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Este documento narra una conversación telefónica entre una mujer llamada Joana y un hombre desconocido que dice llamarse Joanet. Joanet afirma ser el padre de Joana y el antiguo dueño de la finca Santa Anita, donde creció Joana con su madre Anita. Sin embargo, Joana duda de la historia de Joanet y le cuelga el teléfono después de que él admita haber formado otra familia tras huir de la guerra.
Este documento narra una conversación telefónica entre una mujer llamada Joana y un hombre desconocido que dice llamarse Joanet. Joanet afirma ser el padre de Joana y el antiguo dueño de la finca Santa Anita, donde creció Joana con su madre Anita. Sin embargo, Joana duda de la historia de Joanet y le cuelga el teléfono después de que él admita haber formado otra familia tras huir de la guerra.
Este documento narra una conversación telefónica entre una mujer llamada Joana y un hombre desconocido que dice llamarse Joanet. Joanet afirma ser el padre de Joana y el antiguo dueño de la finca Santa Anita, donde creció Joana con su madre Anita. Sin embargo, Joana duda de la historia de Joanet y le cuelga el teléfono después de que él admita haber formado otra familia tras huir de la guerra.
UCLM – 2020/2021 MEJOR NUNCA QUE TARDE - ¿Estoy llamando al setenta y cinco ciento veintitrés? - Sí pero no. - ¡Cómo! No le entiendo. - ¿Esa no es la finca Santa Anita? Aquí era, pero ya no es: la tumbaron. - ¡Cómo la van a haber tumbado! - ¿Y por qué no? Todo lo tumban, todo pasa, todo se acaba. Y no sólo tumbaron la casa, ¿sabe? ¡Hasta la barraca donde se alzaba! La volaron con dinamita y únicamente dejaron el hueco. Un hueco vacío lleno de aire. - Déjate de descaros que a mí me duele tanto como a ti, se lo aseguro. ¿Cuándo derrumbaron la finca? - La última vez que hablé de este tema fue a voces. – Se le escucha resoplar -. Pues lo hicieron cuando se expandió el turismo, ya sabe, fueron vendidos los barrios antiguos de L’Horta para construir apartamentos veraniegos. Ana siempre se negó a vender su finca, le traía muchos recuerdos, pero la constructora también la derrumbó y después de muchos juicios nunca llegó a resolverse. No había nadie dentro, por suerte. - ¡Pero eso es terrible! Disculpa si no me escucha bien, tanta mala noticia me congoja y creo que lloraré pronto. Ay, Anita… Lo siento mucho… Yo de veras que lo siento. - Más doloroso fue sacrificar mis ahorros de vida en volver a reconstruirla. Ana no quería vivir en otro lugar que no fuera este. - Pero ¿qué ha sido de los naranjos? La Enriqueta y el Ximo que llevaban las fruterías se llevaban hasta el último cajón cada año ¡y pagaban muy bien! - Están embargados. Hace años que la naranja no da ni una peseta. Los almacenes prefieren la fruta de Marruecos, que es más barata y también menos buena, si me lo permite. Oiga ¿Quién es usted? - Un viejo conocido de Anita… Parles valencià? - Solo con Ana y si no fuera por ella ni sabría. En el colegio nunca nos enseñaron y en la calle estaba prohibido. Ahora son otros tiempos, pero me reservo la costumbre para los ratos con mi madre. - ¿Anita es tu madre? - Sí. - ¿Anita está casada? - No, es viuda y nací sin conocer a mi padre. Cuando estalló la guerra tuvo que huir del pueblo y mi madre nunca más supo de él. Mi madre durante mucho tiempo creyó que un día volvería. ¡Já! Yo quería que mi madre rehiciese su vida, no me hizo caso y ahora quiero hacer yo la mía, que ya es hora. - ¿Cómo te llamas? - Joana, ¿y usted? - ¿Estás casada, Joana? ¿tienes hijos? - ¿Y a usted que le importa? No tengo tiempo para tonterías. Mi madre lleva años enferma y desde entonces no he parado de cuidar de ella. Todos los días le tomo la tensión, la llevo a sus revisiones, le hago comidas y cenas, le organizo las pastillas, duermo en una habitación pegada a la de ella… - Disculpa, no era mi intención molestarle. Claro, porque Anita debe tener ya ¿setenta años? Ay, Anita… Debí haberte buscado antes… - Efectivamente. Es mayor, está enferma y ahora mismo no tenemos ni un duro. ¿Algo más? Mire, si quiere le paso directamente con ella. Parece que la conoce y así la entretiene hasta que acabe de hacerse la paella. - ¡Sí! Se lo ruego, pero antes, dígame, Joana, ¿cuántos años tienes? - Treinta y nueve. – La voz se hace más lejana y con cada palabra más cercana - ¡Mamá, al teléfono! ¡Pégatelo al oído! ¡Si te molesta me lo dices! ¡QUE TE LO ACERQUES PARA HABLAR! - ¿Sí? – dice una voz femenina tan temblorosa que parece un susurro. - ¿Anita? Ay, Anita… Lo siento mucho. Estoy llorando, Anita. No debí haberte dejado. - Qui ès? No t’ascolte bé. Qui és? - Amor meu, soc Joanet, per fi te trobe, el teu Joanet. - Mire, no sé qué le has dicho a mi madre, pero está temblando y no puede ni vocalizar. Voy a tener que colgarle. - ¡No! ¡Espera, Joana! Necesito decirte algo. - No más de cinco minutos, por favor. - Dile que me duele no haber estado ahí cuando tuvo el parto. Dile que siento que hubiera perdido la finca ¡La misma que yo mismo construí para nosotros! Sin ninguna ayuda, ¡Sus padres nunca nos aceptaron por ser yo cinco años menor que ella! Ay, fue por su puñetero padre por quien tuve que huir. ¡Me culpó injustamente! (Joana comenzó a llorar) Pensar en ella, en Ana, solo me trae recuerdos y todos felices. Santa Anita fue nuestro hogar y corríamos enamorados por los campos de naranjas, siempre tan perfumados con el olor del jazmín. Vivíamos felices de nuestro huerto. Dile que me refugié en Francia, pero que pude volver porque cortaron las fronteras y dile que tardé en llamarla porque… - Señor, ¿puedo hacerle yo ahora una pregunta? –dice absorbiendo los mocos. - Claro que sí, hija mía. –remarcando a la perfección estas dos últimas palabras y con sollozos descontrolados. - ¿Se volvió a casar usted? - Si, pero… - ¿Formó una familia? - Bueno sí, pero… - Vete a la mierda. - ¡DÉJEME EXPLICARME! - pip, pip, pip.