. Uno de los que ardían
en odio contra el Profeta y los musulmanes, y que manifesta-
ba abiertamente su ira, era Kaʿb ibn al-Ašraf.
El padre de Kaʿb era de hecho un árabe huido a Medina
después de haber cometido un crimen. Allí se hizo aliado de
los Banū Naḍīr, otro grupo judío importante, y se casó con

193
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

una mujer judía de nombre Aqīla bint Abū ‘l-Ḥaqīq. Esta era
la madre de Kaʿb.
Kaʿb era alto y bien parecido. Era un poeta conocido y uno
de los hombres más ricos de los judíos. Vivía en un castillo en
las afueras de Medina, donde poseía extensos palmerales. Era
considerado en todo el Ḥiŷāz como uno de los principales
jefes de los judíos. Proveía de medios de vida a muchos rabi-
nos judíos y era su protector.
Kaʿb era enemigo declarado del Islam. Escribía sátiras con-
tra el Profeta s; calumniaba en verso el honor de mujeres
musulmanas e incitaba a las tribus de Medina y sus alrededo-
res en contra del Profeta y el Islam. Al oír la noticia de la vic-
toria de los musulmanes en Badr se sintió profundamente
consternado. Cuando vio al ejército que regresaba con los
Quraiš que había tomado prisioneros, se sintió amargado y
furioso. Se sintió impelido a emprender el largo viaje a Meca
a fin de expresar su dolor a los Quraiš e incitarles a tomar
venganza. Viajó asimismo a otras zonas, de una tribu a otra,
incitando a la gente a levantarse en armas contra el Profeta.
Las noticias de sus actividades llegaron a oídos del Profeta -la
paz sea con él-, que pidió en oración:
“¡Oh Señor, líbrame del hijo de Ašraf, en la forma que Tú
dispongas!”
Kaʿb se había convertido en una auténtica amenaza para la
paz y la confianza mutua que el Profeta s trataba de estable-
cer en Medina.
Kaʿb regresó a Medina y continuó con sus ataques verbales
contra el Profeta s y sus insultos a las mujeres musulmanas.
Al ser advertido por el Profeta, se negó a detener su sucia
campaña y sus siniestras intrigas. Estaba empeñado en fo-
mentar la rebelión contra el Profeta y los musulmanes en
Medina. Con todas estas acciones, Kaʿb había declarado abier-
tamente la guerra al Profeta. Era peligroso y un enemigo
público para el naciente Estado Islámico. El Profeta se sentía
exasperado por su conducta y dijo a los musulmanes:
“¿Quién va a ocuparse de Kaʿb ibn al-Ašraf? Ha ofendido a
Dios y a Su Enviado.”

194
MUḤAMMAD IBN MASLAMA

“Yo me ocuparé de él, oh Enviado de Dios,” declaró


Muḥammad ibn Maslama.
Sin embargo, esta no era tarea fácil. Según uno de los tes-
timonios, Muḥammad ibn Maslama se fue a su casa y se en-
cerró durante tres días sin comer ni beber, pensando sólo en
lo que tenía que hacer. El Profeta s supo esto y le mandó
llamar para preguntarle por qué no había comido ni bebido.
Él respondió:
“Oh Enviado de Dios, te hice una promesa pero no sé si
podré cumplirla o no.”
“Tu deber consiste sólo en hacer todo lo que puedas,” res-
pondió el Profeta.
Muḥammad ibn Maslama fue a ver a algunos de los com-
pañeros del Profeta s y les dijo lo que se había propuesto.
Entre ellos estaba Abū Nāʾila, hermanastro de Kaʿb ibn al-
Ašraf. Acordaron ayudarle y él ideó un plan para ejecutar su
misión. Fueron a ver al Profeta para pedirle su aprobación,
pues el plan preveía atraer a Kaʿb con engaño para que saliera
de su residencia fortificada. El Profeta dio su consentimiento
siguiendo el principio de que la guerra es básicamente enga-
ño.
Muḥammad ibn Maslama, que era de hecho sobrino de
Kaʿb por lactancia, y Abū Nāʾila fueron entonces a la residen-
cia de Kaʿb. Muḥammad ibn Maslama fue el primero en
hablar:
“Este hombre [refiriéndose al Profeta -la paz sea con él-,]
nos ha pedido ṣadaqa (un impuesto de caridad) y nosotros ni
siquiera tenemos para comer. Nos oprime con sus leyes y
prohibiciones y pensé en acudir a ti para pedirte un présta-
mo.”
“Por Dios, que estoy yo mucho más disgustado con él [que
vosotros],” confesó Kaʿb.
“Le hemos seguido pero no queremos dejarle hasta ver
cómo acaba todo este asunto. Quisiéramos que nos prestases
un wasaq de oro o dos,” prosiguió Muḥammad ibn Maslama.
“¿No es hora ya de que os deis cuenta de la falsedad que
estáis tolerando de él?” -les preguntó Kaʿb mientras prometía

195
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

hacerles el préstamo. “No obstante,” dijo, “deberéis darme


una garantía [del préstamo].”
“¿Qué garantía quieres?,” le preguntaron.
“Dejadme a vuestras mujeres como garantía,” les sugirió.
“¿Cómo vamos a dejarte a nuestras mujeres como garant-
ía,” protestaron, “si tú eres el más apuesto de los árabes?”
“Entonces dejadme a vuestros hijos,” sugirió Kaʿb.
“¿Vamos a dejarte a nuestros hijos como garantía para
que luego se vean ridiculizados y llamados rehenes por uno o
dos wasaq de oro? Esto sería una vergūenza para nosotros.
Pero sí te podríamos dejar nuestros [medios de] defensa [es
decir, nuestras armas], porque tú sabes que nos son necesa-
rias.”
Kaʿb estuvo de acuerdo con esta proposición que le habían
hecho para apartar de su mente cualquier sospecha de que
habían venido armados. Prometieron volver para traerle sus
armas.
Mientras tanto, Abū Nāʾila fue también a ver a Kaʿb y le dijo:
“¡Ay de ti, Ibn Ašraf! He venido a verte para mencionarte
algo y tú no me invitas a hablar.”
Kaʿb le dijo que hablase y Abū Nāʾila dijo:
“La llegada de este hombre a nuestra ciudad ha sido una
fuente de aflicción para nuestras costumbres árabes. De un
golpe ha destrozado nuestra forma de vida y ha dejado fami-
lias hambrientas y sufriendo penalidades. Nosotros y nues-
tras familias estamos pasándolo muy mal.”
Kaʿb respondió:
“Yo, Ibn al-Ašraf, por Dios, te lo advertí, hijo de Salama,
que este asunto acabaría como yo predije.”
Abū Nāʾila respondió:
“Quisiera que aceptases vendernos comida y te entrega-
remos las garantías que nos pidas. Sé amable con nosotros.
Tengo amigos que comparten mis puntos de vista en esto y
quiero traértelos para que les vendas comida y seas amable
con ellos. Vendremos a verte y te dejaremos como garantía
nuestras escudos y armas.”

196
MUḤAMMAD IBN MASLAMA

“Ciertamente, hay lealtad y buena fe en las armas,” convi-


no Kaʿb.
Acordado esto, se marcharon prometiendo que volverían
y traerían con ellos las garantías para el préstamo. Volvieron
entonces a ver al Profeta s y le informaron de lo ocurrido.
Esa noche, Muḥammad ibn Maslama, Abū Nāʾila, ʿAbbād ibn
Bišr, Al-Ḥāriṯ ibn Aus y Abū ʿAbs ibn Ŷabr se dirigieron a casa
de Kaʿb. El Profeta les acompañó un trecho del camino y les
dejó con las palabras:
“Id en el nombre de Dios.” Y oró: “Oh Señor, ayúdales.” El
Profeta s entonces regresó a su casa. Era una noche de luna
del mes de Rabīʿ al-Awwal en el tercer año de la hégira.
Muḥammad ibn Maslama y sus cuatro acompañantes lle-
garon a la casa de Kaʿb. Le llamaron para que saliera. Mien-
tras salía de la cama, su mujer le retuvo y le advirtió:
“Eres un hombre en guerra. La gente en guerra no sale a
estas horas.”
“Es sólo mi sobrino Muḥammad ibn Maslama y mi herma-
nastro, Abū Nāʾila...”
Kaʿb bajó con la espada en la mano. Iba perfumado con un
fragante aroma de almizcle.
“Jamás he olido antes un perfume tan agradable,” le sa-
ludó Muḥammad ibn Maslama. “Deja que te huela la cabeza.”
Kaʿb aceptó y cuando Muḥammad se inclinó hacia él, agarró
la cabeza de Kaʿb con fuerza y llamó a los otros para que aba-
tiesen al enemigo de Dios.
(Los detalles de este incidente varían según las fuentes.
Algunos relatos dicen que fue Abū Nāʾila quien dio la orden
de matar a Kaʿb y que esto se hizo después de que Kaʿb saliera
de su casa y caminase un rato con ellos.)
La eliminación de Kaʿb ibn al-Ašraf sembró el pánico en
los corazones de aquellos –y había muchos en Medina-, que
conspiraban contra el Profeta s. La hostilidad abierta, como
había sido la de Kaʿb, disminuyó por un tiempo pero desde
luego no cesó.
A comienzos del año cuarto de la hégira, el Profeta s
acudió a la tribu judía de Banū Naḍīr, en las afueras de Medi-

197
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

na, para buscar ayuda en un asunto. Mientras estaba entre


ellos, descubrió que planeaban matarle allí mismo. Tuvo en-
tonces que tomar medidas. Los Banū Naḍīr habían ido dema-
siado lejos. Directamente, el Profeta se fue al centro de la
ciudad. Hizo venir a Muḥammad ibn Maslama y le envió a
informar a los Banū Naḍīr de que tenían que abandonar Me-
dina en el plazo de diez días por su conducta traicionera, y
que cualquiera que fuese visto en la ciudad expirado ese pla-
zo se arriesgaba a perder la vida.
Podemos imaginarnos a Muḥammad ibn Maslama diri-
giéndose a los Banū Naḍīr. Su gigantesca estatura y su fuerte
y clara voz se combinaron para hacer saber a los Banū Naḍīr
que el Profeta s les anunciaba aquello seriamente y que ten-
ían que atenerse a las consecuencias de sus traidores actos. El
hecho de que el Profeta escogiese a Muḥammad ibn Maslama
para esta tarea es un tributo a su lealtad, valentía y firmeza.
No entraremos aquí en los detalles de la expulsión de los
Banū Naḍīr de Medina: su plan de resistir al Profeta s bus-
cando ayuda exterior; el asedio del Profeta de su distrito y su
rendición final y su exilio, principalmente a Jaibar en el nor-
te. Dos miembros de los Banū Naḍīr se hicieron musulmanes:
Yamīn ibn ʿUmair y Abū Saʿd ibn Wahb. Todo esto ocurrió
exactamente un año después de la eliminación de Kaʿb ibn al-
Ašraf.

TANTO EN VIDA del Profeta s como después de su muerte,


Muḥammad ibn Maslama fue conocido por cumplir cualquier
tarea que hubiese aceptado tal como le había sido ordenado,
sin hacer ni más ni menos que lo que se le pedía. Por estas
cualidades, ʿUmar le eligió como uno de sus ministros y como
amigo de confianza y consejero.
Cuando ʿAmr ibn al-ʿĀṣ pidió refuerzos durante su campa-
ña en Egipto, ʿUmar le envió cuatro destacamentos de mil
hombres cada uno. Los jefes de esos destacamentos eran
Muḥammad ibn Maslama, az-Zubair ibn al-ʿAwwām, ʿUbāda
ibn as-Ṣāmit y al-Miqdād ibn al-Aswad. ʿUmar envió asimis-
mo un mensaje a ʿAmr diciendo: “Te recuerdo que

198
MUḤAMMAD IBN MASLAMA

Muḥammad ibn Maslama te ha sido enviado para ayudarte a


distribuir tu riqueza. Trátale bien y disculpa cualquier brus-
quedad suya hacia ti.”
Ibn Maslama fue a ver a ʿAmr en Fusṭāṭ (cerca de al actual
El Cairo). Se sentó a su mesa pero no tocó la comida. ʿAmr le
preguntó:
“¿Te ha prohibido ʿUmar probar mi comida?”
“No,” replicó Ibn Maslama. “No me prohibió que tomara
tu comida pero tampoco me ordenó que comiera de ella.”
Puso entonces una hogaza plana de pan sobre la mesa y la
comió con sal. ʿAmr se enfadó y le dijo:
“¡Quiera Dios que acabe el tiempo en que trabajamos para
ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb! He conocido tiempos en los que al-Jaṭṭāb
y su hijo ʿUmar deambulaban por el desierto con ropas que
apenas les cubrían adecuadamente mientras que Al-ʿĀṣ ibn
Wāʾil (padre de ʿAmr) vestía brocado bordado en oro...”
“En cuanto a tu padre y al padre de ʿUmar –ambos están
en el infierno,” replicó Muḥammad ibn Maslama, porque no
se habían hecho musulmanes. “En cuanto a ti, si ʿUmar no te
hubiese nombrado gobernador suyo, te contentarías con lo
que sacases de las ubres,” prosiguió Ibn Maslama, con la in-
tención evidente de desterrar de la mente de ʿAmr cualquier
idea que pudiera tener de aparecer superior por el hecho de
ser gobernador de Egipto.
“Nuestras reuniones deberán llevarse en un espíritu de
confianza,” dijo ʿAmr intentando disipar la tensión, y Mu-
ḥammad ibn Maslama replicó:
“Oh sí, mientras ʿUmar siga vivo.” Quería poner de mani-
fiesto ante la gente la justicia de ʿUmar y el igualitarismo de
las enseñanzas del Islam. Muḥammad ibn Maslama era un
verdadero látigo contra cualquier forma de conducta arro-
gante y pretenciosa.
En otra ocasión y al otro extremo del Estado Islámico bajo
su califato, ʿUmar oyó que Saʿd ibn Abī Waqqāṣ se estaba
construyendo un palacio en Kūfa. Envió entonces a
Muḥammad ibn Maslama para ocuparse de la situación. Al
llegar a Kūfa, Muḥammad rápidamente prendió fuego al pa-

199
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

lacio. No sabemos si la gente quedó más sorprendida por las


órdenes de ʿUmar o por la humillación de Saʿd ibn Abī
Waqqāṣ, el famoso guerrero, el vencedor de Qādisīya y elo-
giado por el propio Profeta s por sus sacrificios en Uḥud.
Saʿd no dijo una sola palabra. Esto formaba parte de un
gran proceso de autocrítica y rectificación que ayudó a que el
Islam se extendiera y asentara sobre cimientos de justicia y
piedad.
Muḥammad ibn Maslama sirvió también lealmente bajo
ʿUṯmān ibn ʿAffān, sucesor de ʿUmar en el Califato. Sin em-
bargo, cuando aquel fue asesinado y estalló la guerra civil
entre los musulmanes, Muḥammad ibn Maslama no parti-
cipó. Rompió deliberadamente la espada que siempre había
empuñado y que le había sido regalada por el propio Profeta
s. En vida del Profeta, era conocido como “el Paladín del
Profeta.” Al negarse ahora a usar su espada contra los mu-
sulmanes preservó su reputación sin tacha.
Más tarde, hizo una espada de madera bien tallada. La en-
vainó y la colgó dentro de su casa. Cuando le preguntaron
acerca de ella, dijo:
“La cuelgo ahí simplemente para atemorizar a la gente.”
Muḥammad ibn Maslama murió en Medina en el mes de
Safar del año 46 de la hégira. Contaba setenta años de edad.

200
33. NUʿAIM IBN MASʿŪD
NUʿAIM IBN MASʿŪD provenía de Naŷd, las tierras del norte de
Arabia. Pertenecía a la poderosa tribu de Gaṭafān. Desde jo-
ven era listo y despierto. Era muy emprendedor y viajaba
mucho. Era ingenioso, estaba siempre dispuesto a aceptar un
desafío y no dejaba que ningún problema le hiciera perder la
confianza.
Este hijo del desierto estaba dotado de un extraordinario
dominio de sí y una finura poco usual. Sin embargo, disfruta-
ba de la vida y vivía con intensidad los afanes de la juventud.
Le gustaba la música y se deleitaba con la compañía de las
cantantes. A menudo, cuando sentía la necesidad de escuchar
el sonido de las cuerdas de un instrumento musical o de dis-
frutar de la compañía de cantantes, dejaba los hogares de su
gente en Naŷd y se dirigía a Yaṯrib y en concreto a la comu-
nidad judía que era muy conocida por sus canciones y su
música.
Mientras permanecía en Yaṯrib, Nuʿaim solía gastar su di-
nero generosamente y en consecuencia era entretenido con
todo lujo. De esta forma, Nuʿaim llegó a tener fuertes vínculos
de amistad con los judíos de la ciudad y en particular con los
Banū Quraiẓa.
En el período en que Dios agració a la humanidad envian-
do a Su Profeta s con la religión de la guía y la verdad, y los
valles de Meca brillaban con la luz del Islam, Nuʿaim ibn
Masʿūd vivía aún entregado a los placeres sensuales. Su pos-
tura era de firme oposición a la religión, en parte por temor a
tener que cambiar y abandonar con ello su búsqueda del pla-
cer. No habría de pasar mucho tiempo hasta que se vio en-
vuelto en la feroz oposición al Islam y en la lucha armada
contra el Profeta y sus compañeros.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Para Nuʿaim, el momento de la verdad llegó durante el


asedio a Medina que se produjo en el quinto año de la estan-
cia del Profeta s en la ciudad. Tendremos que remontarnos
un poco para recoger el hilo de la historia.
Dos años antes del asedio, el Profeta s se vio obligado a
expulsar de Medina a un grupo de judíos pertenecientes a la
tribu de Banū an-Naḍīr por su colaboración con los enemigos
Quraiš. Los Banū Naḍīr emigraron al norte y se asentaron en
Jaibar y otros oasis a lo largo de la ruta comercial a Siria. En-
seguida empezaron a incitar a las tribus próximas y lejanas
en contra de los musulmanes. Las caravanas que iban a Me-
dina eran acosadas en parte para ejercer presión económica
sobre la ciudad.
Pero no pararon ahí. Los jefes de los Banū an-Naḍīr se re-
unieron y decidieron formar una poderosa alianza, o confe-
deración, de tantas tribus como fuera posible para luchar
contra el Profeta s y acabar así de una vez por todas con su
misión. Los Banū Naḍīr fueron a Meca para hablar con los
Quraiš e incitarles a proseguir con su lucha contra los mu-
sulmanes. Hicieron un pacto con los Quraiš de atacar Medina
en una fecha convenida.
Después de visitar Meca, los líderes de Naḍīr emprendie-
ron un viaje de unos mil kilómetros para entrevistarse con
los Gaṭafān. Prometieron a los Gaṭafān toda la cosecha de
dátiles de Jaibar a cambio de emprender la guerra contra el
Islam y su Profeta s. Informaron a los Gaṭafān del pacto que
habían firmado con los Quraiš y les persuadieron de que
hicieran un acuerdo similar.
Otras tribus fueron también persuadidas de que se unie-
ran a esta poderosa alianza. Del norte vinieron los Banū Asad
y los Fazar.
Del sur acudieron los Aḥābīš, aliados de los Quraiš, los
Banū Sulaim y otros.
En la fecha convenida, los Quraiš emprendieron su mar-
cha desde Meca en gran número, a caballo y a pie, bajo el
liderato de Abū Sufyān ibn Ḥarb. Los Gaṭafān también partie-
ron de Naŷd en gran número bajo el mando de Uyaina ibn

202
NUʿAIM IBN MASʿŪD

Ḥiṣn. En la vanguardia del ejército de Gaṭafān marchaba


Nuʿaim ibn Masʿūd.
La noticia del inminente ataque contra Medina le llegó al
Profeta s cuando estaba en una larga expedición a Dūmat al-
Ŷandal, en la frontera siria, a unos quince días de viaje de
Medina. La tribu asentada en Dūmat al-Ŷandal estaba hosti-
gando a las caravanas que se dirigían a Medina y sus tácticas
estaban probablemente inspiradas por los Banū an-Naḍīr
para hacer que el Profeta saliera de Medina. Estando fuera el
Profeta, pensaban ellos, sería más fácil que las fuerzas triba-
les aliadas del norte y del sur atacasen Medina y consiguieran
acabar con la comunidad musulmana con la ayuda de los des-
contentos que operaban desde el interior de la ciudad.
El Profeta Muḥammad -la paz sea con él-, se apresuró a
volver a Medina y reunió a los musulmanes en asamblea. Las
fuerzas del ‘Aḥzāb’, o confederación de tribus enemigas, con-
taba con más de diez mil hombres mientras que los musul-
manes en armas eran sólo tres mil. Se decidió por unanimi-
dad defender la ciudad desde dentro y prepararse para un
asedio en vez de luchar a campo abierto.
Los musulmanes estaban en una situación desesperada.
“[Recordad lo que sentisteis] cuando os atacaban por arriba y
por abajo, y cuando se [os] desorbitaban los ojos y los corazones [os]
llegaban a la garganta, y [cuando] pasaban por vuestras mentes los
más encontrados pensamientos acerca de Dios: [pues] en ese lugar y
ocasión fueron puestos a prueba los creyentes y sacudidos con una
violenta conmoción.” (Corán, 33:10)
A fin de proteger su ciudad, los musulmanes decidieron
cavar una gran trinchera, o jandaq. Se dice que esta trinchera
tenía unos cuatro kilómetros y medio de larga por unos tres
metros y medio de honda. Los tres mil musulmanes fueron
divididos en grupos de diez y cada grupo se encargó de cavar
una sección. La excavación de la trinchera duró varias sema-
nas.
Justo cuando la trinchera había sido terminada las pode-
rosas fuerzas enemigas del norte y del sur convergieron so-
bre Medina. Cuando estaban ya a poca distancia de la ciudad,

203
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

los conspiradores de Banū Naḍīr fueron a ver a sus correli-


gionarios judíos de Banū Quraiẓa que vivían en Medina para
intentar convencerles de que se uniesen a la guerra contra el
Profeta s y ayudasen a los dos ejércitos que llegaban de Me-
ca y del norte. La respuesta de los judíos de Quraiẓa al jefe de
los Naḍīr fue:
“Nos has invitado en verdad a que participemos en algo
que nos agrada y deseamos que se cumpla. Pero sabes que
existe un tratado entre nosotros y Muḥammad que nos obliga
a mantenernos en paz con él mientras vivamos seguros y
contentos en Medina. Tú sabes que nuestro pacto está aún en
vigor. Tememos que si Muḥammad gana esta guerra nos cas-
tigará severamente y nos expulsará de Medina por haber
actuado traidoramente contra él.”
Los jefes de Banū an-Naḍīr siguieron no obstante presio-
nando a los Banū Quraiẓa para que rompiesen su pacto. Trai-
cionar a Muḥammad, afirmaban, era un acto bueno y necesa-
rio. Dieron garantías a los Banū Quraiẓa de que esta vez no
había duda de que los musulmanes serían completamente
derrotados y que Muḥammad sería erradicado de una vez por
todas.
La proximidad de los dos poderosos ejércitos reforzó la
decisión de los Banū Quraiẓa de renegar de su tratado con
Muḥammad s. Rompieron el pacto y declararon que estaban
de parte de los confederados. La noticia cayó en los oídos de
los musulmanes con la fuerza de un rayo.
Los ejércitos confederados asediaban ya Medina. Habían
cortado los accesos a la ciudad, impidiendo la entrada de co-
mida y provisiones y cualquier forma de ayuda o refuerzos a
los habitantes de la ciudad. Después de los agotadores traba-
jos de los últimos meses, el Profeta s sentía ahora como si
hubiese caído en las fauces del enemigo. Los Quraiš y los
Gaṭafān estaban asediando la ciudad desde fuera, y los Banū
Quraiẓa acechaban a los musulmanes por la espalda, dispues-
tos a caer sobre ellos en el interior de la ciudad. Además de
esto, los hipócritas de Medina, aquellos que habían declarado
abiertamente su Islam pero que secretamente seguían opo-

204
NUʿAIM IBN MASʿŪD

niéndose al Profeta y su misión, empezaron a manifestarse


abiertamente y a expresar sus dudas y burlas hacia el Profeta.
“¡Muḥammad nos prometió,” decían, “que conquistaría-
mos los tesoros de Cosroes y del Cesar y aquí estamos hoy,
cuando nadie de nosotros puede hacer sus necesidades tran-
quilo!”
Luego, un grupo tras otro de habitantes de Medina empe-
zaron a apartarse del Profeta s, alegando temor por sus mu-
jeres e hijos y por sus casas si los Banū Quraiẓa atacaban una
vez iniciados las combates.
Las fuerzas enemigas, aún siendo superiores en número se
sintieron desconcertadas por la enorme trinchera. Jamás
habían visto nada semejante ni oído de tal estratagema mili-
tar entre los árabes. No obstante, estrecharon su cerco de la
ciudad. Al mismo tiempo intentaron abrirse paso a través del
foso en algunos de sus puntos más estrechos pero fueron
rechazados por los musulmanes vigilantes. Tan agobiados se
sentían los musulmanes que en una ocasión el Profeta
Muḥammad s y sus compañeros ni siquiera tuvieron tiempo
de hacer el ṣalā, y las oraciones de Ḏuhr, ʿAṣr, Magreb e ʿIšāʾ
tuvieron que ser realizadas todas juntas durante la noche.
A medida que el asedio se prolongaba y la situación se
hacía más crítica para los musulmanes, Muḥammad s se vol-
vió fervientemente a su Señor en busca de socorro y apoyo.
“Oh Dios,” oraba, “imploro Tu promesa de victoria. Oh
Dios, te imploro la victoria que nos has prometido.”
Esa misma noche, cuando el Profeta s estaba rezando,
Nuʿaim estaba echado en su vivaque. No podía dormir. Mira-
ba una y otra vez las estrellas en el vasto firmamento. Pensó
intensa y largamente, hasta que finalmente exclamó con una
pregunta:
“¡Desdichado de ti, Nuʿaim! ¿Qué es realmente lo que te ha
traído desde tu lejano hogar de Naŷd a luchar contra este
hombre y los que están con él? Desde luego no le combates
por la victoria ni por la venganza de algún honor mancillado.
Realmente, has venido a luchar sólo por una razón descono-
cida. ¿Es razonable que alguien con una mente como la tuya

205
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

se arriesgue a matar y ser matado sin causa alguna? ¡Desdi-


chado de ti, Nuʿaim! ¿Qué es lo que te ha hecho desenfundar
tu espada contra este hombre recto que llama a sus seguido-
res a la justicia, a hacer el bien y a ayudar a los parientes? ¿Y
qué es lo que te impulsa a querer hundir tu lanza en el cuer-
po de sus seguidores que siguen el mensaje de la guía y la
verdad que él ha traído?”
Nuʿaim se debatía así con su conciencia y luchaba consigo
mismo. Entonces llegó a una decisión. De repente, se puso de
pie, decidido. Las dudas se habían desvanecido. Amparado
por la oscuridad de la noche, salió del campamento de su
tribu y se dirigió a ver al Profeta de Dios -la paz sea con él.
Cuando el Profeta s le vio, de pie frente a él, exclamó,
“¡Nuʿaim ibn Masʿūd!”
“Así es, oh Enviado de Dios,” declaró Nuʿaim.
“¿Qué te trae aquí a estas horas?”
“He venido,” dijo Nuʿaim, “a declarar que no hay deidad
sino Dios y que tú eres el siervo de Dios y Su Enviado, y que el
mensaje que has traído es verdadero.”
Y siguió diciendo:
“He declarado mi sumisión a Dios, oh Enviado de Dios, pe-
ro mi gente no sabe nada de mi sumisión. Ordéname, pues, y
haré lo que tú mandes.”
“Tú estás en una posición única entre nosotros,” observó
el Profeta s. “Ve, pues, a tu gente y actúa como si no tuvie-
ras nada que ver con nosotros, porque ciertamente la guerra
es engaño.”
“Sí, oh Enviado de Dios,” replicó Nuʿaim. “Y, si Dios quiere,
verás cosas que te agradarán.”
Sin perder tiempo, Nuʿaim fue a visitar a los Banū Quraiẓa.
Como hemos mencionado, Nuʿaim estaba en excelentes rela-
ciones con esta tribu.
“Oh Banī Quraiẓa,” les dijo, “sabéis de mi aprecio por vo-
sotros y de la sinceridad de mis consejos.”
“Así es,” convinieron ellos. “Pero, ¿es que sospechas algo
que nos afecta?”
Nuʿaim prosiguió:

206
NUʿAIM IBN MASʿŪD

“Los Quraiš y los Gaṭafān tienen sus propios intereses en


esta guerra y ésos difieren de los vuestros.”
“¿Cómo es eso?” -le preguntaron.
“Esta es vuestra ciudad,” dijo Nuʿaim. “Aquí tenéis vues-
tras propiedades, vuestros hijos y vuestras mujeres y no os es
posible huir y refugiaos en otra ciudad. Los Quraiš y los
Gaṭafān, sin embargo, tienen sus tierras, sus bienes, sus hijos
y sus mujeres lejos de esta ciudad. Han venido sólo a luchar
contra Muḥammad. Os han pedido que rompáis vuestro pac-
to con él y que les ayudéis contra él. Habéis respondido posi-
tivamente a su invitación. Si vencieran en su guerra contra
él, ellos se llevarán el botín. Pero si no consiguen someterle,
regresarán a sus territorios sanos y salvos y os dejarán a vo-
sotros con él, y entonces él estará en posición de extraer una
amarga venganza de vosotros. Sabéis bien que no tenéis po-
der para resistiros a él.”
“Tienes razón,” le dijeron. “¿Qué sugieres que hagamos?”
“Mi opinión,” sugirió Nuʿaim, “es que no os aliéis con ellos
hasta que toméis como rehenes a un grupo de sus hombres
principales. De esa forma podríais emprender la lucha contra
Muḥammad hasta conseguir la victoria o hasta que caiga el
último de vuestros hombres o de los suyos. (Es decir, no
podrán dejaros en la estacada).”
“Nos has aconsejado bien,” respondieron y estuvieron de
acuerdo en poner en práctica su sugerencia.
Nuʿaim entonces se despidió de ellos y fue a ver a Abū
Sufyān ibn Ḥarb, el jefe de los Quraiš para hablar con él y
otros jefes de los Quraiš.
“Oh Quraiš,” dijo Nuʿaim, “conocéis mi afecto hacia voso-
tros y mi enemistad hacia Muḥammad. He oído ciertas noti-
cias y pensé que era mi deber comunicaroslas, pero deberéis
tratar esto confidencialmente y no atribuirmelo a mí...”
“Debes informarnos de este asunto,” insistieron los Quraiš.
Nuʿaim prosiguió:
“Los Banū Quraiẓa se arrepienten ahora de haber acepta-
do participar en las hostilidades contra Muḥammad. Tienen
miedo de que os echéis atrás y les abandonéis a su suerte. Así

207
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

que le han enviado un mensaje a Muḥammad diciéndole:


‘Sentimos mucho lo que hemos hecho y estamos dispuestos a
volver a nuestro pacto y a nuestro estado de paz contigo. ¿Te
complacería si cogiésemos a varios de los nobles de Quraiš y
Gaṭafān y te los entregásemos? Luego nos uniríamos a tu lu-
cha contra ellos –los Quraiš y Gaṭafān—, hasta que acabes con
ellos.’ El Profeta les ha respondido y ha dado su conformidad.
Si los judíos os envían ahora una delegación pidiéndoos que
les entreguéis a algunos hombres vuestros como rehenes, no
les entreguéis a ninguno de vosotros. Y no mencionéis una
sola palabra de lo que os he dicho.”
“Qué excelente aliado eres. Mereces una recompensa,” di-
jo Abū Sufyān agradecido.
Nuʿaim fue luego a hablar con su propia gente, los
Gaṭafān, y les dijo lo mismo. Les hizo la misma advertencia en
contra de la traición de los Banū Quraiẓa.
Abū Sufyān quiso probar a los Banū Quraiẓa y les envió a
su hijo.
“Mi padre os envía saludos de paz,” empezó diciendo el
hijo de Abū Sufyān. “Os comunica que nuestro asedio de
Muḥammad y sus compañeros se está prolongando y nos
estamos cansando... Así que estamos dispuestos a luchar con-
tra Muḥammad y acabar con él de una vez. Mi padre me ha
enviado para pediros que os unáis a la batalla contra
Muḥammad mañana.”
“Pero mañana es sábado,” dijeron los judíos de Banū
Quraiẓa, “y nosotros no emprendemos ninguna acción en
sábado. Además, no pensamos combatir a vuestro lado hasta
que nos entreguéis setenta nobles vuestros y de Gaṭafān co-
mo rehenes. Tememos que si la lucha os resulta demasiado
dura os apresuréis a volver a casa y nos dejéis solos con
Muḥammad. Sabéis bien que no tenemos fuerzas capaces de
resistirle...”
Cuando el hijo de Abū Sufyān regresó con su gente y les
contó lo que había oído a los Banū Quraiẓa, éstos gritaron al
unísono:

208
NUʿAIM IBN MASʿŪD

“¡Malditos sean estos hijos de monos y cerdos! Por Dios,


que aunque nos pidieran sólo una oveja como rehén, no se la
daríamos.”
Y así fue cómo Nuʿaim consiguió crear discordia entre los
confederados y dividir sus filas.
Mientras la poderosa alianza estaba en este estado de ca-
os, Dios envió sobre los Quraiš y sus aliados un viento frío y
furioso que tiraba por tierra sus tiendas y sus calderos, apa-
gaba las hogueras del campamento, les golpeaba en la cara y
arrojaba arena a sus ojos. En medio de este terrible estado de
confusión los aliados huyeron al amparo de la oscuridad.
Esa misma noche el Profeta s había enviado a uno de sus
compañeros, Ḥuḏaifa ibn al-Yamān, para que consiguiera
información sobre la moral del enemigo y sus intenciones. Al
regresar trajo la noticia del consejo e iniciativa de Abū
Sufyān: el enemigo se había vuelto a casa y había abandonado
el asedio... La noticia se extendió rápidamente por las filas de
los musulmanes, que gritaron de alivio y de alegría:

Lā ilāha il·lā Allāhu wahdah,


ṣadaqa waʿdah,
Wa nasara ʿabdah,
Wa aʿazza ŷundah,
Wa haẓama ‘l-aḥzāba wahdah.

No hay más dios que Dios, solo Él,


Que ha sido fiel a Su promesa,
Ha ayudado a Su siervo,
Ha fortalecido a su ejército,
Y Él solo ha destruido a los confederados.

El Profeta -la paz sea con él-, glorificó y dio gracias a Dios
por librarles de la amenaza de la gran alianza. Nuʿaim consi-
guió, como resultado de su contribución sutil pero importan-
te en el descalabro de la alianza, la confianza del Profeta,
quien le confiaría en adelante otras muchas tareas difíciles.
Fue el portador del estandarte del Profeta en varias ocasiones.

209
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Tres años después de la batalla del Foso, el día en que los


musulmanes entraron victoriosos en Meca, Abū Sufyān ibn
Ḥarb contemplaba de lejos los ejércitos de los musulmanes.
Vio a un hombre que portaba la bandera de Gaṭafān y pre-
guntó:
“¿Quién es éste?”
“Nuʿaim ibn Masʿūd,” fue la respuesta.
“Ese nos hizo algo terrible en al-Jandaq,” confesó Abū
Sufyān. “Por Dios, que era uno de los más feroces enemigos
de Muḥammad y ahí le tenéis ahora llevando la bandera de su
gente en las filas de Muḥammad, dispuesto a luchar contra
nosotros bajo su mando.”
Por la gracia de Dios y la magnanimidad del noble Profeta
s, el propio Abū Sufyān pronto se uniría a esas mismas filas.

210
34.
34. ʿABBĀ
BBĀD IBN BIŠR

ERA EL CUARTO año de la hégira. La ciudad del Profeta vivía aún


amenazada por dentro y por fuera. Desde dentro, la influyen-
te tribu judía de Banū an-Naḍīr, rompió su acuerdo con el
Profeta s y conspiraron para matarle. Por esta razón, fueron
expulsados de la ciudad. Esto ocurría en el mes de Safar.
Siguieron dos meses de tensa calma. Entonces el Profeta
s recibió noticias de que algunas tribus del lejano Naŷd es-
taban preparando un ataque. Para prevenirlo, el Profeta re-
unió un ejército de cuatrocientos hombres y, tras dejar a uno
de sus compañeros, ʿUṯmān ibn ʿAffān, al cargo de la ciudad,
emprendió la marcha hacia el este. En este ejército marchaba
ʿAbbād ibn Bišr.
Al llegar al Naŷd, el Profeta s encontró los asentamientos
de las tribus hostiles extrañamente vacíos de hombres. Sólo
se veían mujeres. Los hombres habían huido a las montañas.
Algunos sin embargo se habían reagrupado y estaban dis-
puestos a luchar. Llegó entonces el tiempo del ṣalā de ʿAṣr (la
oración de media tarde). El Profeta temía que los enemigos
les atacasen mientras rezaban. Dispuso entonces a los mu-
sulmanes en filas, los dividió en dos grupos, y realizó el
ṣalātul-jauf (la Oración de Temor). Un grupo rezó con él un
rakʿa mientras el otro grupo se mantenía en guardia, enton-
ces, para el segundo rakʿa, los grupos intercambiaban sus
puestos, y finalmente cada grupo completaba su oración con
un rakʿa después de que el Profeta hubiese acabado...
Al ver la disciplina de las tropas musulmanas, los enemi-
gos sintieron temor e inquietud. El Profeta s había hecho
acto de presencia y parte de su misión era desde ahora cono-
cida en la altiplanicie central de Arabia, con lo que regresó
sin combatir.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

En el camino de regreso, el Profeta s levantó su campa-


mento en un valle para pasar allí la noche. Tan pronto como
los musulmanes hicieron echarse a sus camellos, el Profeta, la
paz sea con él-, preguntó:
“¿Quién está de guardia esta noche?”
“Nosotros, oh Enviado de Dios,” dijeron ʿAbbād ibn Bišr y
ʿAmmār ibn Yāsir, que habían sido emparejados como ‘her-
manos’ por el Profeta s cuando éste llegó a Medina después
de su hégira.
ʿAbbād y ʿAmmār se encaminaron hacia la entrada del va-
lle para ocupar sus puestos. ʿAbbād vio que su ‘hermano’ es-
taba cansado y le preguntó:
“¿Qué parte de la noche prefieres dormir, la primera o la
segunda?”
“Prefiero dormir en la primera parte,” dijo ʿAmmār, quien
muy pronto se quedó profundamente dormido al lado de
ʿAbbād.
La noche era clara y tranquila. Las estrellas, los árboles y
las rocas parecían todos celebrar en silencio las alabanzas de
su Señor. ʿAbbād se sentía sereno. No había ningún movi-
miento extraño, ningún signo amenazador. ¿Por qué no pa-
sar el tiempo en ʿibāda (adoración) y recitando el Corán? Qué
estupendo sería combinar la realización del ṣalā con la recita-
ción acompasada del Corán que él tanto disfrutaba.
De hecho, ʿAbbād se sintió cautivado por el Corán desde el
primer momento en que escuchó su recitación en la suave y
hermosa voz de Muṣʿab ibn ʿUmair. Esto fue antes de la hégi-
ra, cuando ʿAbbād contaba sólo quince años. El Corán había
ocupado un lugar especial en su corazón y de ahí en adelante
día y noche podía oírsele recitar las sublimes palabras de
Dios, con tanta asiduidad que llegó a ser conocido por los
compañeros del Profeta s como el ‘amigo del Corán’.
En una ocasión, el Profeta s se levantó en la noche para
rezar el tahaŷŷud en la casa de ʿĀʾiša, que estaba pegada a la
mezquita. Escuchó entonces el Corán recitado por una voz
pura y dulce y que sonaba tan fresco como cuando el ángel
Gabriel le había revelado sus palabras. Preguntó:

212
ʿABBĀD IBN BIŠR

“ʿĀʾiša, ¿es esa la voz de ʿAbbād ibn Bišr?”


“Así es, oh Enviado de Dios,” repuso ʿĀʾiša.
“Oh Señor, perdónale,” oró el Profeta s por amor a él.
Y así ahora, en la quietud de la noche, en la entrada de
aquel valle de Naŷd, ʿAbbād se puso en pie y se situó de cara a
la qibla. Elevando sus manos en sumisión a Dios, entró en
estado de oración. Después de recitar el obligado sura intro-
ductorio del Corán, empezó a recitar Sura al-Kahf con su dul-
ce y cautivadora voz. Sura al-Kahf es un sura largo, de ciento
diez versículos, que trata en parte de las virtudes de la fe, la
veracidad y la paciencia, y de la relatividad del tiempo.
Mientras se encontraba así absorto en la recitación y en la
reflexión sobre las palabras de Dios, eternas palabras de ilu-
minación y sabiduría, un extraño merodeaba por los alrede-
dores del valle en busca de Muḥammad s y sus compañeros.
Era uno de aquellos que había planeado atacar al Profeta pero
luego se habían refugiado en las montañas al llegar los mu-
sulmanes. Su esposa, a la que había dejado en el poblado,
había sido tomada como rehén por uno de los musulmanes.
Al descubrir a su regreso que su mujer había desaparecido,
juró por al-Lāt y al-ʿUzzā que perseguiría a Muḥammad y a
sus compañeros y que no volvería hasta haber derramado
sangre.
Desde lejos, este hombre vio la silueta de ʿAbbād en la en-
trada del valle y supo entonces que el Profeta s y sus com-
pañeros se hallaban dentro del valle. En silencio tensó su
arco y disparó una flecha que fue a hundirse certeramente en
el cuerpo de ʿAbbād.
Tranquilamente, ʿAbbād arrancó la flecha de su cuerpo y
siguió con su recitación, concentrado aún en su ṣalā. El ata-
cante disparó una segunda y una tercera flecha que dieron
también en el blanco. ʿAbbād arrancó una y luego la otra.
Terminó su recitación, hizo rukūʿ y luego suŷūd. Debilitado y
dolorido, ʿAbbād alargó su mano derecha mientras seguía
postrado y sacudió a su compañero dormido. ʿAmmār se des-
pertó. En silencio, ʿAbbād prosiguió con su oración hasta el
final y luego dijo:

213
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Levántate y vigila por mí. He sido herido.”


ʿAmmār se puso en pie de un salto y comenzó a gritar. Al
verles a los dos, el atacante huyo hacia la oscuridad. ʿAmmār
se volvió hacia ʿAbbād que yacía tendido en el suelo, con la
sangre manando de sus heridas.
“¡Yā Subḥānallāh (Gloria de Dios)! ¿Por qué no me desper-
taste cuando te alcanzó la primera flecha?”
“Estaba en medio de la recitación del Corán, y mi alma es-
taba tan llena de temor de Dios que no quería interrumpir la
recitación. El Profeta s me ordenó memorizar este sura. La
muerte me parecía preferible a interrumpir la recitación.”
La devoción de ʿAbbād por el Corán era signo de su intensa
devoción y de su amor a Dios, a Su Profeta s y a Su religión.
Las cualidades por las que era conocido eran su continua en-
trega a la ʿibāda, su heroica valentía y su generosidad en la
causa de Dios. En tiempos de sacrificio y muerte, siempre se
encontraba en primera línea. Cuando era el tiempo de recibir
su parte en las recompensas, sólo podía hallársele después de
muchos esfuerzos y dificultades. Era siempre leal en sus tra-
tos con los musulmanes. Todo esto era bien conocido. ʿĀʾiša,
la esposa del Profeta, dijo en una ocasión:
“Hay tres personas de los Anṣār a los que nadie podría ex-
ceder en virtud: Saʿd ibn Muʿāḏ, Usaid ibn Ḥuḍair y ʿAbbād
ibn Bišr.”
ʿAbbād murió šahīd (mártir) en la batalla de Yamāma. Jus-
to antes de la batalla tuvo un fuerte presentimiento de muer-
te y martirio. Observó que había una falta total de confianza
entre los Muhāŷirūn y los Anṣār. Esto le hacía sentir apenado
y disgustado. Comprendió entonces que los musulmanes no
tendrían éxito en esas terribles batallas a menos que los
Muhāŷirūn y los Anṣār fuesen agrupados en regimientos se-
parados de forma que se viese quién asumía realmente su
responsabilidad y quiénes eran realmente tenaces en el com-
bate.
Al romper el día, cuando comenzó la batalla, ʿAbbād ibn
Bišr subió a un montículo y gritó:

214
ʿABBĀD IBN BIŠR

“Oh Anṣār, distinguíos entre los hombres. Romped las


vainas de vuestras espadas; y no abandonéis el Islam.”
ʿAbbād siguió arengando así a los Anṣār hasta que unos
cuatrocientos hombres se reunieron a su alrededor, a la ca-
beza de los cuales estaban Ṯābit ibn Qais, al-Barāʿ ibn Mālik y
Abū Duŷāna, el guardián de la espada del Profeta s. Con este
destacamento, ʿAbbād lanzó una ofensiva contra las filas del
enemigo que desbarató su ataque y les hizo retroceder hasta
el “jardín de la muerte.”
Ante los muros de este jardín, ʿAbbād cayó muerto. Tan
numerosas eran sus heridas que apenas era reconocible. Hab-
ía vivido, luchado y muerto como un creyente.

215
35. ḤABĪB
ABĪB IBN ZAYD AL-ANṢĀRĪ

ḤABĪB creció en un hogar perfumado por la fragancia del


imān, y en una familia en la que todos sus miembros estaban
imbuidos del espíritu de sacrificio. El padre de Ḥabīb era
Zayd ibn ʿĀṣim, que había sido uno de los primeros en con-
vertirse al Islam en Yaṯrib, y su madre era la celebrada Nu-
saiba bint Kaʿb, conocida como Umm ʿUmāra, que fue la pri-
mera mujer en tomar armas en defensa del Islam y en apoyo
del noble Profeta s.
Siendo aún muy pequeño, Ḥabīb tuvo el honor de acom-
pañar a su madre, su padre, su tía materna y su hermano a
Meca con el primer grupo de los setenta y cinco que juraron
lealtad al Profeta s en ʿAqaba y tuvieron un papel decisivo
en los comienzos del Islam.
En ʿAqaba, en medio de la oscuridad de la noche, el joven
Ḥabīb extendió su manita y juró lealtad al Profeta. Desde ese
día, el Profeta -la paz sea con él-, se hizo más querido para
Ḥabīb que su propia madre y su padre, y el Islam se hizo más
importante para él que cualquier otra preocupación personal.
Ḥabīb no tomó parte en la Batalla de Badr porque era aún
demasiado joven. Y tampoco tuvo la oportunidad de partici-
par en la Batalla de Uḥud porque era considerado aún dema-
siado joven para tomar las armas. De ahí en adelante, sin em-
bargo, participó en todas las campañas del Profeta s y se
distinguió por su valentía y espíritu de sacrificio. Aunque
cada una de esas batallas tuvo su importancia e impuso sus
fuertes exigencias, le sirvieron a Ḥabīb de preparación para
lo que sería el encuentro más terrible de su vida, un encuen-
tro cuyo impacto fue para él profundamente perturbador.
Pero retomemos esta tremenda historia desde el principio.
ḤABĪB IBN ZAYD AL-ANṢĀRĪ

Hacia el año noveno de la hégira, el Islam se había exten-


dido en todas direcciones y se había convertido en la fuerza
dominante en la península Arábiga. Delegaciones de las tri-
bus de toda Arabia convergían en Meca para entrevistarse
con el Enviado de Dios -la paz sea con él-, y anunciar en su
presencia su aceptación del Islam.
Entre esas delegaciones había una de la altiplanicie de
Naŷd, los Banū Ḥanīfa. En las afueras de Meca, los miembros
de la delegación ataron sus monturas y nombraron a Musai-
lima ibn Ḥabīb como representante y portavoz suyo. Musai-
lima fue a ver al Profeta -la paz sea con él-, y declaró la con-
versión de su pueblo al Islam. El Profeta les dio la bienvenida
y les trató con gran generosidad. Cada uno de ellos, incluido
Musailima, recibió un regalo.
A su regreso a Naŷd, el ambicioso y vanidoso Musailima
renegó del Islam y de su lealtad al Profeta s. Se alzó entre su
gente y declaró que así como Dios había enviado a Muḥammad
ibn ʿAbdullāh a los Quraiš, también había enviado un profeta
a los Banū Ḥanīfa.
Por diversas razones y bajo distintas presiones, los Banū
Ḥanīfa empezaron a ponerse de su parte. La mayoría le segu-
ían por fidelidad tribal o ʿasabīya. De hecho uno de los miem-
bros de la tribu declaró:
“Doy fe de que Muḥammad ciertamente dice la verdad y
de que Musailima es ciertamente un impostor. Pero el impos-
tor de Rabīʿa (la confederación tribal a la que pertenecían los
Banū Ḥanīfa) me es más querido que el hombre veraz y
auténtico de Muḍar (la confederación tribal a la que perte-
necía Quraiš).”
Poco después, el número de los seguidores de Musailima
creció y éste se sintió poderoso, lo bastante poderoso como
para enviar la siguiente carta al Profeta -la paz sea con él:
“De Musailima, el mensajero de Dios, a Muḥammad, el
mensajero de Dios.
“La paz sea contigo.

217
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Estoy dispuesto a compartir esta misión contigo. Yo


tendré el control de la mitad del territorio y tú tendrás la
otra mitad. Pero los Quraiš sois gente agresiva.”
Musailima envió a dos de sus hombres con su carta al Pro-
feta s. Cuando le fue leída la carta al Profeta, éste preguntó a
los dos hombres:
“Y vosotros, ¿qué tenéis que decir de este asunto?”
“Confirmamos lo que la carta dice,” respondieron.
“Por Dios,” dijo el Profeta, “si no fuera por el hecho de que
a los emisarios no se les da muerte, os habría cortado el cue-
llo a ambos.” Luego escribió a Musailima:
“En el nombre de Dios, el Más Misericordioso, el Dispen-
sador de Gracia.
“De Muḥammad, el mensajero de Dios, a Musailima el im-
postor:
“La paz sea con quien sigue la guía. Dios dará en herencia
la tierra a quien Él quiera entre Sus siervos, y el triunfo final
será de aquellos que son conscientes de su deber con Dios.”
Luego, entregó la carta a los dos hombres.
La perversa y corruptora influencia de Musailima siguió
extendiéndose y el Profeta s creyó necesario enviarle otra
carta invitándole a abandonar su camino extraviado. El Pro-
feta escogió a Ḥabīb ibn Zayd para que llevase esta carta a
Musailima. Ḥabīb estaba entonces en plena juventud y creía
en la verdad del Islam con todo su ser.
Ḥabīb emprendió su misión con entusiasmo y se dirigió a
toda prisa hacia las altiplanicies del Naŷd, donde estaban los
territorios de los Banū Ḥanīfa. Una vez allí entregó la carta a
Musailima.
Musailima se enfureció al leerla. Su cara era algo espanto-
so de ver. Ordenó que encadenasen a Ḥabīb y lo trajesen a su
presencia al día siguiente.
Al día siguiente, Musailima tomó asiento ante su consejo.
A su derecha y a su izquierda estaban sus consejeros, que le
ayudaban en su perversa causa. La gente común no tenía ac-
ceso a estas reuniones. Entonces ordenó que Ḥabīb, que esta-
ba cargado de cadenas, fuera traído a su presencia.

218
ḤABĪB IBN ZAYD AL-ANṢĀRĪ

Ḥabīb se encontró en medio de esta reunión multitudina-


ria y cargada de odio. Se mantuvo erecto, digno y orgulloso
como una recia lanza clavada firmemente en la tierra, sin
ceder en absoluto.
Musailima se volvió a él y le dijo:
“¿Afirmas que Muḥammad es el Enviado de Dios?”
“Sí,” respondió Ḥabīb. “Afirmo que Muḥammad es el En-
viado de Dios.”
Musailima estaba visiblemente irritado.
“¿Y afirmas también que yo soy el Enviado de Dios?” Esta-
ba insistiendo, más que preguntando.
“Mis oídos están cerrados a lo que dices,” respondió Ḥabīb.
El rostro de Musailima cambió de color, sus labios tembla-
ban de ira y gritó a su verdugo: “Córtale una parte del cuerpo.”
Espada en mano, el amenazante verdugo llegó hasta Ḥabīb
y le cortó uno de sus miembros.
Musailima entonces le dirigió otra vez la misma pregunta
y la respuesta de Ḥabīb fue la misma. Declaró su creencia en
Muḥammad como Enviado de Dios s, y aún a riesgo de per-
der la vida se negó a reconocer que hubiera ningún otro En-
viado de Dios. Musailima ordenó entonces a su verdugo que
cortara otra parte del cuerpo de Ḥabīb. Esta cayó al suelo
junto al otro miembro mutilado. La gente contemplaba con
estupor la compostura y firmeza de Ḥabīb.
Frente al persistente interrogatorio de Musailima y los te-
rribles golpes de su verdugo, Ḥabīb siguió repitiendo:
“Declaro que Muḥammad es el Enviado de Dios s.”
Ḥabīb no pudo soportar mucho más esta tortura y estas
atrocidades inhumanas y pronto se desmayó. Mientras su
vida escapaba con su sangre, sus labios repetían el nombre
del noble Profeta s a quien había jurado lealtad en la noche
de ʿAqaba, el nombre de Muḥammad, el Enviado de Dios.
Las noticias de la suerte de Ḥabīb llegaron a su madre y su
reacción fue decir simplemente:
“Ya le había preparado para una situación así... Juró leal-
tad al Profeta s en la noche de ʿAqaba siendo niño y hoy co-
mo adulto ha dado su vida por el Profeta. Si Dios me permi-

219
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

tiera acercarme a Musailima, ciertamente haría que sus hijas


se golpearan las mejillas y llorasen su muerte.”
Ese día que ella tanto deseaba no tardaría en llegar. Des-
pués de la muerte del Profeta -la paz sea con él-, Abū Bakr
declaró la guerra al impostor. En el ejército que partió a en-
frentarse con las huestes de Musailima marchaba Nusaiba, la
madre de Ḥabīb, y otro de sus valientes hijos, ʿAbdullāh ibn
Zayd.
En la Batalla de Yamāma, donde se encontraron ambos
ejércitos, pudo verse a Nusaiba avanzando entre las filas de
combatientes enemigos como una leona y gritando:
“¿Dónde está el enemigo de Dios? ¡Señaladme al enemigo
de Dios!”
Cuando finalmente llegó junto a Musailima, éste ya había
muerto. Miró entonces el cuerpo del vanidoso impostor, el
cruel tirano, y sintió serenidad. Una grave amenaza para los
musulmanes había sido eliminada y la muerte de su amado
hijo, Ḥabīb, había sido vengada.
Con ocasión de la muerte de Ḥabīb, el noble Profeta s
había orado por él y por toda su familia con estas palabras:
“Oh Dios, bendice a esta familia. Oh Dios, ten misericordia
de esta familia.”

220
36.
36. RABĪ
ABĪʿA IBN KAʿB

ESTA ES LA HISTORIA de Rabīʿa contada por él mismo:


“Era todavía bastante joven cuando la luz del imān brilló
en mi corazón y mi corazón se abrió a las enseñanzas del Is-
lam. Y cuando mis ojos vieron por primera vez al Enviado de
Dios s, sentí que le amaba con un amor que arrastraba todo
mi ser. Le amaba por encima de todas las cosas.
“Un día me dije a mí mismo:
‘¡Pobre de ti, Rabīʿa! ¿Por qué no te pones enteramente al
servicio del Enviado de Dios -la paz sea con él? Propónselo, y
si te acepta encontrarás dicha estando a su lado. Lograrás el
éxito por tu amor a él y tendrás la buena suerte de conseguir
el bien de este mundo y el bien en la Otra Vida.’
Así lo hice, esperando que me aceptase a su servicio. Él no
defraudó mis esperanzas. Se alegró de que quisiese ser su
criado, y desde ese día viví continuamente a la sombra del
noble Profeta s. Iba con él donde quiera que fuese. Me movía
en su órbita cuando y donde quiera que él estuviese. No tenía
más que mirar en mi dirección, para que yo me presentase
ante él. Cada vez que expresaba un requerimiento, yo estaba
presto a satisfacerle.
Le servía durante todo el día, y cuando el día terminaba y
él ya había rezado ṣalātu ‘l-ʿIša y se había retirado a sus apo-
sentos, yo pensaba en marcharme. Pero enseguida me decía a
mí mismo:
‘¿Adónde vas, Rabīʿa? Quizá el Profeta s necesite tus ser-
vicios durante la noche.’
Así que me quedaba sentado junto a su puerta y no me
alejaba del umbral de su casa.
El Profeta s pasaba parte de la noche entregado a la ora-
ción. Yo le oía recitar sura Al-Fātiḥa y luego seguía recitando,
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

a veces durante un tercio o la mitad de la noche. Yo acababa


cansado y me iba, o mis ojos se cerraban y me quedaba dor-
mido.
El Profeta -la paz sea con él-, tenía por hábito que si al-
guien hacía algo bueno por él, recompensaba a esa persona
con algo mejor. Quiso entonces hacer algo por mí en pago a
los servicios que yo le prestaba. Un día se acercó a mí y me
dijo:
‘Oh Rabīʿa ibn Kaʿb.’
‘Labbaika, yā Rasūlullāh, wa saʿdaik’ – A sus órdenes, oh En-
viado de Dios, y que Dios le dé felicidad,’ respondí.
‘Pídeme lo que quieras y te lo daré.’
Pensé por un rato y luego dije: ‘Déme un poco de tiempo,
oh Enviado de Dios, para pensar en lo que debo pedirle. En-
tonces se lo diré.’
Él estuvo conforme.
En aquel tiempo, yo era un hombre joven y pobre. No ten-
ía familia, ni bienes, ni un lugar donde vivir. Solía refugiarme
en la Ṣuffa de la mezquita, con otros musulmanes pobres co-
mo yo. La gente nos llamaba “los huéspedes del Islam.”
Siempre que un musulmán entregaba al Profeta s algo como
limosna, éste nos lo enviaba íntegramente a nosotros. Y si
alguien le hacía un regalo, él se quedaba con un poco y nos
daba a nosotros el resto.
Así, se me ocurrió pedirle al Profeta s algún bien mate-
rial que me sacara de la pobreza y me hiciera igual a los otros
en bienes, esposa e hijos. Sin embargo, pronto me dije:
‘¡Pobre Rabīʿa! El mundo es temporal y ha de pasar. Tienes
tu parte de provisión en él que Dios te ha garantizado y ha de
llegarte. El Profeta -la paz sea con él-, tiene un honor tal ante
su Señor que no le será negada ninguna petición. Pídele,
pues, que pida a Dios que te dé algo de la recompensa del Más
Allá.’
Me complació esta idea y fui a ver al Profeta s y él me
preguntó:
‘¿Que dices pues, oh Rabīʿa?’

222
RABĪʿA IBN KAʿB

‘Oh Enviado de Dios,’ comencé, ‘quiero que implores a


Dios, el Altísimo, de mi parte para que me haga compañero
tuyo en el Paraíso.’
‘¿Quién te ha aconsejado esto?’ -me preguntó el Profeta s.
‘Nadie, por Dios,’ le dije. ‘Nadie me lo ha aconsejado. Pero
cuando usted me dijo, ‘Pídeme lo que quieras y te lo daré,’
pensé en pedirle algo de la riqueza de este mundo. Pero pron-
to me sentí guiado a escoger aquello que es permanente y
duradero sobre lo que es temporal y perecedero, y por eso le
pido que implore a Dios de mi parte para que yo sea compa-
ñero suyo en el Paraíso.’
El Profeta s permaneció callado mucho tiempo y luego
preguntó:
‘¿Tienes alguna otra petición además de esa, Rabīʿa?’
‘No, oh Enviado de Dios. Nada puede igualar a lo que he
pedido.’
‘Entonces, en ese caso, ayúdame por tu bien realizando
abundantes postraciones ante Dios.’
En adelante, empecé a esforzarme en mi adoración a fin
de conseguir la buena fortuna de estar junto al Enviado de
Dios s en el Paraíso, tal como había tenido la buena fortuna
de estar a su servicio y de ser su acompañante en este mundo.
Poco después, el Profeta s me llamó y me preguntó:
‘¿Quieres casarte, Rabīʿa?’
‘No quiero que nada me distraiga de su servicio,’ respondí.
‘Además, no tengo nada que pueda dar como mahr (dote) a
una esposa, ni lugar que ofrecerle como vivienda.’
El Profeta s se quedó callado. La próxima vez que me vio,
me preguntó:
‘¿Acaso no quieres casarte, Rabīʿa?’
Yo le di la misma respuesta que la otra vez. Cuando me
quedé a solas, lamenté lo que había dicho y me reproché a mí
mismo:
“¡Pobre Rabīʿa! El Profeta sabe mejor que tú lo que te con-
viene en este mundo y en el próximo, y sabe también lo que
tienes. Por Dios, que si el Profeta -la paz sea con él-, me pre-
gunta si me quiero casar, le responderé positivamente.’

223
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Poco después, el Profeta volvió a preguntarme:


‘¿Acaso no quieres casarte, Rabīʿa?’
‘Desde luego que sí, oh Enviado de Dios,’ respondí. ‘Pero,
¿quién querrá casarse conmigo en la situación en que estoy?’
‘Ve a la casa de fulano y diles: ‘El Profeta me envía para
que me deis a vuestra hija en matrimonio.’
Tímidamente, fui a casa de esta familia y les dije: ‘El En-
viado de Dios -la paz sea con él-, me envía a pediros que me
deis a vuestra hija en matrimonio.’
‘¿A nuestra hija?’ -me preguntaron con incredulidad.
‘Así es,’ respondí.
‘Bienvenido sea el Enviado de Dios s, y bienvenido sea su
enviado. Por Dios, que el enviado del Enviado de Dios no re-
gresará sin haber cumplido su misión.’ Entonces formaliza-
ron un contrato de matrimonio entre ella y yo.
Volví entonces a ver al Profeta s y le informé de lo que
había ocurrido:
‘Oh Enviado de Dios, vengo de visitar a la mejor de las fa-
milias. Me creyeron, me dieron su bienvenida, y han formali-
zado un contrato de matrimonio entre su hija y yo. Pero, ¿de
dónde sacaré el mahr para ella?’
El Profeta s mandó llamar entonces a Buraida ibn al-
Jasib, uno de los jefes de mi tribu, los Banū Aslam, y le dijo:
‘Oh Buraida, reúne un nuwat de oro para Rabīʿa.’
Así lo hicieron y el Profeta me dijo: ‘Llévales esto y diles:
este es el ṣadāq de vuestra hija.’
Yo fui y se lo di, y ellos lo aceptaron. Se mostraron com-
placidos y dijeron: ‘Esto es excelente.’
Regresé al Profeta s y le dije: ‘Jamás he visto a una gente
tan generosa como ellos. Estuvieron encantados con lo que
les di, a pesar de que era poco... ¿De dónde sacaré algo ahora
para la walīma (la fiesta de bodas), oh Enviado de Dios?’
El Profeta s le dijo a Buraida: ‘Reúne el precio de un car-
nero para Rabīʿa.’
Me trajeron entonces un gran carnero cebado y el Profeta
me dijo:
‘Ve a ver a ʿĀʾiša y dile que te dé toda la cebada que tenga.’

224
RABĪʿA IBN KAʿB

ʿĀʾiša le dio un saco con siete saʿa de cebada y me dijo: ‘Por


Dios, no tenemos nada más para comer.’
Me fui a ver a la familia de mi esposa con el carnero y la
cebada. Ellos me dijeron:
‘Aquí prepararemos la cebada, y que tus amigos preparen
el carnero.’
Sacrificamos al carnero, lo despellejamos y lo cocinamos.
De esta forma tuvimos pan y carne para la walīma. Entonces,
invité al Profeta s y él acudió a la fiesta.
El Profeta s me dio luego un pedazo de tierra cerca de
una finca de Abū Bakr. Desde ese momento me vi ocupado en
dunyā, con asuntos materiales. Tuve una disputa con Abū
Bakr acerca de una palmera.
‘Está en mi tierra,’ insistí yo.
‘No, está en la mía,’ respondió Abū Bakr. Abū Bakr me in-
sultó, pero nada más pronunciar la palabra ofensiva, se arre-
pintió y me dijo:
‘Rabīʿa, llámame lo mismo a mí para que sea qiṣāṣ –o sea,
justa retribución.’
‘No, por Dios, no lo haré,’ dije.
‘En ese caso,’ replicó Abū Bakr, ‘iré a ver al Enviado de
Dios y me quejaré de tu negativa a resarcirte de mí con una
injuria igual.’
Se marchó y yo le seguí. Mi tribu, las Banū Aslam, salieron
también detrás de mí en medio de protestas indignadas:
‘¡Resulta que es él quien te ofende primero y luego va a
quejarse de ti al Profeta s!’
Yo me volví a ellos y les dije:
‘¡Ay de vosotros! ¿No sabéis quién es? Es aṣ-Ṣiddīq... y es
un anciano respetado entre los musulmanes. Marchaos antes
de que se dé media vuelta y os vea y piense que habéis venido
a apoyarme contra él. Entonces se enfadaría y se presentaría
airado ante el Profeta. El Profeta s se enfadaría por él, y en-
tonces Dios se enfadaría por ambos y Rabīʿa estaría acabado.’
Sólo entonces se dieron la vuelta.
Abū Bakr entonces fue a ver al Profeta s y le relató el in-
cidente tal como había ocurrido.

225
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

El Profeta s levantó la cabeza y me preguntó:


‘Oh Rabīʿa, ¿qué pasa entre tú y aṣ-Ṣiddīq?’
‘Enviado de Dios, quería que le dijese las mismas palabras
que él me ha dicho, y no quise hacerlo.’
‘Sí, no le digas lo mismo que él te ha dicho, sino di:
‘¡Dios te perdone, Abū Bakr!’
Con lágrimas en los ojos, Abū Bakr se marchó diciendo:
‘Dios te recompense con bien de parte mía, oh Rabīʿa ibn
Kaʿb...’
‘Dios te recompense con bien de parte mía, oh Rabīʿa ibn
Kaʿb...’”

226
37. ABU ‘L-ʿĀṢ IBN AR-RABĪ
ABĪʿA

ABU ‘L-ʿĀṢ pertenecía al clan de ʿAbd aš-Šams de la tribu


Quraiš. Estaba en la flor de la juventud, era apuesto y de bue-
na presencia. Era el súmmum de la caballerosidad árabe y
poseía todas sus características: el orgullo, la virilidad y la
generosidad. Se sentía especialmente orgulloso de las tradi-
ciones de sus antepasados.
Abu ‘l-ʿĀṣ heredó el amor de los Quraiš por el comercio.
Los Quraiš eran conocidos como los señores de las dos expe-
diciones anuales de comercio: la expedición de invierno hacia
el sur, al Yemen, y la de verano al norte, a Siria. Estas dos
expediciones son mencionadas por el Corán, en el sura que
lleva el título de ‘Quraiš’.
Las caravanas de Abu ‘l-ʿĀṣ siempre recorrían el camino
entre Meca y Siria. Cada caravana estaba compuesta de dos-
cientos hombres y cien camellos. La gente le confiaba su di-
nero y sus mercancías para que comerciase en su nombre por
su conocida habilidad como mercader, su honestidad y su
lealtad.
La tía materna de Abu ‘l-ʿĀṣ era Jadīŷa bint Juwailid, espo-
sa de Muḥammad ibn ʿAbdullāh s. Zainab, su hija mayor,
pronto creció hasta convertirse en una hermosa flor. Era muy
pretendida en matrimonio por los hijos de los nobles de Me-
ca. ¿Y cómo no? Era una de las jóvenes más distinguidas de
Meca por linaje y condición social. Estaba bendecida con un
padre y una madre de la máxima honorabilidad. Y ella misma
poseía una conducta y moral impecables.
¿Cuál de los herederos de la nobleza de Meca se haría con
su mano? Abu ‘l-ʿĀṣ lo consiguió.
Abu ‘l-ʿĀṣ y Zainab llevaban casados unos pocos años
cuando la luz divina del Islam empezó a irradiar sobre Meca.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Muḥammad, el padre de Zainab, era ahora el Profeta de Dios


s, enviado a transmitir la religión de la guía y la verdad. Se
le ordenó transmitir el mensaje del Islam en primer lugar a
su familia y a sus parientes más cercanos. Las primeras muje-
res que creyeron en él y se convirtieron al Islam fueron su
mujer Jadīŷa y sus hijas Zainab, Ruqayya, Umm Kulṯūm y
Fāṭima. Fāṭima era por entonces muy pequeña.
El marido de Zainab, sin embargo, no quería abandonar la
religión de sus antepasados y se negó a adoptar la religión
que su esposa seguía ahora, aunque estaba totalmente entre-
gado a ella y la amaba tiernamente con un amor puro y since-
ro.
Con el tiempo, la confrontación entre el Profeta -la paz
sea con él-, y los Quraiš se agudizó y se tornó más difícil. Los
Quraiš consideraban intolerable que sus hijos siguieran casa-
dos con las hijas de Muḥammad. Pensaban asimismo que ser-
ía considerado una situación humillante y difícil para
Muḥammad s si sus hijas fueran devueltas a su casa. Así que
fueron a ver a Abū ‘l-ʿĀṣ y le dijeron:
“Divorcia a tu mujer, Abu ‘l-ʿĀṣ, y mándala de vuelta a la
casa de su padre. Después te daremos por esposa a cualquiera
de las más encantadoras y nobles mujeres de Quraiš que tú
escojas.”
“No, por Dios,” dijo Abu ‘l-ʿĀṣ con firmeza. “No divorciaré
a mi mujer y no deseo tomar por esposa en su lugar a ningu-
na otra mujer.”
Las otras dos hijas de Muḥammad s, Ruqayya y Umm
Kulṯūm, fueron divorciadas por sus maridos y devueltas a su
casa. El Profeta de hecho se sintió encantado de que regresa-
ran y esperaba que Abu ‘l-ʿĀṣ le devolviera también a Zainab,
pero en aquel tiempo no tenía el poder para obligarle a
hacerlo. La ley que prohibía el matrimonio de una mujer cre-
yente con un no creyente no había sido revelada aún.
El Profeta -la paz sea con él-, emigró a Medina y su misión
cobró mayor fuerza. Los Quraiš se sentían aún más amenaza-
dos por él y acudieron a enfrentarse a él en Badr. Abu ‘l-ʿĀṣ se
vio obligado a acompañar al ejército de Quraiš. No tenía de-

228
ABU ‘L-ʿĀṢ IBN AR-RABĪʿA

seos de combatir a los musulmanes, ni tampoco ninguna in-


clinación a unirse a ellos. Pero su posición entre los Quraiš –
una posición de honor y confianza-, le impulsó a unirse a su
expedición contra Muḥammad. La batalla de Badr acabó en
una terrible derrota de los Quraiš y las fuerzas del širk. Algu-
nos de ellos cayeron muertos, otros fueron tomados prisione-
ros y algunos consiguieron escapar. Entre los que fueron to-
mados prisioneros estaba Abu ‘l-ʿĀṣ, el marido de Zainab.
El Profeta s determinó las cantidades del rescate de los
prisioneros de guerra, que iban desde mil a cuatro mil dir-
hams, dependiendo de la riqueza y posición social del prisio-
nero. Los enviados de Quraiš viajaron de Meca y Medina lle-
vando consigo el dinero del rescate para liberar a sus parien-
tes retenidos en Medina. Zainab mandó a su enviado a Medi-
na con el rescate exigido por la liberación de su esposo. El
importe del rescate incluía un collar que su madre, Jadīŷa, le
había dado a ella antes de morir. Cuando el Profeta vio el co-
llar, su rostro se cubrió inmediatamente con un velo de tris-
teza y sintió un arranque de ternura por su hija. Se volvió a
sus compañeros y les dijo:
“Zainab ha enviado esta cantidad para rescatar a Abu ‘l-
ʿĀṣ. Si veis conveniente liberar a su prisionero y devolverle a
ella sus rescate, entonces hacedlo.”
“Desde luego que sí,” convinieron sus compañeros.
“Haremos lo que sea para apartar la tristeza de tus ojos y
hacerte feliz.”
El Profeta s impuso una condición a Abu ‘l-ʿĀṣ antes de
liberarle: debía enviarle a su hija Zainab sin la menor demora.
Tan pronto como regresó a Meca, Abu ‘l-ʿĀṣ empezó a
hacer los preparativos para cumplir su promesa. Ordenó a su
esposa que se preparase para el viaje y le dijo que los envia-
dos de su padre la estaban esperando a las afueras de Meca.
Preparó provisiones para ella y una montura y dio instruc-
ciones a su hermano, ʿAmr ibn ar-Rabīʿa, de que la acompaña-
se y la entregase personalmente a los enviados del Profeta s.

229
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ʿAmr se colgó su arco al hombro, recogió su carcaj y sus


flechas, puso a Zainab en su haudaŷ y salió de Meca con ella a
plena luz del día, ante los ojos de los Quraiš.
Los Quraiš se pusieron furiosos. Persiguieron a Zainab y a
ʿAmr hasta alcanzarles. Zainab estaba atemorizada. ʿAmr se
plantó tranquilamente con su arco y flechas y gritó:
“Por Dios, si uno de vosotros se acerca a ella, le meteré es-
ta flecha en el cuello.” ʿAmr era famoso por su excelente pun-
tería con el arco.
Abū Sufyān ibn Ḥarb, que por entonces se había unido al
grupo de Quraiš, se acercó a ʿAmr y le dijo: “Hijo de mi her-
mano, baja tu arco y deja que hable contigo.”
Así lo hizo ʿAmr y Abū Sufyān prosiguió: “Lo que estás
haciendo no es prudente. Has salido con Zainab ante los ojos
de la gente. Todos los árabes conocen el desastre que hemos
sufrido en Badr a manos de su padre, Muḥammad s. Si te
llevas a su hija en pleno día como has hecho, las tribus nos
acusarán de cobardía y dirán que hemos sido humillados.
Vuélvete con ella y dile que se quede en casa de su marido
unos pocos días para que la gente diga que la has devuelto a
su casa. Luego, pasados unos días puedes llevártela discreta-
mente y en secreto y entregársela a su padre. No tenemos
intención de retenerla.”
ʿAmr estuvo de acuerdo y Zainab regresó a Meca. Pocos
días después, ʿAmr sacó a Zainab de Meca en medio de la no-
che y se la entregó a los emisarios del Profeta s tal como le
había encargado su hermano.
Tras la partida de su mujer, Abu ‘l-ʿĀṣ permaneció en Me-
ca algunos años. Luego, poco antes de la conquista de Meca,
partió hacia Siria en una misión comercial. En el viaje de re-
greso desde Siria, su caravana estaba formada por cien came-
llos y ciento setenta hombres.
Mientras la caravana se acercaba a Medina, fue atacada
por sorpresa por un destacamento de musulmanes. Estos
confiscaron los camellos y se llevaron prisioneros a los hom-
bres para entregárselos al Profeta s. Abu ‘l-ʿĀṣ sin embargo
había conseguido escapar. Durante la noche, que era total-

230
ABU ‘L-ʿĀṢ IBN AR-RABĪʿA

mente oscura, Abu ‘l-ʿĀṣ entró en Medina temeroso y alerta.


Estuvo buscando por la ciudad hasta que dio con la casa de
Zainab. Allí le pidió protección y ella se la concedió.
Al amanecer, el Profeta -la paz sea con él-, salió hacia la
mezquita para realizar la oración del alba. Se situó en el
miḥrāb y dijo “Allāhu Akbar” para iniciar la oración. Los mu-
sulmanes colocados detrás de él hicieron la mismo. En ese
momento, Zainab gritó desde la sección de mujeres de la
mezquita:
“¡Oh gentes! ¡Soy Zainab, hija de Muḥammad. He dado
protección a Abu ‘l-ʿĀṣ. Dadle vosotros también vuestra pro-
tección!”
Cuando acabó la oración, el Profeta s se volvió hacia la
congregación y dijo: “¿Habéis oído lo mismo que yo?”
“Sí, Enviado de Dios,” respondieron.
“Por Aquel en Cuyas manos está mi alma, nada sabía de
esto hasta oír lo que todos habéis oído. Está pidiendo la pro-
tección de los musulmanes.”
De regreso a su casa el Profeta s le dijo a su hija: “Prepara
un lugar para Abu ‘l-ʿĀṣ y hazle saber que no eres lícita para
él.” Después mandó llamar a los miembros de la fuerza expe-
dicionaria que había confiscado los camellos y tomado pri-
sioneros a los hombres de la caravana y les dijo:
“Habéis tomado las posesiones de este hombre. Si sois
amables con él y le devolvéis sus bienes, estaríamos compla-
cidos. Sin embargo, si no estáis de acuerdo, entonces sus bie-
nes serán botín aprobado por Dios al que tenéis derecho.”
“Ciertamente le devolveremos sus bienes, Enviado de
Dios,” respondieron y cuando Abu ‘l-ʿĀṣ vino a recoger sus
mercancías, le dijeron:
“Perteneces a la nobleza de Quraiš. Eres sobrino del En-
viado de Dios s y su yerno. ¿Estás dispuesto a convertirte al
Islam? Entonces te devolveríamos todas estas riquezas. Ser-
ían tuyas las mercancías y los bienes que los habitantes de
Meca te han confiado, y te quedarías a vivir con nosotros
aquí en Medina.”

231
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“¡Qué cosa tan terrible me pedís que haga –entrar en una


religión cometiendo un acto de traición!” -replicó Abu ‘l-ʿĀṣ.
Abu ‘l-ʿĀṣ regresó a Meca con la caravana y entregó toda
la riqueza y las mercancías a sus dueños legítimos. Luego
preguntó:
“¡Oh gentes de Quraiš! ¿Queda en mi posesión algún dine-
ro de alguno de vosotros que todavía no le haya entregado?”
“No,” fue la respuesta. “Y que Dios te bendiga con bien.
Hemos comprobado que eres noble y digno de confianza.”
Entonces Abu ‘l-ʿĀṣ anunció:
“Puesto que ya os he entregado lo que era legítimamente
vuestro, ahora declaro que no hay más deidad que Dios y que
Muḥammad es el Enviado de Dios. Por Dios, la única cosa que
me impidió declarar mi conversión al Islam mientras estaba
con Muḥammad en Medina fue mi temor a que pensaseis que
lo hacía para apropiarme de vuestros bienes. Ahora que he
cumplido mi compromiso en este asunto, os anuncio que me
he hecho musulmán...”
Abu ‘l-ʿĀṣ partió entonces para Medina en donde el Profe-
ta s le recibió con hospitalidad y le devolvió a su esposa. El
Profeta solía decir de él:
“Habló conmigo y fue siempre veraz. Me hizo promesas y
fue siempre fiel a su palabra.”

232
38.
38. RUMAISA BINT MILHAN
AUN ANTES de que el Islam fuera introducido en Yaṯrib, Ru-
maisa era conocida por su excelente carácter, la fuerza de su
intelecto y su actitud independiente. Era conocida por diver-
sos nombres además de Rumaisa y Gumaisa, pero se trataba
quizás de motes. Un historiador afirma que su verdadero
nombre era Sahla, pero más tarde sería conocida popular-
mente como Umm Sulaim.
Umm Sulaim se casó en primeras nupcias con Mālik ibn
an-Naḍr, y el hijo nacido de este matrimonio fue el famoso
Anas ibn Mālik, uno de los grandes compañeros del Profeta s.
Umm Sulaim fue una de las primeras mujeres en conver-
tirse al Islam en Yaṯrib. En esta decisión fue influenciada por
el refinado, entusiasta y persuasivo Muṣʿab ibn ʿUmair, que
había sido enviado como el primer misionero o embajador
del Islam por el noble Profeta s. Esto fue después del primer
Juramento de ʿAqaba. Doce hombres de Yaṯrib habían acudi-
do a ʿAqaba, en las afueras de Meca, a jurar lealtad al Profeta.
Este fue el más importante avance en la misión del Profeta
tras largos años de dificultades.
Umm Sulaim tomó la decisión de convertirse al Islam sin
que su marido, Mālik ibn an-Naḍr, lo supiese o diera su con-
sentimiento. Él se encontraba entonces fuera de Yaṯrib y al
volver sintió que se habían producido ciertos cambios en su
familia y le dijo a su mujer:
“¡Pareces rejuvenecida!”
“No,” dijo ella. “Pero [ahora] creo en este hombre [es de-
cir, el Profeta Muḥammad s].”
A Mālik esto no le sentó bien, especialmente cuando su
esposa empezó a anunciar en público su conversión al Islam
y a instruir a su hijo Anas en las enseñanzas y en la práctica
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

de su nueva fe. Le enseñó a decir Lā ilāha il·lā Allāh y también,


Ašhadu anna Muḥammadan Rasūlullāh. El pequeño Anas repetía
esta simple pero profunda declaración de fe con claridad y
fuerza.
El marido de Umm Sulaim se ponía furioso y le gritaba:
“No corrompas a mi hijo.”
“No estoy corrompiéndole,” respondía ella con firmeza.
Al final, su marido se fue de casa y se dice que fue atacado
por un enemigo suyo y murió. La noticia conmocionó a Umm
Sulaim pero al parecer no la afectó seriamente. Siguió dedi-
cada al cuidado de Anas y se ocupaba de darle una educación
correcta. Se dice también que declaró que no se volvería a
casar a menos que Anas diese su aprobación.
Cuando se supo que Umm Sulaim había enviudado, un
hombre, Zayd ibn Sahl, conocido como Abū Ṭalḥa, decidió
pedirle matrimonio antes de que otro se le adelantase.
Se sentía confiado de que Umm Sulaim no daría preferen-
cia a otro sobre él. Después de todo era fuerte y viril, poseía
riqueza y una casa impresionante que era la admiración de la
gente. Era asimismo un excelente jinete y un experto arque-
ro, y pertenecía además al mismo clan que Umm Sulaim, los
Banū Naŷŷār.
Abū Ṭalḥa se dirigió a la casa de Umm Sulaim. Por el ca-
mino recordó que había sido influida por la predicación de
Muṣʿab ibn ʿUmair y se había convertido al Islam.
“¿Qué más da?” -se dijo. “¿Acaso su ex marido no era un
fiel seguidor de la antigua religión y no se oponía a
Muḥammad y a su misión?”
Abū Ṭalḥa llegó a la casa de Umm Sulaim. Pidió permiso y
fue invitado a entrar. Allí estaba el hijo de ella, Anas. Abū
Ṭalḥa expuso el motivo de su visita y pidió su mano en ma-
trimonio.
“Un hombre como tú, Abū Ṭalḥa,” dijo ella, “no es [fácil-
mente] rechazable. Pero no me casaré contigo mientras seas
kāfir, un incrédulo.”

234
RUMAISA BINT MILHAN

Abū Ṭalḥa pensó que estaba tratando de hacerle desistir


porque quizá ya había preferido a alguien más rico e influ-
yente que él. Así que dijo:
“¿Qué es lo que realmente te impide aceptarme, Umm Su-
laim? ¿Es quizá el metal amarillo y el blanco [el oro y la pla-
ta]?”
“¿Oro y plata?” -preguntó ella algo sorprendida y con un
ligero tono de reproche.
“Sí,” respondió él.
“Te juro, Abū Ṭalḥa, y juro por Dios y por Su Enviado s
que si te haces musulmán, te aceptaré por esposo, sin oro ni
plata. Aceptaré tu conversión al Islam como mi mahr.”
Abū Ṭalḥa comprendió perfectamente el alcance de sus
palabras. En su mente recordó el ídolo que había tallado en
madera y al que concedía las mayores atenciones, igual que
los hombres importantes de su tribu veneraban y cuidaban a
sus ídolos personales.
Esta fue la oportunidad de Umm Sulaim para insistir en la
futilidad de esa adoración pagana, y siguió diciendo:
“¿No sabes Abū Ṭalḥa, que el dios que adoras en lugar de
Dios ha salido de la tierra?”
“Así es,” confesó él.
“¿No te sientes como un tonto adorando un trozo de árbol
mientras usas el resto como leña para cocer el pan y calentar-
te? (Si abandonas esas insensatas creencias y prácticas) y te
haces musulmán, Abū Ṭalḥa, estaré encantada de aceptarte
por esposo y no esperaré de ti ninguna ṣadaqa aparte de tu
aceptación del Islam.”
“¿Quién puede instruirme en el Islam?” -preguntó Abū
Ṭalḥa.
“Yo puedo,” respondió Umm Sulaim.
¿Cómo?”
“Pronuncia la declaración de la verdad y atestigua que no
hay más deidad que Dios y que Muḥammad es el Enviado de
Dios. Luego ve a tu casa, destruye tu ídolo y tíralo.”

235
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Abū Ṭalḥa se marchó y reflexionó seriamente en lo que


Umm Sulaim le había dicho. Luego volvió a visitarla resplan-
deciente de alegría.
“He tomado en serio tu consejo. Declaro que no hay más
deidad que Dios y declaro que Muḥammad es el Enviado de
Dios.”
Umm Sulaim y Abū Ṭalḥa contrajeron matrimonio. Su hijo
Anas se mostraba contento y los musulmanes decían:
“No hemos oído de un mahr más valioso que el de Umm
Sulaim, que ha hecho del Islam su mahr.”
Umm Sulaim estaba encantada con su nuevo marido: un
marido que había puesto ahora todo su talento y energía al
servicio del Islam. Fue uno de los setenta y tres hombres que
juraron lealtad al Profeta s en el segundo Juramento de
ʿAqaba. Según un testimonio, acudió también su esposa Umm
Sulaim. Otras dos mujeres estuvieron presentes y hicieron su
juramento de lealtad en ʿAqaba: la famosa Nusaiba bint Kaʿb y
Asmāʾ bint ʿAmr.
Abū Ṭalḥa estaba totalmente entregado al Profeta s y dis-
frutaba enormemente con sólo mirarle y escuchar la dulzura
de sus palabras. Tomó parte en todas las principales campa-
ñas militares. Vivía una vida muy ascética y se sabía que solía
ayunar durante largos períodos. Se dice que poseía un
espléndido huerto en Medina, con palmeras, vides y arroyos.
Un día, mientras hacía el ṣalā a la sombra de los árboles, un
hermoso pájaro de brillante plumaje pasó volando delante de
él. Abū Ṭalḥa quedó prendado por aquella visión y olvidó el
número de rak’at que había rezado. ¿Habían sido dos o tres?
Al terminar su oración fue a ver al Profeta s y le contó cómo
se había distraído. Al acabar, dijo: “Sé testigo, oh Enviado de
Dios, de que entrego este huerto como limosna por amor de
Dios Altísimo.”
Abū Ṭalḥa y Umm Sulaim llevaban una vida ejemplar co-
mo familia musulmana, entregada al Profeta s y al servicio
de los musulmanes y del Islam. El Profeta solía visitar su casa.
A veces, al llegar el tiempo de la oración, rezaba en una al-
fombrilla que le traía Umm Sulaim. A veces, solía también

236
RUMAISA BINT MILHAN

dormir la siesta en su casa y, mientras dormía, ella le limpia-


ba el sudor de la frente. Una vez, al levantarse el Profeta de la
siesta, le preguntó:
“Umm Sulaim, ¿qué es eso que haces?”
“Recojo estas [gotas de sudor] como una baraka (bendi-
ción) tuya,” respondió ella.
En otra ocasión, el Profeta fue a su casa y Umm Sulaim le
ofreció dátiles y mantequilla pero él los rehusó porque estaba
ayunando. En ocasiones, enviaba a su hijo Anas a su casa con
bolsas de dátiles.
Era sabido que el Profeta -la paz sea con él-, sentía espe-
cial compasión por Umm Sulaim y su familia, y al ser pregun-
tado acerca de eso, respondió:
“Su hermano cayó muerto a mi lado.”
Umm Sulaim tenía también una hermana famosa, Umm
Ḥāram, esposa del imponente ʿUbāda ibn as-Ṣāmit. Esta mu-
rió durante una expedición naval y está enterrada en Chipre.
El marido de Umm Sulaim, Abū Ṭalḥa, murió asimismo du-
rante una expedición naval en tiempos del tercer califa,
ʿUṯmān, y recibió sepultura en el mar.
La propia Umm Sulaim era conocida por su gran valentía y
coraje. Durante la Batalla de Uḥud, llevaba una daga entre los
pliegues de su ropa. Llevaba agua a los heridos y les atendía, e
intentó defender al Profeta s cuando la suerte de la batalla
se volvió contra los musulmanes. En la Batalla del Foso, el
Profeta la vio con una daga en la mano y le preguntó para
qué la llevaba. Ella dijo:
“Es para combatir a los que deserten.”
“Que Dios te dé satisfacción en eso,” respondió el Profeta.
Frente a la adversidad, Umm Sulaim mostraba una extra-
ordinaria serenidad y fortaleza. Uno de sus hijos menores
(ʿUmair) cayó enfermo y murió mientras su marido estaba
fuera cuidando de sus cultivos. Lavó al niño, lo envolvió en el
sudario, y dijo a la gente de la casa que no informasen a Abū
Ṭalḥa porque quería hacerlo ella misma.
Umm Sulaim tuvo luego otro hijo al que llamaron
ʿAbdullāh. Pocos días después del parto, envió a Anas al Pro-

237
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

feta con el pequeño y una bolsa de dátiles. El Profeta s co-


locó al bebé en su regazo. Masticó unos dátiles en su boca y
puso algo de ello en la boca del pequeño. El bebé chupó los
dátiles con evidente placer y el Profeta dijo:
“A los Anṣār sólo les gustan los dátiles.”
ʿAbdullāh creció hasta hacerse un hombre y tuvo siete
hijos, todos los cuales memorizaron el Corán.
Umm Sulaim era una musulmana modélica: modelo de es-
posa y de madre. Su fe en Dios era fuerte e inamovible. No
estaba dispuesta a arriesgar su fe y la educación de sus hijos
por causa de la riqueza y el lujo, por abundantes y tentadores
que fueran.
Estaba consagrada por entero al Profeta s y dedicó a su
hijo Anas al servicio de éste. Tomó la responsabilidad de edu-
car a sus hijos y desempeñó una labor activa en la vida públi-
ca, compartiendo con los demás musulmanes las penalidades
y dichas de construir una comunidad y de vivir por la satis-
facción de Dios.

238
39.
39. ṬALḤ
ALḤA IBN ʿUBAIDULLĀH
BAIDULLĀH

HABIENDO REGRESADO apresuradamente a Meca después de un


viaje de negocios a Siria, Ṭalḥa preguntó a su familia:
“¿Ha ocurrido algo en Meca desde que salimos?”
“Sí,” respondieron. “Muḥammad ibn ʿAbdullāh ha anun-
ciado que es un Profeta y Abū Quḥāfa (Abū Bakr) le apoya.”
“Yo he frecuentado a Abū Bakr,” dijo Ṭalḥa. “Es un hom-
bre sencillo, afable y cortés. Era un comerciante honesto y
recto. Éramos muy amigos de él y nos gustaba sentarnos en
su compañía por su conocimiento de la historia y las genea-
logías de Quraiš.”
Más tarde, Ṭalḥa fue a visitar a Abū Bakr y le preguntó:
“Es cierto lo que dicen: que Muḥammad ibn ʿAbdullāh se
ha declarado Profeta y que tú le sigues.”
“Así es,” respondió Abū Bakr, y empezó a hablarle acerca
de Muḥammad s y de lo bueno que sería que él también le
siguiese.” Por su parte, Ṭalḥa contó a Abū Bakr la historia de
un extraño encuentro que había tenido recientemente con
un monje en el mercado de Bosra, en Siria. El monje había
dicho a Ṭalḥa que alguien llamado “Aḥmad” surgiría en Meca
por ese tiempo y que sería el último de los Profetas. También
dijo a Ṭalḥa –según relata la historia-, que el Profeta abando-
naría el santuario de Meca y emigraría a una tierra de suelo
negro y palmerales...
Abū Bakr quedó asombrado por la historia y llevó a Ṭalḥa
a ver a Muḥammad. El Profeta -la paz sea con él-, presentó el
Islam a Ṭalḥa y le recitó algunos pasajes del Corán. Ṭalḥa se
mostró entusiasmado. Le contó al Profeta su conversación
con el monje de Bosra. Allí mismo, Ṭalḥa pronunció la šahāda
–no hay deidad sino Dios y Muḥammad es el Enviado de Dios.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Fue la cuarta persona en entrar en el Islam de la mano de Abū


Bakr.
Los Quraiš se vieron sorprendidos por la conversión del
joven Ṭalḥa. La que se sintió más consternada y triste fue su
madre. Esperaba que Ṭalḥa llegase a ser un día el jefe de su
comunidad dado su carácter noble y sus extraordinarias vir-
tudes. Algunos de los Quraiš, preocupados, fueron a ver a
Ṭalḥa tan pronto como pudieron para intentar sacarle de su
nueva religión pero le encontraron firme e inamovible como
una roca. Cuando desesperaron de hacerle cambiar de opi-
nión por medios persuasivos, echaron mano de la persecu-
ción y la violencia. La siguiente historia ha sido relatada por
Masʿūd ibn Jaraš:
“Cuando me encontraba haciendo saʿī entre aṣ-Ṣafā y al-
Marwa, apareció una multitud de gente que empujaba a un
joven que tenía las manos atadas a la espalda. Mientras corr-
ían detrás de él, le iban dando golpes en la cabeza. Entre esa
multitud había una anciana que le fustigaba repetidamente y
le lanzaba insultos.
Pregunté entonces:
‘¿Qué ocurre con ese joven?’
‘Es Ṭalḥa ibn ʿUbaidullāh. Ha dejado su religión y sigue
ahora al hombre de Banū Hašim.’
‘¿Y quién es esa mujer que va detrás de él?’ -pregunté.
‘Es as-Saʿba bint al-Ḥaḍramī, su madre,’ dijeron.
Los Quraiš no se detuvieron ahí. Naufal ibn Juwailid, apo-
dado ‘el león de Quraiš’, ató a Ṭalḥa con una soga y con la
misma soga ató a Abū Bakr y luego se los entregó a la insen-
sata y violenta turba de Meca para que les golpeasen y tortu-
rasen. ¡Esta experiencia compartida acercó aún más sin duda
a Ṭalḥa y a Abū Bakr!
Pasaron los años y se sucedieron acontecimientos de gran
importancia. Ṭalḥa creció en virtud mientras soportaba el
dolor y el sufrimiento de verse probado en la causa de Dios y
Su Profeta s. Adquirió una especial reputación entre los mu-
sulmanes que le llamaban el ‘mártir viviente’. El Profeta, la

240
ṬALḤA IBN ʿUBAIDULLĀH

paz sea con él-, le llamaba también ‘Ṭalḥa el Bueno’ y ‘Ṭalḥa


el Generoso’.
El apelativo de ‘mártir viviente’ lo recibió durante la Bata-
lla de Uḥud. Ṭalḥa había estado ausente de la Batalla de Badr.
Él y Saʿīd ibn Zayd habían sido enviados por el Profeta s fue-
ra de Medina en una misión, y cuando regresaron el Profeta y
sus compañeros venían ya regresando de Badr. Ambos se
sintieron tristes por haberse perdido la oportunidad de par-
ticipar en la primera campaña con el Profeta, pero se sintie-
ron tremendamente felices cuando éste les dijo que obtendrían
la misma recompensa que los que habían luchado realmente.
En la Batalla de Uḥud, cuando los musulmanes fueron
desbaratados al comienzo de la contienda, el Profeta s
quedó peligrosamente expuesto. Había unos once hombres
de los Anṣār a su lado y un Muhāŷir –Ṭalḥa ibn ʿUbaidullāh. El
Profeta trepó por la montaña perseguido de cerca por algu-
nos de los mušrikūn. El Profeta -la paz sea con él-, gritó:
“Aquel que repela a esta gente será mi compañero en el
Paraíso.”
“Yo, oh Enviado de Dios,” gritó Ṭalḥa.
“No, tú quédate en tu posición,” repuso el Profeta. Uno de
los Anṣār se ofreció voluntario y el Profeta s estuvo de
acuerdo. Este hombre luchó hasta caer muerto. El Profeta
siguió subiendo por la montaña con los mušrikūn pisándole
los talones.
“¿No hay nadie que luche contra estos?”
Ṭalḥa se ofreció de nuevo voluntario pero el Profeta s le
ordenó que se mantuviese en su puesto. Otro de los Anṣār se
adelantó inmediatamente, luchó y cayó muerto. Esto siguió
ocurriendo hasta que todos los que protegían al Profeta caye-
ron mártires excepto Ṭalḥa.
“Ahora sí,” señaló el Profeta y Ṭalḥa entró en liza. Para
entonces, los dientes del Profeta s habían sido rotos, tenía
un corte en la frente, sus labios estaban heridos y la sangre
caía profusamente por su cara. Se sentía desfallecido. Ṭalḥa
se arrojó contra los enemigos y los apartó del Profeta. Vol-
viéndose luego hacia el Profeta, le ayudó a seguir subiendo

241
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

por la montaña y le dejó en el suelo para que descansase.


Luego se volvió y siguió atacando a los enemigos, consi-
guiendo finalmente rechazarles.
Abū Bakr dijo acerca de este episodio:
“En aquel momento, Abū ʿUbaid ibn al-Ŷarrāḥ y yo está-
bamos lejos del Profeta. Cuando conseguimos llegar a su lado
para ayudarle, el Profeta s dijo:
‘Dejadme a mí y ayudar a vuestro compañero (es decir,
Abū Ṭalḥa).’”
Ṭalḥa sangraba mucho. Tenía numerosas heridas tanto de
espada como de flecha y de lanza. Su pie había sido cortado y
había caído en un hoyo en donde yacía inconsciente.
Más tarde, el Profeta -la paz sea con él-, dijo:
“Quien quiera ver caminando sobre la tierra a un hombre
que ha cumplido su período [de vida], que mire a Ṭalḥa ibn
ʿUbaidullāh.”
Y cada vez que era recordado el Día de Uḥud, aṣ-Ṣiddīq -
que Dios esté complacido de él-, solía decir:
“Ese día, todo él, fue de Ṭalḥa.”
Esa fue la historia de cómo Ṭalḥa llegó a ser conocido co-
mo ‘el mártir viviente’.
Hubo numerosos incidentes que hicieron que recibiese el
apelativo de ‘Ṭalḥa el Bueno’ y ‘Ṭalḥa el Generoso’.
Ṭalḥa era un astuto y próspero comerciante que viajaba
por todo el norte y el sur de la península Arábiga. Se dice que
después de uno de sus viajes a Ḥaḍramaut, obtuvo unos bene-
ficios del orden de setecientos mil dirhams. Su noches esta-
ban pobladas por la ansiedad y preocupación a causa de su
inmensa riqueza. Una de esas noches, su esposa Umm
Kulṯūm, la hija de Abū Bakr, le dijo:
“¿Qué te pasa, padre de Muḥammad? ¿Es que he hecho al-
go que te enoje?”
“No,” respondió Ṭalḥa. “Tú eres una esposa maravillosa
para un musulmán. Pero he estado pensando desde la noche
pasada: ¿Cómo puede un hombre pensar en su Señor y Susten-
tador cuando se acuesta con toda esta riqueza en su casa?”

242
ṬALḤA IBN ʿUBAIDULLĀH

“¿Por qué tiene que preocuparte tanto,” señaló Umm


Kulṯūm. “¿Qué hay de todos los necesitados de tu comunidad
y de todos tus amigos? Cuando te levantes por la mañana,
repártela entre ellos.”
“¡Qué Dios te bendiga. Eres realmente maravillosa y la hija
de un hombre maravilloso!” -dijo Ṭalḥa a su esposa.
A la mañana siguiente, Ṭalḥa reunió su dinero en sacas y
lo distribuyó entre los pobres de los Muhāŷirūn y los Anṣār.
Se cuenta que un hombre fue a ver a Ṭalḥa para pedirle
ayuda y mencionó también que existía algún vínculo familiar
entre ellos dos.
“Este vínculo familiar ya me lo ha mencionado alguien an-
tes,” dijo Ṭalḥa que de hecho era bien conocido por su gene-
rosidad con todos los miembros de su clan. Ṭalḥa le dijo al
hombre que acababa de vender un trozo de tierra a ʿUṯmān
ibn ʿAffān en varios miles de dirhams. El hombre podía que-
darse con el dinero o con el trozo de tierra que podía ser re-
adquirido de ʿUṯmān. El hombre eligió el dinero y Ṭalḥa se lo
dio todo.
Ṭalḥa era conocido por ayudar a personas que tenían pro-
blemas de deudas, a cabezas de familia que pasaban dificulta-
des y a viudas. Uno de sus amigos, as-Sa’ib ibn Zayd, dijo de él:
“Acompañé a Ṭalḥa ibn ʿUbaidullāh en varios viajes y es-
tuve como huésped en su casa, y no he conocido a nadie más
generoso con el dinero, la ropa y la comida que Ṭalḥa.”
No sorprende, pues, que le llamasen ‘Ṭalḥa el Bueno’ y
‘Ṭalḥa el Generoso’.
El nombre de Ṭalḥa está asimismo conectado con la pri-
mera fitna o guerra civil entre musulmanes después de la
muerte del Profeta -la paz sea con él.
Las semillas de la discordia habían sido sembradas duran-
te el califato de ʿUṯmān ibn ʿAffān. Hubo muchas quejas y
acusaciones contra él. Algunos alborotadores no se contenta-
ron sólo con las acusaciones sino que se empeñaron en aca-
bar con él. En el año 35 de la hégira (656 D.C.), un grupo de
insurgentes asaltaron la casa de ʿUṯmān y le asesinaron mien-

243
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

tras leía el Corán. Este fue uno de los incidentes más terribles
de la historia de los comienzos del Islam.
Se propuso a ʿAlī para que asumiese la responsabilidad del
Califato, y todos los musulmanes le juraron lealtad, incluidos
Ṭalḥa y Zubair ibn al-ʿAwwām. Ṭalḥa y Zubair estaban pro-
fundamente afectados por el asesinato de ʿUṯmān. Estaban
horrorizados y sentían que era obligatorio que se castigase a
los asesinos y se hiciese justicia. Pero castigar a los asesinos
no era tarea fácil, porque el crimen no había sido perpetrado
por unos pocos individuos sino que estaban implicadas mu-
chas personas.
Ṭalḥa y Zubair pidieron permiso a ʿAlī para ir a Meca a
hacer ʿumra. Allí se entrevistaron con ʿĀʾiša, la esposa del Pro-
feta. Esta se quedó atónita al conocer la noticia del asesinato
de ʿUṯmān. Desde Meca, Ṭalḥa, Zubair y ʿĀʾiša se dirigieron a
Basora, donde una multitud se congregó para exigir vengan-
za por la muerte de ʿUṯmān.
Las fuerzas reunidas en Basora parecían presentar un de-
safío a ʿAlī. Como Califa de los musulmanes y cabeza del Esta-
do Islámico, ʿAlī no podía tolerar una insurrección o revuelta
armada contra el Estado. ¡Pero, qué difícil y terrible tarea a la
que se enfrentaba! Para derrotar la revuelta, debía combatir a
sus hermanos, a sus compañeros y a otros seguidores del Pro-
feta s y de su religión como él, los mismos que habían lu-
chado contra las fuerzas del širk, aquellos que él más amaba y
respetaba.
Las fuerzas que pedían venganza por la muerte de ʿUṯmān
y los que apoyaban a ʿAlī se encontraron en un lugar llamado
Kuraiba, cerca de Basora. ʿAlī deseaba evitar la guerra y solu-
cionar los asuntos por medios pacíficos. Hizo uso de todos los
recursos en su mano para lograr la paz. Se aferró a toda espe-
ranza de evitar una confrontación. Pero las fuerzas oscuras
que trabajaban contra el Islam -¡y cuán numerosas eran!-
estaban decididas a que aquel asunto llegase a un desenlace
terrible y sangriento.
ʿAlī lloró. Lloró amargamente al ver a ʿĀʾiša, ‘la Madre de
los Creyentes’ dentro de su haudaŷ, o palanquín, sobre un

244
ṬALḤA IBN ʿUBAIDULLĀH

camello encabezando el ejército que ahora se disponía a


combatir contra él. Y cuando vio a Ṭalḥa y a Zubair, dos com-
pañeros cercanos al Profeta s, en medio del ejército, les
gritó para que vinieran a hablar con él. Ellos así lo hicieron, y
ʿAlī le dijo a Ṭalḥa:
“Oh Ṭalḥa, has venido con la esposa del Enviado de Dios
s, a luchar junto con ella...?”
Y a Zubair le dijo:
“Oh Zubair, te pido por Dios que recuerdes el día en que el
Profeta -la paz sea con él-, pasó a tu lado en tal y tal lugar y te
preguntó: ‘¿Amas a ʿAlī?,’ y tú dijiste: ‘¿Por qué no iba a que-
rer a mi primo, que además sigue mi misma religión...?’“
ʿAlī siguió hablándoles y recordándoles los lazos de her-
mandad y de fe. Al final, Ṭalḥa y Zubair se retiraron porque
no querían tomar parte en esta guerra civil. Se retiraron in-
mediatamente cuando vieron la situación bajo una luz distin-
ta. Pero pagarían su retirada con sus vidas.
Cuando estaban retirándose, un hombre llamado ʿAmr ibn
Ŷarmuz siguió a Zubair y le asesinó cobardemente mientras
hacía el ṣalā. Ṭalḥa cayó muerto por una flecha disparada al
parecer por Marwān –un primo de ʿUṯmān que estaba tan
cegado por la ira y el deseo de vengar a su pariente que no
admitía la posibilidad de evitar la guerra y el derramamiento
de sangre entre musulmanes.
El asesinato de ʿUṯmān se había convertido en la cita de
Ṭalḥa con su destino. No participó en la lucha ni en la matan-
za que vino después y que se conoce en la historia como la
‘Batalla del Camello’. De hecho, si hubiera sabido que la fitna
degeneraría en un odio y rencor tan extremos y que daría
como resultado aquel terrible derramamiento de sangre, se
hubiera opuesto a ella. No quería luchar contra ʿAlī. Estaba
simplemente escandalizado por el asesinato de ʿUṯmān y
quería que se hiciese justicia. Antes de comenzar la batalla
había dicho con voz ahogada por la emoción:
“Oh Señor, por amor a ʿUṯmān, aparta de mí este día hasta
que Tú quieras.”

245
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Luego, cuando ʿAlī se entrevistó con él y con Zubair, com-


prendieron que la posición de aquel era la más justa y aban-
donaron el campo de batalla. No obstante, y aún en estas cir-
cunstancias difíciles, les estaba reservado el martirio.
La Batalla del Camello llegó a su fin. ʿĀʾiša, la madre de los
creyentes, comprendió que su presencia había precipitado
los acontecimientos y se fue de Basora con destino a la Mez-
quita Inviolable, y luego a Medina, a fin de distanciarse del
conflicto. ʿAlī le proveyó todo lo necesario para su viaje, su-
ministrándole todas las comodidades y honores debidos a su
posición.
Cuando fueron reunidos los numerosos caídos en la bata-
lla, ʿAlī dirigió la oración de funeral por todos ellos, tanto los
que habían estado a su lado como los que lucharon contra él.
Y después de enterrar a Ṭalḥa y Zubair les dio la despedida con
el corazón lleno de pesar, un corazón lleno de ternura y amor.
“Espero en verdad,” dijo con palabras sencillas y sublimes,
“que Ṭalḥa, az-Zubair, ʿUṯmān y yo estemos entre esos de los
que Dios ha dicho: ‘Y eliminaremos todo pensamiento y sentimien-
to impropio [que pudiera quedar] en sus pechos, [y descansarán]
como hermanos, unos enfrente de otros, sobre lechos de felicidad.’”
(Corán, 15:47)
Luego contempló con ternura y pesar las tumbas de sus
hermanos en la fe y dijo:
“Con estos oídos míos le oí decir al Profeta -Dios le bendi-
ga y le dé paz:
“¡Ṭalḥa y az-Zubair son mis compañeros en el Paraíso!”

246
40.
40. ʿUQBA IBN ʿĀMIR
TRAS UN LARGO y agotador viaje, el Profeta -la paz sea con él-,
llega a las afueras de Yaṯrib. La buena gente de la ciudad sale
a recibirle. Muchos de ellos se agolpan en las estrechas calles.
Algunos, subidos a las azoteas, cantan Lā ilāha il·lā Allāh y
Allāhu Akbar de gozo por ver al Profeta de la Misericordia y a
su leal compañero, Abū Bakr aṣ-Ṣiddīq. Las niñas de la ciudad
salen alegres a su encuentro, batiendo sus daffs y cantando
una canción de bienvenida:

Ṭalaʿa ‘l-badru ʿalainā


Min Ṯanīyati ‘l-Wadāʿ
Waŷaba ‘š-šukru ʿalainā
Mā daʿā lil·lāhi dāʿ
Ayyuha ‘l-mabʿūṯu fīnā
Ŷiʾta bi ‘l-amri ‘l-muṭāʿ
Ŷiʾta šarrafta ‘l-Madīna
Marḥaban yā jaira dāʿ.

“La luna llena ha venido a nosotros


De detrás de las colinas de Ṯanīyati ‘l-Wadāʿ
¡Debemos mostrarnos agradecidos
Cuando la llamada es a Dios!
¡Oh tú que nos has sido enviado!
Has venido con una misión que debe obedecerse.
Has venido y has honrado la Ciudad;
¡Bienvenido, oh el mejor de los que llaman [a Dios]!”

A medida que la procesión del noble Profeta s recorría


las calles, sólo se veían corazones gozosos, lágrimas de éxta-
sis, sonrisas de pura felicidad.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Lejos de estas escenas de júbilo y dicha se encontraba un


joven llamado ʿUqba ibn ʿĀmir al-Ŷuhānī. Había salido al ba-
wadi, la vastas zonas de desierto, para apacentar en su escasa
vegetación su rebaño de ovejas y cabras. Buscando comida
para su hambriento rebaño se había alejado mucho de la ciu-
dad. Era muy difícil encontrar buenos pastos y vivía siempre
temeroso de que su ganado muriera. Era todo lo que poseía y
no quería perderlo.
La felicidad que embargaba a Yaṯrib, que en adelante sería
conocida como La Iluminada Ciudad del Profeta, pronto se
extendió a todos los bawadi, cercanos y lejanos, y llegó a to-
das las cañadas y valles de aquel territorio. La buena nueva
de la llegada del Profeta s alcanzó finalmente a ʿUqba mien-
tras éste se encontraba lejos, cuidando de su rebaño en medio
del inhóspito desierto. Su reacción a la noticia fue inmediata
como lo relata él mismo: “El Profeta, -Dios le bendiga y le dé
paz-, llegó a Medina mientras yo me encontraba cuidando de
mis ovejas. Cuando supe la noticia de su llegada, acudí a verle
tan rápido como pude. Cuando le encontré, le pregunté:
‘¿Aceptarías mi juramento de lealtad, oh Enviado de Dios?’
‘¿Y quién eres tú?’ -preguntó el Profeta.
‘ʿUqba ibn ʿĀmir al-Ŷuhānī,’ respondí.
‘¿Qué prefieres,’ me preguntó, ‘el juramento de un nóma-
da o el juramento de alguien que ha emigrado?’
‘El juramento de alguien que ha emigrado,’ le dije.
Así que el Enviado de Dios s me tomó el mismo juramen-
to que le habían dado los Muhāŷirūn. Pase la noche con él y
luego volví con mi rebaño.
Éramos trece los que nos habíamos convertido al Islam,
pero vivíamos lejos de la ciudad cuidando de nuestras ovejas
y cabras a campo abierto. Llegamos a la conclusión de que
sería bueno para nosotros ir a ver al Profeta s todos los días,
para que nos instruyese en nuestra religión y nos recitase la
revelación que había recibido del Altísimo. Así que les dije a
los otros:
‘Haced turnos para ir a ver al Enviado de Dios -la paz sea
con él. Aquel que vaya puede dejar sus ovejas a mi cuidado

248
ʿUQBA IBN ʿĀMIR

porque yo estoy demasiado preocupado por mi rebaño para


dejarlo al cuidado de otro.’
Cada día, uno u otro de mis amigos iba a ver al Profeta s y
dejaba a mi cargo sus ovejas. Cuando regresaba, aprendía de
él lo que había escuchado y me beneficiaba de lo que él había
entendido. Pasado un tiempo recobré el sentido común y me
dije:
‘¡Pobre infeliz! ¿Acaso este rebaño tuyo es la causa de que
te sientas desgraciado y pierdas la oportunidad de estar en
compañía del Profeta s y hablar directamente con él sin
intermediario?’ Entonces, dejé mi rebaño, partí para Medina
y me quedé en la mezquita cerca del Enviado de Dios -Dios le
bendiga y le dé paz.’”
ʿUqba nunca lamentaría haber tomado aquella decisión
crucial. Pasada una década, se había convertido en uno de los
más destacados eruditos entre los compañeros del Profeta s,
un recitador competente y reconocido del Corán, un jefe mi-
litar y más tarde, cuando el Islam se extendió al este y al oes-
te con asombrosa celeridad, fue uno de sus gobernadores más
eminentes. Jamás hubiera imaginado cuando dejó su rebaño
para seguir las enseñanzas del noble Profeta s, que llegaría a
estar a la vanguardia de las fuerzas musulmanas que libera-
ron el fértil Damasco –entonces conocido como ‘la madre del
universo’-, y que tendría una casa entre exuberantes jardi-
nes. Jamás hubiera imaginado que sería uno de los jefes mili-
tares que liberaron Egipto -conocido entonces como ‘la es-
meralda del mundo’-, y que llegaría a ser uno de sus gober-
nadores.
La crucial decisión, sin embargo, había sido tomada. ʿUqba
llegó a Medina del bawadi solo, sin posesiones ni parientes. Se
quedó con otros como él en la Ṣuffa, o plataforma cubierta
junto a la mezquita del Profeta, lindando con su casa. La Ṣuffa
era una especie de punto de recepción al que iba gente como
ʿUqba, porque querían estar cerca del Profeta. Estos eran co-
nocidos como “Aṣḥāb aṣ-Ṣuffa” y el Profeta les llamó en una
ocasión ‘los huéspedes de Dios’.

249
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Como carecían de medios, el Profeta s compartía siempre


con ellos su comida y animaba a otros a ser generosos con
estos ‘huéspedes’. Estos pasaban gran parte el tiempo estu-
diando el Corán y aprendiendo acerca del Islam. ¡Qué magní-
fica oportunidad tuvieron! Estaban cerca del Profeta y en
contacto con él de forma regular. Este sentía un especial
amor y preocupación por ellos y se ocupaba de educarles y de
cuidar de ellos en todos los aspectos. ʿUqba nos da un ejemplo
de cómo el Profeta les enseñaba y educaba. Dijo:
“Un día, el Profeta -Dios le bendiga y le dé paz-, vino a
vernos mientras estábamos en la Ṣuffa, y nos preguntó:
‘¿A quién de vosotros le gustaría salir al campo o a un va-
lle cada día y coger para sí dos hermosos camellos negros?’
(Tales camellos eran considerados muy valiosos.)
‘A todos nos gustaría eso, oh Enviado de Dios,’ respondimos.
‘Entonces,’ dijo, ‘que cada uno de vosotros vaya a la mez-
quita y aprenda dos ayāt (versículos) del Libro de Dios. Esto es
mejor para él que dos camellos; tres versículos son mejor que
tres camellos; cuatro versículos son mejor que cuatro came-
llos (y así sucesivamente).’”
De esta forma, el Profetas intentaba producir un cambio
de actitud en los que habían aceptado el Islam, transforman-
do la obsesión por adquirir bienes materiales en una actitud
de adquisición de conocimiento. Este sencillo ejemplo les
sirvió de motivación y poderoso incentivo para buscar cono-
cimiento.
En otras ocasiones, los Aṣḥāb aṣ-Ṣuffa le hacían preguntas
al Profeta a fin de comprender mejor su religión. Una vez,
dijo ʿUqba, le preguntó al Profeta s: “¿En qué consiste la
salvación?,” y él respondió.
“Controla tu lengua, prepara tu casa para los huéspedes y
censura tus propios errores.”
Aun fuera de la mezquita, ʿUqba trataba de mantenerse
cerca del Profeta s. Cuando éste iba de viaje, a menudo él
cogía las riendas de la mula del Profeta y la llevaba a donde el
Profeta quería ir. A veces iba inmediatamente detrás de él -la
paz sea con él-, y así fue como recibió el nombre de radīf del

250
ʿUQBA IBN ʿĀMIR

Profeta. En otras ocasiones, el Profeta se bajaba de su montu-


ra y dejaba que ʿUqba fuera montado mientras él caminaba.
ʿUqba describe una de estas situaciones:
“Yo llevaba las riendas de la mula del Profeta s mientras
atravesábamos unos palmerales de Medina.
‘ʿUqba,’ me dijo el Profeta, ‘¿no quieres montar?’
Pensé decir que no, pero sentí que habría un cierto ele-
mento de desobediencia en esa respuesta, así que dije:
‘Sí, Enviado de Dios.’
El Profeta s se apeó de su mula y yo me subí por obedien-
cia a su orden. El se puso a andar. Poco después me bajé. El
Profeta se montó y me dijo:
‘ʿUqba, ¿no quieres que te enseñe dos suras como no se
han escuchado jamás?’
‘Desde luego que sí, oh Enviado de Dios,’ respondí. Y en-
tonces él me recitó “Qul aʿuḏu bi Rabbi ‘l-Falaq” y “Qul aʿuḏu bi
Rabbi ‘n-Nās” (los dos últimos suras del Corán). Luego di el
Iqāma para el ṣalā. El Profeta s dirigió la oración y recitó es-
tos dos suras. (Después), me dijo:
“Recita estos dos suras antes de dormirte y al levantarte.’”
Los anteriores ejemplos son muestra de una ‘educación
continuada’ en su mejor expresión –en la casa, en la mezqui-
ta, de viaje, paseando en la escuela abierta del Profeta, que
Dios le bendiga y le dé paz.
Dos objetivos centraron la atención de ʿUqba durante toda
su vida: la búsqueda de conocimiento y el ŷihād por la causa
de Dios, y aplicó sus energías a estos objetivos con dedicación
exclusiva.
En el campo del conocimiento, bebió abundantemente de
la fuente de conocimiento que era el Enviado de Dios -la paz
sea con él. ʿUqba llegó a ser un destacado muqriʾ (recitador del
Corán), muḥaddiṯ (recopilador y narrador de los dichos del
Profeta); faqīh (jurista); farāḍī (experto en las leyes islámicas
de la herencia); adīb (literato); faṣīḥ (orador) y šāʿir (poeta).
En la recitación del Corán, poseía una voz agradable y
hermosa. En la quietud de la noche, cuando todo el universo
aparece tranquilo y sereno, tomaba el Libro de Dios y recita-

251
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ba sus majestuosos versículos. Los corazones de los nobles


compañeros se sentían atraídos por esta recitación. Todo su
ser se conmovía y brotaban lágrimas de sus ojos por la con-
ciencia de Dios que su recitación inducía.
Un día, ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb le invitó y le dijo:
“ʿUqba, recítame algo del Libro de Dios.”
“A tus órdenes, oh Amīr al-muʾminīn,” dijo ʿUqba y empezó
a recitar. ʿUmar lloró entonces hasta que su barba quedó mo-
jada.
ʿUqba dejó un manuscrito del Corán escrito de su mano. Se
dice que este manuscrito del Corán se encontraba hasta hace
poco en Egipto, en la famosa mezquita llamada “ʿUqba ibn
ʿĀmir” en honor a él. Al final del texto aparecía escrito:
“ʿUqba ibn ʿĀmir al-Ŷuhānī lo escribió.” Este Muṣḥaf de ʿUqba
era uno de los más antiguos manuscritos del Corán que exist-
ían pero se perdió completamente junto con otros valiosísi-
mos documentos por culpa de la negligencia de los musul-
manes.
En el campo del ŷihād, basta saber que ʿUqba luchó junto
al Profeta -la paz sea con él-, en la Batalla de Uḥud y en todas
las campañas militares posteriores. Además, formó parte del
grupo de los valientes y osados combatientes que fueron
probados duramente durante la batalla de Damasco. En reco-
nocimiento a sus extraordinarios servicios, el entonces gene-
ral de las fuerzas musulmanas, Abū ʿUbaida ibn al-Ŷarrāḥ,
envió a ʿUqba a Medina a transmitir la buena noticia de la
liberación de Damasco a ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb. ʿUqba tardó
ocho días y siete noches –de viernes a viernes-, viajando a
marchas forzadas para llevar la noticia a ʿUmar.
ʿUqba fue uno de los generales del ejército musulmán que
liberó Egipto. Fue gobernador de Egipto durante un período
de tres años, tras lo cual recibió órdenes del Califa Muʿāwiya
para organizar una expedición naval a la isla de Rodas, en el
Mediterráneo.
Una indicación del entusiasmo de ʿUqba por el ŷihād es el
hecho de que memorizase los dichos del Profeta s sobre este
tema y se convirtiese en un especialista en narrarlos a los

252
ʿUQBA IBN ʿĀMIR

musulmanes. Uno de sus pasatiempos favoritos era practicar


el tiro con lanza.
ʿUqba se encontraba en Egipto cuando cayó gravemente
enfermo. Reunió junto a él a sus hijos y les dio su último con-
sejo. Les dijo:
“Hijos míos, guardaos de tres cosas:
‘No aceptéis un dicho del Profeta -la paz sea con él-, a me-
nos que venga de una fuente fiable. No incurráis en deudas ni
toméis un préstamo aunque ocupéis la posición de imām. No
compongáis poesías, no sea que vuestro corazón se aparte
por ello del Corán’”
ʿUqba ibn ʿĀmir, el qāriʾ, el ʿālim, el gāzi, murió en El Cairo y
fue enterrado al pie de las colinas de Muqattam.

253
41. MUṢʿAB IBN ʿUMAIR
MUṢʿAB nació y creció en medio de la riqueza y el lujo. Sus
prósperos padres prodigaron en él grandes atenciones y cui-
dados. Vestía siempre ropas caras y el calzado más elegante
de su tiempo. El calzado del Yemen era considerado muy ele-
gante y era un gran privilegio poder llevar siempre las mejo-
res sandalias.
Durante su juventud era admirado entre los Quraiš no sólo
por su buen aspecto y estilo sino también por su inteligencia.
Su aspecto elegante y su aguda mente le hacían querido entre
la nobleza de Meca, un ambiente en el que se desenvolvía con
facilidad. Desde muy joven, disfrutaba del privilegio de asistir
a las reuniones de los Quraiš. Estaba pues en posición de co-
nocer las cuestiones que más preocupaban a los dirigentes de
Meca y cuales eran sus actitudes y estrategias.
Entre los habitantes de Meca se produjo un repentino
arrebato de excitación y preocupación cuando Muḥammad
s, conocido como Al-Amīn (el Digno de Confianza), empezó
a declarar que Dios le había enviado como portador de bue-
nas nuevas y como advertidor. Advertía a los Quraiš de un
terrible castigo si no aceptaban la adoración y la obediencia a
Dios, y hablaba de la recompensa divina a la gente recta. To-
da Meca era un clamor por estas declaraciones. Los jefes de
Quraiš, sintiéndose atacados, pensaron en formas de acallar a
Muḥammad s, pero cuando vieron que el ridículo y la per-
suasión no daban resultado, se lanzaron a una campaña de
hostigamiento y persecución.
Muṣʿab supo que Muḥammad s y los que creían en su
mensaje se reunían en una casa cercana a la colina de aṣ-Ṣafā,
para así huir de la persecución de los Quraiš. Esta era la casa
de al-Arqam. Picado por la curiosidad, Muṣʿab fue allí a pesar
MUṢʿAB IBN ʿUMAIR

de que sabía de la hostilidad de los Quraiš. En aquella casa


encontró al Profeta impartiendo sus enseñanzas a su peque-
ño grupo de compañeros, recitando los versículos del Corán y
haciendo el ṣalā con ellos en sumisión a Dios, el Grande, el
Altísimo.
El Profeta s le dio la bienvenida, y con su noble mano
tocó suavemente el pecho de Muṣʿab, agitado por la emoción.
Le embargó entonces un sentimiento de profunda serenidad.
Muṣʿab se sintió muy impresionado por lo que había visto
y oído. Las palabras del Corán causaron una impresión inme-
diata y profunda en él.
En su primer encuentro con el Profeta s, el joven y deci-
dido Muṣʿab declaró su conversión al Islam. Fue un momento
histórico. La aguda mente de Muṣʿab, su tenaz voluntad y
determinación, su elocuencia y su hermoso carácter estaban
ahora al servicio del Islam y ayudarían a cambiar el curso de
la historia y el destino de mucha gente.
Tras su conversión al Islam, Muṣʿab sintió una gran pre-
ocupación que se centraba en su madre. Se llamaba Junnas
bint Mālik y era una mujer de extraordinario poder. Poseía
una personalidad dominante y era capaz de inspirar en otros
fácilmente miedo y terror. Cuando Muṣʿab se hizo musulmán,
al único poder que temía en la tierra era a su madre. Todos
los poderosos nobles de Meca, con su apego a las costumbres
y tradiciones paganas, le traían sin cuidado. Pero tener por
oponente a su madre era algo que no podía tomarse a la ligera.
Muṣʿab pensó con rapidez y decidió que debía ocultar su
conversión al Islam hasta que llegase un tiempo en que Dios
le ofreciera una solución. Siguió frecuentando la casa de al-
Arqam y disfrutando de la compañía del Profeta s. Se sentía
sereno en su nueva fe, y ocultando a su madre cualquier se-
ñal de su conversión al Islam, consiguió evitar su ira, pero
esto no duraría mucho.
Era difícil en aquellos días mantener algo secreto en Meca
por mucho tiempo. Los ojos y oídos de Quraiš acechaban por
todos los caminos. Detrás de cada huella impresa en las blan-
das y calientes arenas había un informador de Quraiš. Pronto

255
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Muṣʿab fue visto por un tal ʿUṯmān ibn Ṭalḥa cuando entraba
sigilosamente en la casa de al-Arqam.
En otra ocasión ʿUṯmān vio a Muṣʿab rezando de la misma
forma que lo hacía Muḥammad s. La conclusión era evidente.
Como el viento en una tormenta, la noticia de la conver-
sión de Muṣʿab al Islam se extendió entre los Quraiš y llegó
finalmente a oídos de su madre.
Muṣʿab tuvo que comparecer ante su madre, su clan y la
nobleza de Quraiš, reunidos para averiguar lo que había
hecho y lo que alegaba en su defensa.
Con cierta humildad y serena confianza en sí mismo,
Muṣʿab reconoció haberse convertido al Islam y explicó las
razones que le habían llevado a hacerlo. Luego recitó algunos
versículos del Corán –aquellos versículos que habían purifi-
cado los corazones de los creyentes y les habían devuelto a la
religión natural de Dios. Aunque eran sólo un pequeño grupo,
sus corazones estaban ahora llenos de sabiduría, honor, justi-
cia y valor.
Escuchando al hijo en quien había prodigado tantos cui-
dados y afecto, su madre se sintió cada vez más indignada.
Tenía ganas de hacerle callar de una bofetada. Pero la mano
que solía dispararse con ligereza vacilaba ahora dubitativa
ante la luz que irradiaba del rostro sereno de Muṣʿab. Quizás
fuera su amor de madre lo que le impedía golpearle en ese
momento, pero sentía que debía hacer algo para vengar a los
dioses a los que su hijo había abandonado. La solución que
decidió adoptar sería mucho peor para su hijo que unos po-
cos golpes. Encerró a Muṣʿab en un rincón de la casa, donde
fue atado fuertemente. Se había convertido en un prisionero
en su propio hogar.
Durante mucho tiempo, Muṣʿab permaneció atado y con-
finado bajo la atenta mirada de los guardianes a los que su
madre había confiado su custodia para evitar que tuviese
contacto con Muḥammad s y su religión. A pesar de esta
dura prueba, Muṣʿab se mantuvo firme. Ciertamente, había
tenido noticias de como otros musulmanes habían sido hos-
tigados y torturados por los idólatras. Para él, como para

256
MUṢʿAB IBN ʿUMAIR

otros musulmanes, la vida en Meca se había hecho insopor-


table. Más tarde, supo que un grupo de musulmanes estaban
preparándose en secreto para emigrar a Abisinia y buscar allí
refugio y tranquilidad. Su primer pensamiento fue escapar de
su prisión y unirse a ellos. A la primera oportunidad, cuando
su madre y sus guardianes estaban desprevenidos, consiguió
escaparse. Luego corrió a reunirse con los demás refugiados y
juntos se embarcaron para la travesía del mar Rojo rumbo a
África.
Aunque los musulmanes disfrutaron de paz y seguridad
en el país del Negus, añoraban Meca y la compañía del noble
Profeta s. Así, cuando llegaron noticias a Abisinia de que la
situación de los musulmanes en Meca había mejorado,
Muṣʿab fue de los primeros en regresar a Meca. Sin embargo,
las noticias eran en realidad falsas y Muṣʿab tuvo que embar-
carse de nuevo para Abisinia.
Tanto en Meca como en Abisinia, Muṣʿab se mantuvo fir-
me en su nueva fe y su mayor preocupación era llevar una
vida que fuera aceptable a su Creador.
Cuando Muṣʿab regresó de nuevo a Meca, su madre hizo
un intento final por controlarle y le amenazó con atarle y
encerrarle de nuevo. Muṣʿab juró entonces que si lo intenta-
ba, mataría a quien se atreviese a ayudarla. Ella le sabía capaz
de cumplir su amenaza, pues veía la férrea determinación
que ahora poseía.
La separación se hizo inevitable. Llegado el momento, fue
muy triste para ambos, madre e hijo, pero reveló la persis-
tencia en el kufr por parte de la madre y la aún mayor persis-
tencia en el imān por parte del hijo. Al expulsarle de su casa y
cortar todas las facilidades que solía prodigar en él, le dijo:
“Vete por tu camino. No estoy dispuesta a seguir siendo tu
madre.”
Muṣʿab se acercó a ella y le dijo:
“Madre, te aconsejo sinceramente, porque me preocupa tu
situación. Declara que no hay deidad sino Dios y que
Muḥammad es Su siervo y Su Enviado.”

257
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Te juro por las estrellas fugaces, que no entraré en tu re-


ligión aunque mi opinión sea ridiculizada y mi mente se
vuelve incapaz,” insistió ella.
Muṣʿab dejó entonces la casa de su madre y las comodida-
des y el lujo que solía disfrutar. Podía verse a aquel joven
antaño elegante y bien vestido, vistiendo ahora las ropas más
humildes. Pero ahora tenía cosas más importantes de que
ocuparse. Estaba decidido a utilizar sus talentos y su energía
en adquirir conocimiento y en servir a Dios y a Su Profeta s.
Un día, varios años después, Muṣʿab se unió a una reunión
de musulmanes sentados alrededor del Profeta -Dios le ben-
diga y le dé paz. Algunos de los presentes agacharon la cabe-
za y bajaron la mirada al ver a Muṣʿab, y a varios de ellos se
les saltaron las lágrimas. Lloraban de pena porque su yalbab
era viejo y estaba raído, y recordaron en ese momento los
tiempos anteriores a su conversión al Islam, cuando Muṣʿab
era un modelo de elegancia en su vestimenta. El Profeta le
miró, sonrió cariñosamente, y dijo:
“He visto a Muṣʿab con sus padres en Meca. Prodigaban
sobre él todos los cuidados y atenciones, y le daban todas las
comodidades del mundo. No había otro joven de Quraiš que
disfrutase de una mejor posición que la suya. Luego dejó todo
aquello por buscar la complacencia de Dios y dedicarse al
servicio de Su Profeta s.”
El Profeta prosiguió:
“Llegará un tiempo en que Dios os dé la victoria sobre Per-
sia y Bizancio. Tendréis una ropa para la mañana y otra para
la tarde, y comeréis de una comida en la mañana y de otra
por la tarde.”
En otras palabras, el Profeta s estaba anunciando que los
musulmanes llegarían a ser ricos y poderosos y dispondrían
de bienes materiales en abundancia. Los compañeros senta-
dos alrededor del Profeta le preguntaron:
“Oh Enviado de Dios, ¿estamos ahora en una mejor situa-
ción o estaremos mejor entonces?”
Él respondió:

258
MUṢʿAB IBN ʿUMAIR

“Estáis ahora bastante mejor de lo que estaréis entonces. Si


supierais del mundo lo que yo sé, no os ocuparíais tanto de él.”
En otra ocasión, el Profeta s habló en un tono parecido
con sus compañeros y les preguntó cómo se sentirían si tu-
vieran vestidos para la mañana y otros para la tarde, y tuvie-
ran suficiente tela para cubrir sus casas como solía cubrirse
completamente la Kaʿba. Los compañeros respondieron que
estarían en mejor situación, porque entonces tendrían sufi-
ciente sustento y serían libres de dedicarse a la ʿibāda (adora-
ción). Sin embargo, el Profeta les dijo que estaban bastante
mejor en su situación actual.

TRAS UNOS DIEZ AÑOS en los que el Profeta s llamó continua-


mente a la gente al Islam, la mayoría de los habitantes de
Meca seguían hostiles a su mensaje. El noble Profeta fue en-
tonces a Ṭāʾif buscando nuevos conversos a la fe, pero fue
rechazado y expulsado de la ciudad. El futuro del Islam se
presentaba oscuro.
Fue justamente después de esto cuando el Profeta escogió
a Muṣʿab para que fuera su ‘embajador’ en Yaṯrib, a fin de
instruir a un pequeño grupo de creyentes que habían acudido
a jurar lealtad al Islam, y preparar así a Medina para el día de
la gran Hégira.
Muṣʿab fue elegido sobre otros compañeros mayores que
él y más próximos al Profeta s, o que parecían tener mayor
prestigio. Sin duda, Muṣʿab fue elegido para esta tarea por su
noble carácter, sus finos modales y su agudo intelecto. Su
conocimiento del Corán y su habilidad para recitarlo de for-
ma hermosa y conmovedora fue también una consideración
decisiva.
Muṣʿab comprendía perfectamente su misión. Sabía que
iba en una misión sagrada para invitar a la gente al mensaje
de Dios y al camino recto del Islam, y para preparar lo que
sería la base territorial de la incipiente y amenazada comuni-
dad musulmana.
Llegó a Medina como invitado de Saʿd ibn Zurāra, de la
tribu Jazraŷ. En compañía de él visitaron a gente, fueron a

259
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

sus casas y a sus reuniones, informándoles acerca del Profeta


s, explicándoles el Islam y recitando el Corán. Por la gracia
de Dios, mucha gente se convirtió al Islam. Esto agradaba
especialmente a Muṣʿab, pero era motivo de alarma para los
jefes de la sociedad de Yaṯrib.
En una ocasión, Muṣʿab y Saʿd estaban sentados cerca de
un pozo en un huerto del clan de Ẓafar. Con ellos había un
grupo de nuevos musulmanes y otros que estaban interesa-
dos en el Islam. Un poderoso jefe de la ciudad, Usaid ibn
Ḥuḍair, llegó blandiendo una lanza. Estaba blanco de ira. Saʿd
ibn Zurāra le vio y dijo a Muṣʿab:
“Este es el jefe de su gente. Quiera Dios que la verdad en-
tre en su corazón.”
“Si se sienta, hablaré con él,” respondió Muṣʿab, mostran-
do toda la serenidad y tacto de un gran daʿī.
El airado Usaid les insultó a gritos y amenazó a Muṣʿab y a
su anfitrión.
“¿Por qué habéis venido vosotros dos a corromper a los
débiles de nuestra comunidad? Apartaos de nosotros si quer-
éis seguir con vida.”
Muṣʿab sonrió con una cálida y amigable sonrisa y le dijo a
Usaid:
“¿No quieres sentarte y escuchar? Si te gusta lo que oyes y
quedas satisfecho de nuestro propósito, acéptalo y si te dis-
gusta dejaremos de hablarte de lo que te disgusta y nos mar-
charemos.”
“Eso suena razonable,” dijo Usaid, y tras clavar su lanza en
el suelo se sentó. Muṣʿab no le obligaba a hacer nada ni le
acusaba de nada. Sólo le invitaba a escucharle. Si lo que decía
le gustaba, bien y si no, entonces Muṣʿab saldría de sus tierras y
de las de su clan sin causar problemas y se iría a otro distrito.
Muṣʿab empezó a hablarle del Islam y le recitó partes del
Corán. Aún antes de que Usaid hablase, era claro por su ros-
tro, ahora radiante y expectante, que la fe había entrado en
su corazón. Dijo entonces:
“¡Qué hermosas son esas palabras y qué ciertas! ¿Qué debe
hacer alguien que quiera entrar en esta religión?”

260
MUṢʿAB IBN ʿUMAIR

“Debe tomar un baño, purificarse y limpiar sus vestidos.


Luego debe pronunciar el testimonio de la Verdad (šahāda), y
hacer el ṣalā.”
Usaid dejó el grupo y se ausentó por poco tiempo. Luego
regresó y declaró que no hay deidad sino Dios y que
Muḥammad es el Enviado de Dios. Luego rezó dos rakʿat y dijo:
“Sé de un hombre que si te siguiese, toda su gente le se-
guiría. Os lo mandaré. Se llama Saʿd ibn Muʿāḏ.”
Saʿd ibn Muʿāḏ vino y escuchó a Muṣʿab. Quedó convenci-
do y satisfecho, y declaró su sumisión a Dios. Le siguió otro
importante miembro de la comunidad, Saʿd ibn ʿUbāda. Pronto,
la gente de Yaṯrib hervía de agitación, diciéndose unos a otros:
“Si Usaid ibn Ḥuḍair, Saʿd ibn Muʿāḏ y Saʿd ibn ʿUbāda han
aceptado la nueva religión, ¿cómo podemos no seguirles?
Vayamos a ver a Muṣʿab y declaremos nuestra fe ante él. Di-
cen que la verdad brota de sus labios.”
El primer embajador del Profeta -la paz sea con él-, obtuvo
un éxito enorme. El Profeta s había elegido acertadamente.
Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, poderosos y débiles
se convirtieron al Islam por medio de él. El curso de la histo-
ria de la ciudad de Yaṯrib había cambiado para siempre. Se
estaba preparando el camino para la gran Hégira. Yaṯrib se
convertiría pronto en el centro y la base del Estado Islámico.

MENOS DE UN AÑO después de su llegada a Yaṯrib, Muṣʿab re-


gresó a Meca. Fue también durante la estación de la peregri-
nación. Con él venía un grupo de setenta y cinco musulmanes
de Medina. También en esta ocasión se encontraron con el
Profeta s en ʿAqaba, cerca de Minā. Durante este encuentro
hicieron voto solemne de defender al Profeta a toda costa. Si
se mantenían firmes en su fe, les dijo el Profeta, su recom-
pensa sería el Paraíso. Este segundo bayʿa, o juramento de
lealtad, que los musulmanes de Yaṯrib prestaron es conocido
como el Juramento de Guerra.
Desde ese momento, los acontecimientos se sucedieron
rápidamente. Poco después del Juramento, el Profeta s ins-
truyó a sus seguidores para que emigrasen a Yaṯrib, donde

261
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

los nuevos musulmanes, o Anṣār (Ayudantes), se habían ofre-


cido a acoger y dar protección a los refugiados musulmanes.
Los primeros compañeros del Profeta en llegar a Medina fue-
ron Muṣʿab y ʿAbdullāh ibn Umm Maktūm. ʿAbdullāh era
también un excelente recitador del Corán y, según un testi-
monio de uno de los Anṣār, tanto él como Muṣʿab solían reci-
tar el Corán para la gente de Yaṯrib.
Muṣʿab siguió desempeñando un papel importante en la
construcción de la nueva comunidad. La siguiente situación
dramática en la que le encontramos fue durante la gran Bata-
lla de Badr. Después de la batalla, los Quraiš que habían sido
tomados prisioneros fueron traídos ante el Profeta s, el cual
asignó su custodia individualmente a diversos musulmanes.
“Tratadles bien,” les dijo.
Entre los prisioneros estaba Abū ʿAzīz ibn ʿUmair, herma-
no de Muṣʿab. Abū ʿAzīz nos relata lo que ocurrió:
“Me encontraba con un grupo de los Anṣār... Cada vez que
se sentaban a comer me daban pan y dátiles obedeciendo las
instrucciones del Profeta de que nos tratasen bien.
“Mi hermano, Muṣʿab ibn ʿUmair, pasó por mi lado y le di-
jo al Anṣār que me tenía prisionero:
‘Átale bien... Su madre es una mujer muy rica y puede que
te pague un buen rescate por él.’”
Abū ʿAzīz no podía creer lo que oía. Asombrado, se volvió
a Muṣʿab y le preguntó:
“Hermano, ¿son esas tus instrucciones con respecto a mí?”
“Él es mi hermano, no tú,” respondió Muṣʿab, confirman-
do que en la batalla entre imān y kufr los vínculos de la fe son
más fuertes que los del parentesco.
En la Batalla de Uḥud, el Profeta s encomendó a Muṣʿab,
conocido ahora como Muṣʿab al-Jair (el Bueno), la tarea de
portar el estandarte de los musulmanes. Al comienzo de la
batalla, los musulmanes parecían dominar la contienda, pero
después de que un grupo de ellos desobedeciera las órdenes
del Profeta y abandonasen sus puestos, las fuerzas de los
mušrikūn se reagruparon y lanzaron un contraataque. Su

262
MUṢʿAB IBN ʿUMAIR

principal objetivo, al penetrar en las filas de los musulmanes,


era llegar hasta el noble Profeta.
Muṣʿab percibió el grave peligro que amenazaba al Profeta
s. Levantó entonces el estandarte y gritó el takbir. Con el
estandarte en una mano y su espada en la otra, se lanzó con-
tra las fuerzas de Quraiš. Las probabilidades iban contra él.
Un jinete de Quraiš se acercó a él y de un golpe de espada le
cortó la mano derecha. Se oyó a Muṣʿab repetir las palabras:
“Muḥammad es sólo un Enviado: otros Enviados han falle-
cido antes de él,” -dando a entender que a pesar de su fuerte
adhesión al Profeta s, su lucha era por encima de todo una
lucha por la causa de Dios y para dar la victoria a Su Palabra.
Su mano izquierda fue cortada también, y mientras sostenía
el estandarte entre los muñones de sus brazos, repetía para
consolarse a sí mismo: “Muḥammad es sólo un Enviado: otros
Enviados han fallecido antes de él.” Muṣʿab fue entonces al-
canzado por una lanza. Cayó al suelo y el estandarte cayó con
él. Las mismas palabras que repetía cada vez que era alcanza-
do por un golpe serían luego reveladas al Profeta en su for-
mulación completa, y se hicieron parte del Corán.

DESPUÉS DE LA BATALLA, el Profeta s y sus compañeros inspec-


cionaron el campo de batalla, despidiéndose de los mártires.
Al llegar junto al cuerpo de Muṣʿab, las lágrimas se hicieron
incontenibles. Jabbah relata que no podían encontrar un tro-
zo de tela con el que amortajar el cuerpo de Muṣʿab, excepto
su túnica. Cuando le cubrían la cabeza con ella, quedaban
expuestas sus piernas y cuando le cubrían las piernas, su ca-
beza quedaba al descubierto. Entonces el Profeta les dijo:
“Colocadle la prenda sobre la cabeza y cubridle las piernas
y los pies con ramas de iḏjir (ruda).”
El Profeta s sentía un profundo pesar y dolor al ver cuán-
tos de sus compañeros habían caído en la Batalla de Uḥud.
Entre ellos estaba su tío Hamza, cuyo cuerpo había sido
horriblemente mutilado. Pero fue ante el cuerpo de Muṣʿab
donde el Profeta se detuvo embargado por la emoción. Re-
cordaba al elegante y apuesto Muṣʿab que había conocido por

263
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

primera vez en Meca, y miraba luego el corto burda que era la


única prenda de vestir que poseía, y recitó el versículo del
Corán:
“Entre los creyentes hay hombres que han sido fieles a su com-
promiso con Dios.” (Corán, 33:23)
El Profeta s dirigió entonces sus tiernos ojos hacia el
campo de batalla sobre el que yacían muertos los compañe-
ros de Muṣʿab y dijo:
“El Enviado de Dios da fe de que sois mártires ante Dios en
el Día de la Resurrección.”
Volviéndose luego a los compañeros vivos que le rodea-
ban dijo:
“¡Oh gentes! Visitadles, enviadles saludos de paz, pues,
por Aquel en cuya mano está mi alma, ellos devolverán el
saludo a cualquier musulmán que les envíe saludos de paz
hasta el Día de la Resurrección.”

As-salamu ʿalaika, yā Muṣʿab...


As-salamu ʿalaikum, maʾšar aš-šuhadāʾ...
As-salamu ʿalaikum wa raḥmatullāhi wa barakatuh.

La paz sea contigo, oh Muṣʿab...


La paz sea con todos vosotros, oh mártires...
La paz sea con vosotros y la misericordia de Dios y Sus
bendiciones.

264
42. FĀṬIMA BINT MUḤAMMAD
FĀṬIMA fue la quinta de los hijos de Muḥammad s y Jadīŷa.
Nació en la época en la que su noble padre había comenzado
a pasar largos períodos en la soledad de las montañas alrede-
dor de la Meca, meditando y reflexionando sobre los grandes
secretos de la creación.
Por entonces, antes de la Biʿṯa, su hermana mayor Zainab
estaba ya casada con su primo, al-ʿĀṣ ibn ar-Rabīʿa. Luego
seguiría el matrimonio de sus otras dos hermanas, Ruqayya y
Umm Kulṯūm, con los hijos de Abū Lahab, el tío paterno del
Profeta. Tanto Abū Lahab como su esposa Umm Ŷamīl se
convirtieron en encarnizados enemigos del Profeta s desde
el comienzo mismo de su misión pública.
Así, la pequeña Fāṭima vio cómo sus hermanas se iban de
casa una tras otra para vivir con sus maridos. Ella era dema-
siado pequeña para entender el significado del matrimonio y
las razones por las cuales sus hermanas tenían que irse de
casa. Las quería mucho y se sentía triste y sola tras su parti-
da. Se dice que un cierto silencio y una dolorosa tristeza se
apoderó de ella entonces.
Por supuesto, aún después de casadas sus hermanas, no se
encontraba sola en la casa de sus padres. Baraka, la sirviente
de Āmina, madre del Profeta s, que había permanecido jun-
to al Profeta desde su nacimiento, Zayd ibn Ḥāriṯa y ʿAlī, el
hijo pequeño de Abū Ṭālib, formaban todos parte de la casa
de Muḥammad por aquel tiempo. Y por supuesto estaba su
afectuosa madre, la señora Jadīŷa.
En su madre y en Baraka, Fāṭima encontró un gran con-
suelo y solaz. En ʿAlī, que era unos dos años mayor que ella,
tenía un ‘hermano’ y un amigo que de alguna forma había
ocupado el lugar de su hermano al-Qāsim, muerto en la in-
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

fancia. Su otro hermano ʿAbdullāh, conocido como el Bueno y


el Puro, nació después que ella y moriría también muy pe-
queño. No obstante, con ninguna persona de la casa de su
padre encontraba Fāṭima la tranquila dicha y felicidad que
disfrutaba con sus hermanas. Era un niña muy sensible para
su edad.
Cuando tenía cinco años, oyó decir que su padre se había
convertido en Rasūl Allāh, el Enviado de Dios s. Su principal
tarea era transmitir la buena nueva del Islam a su familia y a
sus parientes cercanos. Debían adorar sólo a Dios Todopode-
roso. Su madre, que era una torre de fortaleza y apoyo, ex-
plicó a Fāṭima lo que su padre tenía que hacer. Desde ese
momento, se sintió más próxima a él y su amor por él se hizo
más profundo y firme. A menudo le acompañaba cuando ca-
minaba por las estrechas calles y pasadizos de Meca, visitan-
do la Kaʿba o asistiendo a las reuniones secretas de los prime-
ros musulmanes que se habían convertido al Islam y habían
jurado lealtad al Profeta.
Un día, cuando aún no había cumplido diez años, acom-
pañó al Profeta s al Masŷid al-Ḥāram. Él se situó en el lugar
conocido como al-Hiŷr, junto a la Kaʿba, y empezó a rezar.
Fāṭima se sentó a su lado. Un grupo de Quraiš, que no tenían
buenas intenciones respecto del Profeta, llegaron junto a él.
Entre ellos estaban Abū Ŷahl ibn Hišam, tío del Profeta, ʿUqba
ibn Abī Muʿait, Umayya ibn Jalaf, y Šaiba y ʿUtba, hijos de
Rabīʿa. El grupo se acercó al Profeta s en actitud agresiva, y
Abū Ŷahl, su cabecilla, preguntó:
“¿Quién de vosotros va y trae los despojos de un animal
sacrificado y los tira sobre Muḥammad?”
ʿUqba ibn Abī Muʿait, uno de los más pérfidos del grupo, se
ofreció voluntario y salió corriendo a traerlos. Regresó luego
con esa horrible inmundicia y la arrojó sobre los hombros del
Profeta -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, mien-
tras se encontraba en postración. ʿAbdullāh ibn Masʿūd, com-
pañero del Profeta, estaba presente pero no pudo hacer ni
decir nada.

266
FĀṬIMA BINT MUḤAMMAD

Imaginaos los sentimientos de Fāṭima al ver a su padre


tratado de aquella manera. ¿Qué podía hacer ella, una niña de
nueve años? Se acercó a su padre y le quitó de encima aquella
basura y luego se plantó enfadada ante el grupo de matones
de Quraiš y les recriminó su conducta. Ellos no pudieron re-
plicar nada.
El noble Profeta s levantó la cabeza al finalizar su postra-
ción y siguió hasta terminar el ṣalā. Luego imploró:
“¡Oh Señor, castiga a los Quraiš!” -y repitió su imprecación
tres veces. Después continuó:
“¡Castiga a ʿUtba, a ʿUqba, a Abū Ŷahl y a Šaiba!” (Los
nombrados cayeron todos muertos años después en la Batalla
de Badr.)
En otra ocasión, Fāṭima estaba con el Profeta s mientras
éste hacía ṭawāf alrededor de la Kaʿba. Una muchedumbre de
Quraiš se congregó a su alrededor. Le agarraron y trataron de
estrangularle con sus propias ropas. Fāṭima gritó pidiendo
auxilio. Abū Bakr acudió corriendo al lugar y consiguió libe-
rar al Profeta de sus atacantes. Mientras hacía esto, les decía:
“¿Mataréis a un hombre sólo por decir: ‘Mi Señor es
Dios’?”
Sin ceder ante esas palabras, la turba se volvió contra Abū
Bakr y empezaron a golpearle hasta que empezó a sangrar
por la cara y la cabeza.
Tales escenas de oposición violenta y hostigamiento con-
tra su padre y los primeros musulmanes fueron presenciadas
por la pequeña Fāṭima. Pero ella no se quedó de brazos cru-
zados sino que se unió a la lucha en defensa de su padre y de
su noble misión. Era aún una adolescente y en lugar de los
juegos, el desenfado y la vitalidad a los que los niños de su
edad están acostumbrados normalmente, Fāṭima tuvo que
presenciar y participar en estas duras experiencias.
Por supuesto, no era la única. Toda la familia del Profeta
sufría el acoso de los violentos e insensibles Quraiš. Sus her-
manas, Ruqayya y Umm Kulṯūm sufrieron también. Vivían
por ese tiempo en el nido mismo del odio y la intriga contra
el Profeta s. Sus maridos eran ʿUtba y ʿUtaiba, los hijos de

267
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Abū Lahab y de Umm Ŷamīl. Umm Ŷamīl era conocida como


una mujer dura y áspera, con una lengua de víbora. Por causa
de ella, a Jadīŷa no le agradó desde un principio que sus hijas
se casaran con los hijos de Umm Ŷamīl. Debió de ser muy
difícil para Ruqayya y Umm Kulṯūm vivir en la casa de esos
enemigos empedernidos de su padre, que no sólo apoyaban la
campaña contra él sino que la dirigían.
Como una señal de humillación para Muḥammad s y su
familia, ʿUtba y ʿUtaiba fueron obligados por sus padres a di-
vorciarse de sus esposas. Esto formaba parte del plan de exclu-
sión social del Profeta. Sin embargo, el Profeta se alegró de que
sus hijas volviesen a casa y las recibió dichoso y aliviado.
Sin duda, Fāṭima debió sentirse también muy contenta de
estar de nuevo con sus hermanas. Todos deseaban que su
hermana mayor, Zainab, fuese también divorciada por su
marido. De hecho, los Quraiš presionaron a Abu ‘l-ʿĀṣ para
que lo hiciera pero él se negó. Cuando los líderes de Quraiš le
visitaron y prometieron darle por esposa a la mujer más rica
y hermosa de Meca si divorciaba a Zainab, les contestó:
“Amo a mi esposa profunda y apasionadamente y tengo
en gran estima a su padre a pesar de que no he entrado en la
religión del Islam.”
Tanto Ruqayya como Umm Kulṯūm estaban contentas de
haber vuelto a casa de sus afectuosos padres y verse así libres
de la insoportable tortura mental a la que habían estado so-
metidas en casa de Umm Ŷamīl. Poco después, Ruqayya vol-
vió a casarse, esta vez con el joven y tímido ʿUṯmān ibn
ʿAffān, que había sido uno de los primeros conversos al Islam.
Ambos partieron para Abisinia con el primer grupo de
muhāŷirūn que buscaron refugio en esa tierra, y allí permane-
cieron varios años. Fāṭima no volvería a ver a su hermana
hasta después de la muerte de su madre.
La persecución del Profeta s, su familia y sus seguidores
continuó y se hizo aún más violenta después de la emigración
de los primeros musulmanes a Abisinia. Hacia el año séptimo
de su misión, el Profeta y su familia se vieron obligados a
abandonar sus hogares y refugiarse en un pequeño valle

268
FĀṬIMA BINT MUḤAMMAD

agreste rodeado de colinas por todos lados y al que sólo podía


accederse desde Meca por un estrecho desfiladero.
Muḥammad s y los clanes de Banū Hašim y al-Muṭṭalib
fueron desterrados a este valle árido con unas limitadas re-
servas de alimentos. Fāṭima era uno de los miembros más
jóvenes de los clanes –contaba solo doce años de edad-, y
tuvo que padecer meses de sufrimiento y penalidades. El
llanto de los niños y mujeres hambrientos en aquel valle pod-
ía oírse desde Meca. Los Quraiš no permitían que se llevase
comida ni se tuviera contacto con los musulmanes, cuyas
penalidades sólo se veían aliviadas un poco durante la tem-
porada de la peregrinación.
Este boicot duró tres años. Cuando finalmente fue levan-
tado, el Profeta s tuvo que enfrentarse a otras penalidades y
dificultades. Jadīŷa, su amante y fiel esposa, murió poco des-
pués. Con su muerte, el Profeta y su familia perdieron una de
las mayores fuentes de ayuda y firmeza, que les había susten-
tado durante el período de mayor dificultad. El año en que
murió la noble Jadīŷa, y después Abū Ṭālib, se denominó el
Año de la Tristeza. Fāṭima, que era ya una jovencita, se sintió
profundamente apenada por la muerte de su madre. Lloró
amargamente y durante un tiempo estuvo tan afectada por el
dolor que su salud empezó a resentirse. Se temió que fuera a
morir de pesar.
Aunque su hermana mayor, Umm Kulṯūm, seguía viviendo
en la misma casa, Fāṭima comprendió que su responsabilidad
era mayor tras el fallecimiento de su madre. Sentía que ahora
debía prestar aún más apoyo a su padre s. Con gran afecto y
ternura, se dedicó a atender a sus necesidades. Tan preocu-
pada estaba por su bienestar que la llamaban ‘Umm Abiha’ –
la madre de su padre. Asimismo, era fuente de solaz y confort
durante los períodos de dificultad y de crisis.
A menudo las pruebas eran demasiado duras para ella. En
una ocasión, una turba insolente arrojó polvo y tierra sobre
la cabeza de su padre s. Cuando éste llegó a casa, Fāṭima lloró
mucho mientras limpiaba el polvo de la cabeza de su padre.

269
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“No llores, hija mía,” le dijo él, “pues Dios protegerá a tu


padre.”
El Profeta s sentía un amor especial hacia Fāṭima. Una
vez dijo:
“Quien complazca a Fāṭima, complace con ello a Dios, y
quien la haga enfadar, ciertamente hace que Dios se enoje.
Fāṭima es parte de mí. Lo que le complace a ella me complace
a mí, y lo que la enfada me enfada a mí.”
También dijo:
“Las mejores mujeres de toda la humanidad son cuatro: la
Virgen María, ʿĀsiya -la esposa de Faraón, Jadīŷa -la Madre de
los Creyentes, y Fāṭima, la hija de Muḥammad.” Fāṭima al-
canzó así el lugar especial de estima y amor en el corazón del
Profeta s que había sido ocupado por su esposa Jadīŷa.
Fāṭima -Dios esté complacido de ella-, recibió el sobre-
nombre de ‘az-Zahra’, que significa ‘la Esplendorosa’. Esto se
debía a su rostro radiante del que parecía emanar la luz. Se
dice que cuando se disponía a hacer la Oración, el miḥrāb re-
flejaba la luz de su rostro. También era conocida por el so-
brenombre de ‘al-Batūl’, por su ascetismo. En lugar de pasar
el tiempo en compañía de otras mujeres, lo ocupaba haciendo
ṣalā, leyendo el Corán y en otros actos de ʿibāda.
Fāṭima se parecía mucho a su padre, el Enviado de Dios s.
ʿĀʾiša, la esposa del Profeta, dijo de ella:
“No he conocido a nadie en la creación de Dios que se pa-
reciese más al Enviado de Dios en su manera de hablar, en su
conversación y en la forma de sentarse que ella. Cuando el
Profeta s la veía acercarse, le daba la bienvenida, se levanta-
ba y la besaba, la tomaba de la mano y la hacía sentarse en el
lugar donde él había estado sentado.” Ella hacía otro tanto
cuando el Profeta la visitaba: se levantaba y le daba la bien-
venida con alegría y le besaba.
Los finos modales de Fāṭima y su agradable conversación
formaban parte de su encantadora y amable personalidad.
Era especialmente amable con los pobres e indigentes y a
menudo daba toda la comida que tenía a los necesitados aun-
que ella tuviera que pasar hambre. No sentía deseo por los

270
FĀṬIMA BINT MUḤAMMAD

adornos de este mundo, ni por los lujos y las comodidades de


la vida. Vivía con sencillez, aunque a veces, como veremos,
las circunstancias le resultasen demasiado duras y penosas.
De su padre heredó una elocuencia persuasiva que estaba
enraizada en la sabiduría. Cuando hablaba, la gente a menudo
rompía a llorar. Tenía la habilidad y la sinceridad que son
capaces de conmover, de arrancar lágrimas a la gente y de
llenar sus corazones con alabanzas y gratitud a Dios por Su
Misericordia y Sus inestimables favores.
Fāṭima emigró a Medina pocas semanas después de que lo
hiciera el Profeta s. Viajó con Zayd ibn Ḥāriṯa, que había
sido enviado a Meca por el Profeta para que trajese al resto
de su familia. El grupo incluía a Fāṭima, Umm Kulṯūm, Sauda,
esposa del Profeta, la esposa de Zayd, Baraka y su hijo Usāma.
En este grupo viajaba también ʿAbdullāh, el hijo de Abū Bakr,
que acompañaba a su madre y a sus hermanas, ʿĀʾiša y Asmāʾ.
En Medina, Fāṭima vivió con su padre en la sencilla vi-
vienda que éste había construido junto a la mezquita. En el
segundo año de la hégira, recibió proposiciones de matrimo-
nio a través de su padre, dos de las cuales fueron rechazadas.
Luego ʿAlī, el hijo de Abū Ṭālib, cobró ánimos y se dirigió al
Profeta para pedir su mano en matrimonio. Delante del Pro-
feta s, sin embargo, ʿAlī se mostraba intimidado y se le tra-
baba la lengua. Se quedó mirando al suelo, incapaz de pro-
nunciar palabra. El Profeta le preguntó entonces:
“¿Para qué has venido? ¿Necesitas algo?”
ʿAlī seguía sin poder hablar y entonces el Profeta sugirió:
“Quizá has venido a proponer matrimonio a Fāṭima?”
“Así es,” respondió ʿAlī.
Ante esto, según un relato, el Profeta dijo sencillamente:
“Marhaban wa ahlan –Bienvenido a la familia,” lo que fue
tomado por ʿAlī y un grupo de Anṣār que le esperaba fuera
como expresión de la aprobación del Profeta s. Otro relato
indica que el Profeta dio su aprobación y luego le preguntó a
ʿAlī si tenía algo que dar como mahr. ʿAlī dijo que no tenía. El
Profeta le recordó que poseía un escudo que podía vender.

271
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ʿAlī vendió el escudo a ʿUṯmān en cuatrocientos dirhams y


cuando se apresuraba a entregarle esa cantidad al Profeta
como mahr, ʿUṯmān le alcanzó y le dijo:
“Te devuelvo tu escudo como regalo de tu boda con
Fāṭima.”
Fāṭima y ʿAlī se casaron a comienzos del segundo año de la
hégira. Ella tendría entonces diecinueve años y ʿAlī veintiuno.
El propio Profeta s ofició la ceremonia de la boda. En la
walīma, se ofrecieron a los invitados dátiles, higos y hais (una
mezcla de dátiles y mantequilla). Un miembro importante de
los Anṣār donó un carnero y otros hicieron regalos en cerea-
les. Toda Medina estalló de alegría.
Con ocasión de su matrimonio, el Profeta regaló a Fāṭima
y ʿAlī una cama de madera con somier de hojas de palmera
entrelazadas, un cobertor de terciopelo, un cojín de piel re-
lleno de fibras de palmera, una piel de oveja, una olla, un
odre para agua y un molinillo para moler grano.
Fāṭima dejó la casa de su amado padre por primera vez
para comenzar una nueva vida junto a su marido. El Profeta
s estaba intranquilo por ella y le envió a Baraka por si nece-
sitaba ayuda. Y sin duda Baraka fue una fuente de ayuda y
solaz para ella. El Profeta rezó por ellos:
“Oh Señor, bendíceles, bendice su casa y bendice a su des-
cendencia.”
En la humilde vivienda de ʿAlī, sólo había una piel de oveja
como lecho. A la mañana siguiente a la noche de bodas, el
Profeta s fue a casa de ʿAlī y llamó a la puerta. Baraka salió y
el Profeta le dijo:
“Oh Umm Aiman, dile a mi hermano que salga.”
“¿Su hermano? ¿Quiere decir el que se casó con su hija?” -
preguntó Baraka sorprendida, como diciéndose: ¿Por qué
llama el Profeta ‘mi hermano’ a ʿAlī? (Él estaba refiriéndose a
ʿAlī como hermano porque así como otros musulmanes hab-
ían sido hermanados después de la hégira, el Profeta s y ʿAlī
también habían sido hechos ‘hermanos’.)
El Profeta s repitió lo que había dicho en voz más alta.
ʿAlī salió a recibirle y el Profeta hizo un duʿāʾ, invocando las

272
FĀṬIMA BINT MUḤAMMAD

bendiciones de Dios para él. Luego llamó a Fāṭima. Esta salió


como encogida, debatiéndose entre el respeto y la timidez, y
el Profeta s le dijo:
“Te he desposado con el más querido de mi familia.” De
esta forma, quería tranquilizarla de que no empezaba una
nueva vida con un extraño sino con alguien que se había
criado en su misma casa, que había sido uno de los primeros
en convertirse al Islam cuando era aún muy pequeño, alguien
conocido por su valentía, su coraje y su virtud, y a quien el
Profeta s había descrito como su ‘hermano en esta vida y en
la Otra’.
La vida de Fāṭima con ʿAlī fue igual de simple y frugal que
había sido su vida en casa de su padre. De hecho, por lo que
respecta a comodidades materiales, fue una vida de escasez y
privaciones. Durante toda su vida juntos, ʿAlī fue pobre porque
no daba importancia a la riqueza material. Fāṭima era la única
de sus hermanas que no estaba casada con un hombre rico.
De hecho, podría decirse que la vida de Fāṭima con ʿAlī fue
más rigurosa que su vida en casa de su padre. Pero ahora ten-
ía que arreglárselas prácticamente sola. Para aliviar su ex-
trema pobreza, ʿAlī trabajaba como aguador y ella molía gra-
no. Una vez le dijo a ʿAlī:
“He estado moliendo hasta que me han salido ampollas en
las manos.”
“He estado acarreando agua hasta que me duele el pecho,”
dijo ʿAlī, quien luego le sugirió a Fāṭima: “Dios ha dado a tu
padre algunos prisioneros de guerra, ve a verle y pídele que
te dé un criado.”
Con muchas reservas, Fāṭima fue a ver al Profeta s, el
cual dijo:
“¿Qué te trae por aquí, hijita?”
“He venido a saludarte,” dijo ella, tan intimidada que no
se atrevía a pedir lo que quería.
“¿Cómo fue?” -preguntó ʿAlī al verla regresar sola.
“Me dio vergüenza pedirle nada,” dijo.
Así que fueron juntos, pero el Profeta s sintió que su ne-
cesidad era menor que la de otros.

273
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“No voy a daros a vosotros,” dijo, “y dejar que pasen ham-


bre los Aṣḥāb aṣ-Ṣuffa (los musulmanes pobres que se cobija-
ban en la mezquita). No tengo suficiente para atender a sus
necesidades...”
ʿAlī y Fāṭima regresaron a casa sintiéndose algo abatidos
pero esa noche, después de haberse acostado, oyeron la voz
del Profeta s que pedía permiso para entrar en su casa.
Dándole la bienvenida, ambos saltaron de la cama, pero él les
dijo:
“Quedaos donde estáis,” y se sentó junto a ellos. “¿No
queréis que os diga algo mejor que lo que me habéis pedi-
do?,” les preguntó, y cuando dijeron que sí, les dijo:
“Son palabras que me enseñó el ángel Gabriel: que digáis
diez veces después de cada Oración ‘Subḥāna Allāh –Gloria a
Dios,’ y diez veces ‘Alḥamdu lil·lāh –Alabado sea Dios,’ y diez
veces ‘Allāhu Akbar –Dios es Grande.’ Y que cuando vayáis a
acostaros las repitáis treinta veces cada una.”
ʿAlī solía decir en años posteriores:
“No he dejado de hacerlo ni una vez desde que el Enviado
de Dios nos las enseñó.”

EXISTEN numerosos relatos de las circunstancias difíciles que


Fāṭima tuvo que soportar. A menudo no había qué comer en
la casa. Una vez el Profeta s tenía hambre y visitó los apar-
tamentos de sus esposas una tras otra, pero no tenían comi-
da. Después fue a casa de Fāṭima, pero ella tampoco tenía
comida. Cuando por fin consiguió algo de comida, envió dos
trozos de pan y un trozo de carne a Fāṭima. En otra ocasión,
fue a casa de Abū Ayyūb al-Anṣārī y de la comida que le die-
ron, guardó algo para ella. Fāṭima sabía también que el Profe-
ta pasaba largos períodos sin comer y ella a su vez le llevaba
comida cuando podía. Una vez le llevó una pieza de pan de
cebada y él le dijo:
“Esta es la única comida que tu padre ha comido en tres
días.”

274
FĀṬIMA BINT MUḤAMMAD

Mediante estos actos de amabilidad, ella mostraba lo mu-


cho que amaba a su padre; y él a su vez la amaba a ella tier-
namente.
Una vez, él volvió de un viaje fuera de Medina. Lo primero
que hizo fue ir a la mezquita y rezar dos rakʿat como era su
costumbre. Luego, como hacía a menudo, fue a casa de
Fāṭima antes de ir con sus esposas. Fāṭima le recibió y le besó
en el rostro, en los labios y en los ojos y lloró:
“¿Por qué lloras?” -le preguntó el Profeta s.
“Te veo, oh Rasūl Allāh,” dijo ella, “y el color de tu rostro
es pálido y cetrino, y tus ropas están viejas y gastadas.”
“Oh Fāṭima,” repuso el Profeta s con ternura, “no llores,
pues Dios ha enviado a tu padre con una misión que afectará
a todas las casas sobre la faz de la tierra, ya estén en ciuda-
des, en pueblos o en tiendas (en el desierto), para traer gloria
o humillación hasta que se cumpla esta misión como la noche
llega (inevitablemente).” Con palabras como estas Fāṭima era
transportada a menudo desde la dura realidad de la vida dia-
ria a una visión de los vastos panoramas que se abrían gracias
a la misión encomendada a su noble padre.
Fāṭima volvió más tarde a vivir en una casa cercana a la
del Profeta s. La casa había sido donada por un Anṣārī que
sabía que el Profeta se alegraría de tener a su hija por vecina.
Juntos disfrutaron de las dichas y los triunfos, las penas y las
dificultades de sus intensos y cruciales días y años en Medina.
Hacia la mitad del segundo año de la hégira, su hermana
Ruqayya cayó enferma de sarampión. Esto ocurrió poco antes
de la gran campaña de Badr. Su marido ʿUṯmān se quedó jun-
to a ella y se perdió la campaña. Ruqayya murió justo antes
de que su padre regresara. A su regreso a Medina, uno de sus
primeros actos fue visitar su tumba.
Fāṭima le acompañó. Esta era la primera pérdida que hab-
ían sufrido en su círculo familiar más cercano desde la muer-
te de Jadīŷa. Fāṭima se sentía devastada por la pérdida de su
hermana. Las lágrimas brotaban de sus ojos cuando se sentó
junto a su padre al borde de la tumba, y él la consoló y quiso
enjugar sus lágrimas con el borde de su manto.

275
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

El Profeta s ya había hablado en contra de las lamenta-


ciones por los difuntos, pero esto había creado un malenten-
dido, y cuando regresaban del cementerio se oyó la voz aira-
da de ʿUmar recriminando a las mujeres que lloraban por los
mártires de Badr y por Ruqayya.
“ʿUmar, deja que lloren,” le dijo, y luego añadió: “Lo que
sale del corazón y del ojo viene de Dios y de Su Misericordia,
pero lo que procede de la mano y de la lengua, eso viene de
Satán.” Por la mano quería decir golpearse el pecho y las me-
jillas, y por la lengua aludía al griterío que producían las mu-
jeres en señal de duelo público.
ʿUṯmān se casaría después con la otra hija del Profeta s,
Umm Kulṯūm, y recibió por ello el sobrenombre de Ḏu ‘n-
Nurain –el Poseedor de Dos Luces.
A la aflicción sufrida por la familia con la muerte de Ru-
qayya le siguió la felicidad, cuando la gran dicha de todos los
creyentes, Fāṭima, dio a luz a un niño en Ramadán del tercer
año de la hégira. El Profeta s pronunció las palabras del aḏān
en los oídos del recién nacido y le puso por nombre al-Ḥasan,
que significa ‘el Hermoso’.
Un año después dio a luz a otro niño al que pusieron de
nombre al-Ḥusein, que significa ‘el pequeño Ḥasan’, o el pe-
queño hermoso.
Fāṭima llevaba a menudo a sus dos hijos a ver a su abuelo
a quien le encantaba su compañía. Cuando hubieron crecido,
solía llevarlos con él a la mezquita y ellos se subían a sus es-
paldas mientras rezaba. Lo mismo hacía con su nieta Umāma,
la hija de Zainab.
En el año octavo de la hégira, Fāṭima dio a luz a una niña a
la que puso el nombre de su hermana mayor, Zainab, muerta
poco antes del nacimiento. Esta Zainab sería luego conocida
como ‘la heroína de Karbala’. El cuarto hijo de Fāṭima fue otra
niña a la que puso por nombre Umm Kulṯūm en recuerdo de su
hermana, que había muerto un año antes de una enfermedad.
La progenie del Profeta s se perpetuaría sólo a través de
Fāṭima. Todos los hijos varones del Profeta murieron en la
niñez, y los dos hijos de Zainab, ʿAlī y Umāma, murieron muy

276
FĀṬIMA BINT MUḤAMMAD

jóvenes. ʿAbdullāh, el hijo de Ruqayya, murió también antes


de cumplir dos años. Esta es en parte la razón de la especial
reverencia de la que es objeto Fāṭima.
Aunque Fāṭima estaba a menudo ocupada con embarazos,
partos y la crianza de los hijos, participó todo lo que pudo en
los asuntos de la pujante comunidad musulmana de Medina.
Antes de casarse, actuaba como protectora de los pobres e
indigentes que formaban Aṣḥāb aṣ-Ṣuffa. Nada más terminar
la Batalla de Uḥud, se encaminó con otras mujeres al campo
de batalla y lloró sobre los cuerpos de los mártires y se ocupó
de curar las heridas de su padre. En la Batalla del Foso, des-
empeñó una labor decisiva junto con otras mujeres, prepa-
rando la comida durante el largo y difícil asedio. En su cam-
pamento, dirigía a las mujeres en la oración y en aquel mismo
lugar se alza hoy la mezquita conocida como Mezquita de
Fāṭima, que es una de las siete mezquitas donde los musul-
manes montaban guardia y hacían sus oraciones.
Fāṭima acompañó también a su padre s cuando éste hizo
ʿUmra en el año sexto de la hégira, después de la firma del
Tratado de Ḥudaibīya. Al año siguiente, ella y su hermana
Umm Kulṯūm, formaban parte de la formidable expedición de
los musulmanes que participaron junto al Profeta s en la
liberación de Meca. Se dice que en esa ocasión, ambas her-
manas visitaron la casa de su madre Jadīŷa y recordaron los
años de su infancia, reviviendo sus recuerdos del ŷihād y las
penalidades de los primeros años de la misión del Profeta.
En el mes de Ramadán del décimo año de la hégira, justo
antes de partir para la Peregrinación de la Despedida, el Pro-
feta s confió un secreto a Fāṭima, algo que todavía no debía
dar a conocer a otros:
“El ángel Gabriel me ha estado recitando el Corán una vez
al año y yo a él, pero este año me lo ha recitado dos veces.
Pienso que ha llegado mi hora.”
A su regreso de la Peregrinación de la Despedida, el Profe-
ta s cayó gravemente enfermo. Sus últimos días los pasó en
el apartamento de su esposa ʿĀʾiša. Cuando Fāṭima venía a
visitarle, ʿĀʾiša dejaba a solas a padre e hija.

277
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Un día llamó a su lado a Fāṭima. Cuando ésta llegó, la besó


y le susurró unas palabras al oído. Entonces ella lloró. Luego
le susurró de nuevo al oído y ella sonrió. ʿĀʾiša lo vio y pre-
guntó:
“¿Es que lloras y ríes al mismo tiempo, Fāṭima? ¿Qué fue
lo que Enviado de Dios s te dijo?”
Fāṭima contestó:
“Primero me dijo que muy pronto se encontraría con su
Señor y lloré. Luego me dijo: ‘No llores, pues tú serás la pri-
mera de mi casa en reunirte conmigo.’ Entonces reí.”
Poco después, el noble Profeta s falleció. Fāṭima estaba
deshecha de dolor y podía vérsela llorando desconsolada-
mente. Uno de los compañeros mencionó que desde la muer-
te de su padre no había visto reír a Fāṭima -Dios esté compla-
cido de ella.
Una mañana, a primeros del mes de Ramadán, transcurri-
dos menos de cinco meses desde la muerte de su noble padre,
Fāṭima se despertó gozosa y llena de dicha. Ese mismo día
por la tarde, se dice que llamó a Salmā bint Umais que era
quien cuidaba de ella. Pidió agua y se dio un baño. Se puso
ropa nueva y se perfumó. Luego pidió a Salmā que dispusiera
su lecho en el patio de la casa. Con el rostro vuelto hacia los
cielos, hizo que llamaran a su esposo ʿAlī.
Este quedó atónito al verla tendida en medio del patio y le
preguntó si le pasaba algo. Ella sonrió y le dijo:
“Hoy tengo una cita con el Enviado de Dios s.”
ʿAlī dio un grito y ella intentó consolarle. Le dijo que cui-
dase bien de sus hijos al-Ḥasan y al-Ḥusein y le indicó que
quería ser enterrada sin ceremonia. Ella volvió a mirar al cie-
lo, luego cerró los ojos y entregó su alma al Creador Todopo-
deroso.
Fāṭima la Esplendorosa contaba sólo veintinueve años de
edad.

278
43. ṢUHAIB AR-RŪMĪ
UNOS VEINTE AÑOS antes del comienzo de la misión del Profeta,
es decir, hacia mediados del siglo VI d. C., un árabe llamado
Sinān ibn Mālik gobernaba la ciudad de al-Ubal·la, como tri-
butario del emperador de Persia. La ciudad, que en la actuali-
dad es parte de Basora, se asentaba sobre las orillas del río
Éufrates. Sinān vivía en un lujoso palacio situado en la orilla
del río. Tenía varios hijos y sentía un especial cariño por uno
de ellos que entonces contaba apenas cinco años. Su nombre
era Ṣuhaib. Era rubio y de piel blanca. Era activo y despierto y
era la delicia de su padre.
Un día, la madre de Ṣuhaib le llevó de excursión junto con
otros miembros de la familia a una aldea llamada az-Zani. Lo
que se había previsto como un día relajado y agradable, se
convirtió en una experiencia aterradora que cambiaría por
completo el curso de la vida del joven Ṣuhaib.
Ese día, la aldea de az-Zani fue atacada por una partida de
soldados bizantinos. Los guardias que escoltaban al grupo de
excursionistas, superados en número, cayeron muertos uno a
uno. Todas las posesiones que tenían consigo fueron requisa-
das y muchos de ellos fueron hechos prisioneros. Entre ellos
estaba Ṣuhaib ibn Sinān.
Ṣuhaib fue llevado a uno de los mercados de esclavos del
Imperio Bizantino, cuya capital era Constantinopla, para ser
vendido. Después fue pasando de manos de un amo a otro. Su
destino no era distinto al de miles de esclavos que llenaban
las casas, palacios y castillos de los gobernantes y aristócratas
bizantinos.
Ṣuhaib pasó su juventud como esclavo. Durante unos
veinte años permaneció en tierras bizantinas. Esto le dio la
oportunidad de adquirir un profundo conocimiento y com-
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

prensión de la vida en la sociedad bizantina. Detestaba aque-


lla sociedad y más tarde se decía a sí mismo:
“Una sociedad así sólo puede ser purificada mediante un
diluvio.”
Ṣuhaib por supuesto creció hablando griego, que era la
lengua oficial del Imperio Bizantino. Prácticamente se olvidó
del árabe. Pero lo que jamás olvidó es que era un hijo del de-
sierto. Suspiraba por el día en que fuera libre para reunirse
con su gente. A la primera oportunidad, Ṣuhaib se escapó de
su esclavitud y fue directamente a Meca, que era un lugar de
refugio o asilo. La gente allí le llamaba Ṣuhaib ‘ar-Rūmī’ o ‘el
bizantino’, por su fuerte acento y su pelo rubio. Se convirtió
en hālif de uno de los aristócratas de Meca, ʿAbdullāh ibn
Ŷūdʿan. Se dedicó al comercio y prosperó. De hecho, se hizo
bastante rico.
Un día regresó a Meca de uno de sus viajes de negocios.
Allí le hablaron de que Muḥammad, el hijo de ʿAbdullāh s,
había empezado a llamar a la gente a creer en Dios solo, or-
denándoles que fueran justos e hicieran obras buenas, y
prohibiéndoles las acciones reprensibles y vergonzosas. En-
seguida preguntó quién era Muḥammad y dónde vivía. Y esta
fue la respuesta que recibió:
“[Puedes encontrarle] en la casa de al-Arqam ibn Abī al-
Arqam. Ten cuidado de que no te vean allí los Quraiš. Porque
si te ven te harán [cosas terribles]. Tú eres extranjero aquí y
no tienes relación de ʿasabīya que te proteja, ni un clan que te
ayude.”
Ṣuhaib fue con precaución a casa de al-Arqam. En la puer-
ta se encontró con ʿAmmār ibn Yāsir, el joven hijo de un pa-
dre yemení a quien conocía. Dudó por un momento y luego
se dirigió a ʿAmmār y le dijo:
“¿Qué es lo que haces [aquí], ʿAmmār?”
“Más bien, ¿qué es lo que haces tú aquí?” -replicó ʿAmmār.
“Quiero ver a ese hombre y escuchar directamente lo que
dice.”
“Yo también quiero eso mismo.”

280
ṢUHAIB AR-RŪMĪ

“Entonces, entremos juntos, ʿala barakatil·lāh (con la ben-


dición de Dios).”
Ṣuhaib y ʿAmmār entraron y escucharon lo que
Muḥammad s estaba diciendo. Ambos se convencieron en-
seguida de la verdad de su mensaje. La luz de la fe entró en
sus corazones. En esta reunión, juraron fidelidad al Profeta
s, declarando que no hay deidad sino Dios y que Muḥammad
es el Enviado de Dios. Pasaron todo ese día en la compañía del
noble Profeta. Por la noche, protegidos por la oscuridad, sa-
lieron de la casa de al-Arqam con los corazones henchidos
por la luz de la fe y sus rostros iluminados por la felicidad.
Luego los acontecimientos siguieron el curso usual. Los
idólatras de Quraiš supieron de la conversión de Ṣuhaib al
Islam y empezaron a hostigarle y a perseguirle. Ṣuhaib so-
portó la persecución, como habían hecho Bilāl, ʿAmmār y su
madre Sumayya, Jabbāb y muchos otros que se habían con-
vertido al Islam. El castigo era inhumano y severo pero
Ṣuhaib lo sobrellevó con un corazón paciente y valeroso por-
que sabía que el camino al Paraíso está sembrado de espinas y
dificultades. Las enseñanzas del noble Profeta s le habían
dado a él y a los demás compañeros un extraordinario coraje
y fortaleza.
Cuando el Profeta s dio permiso a sus seguidores para
emigrar a Medina, Ṣuhaib decidió ir allí en compañía del Pro-
feta y Abū Bakr. Sin embargo, los Quraiš se enteraron de sus
intenciones y frustraron sus planes. Colocaron guardias para
evitar que se fuera y llevase consigo la riqueza, el oro y la
plata que había adquirido con el comercio.
Después de la partida del Profeta y Abū Bakr, Ṣuhaib si-
guió haciendo planes y esperando la oportunidad de unirse a
ellos. Pero no lo conseguía. Los ojos de los guardias estaban
siempre atentos y vigilantes. La única salida era recurrir a
una estratagema.
Una noche fría, Ṣuhaib simuló tener problemas intestina-
les y salió repetidas veces a hacer sus necesidades. Sus guar-
dianes se dijeron:

281
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“No te preocupes. Al-Lāt y al-ʿUzzā le mantienen ocupado


con su estómago.”
Entonces se relajaron y el sueño se apoderó de ellos.
Ṣuhaib salió sigilosamente como si fuera a hacer sus necesi-
dades. Preparó sus armas, ensilló una montura y partió en
dirección a Medina.
Cuando sus guardianes se despertaron, descubrieron con
alarma que Ṣuhaib había escapado. Prepararon sus caballos y
salieron en persecución de él y finalmente le alcanzaron. Al
ver que se aproximaban, Ṣuhaib se subió a un altozano y sos-
teniendo su arco con una flecha preparada, gritó:
“¡Hombres de Quraiš! Conocéis bien mi puntería con el ar-
co y que no suelo fallar un disparo. Por Dios, si os acercáis a
mí, con cada una de las flechas que tengo mataré a uno de
vosotros. Luego lucharé con mi espada.”
El portavoz de Quraiš dijo:
“Por Dios, no te dejaremos escapar vivo con todo tu dine-
ro. Viniste a Meca débil y pobre y has adquirido luego lo que
has adquirido...”
“¿Qué diríais si os dejara mi dinero?” -le interrumpió
Ṣuhaib. “¿Os quitaríais entonces de enmedio?”
“Sí,” dijeron.
Ṣuhaib les dijo el lugar de su casa en Meca donde había de-
jado el dinero, y le dejaron marchar.
Se puso rápidamente en camino hacia Medina acariciando
la ilusión de estar con el Profeta s y disfrutar de la libertad
de adorar a Dios en paz.
En el camino a Medina, cada vez que se sentía cansado, la
idea de encontrarse con el Profeta s le daba fuerzas y le hac-
ía seguir adelante con mayor determinación. Cuando Ṣuhaib
llegó a Qubāʾ, justo a las afueras de Medina y el lugar en el
que el Profeta se había detenido después de su hégira, el Pro-
feta le vio llegar. Se mostró encantado de ver a Ṣuhaib y le
dio la bienvenida con una gran sonrisa.
“¡Tu negocio ha dado buenos frutos, oh Abū Yaḥyā. Tu
negocio ha dado buenos frutos!” Y repitió esto tres veces.
La cara de Ṣuhaib brillaba de alegría al decir:

282
ṢUHAIB AR-RŪMĪ

“Por Dios, nadie ha venido a ti antes que yo, Enviado de


Dios s, y sólo Gabriel pudo haberte dicho eso.”
¡Desde luego que sí! La transacción de Ṣuhaib había sido
fructífera. La revelación lo confirmaba:
“Y hay una clase de hombre que da su vida por conseguir la
complacencia de Dios. Y Dios es Amabilísimo con Sus siervos.”
(Corán, 2:207)
¡Qué es el dinero y el oro, y qué es todo el mundo compa-
rado con la fe! El Profeta s tuvo siempre a Ṣuhaib en gran
estima. Fue elogiado por el Profeta y llamado el predecesor
de los bizantinos en su conversión al Islam. Aparte de su pie-
dad y sobriedad, Ṣuhaib sabía bromear y tenía un excelente
sentido del humor. Un día, el Profeta le vio comiendo dátiles.
Vio que Ṣuhaib tenía un ojo infectado. El Profeta le dijo bro-
meando:
“¿Comes dátiles teniendo una infección en el ojo?”
“No te preocupes,” replicó Ṣuhaib. “Estoy comiendo con el
otro.”
Ṣuhaib era también conocido por su generosidad. Solía
dar todo su salario del tesoro público fi-sabilil·lāh, para ayudar
a los pobres y necesitados. Era un buen ejemplo del versículo
coránico: “Da de comer, por amor a Dios, al necesitado, al huérfano
y al cautivo.” Era tan generoso, que ʿUmar dijo en una ocasión:
“Te he visto dar tanta comida a otros que pareces extra-
vagante.”
Ṣuhaib replicó:
“He oído decir al Enviado de Dios: ‘El mejor de vosotros es
el que da de comer [a otros].’”

LA PIEDAD DE ṢUHAIB y su posición entre los musulmanes eran


tales que fue escogido por ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb para gobernar
a los musulmanes durante el período entre su muerte y la
elección de su sucesor.
Cuando yacía moribundo, tras ser apuñalado por un ado-
rador del fuego, llamado Abū Luʾluʾa, mientras dirigía la ora-
ción de faŷr, ʿUmar reunió a seis de sus compañeros: ʿUṯmān
ibn ʿAffān, ʿAlī, Ṭalḥa, Zubair, ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf y Saʿd

283
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ibn Abī Waqqāṣ. No nombró a ninguno de ellos sucesor suyo,


porque según uno de los relatos transmitidos “por un breve
espacio de tiempo dos Califas se hubieran mirado uno al
otro.” Les encomendó la tarea de consultarse entre ellos y a
los musulmanes durante tres días y elegir a un sucesor, y
luego dijo:
“Wa ‘l-yuṣal·li bi ‘n-nās Ṣuhaib –y que Ṣuhaib dirija a la gen-
te en la oración.”
Durante el período en que no hubo Califa, Ṣuhaib tuvo la
responsabilidad y el honor de dirigir las oraciones y de ser,
en otras palabras, el jefe de la comunidad musulmana.
El nombramiento de Ṣuhaib por ʿUmar demuestra lo bien
que gentes de distintas procedencias fueron integrados y
respetados por la comunidad del Islam. Una vez, durante el
tiempo del Profeta s, un hipócrita llamado Qais ibn Mutati-
yah, profirió insultos y ofensas contra algunos sectores de la
comunidad. Qais había visto un círculo de estudio (halqa) en
el que estaban Salmān al-Farsī, Ṣuhaib ar-Rūmī y Bilāl al-
Ḥābašī -Dios esté complacido de ellos-, y comentó:
“Los Aus y los Jazraŷ han defendido a este hombre
[Muḥammad]. Pero, ¿qué hacen estos hombres con él?”
Muʿāḏ se enfadó e informó al Profeta s de lo que Qais
había dicho. El Profeta se sintió muy enojado. Fue a la mez-
quita e hizo que se diera la llamada a la oración, que era el
método usado para convocar a los musulmanes para un
anuncio importante. Entonces se levantó, glorificó y ensalzó
a Dios, y luego dijo:
“Vuestro Dios es Uno. Vuestro antepasado es uno. Vuestra
religión es una. Tenedlo presente. Sois árabes no por razón
de vuestra madre o de vuestro padre, sino por vuestra lengua
(es decir, el idioma árabe). Así pues, todo aquel que hable
árabe es un árabe.”

284
44. ABU ‘D-DARDĀ
ARDĀʾ

TEMPRANO por la mañana, Abu ‘d-Dardāʾ se levantó y fue di-


rectamente a hacer una visita a su ídolo, que guardaba en la
mejor parte de su casa. Lo saludó y le rindió veneración. Lue-
go lo roció con el mejor perfume de su gran tienda y lo vistió
con una hermosa túnica de seda que un mercader le había
traído del Yemen el día anterior.
Cuando el sol había ascendido en el cielo, salió de su casa y
se fue a su tienda. Ese día, las calles y pasajes de Yaṯrib esta-
ban atestadas de seguidores de Muḥammad s que regresa-
ban de Badr. Con ellos venían varios prisioneros de guerra.
Abu ‘d-Dardāʾ observó las multitudes y luego se dirigió a un
joven de Jazraŷ y le preguntó por la suerte de ʿAbdullāh ibn
Rawāḥa.
“Ha tenido que soportar pruebas muy difíciles en la bata-
lla, pero ha salido ileso...”
Abu ‘d-Dardāʾ estaba muy preocupado por su buen amigo
ʿAbdullāh ibn Rawāḥa. Todo el mundo conocía los lazos de
hermandad que les unían desde los tiempos de Ŷahilīya, an-
tes de la llegada del Islam a Yaṯrib. Cuando el Islam llegó a la
ciudad, Ibn Rawāḥa se convirtió, pero Abu ‘d-Dardāʾ no quiso
convertirse. Esto no cortó, sin embargo, la relación entre los
dos amigos. ʿAbdullāh siguió visitando a Abu ‘d-Dardāʾ e in-
tentó hacerle ver las virtudes, beneficios y excelencia del
Islam. Pero con cada día que pasaba, y Abu ‘d-Dardāʾ seguía
siendo idólatra, ʿAbdullāh se sentía más triste y preocupado.
Abu ‘d-Dardāʾ llegó a su tienda y se sentó en una silla alta
con las piernas cruzadas. Empezó a negociar, comprando y
vendiendo, y dando instrucciones a sus dependientes, sin
darse cuenta de lo que ocurría en su casa. Pues, en ese mismo
momento, ʿAbdullāh ibn Rawāḥa había acudido a su casa de-
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

cidido a tomar serias medidas. Al llegar, encontró abierto el


portón principal. Umm ad-Dardāʾ estaba en el patio y él la
saludó:
“As-salamu ʿalaiki – La paz sea contigo, sierva de Dios.”
“Wa ʿalaika ‘s-salam – Y la paz sea contigo, hermano de Abu
‘d-Dardāʾ.”
“¿Dónde está Abu ‘d-Dardāʾ?” -preguntó.
“Ha ido a su tienda. No tardará en regresar.”
“¿Puedo entrar?”
“Estás en tu casa,” le dijo ella y siguió ocupándose de sus
labores domésticas y de cuidar a sus hijos.
ʿAbdullāh ibn Rawāḥa fue a la habitación donde Abu ‘d-
Dardāʾ guardaba a su ídolo. Sacó un machete que traía consi-
go y se puso a destrozar el ídolo mientras decía:
“¿No es acaso bāṭil (falso) todo lo que es adorado en lugar
de Dios?”
Cuando el ídolo estuvo completamente destruido, se fue
de la casa. La esposa de Abu ‘d-Dardāʾ entró en la habitación
poco después y quedó atónita por lo que vio. Se golpeó las
mejillas angustiada, y dijo:
“Me has traído la ruina, Ibn Rawāḥa.”
Cuando Abu ‘d-Dardāʾ regresó a su casa, se encontró a su
mujer sentada ante la puerta de la habitación en la que guar-
daba su ídolo. Lloraba a gritos y parecía totalmente horrori-
zada.
“¿Qué te ocurre?” -preguntó.
“Tu hermano ʿAbdullāh ibn Rawāḥa nos visitó mientras
estabas fuera y les ha hecho a tus ídolos lo que estás viendo.”
Abu ‘d-Dardāʾ contempló el ídolo destrozado y quedó
horrorizado. Estaba poseído por la ira y decidido a tomar
venganza. Sin embargo, su ira se calmó poco después y los
pensamientos de venganza por su ídolo desaparecieron. Co-
menzó a reflexionar sobre lo ocurrido y se dijo a sí mismo:
“Si hubiera algo de bueno en este ídolo, se habría defendi-
do de cualquier ataque.”
Fue entonces directamente a encontrarse con ʿAbdullāh y
juntos fueron a ver al Profeta -la paz sea con él. Delante de él

286
ABU ‘D-DARDĀʾ

anunció su aceptación del Islam. Fue la última persona de su


barrio en hacerse musulmán.
Desde ese momento, Abu ‘d-Dardāʾ se dedicó en cuerpo y
alma a la causa del Islam. La creencia en Dios y en Su Profeta
animaban cada fibra de su ser. Lamentaba profundamente
cada momento que había vivido en la idolatría y todas las
oportunidades de hacer el bien que había perdido. Vio lo mu-
cho que sus amigos habían aprendido del Islam en los dos o
tres años anteriores; lo mucho que habían memorizado del
Corán y las oportunidades que habían tenido de servir a Dios
y a Su Profeta s. Tomó entonces la decisión de esforzarse al
máximo, día y noche, para recuperar todas las oportunidades
perdidas. La ʿibāda (adoración de Dios) ocupaba sus días y sus
noches. Su búsqueda de conocimiento era incesante. Pasaba
mucho tiempo memorizando las palabras del Corán e inten-
tando comprender la profundidad de su mensaje. Cuando vio
que los negocios y el comercio interferían con la dulzura de
su ʿibāda y le mantenían alejado de los círculos de estudio,
redujo su dedicación a los negocios sin dudarlo ni lamentar-
se. Alguien le preguntó por qué lo hacía y él respondió:
“Antes de jurar lealtad al Enviado de Dios -Dios le bendiga
y le dé paz-, era comerciante, y cuando me hice musulmán
quise combinar el comercio (tiŷāra) con la adoración (ʿibāda)
pero no conseguí lo que quería. Así que abandoné el comercio
y me incliné por la ʿibāda.
“Por Aquel en cuya mano está el alma de Abu ‘d-Dardāʾ,
quisiera tener una tienda cerca de la puerta de la mezquita
para no perder ninguna oración en congregación. Entonces
podría vender y comprar y hacer algo de beneficio todos los
días.”
“No estoy diciendo,” aclaró Abu ‘d-Dardāʾ, “que Dios –
Excelso y Majestuoso-, haya prohibido el comercio, sino que
quiero ser de esos a quienes ni el comercio ni la venta les
distrae del recuerdo de Dios.”

ABU ‘D-DARDĀʾ no sólo dejó de ocuparse tanto como antes en


los negocios sino que abandonó su anterior estilo de vida,

287
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

lleno de comodidad y lujos. Comía únicamente lo suficiente


para mantener su espalda recta y vestía ropas sencillas que
bastaban para cubrir su cuerpo.
En una ocasión, un grupo de musulmanes pasó la noche
en su casa. La noche era muy fría. Les sirvió una comida ca-
liente, que ellos agradecieron, pero luego se fue a dormir sin
darles mantas para pasar la noche. Ellos se sintieron angus-
tiados, preguntándose cómo iban a dormir en una noche tan
fría. Entonces, uno de ellos dijo:
“Iré a hablar con él.”
“No le molestes,” dijo otro.
No obstante, el hombre fue a hablar con Abu ‘d-Dardāʾ y se
acercó a la puerta de su habitación. Desde allí vio a Abu ‘d-
Dardāʾ echado. Su mujer estaba sentada cerca de él. Ambos
vestían ropas muy ligeras que no podían protegerles del frío
y no tenían mantas. Abu ‘d-Dardāʾ dijo a su huésped:
“Si hubiéramos tenido algo con que cubriros os lo habría
llevado.”

DURANTE el califato de ʿUmar, éste quiso nombrar a Abu ‘d-


Dardāʾ gobernador de Siria. Abu ‘d-Dardāʾ rehusó. ʿUmar in-
sistió y entonces Abu ‘d-Dardāʾ le dijo:
“Si te conformas con que vaya a enseñarles el Libro de su
Señor y la Sunna de su Profeta s y a rezar con ellos, enton-
ces iré.”
ʿUmar estuvo de acuerdo y Abu ‘d-Dardāʾ salió para Da-
masco. Allí encontró que la gente estaba inmersa en el lujo y
en las comodidades. Esto le llenó de indignación. Reunió a la
gente en la mezquita y les habló:
“¡Oh gentes de Damasco! Sois mis hermanos en la religión:
vecinos que viven juntos y que se ayudan mutuamente con-
tra sus enemigos.
“¡Oh gentes de Damasco! ¿Qué os impide mostrarme vues-
tro afecto y responder a mi consejo, cuando veis que no quie-
ro nada vuestro? ¿Os parece correcto que vuestros sabios
partan [de este mundo] mientras los ignorantes entre voso-
tros no aprenden? Veo que os inclináis hacia las cosas por las

288
ABU ‘D-DARDĀʾ

que Dios os hará rendir cuentas y abandonáis lo que Él os


ordena hacer.
“¿Os parece razonable amontonar y acaparar lo que no
coméis, y levantar edificios que no habitáis, y alimentar espe-
ranzas de cosas que nunca podréis alcanzar?
“Gentes anteriores a vosotros han amasado riquezas, han
hecho grandes planes y alimentaron grandes esperanzas.
Pero no transcurrió mucho tiempo hasta que todo lo que
amasaron fuera destruido, sus esperanzas se vieran frustra-
das y sus casas se convirtieran en tumbas. Así ocurrió con el
pueblo de ʿĀd, oh gentes de Damasco. Llenaron la tierra con
sus posesiones e hijos.
“¿Quién me daría hoy dos dirhams por todo el legado de
los ʿĀd?”
La gente rompió en sollozos y sus lamentos podían oírse
desde fuera de la mezquita.
Desde ese día, Abu ‘d-Dardāʾ empezó a frecuentar los luga-
res de encuentro de la gente de Damasco. Paseaba por sus
mercados, enseñando, respondiendo a sus preguntas e inten-
tando guiar a todo aquel que se hubiera vuelto negligente o
insensible. Aprovechaba cualquier oportunidad para desper-
tar a la gente y llevarles al camino recto.

UNA VEZ, pasó junto a un grupo de personas que rodeaban a


un hombre. Estaban insultándole y golpeándole. Se acercó
entonces al grupo y dijo:
“¿Qué ocurre?”
“Este hombre ha cometido un grave pecado,” contestaron.
“¿Qué haríais si se hubiese caído a un pozo?” -les pre-
guntó Abu ‘d-Dardāʾ. “¿No intentaríais sacarle?”
“Por supuesto,” dijeron.
“No le insultéis ni le golpeéis, sino amonestadle y hacerle
saber las consecuencias de lo que ha hecho. Luego, alabad a
Dios que os ha salvado de caer en la misma falta.”
“¿Acaso no sientes odio por él?” -preguntaron a Abu ‘d-
Dardāʾ.

289
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Sólo detesto lo que ha hecho, y si deja de hacerlo es mi


hermano.”
El hombre entonces empezó a llorar y anunció pública-
mente su arrepentimiento.

UNA VEZ, un joven acudió a Abu ‘d-Dardāʾ y le dijo:


“Aconséjame, oh compañero del Enviado de Dios,” y Abu
‘d-Dardāʾ le dijo:
“Hijo mío, recuerda a Dios en los buenos tiempos y Él se
acordará de ti en tiempos de infortunio.
“Hijo mío, sé estudioso, busca conocimiento y aprende a
escuchar, y no seas de los ignorantes porque estarías perdido.
“Hijo mío, haz de la mezquita tu casa, pues oí decir al En-
viado de Dios, -Dios le bendiga y le dé paz: ‘La mezquita es la
casa de los conscientes de Dios, y Dios Todopoderoso garantiza
serenidad, comodidad, misericordia y la guía que conduce a Su
complacencia a todo aquel que hace de la mezquita su casa.’”

EN OTRA OCASIÓN, había un grupo de gente sentada en la calle,


charlando y mirando a los viandantes. Abu ‘d-Dardāʾ se diri-
gió a ellos y les dijo:
“Hijos míos, el monasterio del musulmán es su casa, don-
de se controla a sí mismo y su mirada. Guardaos de sentaros
en los mercados porque es desperdiciar el tiempo en ocupa-
ciones vanas.”

MIENTRAS Abu ‘d-Dardāʾ estaba en Damasco, su gobernador,


Muʿāwiya ibn Abī Sufyān, le pidió la mano de su hija en ma-
trimonio para su hijo, Yazīd ibn Muʿāwiya. Abu ‘d-Dardāʾ
rehusó. En su lugar dio a su hija en matrimonio a un hombre
joven que era pobre pero cuyo carácter y dedicación al Islam
le agradaban. La gente supo esto y empezaron a hablar de
ello y a preguntarse: ¿Por qué Abu ‘d-Dardāʾ ha rehusado dar-
le a su hija en matrimonio a Yazīd? Le preguntaron a Abu ‘d-
Dardāʾ y éste dijo:
“Sólo he querido lo mejor para ad-Dardāʾ,” que así se lla-
maba su hija.

290
ABU ‘D-DARDĀʾ

“¿Cómo es eso?” -preguntó la misma persona.


“¿Qué pensarías de ad-Dardāʾ si tuviese sirvientes atentos
en su presencia, que le sirvieran, y viviese en palacios de lujo
que encandilasen los ojos: ¿qué sería entonces de su religión?”

MIENTRAS Abu ‘d-Dardāʾ seguía aún en Siria, el Califa ʿUmar


ibn al-Jaṭṭāb pasó por la región en una visita de inspección.
Una noche fue a visitar a Abu ‘d-Dardāʾ en su casa. No había
luces en la casa. Abu ‘d-Dardāʾ dio la bienvenida al Califa y le
invitó a sentarse. Los dos hombres conversaron a oscuras.
Mientras hablaban, ʿUmar palpó el ‘cojín’ de Abu ‘d-Dardāʾ y
comprendió que se trataba de una piel de animal. Tocó el
lugar en el que Abu ‘d-Dardāʾ estaba echado y supo que eran
sólo guijarros. También palpó la tela con la que se cubría y
quedó sorprendido al ver que era algo tan delgado que no
podría protegerle del frío de Damasco. ʿUmar le preguntó:
“¿No crees que debería hacerte la vida algo más agrada-
ble? ¿Quieres que te envíe algo como regalo?”
“¿Recuerdas, ʿUmar,” dijo Abu ‘d-Dardāʾ, “un dicho que el
Profeta -Dios le bendiga y le dé paz-, nos dijo?”
“¿Cuál es?” -preguntó ʿUmar.
“¿Acaso no dijo: ‘No toméis de este mundo más que las
provisiones de un viajero’?”
“Sí,” respondió ʿUmar.
“¿Y qué hemos hecho después de eso, oh ʿUmar?” -
preguntó Abu ‘d-Dardāʾ.
Los dos hombres rompieron a llorar, pensando sin duda
en las vastas riquezas que habían llegado a manos de los mu-
sulmanes con la expansión del Islam, y su preocupación por
amasar riqueza y posesiones materiales. Con gran pesar y
tristeza, los dos hombres siguieron reflexionando sobre esta
situación hasta el amanecer.

291
45. ʿABDUR
BDUR-RAḤMĀN IBN ʿAUF

FUE UNA DE LAS OCHO personas que primero se convirtieron al


Islam. Fue una de las diez personas (al-ʿašaratu ‘l-mubaššara) a
quienes se anunció su entrada en el Paraíso. Fue una de las
seis personas escogidas por ʿUmar para formar el consejo de
šūrā encargado de elegir Califa después de su muerte.
Su nombre en los días de Ŷahilīya era Abū ʿAmr, pero tras
aceptar el Islam el Profeta le puso por nombre ʿAbdur-
Raḥmān –el siervo del Más Misericordioso.
ʿAbdur-Raḥmān se hizo musulmán antes de que el Profeta
s frecuentase la casa de al-Arqam. De hecho, se dice que
aceptó el Islam sólo dos días después que Abū Bakr aṣ-Ṣiddīq.
ʿAbdur-Raḥmān no escapó al castigo que los primeros mu-
sulmanes sufrieron a manos de los Quraiš, y soportó este cas-
tigo con la misma firmeza que ellos. Como ellos, se mantuvo
firme en su fe. Y cuando se vieron obligados a emigrar de
Meca a Abisinia a causa de la continua e insoportable perse-
cución que sufrían, ʿAbdur-Raḥmān emigró también. Regresó
a Meca al extenderse los rumores de que las condiciones de
los musulmanes habían mejorado pero, cuando esos rumores
se demostraron falsos, partió de nuevo a Abisinia en una se-
gunda emigración. Más tarde volvería a emigrar de Meca a
Medina.
Poco después de su llegada a Medina, el Profeta s tomó la
sabia decisión de emparejar a los Muhāŷirūn y a los Anṣār.
Esto creó un fuerte vínculo de hermandad y se proponía re-
forzar la cohesión social y aliviar la situación de penuria de
los Muhāŷirūn. ʿAbdur-Raḥmān fue hermanado por el Profeta
con Saʿd ibn ar-Rabīʿa. Saʿd movido por el impulso de genero-
sidad y magnanimidad con que los Anṣār recibieron a los
Muhāŷirūn, le dijo a ʿAbdur-Raḥmān:
ʿABDUR-RAḤMĀN IBN ʿAUF

“¡Hermano! Soy el hombre más rico de la gente de Medi-


na. Poseo dos huertos y dos esposas. Mira cuál de los dos
huertos te gusta más y será para ti y cuál de mis dos esposas
te resulta más agradable y la divorciaré para ti.”
ʿAbdur-Raḥmān debió sentirse abochornado y le respondió:
“Dios te bendiga en tu familia y en tus bienes. Muéstrame
sólo el camino al mercado.”
ʿAbdur-Raḥmān se dirigió al mercado y comenzó a comer-
ciar con los pequeños recursos que poseía. Compró y vendió
y sus beneficios crecieron rápidamente. Pronto se encontró
en una posición suficientemente desahogada y pudo casarse.
Fue a ver al noble Profeta s con el aroma del perfume todav-
ía sobre él.
“¡Mahyam, oh ʿAbdur-Raḥmān!” –exclamó el Profeta.
(Mahyam es una palabra de origen yemení que expresa una
grata sorpresa).
“Me he casado,” respondió ʿAbdur-Raḥmān.
“¿Y qué le has dado a tu mujer como mahr (dote)?”
“El peso de un nuwat en oro.”
“Debes celebrar una walīma (banquete de boda), aunque
sea sólo con una oveja. Y que Dios te bendiga en tus bienes,”
dijo el Profeta s con evidente satisfacción y deseando darle
ánimo.
Desde entonces ʿAbdur-Raḥmān se acostumbró de tal
forma al éxito en los negocios que solía decir que si levantaba
una piedra esperaba encontrar oro o plata debajo de ella.
ʿAbdur-Raḥmān se distinguió tanto en la batalla de Badr
como en la de Uḥud. En Uḥud se mantuvo firme durante todo
el encuentro y recibió más de veinte heridas, algunas de ellas
profundas y serias. Aun así, su ŷihād en la guerra fue igualado
por su ŷihād con su riqueza.
En una ocasión, el Profeta –Dios le bendiga y le dé paz-, se
disponía a enviar una fuerza expedicionaria. Reunió entonces
a sus compañeros y les dijo:
“Contribuid con ṣadaqa, pues quiero enviar una expedi-
ción.”
ʿAbdur-Raḥmān fue a su casa y volvió rápidamente.

293
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Oh Enviado de Dios,” dijo, “tengo cuatro mil (dinares).


Entrego dos mil como qarḍ para mi Señor y dejo dos mil para
mi familia.”
Cuando el Profeta s decidió enviar una expedición a la
distante Tabūk –esta fue la última gazwa que organizó en su
vida-, su necesidad de dinero y pertrechos no era mayor que
su necesidad de hombres, pues el ejército bizantino era un
enemigo numeroso y bien pertrechado. Aquel año, Medina
sufría una sequía y las condiciones eran muy difíciles. El viaje
a Tabūk era largo, más de mil kilómetros. Las provisiones
eran muy reducidas. Las monturas también escaseaban, hasta
el punto que un grupo de musulmanes que se ofrecieron vo-
luntarios para ir con el Profeta, tuvo que quedarse en Medina
al no encontrar él monturas para ellos.
Esos hombres se sintieron tristes y afligidos, y fueron lue-
go conocidos como los Bakkaʾīn o “los llorosos,” y el propio
ejército fue recordado como el Ejército de la Estrechez (‘Us-
ra). Entonces, el Profeta s pidió a sus compañeros que con-
tribuyeran generosamente al esfuerzo bélico en el camino de
Dios y les aseguró que serían recompensados. La respuesta de
los musulmanes al requerimiento del Profeta fue inmediata y
generosa. A la cabeza de los que respondieron se encontraba
ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf. Donó doscientos auqīya de oro y
entonces ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb le dijo al Profeta:
“Veo [ahora] que ʿAbdur-Raḥmān ha cometido una falta.
No ha dejado nada para su familia.”
“¿Has dejado algo a tu familia, ʿAbdur-Raḥmān?” –
preguntó el Profeta.
“Sí,” respondió ʿAbdur-Raḥmān. “Les he dejado más de lo
que he dado y mejor.”
“¿Cuánto?” -pregunto el Profeta.
“La provisión, el bien y la recompensa que Dios y Su En-
viado han prometido,” respondió ʿAbdur-Raḥmān.

LLEGADO EL MOMENTO, el ejército musulmán partió para Tabūk.


Allí ʿAbdur-Raḥmān fue bendecido con un honor que nadie
hasta entonces había recibido. Llegó la hora del ṣalā y el Pro-

294
ʿABDUR-RAḤMĀN IBN ʿAUF

feta -la paz sea con él-, no estaba en ese momento con ellos.
Los musulmanes escogieron a ʿAbdur-Raḥmān como imām.
Habían acabado casi el primer rakʿa cuando el Profeta -la paz
sea con él-, se unió a la congregación y realizó la oración
detrás de ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf. ¡Podía existir mayor
honor para alguien que servir de imām al más exaltado de la
creación de Dios, al imām de los Profetas, el imām de
Muḥammad, el Enviado de Dios!

CUANDO el Profeta -la paz sea con él-, falleció, ʿAbdur-Raḥmān


asumió la responsabilidad de proveer a las necesidades de su
familia, las Ummahāt al-muʾminīn. Las acompañaba adonde
querían ir y hasta realizó el Ḥaŷŷ con ellas para asegurarse de
que todas sus necesidades eran satisfechas. Esto es una señal
de la confianza de que gozaba entre los miembros de la fami-
lia del Profeta.
El apoyo mostrado por ʿAbdur-Raḥmān a los musulmanes
y a las esposas del Profeta s en particular es bien conocido.
En una ocasión, vendió un trozo de tierra en cuarenta mil
dinares y distribuyó toda esa cantidad entre los Banū Zahra
(los parientes de Āmina, la madre del Profeta), los musulma-
nes necesitados y las esposas del Profeta. Cuando ʿĀʾiša -Dios
esté complacido de ella-, recibió parte de ese dinero, pre-
guntó:
“¿Quién ha enviado este dinero?” -y cuando le dijeron que
había sido ʿAbdur-Raḥmān, dijo:
“El Enviado de Dios -Dios le bendiga y le dé paz-, dijo:
‘Ninguno sentirá compasión por vosotras después de mi
muerte excepto los ṣabirūn (los que son pacientes y firmes).’”

LA ORACIÓN del noble Profeta s a Dios de que pusiera baraka


en la riqueza de ʿAbdur-Raḥmān parece haber acompañado a
ʿAbdur-Raḥmān durante toda su vida. Se convirtió en el
hombre más rico de todos los compañeros del Profeta. Una y
otra vez, sus transacciones comerciales tenían éxito y su ri-
queza siguió aumentando. Sus caravanas se fueron haciendo
más y más grandes, transportando hasta Medina trigo, hari-

295
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

na, aceite, telas, utensilios, perfumes y otras mercancías ne-


cesarias y exportando de Medina los excedentes que allí se
producían.
Un día, la gente de Medina oyó un fuerte rumor que pro-
cedía de más allá de los límites de la ciudad, que era por lo
general una ciudad tranquila y pacífica. El rumor se fue
haciendo más y más fuerte. Aparecieron además nubes de
polvo y arena que el viento levantaba y arrastraba hasta la
ciudad. La gente de Medina comprendió enseguida que una
gran caravana estaba entrando en la ciudad. Su sorpresa fue
enorme al ver cómo setecientos camellos cargados de mer-
cancías entraban en la ciudad y llenaban sus calles. Había
muchos gritos y excitación, y la gente se llamaba unos a otros
a presenciar el espectáculo y ver las mercancías y provisiones
que había traído la caravana.
ʿĀʾiša -Dios esté complacido de ella-, oyó la conmoción y
preguntó:
“¿Qué es lo que está pasando en Medina?” –y le respon-
dieron:
“Es la caravana de ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf, que ha llegado
de Siria cargada de mercancías.”
““¿Y todo este ruido por una caravana?” –preguntó sor-
prendida.
“Sí, Umm al-muʾminīn. Está formada por setecientos came-
llos.”
ʿĀʾiša sacudió la cabeza y miró a lo lejos como si tratase de
recordar alguna escena o sucedido del pasado y luego dijo:
“Oí decir al Enviado de Dios -Dios le bendiga y le dé paz:
‘He visto a ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf entrar en el Paraíso
arrastrándose.’”
¿Por qué ‘arrastrándose’? ¿Por qué no habría de entrar en
el Paraíso dando saltos y con paso rápido junto con los pri-
meros compañeros del Profeta?
Algunos amigos suyos contaron a ʿAbdur-Raḥmān el ḥadīṯ
que ʿĀʾiša había mencionado. Él recordó entonces que había
oído el ḥadīṯ más de una vez en boca del Profeta s, y fue en-
seguida a casa de ʿĀʾiša y le dijo:

296
ʿABDUR-RAḤMĀN IBN ʿAUF

“¡Yā Amma! ¿Oíste decir eso al Enviado de Dios -Dios le


bendiga y le dé paz?”
“Sí,” repuso ella.
“Me has traído a la mente un ḥadīṯ que no había olvidado,”
se dice que dijo. Estaba tan gozoso que añadió:
“Si pudiera, me gustaría entrar en el Paraíso caminando.
Te juro, yā amma, que pienso donar toda esta caravana con
todas sus mercancías, fī sabilil·lāh.”
Y así lo hizo. En medio de un gran festival de caridad y
piedad, distribuyó todo lo que aquella inmensa caravana hab-
ía traído entre la gente de Medina y sus alrededores.
Este es sólo un incidente que muestra el tipo de hombre
que era ʿAbdur-Raḥmān. Supo adquirir una inmensa fortuna
pero jamás se sintió apegado a ella ni permitió que le co-
rrompiese.
La generosidad de ʿAbdur-Raḥmān no se detenía ahí. Si-
guió dando a manos llenas, en secreto y públicamente. Algu-
nas de las cifras que se mencionan son realmente extraordi-
narias: cuarenta mil dirhams de plata; cuarenta mil dinares
de oro; doscientos auqīya de oro; quinientos dinares de oro;
quinientos caballos para los muŷāhidūn que partían a comba-
tir por la causa de Dios y mil quinientos camellos a otro gru-
po de muŷāhidūn; cuatrocientos dinares de oro a los vetera-
nos de Badr, y un amplio legado a las Ummahāt al-muʾminīn, y
la lista no acaba ahí. En reconocimiento a su fabulosa genero-
sidad, ʿĀʾiša dijo:
“¡Dios le dé a beber del agua de Salsabīl (una fuente del Pa-
raíso)!”
Toda esta riqueza no corrompió a ʿAbdur-Raḥmān ni le
cambió. Cuando estaba con sus asalariados y empleados, la
gente no podía distinguirle de ellos. Un día le trajeron algo de
comida para romper el ayuno. Miró la comida y dijo:
“Muṣʿab ibn ʿUmair murió luchando. Era mejor que yo. No
encontramos entonces nada suyo con que amortajarle salvo
un trozo de tela que alcanzaba a cubrirle la cabeza pero deja-
ba desnudas sus piernas... Después Dios nos ha concedido [la
abundancia en] este mundo... Temo en verdad que nuestra

297
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

recompensa nos haya sido dada demasiado pronto [es decir,


en esta vida].” Entonces empezó a llorar y sollozar y no pudo
comer.
Quiera Dios que ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf obtenga la felici-
dad entre ‘aquellos que gastan de sus bienes por la causa de Dios y
luego no malogran su gasto con reproches y agravios [a los senti-
mientos de los necesitados]. Esos tendrán su recompensa junto a su
Señor, y nada tienen que temer, ni se lamentarán.’ (Corán, 2:262).

298
46. SAʿĪD IBN ZAYD
ZAYD, el hijo de ʿAmr, se había mantenido alejado de los
Quraiš cuando estos se congregaban para celebrar uno de sus
festivales. Los hombres iban vestidos con espléndidos tur-
bantes de brocado y costosos burdas del Yemen. Los mujeres
y los niños iban también elegantemente vestidos con precio-
sos ropajes y brillantes joyas. Zayd observaba cómo los anima-
les de sacrificio, alegremente enjaezados eran conducidos al
sacrificio frente a los ídolos de Quraiš. Le resultaba difícil man-
tenerse callado. Apoyándose contra un muro de la Kaʿba, gritó:
“¡Oh gentes de Quraiš! Es Dios quien ha creado a las ove-
jas. Es Él quien ha hecho caer la lluvia de los cielos para que
beban y Él ha hecho que crezca en la tierra la hierba de la que
se alimentan. Aun así, las sacrificáis en un nombre distinto
del Suyo. En verdad, veo que sois unos ignorantes.”
Al-Jaṭṭāb, su tío y padre de ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb, hervía de
cólera. Se acercó dando zancadas a Zayd, le dio una bofetada
en la cara y gritó:
“¡Maldito seas! Todavía tenemos que soportar estas estu-
pideces tuyas. Hemos estado aguantándolas hasta que has
agotado nuestra paciencia.”
Al-Jaṭṭāb incitó luego a un grupo de gente violenta para
que acosaran y persiguieran a Zayd y le hicieran la vida im-
posible.
Estos incidentes, ocurridos antes de que Muḥammad s
anunciase su llamamiento como Profeta, sirvieron de prólogo
a los amargos enfrentamientos que se producirían entre los
defensores de la verdad y los tercos seguidores de las prácti-
cas idólatras. Zayd fue uno de los pocos hombres, conocidos
como ḥunafāʾ, que vieron esas prácticas idólatras como lo que
eran realmente. No sólo se negó a participar en ellas sino que
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

se negaba a comer de cualquier animal que hubiese sido sa-


crificado a los ídolos. Proclamaba que él adoraba al Dios de
Abraham y, como muestra el incidente anterior, no tenía
miedo a enfrentarse con su gente en público.
Por otra parte, su tío Al-Jaṭṭāb era un seguidor empeder-
nido de las antiguas costumbres paganas de los Quraiš y esta-
ba horrorizado por el desprecio que Zayd mostraba pública-
mente hacia los dioses y diosas que ellos adoraban. Así que
hizo que fuera perseguido y acosado hasta el punto de verse
obligado a abandonar el valle de Meca y buscar refugio en las
montañas de los alrededores. Llegó a formar un grupo de
jóvenes a los que dio instrucciones de que no dejasen que
Zayd se acercase a Meca ni entrase en el Santuario.
Zayd sólo podía entrar en Meca en secreto. Allí, a escondi-
das de los Quraiš, se encontraba con gente como Waraqa ibn
Naufal, ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš, ʿUṯmān ibn al-Ḥāriṯ y Umaima
bint ʿAbdul-Muṭṭalib, tía paterna de Muḥammad ibn
ʿAbdullāh s. Discutían acerca de lo profundamente hundidos
que estaban los árabes en sus erróneas costumbres. Zayd les
decía a sus amigos:
“Ciertamente, por Dios, sabéis que vuestra gente no tiene
base en que apoyar sus creencias y que han distorsionado y
transgredido la religión de Abraham. Adoptad una religión
que podáis seguir y que os conduzca a la salvación.”
Zayd y sus compañeros visitaron entonces a rabinos jud-
íos y monjes cristianos, y a gente de otras comunidades, en
búsqueda de un conocimiento que les permitiera volver a la
pura religión de Abraham.
De las cuatro personas mencionadas, Waraqa ibn Naufal,
se convirtió al cristianismo. ʿAbdullāh ibn Ŷaḥš y ʿUṯmān ibn
al-Ḥāriṯ no llegaron a ninguna conclusión definitiva. Sin em-
bargo, la historia de Zayd ibn ʿAmr es bastante distinta. Como
le resultaba imposible permanecer en Meca, se fue del Ḥiŷāz
y llegó hasta Mosul, en el norte de Iraq, y de allí prosiguió
hacia el suroeste adentrándose en Siria. Durante todo el tra-
yecto fue preguntando a monjes y rabinos acerca de la reli-
gión de Abraham. No se sintió satisfecho hasta que dio con

300
SAʿĪD IBN ZAYD

un monje en Siria que le dijo que la religión que buscaba ya


no existía, pero que estaba cerca el momento en que Dios
enviaría, entre su misma gente a la que había abandonado,
un Profeta que revivificaría la religión de Abraham. El monje
le aconsejó que si vivía para ver a ese Profeta, que no dudara
en aceptarle y seguirle.
Zayd volvió sobre sus pasos y se dirigió a Meca, decidido a
encontrar al Profeta esperado. Cuando atravesaba el territo-
rio de los Lajm, junto a la frontera sur de Siria, fue atacado
por un grupo de nómadas árabes que le dieron muerte antes
de que pudiera posar sus ojos en el Enviado de Dios -Dios le
bendiga y le dé paz. Sin embargo, antes de expirar, alzó los
ojos al cielo y dijo:
“Oh Señor, si me impides alcanzar este bien, no se lo im-
pidas a mi hijo.”
Cuando Waraqa supo la noticia de la muerte de Zayd, se
dice que escribió una elegía en honor suyo. El Profeta s
también le ensalzó y dijo que en el Día de la Resurrección
“será resucitado con el mérito de un pueblo entero.”
Dios –glorificado sea-, escuchó la oración de Zayd. Cuando
Muḥammad, el Enviado de Dios s, empezó a llamar a la gen-
te al Islam, su hijo Saʿīd estuvo en la vanguardia de aquellos
que creyeron en la unidad de Dios y que afirmaron la Profecía
de Muḥammad. Esto no es de extrañar, pues Saʿīd se crió en
una familia que rechazaba las costumbres idólatras de los
Quraiš y fue educado por un padre que pasó su vida buscando
la Verdad y que murió en esta empresa.
Saʿīd no contaba aún veinte años cuando se convirtió al Is-
lam. Su joven y paciente esposa, Fāṭima, la hija de al-Jaṭṭāb y
hermana de ʿUmar, también se convirtió al Islam muy joven.
Evidentemente, tanto Saʿīd como Fāṭima tuvieron que escon-
der su conversión al Islam de los Quraiš y especialmente de la
familia de Fāṭima durante algún tiempo. Fāṭima sentía miedo
no sólo de su padre sino también de ʿUmar que había sido
educado en la veneración de la Kaʿba y en la obligación sa-
grada de preservar la unidad de los Quraiš y su religión.

301
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ʿUmar era un joven muy testarudo y de gran determina-


ción. Veía en el Islam una amenaza para los Quraiš y se volvió
violento y salvaje en sus ataques contra los musulmanes. Fi-
nalmente, decidió que la única forma de poner fin a sus pro-
blemas era eliminar al hombre que los causaba. Impulsado
por una cólera ciega, cogió su espada y se dirigió a casa del
Profeta s. Por el camino se encontró con un musulmán que
creía en Muḥammad en secreto, el cual al ver la feroz expre-
sión en el rostro de ʿUmar, le preguntó adónde iba.
“Voy a matar a Muḥammad...”
Era imposible no ver su ferocidad y su intención asesina.
El creyente intentó disuadirle de su propósito, pero ʿUmar se
mostraba sordo a cualquier razonamiento. Entonces intentó
desviar a ʿUmar de su objetivo, para así poder al menos ad-
vertir al Profeta de sus intenciones.
“Oh ʿUmar,” le dijo. “¿Por qué no vas primero a la gente de
tu propia casa y les haces entrar en razón?”
“¿Qué gente de mi casa?” -preguntó ʿUmar.
“Tu hermana Fāṭima y tu cuñado Saʿīd. Han abandonado
tu religión y se han hecho seguidores de Muḥammad en su
religión...”
ʿUmar se volvió y dirigió sus pasos hacia la casa de su
hermana.
Al llegar la llamó enojado mientras se acercaba. Jabbāb ibn
al-Aratt, que a menudo venía a recitar el Corán a Saʿīd y
Fāṭima, estaba entonces con ellos. Al oír la voz de ʿUmar,
Jabbāb se escondió en un rincón de la casa y Fāṭima ocultó el
manuscrito. Pero ʿUmar había oído el sonido de la recitación
y nada más entrar les dijo:
“¿Qué es esta hainama [cantinela] que he oído?”
Intentaron convencerle de que sólo era su conversación
normal lo que había escuchado, pero él insistió:
“Desde luego que lo oí,” dijo, “y puede que vosotros dos
seáis unos renegados.”
“¿Te has parado a pensar que la Verdad podría no encon-
trarse en tu religión?” –dijo Saʿīd, intentando razonar con él.
Sin embargo, ʿUmar se echó sobre su cuñado y empezó a gol-

302
SAʿĪD IBN ZAYD

pearle con todas sus fuerzas, y cuando Fāṭima acudió en de-


fensa de su esposo, ʿUmar le dio un golpe en la cara que la
hizo sangrar.
“Oh ʿUmar,” dijo Fāṭima enfadada. “¡Qué pasa si la Verdad
no está en tu religión! Doy fe de que no hay más deidad que
Dios y que Muḥammad es el Enviado de Dios s.”
Fāṭima sangraba por su herida, y ʿUmar al ver la sangre se
arrepintió de lo que había hecho. Se produjo un cambio en él
y le dijo a su hermana:
“Déjame ver ese manuscrito que tenéis para que lo lea.” Al
igual que ellos, ʿUmar sabía leer, pero cuando le pidió el ma-
nuscrito, Fāṭima le dijo:
“Tú estás impuro y sólo los purificados pueden tocarlo. Ve
y lávate, o haz la ablución.”
Entonces, ʿUmar fue y se lavó, y entonces ella le entregó la
hoja en la que estaban escritos los primeros versículos del
sura Ṭā Hā. El empezó a leer, y cuando hubo alcanzado el
versículo: ‘Ciertamente, Yo –sólo Yo-, soy Dios, no hay deidad sino
Yo. Adoradme, pues, solo a Mí, y sed constantes en la oración para
recordarme,’ ʿUmar dijo:
“Decidme dónde está Muḥammad.”
ʿUmar se dirigió hacia la casa de al-Arqam y declaró allí su
aceptación del Islam y el Profeta s y todos sus Compañeros
se regocijaron.
Saʿīd y su esposa Fāṭima fueron así la causa inmediata que
condujo a la conversión del fuerte y decidido ʿUmar, y esto
aumentó considerablemente el poder y el prestigio de la
nueva fe.
Saʿīd ibn Zayd estaba totalmente entregado al Profeta s y
al servicio del Islam. Participó en todas las batallas y con-
tiendas más importantes en las que el Profeta combatió, a
excepción de Badr. Antes de Badr, él y Ṭalḥa fueron enviados
como exploradores a Haura, en la costa del mar Rojo, al oeste
de Medina, para obtener información sobre una caravana de
Quraiš que regresaba de Siria. Cuando Ṭalḥa y Saʿīd regresa-
ron a Medina, el Profeta marchaba ya camino de Badr al fren-

303
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

te del primer ejército de musulmanes formado por algo más


de trescientos hombres.

TRAS LA MUERTE del Profeta -Dios le bendiga y le dé paz-, Saʿīd


siguió desempeñando un papel importante en el seno de la
comunidad de musulmanes. Fue uno de los que Abū Bakr
consultó antes de su sucesión, y su nombre va asociado a
menudo al de compañeros como ʿUṯmān, Abū ʿUbaida y Saʿd
ibn Abī Waqqāṣ en las campañas en las que lucharon. Era
conocido por su valentía y heroísmo, y una muestra de estos
puede verse en su relato de la batalla de Yarmūk. Dijo:
“En la batalla de Yarmūk, éramos unos veinte mil, más o
menos. Frente a nosotros, los bizantinos habían movilizado a
ciento veinte mil hombres. Avanzaron contra nosotros con
un movimiento pesado y atronador, como si las montañas se
estuvieran desplazando. Había obispos y sacerdotes que mar-
chaban al frente de su ejército portando cruces y cantando
letanías que eran repetidas por los soldados que les seguían.
“Cuando los musulmanes los vieron avanzar de aquella
manera, se preocuparon por su gran número, y algo de an-
siedad y de temor entró en sus corazones. Entonces, Abū
ʿUbaida se plantó delante de los musulmanes y les arengó al
combate.
‘Siervos de Dios,’ les dijo, ‘ayudad a Dios y Dios os ayudará
y hará firmes vuestros pasos.
‘Siervos de Dios, sed pacientes y firmes, pues ciertamente
la paciencia y la firmeza (ṣabr) apartan de vosotros la incre-
dulidad, son un medio de obtener la complacencia de Dios y
una defensa contra la ignominia y la desgracia.
‘Apuntad bien vuestras lanzas y protegeos con vuestros
escudos. No habléis entre vosotros sino para recordar a Dios
Todopoderoso hasta que os dé la orden, si Dios quiere.’
“Entonces salió un hombre de las filas de los musulmanes
y dijo:
‘He decidido morir en esta hora. ¿Tienes algún mensaje
para el Enviado de Dios -Dios le bendiga y le dé paz?’

304
SAʿĪD IBN ZAYD

‘Sí,’ respondió Abū ʿUbaida, ‘dále salutaciones de paz de


mi parte y de parte de los musulmanes, y dile: Oh Enviado de
Dios, hemos hallado que era verdad cuanto nuestro Señor nos
prometió.’
“Tan pronto como oí hablar al hombre y le vi desenvainar
su espada y atacar al enemigo, me arrojé al suelo y me
arrastré hasta derribar con mi lanza al primer enemigo a ca-
ballo que avanzaba contra nosotros. Luego me lancé contra el
enemigo y Dios hizo desaparecer todo rastro de miedo de mi
corazón. Los musulmanes contuvieron el avance de los bizan-
tinos y siguieron luchando hasta ser agraciados con la victo-
ria.”
Saʿīd fue descrito por el Profeta s como uno de los más
destacados miembros de su generación. Estaba entre los diez
compañeros a los que el Profeta visitó un día y les prometió
el Paraíso. Estos fueron: Abū Bakr, ʿUmar, ʿUṯmān, ʿAlī,
ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf, Abū ʿUbaida, Ṭalḥa, az-Zubair, Saʿd
de los Zuhra, y Saʿīd, el hijo de Zayd el Ḥanīf. Los libros de
dichos del Profeta s dan fe de los grandes elogios que dedicó
a los Diez de la Promesa (al-ʿašaratu ‘l-mubaššara), y también a
otros a quienes en otras ocasiones transmitió la buena nueva
del Paraíso.

305
47.
47. UBAIY IBN KAʿB
“¡OH ABŪ MUNḎIR! ¿Qué versículo del Libro de Dios es el más
grande?” –preguntó el Enviado de Dios -Dios le bendiga y le
dé paz.
“Dios y Su Enviado lo saben mejor” –fue su respuesta.
El Profeta s repitió su pregunta, y Abū Munḏir respondió:
‘Dios -no hay deidad sino Él, el Viviente, la Fuente Autosubsis-
tente de Todo Ser. Ni la somnolencia ni el sueño se apoderan de Él.
Suyo es cuanto hay en los cielos y cuanto hay en la tierra...’ -y pro-
bablemente siguió hasta completar el Versículo del Escabel
(Āyatu ‘l-Kursī, 2:255).
El Profeta s le dio una palmada en el pecho con la mano
derecha en señal de aprobación al oír la respuesta, y con el
rostro brillante de felicidad, le dijo a Abū Munḏir:
“¡Que el conocimiento te deleite y te aproveche, Abū
Munḏir!”
Este Abū Munḏir a quien el Profeta s felicitó por el cono-
cimiento y comprensión que Dios le había concedido era
Ubaiy ibn Kaʿb, uno de los principales compañeros y una per-
sona muy estimada en la primera comunidad musulmana.
Ubaiy era un Anṣār y pertenecía a la tribu de Jazraŷ. Fue
uno de los primeros en convertirse al Islam en Yaṯrib. Juró
fidelidad al Profeta s en ʿAqaba antes de la hégira. Participó
en la batalla de Badr y en otras batallas posteriores.
Ubaiy formó parte del selecto grupo encargado de escribir
las revelaciones coránicas y poseía un Muṣḥaf escrito de su
propia mano. Sirvió al Profeta s como escribano, escribien-
do cartas que él le dictaba. Cuando el Profeta falleció, era una
de las veinticinco personas, más o menos, que habían memo-
rizado todo el Corán. Su recitación era tan hermosa y su com-
prensión del mismo tan profunda que el Profeta animaba a
UBAIY IBN KAʿB

sus compañeros a que aprendiesen el Corán de él y de otros


tres. Más tarde, ʿUmar les dijo también a los musulmanes,
mientras se ocupaba de algunos asuntos financieros del estado:
“¡Oh gentes! Quien tenga alguna pregunta sobre el Corán
que vaya a Ubaiy ibn Kaʿb...” (ʿUmar añadió que quien quisie-
ra aclarar asuntos de herencia que preguntase a Zayd ibn
Ṯābit; para cuestiones de fiqh a Muʿāḏ ibn Ŷabal, y para cues-
tiones relacionadas con dinero y transacciones comerciales a
él mismo.)
Ubaiy disfrutaba de un honor especial con respecto al
Corán. Un día, el Profeta -Dios le bendiga y le dé paz-, dijo:
“¡Oh Ubaiy ibn Kaʿb! Me ha sido ordenado que te muestre
y despliegue el Corán ante ti.”
Ubaiy se llenó de gozo. Sabía que el Profeta sólo recibía
órdenes del cielo. Incapaz de controlar su emoción, preguntó:
“¡Oh Enviado de Dios! ¿He sido mencionado a ti por mi
nombre?”
“Sí,” repuso el Profeta, “por tu nombre y tu genealogía
(nasab) desde el más alto de los cielos.”
Un musulmán cuyo nombre había sido transmitido al co-
razón del Profeta de esta forma debía ser alguien de gran
mérito y capacidad y de un rango muy elevado.
Durante todos los años de su relación con el Profeta s,
Ubaiy se benefició de su tierna y noble personalidad y de sus
nobles enseñanzas. Ubaiy transmitió que el Profeta le pre-
guntó en una ocasión:
“¿Quieres que te enseñe un sura como el que no ha sido
revelado otro en la Tora, ni en el Inŷīl, ni en el Zabūr, ni en el
Corán?”
“¡Desde luego que sí,” respondió Ubaiy.
“Espero que no salgas por esa puerta sin conocerlo,” dijo
el Profeta s, prolongando así el suspense de Ubaiy. Ubaiy
prosigue su relato:
“Se levantó y yo me levanté con él. Empezó a despedirse,
mientras yo sostenía su mano. Traté de retenerle por temor a
que se fuera sin hacerme saber de qué sura se trataba. Cuan-
do llegó a la puerta, le pregunté:

307
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

‘¡Oh Enviado de Dios! El sura que prometiste enseñarme...’


Respondió:
‘¿Qué recitas cuando empiezas tu oración?’ Entonces, yo
recité el Fātiḥa (el capítulo inicial del Corán), y él dijo:
‘¡Ése! ¡Ése! Son los Siete [versículos] Más Repetidos, de los
que Dios Todopoderoso ha dicho: Te hemos dado los Siete
[versículos] Más Repetidos y el Grandioso Corán.’”

LA FIDELIDAD de Ubaiy al Corán no admitía compromisos. En


una ocasión, recitó parte de un versículo que el califa ʿUmar
parecía no recordar o no conocía, y le dijo a Ubaiy:
“Has mentido,” a lo que Ubaiy replicó:
“Eres tú el que miente.”
Alguien escuchó estas palabras y sin salir de su asombro
increpó a Ubaiy:
“¿Estás llamando mentiroso al Amīr al-muʾminīn?”
“Tengo en mayor estima y respeto al Amīr al-muʾminīn
que tú,” respondió Ubaiy, “pero se equivoca en su corrección
del Libro de Dios y no voy a decir que el Amīr al-muʾminīn
está en lo cierto cuando ha cometido un error respecto al
Libro de Dios.”
“Ubaiy tiene razón,” concluyó ʿUmar.
Ubaiy da una idea de la importancia del Corán cuando un
hombre acudió a él y le dijo: “Aconséjame,” y él respondió:
“Toma el Libro de Dios como [tu] modelo y guía [imām].
Acéptalo como [tu] juez y dirigente. Es la herencia que el Pro-
feta s te ha dejado. [Es tu] intercesor ante Dios y debe ser
obedecido...”
Tras el fallecimiento del Profeta -Dios le bendiga y le dé
paz-, Ubaiy se mantuvo firme en su adhesión al Islam y en su
compromiso con el Corán y la Sunna del Profeta. Era constan-
te en su ʿibāda y a menudo se le encontraba en la mezquita
durante la noche, después de la última oración de la noche,
entregado a la oración o enseñando. Una vez estaba sentado
en la mezquita después de la oración con un grupo de mu-
sulmanes, haciendo súplica a Dios. ʿUmar entró, se sentó con
ellos y le pidió a cada uno de ellos que hiciera un duʿāʾ. Todos

308
UBAIY IBN KAʿB

lo hicieron hasta que llegó el turno de Ubaiy, que estaba sen-


tado al lado de ʿUmar. Ubaiy se sentía algo cohibido por su
presencia y la confusión lo paralizaba. ʿUmar le animó y sugi-
rió que dijera:
“Allāhumma-igfir lanā. Allāhumma-irḥamnā. ¡Oh Dios, perdó-
nanos! ¡Oh Dios, ten misericordia de nosotros!”

LA FUERZA que guió a Ubaiy durante su vida era su taqwā. Vivía


de forma austera y no permitió que el mundo le corrompiese
ni le engañase. Tenía una clara conciencia de la realidad y
sabía que viviera como viviera un persona, o las comodidades
y lujos de que disfrutara, todo eso desaparecería y sólo con-
tarían a su favor sus buenas acciones. Fue siempre una espe-
cie de advertidor para los musulmanes, recordándoles el
tiempo del Profeta s; la dedicación plena al Islam de los mu-
sulmanes en aquel tiempo; su sencillez y su espíritu de sacri-
ficio. Mucha gente acudía a él en busca de conocimiento y
consejos. A uno de estos le dijo:
“El creyente tiene cuatro cualidades: Si se ve afligido por
una calamidad, se mantiene paciente y firme; si le dan algo,
es agradecido; si habla, dice la verdad; y si juzga en alguna
cuestión, es justo.”

UBAIY alcanzó una posición de gran honor y estima entre los


primeros musulmanes. ʿUmar le llamaba el ‘sayyid de los mu-
sulmanes’ y por este título fue conocido entre la gente.
Formó parte del grupo de consulta (mušāwara) al que el califa
Abū Bakr acudía en busca de consejo. Este grupo estaba for-
mado por hombres cabales y sensatos (ahl ar-raʾi) y hombres
que conocían la ley (ahl al-fiqh), escogidos entre los
Muhāŷirūn y los Anṣār. En él estaban ʿUmar, ʿUṯmān, ʿAlī,
ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf, Muʿāḏ ibn Ŷabal, Ubaiy ibn Kaʿb y
Zayd ibn Ḥāriṯ. ʿUmar consultaría más tarde a este mismo
grupo cuando llegó a ser Califa. Para los fatāwā (dictámenes
legales) acudía a ʿUṯmān, Ubaiy y Zayd ibn Ṯābit.
Dado la alta consideración a la que Ubaiy se había hecho
merecedor, era de esperar que le fueran ofrecidos puestos de

309
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

responsabilidad en la administración, como por ejemplo, ser


gobernador de una de las provincias del Estado Islámico en
rápida expansión. (De hecho, en tiempos del Profeta había
ejercido la función de recaudador de ṣadaqa.) Así, un día
Ubaiy le preguntó a ʿUmar:
“¿Qué pasa contigo? ¿Por qué no me nombras goberna-
dor?”
“No quiero que te veas corrompido en tu religión,” repuso
ʿUmar.
Ubaiy probablemente se sintió movido a hacer esta peti-
ción a ʿUmar al ver cómo los musulmanes tendían a apartarse
de la pureza de la fe y de la abnegación de los tiempos del
Profeta s. Era conocida, en particular, su censura de la acti-
tud excesivamente cortés y aduladora de muchos musulma-
nes hacia sus gobernadores, que según él corrompía tanto a
estos como a sus súbditos. Ubaiy acostumbraba a ser siempre
honesto y franco en sus tratos con personas de autoridad y
no temía sino a Dios. Actuaba como una especie de concien-
cia moral para los musulmanes.
Uno de los mayores temores de Ubaiy por la Umma islá-
mica era que llegase el día en que surgieran graves conflictos
entre los musulmanes. A menudo la emoción le embargaba
cuando leía u oía recitar el versículo del Corán:
‘Di: Él (Dios) tiene el poder para desatar contra vosotros un cas-
tigo desde encima de vosotros y de debajo de vuestros pies, o para
hundiros en la confusión de la discordia y haceros probar el miedo
unos de otros.’ (Corán, 6:65)
Entonces rezaba fervientemente a Dios pidiendo Su guía e
implorando Su clemencia y perdón.
Ubaiy murió en el año 29 de la hégira, durante el califato
de ʿUṯmān.

310
48. SĀLIM, MAULA DE ABŪ ḤUḎAIFA
EN UNA OCASIÓN, el noble Profeta -la paz sea con él-, aconsejó
así a sus compañeros:
“Aprended el Corán de cuatro personas: ʿAbdullāh ibn
Masʿūd, Sālim, maula de Abū Ḥuḏaifa, Ubaiy ibn Kaʿb y Muʿāḏ
ibn Ŷabal.”
Ya hemos leído las historias de tres de esos compañeros.
Pero, ¿quién era este cuarto compañero, en quien el Profeta
había puesto tal confianza que lo consideraba un huŷŷa, es
decir, alguien capacitado para enseñar el Corán y servir como
fuente de consulta sobre el mismo?
Sālim era un esclavo y cuando se convirtió al Islam fue
adoptado como hijo por un musulmán que antes de eso era
uno de los principales nobles de Quraiš. Cuando fue abolida la
costumbre de la adopción (según la cual, el adoptado era lla-
mado hijo de su padre adoptivo), Sālim se convirtió sencilla-
mente en hermano, compañero y maula (cliente) de quien le
había adoptado: Abū Ḥuḏaifa ibn ʿUtba. Por la bendición del
Islam, Sālim ascendió a una posición de alta estima entre los
musulmanes gracias a su noble conducta y a su piedad.
Tanto Sālim como Abū Ḥuḏaifa se convirtieron al Islam
muy temprano. Abū Ḥuḏaifa lo hizo frente a la fuerte oposi-
ción de su padre, el famoso ʿUtba ibn Rabīʿa, que era espe-
cialmente virulento en sus ataques contra el Profeta -la paz
sea con él-, y sus compañeros.
Cuando fue revelado el versículo del Corán que abolía la
adopción, gentes como Zayd y Sālim tuvieron que cambiar de
nombre. Zayd, que era conocido como Zayd ibn Muḥammad,
tendría que llamarse por el nombre de su padre natural. En
adelante, fue conocido como Zayd ibn Ḥāriṯa. Sālim, sin em-
bargo, no conocía el nombre de su padre. De hecho, no sabía
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

quién había sido su padre. No obstante, siguió estando bajo la


protección de Abū Ḥuḏaifa y por ello recibió el nombre de
Sālim, maula de Abū Ḥuḏaifa.
Al abolir la práctica de la adopción, el Islam quería desta-
car los vínculos y responsabilidades de la relación natural.
Sin embargo, ninguna relación era mayor ni más fuerte que
el vínculo del Islam y los lazos de la fe que formaban la base
de la hermandad. Los primeros musulmanes entendían esto a
la perfección. No había nadie más querido para ellos después
de Dios y Su Profeta s que sus hermanos en la fe.
Hemos visto cómo los Anṣār de Medina recibieron y aco-
gieron a los Muhāŷirūn de Meca y compartieron con ellos sus
hogares, sus bienes y sus corazones. Este mismo espíritu de
hermandad es el que vemos en la relación entre el aristócrata
de Quraiš, Abū Ḥuḏaifa, y el humilde y despreciado esclavo,
Sālim. Hasta el final de sus vidas siguieron siendo algo más
que hermanos; murieron juntos –un cuerpo junto al otro, un
alma ligada a la otra. Esa fue la extraordinaria grandeza del
Islam. Las raíces étnicas y el rango social carecían de mérito
ante Dios. Sólo importaban la fe y la conciencia de Dios, tal
como ponían de manifiesto una y otra vez los versículos del
Corán y los dichos del Profeta s:
‘Los más honorables para Dios son los más conscientes de Él de
entre vosotros,’ dice el Corán.
“Ningún árabe tiene superioridad sobre un no árabe ex-
cepto en taqwā,” enseñaba el noble Profeta s, quien dijo tam-
bién:
“El hijo de una mujer blanca no tiene superioridad sobre
el hijo de una mujer negra excepto en taqwā.”
En la nueva y justa sociedad fundada por el Islam, Abū
Ḥuḏaifa encontró honra para sí en la protección de alguien
que era un esclavo.
En esta nueva y recta sociedad fundada por el Islam, que
destruía la injustas divisiones de clase y las falsas distincio-
nes sociales, Sālim se encontró, en virtud de su honestidad,
su fe y su abnegación, en la vanguardia de los creyentes. Era
el ‘imām’ de los Emigrantes de Meca a Medina, dirigiéndoles

312
SĀLIM, MAULA DE ABŪ ḤUḎAIFA

en la oración en la mezquita de Qubāʾ, que había sido cons-


truida por las benditas manos del propio Profeta s. Se con-
virtió en una autoridad competente en el Libro de Dios, hasta
tal punto que el Profeta recomendó a los musulmanes que
aprendieran el Corán de él. Sālim recibió otras bendiciones y
disfrutó de gran consideración por parte del Profeta -la paz
sea con él-, quien dijo de él:
“Alabado sea Dios, que ha puesto entre mi Umma a algu-
nos como tú.”
Hasta sus hermanos musulmanes solían llamarle “Sālim
min as-ṣālihīn” –Sālim, uno de los rectos.
La historia de Sālim es parecida a la historia de Bilāl y la
de decenas de esclavos y personas de origen humilde a los
que el Islam elevó desde la esclavitud y la degradación hasta
hacer de ellos, en una sociedad de guía y justicia, imāmes,
dirigentes y caudillos militares.
La personalidad de Sālim estaba modelada por virtudes
islámicas. Una de estas era su valentía en alzar la voz cuando
sentía que era su deber hablar, especialmente cuando se es-
taba cometiendo una injusticia.
Un conocido incidente ocurrido tras la liberación de Meca
sirve para ilustrar esta faceta suya. El Profeta s envió a al-
gunos de sus compañeros a los pueblos y tribus alrededor de
la ciudad. Les dio instrucciones de que eran enviados como
duʿāt para invitar a la gente al Islam y no como combatientes.
Jālid ibn al-Walīd fue uno de esos que fueron enviados. Sin
embargo, durante esta misión y para vengar una vieja cuenta
de tiempos de Ŷahilīya, Jālid luchó con un hombre y lo mató,
a pesar de que el hombre aseguró que era ahora musulmán.
Sālim acompañaba a Jālid en esta misión, junto con otros.
Tan pronto como Sālim vio lo que Jālid había hecho, se acercó
a él y le reprendió su conducta, enumerando los errores que
había cometido. Jālid, el gran líder y caudillo militar tanto en
los tiempos de Ŷahilīya como ahora en el Islam, tuvo que es-
cuchar en silencio.
Jālid trató luego de defenderse alegando sus razones, pero
Sālim se mantuvo firme en su posición y sostuvo su opinión

313
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

de que Jālid había cometido un grave error. Sālim no veía a


Jālid como un abyecto esclavo vería a un poderoso noble de
Quraiš. En absoluto. El Islam los había situado en el mismo
plano. Era la justicia y la verdad lo que había que defender.
No le veía como un dirigente cuyos errores tenían que ser
escondidos o justificados, sino como a un socio igual a él en el
cumplimiento de una responsabilidad y una obligación.
Tampoco se excedió en su oposición a Jālid llevado por pre-
juicios o vanidad sino por que actuó movido por la lealtad en
el consejo y la censura mutua que el Islam ha santificado. Tal
sinceridad mutua fue destacada en muchas ocasiones por el
propio Profeta con las palabras:
“Ad-dīnu an-naṣīḥa.
Ad-dīnu an-naṣīḥa.
Ad-dīnu an-naṣīḥa.”
“La religión es lealtad.
La religión es lealtad.
La religión es lealtad.”

CUANDO el Profeta supo lo que Jālid había hecho, se sintió


muy apenado y oró con largas y fervientes súplicas a su Se-
ñor:
“Oh Señor,” dijo, “soy inocente ante Ti de lo que Jālid ha
hecho.” Y luego preguntó:
“¿Hubo alguien que le reprendiera?”
El enojo del Profeta s se calmó un tanto cuando le dije-
ron:
“Sí, Sālim le reprendió y se encaró a él.”
Sālim vivió cerca del Profeta s y de los creyentes. Jamás
se mostraba remiso o perezoso en su adoración, ni dejó pasar
ninguna campaña militar. En particular, la fuerte relación de
hermandad que existía entre él y Abū Ḥuḏaifa fue creciendo
con el paso del tiempo.
El Profeta -Dios le bendiga y le dé paz-, falleció, y Abū
Bakr asumió la responsabilidad de los asuntos de los musul-
manes. Inmediatamente, tuvo que enfrentarse a las conspira-
ciones de los apostatas que desembocaron en la terrible bata-

314
SĀLIM, MAULA DE ABŪ ḤUḎAIFA

lla de Yamāma. Entre las fuerzas musulmanas que marcharon


hacia las tierras de la Arabia central estaban Sālim y su ‘her-
mano’ Abū Ḥuḏaifa.
Al comienzo de la batalla, las fuerzas musulmanas sufrie-
ron serios reveses. Los musulmanes luchaban individualmen-
te y por eso la fortaleza que viene de la solidaridad estuvo
ausente en un principio. Pero Jālid ibn al-Walīd reagrupó a
las fuerzas musulmanas y consiguió una admirable coordina-
ción.
Abū Ḥuḏaifa y Sālim se abrazaron y hicieron voto de bus-
car el martirio por la causa de la religión de la Verdad y ob-
tener así la felicidad del Más Allá. Yamāma era su cita con el
destino.
Para espolear a los musulmanes a la batalla, Abū Ḥuḏaifa
gritó:
“¡Yā ahl al-Qurʾān – Oh Gente del Corán! Adornad el Corán
con vuestras gestas,” y su espada resplandeció en medio del
ejército de Musailima, el impostor, como un torbellino. Sālim,
por su parte, gritó:
¡Qué mísero portador del Corán sería yo si los musulma-
nes fueran atacados por mi flanco! ¡No lo consientas, Sālim!
¡Sé un digno portador del Corán!”
Con valor renovado se lanzó en medio de la batalla. Cuan-
do el portador del estandarte de los Emigrantes, Zayd ibn al-
Jaṭṭāb, cayó, Sālim levantó la bandera y siguió luchando. En-
tonces, su mano derecha fue cortada y él sujetó el estandarte
en alto con la mano izquierda mientras recitaba en voz alta el
versículo del Glorioso Corán:
‘¡Cuántos profetas han combatido por la causa de Dios y con él
[combatieron] gran multitud de hombres rectos! ¡Pero nunca se
desanimaron si encontraban una calamidad por la causa de Dios, ni
se debilitaron [en su propósito] ni se rindieron: pues Dios ama a los
que son firmes y decididos!’
¡Qué versículo más apropiado para semejante ocasión! ¡Y
qué adecuado epitafio para alguien que había dedicado su
vida al Islam!

315
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Una oleada de apostatas arrolló entonces a Sālim y éste


cayó al suelo. Aún le quedaba algo de vida cuando la batalla
llegó a su fin con la muerte de Musailima. Cuando los mu-
sulmanes inspeccionaban el campo en busca de sus caídos y
mártires, encontraron a Sālim en la agonía de la muerte.
Mientras la vida escapaba por su venas, les preguntó:
“¿Qué ha sido de Abū Ḥuḏaifa?”
“Ha caído mártir,” fue la respuesta.
“Entonces, echadme a su lado,” dijo Sālim.
“Está a tu lado, Sālim. Ha caído mártir en este mismo lu-
gar.”
Sālim sonrió finalmente con una débil sonrisa y no dijo
nada más.
Ambos hombres habían logrado sus esperanzas.
Juntos habían entrado en el Islam.
Juntos habían vivido.
Y juntos habían caído mártires.
Sālim, el gran creyente fue al encuentro de su Señor. Más
tarde, el gran ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb diría de él, mientras yacía
moribundo:
“Si Sālim estuviera vivo, le habría nombrado mi sucesor.”

316
49.
49. ABŪ HURAIRA
“ʿAN ABĪ HURAIRATA raḍiya Allāhu ʿanhu qāl: Qāla Rasūlullāhi ṣal·la
Allāhu ʿalaihi wa sal·lam...”
Por esta frase, el nombre de Abū Huraira se ha hecho fa-
miliar para millones de musulmanes desde los primeros
tiempos del Islam hasta nuestros días. En discursos y confe-
rencias, en los jutbas del viernes y en seminarios, en libros de
aḥādīṯ y de sīra, de fiqh y de ʿibāda, el nombre de Abū Huraira
es mencionado con esta fórmula: “De Abū Huraira, que Dios
esté complacido de él, que dijo: ‘El Enviado de Dios, Dios le
bendiga y le dé paz, dijo...’”
Gracias a sus excepcionales esfuerzos, cientos de āḥadīṯ, o
dichos del Profeta s, han sido transmitidos a las generacio-
nes posteriores. Es el nombre más destacado en la lista de
transmisores de ḥadīṯ. Le siguen los nombres de otros com-
pañeros como ʿAbdullāh ibn ʿUmar, Anas ibn Mālik, Umm al-
muʾminīn, ʿĀʾiša, Ŷābir ibn ʿAbdullāh y Abū Saʿīd al-Judrī, que
juntos transmitieron en total más de mil dichos del Profeta.
Abū Huraira se convirtió al Islam con aṭ-Ṭufail ibn ʿAmr,
jefe de la tribu de Daus, a la que pertenecía. Los Daus habita-
ban la región de Tihāma, que se extiende a lo largo de la costa
del mar Rojo, en el sur de Arabia. Cuando aṭ-Ṭufail regresó a
su pueblo después de haberse encontrado con el Profeta s y
haberse hecho musulmán en los primeros años de su misión,
Abū Huraira fue uno de los primeros en responder a su invi-
tación al Islam. No fue como la mayoría de los Daus, que se
mantuvieron tercamente aferrados a sus antiguas creencias
durante mucho tiempo.
Cuando aṭ-Ṭufail viajó de nuevo a Meca, Abū Huraira fue
con él. Allí tuvo el honor y el privilegio de conocer al noble
Profeta s, quien le preguntó:
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“¿Cómo te llamas?”
“ʿAbdu-Šams” – el siervo del Sol, respondió.
“Mejor será que te llames ʿAbdur-Raḥmān” – el siervo del
Más Misericordioso, dijo el Profeta s.
“Sí, ʿAbdur-Raḥmān [es mejor], oh Enviado de Dios,” res-
pondió él. Aun así, siguió siendo conocido como Abū Huraira,
que significa ‘padre del gatito’, pues al igual que el Profeta s
le gustaban mucho los gatos y desde niño solía tener un gato
con el que jugaba.
Abū Huraira siguió viviendo en Tihāma varios años y fue
sólo a comienzos del año séptimo de la hégira cuando se des-
plazó a Medina junto con otros de su tribu. El Profeta s hab-
ía partido para la campaña de Jaibar. Abū Huraira, que era
pobre, se quedó en la Mezquita junto con el resto de los Aṣḥāb
aṣ-Ṣuffa. Estaba soltero, sin esposa ni hijos. Sin embargo, le
acompañaba su madre, que era aún idólatra. Él deseaba que
se hiciese musulmana y rezaba por ella, pero ella se negaba
totalmente. Un día, la invitó a que creyese en Dios solo y que
siguiese a Su Profeta pero ella dijo unas palabras que le llena-
ron de tristeza. Con lágrimas en los ojos, fue a ver al noble
Profeta s, quien le preguntó:
“¿Qué te ha hecho llorar, oh Abū Huraira?”
“No he dejado de llamar a mi madre al Islam pero siempre
me ha rechazado. Hoy la invité de nuevo y escuché de su boca
palabras que me han disgustado. Pide a Dios Todopoderoso
que haga que el corazón de la madre de Abū Huraira se incli-
ne hacia el Islam.”
El Profeta s asintió a la petición de Abū Huraira y rezó
por su madre. Abū Huraira dijo:
“Fui a casa y me encontré la puerta cerrada. Oí el sonido
de agua salpicando y cuando iba a entrar mi madre dijo:
‘Quédate donde estás, Abū Huraira.’ Después de vestirse,
dijo: ‘¡Entra!’ Yo entré y ella dijo: ‘Atestigūo que no hay más
deidad que Dios, y Atestigüo que Muḥammad es Su Siervo y
Su Enviado.’

318
ABŪ HURAIRA

“Fui de nuevo a ver al Profeta -la paz sea con él-, llorando
de alegría, igual que una hora antes había ido llorando de
tristeza, y le dije:
‘Tengo buenas noticias, oh Enviado de Dios. Dios ha escu-
chado tu plegaria y ha guiado al Islam a la madre de Abū
Huraira.’”

ABŪ HURAIRA amaba mucho al Profeta s, quien le correspon-


dió con su afecto y favor. Nunca se cansaba de mirar al Profe-
ta, cuyo rostro poseía para él todo el esplendor del sol, y
jamás se cansaba de escucharle. Con frecuencia daba gracias
a Dios por su gran suerte, y decía:
“Alabado sea Dios, que ha guiado a Abū Huraira al Islam.
“Alabado sea Dios, que ha enseñado a Abū Huraira el Corán.
“Alabado sea Dios, que ha puesto a Abū Huraira en com-
pañía de Muḥammad -Dios le bendiga y le dé paz.”
Al venir a Medina, Abū Huraira traía el propósito de ad-
quirir conocimiento. Zayd ibn Ṯābit, el ilustre compañero del
Profeta s, dijo:
“Estábamos Abū Huraira, yo y otro amigo mío en la Mez-
quita rezando a Dios Todopoderoso y haciendo ḏikr de Él,
cuando apareció el Enviado de Dios s. Vino hacia nosotros y
se sentó. Nos quedamos callados y él dijo:
‘Seguid con lo que estabais haciendo.’
“Entonces mi amigo y yo suplicamos a Dios –antes de que
lo hiciera Abū Huraira-, y el Profeta s empezó a responder
‘Āmīn’ a nuestras plegarias.
“Entonces Abū Huraira suplicó diciendo:
‘Oh Señor, Te pido lo mismo que mis dos compañeros han
pedido y Te pido un conocimiento que no se me olvide.’
“El Profeta -la paz sea con él-, dijo: ‘Āmīn.’
“Después dijimos nosotros dos:
‘Y pedimos a Dios un conocimiento que no se nos olvide,’
y el Profeta respondió:
‘El joven de Daus se os ha adelantado.’”
Con su formidable memoria, Abū Huraira se dedicó a me-
morizar en los cuatro años que permaneció con el Profeta s,

319
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

las gemas de sabiduría que emanaban de sus labios. Com-


prendió que poseía un gran talento y se propuso ponerlo al
servicio del Islam.
Disponía de todo el tiempo libre que necesitase. Al contra-
rio que muchos de los Emigrantes, no comerciaba en los mer-
cados, comprando y vendiendo. Al contrario que muchos de
los Ayudantes, no poseía tierras que cultivar ni cosechas que
recoger. Así que permanecía junto al Profeta s en Medina y
le acompañaba en sus viajes y expediciones.
Muchos compañeros se asombraban de la gran cantidad
de aḥādīṯ que había memorizado, y a menudo le preguntaban
acerca de cuándo había oído un determinado ḥadīṯ y en qué
circunstancias.
Una vez, Marwān ibn al-Ḥakam quiso probar el poder de
la memoria de Abū Huraira. Se sentó con él en un cuarto y,
sin que Abū Huraira lo supiera, situó a un escribano detrás de
una cortina y le ordenó que escribiera lo que Abū Huraira
dijera. Un año después, Marwān mandó llamar a Abū Huraira
y le pidió que recordase los mismos aḥādīṯ que el escribano
había escrito. Vio entonces que no había olvidado ni una sola
palabra.
Abū Huraira se preocupó de enseñar y transmitir los
aḥādīṯ que había memorizado y el conocimiento del Islam en
general. Se cuenta que un día pasó por el zoco de Medina y
naturalmente encontró a la gente ocupada en el negocio de
comprar y vender.
“¡Qué flojos sois, gentes de Medina!” -dijo.
“¿Qué ves de flojo en nosotros, Abū Huraira?” –le pregun-
taron.
“¡La herencia del Enviado de Dios -la paz sea con él-, está
siendo repartida y vosotros seguís aquí! ¿Cómo es que no vais
a reclamar vuestra parte?”
“¿Dónde es, Abū Huraira?” -preguntaron.
“En la Mezquita,” –respondió.
Rápidamente fueron para allá. Abū Huraira esperó a que
volviesen. Cuando le vieron, dijeron:

320
ABŪ HURAIRA

“Oh Abū Huraira, fuimos a la Mezquita y entramos en ella


y no vimos que se repartiera nada.”
“¿No visteis a nadie en la Mezquita?” –les preguntó.
“Sí, vimos a alguna gente haciendo la oración, otros leían
el Corán y otro grupo discutía sobre lo que es ḥalāl y lo que es
ḥarām.”
“Lástima de vosotros,” respondió Abū Huraira. “Esa es la
herencia de Muḥammad -Dios le bendiga y le dé paz.”

ABŪ HURAIRA soportó muchas penalidades y dificultades a


causa de su dedicación exclusiva a la búsqueda de conoci-
miento. A menudo pasaba hambre y carecía de todo. De sí
mismo contaba:
“Cuando pasaba mucha hambre, iba a algún compañero
del Profeta s y le preguntaba sobre un āya del Corán y [me
quedaba con él hasta que] la aprendía para que así me llevara
a su casa y me diera de comer.
“Un día, mi hambre era tan fuerte que me puse una piedra
sobre el estómago. Luego me senté junto al camino que solían
transitar los compañeros. Pasó Abū Bakr a mi lado y le pre-
gunté acerca de un āya del Libro de Dios. Sólo lo hice para
que me invitara a comer pero no lo hizo.
“Luego pasó junto a mí ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb y le pregunté
acerca de un āya pero tampoco me invitó. Luego pasó el En-
viado de Dios -la paz sea con él-, y se dio cuenta de que tenía
hambre y dijo:
‘¡Abū Huraira!’
‘A tus órdenes,’ respondí y le seguí hasta que entramos en
su casa. Encontró allí un tazón de leche y preguntó a su familia:
‘¿De dónde conseguisteis esto?”
‘Alguien lo envió para ti,’ respondieron.
Entonces me dijo:
‘Oh Abū Huraira, ve a los Aṣḥāb aṣ-Ṣuffa e invítales a beber.’ “
Abū Huraira hizo lo que le decía y todos bebieron de la le-
che.

321
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

POR SUPUESTO, llegó el tiempo en que los musulmanes fueron


bendecidos con grandes riquezas y bienes materiales de todo
tipo. A Abū Huraira también le llegó su parte de esta riqueza.
Consiguió una casa confortable, esposa y una hija. Pero su
cambio de fortuna no cambió su personalidad. No olvidaba
sus años de indigencia y solía decir:
“Me crié huérfano y cuando emigré era una persona muy
pobre. Llenaba el estómago con lo que me daba Buṣra bint
Gazwān. Servía a la gente cuando regresaban de un viaje y
llevaba sus camellos del ronzal cuando partían. Luego Dios
hizo que me casara con ella (Buṣra). Alabado sea Dios que
fortaleció su religión e hizo de Abū Huraira un imām.” (Esto
último hace referencia al tiempo en que fue gobernador de
Medina.)
Abū Huraira pasaba mucho tiempo realizando ejercicios
espirituales y de devoción a Dios. El qiyām al-lail –es decir,
pasar parte de la noche en oración-, era una práctica regular
en su familia, incluidas su esposa e hija. Pasaba en oración un
tercio de la noche, su mujer el tercio siguiente y su hija el
último. De esta forma, no había hora de la noche en la que no
hubiera ʿibāda, ḏikr o ṣalā en casa de Abū Huraira.
Durante el califato de ʿUmar, éste le nombró gobernador
de Bahrain. ʿUmar era muy escrupuloso con el tipo de perso-
nas a las que confiaba el puesto de gobernador. Se preocupa-
ba de que sus gobernadores fuesen personas de vida sencilla
y frugal, y de que no adquiriesen grandes bienes, aunque fue-
ra por medios legales.
En Bahrain, Abū Huraira se hizo muy rico. ʿUmar lo supo y
le hizo regresar a Medina. ʿUmar pensaba que había adquiri-
do su fortuna por medios ilegales y le interrogó acerca de
dónde y cómo había adquirido su riqueza.
“Criando caballos y de regalos que recibí.”
“Devuélvela a la Tesorería de los musulmanes,” le ordenó
ʿUmar.
Abū Huraira hizo lo que le ordenaba y elevó sus manos al
cielo y oró:
“Oh Señor, perdona al Amīr al-muʾminīn.”

322
ABŪ HURAIRA

Más tarde, ʿUmar le ofreció de nuevo un puesto de gober-


nador pero él lo rehusó. ʿUmar le preguntó por qué rehusaba
y él dijo:
“Por que no quiero verme deshonrado, despojado de mi
riqueza y azotado.” Y añadió: “Y temo juzgar sin conocimien-
to y hablar sin sabiduría.”
Durante toda su vida, Abū Huraira fue siempre amable y
cortés con su madre. Cada vez que quería salir de casa, se
presentaba ante la puerta de su habitación y decía:
“As-salamu ʿalaykum, yā ummata, wa raḥmatul·lāhi wa baraka-
tuh” – La paz sea contigo, madre, y la misericordia de Dios y
Su bendición.
Y ella respondía:
“Wa ʿalayka as-salam, yā bunayya, wa raḥmatul·lāhi wa bara-
katuh” – Y la paz sea contigo, hijo mío, y la misericordia de
Dios y Su bendición.
A menudo, solía decir:
“Que Dios tenga misericordia de ti como cuidaste de mí
siendo niño,” y ella le respondía:
“Que Dios tenga misericordia de ti por librarme del error
siendo yo anciana.”
Abū Huraira animaba siempre a la gente a ser amable y
bondadosa con sus padres. Un día vio a dos hombres cami-
nando juntos, uno de los cuales era mayor que el otro. Le pre-
guntó al más joven:
“¿Qué relación te une a este hombre?”
“Es mi padre,” respondió el hombre.
“Nunca le llames por su nombre. No camines delante de él
y no te sientes delante de él,” le aconsejó Abū Huraira.
Los musulmanes tenemos una deuda de gratitud con Abū
Huraira por preservar y transmitir el valioso legado del Pro-
feta -Dios le bendiga y le dé paz. Falleció en el año 59 de la
hégira, cuando contaba setenta y ocho años de edad.

323
50. ʿADĪY IBN ḤĀTIM
EN EL NOVENO AÑO de la hégira, un rey árabe realizó los prime-
ros acercamientos positivos hacia el Islam tras años de haber
sentido odio hacia él. Se aproximó a la fe (imān) después de
haberse opuesto a ella y de combatirla. Y finalmente juró
fidelidad al Profeta -la paz sea con él-, después de haber
rehusado hacerlo antes por arrogancia.
Este fue ʿAdīy, hijo del famoso Ḥātim at-Ṭayyiʾ conocido
por su caballerosidad y su fabulosa generosidad. ʿAdīy heredó
el dominio de su padre y fue confirmado en su posición por la
tribu de Ṭayyiʾ. Parte de su poder se debía al hecho de que
una cuarta parte de todo lo que obtenían como botín en las
expediciones de saqueo le era entregado a él.
Cuando el Profeta s anunció públicamente su llamamien-
to a la guía y a la Verdad, y los árabes de una región tras otra
fueron aceptando sus enseñanzas, ʿAdīy vio en la misión de
aquel una amenaza a su posición y autoridad. Aun sin cono-
cer personalmente al Profeta s, y sin haberle visto jamás,
surgieron en él fuertes sentimientos de enemistad hacia él.
Se mantuvo en su antagonismo hacia el Islam durante cerca
de veinte años hasta que finalmente Dios abrió su corazón a
la religión de la Verdad y la guía.
La forma en que ʿAdīy llegó a hacerse musulmán es una his-
toria extraordinaria, y nadie mejor que él para contarla. Dijo:
“No había nadie entre los árabes que detestase al Enviado
de Dios -Dios le bendiga y le dé paz-, más que yo cuando oí
hablar acerca de él. Yo era entonces un hombre de gran posi-
ción y nobleza, y era cristiano. Obtenía de mi pueblo una
cuarta parte de su botín, como era costumbre entre los reyes
árabes.
ʿADĪY IBN ḤĀTIM

“Cuando oí hablar del Enviado de Dios -la paz sea con él-,
le odié. Cuando su empresa fue cobrando fuerza y su poder se
incrementó, y sus ejércitos y fuerzas expedicionarias domi-
naban el este y el oeste del territorio de los árabes, le dije a
un sirviente mío que estaba al cuidado de mis camellos:
‘Prepárame un camello bien alimentado y fácil de montar
y mantenlo atado cerca de mí. Si oyes que un ejército o una
fuerza expedicionaria de Muḥammad se aproxima a esta tie-
rra, házmelo saber.’
“Una tarde, mi sirviente vino y me dijo:
‘¡Yā Maulaya! Lo que tuvierais pensado hacer cuando se acer-
cara a vuestras tierras la caballería de Muḥammad, hacedlo ya.’
‘¿Por qué? ¡Qué tu madre te pierda!’
‘He visto exploradores rondando cerca de nuestros terri-
torios. Cuando pregunté acerca de ellos, me dijeron que for-
maban parte del ejército de Muḥammad,’ –dijo.
‘Traeme el camello que te ordené tener preparado,’ –le di-
je. Al instante, reuní a mi familia [incluidos] mis hijos y les
ordené que salieran de las tierras que amábamos. Nos dirigi-
mos hacia Siria para reunirnos con gentes de nuestro misma
fe entre los cristianos y vivir entre ellos.
“Salimos tan deprisa que no me fue posible reunir a todos
mis familiares. Cuando pude hacerme cargo de nuestra situa-
ción, me di cuenta de que faltaba una parte de mi familia.
Había dejado a mi hermana en nuestros territorios de Naŷd,
junto con el resto de los Ṭayyiʾ, y no podía ya volver a reco-
gerla. Así que seguí camino con los que estaban conmigo has-
ta llegar a Siria y me establecí entre gentes de mi misma reli-
gión. En cuanto a mi hermana, ocurrió lo que me temía.
“Cuando me encontraba en Siria, me llegaron noticias de
que las fuerzas de Muḥammad habían entrado en nuestros
territorios y habían capturado a mi hermana y se la habían
llevado a Yaṯrib junto con otros prisioneros. La alojaron con
los otros prisioneros en un cercado junto a la puerta de la
Mezquita.
“El Profeta -la paz sea con él-, pasó al lado de ella. Ella se
levantó al pasar él y dijo:

325
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

‘¡Yā Rasūlul·lāh! ¡Mi padre ha muerto y mi tutor no está


aquí. Sé generoso conmigo y Dios será generoso contigo!
‘¿Y quién es tu tutor?’ –preguntó el Profeta.
‘ʿAdīy ibn Ḥātim,’ -dijo ella.
‘¿El mismo que huyó de Dios y de Su Profeta?’ –preguntó
él. Entonces la dejó allí y se fue.
“Al día siguiente, ocurrió lo mismo. Ella se dirigió a él con
las mismas palabras del día anterior y él respondió lo mismo.
Al otro día, ocurrió lo mismo, y ella desesperaba de poder
obtener alguna concesión de él, porque no le decía nada más.
Entonces, un hombre que iba detrás de él le dijo que debía
levantarse y hablar con él. Entonces, ella se levantó y dijo:
‘¡Oh Enviado de Dios! Mi padre ha muerto y mi tutor no
está aquí. Sé generoso conmigo y Dios será generoso contigo.’
‘De acuerdo,’ -dijo, y volviéndose a los que iban con él-,
ordenó:
‘Dejadla marchar, pues su padre gustaba de ser generoso,
y Dios también gusta de ser generoso.’
‘Quisiera reunirme con mi familia en Siria,’ –dijo ella.
‘Pero no te des prisa en partir,’ dijo el Profeta, ‘hasta que
encuentres a alguien de tu gente en quien puedas confiar
para que te acompañe a Siria. Si encuentras a alguien de tu
confianza, házmelo saber.’
“Cuando el Profeta se hubo ido, preguntó acerca del hombre
que le había sugerido que hablase al Profeta s y le dijeron que
era ʿAlī ibn Abī Ṭālib -Dios esté complacido de él. Ella siguió en
Yaṯrib hasta que llegó un grupo entre los que había alguien en
que ella confiaba. Entonces, fue a ver al Profeta y le dijo:
‘¡Oh Enviado de Dios! Ha venido un grupo de mi gente y
entre ellos hay alguien de confianza que puede llevarme has-
ta mi familia.’
“El Profeta -la paz sea con él-, le dio buenas ropas y una suma
de dinero. Le dio también un camello y ella partió con el grupo.
“Luego, seguimos su avance gradualmente y esperamos su
regreso. Apenas podíamos creer lo que oímos de la generosi-
dad de Muḥammad s para con ella a pesar de mi actitud

326
ʿADĪY IBN ḤĀTIM

hacia él. Por Dios, yo soy el líder de mi pueblo. Cuando vi a


una mujer en su haudaŷ dirigiéndose hacia nosotros, dije:
‘¡La hija de Ḥātim! ¡Es ella! ¡Es ella!’
“Cuando estuvo ante nosotros, me dirigió palabras duras y
dijo:
‘El que corta los lazos de parentesco es un malhechor. Te
llevaste a tu familia y a tus hijos y dejaste al resto de tus pa-
rientes y a aquellos que tenías la obligación de proteger.’
‘Sí, hermana mía,’ dije. ‘No menciones sino lo bueno.’ Yo
traté de tranquilizarla hasta que quedó satisfecha. Me contó
entonces lo que le había ocurrido y era lo mismo que ya había
oído. Entonces, le pregunté, -porque era una persona inteli-
gente y juiciosa:
‘¿Qué piensas de la misión de este hombre (Muḥammad -
la paz sea con él)?’
‘Creo que deberías unirte a él lo antes posible,’ dijo ella. ‘Si
es un Profeta, aquel que se apresure a unirse a él disfrutará
de su favor. Y si es un rey, no te verás deshonrado en su pre-
sencia y seguirás en tu posición.’
“Me dispuse a partir enseguida y fui a ver al Profeta s en
Medina, sin guardia y sin carta de presentación. Sabía que él
había dicho: ‘En verdad, deseo que Dios ponga la mano de
ʿAdīy en mi mano.’
“Me dirigí a él cuando estaba en la Mezquita. Le saludé y
él dijo:
‘¿Quién es este hombre?’
‘ʿAdīy ibn Ḥātim,’ respondí. Se levantó entonces para sa-
ludarme, me tomó de la mano y me llevó a su casa.
“Por Dios, mientras caminaba hacia su casa, un anciana
débil se acercó a él. Traía con ella un niño pequeño. Le hizo
detenerse y empezó a hablar con él acerca de un problema. Yo
permanecí allí parado [todo ese tiempo]. Pensé para mí mismo:
‘Por Dios, éste no es un rey.’
“Luego, me tomó de la mano y caminó conmigo hasta que
llegamos a su casa. Allí cogió un cojín de cuero relleno de
fibra de palma. Me lo pasó y dijo:
‘¡Siéntate en esto!’

327
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Yo sentí vergūenza ante él y dije:


‘Mejor, siéntate tú en él.’
‘¡No, tú,’ dijo.
“Cedí entonces y me senté en él. El Profeta -la paz sea con
él-, se sentó en el suelo porque no había más cojines. Pensé
para mí:
‘¡Por Dios, esta no es la conducta de un rey!’
“Luego, se volvió a mí y me dijo:
‘¡Sí, ʿAdīy ibn Ḥātim! ¿No eras Rukusi? (seguidor de una reli-
gión a medio camino entre el cristianismo y el sabeanismo).
‘Sí,’ –respondí.
‘¿No gobernabas entre tu gente sobre el principio de reci-
bir de ellos un cuarto, tomando así algo que tu religión no te
permite?’
‘Sí,’ –respondí, y desde ese momento supe que era un Pro-
feta enviado [por Dios]. Luego me dijo:
‘Quizá, oh ʿAdīy, la única cosa que te impide entrar en esta
religión es la pobreza que ves entre los musulmanes y su
estado de indigencia. Por Dios, se acerca un tiempo en el que
la riqueza fluirá entre ellos hasta que no se encuentre a nadie
que la quiera.
‘Quizá, oh ʿAdīy, lo único que te impide entrar en esta reli-
gión sea el reducido número de musulmanes que ves y lo
numerosos que son sus enemigos. Por Dios, se acerca un
tiempo en que oirás contar de una mujer que saldrá de
Qādisīya y viajará en su camello hasta llegar a esta casa, sin
temer nada excepto a Dios.
‘Quizá lo que impide entrar en esta religión sea que ves
que la soberanía y el poder descansan en manos de quienes
no son musulmanes. Por Dios, pronto oirás de cómo los blan-
cos palacios de la tierra de Babilonia abrirán sus puertas ante
ellos y los tesoros de Cosroes, hijo de Hormuz, caerán en sus
manos.’
‘¿Los tesoros de Cosroes, hijo de Hormuz?’ –pregunté (con
incredulidad).
‘Sí, los tesoros de Cosroes, hijo de Hormuz,’ –respondió.

328
ʿADĪY IBN ḤĀTIM

“Entonces, pronuncié el testimonio de la verdad, y declaré


mi aceptación del Islam.”

UN RELATO cuenta que cuando ʿAdīy vio la simplicidad de la


vida del Profeta s, le dijo:
“Doy fe de que no buscas encumbrarte en este mundo ni
la corrupción,” y anunció públicamente su conversión al Is-
lam. Algunos observaron la forma en que el Profeta s trata-
ba a ʿAdīy y le dijeron:
“¡Oh Profeta de Dios! Te hemos visto tratarle de una forma
como no te hemos visto con ningún otro.”
“Sí,” respondió el Profeta s. “Este es un hombre de gran
prestigio entre su gente. Si alguien como él viene a vosotros,
tratadle en forma honorable.”

ʿADĪY IBN ḤĀTIM -Dios esté complacido de él-, vivió hasta una
edad avanzada. Más tarde diría:
“Dos de las cosas [de las que el Profeta s habló], ocurrie-
ron y quedaba la tercera. Por Dios, ciertamente ha de ocurrir.
“He visto a la mujer que salió de Qādisīya a lomos de su
camello sin temer nada hasta que llegó a esta casa [del Profe-
ta en Medina].
“Yo mismo iba en la vanguardia de la caballería que cayó
sobre los tesoros de Cosroes y se apoderó de ellos. Y juro por
Dios que el tercero de los sucesos ha de llegar.”
Por voluntad de Dios, la tercera de las afirmaciones del
Profeta -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, se cum-
plió en tiempos de ʿUmar ibn ʿAbdul-ʿAzīz, el califa devoto y
asceta. La riqueza abundaba de tal forma entre los musulma-
nes que cuando los pregoneros llamaron a la gente en los
territorios de los musulmanes para que acudieran a recoger
el dinero del zakā, nadie se presentó a reclamarlo.

329
51.
51. AN-NUʿMĀN IBN MUQARRIN
LA TRIBU DE MUZAINA tenía sus territorios a cierta distancia de
Yaṯrib, sobre la ruta de caravanas que unía esta ciudad con
Meca. Las noticias de la llegada del Profeta a Yaṯrib se exten-
dieron rápidamente y pronto llegaron a los Muzaina a través
de los miembros de la tribu que salían de viaje y regresaban.
Una tarde, el jefe de la tribu, an-Nuʿmān ibn Muqarrin, se
reunió con los ancianos y otros miembros de la tribu y les dijo:
“¡Oh mi gente! Por Dios, no hemos sabido sino cosas bue-
nas de Muḥammad s, y de su misión no hemos oído sino
misericordia, amabilidad y justicia. ¿Qué nos ocurre? ¿Por
qué nos quedamos parados mientras otra gente se apresura a
aceptarle?”
“Por lo que a mí respecta,” prosiguió, “estoy decidido a sa-
lir mañana por la mañana para unirme a él. Quien quiera ve-
nir conmigo, que se prepare.”
An-Nuʿmān debía ser un jefe muy persuasivo. Sus palabras
tuvieron un efecto maravilloso en los oídos de su gente. A la
mañana siguiente, los diez hermanos de an-Nuʿmān y cuatro-
cientos jinetes de Muzaina estaban preparados para ir con él
a Yaṯrib a encontrarse con el Profeta -la paz y las bendiciones
de Dios sean con él-, y convertirse al Islam.
An-Nuʿmān, sin embargo, se avergonzaba de presentarse
ante el Profeta s con un séquito tan numeroso sin llevar
regalos para él y para los musulmanes. No tenía en realidad
gran cosa que llevarles. Aquel año los Muzaina habían sufrido
sequía y hambruna y gran parte de sus ganados y cosechas se
habían perdido. Aun así, an-Nuʿmān visitó las casas de sus
vecinos y reunió las ovejas y cabras que quedaban. Con estas
por delante partió hacia Medina. Allí, en presencia del Profe-
AN-NUʿMĀN IBN MUQARRIN

ta s, él y sus acompañantes anunciaron su aceptación del


Islam.
Todo Medina estaba alborozada con la llegada de an-
Nuʿmān y sus acompañantes. Nunca antes nueve hermanos
de una misma familia se habían convertido al Islam el mismo
día, junto con otros cuatrocientos miembros de su tribu. El
noble Profeta s estaba muy contento y mostraba su gran
complacencia. De hecho, la sinceridad de su esfuerzo fue
aceptada y ensalzada por Dios Todopoderoso con la revela-
ción al Profeta de las siguientes palabras del Corán:
‘Y entre los beduinos hay quienes creen en Dios y en el Último
Día, y consideran todo lo que gastan [por la causa de Dios] como una
vía de acercamiento a Dios y [de ser recordados en] las oraciones del
Enviado. Ciertamente, será [en verdad] una vía de acercamiento [de
Dios] a ellos, [pues] Dios les acogerá en Su misericordia: ¡realmente,
Dios es Indulgente, Dispensador de Gracia!’ (Corán, 9:99)
An-Nuʿmān vivió bajo la guía del Profeta s y participó
con valor y entrega en todas las campañas militares que éste
emprendió. En tiempos de Abū Bakr, él y la gente de Muzaina
cumplieron una labor importante y loable en la eliminación
de la fitna de la apostasía. Durante el califato de ʿUmar al-
Farūq, an-Nuʿmān se destacó especialmente en los enfrenta-
mientos contra el imperio Sasánida.

POCO DESPUÉS de la batalla de Qādisīya, el jefe de las fuerzas


musulmanas, Saʿīd ibn Abī Waqqāṣ envió una delegación al
emperador sasánida Yazdagird. La delegación iba encabezada
por an-Nuʿmān ibn Muqarrin y su propósito principal era
invitar al Emperador a que aceptase el Islam.
Cuando an-Nuʿmān y su delegación entraron en Tesifonte,
la capital sasánida, la gente de la ciudad los miraba con una
mezcla de curiosidad y desdén. Observaron su apariencia
humilde, sus toscas ropas y sandalias, y sus endebles caballos.
Los musulmanes no se sintieron en absoluto intimidados y
pidieron una audiencia con Yazdagird. Él aceptó recibirles.
Llamó a un intérprete y le dijo:

331
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Diles [a los musulmanes]: ¿por qué habéis venido a nues-


tros dominios, y por qué queréis invadirnos? Quizá tengáis
planes contra nosotros... y queráis enfrentaros a nosotros
porque nos veis preocupados por vosotros. Pero no deseamos
infligiros ningún daño.”
An-Nuʿmān se volvió a sus hombres y les dijo:
“Si queréis, le responderé en representación vuestra. Pero
si alguno de vosotros quiere hablar que lo haga primero.”
Los musulmanes indicaron a an-Nuʿmān que hablase y
volviéndose al emperador, dijeron:
“Este hombre habla por todos nosotros: escucha pues lo
que tiene que decir.”
An-Nuʿmān empezó dando alabanzas y glorificando a Dios
y pidiendo bendiciones y paz para Su Profeta. Después dijo:
“En verdad, Dios ha sido Compasivo y Misericordioso con
nosotros, enviándonos a un Profeta s que nos muestra el
bien y nos ordena seguirlo; para hacernos saber lo que es
malo y prohibírnoslo.
“El Enviado s nos ha prometido que si respondemos a lo
que nos llama, Dios nos concederá lo bueno en este mundo y
lo bueno en la Otra Vida.
“No ha transcurrido mucho tiempo y ya Dios ha sustituido
con abundancia nuestras penalidades anteriores; con honra
nuestra anterior humillación, y con hermandad nuestras
enemistades anteriores.
“El Enviado s nos ha ordenado que llamemos a la huma-
nidad a lo que es lo mejor para ellos y que empecemos por
nuestros vecinos.
“Así pues, te invitamos a entrar en nuestra religión. Es
una religión que embellece y fomenta todo bien; que detesta
y prohíbe todo lo feo y reprensible. Es una religión que guía a
sus fieles de la oscuridad y la tiranía de la incredulidad a la
luz y a la justicia de la fe.
“Si respondéis positivamente a nuestra invitación y entr-
áis en el Islam, será nuestra obligación introducir el Libro de
Dios en vuestra sociedad y ayudaros a vivir de acuerdo con él

332
AN-NUʿMĀN IBN MUQARRIN

y a gobernaros según sus leyes. Luego, nos iremos y os deja-


remos llevar vuestros propios asuntos.
“Pero si rehusáis entrar en la religión de Dios, os exigire-
mos el pago del ŷizya y a cambio de éste os daremos protec-
ción. Si os negáis a pagar el ŷizya, os declararemos la guerra.”
Yazdagird se puso furioso por lo que había oído y dijo en
tono de burla:
“Ciertamente, no conozco otra nación sobre la tierra más
miserable que vosotros y cuyo número sea más pequeño; que
estén más divididos entre ellos y que sean de condición más
perversa.
“Nos hemos acostumbrado a delegar vuestros asuntos en
nuestros gobernadores provinciales y ellos os mantenían
sometidos en representación nuestra.”
Luego, suavizando algo el tono, continuó, pero ahora con
mayor sarcasmo:
“Si alguna calamidad os ha empujado a acudir a nosotros,
reclutaremos fuerzas para ayudaros a hacer que vuestras
tierras se vuelvan fértiles. Daremos vestiduras a los jefes y
notables de vuestro pueblo, y os daremos un rey de entre
vosotros mismos que sea benigno con vosotros.”
Uno de la delegación de an-Nuʿmān respondió ásperamen-
te a esto y Yazdagird montó de nuevo en cólera y dijo:
“Si no fuera porque no se mata a los embajadores, os ma-
taría a todos.
“Salid de mi presencia. No conseguiréis nada de mí. Y de-
cidle a vuestro jefe militar que enviaré contra él a Rustum
para que le entierre a él y a todos vosotros en el foso de al-
Qādisīya.”
Yazdagird pidió entonces un cesto lleno de tierra que deb-
ía ser llevado fuera de las puertas de la ciudad por aquel de
los musulmanes considerado como el más noble de ellos, en
señal de humillación. ʿĀṣim, el hijo de ʿUmar, aceptó la carga
como un feliz augurio y se la llevó al jefe del ejército, Saʿd ibn
Abī Waqqāṣ, y le dijo:
“Acepta nuestras felicitaciones por la victoria. El enemigo
nos entrega voluntariamente su tierra.”

333
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Comenzó entonces la batalla de Qādisīya y, tras cuatro


días de intensos combates, las fuerzas musulmanas salieron
victoriosas. Esta victoria preparó el camino para el avance de
los musulmanes por las llanuras del Éufrates y el Tigris. La
capital del imperio persa, Tesifonte, cayó y a esto siguieron
un número de enfrentamientos con los persas a medida que
estos se replegaban hacia el norte.
A pesar de las repetidas derrotas y reveses, Yazdagird se
negaba a rendirse y organizaba constantemente nuevas levas
para atacar a los musulmanes y fomentar la insurrección en
las provincias que habían caído bajo el control de los musul-
manes.
ʿUmar había aconsejado moderación a sus generales y les
ordenó no avanzar demasiado hacia el este. Sin embargo,
cuando oyó de una gran movilización persa de unos 150.000
combatientes contra los musulmanes, pensó en salir de Me-
dina e ir a enfrentarse personalmente contra esta gran ame-
naza. Varios destacados musulmanes de Medina le aconseja-
ron que no lo hiciera, y le sugirieron que en lugar de ello
nombrase a un jefe militar para enfrentarse a esta grave si-
tuación.
“Indicadme a un hombre a quien pueda encargar esta ta-
rea.” -dijo.
“Tú eres quien mejor conoce al ejército, oh Amīr al-
muʾminīn,” respondieron, y después de reflexionar, ʿUmar
exclamó:
“Por Dios, entregaré el mando del ejército musulmán a un
hombre que cuando se encuentren los dos ejércitos se man-
tendrá más activo: An-Nuʿmān ibn Muqarrin al-Muzānī.”
ʿUmar le envió una carta:
“Del siervo de Dios, ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb, a an-Nuʿmān ibn
Muqarrin:
“He recibido noticias de que gran número de tropas per-
sas se han reunido para combatiros en la ciudad de Nihavand.
Cuando esta carta llegue a tus manos, avanza [para enfren-
tarte a ellos] con la ayuda de Dios. No lleves a los musulma-
nes por terreno demasiado escabroso, no sea que se hagan

334
AN-NUʿMĀN IBN MUQARRIN

daño, pues una persona musulmana es más preciosa para mí


que cien mil dinares. Y la Paz sea contigo.”
An-Nuʿmān respondió a las órdenes del Amīr al-muʾminīn
y movilizó a las fuerzas musulmanas. Despachó una avanza-
dilla de caballería para que reconociese los alrededores de la
ciudad. Justo a las afueras de Nihavand, los caballos se detu-
vieron y a pesar de fustigarlos no consiguieron hacerlos
avanzar. Los jinetes desmontaron y descubrieron clavos de
hierro clavados en las pezuñas de los caballos. Inspecciona-
ron los alrededores y encontraron por todas partes estas
puntas de hierro sembradas para detener el avance del ejérci-
to musulmán.
Al ser informado de esto, an-Nuʿmān ordenó que la avan-
zadilla se quedase donde estaba y que por la noche encendie-
ran hogueras para que el enemigo las viera. Debían asimismo
fingir temor y derrota para así tentar al enemigo a salir a
combatir con ellos y en el proceso limpiasen los alrededores
de clavos de hierro.
La estratagema funcionó. Cuando los persas vieron que la
vanguardia del ejército musulmán parecía descorazonada y
derrotada ante ellos, enviaron partidas de obreros para des-
pejar la zona de clavos. Estos obreros fueron capturados por
la caballería musulmana que se hizo así con el control de los
alrededores de la ciudad.
An-Nuʿmān montó su campamento en las afueras de la
ciudad y decidió realizar un asalto decisivo contra la ciudad.
Habló entonces a sus soldados:
“Gritaré Allāhu Akbar tres veces. Cuando oigáis la primera,
preparaos [haced vuestras necesidades y haced wuḍūʾ]. A la
segunda, que cada uno de vosotros disponga sus armas y car-
gue con ellas. Y a la tercera, avanzaré contra los enemigos de
Dios y debéis seguirme en el ataque.” Prosiguió:
“Si an-Nuʿmān cae muerto, que nadie se quede con él.
Pues haré [ahora] una súplica a Dios Todopoderoso y quiero
que todos vosotros respondáis: ‘Āmīn.’” Entonces suplicó:
“Dios conceda el martirio a an-Nuʿmān en este día, y con-
ceda la victoria a los musulmanes.”

335
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Tres veces gritó an-Nuʿmān Allāhu Akbar. A la tercera, se


arrojó contra las filas del enemigo y los musulmanes se apre-
suraron a seguirle. El enemigo les superaba seis a uno pero
consiguieron causar terribles pérdidas a los persas.
An-Nuʿmān recibió una herida mortal durante la batalla.
Su hermano recogió el estandarte de sus manos y le cubrió
con un manto, ocultando así su muerte a los demás.
La tropas musulmanas alcanzaron la victoria. Los persas
jamás consiguieron recuperarse después de esta batalla que
los historiadores musulmanes han calificado como ‘la Victo-
ria de las Victorias’.
Acabada la batalla, los soldados victoriosos buscaron a su
valiente caudillo. Su hermano levantó entonces el manto y
les dijo:
“Este es vuestro Emir. Dios le ha mostrado la victoria y le
ha bendecido con el martirio.”

UN COMPAÑERO que estaba a su lado, cuando ʿUmar recibió la


noticia en Medina, dijo:
“Vi a ʿUmar -Dios esté complacido de él. Cuando supo de la
muerte de an-Nuʿmān ibn Muqarrin se llevó las manos a la
cabeza y empezó a sollozar.”

336
52.
52. ʿUTBA IBN GAZWĀ
AZWĀN

ʿUMAR IBN AL-JAṬṬĀB, el Califa del Estado Islámico en su época


de rápida expansión, solía acostarse inmediatamente después
de la oración de ʿišāʾ. Necesitaba descansar y estar fresco para
su gira nocturna de inspección de la ciudad, que a menudo
realizaba de incógnito. Esta vez, sin embargo, antes de que se
durmiese, llegó un correo venido de las regiones fronterizas
del estado para informarle de que las tropas persas que se
enfrentaban a los musulmanes estaban siendo muy difíciles
de vencer. Conseguían una y otra vez refuerzos y suministros
de muchos lugares para asistir a sus tropas cuando estaban a
punto de ser derrotadas. La carta pedía a ʿUmar que enviase
urgentemente refuerzos, y en particular decía:
“La ciudad de al-Ubul·la debe considerarse como una de
las fuentes principales de hombres y suministros a las tropas
persas que están siendo atacadas.”
ʿUmar decidió enviar un ejército para que tomase la ciu-
dad de al-Ubul·la y cortar así esta fuente de suministros a los
ejércitos persas. Su mayor problema era que contaba con
muy pocos hombres en la ciudad. La razón de esto era que los
hombres jóvenes y adultos, y hasta muchos hombres ancia-
nos, habían salido de campaña fī sabilil·lāh -por la causa de
Dios-, hacia muchos lugares.
En estas circunstancias, decidió seguir una estrategia que
conocía y cuya efectividad estaba bien demostrada: esto es,
movilizar un pequeño ejército y ponerlo bajo el mando de un
jefe militar fuerte y hábil. Consideró detenidamente, uno tras
otro, los nombres de los individuos con los que aún contaba,
a fin de encontrar al jefe más adecuado. Finalmente, exclamó:
“Ya lo he encontrado. Sí, lo he encontrado.”
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Luego volvió a acostarse. La persona que había escogido


era un conocido muŷāhid que había combatido en Badr, Uḥud,
al-Jandaq y en otras batallas. Había luchado también en las
terribles batallas de Yamāma y había salido indemne. Había
sido en realidad uno de los primeros conversos del Islam.
Había formado parte de la primera emigración a Abisinia
pero había regresado para quedarse en Meca junto al Profeta.
Luego hizo la hégira a Medina. Este alto e imponente compa-
ñero del Profeta era famoso por su extraordinaria habilidad
en el uso de lanzas y flechas.
Al llegar la mañana, ʿUmar llamó a sus ayudantes y les dijo:
“Avisad a ʿUtba ibn Gazwān, y que venga a verme.”
ʿUmar consiguió movilizar un ejército de apenas trescien-
tos hombres y le dio el mando a ʿUtba, prometiéndole que le
mandaría refuerzos tan pronto como pudiera.
Cuando el ejército estuvo formado para partir, ʿUmar al-
Farūq estaba allí para despedirlo y dar instrucciones a su jefe,
ʿUtba. Le dijo:
“ʿUtba, te envío a la región de al-Ubul·la. Es una de las
principales fortalezas del enemigo y pido a Dios que te ayude
a conquistarla. Cuando llegues a la ciudad, invita a sus habi-
tantes a la adoración de Dios. Si responden positivamente,
acéptales [como musulmanes]. Si rehúsan, toma de ellos el
ŷizya. Si rehúsan pagar el ŷizya, combáteles. Y sé consciente
de Dios, oh ʿUtba, al cumplir con tus obligaciones. Cuídate de
no ser arrogante porque eso te llevaría a la corrupción. Re-
cuerda que fuiste compañero del Enviado de Dios -Dios le
bendiga y le dé paz. Dios te honró por medio de él cuando
antes eras insignificante. Te dio fortaleza cuando antes eras
débil. Has llegado a convertirte en un jefe militar con autori-
dad y que debe ser obedecido. ¡Qué gran bendición si esto no
te vuelve vanidoso y te arrastra al Ŷahannam! ¡Que Dios nos
proteja a ti y a mí de eso!”
Tras este riguroso consejo y esta oración, ʿUtba y su ejerci-
to partieron. Varias mujeres formaban parte del ejército,
entre ellas su esposa y las esposas y hermanas de otros hom-

338
ʿUTBA IBN GAZWĀN

bres. Finalmente, llegaron a un lugar llamado Qasbā por la


abundancia de juncos de anea que crecían allí.
En ese momento, el ejército sufría un hambre atroz. No
tenían nada que comer. Cuando el hambre los atenazaba,
ʿUtba ordenó a algunos hombres que salieran por el campo en
busca de comida. Uno de los hombres nos cuenta la historia
de su búsqueda de alimentos:
“Mientras buscábamos algo de comer, entramos en unos
matorrales y, he aquí que encontramos dos grandes cestos.
En uno había dátiles y en el otro unos pequeños granos de
cáscara amarilla. Nos llevamos los cestos y el grano a rastras
y dijimos:
‘Esto es veneno que es el enemigo ha dejado para noso-
tros. No lo toquéis.’
“Tomamos pues los dátiles y empezamos a comerlos.
Mientras comíamos los dátiles, un caballo que se había solta-
do se acercó al cesto de grano y se puso a comer. Por Dios,
que pensamos en matarlo enseguida antes de que muriese
[envenenado] y así aprovechar su carne, pero su dueño vino
y nos dijo:
‘Dejadlo. Lo cuidaré durante la noche y si siento que está a
punto de morir, lo sacrificaré.’
“A la mañana siguiente, el caballo seguía perfectamente
sano y sin señales de envenenamiento. Mi hermana dijo en-
tonces:
‘Yā aji, oí decir una vez a mi padre: El veneno no daña [en
la comida] si ésta se pone al fuego y se cocina bien.’
“Entonces cogimos algo de grano, lo echamos en una olla
y la pusimos al fuego. Pasado un rato mi hermana nos llamó:
‘Venid a ver como se ha vuelto rojo y la cascarilla se ha
desprendido y han salido unos granos blancos.’
“Pusimos los granos blancos en un cuenco grande y ʿUtba
nos dijo:
‘Mencionad el nombre de Dios sobre ello y comed.’
“Comimos de ello y lo encontramos muy bueno y delicio-
so. Luego supimos que aquel grano se llamaba arroz.”

339
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

El ejército de ʿUtba se dirigió después a la ciudad fortifica-


da de al-Ubul·la, situada a orillas del río Éufrates. Los persas
utilizaban al-Ubul·la como un gran depósito de armas. Había
varias fortalezas en la ciudad de las que sobresalían sus to-
rres. Estas eran usadas como puestos de observación para
detectar cualquier movimiento hostil fuera de la ciudad.
La ciudad parecía inexpugnable. ¿Qué probabilidades ten-
ía ʿUtba de tomarla con un ejército tan pequeño, armado sólo
con lanzas y espadas? Un asalto directo era evidentemente
inútil, así que ʿUtba tuvo que recurrir a una estratagema.
ʿUtba hizo preparar banderas que fueron colocadas sobre
astas de lanzas. Se las entregó a las mujeres y les ordenó que
marcharan detrás del ejército. Sus instrucciones a ellas fueron:
“Cuando nos acerquemos a la ciudad, levantad el polvo
detrás de nosotros de forma que todo el aire se llene de él.”
Mientras se acercaban a al-Ubul·la, un destacamento persa
salió a enfrentarse con ellos. Viendo que los musulmanes
avanzaban decididos, con las banderas hondeando detrás de
ellos y todo el polvo que estaba siendo agitado y que llenaba
el aire, pensaron que los que iban delante de las banderas
eran simplemente la vanguardia del ejército atacante, un
ejército fuerte y numeroso. Pensaron que no podrían enfren-
tarse a semejante enemigo. Entonces se acobardaron y deci-
dieron evacuar la ciudad. Recogiendo sólo aquellos objetos de
más valor que podían llevarse, se precipitaron hacia los botes
anclados en el río y abandonaron su ciudad fortaleza.
ʿUtba entró en la ciudad sin perder uno solo de sus hom-
bres. Desde esta base se dedicó a someter al control de los
musulmanes las ciudades y pueblos de sus alrededores. Cuan-
do se extendió la noticia de los éxitos de ʿUtba, y de la riqueza
de las tierras que había ocupado, mucha gente acudió a la
región en busca de riqueza y bienestar.
ʿUtba descubrió que muchos musulmanes se inclinaban
ahora a una vida cómoda y adoptaban las costumbres y for-
mas de vida de la región y esto debilitaba su voluntad de se-
guir luchando.

340
ʿUTBA IBN GAZWĀN

Escribió entonces a ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb pidiéndole permi-


so para construir una ciudadela militar en Basora. Describió
la localización que había elegido para la ciudad y ʿUmar dio
su consentimiento. Basora quedaba a medio camino entre el
desierto y los puertos del Golfo Pérsico, y usando este lugar
como base se enviaban expediciones hacia el este. La posición
de esta ciudad fue escogida buscando la máxima efectividad
militar (no simplemente para albergar a un ejército de ocu-
pación).
El propio ʿUtba planificó la ciudad y construyó su primera
gran mezquita, que era un recinto sencillo, cubierto con un
tejado en un extremo, y que servía para realizar grandes
asambleas. Desde la mezquita, ʿUtba y sus hombres partían a
sus expediciones militares. Estos hombres con el tiempo fue-
ron asentándose en la región y construyendo casas.
El propio ʿUtba, sin embargo, no se construyó una casa si-
no que siguió viviendo en una tienda de campaña. Había visto
con frecuencia cómo la preocupación por los bienes materia-
les hacía que mucha gente se olvidara de sí mismos y de su
verdadero propósito en la vida. Había visto a mucha gente
que hasta hacía poco no conocían otra comida más lujosa que
el arroz hervido con cascarilla, acostumbrarse a la sofisticada
repostería persa, como el fasluḏanŷ y el lauzinaŷ, hechos de
harina refinada, mantequilla, miel y diversos frutos secos,
hasta el punto que ansiar estas cosas.
ʿUtba temía que su dīn se viera afectado por su dunyā y se
preocupaba del Más Allá. Congregó entonces a los hombres
en la mezquita de Basora y les habló así:
“¡Oh gentes! Dunyā llegará a su fin y seréis llevados a una
morada que no desaparecerá ni acabará. Id a ella con vuestras
mejores acciones. Miro hacia atrás y me veo entre los prime-
ros musulmanes con el Enviado de Dios -Dios le bendiga y le
dé paz. Carecíamos de comida fuera de las hojas de los árbo-
les y nuestros labios se infectaban. Un día encontré un burda.
Lo partí en dos y le di la otra mitad a Saʿd ibn Abī Waqqāṣ. Yo
me hice un izār con mi mitad y él hizo lo mismo con su trozo.
Y aquí hemos llegado. Cada uno de nosotros es amīr de una de

341
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

las ciudadelas militares. Pido a Dios que me proteja de vol-


verme grande a mis ojos y pequeño ante Dios.”
Con estas palabras ʿUtba nombró a alguien para sustituirle
en su puesto, y se despidió de la gente de Basora.
Era el tiempo de la peregrinación y partió para realizar el
Ḥaŷŷ. Luego fue a Medina y pidió a ʿUmar que le relevase de la
responsabilidad del gobierno de la ciudad. ʿUmar se negó. No
podía permitirse prescindir de un gobernador tan excelente
como ʿUtba, y le dijo:
“Pones tu cargo y tus responsabilidades sobre mi cuello y
luego me abandonas a mi suerte. No, por Dios, no te relevaré
de tu puesto.”
Así pues, ʿUmar consiguió disuadirle y le ordenó que re-
gresara a Basora. ʿUtba sabía que debía obedecer al Amīr al-
muʾminīn pero lo hizo con el corazón lleno de pesar. Montó en
su camello y por el camino rezaba:
“Oh Señor, no me envíes de vuelta a Basora. Oh Señor, no
me envíes de vuelta a Basora.”
Aún no se había alejado mucho de Medina cuando su ca-
mello tropezó. ʿUtba cayó al suelo y las heridas que le pro-
vocó la caída resultaron fatales.

342
53.
53. ABŪ MŪSĀ AL-AŠʿARĪ
ARĪ

CUANDO LLEGÓ a Basora para ocupar el puesto de gobernador


de la ciudad, convocó a los habitantes de la ciudad a una
asamblea y les dirigió la palabra:
“El Amīr al-muʾminīn, ʿUmar, me ha enviado a vosotros
para que os enseñe el Libro de vuestro Señor y la Sunna de Su
Profeta s, y para que limpie vuestras calles.”
La gente se sorprendió al oír estas palabras. Podían en-
tender que una de las responsabilidades de un gobernante
musulmán fuera enseñar a la gente su religión, pero que uno
de sus deberes fuera limpiar las calles, esto era algo nuevo y
sorprendente para ellos.
Quién era este gobernador, de quien el nieto del Profeta,
al-Ḥasan -Dios esté complacido de él-, dijo:
“Jamás llegó a Basora un jinete más beneficioso para su
gente que él.”
Su nombre real era ʿAbdullāh ibn Qais, pero era y es cono-
cido aún como Abū Mūsā al-Ašʿarī. Dejó su tierra natal, Ye-
men, y se fue a Meca nada más saber que había aparecido allí
un Profeta que era un hombre de extraordinarias cualidades,
que llamaba a la gente a la adoración del Dios Uno y que in-
sistía en los más altos valores de moralidad.
En Meca, permaneció en la compañía del Profeta s y ad-
quirió conocimiento y guía. Luego regresó a su país para pro-
pagar la palabra de Dios y difundir la misión del noble Profe-
ta -la paz sea con él. Carecemos de otras noticias de él duran-
te más de una década. Justo después del final de la campaña
de Jaibar vino a ver al Profeta en Medina. Su llegada coincidió
con la de Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib y otros musulmanes que regre-
saban de Abisinia, y el Profeta les dio a todos la bienvenida
con gran alegría y felicidad.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Esta vez Abū Mūsā no venía solo. Traía con él a más de


cincuenta personas del Yemen, todos ellos conversos al Is-
lam. Entre esos estaban sus dos hermanos, Abū Ruhm y Abū
Burda. El Profeta s denominaba a todo este grupo “los
Ašʿarīs”. De hecho, solía aplicar el nombre de Ašʿarīs a todos
los yemeníes, en honor de Abū Mūsā al-Ašʿarī. Solía alabar a
este grupo por su carácter tierno y suave y los presentaba al
resto de sus compañeros como excelentes modelos de con-
ducta. En una ocasión dijo de ellos:
“Si los Ašʿarīs salen de expedición, o si sólo tienen un poco
de comida entre todos, reúnen lo que tienen sobre una tela y
lo reparten por igual entre ellos. Por eso son de los míos y yo
soy de ellos.”

ABŪ MŪSĀ se ganó pronto una gran estima en la comunidad


musulmana. Poseía numerosas cualidades. Era un faqīh dota-
do de inteligencia y buen juicio, y era considerado uno de los
mejores jueces de la primera comunidad islámica. La gente
solía decir:
“Los jueces de esta Umma son cuatro: ʿUmar, ʿAlī, Abū
Mūsā y Zayd ibn Ṯābit.”
Abū Mūsā tenía un carácter sencillo y natural. Era por natu-
raleza una persona confiada y esperaba que la gente se relacio-
nase con él sobre la base de la confianza y la sinceridad.
En el campo del ŷihād, era un guerrero de gran valentía,
resistencia y habilidad. El Profeta s dijo de él:
“El maestro de los jinetes es Abū Mūsā.”
La perspicacia de Abū Mūsā y la sabiduría de sus juicios no
permitía que fuese engañado por un enemigo en la batalla.
En el campo de batalla, veía las situaciones con total claridad
y ejecutaba sus acciones con gran decisión.
Abū Mūsā estaba al mando de un ejército de musulmanes
que atravesaba los territorios del Imperio Sasánida. En Is-
fahán, la gente salió a su encuentro y ofrecieron pagar el
ŷizya (a cambio de protección militar) a fin de conseguir la
paz y evitar así la guerra. Pero no eran sinceros en su ofreci-
miento y querían sólo tener la oportunidad de preparar un

344
ABŪ MŪSĀ AL-AŠʿARĪ

ataque a traición contra los musulmanes. Abū Mūsā com-


prendió, sin embargo, sus verdaderas intenciones y se man-
tuvo alerta. Así, cuando los isfahanis lanzaron su ataque, el
jefe del ejército musulmán no fue cogido por sorpresa. Se
enfrentó a ellos en combate y antes del mediodía del día si-
guiente había ganado una importante victoria.
Abū Mūsā desempeñó un papel excepcional en las princi-
pales campañas contra el poderoso Imperio Sasánida. En la
gran batalla de Tustar, en concreto, se reveló como un extra-
ordinario líder militar.
El general persa, Hormuzan, se había retirado con su nu-
meroso ejército a la ciudad de Tustar, fuertemente fortifica-
da. El califa ʿUmar no infravaloró la capacidad del enemigo y
movilizó contra él un poderoso y numeroso ejército para
enfrentarse a Hormuzan. Entre las tropas musulmanas había
veteranos curtidos como ʿAmmār ibn Yāsir, al-Barāʿ ibn Mālik
y su hermano Anas, Maŷrāʿ al-Bakrī y Salama ibn Raŷāʿ.
ʿUmar designó a Abū Mūsā como jefe de este ejército.
Tan bien fortificada estaba Tustar que era imposible to-
marla por asalto. Se realizaron varios intentos de abrir bre-
cha en las murallas pero todos fracasaron. Empezó entonces
un largo y difícil asedio que se hizo más penoso y crítico para
los musulmanes cuando los persas, -como vimos en la histo-
ria (14) de al-Barāʿ ibn Mālik-, empezaron a arrojar desde las
murallas de la fortaleza unas cadenas de hierro del extremo
de las cuales pendían garfios al rojo vivo. Los musulmanes
eran agarrados con esos garfios e izados hacia arriba muertos
o agonizantes.
Abū Mūsā comprendió que el insoportable estado de es-
tancamiento en el asedio sólo podía romperse recurriendo a
alguna estratagema. Afortunadamente, por entonces un per-
sa se pasó al lado de los musulmanes y Abū Mūsā le indujo a
que volviese a la ciudad fortificada y se las ingeniase por
cualquier medio para abrir las puertas de la ciudad desde
dentro. Envió con el persa a un pelotón de hombres cuidado-
samente escogidos. El grupo consiguió realizar su labor con

345
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

éxito: abrieron las puertas y dejaron entrar al ejército de Abū


Mūsā. En pocas horas los persas fueron vencidos.
A pesar de que Abū Mūsā era un guerrero fuerte y podero-
so, a menudo abandonaba el campo de batalla transformado
en una persona penitente y con el rostro bañado en lágrimas.
En esos momentos solía recitar el Corán con una voz que
conmovía profundamente las almas de todos los que le escu-
chaban. Acerca de su recitación conmovedora y melodiosa
del Corán, el Profeta -la paz sea con él-, dijo:
“En verdad, a Abū Mūsā le ha sido dada una de las flautas
de la gente de David.”
ʿUmar -Dios esté complacido de él-, acostumbraba tam-
bién a llamar a Abū Mūsā y le pedía que recitara partes del
Libro de Dios, diciendo:
“Crea en nosotros anhelo por nuestro Señor, oh Abū Mūsā.”
Como signo de su dedicación al Corán, Abū Mūsā era de
los pocos compañeros que tenían su propio muṣḥaf –una co-
pia manuscrita de las revelaciones coránicas.
Abū Mūsā participó sólo en combates contra los ejércitos
de los mušrikūn: ejércitos que se oponían a la religión de Dios
y que querían apagar la luz de la fe. Cuando estallaron las
luchas entre musulmanes, huyó del conflicto y jamás tomó
parte en él. Esta fue su posición en el conflicto surgido entre
ʿAlī y Muʿāwiya. El nombre de Abū Mūsā al-Ašʿarī es conocido
universalmente en relación con este conflicto y en particular
con su labor de árbitro.
Resumiendo, la posición de Abū Mūsā era la de alguien
‘neutral’. Veía cómo los musulmanes se mataban entre sí y
sentía que si la situación se prolongaba, el futuro de la Umma
musulmana se vería amenazado. Era necesario partir otra vez
de cero. Ambos contendientes, ʿAlī y Muʿāwiya, debían re-
nunciar a sus pretensiones y los musulmanes debían elegir a
quien quisieran que fuese su Califa.
Era cierto, por supuesto, que el Imām ʿAlī ocupaba legíti-
mamente el cargo de Califa y que cualquier revuelta ilegal en
realidad buscaba sólo desafiar y derrocar el orden legalmente
establecido. Pero las cosas habían llegado ya demasiado lejos.

346
ABŪ MŪSĀ AL-AŠʿARĪ

La disputa se había tornado tan sangrienta que no parecía


haber otro horizonte sino más derramamiento de sangre, y
en tales circunstancias un intento de solución parecía la úni-
ca forma de evitar más derramamiento de sangre y una con-
tinua guerra civil.
Cuando el Imām ʿAlī aceptó el principio de someter la
cuestión a arbitrio, quiso que ʿAbdullāh ibn ʿAbbās fuese su
representante. Sin embargo, un influyente sector de sus par-
tidarios insistieron en que fuese Abū Mūsā. Su argumento era
que Abū Mūsā se había mantenido al margen de la disputa
desde un principio. Se había distanciado de ambos grupos al
ver que no podía conseguir comprensión entre ellos y una
reconciliación que acabase con las luchas. Por eso -pensaban
ellos-, era la persona idónea para actuar de mediador.
El Imām ʿAlī no tenía razones para dudar de la fidelidad de
Abū Mūsā al Islam ni de su veracidad y sinceridad. Pero co-
nocía la astucia del otro lado y sabía que recurrirían a tretas y
traiciones. Sabía también que a pesar de su comprensión y
conocimiento, Abū Mūsā despreciaba el engaño y las conspi-
raciones y quería siempre relacionarse con la gente en base a
la confianza y la honestidad, no mediante la astucia. Por todo
ello, ʿAlī temía que Abū Mūsā fuese engañado por la otra par-
te y que la mediación acabara con la victoria del engaño so-
bre la honestidad, y la situación se volviera aún más peligro-
sa de lo que era.
La mediación comenzó, no obstante, y Abū Mūsā repre-
sentaba la posición de ʿAlī y ʿAmr ibn al-ʿĀṣ representaba la
de Muʿāwiya. Una posible versión de su conversación históri-
ca ha sido recogida en el libro “Al-Ajbar at-Tiwal” de Abū
Ḥanīfa ad-Daynawawi, como sigue:

Abū Mūsā: Oh ʿAmr, ¿qué opinas de esta sugerencia que


incluye el bien común de la Umma y la com-
placencia de Dios?
ʿAmr: ¿Cúal es?
Abū Mūsā: Que nombremos Califa a ʿAbdullāh ibn ʿUmar.
No ha intervenido en toda esta guerra.

347
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ʿAmr: ¿Qué piensas tú de que Muʿāwiya ocupe ese


puesto?
Abū Mūsā: No es conveniente que Muʿāwiya ocupe ese
cargo ni tampoco lo merece.
ʿAmr: ¿No sabes acaso que ʿUṯmān fue injustamente
asesinado?
Abū Mūsā: Desde luego que sí.
ʿAmr: Y conoces su posición [de gran honra] entre
los Quraiš, y sabes que Muʿāwiya es el walī de
la sangre de ʿUṯmān... Y Dios dice en el Corán:
‘Quien sea matado injustamente, hemos dado a su
heredero autoridad...’
(El versículo completo del Corán es: ‘Y no quitéis la vida –que
Dios ha declarado sagrada-, a ningún ser humano, excepto en [cum-
plimiento de la] justicia. Y si alguien fuera matado injustamente,
hemos dado potestad al defensor de sus derechos [para exigir la
justa retribución]; pero aún así, que no exceda los límites de la equi-
dad al matar [en retribución,] pues, ciertamente, cuenta con ayuda
[de Dios].’ Sura 17, versículo 33.)
Además, es hijo del hermano de Umm Ḥabība,
la esposa del Profeta -Dios le bendiga y le dé
paz-, y uno de sus compañeros.
Abū Mūsā: Sé consciente de Dios, oh ʿAmr... En cuanto a
lo que mencionas acerca de la posición de
Muʿāwiya, si el cargo de Califa se asumiera
por la posición, entonces quien más lo mere-
ce es “Abraha ibn Sabbah”. Es descendiente
de los reyes del Yemen, cuyos dominios se ex-
tienden hacia el este y el oeste. ¿Y cuál es la
posición de Muʿāwiya comparada con la de
ʿAlī ibn Abī Ṭālib?
En cuanto a tu afirmación de que Muʿāwiya es
el walī de ʿUṯmān, la persona que más derecho
tiene a esto es su hijo, ʿAmr ibn ʿUṯmān. Sin
embargo, si estás de acuerdo conmigo, pode-
mos volver al recuerdo de ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb
y nombrar a su piadoso hijo ʿAbdullāh.

348
ABŪ MŪSĀ AL-AŠʿARĪ

ʿAmr: ¿Por qué no nombras a mi hijo ʿAbdullāh –es


piadoso, recto, fue uno de los primeros en
realizar la hégira, y uno de los primeros com-
pañeros del Profeta?
Abū Mūsā: Tu hijo es un hombre honesto y veraz. Pero lo
has involucrado profundamente en estas gue-
rras. Venga, nombremos al Bueno, el hijo del
Bueno – ʿAbdullāh ibn ʿUmar.
ʿAmr: ¡Oh Abū Mūsā! La única persona capaz de
enderezar esta situación es un hombre con
dos muelas del juicio, que coma con una y con
la otra dé de comer (aludiendo a la astucia
política de Muʿāwiya).
Abū Mūsā: ¡Pobre de ti, oh ʿAmr! Los musulmanes conf-
ían en nosotros para resolver este asunto.
Han luchado con espadas y flechas. No vol-
vamos al estado de fitna.
ʿAmr: ¿Qué sugieres pues?
Abū Mūsā: Sugiero que prescindamos de los dos –ʿAlī y
Muʿāwiya. Luego reunamos una šūrā de mu-
sulmanes para que elijan entre ellos a quien
quieran.
ʿAmr: Estoy de acuerdo con esta sugerencia. Cier-
tamente, garantiza el bien común de la gente.

La anterior conversación muestra a Abū Mūsā como un


hombre íntegro e inteligente. Puso en evidencia la debilidad
de las pretensiones de Muʿāwiya para el puesto de Califa de
los musulmanes por razones de honor y posición, y también
como supuesto ‘heredero’ de ʿUṯmān.
Al sugerir que fuese nombrado califa ʿAbdullāh ibn ʿUmar,
Abū Mūsā demostró que no estaba dispuesto a alinearse rígi-
damente con el lado que representaba y que estaba dispuesto
a considerar a otro compañero del Profeta s como alternati-
va, siempre en defensa del bien de la comunidad de musul-
manes.

349
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ʿAmr finalmente estuvo de acuerdo con la sugerencia de


Abū Mūsā de que se creara una šūrā y los musulmanes deci-
dieran entonces a quien querían como Califa. No se le pasó
por la cabeza a Abū Mūsā que ʿAmr no respetase el acuerdo al
que habían llegado y que recurriese al engaño.
Antes de que el acuerdo fuera anunciado en público, Ibn
ʿAbbās advirtió a Abū Mūsā diciendo:
“Temo, por Dios, que ʿAmr vaya a engañarte. Si habéis
acordado algo juntos, deja que sea él quien lo anuncie prime-
ro...”
Abū Mūsā, dada la gravedad de la situación, creía que
ʿAmr honraría su acuerdo. Al día siguiente, Abū Mūsā y ʿAmr
se presentaron ante la asamblea de musulmanes. Se dice que
Abū Mūsā invitó a ʿAmr a hablar primero, pero éste rehusó
diciendo:
“No me adelantaré a ti pues gozas de mayor estima que
yo: realizaste la hégira antes que yo y eres mayor que yo.”
Entonces, Abū Mūsā se levantó y habló:
“¡Oh gente! Hemos reflexionado sobre la mejor forma de
que Dios unifique a la Umma por el bien de la comunidad.
Nos ha parecido que la mejor solución a este respecto es que
los dos –ʿAlī y Muʿāwiya- renuncien al cargo de Califa y que se
constituya una šūrā para que la gente elija por sí misma a
quien quieren como Califa.
“Estoy de acuerdo en que ʿAlī y Muʿāwiya se retiren.”
“Ahora os toca a vosotros resolver la situación y elegir
como Califa y quien queráis.”
Le llegó entonces el turno a ʿAmr para hacer el mismo
anuncio. Se levantó y habló a los reunidos:
“¡Oh gente! Abū Mūsā ha dicho lo que habéis oído. Ha
abandonado a su amigo (ʿAlī). Como él, yo también abandono
a su amigo (ʿAlī) y confirmo a mi amigo Muʿāwiya (como Cali-
fa), por ser el heredero del Amīr al-muʾminīn, ʿUṯmān, y el
más merecedor de este cargo.”
Abū Mūsā quedó estupefacto al oír aquello. No podía ima-
ginar que ʿAmr cometería semejante traición, aunque había
sido advertido de ello. Lleno de rabia y asco, arremetió contra

350
ABŪ MŪSĀ AL-AŠʿARĪ

ʿAmr por su engaño y por destruir las oportunidades de paz y


reconciliación entre los musulmanes. ʿAmr había convertido
el proceso de mediación en una farsa.
Abū Mūsā siguió mostrándose neutral en el conflicto que
fue resuelto por ʿAlī haciendo un pacto con Muʿāwiya por el
que daba a éste la responsabilidad del gobierno de Siria y
Egipto.
Abū Mūsā por su parte se fue a Meca y pasó el resto de su
vida cerca de la Mezquita Sagrada. Durante toda su vida se
mantuvo fiel al noble Profeta y a sus rectos sucesores. Duran-
te la vida del Profeta s, éste le había nombrado a él y a
Muʿāḏ ibn Ŷabal como gobernadores de Kūfa.

ABŪ MŪSĀ era especialmente devoto del Corán, que leía cons-
tantemente, memorizándolo, meditando sobre él y poniéndo-
lo en práctica. Su consejo sobre el Corán está lleno de sabi-
duría:
“Seguid el Corán,” dijo, “y no deseéis que el Corán os siga
a vosotros.”
En la ʿibāda, dio muestras de gran fortaleza y resistencia.
En días en que el calor era muy intenso y casi insoportable,
Abū Mūsā solía ayunar y decía:
“Quizá la sed en el calor del mediodía sea frescura para
nosotros en el Día del Qiyāma.”

CUANDO llegaba al fin de sus días, las palabras que repetía


continuamente eran las palabras que solía repetir durante
toda su vida de creyente:
“O Señor, Tú eres la Fuente de Paz.
Y de Ti viene la Paz...”

351
54. SAʿD IBN ABĪ WAQQĀ
AQQĀṢ

ESTAMOS AHORA en una pequeña ciudad en un valle estrecho.


No hay vegetación, ni ganado, ni huertos, ni ríos. Un desierto
tras otro separan la ciudad del resto del mundo. Durante el
día el calor del sol es insoportable y las noches son tranquilas
y serenas. Las tribus acuden aquí como los animales de la
sabana acuden a un abrevadero. Ningún gobierno controla el
lugar. No hay religión que guíe a la gente excepto una que
fomenta la adoración de ídolos de piedra. No existe otro co-
nocimiento que el del sacerdocio del templo pagano y el
amor por la poesía elegante. Este lugar es Meca y estos son
los árabes.
En esta ciudad vive un joven que no ha cumplido aún
veinte años. Es de corta estatura y constitución atlética y
tiene una cabellera muy espesa. La gente suele compararle a
un león. Procede de una familia rica y noble. Está muy apega-
do a sus padres y en especial profesa un gran afecto a su ma-
dre. Pasa mucho tiempo haciendo y reparando arcos y flechas
y practicando el tiro con arco, como si se estuviera preparan-
do para una gran competición. La gente le tiene por un joven
serio e inteligente. No obtiene satisfacción alguna en la reli-
gión y en la forma de vida de su pueblo, con sus creencias
degeneradas y sus desagradables costumbres. Su nombre es
Saʿd ibn Abī Waqqāṣ.
Una mañana, en este momento de su vida, el entusiasta
Abū Bakr se acercó a él y le habló con suavidad. La explicó
que Muḥammad ibn ʿAbdullāh, el hijo de su difunta prima
Āmina bint Wahb, había recibido Revelaciones y había sido
enviado con la religión de la guía y la verdad. Abū Bakr le
llevó luego a ver a Muḥammad s en uno de los valles de Me-
ca. Era por la tarde y el Profeta acababa de rezar la oración de
SAʿD IBN ABĪ WAQQĀṢ

ʿaṣr. Saʿd se sentía entusiasmado y respondió enseguida a la


invitación a la verdad y a la religión del Dios Uno. El haber
sido uno de los primeros conversos al Islam fue algo que
siempre le complació mucho.
El Profeta -la paz sea con él-, también se sintió muy com-
placido cuando Saʿd se hizo musulmán. Veía en él señales de
excelencia. El hecho de ser muy joven prometía grandes co-
sas para el futuro. Era como si esta rutilante luna nueva fuera
a convertirse pronto en una resplandeciente luna llena.
Quizá otros jóvenes de Meca siguieran su ejemplo, y también
algunos de sus parientes. Porque Saʿd ibn Abī Waqqāṣ era en
realidad tío materno del Profeta s, ya que pertenecía a los
Bani Zuhra, el clan de Āmina bint Wahb, la madre del Profeta
-la paz sea con él. Por esta razón, era llamado a veces ‘Saʿd de
Zuhra’, para distinguirle de varios otros cuyo primer nombre
era también Saʿd.
Se cuenta que el Profeta también estaba complacido de su
relación de parentesco con Saʿd. Una vez que estaba sentado
con sus compañeros, vio acercarse a Saʿd y les dijo:
“¡Este es mi tío materno. Dejad que un hombre vea a su tío
materno!”
Pero mientras que el Profeta estaba encantado con la con-
versión de Saʿd al Islam, otros –entre los que estaba espe-
cialmente su madre-, no se sentían así. Saʿd nos cuenta:
“Cuando mi madre se enteró de mi conversión, montó en
cólera. Se plantó delante de mí y me dijo:
‘¡Oh Saʿd! ¿Qué es esta religión a la que te has convertido,
abandonando la religión de tu padre y tu madre...? Por Dios,
que si no dejas tu nueva religión, dejaré de comer y de beber
hasta que me muera. Tu corazón se romperá de pesar por mí
y el remordimiento te consumirá por lo que has provocado, y
la gente te lo reprochará toda tu vida.’
‘No haga [semejante cosa], madre,’ –le dije, ‘porque no
pienso dejar mi religión por nada.’
No obstante, ella cumplió su amenaza... Durante días es-
tuvo sin comer ni beber. Se quedó muy delgada y débil. A
cada rato, yo iba a verla para preguntarle si quería que le

353
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

trajese algo de comer o de beber, pero ella se negaba siempre


e insistía en que no comería ni bebería hasta morir o hasta
que yo abandonase mi religión. Entonces le dije:
‘¡Yā umma! A pesar de mi gran amor por ti, mi amor por
Dios y Su Enviado s es en verdad mayor. Por Dios, si tuvieras
mil almas y una tras otra fueran partiendo, jamás abandonar-
ía mi religión por nada.’
Cuando vio que yo estaba totalmente decidido, cedió a re-
gañadientes y volvió a comer y beber.”
Con relación al episodio de Saʿd con su madre, y el intento
de ésta de forzarle a apostatar de su fe, se revelaron las pala-
bras del Corán:
‘Y hemos ordenado al hombre el trato bondadoso a sus padres:
su madre le llevó, soportando fatiga tras fatiga, y dos años duró su
completa dependencia de ella: [así pues, oh hombre,] sé agradecido
conmigo y con tus padres, [y recuerda que] a Mí es el retorno.
‘Pero si se empeñan en hacer que atribuyas divinidad, junto
conmigo, a algo que tu mente no puede aceptar [como divino], no les
obedezcas; pero [aun así] acompáñales amablemente en esta vida, y
sigue el camino de los que se vuelven a Mí. Al final, a Mí habréis de
retornar todos; y entonces Yo os haré entender [realmente] todo lo
que hacíais [en vida].’ (Corán, 31:14-15)
En aquellos primeros días del Islam, los musulmanes eran
cuidadosos de no irritar la sensibilidad de los Quraiš. A me-
nudo se desplazaban en grupos a los valles de los alrededores
de Meca, para poder rezar juntos sin ser vistos. Pero un día,
un grupo de idólatras les sorprendieron mientras estaban
rezando y les interrumpieron groseramente y les ridiculiza-
ron. Los musulmanes sentían que no podían soportar aque-
llas afrentas pasivamente, y se enzarzaron a golpes con los
idólatras. Saʿd ibn Abī Waqqāṣ golpeó a uno de los incrédulos
en la mandíbula con una quijada de camello y le hirió. Esta
fue la primera sangre derramada en el conflicto entre el Is-
lam y kufr –un conflicto que más tarde se agudizaría y pondr-
ía a prueba la paciencia y la valentía de los musulmanes.

354
SAʿD IBN ABĪ WAQQĀṢ

Después de este incidente, el Profeta s ordenó a sus com-


pañeros que se mostraran pacientes y tolerantes pues esa era
la orden de Dios:
‘Y soporta con paciencia lo que digan [contra ti] y aléjate de ellos
con un alejamiento discreto. Y déjame con los que desmienten la
verdad –ésos que gozan de las bendiciones de la vida [sin pensar en
Dios]-, y déjales hacer por un breve tiempo.’ (Corán, 73:10)
Más de una década después, cuando se dio permiso a los
musulmanes para combatir, Saʿd ibn Abī Waqqāṣ desempe-
ñaría un papel destacado en muchos de los enfrentamientos
que tuvieron lugar tanto en vida del Profeta s como des-
pués. Luchó en Badr, junto con su hermano menor ʿUmair,
que lloró para que le dejasen marchar con el ejército mu-
sulmán, aunque sólo contaba entonces doce o trece años. Saʿd
regresó solo a Medina porque ʿUmair fue uno de los catorce
mártires musulmanes que cayeron en la batalla.
En la batalla de Uḥud, Saʿd fue escogido especialmente por
ser uno de los mejores arqueros junto con Zayd, Sāʿib, el hijo
de ʿUṯmān ibn Maz’un, y otros. Saʿd fue uno de los que luchó
esforzadamente por defender al Profeta s, después de que
algunos musulmanes desertaran de sus posiciones. Para ani-
marle, el Profeta -la paz sea con él-, le decía:
“Irmi Saʿd... Fidāʾaka Abī wa Ummī – ¡Dispara, Saʿd... Que mi
madre y mi padre sean tu rescate!”
De este incidente, ʿAlī ibn Abī Ṭālib dijo que no había es-
cuchado que el Profeta -la paz sea con él-, hubiese ofrecido
semejante rescate a nadie excepto a Saʿd. Saʿd es también
conocido como el primer compañero que disparó una flecha
en defensa del Islam. Y el Profeta rezó por él en una ocasión,
diciendo:
“Oh Señor, dirige sus flechas y acepta sus plegarias.”
Saʿd era uno de los compañeros del Profeta s que fueron
bendecidos con abundantes riquezas. Igual que era conocido
por su valentía, se le conocía también por su generosidad.
Durante la Peregrinación de la Despedida con el Profeta, cayó
enfermo. El Profeta vino a visitarle y Saʿd dijo:

355
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Oh Enviado de Dios. Poseo riquezas y sólo tengo una hija


como heredera. ¿Debería dar dos tercios de mi riqueza como
ṣadaqa?”
“No,” repuso el Profeta.
“Entonces, [¿puedo dar] la mitad? –preguntó Saʿd, y el
Profeta de nuevo dijo ‘no’.
“Entonces, [¿puedo dar] un tercio?” –pregunto Saʿd.
“Sí,” –dijo el Profeta s. “Un tercio es suficiente. En ver-
dad, dejar a tus herederos en una posición holgada es mejor
que dejarlos en mala situación y que tengan que pedir a
otros. Si gastas algo buscando con ello la complacencia de
Dios, serás recompensado por ello, aunque sea sólo un poco
de comida que pongas en la boca de tu esposa.”
Saʿd dejó pronto de ser padre de un solo hijo y fue bende-
cido después con muchos hijos.

SAʿD ES FAMOSO principalmente como general del poderoso


ejército musulmán que ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb envió a luchar
contra los persas en Qādisīya. ʿUmar quería ni más ni menos
que acabar con la supremacía del poderío Sasánida que había
dominado aquella región durante siglos.
Pero enfrentarse a las tropas persas, muy numerosas y
bien pertrechadas, era una tarea ingente. Había que movili-
zar el ejército más poderoso posible. ʿUmar envió emisarios a
los gobernadores de los territorios que formaban el Estado
Islámico para que reclutasen a todos los hombres hábiles que
tuviesen armas y monturas, o que poseyesen talentos de ora-
toria u otras habilidades para ponerlas al servicio de la causa
de Dios.
Grupos de muŷāhidūn convergieron en Medina desde to-
dos los lugares del territorio en poder de los musulmanes.
Cuando estuvieron todos reunidos, ʿUmar consultó con los
jefes de los musulmanes sobre el nombramiento de un co-
mandante supremo de este poderoso ejército. ʿUmar pensó
en dirigirlo él mismo, pero ʿAlī le indicó que los musulmanes
le necesitaban demasiado y que no debía poner su vida en

356
SAʿD IBN ABĪ WAQQĀṢ

peligro. Saʿd fue entonces elegido jefe y ʿAbdur-Raḥmān ibn


ʿAuf, uno de los Ṣaḥāba más veteranos, dijo:
“¡Has elegido bien! ¿Quién mejor que Saʿd?”
ʿUmar se presentó delante del ejército y les dio la despe-
dida. Al comandante-en-jefe le dijo:
“¡Oh Saʿd! No dejes que ninguna consideración de que eres
tío del Enviado de Dios, o de que eres compañero del Enviado
de Dios te distraigan de Dios. Dios Todopoderoso no elimina
el mal con mal, sino que suprime el mal con bien.
“¡Oh Saʿd! No existe conexión entre Dios y alguien excepto
en la obediencia a Él. Ante Dios, todos los hombres, nobles o
gente común, son iguales. Dios es su Señor y ellos son Sus
siervos que buscan elevarse mediante la taqwā, y buscan ob-
tener lo que hay junto a Dios con la obediencia. Considera
cómo solía actuar el Enviado de Dios s con los musulmanes y
actúa en consecuencia...”
ʿUmar estaba dejando claro que el ejército no iba a con-
quistar por conquistar, y que la expedición no era para bus-
car gloria y fama.
El ejército de tres mil combatientes partió. Entre ellos
iban noventa y nueve veteranos de Badr, más de trescientos
de los que juraron fidelidad en el Juramento de Riḍwān (Com-
placencia de Dios) en Ḥudaibīya, y trescientos de los que hab-
ían participado en la conquista de Meca con el noble Profeta
s. Había setecientos hijos de Compañeros. Miles de mujeres
fueron también como ayudantes y enfermeras y para animar
a los hombres en la batalla.
El ejército acampó en Qādisīya, cerca de Ḥīra. Contra ellos,
los persas habían movilizado un ejército de 120.000 hombres
bajo el mando de Rustum, el más brillante general persa.
ʿUmar había ordenado a Saʿd que le enviase frecuente-
mente mensajeros para informarle del estado de las tropas
musulmanas y sus movimientos, y del despliegue de las fuer-
zas enemigas. Saʿd describió a ʿUmar la impresión de aquel
ejército nunca visto que había sido movilizado por los persas,
y ʿUmar le escribió:

357
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“No te preocupes por lo que oigas acerca de esos [efecti-


vos, pertrechos y métodos] que van a utilizar contra ti. Busca
la ayuda de Dios y pon tu confianza en Él, y envía a gente de
perspicacia, conocimiento y firmeza a entrevistarse con él
[Yazdagird] y llamarle a Dios... Y escríbeme todos los días.”
Saʿd comprendía perfectamente la gravedad de la batalla
que se avecinaba y se mantuvo en contacto continuo con el
alto mando en Medina. Aunque era el comandante-en-jefe,
conocía bien la importancia de la šūrā.
Saʿd hizo lo que ʿUmar le decía y envió delegaciones de
musulmanes, primero a Yazdagird y luego a Rustum, in-
vitándoles a aceptar el Islam, o pagar el ŷizya que garantizase
su protección y una existencia pacífica, o escoger la guerra si
así lo deseaban.
La primera delegación musulmana, en la que iba Nuʿmān
ibn Muqarrin, fue ridiculizada por el emperador persa, Yaz-
dagird. Saʿd envió otra delegación a Rustum, el comandante
del ejército persa. Esta iba presidida por Rubʿiy ibn ʿĀmir
quien, lanza en mano, fue directamente al campamento de
Rustum. Rustum le dijo:
“¡Rubʿiy! ¿Qué quieres de nosotros? Si quieres riqueza te la
daremos. Te daremos alimentos hasta que quedes saciado. Te
daremos ropas. Haremos de ti un hombre rico y feliz. ¡Mira,
Rubʿiy! ¿Qué es lo que ves en esta asamblea mía? Sin duda ves
signos de riqueza y de lujo –estas bellas alfombras, excelentes
cortinajes, paredes con tapices bordados en oro... ¿Deseas
que te demos algunas de estas riquezas que poseemos?”
Rustum quería impresionar a este musulmán y apartarle
con engaño de su propósito mediante este despliegue de opu-
lencia y grandeza. Rubʿiy miraba y escuchaba con indiferen-
cia y luego dijo:
“¡Escucha, oh general! Ciertamente, Dios nos ha escogido
para que a través de nosotros aquellos de Sus criaturas que Él
quiera sean apartados de la idolatría y guiados al Tauḥīd (la
afirmación de la unidad de Dios), para sacarles de los estre-
chos límites de la preocupación con este mundo y mostrarles

358
SAʿD IBN ABĪ WAQQĀṢ

Sus ilimitados dominios, y llevarles de la tiranía de los go-


bernantes a la justicia del Islam.
“Quien tome lo que venimos a ofrecerle, a ése le daremos
la bienvenida. Pero quien combata contra nosotros, combati-
remos contra él hasta que se cumpla la promesa de Dios.”
“¿Y cuál es la promesa que Dios os ha hecho?” –preguntó
Rustum.
“El Paraíso para nuestros mártires y la victoria para los
que vivan.”
Por supuesto, Rustum no estaba dispuesto a escuchar se-
mejantes discursos de una persona aparentemente insignifi-
cante, cuyos paisanos eran considerados por los persas como
bárbaros e incivilizados, y les habían conquistado y sometido
durante siglos.
La delegación de musulmanes regresó a informar a su co-
mandante-en-jefe. Estaba claro que la guerra era inevitable.
Los ojos de Saʿd se llenaron de lágrimas. Deseaba que la bata-
lla pudiera retrasarse un poco o que hubiera tenido lugar
unos días antes, porque ese día en particular se sentía seria-
mente enfermo y apenas se podía mover. Sufría un ataque de
ciática y el dolor ni siquiera le dejaba estar sentado.
Saʿd sabía que esta iba a ser una batalla dura, encarnizada
y sangrienta, y por un momento pensó, ¡si tan sólo... pero no!
El Enviado de Dios s había enseñado a los musulmanes a no
decir “Si tan sólo...,” pues decirlo suponía falta de voluntad y
determinación; y desear que una situación fuera distinta no
era un pensamiento digno de un buen creyente.
Así pues, a pesar de su enfermedad, Saʿd se levantó y se
colocó delante de su ejército y les habló. Empezó su discurso
con un versículo del sagrado Corán:
‘Y, ciertamente, después de haber exhortado [al hombre], deja-
mos escrito en todos los libros de sabiduría divina que Mis siervos
justos heredarán la tierra.’ (Corán, 21:105)
Acabada su arenga, Saʿd hizo la oración de ḏuhr con el
ejército. Poniéndose de nuevo delante del ejército, lanzó el
grito de guerra de los musulmanes “Allāhu Akbar” cuatro ve-

359
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ces y ordenó a los combatientes que atacasen, con las pala-


bras:
“Hayya ʿala barakatil·lāh” –¡Adelante, con la bendición de
Dios!
De pie, delante de su tienda, Saʿd animaba a sus soldados y
les animaba a atacar con gritos de Allāhu Akbar (Dios es el más
grande) y Lā ḥaula wa lā quwwata il·lā bil·lāh (no hay fuerza ni
poder sino en Dios). La batalla se prolongó durante cuatro
días. Los musulmanes dieron grandes muestras de valentía y
habilidad. Sin embargo, el regimiento de elefantes de los per-
sas causaba serios destrozos en las filas de los musulmanes.
La feroz batalla sólo pudo resolverse cuando varios conocidos
guerreros musulmanes lanzaron un ataque contra el puesto
de mando del general persa. Se levantó entonces un viento
muy fuerte que arrastró la tienda de campaña de Rustum
hasta el río. Cuando intentaba escapar, fue identificado y
matado. La confusión más absoluta se apoderó entonces de
las filas de los persas, que huyeron despavoridos.
La ferocidad de la batalla puede apreciarse por el hecho de
que en cuatro días de combates unas treinta mil personas
murieron en ambos lados. En un solo día, dos mil musulma-
nes y unos diez mil persas perdieron la vida.
La batalla de Qādisīya fue una de las batallas decisivas pa-
ra el curso de la historia. En ella se selló el destino del impe-
rio Sasánida, igual que en la batalla de Yarmūk se había sella-
do el destino del imperio Bizantino en el este.
Dos años después de Qādisīya, Saʿd conquistó asimismo la
capital Sasánida. Para entonces ya había recobrado la salud.
La toma de Tesifonte fue posible gracias a un brillante cruce
del río Tigris mientras sus aguas estaban desbordadas. Saʿd
ha entrado así en los anales de la historia como el héroe de
Qādisīya y el conquistador de Tesifonte.
Vivió hasta alcanzar la edad de ochenta años. Se vio agra-
ciado con gran autoridad y riqueza, pero cuando sintió cer-
cana su muerte, en el año 54 de la hégira, le pidió a su hijo
que abriera una caja en la que guardaba una ŷubba de lana
basta y le dijo:

360
SAʿD IBN ABĪ WAQQĀṢ

“Amortájame con esto. Con esta [ŷubba] iba vestido cuan-


do me enfrenté a los mušrikūn el día de Badr y con ella quiero
presentarme ante Dios Todopoderoso.”

361
55. AN-NUʿAIMAN
AIMAN IBN ʿAMR

A PESAR DE HABER combatido en las batallas de Badr, Uḥud,


Jandaq y otras importantes campañas militares, an-Nuʿaiman
siguió siendo una persona sencilla y amigable, de respuestas
ingeniosas y al que gustaba gastar bromas a otros.
Pertenecía a la tribu de Banū an-Naŷŷār, de Medina, y fue
uno de los primeros conversos de la ciudad. Estaba entre los
que juraron fidelidad al Profeta en el Segundo Juramento de
ʿAqaba. Se vinculó a los Quraiš al casarse con la hermana de
ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf, y más tarde con Umm Kulṯūm, la
hija de ʿUqba ibn Muʿait, la cual había conseguido el divorcio
de su marido, az-Zubair ibn al-ʿAwwām, por su trato duro y
severo.
Desgraciadamente, durante un tiempo an-Nuʿaiman cayó
en la adicción al alcohol. Fue sorprendido bebiendo y el Pro-
feta s ordenó que fuese azotado. De nuevo le cogieron be-
biendo y ordenó que le azotasen por segunda vez. Como no
abandonaba la bebida, el Profeta ordenó que fuese azotado
más severamente. Como nada de esto conseguía que dejase
de beber, el Profeta dijo finalmente: “Si vuelve [a la bebida],
matadle.”
Esta era una sentencia muy seria y ʿUmair, uno de los
compañeros del Profeta s, pensó que si an-Nuʿaiman volvía
a beber alcohol quedaría fuera de los límites del Islam y me-
recería morir. ʿUmair dio rienda suelta a su ira y enfado, di-
ciendo:
“Laʿnat Allāh ʿalaihi - ¡la maldición de Dios caiga sobre él!”
El Profeta s oyó la imprecación de ʿUmair y dijo:
“¡No, no! No digas [semejante cosa]. En verdad, él ama a
Dios y a Su Enviado. Un pecado grave [como este] no pone al
AN-NUʿAIMAN IBN ʿAMR

culpable fuera de la comunidad, y la misericordia de Dios está


siempre cerca de los creyentes.”
A pesar de su seria advertencia, el Profeta s tenía aún
esperanzas de que an-Nuʿaiman se reformara, especialmente
por sus sacrificios pasados como combatiente en Badr. Como
no era alguien que ocultase sus actos, le resultaba más fácil
reconocer sus faltas, arrepentirse y pedir perdón a Dios. Una
vez que hizo esto se ganó el favor del Profeta s y de sus
compañeros que disfrutaban de sus bromas y de su risa con-
tagiosa.
Una vez an-Nuʿaiman fue al mercado y vio algo que le pa-
reció muy sabroso y apetecible. Pidió algo de ello y se lo en-
vió al Profeta s, como si se tratara de un regalo para él. El
Profeta se sintió encantado con aquella comida y tanto él
como su familia comieron de ello. El tendero acudió a cobrar
a an-Nuʿaiman, y éste le dijo:
“Ve al Enviado de Dios s –era para él. Él y su familia se lo
han comido.”
El tendero fue a ver al Profeta s, y éste a su vez preguntó
a an-Nuʿaiman:
“¿No me lo regalaste?”
“Sí,” –dijo an-Nuʿaiman. “¡Pensé que te gustaría y quise
que lo disfrutaras, por eso te lo envié. Pero no tengo ni un
dirham para pagar al tendero. Así que págale tú, oh Enviado
de Dios!”
El Profeta s lo encontró muy divertido y también les pa-
reció así a sus compañeros. La broma fue a su costa, literal-
mente, pues tuvo que pagar el precio de aquel regalo sorpre-
sa. An-Nuʿaiman creía que este incidente había producido dos
beneficios: el Profeta y su familia habían comido una comida
de la que habían disfrutado y los musulmanes habían pasado
un buen rato.

UNA VEZ, Abū Bakr y algunos compañeros fueron en viaje de


negocios a Busra. Los diversos miembros de la expedición
tenían asignadas tareas fijas. Suwaibit ibn Ḥarmala era el
encargado de la comida y las provisiones. An-Nuʿaiman for-

363
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

maba parte de su grupo y por el camino sintió hambre y le


pidió algo de comer a Suwaibit. Suwaibit se negó a darle y an-
Nuʿaiman le dijo:
“¿No te imaginas lo que voy a hacer contigo?” –y siguió
amenazando y advirtiendo a Suwaibit, pero éste siguió ne-
gándose a darle comida.
An-Nuʿaiman fue entonces al zoco y encontró a un grupo
de beduinos y les dijo:
“¿Compraríais un esclavo fuerte y resistente que tengo
para vender.”
Ellos dijeron que sí y an-Nuʿaiman siguió diciéndoles:
“Es muy locuaz y descarado. Se enfrentará a vosotros y os
dirá: ‘Soy libre’ -pero no le hagáis caso.”
Los hombres pagaron el precio del esclavo –diez qalāʾis
(piezas de oro) y an-Nuʿaiman lo cogió y dio por concluida la
operación con la eficiencia de un mercader profesional. Los
compradores le acompañaron dispuestos a recoger su com-
pra. Señalando a Suwaibit, les dijo:
“Este es el esclavo que habéis comprado.”
Los hombres cogieron a Suwaibit mientras éste gritaba
queriendo escapar:
“Soy libre. Soy Suwaibit ibn Ḥarmala...”
Pero ellos no le prestaron atención y le arrastraron del
cuello como harían con cualquier otro esclavo.
An-Nuʿaiman permaneció serio todo el rato, sin parpade-
ar. Se mantuvo completamente tranquilo mientras Suwaibit
seguía protestando airadamente. Los compañeros de viaje de
Suwaibit, viendo lo que pasaba, fueron rápidamente a decír-
selo a Abū Bakr que era el jefe de la caravana, y éste acudió lo
más rápido que pudo. Explicó entonces a los compradores lo
que había pasado, y estos liberaron a Suwaibit y recuperaron
su dinero. Abū Bakr entonces no pudo contenerse y rompió a
reír y con él rieron Suwaibit y an-Nuʿaiman. De regreso a Me-
dina, cuando fue relatado este episodio al Profeta s y a sus
compañeros, todos se rieron aún más.

364
AN-NUʿAIMAN IBN ʿAMR

UN HOMBRE vino en una ocasión a ver al Profeta s con una


delegación y ató su camello junto a la puerta de la Mezquita.
Los Ṣaḥāba vieron que tenía una gran joroba de grasa y se
despertó su apetito por comer carne suculenta y sabrosa. Se
volvieron a an-Nuʿaiman y le preguntaron:
“¿Podrías hacer algo con este camello?”
An-Nuʿaiman comprendió lo que querían decir. Se levantó
y sacrificó al animal.
Más tarde, el beduino salió y al ver a la gente asando carne
y participando en un festín comprendió lo que había ocurri-
do. En su angustia se puso a gritar:
“¡Wā ʿaqrā! ¡Wā nāqata! - (¡Oh, mi camella!)”
El Profeta s escuchó el gran escándalo y salió de la Mez-
quita. Los Ṣaḥāba le contaron lo que había ocurrido y él se
puso a buscar a an-Nuʿaiman pero no pudo encontrarle. Te-
meroso de las consecuencias y del castigo, an-Nuʿaiman había
huido. El Profeta fue siguiendo sus huellas. Estas le conduje-
ron a un huerto que pertenecía a Ḍubāʿa, la hija de az-Zubair,
uno de los primos del Profeta. Preguntó a los compañeros si
sabían dónde estaba an-Nuʿaiman, y ellos, señalando a una
zanja cercana, dijeron en voz alta para no alarmar a an-
Nuʿaiman:
“No le hemos encontrado, oh Enviado de Dios s.”
An-Nuʿaiman fue hallado en la zanja cubierto con ramas y
hojas de palmera, y cuando salió tenía la cabeza, la barba y la
cara llenas de polvo y suciedad. El Profeta s lo tomó de la
cabeza y le limpió el polvo de la cara mientras no paraba de
reír. Los compañeros se unieron a su regocijo. El Profeta pagó
el precio del camello a su dueño y todos se unieron a la fiesta.
El Profeta s evidentemente consideraba las bromas de
an-Nuʿaiman como lo que eran –humoradas graciosas cuyo
propósito era producir alivio y risa. La religión del Islam no
exige a la gente que desdeñe el humor y el desenfado y se
mantenga siempre seria. Un sentido del humor apropiado es
a menudo una gracia salvadora.

365
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

An-Nuʿaiman sobrevivió al Profeta s y siguió disfrutando


del afecto de los musulmanes. Pero, ¿abandonó sus bromas y
humoradas?
Durante el califato de ʿUṯmān, un grupo de Ṣaḥāba se en-
contraban sentados en la Mezquita. También se encontraba
Majrama ibn Naufal, un anciano de unos ciento quince años
de edad, naturalmente frágil y senil. Era pariente de la her-
mana de ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf, que era esposa de an-
Nuʿaiman.
Majrama era ciego. Estaba tan débil que apenas podía mo-
verse de su lugar en la Mezquita. Se levantó para orinar y lo
habría hecho en la Mezquita si no fuera porque los compañe-
ros le vieron y gritaron que no lo hiciera. An-Nuʿaiman se
levantó y le llevó a otro lugar, como le habían instruido.
¿Cuál fue ese lugar al que an-Nuʿaiman le condujo? En reali-
dad le llevó sólo a poca distancia del lugar donde estaba sen-
tado en un principio y le dejó allí.
¡El lugar estaba aún dentro de la Mezquita!
La gente gritó a Majrama y le hicieron levantarse de nue-
vo a toda prisa. El pobre anciano estaba enfadado y preguntó:
“¿Quién me trajo ahí?”
“An-Nuʿaiman ibn ʿAmr,” le dijeron.
El anciano juró que cuando encontrase a an-Nuʿaiman le
daría un bastonazo en la cabeza.
An-Nuʿaiman se fue y regresó. Estaba planeando una de
sus bromas. Vio a ʿUṯmān ibn ʿAffān, el Amīr al-muʾminīn,
que estaba haciendo la oración en la Mezquita. ʿUṯmān no
dejaba que nada le distrajera cuando hacía la oración. An-
Nuʿaiman vio también a Majrama y se dirigiéndose a él le
dijo, alterando su voz para no ser reconocido:
“¿Quieres darle un escarmiento a an-Nuʿaiman?”
El anciano recordó lo que an-Nuʿaiman había hecho y
también su juramento, y gritó:
“¡Sí! ¿Dónde se encuentra?”
An-Nuʿaiman le cogió de la mano y le condujo hasta el lu-
gar en el que el Califa ʿUṯmān se encontraba y le dijo:
“¡Aquí está!”

366
AN-NUʿAIMAN IBN ʿAMR

El anciano levantó su bastón y lo dejó caer sobre la cabeza


de ʿUṯmān. La herida empezó a sangrar y la gente gritó:
“¡Es el Amīr al-muʾminīn!”
Sacaron entonces a Majrama de allí y algunos salieron en
busca de an-Nuʿaiman pero ʿUṯmān los retuvo y les dijo que le
dejasen en paz. A pesar de los golpes recibidos, todavía era
capaz de reír con las chanzas de an-Nuʿaiman.
An-Nuʿaiman vivió hasta el tiempo de Muʿāwiya, cuando la
fitna le sumió en la tristeza y la discordia le llenó de angustia.
Perdió entonces su ánimo alegre y dejó de reír.

367
56. ŶULAIBIB
SU NOMBRE era poco común, además de incompleto. Ŷulaibib
significa ‘pequeña chilaba’, ya que es el diminutivo de ‘ŷal-
bab’. Este nombre indica que Ŷulaibib era pequeño y bajo,
quizá enano. Además se le describe como ‘damīm’ que quiere
decir feo, deforme, o de aspecto repulsivo.
Y lo que era aún más embarazoso, dada la sociedad en que
vivía, el linaje de Ŷulaibib era desconocido. No existe testi-
monio de quién fue su madre o su padre, ni a qué tribu per-
tenecía. Esto era un grave impedimento en la sociedad en que
vivía. Ŷulaibib no podía esperar compasión o ayuda, ni
ningún tipo de protección o apoyo de una sociedad que daba
gran importancia a los vínculos familiares y tribales. Acerca
de esto, lo único que se sabía de él es que era árabe y que, por
lo que respecta a la nueva comunidad del Islam, era uno de
los Anṣār. Quizá perteneciera a una de las tribus de la perife-
ria de Medina y se había venido a la ciudad, o podría provenir
de los propios Anṣār de la ciudad.
Los impedimentos con los que Ŷulaibib tenía que vivir
hubieran bastado para que fuese ridiculizado y proscrito de
cualquier sociedad y de hecho una persona, un tal Abū Bar-
zaḥ de la tribu Aslam, le prohibió la entrada en su casa. En
una ocasión le dijo a su mujer:
“No dejéis que entre Ŷulaibib. Si lo hace, ciertamente haré
[con él un escarmiento].” Probablemente porque entre los
hombres era objeto de burlas e injurias, Ŷulaibib solía refu-
giarse en la compañía de mujeres.
¿Podía concebirse alguna esperanza de que Ŷulaibib fuera
tratado con respeto y consideración? ¿Podía concebir alguna
esperanza de encontrar satisfacción emocional como persona
y como hombre? ¿Podía concebir esperanzas de llegar a dis-
ŶULAIBIB

frutar de las relaciones que otros consideraban normales? Y


en la nueva sociedad que emergía bajo la guía del Profeta s,
¿era él alguien tan insignificante como para ser ignorado
entre las preocupaciones por los graves asuntos del estado y
en las cuestiones supremas de la vida y la supervivencia que
demandaban constantemente la atención del Profeta?
Así como era consciente de las grandes cuestiones de la
vida y el destino, el Profeta de la Misericordia era también
consciente de las necesidades y los sentimientos de sus com-
pañeros más humildes. Pensando en Ŷulaibib, el Profeta s
fue a ver a uno de los Anṣār y le dijo:
“Quiero desposar a tu hija.”
“¡Qué maravilloso y bendecido, oh Enviado de Dios, y qué
alegría para los ojos [sería eso]!” -respondió el Anṣār, real-
mente complacido y dichoso.
“No es conmigo,” añadió el Profeta.
“Entonces, ¿con quién, oh Enviado de Dios?” –preguntó el
hombre, algo decepcionado.
“Con Ŷulaibib,” –dijo el Profeta.
El Anṣār debió sentirse tan conmocionado como para dar
su propia opinión y dijo simplemente:
“Lo consultaré con su madre.” Y fue a hablar con su esposa.
“El Enviado de Dios -Dios le bendiga y le dé paz-, quiere
desposar a tu hija,” le dijo.
Ella se mostró también entusiasmada.
“¡Qué maravillosa idea y qué alegría para los ojos [sería
eso]!” –dijo.
“No quiere desposarla él, sino que quiere que se case con
Ŷulaibib,” –añadió.
La mujer se quedó atónita.
“¡Con Ŷulaibib! ¡No, con Ŷulaibib jamás! ¡No! ¡Por el Dios
vivo, no la casaremos con él,” –sentenció.
Cuando el Anṣār se disponía a volver junto al Profeta a
comunicarle lo que su esposa había dicho, la hija que había
escuchado las protestas de su madre, preguntó:
“¿Quién os ha pedido casarse conmigo?”

369
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Su madre le contó la propuesta del Profeta s para despo-


sarla con Ŷulaibib. Cuando supo que la petición procedía del
Profeta y que su madre se oponía terminantemente a la idea,
se sintió muy contrariada, y dijo:
“¿Rehusáis acaso la petición del Enviado de Dios s? En-
viadme con él, que ciertamente no me traerá la desgracia.”
Esta fue la respuesta de una persona realmente grande
que poseía una comprensión clara de lo que se le exigía como
musulmana. ¡Qué mayor satisfacción y plenitud podría en-
contrar un musulmán que en aceptar gustoso las peticiones y
las órdenes del Enviado de Dios s! Sin duda, esta musulmana
de los Anṣār, cuyo nombre ni siquiera conocemos, había es-
cuchado el versículo del Corán:
‘Y si Dios y Su Enviado han decidido un asunto, no cabe que un
creyente o una creyente reclamen para sí libertad de elección en lo
que a ellos concierne: pues quien [así] se rebela contra Dios y Su
Enviado está claramente extraviado.’ (Corán, 33:36)
Este versículo fue revelado con relación al matrimonio de
Zainab bint Ŷaḥš y Zayd ibn al-Ḥāriṯa, que fue promovido por
el Profeta s para mostrar el espíritu igualitario del Islam. Al
principio, Zainab se sintió ofendida por la idea de casarse con
Zayd, un ex esclavo, y se negó a aceptarlo. El Profeta consiguió
convencerles y se casaron. El matrimonio sin embargo acabó
en divorcio y luego Zainab se casaría con el propio Profeta.
Se dice que la muchacha recitó el versículo a sus padres y
dijo:
“Estoy satisfecha y me someto a lo que el Profeta s haya
dispuesto para mí.”
El Profeta oyó su reacción y rezó por ella:
“Oh Señor, concédele abundancia de bien y no hagas su
vida penosa ni difícil.”
Entre los Anṣār, se dice que no había una muchacha con
más pretendientes que ella. El Profeta los desposó y vivieron
juntos hasta que él cayó en una batalla.

¿Y CÓMO fue la muerte de Ŷulaibib?

370
ŶULAIBIB

Salió en una expedición militar con el Profeta -la paz sea


con él-, y se produjo un encuentro con los mušrikūn. Acabada
la batalla, el Profeta preguntó a sus compañeros:
“¿Habéis perdido a alguien?”
Ellos le respondieron dando los nombres de sus parientes
y amigos caídos en la batalla. Preguntó luego lo mismo a
otros compañeros y le dieron también los nombres de los que
había caído muertos. Otro grupo respondió que no habían
perdido a ningún pariente, y entonces el Profeta s dijo:
“Pero yo he perdido a Ŷulaibib. Buscadle en el campo de
batalla.”
Lo buscaron y le encontraron junto a siete mušrikūn que
había matado antes de sucumbir. El Profeta s se levantó y
fue al lugar donde yacía Ŷulaibib, su pequeño y deforme
compañero. Se puso a su lado y dijo:
“¿Mató a siete y luego cayó muerto? Este [hombre] es de
los míos y yo soy de los suyos.”
Repitió esto dos o tres veces. El Profeta s entonces lo le-
vantó en sus brazos y se dice que jamás tuvo mejor lecho que
los brazos del Enviado de Dios. El Profeta cavó luego una
tumba para él y él mismo lo depositó en ella. No le lavó, pues
no se lava a los mártires antes de enterrarlos.
Ŷulaibib y su mujer no suelen aparecer en las historias de
los compañeros del Profeta s cuyas acciones son cantadas y
cuyas hazañas se narran con reverencia y admiración, como
debe ser. Pero en los escasos detalles que se conocen de ellos
y que han sido narrados aquí vemos cómo los seres humanos
humildes obtenían del Profeta esperanza y dignidad, cuando
antes no tenían sino desesperación y desprecio de sí mismos.
La actitud de la desconocida muchacha de los Anṣār que
estuvo dispuesta a ser la esposa de un hombre físicamente
poco atractivo es una actitud que refleja una profunda com-
prensión del Islam. Refleja un abandono por su parte de los
deseos y preferencias personales, aún cuando contaba con el
apoyo de sus padres. Refleja un total desdén por su parte
hacia las presiones sociales. Pero refleja sobre todo una con-
fianza inmediata y total en la sabiduría y autoridad del Profe-

371
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ta s, al someterse a aquello que él consideraba bueno. Esta


es la actitud de todo buen creyente.
En Ŷulaibib tenemos un ejemplo de una persona conside-
rada casi como un proscrito social por su apariencia, pero
que con la ayuda, la confianza y el ánimo del Profeta s, fue
capaz de realizar actos de valentía y el sacrificio supremo, y
merecer así este tributo del Profeta:
“Es uno de los míos y yo soy de los suyos.”

372
57. ṮĀBIT IBN QAIS
ṮĀBIT IBN QAIS era un caudillo de los Jazraŷ y por tanto un
hombre de considerable influencia en Yaṯrib. Era conocido
por la agudeza de su intelecto y el poder de su oratoria. Fue
por esto por lo que se convirtió en el jaṭīb, o portavoz y ora-
dor del Profeta s y del Islam.
Se hizo musulmán con Muṣʿab ibn ʿUmair, cuya lógica se-
rena y persuasiva, y la dulzura y belleza de su recitación del
Corán eran siempre decisivas.
Cuando el Profeta s llegó a Medina después de su históri-
ca hégira, Ṯābit y un gran cortejo de jinetes le brindaron una
cálida y entusiasta bienvenida. Ṯābit actuó como su portavoz
y pronunció un discurso en presencia del Profeta y de su
compañero Abū Bakr aṣ-Ṣiddīq. Comenzó alabando a Dios
Todopoderoso e invocando paz y bendiciones para Su Profeta
s y concluyó diciendo:
“Juramos protegerte, oh Enviado de Dios, de todo aquello
de lo que nos protegemos a nosotros mismos, a nuestros hijos
y a nuestras mujeres. ¿Cuál será nuestra recompensa por
ello?”
El discurso recordaba las palabras pronunciadas en el se-
gundo Juramento de ʿAqaba y la respuesta del Profeta s fue
la misma que entonces:
“¡Al-Ŷanna – el Paraíso!”
Cuando los habitantes de Yaṯrib oyeron la palabra “al-
Ŷanna” sus rostros resplandecieron de felicidad y entusias-
mo, y su respuesta fue:
“¡Estamos complacidos, oh Enviado de Dios! ¡Estamos com-
placidos, oh Enviado de Dios!”
Desde ese día, el Profeta -la paz sea con él-, nombró a
Ṯābit su Jaṭīb, de la misma forma que Ḥasan ibn Ṯābit fue su
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

poeta. Cuando las delegaciones de la tribus árabes acudían a


él para mostrarle la excelencia de su poesía y la fuerza de su
oratoria –habilidades de las que los árabes se enorgullecían-,
el Profeta s hacía venir a Ṯābit ibn Qais para que compitiese
con sus oradores y a Ḥasan ibn Ṯābit para que recitase sus
poemas ante sus poetas.
En el Año de las Delegaciones, el noveno después de la
hégira, las tribus de toda la península Arábiga acudieron a
Medina a rendir homenaje al Profeta s, ya sea para anunciar
su aceptación del Islam o para pagar la ŷizya que les daba dere-
cho a vivir bajo la protección del Estado Islámico. Una de esas
delegaciones fue la de la tribu Tamīm, que le dijeron al Profeta:
“Hemos venido a mostrarte nuestra gran habilidad. Da,
pues, permiso para que hablen nuestro Šaʿir (poeta) y nuestro
Jaṭīb (orador).”
El Profeta -la paz sea con él-, sonrió y dijo:
“Doy permiso a vuestro Jaṭīb. Que hable pues.”
Su orador, ʿUṭārid ibn Ḥāŷib, se levantó y habló con elo-
cuencia acerca de la grandeza y logros de su tribu y cuando
hubo terminado, el Profeta s llamó a Ṯābit ibn Qais y le dijo:
“Levántate y respóndele.”
Ṯābit se incorporó y dijo:
“Alabado sea Dios cuya creación la forman los cielos y la
tierra, en los que se ha hecho manifiesta Su voluntad. Su
Trono abarca tanto como Su conocimiento y no hay nada que
no exista por Su gracia.
“Por Su poder nos ha hecho jefes, y de lo mejor de Su
creación ha elegido Él a un Enviado s que es el más honora-
ble de los hombres en linaje, el más digno de confianza y ve-
raz en sus palabras y el más excelente en hechos. Le ha reve-
lado un Libro y le ha escogido como guía para Su creación. Es
una misericordia de Dios para toda la creación.
“Ha llamado a la gente a creer en Él. Los Emigrantes de
entre su pueblo y sus parientes, que son la gente más hono-
rable en estima y los mejores en hechos, han creído en él.
Luego, nosotros los Anṣār (Ayudantes) fuimos los primeros

374
ṮĀBIT IBN QAIS

en responder (a su llamada de auxilio). Por eso somos los


Ayudantes de Dios y ministros de Su Enviado s.”

ṮĀBIT era un creyente con una profunda fe en Dios. Su con-


ciencia y temor de Dios eran fuertes y sinceros. Era especial-
mente cuidadoso de no decir o hacer algo que incurriese en el
enojo de Dios Todopoderoso. Un día el Profeta s lo encontró
con un aspecto no sólo triste sino abatido y temeroso. Sus
hombros estaban encogidos y se le veía realmente abrumado
por el temor.
“¿Qué te ocurre, oh Abū Muḥammad?” -le preguntó el
Profeta s.
“Tengo miedo de ser destruido, oh Enviado de Dios,” dijo.
“¿Y eso por qué?” -le preguntó el Profeta s.
“Dios Todopoderoso,” dijo, “nos ha prohibido desear ser
elogiados por lo que no hemos hecho, pero veo que me gus-
tan las alabanzas que recibo. Nos ha prohibido mostrarnos
orgullosos y veo que me inclino hacia la vanidad.” Esto ocurr-
ía cuando acababa de revelarse el versículo del Corán: ‘Cier-
tamente, Dios no ama al jactancioso arrogante.’
El Profeta -la paz sea con él-, intentó calmar su ansiedad y
sus temores, y finalmente le dijo:
“Oh Ṯābit, ¿no te agradaría vivir como alguien que es elo-
giado, y morir mártir y entrar en el Paraíso?”
El rostro de Ṯābit se iluminó de alegría y felicidad, y dijo:
“Desde luego que sí, oh Enviado de Dios s.”
“Pues bien, eso lo tienes asegurado,” respondió el noble
Profeta s.

HUBO OTRA OCASIÓN en la que Ṯābit se sintió triste y abatido, y


fue cuando se revelaron las palabras del Corán:
‘¡Oh vosotros que habéis llegado a creer! No alcéis vuestras voces
por encima de la voz del Profeta ni le habléis en voz alta como hacéis
entre vosotros, no sea que se malogren todas vuestras [buenas] ac-
ciones sin que os deis cuenta.’ (Corán, 49:2)
Tras oír estas palabras, Ibn Qais se mantuvo alejado de las
reuniones y círculos del Profeta s a pesar de su gran amor

375
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

por él y de que hasta entonces había buscado siempre su


compañía. Permanecía encerrado en su casa sin apenas salir
de ella salvo para cumplir la obligación del ṣalā. El Profeta s
sintió su ausencia y preguntó por él. Un hombre de los Anṣār
se ofreció voluntario y fue a casa de Ṯābit. Encontró a Ṯābit
sentado en su casa, triste y abatido, con la cabeza gacha.
“¿Qué te ocurre?” -le preguntó el hombre.
“Algo terrible,” respondió Ṯābit. “Como sabes, soy un
hombre de voz muy alta y mi voz resuena muy por encima de
la del Enviado de Dios -Dios le bendiga y le dé paz. Y ya sabes
lo que se ha revelado en el Corán. Así que inevitablemente
mis acciones serán anuladas y estaré entre la gente que entre
en el fuego del infierno.”
El hombre regresó al Profeta s y le contó lo que había
visto y oído, y el Profeta y dijo que volviera a hablar con Ṯābit
y le dijera:
“Tú no eres de la gente que entrará en el fuego sino de los
que alcanzarán el Paraíso.”
Esta fue la excelente noticia con la que Ṯābit ibn Qais fue
bendecido. Estos incidentes muestran lo sensible y alerta que
se mostraba hacia el Profeta s y hacia las ordenanzas del
Islam, y su afán por observar la letra y el espíritu de sus leyes.
Se sometía a sí mismo a la más severa autocrítica. Tenía un
corazón penitente y consciente de Dios que se agitaba y tem-
blaba de temor a Dios.

376
58. FAIRŪ
AIRŪZ AD-DAILAMĪ
AILAMĪ

CUANDO EL PROFETA -la paz sea con él-, regresó a Medina des-
pués de la Peregrinación de la Despedida, en el año diez de la
hégira, cayó gravemente enfermo. La noticia de su enferme-
dad se extendió con rapidez por toda la península Arábiga.
Los musulmanes sinceros se sintieron muy tristes por esta
noticia, pero para otros fue el momento de manifestar espe-
ranzas y ambiciones ocultas y de revelar sus verdaderas acti-
tudes hacia el Islam y hacia el noble Profeta.
En al-Yamāma, Musailima el Impostor abandonó el Islam.
Lo mismo hizo Ṭulaiḥa al-Asadī en los territorios de los Asad.
En el Yemen, al-Aswad al-ʿAnsī apostató del Islam. Estos tres
impostores anunciaron además que eran profetas enviados a
sus respectivos pueblos, igual que Muḥammad s, el hijo de
ʿAbdullāh, había sido enviado a los Quraiš.
Al-Aswad al-ʿAnsī era un adivino que practicaba artes
mágicas. Pero no era un mago o adivinador común sino que
profundizaba en sus artes perversas a escondidas. Era pode-
roso e influyente y poseía un extraño poder de elocuencia
que hipnotizaba los corazones de sus oyentes y cautivaba las
mentes de las masas con sus falsas pretensiones. Usando su
riqueza y poder consiguió atraer a su causa no sólo a las ma-
sas sino también a gente de la nobleza. Cuando se presentaba
ante la gente llevaba puesta normalmente una máscara para
rodearse de un aire de misterio, temor y reverencia.
En ese tiempo, en el Yemen había un grupo de gente que
gozaba de gran prestigio e influencia, y que era conocido co-
mo los Abnāʾ. Estos eran descendientes de padres persas que
gobernaban el Yemen como súbditos del imperio Sasánida.
Sus madres eran árabes yemeníes. Fairūz ad-Dailamī era uno
de estos Abnāʾ del Yemen.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

En el momento de la aparición del Islam, el más poderoso


de los Abnāʾ era Bāḏān, que gobernaba el Yemen en nombre
del emperador Cosroes de Persia. Cuando Bāḏān se convenció
de la verdad del Profeta Muḥammad s y de la naturaleza
divina de su misión, renunció a su lealtad a Cosroes y se hizo
musulmán. Su pueblo le siguió en esta decisión. El Profeta le
confirmó en su puesto como jefe de su pueblo y él gobernó el
Yemen hasta su muerte ocurrida poco antes de la aparición
de al-Aswad al-ʿAnsī.
La tribu de al-Aswad, los Banū Mudhiŷ, fueron los prime-
ros en aceptarle como profeta. Con este respaldo tribal orga-
nizó un ataque sorpresa contra Ṣanʿā, la principal ciudad del
Yemen. Allí mató al gobernador, Šahr, el hijo de Bāḏān y
tomó por esposa a su viuda. Desde Ṣanʿā atacó otras regiones.
Mediante una táctica de ataques rápidos y por sorpresa, un
vasto territorio que iba de Ḥaḍramaut hasta Ṭāʾif y de al-Ahsa
hasta ʿAden, cayó bajo su control e influencia.
Lo que más ayudó a al-Aswad a engañar a la gente y atra-
erles a su causa fueron sus engaños y una astucia que no co-
nocía límites. Afirmaba ante sus seguidores que un ángel le
visitaba y le traía revelaciones y le daba información sobre la
gente y sus asuntos. Lo que en realidad le permitía apoyar
estas pretensiones era que usaba una red de espías que en-
viaba a todas partes, para que le trajesen noticias de la gente
y sus circunstancias, sobre sus secretos y sus problemas, sus
esperanzas y sus temores.
Estos informes le eran transmitidos en secreto y cuando
recibía a alguien, especialmente alguien necesitado de ayuda,
podía dar la impresión de que tenía información previa de
sus necesidades y problemas. De esta forma asombraba a la
gente y confundía sus pensamientos. Consiguió así reunir un
gran número de seguidores y su misión se extendió como un
fuego descontrolado.
Cuando las noticias de la apostasía de al-Aswad y sus acti-
vidades en todo el Yemen llegaron a oídos del Profeta -la paz
sea con él-, éste envió a diez de sus compañeros con cartas
para aquellos compañeros en el Yemen en los que podía con-

378
FAIRŪZ AD-DAILAMĪ

fiar. Les instaba a que se enfrentasen a esta fitna ciega con fe


y determinación, y les ordenó que se dešiciesen de al-Aswad
por cualquier medio.
Todos aquellos que recibieron las misivas del Profeta s se
dispusieron a llevar a cabo sus órdenes. A la cabeza de estos
estaba Fairūz ad-Dailamī y aquellos de los Abnāʾ que estaban
de su parte. Pero dejemos que sea el propio Fairūz quien nos
relate su extraordinaria historia:
“Ni yo ni ninguno de los Abnāʾ que estaban conmigo tu-
vimos en ningún momento la menor duda acerca de la reli-
gión de Dios. Ninguno de nosotros creyó ni por un momento
en el enemigo de Dios. [De hecho] estábamos esperando una
oportunidad para eliminarle fuera como fuese.
“Cuando recibimos las cartas del Enviado de Dios -Dios le
bendiga y le dé paz-, nos sentimos fortalecidos en nuestra
intención común y cada uno de nosotros decidió hacer todo
lo que estuviera en su mano.
“El orgullo y la vanidad se habían adueñado de al-Aswad
al-ʿAnsī a causa de sus grandes éxitos. Presumía ante el gene-
ral de su ejército, Qais ibn ʿAbd Yagūṯ, diciéndole lo poderoso
que era. Su actitud y comportamiento hacia su general cam-
biaron tanto que Qais no se sintió ya a salvo de la tiranía y la
opresión de al-Aswad.
“Mi primo, Daḏawaih, y yo fuimos a hablar con Qais y le
informamos de lo que el Profeta -la paz sea con él-, nos había
mandado y le invitamos a que se ‘comiera’ a ese hombre [al-
Aswad] antes de que éste se lo ‘cenara’ a él. Se mostró recep-
tivo a nuestra propuesta y vio en nosotros una ayuda del cie-
lo. Nos reveló entonces algunos de los secretos de al-Aswad.
“Los tres nos comprometimos a enfrentarnos al apóstata
desde dentro [de su castillo] mientras nuestros hermanos le
atacaban desde fuera. Todos creíamos necesario que nuestra
prima Daḏa, de la que al-Aswad se había apoderado después
de matar a su marido, debía unirse a nosotros.
“Fuimos al castillo de al-Aswad y nos entrevistamos con
ella. Le dije:

379
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

‘Prima, sabes el daño y la corrupción que este hombre nos


ha traído a nosotros y a ti. Mató a tu marido y ha deshonrado
a las mujeres de tu pueblo. Ha masacrado a sus maridos y les
ha arrebatado la autoridad política.
‘Aquí tienes una carta que el Enviado de Dios -Dios le ben-
diga y le dé paz-, nos ha enviado a nosotros en particular y al
pueblo del Yemen en general, en la que nos pide que acabe-
mos con esta fitna. ¿Quieres ayudarnos en esta empresa?’
‘¿En qué os podría ayudar yo? -preguntó.
‘A expulsarle...,’ -dije yo.
‘Mejor sería asesinarle,’ sugirió ella.
‘Por Dios, eso mismo pensaba yo,’ dije, ‘pero tenía miedo
de sugerírtelo.’
‘Por Aquel que ha enviado a Muḥammad s con la Verdad,
como portador de buenas nuevas y advertidor, que no he
dudado ni por un momento de mi religión. Dios no ha creado
a un hombre más detestable para mí que este demonio [al-
Aswad]. Por Dios, desde que le conocí, no he visto sino a una
persona corrupta y pecadora que no defiende ninguna ver-
dad y no se detiene ante ningún acto abominable.’
‘¿Cómo podemos eliminarle?’ -pregunté.
‘Está siempre bien protegido y vigilado. No hay lugar en
su castillo donde no esté rodeado de guardias. Pero hay un
cuarto desvencijado y abandonado cuya pared da al exterior
del castillo. Id allí por la noche, en el primer tercio de la no-
che. Dentro encontraréis armas y una antorcha. Yo estaré
esperándoos...’ -dijo ella.
‘Pero, entrar en una habitación de un castillo como este
no es tarea fácil. Alguien podría pasar y avisar a los guardias,
y eso sería nuestro fin,’ –dije yo.
‘No vas muy equivocado. Pero tengo una idea.’
‘¿De qué se trata? –pregunté.
‘Enviad mañana a un hombre de confianza entre los traba-
jadores. Yo le indicaré dónde hacer una abertura desde de-
ntro de la habitación de forma que os sea fácil entrar.’
‘Has tenido una idea brillante.’ –dije yo.

380
FAIRŪZ AD-DAILAMĪ

Luego me despedí de ella y fui a contarles a los otros dos


lo que habíamos decidido y ellos aprobaron el plan. Ensegui-
da nos pusimos manos a la obra. Informamos a un grupo es-
cogido de creyentes que nos ayudaban para que se prepara-
sen y les dimos la contraseña [para indicar el momento en
que debían asaltar el castillo]. El momento señalado era el
amanecer del día siguiente.
Al llegar la noche y el momento señalado, me acerqué con
mis dos compañeros a la abertura de la habitación y la des-
pejé. Entramos en la habitación y encendimos la antorcha.
Encontramos allí las armas y nos dirigimos a las habitaciones
del enemigo de Dios. Nuestra prima se encontraba delante de
su puerta. Nos señaló entonces donde se encontraba y en-
tramos. Estaba dormido y roncaba. Hundí la hoja de la espada
en su cuello y resopló como un toro cuando es sacrificado.
Cuando los guardias lo oyeron, acudieron corriendo a sus
habitaciones y preguntaron:
‘¿Qué está pasando?’
‘No os preocupéis. Podéis iros. El profeta de Dios está reci-
biendo una revelación,’ les dijo ella, y ellos se fueron.
Permanecimos en el castillo hasta el amanecer. Entonces
me subí al muro del castillo y grité:
‘¡Allāhu Akbar! ¡Allāhu Akbar!’ –y seguí con la llamada a la
oración hasta llegar a: ‘¡Ašhadu anna Muḥammadan Rasūlul·lāh!
[Luego añadí] ‘¡Wa ašhadu anna al-Aswad al-ʿAnsī kaḏḏāb! –
Testifico que al-Aswad es un impostor.’
“Esa era la contraseña. Los musulmanes atacaron la forta-
leza por todas partes. Los guardias se asustaron al oír el aḏān
y verse confrontados por musulmanes gritando ¡Allāhu Akbar!
“Con la salida del sol, nuestra misión estaba cumplida.
Cuando ya era completamente de día, enviamos una carta al
Enviado de Dios s informándole de la buena noticia de la
muerte del enemigo de Dios.
“Cuando los mensajeros llegaron a Medina se enteraron
de que el Profeta -Dios le bendiga y le dé paz-, había fallecido
aquella misma noche. Supieron sin embargo que el Profeta

381
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

había recibido una Revelación que le informaba de la muerte


de al-Aswad la misma noche en que ocurrió.”

AÑOS DESPUÉS, el Califa ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb escribió una carta a


Fairūz ad-Dailamī -Dios esté complacido de ambos-, en la que
decía:
“He sabido que estás ocupado comiendo pan blanco y miel
[es decir, que llevaba una vida de comodidades]. Cuando te
llegue esta carta, ven a mí con la bendición de Dios para que
salgas de campaña en el camino de Dios.”
Fairūz hizo lo que se le ordenaba. Acudió a Medina y pidió
audiencia con ʿUmar. ʿUmar le dio permiso. Evidentemente,
había mucha gente esperando ser recibida por ʿUmar y un
joven de Quraiš empujó a Fairūz. Fairūz levantó la mano y
golpeó al joven en la nariz. El joven fue a denunciarlo a
ʿUmar, y éste le preguntó:
“¿Quién te lo hizo?”
“Fairūz. Está en la puerta,” dijo el joven.
Fairūz entró y ʿUmar le preguntó:
“¿Qué ha pasado, Fairūz?”
“Oh Amīr al-muʾminīn,” dijo Fairūz. “Tú me has escrito
una carta, pero no le has escrito a él. Tú me has dado permiso
para entrar, pero no le has dado permiso a él. Ha querido
pasar antes que yo cuando me tocaba a mí. Entonces hice lo
que te han contado.”
“Al-Qiṣāṣ,” –sentenció ʿUmar, indicando con ello que
Fairūz debía recibir un golpe igual al que había dado al joven
como justa retribución.
“¿Tiene que ser así?” –preguntó Fairūz.
“Tiene que ser así,” –insistió ʿUmar.
Fairūz se puso entonces de rodillas y el joven se preparó
para ejecutar su retribución. ʿUmar entonces le dijo:
“Espera un momento, joven, para que te diga algo que oí
decir al Enviado de Dios -Dios le bendiga y le dé paz. Oí decir
un día al Enviado de Dios: ‘Esta noche han dado muerte a al-
Aswad al-ʿAnsī el Impostor. El justo siervo Fairūz ad-Dailamī
lo ha matado.’ ʿUmar preguntó entonces al joven:

382
FAIRŪZ AD-DAILAMĪ

“¿Crees que debes exigir la justa retribución de él después


de haber oído esto del Enviado de Dios s?”
“Después de lo que me has dicho del Profeta s,” –dijo el
joven, “le perdono.”
“¿Crees,” –dijo Fairūz a ʿUmar, “que me he librado del cas-
tigo por mi confesión ante él y que su perdón no ha sido dado
a la fuerza?”
“Sí,” –respondió ʿUmar, y entonces Fairūz declaró:
“Te anunció que mi espada, mi caballo y treinta mil piezas
de mi dinero son mi regalo para él.”
“Joven de Quraiš, tu perdón ha sido recompensado y te
has hecho rico,” dijo ʿUmar, impresionado sin duda por el
arrepentimiento y la generosidad espontánea de Fairūz, el
justo.

383
59.
59. ʿABDULLĀH IBN ʿUMAR
BDULLĀ

EN ŠAIJĀN, a medio camino entre Medina y Uḥud, los mil com-


batientes del ejército musulmán comandado por el Profeta s
se detuvieron. El sol empezaba a hundirse bajo el horizonte.
El Profeta desmontó de su caballo Sakb. Iba vestido con su
atuendo de guerra. Su casco estaba rodeado por un turbante.
Llevaba un peto de metal debajo del cual había una cota de
malla sujeta por una correa de cuero. Un escudo cruzaba su
espalda y su espada colgaba en el costado.
Nada más ponerse el sol, Bilāl llamó el aḏān y todos rezaron.
El Profeta s pasó revista a las tropas una vez más y fue enton-
ces cuando descubrió en medio de ellas la presencia de ocho
muchachos que a pesar de su edad esperaban poder participar
en la batalla. Entre ellos estaba Usāma, hijo de Zayd, y
ʿAbdullāh, hijo de ʿUmar, que sólo tenían trece años. El Profeta
les ordenó a todos que volvieran a casa inmediatamente. Dos
de los muchachos demostraron sin embargo que eran buenos
combatientes y se les permitió marchar con el ejército a la ba-
talla de Uḥud, pero los demás fueron devueltos a sus familias.
Desde una edad muy temprana, ʿAbdullāh ibn ʿUmar de-
mostró su deseo de unirse al Profeta s en todas sus empre-
sas. Se había convertido al Islam antes de los diez años y hab-
ía hecho la hégira junto a su padre y su hermana Ḥafṣa, la
cual sería más tarde esposa del Profeta. Ya antes de Uḥud
había sido enviado a casa antes de la batalla de Badr, y no fue
sino hasta la batalla del Foso que él y Usāma, que contaban ya
quince años, y otros de su misma edad fueron admitidos en
las filas de los hombres, no sólo en la excavación del foso sino
en la batalla cuando se produjo.
Desde los días de su hégira hasta el día de su muerte, más
de setenta años después, ʿAbdullāh ibn ʿUmar se distinguió
ʿABDULLĀH IBN ʿUMAR

siempre al servicio del Islam y era reconocido entre los mu-


sulmanes como ‘el Bueno, hijo del Bueno’, según nos transmi-
te Abū Mūsā al-Ašʿarī. Era conocido por su conocimiento, su
humildad, su generosidad, su piedad, su veracidad, su inte-
gridad y su constancia en los actos de ʿibāda.
Aprendió mucho de su gran e ilustre padre, ʿUmar, y tanto
él como su padre se beneficiaron de las enseñanzas del mayor
de los maestros, Muḥammad, el Enviado de Dios s. ʿAbdullāh
observaba y estudiaba minuciosamente cada dicho y acción
del Profeta en las diversas situaciones y practicaba lo que
había observado fielmente y con devoción. Por ejemplo, si
ʿAbdullāh veía al Profeta hacer el ṣalā en un lugar concreto,
rezaba después en aquel mismo lugar. Si veía al Profeta hacer
duʿā estando de pie, hacía también él duʿā de pie. Si veía al
Profeta hacer súplica estando sentado, él hacía lo mismo.
Estando de viaje, si veía al Profeta bajarse de su camello en
un lugar concreto y hacer allí dos rakʿāt, y más tarde pasaba
él por ese mismo lugar, se detenía allí y hacía dos rakʿāt. En
una ocasión, observó cómo en un lugar de Meca el camello
del Profeta dada dos vueltas completas antes de que él des-
montase e hiciese dos rakʿāt. Puede que el camello hubiera
hecho aquello involuntariamente, pero ʿAbdullāh ibn ʿUmar,
cuando se encontró en ese mismo lugar en otra ocasión, hizo
que su camello completara dos giros antes de hacer que se
arrodillase y desmontar. Luego rezó dos rakʿāt tal como le
había visto hacerlos al Profeta.
ʿĀʾiša -que Dios esté complacido de ella-, observó esta de-
voción de ʿAbdullāh hacia el Profeta s y comentó:
“No había nadie que siguiera los pasos del Profeta -Dios le
bendiga y le dé paz-, en los lugares en que desmontaba como
lo hacía Ibn ʿUmar.”
A pesar de su minuciosa observación de los actos del Pro-
feta s, ʿAbdullāh era muy cuidadoso, hasta tímido, cuando
transmitía los dichos del Profeta. Sólo narraba un ḥadīṯ si
estaba completamente seguro de recordar cada una de sus
palabras. Uno de sus contemporáneos dijo:

385
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“Entre los compañeros del Profeta s, ninguno era tan


cuidadoso sobre añadir o restar algo de un ḥadīṯ del Profeta
como ʿAbdullāh ibn ʿUmar.”
Asimismo, era extremadamente cuidadoso y remiso a emi-
tir juicios legales (fatāwā). Una vez, alguien vino a verle para
pedirle un juicio sobre un asunto concreto y ʿAbdullāh ibn
ʿUmar respondió:
“No tengo conocimiento de lo que me preguntas.”
El hombre se marchó y ʿAbdullāh aplaudió de alegría y di-
jo para sí:
“El hijo de ʿUmar ha sido preguntado acerca de algo que
no sabe y ha dicho: ‘No sé.’”
Por esta actitud suya, era remiso a ocupar el cargo de qāḍī
aun estando suficientemente cualificado para ello. El puesto
de qāḍī era uno de los cargos más importantes y valorados en
la sociedad islámica y traía honores, gloria y aun riqueza,
pero él rechazó este puesto cuando le fue ofrecido por el cali-
fa ʿUṯmān. Su razón para rechazarlo no fue que no valorase
suficientemente el cargo de qāḍī sino su temor a cometer
errores de juicio en asuntos relativos al Islam. ʿUṯmān le hizo
prometer que no revelaría su decisión para así no influenciar
a muchos otros compañeros del Profeta que sí ejercían las
funciones de jueces y juristas.

ʿABDULLĀH IBN ʿUMAR fue descrito en una ocasión como el


‘hermano de la noche’. Pasaba la noche entregado a la ora-
ción, llorando y pidiendo perdón a Dios y leyendo el Corán. El
Profeta s le dijo en una ocasión a su hermana Ḥafṣa:
“¡Qué hombre más bendecido es ʿAbdullāh! Si tan sólo
hiciera ṣalā en la noche sería aún más bendecido.”
Desde ese día, ʿAbdullāh no dejó de hacer qiyām al-lail, ya
estuviera en casa o de viaje. En la quietud de las noches, re-
cordaba intensamente a Dios, hacía ṣalā, leía el Corán y llora-
ba. Igual que su padre, las lágrimas brotaban con facilidad de
sus ojos, especialmente al escuchar los versículos de adver-
tencia del Corán. ʿUbaid ibn ʿUmair nos ha transmitido que
un día recitó estos versículos delante de ʿAbdullāh ibn ʿUmar:

386
ʿABDULLĀH IBN ʿUMAR

‘¿Cómo [se verán, pues, los malhechores en el Día del Juicio]


cuando traigamos testigos de cada comunidad y te traigamos a ti
[oh Profeta] como testigo contra estos? Los que se empeñaron en
negar la verdad y desobedecieron al Enviado desearán ese Día que se
los trague la tierra: pero no [podrán] ocultar a Dios nada de lo ocu-
rrido.’ (Corán, 4:41-42)
ʿAbdullāh rompió a llorar al escuchar estos versículos has-
ta que su barba quedó mojada por las lágrimas.
Un día estaba sentado con algunos amigos íntimos y leyó:
‘¡Ay de los defraudadores! Esos que cuando reciben su parte de
[otra] gente, la exigen completa –pero cuando ellos miden o pesan lo
que deben a otros, dan menos de lo debido! ¿No saben que habrán de
ser resucitados [para rendir cuentas] en un Día tremendo –el Día en
que todos los hombres comparecerán ante el Sustentador de todos
los mundos?’ (Corán, 83:1-6)
Al llegar a este punto, siguió repitiendo una y otra vez: ‘el
Día en que todos los hombres comparecerán ante el Sustentador de
todos los mundos,’ hasta caer desmayado.
La devoción, la sencillez y la generosidad se combinaban
en ʿAbdullāh hasta hacerle una persona tenida en gran esti-
ma por los compañeros y los que vinieron después de ellos.
Era generoso en sus dádivas y no le importaba desprenderse
de la riqueza aunque cayese él mismo en la necesidad como
resultado de ello. Fue un comerciante próspero y digno de
confianza durante toda su vida. Además, contaba con un sa-
lario del Bait al-Māl, que a menudo entregaba a los pobres y
necesitados. Ayyūb ibn Wāʾil ar-Rāsī narraba un incidente
acerca de su generosidad:
“Un día, ʿUmar recibió cuatro mil dirhams y una colcha de
terciopelo. Al día siguiente Ayyūb le encontró en el zoco
comprando fiado algo de pienso para su camello. Ayyūb fue a
visitar a la familia de ʿAbdullāh y les preguntó:
‘¿Acaso no recibió ayer Abū ʿAbdur-Raḥmān (es decir,
ʿAbdullāh ibn ʿUmar) cuatro mil dirhams y una colcha?’
‘Sí, así fue,’ –le respondieron.
‘Pero acabo de verle comprando comida para su camello
en el zoco y no tenía dinero con que pagarla.’

387
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

‘Ayer, antes de la puesta del sol, ya se había desprendido de


todo el dinero. Después cogió la colcha, se la echó sobre el
hombro y salió. Cuando regresó ya no la traía. Le preguntamos
por ella y nos dijo que se la había dado a un pobre,’ –dijeron.”
ʿAbdullāh ibn ʿUmar llamaba a la gente a alimentar y ayu-
dar a los necesitados y a los pobres. A menudo, cuando co-
mía, invitaba a comer con él a huérfanos y pobres. Reñía a
sus hijos por tratar bien a los ricos y dar de lado a los pobres.
En una ocasión les dijo:
“¡Invitáis a los ricos y dejáis fuera a los pobres!”
Para ʿAbdullāh, la riqueza no era ni un siervo ni un amo.
Era sólo un medio para satisfacer las necesidades de la vida,
no para disfrutar sus lujos. A esto le ayudaban su ascetismo y
su estilo de vida simple. Uno de sus amigos que había llegado
de Jorasān le trajo una vez una pieza de tela elegante:
“Te he traído este ṯaub de Jorasān,” –le dijo. “Ciertamente,
te alegrará los ojos. Te sugiero que te quites esas ropas bastas
que llevas puestas y te pongas este hermoso ṯaub.”
“Enséñamelo, pues,” –dijo ʿAbdullāh, y después de tocarlo
dijo: “¿Es de seda?”
“No, es de algodón,” –respondió su amigo.
Por unos instantes ʿAbdullāh se mostró complacido. Luego
apartó de sí la prenda con la mano y dijo:
“¡No! Temo por mí. Tengo miedo de que me haga arrogante
y vanidoso. Y a Dios no le gustan los arrogantes y vanidosos.”
Maimūn ibn Mahrān relata el siguiente episodio:
“Entré en casa de Ibn ʿUmar. Hice un cálculo del valor de
lo que había en su casa: su cama, su manta, su alfombra y el
resto. Lo que vi allí no valía todo ni cien dirhams.”
Y esto no era porque ʿAbdullāh fuese pobre. Por supuesto
que era rico. Tampoco era porque fuese tacaño, pues cierta-
mente era muy generoso con los demás.

388
60. ʿĀʾIŠA BINT ABĪ BAKR
LA VIDA DE ʿĀʾIŠA demuestra que una mujer puede ser más sa-
bia que muchos hombres y que puede ser maestra de eruditos
y expertos. Su vida demuestra también que una mujer puede
ejercer gran influencia sobre hombres y mujeres, y ser para
ellos una fuente de inspiración y una autoridad. Su vida de-
muestra también que esa misma mujer puede ser plenamente
femenina y ser una fuente de placer, alegría y solaz para su
marido.
No se licenció en ninguna universidad –pues no había
universidades en su tiempo. Pero sus palabras son estudiadas
en facultades de Literatura, sus juicios legales se estudian en
facultades de Derecho, y su vida y obras son estudiadas e in-
vestigadas hoy por estudiantes y profesores de Historia islá-
mica como lo han sido durante más de mil años.
La mayor parte de su gran tesoro de conocimiento lo ad-
quirió siendo aún muy joven. En su infancia se crió con su
padre que era un hombre querido y respetado por ser alguien
de amplios conocimientos, cortés y de agradable presencia.
Además, era el mejor amigo del noble Profeta s, el cual visi-
taba con frecuencia su hogar desde los primeros días de su
misión profética.
En su juventud, cuando ya era conocida por su notable be-
lleza y su extraordinaria memoria, quedó bajo la amable
atención y custodia del propio Profeta s. Habiendo sido es-
posa y compañera íntima suya, adquirió de él un conocimien-
to y una capacidad de comprensión como ninguna otra mujer
haya adquirido jamás.
ʿĀʾiša se convirtió en la esposa del Profeta s en Meca,
cuando estaría en el décimo año de su vida, pero su boda no
tuvo lugar hasta el segundo año después de la hégira, cuando
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

contaba ya unos catorce o quince años. Antes y después de su


casamiento, mantuvo siempre su jovialidad natural y su can-
didez, y no parecía en absoluto intimidada por la idea de es-
tar casada con quien era el Enviado de Dios, a quien todos sus
compañeros, incluidos su madre y su padre, trataban con un
amor y reverencia que no rendían a nadie más.
Acerca de su boda, ella misma relató que poco antes de
tener que dejar la casa de sus padres, se escapó al patio de la
casa a jugar con una amiga:
“Estaba jugando en un columpio y mi largo pelo estaba
despeinado,” relataba. “Entonces vinieron a sacarme de mis
juegos y me prepararon.”
La vistieron con un traje de novia hecho con una fina tela
de rayas rojas traída de Bahrain, y luego su madre la llevó a
una casa recién construida donde algunas mujeres de los
Anṣār esperaban junto a la puerta. La saludaron diciendo:
“¡Para bien y felicidad –que sea enhorabuena!” Después, de-
lante del sonriente Profeta s, trajeron un cuenco con leche.
El Profeta bebió de él y se lo ofreció a ʿĀʾiša. Ella lo rechazó
con timidez, pero cuando él insistió, lo aceptó y después se lo
ofreció a su hermana Asmāʾ que estaba sentada a su lado.
Otros bebieron también de él y eso fue todo en la sencilla y
solemne ocasión de su boda. No hubo banquete de bodas.
Su matrimonio con el Profeta s no alteró sus hábitos de
juego. Sus jóvenes amigas venían regularmente a visitarla en
su propio apartamento.
“Yo solía estar jugando a las muñecas,” dijo, “con mis
amigas, y entonces el Profeta s entraba y todas salían rápi-
damente de la casa, y él salía tras ellas y las traía de vuelta,
porque le gustaba por mí que estuvieran allí.”
A veces decía: “Quedaos donde estáis,” antes de que tuvie-
ran tiempo de salir, y jugaba con nosotras a nuestros juegos.
ʿĀʾiša dijo:
“Un día el Profeta s entró cuando estaba yo jugando a las
muñecas, y dijo:
‘ʿĀʾiša, ¿qué juego es ese?’
‘Los caballos de Salomón,’ contesté yo y él se echó a reír.”

390
ʿĀʾIŠA BINT ABĪ BAKR

A veces cuando entraba se cubría con su manto para no


molestar a ʿĀʾiša y sus amigas.
La juventud de ʿĀʾiša en Medina tuvo también sus momen-
tos de ansiedad y preocupación. Una vez su padre y dos de
sus compañeros, huéspedes suyos, cayeron enfermos de unas
fiebres peligrosas que eran comunes en Medina en ciertas
épocas. Una mañana, ʿĀʾiša fue a visitarle y se sintió conster-
nada al encontrar a los tres hombres tendidos, completamen-
te debilitados y exhaustos. Le preguntó a su padre cómo se
encontraba y él le respondió en verso, pero ella no pudo en-
tender lo que decía. Los otros dos también respondieron en
versos de poesía que a ella le parecieron sinsentidos y delirio.
Se sintió muy acongojada y fue a su casa y le dijo al Profeta s:
“Están delirando, fuera de sus cabales, por el calor de la
fiebre.”
El Profeta s le preguntó qué era lo que decían y se sintió
algo tranquilizada al repetir palabra por palabra los versos
que habían recitado y que tenían ahora sentido aunque ella
no podía entenderlos del todo. Esta era una demostración de
la gran capacidad retentiva de su memoria que con el paso de
los años conservaría tantos de los valiosos dichos del Profeta.
Entre las esposas del Profeta s en Medina, estaba claro
que era ʿĀʾiša a quien él amaba más. De vez en cuando, alguno
de sus compañeros le preguntaba:
“Oh Enviado de Dios, ¿a quién amas más en el mundo?”
No siempre daba la misma respuesta a esta pregunta, pues
sentía un gran amor por muchos –por sus hijas y las hijos de
estas, por Abū Bakr, por ʿAlī, por Zayd y por su hijo Usāma.
Pero entre sus esposas la única que mencionó en este sentido
fue ʿĀʾiša. Ella a su vez le amaba también profundamente y a
menudo quería asegurarse de que él la amaba. Una vez le
preguntó:
“¿Cómo es tu amor por mí?”
“Como un nudo en una cuerda,” respondió él, queriendo
decir, fuerte y seguro. Y en adelante solía preguntarle de vez
en cuando:
“¿Cómo está el nudo?” –y él respondía:

391
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

“ʿAla hāliha –igual que siempre.”


De tanto como amaba al Profeta s, su amor era celoso y
no podía soportar la idea de que otros recibieran atenciones
del Profeta más allá de lo que ella consideraba suficiente. Le
preguntó:
“Oh Enviado de Dios, dame tu opinión: si te encontrases
entre las dos laderas de un valle, en una de las cuales no
hubiera pastado el ganado y en la otra sí, ¿a dónde llevarías a
pastar tu rebaño?”
“En la que no hubiera pastado el ganado,” –respondió el
Profeta s.
“Pues eso,” –dijo ella, “y no soy como ninguna de tus otras
esposas. Todas ellas han tenido esposo antes que tú, excepto
yo.” El Profeta s sonrió y no dijo nada.
Acerca de sus celos, ʿĀʾiša solía decir años más tarde:
“No me sentía celosa de ninguna esposa del Profeta s
más que de Jadīŷa, porque él siempre la mencionaba, y por-
que Dios le había ordenado darle la buena nueva de que
tendría en el Paraíso una mansión hecha de piedras precio-
sas. Y cada vez que sacrificaba un cordero, enviaba una gene-
rosa porción a quienes habían mantenido en vida amistad
íntima con ella. Muchas veces le dije: ‘Parece como si no
hubiera habido en el mundo otra mujer que Jadīŷa.’”
Una vez, cuando ʿĀʾiša se quejó y le preguntó por qué ten-
ía en tan alta estima a ‘una vieja mujer de Quraiš’, el Profeta
s se sintió herido y dijo:
“Fue una esposa que creyó en mí cuando los demás me re-
chazaban. Cuando la gente me llamaba mentiroso, ella afirmó
mi veracidad. Cuando me sentí abandonado, ella gastó de sus
bienes para aligerar la carga de mi pena...”
A pesar de sus celos, que no eran además de carácter des-
tructivo, ʿĀʾiša era en realidad un alma generosa y paciente.
Soportó, junto al resto de la familia del Profeta s, la pobreza
y el hambre que a menudo duraban largos períodos. Pasaban
días en que en la escasamente amueblada casa del Profeta no
se encendía fuego para cocinar o hacer pan, y tenían que vi-
vir simplemente de dátiles y agua. La pobreza no la deprimía

392
ʿĀʾIŠA BINT ABĪ BAKR

ni la humillaba, y asimismo la suficiencia, cuando llegó, no


corrompió su estilo de vida.
Una vez, el Profeta s se mantuvo apartado de sus esposas
durante un mes porque estas habían provocado su pesadum-
bre al pedirle lo que no tenía. Esto ocurrió después de la ex-
pedición a Jaibar, cuando un aumento en la riqueza de la co-
munidad despertó el apetito por los regalos. Al salir de su
retiro voluntario, fue primero al apartamento de ʿĀʾiša. Ella
se mostró encantada de verle pero él le dijo que había recibi-
do una revelación que le exigía presentar dos opciones a sus
esposas. Recitó entonces los versículos:
‘¡Oh Profeta! Di a tus esposas: “Si deseáis [sólo] esta vida y sus
atractivos –venid, pues, que os complaceré y os dejaré ir con delica-
deza. Pero si deseáis a Dios y a Su Enviado, y [con ello el bien de] la
vida en el Más Allá, entonces [sabed que,] ¡ciertamente, para las que
de vosotras hagan el bien, ha preparado Dios una magnífica recom-
pensa!”’ (Corán, 33:28-29)
La respuesta de ʿĀʾiša fue:
“Ciertamente, deseo a Dios y a Su Enviado y la morada del
Más Allá,” y su respuesta fue la misma que dieron todas las
demás.
Se mantuvo fiel a su elección tanto durante la vida del
Profeta s como después. Más tarde, cuando los musulmanes
fueron agraciados con inmensas riquezas, recibió un regalo
de cien mil dirhams. Se encontraba ayunando cuando recibió
el dinero y lo distribuyó por entero a los pobres y necesitados
a pesar de no contar con provisiones en su casa. Poco des-
pués, una sirvienta le dijo:
“¿No puedes gastar un dirham en carne para romper tu
ayuno?”
“Si me hubiera acordado, lo habría hecho,” –respondió
ella.
El afecto del Profeta s por ʿĀʾiša perduró hasta sus últi-
mos días. Durante su enfermedad mortal, residió en el apar-
tamento de ʿĀʾiša por sugerencia de las demás esposas. La
mayor parte del tiempo permaneció echado en la cama con la
cabeza apoyada en su regazo. Fue ella la que pidió un miswāk

393
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

a su hermano, lo mordió para suavizarlo y se lo dio al Profeta.


A pesar de su debilidad, se frotó los dientes con él vigorosa-
mente. Poco después, perdió el conocimiento y ʿĀʾiša pensó
que era el comienzo de la muerte, pero una hora después
volvió a abrir los ojos.
ʿĀʾiša nos ha preservado estos momentos de agonía del
más exaltado de la creación de Dios, Su amado Enviado –Dios
derrame sobre él Sus mejores bendiciones.
Cuando abrió los ojos de nuevo, ʿĀʾiša recuerda que le dijo:
“Ningún Profeta muere sin que antes le sea mostrado su lu-
gar en el Paraíso y le sea dado a elegir si quiere vivir o morir.”
“No nos escogerá ahora a nosotros,” pensó para sí. Enton-
ces le oyó murmurar:
“Con la suprema compaña en el Paraíso, con aquellos so-
bre los que Dios ha derramado Su favor, los Profetas, los
mártires, los rectos...”
De nuevo le oyó murmurar:
“Oh Dios, con la suprema compaña,” y estas fueron las
últimas palabras que le oyó pronunciar. Gradualmente su
cabeza se fue haciendo más pesada sobre su regazo, hasta que
algunos de los presentes en la habitación empezaron a la-
mentarse, y ʿĀʾiša apoyó su cabeza sobre una almohada y se
unió a las lamentaciones.
En el mismo suelo de la habitación de ʿĀʾiša, junto a la ca-
ma en la que yacía, se excavó una tumba en la que se enterró
al Sello de los Profetas s en medio del desconcierto y el due-
lo general.

ʿĀʾIŠA vivió aún casi cincuenta años después de la muerte del


Profeta s. Había sido su esposa durante una década. La ma-
yor parte de ese tiempo lo había pasado aprendiendo y ad-
quiriendo conocimiento de las fuentes más importantes de la
guía de Dios –el Corán y la Sunna de Su Profeta. ʿĀʾiša fue una
de las tres esposas (las otras dos eran Ḥafṣa y Umm Salama)
que memorizaron la revelación. Al igual que Ḥafṣa, poseía su
propio manuscrito del Corán, escrito después de la muerte
del Profeta.

394
ʿĀʾIŠA BINT ABĪ BAKR

EN CUANTO a los aḥādīṯ, o dichos del Profeta, ʿĀʾiša es una de


las cuatro personas (los otros son Abū Huraira, ʿAbdullāh ibn
ʿUmar y Anas ibn Mālik) que han transmitido más de dos mil
hadices. Muchos de ellos tratan de los aspectos más íntimos
de la conducta personal que sólo alguien en la posición de
ʿĀʾiša podía haber aprendido. Lo más destacable es que su
conocimiento de los hadices fue puesto por escrito por al
menos tres personas, incluido su sobrino ʿUrwa, quien se
convertiría más tarde en uno de los grandes sabios de la ge-
neración posterior a los Compañeros.
Muchos de los sabios compañeros del Profeta s y de sus
seguidores se beneficiaron del conocimiento de ʿĀʾiša. Abū
Mūsā al-Ašʿarī dijo en una ocasión:
“Cuando los Compañeros del Enviado de Dios s nos ve-
íamos en dificultades con algún asunto, acudíamos a ʿĀʾiša.”
Su sobrino ʿUrwa afirmaba que no sólo era experta en fiqh
sino también en medicina (ṭibb) y en poesía. Muchos de los
Compañeros del Profeta s mayores que ella acudían en bus-
ca de su consejo en asuntos de herencia que requerían una
mente muy experta en cuestiones matemáticas. Los eruditos
la consideran como uno de los primeros fuqahā del Islam,
junto a personas como ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb, ʿAlī y ʿAbdullāh
ibn ʿAbbās. Se ha transmitido que el Profeta, aludiendo a su
extenso conocimiento del Islam, dijo:
“Aprended una porción de vuestra religión (dīn) de esta
dama ‘coloradilla’.” “Ḥumaira” –diminutivo cariñoso de ‘roja’-
era un apelativo que el Profeta s había dado a ʿĀʾiša.
ʿĀʾiša no sólo poseía un gran conocimiento sino que parti-
cipó en la reforma educativa y social. Como maestra poseía
una forma de hablar clara y persuasiva, y su poder de orato-
ria ha sido descrito en términos superlativos por al-Ahnaf,
quien dijo:
“He oído discursos de Abū Bakr, de ʿUmar, de ʿUṯmān, de
ʿAlī y de todos los Califas hasta el día de hoy, pero jamás he
oído discursos tan persuasivos y hermosos como los de
ʿĀʾiša.”

395
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Hombres y mujeres acudían a ella de todas partes para


beneficiarse de su conocimiento. Se dice que el número de
mujeres superaba al de hombres. Además de responder a sus
preguntas, acogía bajo su custodia a muchachos y mucha-
chas, algunos de ellos huérfanos, para instruirles, guiarles y
ofrecerles sus cuidados. Esto además de la enseñanza que
impartía a sus familiares. De esta forma, su casa se convirtió
en escuela y academia.
Algunos de sus alumnos eran brillantes. Ya hemos men-
cionado a su sobrino ʿUrwa, distinguido transmisor de hadi-
ces. Entre sus alumnas destaca el nombre de ʿUmra bint
ʿAbdur-Raḥmān. Es considerada por los eruditos como uno de
los transmisores de hadices más fiables y se dice que actuó
como secretaria de ʿĀʾiša, recibiendo y contestando las cartas
dirigidas a esta. El ejemplo legado por ʿĀʾiša en la promoción
de la educación y en particular de la educación de las mujeres
musulmanas en las leyes y en las enseñanzas del Islam es
digno de ser seguido.
Después de Jadīŷa al-Kubra (la Grande) y de Fāṭima az-
Zahra (la Resplandeciente), ʿĀʾiša aṣ-Ṣiddīqa (la que confirma
la Verdad) es considerada como la mejor mujer de la historia
del Islam. La fuerza de su personalidad hizo de ella una líder
en todos los campos –en el conocimiento, en la sociedad, en
la política y en la guerra. A menudo lamentaba su participa-
ción en la guerra, pero vivió lo suficiente para recuperar su
posición como la mujer más respetada de su tiempo. Murió
en el mes de Ramadán del año 58 de la hégira, y como había
ordenado, fue enterrada en el cementerio de al-Baqīʿ en la
Ciudad de la Luz, al lado de otros compañeros del Profeta s.

396
GLOSARIO

Abnā
Abnāʾ: (Literalmente: hijos.) Se refiere a los descendientes de
padres persas y madres árabes. Los persas gobernaron gran
parte del mundo árabe, incluido el Yemen, antes de la llegada
del Profeta s.
Ahl ar-
ar-Rāʾi: (lit.: gente de opinión.) Se describe así a la gente
erudita y de buen juicio a quienes se consulta en asuntos del
Islam y de gobierno del estado.
Aḥzāb:āb (lit.: partidos). Aliados, confederados. Alude a las tri-
bus que se aliaron para combatir al Profeta y a los musulma-
nes en la Batalla del Foso, en el 5 heg.
Al-
Al-ʿAšaratu al-mubaššara:
mubaššara Las diez personas a las que se dio
la ‘buena nueva’ o garantía de su entrada en el Paraíso. Fue-
ron: Abū Bakr, ʿUmar, ʿUṯmān, ʿAlī, ʿAbdur-Raḥmān ibn ʿAuf,
Abū ʿUbaida ibn al-Ŷarrāḥ, Ṭalḥa ibn ʿUbaidullāh, az-Zubair
ibn al-ʿAwwām, Saʿd ibn Abī Waqqāṣ y Saʿīd ibn Zayd.
lim (pl.: ʿulamāʾ). Erudito; persona docta en las ciencias del
ʿĀlim
ʿĀlim:
Islam.
Allā
llāhu Akbar:
Akbar Dios es lo Más Grande. En la guerra, es el grito
de batalla de los musulmanes.
Amīn
Amīn:īn Digno de confianza, leal, fiel; guardián, custodio.
Amīr
Amīr:īr Emir, jefe, comandante.
Amīr
Amīr al-al-muʾmin
muʾminī
ʾminīn: Jefe de los Creyentes. Este título fue usado
en un principio para designar al jefe de una expedición mili-
tar, pero más tarde se aplicó específicamente al líder del Es-
tado Islámico, es decir, al Califa.
Anṣ
Anṣār:ār (lit.: ayudantes.) Nombre dado al colectivo de musul-
manes naturales de Medina durante el tiempo del Profeta.
Anṣ
Anṣārī:
ārī Uno de los Anṣār.
ʿAqaba:
Aqaba Lugar situado en Minā, justo a las afueras de Meca,
donde los primeros musulmanes llegados de Yaṯrib (Medina)
juraron lealtad al Profeta antes de la Hégira.
ʿArafa:
Arafa Llanura que se haya a una corta distancia al norte de
Meca y donde se concentran los peregrinos el día 9 de Ḏu ‘l-
Ḥiŷŷa. El resto del año permanece desierta.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

ʿAsabī
Asabīya:
ya Lealtad tribal, partidismo, solidaridad de grupo;
nacionalismo. Estimular la ʿasabīya y luchar sólo por su causa
fue condenado por el Profeta s.
Auqīya
Auqīya:
īya Medida de peso.
ʿAura:
Aura Las partes del cuerpo que no deben quedar expuestas a
la vista de otros. La ʿaura del hombre va desde el ombligo has-
ta la rodilla. El ʿaura de la mujer abarca todo su cuerpo, a ex-
cepción del rostro, las manos y los pies.
ya (pl.: āyāt). Signo o aspecto de la creación de Dios; versí-
Āya:
culo del Corán.
Āyatu ‘l-
‘l-Kursi:
Kursi El Versículo del Escabel. Versículo 256 del
segundo sura del Corán, Sura Al-Baqara. A menudo es recita-
do al final de cada una de las cinco oraciones diarias y al
acostarse.

īya (pl.: bawādi). Desierto o zona semi desértica.


Badīya
Badīya:
Bait al-
al-Māl:
āl (lit.: Casa de la Riqueza). El Tesoro del Estado.
Bakka
Bakkaʾīnʾīn: (lit.: los llorosos) Se refiere a aquellos compañeros
del Profeta que querían acompañar al Profeta en su expedi-
ción a Tabūk, pero que no pudieron por carecer de recursos.
Su frustración dio paso al llanto y de ahí su nombre.
Baqī
Baqīʿ (Ŷannat
(Ŷannat al- al-): Nombre del cementerio situado al sudeste
de Medina y donde están enterrados muchos de los compa-
ñeros del Profeta.
Baraka:
Baraka Bendición; Gracia divina.
til Falso. Falsedad en cuanto que se opone a Ḥaqq –la Ver-
Bātil:
dad.
Batul (al-
(al-): Asceta. Sobrenombre de Fāṭima, la hija del Profeta
s. (Se aplica también a la Virgen María.)
Bayʿ
Bayʿa: Juramento de lealtad; compromiso solemne.
Bismil·lāh
Bismil·lāh:
āh En el nombre de Dios.
Biʿ
Biʿṯa: Advenimiento. Comienzo de la misión del Profeta y de
su ministerio profético.
Bunayya:
Bunayya (lit.: hijito mío.) Término cariñoso usado indepen-
dientemente de la edad del hijo.
Burda:
Burda Manto. Prenda exterior de lana que cubre el cuerpo de
los hombros a los tobillos.

398
GLOSARIO

Busr:
Busr Dátiles semi-maduros.

Dāff:
āff Pandero, pandereta.
ʿī (pl.: duʿāt). Alguien que llama a una creencia o misión
Daʿī
Daʿī:
concreta; misionero musulmán que se ocupa del daʿwa, o sea,
de invitar a otros al Islam.
Ḏikr:
ikr Recuerdo -especialmente de Dios. Cualquier palabra o
acción realizada por Dios es considerada dhikr.
Ḏimmī
immī: Persona que vive bajo la protección del Estado Islá-
mico sin ser musulmán. Está eximido de muchas obligaciones
impuestas a los musulmanes, como el pago del zakā y el ser-
vicio militar, y en su lugar debe pagar un impuesto especial,
denominado ŷizya que le garantiza la protección del estado.
Dīn: Religión; transacción vital; forma de vida.
Dirham:
Dirham Moneda de plata.
Diya:
Diya Compensación en pago por derramamiento de sangre.
Duʿā
Duʿāʾ
ʿāʾ: Petición o súplica a Dios; Oración.
Ḏu ‘n-
‘n-Nurain:
Nurain ‘Poseedor de las Dos Luces.’ Sobrenombre de
ʿUṯmān ibn ʿAffān por haber estado casado con dos hijas del
Profeta s: Ruqayya y, tras la muerte de esta, con Umm
Kulṯūm.
Duny
Dunyā: Este mundo. Esta vida en oposición a la vida del Más
Allá.

Faqīh: (lit.: persona de buen entendimiento.) Experto en fiqh,


Faqī
o jurisprudencia islámica.
Farūq
Farūq (al-
(al-): El que distingue la verdad de la falsedad. Nombre
dado a ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb, el segundo Califa.
Fatwā
Fatwā: Pronunciamiento legal en un asunto de la Ley Islámi-
ca.
Fiqh:
Fiqh Ley y jurisprudencia islámicas.
Fitna:
Fitna Tentación, prueba; intriga, sedición; rebelión, guerra
civil.
Fuqahā: Plural de faqīh.
Fuqahā

Gāzi:
āzi El que participa en una expedición militar; guerrero;
soldado musulmán.

399
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Gazwa:
azwa Expedición militar.

Ḥadī
adīṯ: Dicho del Profeta, o descripción de sus acciones u omi-
siones. Hadiz.
Ḥalā
alāl: Lo que es legal o permisible según la Ley Islámica.
Ḥalī
alīf: Aliado o confederado de una tribu. Goza de la protec-
ción de la tribu aunque no pertenezca a ella por sangre.
Ḥalqa:
alqa (lit.: círculo.) Grupo o reunión de personas que estu-
dian asuntos relativos al Islam.
anīf: (pl.: ḥunafāʾ) Nombre dado a algunas personas en tiem-
Ḥanī
pos de Ŷahilīya, las cuales despreciaban las creencias falsas y
el culto idólatra. Se consideraban seguidores de la religión de
Abraham.
Ḥāram:
āram Santuario; recinto o territorio sagrado. Meca era con-
siderad un Ḥāram desde los días de Abraham. La protección
del santuario se extiende a todo lo que se encuentra dentro
de sus límites –por ejemplo, está prohibida la caza, y es ilegal
cualquier ofensa a quien busque protección dentro de los
límites del Ḥāram. La Masŷid al-Ḥāram o Mezquita Sagrada
alrededor de la Kaʿba no comprende la totalidad del santuario
sino que es una parte del territorio del Ḥāram de Meca.
Asimismo, el Profeta s declaró Ḥāram el territorio de Medina
cuando estableció los límites territoriales de su Ciudad-Estado.
Ḥarām
arām:
ām Prohibido según la Ley Islámica.
Haudaŷ
Haudaŷ: Litera montada sobre un camello; palanquín.
Ḥaŷŷ:
ŷŷ (lit.: esfuerzo.) Peregrinación Mayor a la Casa de Dios
en Meca, obligatoria una vez en la vida para todo musulmán
que posea los medios para hacer el viaje. Se realiza en el mes
de Ḏu ‘l-Ḥiŷŷa.
égira (en árabe, hiŷra) Emigración. Acto de abandonar un
Hégira:
lugar en busca de santuario o libertad de culto en otra parte o
por cualquier otro propósito. Asimismo, el abandono de un
mal hábito a fin de adoptar una forma más recta de vivir.
En particular, el término ‘hégira’ designa el viaje del Profeta
s de Meca a Medina en el mes de Rabiʿ al-Awwal del año do-
ce de su misión, y que corresponde a junio de 622 d. C. Esta
fecha señala el comienzo del calendario islámico.

400
GLOSARIO

Imām
Imām:
ām Jefe. Modelo. Designa al que dirige la Oración en con-
gregación, o ṣalā, y en sentido más amplio al jefe del Estado
Islámico.
Imā
Imān: Fe profunda y confianza en Dios.
Inŷīl
Inŷīl:
ŷīl Escritura sagrada revelada al Profeta ʿĪsa (Jesús). A me-
nudo traducido erróneamente por ‘Nuevo Testamento’.
āma (lit.: establecer, iniciar). Fórmula similar al aḏān al que
Iqāma
Iqāma:
se añade la frase qad qāmati ‘ṣ-ṣalā (dos veces) y con la que se
anuncia el inicio de una oración obligatoria.
Istigfār
Istigfār:
ār Pedir perdón a Dios –un aspecto importante de la
práctica islámica.

Ŷahannam:
ahannam Infierno.
Ŷahilī
ahilī: (lit.: ignorante). Referido a actitudes, prácticas, indi-
viduos o sociedades que son inmorales y paganas.
Ŷahilīya
ahilīya:
īya (lit.: ignorancia.) Nombre dado al período inmedia-
tamente anterior al inicio de la misión del Profeta, que a ve-
ces se traduce vagamente por ‘tiempos pre-islámicos.’
Ŷalbab:
albab Túnica holgada y larga.
Ŷanna:
anna Paraíso.
Ŷihād
ihād:
ād (lit.: gran esfuerzo.) Cualquier esfuerzo intenso por la
causa de Dios, tanto personal como material, tanto en recti-
tud como en lucha contra el mal, la injusticia y la opresión.
Ŷizya:
izya Impuesto pagado por los no musulmanes al Estado
Islámico a cambio de una garantía de seguridad y protección.
Estas gentes no están obligadas al servicio militar ni han de
pagar el impuesto obligatorio a los musulmanes. Si el Estado
es incapaz de garantizar su protección, debe devolver a esos
ciudadanos la cantidad pagada como ŷizya.

Jalī
Jalīfa:
fa Sucesor. En un principio designaba al sucesor del Pro-
feta, Abū Bakr. Luego, empezó a usarse como título del jefe del
Estado Islámico. En español se ha transformado en ‘Califa’.
Jandaq:
Jandaq Foso.
Jaṭīb: Orador. El que pronuncia un juṭba, o sermón.
Jaṭ
Julafāʾ: Plural de Jalīfa.
Julafā

401
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Juṭba:
ba Discurso o sermón, especialmente el que se pronuncia
los Viernes en la Mezquita mayor de una localidad.

Kaʿ
Kaʿba:
ba Edificio de forma cúbica que se encuentra en Meca y
que el Corán describe como la primera Casa de Adoración
construida para la humanidad.
āfir (pl.: kuffār). El que es ingrato con Dios y se niega a so-
Kāfir:
meterse a Él; un incrédulo o ateo.
Kufr:
Kufr Ingratitud con Dios e incredulidad en Él y rechazo de Su
religión.

Labbaika “Aquí estoy, a Tus órdenes.” (Véase Talbīya).


Labbaika:
Lāt (al-
(al-): Ídolo de los paganos de Meca. Una de las principal
diosas del panteón de los árabes en tiempos de Ŷahilīya.

Magāzi
Magāzi:
āzi Expediciones militares; las campañas militares del
Profeta s.
Mahr:
Mahr Dote. Cantidad de dinero pagada por el novio a la no-
via como parte del contrato matrimonial entre musulmanes.
Marwa:
Marwa Colina cercana a la Kaʿba, descrita en el Corán como
uno de los ‘símbolos’ de Dios. Véase también “Ṣafā” y “Sāʿi”.
Masŷid
Masŷid:
ŷid Lugar de postración; mezquita.
Masŷid
Masŷid al-
al-Ḥāram:
āram La Mezquita del Santuario de Meca, o Mez-
quita Sagrada.
Maula (pl.: mawāli) Esta palabra tiene dos significados que
Maula:
son exactamente opuestos: protector y protegido o cliente.
Generalmente, un ex esclavo que carece de una conexión
tribal directa.
Maulā
Maulāya o Muley:
Muley (lit.: mi protector o patrón.) Forma de tra-
tamiento de un gobernante.
Miḥ
Miḥrāb: Nicho o hueco en el muro de una mezquita que seña-
la la dirección de la Oración (ṣalā).
Mimbar:
Mimbar Púlpito
Muʾ
Muʾaḏḏin in Almuédano; persona que llama el aḏān, o llamada a
ḏḏin:
la oración obligatoria.
Muhā ŷir (pl.: muhāŷirūn y muhāŷirīn) Persona que ha realiza-
Muhāŷir:
do la hégira o hiŷra.

402
GLOSARIO

āfiq (pl.: munāfiqūn y munāfiqīn). Hipócrita. Alguien que


Munāfiq
Munāfiq:
aparenta ser musulmán sin serlo realmente. Considerado
como peor y más peligroso que el kāfir.
Murābit
Murābit:
ābit Alguien que defiende un puesto avanzado de los
musulmanes; persona que se dedica ‘por propia iniciativa’ a
difundir el Islam.
Muṣ
Muṣḥaf:af Ejemplar del Corán.
Mustaḍ
Mustaḍʿafūn
afūn:
ūn Personas débiles u oprimidas.
Muš
Mušawara:
awara Consulta.
Muš rik (pl.: mušrikūn y mušrikīn.) El que asocia algo con Dios
Mušrik:
en la adoración debida sólo a Él. Este es un pecado muy grave,
denominado širk.

Nasab:
Nasab Linaje; genealogía.
Nasiha:
Nasiha Lealtad; buen consejo; sinceridad.

Qāḍī: (pl.: quḍā). Juez.


ʿīd (pl.: qaʿidūn). El que permanece sentado o inactivo, en
Qaʿīd
Qaʿīd:
contraposición al que se esfuerza, o muŷāhid.
Qarḍ
Qarḍ: Préstamo. En terminología religiosa, bienes donados
para una buena causa por amor a Dios y esperando Su ‘devo-
lución’ o recompensa en la Otra Vida.
āriʾ: (pl.: qurrāʾ). Recitador del Corán.
Qāriʾ
Qibla:
Qibla Dirección u orientación para la oración –esto es, po-
niéndose cara a Meca, hacia la Kaʿba.
Qiṣ
Qiṣāṣ: Justa retribución (“ojo por ojo”), si bien el Corán reco-
mienda renunciar al derecho a tal retribución como un acto
de caridad. (Véase Corán, 5:48).
Qiyā
Qiyāma:
ma Resurrección; Juicio Final.

Rakʿ
Rakʿa: Unidad completa de la Oración ritual.
Ramadán:
Ramadán Noveno mes del calendario islámico, que es el mes
de ayuno.
Rifā
Rifāda:
da El oficio de dar hospitalidad a las gentes, especial-
mente los necesitados, que realizan la peregrinación y ofre-
cerles comida y alojamiento.

403
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

Rukū
Rukūʿ: Inclinación. Postura de la oración en la que se inclina
el cuerpo hacia adelante y se ponen las manos en las rodillas.

birūn: Los que demuestran ṣabr es decir, los que son pa-
Ṣābirū
cientes, firmes y resueltos.
Ṣabr:
abr Paciencia, firmeza, resolución.
adaq Dote, véase mahr.
Ṣadaq:
Ṣadaqa:
adaqa Limosna, caridad.
Ṣafā
afā (aṣ
(aṣ-): Colina cercana a la Kaʿba, descrita en el Corán como
uno de los ‘símbolos’ de Dios. Véase también “Ṣafā” y “Sāʿi”.
āba Compañeros. Plural de ṣaḥābi.
Ṣaḥāba:
Sāʿi (as-
(as-): (lit.: esfuerzo). Ceremonia que consiste en recorrer
siete veces la distancia entre Ṣafā y Marwa durante la pere-
grinación, para conmemorar la búsqueda desesperada de
agua por parte de Haŷar para su sediento hijo Ismāʾil.
Salsabīl
Salsabīl:īl Refrescante manantial del Paraíso, mencionado en
el Corán. (76:18)
Ṣaquifa:
aquifa Galería techada, salón. Los Compañeros se reunieron
en la Ṣaquifa de Banū Sāʿida en Medina para jurar lealtad a
Abū Bakr después de la muerte del Profeta la paz y las bendi-
ciones de Dios sean sobre él. Ese día se conoce en la historia
como el ‘Día de la Ṣaquifa’.
Sayyid:
ayyid Caudillo; jefe.
Saŷda
Saŷda:
ŷda Postración. Una de las posiciones de la oración ritual o
ṣalā.
Sira:
Sira Biografía del Profeta.
Sirwal:
Sirwal Prenda interior larga.
āk Trozo de rama o raíz de un árbol (en Arabia, el arāk)
Siwāk
Siwāk:
usado para la higiene dental. Llamado también miswāk.
Ṣuffa:
uffa Estrado o plataforma. Parte de la mezquita del Profeta
en Medina usada como una especie de punto de acogida para
los recién llegados a la ciudad y los indigentes.
Ṣuḥuf: (pl.: de ṣaḥīfa). Páginas, manuscritos.
Sunna: (lit.: camino). El ejemplo del Profeta s, que incluye lo
que dijo, hizo, omitió o consintió.
Sura:
Sura Capítulo del Corán.

404
GLOSARIO

Šahā
ahāda:
da Testimonio; declaración de fe; martirio. Las palabras
de la Šahāda son: Ašhadu an lā ilāha il·lā Allāh wa ašhadu anna
Muḥammadan Rasūlul·lāh – Atestigüo que no hay deidad sino
Dios y que Muḥammad es el Enviado de Dios.
Šahīd
Šahīd:
īd Testigo; mártir.
Šar
Šarīʿa: Ley Islámica.
Širk:
Širk Asociación a Dios de otros dioses, ídolos, o cualquier
otra cosa en la adoración debida sólo a Él; es el más grave de
los pecados.
Šūrā: Consulta mutua.

Tahaŷŷud
Tahaŷŷud:
ŷŷud Derivado del verbo que significa ‘estar despierto
de noche, pasar la noche en oración’. El Tahaŷŷud es una ora-
ción voluntaria que se realiza entre la oración de ʿišāʾ y la del
alba. El Profeta ensalzaba sus méritos y animaba a sus segui-
dores a realizarla.
īya Es exclamar Labbaika Allāhumma Labbaik. Los pere-
Talbīya
Talbīya:
grinos lo repiten durante la peregrinación mayor y menor a
la Casa de Dios.
Tamr:
Tamr Dátiles.
Taqwā
Taqwā: Conciencia de Dios; ser cuidadoso de no traspasar los
límites establecidos por Dios: es una cualidad importante del
verdadero musulmán que comprende amor y temor de Dios y
el deseo de merecer Su complacencia y evitar Su enojo.
Tauhīd
Tauhīd:
īd Reconocimiento de la Unidad de Dios que es la base
de la fe islámica.
Ṭawāf
awāf:
āf Circunvalación ritual de la Kaʿba.
Ṯawāb
awāb:
āb Bendición, recompensa.

Umma:
Umma Comunidad; nación. Específicamente, la comunidad
de creyentes o Comunidad Musulmana universal.
Umm al- minīn: (lit.: Madre de los Creyentes; pl.: Ummahāt
al-muʾminī
al-muʾminīn) Término usado para referirse a una de las espo-
sas del Profeta. La posición de las esposas del Profeta como
‘madres de los creyentes’ (Véase Corán, 33:6) implicaba que
no podían casarse después de su muerte, puesto que todos los
creyentes eran espiritualmente ‘hijos’ suyos, y que eran dig-

405
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

nas de la más alta consideración y respeto por parte de los


creyentes.
ʿUmra:
Umra La peregrinación menor; es voluntaria y puede reali-
zarse en cualquier momento del año.
ʿUzzā
Uzzā (al-
(al-): Ídolo de los paganos de Meca. Una de las diosas
del panteón de los árabes en tiempos de Ŷahilīya.

Wakīl
Wakīl:
īl Agente, representante, tutor.
Walīīma:
Wal ma Banquete de bodas, que sirve en parte como anuncio
público de un matrimonio.
Wuḍ
Wuḍūʾ: Ablución ritual que debe realizarse antes de la ora-
ción, y es recomendable para actos como la lectura del Corán.

Zakā
Zakā: Impuesto de purificación obligatorio sobre la riqueza.
Es uno de los pilares del Islam.

406
CRONOLOGÍ
CRONOLOGÍA

545 d. C. Nacimiento de ʿAbdullāh, padre del Profeta


Muḥammad s.
570 Año del Elefante. Intento de invasión de Meca
por Abraha.
Nacimiento del Profeta s.
575 Muerte de Āmina, madre del Profeta.
578 Muerte de ʿAbdul-Muṭṭalib, abuelo del Profeta.
595 Matrimonio del Profeta s con Jadīŷa bint Juwai-
lid.
610 La Biʿṯa –comienzo de la Revelación y de la mi-
sión del Profeta s.
615 Primera emigración a Abisinia.
616 Segunda emigración a Abisinia, encabezada por
Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib, y en la que iban Umm Sala-
ma y su marido.
Conversión de ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb.
617 Los Quraiš implantan un boicot contra Banū
Hašim y Banū al-Muṭṭalib.
619 El ‘Año de la Tristeza’: fallecen Jadīŷa, esposa del
Profeta, y Abū Ṭālib.
621 Primer Juramento de ʿAqaba.
622 Segundo Juramento de ʿAqaba.
Hégira (Emigración) del Profeta a Medina.
624 / 2 Heg. Expedición de ʿAbdullah ibn Ŷaḥš a Najla.
Matrimonio de Fāṭima y ʿAlī.
Batalla de Badr.
Muerte de Ruqayya, hija del Profeta.
Nacimiento de al-Ḥasan (en Ramadán).
625 / 3 Batalla de Uḥud (en Šawwal).
Nacimiento de al-Ḥusain.
625 / 4 Expulsión de Banū an-Naḍīr de Medina y su
asentamiento en Jaibar.
Expedición del Profeta s a Naŷd. ʿAbbād ibn Bišr
participa en la fuerza expedicionaria.
LAS ESTRELLAS ASCENDENTES

626 / 5 Expedición a Dūmatul-Ŷandal (Rabīʿ al-Awwal).


627 / 5 Batalla de al-Jandaq (el Foso), llamada también
Batalla de al-Aḥzāb (en Šawwal).
628 / 6 Tratado de Ḥudaibīya con los Quraiš (en Ḏu ‘l-
Qaʿda).
628 / 7 El Profeta envía mensajeros a los emperadores
de Persia y Bizancio.
Asesinato de Cosroes Parvez, emperador sasáni-
da de Persia, que reinaba desde el 589 d. C.
Matrimonio de Profeta s con Ramla bint Abū
Sufyān (Ŷumāda al-Ūla)
Batalla de Jaibar.
629 / 7 El Profeta realiza la ʿUmra.
629 / 8 Muerte de Zainab, hija del Profeta s.
Nacimiento de Zainab, hija de Fāṭima. Batalla de
Muʾta, en Siria, en la que caen mártires tres jefes
del ejército: Zayd ibn Ḥāriṯa, Ŷaʿfar ibn Abī Ṭālib
y ʿAbdullāh ibn Rawāḥa.
630 / 8 Liberación de Meca (en Ramadán) y destrucción
de los ídolos.
Batalla de Ḥunain (en Šawwal).
630 / 9 Expedición comandada por ʿAlī ibn Abī Ṭālib
contra el territorio de la tribu Tayyiʾ para des-
truir el templo de Fuls, uno de los tres principa-
les ídolos de los árabes.
Expedición a Tabūk.
Muerte de Umm Kulṯūm, hija del Profeta s.
Año de las Delegaciones.
632 / 10 Peregrinación de la Despedida.
Nacimiento de Umm Kulṯūm, hija de Fāṭima.
632 / 11 Muerte del Profeta, Dios le bendiga y le dé paz
(en Rabīʾ al-Awwal).
Muerte de Fāṭima, hija del Profeta s.
632-34 / 11-
11-13
Califato de Abū Bakr.
Las llamadas “Guerras de Ridda” contra Musaili-
ma y otros falsos profetas.

408
CRONOLOGÍA

634-44 / 13-
13-24
Califato de ʿUmar ibn al-Jaṭṭāb.
635 / 14 Conquista de Damasco, seguida de otras ciudades
de Siria.
636 / 15 Batalla de Yarmūk contra los bizantinos. El her-
mano del emperador Heraclio muere en la batalla.
637 / 16 Batalla de Qādisīya, cerca de Ḥīra, contra el ejér-
cito persa de los sasánidas. Toma de la capital
sasánida, Tesifonte.
638 / 17 Plaga en Siria e Iraq en la que mueren Abū
ʿUbaida ibn al-Ŷarrāḥ, Muʿāḏ ibn Ŷabal y miles
de musulmanes. Jerusalén en poder de los mu-
sulmanes.
641 / 22 Batalla de Nihavand, en el centro de Persia, en la
cual fue derrotado finalmente el ejército sasáni-
da por los musulmanes comandados por Ḥuḏaifa
ibn al-Yamān. Babilonia de Egipto (emplaza-
miento posterior de Fusṭāṭ y El Cairo) es tomada
por ʿAmr ibn al-ʿĀṣ.
644-55 / 24-
24-36
Califato de ʿUṯmān ibn ʿAffān. Desarrollo del po-
derío naval de los musulmanes.
656-61 / 36-
36-41
Califato de ʿAlī ibn Abī Ṭālib.
673/ 54 ʿAbdullah ibn az-Zubair, reconocido generalmente
como Califa, muere combatiendo en Meca.
675-78?/ 56-
56-59
Asedio de Constantinopla dirigido por Yazīd ibn
Muʿāwiya. Abū Ayyūb al-Anṣārī tomó parte en
esta expedición.

409

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