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Marruecos y Argelia: la fractura del Magreb

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18 de octubre de 2018

Marruecos y Argelia son, desde sus respectivas independencias, vecinos antagónicos. La


discordia fronteriza dio origen a una rivalidad tenaz que se agravó con el contencioso del
Sáhara Occidental al convertirse Argel en el principal valedor del Frente Polisario. Este
conflicto inconcluso y el cierre bilateral de la frontera, vallada en ciertos tramos, son los
dos máximos exponentes tangibles de una enemistad que mantiene al Magreb desunido,
para perjuicio de sus ciudadanos.

Marruecos y Argelia son dos países vecinos que comparten Historia, cultura, religión,
costumbres y lenguas. Sin embargo, lo que podría haber sido una sólida base de unión y
prosperidad se truncó muy prematuramente por la incompatibilidad de las ambiciones
políticas y económicas de unos dirigentes obcecados a ambos lados de la frontera.
Décadas después, la concordia y la hermandad ni siquiera pueden ser intuidas tras las
alambradas, vallas y centinelas que separan a familias y dividen a pueblos semejantes.

Historia de un desencuentro
Los dos grandes países del Magreb son enemigos íntimos desde que ambos son Estados
independientes. Tras su guerra de independencia (1954-1962), Argelia heredó el vasto
territorio sahariano que los franceses habían delimitado muy a favor del que fuese su
departamento, en detrimento de lo que Marruecos, su antiguo protectorado, consideraba
su integridad territorial. Así, uno de los objetivos fundamentales del recién nacido Estado
argelino fue la conservación de un territorio con abundantes riquezas minerales que fue
considerado el equivalente a la sangre derramada en la guerra, un asunto de honor patrio.

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No obstante, la desproporcionada extensión argelina entró en colisión con las ambiciones
irredentistas marroquíes, ilustradas en la concepción del Gran Marruecos, impulsada en
los años cuarenta por el líder del Partido de la Independencia —Istiqlal—, Allal el Fasi, y
rescatada como aspiración nacional a raíz de la llegada de Hasán II al trono en 1961. El
Gran Marruecos incluía el oeste del Sáhara argelino —zona que se sabía que era rica en
hierros e hidrocarburos—, parte de Malí y la totalidad del Sáhara Occidental y Mauritania.
En consecuencia, tras la independencia de Argelia y la retirada de los franceses,
Marruecos no reconocería las fronteras bilaterales decididas por Francia en el desierto y
se lanzó a la adquisición de unos territorios que consideraba suyos. El conflicto parecía
inevitable y alcanzaría su máxima expresión con la efímera guerra de las Arenas (1963),
en la que las Fuerzas Armadas marroquíes y un embrionario Ejército argelino se batieron
en diferentes posiciones fronterizas. El reino alauí se haría con una victoria militar que,
sin embargo, no le reportaría ganancias territoriales y solo serviría para asestar un duro
golpe moral a su vecino argelino y arraigar el resentimiento bilateral que dura hasta
nuestros días.

Para ampliar: “La máscara marroquí”, Marcos Bartolomé en El Orden Mundial, 2017

Sin embargo, la década posterior al conflicto de las arenas fue de una cierta distensión
entre ambos vecinos, a pesar de la carrera de armamentos que habían iniciado y de que
por entonces ya habían adoptado trayectorias antagónicas en sus respectivas relaciones
internacionales. Marruecos se inclinó hacia el bando occidental, mientras que Argelia
osciló hacia el oriental, convertido en un baluarte para los movimientos de liberación
nacional de inspiración socialista que operaban en el contexto de la Guerra Fría. En un
ingenuo error de cálculo, Marruecos reconoció las fronteras bilaterales con Argelia entre
1969 y 1972 —si bien no llegó a ratificar los acuerdos de Ifrán y Rabat— esperando que la
Argelia de Bumedián le concediera su respaldo ante lo que se había convertido en el
objetivo prioritario del reino alauí: la adquisición del Sáhara español. A pesar de que en un
primer momento Argelia no presentó objeción, este país, nacido de un movimiento de
liberación nacional, acabaría optando por convertirse en el principal valedor del
Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro (Polisario) , fundado en 1973
y que tres años después proclamó la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).

De este modo, la ocupación marroquí del Sáhara Occidental iniciada con la Marcha Verde
—en la que unos 350.000 marroquíes, instigados por su monarca, se asentaron en
territorio saharaui— iba a dar lugar a una nueva guerra en la que se implicarían de nuevo
ambos vecinos. Argelia se convirtió en el principal suministrador de armamento —junto
con Libia— y refugio del Polisario, que tenía en la región argelina de Tinduf su base de
operaciones, desde donde lanzaba sus acometidas.

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Una de las claves en la política exterior marroquí ha sido su búsqueda del Gran Marruecos.

Habría que esperar hasta finales de la década de los ochenta para que se produjese un
nuevo acercamiento efímero entre los antagonistas. La guerra en el Sáhara Occidental se
había enquistado y no parecía tener una solución militar, y ambos países estaban
desgastados por el alto coste de la guerra para Marruecos y la crisis económica argelina
provocada por la abrupta caída del precio de los hidrocarburos, piedra angular de su
economía. Ante esta tesitura, la ONU auspició unas negociaciones de paz que acabarían
propiciando un alto el fuego, que no una resolución de un conflicto todavía por resolver .
En 1988 los dos países reestablecerían unas relaciones diplomáticas rotas desde que
Argelia reconociera a la RASD en febrero de 1976 y reabrieron la frontera bilateral. Junto a
ello, formaron parte de la Unión del Magreb Árabe, que comenzó en 1989 como un
prometedor experimento regional para integrar económica y políticamente el norte de
África, pero que acabaría siendo un rotundo fracaso ante la continua cerrazón de sus dos
mayores miembros.

De hecho, en 1994, la ilusoria concordia vecinal acabó. En el contexto de la guerra civil


argelina, Marruecos acusó a los servicios de inteligencia argelinos de haberse involucrado
en el atentado terrorista perpetrado por dos franceses de origen argelino en un hotel de
Marraquech en el que murieron dos españoles. El reino alauí impuso el visado a los
ciudadanos argelinos que quisieran entrar en su país, a lo que Argelia respondió cerrando
la frontera bilateral, que permanece así hasta hoy. Desde entonces, Argel ha tratado de
vincular la apertura de fronteras a la cuestión del Sáhara y se ha negado a abordar ambos
temas por separado, con lo que ahonda el cisma vecinal.

Para ampliar: “Un año clave para el Sáhara” , Érika Reija en El Orden Mundial, 2016

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La hegemonía magrebí se disputa en África
A pesar de que la llegada en 1999 de Mohamed VI y Buteflika —líder histórico de la guerra
de liberación argelina nacido en Marruecos— a las jefaturas de Estado parecía
esperanzadora, en la primera década del 2000 no se producirían avances significativos. Al
contrario, los rifirrafes diplomáticos y las acusaciones al vecino de instigar la convulsión
interna han sido frecuentes. Un ámbito donde se ha reflejado inequívocamente la
situación de tensa calma en las relaciones bilaterales ha sido el militar. Los dos países
han protagonizado una veloz carrera armamentística propiciada, en el caso argelino, por
los generosos ingresos de los hidrocarburos en la primera década del siglo. A pesar del
esfuerzo marroquí, su presupuesto militar quedó desbancado a partir de 2006 y solo en
los últimos años, a raíz de la mayor fragilidad económica argelina, ha podido remontar
mínimamente.

Este pulso militar ha tenido el resultado de colocar a Argelia como el país con mayor
presupuesto militar de África —alrededor de un tercio del presupuesto militar combinado
del resto del continente— y el quinto del mundo con mayor gasto militar respecto al PIB
—5,7% en 2017—. Por su parte, Marruecos es el cuarto ejército africano en presupuesto.
Además, se trata de los dos mayores importadores de armas del continente : Argelia,
séptimo importador mundial, abarcó el 52% del armamento importado en África entre
2013 y 2017, frente a un 12% de importaciones marroquíes. Como justificación, el
aumento del gasto militar se ha sustentado en el incremento de la inestabilidad regional
en el Magreb y el Sahel a raíz de las primaveras árabes y la mayor presencia de grupos
terroristas en la región, como Al Qaeda en el Magreb Islámico, que de hecho tiene sus
orígenes en la guerra civil argelina.

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El gasto militar en el continente africano superó en 2013 el del resto de los continentes. Fuente: The Economist

Para ampliar: “El Sahel, un lugar en el olvido” , Pablo Moral en El Orden Mundial, 2018

En el terreno diplomático y en el económico, estos últimos años se han caracterizado por


una impetuosa actividad diplomática de Marruecos, particularmente en el Golfo y el
continente africano. Contrasta con la menguante acción exterior de su vecino —otrora país
de referencia y potencia septentrional en África—, ilustrada en el frágil estado de salud de
su presidente, postrado en una silla de ruedas desde que sufriera un ictus cerebral en
2013. Desde el comienzo de su reinado, Mohamed VI ha visitado alrededor de una
treintena de países africanos y Marruecos se ha convertido en el segundo mayor inversor
africano del continente —solo superado por Sudáfrica— y el primero en la región del África
occidental. Junto a ello, ha promovido su soft power religioso mediante Radio Mohamed
VI y el Instituto Mohamed VI, que dota con decenas de becas a imanes subsaharianos en
formación; en el ámbito educativo, alrededor de 10.000 subsaharianos estudian en
universidades marroquíes.

Esta vigorosa diplomacia marroquí le ha otorgado el rédito político de reingresar en la


Unión Africana, organización que dejó en 1984 por haber aceptado a la RASD como
miembro. Para ello contó con el apoyo de 39 de los 54 Estados miembros , tres más de los
que serían necesarios para expulsar a la RASD de la organización en una votación que hoy
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en día resulta todavía muy hipotética. No obstante, con su renovada sintonía panafricana y
su membresía en la Unión Africana, Marruecos se ha asegurado un foro donde ganar
adeptos a su causa en detrimento de Argelia, que sigue siendo el principal amparo
diplomático con el que cuentan los saharauis.

Para ampliar: “Marruecos, de frontera sur de Europa a la conquista de África” , podcast de


El Orden Mundial, 2017

Ante el incremento de la proyección internacional marroquí, Argel ha tratado de reaccionar


a pesar del mal momento económico que atraviesa. El país argelino ha recibido
numerosas visitas de representantes africanos en los últimos años, aunque la salud de su
presidente ha obligado a cancelar algunas de ellas . Además, en busca de diversificar sus
fuentes de ingresos y dinamizar su maltrecha economía, Argelia organizó a finales de
2016 un foro de inversión africano en el que participaron 3.500 responsables políticos y
económicos de 42 Estados africanos poco después de que su antagonista magrebí
acogiera la cumbre de Marrakech sobre el cambio climático . Junto a ello, ha reforzado
lazos con su aliado tradicional, Nigeria, reiniciando las conversaciones para la
construcción del gasoducto transahariano y ha reforzado la cooperación con países como
Malí o Libia.

Removiendo las arenas


El cruce de declaraciones hostiles y los rifirrafes diplomáticos argelo-marroquíes siguen
marcando unas relaciones bilaterales cuya reparación no se prevé cercana. No hay que
retroceder mucho en el tiempo para encontrar numerosos ejemplos que han dado
muestras de la tensión latente, en ocasiones alternados con gestos apaciguadores. En
uno de ellos, Marruecos solicitó la apertura de las fronteras en 2008 como paso previo a
la normalización de las relaciones. Argelia, fiel a su postura, se negó alegando que esta
debía pasar por el avance de los contenciosos pendientes, tanto el fronterizo como el del
Sáhara Occidental. No obstante, ninguno de los dos vislumbra una resolución cercana y lo
que verdaderamente ha avanzado ha sido la cerrazón de ambos países, que en 2014
comenzaron a levantar vallas a lo largo de cientos de kilómetros de la frontera
compartida.

Más recientemente, los enfrentamientos y las discordias diplomáticas, que en ocasiones


han rozado el esperpento, han sido una constante. Como ejemplo, en diciembre de 2016
Rabat anunció una regularización masiva de inmigrantes apenas una semana después de
que Argelia expulsase a alrededor de 1.400 inmigrantes subsaharianos a Níger , con los
que el Gobierno marroquí se comprometió con 116 toneladas de alimentos en concepto
de ayuda humanitaria. Unos meses después, fue Argelia la que acabó acogiendo a 54
refugiados sirios que se encontraban bloqueados en el desierto en tierra de nadie , según
Argel en Marruecos y según Rabat en Argelia. Ambos se acusaron de no cumplir con sus
obligaciones de acogida y el Gobierno argelino acabaría llamando a consultas a su
embajador en Marruecos.

Entretanto, Marruecos acusó al director general del Ministerio de Asuntos Exteriores


argelino de agredir a un diplomático marroquí durante el foro de la ONU sobre
descolonización celebrado en San Vicente y las Granadinas. Unos meses después, el reino
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alauí retiró a su embajador en Argel después de que el ministro de Asuntos Exteriores
argelino acusara a los bancos marroquíes —cuya presencia se ha incrementado
notoriamente en el África subsahariana— de blanquear el dinero del hachís en el
continente y sugería que la aerolínea nacional Air Maroc transportaba “algo más que
pasajeros”. Lejos de una retractación oficial, el primer ministro argelino añadió meses
después que “todo el mundo sabe de dónde viene el hachís al norte de África” . Un último
episodio destacable de la disparatada secuencia bilateral ocurrió en mayo de 2018 cuando
Marruecos rompió relaciones con Irán tras acusarlo de estar apoyando al Polisario a
través de Hezbolá con el beneplácito y auspicio de Argelia, país que acoge a los exiliados
saharauis.

Para ampliar: “Los principales bloques económicos del mundo”, mapa de El Orden
Mundial, 2018

Resulta tristemente paradójico que dos países que podrían haber estado predestinados a
unir lazos sigan negándose a un intercambio que a buen seguro traería consigo beneficios
a ambos lados de la frontera. En el ámbito social, son países que están prácticamente
incomunicados; no hay forma de pasar por tierra legalmente y los vuelos y ferris al país
vecino son escasos y caros. Esto ha dado lugar a una asentada industria del contrabando,
pese a los esfuerzos por contenerla, que incluye productos alimenticios, combustible y
hachís.

En el terreno de la seguridad, el cisma bilateral propicia una falta de coordinación total en


la lucha antiterrorista, una preocupación acuciante para ambos países. En lo económico,
cuentan con economías muy complementarias, pero los dos se ven obligados a importar
productos a un precio más caro que podrían adquirir directamente de su vecino. El cierre
de la frontera hace que el Magreb sea la región menos integrada comercialmente del
mundo: solo un 4,8% del volumen de comercio magrebí tiene como destino otro país del
Magreb; representa menos de un 2% del PIB regional. Con una mayor integración, el PIB
individual de estos países crecería al menos un 5%. Por el contrario, el cierre de las
fronteras provoca que a menudo mercancías que tienen como destino ciudades al otro
lado de la frontera o puertos del país vecino que se encuentran en el mismo litoral tengan
que transitar por ciudades como Marsella, Alicante o Almería, lo que da muestras de lo
inconveniente y absurdo de la situación.

Para ampliar: “Five ways to make Maghreb work” , Wadia Ait Hamza en Foro Económico
Mundial, 2017

La normalización de las relaciones bilaterales debería ser una prioridad política para
Marruecos y Argelia por el mero bienestar de sus ciudadanos, que son los que asumen en
última instancia los costes extras del cierre bilateral, los que dejan de beneficiarse de un
intercambio cultural entre dos naciones que deberían ser hermanas y los que ven cómo
sus impuestos siguen utilizándose para engrosar un gasto militar desorbitado. No
obstante, este acercamiento no se intuye a corto plazo. Por un lado, los conflictos que
propician la hostilidad mutua siguen lejos de resolverse; por otro, tanto Argel como Rabat
han demostrado que, a fin de cuentas, tener un enemigo al que señalar resulta sumamente
socorrido para tapar sus propias deficiencias internas.

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