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El cuidado personal de los hijos es una función tuitiva derivada de la relación de filiación;
una función de los padres que viene a concretar, en parte, su preocupación fundamental,
que no es otra que el interés superior de sus hijos (artículo 222 CC). Ha sido categorizado
como un derecho-deber que mira al interés superior de los hijos y propende a su desarrollo
integral. Esta función se desarrolla en el ámbito puramente personal y tiene sentido durante
la minoría de edad de los hijos como un componente más de la autoridad parental o, más
correctamente hoy, de la responsabilidad parental.
La realidad es heterogénea, del mismo modo que lo son las razones de conformación de
las distintas formas de familia, de ruptura de una pareja o las conductas e intereses de los
padres y los intereses y necesidades de los hijos. De ahí la importancia de que el
ordenamiento jurídico provea de un sistema que responda a las diversas situaciones
posibles. No conviene un favoritismo cerrado o un rechazo en abstracto a una modalidad
de cuidado en particular.
Esta obra aborda en forma integral todos los ámbitos del derecho-deber de cuidado
personal de los hijos, analizando tanto su faz objetiva, como también sus aspectos
dinámicos u operativos. Lo hace desde la triple perspectiva normativa, jurisprudencial y
doctrinal, con relevantes aportaciones de derecho extranjero actual. Se ofrece un análisis
íntegro de las diversas fuentes normativas a partir de las cuales se estructura el cuidado
personal de los niños, actualizadas con las últimas modificaciones en la materia; su
interpretación reciente por los tribunales, fundamentalmente por la jurisprudencia de la
Corte Suprema y Cortes de Apelaciones, y su tratamiento en la doctrina de los autores.
Destaca la centralidad de los derechos de los niños en el avance de todo el análisis, con
lo cual no se ofrece al lector una obra clásica de Derecho de Familia centrada en la
explicación de instituciones y sus características, sino un texto analítico completo que
aporta a la comprensión integral de las relaciones paterno-filiales y a la búsqueda de
soluciones jurídicas adecuadas a la amplia conflictividad en temas de cuidado personal de
los hijos. Sin perjuicio de la situación normal, esto es, niños al cuidado de sus padres (lo
que justifica el título del libro), también se aborda el reconocimiento de las figuras parentales
de sustitución para aquellos casos de progenitores inhábiles para el cuidado de sus hijos.
Además, considerando que la atribución del cuidado personal tiene importantes
connotaciones prácticas, por la amplia incidencia de la decisión de atribuir a un padre el
cuidado personal de sus hijos, se examinan las implicancias, consecuencias y/o relaciones
del cuidado personal con otros derechos o instituciones jurídicas circundantes.
El cuidado de consuno de los hijos cuando los padres viven juntos se examina en el
capítulo tercero, en el cual se analizan problemáticas poco exploradas, como los
desacuerdos entre los padres o las implicancias del ejercicio de consuno en otras
instituciones de la relación paterno-filial. El cuarto capítulo se dedica a las situaciones, más
extensas, de cuidado de los hijos de padres que viven separados y que supone la
posibilidad de aplicación de alguna de las tres reglas de atribución: convencional, legal o
judicial. En relación con esta última, se estudian cada uno de los criterios y circunstancias
que deben ser evaluados y ponderados por el juez, conforme al nuevo artículo 225-2 CC,
para dotar de contenido la conveniencia del interés superior del niño en el caso específico,
más allá de cualquier prejuicio o subjetivismo.
Con este libro, que se enmarca dentro de las actividades del Proyecto Fondecyt
11160064 "Contenido esencial y Límites del Derecho-deber de cuidado personal de los
hijos. Propuesta de configuración integral", del cual la autora es investigadora responsable,
se pone a disposición del lector un trabajo de investigación que contiene una perspectiva
de análisis amplia e integral sobre la relevante función de cuidado personal de los hijos.
Julio 2018
CAPÍTULO I RELACIÓN PATERNO-FILIAL
El vínculo jurídico entre padres e hijos, una vez determinada legalmente la filiación, da
lugar a una serie de derechos, deberes y responsabilidades que los unen, en lo que ha
venido a denominarse relación paterno-filial. Los efectos de esta relación tanto comprenden
los aspectos personales que vinculan a padres e hijos, como los aspectos patrimoniales 1.
Apartándose de la forma como la mayoría de los ordenamientos jurídicos realiza la
regulación de ambos aspectos (en forma conjunta), nuestro Código comprende a los
primeros dentro de lo que genéricamente se denomina autoridad paterna, y se hace cargo
de los segundos por medio de la patria potestad.
Antes de continuar, se hace necesario precisar dos cosas: por un lado que, si bien la
relación de filiación se extiende durante toda la vida de sus protagonistas (es, por así decir,
perpetua), los principales efectos regulados lo son para la etapa en que los hijos no han
llegado a la mayoría de edad, por ello, en la generalidad del tratamiento de los efectos de
la filiación reglados en el Libro I del CC las normas se refieren a menores de edad. Por otro
lado, no hay que olvidar que la relación paterno-filial también genera algunos deberes de
los hijos hacia los padres y otros ascendientes2.
Se ha expresado que, desde una visión de derechos humanos, resulta más acorde con
la realidad vigente hablar de responsabilidad parental, antes que de autoridad parental, y
visualizar ese desempeño como una función social, más que un derecho-deber, porque no
debe perderse de vista que también existe un interés público, debido a que le interesa al
Estado, y a la sociedad en general, que sus futuros ciudadanos sean personas competentes
socialmente y que logren el desarrollo pleno de todas sus aptitudes y capacidades 10. Se
expresa con todas estas ideas que el hecho de ser progenitores no puede tomarse nunca
como un derecho propio, sino como una suma de deberes y facultades dispuestas en
beneficio de los hijos, a los que se debe un cuidado y una entrega, como mínimo, adecuada.
La relación jurídica entre padres e hijos ¿y por tanto, su cuidado personal¿ se encuentra
orientada por principios que interesan preferentemente al mejor bienestar de los hijos.
Actualmente, estos principios son: el interés superior de los hijos; su autonomía progresiva,
su derecho a ser oídos y la corresponsabilidad parental.
La primera actuación ¿procurar la mayor realización del hijo¿ consiste en velar por su
desarrollo integral; por ese motivo, para el legislador, tal expresión no sólo concierne a
aspectos materiales, sino también y primeramente al ámbito espiritual, lo que no puede
estancarse en una simple declaración de buenas intenciones, sino que debe manifestarse
en actos concretos. La jurisprudencia ha señalado que el aporte dinerario no es suficiente
para estimar que se ha velado por la crianza, cuidado personal o educación del hijo. Velar
por el bienestar de un hijo implica una serie de elementos que van todos dirigidos a permitir
que tenga la posibilidad de tener un desarrollo íntegro de su vida15. El bienestar de un hijo
abarca sus necesidades materiales, físicas, educativas y emocionales, así como sus
necesidades de afecto y seguridad16.
La segunda función, esto es, la orientación y guía de los hijos en el ejercicio de los
derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana, exige a los padres considerar
la autonomía progresiva de sus hijos, por ello se debe ejercer conforme a la evolución de
sus facultades, atendiendo a su momento evolutivo; de ahí que, por ejemplo, la edad de los
hijos es un elemento importante de considerar al tiempo de adoptar decisiones que les
conciernan; de ahí también que autonomía progresiva e interés superior son principios
estrechamente vinculados.
Para la Convención de Derechos del Niño, el interés superior de todo niño en alcanzar
un pleno y armonioso desarrollo de su personalidad se identifica con un contexto familiar
en el que participen activamente ambos progenitores, por cuanto tiene derecho desde que
nace a un nombre, a adquirir una nacionalidad y, en la medida de lo posible, a conocer a
sus padres y a ser cuidado por ellos (art. 7 CDN). Los hijos necesitan el contacto, trato y
comunicación lo más amplio posible con ambos padres para su desarrollo integral; en otras
palabras, el interés superior del niño exige un protagonismo de los padres. Al Estado se
concede un rol subsidiario que se manifiesta en diversas actuaciones o deberes: asegurar
al niño la protección y el cuidado que sean necesarios para su bienestar, teniendo en cuenta
los derechos y deberes de sus padres, tutores u otras personas responsables de él ante la
ley y, con ese fin, tomarán todas las medidas legislativas y administrativas adecuadas
(art. 3.2 CDN); respetar las responsabilidades, los derechos y los deberes de los padres o,
en su caso, de los miembros de la familia ampliada o de la comunidad, según establezca la
costumbre local, de los tutores u otras personas encargadas legalmente del niño, de
impartirle, en consonancia con la evolución de su facultades, dirección y orientación
apropiadas para que el niño ejerza los derechos reconocidos en la Convención (art. 5 CDN);
prestar asistencia apropiada a los padres y a los representantes legales para el desempeño
de sus funciones en lo que respecta a la crianza del niño y velar por la creación de
instituciones, instalaciones y servicios para el cuidado de los niños y adoptar todas las
medidas apropiadas para que los niños cuyos padres trabajan tengan derecho a
beneficiarse de los servicios e instalaciones de guarda de niños (arts. 18.2 y 3 CDN);
vinculado con el derecho de todo niño a un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico,
mental, espiritual, moral y social, a los Estados les corresponde adoptar medidas
apropiadas para ayudar a los padres y a otras personas responsables por el niño a dar
efectividad a este derecho y, en caso necesario, proporcionar asistencia material y
programas de apoyo, particularmente con respecto a la nutrición, el vestuario y la vivienda
(art. 27 CDN). La familia es tan importante en la formación y desarrollo de los niños que el
Comité de Derechos del Niño ha insistido que antes de recurrir a la separación, el Estado
debe proporcionar apoyo a los padres para que cumplan con sus responsabilidades
parentales y restablecer o aumentar la capacidad de la familia para cuidar del niño, a menos
que la separación sea necesaria para proteger al niño. Los motivos económicos no pueden
ser una justificación para separar al niño de sus padres17.
Sin perjuicio de su vaguedad e imprecisión, el principio del interés superior del niño
cumple diversas funciones en el ámbito jurídico y político familiar: actúa como criterio de
resolución de conflictos; como pauta de comportamiento de los padres en sus roles
parentales; como eje de las políticas públicas en materia de infancia; como criterio de
interpretación de normas sustantivas; en fin, como consideración primordial en todas las
medidas concernientes a los niños que tomen las instituciones públicas o privadas de
bienestar social, los tribunales, las autoridades administrativas o los órganos legislativos
(art. 3.1 CDN). El Comité de los Derechos del Niño ha explicado el triple concepto que tiene
el interés superior, destacando su carácter de derecho sustantivo, como concreto derecho
del niño, y su rol de criterio jurídico interpretativo fundamental, en el sentido de que si una
disposición jurídica admite más de una interpretación, se elegirá la interpretación que
satisfaga de manera más efectiva el interés superior del niño. Pero además, destaca el
Comité una faceta menos conocida del interés superior del niño, que es su función como
una norma de procedimiento, conforme a la cual, siempre que se tenga que tomar una
decisión que afecte a un niño en concreto, a un grupo de niños concreto o a los niños en
general, el proceso de adopción de decisiones deberá incluir una estimación de las posibles
repercusiones (positivas o negativas) de la decisión en el niño o los niños interesados18.
Si hay niños involucrados, como ocurre en todos los conflictos propios de la relación
paterno-filial, los tribunales deben velar por que su interés superior se tenga en cuenta en
todas las situaciones y decisiones, de procedimiento o sustantivas, y han de demostrar que
así lo han hecho efectivamente; de este modo, se ratifica la idea de que el principio de
interés superior del niño, para estos efectos, es en sí mismo una regla de procedimiento.
El Tribunal Supremo español avanza más allá de aquellas funciones, al señalar que la
valoración del superior interés del niño ha de conducir incluso a una interpretación
correctora de la normativa cuando lo que está en juego es el interés del menor. El Tribunal
señala que [l]a respuesta, sin embargo, no puede ser de interpretación literal de la norma
cuando está en cuestión el interés superior del menor; por lo que la Sala cuando ha tenido
que acudir a negar o posibilitar la interpretación correctora de una norma que afectaba a
alguna medida en la que se encontraba interesado un menor, se ha cuidado de tener en
cuenta el interés superior de éste20.
La referencia al principio del interés superior del niño contiene un fin legítimo, pero
además, requiere una concreción real ajustada al caso preciso; lo que interesa en cada
resolución es el interés superior del niño en concreto, no en abstracto, y a tal concreción
están obligados los tribunales; con lo cual, la protección del interés superior de los niños
constituye una cuestión de orden público21. La búsqueda del interés en concreto supone
que no puede darse a priori un único sentido al interés superior de los hijos en las
decisiones de cuidado personal, como cuando se estima que el interés de los hijos radica
siempre en ser cuidado por tal o cual padre o por medio de esta o aquella modalidad de
cuidado22. Al apelar al interés superior del hijo, no nos estamos refiriendo a algo abstracto
e indeterminado, sino que hablamos de un menor perfectamente individualizado, con
nombre y apellidos, que ha crecido y se ha desarrollado en un determinado entorno familiar,
social y económico que debe mantenerse en lo posible, si ello le es beneficioso 23, pero que
debe modificarse si no lo es. El interés superior de un niño debe construirse a partir de sus
especiales circunstancias: su edad y etapa evolutiva, su filiación, sus relaciones afectivas y
de familia, su estado de salud, sus necesidades e intereses, entre otros aspectos 24.
Los hijos necesitan el contacto, trato y comunicación lo más amplio posible con ambos
padres para su desarrollo integral, así lo entiende el Código Civil cuando establece el
ejercicio de consuno por los padres del cuidado personal, crianza y educación de los hijos
(art. 224), lo que ratifica el art. 236 CC, al señalar que los padres tendrán el derecho y el
deber de educar a sus hijos, orientándolos hacia su pleno desarrollo en las distintas etapas
de su vida. En cuanto a cómo se integra el interés superior de los hijos en las relaciones de
familia, especialmente cuando la situación de hecho es de crisis o ruptura familiar, el Comité
de los Derechos del Niño considera que las responsabilidades parentales compartidas
suelen ir en beneficio del interés superior del niño. Sin embargo, en las decisiones relativas
a la responsabilidad parental, el único criterio debe ser el interés superior del niño en
particular. De este modo, es contrario al interés superior que la ley conceda
automáticamente la responsabilidad parental a uno de los progenitores o a ambos. Al
evaluar el interés superior del niño, el juez debe tener en cuenta el derecho del niño a
conservar la relación con ambos progenitores, junto con los demás elementos pertinentes
para el caso25.
Tanto la CDN como la legislación interna reconocen las atribuciones y facultades de los
padres en la crianza y orientación de los hijos, pero se trata de unas funciones que no son
ilimitadas; el principio del interés superior de los hijos actúa como orientación de la labor
parental y, al mismo tiempo, como límite de dichas funciones: resulta indiscutido que los
padres tienen derechos y obligaciones respecto a sus hijos, pero que ante la controversia
que se pueda suscitar en el ejercicio de ellos ésta debe resolverse siempre teniendo como
fin prioritario el interés superior del niño por explícito mandato legal26. El interés de los hijos
no se opone al despliegue de las facultades de los padres, porque los padres debieran tener
en el ejercicio de dichas funciones como preocupación fundamental el interés de sus hijos
(art. 222 CC); sin embargo, cuando la forma en que los padres desarrollan su autoridad
parental entra en conflicto con los derechos de los hijos, prima la satisfacción de los
derechos de éstos: [...] en el marco de las relaciones parentales, en las que, por un lado,
se encuentra el derecho y responsabilidad de los padres de cuidar y educar a los hijos y
por otro, la protección y desarrollo de la autonomía del niño en el ejercicio de sus derechos,
lo que limita las facultades o roles de los padres, precisamente por interés superior de los
menores, en aras a la satisfacción integral de sus derechos27. En las relaciones paterno-
filiales el interés superior del hijo opera como contrapeso de los derechos de cada
progenitor y obliga a la autoridad judicial a ponderar tanto la necesidad como la
proporcionalidad de la medida a adoptar. Si el ejercicio de los derechos inherentes a los
progenitores (criar, educar, corregir, orientar, entre otros) afecta el desenvolvimiento de las
relaciones con los hijos y puede llegar a repercutir de modo negativo en el desarrollo de
éstos, el interés de los padres debe ceder frente al interés de los hijos 28, razón por la cual
es este interés el que debe presidir la decisión que en cada caso corresponda adoptar al
juez.
El Comité de los Derechos del Niño ha elaborado una lista no exhaustiva de elementos
que informan parte de la evaluación del interés superior del niño; en el caso específico de
las reglas de patria potestad y tenencia son pertinentes los siguientes elementos: i) la
opinión del niño; ii) la identidad del niño y iii) la preservación del entorno familiar y el
mantenimiento de las relaciones33.
a) Proveer, por el medio más idóneo, a las necesidades materiales básicas o vitales del
menor (alojamiento, salud, alimentación...), y a las de tipo espiritual adecuadas a su edad
y situación (afectivas, educacionales, emocionales...).
b) Atender a los deseos, sentimientos y opiniones del menor siempre que sean
compatibles con lo anterior e interpretados de acuerdo con su personal madurez o
discernimiento.
e) Valorar los riesgos que la situación actual y la subsiguiente a la decisión en interés del
menor puedan acarrear a éste; riesgos para su salud física o psíquica (en sentido amplio).
Igualmente, las perspectivas personales, intelectuales y profesionales de futuro del menor
(en particular, para el adolescente), a cuya expansión y mejora debe orientarse su bienestar
e interés, actual y futuro.
Los tribunales chilenos han sido poco explícitos en su argumentación sobre cómo se
concreta el interés superior de los niños en conflictos de cuidado personal, pese a que éste
es el criterio rector por excelencia de sus decisiones desde la Ley de Tribunales de Familia
de 2004. Los criterios y circunstancias legales del nuevo art. 225-2 CC, que se analizan en
el capítulo IV, están contribuyendo a que opere un cambio en este aspecto.
El art. 5 CDN señala que: "Los estados partes respetarán las responsabilidades, los
derechos y los deberes de los padres o, en su caso, de los miembros de la familia ampliada
o de la comunidad, según establezca la costumbre local, de los tutores u otras personas
encargadas legalmente del niño de impartirle, en consonancia con la evolución de sus
facultades, dirección y orientación apropiadas para que el niño ejerza los derechos
reconocidos en la presente Convención". El concepto de autonomía progresiva es
presentado como uno de los derechos que debe ser ejercido por los niños, niñas y
adolescentes; constituye uno de los principios que estructuran el sistema de derechos
reconocidos por la Convención, por lo cual, la promoción y respeto de la autonomía del niño
en el ejercicio de sus derechos se convierte en uno de los intereses jurídicos que deben ser
protegidos41. Ahora bien, es un principio que no goza de absoluta autonomía al encontrarse
directamente relacionado con los principios del interés superior del niño y con el derecho a
ser oído, otorgando en su conjunto la posibilidad de que los niños, niñas y adolescentes
tengan una participación activa en la sociedad como sujetos de derechos42.
Los padres son los primeros llamados a dirigir y orientar a sus hijos en el ejercicio de sus
derechos y desarrollo de su autonomía; la CDN reconoce y obliga a los Estados partes a
respetar las responsabilidades, los derechos y los deberes de los padres en este ámbito y
los que puedan corresponder a la familia, en su sentido más amplio, y a la comunidad. Esta
dirección y guía tiene por finalidad que los hijos alcancen gradualmente la autonomía en el
ejercicio de sus derechos, de acuerdo a la evolución de sus facultades, que es precisamente
a lo que apunta también nuestro art. 222 CC.
Un segundo caso de aplicación del principio viene por vía judicial, aunque no con
habitualidad, respecto de la competencia del niño para decidir con cuál de los padres quiere
vivir en un proceso de divorcio. La legislación nacional no reconoce al hijo competencia
para decidir con cuál de los padres quiere vivir; ni la LMC ni el CC contienen normas que
proyecten tal derecho, pero sí un derecho ¿que en ocasiones no es más que una eventual
posibilidad¿ de ser escuchados (arts. 85 LMC y 225-2 CC). La jurisprudencia en algunas
ocasiones ha dado valor a la autonomía progresiva de los hijos en decisiones sobre la
relación paterno-filial, así por ejemplo, en causa sobre régimen de relación directa y regular
se ha expresado: ... considerando los hechos establecidos, e intentando una solución que
permita la mejor realización de los derechos de G... y A..., este Tribunal hará primar la
consideración de la autonomía progresiva de las menores en el ejercicio de sus derechos
que les reconoce la Convención Internacional de los Derechos del Niño, y en tal sentido
atenderá de algún modo la sugerencia de permitirle ir formando su identidad, "crecer
tranquila", y por tal razón restringirá el régimen fijado por conciliación en la causa tantas
veces mencionada, dejando el desarrollo del mismo a lo que las menores y su padre puedan
lograr en cuanto a un mejoramiento del vínculo52. Otro ejemplo, en un caso de cuidado
personal que interesaba a varios hermanos, siendo la mayor de 16 años, se señaló respecto
de ella: ... debe además ponderarse su autonomía en el ejercicio progresivo de los derechos
que como ser humano le corresponden, por lo que debe darse en su caso, preponderancia
a su opción respecto al progenitor con quien desea vivir, en el caso sub lite, con su padre 53.
Concluyentemente, tanto la CDN como la legislación interna actual promueven una sana
relación entre padres e hijos, en un modelo de familia que no es autoritario patriarcal, donde
las responsabilidades y deberes jurídicamente reconocidos de los padres no son poderes
de autoridad ilimitados sobre la niñez, sino funciones jurídicamente delimitadas hacia un
fin: la mayor realización espiritual y material posible de los hijos, y con una orientación bien
precisa: el interés superior de éstos. Si en siglos pasados era impensable que el derecho
tutelara los intereses de las personas menores de edad en cuanto tales, la evolución ha
hecho que hoy la figura de los hijos haya adquirido igual dignidad que la de los padres. Los
hijos no se configuran ya como destinatarios de la protección de los padres y del
ordenamiento sino que emergen como individuos independientes, titulares de derechos
subjetivos merecedores no sólo de reconocimiento sino también de garantía y promoción.
Resultado de lo cual es la afirmación de la legitimidad de su participación en aquellas
decisiones que les afectan54.
La CDN en su art. 12 impone a los Estados partes el deber de garantizar al niño que esté
en condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente
en todos los asuntos que le afectan, teniéndose debidamente en cuenta sus opiniones, en
función de su edad y madurez. Refuerza tal deber en el párrafo 2 al señalar: Con tal fin, se
dará en particular al niño oportunidad de ser escuchado en todo procedimiento judicial o
administrativo que afecte al niño, ya sea directamente o por medio de un representante o
de un órgano apropiado, en consonancia con las normas de procedimiento de la ley
nacional. Para la plena aplicación del art. 12 CDN se exige el reconocimiento y respeto de
las formas no verbales de comunicación, como el juego, la expresión corporal y facial y el
dibujo y la pintura, mediante las cuales los niños muy pequeños demuestran capacidad de
comprender, elegir y tener preferencias55.
El derecho del niño a ser oído y a que su opinión sea tomada en cuenta por el juez al
momento de adoptar una decisión que afectará su vida futura resulta funcional a la
construcción de su interés superior; le permite participar en la construcción de su propio
interés. Los arts. 3 y 12 de la CDN tienen funciones complementarias: el primero tiene como
objetivo hacer realidad el interés superior del niño y el segundo establece la metodología
para escuchar las opiniones del niño o los niños y su inserción en todos los asuntos que les
afectan, incluida la evaluación de su interés superior. El art. 3, párrafo 1, no se puede aplicar
correctamente si no se cumplen los requisitos del art. 12; del mismo modo, el art. 3, párrafo
1, refuerza la funcionalidad del art. 12 al facilitar el papel esencial de los niños en todas
las decisiones que afecten a su vida56. La interrelación de principios y derechos del niño no
sólo se manifiesta entre interés superior y derecho a ser oído, sino que además se conecta
con la autonomía progresiva57; a medida que el niño crece y madura, sus opiniones deberán
tener cada vez más peso en la evaluación de su interés superior58; a mayor edad y madurez,
es mayor el reconocimiento de su autodeterminación y la consideración de su opinión.
Este derecho del niño a ser oído debe ser observado en los diversos ámbitos y
situaciones en que el niño crece, se desarrolla y aprende, dentro de los cuales destaca el
espacio familiar; a partir de ahí el Comité de los Derechos del Niño estima que los Estados
partes, mediante leyes y políticas, deberían alentar a los padres, tutores y cuidadores a
escuchar a los niños y tener debidamente en cuenta sus opiniones en los asuntos que les
conciernen60; lamentablemente, como veremos, la legislación nacional, salvo en el caso del
derecho de relación directa y regular61, considera sólo el deber del juez de oír a los niños,
en materias que exigen un protagonismo mayor de los hijos 62.
Desde el punto de vista judicial, el derecho del niño a ser oído es expresión del derecho
a defensa dentro de un debido proceso, siendo elevado en ocasiones por los propios
tribunales a la consideración de un trámite o diligencia esencial: Que el deber de otorgar al
menor la posibilidad u oportunidad de ser oído en la sustanciación de un proceso en que
se pretende determinar su identidad, constituye un trámite esencial del procedimiento cuya
omisión debió salvar la Corte de Apelaciones de Arica, de modo que, al no hacerlo se ha
configurado la causal de nulidad formal prevista por el artículo 768 Nº 9 del Código de
Procedimiento Civil, en relación con el artículo 800 del mismo cuerpo de normas 63.
Si bien se reconoce que el ejercicio por el niño de su derecho a ser oído respeta la
posibilidad de que ellos participen en la determinación de su propio interés superior66, se
ha aclarado que la obligación de escuchar al niño no implica aceptar sus deseos; su
manifestación constituye un importante factor que debe analizarse en el contexto de todos
los demás antecedentes incorporados al proceso a fin de que contribuya a que la decisión
que se adopte en definitiva sea la más favorable y adecuada a su respecto 67. En todo caso,
la referencia del art. 12 CDN a la garantía que deben proporcionar los Estados partes
respecto el derecho a ser escuchado a todo niño "que esté en condiciones de formarse un
juicio propio", no debe verse como una limitación, sino como una obligación para los
Estados partes de evaluar la capacidad del niño de formarse una opinión autónoma en la
mayor medida posible. Eso significa que los Estados partes no pueden partir de la premisa
de que un niño es incapaz de expresar sus propias opiniones. Al contrario, los Estados
partes deben dar por supuesto que el niño tiene capacidad para formarse sus propias
opiniones y reconocer que tiene derecho a expresarlas; no corresponde al niño probar
primero que tiene esa capacidad68.
Respecto del párrafo 2 del art. 12 CDN, se recalca que esta disposición es aplicable a
todos los procedimientos judiciales pertinentes que afecten al niño, sin limitaciones y con
inclusión de cuestiones de separación de los padres, custodia, cuidado y adopción, niños
en conflicto con la ley, niños víctimas de violencia física o psicológica, abusos sexuales u
otros delitos, atención de salud, seguridad social, niños no acompañados, niños solicitantes
de asilo y refugiados y víctimas de conflictos armados y otras emergencias. Su aplicación
se extiende a los procedimientos administrativos típicos, sin ir más lejos: decisiones sobre
la educación, la salud, el entorno, las condiciones de vida o la protección del niño. Ambos
tipos de procedimientos (judiciales y administrativos) pueden abarcar mecanismos
alternativos de solución de diferencias, como la mediación o el arbitraje 69.
En aquellos juicios de familia en que los padres mantienen una posición antagónica
¿como ocurre cuando ambos solicitan para sí el cuidado personal exclusivo del hijo¿, su
defensa y argumentación estará abocada normalmente a acreditar sus propios intereses y
no los de sus hijos. Resulta habitual observar que en disputas en este tipo se discute quién
de los adultos tiene mejor derecho, posición o es más competente; los hijos muchas veces
pasan a ser el objeto debatido. Cuando el proceso es matrimonial, normalmente los padres
no serán adecuados para representar al mismo tiempo a sus hijos, pese a que legalmente
son sus representantes por efecto de la patria potestad; en dichas causas se adoptan
decisiones que dicen relación con el ejercicio de la autoridad parental, es evidente que el
progenitor, en cuanto es contemporáneamente parte del proceso y titular de la función
parental no puede también representar el interés del hijo si ello entra en contradicción con
el punto de vista del padre mismo70. Es precisamente en estos dos tipos de escenarios
donde resulta necesario introducir el interés de los hijos, pero no como un elemento inerte
en el proceso o como si se tratase de un tercero, sino por medio de una participación activa,
pues lo que se discute son evidentemente sus derechos en el ámbito de sus relaciones de
familia; para ello puede ser oído directamente y de no ser ello posible, procede
imperativamente la designación de una persona que actúe en su nombre y representación,
ejerciendo su debida defensa. Estas designaciones no alteran ni limitan el ejercicio de la
patria potestad de los padres, ni se busca con ellas sustituir la responsabilidad parental.
Específicamente para los casos de separación o divorcio, los hijos de la pareja resultan
inequívocamente afectados por las decisiones de los tribunales y por ello señala el Comité
de los Derechos del Niño que toda la legislación sobre separación y divorcio debe incluir el
derecho del niño a ser escuchado por los encargados de adoptar decisiones y en los
procesos de mediación. Algunas jurisdicciones, por motivos de política o de legislación,
prefieren indicar una edad en que el niño es considerado capaz de expresar sus propias
opiniones; sin embargo, la Convención prevé que este asunto se determine caso por caso,
ya que se refiere a la edad y la madurez, por lo que exige una evaluación individualizada
de la capacidad del niño72. En nuestro país este derecho a ser oído no está reconocido a
partir de una determinada edad, por tanto, queda a discreción de los jueces posibilitar su
ejercicio. Al analizar los criterios y circunstancias que en materia de cuidado personal regula
el art. 225-2 CC, comentaremos cómo se recoge en la legislación interna este derecho del
niño para los efectos de decidir su cuidado personal.
Dentro de nuestra regulación civil de las relaciones paterno-filiales el derecho de los hijos
a ser oído es reconocido con bastante amplitud, así: en el art. 225-2 CC dentro de los
criterios y circunstancias que el juez debe considerar y ponderar conjuntamente: f) La
opinión expresada por el hijo; en el art. 227 inc. 1º CC como deber judicial: En las materias
a que se refieren los artículos precedentes, el juez oirá a los hijos y a los parientes; en el
art. 229 CC, para la determinación del régimen de relación directa y regular, se impone a
los padres o al juez en su caso fomentar una relación sana y cercana entre el padre o madre
que no ejerce el cuidado personal y su hijo, velar por el interés superior de este último, su
derecho a ser oído y la evolución de sus facultades; y en el art. 242 CC, nuevamente dirigido
al juez, se señala que para adoptar las decisiones en materia de derechos y obligaciones
entre padres e hijos debe atender, como consideración primordial, al interés superior del
hijo y tendrá debidamente en cuenta sus opiniones, en función de su edad y madurez. La
gran pregunta que podríamos hacer a nuestro ordenamiento es si garantiza y facilita
suficientemente la escucha del niño en los casos de relaciones paterno-filiales.
La sucinta relación de normas internas lleva a inferir que este derecho del niño se
encuentra ampliamente reconocido en el ordenamiento jurídico familiar chileno; sin
embargo, aquello no es eficiente si las normas procesales no se han adecuado
suficientemente para garantizar el ejercicio efectivo del derecho, estableciendo los cauces
oportunos y las condiciones adecuadas para su intervención, incluyendo profesionales
cualificados y expertos en derechos del niño75. Las sentencias más arriba citadas
evidencian que, en la práctica judicial, no siempre se da la posibilidad al niño de ser
escuchado personalmente ni se designa persona competente que haga valer su voz.
2.4. Corresponsabilidad parental
Una segunda vertiente está constituida por las obligaciones parentales. Esto conlleva dos
cuestiones altamente relevantes: por un lado, la participación activa de ambos progenitores
en la crianza y formación de los hijos y, por otro, el deber de ambos padres de cubrir sus
necesidades materiales. En vida separada de los padres y cualquiera sea el régimen de
convivencia con los hijos (custodia individual, régimen de relación directa y regular o
cuidado compartido), ambos padres están obligados a procurar la mayor realización
espiritual y material posible de ellos, lo cual supone participar en las reuniones del colegio,
ayudar a sus hijos con las tareas y deberes escolares, llevarlos al médico, cuidarlos en la
enfermedad, atender a sus preocupaciones y deseos, proveer lo necesario para su
subsistencia, contribuir en su corrección y formación integral, guiarlos en el ejercicio de sus
derechos, entre otros. La centralidad de la corresponsabilidad es la asunción de la
responsabilidad común y la consecuente participación en la crianza y educación de los
hijos. El art. 224 CC está redactado en términos imperativos "participarán", con lo cual, se
exterioriza que los padres no pueden sustraerse de su responsabilidad, no hay libre
disposición81.
El debate en torno a las relaciones paterno-filiales lleva a concluir que, en muchos casos,
hay un énfasis mayor en la corresponsabilidad como goce de iguales derechos por parte
de ambos padres respecto de sus hijos, relegando a un segundo plano la
corresponsabilidad como contribución equitativa, regular y oportuna en las cargas y
deberes. No se trata sólo de debatir y acordar con quién van a residir más tiempo los hijos
o si su interés superior se satisface residiendo de tanto en tanto con cada uno de sus
padres; de lo que se trata, además de la protección de los hijos, es de volver la mirada a la
integridad de la corresponsabilidad parental en sus dos vertientes y entender que el
ejercicio de la misma, en los casos de ruptura de pareja o de simple vida separada de los
padres, se extiende a las tareas cotidianas de educación, crianza, mantenimiento y
formación integral de los hijos comunes. El vínculo filiativo es permanente desde que la
filiación se encuentra legalmente determinada y mientras no sea modificada, también
resultan permanentes los derechos y deberes que genera.
Respecto de la crianza y educación de los hijos, ningún padre puede ser un espectador
pasivo (participación activa), ninguno puede ser excluido sin justificación del trato y
comunicación con sus hijos ni de las decisiones más importantes y transcendentes respecto
de ellos (participación equitativa); ningún padre puede desentenderse de sus hijos, pues la
participación no se agota con el término de la relación de pareja ni con la atribución del
cuidado personal exclusivo al otro padre (participación permanente).
Desde la óptica de los hijos, el principio se relaciona con su derecho fundamental a crecer
y vivir en familia82 y desarrollar su personalidad recibiendo los cuidados y atenciones de
ambos progenitores83. La corresponsabilidad parental es un principio subordinado al interés
superior de los hijos, como indica el art. 18 CDN; por lo mismo, el criterio para determinar
la idoneidad de un régimen de cuidado personal de los hijos, o de comunicación con ellos,
debe ser el interés superior del niño y no sólo una respuesta a las demandas de igualdad
de los padres84.
Para los efectos de esta responsabilidad de los padres, que es común, no es necesario
compartir el techo, por ello no se debe confundir el cuidado personal de los hijos con la
corresponsabilidad parental; aquél puede corresponder sólo a un progenitor, incluso puede
corresponder a un tercero; en cambio, la corresponsabilidad parental es un principio que
orienta la actuación de ambos padres respecto de la crianza y educación de los hijos
siempre, salvo situaciones particularmente graves que en atención al interés de los hijos
aconsejen una separación. Si bien respecto de los hijos la responsabilidad parental es un
deber; mirado en relación con el Estado, implica una posición privilegiada de los padres en
cuanto a la educación y crianza85, justificada bajo el supuesto de que la mayoría de los
padres quieren el bien de sus hijos, tanto así que se ocupan del cuidado, crianza y
educación porque están interesados en el bienestar de sus hijos y no debido a la imposición
de un deber legal86. Si dicha justificación en el caso concreto no está presente, como ocurre
en casos de negligencia parental o maltrato, los padres pierden tal privilegio87.
Hacer realidad el principio supone desafíos desde diversos frentes: por un lado, el
ejercicio de la corresponsabilidad para los padres supone el reconocimiento de que el otro
tiene el derecho y el deber de participar de las decisiones más importantes en la vida del
hijo y, en consecuencia, se requiere respeto, comunicación y colaboración entre ellos en
todo momento: la labor y los deberes paternos son permanentes, no se extinguen con
el divorcio88; no se alteran por la pérdida o suspensión del cuidado89. Ahora bien, sus
implicancias específicas en el día a día son difíciles de percibir, tanto porque la ley no
concreta estos aspectos como por la normal ausencia de especificaciones en la sentencia
sobre ciertas facultades o decisiones que no queda claro si son propias del cuidador o si
deben ejercerse en el marco de la corresponsabilidad. La Corte Suprema ha adelantado
que un ámbito de la corresponsabilidad tiene que ver con la toma de decisiones, pues
justamente las últimas modificaciones legales, en plena consonancia con las tendencias
comparadas y los pactos internacionales suscritos por Chile, han desplazado el foco desde
la inhabilidad como una forma de reprobación o sanción de los padres, hacia una
interpretación centrada en el niño como sujeto de derechos, respecto de quién ambos
padres deben tomar parte activa en las decisiones fundamentales relativas a su crianza y
desarrollo, con el interés superior del hijo como preocupación esencial 90. Compartiendo esta
apreciación, estimo que en concreto y en este ámbito (el de la toma de decisiones), el
principio exige que, si bien decisiones de todos los días deben ser tomadas por quien tiene
el cuidado del hijo, las decisiones más importantes o fundamentales deben ser adoptadas
de común acuerdo; dentro de ellas, claramente, deben estar aquellas referidas a
la educación del hijo91. Se promueve la codecisión como manifestación de la
corresponsabilidad92. La determinación de cuáles son decisiones propias de la
responsabilidad común requiere ser precisada caso a caso por la ausencia de
especificaciones legales93.
Para los jueces, el principio plantea exigencias concretas en orden a materializar en sus
resoluciones de cuidado personal la visión participativa y no excluyente que demanda el
principio. Corresponderá a los tribunales asegurar que, sea cual fuere el padre con el que
conviva el niño, tanto la función paterna como la materna estén garantizadas, porque de
ambas funciones precisa el hijo para un correcto desarrollo emocional y de su
personalidad: Cuando los padres viven separados, como lo es en el caso de autos, el
Estado Parte debe preocuparse de que ambos padres estén presentes en la vida de su hijo,
y propender a proteger el principio del interés superior del niño... 94. Dicha
corresponsabilidad debe manifestarse también cuando los jueces deciden causas de
relación directa y regular, sin que exista un régimen único que la concrete: ... la
"corresponsabilidad" a que alude el artículo 229 del Código Civil no es que importe como
se pretende el establecimiento de un determinado "re´gimen" de parte del juez de familia,
ya que, en realidad, constituye un principio jurídico que propende a la participación de
ambos padres en el ejercicio de los derechos y deberes que comprende la autoridad
parental, esto es, que ambos padres asuman en común ciertas funciones en relación con
los hijos, como las de mayor impacto en su formación integral: su crianza y educación 95.
Pero los tribunales no son los únicos compelidos; también están llamadas a contribuir en
la materialización del principio todas aquellas personas e instituciones que tienen injerencia
en la crianza y educación de los niños. En el ámbito educacional, nuestra legislación
consagra el derecho y deber preferente de los padres de educar a sus hijos (Constitución
Política, Código Civil, Ley General de Educación) y se les reconoce a padres, madres y
apoderados los derechos a ser informados, a ser escuchados, a participar y a asociarse.
La Superintendencia de Educación en Ordinario Nº 27, de 201696, ha precisado el sentido
y alcance de las disposiciones legales que establecen los referidos derechos de padres,
madres y apoderados en el ámbito de la educación y lo ha hecho teniendo correctamente
como base y fundamento el principio de corresponsabilidad parental que consagra el
art. 224 CC. A partir de él ha expresado que el derecho preferente de los padres a educar
a sus hijos y los derechos de éstos a asociarse, ser informados, ser escuchados y participar,
asisten de igual manera a padres y madres, sin hacer distinción alguna sobre su estado
civil o la situación de hecho en que se encuentren; con lo cual, no corresponde que un
establecimiento educacional restrinja los derechos antes mencionados a uno de los padres
por el solo hecho de no tener el otro el cuidado personal de sus hijos. La Superintendencia
concluye que los sostenedores, las autoridades y en general todos los funcionarios de
establecimientos educacionales, en relación con el padre y madre, aunque no sean
apoderados y no tengan el cuidado personal de sus hijos, están obligados a garantizar y
respetar su derecho a asociarse y participar en las organizaciones de padres y apoderados;
su derecho a participar en las reuniones de apoderados; su derecho a tener acceso a los
informes educativos del alumno de la misma forma que el padre o madre que está registrado
como apoderado ante el establecimiento y su derecho a participar en actividades
extraescolares, como fiestas de fin de curso, paseos, primeras comuniones, día del padre
y/o madre, entre otras. Como es natural, pueden existir restricciones al ejercicio de tales
derechos porque los mismos no son absolutos y deben compatibilizarse con el interés de
los hijos y su protección; pero tales restricciones no pueden provenir de decisiones de
naturaleza administrativa, sino de resoluciones judiciales vigentes en las cuales se
establecen medidas cautelares a favor del alumno o alumna (como, por ejemplo, una orden
de no acercamiento).
El legislador francés también suele considerar casos en que se presume que un padre
ha actuado con el consentimiento del otro, como procedimiento para la solución de
conflictos parentales; en otros ordenamientos esta presunción se asume para el resguardo
de terceros de buena fe100. La segunda regla es la obligación de cooperación: en general,
se requiere que los padres separados respeten al hijo y sus derechos y respeten, por tanto,
su relación o vínculo con el otro padre, por eso se regulan deberes de cooperación o
colaboración cuando el cuidado es compartido, pero más importante aun cuando el cuidado
de los hijos es unilateral101.
Nuestro ordenamiento jurídico actual otorga un amplio margen de decisión a los padres
para disponer cómo organizar sus relaciones filiales por medio de los acuerdos completos
y suficientes en los procesos de divorcio, acuerdos en procesos de mediación, acuerdos en
las instancias procesales de conciliación o los acuerdos extrajudiciales de los arts. 225 y
229 del CC. Los padres pueden determinar la forma que estimen más adecuada para
concretar sus responsabilidades parentales y su participación en la vida de sus hijos,
teniendo siempre como criterio delimitador el interés superior de éstos, aunque como
veremos más adelante, la forma de los acuerdos, sobre todo por la falta de criterios
específicos y homologación judicial, puede ser objeto de recelos. Ante la falta de acuerdo,
lamentablemente el legislador no se pronuncia sobre aspectos más concretos de la
corresponsabilidad parental, lo que debería acarrear una respuesta decidida de los jueces
a la hora de resolver estos conflictos. Lo que sí hace nuestro legislador desde el año 2013
es imponer una responsabilidad conjunta a los padres en los dos ámbitos más esenciales
en la formación del hijo (crianza y educación), aun cuando éste conviva sólo con uno de los
padres y aunque ese padre sea llamado a resolver por sí solo los aspectos más cotidianos
de la vida de los hijos.
Ya para terminar, con la correcta aplicación del principio en comento se intenta evitar la
disfunción que se ha producido hasta la fecha, en virtud de la cual se estimaba que el
progenitor cuidador puede actuar como si le perteneciera en exclusiva el ejercicio de la
responsabilidad parental. La cuestión actualmente es distinta; precisamente porque el
ejercicio en sentido amplio de la autoridad parental, es decir, el poder de decisión sobre los
aspectos más trascendentes de la vida del hijo (su crianza y educación), corresponde a
ambos padres; la actuación del cuidador ha de entenderse circunscrita a las funciones
propias de la convivencia diaria con el hijo, a los asuntos relativos a su vida diaria, como
previene por ejemplo el art. 236-14 del CC catalán. Para nuestra Corte Suprema, la finalidad
última del principio consiste en que el niño disfrute a ambos padres de la manera más
natural, formadora, sana y afectiva posible, garantizando la mayor cercanía al criterio y
expectativa de lo óptimo, siempre considerando su interés superior como el objetivo
fundamental, en lo que los padres deben cooperar y deponer sus propios beneficios 103.
2.5. Principio de igualdad
En el caso particular del cuidado personal de los hijos, tenemos que tanto el principio de
corresponsabilidad parental que impone la participación en forma activa, equitativa y
permanente de ambos padres, vivan juntos o separados, en la crianza y educación de sus
hijos, como la posibilidad de acordar cuidado personal compartido concretan el principio de
igualdad, lo que resulta meritorio, pero se trata de una concreción formal; con ello, quiero
expresar que la determinación más igualitaria de quien asume el cuidado de los hijos no
soluciona los problemas de exclusión de uno de los padres, en la medida en que no esté
claro qué facultades o atribuciones reporta a su titular; si el titular del cuidado personal sigue
convencido de que tiene un poder absoluto ¿exclusivo y excluyente¿ sobre aspectos
sensibles de la vida de los hijos, los problemas de fondo no se habrán solucionado con las
nuevas normas de atribución de cuidado por muy igualitarias o equitativas que aparezcan
en el papel.
Este tema será profundizado en el siguiente capítulo al abordar el contenido del cuidado
personal, sólo resta insistir en que en el entramado de relaciones, derechos, deberes,
responsabilidades y principios que conforman la construcción actual de las relaciones
paterno-filiales, la igualdad de los padres se subentiende al haber eliminado la preferencia
legal materna, permitir los pactos de cuidado personal compartido, atribuir por ley el cuidado
personal de forma neutral al padre conviviente y la patria potestad a ambos padres por regla
general, mejorar la posición del progenitor no custodio por medio del reforzamiento del
derecho de relación directa y regular y, más globalmente, con la consagración expresa del
principio de corresponsabilidad parental; sin embargo, todo ello debe ceder si el interés
superior del hijo en concreto así lo exige. Como se irá reforzando en esta obra, la cuestión
del cuidado personal de los hijos y demás aspectos de la relación paterno-filial se deben
plantear no desde la perspectiva de la igualdad del padre y de la madre en cuanto a los
derechos, facultades y deberes de que son titulares, sino desde la perspectiva del interés
de los hijos.
Lo dicho es particularmente significativo respecto de la modalidad de cuidado personal
compartido que se está extendiendo en algunas legislaciones como un dogma bajo el
discurso de que protege la igualdad de ambos progenitores, como si el objetivo de las
normas que regulan las relaciones paterno-filiales fuese la simetría de los papeles o roles
parentales y no el interés superior de los hijos. Éste interés no está destinado a promover
el fortalecimiento de los derechos de la madre o del padre, o una igualdad entre los poderes
de ambos, sino el fortalecimiento de los derechos de los hijos. Que este fortalecimiento dé
lugar a una igualdad entre padre y madre es un logro secundario; la regulación de relaciones
siempre igualitarias entre los progenitores cede ante el interés superior del niño en
concreto. Por ello, la corresponsabilidad parental es un principio subordinado al
interés superior de los hijos como indica el art. 18 CDN; por lo mismo, el criterio para
determinar la idoneidad de un régimen de cuidado personal de los hijos, o de comunicación
con ellos, debe ser el interés superior del niño y no solo una respuesta a las demandas de
igualdad de los padres que no considere la situación particular de los hijos109.
Bajo la legislación anterior a la Ley Nº 20.680, el art. 224 CC hablaba del cuidado
personal de la crianza y educación de sus hijos. La doctrina de la época, siguiendo la
parquedad legal, se ocupaba principalmente de la revisión de las normas de atribución del
cuidado y muy escasamente de intentar conceptualizar el derecho-deber, advirtiéndose
incluso que no se puede delimitar claramente, pudiendo a lo más decirse que se relaciona
con la idea de qué progenitor convive con los hijos, sin determinar los derechos, deberes y
limitaciones que ello conlleva117. Dentro de los autores que acometieron la labor de
conceptualización no existió uniformidad, como se evidencia en la siguiente síntesis no
exhaustiva de los conceptos que ofrece la doctrina:
¿ "el derecho-deber de los padres de criar, educar y tener a los hijos en su compañía a
fin de guiarlos en su desarrollo y realización material y espiritual"123.
Volviendo a nuestro país, sin perjuicio de situaciones aisladas en que sin mayor
advertencia de la reforma se sigue definiendo el cuidado personal como el "conjunto de
deberes y derechos que corresponden a ciertas personas señaladas en la ley o por el juez,
respecto de la crianza y educación de los hijos"144, la doctrina chilena posterior a las
modificaciones del año 2013 ha avanzado algunas ideas en la lógica de separar del cuidado
personal las funciones de crianza y educación que ¿como vimos en el capítulo anterior¿
son propias de la responsabilidad común de ambos padres, cualquiera sea el que tenga el
cuidado personal de los hijos. En ese contexto, se ha sostenido que el cuidado personal se
refiere al conjunto de obligaciones y facultades derivadas de convivir o compartir la vida
cotidiana de los hijos145; lo cual, aunque aparezca limitado al criterio de "la vida cotidiana",
resulta de una vaga amplitud146: ¿cuáles son ese conjunto de obligaciones y
facultades?, ¿qué forma parte de la vida cotidiana?, ¿quién determina aquellos aspectos?
El Tribunal Constitucional ha dado respuesta a alguna de estas preguntas, señalando que
dentro de esas obligaciones y facultades se encuentra la de determinar la residencia del
hijo, convivir con ellos, cuidarlos, educarlos, etc.147 También se ha dicho que el cuidado
personal de los hijos se refiere a los cuidados y atenciones diarias y habituales del hijo y
habilita al ejerciente para tomar por sí solo todas las decisiones corrientes que se refieran
a él148, esto supone determinar cuáles serán materias corrientes tanto en general, como en
el caso concreto.
En definitiva, el cuidado personal de los hijos puede ser definido como el derecho-
deber referido a los cuidados y atenciones diarios y habituales del hijo, que supone la
convivencia con éste y habilita al que lo ejerce para tomar las decisiones corrientes y
cotidianas que se refieran a aquél, al tiempo que le impone una serie de deberes o cargas.
Pero no sólo se reconoce tal responsabilidad y función de los padres, la ley también obliga
a que este ámbito de autonomía sea efectivamente ejercido; por ello, a los padres se les
conceden derecho-deberes respecto de sus hijos, para que puedan cumplir sus
importantes funciones de orientación y guía. Ahora bien, no da igual cualquier forma de
ejercicio de la responsabilidad parental y, en especial, del cuidado de los hijos; el
ordenamiento jurídico espera que las funciones parentales sean correctamente ejercidas
en beneficio de ellos; los hijos deben obtener dentro del marco familiar una formación
integral; en esa línea, se ha propuesto que en la función de cuidado debe tenerse en cuenta
las capacidades, aptitudes e inclinaciones del hijo 153. No en vano el legislador ha
preceptuado que la preocupación fundamental de los padres es el interés superior del hijo,
lo cual los obliga a procurar su mayor realización espiritual y material posible.
Los aspectos filiativos en el Código Civil original de 1855 se construían sobre la base de
dos pilares fundamentales: la patria potestad exclusiva del padre, quien gozaba de poderes
absolutos en su ejercicio, y una filiación legítima altamente favorecida 156. El modelo de
familia era fuertemente jerarquizado, basado en el poder del marido sobre la mujer y sobre
los hijos legítimos nacidos del matrimonio157, por ello se hablaba de potestad marital en el
matrimonio y autoridad paterna en las relaciones con los hijos158.
El Código de Bello estructuró las relaciones paterno-filiales con fuerte sentido patriarcal,
autoritario y de subordinación de los miembros de la familia respecto del padre, girando
todos los vínculos reconocidos alrededor del matrimonio. El padre podía corregir y castigar
a sus hijos y cuando ello no alcanzare, podía imponerles la pena de detención hasta por un
mes en un establecimiento correccional159. El padre, y sólo en su defecto la madre, podía
elegir el estado o profesión futura del hijo; al padre correspondía exclusivamente la patria
potestad del hijo legítimo y, en cuanto al cuidado personal, era fácil entender que los hijos
estuvieran especialmente sometidos al padre, aunque el legislador contemplaba
situaciones en que el cuidado se confiaba a la madre160. Estábamos ante un reflejo de
la potestas romana, que daba cuenta de todo el poder del pater familias sobre la persona y
bienes de los hijos, en su solo interés y no en interés de los hijos 161. Era la época de los
poderes absolutos162.
En ese escenario, el cuidado personal fue entendido como un derecho más de los padres;
una potestad o poder sobre la persona de los hijos163. Esa concepción original del cuidado
de los hijos como una potestad se mantuvo por largo tiempo y recién se alteró con la Ley
Nº 19.585, de 1998, que introdujo el interés superior de los hijos como preocupación
fundamental de los padres, dando un giro en las relaciones paterno-filiales, cambiando el
centro de atracción: se comenzó a hablar no tanto de derechos, como sí de atribuciones,
facultades, funciones y deberes. Se comenzó a catalogar el cuidado personal, la relación
directa y regular y otros contenidos de la relación paterno-filial, como derecho-
deberes o derecho-funciones, con lo cual, lo que se quiere expresar, como veremos más
adelante, es que se trata de facultades o derechos concedidos a los padres para la
satisfacción del bien de los hijos164.
Sucesivas reformas, particularmente durante el siglo XX, han venido modificando los
pilares y modelo clásicos de relaciones paterno-filiales en nuestro Código Civil (leyes
Nº 5.521, de 1934; Nº 5.750, de 1935; Nº 10.271, de 1952; Nº 19.585, de 1998; Nº 19.620,
de 1999, y Nº 20.680, de 2013), en búsqueda de la igualación de los derechos (tanto entre
los hijos como entre los padres) y del reconocimiento y protección de los derechos de los
hijos en tanto personas.
Antes de la Ley Nº 19.585, respecto de los hijos legítimos existía autoridad paterna y
patria potestad, derecho de alimentos forzosos y derechos hereditarios; estos dos últimos
era recíprocos. Los hijos de filiación natural sólo se encontraban vinculados con el padre o
madre que los había reconocido y no con el resto de su ascendencia; tenían derecho de
alimentos y derechos sucesorios, aunque disminuidos en relación con los hijos legítimos.
Los hijos simplemente ilegítimos (nacidos fuera del matrimonio y no reconocidos) sólo
tenían derecho a reclamar alimentos necesarios, por regla general. La Ley Nº 19.585, de
1998, de reforma del Código Civil en materia de filiación, tuvo dentro de sus objetivos
suprimir la distinción entre hijos legítimos y naturales, igualar la condición jurídica de todos
los hijos y facilitar la determinación de la filiación.
Ahora bien, el cuidado personal de los hijos por la madre no era procedente en todos los
casos, pues la ley preveía que no se le confiaría el cuidado de los hijos, cualquiera fuese la
edad o sexo de éstos, cuando por la depravación de la madre era de temer que se
pervirtieran167. En esos casos, o en los de inhabilidad por otra causa, se podía confiar el
cuidado personal de todos los hijos, de uno y otro sexo, al padre, a menos que
se comprobase su depravación. Si ambos padres eran depravados, el juez de menores
podía confiar el cuidado personal de los hijos a otra persona o a un reformatorio o institución
de beneficencia idónea para el cuidado de menores de edad168.
Desde el punto de vista de los hijos, su edad y sexo eran los criterios legales aplicables
para asignar entre sus padres la titularidad de su cuidado personal. Según el criterio del
sexo, las hijas sin distinción de edad quedaban al cuidado de la madre; en el caso de los
hijos varones, el legislador aplicaba el criterio de edad con limitantes etarias que fueron
ampliándose en el tiempo, según se apuntó. Al padre divorciado, por regla legal general,
nunca le correspondía el cuidado de sus hijas, sino sólo el cuidado de los hijos varones a
partir de los 5, 10 o 14 años, según la regla de edad vigente. Lo anterior era demostrativo
de que el legislador no confiaba en que un padre pudiera cuidar a sus hijas y en que pudiera
cuidar a sus hijos pequeños en la primera infancia o antes de ser adolescentes 171. En la
lógica del legislador, la madre era naturalmente a quien correspondía asumir las funciones
de cuidado.
La exclusión del padre se hizo total con la Ley Nº 18.802, de 9 de julio de 1989, que
nuevamente modificó la disposición del art. 223 del Código172, dejando a la madre
divorciada, haya o no dado motivo al divorcio, el cuidado de todos los hijos menores de
edad, salvo inhabilidad grave.
El cuidado personal de los hijos naturales correspondía al padre o madre que los hubiera
reconocido, y si ambos lo habían hecho, debían cumplir de consuno con el cuidado si vivían
juntos; si los padres naturales vivían separados, se aplicaban las reglas del cuidado de los
hijos legítimos en caso de divorcio de sus padres. Si alguno de los padres naturales estaba
casado con otra persona, no podía llevar al hijo natural a su hogar sin el permiso de su
cónyuge. En los casos en que el reconocimiento del hijo no hubiera sido voluntario, no se
aplicaban las reglas anteriores, sino que correspondía al juez de menores determinar sobre
el cuidado de esos hijos naturales.
Como se anticipó, recién las modificaciones introducidas al Código Civil por la Ley
Nº 19.585, de 1998, incorporaron el interés superior del hijo como principio y criterio en las
relaciones paterno-filiales; consecuencia de lo cual se produce una paulatina disminución
de los poderes parentales para dar paso a una nueva concepción del vínculo entre padres
e hijos. Se eliminó la necesidad de tener que probar la depravación de la madre para alterar
el cuidado personal que estuviera ejerciendo; y al terminar con las categorías ilegítimas de
hijos, se dejó de distinguir la situación normal de matrimonio y los casos anormales de
separación o divorcio de los cónyuges, para diferenciar únicamente si los padres viven
juntos o si viven separados. Para este último caso, el legislador proporcionó, para los dos
extremos de la relación paterno-filial más importantes en relación con los hijos (cuidado
personal y patria potestad), una tripleta de reglas de atribución, reflejo de la idea implícita
según la cual las obligaciones afectivas y educativas hacia los hijos son inherentes a la
condición femenina y las obligaciones económicas e instrumentales corresponden en
exclusiva a los varones173. Respecto del cuidado personal, la Ley Nº 19.585 le concedió
gran preponderancia dentro de las instituciones propias de la autoridad parental en el
ámbito personal de la relación, a tal punto que esta última pasó a ser una categoría
accesoria al cuidado personal; incluso en las consideraciones legislativas se dejó ver que
la concentración de las funciones de la autoridad parental debía recaer en quien ostentaba
el cuidado personal174, convirtiendo a este último en la figura central del ámbito personal de
la relación de filiación, y en vida separada de los padres podría decirse que era medular a
toda la relación paterno-filial, personal y patrimonial, por la atribución legal de la patria
potestad al progenitor que tuviera el cuidado personal de los hijos.
La vida separada de los padres determinaba que uno de ellos debiera asumir la custodia
en forma exclusiva, lo que conducía en la mayoría de los casos a un claro fortalecimiento
de la relación paterno-filial respecto del titular de ese derecho, originado por la convivencia
y vinculación diaria en la vida cotidiana de los hijos, en desmedro de la situación del no
titular, quien sólo podía ejercer el derecho de relación directa y regular 175. Por simple
disposición legal, a la madre tocaba el cuidado personal de la crianza y educación de los
hijos (inc. 1º del art. 225 CC anterior a la reforma del año 2013); no obstante, y cumpliendo
ciertas formalidades, ambos padres podían determinar que el cuidado personal de uno o
más hijos correspondiera al padre. Sólo cuando el interés del hijo lo hiciera indispensable,
por maltrato, descuido u otra causa calificada, el juez podía entregar su cuidado personal
al otro de los padres, salvo que se tratase de aquel que no hubiese contribuido a la
mantención del hijo mientras estuvo bajo el cuidado del otro padre, pudiendo hacerlo 176.
Para excluir a un padre/madre del cuidado de sus hijos, como regla general, se utilizaba,
aunque con distinto contenido en el tiempo, el criterio culpabilístico (depravación, maltrato,
descuido, entre otros). Actualmente, no existen evidencias de criterios de este tipo en
nuestro ordenamiento; la Ley Nº 20.680 no los considera en la regulación general y la Ley
Nº 19.947 de Matrimonio Civil, que consagra un sistema de separación o divorcio por culpa,
incluyendo la violación grave de los deberes y obligaciones para con los hijos177, no asocia
directamente a dicha culpa en la causación de la crisis conyugal la consecuencia de pérdida
de derechos paterno-filiales; por el contrario, en casos de separación se prescribe que ésta
no alterará la filiación ya determinada ni los deberes y responsabilidades de los padres
separados en relación con sus hijos (art. 36), y para la situación de divorcio, en semejantes
términos, se señala que su declaración no afectará en modo alguno la filiación ya
determinada ni los derechos y obligaciones que emanan de ella. Sí considera la ley,
expresamente en el caso de separación, el deber genérico del juez de adoptar todas las
medidas que contribuyan a reducir los efectos negativos que pudiera representar para los
hijos la separación de sus padres, con lo cual podría privarse al padre culpable del cuidado
de los hijos, aunque no con base en la culpabilidad de la separación o crisis conyugal, sino
aplicando los criterios del art. 225-2 del CC.
La Ley Nº 20.680, de 2013, mantiene la lógica distinción entre padres que viven juntos y
padres que viven separados; conserva ¿en este último caso¿ las tres fuentes de atribución
del cuidado (convencional, legal y judicial); pero, como veremos en los capítulos siguientes,
otorga más equilibrio a la posición de los padres permitiendo que acuerden cuidado
individual o compartido, estableciendo una regla legal supletoria neutral y permitiendo que
el juez, sobre la base de la evaluación de una serie de criterios y circunstancias, pueda
decidir lo más conveniente para el interés superior del hijo. Por otro lado, se refuerza la
libertad de decisión de los padres respecto del cuidado personal, al ser el acuerdo la primera
regla de atribución de su ejercicio.
Todos estos cambios, insertos dentro del proceso evolutivo del cuidado personal de los
hijos y de toda la relación paterno-filial, dan un vuelco al sistema anteriormente imperante,
basado en el poder del padre cuidador y la preponderancia de sus intereses, pasando a
otro, cimentado en dos grandes pilares: el superior interés del hijo que requiere que éste
sea cuidado por ambos padres, siempre que ello sea posible; y la participación
corresponsable de ambos padres en su crianza y educación.
Como punto de partida hay que considerar que el cuidado personal es una figura legal
derivada de la autoridad o responsabilidad parental, por tanto, goza de su naturaleza y
características. En este sentido, el cuidado personal es un derecho-deber de los padres que
mira al interés superior de los hijos y propende a su desarrollo integral. Como han
expresado Díez-Picazo y Gullón al describir y analizar la evolución moderna del Derecho
de Familia, los poderes familiares dejan de ser un asunto interno..., y son sometidos cada
vez más a controles sociales, considerándose como deberes o como funciones 179. Es
precisamente ahí donde se ubica la autoridad parental con todo su contenido, incluido el
cuidado personal de los hijos.
Hoy se entiende que el cuidado personal es una función tuitiva derivada de la relación de
filiación; una función de los padres que viene a concretar en parte la preocupación
fundamental de éstos, que no es otra que el interés superior de sus hijos, para lo cual deben
procurar su mayor realización espiritual y material posible y guiarlo en el ejercicio de los
derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana de modo conforme a la
evolución de sus facultades (art. 222 CC). Esta función tuitiva se desarrolla en el ámbito
puramente personal y el carácter tuitivo del cuidado determina que trascienda a los
intereses únicamente individuales de los padres, de modo que su cumplimiento no puede
dejarse al arbitrio individual180.
Los padres son responsables primeros y directos del cuidado de sus hijos (arts. 3.2, 5 y
18 CDN), en una función de cuidado que es temporal y con claro interés social por la
contribución al desarrollo integral de los niños, niñas y adolescentes. Todas estas ideas son
plenamente concordantes tanto con la noción moderna de responsabilidad o
corresponsabilidad parental que vimos en el capítulo anterior, como con los derechos de
los hijos en las relaciones de familia, los que han significado una limitación a la
discrecionalidad de antaño.
El cuidado personal de los hijos, desde la óptica de los padres, admite tres modalidades:
cuidado de consuno, cuidado individual o monoparental y cuidado compartido. El primero
es aquel que se ejerce simultáneamente por ambos padres, y a él dedicaremos el capítulo
siguiente. El cuidado individual se desempeña de modo exclusivo por un solo titular, uno de
los padres, a quien se le atribuye la convivencia diaria y habitual y los cuidados cotidianos
de los hijos, conservando el otro progenitor un derecho de relación directa y regular y su
deber de participación activa, equitativa y permanente en la crianza y educación de los hijos
comunes191; este tipo de cuidado procede por acuerdo de los padres, por disposición legal
supletoria o por decisión judicial. En la tercera modalidad, la titularidad y ejercicio del
cuidado de los hijos recae en ambos padres, que asumen las labores del cuidado cotidiano
y habitualmente se reparten la convivencia con el o los hijos comunes en unos tiempos más
o menos similares.
Cabe tener presente que el cuidado individual de un niño puede recaer en la madre o el
padre, lo que constituye la regla general (art. 225 CC), y de modo excepcional puede ser
atribuido a un tercero (art. 226 CC), en cuyo caso no corresponde hablar de cuidado
monoparental. El juez también podría atribuir a más de una persona competente, distintas
de los padres, el cuidado personal de un niño. Las situaciones de cuidado personal por
terceros serán abordadas en el capítulo VI de esta obra.
Sin perjuicio de lo que luego se dirá sobre el cuidado personal compartido, hay que tener
presente, desde ya, que ni la modalidad de cuidado individual ni la de cuidado compartido
son aplicables como regla a todas las situaciones que pueden originarse por la falta de
convivencia de los padres. La realidad es heterogénea, del mismo modo que lo son las
razones de una ruptura de pareja, las conductas e intereses de los padres y los intereses y
necesidades de los hijos; no cabe, por tanto, o no conviene un favoritismo cerrado o un
rechazo en abstracto de una u otra modalidad de cuidado. De ahí la importancia de que el
ordenamiento jurídico no imponga un único modelo de cuidado, sino que provea de un
sistema que responda a las diversas situaciones posibles y que pueda, además, adaptarse
en el tiempo, según el cambio de circunstancias, en interés de los hijos.
Desde otra perspectiva, el cuidado que se atribuye a uno o a ambos padres puede estar
referido a todos los hijos menores de edad o a uno o algunos de ellos, en lo que vendría a
ser una custodia partida o distributiva que acarrea la separación de los hermanos 193, al
asignar el cuidado de unos hijos a un padre y el cuidado de los restantes al otro progenitor.
El inc. 2º del art. 225 CC, previo a la modificación de la Ley Nº 20.680, contemplaba
expresamente la posibilidad de que los padres, actuando de común acuerdo, pudieran
determinar que el cuidado personal de uno o más hijos correspondiera al padre y los otros
quedaran ¿según la regla legal¿ al cuidado de la madre.
En efecto, lo más notable del asunto del contenido del derecho-deber de cuidado
personal tiene que ver con la amplia incidencia de la decisión de atribuir a un padre el
cuidado de sus hijos por la estrecha relación que éste tiene con otros derechos
circundantes, por cuanto, en la práctica, muchos problemas se plantean cuando hay que
ejercer unos derechos en concordancia con otros. Diversas situaciones llegan a tribunales
a fin de resolver aspectos como la elección del colegio, la realización de tratamientos
médicos, las decisiones sobre aspectos religiosos, los cambios de domicilio, entre otros.
Desde este punto de vista, la determinación más igualitaria de quien asume el cuidado de
los hijos no soluciona los problemas prácticos en la medida en que no esté claro qué
facultades o atribuciones reporta a su titular: si el titular del cuidado personal sigue
convencido de que se le ha otorgado un poder absoluto ¿exclusivo y excluyente¿ sobre
aspectos sensibles de la vida y desarrollo integral de los hijos, los problemas de fondo no
se habrán solucionado con las nuevas normas de atribución de cuidado, por muy equitativas
o igualitarias que aparezcan en el papel.
Bajo la legislación anterior a la reforma del año 2013, el art. 224 CC hablaba del cuidado
personal de la crianza y educación de sus hijos, con lo cual, dos de las más importantes
funciones parentales aparecían ligadas al cuidado, de tal modo que era posible sostener
que esas funciones integraban su contenido esencial y que, consecuencialmente, quien
detentaba el cuidado tenía a su cargo la crianza y educación de los hijos 204. En dicho
escenario, la modalidad de cuidado personal revestía enorme importancia en la centralidad
misma de las relaciones paterno-filiales: quien tenía el cuidado personal de un niño no sólo
detentaba el deber abstracto de criarlo y educarlo, sino muy especialmente actuaciones
prácticas concretas, como decisiones en torno a su salud, colegio, deportes, amigos,
religión, cercanía o distancia con determinados parientes, hábitos alimenticios o de higiene,
entre otros, y además, salvo acuerdo o decisión judicial contraria, ejercía también la patria
potestad205.
Eran claramente identificables dos visiones en torno al contenido del cuidado: una amplia
o general y una visión más reducida. La primera doctrina le asignaba al cuidado un
contenido general y absoluto, al punto de confundir el contenido del cuidado con todo el
contenido de la autoridad parental; se decía que sus principales facultades eran la crianza,
educación, establecimiento del hijo, corrección y autorización de la salida del país 206. Se
señalaba que la tuición era el derecho de los padres a tener a los hijos en su compañía y
que doctrinariamente se le denomina deber de convivencia o unidad de domicilio; que no
debía confundirse con el deber de cuidado personal, que sería un deber general; que lo que
trataban los arts. 225 a 228 CC era la tuición207.
La visión más reducida, a partir del tenor literal del art. 224 CC, postulaba que el contenido
natural del cuidado personal eran las funciones de crianza y educación, incluso se
predicaba por separado el deber de cuidado personal de la crianza y el deber de cuidado
personal de la educación de los hijos, cada uno con sanciones diversas en caso de
incumplimiento208. También se aludía al cuidado personal como un derecho, correlato del
deber de crianza y educación209, es decir, el cuidado o guarda de los hijos era visto como
un derecho necesario o presupuesto de los deberes de crianza y educación210. Se afirmaba
que el desempeño de los deberes de cuidar de la crianza y educación del hijo supone la
convivencia con los padres y el derecho de éstos a retenerlo a su lado 211.
Con la reforma de la Ley Nº 20.680 se han producido cambios relevantes en este ámbito.
Las funciones de crianza y educación ya no son contenido exclusivo y excluyente del
cuidado personal. La recepción expresa del principio de corresponsabilidad parental y, con
ello, del deber de ambos padres de participar activa, equitativa y permanentemente en la
crianza y educación de los hijos, vivan juntos o separados, ha dejado las funciones de
crianza y educación radicadas en ambos padres, como una consecuencia directa de la
relación de filiación213; con lo cual, si los padres se encuentran separados, no sólo mantiene
estas funciones o deberes el progenitor que asume el cuidado personal, sino también aquel
que no lo tiene; aunque en la práctica, es evidente la mayor dificultad que éste tiene para
el cumplimiento de los deberes inherentes a ellas.
Como puede advertirse, uno de los temas más complejos es la determinación de qué
decisiones competen a ambos padres en ejercicio de su responsabilidad parental y cuáles
corresponden en exclusiva al progenitor cuidador por ser contenido propio y definitorio
del derecho-deber de cuidado217; o cuáles son decisiones importantes o fundamentales y
cuáles cotidianas. La ley no aclara estos puntos, a lo que se suma la normal ausencia de
especificaciones en las sentencias. Sin perjuicio de ello, la nueva redacción del art. 224 CC
permite concluir que pertenecen a ambos padres todas las funciones tuitivas relativas a
crianza y educación que no dependen de la convivencia diaria, pues éstas son derivación
de la propia relación paterno-filial, y a ellas están sujetos ambos padres por su deber común
respecto a los hijos, como tuvimos oportunidad de comentar al tratar el principio de
corresponsabilidad parental. Lo anterior se manifiesta en concreto, según dejó expresado
la Corte Suprema en sentencias citadas en el capítulo anterior, en que ambos padres deben
tomar parte activa en las decisiones fundamentales relativas a su crianza y desarrollo, con
el interés superior del hijo como preocupación esencial. Las decisiones fundamentales no
son parte del contenido exclusivo del cuidado personal. Naturalmente, un padre puede ser
privado de tales facultades (crianza y educación) por razones graves contempladas en el
ordenamiento218, pero tal privación no resulta del solo hecho de no serle atribuido el cuidado
personal de sus hijos.
Cabe aclarar que la reducción de contenido antedicha no implica que el cuidado aparezca
restringido únicamente a una función de carácter material, referida sólo a la residencia y
convivencia habitual con el hijo; el renovado enfoque de la relación paterno-filial en
perspectiva del bien de los hijos también ha traído como consecuencia el establecimiento
expreso de una serie de deberes que forman parte del contenido actual del cuidado;
especialmente los de cooperación con el otro padre y de garantía de la estabilidad del hijo.
Las modificaciones introducidas en los arts. 224, 225 y 229, todos del CC, sumado al
nuevo art. 225-2 del mismo texto legal, que fija una serie de criterios y circunstancias no
sólo relevantes en el establecimiento del régimen de cuidado, sino también para evaluar su
ejercicio, fundan la tesis de que el legislador ha incorporado al léxico de la relación paterno-
filial ¿y por tanto, con incidencia directa en la actuación de los padres¿ exigencias concretas
de comportamiento cuyo eje son los hijos; lo ha hecho por medio de enunciados específicos,
como colaborar o garantizar su bienestar. Con ello se va perfilando un modo deseable de
actuación del padre cuidador. Por consiguiente, es posible sostener que para la ley el
cuidado de un hijo supone ¿en términos de contenido activo¿, entre otras cosas, garantizar
el bienestar del hijo, procurarle un entorno adecuado, dedicación efectiva y vinculación
afectiva, cooperar con el otro padre a fin de asegurar la máxima estabilidad al hijo y
garantizar la relación directa y regular.
Recapitulando, si bien es cierto que el contenido del cuidado personal de los hijos no
aparece legalmente especificado de modo directo, no lo es menos, que del análisis de una
serie de elementos que consideran tanto las transformaciones establecidas por la Ley
Nº 20.680, de 2013, como los derechos del padre no cuidador y los derechos de los hijos,
es posible afirmar que el contenido del cuidado personal se refiere a los cuidados y
atenciones diarias y habituales, lo que implica la convivencia con el hijo y supone tenerlo
en su compañía; faculta al cuidador para adoptar por sí solo todas las decisiones corrientes
y cotidianas en relación con el hijo, pero no para adoptar unilateralmente las decisiones
fundamentales relativas a su crianza y educación; además, la posición jurídica del padre
cuidador se caracteriza hoy por una situación de deber jurídico, cuyas cargas principales y
expresas son cooperar con el otro padre, asegurar la máxima estabilidad del hijo, garantizar
la relación directa y regular y no obstaculizar su ejercicio219.
Tres son, entonces, los ámbitos principales en los que se concentra, actualmente, el
contenido del cuidado personal: el de la guarda material, que supone convivencia y
compañía; el de la toma de ciertas decisiones de forma exclusiva (las cotidianas y
habituales) y el de la asunción de ciertos deberes específicos, en perspectiva del bien de
los hijos.
Uno de los problemas que en nuestro medio no encuentra una respuesta unánime en la
doctrina ni en la jurisprudencia es la cuestión sobre si es jurídicamente necesario el
consentimiento del progenitor no cuidador, o en su defecto la autorización judicial, para que
el custodio pueda cambiar el lugar de residencia habitual del hijo bajo su cuidado. De lo que
se trata es de determinar, en definitiva, si la facultad de decidir en cada momento el lugar
de morada habitual del hijo y, por tanto, la de trasladar su actual lugar de residencia a otro
distinto, forma parte del conjunto de facultades inherentes al ejercicio de la relación de
filiación (en cuyo caso requiere la participación del progenitor no custodio) o si, por el
contrario, es una facultad exclusiva del progenitor cuidador.
En España, desde hace tiempo, se ha ido sentando el criterio de que deben primar los
derechos del hijo antes que los del progenitor cuidador. Así se evidencia en las siguientes
consideraciones: Estamos, sin duda, ante una de las decisiones más importantes que
pueden adoptarse en la vida del menor y de la propia familia, que deberá tener sustento en
el acuerdo de los progenitores o en la decisión de uno de ellos consentida expresa o
tácitamente por el otro, y solo en defecto de este acuerdo corresponde al juez resolver lo
que proceda previa identificación de los bienes y derechos en conflicto a fin de poder
calibrar de una forma ponderada la necesidad y proporcionalidad de la medida adoptada,
sin condicionarla al propio conflicto que motiva la ruptura. Es cierto que la Constitución
Española, en su artículo 19, determina el derecho de los españoles a elegir libremente
su residencia, y a salir de España en los términos que la ley establezca. Pero el problema
no es este. El problema se suscita sobre la procedencia o improcedencia de pasar la menor
a residir en otro lugar, lo que puede comportar un cambio radical tanto de su entorno social
como parental, con problemas de adaptación. De afectar el cambio de residencia a los
intereses de la menor, que deben de ser preferentemente tutelados, podría conllevar, un
cambio de la guarda y custodia222.
Todas estas cuestiones, de reciente actualidad, tanto por los traslados que los
progenitores separados hacen dentro del país, como por la creciente tendencia a la
migración de las personas, han comenzado a hacer recurrentes los pronunciamientos
judiciales frente a la incapacidad de los padres para arribar a acuerdos en interés de sus
hijos. En nuestro país, aunque en su mayoría los tribunales se esfuerzan por hacer
compatibles los intereses en conflicto, dejando claro que el cambio de domicilio no es una
facultad discrecional del progenitor que tiene atribuido el cuidado, no existe una posición
uniforme, como se evidencia de las dos sentencias del año 2015 que paso a comentar.
En definitiva, como dice la Corte, será necesario conciliar estas cuestiones, en términos
que la residencia del niño no reste injerencia al padre no custodio en el ejercicio de los
derechos y deberes en que ambos progenitores han de participar, como por ejemplo, poder
incidir en su educación o en la adopción de otras medidas importantes en la vida del niño.
Si bien resulta evidente que la decisión de establecer la residencia de un hijo o hija en el
extranjero implicará mayores esfuerzos para viabilizar la participación del padre que no vive
con el niño, no es una medida que se oponga per se al principio de corresponsabilidad, en
particular si se considera el gran aporte que en la actualidad significan las nuevas
tecnologías de la comunicación. La Corte termina conminando al juez a quo a citar a las
partes a fin de introducir las adecuaciones que se estimen necesarias al régimen
comunicacional existente.
Desde la óptica de los hijos, hay que reconocer y evaluar el carácter decisivo que les
puede acarrear la variación de residencia cuando comporta un cambio radical, tanto de su
entorno social como parental; esta es una cuestión donde no hay reglas absolutas ni aun
generales; por lo mismo, se exigen decisiones individualizadas. La solución de dejar, sin
más, a la libre voluntad del cuidador la decisión de fijar el lugar de residencia de los hijos
no sólo puede perjudicar el ejercicio de los derechos-deberes que ostenta el otro progenitor,
sino que además deja sin valorar si resulta o no conveniente al interés de los hijos tal
desplazamiento.
Lo dicho, no puede ser adoptado como un criterio absoluto, sino sólo como una
orientación referencial, pues habrá que conocer al NNA en cuestión para definir lo más
favorable para él. En ello, tanto la edad, su ciclo evolutivo, como su opinión son elementos
determinantes.
CAPÍTULO III CUIDADO PERSONAL DE LOS HIJOS CUANDO LOS PADRES VIVEN JUNTOS
1. CONSIDERACIONES GENERALES
Para atribuir la titularidad del derecho-deber de cuidado personal de los hijos, el legislador
atiende a la situación en que pueden encontrarse los padres, pero no desde el punto de
vista de si tienen o no matrimonio o relación de pareja formalizada, como hacen otros
ordenamientos jurídicos226, sino más bien de la situación fáctica de convivencia: padres que
viven juntos y padres que viven separados. La existencia de matrimonio entre ellos resulta
hoy, a estos efectos, irrelevante, como consecuencia de la consideración igualitaria de
todos los hijos cualquiera sea su origen (matrimonial o no) en cuanto al goce y garantía de
sus derechos227.
Cuando los padres viven juntos, el ejercicio de la responsabilidad parental ¿con todo su
contenido¿, se produce de forma natural, quedando entregado al libre y espontáneo
acuerdo o arreglos privados de ambos progenitores la forma como ordenan sus relaciones
domésticas y con sus hijos. Al producirse una crisis matrimonial o de pareja entre los
progenitores, esta forma de ejercicio se afecta o definitivamente se interrumpe como
consecuencia de la no convivencia familiar. Por ello, el legislador nacional regula en el
Código Civil y, por tanto, con carácter general, las dos situaciones posibles: padres que
viven juntos en el art. 224 CC y padres que viven separados en los arts. 225 y 225-2 CC.
Cuando los padres viven juntos, toca de consuno a los padres, o al padre o madre
sobreviviente, el cuidado personal de sus hijos (art. 224 CC). La norma acoge la solución
evidente para el caso, es decir, que a ambos padres les corresponde el cuidado de los hijos,
pues todos viven juntos. El ejercicio de consuno del cuidado personal de los hijos siempre
fue para el legislador una opción, originalmente referida en el art. 222 CC al padre y madre
de los hijos legítimos, es decir, los provenientes del matrimonio de sus progenitores; y luego
de la Ley Nº 19.585, en el art. 224 CC para el caso de hijos que conviven con su padre y
madre aunque éstos no se encuentren casados228.
Como vimos en los capítulos anteriores, la diferencia entre la regla actual y la existente
antes de la modificación de la Ley Nº 20.680, de 2013, consiste en que hoy las funciones
de crianza y educación de los hijos no aparecen exclusiva y excluyentemente ligadas al
cuidado personal; tales funciones derivan de la filiación y, como tal, corresponden a ambos
padres, vivan juntos o separados (corresponsabilidad parental). Claramente, esta distinción
no tiene mayor importancia cuando los padres viven juntos, pues todas las funciones,
deberes y facultades derivadas de la filiación aparecen confundidas en una titularidad y
ejercicio mancomunado.
Varias son las cuestiones a tener presente en relación con la regla de cuidado personal
del art. 224 CC; la primera de ellas es que para todos los casos de vida en común de los
padres el legislador sólo considera una regla legal de atribución del cuidado; no existe
expresamente regla convencional o judicial conforme a la cual se pueda modificar la regla
legal. Esta forma de regular la relación entre padres e hijos no es estándar para todos los
aspectos filiativos, como se evidencia en el caso de la patria potestad, respecto de la cual
el legislador contempla una regla de regulación convencional primero y, luego, una de
regulación legal (art. 244 CC). Lo segundo es que la norma distingue dos situaciones
diversas con sus respectivas soluciones: que ambos padres vivan juntos, por una parte; o
que habiendo vivido juntos (en caso contrario no se entiende que la regla esté situada en
el art. 224 CC229) uno haya fallecido. Para la primera situación la regla única, sin
matizaciones, es el ejercicio del cuidado personal de consuno entre los padres, y la
exigencia necesaria para ello es compartir el techo o cohabitar. En el supuesto de que uno
de los padres haya fallecido, el cuidado personal de los hijos corresponde al otro padre o
madre, con lo cual, el cuidado personal del hijo y la satisfacción de los otros deberes y
funciones de la relación paterno-filial pasa a ser unipersonal por imposición de las
circunstancias230.
Aunque los padres vivan juntos el ejercicio de consuno del cuidado personal de los hijos
no es posible cuando uno de ellos se encuentra ausente o está imposibilitado, pues no se
cuenta con su parecer237. Tampoco es posible, ni razonable, cuando uno de los padres es
inhábil física o moralmente para desempeñar dicha función, y esto último puede ocurrir
cuando estuviere incapacitado mentalmente, padeciere de alcoholismo crónico, consintiere
en que el hijo se entregue en la vía o en los lugares públicos a la vagancia o a la mendicidad,
maltratare o diere malos ejemplos al hijo y en todos los casos en que se coloque al hijo en
peligro moral o material238. La gran duda que se genera en estos casos es si el otro padre,
para poder ejercer con eficacia el cuidado, tendría que instar una declaración judicial de
inhabilidad.
Algunas de las problemáticas reseñadas dejan ver que el supuesto legal de base de la
normativa, esto es, que los padres vivan juntos, no es necesariamente sinónimo de vivir
materialmente de forma permanente en el hogar común; puede suceder que temporal y
transitoriamente un padre no resida en el hogar común y de todas formas entenderse que
viven juntos para los efectos del art. 224 CC. Vivir juntos se entiende más bien relacionado
con un ánimo de permanencia en la convivencia, con una comunidad de vida.
Finalmente, cabe precisar que todo lo dicho para el caso de padres que viven juntos es
sin perjuicio de que si ambos son inhábiles física o moralmente, tenga aplicación lo
dispuesto en el art. 226 CC.
El cuidado personal compartido supone que ambos padres tienen atribuido el cuidado
personal de sus hijos, pero en un ejercicio que no es conjunto ni simultáneo. En la
modalidad de cuidado compartido los padres no actúan juntamente, en unión o de común
acuerdo, muy por el contrario, como veremos en el capítulo V, en la gran mayoría de los
casos los padres actúan por separado, cada uno adoptando las decisiones propias del
cuidado personal durante los periodos de tiempo en que tienen a los hijos en su compañía.
En términos simples, lo que comparten o, más bien, se reparten, dividen o distribuyen los
padres que viven separados son los tiempos de convivencia con los hijos.
Sin perjuicio de que cuidado compartido no es lo mismo que conjunto o de consuno,
también veremos que una custodia efectivamente compartida sólo es posible cuando el
núcleo familiar está unido; si los padres están separados, contexto en el cual se regula el
cuidado compartido, se puede compartir la responsabilidad parental, que por eso pasa a
llamarse corresponsabilidad, pero no la custodia o el cuidado de los hijos, porque si los
padres están separados la custodia la ejerce uno u otro en cada momento, pero no la
comparten en el mismo instante. De ahí que se sugiera, por más exacto, hablar de custodia
alternada o alternativa239, más que de custodia o cuidado compartido; el cuidado podría
entenderse compartido en la medida en que no sólo implique el reparto de los tiempos de
convivencia, sino que también comporte estilos semejantes de crianza y participación en
todo tipo de decisiones relativas a los hijos.
En algunos ordenamientos jurídicos se postula que cuando los padres viven juntos no es
necesario diferenciar ninguna de las facultades de la responsabilidad parental o patria
potestad, pues el ejercicio de ésta, que se encuentra atribuido a ambos padres, lo es de
todas sus facultades, de forma global, sin necesidad de distinción 240. En nuestra legislación,
aunque pudiera estimarse que si los padres viven juntos todas las cuestiones derivadas de
la relación paterno-filial siguen necesariamente el mismo curso que el cuidado personal, es
decir, todas deberían ser de ejercicio conjunto, cabe hacer ciertos distingos. Así,
encontramos facultades y deberes paterno-filiales que siguen la regla del ejercicio de
consuno; derecho-deberes de la relación paterno-filial que no operan y, finalmente, otras
materias que contienen reglas particulares.
Cuando los padres viven juntos y el ejercicio del cuidado personal ¿por consecuencia¿
es de consuno, no opera el derecho de relación directa y regular; se hace innecesaria la
fijación de un régimen comunicacional, porque la relación y comunicación es fruto de la
convivencia diaria y habitual; el derecho de relación directa y regular sólo se justifica en
alguno de los supuestos en que uno o ambos padres no conviven habitualmente con el hijo
o en los periodos de tiempo en que no lo tienen bajo su cuidado en los casos en que
hubieren acordado la modalidad de cuidado personal compartido.
En el otro extremo se ubican las facultades y deberes de la relación de filiación que siguen
la regla de ejercicio de consuno y que corresponden a la facultad de corregir a los hijos,
cuidando que ello no menoscabe su salud ni su desarrollo personal (art. 234 CC), y al
derecho y el deber de educar a sus hijos, orientándolos hacia su pleno desarrollo en las
distintas etapas de su vida (art. 236 CC). Una y otra facultades se conceden a
ambos padres sin matizaciones en cuanto al ejercicio, por tanto, se entiende que éste debe
ser de consuno. Por otro lado, me parece que ambos padres deben ser parte del acuerdo
de que habla el art. 229-2 CC para concretar el derecho del hijo a mantener una relación
directa y regular con sus abuelos; de no lograrse tal acuerdo, el juez fijará la modalidad de
esa relación atendido el interés del hijo, en conformidad a los criterios del artículo 229 CC.
La materia que presenta una regla particular muy distinta es la patria potestad. Para la
situación de padres que viven juntos, el legislador no prevé como regla obligatoria y única
el ejercicio de consuno, sino que otorga a los padres la facultad de decidir si la patria
potestad será ejercida por el padre o la madre o ambos conjuntamente, en un acuerdo
suscrito por escritura pública o acta extendida ante cualquier oficial del Registro Civil, que
se debe subinscribir al margen de la inscripción de nacimiento del hijo dentro de los treinta
días siguientes a su otorgamiento. No se impone una regla única de ejercicio de consuno;
se da preeminencia a los progenitores en la organización de los aspectos patrimoniales
relativos a los hijos, sólo a falta de acuerdo, el legislador señala que toca al padre y a la
madre en conjunto el ejercicio de la patria potestad, y en todo caso, cuando el interés del
hijo lo haga indispensable, a petición de uno de los padres que viven juntos, el juez puede
confiar el ejercicio de la patria potestad al padre o madre que carecía de él o radicarlo en
uno solo de los padres, si la ejercieren conjuntamente. En vida conjunta, la ley aplica el
mismo criterio del cuidado personal: ejercicio conjunto, pero, a diferencia de aquél, se
permite a los padres o al juez disociar los aspectos patrimoniales de la relación paterno-
filial al poder acordar o disponer, respectivamente, que sean asumidos por uno solo de los
padres241.
Un caso dudoso en este supuesto puede presentarse con motivo de la aplicación del
art. 203 CC cuando la filiación ha sido determinada judicialmente contra la oposición del
único padre o madre. Recordemos que en tales eventos el legislador prevé una sanción
civil de pérdida de derechos: ... aquél o ésta quedará privado de la patria potestad y, en
general, de todos los derechos que por el ministerio de la ley se le confieren respecto de la
persona y bienes del hijo o de sus descendientes. El juez así lo declarará en la sentencia y
de ello se dejará constancia en la subinscripción correspondiente. El padre o madre
conservará, en cambio, todas sus obligaciones legales cuyo cumplimiento vaya en beneficio
del hijo o sus descendientes244. La interrogante es si el cuidado personal es de aquellos
derechos de que queda privado el padre o madre respectivo 245. Lo primero que cabe decir
es que efectivamente el cuidado personal es un derecho conferido por el ministerio de la
ley a los padres; sin embargo, no es un derecho puro, sino un derecho-deber, como vimos
en el capítulo anterior, y de ahí que la doctrina no sea uniforme en cuanto a considerar si
opera o no la sanción de privación de derechos del art. 203 CC. Un sector, enumera entre
los derechos de que es privado el padre o madre respectivo el derecho de consentir en el
matrimonio del hijo, el derecho legal de goce sobre los bienes del hijo, el derecho de
administrar los bienes del hijo y de representarlo legalmente, el cuidado personal, la crianza
y educación de los hijos, el derecho de educar a los hijos, la facultad de corregirlos, el
derecho de reclamar alimentos legales, el derecho a designar tutor o curador por
testamento, el derecho a ser llamado a la guarda legítima del hijo, el derecho a suceder
abintestato al hijo y su derecho como legitimario246. Para Abeliuk, el problema no resulta de
fácil solución, pues si bien las normas en materia de cuidado personal no hacen ningún
distingo respecto a la forma de reconocimiento del hijo, esto es, si fue voluntario o
judicialmente declarado en oposición, el art. 203 CC es de aplicación general y se refiere
expresamente a los derechos y deberes respecto de la persona del hijo. En su opinión, al
juez toca resolver a quién atribuye el cuidado en estos casos247.
Este último es un supuesto y regulación distinta de la que contempla el art. 226 CC, que
también autoriza al juez para determinar a la persona que asumirá el cuidado personal de
un niño, porque si bien, la persona será distinta de sus progenitores, éstos están
determinados aunque son inhábiles física o moralmente. En el supuesto que aquí estamos
analizando, no están determinados los progenitores y no se establece ningún criterio para
la determinación judicial de la persona que asumirá el cuidado, tampoco preferencia en la
elección de la persona designada, sin perjuicio de lo cual, afirmamos que el juez igualmente
está obligado a resolver conforme al interés superior de niño por expreso mandato legal 248.
CAPÍTULO IV CUIDADO PERSONAL DE LOS HIJOS CUANDO LOS PADRES VIVEN SEPARADOS
1. ASPECTOS PRELIMINARES
Cuando los progenitores viven separados los hijos no pueden convivir con ambos al
mismo tiempo, lo que origina la necesidad de establecer un régimen que regule la
cohabitación de los hijos con sus padres no convivientes y la forma como se dará
satisfacción a sus derechos. La situación antedicha viene prevista en algunos
ordenamientos jurídicos, con reglas especiales para los casos de crisis conyugal y no para
todos los eventos de vida separada de los padres, así ocurre por ejemplo en el Código Civil
español249. En nuestro medio, el legislador no considera la existencia de precedente
matrimonio en la regulación, lo que da cuenta de una mirada más igualitaria respecto de la
situación de todos los hijos, cualquiera sea su origen, aunque ello no supone entender, por
otro lado, que la específica regulación esté exenta de dificultades. Desde ya, la situación
de hecho de un hijo cuya vinculación con sus padres por separado proviene de una crisis
de pareja (matrimonial o no) no es igual que la de un niño cuyos padres nunca han
convivido; hay una variedad de aspectos humanos, afectivos y materiales que el legislador
y los tribunales debieran considerar.
El art. 225 CC cobija distintos supuestos posibles, que carecen de sustantiva identidad,
salvo en cuanto se trata en la actualidad y respecto del niño, de padres vivos que no
conviven. En efecto, se comprenden todos los casos de hijos matrimoniales cuyos padres
han suspendido o puesto término a la comunidad de vida conyugal, ya sea por medio de la
separación de hecho o judicial, en el primer caso, ya lo sea por divorcio o nulidad de
matrimonio, en el segundo. Asimismo, se incluyen todos los casos de suspensión o término
de las relaciones de pareja formalizadas en acuerdos de unión civil 250 o de concubinato o
simple convivencia no formalizada, salvo, claro está, cuando el término se ha producido por
muerte de uno de los miembros de la pareja, en cuyo caso se aplica el inc. 2º del art. 224
CC, comentado al final del capítulo III.
Resultan también amparados por el art. 225 CC todos los casos de hijos reconocidos por
ambos padres aunque éstos nunca hayan convivido, incluso puede tratarse de hijos que
jamás se han relacionado con uno de sus padres; la norma no formula ningún distingo al
respecto, aunque las diferencias son evidentes y sustanciales desde el punto de vista
relacional. Cabe en todo caso, de una parte, recordar las reflexiones formuladas en el
capítulo anterior respecto del padre o madre cuya paternidad o maternidad han sido
determinadas judicialmente en oposición (art. 203 CC); y de otra, señalar que aun en el
caso de reconocimiento voluntario, éste, por sí solo, no conlleva el sustrato existencial que
da lugar a los vínculos filiativos; tales vínculos no se crean por el formalismo legal, aunque
dicho formalismo sirva para determinar la filiación 251; el solo reconocimiento voluntario de
un progenitor que no comparte ni ha compartido la vida con el otro y con el hijo que ha
reconocido no debiera favorecer que aquél detente el cuidado exclusivo o compartido del
hijo, mientras no se garanticen adecuadamente los derechos de éste, lo que normalmente
se propiciará primero por medio de algún régimen de relación 252. En reconocimiento de las
particularidades de estas situaciones, en algunos ordenamientos jurídicos, como el francés,
se opta por marginar al padre cuya filiación es establecida respecto del hijo después de un
año del nacimiento y conservar de manera exclusiva la autoridad parental, incluida la
guarda, en el otro padre cuya filiación se encuentra establecida desde el nacimiento253.
Finalmente, toca tener a la vista que las normas que actualmente regulan el cuidado
personal en nuestro Código Civil no distinguen ni el origen ni el sexo ni la edad de los hijos,
resultando suficiente para la aplicación normativa que éstos sean menores de dieciocho
años y su filiación se encuentre legalmente determinada. Se trata, desde este punto de
vista, de unas normas generales aplicables por igual a todos los hijos menores de edad.
2. REGULACIÓN DEL CUIDADO PERSONAL DE LOS HIJOS EN VIDA SEPARADA DE LOS PADRES
ANTES DE LA LEY Nº 20.680, DE 2013
Antes de la reforma operada por la Ley Nº 20.680, el CC regulaba para las situaciones
de vida separada de los progenitores tres reglas de atribución del cuidado personal que
sólo contemplaban la modalidad de cuidado o custodia individual de los hijos comunes
menores de edad. El art. 225 CC establecía en el primer inciso la regla legal, en el segundo
la regla convencional y en el tercero la regla judicial, concluyendo con la pauta de
inoponibilidad por ausencia de la forma de publicidad, todo ello con el siguiente tenor:
Si los padres viven separados, a la madre toca el cuidado personal de los hijos.
No obstante, mediante escritura pública, o acta extendida ante cualquier oficial del
Registro Civil, subinscrita al margen de la inscripción de nacimiento del hijo dentro de los
treinta días siguientes a su otorgamiento, ambos padres, actuando de común acuerdo,
podrán determinar que el cuidado personal de uno o más hijos corresponda al padre.
Este acuerdo podrá revocarse, cumpliendo las mismas solemnidades.
En todo caso, cuando el interés del hijo lo haga indispensable, sea por maltrato, descuido
u otra causa calificada, el juez podrá entregar su cuidado personal al otro de los padres.
Pero no podrá confiar el cuidado personal al padre o madre que no hubiese contribuido
a la mantención del hijo mientras estuvo bajo el cuidado del otro padre, pudiendo hacerlo.
Mientras una subinscripción relativa al cuidado personal no sea cancelada por otra
posterior, todo nuevo acuerdo o resolución será inoponible a terceros.
La preferencia materna se imponía, pese a las posibilidades que reconocían los incisos
2º y 3º del art. 225 CC y a los esfuerzos de algunas Cortes en orden a señalar que la regla
legal que otorgaba preferencia a la madre para el cuidado personal de los hijos cedía frente
al interés superior del niño, es decir, deja de ser tal y, por consiguiente, viene a prevalecer
dicho principio, toda vez que se trata, precisamente de definir la situación a favor del menor,
buscando la mejor alternativa para él, para dejarlo bajo el cuidado de quienes, a la luz de
las pruebas, reúnen las mejores condiciones integrales 255, la regla legal de cuidado
preferente a la madre fue adquiriendo una fuerza desmedida, como se advierte desde el
mismo Poder Judicial: los jueces normalmente daban a la regla supletoria un carácter
imperativo, sin abrirse a otras posibilidades; incluso se señaló que el atavismo cultural hacía
que en los tribunales de familia el interés o bienestar de los menores se confundiera con la
tuición materna256. La doctrina justificaba tal preferencia señalando que, lógicamente y por
obra de la naturaleza, los hijos deben estar al lado de la madre y que sólo situaciones de
excepción justifican la alteración de esta regla257.
Esta forma de concretar —por la ley primero y por los tribunales a continuación¿ el interés
superior de los hijos era reflejo de la idea implícita según la cual las obligaciones afectivas
y educativas hacia los hijos son inherentes a la condición femenina y las obligaciones
económicas e instrumentales corresponden en exclusiva a los varones 258. Se propiciaba
por la ley la visión de la mujer "doméstica" 259 y al excluir al padre de importantes funciones
parentales se vulneraba el principio de igualdad ante la ley y, como hemos dicho, se
violentaba también el derecho de los propios hijos a ser cuidados y relacionarse con ambos
padres. La preferencia materna se mantiene aún en varios ordenamientos jurídicos260.
Tanto la regla de atribución legal del cuidado personal como la de atribución judicial (ex
incs. 1º y 3º del art. 255 CC, respectivamente) habían sido objeto de amplios
cuestionamientos en doctrina, principalmente relativos a su constitucionalidad a la luz del
principio de igualdad consagrado en el artículo 19 Nº 2 de la Constitución Política: si bien
por un lado se sostenía que la norma no ofendía el principio de igualdad de los progenitores,
pues no es un derecho subjetivo que la ley atribuya a la madre, sino que es la atribución
automática por ley de un deber, es decir, una regla supletoria, conservando el padre su
derecho a relacionarse con el menor, a lo que se adicionaba que reducía la litigiosidad y
judicialización de los conflictos entre padres que no han podido ponerse de acuerdo y que
fomentaba los acuerdos entre los padres al saber éstos que si no llegaban a un convenio
la ley atribuiría la tuición de los hijos de una determinada manera 261; por otro, se
argumentaba que desde el punto de vista de la igualdad formal, el Código Civil establecía
una discriminación en contra del hombre, que no se justificaba con ningún criterio de
necesidad aceptable ni de razonabilidad ni de proporcionalidad 262.
La Ley Nº 20.680, de 2013, para el evento de padres que viven separados conserva las
tres fuentes de atribución del cuidado (convencional, legal y judicial); pero, como veremos
a lo largo de este capítulo, otorga más equilibrio a la posición de los padres permitiendo
que acuerden cuidado compartido, estableciendo una regla legal supletoria neutral y
permitiendo que el juez, sobre la base de la evaluación de una serie de criterios y
circunstancias, pueda decidir lo más conveniente para el interés superior del hijo. Por otro
lado, se refuerza la libertad de decisión de los padres respecto del cuidado personal, al ser
el acuerdo la primera regla de atribución de su ejercicio.
Si los padres viven separados podrán determinar de común acuerdo que el cuidado
personal de los hijos corresponda al padre, a la madre o a ambos en forma compartida.
El acuerdo se otorgará por escritura pública o acta extendida ante cualquier oficial del
Registro Civil y deberá ser subinscrito al margen de la inscripción de nacimiento del hijo
dentro de los treinta días subsiguientes a su otorgamiento. Este acuerdo establecerá la
frecuencia y libertad con que el padre o madre que no tiene el cuidado personal
mantendrá una relación directa y regular con los hijos y podrá revocarse o modificarse
cumpliendo las mismas solemnidades.
A falta del acuerdo del inciso primero, los hijos continuarán bajo el cuidado personal del
padre o madre con quien estén conviviendo.
Siempre que el juez atribuya el cuidado personal del hijo a uno de los padres, deberá
establecer, de oficio o a petición de parte, en la misma resolución, la frecuencia y libertad
con que el otro padre o madre que no tiene el cuidado personal mantendrá una relación
directa y regular con los hijos, considerando su interés superior, siempre que se cumplan
los criterios dispuestos en el artículo 229.
Mientras una nueva subinscripción relativa al cuidado personal no sea cancelada por otra
posterior, todo nuevo acuerdo o resolución será inoponible a terceros.
En vida separada de los padres puede darse una modalidad de cuidado personal
individual o de cuidado personal compartido de los hijos; la primera procede por vía
convencional, legal o judicial; la segunda sólo procede por vía convencional. A continuación
revisaremos las tres reglas de atribución del cuidado personal y cada uno de los criterios
que el legislador establece para su atribución judicial.
En cuanto al contenido del pacto, antes de la Ley Nº 20.680 los acuerdos de cuidado
personal tenían un sentido único y restringido: en su virtud sólo se posibilitaba al padre la
asunción del cuidado personal individual de los hijos y, además, se permitía expresamente
la separación de los hermanos, pudiendo en consecuencia, ejercerse el cuidado personal
exclusivamente por el padre respecto de algunos de ellos, quedando el o los otros hijos,
conforme a la regla legal general, al cuidado de la madre. Desde la modificación legal del
año 2013, el legislador no se pronuncia sobre un tipo o naturaleza específica de los pactos
de cuidado personal, sino que enuncia las modalidades posibles: podrán determinar de
común acuerdo que el cuidado personal de los hijos corresponda al padre, a la madre o a
ambos en forma compartida. A partir de ahí, hoy encontramos una amplia libertad
dispositiva de los padres en cuanto al cuidado de sus hijos, al permitir la norma una variedad
de posibilidades de cuidado, a saber: cuidado personal de todos los hijos en la madre,
cuidado personal de todos los hijos en el padre, cuidado de unos hijos en la madre y otros
en el padre, cuidado personal compartido de todos los hijos, cuidado compartido de algunos
hijos y cuidado individual de otros, ya sea el padre y/o la madre.
Cualquiera sea el tipo de pacto de cuidado personal, los padres no requieren fundamentar
o justificar sus decisiones, el acuerdo no precisa aprobación judicial y tampoco existe
previsión legal que obligue o, al menos, recomiende a los padres escuchar y considerar la
opinión de sus hijos272. La ausencia de exigencia de homologación, revisión o aprobación
judicial deja a este acuerdo carente de la valoración de un tercero imparcial que vele por el
interés superior de los hijos273, como es habitual en otros sistemas que exigen que los
acuerdos que regulan la autoridad parental sean homologados y facultan a los jueces para
negar la aprobación en interés de los hijos 274.
Con la reforma del año 2013, el legislador nacional da total protagonismo a los
progenitores para fomentar el acuerdo del régimen de custodia compartida como garantía
de estabilidad e igualdad; en todo caso, el juez deberá ser el garante en la determinación
de dicho régimen compartido, al menos, en los procesos matrimoniales, como se verá.
Los acuerdos de cuidado personal de los padres no debieran reducirse a decidir con
quién van a convivir los hijos, sino que tendrían que incorporar estipulaciones sobre una
serie de diversos aspectos vinculados con la forma de compartir la responsabilidad parental,
en especial el modo de adoptar decisiones, proyectar con razonabilidad el futuro del hijo,
cómo enfrentar la forma de guiarlo en el ejercicio de sus derechos en atención a la evolución
de sus facultades y, también, cómo los padres resolverán las diferencias que puedan
presentarse, entre otros. Estas problemáticas han sido enfrentadas en otros ordenamientos
jurídicos, con bastante éxito, por medio de los planes de parentalidad, a los cuales
brevemente haremos referencia por constituir un modelo cuya pertinencia podría evaluarse
para incorporarlos en nuestro ordenamiento familiar.
En el año 2010 el Código Civil de Cataluña introdujo la figura del Plan de Parentalidad
como instrumento para concretar la forma en que ambos progenitores van a ejercer sus
responsabilidades parentales276. De ahí en adelante, otros ordenamientos autonómicos de
España, y en otros países, lo han considerado en sus reformas. Actualmente, los planes de
parentalidad se están convirtiendo en un elemento esencial a la hora de establecer el
ejercicio de la guarda y custodia de los hijos tras la ruptura de la convivencia de los
progenitores, desde que en ellos deben hacerse constar los compromisos efectivos y
concretos que asumen los padres respecto a la guarda, el cuidado y la educación de los
hijos, con finalidad preventiva, destinada a resolver los problemas más frecuentes que
pueden surgir en vida separada de los padres. Los planes subrayan y se justifican en la
singularidad de cada familia277.
Estos instrumentos refuerzan la confianza del legislador en los padres, a quienes se les
otorga un mayor grado de decisión respecto del ejercicio de la responsabilidad parental; en
esa confianza también va envuelta la responsabilidad de arribar a acuerdos que concreten
el mejor interés superior de sus hijos. Estos planes animan a los progenitores, tanto si el
proceso es de mutuo acuerdo, como si es contencioso, a organizar por sí mismos y
responsablemente el cuidado de los hijos con ocasión de la ruptura, de tal modo que deben
anticipar los criterios de solución de los problemas más importantes que les afecten o
puedan afectar278. Si bien se regulan normalmente a propósito de la custodia compartida,
son beneficiosos para cualquier modalidad de cuidado279.
La regulación catalana de estos planes pone en evidencia que las cuestiones sobre
guarda y custodia o cuidado personal de los hijos suponen una serie de aspectos que
exceden las decisiones básicas de con quién va a vivir el hijo cuando los padres no
conviven. El art. 233-9 Nº 2 de dicha regulación establece que en las propuestas de plan
de parentalidad deben constar los siguientes aspectos: a) El lugar o lugares donde vivirán
los hijos habitualmente. Deben incluirse reglas que permitan determinar a qué progenitor le
corresponde la guarda en cada momento; b) Las tareas de que debe responsabilizarse cada
progenitor en relación con las actividades cotidianas de los hijos; c) La forma en que deben
hacerse los cambios en la guarda y, si procede, cómo deben repartirse los costes que
generen; d) El régimen de relación y comunicación con los hijos durante los periodos en
que un progenitor no los tenga con él; e) El régimen de estancias de los hijos con cada uno
de los progenitores en periodos de vacaciones y en fechas especialmente señaladas para
los hijos, para los progenitores o para su familia; f) El tipo de educación y las actividades
extraescolares, formativas y de tiempo libre, si procede; g) La forma de cumplir el deber de
compartir toda la información sobre la educación, la salud y el bienestar de los hijos; h) La
forma de tomar las decisiones relativas al cambio de domicilio y a otras cuestiones
relevantes para los hijos.
Estos planes son distintos e independientes del convenio regulador de los efectos del
divorcio, el cual está referido a una variedad de medidas no sólo concernientes a los hijos;
los planes de parentalidad, en cambio, al menos en el modelo catalán, sólo refieren a los
hijos y recogen en forma pormenorizada compromisos concretos relativos a los aspectos
personales de la relación de filiación, con lo cual se superan las vagas declaraciones de
intenciones y sus problemáticas: los acuerdos generales poco determinados, laxos,
posponen engañosamente los problemas existentes281. Ahora bien, cuando los divorcios o
las separaciones de pareja se producen de común acuerdo, los convenios reguladores del
divorcio deben contener un plan de parentalidad, con lo cual, el plan es parte del
convenio282.
1) La forma de decidir y compartir todos los aspectos que afecten a su educación, salud,
bienestar, residencia habitual y otras cuestiones relevantes para los y las menores.
4) Lugar o lugares de residencia de los hijos o hijas, determinando cuál figurará a efectos
de empadronamiento, que deberá coincidir preferentemente con el de aquel de los
progenitores con el que, en cómputo anual, pasen la mayor parte del tiempo.
5) Las reglas de recogida y entrega de los y las menores en los cambios de guarda y
custodia, o en el ejercicio del régimen de estancia, relación y comunicación con ellos y
ellas.
En el caso particular de que cada uno de los progenitores por separado, o de común
acuerdo, decida solicitar al juez, en interés de los menores, que la guarda y custodia de los
hijos e hijas menores o incapacitados sea ejercida de forma compartida o por uno solo de
ellos, debe acompañar su solicitud de una propuesta fundada del régimen de desarrollo de
la custodia, incluyendo la determinación de los periodos de convivencia y relación, así como
las formas de comunicación con el progenitor no custodio y, en su caso, con los demás
parientes y allegados (art. 9 Ley Nº 7/2015 del País Vasco).
En nuestro entorno más cercano, el Código Civil y Comercial argentino, dentro del
capítulo de deberes y derechos sobre el cuidado de los hijos, considera la presentación
voluntaria de un Plan de Parentalidad relativo al cuidado (art. 655), que debe contener: lugar
y tiempo en que el hijo permanece con cada progenitor; responsabilidades que cada uno
asume; régimen de vacaciones, días festivos y otras fechas significativas para la familia, y
régimen de relación y comunicación con el hijo cuando éste reside con el otro progenitor.
Además, se establece que el plan de parentalidad propuesto puede ser modificado por los
progenitores en función de las necesidades del grupo familiar y del hijo en sus diferentes
etapas y que los progenitores deben procurar la participación del hijo en el plan de
parentalidad y en su modificación.
En general, se exige que las propuestas de planes de parentalidad deban ser aprobadas
por el juez, salvo si son dañosas para los hijos (arts. 233-8 y 233-10 Código Civil catalán y
art. 656 CCyC argentino). La Ley N º 7/2015 del País Vasco, incluso, señala que el convenio
regulador, sus modificaciones y extinción producirán efectos cuando sean aprobados
judicialmente, oído el Ministerio Fiscal y, en su caso, los hijos e hijas menores. La
aprobación judicial es importante porque supone la valoración de la concreción del interés
superior de los hijos en los pactos de los padres.
En fin, se procura con estos instrumentos contribuir a la sana convivencia familiar luego
de una separación o divorcio, al colocar a los padres en la necesidad real de proyectar el
futuro en atención al bien de sus hijos. Por lo mismo, pudiera ser interesante explorar su
implementación en nuestro país como mecanismo para concretar la corresponsabilidad
parental, que si bien se encuentra consagrada desde el año 2013, aún presenta problemas
de compresión, de concreción y de eficacia.
Los acuerdos extrajudiciales del inc. 1º del art. 225 CC no son los únicos instrumentos
aptos para contener acuerdos de cuidado personal de los hijos; además, se puede arribar
a acuerdos de esta naturaleza en los procesos matrimoniales como parte de los extremos
que deben ser acordados por los cónyuges que se separan de hecho (art. 21 inc. 2º LMC)
o judicialmente (art. 27 inc. 2 LMC) o que solicitan el divorcio de común acuerdo por cese
de la convivencia (art. 55 inc. 2º LMC). La regla de base es el inc. 2º del art. 21 LMC; las
otras disposiciones se remiten a él en cuanto a las materias a regular.
En todo caso, si hubiere hijos, dicho acuerdo deberá regular también, a lo menos, el
régimen aplicable a los alimentos, al cuidado personal y a la relación directa y regular que
mantendrá con los hijos aquel de los padres que no los tuviere bajo su cuidado. En este
mismo acuerdo, los padres podrán convenir un régimen de cuidado personal
compartido290.
Los acuerdos antes mencionados deberán respetar los derechos conferidos por las leyes
que tengan el carácter de irrenunciables.
Para el caso de la separación de hecho, la ley sólo exige arribar a acuerdos sobre esas
materias sin disponer exigencias de fondo o de forma especiales. En el caso de separación
judicial o divorcio, solicitados de común acuerdo por cese de la convivencia, la ley exige un
acuerdo completo y suficiente, más conocido en legislación extranjera como convenio
regulador. El acuerdo será completo si regula todas y cada una de las materias indicadas
en el art. 21 LMC; se entenderá que es suficiente si resguarda el interés superior de los
hijos, procura aminorar el menoscabo económico que pudo causar la ruptura y establece
relaciones equitativas hacia el futuro entre los cónyuges cuya separación o divorcio se
solicita. La completitud se refiere a las cuestiones, materias o extremos que deben ser
abordados en el acuerdo; existiendo hijos comunes menores de edad el pacto sobre
cuidado personal es materia obligada, de lo contrario, el acuerdo no sería completo;
conjuntamente con ello, se exige que el acuerdo, que acompañan los padres que se
separan o divorcian, cumpla con la condición de suficiencia, que se conecta con el
resguardo del interés superior de los hijos. No dispone la ley de qué forma se concreta la
condición de suficiencia.
Permite también la LMC que los cónyuges durante el procedimiento arriben a acuerdos
de cuidado personal de los hijos, conforme al llamado a conciliación que debe realizar el
juez (art. 67 LMC); específicamente, en la regulación de la audiencia preparatoria se alude
a estos asuntos como una de las cuestiones propias del llamado a conciliación que debe
tener lugar en ella; sólo si las partes no alcanzaren acuerdo, el juez deberá pronunciarse
sobre las medidas que se adoptarán (art. 70 LMC).
El principio de interés superior de los hijos se traduce en este ámbito en el deber de los
progenitores de acordar la modalidad de cuidado que mejor contribuya al desarrollo integral
de aquéllos, garantizando al mismo tiempo una relación directa y regular adecuada con el
padre que no ejerza el cuidado, permitiendo con ello el mantenimiento de vínculos
significativos con ambos. Ahora bien, al no estar sometidos a revisión y necesidad de
aprobación judicial, su eficacia y oponibilidad respecto de terceros sólo dependerá del
cumplimiento de las exigencias formales del art. 225 CC.
La sujeción de los acuerdos de los padres al principio de protección del interés superior
de los hijos también supone que, aunque éstos no son parte de los acuerdos o convenio y
su consentimiento no se exige; al confeccionarlo, al discutir sobre cada uno de sus términos,
los padres deben hacer efectivo su derecho a ser oídos conforme a su edad y deben
informarles sobre los acuerdos a que han arribado o sobre las alternativas que respecto de
cada extremo que les afecte están evaluando y escuchar su opinión e inquietudes al
respecto. Que el niño entienda la ruptura matrimonial o la crisis de pareja es importante
para su adaptación y le permite procesar y dar sentido a las separaciones y un nuevo
significado a la relación con el progenitor que no formará parte ya de su vida cotidiana. La
falta de información y explicaciones adecuadas de los padres puede provocar estrés
emocional y confusión cognitiva en los hijos; como se apunta desde la psicología, los padres
debieran comunicar la ruptura, sus términos y consecuencias a los hijos, según su edad;
esta comunicación puede hacer que desaparezcan en los hijos falsas creencias sobre su
responsabilidad y también los sentimientos de abandono a que se pueden ver expuestos 295.
Ello supone concienciar a los padres del papel fundamental que revisten sus hijos en la
reestructuración familiar, resultando imprescindible que sean escuchados en sus deseos,
miedos, sentimientos e informados de cómo se va a desarrollar la nueva situación de
vida296.
La LMC exige que el acuerdo que acompañan los padres que se separan o divorcian
cumpla con la condición de suficiencia que se concreta en el resguardo del interés superior
de los hijos. Los límites que reconoce la determinación convencional en sede matrimonial
se aplican tanto al convenio regulador como a los otros acuerdos que se puedan producir
antes o durante el proceso, debido a que les asiste la misma razón. La autonomía privada
no puede afectar el interés superior de los hijos, de ahí que en dichos eventos se otorgue
al juez una facultad correctora, a la luz de su función valorativa activa 297. La eficacia de
estos acuerdos queda supeditada a la obtención de la aprobación judicial, del mismo modo
que los acuerdos de cuidados alcanzados en los procesos de mediación.
Desde otro punto de vista, los acuerdos de los padres están sometidos al régimen general
de los negocios jurídicos; en consecuencia, al tratarse de una declaración de voluntad,
tienen pleno vigor todas las normas sobre requisitos de existencia y validez de actos y
contratos, encontrándose el convenio expuesto a impugnación por vicios del
consentimiento298, lo que queda especialmente refrendado en el art. 55 LMC, cuando
advierte que el convenio debe ajustarse a la ley. También limita la autonomía de los
cónyuges, tratándose del acuerdo completo y suficiente, la presencia de normas
imperativas, particularmente el deber de respetar los derechos conferidos por las leyes que
tengan el carácter de irrenunciables (art. 21 inc. final LMC), esto es, indisponibles. Este
carácter limitativo consagrado expresamente por el legislador es ampliamente reconocido
por la doctrina299, y en lo que al derecho en estudio atañe, implica que no puede aparecer
en el acuerdo un padre renunciando a su derecho-deber de cuidado de los hijos —lo mismo
que a su deber de participar activa, equitativa y permanentemente en su crianza y
educación— y el otro progenitor consintiendo en ello300.
Estas ideas son recogidas en el art. 233-5 Nº 3 del CC catalán, cuando señala que [l]os
pactos en materia de guarda y de relaciones personales con los hijos menores, así como
los de alimentos en favor de estos, solo son eficaces si son conformes a su interés en el
momento en que se pretenda el cumplimiento.
Como se dijo, los pactos de los padres sobre cuidado personal no quedan inderogable e
indefinidamente fijados. Los propios padres, sujetándose a las mismas formalidades del
acuerdo previo, pueden revocarlo o modificarlo. La revocación o modificación del acuerdo
puede provenir también de resolución judicial a instancia de cualquiera de los padres,
cuando las circunstancias lo requieran y el interés superior del hijo lo haga conveniente.
Finalmente, la aplicación práctica que los mismos padres vayan realizando de sus
acuerdos es otro elemento relevante para la interpretación futura de los mismos, y cualquier
conflicto entre las partes que pudiera surgir en cuanto a la interpretación o ejecución de sus
acuerdos debe ser resuelta legalmente por vía convencional o judicial, pero no por vías de
hecho que alteren la situación de facto o el ejercicio de los derechos de los niños y
padres301. En cuanto a su ejecución, cuestión que profundizaremos más adelante, los
acuerdos deben ejecutarse en sus propios términos, conforme al principio de buena fe.
La existencia de una regla legal supletoria de la voluntad de las partes se justifica por la
certeza jurídica siempre necesaria y especialmente por el propio interés del hijo que, en
muchos casos, no estará asociado a un procedimiento en los tribunales 304. La importancia,
en general, de contar con una regla legal consiste en que ella opera automáticamente, por
el solo ministerio de la ley, y por tanto, otorga una protección jurídica inmediata a los hijos
de padres que se separan, lo que resulta particularmente relevante para el tiempo que
media entre la ruptura y un eventual acuerdo entre los padres o decisión judicial. Las
legislaciones que no cuentan con reglas de este tipo (no necesariamente idéntico
contenido) son calificadas como deficientes, debido a no anticipar protección alguna hasta
que no recaiga pronunciamiento judicial, el cual debe ser solicitado a instancia de parte, lo
que provoca que durante cierto tiempo, en concreto, desde que se produce la ruptura de
los progenitores hasta que la misma resulta judicializada, los derechos de los hijos sean
absolutamente ignorados305.
Sin perjuicio de lo anterior, nuestra regla legal genera igualmente una serie de problemas
prácticos y teóricos, tanto sustantivos como en cuanto a su acreditación formal, como
pasaremos a examinar. Resumidamente, las principales críticas miran a lo desacertado de
utilizar una expresión propia del ámbito de la regulación de las uniones de pareja; a que se
trataría de una regla que exacerba el conflicto familiar, pues crearía un incentivo para
expulsar al otro padre del hogar común, a fin de conservar el cuidado personal de los hijos;
a que crearía situaciones de inseguridad jurídica para el niño, dada la imposibilidad en que
se encuentran los terceros de poder saber a ciencia cierta con quién convive; y a que, dada
la realidad social chilena, de manera encubierta y bajo un lenguaje neutro se
estaría manteniendo el privilegio materno306.
Los problemas jurídicos de fondo más relevantes se producen respecto del sentido y
alcance de la solución legal. En la historia de la ley quedó clara la intención del legislador
de dar preeminencia a los acuerdos de los padres en las decisiones de cuidado personal
de los hijos; una evidencia de ello es que hoy la regla de atribución convencional aparece
iniciando el art. 225 del CC. Por otro lado, del inciso 4º del mismo artículo, aparece la amplia
potestad del juez cuando las circunstancias lo requieran y el interés superior del hijo lo haga
conveniente, para atribuir su cuidado personal a cualquiera de los padres, así
expresamente lo manifiesta el legislador cuando hace aplicable tal actuación judicial en
cualesquier de los casos establecidos en este artículo, es decir, el juez en atención a la
conveniencia del interés superior del hijo no está limitado ni por el acuerdo previo de los
padres ni por la norma legal supletoria; su único límite es el interés superior de los hijos.
Dicho lo anterior, el tema se reduce a la determinación del valor de la actual regla legal
de cuidado. Al respecto, se presentan dos posiciones con consecuencias jurídicas diversas:
la primera entiende que se trata de una regla priorizada por el legislador, en este sentido,
se presume que su contenido atiende o concreta la conveniencia del interés superior del
hijo por la estabilidad física que supone mantener la residencia; la segunda entiende que
estamos en presencia de una regla provisional para mientras no exista acuerdo ni decisión
judicial sobre el cuidado personal, sería, por tanto, una solución de carácter transitorio y no
priorizada.
La Corte Suprema ha afirmado que la regla legal de cuidado personal del inc. 3º del
art. 225 CC es una regla supletoria y provisoria y no un estándar legislativo priorizado a que
deba someterse el juez. El interés superior del niño es el único elemento que ha de primar
a la hora de decidir sobre el cuidado personal del hijo. En la regla legal de cuidado, como
afirma la Corte Suprema, no existe tal priorización o preferencia legal, en la medida en que
lo único que interesa es desentrañar con quién los niños habrán de estar mejor, es decir,
cuál de los padres está en condiciones de proveer mejor a su interés superior, para ello los
jueces deben basarse en la evidencia acerca de los datos objetivos contenidos en la prueba
recogida; no existiendo necesidad de una "causa grave calificada" para alterar la situación
de facto313. En cuanto al caso concreto, la Corte precisa que si los sentenciadores
estimaban prioritario mantener la estabilidad emocional de los niños, ello supone no
conformarse con el solo dato material de la convivencia actual, sino que requiere ponderar
otros factores de estabilidad, como la actitud de los padres para cooperar con el otro, a fin
de asegurar la máxima estabilidad al hijo y garantizar la relación directa y regular, por
expreso mandato legal (letra d del artículo 225-2 CC)314.
En definitiva, las decisiones de cuidado deben, entre otras cosas, proteger la estabilidad
del niño, niña o adolescente; ello puede lograrse en algunos casos manteniendo la situación
de hecho en que se encuentra, en cuanto resulte acreditado que es beneficioso para él, lo
que implica necesariamente el ejercicio efectivo del rol tutelar del juez en orden a ponderar
y valorar todas las circunstancias concurrentes; la regla supletoria legal es provisoria y no
un estándar de priorización legal a que deba someterse el juez, plantearlo de otro modo
haría quedar nuevamente subyugado el interés superior de los hijos a la regla supletoria
legal. No es efectivo que pueda simplemente colegirse de dicha regla legal que el interés
superior del niño reposa siempre en mantener la situación de facto. Son precisamente ese
tipo de afirmaciones absolutas las que terminan oponiéndose al interés de los niños en
concreto, que es lo que en definitiva importa cuando se está inmerso en un proceso judicial.
El juez puede alterar la modalidad de cuidado que se está ejerciendo, cualquiera sea su
origen: puede modificar el cuidado que se esté desarrollando en virtud de un acuerdo previo
de los padres, sin que sea obstáculo para ello el argumento de haber firmado las partes un
convenio regulador con miras de futuro y vocación de permanencia; puede alterar también
la aplicación automática de la regla legal transitoria o el sistema que estuviere en ejercicio
en aplicación de una decisión judicial anterior. Para ello es necesario que se dé satisfacción
a dos exigencias copulativas: a) que las circunstancias lo requieran y b) que el interés
superior del niño lo haga conveniente316.
El juez no debe atender hoy a ningún criterio culpabilístico para negar el cuidado personal
a un padre y otorgarlo al otro; las razones que pueden haber llevado a los cónyuges o
convivientes a una separación o divorcio no son tenidas en cuenta a la hora de decidir sobre
el cuidado de los hijos317. Son otras circunstancias a las que debe atender, circunstancias
directas de los hijos o de los padres que disputan el cuidado y del entorno, en la medida en
que pueden incidir en el hijo. El juez debe enfocarse en el bienestar del niño y no en la
calidad personal de quien ejerce el cuidado de aquél. Resulta particularmente destacable
que cuando el juez deba decidir sobre el sistema de cuidado de los hijos su consideración
primordial es el interés superior del niño; en razón de dicho interés, puede hacer las
atribuciones o cambios de cuidado personal más convenientes para el hijo, no según su
parecer o prejuicios. La posición de garante que tiene el juez respecto del interés y derechos
de los hijos hace que su labor, lejos de considerarse pasiva, exista o no acuerdo de los
padres, sea activa en todos los casos318.
Esa posición de garante es visualizada desde el propio Poder Judicial como una de
enorme trascendencia y responsabilidad: esta facultad del juez de decidir, sobre la vida
futura del niño, niña o adolescente, debe ser el resultado imprescindible de la armónica
conjugación de todos los elementos de juicio que hayan sido allegados al proceso, atendida
la naturaleza de la materia debatida y los valores en ella comprometidos, junto con los
objetivos adicionales que se presentan para la debida protección que debe darse a los niños
involucrados a quienes se reconoce como sujetos y titulares de derechos. En este sentido
cabe considerar que si bien la ley permite al juzgador un grado de discrecionalidad limitada,
debe integrar teleológicamente el supuesto fáctico que se establezca en la hipótesis
normativa ¿indeterminada o incompleta¿ en la que habrá de encuadrar su resolución, sin
que pueda sustraerse del imperativo de ponderar las razones de experiencia y juicios de
valor en función de la finalidad de la regla de atribución que gobierna su decisión, el "interés
superior del niño". Su resolución entonces, aunque discrecional, exige rigurosa
fundamentación, expresión de motivos y respeto al marco legal y constitucional vigente,
reduciéndose de ese modo los márgenes de la discrecionalidad judicial319.
La interrogante ha sido resuelta tanto por el Tribunal Constitucional como por la Corte
Suprema. El primero, en el año 2015 conociendo de un requerimiento de inaplicabilidad por
inconstitucionalidad, en un procedimiento pendiente por demanda de cuidado personal
compartido no acogida por el Tribunal de Familia, lo que fue ratificado por la Corte de
Apelaciones respectiva, analizó el art. 225 CC en su conjunto y señaló que el principio de
corresponsabilidad no autoriza al juez para atribuir judicialmente el cuidado personal a
ambos padres separados. El cuidado personal compartido sólo puede establecerse por
convención entre los padres. En su concepto, no resulta antojadizo ni irracional que el
legislador haya supeditado la procedencia del cuidado personal compartido a la existencia
de un acuerdo entre los padres, por cuanto el art. 225 CC supone que los padres viven
separados, por lo que de no existir acuerdo no resulta difícil avizorar que no habrá la
suficiente coordinación para que el niño no se vea menoscabado por una alternancia no
consentida por ambos progenitores, no pudiendo razonablemente el juez imponer el
cuidado compartido contra la voluntad de uno de ellos322. La Corte Suprema, por su parte,
en reiteradas resoluciones ha precisado que "no cabe sino concluir, que en ninguna parte
del arti´culo 225 ya citado e invocado por el demandante como norma fundante de su
acción, se establece que el juez pueda entregar o declarar siquiera el cuidado personal
compartido", siendo la única excepción, el caso contemplado en el artículo 21 de la Ley
Nº 19.947, en que el juez puede pronunciarse aprobando tal régimen que los padres
acuerden y le presenten con su solicitud de divorcio de común acuerdo"323; "... el juez solo
puede atribuir el cuidado personal a uno de los progenitores, por lo que excluye la
posibilidad de otorgar una modalidad de custodia compartida sino existe acuerdo entre
ellos. Que, en consecuencia, los sentenciadores del fondo no han infringido dicha
disposición al decidir que el régimen de cuidado compartido no puede ser regulado por vía
judicial a través de una sentencia, sino que solo por acuerdo de los padres"324; "... como los
jueces carecen de facultades para establecer un régimen de cuidado compartido en
ausencia del acuerdo de los progenitores necesariamente han debido atribuirlo a uno de
ellos teniendo a la vista los criterios orientadores instituidos por el legislador..."325. Comparto
estas argumentaciones.
Lo que sí es claro es que conforme al inc. 4º del art. 225 CC (En cualesquier de los casos
establecidos en este artículo, cuando las circunstancias lo requieran y el interés superior
del hijo lo haga conveniente, el juez podrá... radicarlo en uno solo de ellos, si por acuerdo
existiere alguna forma de ejercicio compartido), el juez puede poner fin a un acuerdo de
cuidado compartido que se estaba desarrollando; así, se ha estimado que la inestabilidad
comprobada del hijo que se encuentra en un sistema de cuidado personal compartido, por
convención de los padres, podría ser una circunstancia sobreviniente para que, en función
del interés superior del hijo, el juez radique en uno de los padres el cuidado personal del
niño326.
— Siempre que el juez atribuya el cuidado personal del hijo a uno de los padres, deberá
establecer, de oficio o a petición de parte, en la misma resolución, la frecuencia y libertad
con que el otro padre o madre que no tiene el cuidado personal mantendrá una relación
directa y regular con los hijos, considerando su interés superior, siempre que se cumplan
los criterios dispuestos en el artículo 229 (art. 225 inc. 6º CC). La norma propicia una mirada
integral de la relación de los hijos con ambos padres. Concordante con ello, el nuevo inc. 4º
del art. 229 CC establece que el juez debe asegurar la mayor participación y
corresponsabilidad de los padres en la vida del hijo, esto supone la exigencia al juez de
señalar aspectos concretos que eviten la hegemonía fáctica de un padre, la evasión de sus
deberes por parte del otro, y en fin, las asimetrías entre padres de diferentes categorías.
Los Códigos modernos se caracterizan por dar contenido a la función de garante que
tiene el juez en torno a los derechos de los hijos en las relaciones de familia, por ello no es
extraña la exigencia que el legislador impone al juez en el inc. 6º del art. 225 CC. El Código
del Derecho Foral aragonés, por ejemplo, impone al juez, cualquiera que sea el régimen de
custodia adoptado judicialmente, el deber de determinar las medidas necesarias, a fin de:
1º.- Garantizar la continuidad y efectividad del mantenimiento de los vínculos con ambos
progenitores; 2º.- Garantizar la relación con hermanos, abuelos, parientes y allegados; 3º.-
Evitar la sustracción de los hijos menores por alguno de los progenitores o por terceros; y
4º.- Evitar a los hijos perturbaciones dañosas en los casos de cambio del régimen de
custodia329.
La decisión judicial que entrega el cuidado de los hijos a uno de los padres debe
subinscribirse al margen de la inscripción de nacimiento del hijo (art. 6 Nº 5 de la Ley
Nº 4.808330), lo que tiene relevancia para que sea oponible a terceros y pueda hacerse valer
en juicio (art. 8 de la Ley Nº 4.808). Tal decisión puede ser modificada en el futuro si varían
sustancialmente las circunstancias tenidas en cuenta al tiempo de su adopción o, como
señala el art. 242 CC, por la cesación de la causa que haya dado motivo a ella o cuando
sobreviene motivo justo y se cumple con los requisitos legales. En todo caso, mientras una
nueva subinscripción relativa al cuidado personal no sea cancelada por otra posterior, todo
nuevo acuerdo o resolución será inoponible a terceros (art. 225 inc. final CC).
Finalmente, cabe hacer mención a la facultad del juez de apremiar en la forma establecida
en el art. 543 Código de Procedimiento Civil a quien fuere condenado por resolución judicial
que cause ejecutoria a hacer entrega del hijo y no lo hiciere o se negare a hacerlo en el
plazo que se hubiere determinado para estos efectos. En igual apremio incurrirá el que
retuviere especies del hijo y se negare a hacer entrega de ellas a requerimiento del juez
(art. 227 inc. final CC). El apremio puede consistir en multa o arresto. Esta norma consagra
lo que en la práctica judicial se denomina entrega inmediata, que es aquella acción que
permite que el padre custodio recupere el cuidado del hijo del que ha sido arbitraria o
injustificadamente privado331. La jurisprudencia ha precisado que la entrega inmediata
supone la existencia de una situación consolidada desde la perspectiva de la titularidad del
derecho como de su ejercicio332, por tanto, por su intermedio no se puede pretender la
alteración de los acuerdos de los padres o de las decisiones judiciales, obviando la
necesidad de recurrir al procedimiento destinado a la discusión y resolución sobre el
cuidado personal.
Cuando ambos padres están interesados en obtener el cuidado personal de sus hijos, la
pregunta clave que el juez debe responder es ¿cuál de los padres satisface en mayor
medida (de mejor manera) el interés superior del hijo? En los casos difíciles, cuando ambos
padres son igualmente aptos para asumir el cuidado personal, el juez debe decidir cuál de
ellos garantiza mejor el bienestar y los derechos del hijo, incluido su derecho a relacionarse
con el otro progenitor. Al juez toca apreciar cómo la noción imprecisa del interés superior
del hijo se encarna en la situación específica que le corresponde decidir. La Ley Nº 20.680
provee herramientas que permiten a los jueces resolver de mejor forma el caso concreto y,
al mismo tiempo, previenen fallos contradictorios, pues se trata de criterios y circunstancias
objetivas que permiten determinar de mejor forma en qué consiste el interés superior del
niño en el caso preciso a resolver.
c) La contribución a la mantención del hijo mientras estuvo bajo el cuidado personal del
otro padre, pudiendo hacerlo;
d) La actitud de cada uno de los padres para cooperar con el otro, a fin de asegurar la
máxima estabilidad al hijo y garantizar la relación directa y regular, para lo cual
considerará especialmente lo dispuesto en el inciso quinto del artículo 229;
e) La dedicación efectiva que cada uno de los padres procuraba al hijo antes de la
separación y, especialmente, la que pueda seguir desarrollando de acuerdo con sus
posibilidades;
j) Cualquier otro antecedente que sea relevante atendido el interés superior del hijo.
Se trata de las circunstancias más elementales a valorar por el juez, que consideran todos
los aspectos prácticos que permitirían el acercamiento al caso concreto. Deben ser
consideradas y ponderadas conjuntamente, lo que impide al juez basar su decisión en un
único aspecto o realizar una aplicación aislada, aunque eso no significa que el juez está
obligado a dar igual peso a cada uno de ellos 336, por lo tanto, de producirse
discordancias entre el resultado que arrojan unos y otros criterios el juez debiera elegir el
resultado que mejor armoniza el interés de los hijos por sobre los deseos y legítimos
intereses de los padres337. No existe entre tales circunstancias y criterios un orden de
prelación y tampoco obedecen a una lista taxativa. El juez debe decidir conforme a estos
criterios y circunstancias dónde radica el interés superior de los hijos sin partir de
preferencia alguna entre los padres.
Los criterios y circunstancias del art. 225-2 CC apelan a situaciones en que es razonable
esperar en el tiempo cambios o variaciones en los hechos (los vínculos de afecto, la
cooperación, la opinión del hijo, el domicilio, etc.). Este carácter oscilante tiene especial
relevancia para los efectos de la revisión y/o modificación posterior de lo decidido343. Otro
aspecto que aparece de dichos criterios y circunstancias es que el ejercicio del cuidado se
encuentra funcionalizado. Hoy más que antes se hace manifiesto que la actuación del
cuidador se encuentra condicionada, supeditada o puesta al servicio del bienestar del hijo
¿con exigencias concretas de comportamiento¿ respecto del cual los padres aparecen
como garantes344.
En suma, a partir de esta nueva regulación, el interés del hijo ya no podrá ser asimilado
automática y mecánicamente a la custodia materna en todos los casos; no puede asociarse
exclusivamente con un aspecto económico; no puede basarse en supuestos o presunciones
generales sobre el bienestar del hijo y no corresponde tampoco que los jueces, sin más, se
conformen con mantener el cuidado personal en aquel de los padres con quien los hijos
están conviviendo, por cuanto la regla legal es provisoria y no un estándar de priorización
legal a que deba someterse el juez. Lo único que interesa es desentrañar cuál de los padres
está en condiciones de proveer mejor a su interés superior; para ello, los jueces deben
basarse en la evidencia acerca de los datos objetivos contenidos en la prueba recogida 345.
Este criterio conlleva la valoración de la mayor o menor vinculación de afecto entre el niño
y sus padres y otras personas de su entorno, sean o no parientes. La valoración puede dar
lugar a un resultado positivo respecto de algunos (cercanía afectiva) y negativo respecto de
otros (desapego afectivo), producto de una estrecha y profunda relación o de problemas
significativos con alguna o algunas personas que convivan con el niño o que sean parte de
su entorno familiar más cercano.
Por personas del entorno familiar se debe entender, aunque no exclusivamente, a las
personas que vivan en el mismo hogar con el padre o madre que solicita el cuidado personal
del niño (abuelos, nuevos hermanos, nueva pareja, figuras que hayan sido importantes en
su crianza, entre otras). En aplicación de este criterio, los tribunales han considerado que la
existencia de una vinculación afectiva de los menores con... y demás personas que
conforman el grupo familiar... que aparece cohesionado, un entorno que garantice su
bienestar y la mantención del hábitat al que están acostumbrados —casa, ciudad, colegio,
amistades, etc.— adquiere prioridad al momento de decidir con quién deben vivir, crecer y
desarrollarse, más allá de los derechos de las partes y de su legítimo ejercicio348.
La aptitud de los padres de que habla este criterio se vincula con la expresión más usual
de habilidades o competencias parentales, aunque éstas son de mayor amplitud,
entendiéndose que las competencias parentales (y marentales) se refieren a las
capacidades prácticas que tienen padres y madres para cuidar, proteger y educar a sus
hijos y asegurarles un desarrollo suficientemente sano. Las competencias parentales
forman parte de la parentalidad social, para diferenciarla de la parentalidad biológica, es
decir, de la capacidad de procrear o dar vida a una cría 353. Existen personas que a pesar
de su capacidad para engendrar hijos, poseen incompetencias parentales que provocan
carencias y daños en los niños354. Todos estos aspectos son normalmente conocidos en
juicio por medio de informes periciales.
c) La contribución a la mantención del hijo mientras estuvo bajo el cuidado personal del
otro padre, pudiendo hacerlo
En todas las situaciones de falta de contribución a la mantención del hijo por parte de un
padre que cuenta con los medios para hacerlo no es necesario acreditar la gravedad o
peligro que ello genera; la gravedad de la conducta se subentiende de incumplir la
obligación de alimentos respecto de los hijos, ya que se pone en riesgo su vida al no contar
con lo mínimo para su subsistencia360.
d) La actitud de cada uno de los padres para cooperar con el otro, a fin de asegurar la
máxima estabilidad al hijo y garantizar la relación directa y regular
Por otro lado, estamos en presencia de una norma que proporciona un nuevo criterio en
materia de relaciones personales, al valorar como circunstancia a considerar para decidir
quién es el mejor progenitor para tener el cuidado personal de los hijos la comprobación de
quién es el progenitor que mejor asegura el mantenimiento pacífico de las relaciones de los
hijos con el otro padre, quién mejor coopera para garantizar la estabilidad del hijo y el
desarrollo de la relación directa y regular. Ello explica que este criterio encuentra directa
correspondencia con el deber de no obstaculizar del art. 229 inc. 5º del CC: El padre o
madre que ejerza el cuidado personal del hijo no obstaculizará el régimen de relación directa
y regular que se establezca a favor del otro padre, conforme a lo preceptuado en este
artículo.
El progenitor que aspira a tener o ya tiene el cuidado personal del hijo está obligado a
hacer todo lo posible, activa y pasivamente, para que éste se relacione con el otro
progenitor, porque tiene el deber de asegurar la máxima estabilidad del hijo. La satisfacción
de un deber mínimo de información de todos los aspectos relevantes de la vida del hijo es
parte de una actitud de cooperación entre los padres.
A partir de este criterio, la premisa debería ser que el progenitor que facilite el derecho
del hijo a mantener un trato regular con el otro progenitor tiene preferencia para el cuidado
del hijo, tal como se ha establecido en otros ordenamientos jurídicos 361.
e) La dedicación efectiva que cada uno de los padres procuraba al hijo antes de la
separación y, especialmente, la que pueda seguir desarrollando de acuerdo con sus
posibilidades
Este criterio mira tanto hacia el pasado para evaluar el comportamiento de los padres
respecto de los hijos antes de la separación, como al tiempo presente, a fin de proyectar la
dedicación venidera a los hijos362. Se ha estimado que si la decisión del juez se toma sobre
la base del pasado, uno de los padres puede ser perjudicado, por cuanto durante la vida en
común es usual que los padres se distribuyan roles y que uno de ellos dedique mayor
tiempo al cuidado cotidiano del hijo, mientras que el otro asigne una mayor parte de su
jornada a obtener los recursos para la familia 363. Desde mi punto de vista, este peligro se
atenúa tanto por la mirada de futuro que el mismo criterio contempla, como por la
ponderación que conjuntamente se debe hacer de los restantes criterios y circunstancias.
Si bien el hijo no tiene, como se ha visto, un poder de disposición sobre el derecho que
le es propio a ser cuidado por sus padres, sí tiene el derecho a expresar su opinión, lo que,
a su vez, envuelve dos deberes para sus padres o para el juez: el deber de informarlo y el
deber de oírlo. En el caso del juez, además, como analizamos en el capítulo I, existe el
deber de considerar su opinión en función de la edad y madurez del niño.
Este criterio se conecta con el reconocimiento del derecho del NNA, consagrado en el
art. 12 de la CDN, conforme al cual: 1. Los Estados Partes garantizarán al niño que esté en
condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente en
todos los asuntos que afectan al niño, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del
niño, en función de la edad y madurez del niño; y 2. Con tal fin, se dará en particular al niño
oportunidad de ser escuchado en todo procedimiento judicial o administrativo que afecte al
niño, ya sea directamente o por medio de un representante o de un órgano apropiado, en
consonancia con las normas de procedimiento de la ley nacional.
Como tuvimos oportunidad de analizar en el capítulo I (al cual nos remitimos), nuestra
legislación recoge en diversas disposiciones el derecho del niño a expresar su opinión y,
como correlato, el deber del juez de oír al niño y considerar su opinión. Resulta interesante
observar que, a diferencia de las normas que en esa oportunidad citamos, que reconocen
un derecho a expresarse si está en condiciones de formarse un juicio propio y obligan a
considerar tal opinión según su edad y madurez 369, este criterio del art. 225-2 CC no
establece una limitación o condicionamiento específico asociado a la edad, a la madurez o
a la formación de juicio propio370. Aparentemente, se sigue lo indicado en la OG Nº 12,
entendiendo que no corresponde al niño probar primero que tiene una precisa capacidad al
respecto, más bien se parte de la premisa de que el niño es capaz de expresar sus propias
opiniones y se reconoce en una materia tan relevante en su vida, como es su cuidado
personal, que su opinión expresada es un criterio relevante de ser tenido en cuenta al
tiempo de decidir.
Si bien, conforme a la norma, no aparece este criterio como un derecho del niño (el
derecho a expresar su opinión), sino simplemente como un elemento más a considerar por
el juez, lo que podría ser visto como un debilitamiento de sus derechos, lo cierto es que se
mantiene incólume el derecho del hijo a ser escuchado en todas las materias en que se
decida sobre sus derechos, por exigencias generales (entre otros, art. 16 LTF). Por otro
lado, de esta norma destaca que escuchar al niño no aparece como una prerrogativa del
juez sujeta al principio de oportunidad, sino como un imperativo; el juez debe considerar y
ponderar la opinión expresada por el hijo y, por lo mismo, debe ¿obviamente¿ en forma
previa escucharlo. Se ha expresado que la incorporación de este criterio evidencia
que tanta es la preocupación por el menor en estas materias que el legislador
ha determinado que su propia opinión es un criterio válido para el juez al momento de
determinar el régimen de cuidado personal371; elevado incluso a trámite esencial por la
Corte Suprema, según se analizó en el capítulo I.
El art. 225-2 CC presenta este criterio en términos amplios, abiertos, dejando entregada
al juez la determinación del tipo y propósito de los informes periciales; algunos podrán estar
referidos a evaluar el comportamiento y las habilidades parentales de los padres
(psicosociales, por ejemplo), otros darán cuenta de circunstancias específicas de los hijos
(personalidad, emotividad, conducta, salud, desarrollo), y aun otros podrán decir relación
con los aspectos socioeconómicos de contexto. Pueden ser ordenados a petición de parte
o de oficio por el tribunal372.
Cabe recordar que en los procesos de familia procede la prueba pericial en todos los
casos determinados por la ley y siempre que, para apreciar algún hecho o circunstancia
relevante para la causa, fueren necesarios o convenientes conocimientos especiales de
una ciencia, arte u oficio. Estos informes deberán emitirse con objetividad, ateniéndose a
los principios de la ciencia o a las reglas del arte u oficio que profesare el perito (art. 45
LTF).
A diferencia de la regulación existente en el CPC 373, para la LTF si bien los informes
deben entregarse por escrito, es posible que, además, los peritos deban concurrir a declarar
ante el juez si alguna parte lo pide, en cuyo caso, su declaración en la audiencia de juicio
sigue ¿por regla general¿ las normas establecidas para los testigos (arts. 46 y 49 LTF).
Esta audiencia es valorada positivamente, pues tanto permite asegurar que el juez
apreciará directamente la prueba mediante la comparecencia inmediata del perito, como
que las partes en la audiencia de juicio puedan dirigirles a los peritos preguntas para
determinar su objetividad, idoneidad o el rigor técnico o científico de sus conclusiones,
etc.374.
A partir de ahí, habría que entender que cuando el art. 225-2 CC se refiere al resultado
de los informes periciales, está aludiendo a ambos elementos; en otras palabras, para la
justicia de familia el informe pericial se compone tanto del elemento escrito, como de la
declaración en audiencia del perito, en todos los casos en que ella se hubiera realizado.
En un juicio de cuidado personal, los informes de peritos deben de servir al juzgador para
determinar cuál es el padre que reúne las mejores condiciones para cuidar de otros y velar
por el desarrollo integral del hijo, especialmente condiciones psíquicas (en su dimensión
normativa y afectiva), es decir, el que proyecta en mayor medida la capacidad para asegurar
el interés superior del hijo, incluyendo su derecho a relacionarse con el otro padre, por
cuanto el juez de familia en la misma resolución debe adoptar ambas decisiones (art. 225
inc. 6º CC)375. Para estas determinaciones resultan particularmente relevantes la pericia
psicológica y los informes psicosociales. En general, los informes aluden a las habilidades
y/o competencias parentales adecuadas o normales o disminuidas de los padres.
Frente a informes periciales contradictorios, y conforme a las reglas de la sana crítica, los
tribunales optan por aquel que, aunque más lejano en el tiempo, concuerda de mejor
manera con las otras pruebas rendidas en el juicio 376.
Es posible que los padres antes de acudir a la justicia hayan arribado a acuerdos para
concretar su responsabilidad parental; puede tratarse de un acuerdo completo o suficiente
en un proceso matrimonial, de un acuerdo en un proceso de mediación o de un acuerdo
extrajudicial. Los acuerdos anteriores o coetáneos a que alude este criterio no
necesariamente deben ser acuerdos de cuidado personal, pueden ser, por ejemplo,
acuerdos sobre el derecho de relación directa y regular; sobre la toma de decisiones
respecto de los hijos, en materia de crianza y educación que concretan en medidas
específicas la corresponsabilidad parental; acuerdos sobre el derecho de alimentos, etc.
Todos ellos proporcionan información al juez sobre la forma o estilo de relacionarse los
padres.
Se deben incluir aquí no sólo los acuerdos formalizados en papel, sino también los
acuerdos verbales, tácitos, que se evidencian por medio de las prácticas previas de los
padres. La norma no distingue ni exige acuerdos escritos.
Una duda razonable puede plantearse cuando los padres alcanzan durante el juicio de
cuidado personal un acuerdo de cuidado personal compartido. En estos casos, los jueces
no pueden decretar el cuidado compartido, pero pueden homologar el acuerdo alcanzado,
por cuanto, en realidad, ahí el cuidado ha quedado determinado no por decisión judicial,
sino por vía convencional.
Este criterio puede ser observado en dos sentidos: por un lado, la ubicación de los
domicilios de los padres y, por otro, la situación o condiciones materiales de los mismos.
El cambio posterior de domicilio de uno de los progenitores es uno de los factores que,
según la afectación que traiga al hijo, a su cuidado y al ejercicio del derecho de relación
directa y regular, puede ser considerado como una modificación sustancial de las
circunstancias que ameritan la variación o acomodación de estos derecho-deberes.
La doctrina también agrega que podría incorporarse, por ejemplo, la evaluación del efecto
probable de cualquier cambio en la vida actual del hijo y el daño sufrido o el riesgo de sufrirlo
como consecuencia de la decisión que se adopte385. Por el contrario, la sola orientación
sexual de uno de los padres no es un antecedente relevante en atención al interés superior
de los hijos para evaluar la atribución o no del cuidado; como ha expresado la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, el interés superior del niño no puede ser utilizado
para amparar la discriminación en contra de la madre o el padre por la orientación sexual
de cualquiera de ellos. De este modo, el juzgador no puede tomar en consideración esta
condición como elemento para decidir sobre una tuición o custodia 386. La Corte
Constitucional de Colombia, en un caso reciente donde se discutió la decisión de otorgar la
custodia de una hija adolescente, que hasta la fecha venía ejerciendo el padre, a la madre
por razón de su cercanía sexual, ha afirmado que las autoridades públicas no pueden
desconocer la figura y el rol paterno en la crianza con fundamento en razones de género, y
que los estereotipos familiares afectaron no solo al padre sino a su hija menor de edad,
sujeto vulnerable cuyo interés superior resulta vulnerado; así, la preferencia de la figura
materna en la crianza y desarrollo sexual resulta desproporcionada como regla de decisión,
puesto que, en el margen familiar, los roles de padre y madre deben ser equiparables; en
este sentido, la masculinidad no implica necesariamente un trato indelicado hacia las otras
personas o menores de edad, tampoco que el padre no pueda desarrollar habilidades para
enseñar y proteger los derechos fundamentales de su hija menor de edad. La misma Corte
precisa que los administradores de justicia no pueden tener un criterio generalizado al
momento de definir la custodia de los menores; en estos casos se debe acudir a los
supuestos fácticos propios de cada caso en concreto, es decir, determinar el papel que
cumple cada progenitor respecto a su hijo, con el fin de emitir una decisión acorde con
ello387.
El CCyC argentino en su artículo 656, parte final, precisa que cualquier decisión en
materia de cuidado personal del hijo debe basarse en conductas concretas del progenitor
que puedan lesionar el bienestar del niño o adolescente, no siendo admisibles
discriminaciones fundadas en el sexo u orientación sexual, la religión, las preferencias
políticas o ideológicas o cualquier otra condición. Ninguno de estos son antecedentes que
por sí solos resulten relevantes atendido el interés superior del hijo.
Esta modalidad de cuidado puede ser apreciada desde diversas perspectivas, por un
lado, como un derecho de los hijos a relacionarse en el mayor grado posible con ambos
progenitores, lo que constituiría, en casos de vida separada de los padres, una
manifestación de su interés superior en abstracto. Desde la perspectiva de los padres, es
una respuesta a una tendencia social emergente ¿que no es mayoritaria, ni aquí ni en los
ordenamientos jurídicos que contemplan la figura como modelo legal preferente¿ de padres
varones dispuestos a cuidar diariamente a sus hijos395.
Ha sido presentado como el único sistema de cuidado que cumpliría al mismo tiempo con
los principios de corresponsabilidad parental, igualdad parental y derecho a la
coparentalidad396, sin embargo, ello no justifica negar la necesaria evaluación que debe
hacerse de cada caso, porque en concreto el interés superior de un niño puede ser contrario
a dicha modalidad. Al examinar esta modalidad de cuidado es particularmente relevante no
asumirlo como un estereotipo y perder de vista el interés superior de los hijos en concreto;
si bien axiológicamente es un modelo valioso, no siempre es lo mejor para el niño.
Parece evidente que para el caso de que los padres vivan separados, lo mejor para el
desarrollo integral de los hijos es el mantenimiento de las relaciones con ambos
progenitores de la manera más plena e intensa posible y, desde esa perspectiva, el régimen
de guarda que garantice el contacto con los dos padres en los casos en que sea posible
será más conveniente que aquel que privilegie el contacto con uno de ellos, en detrimento
del otro397. El régimen de cuidado personal compartido en abstracto es adecuado para
cautelar el bienestar del niño; sin embargo, coincido con quienes sostienen que la custodia
compartida, pese a sus ventajas, no significa que sea la única solución positiva para los
hijos en una situación de crisis familiar o que deba ser aplicada, siempre que los padres
viven separados, en todos los casos. Desde ya, cuando estamos en presencia de padres
que no viven ni han vivido nunca juntos y, por tanto, no existe ningún tipo de relación,
contacto o conocimiento entre uno de los padres y el hijo, a quien sólo ha reconocido
formalmente, parece ser que lo más adecuado es el establecimiento de un régimen
comunicacional reducido que progresivamente vaya favoreciendo el conocimiento y la
relación hasta ese momento inexistente398. No será posible, por tanto, emitir un juicio de
valor apriorístico a favor de la custodia compartida, al menos en términos absolutos, pues
el éxito de este tipo de custodia exige que se reúnan una serie de condicionantes en
atención al bienestar de los hijos, que su valoración tan sólo puede realizarse en términos
relativos, atendiendo a las peculiaridades de cada caso 399.
En los ordenamientos citados, si bien la custodia compartida libremente pactada por los
progenitores goza del criterio de favorabilidad para ser acordada, del mismo modo que para
ser dispuesta por el tribunal, en general no se exime al juez de ser cauteloso en la
determinación de la idoneidad del régimen, si existe riesgo de lesividad o perjuicio para el
interés del menor, no ciñéndose su actividad sólo al control del contenido de las propuestas.
No olvidemos que si bien la familia tiene un componente privado, el Estado mediante el
Poder Judicial y éste a través de los jueces tiene que ejercer su rol procurando salvaguardar
el bienestar de los niños. La ley está atribuyendo al juez, tanto se trate de procesos
consensuados por pacto entre los progenitores, como procesos contenciosos, participación
directa para determinar el régimen de custodia que sea más idóneo y menos perjudicial a
los niños, aunque la iniciativa de la actuación jurisdiccional corresponda a las partes.
En nuestro país, si bien se ha regulado por primera vez el cuidado personal compartido,
no se ha establecido como modalidad prioritaria o preferente, pues no se instituye como
una consecuencia legal necesaria de la vida separada de los padres ni está dentro de las
opciones de regulación judicial de cuidado personal de los hijos. Esta situación en ningún
caso implica una condena o disfavor legal hacia la figura, es simplemente una opción
legislativa en un contexto de transformaciones sociales y familiares no acabado, que tiene
como punta de lanza el principio de corresponsabilidad parental.
Con todo, la nueva norma ha causado un impacto inicial positivo por la conjunción que
supone de garantía tanto de los derechos de los hijos, como de ambos padres; se entiende
que su importancia radica en el valor simbólico que tiene su afirmación legislativa, como un
modelo de parentalidad integrador después de la ruptura 413. Su aplicación efectiva y
trascendencia real en el contexto social, familiar y jurídico chileno está aún por evaluarse,
sobre todo por estar condicionada, tanto en su determinación como en su ejercicio posterior,
al acuerdo y comportamiento de los padres.
El inciso segundo del art. 225 del CC define el cuidado personal compartido como un
régimen de vida que procura estimular la corresponsabilidad de ambos padres que viven
separados, en la crianza y educación de los hijos comunes, mediante un sistema de
residencia que asegure su adecuada estabilidad y continuidad. Este concepto no aparecía
en las iniciativas refundidas y sufrió diversos ajustes y mutaciones durante la tramitación de
la ley414. Pese a que en la discusión de las diversas comisiones se hablaba de la custodia
compartida como un modelo global de orientación y guía en los aspectos vitales del niño 415,
se observa en la definición legal la influencia de las ideas de la profesora Lathrop, para
quien la guarda y custodia compartida, alternada o sucesiva, es aquel sistema familiar
posterior a la ruptura matrimonial o de pareja que, basado en el principio de
corresponsabilidad parental, permite a ambos progenitores participar activa y
equitativamente en el cuidado personal de sus hijos, pudiendo en lo que a la residencia se
refiere, vivir con cada uno de ellos durante lapsos sucesivos más o menos
predeterminados416.
La conceptualización aparece como una novedad legal, pues no es usual que las
legislaciones asuman el desafío de definir la figura, principalmente porque no hay un
modelo único de custodia compartida en el mundo, y la comprensión de lo que ella conlleva
ya es en sí un asunto complejo que requiere precisiones, como veremos. El ordenamiento
español que regula la custodia compartida desde 2005 no ofrece concepto alguno sobre el
ejercicio compartido de la guarda, custodia compartida o guarda conjunta, como la
denomina el artículo 92 CC español417. La doctrina española, en su mayoría, ha entendido
que con su consagración legal el legislador ha querido regular un reparto equitativo de los
tiempos de convivencia y atención de los hijos con los progenitores418.
El legislador chileno define el cuidado personal compartido como un régimen de vida, con
lo cual parece significar un modo amplio de comprender la institución, como un sistema por
el cual se ordena ¿regular y habitualmente¿ la vida de padres e hijos; un estilo de vida para
cuando los padres viven separados. Ese régimen o sistema tiene una finalidad específica
que es procurar estimular la corresponsabilidad de ambos padres que viven separados en
la crianza y educación de los hijos comunes, es decir, intenta implicarlos en la vida de sus
hijos, hacerlos partícipes de esas funciones y tareas. Con este aspecto finalístico se da
cuenta de un amplio sentido del cuidado compartido, que involucra y exige
comportamientos activos de los padres, lo que no se satisface sólo mediante un acuerdo
en torno a la residencia; sin embargo, a continuación, el mismo texto limita o contradice esa
aparente amplitud, al señalar que esa estimulación se hará mediante un sistema de
residencia. Es difícil pensar que tanto el régimen de vida entre padres e hijos que pretende
ser, como la finalidad de la institución (estimular la corresponsabilidad parental) puedan
alcanzarse mediante un sistema de residencia; muy posiblemente el legislador quiso
incorporar en el concepto uno de los aspectos más notorios que tradicionalmente exterioriza
el cuidado compartido, aunque ¿como veremos¿ su protagonismo actual se ha reducido.
En todo caso, no pueden los padres acordar cualquier sistema de residencia; es exigencia
legal y, por tanto, una limitante a su autonomía privada, que ese sistema garantice ¿esto
es, asegure¿ una adecuada estabilidad y continuidad, con lo cual vuelven a aparecer las
oscuridades del precepto.
Si la finalidad del legislador chileno al definir la figura fue ofrecer un panorama más claro,
lo cierto es que son pocas las cuestiones que quedan al margen de los cuestionamientos y
dudas interpretativas: ¿cuál es el contenido preciso del cuidado personal y de la custodia
compartida?, ¿cómo se ejerce?, ¿se agota la figura en el aspecto residencial que aparece
relevado en la norma?, ¿a qué estabilidad se refiere la norma: estabilidad material,
estabilidad emocional?, ¿a qué continuidad alude: sentido de pertenencia, continuidad de
los cuidados, vínculos y relaciones? Uno de los mayores peligros que se observa en la
norma chilena es que su tenor literal dé lugar, en la práctica, a interpretaciones que sólo se
enfoquen en las decisiones o pactos sobre residencia y su rotación más o menos estricta y
simétrica, desconociendo que el cuidado personal de los hijos tiene que ver con una
variedad de aspectos relevantes en relación con los hijos (crianza, educación, religión,
salud, etc.)419.
En lo que a aspectos materiales se refiere, la norma intenta evitar que el hijo esté
sometido a un continuo peregrinaje del domicilio de uno de los padres al domicilio del otro,
de casa en casa, en periodos muy reducidos de tiempo. La valoración de si es adecuado el
sistema, en orden a la continuidad y estabilidad de los hijos, habrá que analizarlo caso a
caso, tanto por las particularidades que puedan contener los pactos de los padres,
como porque debe tenerse en cuenta las habilidades, las inclinaciones naturales y las
aspiraciones de los niños (como reza el art. 337-ter del CC italiano) y su variable capacidad
de adaptación.
4. PRECISIONES TERMINOLÓGICAS
Los modelos restringidos que sólo definen la custodia compartida como la residencia
alterna, es decir, como el hecho de fijar la residencia del hijo de manera alternada y sucesiva
en el domicilio de cada uno de sus padres, son objeto de múltiples críticas, básicamente
porque lejos de promover la codecisión, en realidad ahorran a los padres el esfuerzo de la
cooperación; lejos de instaurar la coparentalidad, la alternancia transforma el ejercicio
compartido en un ejercicio alternativo de la autoridad parental. El hijo es sometido de turno
en turno a la autoridad de su padre y luego a la de su madre; es sometido a dos autoridades
unilaterales que se suceden cada vez que el hijo cambia de residencia; el hijo vive de turno
en turno bajo un modelo diferente de crianza, a un ritmo diferente, según reglas
diferentes432; ¿puede un sistema así entendido asegurar la adecuada estabilidad y
continuidad en la crianza y desarrollo de los hijos? Me parece que la respuesta negativa se
impone.
Puede fácilmente concluirse que el solo aspecto material ¿temporal o residencial¿ resulta
absolutamente insuficiente para promover la corresponsabilidad y al mismo tiempo
contribuir a la estabilidad de los hijos. Si se acude al régimen de guarda y custodia
compartida ha de ser para que los hijos tengan estabilidad con ambos progenitores, sin
verse sujetos a situaciones incómodas en sus actividades escolares, extraescolares o
personales, producto de una alternancia puramente material, durante la semana, el mes, el
trimestre o el periodo que se acuerde 435. Así planteado, resulta que una custodia
efectivamente compartida sólo cabe cuando el núcleo familiar está unido; se puede
compartir la responsabilidad parental, pero no la custodia de los hijos, porque si los padres
están separados la custodia la ejerce uno u otro en cada momento, pero no la comparten
en el mismo instante. De ahí que se sugiera por más exacto hablar, en estos casos, de
custodia alternada o alternativa436, alterna o sucesiva437, antes que de custodia compartida
o, peor aún, conjunta.
Desde el punto de vista funcional, se comparte la custodia cuando ambos padres, que
viven separados, ejercen las funciones propias del cuidado de los hijos, esas que
analizamos en el capítulo II de esta obra; es decir, ambos se implican, adoptan decisiones
en lo cotidiano, se informan, se responsabilizan del hijo, asumen su orientación y guía. Esta
asunción de decisiones y responsabilidades se puede allanar cuando los hijos permanecen
con ambos padres periodos más o menos equivalentes de tiempo y/o con residencias
alternadas, pero sobre todo cuando los padres están concientizados de que su
preocupación fundamental es el interés superior de sus hijos y son capaces de ceder,
colaborar, solucionar sus conflictos y consensuar con el otro. El cuidado compartido sería
una modalidad de custodia dirigida a promover la participación en la vida del hijo y la
asunción por ambos de las responsabilidades propias del cuidado y de la atención diaria de
sus necesidades, pudiendo repartirse, además, de modo equivalente los periodos de
convivencia, para que ni los hijos vean fracturada su relación con los progenitores ni los
progenitores se vean excluidos del ejercicio de sus derechos y deberes 439.
Es precisamente el interés superior de los hijos el que sienta las bases en un modelo de
corresponsabilidad que reconoce deberes y responsabilidades comunes y participación en
la vida de los hijos por parte de ambos padres, a cuyo fin se han instaurado fórmulas como
la custodia compartida, pero sin olvidar que el logro de la equidad o igualdad entre los
padres es un objetivo secundario al servicio del interés superior de los hijos; con lo cual
será este el criterio que permita elegir la modalidad adecuada de custodia441.
Cabe distinguir entre los presupuestos objetivos que a priori favorecen el cuidado
personal compartido y las circunstancias personales y familiares del niño en cuestión que
determinan la pertinencia efectiva del cuidado compartido en el caso concreto. Por ello, en
ocasiones no se niega el régimen de custodia compartida por ser per se desfavorable al
interés de los hijos, sino por no ser favorable el plan o acuerdo propuesto y el modo de
articular la custodia442. La incidencia del interés superior de los hijos en el cuidado personal
compartido es evidente, pues incluso concurriendo todos los presupuestos objetivos que en
abstracto favorecen el régimen, no siempre resultará beneficioso para ellos.
El interés superior de los hijos puede ser favorable u oponerse al sistema de cuidado
personal compartido; o si se quiere, el cuidado compartido puede ser más ventajoso para
dicho interés en algunos casos y en otros no. Así, en la práctica, los tribunales han debido
desentenderse de acuerdos de cuidado compartido para evitar la prolongación de los
efectos adversos en los hijos, pues justamente en su ejecución son esos acuerdos el foco
del conflicto: El acuerdo arribado por las partes..., es la causa de los conflictos de los
padres, atendido que conforme su establecimiento, que da cuenta... de cuidado compartido,
desvaneció la responsabilidad que cada uno de los progenitores debe asumir, en lo relativo
a sus hijos, desconociendo uno de los fines fijados en el mismo, que se traducía en que
cada uno de los padres debía seguir con una vida independiente; los sentenciadores del
grado concluyeron que para menguar los efectos adversos en los niños y hacer más estable
la dinámica familiar diaria, era necesario modificar provisoriamente el acuerdo existente
entre las partes; en este contexto, coligen que las conductas negligentes que se
denunciaron no poseen la entidad que se les atribuyó porque son el resultado precisamente
de las dificultades que conlleva el régimen de cuidado existente 443.
Son diversos los factores que referidos a los hijos deben ser considerados a la hora de
decidir sobre su cuidado personal: edad, salud, necesidades sociales, familiares, afectivas
y materiales. No se trata de factores a priori favorables o contrarios al cuidado compartido.
Uno de los más influyentes es la edad, porque la edad y las necesidades de los hijos
asociadas a ella son evolutivas y cambiantes. Un periodo particularmente delicado es el de
lactancia; la lactancia, por razones obvias, no puede ser prestada de forma natural por el
padre, y por ello, se plantea si es viable o no la custodia compartida durante el periodo en
el que el hijo tiene esta forma de alimentación. Como las medidas paterno-filiales deben
adoptarse siempre en interés de los hijos y no de los padres y es un dato objetivo que la
lactancia materna es el mejor método de alimentación del recién nacido, favorable a su
desarrollo físico, dicha circunstancia debe influir en el momento de decidir tanto el modelo
de custodia444 como el régimen de relación directa y regular, pero sin que ello signifique que
las madres puedan abusar o manipular la situación para impedir o dificultar la
corresponsabilidad parental. En todo caso, si el padre tiene la determinación de ánimo y la
disponibilidad de tiempos, es perfectamente posible acordar el cuidado compartido con la
madre como residente principal del lactante y el padre compartiendo las otras funciones
propias del cuidado y con contacto frecuente y hasta diario con su hijo aunque sea breve.
Cuando la edad de los hijos es favorable al cuidado compartido y éste supone alternancia
de domicilios, la regla en general es: a menor edad, mayor distancia en la alternancia. La
salud y otras características o necesidades de los hijos pueden ser relevantes para la
modalidad específica de cuidado compartido a acordar, así por ejemplo, si éste será con o
sin rotación de residencia445.
a) La voluntad de los hijos y la relación con sus padres: hemos abundado en la idea de
oír a los hijos y que su opinión sea considerada por los padres y por el juez, cualquiera sea
la modalidad de cuidado que se acuerde o determine. Nos remitimos a esos comentarios
en lo que resulte pertinente. Si los hijos se manifiestan conformes y aceptan el cuidado
compartido colaborarán también en su ejercicio y los pactos serán más realizables en su
beneficio. Lamentablemente, como hemos apuntado, las normas sobre cuidado personal
no exigen ni sugieren a los padres escuchar a sus hijos antes de acordar el cuidado
compartido. Conjuntamente con su voluntad favorable, una buena, sana y cercana relación
entre el hijo y ambos padres resulta favorable al cuidado compartido447. La vinculación
afectiva entre el hijo y sus padres es un criterio legal para decidir sobre el cuidado (art. 225-
2 CC).
d) La relación de mutuo respeto entre los padres: por largo tiempo se ha sostenido que
es imprescindible al cuidado personal compartido las buenas relaciones entre los padres o
una ausencia total de conflicto entre ellos, lo que es muy difícil de obtener en la mayoría de
las rupturas. Hoy se impone la idea, sostenida por el Tribunal Supremo español, en orden
a que no se trata de que exista entre los padres necesariamente una relación amistosa o
de cordialidad, sino una relación de mutuo respeto que permita la adopción de conductas
que beneficien al hijo y que sustente un marco familiar de referencia que apoye un
crecimiento armónico de su personalidad; mejor aún si la relación entre los padres es
amistosa. La actitud de permanente denostación o culpabilización del otro frente a los hijos
es perjudicial a la convivencia que supone un cuidado compartido y afecta negativamente
el desarrollo integral de éstos. Sin embargo, la pura relación de conflictividad entre los
padres no es razón para negar la custodia compartida si la misma no resulta perjudicial para
los hijos450; así lo ha entendido el Tribunal Supremo italiano al señalar que la custodia
compartida de los hijos menores de ambos padres constituye el régimen de custodia
ordinaria que no se ve impedido por la existencia de un conflicto entre cónyuges, salvo
cuando este régimen sea perjudicial para los intereses de los hijos 451. Por el contrario, la
discordia permanente que desvirtúa por completo el objetivo de proteger la integridad del
hijo no aconseja el cuidado compartido. Constituyen faltas al mutuo respeto los hechos de
violencia en el ámbito familiar, y esa violencia tiene una evidente repercusión en los hijos
que viven en un entorno de violencia, del que son también víctimas, directa o
indirectamente, y a quienes el sistema de guarda compartida los colocaría en una situación
de riesgo por extensión al que sufre el progenitor víctima de la violencia452. En mi opinión la
relación de mutuo respeto entre los progenitores es necesaria cualquiera sea el régimen de
cuidado y de relación directa y regular que se establezca, aunque por razones evidentes,
resulta indispensable en la modalidad compartida. Con una mirada general, se ha
expresado que: Los derechos derivados de la relación paterno filial exigen que ambos
progenitores se aparten de divergencias puntuales en relación a la crianza y educación del
hijo y adquieran un mayor compromiso para hacer efectivo el principio de
corresponsabilidad en el ejercicio de sus funciones después del divorcio, compartiendo lo
que es propio de este sistema de guarda y custodia, llamada compartida453.
Conforme al art. 225 del CC, el cuidado personal compartido es una modalidad posible
sólo en virtud del acuerdo de los padres, no pudiendo ser establecido por el juez a petición
de uno de ellos, menos aún de oficio. Sin perjuicio de considerar que ya es un avance que
el legislador privilegie una amplia autonomía de los padres para decidir cómo ejercerán sus
responsabilidades parentales en situaciones de vida separada, posibilitando instrumentos,
incluso extrajudiciales, para alcanzar acuerdos, lo que crea un marco de posibilidades para
que el cuidado personal compartido se pueda expandir457; no se puede desconocer que la
opción legislativa que deja sólo entregado al acuerdo de los padres su determinación
presenta tanto detractores como defensores.
Por un lado, se advierte que esta situación puede generar un efecto indeseado, esto es,
que el juez no pueda establecerlo en los casos en que con la sola negativa se desconozca
unilateralmente que el cuidado personal venía desarrollándose de forma compartida luego
de la separación458; la norma otorgaría a cada padre un derecho de veto para oponerse y
hacer inviable un cuidado personal compartido que pueda beneficiar a los hijos y se priva a
los jueces de una poderosa herramienta para estimular los acuerdos entre los padres 459.
Una visión distinta se plantea ante la situación de inestabilidad en que puede quedar el
niño, con su consecuente agotamiento, provocado por la falta de pertenencia o raíces a un
lugar, así como el hecho de que su implementación, sin contar con la anuencia de los
padres, aumentaría los juicios motivados por los desacuerdos en la toma de decisiones
relativas a los hijos. Por tales razones, se elogia la prudencia con que actuó el legislador
nacional, quien supeditó su aplicación a la existencia de un acuerdo entre los padres,
excluyéndose la posibilidad de que sea decretada por el juez 460.
Se hace necesario tener presente que si bien, en abstracto, sus virtudes son evidentes,
el cuidado compartido no será necesariamente beneficioso para los hijos en todos los
casos; a lo que se adiciona que su adopción, por sí sola, no logra aumentar la participación
del padre reticente; se requiere de un compromiso real de colaboración y participación
parental; si este compromiso no existe, será muy difícil que el cuidado personal compartido
genere los resultados esperados respecto de los hijos. No está de más recordar que la ley
que introdujo la figura tiene un objetivo o propósito específico: proteger la integridad del
menor en caso de que sus padres vivan separados. En esta línea, está de por medio en
Chile un cambio cultural relevante en cuanto a los roles y responsabilidades de los padres,
debemos aprender a trabajar por el bien de nuestros hijos: no se puede perder de vista que
el contexto óptimo que requiere el cuidado compartido no sólo está referido a aspectos
materiales, como la disposición de vivienda adecuada o las distancias geográficas
apropiadas a la alternancia o rotación pactada, sino que muy especialmente concierne a
los recursos personales de los padres, en cuanto al desarrollo de sus habilidades parentales
individuales, a su capacidad de minimizar la conflictividad con el otro y permitir acuerdos
sustentables en el tiempo, a su grado de madurez que les permita elevarse por sobre sus
diferencias personales y relacionales, pasando por alto los motivos que llevaron a la crisis,
para asumir en puridad su rol de padres en beneficio de sus hijos, lo que supone una
dinámica relacional, si bien no amistosa, al menos, sana o no conflictiva. Mientras ello
ocurre, me parecen adecuados los ajustes progresivos, dentro de los cuales se inscribe
acoger esta modalidad de cuidado por acuerdo de los padres y no por imposición legal o
judicial. Ya llegará el momento en que como sociedad demos el siguiente paso sin que
deban asumir el costo los hijos.
Pese a esa dificultad de los acuerdos del art. 225 CC, la procedencia del cuidado
compartido, aunque reviste en nuestro país carácter excepcional, por cuanto no se asume
como la opción preferente o prioritaria por el legislador ni es reconocida como facultad
judicial, es un paso importante. Su introducción legal supone un significativo avance
subyacente consistente en el reconocimiento legal implícito de la aptitud de ambos padres
para el cuidado y crianza de sus hijos en situaciones de vida separada.
Cabe advertir que este es otro aspecto de la custodia compartida donde la doctrina no se
pone de acuerdo. Algunos autores distinguen entre la guarda compartida simultánea, donde
la convivencia de todo el núcleo familiar se mantiene bajo el mismo techo (serían supuestos
en que no se ha dividido la vivienda); guarda compartida a tiempo parcial con cambio de
domicilio por parte de los menores, donde los hijos permanecen una parte del tiempo con
cada progenitor, siendo posible la alternancia por días, semanas, meses, años o cursos
escolares; y guarda compartida a tiempo parcial sin cambio de domicilio para los hijos, por
ser los padres quienes entran y salen del único domicilio466. Otros autores distinguen entre
la alternancia por cursos escolares con o sin cambio de domicilio por parte de los hijos; y la
alternancia diaria, semanal, quincenal, mensual, trimestral, semestral o anual, siendo los
hijos quienes se trasladan a uno u otro domicilio o siendo los padres quienes
alternativamente ocupan la vivienda de los hijos 467. Cualquiera sea el caso, la alternancia
de domicilios y su periodicidad parecen ser parte de los aspectos relevantes.
En general, tres son las modalidades más habituales de cuidado compartido, dos de ellas
implican rotación periódica de residencia ya sea por los hijos o por los padres, es decir,
alternancia física de residencia más o menos preestablecida del hijo en los domicilios de
cada uno de sus padres (este es el modelo más criticado, por la deslocalización de los hijos
y el peregrinaje que supone, sobre todo si los periodos de alternancia son breves) o rotación
parental en la vivienda asignada. La tercera opción es la del padre residente principal,
consistente en que los hijos pasan la mayor parte del tiempo en la residencia de uno de los
padres. Este último caso presenta una línea fronteriza muy tenue con los sistemas de
cuidado individual complementados con un régimen amplio de relación directa y regular 468.
No existe, en todo caso, un criterio objetivo ni en nuestra ley ni en la CDN que permita
distinguir con total nitidez, sobre la base de las distribuciones de los tiempos y residencia,
entre un cuidado personal exclusivo con amplio régimen de relación directa y regular y un
cuidado compartido469.
Aunque por medio de este modelo de cuidado se intenta aproximar la situación del hijo a
la convivencia existente antes de la ruptura de pareja, el cuidado personal compartido no
implica necesariamente una alternancia de la residencia de los hijos con los progenitores
por periodos iguales de tiempo, sin perjuicio de lo cual, exige un lapso adecuado para el
cumplimiento de la finalidad de estimular la corresponsabilidad de ambos padres que viven
separados en la crianza y educación de los hijos comunes.
El hecho de convivir el hijo habitualmente o de modo principal con uno solo de los padres
no impide la aplicación de la guarda compartida, siempre que la responsabilidad en su
cuidado y atención diaria sea ejercida por ambos padres. Por el contrario, el solo hecho de
que el hijo viva alternadamente con cada padre el mismo periodo de tiempo no puede ser
calificado como cuidado compartido, en la medida en que los padres no compartan o
participen de las decisiones y funciones propias del cuidado habitual.
La mayoría de los ordenamientos jurídicos no siguen una descripción tan precisa de las
diversas tipologías, algunos distinguen entre el cuidado compartido provisional y el
definitivo; otros sólo lo consideran con un carácter expresamente excepcional y, por tanto,
le otorgan una breve referencia sin pronunciarse sobre sus tipos; y en algunos sistemas,
más que definir tipos o modalidades de custodia compartida, se abocan a operacionalizar
sus efectos prácticos. A vía ejemplar de estas tres situaciones se pueden citar, para la
primera, las previsiones de Puerto Rico, conforme a las cuales si hubiese hijos del
matrimonio cuyo cuidado provisional pidieran ambos cónyuges en juicio de divorcio, el
tribunal citará a las partes, bajo apercibimiento de desacato, para una vista urgente y
recibirá la prueba testifical y documental que tengan a bien presentar. Al evaluar el caso,
considerará la custodia compartida provisional, siempre que ello se ajuste al mejor bienestar
del menor. De no ser ese el caso, tomará la decisión que entienda procedente sobre la base
de la prueba presentada y sujeto siempre al estándar mencionado, mientras el juicio de
divorcio se sustancie y decida470. Para el segundo caso está la Ley Orgánica para la
Protección de Niños, Niñas y Adolescentes de Venezuela, que si bien declara que en caso
de divorcio, separación de cuerpos, nulidad de matrimonio o de residencias separadas,
todos los contenidos de la responsabilidad de crianza seguirán siendo ejercidos
conjuntamente por el padre y la madre; contempla de modo excepcional que se pueda
convenir la custodia compartida cuando fuere conveniente al interés del hijo o hija (art. 359).
Finalmente, una posición opuesta se introduce en 2014 en Brasil por medio de la Ley
Nº 13.058, que establece que este tipo de custodia sólo podrá ser descartada en casos
excepcionales, al tiempo que operacionaliza algunos de los efectos de la custodia
compartida, al proveer multas para escuelas y establecimientos que se nieguen a dar
información sobre los niños a cualquiera de los dos padres y determina que los cambios de
ciudad o viajes al extranjero sólo podrán ocurrir con autorización de ambos padres. En igual
sentido, el Código de Derecho Foral de Aragón en su art. 80, que establece la preferencia
legal a la custodia compartida cuando es el juez a quien le corresponde fijar el régimen,
incluso aunque no haya sido solicitada por ninguno de los progenitores 471.
Ahora bien, ¿qué tipo o modalidad de cuidado personal compartido es más beneficiosa
para los hijos? No hay respuestas universales y con validez general a esta cuestión, pero
sí hay que tener presente que la menor duración y mayor rotación es contraria a la
estabilidad de los menores y que, por el contrario, una mayor duración y menor rotación
puede afectar la continuidad e intensidad de los vínculos paterno-filiales472. La prudencia
indica que serán las circunstancias concretas de cada niño, así como las condiciones de
contexto, las que determinen el mejor tipo de cuidado compartido.
Italia, Argentina y España tienen en común legislaciones que se ocupan con bastante
extensión y detalle de la ordenación de la custodia compartida, cuestión muy distinta de lo
que ocurre en nuestro Código Civil que, como hemos indicado, introdujo la figura pero no
la regula. Lo anterior, sumado a las deficiencias hechas presentes respecto de la definición
de cuidado personal compartido del art. 225 CC, genera oscuridades sobre el contenido de
los acuerdos o sobre la forma como deben ser aplicados. Estos vacíos no son colmados
por la jurisprudencia debido a su carácter extrajudicial, pero pueden ser abordados
recurriendo tanto a los principios que gobiernan las relaciones paterno-filiales, como a los
objetivos y propósitos de la ley.
Como punto de partida y vinculado con lo dicho previamente respecto de los factores
favorables al cuidado compartido, habría que dejar fijado que el contenido de los acuerdos
debe considerar tanto aspectos cuantitativos como cualitativos, ya sean de carácter material
como emocional. A partir de ahí resulta que no es suficiente a los acuerdos del artículo 225
CC, art. 21 de la LMC o cualquier otro acuerdo de cuidado compartido (en proceso
de mediación, en conciliación en juicio) únicamente un pacto sobre alternancia o rotación
de residencia; tales pactos no satisfacen ni mínimamente lo que supone realmente el
cuidado compartido y muy probablemente, por la falta de advertencia de los diversos
aspectos a considerar, terminen afectando la estabilidad y el interés de los hijos. El reparto
del tiempo de compañía con los hijos tampoco es la cuestión principal o única a decidir. Hay
que recordar que el cuidado compartido es un sistema de organización de la vida de los
hijos y padres, con lo cual son variados los aspectos a ser considerados en los acuerdos;
por ello, los países donde el juez puede pronunciarse sobre esta modalidad de custodia
vienen exigiendo que el o los padres interesados presenten una propuesta donde concreten
la forma y contenido de su ejercicio (Plan de parentalidad).
¿ El sistema de residencia.
¿ El modo de decidir los asuntos vinculados con los hijos, lo que supone determinar
cuándo se requiere actuar por ambos (cuestiones de salud o educación, por ejemplo);
cuándo un progenitor puede o se entiende actuar con el consentimiento expreso o tácito
del otro y cuándo puede cada uno decidir libremente.
¿ La formas como se asumirán los gastos tanto del cuidado diario de los hijos, como del
régimen específico de cuidado (quién costea los traslados, por ejemplo).
Sobre todas estas materias y otras que puedan ser pertinentes, el acuerdo podrá
presentar variadas particularidades en función de las características y necesidades de los
hijos y las múltiples circunstancias de cada situación de vida separada. Se puede afirmar,
como principio, que todas las decisiones relativas a los hijos menores de edad deben ser
coordinadas entre sí, ajustadas a las circunstancias concretas y orientadas por el principio
de interés superior de los hijos. Así, por ejemplo, no existe un modelo general de cuidado
personal compartido que obligue a los progenitores a repartir el cuidado en periodos de
tiempo iguales con cada padre. De lo que se trata es de encontrar el sistema más ajustado
al caso concreto, valorando adecuadamente los derechos de los hijos y las circunstancias
de la familia. El reparto idéntico de las estancias con los hijos representa una mirada
simplista del cuidado compartido.
Los padres tienen autonomía para repartir el tiempo de permanencia o convivencia de los
hijos con ellos, teniendo en cuenta las circunstancias particulares de cada caso,
especialmente las referidas a los hijos, como su edad, responsabilidades escolares, mundo
social y tiempos de ocio. Insistimos en que no es exigencia de este tipo de cuidado personal
la división matemática del tiempo en porciones iguales 473. En cuanto a la periodicidad, el
reparto del tiempo en que van a convivir los hijos con cada uno de los padres puede hacerse
semestral, mensual o semanalmente, incluso cabría la posibilidad, cuando la buena relación
de los padres lo permita y el interés de los hijos no se vea afectado, de fijar un régimen de
custodia compartida sin delimitar estrictamente los periodos de convivencia, con base en la
libre relación entre padres e hijos; por ejemplo, podría ser así tratándose de hijos
adolescentes que ya tienen una vida social propia.
Por lo que respecta al sistema de residencia, hay que recordar que la convivencia con
cada uno de los padres se puede materializar básicamente mediante dos posibilidades:
residencia principal del hijo en casa de uno de los padres o residencia alternada o alterna,
pudiendo en este caso ser los hijos los que alternen su permanencia en los hogares de
cada uno de sus padres o que sean éstos los que vayan rotando en el domicilio de los hijos,
siempre que ello asegure su adecuada estabilidad y continuidad, conforme señala la
norma474.
No se puede pretender que el cuidado compartido otorgue a cada padre unos tiempos,
cuidados y derechos iguales. El problema de las cláusulas espejo, idénticas entre padre y
madre, es que muchas veces priorizan cantidad sobre calidad de la relación 483 y, además,
en búsqueda de una total igualación de posiciones de los progenitores se pueden dejar de
lado los derechos de los hijos.
Como corolario de este párrafo y de la relevancia de observar los acuerdos de los padres
como una oportunidad para pensar ampliamente en el bienestar de los hijos, habría que
admitir que los principales problemas a los que se enfrentan los padres al decidir el cuidado
compartido son: la mirada reduccionista en cuanto a su contenido, en términos de
considerar sólo aspectos materiales principalmente asociados a la residencia del hijo; la
pretensión de total igualación en cuanto a los derechos de cada uno y la ausencia de plena
conciencia de lo que firman y de las consecuencias e implicancias que a lo largo del tiempo
ello acarreará. En otros términos, es su propia inadvertencia y la incapacidad de llegar por
sí solos a resolver sus problemas lo que puede afectar negativamente a esta modalidad de
cuidado.
Así se aprecia en causa que llegó a la Corte Suprema en 2016, donde constaba que las
partes en proceso de mediación de enero de 2014 acordaron el cuidado compartido de su
hija de ocho años, estableciendo que la madre lo ejercería desde los días lunes a viernes
de la semana, correspondiéndole al padre el cuidado desde el mismo día viernes hasta los
días lunes de cada semana; como era de esperar, el sistema fue prontamente modificado
por las partes, acordando que el padre tendría el cuidado durante dos semanas en el mes
y las restantes semanas, la madre. En la misma mediación se contempló un régimen
comunicacional para cada uno de los padres mientras el otro ejerce el respectivo cuidado
personal. A poco andar, durante el año 2015 la madre, denunciando que la modalidad
adoptada no es conveniente para su hija, solicita se le atribuya a ella tanto el cuidado
personal como la patria potestad, aunque también quedó acreditado que su intención era
mudar el domicilio de la niña desde una ciudad a otra localidad, lugar donde pretendía
inscribirla en la escuela rural allí existente, donde trabajan ella y su actual pareja. En primera
instancia se acogió la demanda; la Corte de Apelaciones respectiva revocó la de primer
grado y rechazó la demanda de patria potestad y cuidado personal. La Corte Suprema
rechazó el recurso contra la sentencia de la Corte de Apelaciones porque no se encontraba
acreditado el incumplimiento por parte del demandado en el cuidado personal compartido
ni en el régimen de relación directa y regular acordado 484.
El cuidado personal de niños, además de deber y derecho para los padres, es también
una responsabilidad, y hasta una función social, en la que se reconoce el rol prioritario de
éstos. A partir de ahí, la asunción por terceros de este deber o facultad constituye una
situación de excepción que amerita la concurrencia de circunstancias específicas y
calificadas486.
El cuidado personal por terceras personas distintas de los padres es una materia que
encuentra su antecedente en el art. 9 CDN, conforme al cual los Estados Partes velarán
por que el niño no sea separado de sus padres contra la voluntad de éstos, excepto cuando,
a reserva de revisión judicial, las autoridades competentes determinen, de conformidad con
la ley y los procedimientos aplicables, que tal separación es necesaria en el interés superior
del niño. Esta determinación puede ser necesaria en casos particulares, por ejemplo, en los
casos en que el niño sea objeto de maltrato o descuido por parte de sus padres o cuando
éstos viven separados y debe adoptarse una decisión acerca del lugar de residencia del
niño. A partir de ahí, la premisa básica de la norma es la no separación de padres e hijos,
salvo cuando la separación es obligada (necesaria) en interés del propio niño. Por la
delicadeza del asunto, el mismo artículo ha previsto que en los procedimientos respectivos
se debe ofrecer a todas las partes interesadas (niños, padres y terceros) la oportunidad de
participar y dar a conocer sus opiniones.
Podrá el juez, en el caso de inhabilidad física o moral de ambos padres, confiar el cuidado
personal de los hijos a otra persona o personas competentes.
Podrá el juez, en el caso de inhabilidad física o moral de ambos padres, confiar el cuidado
personal de los hijos a otra persona o personas competentes, velando primordialmente
por el interés superior del niño conforme a los criterios establecidos en el artículo 225-2.
En el año 2015, el art. 45 de la Ley Nº 20.830, de Acuerdo de Unión Civil (LAUC), modificó
expresamente el inc. 2º del art. 226 CC, otorgando derechos de cuidado personal al
cónyuge o conviviente civil del padre o madre, según corresponda, respecto del hijo de su
pareja. Con ello, aunque sólo en los casos de inhabilidad física o moral de ambos padres,
se da reconocimiento legal expreso a la situación de niños que, en los hechos, eran
cuidados por los convivientes. La redacción actual del inc. segundo del art. 226 CC reza:
En la regulación del art. 226 CC se manifiesta el carácter excepcional por medio de tres
elementos bien precisos: primero, sólo opera en caso de inhabilidad física o moral de ambos
padres, si sólo un padre es inhábil se mantiene la preferencia para que sea llamado a
ejercer el cuidado el padre hábil; segundo, el carácter exclusivamente judicial de la
atribución del cuidado a persona distinta de los padres; y tercero, para hacer esta atribución
se requiere un examen riguroso de la prueba rendida que tienda a acreditar no sólo la
inhabilidad física o moral de ambos padres, sino también la competencia del tercero para
asumir la función de cuidador. Todas estas cuestiones serán analizadas más adelante.
Este carácter excepcional ratifica que el cuidado personal de los hijos es responsabilidad
de sus padres490; para alterar dicha responsabilidad se debe evaluar que los terceros sean
personas idóneas para asumir una función social tan importante, como es el cuidado de
niños; de ahí que nuestro legislador sólo contempla tal posibilidad por vía judicial, no siendo
admisible un acuerdo en que se delegue o transfiera dicha facultad 491, como tampoco una
entrega permanente de hecho con ánimo de liberarse de las obligaciones que se tienen
como padres492.
Conforme al art. 225 CC, el acuerdo de los padres sólo puede estar dirigido a resolver
sobre la forma como ellos asumen el cuidado personal de sus hijos, sin embargo, se han
presentado resoluciones aisladas que hacen primar la voluntad del o los padres, así por
ejemplo, se ha estimado que si uno de los padres ha fallecido, siguiendo el mismo principio
de operar conforme a la autonomía decisoria de los padres, será la voluntad del
sobreviviente la que podrá adoptar las decisiones respecto de la tuición del hijo menor,
asumiendo él mismo el cuidado personal, o bien otorgando la tuición a un tercero, no
existiendo razón alguna para que prime la decisión judicial por sobre la voluntad del padre
sobreviviente493. Con ello se abre la posibilidad de que el padre sobreviviente que no quiere
o no puede hacerse cargo personalmente del cuidado del hijo suscriba un acuerdo de
tuición con un tercero, cuya competencia no ha sido evaluada objetivamente.
No compartimos esta consideración de la sentencia porque el obligado resguardo del
interés superior del niño, como deber judicial, es razón suficiente para que prime la decisión
judicial por sobre la voluntad de los padres 494. A mayor abundamiento, el Comité de los
Derechos del Niño ha señalado que en caso de separación, el Estado debe garantizar que
la situación del niño y su familia haya sido evaluada de modo adecuado 495.
Finalmente, hay que precisar que la regla del art. 226 CC tiene carácter de permanencia,
con lo cual difiere de la posibilidad de otorgar provisoriamente el cuidado de un niño a un
tercero, situación regulada en leyes especiales. Podría hablarse de cuidado definitivo para
el solo efecto de hacer evidente la diferencia con el cuidado provisorio, pero sin perder
de vista que las resoluciones del juez con arreglo al art. 226 CC son siempre revocables
por la cesación de la causa que haya dado motivo a ellas y que podrán también modificarse
o revocarse, en todo caso y tiempo, si sobreviene motivo justo y se cumple con los
requisitos legales (art. 242 CC). Por tanto, cuando hablemos de cuidado definitivo no
queremos con ello significar que es perpetuo o inalterable.
De lo dispuesto en el inciso primero del art. 226 CC resultan tres requisitos o exigencias
para confiar el cuidado personal de un niño a un tercero: i. la inhabilidad física o moral de
ambos padres; ii. que la o las personas a quienes se confía el cuidado sean competentes y
iii. finalmente, que con esta decisión se vele primordialmente por el interés superior del
niño conforme a los criterios establecidos en el art. 225-2 CC. A continuación revisaremos
cada uno de ellos.
Para privar a los padres del derecho y deber que tienen de cuidar a sus hijos, ambos
deben ser declarados inhábiles por una causa legal que debe ser apreciada por el juez. Si
uno de los padres se encuentra afectado por una inhabilidad física o moral, el cuidado
personal de los hijos no puede ser entregado a un tercero, porque corresponde ejercerlo al
otro padre. Como se anticipó, una manifestación del carácter excepcional de la atribución
a un tercero del cuidado de un niño es la necesidad de prueba de circunstancias
especialmente graves que configuran inhabilidad física o moral de ambos padres. Aunque
el art. 226 CC no lo menciona expresamente, se entiende que la norma apunta a una
inhabilidad para el cuidado de los hijos, no a una inhabilidad general o a una que afecte el
ejercicio de otras funciones o el desarrollo de otras actividades.
Para el solo efecto del artículo 226 del Código Civil, se entenderá que uno o ambos
padres se encuentran en el caso de inhabilidad física o moral497:
1. Cuando estuvieren incapacitados mentalmente;
La del número 3º, es decir, Cuando no velaren por la crianza, cuidado personal o
educación del hijo; se relaciona tanto con las situaciones de abandono de los hijos, como
con aquellas en que no se concurre a su sustento. Esta causal pone énfasis en necesidades
básicas de los niños que no son aseguradas por los padres, con el riesgo de trastornos en
su desarrollo; de ahí la necesidad de apartarlos de dicho contexto y asegurarles, por
medio del cambio de cuidador, lo necesario para su mayor realización posible, tanto
material como espiritual. Conforme prescribe el art. 238 CC, los derechos concedidos a los
padres, entiéndase también las facultades y los derecho-deberes, como el cuidado
personal, relación directa y regular, la facultad de corregir a los hijos, el derecho y deber de
educar a sus hijos, no podrán reclamarse sobre el hijo que hayan abandonado. En casos
extremos de abandono e incumplimiento de los deberes referidos en el numeral 3 del art. 42
LM, se puede constituir causal para declarar judicialmente que el niño es susceptible de ser
adoptado, de conformidad con el art. 12 de la Ley Nº 19.620.
Los padres son igualmente inhábiles para el cuidado conforme al numeral 6º del art. 42
LM: Cuando maltrataren o dieren malos ejemplos al menor o cuando la permanencia de
éste en el hogar constituyere un peligro para su moralidad. Esta hipótesis abre la posibilidad
de evaluar situaciones de violencia intrafamiliar donde el niño puede ser víctima directa o
indirecta de la violencia ejercida por el o los padres 501. Desde la psicología se informa que
existe una incompetencia parental severa y crónica del cuidador, entre otros casos, cuando
el factor agresivo para el niño está constituido por un riesgo real para su seguridad en la
actualidad, que se expresa por malos tratos físicos, negligencia grave y/o violencia
psicológica y sexual; a lo que se suman pocas posibilidades de una mejoría significativa a
mediano plazo502. La preocupación por las situaciones de violencia que sufren ciertas
personas vulnerables a mano de sus cuidadores llevó al legislador a disponer nuevos
delitos que recogen tanto las hipótesis de maltrato corporal relevante (nuevo art. 403 bis
CP), como de maltrato psicológico, configurado por un trato degradante que menoscabe
gravemente la dignidad (art. 403 ter CP); constituyendo, además, una circunstancia
agravante que la afectación sea provocada por el que tiene un deber especial de cuidado
o protección (padres respecto de hijos menores de edad; hijos adultos respecto de padres
ancianos, educadores de niños, cuidadores de niños, de adultos mayores o de personas
con discapacidad, entre otros), ya sea que se maltrate corporalmente de manera relevante
o no se impida el maltrato debiendo hacerlo503.
La especial diligencia del juez en esta valoración también se justifica, dada la situación
de evidente vulnerabilidad de los niños producto de la inhabilidad de sus padres para el
cuidado. La competencia del tercero se vincula con la necesidad de proporcionar al niño un
mejor entorno material, formativo y emocional que el que le proporcionaban padres
inhábiles; se debe optar por un tercero que sí cuenta con las herramientas y habilidades
necesarias para brindarle la protección y cuidado de los cuales ha carecido durante la mayor
parte de su infancia507, por tanto, no será apto cualquier pariente o familiar por muy próximo
que sea el grado de consanguinidad que lo una al niño. En la valoración de la persona
competente entran en juego algunos de los criterios del art. 225-2 CC, siempre en atención
al concreto interés superior del niño.
Aunque lo habitual es que sea sólo una persona quien demande el cuidado, el art. 226
CC permite que el juez confíe el cuidado personal de un niño a una o más personas
competentes distintas, haciendo perfectamente posible que sean varios los peticionarios
que lo solicitan para ejercerlo de consuno (abuelos paternos o maternos, tíos, etc.). En este
último caso, todos ellos requieren acreditar su competencia para el cuidado de un niño, no
debiendo evaluarse a uno solo de los solicitantes o compensarse la incompetencia de uno
con la competencia del otro, por muy pariente consanguíneo que uno pueda ser del niño en
cuestión.
Bien podría pensarse que el rol que juega en concreto el interés superior del niño cuando
un tercero reclama su cuidado personal, contra uno o ambos padres, es fácil de descifrar,
sin embargo, el asunto no encuentra una respuesta uniforme ni en la doctrina ni en la
jurisprudencia. La doctrina se divide entre quienes no se pronuncian al respecto y quienes
estiman que el único presupuesto que autoriza la separación de padres e hijos es la
acreditación de la inhabilidad física o moral de ambos padres, no siendo suficiente el interés
superior de niño conforme a los criterios del art. 225-2 CC508. La jurisprudencia se mueve
básicamente entre dos opciones que generan decisiones prácticas distintas: por un lado,
entender que el principio juega sólo una vez probada la inhabilidad de los padres o
entender, por otro, que prima el criterio de conveniencia para el niño, con independencia de
la prueba de la inhabilidad.
Conforme a la segunda opción, debe ponderarse el interés superior de los niños cuando
éstos han permanecido bajo el amparo de terceros (normalmente, producto de una medida
de protección) que les han entregado los cuidados, cubierto todas sus necesidades y
requerimientos y les ofrecen estabilidad, con independencia de que aparezca acreditada la
habilidad de uno o ambos padres para asumir el cuidado de sus hijos 509. Se estima que el
cuidado personal no sólo debe determinarse en función de las habilidades o inhabilidades
de las partes, sino que primordialmente en función del interés superior del niño 510, incluso
se ha llegado a alterar el peso de la prueba, señalándose que si bien la demandante no ha
estado ni está inhabilitada para cuidar de sus hijas, ella no logró acreditar que bajo su
cuidado personal las niñas mantendrán el nivel de cuidado y calidad de vida que
actualmente reciben bajo la protección de la demandada 511. Sobre la base de ello, los
padres pueden ser excluidos del cuidado de sus propios hijos por decisión judicial aun
cuando no esté acreditado en el proceso que ambos son inhábiles para el desempeño de
las funciones parentales; no es necesario inhabilitar a los padres sino simplemente
determinar cuál es el mejor lugar donde el niño debe desarrollar su vida512.
En la misma línea, se ha sostenido que del tenor del art. 226 CC se desprende claramente
que sólo en la eventualidad de encontrarse inhabilitados física o moralmente los padres, el
juez podrá entregar el cuidado personal del niño a una tercera persona, de manera que es
esencial para que la acción deducida prospere, la concurrencia de una inhabilidad: ... La
sola circunstancia que el artículo 226 del Código Civil haga referencia al interés superior
del niño, de acuerdo a los criterios orientadores del artículo 225-2 del mismo Código, no
altera en absoluto la conclusión precedente, toda vez que dicha referencia no elimina la
exigencia de inhabilidad física o moral de la madre para separar a los hijos de su cuidado
personal y entregarlos a terceros. En otras palabras, el criterio del interés superior del niño
no puede ser utilizado haciendo abstracción de la condición exigida expresamente por la
norma citada, esto es, la inhabilidad física o moral de la madre, en este caso514.
A partir de ahí, el rol específico que juega el interés superior del niño en decisiones sobre
cuidado personal exige distinguir la situación concreta en que debe ser aplicado, esto es,
si la disputa por el cuidado es entre los padres o si el cuidado lo pide un tercero; en el primer
caso, la decisión que resuelva tal controversia, debe ser construida desde el punto de vista
de lo ventajoso y beneficioso que será para el hijo el ejercicio de su cuidado por uno u otro
padre, es decir, el argumento que dirime la contienda, es aquel que permite discernir lo más
conveniente para el niño y su interés 515; en cambio, cuando se trata del segundo supuesto
(cuidado solicitado por un tercero), la regla fundada en la conveniencia, ventaja o beneficio
del interés superior del hijo cuyo cuidado personal se disputa, es de cierta manera alterada
en el caso de tratarse de un tercero quien plantea la pretensión de encargarse del cuidado
de un niño o adolescente, conforme fluye del artículo 226 del Código Civil. Para confiar el
cuidado personal de los hijos a un tercero, esto es, una persona diferente a los padres, es
menester, primeramente, acreditar que ambos padres son inhábiles física o moralmente
para encargarse del cuidado de sus hijos, pues la inhabilidad de sólo uno, implicaría la
atribución de este derecho-deber, en el otro, y no en un tercero, de manera que es esencial
para que la acción prospere la acreditación de la concurrencia de incapacidad de ambos
padres, la que... debe relacionarse con las causales del artículo 42 de la Ley de
Menores...516.
Concuerdo con la posición sostenida en sentencia de 2017 (aunque no del todo con la
decisión) consistente en que: Una de tantas consecuencias de tal paradigma (interés
superior del niño), es la compatibilidad y, según el caso, incluso complementariedad, entre
el principio del interés superior del niño y los contenidos del comentado artículo 42, que se
traduce en que, aunque una madre no sea judicialmente subsumible en una o más de las
hipótesis de la norma, no sea vista, legítima y fundadamente, con aptitud para satisfacer,
ante la encrucijada de un posible cambio de status, el alto nivel de exigencia del indicado
axioma517.
Desde mi punto de vista, tal complementariedad se puede observar por dos vías: por un
lado, porque sin necesidad de prueba de inhabilidad se podría dar lugar al cuidado pedido
por un tercero con carácter de medida de protección de los niños en atención al resguardo
de su interés superior (qué duda cabe); y también, porque probado el beneficio o
conveniencia que para los niños implica permanecer con aquellos terceros que han ejercicio
bien su rol de cuidadores, alterar dicha situación puede atentar contra su interés superior al
poder significar una causa que coloque al menor en peligro moral o material, lo que debe
probarse, con lo cual sí se configuraría causa de inhabilidad del art. 42 Nº 7 LM. Pero si ello
no ocurre, se corre el peligro de que la vulneración de derechos del niño provenga de la
propia decisión que aparece (aparentemente) justificada en dicho interés.
Los riesgos de un mal empleo del principio que lleve a confiar el cuidado del niño a
terceros en casos donde los padres no son inhábiles radican en que la decisión redunde en
perjuicio para él por la afectación de sus derechos, especialmente de su derecho esencial
y primario de vivir con sus padres. Así se desprende del voto de minoría en sentencia que
otorgó el cuidado al tío paterno, al señalar que es necesaria la concurrencia de alguna
causal de inhabilidad legal para que el juez pueda privar a un padre del cuidado personal
de su hijo y entregarlo a un tercero, lo que... se relaciona con el "interés superior del niño",
principio fundamental que debe inspirar a las autoridades en todas las decisiones que
adopten concernientes a los niños, niñas y adolescentes, que se concreta en la especie,
con el derecho de todo niño a vivir, en primer lugar, con sus progenitores, quienes deben
brindarle, dentro de sus condiciones, el mejor desarrollo emocional y material posible, lo
que además, se relaciona directamente con el resguardo del derecho a la identidad de toda
persona518. Esta es también una forma de complementariedad entre el principio y lo
dispuesto por los arts. 226 CC y 42 LM, en el sentido de que es justamente el interés
superior del niño, encarnado en su derecho de vivir y ser cuidado preferentemente por sus
padres, el que se resguarda con la exigencia de probar las inhabilidades de éstos antes de
adoptar una decisión de separación.
Sin perjuicio de lo anterior, estimo que hay un aspecto más donde el interés superior del
niño cumple un rol importante y que no admite tanta disparidad de criterios: la calificación
del tercero a quien se confiará el cuidado personal cuando hay varios solicitantes
igualmente competentes y con igual relación de parentesco o de cercanía 519. Supongamos
que reclaman el cuidado de un niño tanto la abuela materna como la abuela paterna, el juez
debe preferir a la más idónea, velando primordialmente por el interés superior del niño
conforme a los criterios establecidos en el artículo 225-2, es decir, tendrá que evaluar la
vinculación afectiva que cada tercero solicitante tiene con el niño; la aptitud para garantizar
su bienestar y las posibilidades de procurarle un entorno adecuado; la actitud para cooperar
con los padres, especialmente en el ejercicio del derecho de relación directa y regular que
se les fije a éstos; la dedicación que pueden haber desarrollado al cuidado del niño (en
circunstancias informales y de facto o por razón de una decisión judicial en medida de
protección); la opinión expresada por él; el domicilio de las solicitantes y cualquier otro
aspecto relevante.
Una decisión apresurada del juez que confía el cuidado de un niño a un tercero sin
considerar todos los supuestos fácticos puede vulnerar el interés superior de aquél, en
cuanto signifique un riesgo de desvinculación de los hijos respecto de sus padres no
inhábiles, lo que menoscaba su derecho a la identidad, reconocido en los arts. 7 y 8 de la
CDN. La mirada del juez no puede ser sólo en atención a situaciones pasadas y al presente,
porque al final de cuentas la decisión incide en los derechos y la vida futura de los niños.
Tampoco la decisión puede adoptarse como una suerte de castigo a los padres por sus
conductas generales, sino siempre enfocada en el niño y su bienestar. Como anticipamos,
en opinión del Comité de los Derechos del Niño, en caso de separación, el Estado debe
garantizar que la situación del niño y su familia haya sido evaluada, cuando sea posible,
por un equipo multidisciplinario de profesionales perfectamente capacitados, con la
colaboración judicial apropiada, de conformidad con el art. 9 CDN, a fin de asegurarse de
que es la única opción que puede satisfacer el interés superior del niño521.
En estos juicios actúa como legitimado activo el o los terceros que solicitan para sí el
cuidado personal del niño; el presupuesto de su acción es la inhabilidad física o moral de
ambos padres522; son legitimados pasivos los padres ¿vivan juntos o separados¿ o el padre
o madre sobreviviente, según el caso. Cuando ambos padres están vivos, deben ser
demandados los dos, con independencia de que vivan juntos, constituyéndose un caso
de litisconsorcio necesario523 y propio, por estar establecido expresamente en la ley; de
modo que reconducida esta norma sustantiva ("ambos padres") a su ejercicio en juicio
resulta que la relación procesal exige una diversidad de sujetos pasivos, a los que se debe
dirigir una misma acción, esto es, la de cuidado personal del hijo; pluralidad que se
transforma en una exigencia de carácter procesal, cuyo incumplimiento acarrea la invalidez
por no configurarse los especiales presupuestos requeridos para la consolidación de la
relación procesal524. El conocimiento de la acción corresponde a los Tribunales de Familia
conforme al procedimiento ordinario contemplado en la Ley Nº 19.968. La prueba debe
concentrarse tanto en la acreditación de la inhabilidad física o moral de ambos padres,
conforme a las hipótesis del art. 42 de la LM, como en la competencia del o los
demandantes. Por tanto, es posible que si bien logren ser acreditados los hechos
constitutivos de una causa de inhabilidad de los padres, no se otorgue el cuidado al
solicitante, pues no aparece como persona competente para el cuidado de niños.
Conforme al art. 227 inc. 1º CC, en este tipo de juicios el juez debe oír a los niños cuyo
cuidado se debate y a los parientes525. Como regla general en la materia, para adoptar sus
resoluciones el juez atenderá, como consideración primordial, al interés superior del hijo y
tendrá debidamente en cuenta sus opiniones, en función de su edad y madurez (art. 242
inc. final). Las resoluciones que se dicten, una vez ejecutoriadas, se subinscribirán en la
forma y plazo que establece el art. 225 CC, esto es, al margen de la inscripción de
nacimiento del hijo dentro de los treinta días subsiguientes a que quede ejecutoriada la
resolución. Desde la inscripción la sentencia es oponible a terceros. Vinculado con ello se
encuentra la facultad del juez de apremiar, en la forma establecida en el art. 543 CPC, a
quien fuere condenado por resolución judicial que cause ejecutoria a hacer entrega del hijo
y no lo hiciere o se negare a hacerlo en el plazo que se hubiere determinado para estos
efectos. En igual apremio incurrirá el que retuviere especies del hijo y se negare a hacer
entrega de ellas a requerimiento del juez (art. 227 inc. final CC).
Para la elección de las personas competentes que asumirán, en defecto de los padres,
el cuidado personal de un niño, el legislador le entrega al juez una orientación referencial.
Hasta octubre de 2015 el inciso 2º del art. 226 CC indicaba que en la elección de estas
personas se preferirá a los consanguíneos más próximos y, en especial, a los ascendientes;
configurando una regla de preferencia en razón del parentesco de sangre con el niño, para
proceder a la elección de la persona a quien le será confiado su cuidado527. Conforme a la
modificación introducida por la Ley Nº 20.830528 la norma se amplía, señalando que se
preferirá a los consanguíneos más próximos y, en especial, a los ascendientes, al cónyuge
o al conviviente civil del padre o madre, según corresponda; con lo cual, se altera la posición
de privilegio casi exclusivo que hasta la fecha habían tenido los abuelos y se permite
expresamente que personas que no tienen lazos de sangre con el niño, pero sí tienen
relaciones afectivas importantes con él, puedan ejercer su cuidado personal. Desde la
óptica del niño, que es la que resulta prioritaria, esta posibilidad reconoce, desde el plano
normativo, la ampliación de los lazos socioafectivos que un niño puede tener529.
Una interrogante que surge con la actual redacción del inciso segundo referido es si
dentro de los terceros mencionados expresamente por el legislador hay algún orden de
prelación. No existe una respuesta unánime al respecto. Se ha señalado que, atendiendo
al interés superior del niño, el juez es libre para elegir entre uno u otro tercero de los
mencionados en la norma, lo cual implica que la preferencia de los ascendientes no es
imperativa para el juez, quien conforme con los criterios del art. 225-2 CC, bien podría
preferir un hermano por sobre un ascendiente 531. Mayor apoyo recibe la posición que
estima que, considerando la redacción de la norma, la ley ordena preferir a los
consanguíneos más próximos, especialmente a los ascendientes, con lo cual, tanto el
cónyuge como el conviviente civil actualmente estarían llamados a falta de aquéllos 532, es
decir, cuando no hay consanguíneos idóneos533; el cónyuge o el conviviente civil del padre
o madre, de todos modos, tienen preferencia respecto de terceros no mencionados en el
art. 226 CC. Para esta segunda posición, el legislador no sólo listaría a los terceros
preferidos, sino que también habría dispuesto el orden de su llamado.
Frente a tan evidente conclusión, cabe la pregunta de si ¿les queda alguna sombra o
vestigio de su paternidad y/o maternidad a estos padres? La respuesta, aunque reducida,
es afirmativa: en el ámbito personal, tienen el derecho-deber de relación directa y regular,
siempre que la fijación de un régimen comunicacional no perjudique manifiestamente el
bienestar del hijo, lo que supone que se ha hecho la valoración respectiva, y salvo el caso
en que la inhabilidad de los padres sea consecuencia de haber abandonado al hijo (art. 238
CC) o que haya sido una inhabilidad moral la que ha dado motivo a la providencia de
separar a los hijos de su lado, a menos que ésta haya sido después revocada (art. 239),
casos en los cuales procedería la privación de la relación comunicacional539. En el ámbito
material, les corresponde el deber de contribuir a su educación y sustento, por cuanto la
pérdida del cuidado no importa liberarlos de esta responsabilidad (art. 43 LM)540.
Lo expuesto refuerza la idea que hemos planteado más arriba, en torno a lo delicado que
resulta separar a los hijos de sus padres y lo relevante de la decisión de atribución del
cuidado a otras personas. Se exigen particulares cuotas de prudencia judicial al tiempo de
elegir al tercero a quien se confiará tanto el cuidado de los niños como el ejercicio de los
deberes y facultades aledañas a dicha función. Lo señalado amerita un examen profundo,
y no superficial o automatizado, de la situación por parte del juez.
En cuanto a lo segundo, esto es, la situación de los hijos respecto de la autoridad parental
cuando su cuidado ha sido entregado a un tercero, procede preguntarse si ¿cesan por vía
de consecuencia los deberes de los hijos respecto de los padres de cuyo cuidado han sido
sacados? ¿Continúan los hijos teniendo respecto de sus padres los deberes de obediencia,
respeto, cuidado y socorro? La respuesta debe ser diferenciada.
La asunción por un tercero del cuidado personal de un niño produce una serie de
implicancias y consecuencias jurídicas en diversos ámbitos, así tenemos:
¿ Relación directa y regular. Todo niño que esté separado de uno o de ambos padres
tiene derecho a mantener relaciones personales y contacto directo con ambos padres de
modo regular, salvo si ello es contrario al interés superior del niño (art. 9.3 CDN); a partir
de ahí, el hecho de otorgar su cuidado personal a terceros no puede implicar una
desvinculación de sus padres, salvo que ello le sea perjudicial; por lo mismo, cuando la
separación sea necesaria, los responsables de la toma de decisiones velarán por que el
niño mantenga los lazos y la relación con sus padres y su familia (hermanos, familiares y
personas con las que el niño haya tenido una relación personal estrecha), a menos que ello
contravenga el interés superior del niño544. Resolviendo el juez que el cuidado personal del
niño quedará encomendado a un tercero, procede regular el régimen de relación que
corresponderá a ambos padres, velando por el interés superior de aquél, su derecho a ser
oído y la evolución de sus facultades y considerando especialmente su edad, su vinculación
afectiva con su padre y madre y cualquier otro elemento de relevancia en consideración a
su interés superior (art. 229 CC). Ambos progenitores tienen idéntico título y calidad
respecto del derecho a relacionarse directa y regularmente con sus hijos; el juez puede
regular un régimen para que lo ejerzan ambos simultáneamente, cuando viven juntos, o
puede ser necesario el establecimiento de regímenes de comunicación individuales ¿en
principio, sin preferencia en el goce¿ si los padres viven separados, considerando la posible
incompatibilidad que existirá para que ambos se relacionen, al mismo tiempo, con el hijo 545.
Lo dicho es procedente cuando la inhabilidad probada en autos para el cuidado no sea al
mismo tiempo causa para suspender o restringir el ejercicio del derecho de relación directa
y regular, de conformidad con el art. 229 inc. final CC. Por otro lado, hay que recordar
también que el niño tiene derecho a mantener una relación directa y regular con sus
abuelos, cuya modalidad también correspondería fijar al juez atendiendo al interés superior
del niño, en conformidad a los criterios del art. 229 CC (art. 229-2 CC). Cuando se separa
a un niño de su familia, en las decisiones que se adopten acerca de la periodicidad y la
duración de las visitas y otras formas de contacto, debe tenerse en cuenta la calidad de las
relaciones y la necesidad de conservarlas546.
¿ Derecho de visita. El art. 48 inc. final de la Ley de Menores establece que el juez debe
oír no sólo a los padres, sino también a la persona que tenga el cuidado personal del niño,
para decidir si confiere o no derecho a visitarlo a los parientes que individualice, en la forma
y condiciones que determine, cuando parezca de manifiesto la conveniencia para el menor;
y podrá, asimismo, suprimirlo o restringirlo cuando pudiera perjudicar su bienestar. Así las
cosas, cuando el cuidado del niño ha sido confiado a un tercero o terceros en aplicación del
art. 226 CC, corresponderá que el juez escuche a este o estos terceros antes de decidir la
petición de visitas de un pariente.
¿ Mantenimiento del hijo. Como principio basal, tenemos que la pérdida de la patria
potestad, la suspensión de su ejercicio y la pérdida o suspensión de la tuición de los hijos
no importa liberar a los padres de las obligaciones que les corresponden de acudir a su
educación y sustento (art. 43 LM). El juez debe determinar la cuantía y forma en que se
cumplirán estas obligaciones, apreciando las facultades del obligado y sus circunstancias
domésticas. La sentencia que dicte tendrá mérito ejecutivo y permitirá exigir su
cumplimiento ante el tribunal correspondiente. Para los efectos de la determinación de las
contribuciones son plenamente aplicables las reglas civiles generales de los arts. 230 y 231
CC, en resumen: los gastos de educación, crianza y establecimiento de los hijos son de
cargo de la sociedad conyugal; si no la hubiere, los padres deben contribuir en proporción
a sus respectivas facultades económicas; si el hijo tiene bienes propios, los gastos de su
establecimiento, y en caso necesario, los de su crianza y educación pueden sacarse de
ellos, conservándose íntegros los capitales en cuanto sea posible; la obligación de los
padres de alimentar al hijo que carece de bienes pasa, por la falta o insuficiencia de ambos
padres, a sus abuelos, por una y otra línea conjuntamente, pero si la insuficiencia afecta a
uno de los padres, la obligación subsidiaria de los ascendientes pasará en primer lugar a
los abuelos de la línea del padre o madre que no provee; y en subsidio de éstos, a los
abuelos de la otra línea. Así, entonces, para que se provean los recursos para los gastos
de mantenimiento, el o los terceros cuidadores deberán vincularse con los padres, el
guardador o los abuelos, según el caso.
En cuanto a las relaciones que pueden darse cuando cuidador y tutor son personas
distintas, la ley establece que en lo tocante a la crianza y educación del pupilo, es obligado
el tutor a conformarse con la voluntad de la persona o personas encargadas de ellas
(art. 428 CC), es decir, con el tercero o terceros cuidadores cuando está en aplicación el
art. 226 CC. En caso de negligencia de la persona o personas encargadas de la crianza y
educación del pupilo, el tutor se esforzará por todos los medios prudentes en hacerles
cumplir su deber y si fuere necesario deberá recurrir al juez (art. 429 CC). La representación
judicial o extrajudicial del niño en todos los actos que le conciernan la tiene el guardador y
no el cuidador (arts. 390 y 440 en relación con el art. 43, todos del CC).
¿ Responsabilidad por los actos del niño. Prescribe el art. 2320 CC que toda persona es
responsable no sólo de sus propias acciones, sino del hecho de aquellos que estuvieren a
su cuidado, con lo cual la responsabilidad civil derivada de los actos del niño cuyo cuidado
ha sido confiado a un tercero es de dicho tercero, mientras esté a su cuidado, salvo que no
hubiere podido impedir el hecho. Por su parte, el art. 2319 CC establece que no
son capaces de delito o cuasidelito los menores de siete años ni los dementes; pero serán
responsables de los daños causados por ellos las personas a cuyo cargo estén, si pudiere
imputárseles negligencia, extendiéndose, entonces, la responsabilidad a los terceros
cuidadores en los casos del art. 226 CC549.
Como marco general, el cuidado personal de un niño puede entregarse por medio de un
procedimiento proteccional a tercero distinto de sus padres, con la finalidad de garantizar
la protección de un derecho amenazado o lograr el restablecimiento de un derecho
vulnerado por medio de la aplicación de una medida de protección. Conforme al art. 8º Nº 7
de la Ley Nº Nº 19.968 es competencia de los Juzgados de Familia conocer y resolver
"[t]odos los asuntos en que aparezcan niños, niñas o adolescentes gravemente vulnerados
o amenazados en sus derechos, respecto de los cuales se requiera adoptar una medida de
protección conforme al artículo 30 de la Ley de Menores". Dispone esta última norma que
el juez, mediante resolución fundada, podrá decretar las medidas que sean necesarias para
proteger a los menores de edad gravemente vulnerados o amenazados en sus derechos.
Como primera situación especial, puede entregarse el cuidado personal de los niños por
medio de alguna de las medidas cautelares dispuestas en las letras b) y c) del art. 71 LTF551.
Una primera cuestión relevante en relación con estas medidas es que, dado su carácter, el
legislador establece que la intervención judicial será siempre necesaria cuando se trate de
la adopción de medidas que importen separar al niño, niña o adolescente de uno o ambos
padres o de quienes lo tengan legalmente bajo su cuidado (art. 68 inc. 2º LTF); el juez
tendrá debidamente en cuenta las opiniones de los niños, niñas o adolescentes,
considerando su edad y madurez, para cuyo efecto podrá escucharlos en las audiencias a
que se refieren los arts. 72 y 73 LTF o en otra especial fijada al efecto, en un ambiente
adecuado y cautelando su salud física y psíquica (art. 69 LTF). La resolución que determine
la imposición de una medida cautelar deberá fundarse en antecedentes que sean
calificados como suficientes para ameritar su adopción, de los que se dejará expresa
constancia en la misma, y en ningún caso la medida cautelar decretada de conformidad con
el art. art. 71 LTF podrá durar más de noventa días, plazo que cede a favor de los niños
cuya protección se requiere552.
El art. 71 LTF establece las medidas cautelares especiales que el juez podrá adoptar en
cualquier momento del procedimiento, incluso antes de su inicio, de oficio, a solicitud de la
autoridad pública o de cualquier persona, cuando ello sea necesario para proteger los
derechos del niño, niña o adolescente. Entre ellas recoge la de confiarlo al cuidado de una
persona o familia en casos de urgencia, debiendo preferir, para que asuman
provisoriamente el cuidado, a sus parientes consanguíneos o a otras personas con las que
tenga relación de confianza (art. 71 letra b) LTF); y la de ingreso a un programa de familias
de acogida o centro de diagnóstico o residencia por el tiempo que sea estrictamente
indispensable (art. 71 letra c) LTF)553.
Esta entrega tiene importancia porque fija a posteriori un criterio de preferencia para optar
por una persona, a falta de matrimonios interesados, y para el caso en que hubiere varios
interesados solteros o viudos que reúnan similares condiciones; el tribunal preferirá a quien
sea pariente consanguíneo del menor, y en su defecto, a quien tenga su cuidado personal
(art. 21 LA).
Si los solicitantes de adopción no tienen el cuidado personal del niño a adoptar, deberán
solicitarlo conjuntamente con la adopción, procediendo el juez a resolver en la audiencia
preparatoria, pudiendo disponer las diligencias que estime pertinentes (art. 24 inc. 3º LA).
Del mismo modo, el juez, en cualquier etapa del procedimiento, puede poner término al
cuidado personal que están ejerciendo los interesados en adoptar, cuando así lo estime
necesario para el interés superior del niño. En todo caso, cesará de pleno derecho si el
tribunal denegare la solicitud de adopción, de lo que se dejará constancia en la misma
sentencia, la cual dispondrá, además, la entrega del menor a quien confíe su cuidado en lo
sucesivo (art. 24 inc. 4º LA).
Si la adopción pretende realizarse por matrimonios extranjeros, la ley prevé que en los
casos del inc. primero del art. 19 LA y del inc. tercero del art. 24 de la misma, el juez podrá
autorizar que el menor que se pretende adoptar quede al cuidado de uno de los solicitantes,
pero no podrá salir del territorio nacional sin autorización del tribunal (art. 35 inc. 2º LA).
8.3. Cuidado por terceros en caso del artículo 370 bis del Código Penal
Conforme establece el art. 370 bis del Código Penal555, el que fuere condenado por
alguno de los delitos a que se refieren los dos párrafos anteriores (violación, estupro o el
resto de los delitos sexuales mencionados en el párrafo Nº 6 del Título VII del Libro Segundo
del CP) cometido en la persona de un menor del que sea pariente quedará privado de la
patria potestad si la tuviere o inhabilitado para obtenerla si no la tuviere y, además, de todos
los derechos que por el ministerio de la ley se le confirieren respecto de la persona y bienes
del ofendido, de sus ascendientes y descendientes. Dentro de estos derechos sobre la
persona del menor que pierde el condenado si es el padre o madre está, precisamente, el
cuidado personal del hijo, razón por la cual, en aplicación de esta pena accesoria, se pierde
el cuidado que deberá ser entregado a un tercero556.
Por otro lado, si el condenado es una de las personas llamadas por ley a dar su
autorización para que la víctima salga del país, se prescindirá en lo sucesivo de aquélla. El
pariente condenado conservará, en cambio, todas las obligaciones legales cuyo
cumplimiento vaya en beneficio de la víctima o de sus descendientes.
Asimismo, es dable añadir que en tal caso, conforme a lo previsto en los arts. 6º
inc. primero, 12 inc. tercero y 2º letra d) de la Ley Nº 19.628, sobre Protección de la Vida
Privada558, el Servicio de Registro Civil e Identificación se encuentra obligado a cancelar la
citada subinscripción, por cuanto ésta contiene datos sensibles y caducos del ofendido, ya
que cuando éste cumple los 18 años, cambian los hechos o circunstancias que motivaron
el almacenamiento de tales datos. En consecuencia, el Servicio de Registro Civil e
Identificación está facultado para eliminar, a requerimiento del titular de la inscripción de
nacimiento que alcanza la mayoría de edad, la subinscripción establecida por el art. 370 bis
del Código Penal559.
CAPÍTULO VII EJERCICIO DEL DERECHO-DEBER DE CUIDADO PERSONAL DE LOS HIJOS
1. PLANTEAMIENTO
Este capítulo se destina al examen de la faz dinámica del cuidado personal de los hijos.
Para dicho efecto, se divide el análisis en cuatro partes: la primera, reservada a los aspectos
vinculados con el ámbito operativo del derecho, esto es, con su ejercicio o modo de cumplir
con el derecho-deber de cuidado personal, lo que incluye la identificación de los límites a
tal ejercicio; una segunda parte aborda el incumplimiento del derecho-deber, en especial
las situaciones constitutivas de ejercicio abusivo; el examen de las sanciones al
incumplimiento de los deberes de cuidado se acomete en la tercera parte; finalmente, la
cuarta parte se destina al análisis de la relación entre el ejercicio del cuidado personal y
otros derechos o institutos jurídicos, tanto de la relación paterno-filial como externos a ella.
Se advierte que este estudio se realiza respecto del cuidado personal de los hijos atribuido,
convencional, legal o judicialmente, a los padres excluyendo, por tanto, las situaciones de
cuidado personal confiado a terceros, revisadas en el capítulo anterior.
El deber de cuidado que tienen los padres, a diferencia del que pudiera corresponder a
un tercero por disposición judicial, es un deber de cuidado de especial intensidad, porque
supone el ejercicio de la responsabilidad parental. Como hemos tenido oportunidad de ir
precisando en esta obra, hoy en día la relación paterno-filial se construye en torno a los
hijos; sus instituciones jurídicas ¿responsabilidad parental (autoridad parental) y patria
potestad¿ se destinan prioritariamente a satisfacer el bien de éstos. A partir de ahí, resulta
que el ejercicio de todos los derechos derivados de la relación paterno-filial, cuando los
hijos son menores de edad, conlleva una actuación en interés de los hijos, conforme a la
cual su actuación no queda a mera discreción del progenitor titular del derecho y, al mismo
tiempo, debe adaptarse a la evolución de la personalidad del hijo, a sus cualidades,
características y necesidades.
En general, se ha estimado que los padres pueden ejercer como estimen más
conveniente el cuidado personal de los hijos, por ello el legislador les otorga en primer lugar
a ellos la facultad de autodeterminarse en este ámbito, sin embargo, tal idea debe ser
matizada; todas las consideraciones que hemos expresado van condicionando el ejercicio
del cuidado personal de los hijos, al punto que la actuación de los padres no es libre o como
mejor les convenga; su actuación siempre está condicionada y presidida por el interés de
los hijos561. El art. 224 CC es claro en la materia: el cuidado personal se basará en el
principio de corresponsabilidad, el cual exige la participación activa, equitativa y
permanente de los padres, aspectos que se deben ver reflejados en el ejercicio del cuidado
de los hijos; el principio no sólo propende a generar una posición más igualitaria entre los
padres, sino que, además, tiene por fin que el niño disfrute a ambos padres de la manera
más natural, formadora, sana y afectiva posible, garantizando la mayor cercanía al criterio
y expectativa de lo óptimo, siempre considerando su interés superior como el objetivo
fundamental, en lo que los padres deben cooperar y deponer sus propios beneficios 562.
2.2. Respecto de su carácter personal
Un segundo aspecto que incide en su ejercicio es el carácter personal del cuidado de los
hijos; carácter que tiene connotaciones en tres ámbitos, incluido en ello, el del ejercicio:
primero, para afirmar que su contenido no es patrimonial y, por lo mismo, no es un derecho
avaluable en dinero; segundo, para explicar que el ejercicio del cuidado personal exige una
actuación personal del padre cuidador, pues a él compete ejercer el derecho. En este
sentido, lo mismo que el derecho de relación directa y regular, el cuidado personal es
un derecho-deber de hacer personalísimo, que genera una prestación personalísima,
comprensiva, entre otros, del contacto, la convivencia habitual, los cuidados y atenciones
cotidianas, aunque por razones justificadas el padre cuidador puede ser asistido por
familiares o personas de su confianza en aspectos de la vida cotidiana del hijo, sin que esa
asistencia ¿que pueden prestar parientes o terceros¿ pueda ser considerada sinónimo de
delegación en el ejercicio del derecho.
En tercer lugar, el carácter personal implica que el cuidado personal de los hijos da lugar
a una relación entre padres e hijos sin intermediarios, una relación de mutua convivencia,
por el carácter personalísimo que para ambos tiene el ejercicio del derecho, lo cual supone
excluir las interferencias negativas de que pudiera ser objeto ¿por ejemplo, por el progenitor
que no tiene atribuido el cuidado o por terceros¿, las que afectarían la intimidad,
espontaneidad y naturalidad de las propias relaciones paterno-filiales. El cuidado es
personal en este ámbito, para significar que se refiere a unas específicas y determinadas
personas: un padre/madre y su hijo.
El cuidado personal debe ejercerse ¿como todo derecho¿ conforme a las exigencias de
la buena fe. Las exigencias de este principio entrañan la adecuada colaboración entre
ambos progenitores en el ejercicio del derecho 563, exigencia que aparece expresamente
alentada en el nuevo art. 224 del CC, al expresar la necesidad de participación activa,
equitativa y permanente de ambos padres en la crianza y educación de sus hijos. La vida
separada de los padres no significa en lo absoluto ausencia de relaciones entre ellos, por
el contrario, en casos de vida separada y atribuido el cuidado a ambos o a uno de ellos se
generan una serie de relaciones laterales inevitables derivadas de las obligaciones
comunes que ambos tienen respecto de sus hijos (art. 18 CDN), debiendo cada padre
facilitar la actuación del otro. Como se explicará más adelante, el padre cuidador debe
respetar el derecho de relación directa y regular que acuerden o determine el juez,
facilitando los contactos, posibilitando el ejercicio del derecho y absteniéndose de
conductas obstruccionistas564tanto si este derecho se reconoce respecto del otro padre,
como si se establece respecto de los abuelos.
En el año 2013 se aludió a una finalidad pedagógica de las normas que modificaron parte
importante de la regulación de las relaciones paterno-filiales en nuestro Código Civil, dado
que los problemas que se intenta solucionar, además del componente jurídico, tienen un
fuerte componente afectivo conductual, y el cambio de conducta y de conciencia no opera
automáticamente por el solo cambio de una ley. En este contexto, se insertan las
previsiones legales expresas sobre ciertas consideraciones en la forma de ejercer
el derecho-deber de cuidado personal de los hijos; estas previsiones, al mismo tiempo,
permiten identificar algunos de los límites naturales al ejercicio de este derecho-deber y van
modelando un modo adecuado de ejecutar el cuidado, por medio de deberes positivos o
negativos. En específico, la Ley Nº 20.680, de 2013, se encarga de fijar una serie de
deberes vinculantes para los padres cuidadores que deben ser respetados al tiempo de
ejercer el cuidado, lo ha hecho en ocasiones de forma directa y en otras, de modo indirecto,
es decir, da a entender un modo de comportamiento sin necesidad de imponerlo
directamente. Así se desprende de los reformados arts. 224 y 229 y del nuevo art. 225-2,
todos del CC.
Del artículo 224 CC se desglosan conductas positivas del cuidador: el cuidado de un hijo,
no en lo formal sino en su faz dinámica y operativa, en el día a día de la relación, debe
basarse en el principio de corresponsabilidad, y en esa virtud el cuidador, en el ejercicio del
cuidado, debe respetar y hasta facilitar la participación activa, equitativa y permanente del
otro padre en la crianza y educación de los hijos comunes, porque le interesa el bien de sus
hijos, y deberá concordar con el otro padre la forma de concretar esa participación.
El art. 229 CC en su inc. 5 establece un deber negativo al cuidador: El padre o madre que
ejerza el cuidado personal del hijo no obstaculizará el régimen de relación directa y regular
que se establezca a favor del otro padre, conforme a lo preceptuado en este artículo. Este
deber negativo no es más que un corolario o concreción de los deberes de cooperar con el
otro padre (que excluye toda obstaculización), de garantizar la relación directa y regular
(que supone determinados compromisos efectivos de cara al hijo y de cara al otro padre) y
de los deberes implícitos al principio de corresponsabilidad parental. En esa perspectiva, al
padre o madre cuidador le incumbe facilitar y posibilitar los contactos de sus hijos con el
otro padre y no obstruir la relación directa y regular, pues tiene el deber de procurar la mayor
realización espiritual y material posible de sus hijos (art. 222 CC), dentro de lo cual se
incardina lo necesario para asegurar el correcto desarrollo de su personalidad. Volveremos
con más detalle sobre este deber de no obstaculizar al analizar el ejercicio abusivo del
cuidado personal y la relación de éste con el derecho-deber de relación directa y regular.
El deber de garantizar implica, en su sentido natural, dar garantía, esto es, seguridad o
certeza sobre los aspectos normativos relevantes (entorno adecuado al hijo, máxima
estabilidad del hijo; relación directa y regular); con lo que se quiere significar que cuando
un padre asume el cuidado de sus hijos, conjuntamente con los aspectos residenciales y
temporales, asume también una serie de compromisos, respecto del hijo y respecto del otro
padre, de terceros, de la sociedad en su conjunto y del Estado. El juez, al decidir entre los
padres que se disputan el cuidado, deberá evaluar cuál de ellos ofrece esta confianza, cuál
aparece de modo más adecuado comprometido con la seguridad de estos aspectos.
Desde una óptica clínica y sistémica, se informa que la cooperación o colaboración entre
los padres, antes, durante y con posterioridad al divorcio, es uno de los factores protectores
más importantes de los hijos frente a los efectos negativos o dañosos de la ruptura 569. Este
deber de colaboración implica que luego del divorcio o una separación de pareja, los padres
deben seguir actuando conjuntamente en todo lo que atañe a la educación y crianza de los
hijos, principalmente en la adopción conjunta de las decisiones fundamentales en dichos
ámbitos, según se analizó al tratar el principio de corresponsabilidad parental.
Conjuntamente con ello, se espera también que el padre cuidador facilite el régimen de
relación, propiciando el vínculo, reforzando la imagen positiva del otro progenitor y
apoyando su autoridad como padre/madre. No se trata sólo de cumplir el acuerdo o
sentencia que determina el régimen de relación con el otro padre, sino también de promover
la importancia de esa relación.
Finalmente, la dedicación efectiva al cuidado del hijo es la satisfacción más esencial del
cuidado; supone todo el carácter afectivo, personal, directo y de convivencia diaria en la
relación padre-hijo; la consagración de los padres a sus hijos, destinarse al otro y por el
bien del otro. Este carácter permite apreciar que estamos situados ante un derecho que
aparece ejercitable por el progenitor custodio respecto de la persona del hijo y que no es
una cuestión puramente formal o declarativa, sino que exige un compromiso constante.
Podría sostenerse que el art. 225-2 CC contiene directrices obligatorias para el juez y que
los padres no son sus destinatarios, pero lo cierto es que, sin perjuicio de aquello, la ley
perfila por medio de los criterios del precepto un modo deseable de ejercer el cuidado. Un
padre interesado en que se le atribuya el cuidado de sus hijos deberá poner especial
preocupación por adaptar su comportamiento a esas directrices que el juez debe
necesariamente ponderar. Así, por ejemplo, en juicio donde ambos padres disputaban el
cuidado de su hija se prefirió a la madre por ser ella quien, además de contar con
competencias y condiciones materiales adecuadas para brindar una apropiada protección
a la hija y haber aportado económicamente a los gastos de crianza durante el periodo en
que la niña vivió con el padre, mantiene un tono respetuoso respecto de este último; en
cambio, el padre, además de no haber rendido prueba respecto de sus competencias
parentales, constantemente cuestionaba el cuidado de la madre y dificultaba la participación
de ella en el proceso educativo de la hija, afectando el ejercicio de su rol570.
Todo lo expresado en este apartado, sobre las previsiones específicas de ejercicio del
cuidado personal, está referido a las actuales normas civiles que regulan la relación
paterno-filial; por tanto, son sin perjuicio de reglas dispersas en distintos cuerpos normativos
que establecen deberes para la persona que ejerce el cuidado personal de un niño, las
cuales no corresponde abordar aquí. Sólo a título ejemplar, por su alta incidencia práctica
en la configuración de un marco de protección general de los niños, cito la obligación de
denunciar actos de violencia intrafamiliar que, conforme al inc. 2º del art. 84 LTF, recae
sobre quienes ejercen el cuidado personal de aquellos que en razón de su edad,
incapacidad u otra condición similar no pudieren formular por sí mismos la respectiva
denuncia. El incumplimiento de esta obligación por el padre cuidador es sancionado con la
pena prevista en el art. 494 CP, esto es, multa de una a cuatro unidades tributarias
mensuales.
2.5. Preeminencia de la ejecución práctica antes que los aspectos formales
La primera se inserta en una disputa entre los padres de tres hijos que presentaban daño
emocional padecido por la inexistencia de un ambiente familiar estable y los diversos
procesos judiciales a los cuales habían sido expuestos; los padres habían arribado en 2012
a un acuerdo por medio del cual el padre tendría el cuidado de los hijos, mismo que se
constató era justamente la causa de los conflictos de los padres. La realidad daba cuenta
de que, en la práctica, había venido operando un sistema de cuidado distinto, manifestado
en el hecho de pernoctar los hijos todos los días ordinarios con la madre para ir al colegio,
que ésta los levantaba en las mañanas para lo mismo, que compartían dos comidas con
ésta, mañana y noche, y variadas circunstancias que son tomadas como normales al interior
de un hogar, lo cual condujo a los jueces del grado a estimar que estaban bajo un cuidado
personal ejercido por la madre. También quedó en evidencia que con el tipo de acuerdo
formal de los padres se desvanecieron las responsabilidades que cada uno de los
progenitores debe asumir respecto de sus hijos.
Se acreditó en los autos que las capacidades parentales de los litigantes, si bien
disminuidas, están presentes en ambos, por lo que cualquiera de ellos podría ejercer el
cuidado de los hijos; no se acreditó malos cuidados de la madre, cuestión que había sido
alegada por el padre. Conjuntamente, se estimó que para menguar los efectos adversos en
los niños y hacer más estable la dinámica familiar diaria era necesario modificar
provisoriamente el acuerdo existente entre las partes y para determinar cómo salvaguardar
los derechos de los niños, se tomó en consideración la realidad de hecho que había venido
operando en la práctica, es decir, que si bien formalmente los hijos comunes están al
cuidado del padre, en la práctica era más bien un cuidado personal ejercido por la madre,
así entonces el tribunal de grado optó por dejar a los hijos bajo el cuidado de la madre. La
Corte de Apelaciones respectiva confirmó la sentencia de grado y, a su turno, la Corte
Suprema rechazó el recurso de casación en contra de esta última resolución 572. Aquí, la
ejecución práctica permite alterar el cuidado que formalmente estaba vigente.
El incumplimiento total que deja insatisfecho el derecho ocurre cuando el padre o madre
cuidador no actúa su derecho-deber, porque abandona al hijo, lo descuida completamente
o no se interesa en absoluto por él; fácticamente, equivale al no ejercicio y trae como
resultado que los hijos sean separados de él, ya sea de modo temporal (medidas de
protección), con carácter de permanencia (otorgamiento del cuidado a un tercero conforme
al art. 226 CC) o de modo radical y definitivo (entrega en adopción a otras personas
idóneas, Ley Nº 19.620).
Mención especial merece el ejercicio abusivo del cuidado personal que ocurre cuando el
padre o madre cuidador utiliza el ejercicio del derecho para fines diversos de los que le son
propios, sobrepasando manifiestamente sus límites normales, afectando otros intereses o
derechos del hijo o de otras personas, normalmente del padre no custodio. El ejercicio
abusivo del derecho-deber de cuidado es un tipo particular de cumplimiento imperfecto.
La Ley Nº 20.680, de 2013, se pronunció sobre estos problemas desde dos perspectivas:
por una parte, ha mirado este aspecto en un sentido positivo, aludiendo al deber del
padre/madre que ejerce el cuidado personal de cooperar con el otro, a fin de asegurar la
máxima estabilidad al hijo y garantizar la relación directa y regular (art. 225-2 letra d CC),
esa cooperación exige de quien ejerce el cuidado personal ciertas conductas, como
comunicar al padre no cuidador cualquier situación del hijo que pueda impedir, dificultar o
alterar el ejercicio de su derecho de relación directa y regular. En una perspectiva negativa
se impone un deber de abstención: el padre o madre que ejerza el cuidado personal del hijo
no obstaculizará el régimen de relación directa y regular que se establezca a favor del otro
padre (art. 229 inciso 5º CC). Obstaculizar consiste, conforme al diccionario de la Real
Academia Española, en impedir o dificultar la consecución de un propósito. En el caso
particular del derecho de relación, lo que se impide o dificulta es tanto el mantenimiento del
vínculo familiar entre el progenitor no cuidador y sus hijos, como el desarrollo integral de
éstos.
El ejercicio abusivo del cuidado personal, que se exterioriza por medio de la obstrucción
al derecho de relación directa y regular, se configura así como una conducta antijurídica,
un abuso del derecho. De todo ello resulta, categóricamente, que tanto el derecho del hijo
a relacionarse con su padre no custodio, como el derecho de este padre, que no ejerce el
cuidado personal, a que no se ponga en peligro su relación paterno-filial, son intereses
legalmente protegidos en el art. 229 CC.
Los tribunales se han visto en la necesidad de aplicar las normas y principios reseñados
en este último sentido en un caso donde los hijos, de 13 y 11 años, que se encontraban al
cuidado de la madre en la ciudad de Santiago fueron trasladados por ésta, sin aviso previo
ni preparación, a una ciudad del sur del país, haciendo impracticable el régimen de relación
directa y regular establecido en favor del padre y de los hijos.
En la causa se apreció que los niños ven a ambos padres como figuras significativas con
vinculación afectiva, encontrándose ambos habilitados física y moralmente para detentar el
cuidado personal, sin embargo, la madre no había mantenido una actitud colaboradora a
fin de asegurar la máxima estabilidad de sus hijos y garantizar una relación directa y regular
con el padre, contribuyendo, más bien, a acrecentar la relación conflictiva con él, generando
incumplimientos continuos y reiterados y exponiendo a sus hijos a una tensión permanente.
Se tuvo por acreditado que el imprevisto cambio de residencia generó un desarraigo de los
niños con su hábitat, vivencias personales, colegio, padres y familia extendida, del cual no
han logrado acostumbrarse hasta la actualidad, existiendo por parte de ellos un rechazo a
permanecer en la nueva ciudad (según lo expresado por los mismos niños en audiencia
reservada), lo que les ha generado conflictos de adaptación y consecuencias negativas a
nivel emocional, atendida su etapa de desarrollo. La sentencia de primera instancia,
confirmada por el fallo en alzada, dio cuenta y ponderó todas aquellas circunstancias y
elementos especiales referidos en los artículos 225 y 225-2 CC, ajustándose, además, a
las reglas y principios de la CDN, especialmente el principio de autonomía progresiva que
permite a los niños ejercer sus derechos de una manera progresiva a medida que
desarrollen un mayor nivel de autonomía personal. En atención a todas esas
consideraciones, la Corte Suprema rechazó el recurso de casación en el fondo deducido
por la madre en contra de la sentencia de alzada, que confirmó la del grado que acogió la
demanda de cuidado personal deducida por el padre582.
En otras oportunidades, la actitud del cuidador que obstruye el ejercicio del derecho de
relación directa y regular incluso ha sido calificada como acto arbitrario e ilegal que atenta
contra la integridad psíquica del padre no custodio, haciendo procedente el recurso de
protección a favor de éste y de los hijos comunes. En la causa quedó probado que el
proceder de la recurrida (cuidadora) fue ilegal, desde que fuera de todo amparo normativo
procedió a hacerse justicia por mano propia, privando al recurrente en el legítimo ejercicio
de su garantía fundamental de integridad psíquica al estar impedido de ver a su única hija,
y también aparece como arbitrario, si se atiende a que la razón que se esgrimió para la
negativa a que se desarrollaran las visitas escapa a toda proporcionalidad si se considera
que de por medio está el derecho de padre e hija de relacionarse directa y regularmente; y
la prudencia y cautela a que hace mención la recurrida no se comprenden, cuando
precisamente un actuar prudente y cauteloso de los derechos de su hija consiste en no
alterar su situación emocional. La Corte de Apelaciones de Valdivia con estos
razonamientos acogió el recurso de protección interpuesto por el padre no custodio, sin
costas, y en consecuencia se declaró: 1.- Que la recurrida no podrá modificar, ni menos
aún eliminar, unilateralmente el acuerdo regulatorio aprobado judicialmente y su aplicación
práctica; 2.- En tanto no se modifique por el tribunal competente la regulación de la relación
directa y regular, y su aplicación práctica a la fecha, se ordena mantener la periodicidad
quincenal de las visitas; 3.- Se ordena a la recurrida no impedir ni dificultar la comunicación
telefónica entre su hija y el padre583.
En el ámbito civil personal, ha de señalarse con carácter general que un padre puede ser
privado del cuidado personal de un hijo por razón de ciertas conductas o hechos personales
suyos585. Del art. 235 CC se entiende que estas conductas pueden ser la ausencia,
inhabilidad o muerte; a ello se debe agregar, conforme al art. 238 CC, el abandono del hijo;
por su parte, el art. 239 CC ratifica la inhabilidad moral como causa de privación. Todo lo
anterior es sin perjuicio de los casos de inhabilidad física o moral del art. 42 LM, que, en
caso de afectar a uno de los padres, confiere el cuidado personal de los hijos al otro, y si
afecta a ambos padres, faculta al juez para otorgar el cuidado personal a un tercero, según
se analizó en el capítulo anterior.
La privación del cuidado personal aparece, en las disposiciones legales citadas (arts. 235,
238 y 239 CC), más como una sanción al padre o madre por su conducta o situación, que
una decisión fundada genuinamente en el interés superior de los hijos. Ciertamente, puede
estimarse que tal interés se encuentra implícito en dichas situaciones, pero no es la
protección del hijo lo directamente atendido con la privación del cuidado. Lo dicho deja en
evidencia una diferencia notable con las situaciones de suspensión o restricción del derecho
de relación directa y regular que, conforme al inc. final del art. 229 CC, sólo procede cuando
manifiestamente perjudique el bienestar del hijo, lo que declarará el tribunal fundadamente.
Aparece aquí el interés superior de los hijos como única causa de suspensión o restricción
del derecho.
La Ley Nº 20.680 ofició una reingeniería en este ámbito. Antes de su vigencia y en casos
de vida separada de los padres, la madre podía ser privada del cuidado de sus hijos sólo si
se acreditaba maltrato, descuido u otra causa calificada y el cambio de cuidado era
indispensable. El padre, por su parte, quedaba privado del cuidado por ley y para mientras
no lograse acreditar en juicio que el interés del hijo hacía indispensable el cambio de
cuidado, sea por maltrato, descuido u otra causa calificada. Además, quedaba privado del
cuidado personal de sus hijos el padre o madre que no hubiese contribuido a su mantención
mientras estuvo bajo el cuidado del otro padre, pudiendo hacerlo. Actualmente, el juez
puede otorgar el cuidado a un padre y, por tanto, privar del mismo al otro, cuando las
circunstancias lo requieran y el interés superior del hijo lo haga conveniente y, en ningún
caso, podrá fundar exclusivamente su decisión en la capacidad económica de los padres.
La posibilidad de modificar el cuidado personal que ejerce uno de los padres y entregarlo
al otro, producto de la conducta obstaculizadora del primero respecto del derecho de
relación del segundo, se enmarca dentro de las medidas de protección del derecho de
relación directa y regular, que tienen por objeto preferente la sanción al incumplidor, aunque
en cierta forma su objeto también es preservar la relación del hijo con ambos padres,
cambiando la radicación del cuidado personal586.
La jurisprudencia argentina ha declarado que "las obstrucciones del derecho de visitas
provenientes de la madre a quien se le ha dado la tenencia, constituyen fundamento
suficiente para modificarla, pues con dicha actitud se posterga el derecho y bienestar del
niño a quien estas visitas también benefician, atento a que debe prevalecer como factor
decisivo a esos fines el interés moral o material del menor sobre cualquier otra circunstancia
que pueda concurrir a cada caso"587.
Hay doctrina que considera que frente a incumplimientos reiterados del régimen de
comunicación directa y regular, a pesar de no haber norma expresa, el juez tendría la
facultad de variar la asignación del cuidado personal, en la medida en que el otro progenitor
diera garantías de cumplimiento del régimen de comunicación que deba establecerse entre
los hijos y el padre incumplidor591.
Posterior al año 2013, además de las sentencias ya citadas al tratar el ejercicio abusivo
del cuidado personal, podemos mencionar varios casos. En resolución de 2014 se concluye
que aplicando la norma del inciso 4º del artículo 225 del citado Código, es plausible alterar
el régimen de cuidado personal del menor, cuando así lo aconsejen las circunstancias del
caso y el interés superior del niño. Precisamente eso es lo que ha sucedido en la especie,
pues la madre del menor ¿lejos de fomentar un acercamiento con su padre¿ ha
obstaculizado reiteradamente esa relación, llegando incluso al extremo de desacreditar al
actor mediante infundadas acusaciones de un presunto abuso sexual, actitud que no solo
importa el evidente padecimiento del síndrome de alienación parental, ¿ratificado por el
informe pericial del psicólogo...¿ sino además una clara demostración de su falta de
habilidad para detentar el cuidado personal de su hijo, evidenciando algunos trastornos en
su personalidad, lo que ha sido constatado por psicólogos y psiquiatras593.
En otro caso muy complejo, producto de la continua judicialización a que sometieron los
padres los diversos problemas que se originaron a partir de su quiebre matrimonial, que
incluyó denuncias de presuntos delitos sexuales hacia el niño por el padre; causas por
desacato; divorcio culposo; causas de protección del niño, en las que se adoptaron medidas
cautelares de cuidado personal provisorio del niño a su abuela paterna; prohibición de
acercamiento de los progenitores, entre otras, el Tribunal de Familia comprobó que existía
una vulneración importante en los derechos del niño, que era consecuencia del actuar
materno, previniendo que aquel progenitor que incurra en conductas obstaculizadoras de
la revinculación del padre con su hijo podrá ser privado del ejercicio del cuidado personal.
Sin perjuicio de los apercibimientos, quedó probado que la conducta de la madre había sido
reiterada, permanente e inequívoca en cuanto a obstaculizar el relacionamiento familiar
entre el niño y el padre. El Tribunal de Familia entregó el cuidado en forma definitiva al
padre, decisión confirmada por la Corte de Apelaciones respectiva595.
Por otro lado, en todos los casos en que, a consecuencia de su incumplimiento, el padre
cuidador es privado del cuidado de los hijos se desencadenan una serie de sanciones o
consecuencias civiles que afectan diversos aspectos de la autoridad parental, como es el
caso de la facultad o derecho de dirigir la educación de los hijos, la facultad de corrección
o la facultad de autorizar al hijo para salir fuera del país. La entidad de la privación del
cuidado es de tal gravedad por su extensión, que su procedencia exige evaluar el beneficio
que para el hijo reporta su adopción, de forma tal que no termine transformándose la
sanción al padre incumplidor en un castigo para el hijo.
Desde una perspectiva criminal, es posible encontrar sanciones penales para específicas
formas de incumplimiento de los deberes del cuidador que configuran una conducta típica.
Así sucede con los padres de familia, o los que legalmente hagan sus veces, que
abandonen a sus hijos, no procurándoles la educación que requieren, a los que se impone
la pena de multa de una a cuatro unidades tributarias mensuales (art. 494 Nº 15 CP). El
incumplimiento por parte del padre cuidador de sus deberes de cuidado que se manifiesta
en el abandono en un lugar no solitario del hijo menor de siete años es castigado con la
pena de presidio menor en su grado máximo, cuando el que lo abandona reside a menos
de cinco kilómetros de un pueblo o lugar en que hubiere casa de expósitos, y presidio menor
en su grado medio en los demás casos (art. 347 en relación con art. 346, ambos del CP).
Respecto del ejercicio del derecho de relación directa y regular, se ha dicho que el primer
y más genérico deber del padre que tiene atribuido el cuidado personal consiste en
respetarlo610, sin embargo, la norma chilena exige algo más: el cuidador está obligado a
hacer todo lo posible, activa y pasivamente, para que el hijo se relacione con el otro
progenitor, porque tiene el deber de asegurar su máxima estabilidad. Se suele indicar que
el progenitor custodio debe fomentar, favorecer y facilitar los contactos del hijo con el otro
padre611. La actitud del cuidador no puede ser pasiva, de indiferencia o de inactividad
respecto del derecho de relación, sino, muy por el contrario, debe ser una conducta activa
y positiva612; se trata de permitir y posibilitar el buen funcionamiento del régimen de relación
en interés de los hijos sin que ello implique, desde mi punto de vista, llegar a constituirse
en deudor de una obligación de resultado consistente en convencer u obligar al hijo a
acompañar al otro padre613. Todo esto obliga a actuar con conciencia de la función que ser
padres demanda; dicha conciencia impediría a un padre negarse a favorecer o facilitar el
ejercicio de un adecuado régimen de comunicación de sus hijos con el otro progenitor y a
éste mal usar de la relación con el hijo en perjuicio del custodio.
Otro deber básico del custodio es respetar los términos del régimen de relación, ya sea
fruto de su común voluntad o de la decisión judicial; en este sentido, no puede
unilateralmente decidir limitaciones al régimen, ya que la comunicación determinada sólo
puede ser interrumpida o modificada por decisión judicial, en general, cuando concurran
circunstancias que manifiestamente perjudiquen el bienestar del hijo, lo que declarará el
tribunal fundadamente (art. 229 inc. final CC); en apelación, confirmada por la Corte
Suprema, se estimó que la suspensión en forma arbitraria determinada por la madre al
ejercicio del sistema regulado de común acuerdo por las partes, ha sido perjudicial para los
mismos, por tanto concluyen que, es necesaria la reanudación de los vínculos
abruptamente cortados616. Las vías de hecho están proscritas en este ámbito, como tuvimos
oportunidad de ver líneas atrás617.
El art. 555 del CCyC argentino establece expresamente una obligación del cuidador, en
los siguientes términos: Los que tienen a su cargo el cuidado de personas menores de
edad, con capacidad restringida, o enfermas o imposibilitadas, deben permitir la
comunicación de estos con sus ascendientes, descendientes, hermanos bilaterales o
unilaterales y parientes por afinidad en primer grado. Al mismo tiempo, considerando las
dificultades que se pueden presentar, establece la necesaria intervención judicial para
resolver lo pertinente: Si se deduce oposición fundada en posibles perjuicios a la salud
mental o física de los interesados, el juez debe resolver lo que corresponda por el
procedimiento más breve que prevea la ley local y establecer, en su caso, el régimen de
comunicación más conveniente de acuerdo a las circunstancias.
Considerando que la norma no distingue, habrá que entender que este derecho no es
exclusivo de las situaciones de vida separada de los progenitores, pudiendo ser regulado
aun en casos de normalidad de pareja, aunque obviamente pueda ser más apreciable la
relación con los abuelos para los hijos de padres que se separan, al resultar normalmente
una garantía de estabilidad y continuidad. Este derecho de los hijos existe con plena
autonomía respecto a la relación paterno-filial, pero de un modo compatible con ella, en
cuanto envuelve el deber correlativo del o los padres que ejercen el cuidado de respetar y
garantizar este derecho del hijo. Así expresamente lo contempla el segundo párrafo del
art. 317 bis del Código Civil italiano, al establecer que cuando a un abuelo se impida el
ejercicio del derecho a relacionarse con su nieto, puede solicitar al tribunal que adopte las
medidas más apropiadas en el interés exclusivo del niño623; en términos semejantes, el
art. 160.2 CC español expresa: No podrán impedirse sin justa causa las relaciones
personales del menor con sus hermanos, abuelos y otros parientes y allegados.
La relación de los niños con otros parientes ha quedado relegada al art. 48 LM, que
permite al juez, luego de oír a los padres y a la persona que tenga el cuidado personal del
menor, conferir derecho a visitarlo a los parientes que individualice, en la forma y
condiciones que determine, cuando parezca de manifiesto la conveniencia para el menor.
El juez puede, asimismo, suprimir o restringir este derecho cuando pudiera perjudicar el
bienestar del menor. Conforme a la norma, no hay aquí un derecho legalmente consagrado
para los parientes, más bien se entrega al juez la facultad de decidir la procedencia de
regular un régimen de visitas, para lo cual, el único criterio es el interés superior del niño:
se dará lugar a las visitas si son manifiestamente convenientes para el niño; se negará la
petición o se suprimirá o limitará las que estuvieren vigentes si perjudican su bienestar. La
relación con el cuidado personal aparece de modo expreso, en cuanto el juez está obligado
a oír a los padres o a la persona que tenga el cuidado personal del niño antes de decidir si
establece o no un régimen de visitas y su forma y condiciones, en su caso; no está obligado
a respetar la voluntad del cuidador, pero sí a oírlo.
En nuestro medio la patria potestad, por definición, es una institución relativa sólo a los
bienes de los hijos: La patria potestad es el conjunto de derechos y deberes que
corresponden al padre o a la madre sobre los bienes de sus hijos no emancipados y se
ejerce también sobre los derechos eventuales del hijo que está por nacer (art. 243 del CC).
La reforma de la Ley Nº 20.680 no incidió en su contenido, que conserva esencialmente
sus atributos típicos; pero sí afectó su titularidad y ejercicio.
Si los padres viven juntos, la patria potestad será ejercida por el padre o la madre o ambos
conjuntamente, según convengan formalmente (inc. 1º art. 244 CC); a falta de acuerdo,
corresponde al padre y a la madre en conjunto el ejercicio de la patria potestad (inc. 2º
art. 244 CC); cuando el interés del hijo lo haga indispensable, a petición de uno de los
padres, el juez podrá confiar su ejercicio al padre o madre que carecía de él o radicarlo en
uno solo de los padres si la ejercieren conjuntamente. El cambio es trascendente en
términos de igualación de los padres en la relación paterno-filial, al sustituir la norma que
atribuía al padre el ejercicio exclusivo por una regla de ejercicio conjunto, siguiendo así la
lógica del cuidado personal en vida conjunta: ambos padres deben compartir las funciones.
Si los padres viven separados la patria potestad será ejercida por aquel que tenga a su
cargo el cuidado personal del hijo, o por ambos, de conformidad al art. 225 CC. Con ello se
mantiene la dependencia entre ejercicio de la patria potestad y atribución del cuidado
personal. Por acuerdo de los padres o resolución judicial fundada en el interés del hijo,
puede atribuirse la patria potestad al otro padre o radicarla en uno de ellos si la ejercieren
conjuntamente. Además, basándose en igual interés, los padres pueden ejercerla en forma
conjunta (art. 245 inc. 2º CC). En estas hipótesis, también el cambio es significativo, debido
a que por primera vez se permite que aun viviendo separados los padres el ejercicio de la
patria potestad pueda ser conjunto, tengan o no el cuidado personal compartido de los hijos.
Así las cosas, durante la vida conjunta de los padres se produce, por vía legal, total
simultaneidad en la lógica de compartir las responsabilidades y deberes paterno-filiales. El
legislador se inclina hacia modelos de ejercicio compartido o conjunto de los deberes y
responsabilidad, dando a entender que ambos padres se encuentran igualmente
habilitados, tanto para el cuidado personal como para el ejercicio de la patria potestad; si
los padres nada han acordado, ambos deben asumir tales deberes (arts. 224 inc. 1º y 244
inc. 2º CC). Es posible disociar tales ejercicios conjuntos sólo por acuerdo o resolución
judicial. La regla legal de atribución del ejercicio de la patria potestad en vida separada
mantiene su dependencia al cuidado personal, aunque pueden distribuirse tales ejercicios
por acuerdo o decisión judicial, lo que puede resultar conveniente, por ejemplo, cuando la
vinculación entre los padres, posterior a la separación, se torna progresivamente conflictiva.
A partir de ahí, las grandes diferencias entre la situación del binomio patria potestad-
cuidado personal, antes y después de la Ley Nº 20.680, están dadas por el mayor equilibrio
actual en el ejercicio de ambas funciones, con lo que se pone fin a las discriminaciones por
razón de sexo, tanto en lo referido al cuidado de los hijos como en la administración de sus
bienes. Esta igualación de posibilidades para asumir las funciones parentales produce, a
su vez, un equilibrio en el poder negociador de los padres 624.
5.4. Responsabilidad civil de los padres por los actos de sus hijos
Cuando los padres viven separados, una respuesta apresurada puede llevar a concluir
que el padre/madre que tiene el cuidado personal del hijo es el único responsable de los
daños provocados por él; ello deriva de la errónea idea de que a dicho padre/madre le
corresponde en exclusiva su formación, crianza y educación y al otro, sólo un derecho
residual para visitarlo, consideración habitual antes de la reforma de la Ley Nº 20.680625.
Sin embargo, tal criterio cambia con la referida ley, estimándose hoy que la responsabilidad
y los deberes en la crianza y educación de los hijos, incluida la capacidad de los padres
para controlar los actos de los hijos y para guiarlos y orientarlos en el ejercicio de sus
derechos, inculcándoles valores, corresponden a ambos padres, cualquiera sea la situación
vivencial concreta. Respecto de esos deberes, los hijos están a cargo de ambos padres no
sólo del cuidador, conforme al principio de corresponsabilidad parental. Ninguno de tales
deberes cesa con el término del matrimonio ni a consecuencia de la vida separada de los
padres, más bien, en todos los casos de crisis de pareja se impone el criterio de
mantenimiento de los deberes parentales.
La responsabilidad por los daños derivados de delitos y cuasidelitos civiles del hijo menor
de siete años, demente y menor de dieciséis sin discernimiento, cuyos padres no conviven,
que conforme al art. 2319 CC corresponde a "las personas a cuyo cargo estén", bajo la
condición de que pueda imputárseles negligencia626, puede ordenarse de la siguiente
manera: a) si los padres viven juntos, se entiende que los hijos están a cargo de ambos,
por el ejercicio legal de consuno del cuidado personal; por tanto, ambos padres serían
responsables de los referidos daños; b) de igual modo, ambos padres serían responsables
si viven separados y han acordado cuidado personal compartido, al menos, respecto de los
actos realizados u ocurridos en el momento en que cada uno ejerza la custodia del hijo; c)
en casos de cuidado personal individual, correspondería la responsabilidad por los daños
al padre que tiene atribuido el cuidado personal y, también, al padre no custodio, ya sea en
términos generales por la corresponsabilidad parental que le compete, en la medida en que
haya sido negligente en su responsabilidad, proporcionando una deficiente educación a sus
hijos (culpa in educando), ya sea en términos restringidos, por los daños causados por los
hijos durante el periodo en que están a su cargo (y no a cargo del custodio), en ejercicio del
derecho de relación directa y regular.
El art. 2320 inc. 2º CC establece que el padre y a falta de éste, la madre, es responsable
del hecho de los hijos menores que habiten en la misma casa. La norma establece un
responsable principal y uno subsidiario, y su texto está pensado para una situación de
convivencia de ambos padres con los hijos, resultando la responsabilidad una consecuencia
de asignarse, normalmente, la patria potestad del hijo al padre o de que los hijos estaban
especialmente sometidos al padre627. Empero, estos criterios han sido transformados en las
relaciones paterno-filiales, como hemos visto a lo largo de este libro, lo que exige adaptar
el sentido de esta norma de responsabilidad a las nuevas orientaciones 628; así habría que
entender que si los padres conviven, ambos son recíprocamente responsables de los actos
de sus hijos menores de edad; lo mismo sucede cuando viven separados y han acordado
la modalidad de cuidado personal compartido. En los casos de cuidado individual en cabeza
de uno de los padres, será ese padre o madre el responsable por los actos del hijo, dado
que el cuidado personal supone la convivencia y habitación en la misma casa.
El art. 2321 CC. completa el cuadro, señalando que los padres serán siempre
responsables de los delitos y cuasidelitos cometidos por sus hijos menores y que
conocidamente provengan de mala educación o de hábitos viciosos que les han dejado
adquirir. Se trata de una presunción de responsabilidad de los padres que opera a todo
evento si se prueban las causas del delito o cuasidelito (mala educación o de hábitos
viciosos), con independencia de dónde vivan los hijos menores o a cargo de quién se
encuentren: tanto responde de los delitos y cuasidelitos cometidos por sus hijos el padre
que tiene el cuidado, como el que no lo detenta629.
En todos los casos en que la responsabilidad por los actos de los hijos corresponda a
ambos padres, éstos serán solidariamente responsables, en aplicación de las nuevas
orientaciones de la relación paterno-filial, las que colocan a ambos padres en una posición
de igualdad por la crianza y educación de sus hijos.
Ha sido tradicional entender que en los casos de vida separada de los padres, cuando la
atribución del cuidado personal de los hijos recae en uno de ellos, el otro tiene el deber casi
exclusivo de alimentos. Cada cierto tiempo, los tribunales se han visto en la necesidad de
recordar que el cuidador en su calidad de padre/madre tiene también el deber de contribuir
a la manutención. Así como el padre no custodio no se exonera del deber de velar por los
hijos, darles alimentos, prestarles asistencia de todo orden cuando lo requieran, participar
en su crianza y educación y relacionarse en forma directa y regular con ellos, es categórico
que el cuidador debe contribuir en los aspectos económicos, aunque en ellos se debe
considerar que las tareas cotidianas en el cuidado del hijo tienen un valor económico y
constituyen un aporte a su manutención631.
La legislación argentina igualmente señala, como regla general, que ambos progenitores
tienen la obligación y el derecho de criar a sus hijos, alimentarlos y educarlos conforme a
su condición y fortuna, aunque el cuidado personal esté a cargo de uno de ellos (art. 658
CCyC). Se precisa que, en caso de cuidado personal compartido, si ambos progenitores
cuentan con recursos equivalentes, cada uno debe hacerse cargo de la manutención
cuando el hijo permanece bajo su cuidado; si los recursos de los progenitores no son
equivalentes, aquel que cuenta con mayores ingresos debe pasar una cuota alimentaria al
otro para que el hijo goce del mismo nivel de vida en ambos hogares. Los gastos comunes
deben ser solventados por ambos progenitores, conforme a su condición y fortuna (art. 666
CCyC).
En nuestro país, en los casos de divorcios solicitados de común acuerdo por los padres
por cese de la convivencia, tanto el cuidado de los hijos ¿en modalidad individual o
compartida¿ como la contribución para su manutención y demás gastos, deben
necesariamente constar en el acuerdo completo y suficiente que se presenta a la
aprobación del tribunal (art. 55 en relación con el art. 21 LMC). En esos pactos los padres
tienen autonomía para acordar lo que estimen conveniente, mientras no se afecte con ello
el interés superior de sus hijos o derechos irrenunciables. Lo propio ocurre en los procesos
de separación judicial solicitada de común acuerdo por cese de la convivencia (art. 27
LMC).
El art. 49 LM distingue, para los efectos de la autorización de salida fuera del país de un
menor de edad, si el cuidado personal ha sido o no confiado por el juez a alguno de los
padres (o un tercero); por tanto, en el centro de la solución legal a esta temática se
encuentran las decisiones sobre el cuidado personal de los hijos. Si la tuición del hijo no ha
sido confiada por el juez a alguno de sus padres ni a un tercero, aquél no podrá salir sin la
autorización de ambos padres o de aquel que lo hubiere reconocido, en su caso. Ya
sabemos que cuando uno solo de los padres ha reconocido a un niño, su cuidado personal
corresponde al padre o madre que lo haya reconocido (art. 224 inc. 2º CC). Y cuando
ambos lo han reconocido y viven juntos, el cuidado por ley es de consuno, por tanto, es
lógico que la autorización para salida del país competa a ambos padres; lo mismo ocurre si
viven separados y han acordado cuidado compartido. No resulta tan claro cuando han
acordado cuidado individual o cuando nada han acordado y el cuidado lo tiene aquel padre
con quien el hijo está conviviendo, por aplicación del inc. 3º del art. 225 CC.
Confiada por el juez la tuición a uno de los padres o a un tercero, el hijo no podrá salir
sino con la autorización de aquel a quien se hubiere confiado. Debe entenderse que lo
mismo operaría cuando el cuidado ha quedado determinado por acuerdo de los padres o
por disposición legal.
La norma agrega que, regulado el derecho a que se refiere el art. 229 CC por sentencia
judicial o avenimiento aprobado por el tribunal, se requerirá también la autorización del
padre o madre a cuyo favor se estableció. Esta regla, denominada derecho ne exeat,
confiere al padre no custodio facultades que históricamente han estado ligadas a quien
goza del derecho de cuidado personal. Lo anterior permite fundar la idea de que el titular
del derecho de relación directa y regular ¿al amparo de la Convención de La Haya de
1980633¿ podría ampliar sus facultades hacia aquellas que son propias del cuidado personal
en las áreas de aplicación definidas por la misma Convención 634. La doctrina ya venía
insinuando que, en el marco de la Convención de La Haya, se derriba la concepción que
asume que todas las decisiones relevantes en la vida de los hijos pueden ser
adoptadas sólo por el padre titular del derecho al cuidado personal635. A partir de esa regla,
la autorización que debe otorgar el padre que no es titular del cuidado se configura de pleno
derecho como una facultad inherente al derecho de relación directa y regular, desde que se
regula un régimen de relación a su favor636. Este verdadero derecho de veto (cláusula ne
exeat) sobre el traslado del hijo equivale a un derecho de custodia a los efectos del
Convenio de La Haya de 1980.
El permiso del cuidador o del progenitor no custodio, según el caso, debe prestarse por
escritura pública o por escritura privada autorizada por un notario público. Tal permiso no
será necesario si el hijo sale del país en compañía de la persona o personas que deben
prestarlo. En caso de que no pudiere otorgarse o sin motivo plausible se negare la
autorización, podrá ser otorgada por el juez de familia del lugar en que tenga su residencia
el hijo. El juez, para autorizar la salida en estos casos, tomará en consideración el beneficio
que le pudiere reportar al niño y señalará el tiempo por el que concede la autorización.
Expirado este plazo sin que el niño vuelva al país, podrá el juez decretar la suspensión de
las pensiones alimenticias que se hubieren decretado. En todos los demás casos para que
un niño se ausente del país requerirá la autorización judicial del tribunal de su residencia.
En otras oportunidades, la situación del cuidado personal de los hijos ha sido estimada
para desafectar un inmueble: la finalidad de los bienes familiares son, entre otros, amparar
al cónyuge no propietario de la vivienda y resguardar el interés de los hijos comunes y del
cónyuge al que le corresponde el cuidado de los hijos y, en el caso, el demandado no tiene
el cuidado de algún hijo, ya que éstos son mayores de edad. En la causa, el no propietario
que seguía viviendo en el inmueble declarado bien familiar no había quedado al cuidado de
hijos menores de edad, por el contrario, vivía en el inmueble con hijos de más de treinta
años y terceras persona, y había quedado acreditado tanto la necesidad de la propietaria
para habitarlo personalmente, como que ni el demandado, ni los hijos que habitan el
inmueble de que se trata, han invocado, ni han acreditado que estén inhabilitados para
trabajar y poder acceder a otro inmueble. En consecuencia, se confirmó la sentencia que
desafectó el inmueble644.
Por cierto, no se intenta con ella pagar o indemnizar a un padre por el cumplimiento de la
función social de cuidado, esto es, por la satisfacción de un deber legal; la compensación
económica no es el precio a pagar por el cuidado de los hijos, sino una compensación por
el menoscabo económico que se produce en atención a causas que para el legislador son
relevantes. Por lo mismo, aun cuando se acredite que uno de los padres durante toda la
vigencia del matrimonio se dedicó al cuidado de los hijos, no procede automáticamente la
compensación económica de no resultar acreditado que ello le imposibilitó un desarrollo
laboral o profesional pleno, del cual resultó un menoscabo económico. Es su carácter de
cónyuge más débil el que amerita la protección legal vía compensación.
Valorando la función de cuidado de los hijos respecto de la procedencia de la
compensación económica, la Corte de Apelaciones de Valdivia ha dejado expresado que
es un deber ineludible de ambos padres concurrir de consuno al cuidado personal de la
crianza y educación de los hijos y proveer a las necesidades de la familia común según sus
facultades, desde que uno de ellos asume el cuidado exclusivo de los hijos comunes y las
tareas del hogar desatendiendo sus potencialidades laborales, se rompe el equilibrio de los
deberes de los cónyuges, lo que debe ser compensado 647.
Finalmente, hay que puntualizar que el cuidado de los hijos o trabajo doméstico no juega
un rol relevante al tiempo de establecer el monto de la compensación económica; ninguna
de las circunstancias para medir el monto del menoscabo sufrido que contempla el art. 62
LMC permite traducir en cifras la dedicación a los hijos; no hay una ponderación del valor
del trabajo efectivamente realizado648. Reiteramos que el ejercicio por uno de los cónyuges
de la función de cuidado personal de los hijos es (sólo) un presupuesto o condición para el
otorgamiento de la compensación.
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