Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
3
De algún modo el pasaje de la mirada que vinculaba a la globalización y la educación, y las miradas
críticas de la pedagogía se enmarcan en el pasaje del optimismo pedagógico hacia una especie de
pesimismo pedagógico
socialización infantil, propiciaron la formulación de nuevas ideas respecto de la educación y de
la relación entre adultos y jóvenes, adjudicando a la nueva generación un lugar pionero en la
constitución de cultura” (pág. 19). Lo que se encuentra en una situación amenazante, es la
prolongación de la cultura en la medida que la transmisión ocurre en un escenario donde reina
lo incierto, y donde el horizonte futuro más próximo es inestable, no se visibiliza con nitidez.
Tal vez, la pregunta que resume la preocupación por la crisis de la transmisión de la cultura sea
¿cómo preparar, cómo educar a una generación para un futuro que nunca se sabe cómo va a
ser? Por esto, Carli señala la necesidad de no reeditar las estrategias antiguas de transmisión
cultural en una sociedad transformada, sino elaborar nuevas formas de transmisión de cultura,
construir otras estrategias más acordes a un nuevo escenario.
El autor señala las relaciones entre educación, tecnología y comunicación. Desarrolla las líneas
teóricas que históricamente atravesaron este tipo de campo, abarcando desde el desarrollismo
hasta las teorías críticas o emancipatorias. Inicialmente trata de narrar como está formado
dicho campo para luego presentar la manera en que el desarrollismo cobró un lugar
hegemónico en la producción teórica de este campo particular. El campo de la relación entre
educación, tecnología y comunicación nace bajo el proyecto desarrollista de los 50 y los 60, en
donde la tecnología y los medios de comunicación eran vistas como la estrategia para el pasar
de una sociedad tradicional a una sociedad modernizada. Es decir, la tecnología se presentaba
como el medio eficaz capaz de garantizar el salto de lo tradicional a lo moderno. El supuesto
que sustentaba esta idea radicaba en que la calidad de la educación incrementaría al
incorporarse la tecnología y la comunicación. Estos son, esencialmente los elementos que
caracterizan el auge del hegemonía del desarrollismo: por un lado, que las sociedades
solamente alcanzarían a abrazar el ideal moderno cuando introduzcan las tecnologías y la
comunicación, y por otro lado, la idea que traza relaciones conceptuales entre la introducción
de la tecnología al campo educativo con calidad educativa. Inmediatamente, las perspectivas
desarrollistas del campo educación/tecnología/comunicación, se vio atravesado por
entonadísimos debates que intentaban instalar teoría y significado al campo desde distintas
perspectivas teóricas. Dos frentes se abrían desde las perspectivas críticas y populares de la
educación. El primer frente en “abrir fuego” —categoría propia de las instancias de guerra
referida al momento en que ambos ejércitos lanzan sus ataques en el campo de batalla— fue
el de la construcción de la práctica comunicación/educación popular, mientras que el segundo
frente fueron las teorías críticas en general representada en el pensamiento de Paulo Freire.
En el contexto latinoamericano, espacialidad regional que viera nacer las corrientes que
ofrecieron resistencia a las imposiciones teóricas proveniente especialmente desde europa en
torno a la relación entre educación y comunicación, el desarrollo de las teorías en el campo de
la educación y la comunicación se fue desenvolviendo ligada a las prácticas políticas, de modo
que “…sigue siendo hoy, en épocas de complejidad, conflictividad sociocultural e imaginación
política, un campo estratégico en nuestro continente…” (pág. 2). Entre las teorías hegemónicas
que transversalizaron el campo de la educación y la comunicación, Huergo destaca la
vertiente informacional y la vertiente con énfasis en los efectos. Sobre la primera, señala
Huergo que las conductistas de Skinner instalaron la equivalencia entre conocimiento e
información y entre proceso educativo y transmisión de información. Claude Shannon y
Weaver, retomando la perspectiva conductista skinneriana, estructuran un sistema teórico
basado en la relación entre un receptor y un emisor, mediados por un mensaje que se
transmite por un canal particular, en donde los ruidos obstaculizan el curso natural y fluido del
mensaje desde el emisor hacia el receptor. Para Huergo, “esto es válido para analizar el
funcionamiento del aparato telefónico… Difícilmente pueda servirnos para comprender
prácticas de comunicación tan cotidianas como hacer el amor o cocinar; ¿dónde está allí el
emisor o el receptor? ¿cuál es el mensaje y el canal?, etc.” (pág. 3). Lo que Huergo está
señalando aquí, es que la práctica de la comunicación trasciende y supera ampliamente el
escenario que pone a dos sujetos en un diálogo verbal mediados por un dispositivo telefónico,
para el autor esta forma de comprender la comunicación limita y reduce su campo de acción a
la mera transmisión de información a través de aparatos técnicos, sumado a que se entiende el
proceso de comunicación como instancia que debe “eliminar los ruidos”, es decir, una
instancia que opera en un todo armonioso y transparente donde las posibilidades de la
ocurrencia del conflicto quedan relegados, silenciados y ocultos al proceso mismo. Para el
autor, estas dos lógicas que definen la vertiente informacionalista, fueron traspuestas al
campo de la educación. Por el lado de la vertiente con énfasis en los efectos, Huego señala
que el punto central de estas teorías está centrado en los efectos nocivos que los medios de
comunicación producen sobre los sujetos. Particularmente, señala esta perspectiva, los medios
son los responsables de producir la violencia en los jóvenes así como también son
responsables de la “crisis de la lectura y la escritura” y su reemplazo por las imágenes y los
sonidos. En la perspectiva de Huergo, ni la violencia es generada por los medios, ni la escritura
y la lectura se hallan en una situación de “crisis”. Sobre la cuestión de la violencia, para Huergo
existen otros factores que explican la existencia de la violencia como lo son las relaciones
violentas vividas en el trato cotidiano de los estudiantes y que, luego ellos, la llevan a la
escuela. En este sentido, los medios podrían aportar, reflejar o potenciar la violencia pero no
generala. Sobre la cuestión de la lectura y la escritura Huergo señala que, en realidad, vivimos
tiempos en donde los jóvenes y los niños escriben y leen de formas alternativas a la tradicional
—leen y escriben a través del chat, el blog, el mail, entre otros—. La última vertiente que
Huergo enuncia es la denuncia de los medios. Una de las formas de denuncia dirigida a los
medios, es la denuncia moralista, fundada en valores morales a veces estáticos y tradicionales,
que se verían afectados por los medios. Los medios en este contexto, deforman o degradan la
cultura tradicional. La otra forma de denuncia sobre los medios es la denuncia progresista,
cuyo origen se rastrea en los grupos de izquierda y la Iglesia Latinoamericana. Aquí los medios
se ven ligados a procesos de invasión cultural, de manipulación de la cultura popular. “Estos
sectores con cierta visión iluminista, promueven una lectura ‘crítica’ de los productos y sobre
todo de los mensajes de los medios, a lo que suelen llamar ‘concientización’” (pág. 4). El relato
del texto, y la construcción del texto pasan de analizar estas corrientes teóricas y sus
diferentes significaciones en torno a la relación comunicación/tecnología y educación, a
desarrollar los escenarios en donde se inscriben las distintas estrategias de comunicación
devenidas de estos conceptos. Antes de entrar en el detalle de los escenarios contextuales y
latinoamericanos que Huergo pasa a desarrollar, es fundamental recuperar una idea que se
torna crucial en esta instancia: la idea que reivindica al campo de la relación entre
comunicación y educación en su rol estratégico en nuestro continente dada las complejidades,
conflictividades socioculturales y la imaginación política que definen nuestra época. ¿Por qué
esta idea se torna crucial al momento de interiorizarnos en los escenarios latinoamericanos?
Precisamente, porque lo que Huergo comienza señalando es que la época que atraviesa a la
región latinoamericana se halla ligada al estallido del “postneoliberalismo”. Este escenario
asume características muy particulares que Huergo convenientemente pasa a caracterizar
encerrándola en tres procesos (vinculados a la crisis de las instituciones modernas, la
inadecuación de los imaginarios de ascenso, movilidad social y las condiciones materiales de
vida; y la explosión de formas particulares de enlazarse y actuar al margen de las regulaciones
de los “contratos sociales” globales) que definen un escenario sumamente complejo y
conflictivo en donde los territorios se presentan con poca claridad. Este hecho, conlleva según
Huergo a pensar en una topografía marcada por tres situaciones: 1) la complejidad de la trama
de la comunicación educativa dado el rol que asumen los medios de comunicación en tanto
dispositivos técnico-culturales que operan en la transformación subjetiva y perceptiva; 2) la
intempestiva irrupción de la comunicación en los contextos educativos mediante “discursos
interpeladores” señala huergo que se constituyen en discursos identificatorios y
constituyentes de subjetividad; y 3) la restricción de la relación entre educación y
comunicación al solo efecto del uso de las herramientas. La falta de consideración de todos
estos elementos que Huergo pone en juego para caracterizar el escenario político en el que se
inscriben la relación entre educación y tecnología, conduce a revitalizar ilusiones o
aspiraciones utópicas tales como que las nuevas tecnologías vendrían a renovar el paisaje
escolar y reparar la crisis que la educación atraviesa en tanto institución formadora de sujetos,
o que las redes tecnológicas “producen una comunicación social armoniosa y un mundo
mejor…” (pág. 5). Para Huergo, la incorporación de la tecnología en la educación despierta
algunas creencias que revivan las tendencias de las teorías desarrollistas que no dan cuenta de
los desafíos contextuales que emanan de un escenario histórico-social caracterizado por el
creciente analfabetismo producto de las dictaduras y el neoliberalismo, así como la
contradicción entre las posibilidades de alfabetizar tecnológicamente a los pueblos y las
condiciones de segmentación e injusticia social en que esa alfabetización se inserta. Estas dos
cuestiones escénicas inviabilizan la ilusa creencia de que la tecnología potenciaría la calidad de
la educación. Por otro lado, la introducción de la tecnología en la educación genera la creencia
de que los procesos de disciplinamiento son quebrados dado que los estudiantes ya no
estarían frente a un docente, sino que se encuentran frente a la máquina y al docente. Como
señala Huergo, “las tecnologías vendrían a desdramatizar la relación educativa, por ubicar al
educando frente a equipamientos y no sólo frente al maestro” ( pág. 6). No obstante, esta
nueva configuración pedagógica reelabora los procesos de disciplinamiento en lugar de
fracturarlos, define nuevos tipos de disciplinamiento y control operados a partir de las
herramientas tecnológicas. Y finalmente, la introducción de las tecnologías en el campo
educativo, crea la sensación de mayor transparencia comunicativa. Seguido a esto, Huergo
relata los conceptos claves que atraviesan el campo de la educación y la tecnología. El primer
concepto que Huergo desarrolla es la noción de comunicación. Para el autor, existen tres tipos
de pensamiento en los que se basa el uso del concepto comunicación aplicado a la educación:
el primer tipo de pensamiento es el contractualista que se vincula con las lógicas de la lógica
de la vertiente informativa dada su orientación a la lógica del orden y la armonía, centrada en
el término “diálogo”. Pero no un diálogo en el sentido freireano, sino un diálogo que se funda
en el interjuego de palabras utilizadas con la finalidad de lograr un acuerdo, es por ello que
también responde al ideal de las aspiraciones del “contrato social” roussoneano. El segundo
tipo de pensamiento que nuclea la concepción de comunicación cuando esta se aplica al
campo educativo, es el pensamiento iluminista, “que separa la claridad o las luces de la razón
de la oscuridad y confusión de las culturas populares”, en donde estas últimas ocupan un lugar
conceptual en el pensamiento iluminista de tipo “barbarie” a quienes “hay que civilizar”. La
comunicación es el mecanismo civilizatorio que busca la “liberación” de la “barbarie” de todos
sus componentes que la subyugan a las lógicas de lo “incivilizado”. Y en tercer lugar, el
pensamiento propio del desarrollo del capitalismo y la industrialización. Para Huergo, no es
posible comprender los procesos de escolarización sin ponerlos en relación con la sociedad
capitalista, dado que “la escuela tiene sentido en la medida en que se constituye como
agencia habilitadora para el funcionamiento de los individuos en este tipo de sociedad” (pág.
7). A partir de la conjugación de estos tres tipos de pensamiento se fue haciendo hegemónica
la idea según la cual la cultura popular y los medios amenazan la libertad, la consciencia y “la”
cultura. Para Huergo, entonces, antes que centrarnos en la comunicación como proceso
armonioso, es imprescindible repensarla a la luz de la dimensión del conflicto en el contexto de
sociedades complejas. “La comunicación es un encuentro, que generalmente no es armonioso,
sino conflictivo: cada uno de nosotros nos encontramos con otros portando nuestras ideas,
nuestras formas de ser, nuestros gustos, nuestras historias y muchas veces ellas entran en
conflicto con las de los otros” (pág. 8). Por esta razón, dice Huergo, es imposible desligar a las
prácticas de comunicación de las cuestiones del poder. El segundo concepto que atraviesa al
campo de la educación y la tecnología y que es retomado por Huergo, es la noción de
educación. Bajo este concepto, se desarrollaron tres creencias generales: la creencia de que la
educación debe disciplinar la entrada del mundo a la conciencia, es decir, que la educación en
tanto guardiana de “la cultura” es la encargada de garantizar el “acceso responsable” de los
individuos al espectro de “lo culto” valiéndose para ello de medidas que favorezcan el
disciplinamiento social sobre lo desordenado, lo confuso y lo oscuro de la vida cotidiana.
Segundo, la creencia de que la educación “prepara para”. Es decir, es educación para “ser
alguien”, es educación para ser adulto, ser ciudadano, trabajador, consumidor, usuario de
servicios; es educación para ser un individuo plenamente inscripto en las lógicas del
capitalismo, útil a los esquemas productivos del sistema capitalista. Aquí Huergo se apropia de
las críticas de Saúl Taborda, “según la cual, la educación debe considerar al niño como niño y al
joven como joven y no como adulto en potencia… la educación antes de ser una preparación
‘para’ la vida, que hace que la escuela se divorcie de la vida, deber ser la vida misma” (pág. 8).
Tercero, la creencia de que la educación debe circular alrededor de la lectura y la escritura del
texto o del libro porque es a través de ella que se logra el esclarecimiento. Todos estos
elementos muestran que el concepto de educación se halla ligado al proceso de escolarización,
pero sin embargo, siguiendo a Huergo, la educación trasciende a la escolarización. Para
Huergo, la educación es “el proceso social de formación de sujetos y subjetividades” (pág. 9)
entendido como un proceso activo y siempre inacabado. Respecto del proceso de recepción,
lo que señala Huergo es que esta no es un acto sino que es un proceso, determinado por
sistemas de referencias de producción de sentidos. El receptor actúa desde su precomprensión
del mundo y de la vida que existe en los textos. La recepción nunca existe aislada de los
medios, toda recepción se realiza dentro de un espacio de intersecciones culturales y
biográficos del receptor. Como tampoco la recepción opera al margen de las estructuras de
poder desiguales, “…en un continente justo, por lo tanto, la desigualdad no puede borrarse del
mapa de problemas de la recepción…” (pp. 14). Al momento de considerar el momento de
producción, Huergo afirma que es necesario considerar las siguientes dimensiones: la
dimensión expresivo estética (vinculada a la belleza dentro de la comunicabilidad), la
productivo estética (acerca del tipo de producción ligada a la calidez creativa) y la formativa
(aquella que considera el sentido pedagógico de la producción). “La producción tiene que
posibilitar, por un lado, no sólo el refuerzo de la autonomía, sino la creación de puentes de
diálogo intercultural… Por otro lado, tiene que hacer posible la propuesta de modelos de
identificación para los alumnos, pero también de modelos de comprensión y problematización
del mundo en el que vivimos” (pág. 15).
La autora se preocupa por hacer una lectura de la propuesta de Martín Brabero con la
finalidad de recuperar y examinar el problema de las mediaciones, sus alcances y derivaciones
sobre las investigaciones de las TIC. Las dos premisas que sostienen y definen la producción del
texto de la autora son, por un lado, recuperar una deuda que ella visualiza en los estudios
sobre apropiación tecnológica, asociada con la articulación teórica entre las mediaciones
latinoamericanas y las conceptualizaciones sobre las relaciones entre cultura y tecnología
“como el conjunto de prácticas y representaciones que estas suscitan en la vida cotidiana y en
contextos socioculturales más amplios” (pág. 199); por otro lado, Fernández Massara pretende
revisar los marcos teórico-epistemológicos vigentes acerca de las distintas dimensiones que
atraviesan y definen las mediaciones de las TIC, así como también reconstruir las
categorizaciones derivadas de esto y sus claves explicativas. Dicho esto, Massara pasa a
desarrollar el concepto de mediaciones en el contexto de globalización. La idea de “mediación”
es una categoría propuesta por Martín Barbero que intenta dar cuenta de la configuración de
la articulación entre “las lógicas de producción, recepción y uso de los medios y otras
tecnologías, que se materializan en los procesos de resignificación que las audiencias o
receptores hacen de la cultura masiva, subvirtiendo el sentido original y hegemónico” (pág.
200). Pero lo que Massara observa es que, en el doble desplazamiento planteado en Barbero
—desplazamiento de los medios a las mediaciones y de la comunicación a la cultura—, esta
idea de mediación no ha quedado clara subsumiendo al concepto en un estado de
problematicidad y confusión teórica. En América Latina, las discusiones acerca del concepto de
mediación, se dieron bajo los desarrollos de la idea castelliana sobre la “globalización
asimétrica” en donde se configura la cuestión de las brechas digitales y la inequidad en el
acceso a las nuevas tecnologías a partir de condiciones que no garantizan la apropiación de
TICs, haciendo que las desigualdades sociales tomen expresión y se profundicen con más
fuerza en el campo de las nuevas tecnologías. Para Barbero la cuestión de la globalización ha
dejado de ser un asunto de medios, para convertirse en un asunto de mediaciones, es decir, un
tema que “configura un ecosistema comunicativo definido no solo por nuevos dispositivos,
sino por nuevos lenguajes, sensibilidades, modos de socialización… se trata, en sus términos,
de una transformación radical que incluye movimientos de desterritorialización y
relocalización, en los que interactúan y se entremezclan lógicas y temporalidades tan diversas
como el hipertexto o el relato oral, con las intertextualidades de la escritura y las
intermedialidades del texto audiovisual” (pág. 201). En este contexto, si la globalización
supone cambios radicales a partir de la manera en que los individuos se apropian de las
tecnologías, entonces serán las comunidades locales las que están mediando las relaciones
entre cultura y tecnología, configurando nuevas construcciones materiales e imaginarias que
dotan de sentido a una realidad cada vez más cambiante. En la medida que lo local cobra
vigencia por sobre lo universal, y en la medida en que justamente se toma lo cultura como
clave explicativa de las construcciones identitarias y las prácticas legítimas de apropiación de
las TIC, es en esta medida que se ponen en evidencia las contradicciones pero también las
posibilidades de la globalización. Sobre esta idea, Massara pasa a analizar la construcción de
las identidades sociales juveniles como expresión de los procesos de desterritorialización-
reterritorialización. La construcción de la identidad social juvenil se desterritorializa en la
medida que la globalización toma parte en la definición del horizonte histórico social, pero
reterritorialización, en la medida que también la cuestión de la mediación implica o asume lo
local como ambiente de manifestación de las prácticas. Si el contexto local es definitorio de las
modalidades legítimas de apropiación de las TIC, entonces la cultura local se convierte en un
concepto clave para entender las mediaciones, y es en la cultura en la explicación de la
mediación, a la vez que también como principio que reivindica lo plural y expone las
contradicciones de la globalización. El problema clave que conjuga lo local y lo global, en la
medida que es fenómeno que resignifica lo cultural como mediación de la constitución
identitaria y de las prácticas de apropiación de las TIC, es la diversidad cultural. La diversidad,
según Ortiz (citado en Massara) supone la coexistencia de racionalidades múltiples,
cuestionando las diferencias asumidas y resultantes de un campo particular de relaciones de
fuerza.