Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
que éramos
Adriana Meléndez Bagué
Para Kelvin Rafael
CAPITULO UNO
-No esta mal para una china que no es pura argentina-me dijo
dándome un beso de consuelo en la mejilla.
-No esta mal para un argentino chiquito que ni siquiera juega el
fútbol-le dije pícaramente.
-Lo tomaré a broma-se sonrió y celebramos en su casa.
El fútbol, que era mi vida, solo llegó a ser como un juguete viejo
pero de admiración que se deja sobre el ropero para nunca olvidarlo pero
tampoco usarlo. Cambié mi gorra masculina, por una simple flor en mi
cabello. Sin embargo, la pasión por la fotografía aún la conservo, pero el
fútbol solo se convirtió en partidos que ver por la televisión. Mi padre
llegaba tarde y Rafael no le importaba el fútbol ni los deportes y yo veía
los partidos de vez en cuando y sola. Yo estaba triste por el cambio, pero
el tango era mi vida ahora. Mi padre, estaba triste por mi sacrificio pero
orgulloso y exigente en cuanto al tango. Mis padres y los padres de
Rafael siempre nos querían practicando. Yo sé que estaban orgullosos de
nuestros logros, pero estaban obsesionados. “La práctica hace el
maestro” nos decían, pero nosotros no queríamos ser maestros. Cada
uno tenía su razón por practicar el tango. Para despejarse, para
ejercitarse o simplemente por amor al amor al arte. Eso es lo que yo
pienso.
Ella no era nada del otro mundo. Era un año mayor que nosotros.
Ojos oscuros, pelo corto negro, pero de apariencia llena de altivez.
Bellísima por fuera, pero por dentro, solo nosotras las mujeres sabíamos
la vela que ella encendía. Los hombres, o mejor dicho, los jóvenes, se
cegaban por su luz. Y a Rafael ella cegó. Poco a poco lograba evitar que
Rafael fuera a nuestras prácticas, hasta que lo logró. Yo no tenía a nadie
para el SATA. Pero yo seguí practicando, yo no iba a dejar que ninguna
chirusa me quitara lo que me quedaba, mi baile, mi tango argentino. En
las prácticas de tango, Jeremías me observaba y como el no se atrevía
bailar en el SATA accedió a buscarme un amigo de él. Samuel
Cerventilla. El hermano de Natalia. Yo estaba feliz de que él accediera a
competir conmigo. Pero yo perdí confianza en mí, no estaba segura. Ese
mes era crítico. Yo bailaba con Samuel, todo, era todo puro pasos, nada
de pasión. Practicábamos en el colegio y como mamá era maestra de
danza ella nos concedió su salón durante el recreo.
-Bueno Isabel, le concedo el salón de bailes para que practiquen
fuerte. Pero nada de chabonadas, che.
-Si mamá, como vos diga-le dije.
-No se preocupe Liliana, todo estará bien-así dijo Samuel y todos
los días practicábamos en el salón de bailes. Cerca del salón había un
pasillo donde nuestro grupo de amigos nos acostumbrábamos a sentar a
hablar, pero estaba ocupado por Rafael y Maité. Se podía escuchar las
conversaciones de ellos. Todo ruido hacía eco en el salón. Nosotros
subíamos la música del tango alto para no escucharlos.
-un, dos tres, cinco y seis, un, dos tres, cinco y seis. Vuelta y uno y
dos y...-Decía tratando de enfocarme.
-Que linda se ve sos hoy, lo digo en serio-me decía Samuel.
-Gracias, pero hay que enfocarnos en el tango, ¿he?
-Pero che, llevamos más de tres semanas y no hacemos nada
nuevo-me dijo frustrado.
-Descansemos unos minutos-le dije. Miré por una ventana y ví a
Rafael por el pasillo con Maité. Logré carpetear a Rafael un minuto y
fue suficiente.
Esa última semana de práctica fue agotadora total. Rafael fue muy
puntual y no hablaba de Maité. Lo noté raro. Pero no le di caso al tema.
En esos días Jeremías me decía que cuidara mucho a Rafael. Pero yo no
entendía. Rumores iban y venían. Los mismos rumores sonaron más
fuerte. Maité le era infiel a Rafael y yo andaba enamorada de él. El
jueves ella se presentó a nuestra práctica y el me pidió un minuto.
Discutieron a fuera del salón y yo ni quise escuchar de lo que hablaron.
Cuando regresó no dijo nada. Le salían lágrimas de rabia y era muy
brusco en los movimientos. Pero no me dijo nada de lo que le sucedía,
sino que se disculpó cada vez que me trataba con torpeza y seguimos el
tango.
Esa noche dormí llorando. Su dolor me dolía a mí. El otro día fue
uno triste. No hubo sol, y pareciera que el día lo acompañaba. Llovía
todo el día. Entre nosotros no había conversación. Su teléfono sonó y en
una grabación, se escuchaba una mujer cantando una canción de amor.
Sin duda fue Maité. Ella lo buscaba, lo llamaba, le escribía. Habían
tardes que él, de la vergüenza y rabia que llevaba dentro de su
desgraciado corazón, se encerraba a llorar y escuchar música rebelde
todo el tiempo. Esa fue su rutina diaria por varios meses. Yo me sentía
impotente de hacer algo. ¿Cómo consolarlo?
Miré al cielo y ví una estrella fugaz. Cerré los ojos y pedí encontrar
un consuelo. Cuando abrí mis ojos hallé mi consuelo, estaba frente a mí.
Nunca me había sentido tan feliz de verlo y tenerlo en ese mismo
instante. Estaba fatigado y sudado. Llegó en bicicleta a casa de mis
abuelos. Rafael, me miró, me sonrió y yo lo abracé. No quería soltarlo,
no lo quise dejar ir.
Esa sortija fue mi gran tesoro. Cada vez que la tenía puesta la
observaba por ratos. Me sentía cerca de él, aunque nos encontráramos en
polos opuestos. Fueron muchos días sin él. Todo lo que veía, me
acordaba a él. Su simple aro le hacía falta detalle. Decidí llevarlo a
incrustar su nombre y el año de nuestra graduación. Estaba original y
había quedado muy bien. Mis amistades en Alaska estaban tan felices de
verme y yo de verlos. Los extrañaba mucho y todos habían cambiado.
Un viejo amigo me invitó a una actividad de la ciudad y acepté la
invitación. Mientras caminaba observé mi mano y me sonreí, me acordé
de Rafael. Mi amigo me preguntó sobre la sortija y le conté. Al final de
la noche fuimos a un concierto que disfrutamos muchísimo. Al regreso a
casa, volví a contemplar la sortija en mi mano, pero esta vez, algo estaba
raro. Miré mi mano, pero la sortija no la tenía. “¡No podé ser! He botado
a sortija del mocoso. ¡Me va a matar!”. Me volví loca y me amigo
intentó a ayudar a buscar, pero era imposible. Yo no sabía que hacer
¿qué le iba a decir a Rafael? Mi amigo me llevó al mismo lugar donde
incrusté el nombre a la sortija. Compré dos aros iguales, y le incrusté lo
siguiente: “Rafael e Isabel, amigos eternos”. Habían quedado muy bien,
espero que me perdone. Al final de mi viaje en Alaska, comprendí que
ya me había acostumbrado a Argentina. Tal vez sería bueno regresar a
Alaska, pero allá no me iría mal. Lloré mucho al despedirme de mis
amigos, pero estaba feliz de volver.
-Nada
-¿Seguro que nada?
-Nada, absolutamente nada-aunque si me gustará saber quien es el
amor de la vida de sos. Estoy confundido. ¿Vos ensayo esto? ¿Acaso vos
siente algo por mí?
-Este es todo el punto, yo creo que si haz captado.
-¡Pero sos es loca! Vos es como mi hermana. Yo no puedo verte
con esos ojos. Isabela ¿Por qué me hace esto?
-Yo no escogí esto.
-Pero, yo no entiendo, yo nunca te di esperanzas. China, yo no
puedo sentir nada por ti.
-¿Seguí enamorado de la boluda de Maité, Cierto?
-No, Maité mató los sentimientos. Cierto que la amé aún después
de su engaño, pero ya ella mató todo. Yo no quiero nada con nadie
ahora. Ni con Laura que la quise mucho. Chinita, nosotros solo somos
buenos amigos. Lo siento, pero vos tenes que olvidarme de esa manera.
Paradoja
No llegué ir a su casa. No le hable en esos días y no tome sus
llamadas ni recados. El día de la graduación fue un día extraño. Entré y
me encontré con las nenas, Carina, Mariana y Safíra. Todas elegantes y
preciosas. Natalia y Misael. En la graduación nos felicitamos y me
disculpé por no atenderlo cuando me buscaba. Ese día cenamos juntos.
Pero mi corazón sufría. En el baile, no lo esperaba. No me entusiasme
por arreglarme mucho. Paula me animaba, diciéndome que siempre
había que lucir. Pero yo no quería verme linda. Si él no estaba ¿para
qué? No quería que nadie más me mirara. Total, a él ni le importaría.
Pero lo ví entrar al baile. El si fue al baile y yo lo ví y me deshice.
Distanciarnos era imposible, nuestras miradas siempre hablaban. Mi
mirada lo extrañaba con amor y su mirada me extrañaba con un cariño.
No sabía que hacer. Bailamos y nos divertimos. Pero nada más. Renata
me decía que pronto no me haría falta y que con el tiempo lo olvidaría.
Julían me decía lo mismo. Aunque él no hizo caso a su propio consejo.
Ella se moría por dentro al estar cerca de él. Ver su mirada tan
profunda que la deseaba tanto como ella lo deseaba a él. Ese cabello
negro lacio y esas cejas que acompañaban sus atrevidos labios y le
brindaban una sonrisa maliciosa. Los labios que se le acercaban a la
oreja y le murmuraban palabras. Los labios que ella solo admiraba y no
prestaba atención a lo que decían. Y las manos que la tomaban por una
mano y la otra en su cintura. Ella sentía con su pecho el corazón de
Julián latir. Su corazón latía igual. Sin duda, aún ella lo amaba, no se
podía haber olvidado de su amor tan fácilmente como que ella juraba.
El miraba esos ojos olivos, ese pelo castaño, que había sido
cortado hasta las barbilla. Esa rosa blanca en el cabello que la hacía lucir
angelical. Su sonrisa victoriosa que nunca cambiaba. Su voz ronca que le
respondía con un simple si o un mero no a sus preguntas. El le encantaba
como ella bailaba, con delicadeza. Lo miraba de una manera que decía
cuanto ella lo extrañaba. El la apretaba más y la acercaba más a él cada
vez que tenía la oportunidad en el baile. Sin duda el la amaba, como
siempre aceptó.