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1.

Golpes en el coche
Una familia, compuesta por dos pequeños y sus padres, viajaban por carretera hacia [....]
cuando el coche se les averió. Los padres salieron a buscar ayuda y, para que los niños no se
aburrieran, les dejaron con la radio encendida. Cayó la noche y los padres seguían sin volver
cuando escucharon una inquietante noticia en la radio: un asesino muy peligroso se había
escapado de un centro penitenciario cercano a [....] y pedían que se extremaran las
precauciones.

Las horas pasaban y los padres de los niños no regresaban. De pronto, empezaron a escuchar
golpes sobre sus cabezas. “Poc, poc, poc”. Los golpes, que parecían provenir de algo que
golpeaba la parte de arriba del coche, eran cada vez más rápidos y más fuertes. “POC, POC,
POC”. Los niños, aterrados, no pudieron resistir más: abrieron la puerta y huyeron a toda prisa.

Solo el mayor de los niños se atrevió a girar la cabeza para mirar qué provocaba los golpes. No
debería haberlo hecho: sobre el coche había un hombre de gran tamaño, que golpeaba la parte
superior del vehículo con algo que tenía en las manos: eran las cabezas de sus padres.

[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento].

2. Yoduloso
Hace unos años, en un campamento, hubo un grupo de jóvenes que, durante una excusión, se
perdió. Tras varias horas perdidos, encontraron a un hombre solitario: llevaba un hacha a la
espalda y no les daba buena espina pero, desesperados, le preguntaron cómo se llegaba al
pueblo. A pesar de la primera impresión, el hombre resultó ser supergradable: les dijo que se
llamaba Yoduloso y les acompañó hasta el pueblo, donde se despidió. Antes, se hizo una foto
junto a los jóvenes.

El grupo de jóvenes contó en el pueblo que el hombre que los había llevado hasta allí se
llamaba Yoduloso, pero los vecinos de la localidad dijeron que aquello era imposible. El único
Yoduloso que había habido en el pueblo falleció hace más de 100 años, y murió de una forma
horrible: un grupo de niños jugaba a la pelota y se le escapó, y Yoduloso fue a por ella. Llevaba
un hacha en la mano y tuvo la mala suerte de tropezar y cortarse su propia pierna. Murió
desangrado.

Los jóvenes escucharon incrédulos y pensaron que, incluso a pesar de las coincidencias del
nombre y de que aquel señor también llevaba un hacha, era imposible que se trata de la misma
persona. Sin embargo, cuando revelaron aquella foto que se habían hecho al llegar al pueblo,
se percataron de algo que les hizo cambiar de parecer: Yoduloso había desaparecido de la
fotografía.

[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento].

3. Manitou
Hace muchísimos años venía a los campamentos un joven llamado Manitou. Debido a su mal
comportamiento, fue expulsado del campamento, y decidió vengarse. Durante toda la
eternidad: aunque esto ocurrió hace muchísimo tiempo, Manitou sigue visitando los
campamentos. Podemos saber que está cerca porque antes de su llegada puede escucharse un
sonido similar al de un tambor.

En ocasiones, al despertar, algunos niños se han dado cuenta de que les habían dibujado en la
frente, o por el cuerpo, una letra M en color roja. Está pintada con sangre.

[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento. Según explican, esta


historia va seguida de una noche de sustos para los niños de los campamentos: los monitores
pueden dibujar una “M” cerca de las tiendas o simular el ruido de un tambor].

4. El loco bajo la cama


Esta es la historia de una joven de [....], llamémosla Sara. De pequeña, Sara tenía miedo a la
oscuridad, hasta que adoptó a un perro que le hacía compañía. Durante años, Sara dormía
tranquila porque sabía que bajo la cama estaba su perro, y si tenía miedo solo tenía que
extender la mano: entonces, el perro empezaba a lamerla hasta que se quedaba dormida.

Así pasaron los años y Sara se hizo adulta. Una noche, en la radio, escuchó que cerca de [....]
estaba en busca y captura un asesino muy peligroso. Sara, acompañada de su perro, no tenía
miedo: se metió en la cama, extendió la mano hacia el borde y el perro, como todas las noches,
empezó a lamerla.

Durmió del tirón y, al despertar, le sorprendió que el perro no se hubiera cansado de lamerle la
mano en toda la noche. O eso creía: al abrir los ojos, encontró al perro muerto sobre el suelo
de la habitación. Bajo la cama, un hombre seguía lamiéndole la mano.

[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento].

5. El desafío del cementerio


Varias adolescentes habían ido a pasar la noche en casa de una amiga, aprovechando que sus
padres estaban de viaje. Cuando apagaron las luces se pusieron a hablar de un viejo al que
acababan de enterrar en un cementerio cercano. Se decía que lo habían enterrado vivo y que
se le podía escuchar arañando el ataúd, intentando salir.

Una de las chicas se burló de aquella idea, así que las otras la desafiaron a que se levantara y
fuera a visitar la tumba. Como prueba de que había ido, tenía que clavar una estaca de madera
sobre la tierra de la tumba. La chica se fue y sus amigas apagaron la luz otra vez y esperaron a
que volviera.

Pero pasó una hora, y otra más, sin que tuvieran noticias de su amiga. Se quedaron en la cama
despiertas, cada vez más aterradas. Llegó la mañana y la chica no había aparecido. Aquel
mismo día, los padres de la chica regresaron a casa y, junto al resto de padres, acudieron al
cementerio. Encontraron a la chica tirada sobre la tumba… Muerta. Al agacharse para clavar la
estaca en el suelo, había pillado también el bajo de su falda. Cuando intentó levantarse y no
pudo, creyó que el viejo muerto la había agarrado. Murió del susto en el acto.

[De Tened miedo… Mucho miedo. El libro de las leyendas urbanas de terror, de Jan Harold
Brunvand].
6. “¿Has subido a ver a los niños?”
Una adolescente está cuidando por primera vez a unos niños en una casa enorme y lujosa.
Acuesta a los niños en el piso de arriba, y, cuando apenas se ha sentado delante de la
televisión, suena el teléfono. A juzgar por su voz, el que llama es un hombre. Jadea, ríe de
forma amenazadora y pregunta: “¿Has subido a ver a los niños?”.

La canguro cuelga convencido de que sus amigos le están gastando una broma, pero el hombre
vuelve a llamar y pregunta de nuevo: “¿Has subido a ver a los niños?”. Ella cuelga a toda prisa,
pero el hombre llama por tercera vez, y esta vez dice: “¡Ya me he ocupado de los niños, ahora
voy a por ti!”.

La canguro está verdaderamente asustada. Llama a la policía y denuncia las llamadas


amenazadoras. La policía pide que, si vuelve a llamar, intente distraerle al teléfono para que les
de tiempo a localizar la llamada.

Como era de esperar, el hombre llama de nuevo a los pocos minutos. La canguro le suplica que
la deje en paz, y así le entretiene. Él acaba por colgar. De repente, el teléfono suena de nuevo,
y a cada timbrazo el tono es más alto y más estridente. En esta ocasión, es la policía, que le da
una orden urgente: “¡Salga de la casa inmediatamente! ¡Las llamadas vienen del piso de arriba!”.

[De Tened miedo… Mucho miedo. El libro de las leyendas urbanas de terror, de Jan Harold
Brunvand].
7. Un cadáver en la cama
Un grupo de amigas había decidido ir a [...] para pasar unos días. Se registraron en el hotel y
subieron a su habitación a dejar el equipaje, pero notaron un olor peculiar, como si se les
hubiera olvidado sacar la basura o no hubieran tirado de la cadena del váter. Sin embargo, todo
parecía estar en orden, así que se fueron y no volvieron hasta la última hora de la noche.

El olor había empeorado notablemente a lo largo del día y ya era casi insoportable, de modo
que llamaron a mantenimiento para que localizara su origen. La persona que les mandaron
miró debajo de las camas, dentro de los armarios, incluso olfateó los desagües y las
ventilaciones, pero no pudo encontrar la fuente del olor. Al final, limpiaron la habitación con
generosas cantidades de productos perfumados, pusieron la ventilación al máximo y desearon
las buenas noches al grupo de amigas. La peste estaba, por el momento, enmascarada, y como
ellas estaban agotadas, se fueron a la cama. Una de ellas escondió la cartera debajo del
colchón, como acostumbraba a hacer en los hoteles.
Todas durmieron hasta bien entrada la mañana: grandes rayos de sol entraban ya en la
habitación, caldeándola en extremo. El hedor seguía presente y más potente que nunca. Una
de las mujeres, ya bastante irritada, volvió a llamar al departamento de mantenimiento para
quejarse. Luego llamó al director del hotel para quejarse un poco más. Un pequeño ejército de
personal de dirección y mantenimiento se presentó en breve, y una vez más, rebuscaron por
todas partes sin resultado. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo en que el olor era
inaguantable, así que dirección ofreció cambiar a las amigas de habitación.

Recogieron sus cosas para bajar al vestíbulo, pero cuando la señora que había escondido la
cartera hurgó debajo del colchón, tocó algo que parecía sospechosamente una mano humana.
Quitaron el colchón de encima de la cama y ahí, en un hueco practicado entre los muelles del
somier, había un hombre muerto. Era evidente que lo habían asesinado en la habitación y el
asesino lo había escondido entre el colchón y el somier. Había recortado una parte de los
muelles del somier para que el cuerpo no formara un bulto en la cama.

[De Tened miedo… Mucho miedo. El libro de las leyendas urbanas de terror, de Jan Harold
Brunvand].
8. La mano huesuda
Una niña de siete años se había quedado con su abuela en su pequeño piso porque sus padres
se habían ido al cine. Todo fue normal, cenaron y se rieron un rato charlando juntas. A las diez
de la noche, la abuela se puso a hacer labores de costura, y la niña se puso a ver la tele, pero de
repente a la abuela le entró una sed increíble, y le dijo a su nieta si le podía traer un vaso de
agua.

-Está oscuro -dijo la niña.

-No temas, sigue el pasillo, que justo al lado de la puerta del baño hay un interruptor.

La niña se decidió, y al entrar al pasillo no veía nada porque estaba muy oscuro, por lo que se
arrimó a una pared y fue palpando y tanteando a ciegas en busca de un interruptor. Al seguir
andando y llegar al marco de la puerta del baño, se paró y siguió tanteando, y de repente notó
como una mano huesuda intentaba arrastrarla a la oscuridad del baño. La niña logró apartarse
y fue llorando a su abuela. Desde entonces, la niña está en tratamiento psicológico. ¿Que pasó,
si solo estaban ellas dos en la casa y la abuela estaba en el salón cosiendo?

[Del apartado Historias de miedo para campamentos de la web de cultura popular


oral Anecdonet].
9. ¿Quién apagó las psicofonías?
Lo que me dispongo a relatar es absolutamente verídico y relativamente reciente, me ocurrió a
mí hace aproximadamente seis meses. A mí el mundo del espiritismo, las psicofonías y demás
me produce mucha curiosidad, pero a la vez me asusta.

Un compañero de clase me proporcionó un CD que tenía grabadas algunas psicofonías. Mi


hermano me propuso llevarme un portátil para escuchar el CD mientras se duchaba, y así lo
hicimos. Antes de escuchar la primera psicofonía una voz presentaba el CD y hacía una
advertencia: “Nunca lo escuchen a oscuras”. En ese momento, para asustar a mi hermano,
apagué la luz del cuarto de baño y él gritó: “¡Enciende la luz!”. Cuando la encendí, el disco ya no
sonaba. Alguien le había dado al stop. Yo no fui, de eso estoy seguro porque tenía el dedo en el
interruptor de la luz, y mi hermano tampoco, estaba dentro de la bañera y a más de dos metros
del portátil. ¿Quién apagó las psicofonías? No lo sé, y no estoy seguro de querer saberlo.

[Del apartado Historias de miedo para campamentos de la web de cultura popular


oral Anecdonet].
10. Ven a jugar conmigo
Hace un tiempo, una amiga mía y yo decidimos hacer espiritismo por primera vez, ya que
nunca antes nos habíamos atrevido a hacerlo. Llamamos a otras dos amigas para que nos
acompañaran, ya que a mí me habían dicho que probablemente con solo dos personas sería
más difícil que pasara algo. Nos costó trabajo convencerlas, pero al final cedieron. Lo
preparamos todo y, un poco asustadas, comenzamos a hacer la ouija.

Durante la sesión, una de las compañeras a las que habíamos llamado dijo: “Yo me voy de aquí,
menuda tontería esta de la ouija”. Nosotras nos asustamos un poco y decidimos dejarlo para
otro momento.

Al cabo de unos días, la compañera que se había ido me llamó aterrorizada, diciéndome que, de
camino a casa después de haber ido a estudiar a la biblioteca, al pasar por delante de una casa
en ruinas que hay cerca de su hogar, una niña vestida de blanco le había pedido que jugara con
ella. Mi amiga le dijo que no podía ya que tenía prisa por llegar a su casa, y acto seguido, la niña
comenzó a llorar con lágrimas de sangre. Mi amiga salió de allí corriendo y al llegar a casa fue
cuando me llamó. Hasta ahí fue lo que me contó mi amiga. En un principio me lo tomé a broma,
pero algo me hacía pensar que mi amiga hablaba muy en serio.

En mi habitación comencé a darle vueltas al asunto y me acordé del día en que habíamos
hecho espiritismo y de las malas maneras con las que mi amiga se había retirado. Pensé que no
tendría nada que ver y me dormí. Al día siguiente esa misma amiga me llamó porque iba a
quedarse sola en casa estudiando y tenía miedo, así que decidí acompañarla ya que yo tenía
también que estudiar. Cogí un autobús y, ya en su casa, nos pusimos a estudiar. De repente,
oímos a nuestra espalda un ruido como de arañazos. Las dos miramos y comprobamos
horrorizadas que la niña que ella me había descrito estaba sentada sobre la cama de mi amiga,
arañando la pared. Salimos corriendo de la habitación y al llegar a la puerta observé que mi
amiga no estaba, pero yo estaba demasiado asustada para esperarla.

Un rato después, la policía llamó a mi casa informándome de que mi amiga había muerto de un
ataque de asma. La habían encontrado en las escaleras de su casa, con una expresión de terror
en su cara. Yo estuve en tratamiento psiquiátrico unos meses y ya me estaba recuperando,
pero el otro día, en mi buzón apareció una nota escrita con letra de niña pequeña que decía:
“Tu amiga murió por no jugar conmigo. Tengo una muñeca nueva…”. Yo creo que es una
broma, ya que nuestra historia se ha hecho bastante popular en el pueblo, pero por otra parte
tengo miedo… ¿vendrá a por mí?
[Del apartado Historias de miedo para campamentos de la web de cultura popular
oral Anecdonet].
11. La cosa
Ted Martin y Sam Miller eran buenos amigos. Ambos pasaban mucho tiempo juntos. En esa
noche en particular estaban sentados sobre una valla cerca de la oficina de correos hablando
sobre nada en particular.

Había un campo de nabos enfrente de la carretera. De repente vieron algo arrastrarse fuera
del campo y ponerse en pie. Parecía un hombre, pero en la oscuridad resultaba difícil saberlo a
ciencia cierta. Luego desapareció. Pero pronto apareció de nuevo. Se acercó hasta la mitad de
la carretera, en ese momento se dio la vuelta y regresó al campo.

Después salió por tercera vez y se dirigió hacia ellos. Llegados a ese punto Ted y Sam sentían
miedo y comenzaron a correr. Pero cuando finalmente se detuvieron, pensaron que se estaban
comportando como unos bobos. No estaban seguros de lo que les había asustado. Por lo que
decidieron volver y comprobarlo.

Lo vieron muy pronto, porque venía a su encuentro. Llevaba puestos unos pantalones negros,
camisa blanca y tirantes oscuros. Sam dijo: “Intentaré tocarlo. De ese modo sabremos si es
real”.

Se acercó y escudriñó su rostro. Tenía unos ojos brillantes y maliciosos profundamente


hundidos en su cabeza. Parecía un esqueleto. Ted echó una mirada y gritó, y de nuevo él y Sam
corrieron, pero esta vez el esqueleto los siguió. Cuando llegaron a casa de Ted, permanecieron
frente a la puerta y lo observaron. Se quedó un momento en el camino y luego desapareció.

Un año más tarde Ted enfermó y murió. En sus últimos momentos, Sam se quedó con él todas
las noches. La noche en que Ted murió, Sam dijo que su aspecto era exactamente igual al del
esqueleto.

[De Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz].


12. Sitio para uno más
Un hombre llamado Joseph Blackwell llegó a [....] en un viaje de negocios. Se hospedó en la
gran casa que unos amigos poseían en las afueras de la ciudad. Esa noche pasaron un buen
rato conversando y rememorando viejos tiempos. Pero cuando Blackwell fue a la cama,
comenzó a dar vueltas y no era capaz de dormir.

En un momento de la noche, oyó un coche llegar a la entrada de la casa. Se acercó a la ventana


para ver quién podía arribar a una hora tan tardía. Bajo la luz de la luna vio un coche fúnebre
de color negro lleno de gente. El conductor alzó la mirada hacia él. Cuando Blackwell vio su
extraño y espantoso rostro, se estremeció. El conductor le dijo: “Hay sitio para uno más”.
Entonces el conductor esperó uno o dos minutos, y se retiró.
Por la mañana, Blackwell les contó a sus amigos lo que había pasado. “Estabas soñando”,
dijeron ellos. “Eso debe haber sido”, repuso él, “pero no parecía un sueño”. Después del
desayuno se marchó a la ciudad. Pasó el día en las oficinas de uno de los nuevos y altos
edificios de la urbe.

A última hora de la tarde, él estaba esperando un ascensor que lo llevara de vuelta a la calle.
Pero cuando se detuvo en su piso, este se encontraba muy lleno. Uno de los pasajeros lo miró
y le dijo: “Hay sitio para uno más”. Se trataba del conductor del coche fúnebre. “No, gracias”,
dijo Blackwell. “Esperaré al siguiente”.

Las puertas se cerraron y el ascensor empezó a bajar. Se oyeron voces y gritos, y un gran
estruendo. El ascensor se había desplomado contra el fondo. Todas las personas que habían a
bordo murieron.

[De Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz].


13. Anillos en sus dedos
Daisy Clark había estado en coma durante más de un mes cuando el médico dijo que
finalmente había muerto. Fue enterrada en un fresco día de verano en un pequeño cementerio
a un kilómetro y medio de su casa.

“Que descanse siempre en paz”, dijo su marido. Pero no lo hizo. A última hora de la noche, un
ladrón de tumbas con una pala y una linterna comenzó a desenterrarla. Como la tierra seguía
estando suelda, llegó rápidamente al ataúd y lo abrió. Su presentimiento era cierto. Daisy había
sido enterrada portando dos valiosos anillos: un anillo de bodas con un diamante y un anillo
con un rubí que brillaba como si estuviera vivo.

El ladrón se arrodilló y extendió sus manos dentro del ataúd para arrebatar los anillos, pero
estaban totalmente adheridos a sus dedos. Así que decidió que la única manera de hacerse con
ellos era cortando los dedos con un cuchillo. Pero cuando cuando cortó el dedo con la alianza,
este comenzó a sangrar, y Daisy Clark comenzó a moverse. ¡De repente, ella se sentó!
Aterrorizado, el ladrón se puso en pie. Golpeó accidentalmente la linterna y la luz se apagó.

Podía oír a Daisy salir de su tumba. Al pasar junto a él en la oscuridad, el ladrón se quedó allí
congelado de miedo, aferrando el cuchillo con la mano. Cuando Daisy lo vio, se cubrió con su
sudario y le preguntó: ¿”Quién eres?”. Al escuchar hablar al “cadáver”, el ladrón de tumbas
corrió. Daisy se encogió de hombros y siguió caminando, y no miró hacia atrás ni una sola vez.

Pero llevado por su temor y confusión, el ladrón huyó en la dirección equivocada. Se lanzó de
cabeza en la tumba aún abierta, cayó sobre el cuchillo que llevaba en su mano y él mismo se
apuñaló. Mientras Daisy caminaba hacia su hogar, el ladrón se desangró hasta morir.

[De Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz].

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