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Sabiduría como fe
El AT, en algunos textos, presenta claramente la Sabiduría como algo afín a la fe, como un puro don
de Dios. En estos textos se entiende a menudo la Sabiduría en términos de actividad humana implicada
en la adquisición o posesión de «sabiduría››, pero otras veces se la entiende en términos del objeto
trascendente que se adquiere o posee de ese modo.
En primer lugar en términos de actividad humana, la Sabiduría se presenta con don divino único
que Salomón recibe (1 Re 3,3-14). Es más que talento humano (2 Sm 14,17;16,23; 19,27). Está
enraizada en el «temor del Señor» y es lo mismo que este temor, el cual, a su vez, es afín a lo que
podríamos llamar fe (Prov 1,7; Eclo 1).
En segundo lugar, como objeto trascendente la Sabiduría es presentada con la mayor claridad en el
libro de la Sabiduría, donde se la define como un don espiritual comprendido como el alma del mundo
que penetra toda la creación (7,22-24), como el aliento de Dios (7,25-26), como algo presente en los
espíritus humanos (7,27-28) o como consorte de Dios (8,3-4). Esta doctrina es una elaboración de la
expresión más simple de la misma idea que se encuentra en Prov 8,22-31. De un modo parecido la
Sabiduría se presenta en Eclo 24 como una mujer espiritual en la corte celestial.
Prov 1-9 presenta repetidas veces a la Sabiduría como objeto de deseo, en la forma de una voz de
mujer que clama por las calles invitando a todos a buscarla y a aprender de ella. Job 28 describe esta
búsqueda en términos de avance tecnológico como una actividad que ha conseguido éxitos (Job
28,1-6), pero que finalmente ha fracasado y recomienda que se abandone la búsqueda de la Sabiduría
como objeto trascendente y se vuelva a la Sabiduría como actividad dada gratuitamente por Dios, pero
humana: «el temor del Señor es sabiduría y apartarse del mal es entendimiento» (Job 28,28).
Tanto si se entiende la Sabiduría como una actividad humana inspirada por Dios o como el objeto
de esa actividad, en todos estos textos vemos a la Sabiduría como una realidad que se refiere a la razón
humana pero que sigue siendo divina en su origen.
Del mismo modo la Sabiduría ejercida por Jusay y Ajitofel parece ser puramente secular: sólo
puede describirse como sagacidad política combinada con talento para el engaño (2 Sm 15-17). Y la
Sabiduría de la mujer sabia de Tecua termina siendo simplemente habilidad para el lisonjeo cortesano.
Consiste en cumplir las órdenes del general Joab para poner en práctica sus manipulaciones políticas.
En efecto, la mujer prepara la desastrosa vuelta de Absalón a la corte tendiendo, con sus palabras,
trampas a David (2 Sm 14). Estas habilidades verbales y diplomáticas a menudo no se admiran
demasiado en nuestra cultura y ciertamente parecen algo alejado de la fe. Pero ciertamente eran
admiradas en tiempos antiguos. Muchos de los Proverbios, por ejemplo, son observaciones inteligentes,
avisos astutos o empleo inteligente del lenguaje aparentemente sin dimensión alguna de fe. Todo Prov
26, por ejemplo, podría haber sido escrito por Alexander Pope o por François duque de la
Rochefoucault en lugar de por un personaje religioso. Y el mismo Jesús es presentado en ocasiones
como extraordinariamente inteligente en un sentido secular, aunque esté presente también la dimensión
trascendente. Por ejemplo, en respuesta a la intrincada y capciosa pregunta sobre la implicación
religiosa del pago de impuestos, se escapa de la trampa con un eslogan: hay que dar al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21). En el contexto no hay una comprensión sobrenatural
de ciencia política. Más bien se trata de una habilidad verbal que Jesús emplea para superar la astucia a
fin de volver a su tema escatológico.
Del mismo modo, la advertencia de Jesús sobre tomar el asiento más bajo en un banquete para
acabar siendo exaltado (Lc 14,10), lo mismo que las lecciones sobre los modales en la mesa que
propone Ben Sira (Eclo 31,32), no son una exhortación a que uno se humille negándose a sí mismo o a
la caridad cristiana. Mas bien se trata de una prudente advertencia sobre el nivel de la propia autoestima
secular puesta al servicio de un tema escatológico.