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Así cómo el uso de la religión a modo de elemento legitimador es una característica co-
mún en estos tres imperios2, no será de la misma manera la religión como elemento cohe-
sionador, especialmente en el caso de Asia Central.
Del mismo modo que todas las religiones de la Ruta de la Seda guardan similitudes entre
ellas, tanto es así que los mongoles asumen el budismo tibetano como credo propio por
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Esta última cuestión también se encontrará presente en Occidente en la Edad Media.
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En los tres casos, los gobernantes se intentan asociar a Dios o las divinidades de algún modo para legitimar
su poder. En el caso chino el emperador de denomina “Hijo del Cielo”, el Khan se autodenomina como
descendiente del “lobo gris” (Colete, A., 2015, p. 128), el califa se debía encontrar emparentado de algún
modo con la familia del profeta, del mismo modo que el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico
necesitaba de la coronación papal para contar con el favor y la bendición de Dios.
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En el caso del budismo, la diferencia entre las civilizaciones en el que ve la luz y la China hace que este
sea el que se adapte a las necesidades del Estado y la población (Díaz Ibáñez J., 2015, p. 22).
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las similitudes que guardan las practicas prebudistas con las chamánicas mongolas4 (Co-
lete, A., 2015, p. 134) (Folch i Fornesa, D., 2000, p. 23).
De hecho, el poco éxito de las conversiones religiosas reside en esta cuestión. La religión
no es el elemento central sobre el que se originan los imperios chino y mongol, por lo
tanto no existe una necesidad de configurar un nuevo estado según el cambio de creencias
del sector que ostenta el poder sino que existe cierta tolerancia religiosa (Díaz Ibáñez J.,
2015, p. 76), así como la incorporación de prácticas que resultan de interés o beneficiosas
por parte del Khan, en el caso (Folch i Fornesa, D., 2000, pp. 32 – 33) o la política de
protección a los dimmíes 5 por parte del califato mediante el pago de un tributo (Paradela,
N., 2001, p. 5).
Como bien reflexiona Colete y recogemos en este ensayo, en este caso la religión abarca
la totalidad de los ámbitos públicos y privados de la vida de sus fieles y gobernantes. Es
por tanto, y comparado con los demás imperios que participan en este análisis, el único
con estas características de cuyo gobernante, el califa, se desprende una autoridad divina
que encuentra su origen en: “La tradición político cultural de un reino universal tiene
sus raíces en el folclor de India, ampliamente difundido por el budismo y el helenismo”
(Ruiz Figueroa, M., 2005, p. 81).
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Este elemento de asociación e identificación es recurrente puesto que de alguna manera el maniqueísmo
también guarda ciertas similitudes con el cristianismo a través de sus profetas. De hecho, Marco Polo relata
una leyenda común también en Oriente y Occidente cuyo origen es bíblico (Beaujeu, J., Mollat, M., Nogier,
L.R., 1989, p. 379) pero también encontraremos similitudes en credos tan distintos como el Islam y el
Budismo y que encuentran un origen común en el folclore indio al que hacemos alusión posteriormente.
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Forma arabizada que mediante la cual los musulmanes conocían a los practicantes de religiones
abrahámicas, también conocidos como «gentes del Libro».
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Cabe destacar la idea de que la expansión territorial islámica a partir de la religión recuerda a las cruzadas
cristianas donde además, ambas ponen su objetivo en Tierra Santa, un territorio que aun a día de hoy es
disputado.
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A pesar de lo que pueda parecer, el sistema político islámico, como el chino y el mongol
practica una amplia tolerancia 7 con respecto a otros credos monoteístas, y la búsqueda
del saber religioso va más allá de sus fronteras, uno de sus grandes exponentes será Ibn
Batuta, “el último gran turista árabe” (Beaujeu, J., Mollat, M., Nougier, L.R., 1989, p.
354).
Podemos observar en la China bajo dominio mongol, que este intercambio de saberes y
pareceres penetra a nivel cultural y científico gracias a la observación de sus avances
médicos y académicos, que ven su origen en la apertura exterior (Díaz Ibáñez J., 2015, p.
66).
En estas relaciones entre poder y religión, mientras el califa es el jefe político y religioso
de la umma (Ruiz Figueroa, M., 2005, p. 62), en el caso chino, sus dirigentes se verán
sometidos a una serie de relaciones de tolerancia e interés mutuo 8 que verá su declive a
partir de una política de control iglesia budista y a su casta sacerdotal con el objetivo de
coartar su creciente poder y la acumulación progresiva de riquezas a través de la
confiscación de bienes y la depuración de monjes. Esta etapa se conocerá como la del
“Gran Perjurio” que a su vez coincidirá con una eclosión de la economía urbana durante
los s. VIII – IX9. (Díaz Ibáñez J., 2015, p. 35).
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De hecho, los países islámicos en la actualidad no separan religión de estado aunque la mayoría de ellos
practiquen una política de tolerancia con respecto a las conocidas como «gentes del Libro» del mismo modo
que ocurriría en la Edad Media.
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Estas relaciones pueden recordar a las establecidas en Occidente entre los jefes de estado y la Iglesia, en
las que ambas partes se verán sometidos a negociaciones casi permanentes para llevar a cabo sus intereses
personales y de poder.
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Una medida de este calibre la veremos en España, en el s. XIX, conocida como la “Desamortización de
Mendizábal” promovido principalmente con la intención de llenar las arcas públicas ante el estado de una
Hacienda Pública deficiente que ve su origen en la Guerra de la Independencia y los sucesos que de esta
derivaron (Ródenas, L.A, 2013).
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políticas puesto que el éxito de su expansión territorial y su pervivencia política era la
militarización de su sociedad sin la necesidad de un elemento cohesionador o el apoyo de
la casta sacerdotal como es el caso de las sociedades cristianas.
Por lo que podemos concluir que a pesar de la importancia que tiene la religión y las
relaciones de poder que se establecen entre los gobernantes y las castas sacerdotales, si
hay un elemento que tiene poder es el de la legitimación del poder a través de esta, pero
los líderes euroasiáticos, a excepción del califa, no necesitaron un dogma que sirviera de
elemento cohesionador para llevar a cabo una política expansionista o la acumulación de
poder bajo su persona, cuyo mayor exponente es sin duda alguna, la personificación del
Khan (Priego, A, 2009, p. 237).
Bibliografía:
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En: Folch i Fornesa, D. (2000). Historia de Asia Oriental I: Los imperios de Asia
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