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Universidad Nacional Autónoma de México

Facultad de Filosofía y Letras


Licenciatura en Filosofía

González Murga Jocelyn Ixchel González Murga

Ensayo:
El egoísmo como una teoría inválida de la ética.

Profesor:
Luis Muñóz Oliveira

Fecha de entrega:
19 de febrero de 2021
El egoísmo como una teoría inválida de la ética

El egoísmo en nuestra sociedad ha sido señalado muchas veces como una actitud
negativa e inaceptable en un ser humano. Desde que uno forma parte de la vida social, se ve
inculcado de normas que moderen y guíen nuestras acciones por un buen sendero. Esto con
el objetivo de que todos los individuos podamos alcanzar un máximo de felicidad y justicia.
Por ello, no se encuentra cabida al egoísmo en el mundo ético, ya que desde la perspectiva
del egoísta no se ve por un todo, se ve por uno solo.

Al pensar en uno solo podemos traer consecuencias negativas para la vida en


sociedad. Tan solo recordemos los cuentos o fábulas que nos relataban nuestros padres
cuando éramos pequeños. Esas historias donde se nos mostraba que quien solo piensa en sí
mismo a costa de la felicidad de los demás termina pagando por sus malas acciones.
Necesariamente, lo social nos exige ser humanitarios, ser empáticos con quien forme parte
de nuestro entorno en cuanto nos sea posible.

A pesar de ser una actitud reprobable en nuestros círculos sociales, sorprenderá


bastante que existen algunos defensores del egoísmo como algo totalmente ético y, sobre
todo, como algo inherente a lo humano. En el presente escrito, abarcaré únicamente lo
comprendido por egoísmo psicológico y egoísmo moral. Además, expondré los argumentos
base que cada uno posee para defender sus posturas, y con motivo de cumplir el objetivo
del texto, presentaré los argumentos en contra de estos para demostrar que el egoísmo es
inconexo con la ética.

Empecemos con el egoísmo psicológico. Dicho postulado nos expone la idea de que
las acciones que realizamos son orientadas por el egoísmo. No importa que se trate de algo
que parezca beneficioso para alguien más. Por ejemplo, prestarle dinero para pagar el
pecero a Juanito. Toda acción por más altruista que parezca es egoísta, ya que podemos
estarla ejerciendo por la idea de que al dar ayuda podemos utilizar a quienes beneficiamos
para nuestros fines a futuro. Retomando de nuevo nuestro ejemplo, nuestra acción
disfrazada de amabilidad puede justificarse con que, si le ayudamos a Juanito dándole
dinero para su pasaje, a futuro podemos pedirle algún favor, como que nos pase las
respuestas de algún examen.
Entonces ¿Puede decirse que en el fondo todas nuestras acciones son egoístas a
pesar de ser un bien comunitario? Personajes como Thomas Hobbes, consideran que si cabe
la posibilidad de que el egoísmo pueda ser el regidor de nuestras decisiones. Incluso, dicho
filósofo, trato de darle explicaciones egoístas a acciones que normalmente vemos como
altruistas. Por ejemplo, nos presenta que la caridad es un acto llevado a cabo no por el amor
que le tenemos a nuestros semejantes, sino por el deleite que nos ocasiona demostrar el
poder que poseemos sobre aquellos que necesitan de nosotros. O también nos anexa el caso
de la compasión, donde el egoísta siente dolor por el miedo de que pueda sucederle un
infortunio semejante en el futuro al de la persona que lo está padeciendo.

De este modo, no hay nadie que huya de esta actitud de auto-interés. Ya que, para
convencer al mundo de que no somos tan buenos como parecemos, quienes defienden al
egoísmo psicológico proponen dos argumentos en pro de la teoría: todos hacemos lo que
más deseamos hacer, y todos hacemos lo que nos hace sentir bien. El primer argumento
dice que toda acción que realizamos así sea supuestamente desinteresada, en el fondo es
egoísta porque simplemente hacemos lo que deseamos. Este argumento presenta graves
errores: el primer error es que muchas veces los individuos podemos vernos obligados a
hacer algo, así nosotros no lo queramos hacer, y el segundo error es que no todos nuestros
deseos pueden ser egoístas. Lo anterior lo podemos determinar de acuerdo con el objeto de
nuestro deseo, dependiendo si es egoísta o no.

En cuanto al segundo argumento, el cual nos dice que todos hacemos lo que nos
hace sentir bien, se presenta como una justificación para demostrar que el realizar buenas
acciones no nos exenta del egoísmo, debido a que, si sentimos placer al servir de ayuda,
somos egoístas pues realmente ayudamos con tal de tener esa satisfacción. Es tal como lo
explicó líneas atrás Hobbes en su idea de que ni apoyar a la beneficencia, ni compadecer a
los otros es algo desinteresado.

Si nos damos cuenta, los defensores del egoísmo psicológico siempre tratan de
buscar una raíz ególatra en cualquier acción realizada por el humano. Rechazan
rotundamente que los motivos que puedan conducir a alguien a realizar una acción
generosa puedan ser de índole altruista. Siempre debe haber un fin propio que les cause
satisfacción, como puede ser el reconocimiento, la admiración, el sentirse bien consigo
mismo, etcétera. Sin embargo, como bien menciona Singer (1995), realizar esto resulta
cuestionable:

Los egoístas psicológicos no deberían intentar desmentir estos casos prima facie de
conducta egoísta, como tienden a hacer algunos, insistiendo en que debe de haber una
explicación egoísta. Sin duda, un egoísta psicológico astuto a menudo puede inventar una
explicación egoísta subyacente de la conducta aparentemente no egoísta en cuestión, igual que
alguien que no parece egoísta puede sustituir la verdadera motivación egoísta, e inventar una
posible, no hace que sea la motivación real. (p. 281)

Claramente podemos encontrar situaciones que no busquen un beneficio propio


como meta última. Por ejemplo, donar víveres a una casa hogar cada semana. Hacerlo nos
puede generar satisfacción porque sabemos que estamos ayudando a personas que más lo
necesitan. Pero, ante ello llegaría el egoísta ético a decirnos que nuestra acción disfrazada
de benevolencia no es nada más que genuino egoísmo, y se justificaría con la explicación
hobbeseana de que nos gusta mostrar nuestro poder sobre otros. Sin embargo, aquí se cae
en un error.

Sentirnos bien al realizar una acción benéfica para un sujeto secundario no es


sinónimo de ser ególatra. Es normal sentirnos así porque estamos generando un cambio en
nuestro entorno. El egoísta ético no reconoce que la satisfacción que la caridad produce es
algo meramente secundario, ya que, si lo analizamos, realmente nuestro fin principal no era
sentirnos bien al realizar dicho donativo. El fin que buscábamos en nuestro ejemplo era el
de apoyar a los demás.

Como vimos, a pesar de lo muy tentadora que puede parecer esta teoría, hay muchas
réplicas que terminan por invalidarla. Si esto es así. ¿Por qué siguen defendiendo dicha
teoría? Como bien menciona Rachels (2006), “[…] una vez aceptada una hipótesis, todo se
puede interpretar en su apoyo” (p. 124). El egoísmo se nos presenta como una forma
sencilla de comprender la mentalidad humana, pues en lugar de dar muchas razones
motivacionales nos reducimos a una sola. Y además de ello, se nos ilustra como algo
irrefutable. Pero ya se ha demostrado que hacer esto es un grave error, debido a que
perfectamente un defensor de la teoría puede ajustar una acción empática y volverla algo en
pro de la teoría. Todo por esta tentación unificadora.
Ahora, teniendo clara esta supuesta psicología, hablemos del egoísmo ético. Cuando
hablamos de egoísmo ético hay que tener clara su diferenciación del egoísmo psicológico,
ya que resultan ser cosas totalmente diferentes. Cuando hablamos de egoísmo psicológico
nos referimos a la idea de que el ser humano es egoísta en el fondo junto con sus acciones;
por otro lado, el egoísmo ético a lo que refiere es a algo meramente normativo. Es decir,
tenemos que vivir guiados por nuestro interés propio siempre, sin importar el bienestar de
los demás. De este modo, se postula como la única dirección viable que tenemos para que
se cumplan los deberes y obligaciones que moralmente estamos sujetos a cumplir.
Resulta difícil pensar que esto sea posible teniendo en cuenta que somos el centro
de nuestro universo. Sin embargo, esta idea postula que es válido ayudar a nuestros
congéneres, ya que como mencioné con el ejemplo de Juanito, el individuo beneficiado se
verá forzado a una retribución a futuro. O incluso, puede darse el caso de que los intereses
coincidan y, en consecuencia, al guiarnos por nuestro interés propio terminemos ayudando
a otros para alcanzar el mismo fin. Al igual, puede ocurrir que apoyar a un conjunto sea un
buen medio para alcanzar un fin. Todo esto, es permisible dentro del egoísmo ético.
A diferencia del egoísmo psicológico donde se nos presentaba que uno hace las
cosas porque así lo desea, en el egoísmo moral esto es inaceptable en los casos que nos
generen un placer momentáneo. Claro ejemplo es el que presenta Rachels (2006), con las
drogas ya que, “[…] El egoísmo ético dice que una persona debe hacer aquello que, a la
larga, realmente va en su mejor interés. Recomienda el egoísmo, pero no la estupidez”
(p.130). En este caso, en vez de irnos por el deseo de fumar tabaco, el egoísmo moral nos
ordenaría ver mejor por cuidar nuestros pulmones para así evitar complicaciones de salud,
como puede ser el cáncer.
Dentro del egoísmo ético se encuentran tres argumentos en favor de este para
sostener su eficacia como herramienta moral en la vida de los individuos. El primer
argumento presentado es una crítica al altruismo. Puesto que, para quienes defienden la
teoría egoísta aseguran que el ser siempre benevolente puede traer consecuencias severas.
Para ello, se jactan de algunas ideas secundarias. Una de ellas es el hecho de que podemos
hacer cosas buenas que terminen siendo malas. Por ejemplo, irrumpir el intento de suicidio
de alguien que realmente buscaba como fin morir. O también, justifican su reprobación al
altruismo con la idea de que ser los veladores de las personas puede incomodar a los otros,
pues implica estar interponiéndonos en vidas ajenas, y con ello, podríamos dar a entender
que denigramos sus vidas individuales, les robamos su dignidad y respeto. En
consecuencia, se vuelve más eficiente velar por cada uno.
Sin embargo, dicho argumento de entrometernos como algo denigrante es
totalmente ilógico. Es dudoso que alguien que necesite ayuda urgentemente se vea ofendido
por recibir ese apoyo. Claro caso puede presentarse, por ejemplo, cuando vemos a alguien
cruzar descuidadamente una calle concurrida por automóviles. Un auto en movimiento
puede estar por atropellar a esa persona, y en un acto de ayuda, lo movemos a un extremo
seguro. Dudo bastante que alguien a quien le han salvado la vida se ofenda por este hecho.
Al igual, prevalece mi duda al pensar que alguna persona en situación de calle y que no ha
comido en días se ofenda por recibir una ayuda desinteresadamente. Esta crítica que ofrece
el egoísmo al altruismo es inválida. Más teniendo en cuenta que el egoísmo moral nos pide
velar por los intereses propios para generar un bien colectivo. Irónicamente esto suena más
a altruismo.
El segundo razonamiento que existe en pro del egoísmo ético es el argumento de
Ayn Rand. De acuerdo con lo que expone, se dice que el altruismo es una invitación a
lanzarnos por los demás, sin importar nuestro bienestar propio. No importa si tenemos
sueños o metas, nos veremos obligados a abandonar todo con tal de ayudar a alguien. En
cambio, si nos dejamos influenciar por el egoísmo, estaremos siguiendo un camino que
mire por el bien individual de las personas, y les de el valor que cada una merece.
El error en dicho argumento es que nos expone la idea del egoísmo como lo más
viable sobre todo. La lógica bajo la que el argumento está estructurado es tal que cualquier
otra teoría se ve inviable a comparación del egoísmo. Necesariamente nos hace elegir entre
altruismo y egoísmo, sin abrir alguna posibilidad a la existencia de un punto intermedio con
tal de elegir alguno de los dos extremos expuestos. Así, quien elige al egoísmo simboliza
que sabe valorarse a uno mismo, en cambio, quien va por el altruismo no sabe valorarse y
se sacrifica innecesariamente.
El último argumento a favor del egoísmo como algo ético supone que es compatible
con la teoría del sentido común. Las reglas básicas de comportamiento que se nos han
enseñado para mantener una sana convivencia son alabadas por el egoísmo. No dañar a
otros, no mentir, cumplir nuestras promesas. Esas y más reglas básicas son respaldadas bajo
el egoísmo con el argumento de que no debemos hacer lo que no queremos que nos hagan.
Así, si no queremos que nos nieguen la verdad, entonces no deberemos de mentir, en
beneficio de saber lo verídico siempre. Sin embargo, esta idea nos dice que en general nos
conviene no dañar a otros, no que siempre nos conviene. Nada asegura que los otros
cumplirán su parte del trato porque puede darse la situación en que a alguien le convenga
más dañar a otros, por ejemplo.
Si no fuera suficiente la refutación de cada una de las defensas que tiene el egoísmo
ético, se presentan recurrentemente algunos argumentos a favor. De las primeras réplicas
que se exponen es que claramente la teoría del egoísmo permitiría la realización de
acciones poco éticas con tal de conseguir cosas en beneficio de uno mismo. Robar, matar,
violar. Actos que tenemos altamente castigados serían básicamente aceptables, siempre y
cuando se obtenga un beneficio propio.
Otro argumento que desmerita completamente al egoísmo es que nunca se ocupa de
problemas que realmente sean de interés. Esto es así porque de acuerdo con Rachels (2006),
“[…] Necesitamos reglas morales, dice, sólo porque nuestros intereses a veces entran en
conflicto; si nunca entraran en conflicto, entonces no habría problemas que resolver y por
tanto no habría necesidad de la clase de orientación que nos da la moral […]” (p.140). Si va
a ser una regla que se ocupa de guiar la conducta, debe darnos una respuesta que genere un
bien mayor. Sin embargo, ocurren ejemplos donde los intereses se ven obstaculizados por
los intereses de alguien más. Y si seguimos la lógica egoísta de la necesidad de alcanzar
nuestro interés propio a costa del bienestar de los demás, podemos realizar cualquier acto
violento en contra de nuestro competidor con tal de alcanzar nuestro interés propio, y
viceversa. Esto, también vuelve a toda la teoría inconsistente.
Finalmente, se encuentra uno de los argumentos más rotundos para desvalidar al
egoísmo: la teoría es rotundamente arbitraria. El egoísmo nos hace dividir la vida en dos
grupos: nosotros y los demás, colocándonos a nosotros por encima de todos sin alguna
razón válida aparente. Esta refutación, aparte de dar una razón fuerte por la que el egoísmo
no es algo válido moralmente, nos muestra que todos tenemos el mismo valor. No hay
razones que nos vuelvan superiores a todos. Somos iguales a las otras personas, en el
sentido de que todos poseemos intereses. Por ello debe haber respeto entre todos los
individuos de la sociedad.
El egoísmo no es el motor de todas las personas para ejercer sus acciones. Muchos
somos conmovidos por la empatía y el deseo de generar un bien mayor en la sociedad. Que
nos genere satisfacción, jamás será algo ególatra. Además, guiarnos por los brazos de este
valor negativo, nos puede llegar a arrebatar esa parte humanitaria que muchas veces nos
hace falta en la convivencia diaria con nuestros iguales. Es malévolo pensar que podemos
arrebatarle sus intereses a cualquier individuo por cumplir nuestros caprichos. Nada nos
vuelve especiales sobre otros, y pensar lo contrario, es algo maquiavélico. Así, podemos
concluir que el egoísmo es inconexo a lo ético. En vez de pensar en uno mismo sobre los
otros, hay que considerar a los demás, y ayudar mientras nos sea posible. Tal vez sea una
altruista, pero dudo demasiado que el egoísmo sea válido en la ética. Si vamos a conseguir
aquello que deseamos, que sea sin arrebatarle lo cosechado a los demás. Solo así, debemos
guiar nuestra vida moral.
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FUENTES DE CONSULTA

Rachels, J. (2006). Introducción a la filosofía moral. (G. Ortiz Millán, trad.). Fondo de
Cultura Económica.

Singer, P. (1995). Compendio de ética. (J. Vigil Rubio, trad.). Alianza.

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